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________________________________________________________ - 1- Marcel Schwob LA CRUZADA DE LOS NIÑOS

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Marcel Schwob: "La cruzada de los niños"

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    Marcel Schwob

    LA CRUZADADE LOS NIOS

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    Marcel SchwobLA CRUZADA DE LOS NIOS

    Traduccin de Rafael Cabrera.Prlogo de Jorge Luis Borges

    Procedencia de esta obra:http://www.elfantasmadelaglorieta.com/pagina_nueva_3.htm

    Maquetacin actual:Amanuense, 2010-03-14

    Ofrezco esta versin a Julio Torri, que me inicien el conocimiento de Marcel Schwob.

    Plegue a los dioses que desconozca la vejez,y que vea sus das colmados de dones

    amables y risueos

    R. C.

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    ndice:

    Prlogo.

    Epgrafe.

    Relato del goliardo.

    Relato del leproso.

    Relato del Papa Inocencio III.

    Relato de los tres pequeuelos.

    Relato de Francisco Longuejoue, clrigo.

    Relato de Kalandar.

    Relato de la pequea Allys.

    Relato del Papa Gregorio IX.

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    Relato de Francisco Longuejoue, clrigo. 19

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    Prlogo

    Si un viajero oriental -digamos, uno de los persas de Mon-tesquieu- nos pidiera una prueba del genio literario de Francia,no sera inevitable recurrir a las obras de Montesquieu, o a loscien volmenes de Voltaire. Nos bastara repetir alguna palabrafeliz (arc-en-ciel o el tremendo ttulo de la historia de la primeracruzada: Gesta Dei per Francos, que significa Hazaas de Dios eje-cutadas por medio de los franceses. Gesta Dei per Francos; no me-nos asombrosas que estas palabras fueron esas hazaas. En va-no los perplejos historiadores han intentado explicaciones detipo racional, de tipo social, de tipo econmico, de tipo tnico; elhecho es que durante dos siglos la pasin de rescatar el santosepulcro domin a las naciones de Occidente, no sin maravilla,tal vez, de su propia razn. A fines del siglo XI, la voz de unermitao de Amiens -hombre de mezquina estatura, de aireinsignificante (persona contemptibilis) y de ojos singularmentevivos- impulsa la primera cruzada; las cimitarras y las mqui-nas de Jalil, a fines del XIII, sellan en San Juan de Acre la octava.Europa no emprende otra; la misteriosa y larga pasin ha toca-do a su fin; Europa se distrae de recuperar el sepulcro de Cristo.Las cruzadas no fracasaron, dice Ernest Barker, simplementecesaron. Del frenes que congreg tan vastos ejrcitos y planetan remotas operaciones, slo quedaron unas pocas imgenes,que se reflejaran, siglos despus, en los tristes y lmpidos espe-jos de la Gerusalemme: altos jinetes revestidos de hierro, noches

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    cargadas de leones, tierras de hechicera y de soledad. Ms do-lorosa es otra imagen de incontables nios perdidos.

    A principios del siglo XIII, partieron de Alemania y deFrancia dos expediciones de nios. Crean poder atravesar a pieenjuto los mares. No los autorizaban y protegan las palabrasdel Evangelio Dejad que los nios vengan a m, y no los impidis(Lucas 18:16); no haba declarado el Seor que basta la fe paramover una montaa (Mateo 17:20)? Esperanzados, ignorantes,felices, se encaminaron a los puertos del Sur. El previsto mila-gro no aconteci. Dios permiti que la columna francesa fuerasecuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto; laalemana se perdi y desapareci, devorada por una brbarageografa y (se conjetura) por pestilencias. Quo devenirent ignora-tur. Dicen que un eco ha perdurado en la tradicin del Gaiterode Hamelin.

    En ciertos libros del Indostn se lee que el universo no esotra cosa que un sueo de la inmvil divinidad que est indivi-sa en cada hombre; a fines del siglo XIX, Marcel Schwob -creador, actor y espectador de este sueo- trata de volver a so-ar lo que haba soado hace muchos siglos, en soledades afri-canas y asiticas: la historia de los nios que anhelaron rescatarel sepulcro. No ensay, estoy seguro, la ansiosa arqueologa deFlaubert; prefiri saturarse de viejas pginas de Jacques de Vi-try o de Ernoul y entregarse despus a los ejercicios de imagi-nar y de elegir. So as ser el papa, ser el goliardo, ser los tresnios, ser el clrigo. Aplic a la tarea el mtodo analtico de Ro-bert Browning, cuyo largo poema narrativo The Ring and theBook (1868) nos revela a travs de doce monlogos la intrincadahistoria de un crimen, desde el punto de vista del asesino, de suvctima, de los testigos, del abogado defensor, del fiscal, del

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    juez, del mismo Robert Browning... Lalou (Littrature francaisecontemporaine, 282) ha ponderado la "sobria precisin" con queSchwob refiri la "ingenua leyenda"; yo agregara que esa preci-sin no la hace menos legendaria y menos pattica. No ob-serv acaso Gibbon que lo pattico suele surgir de las circuns-tancias menudas?

    Jorge Luis Borges Buenos Aires, 1949

    Circa dem tempus pueri sine rectore sine duce de universis omniumregionum villis et civitatibus versus transmarinas partes avidis gres-sibus cucurrerunt, et dum quaereretur ab ipsis quo currerent, respon-derunt: Versus Jherusalem, quaerere terram sanctam... Adhuc quodevenerint ignoratur. Sed plurimi redierunt, a quibus dum quaerere-tur causa cursus, dixerunt se nescire. Nudae etiam mulieres circadem tempus nichil loquentes per villas et civitates cucurrerunt...

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    Relato del goliardo

    Yo, pobre goliardo, clrigo miserable errabundo por losbosques y los caminos para mendigar, en nombre de NuestroSeor, mi pan cotidiano, vi un espectculo piadoso, y o las pa-labras de los niitos. S que mi vida no es muy santa, y que hecedido a las tentaciones bajo los tilos del camino. Los hermanosque me dan vino bien se dan cuenta de que estoy poco acos-tumbrado a beber. Pero no pertenezco a la secta de los que mu-tilan. Hay mentecatos que les sacan los ojos a los pequeuelos,les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de ex-hibirlos y de implorar la caridad. He aqu por qu tengo miedoal ver todos estos nios. Sin duda, los defender Nuestro Seor.Hablo al acaso, porque estoy lleno de alegra. Ro de la prima-vera y de lo que vi. No es muy fuerte mi espritu. Recib la ton-sura de clrigo a la edad de diez aos, y he olvidado las pala-bras latinas. Soy semejante a la langosta: porque salto, aqu yall, y zumbo, y a veces abro las alas de color, y mi cabeza me-nuda est transparente y vaca. Dicen que San Juan se alimen-taba de langosta en el desierto. Sera necesario comer muchas.Pero San Juan de ningn modo era un hombre como nosotros.

    Estoy lleno de adoracin por San Juan, porque era vaga-bundo y deca palabras incoherentes. Me parece que debieronser ms suaves. Este ao, tambin es suave la primavera. Nuncatuvo tantas flores plidas y rosadas. Las praderas estn lavadasrecientemente. Por todas partes resplandece la sangre de Nues-tro Seor en los setos. Nuestro Seor Jess es color de azucena,pero su sangre es bermeja. Por qu? No lo s. Esto debe de es-

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    tar en algn pergamino. Si yo hubiese sido experto en letras,tendra pergamino, y escribira en l. De este modo comeramuy bien todas las noches. Ira a los conventos a rogar por loshermanos muertos e inscribira sus nombres en mi rollo. Trans-portara mi rollo de los muertos, de una abada a la otra. Es unacosa que agrada a nuestros hermanos. Pero ignoro los nombresde mis hermanos muertos. Puede ser que Nuestro Seor tam-poco se cuide mucho de saberlos. Me pareci que todos estosnios no tenan nombres. Es seguro que los prefiere NuestroSeor Jess. Llenaban el camino como un enjambre de abejasblancas. No s de dnde venan. Eran pequeos peregrinos.Tenan bordones de avellano y de lamo. Llevaban la cruz a laespalda; y todas estas cruces eran de innumerables colores. Lasvi verdes, que debieron de estar hechas con hojas cosidas. Sonnios salvajes e ignorantes. Vagan no s hacia donde. Tienen feen Jerusaln. Pienso que Jerusaln est lejos, y que Nuestro Se-or debe estar ms cerca de nosotros. No llegarn a Jerusaln.Pero Jerusaln llegar a ellos. Como a m. El fin de todas las co-sas santas radica en la alegra. Nuestro Seor est aqu, en estaespina enrojecida, y en mi boca, y en mi pobre palabra. Porquepienso en l y su sepulcro est en mi pensamiento. Amn. Meacostar aqu bajo el sol. Es un sitio santo. Los pies de NuestroSeor santificaron todos los lugares. Dormir. Que Jess hagadormir en la noche a todos estos niitos blancos que llevan lacruz. En verdad, yo se lo digo. Tengo mucho sueo. Yo se lodigo, en verdad, porque tal vez l no los ha visto, y debe velarpor los niitos. La hora del medioda pesa sobre m. Todas lascosas son blancas. As sea. Amn.

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    Relato del leproso

    Si deseis comprender lo que quiero deciros, sabed quetengo la cabeza cubierta con un capuchn blanco y que agitouna matraca de madera dura. Ya no s cmo es mi rostro, perotengo miedo de mis manos. Van ante m como bestias escamo-sas y lvidas. Quisiera cortrmelas. Tengo vergenza de lo quetocan. Me parece que hacen desfallecer los frutos rojos que to-mo; y creo que bajo ellas se marchitan las races que arranco.Domine ceterorum libera me! El Salvador no expi mi plido pe-cado. Estoy olvidado hasta la resurreccin. Como el sapo empo-trado al fro de la luna en una piedra oscura, permanecer ence-rrado en mi escoria odiosa cuando los otros se levanten con sucuerpo claro. Domine ceterorum fac me liberum: leprosus sum. Soysolitario y tengo horror. Slo mis dientes han conservado sublancura natural. Los animales se asustan, y mi alma quisierahuir. El da se aparta de m. Hace mil doscientos doce aos quesu Salvador los salv, y no ha tenido piedad de m. No fui toca-do con la sangrienta lanza que lo atraves. Tal vez la sangre delSeor de los otros me habra curado. Sueo a menudo con lasangre; podra morder con mis dientes; son blancos. Puesto quel no ha querido drmelo, tengo avidez de tomar lo que le per-tenece. He aqu por qu acech a los nios que descendan delpas de Vendome hacia esta selva del Loira. Tenan cruces yestaban sometidos a l. Sus cuerpos eran Su cuerpo y l no meha hecho parte de su cuerpo. Me rodea en la tierra una conde-nacin plida. Acech, para chupar en el cuello de uno de sushijos, sangre inocente. Et caro nova fiet in die irae. El da del terror

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    ser mi nueva carne. Y tras de los otros caminaba un nio frescode cabellos rojos. Lo vi; salt de improviso; le tom la boca conmis manos espantosas. Slo estaba vestido con una camisa ru-da; tena desnudos los pies y sus ojos permanecieron plcidos.Me contempl sin asombro. Entonces, sabiendo que no gritara,tuve el deseo de escuchar todava una voz humana y quit mismanos de su boca, y l no se la enjug. Y sus ojos estaban enotra parte.

    -Quin eres?, le dije.

    -Johannes el Teutn, respondi. Y sus palabras eran lmpi-das y saludables.

    -Adonde vas?, repliqu. Y l respondi:

    -A Jerusaln, para conquistar la Tierra Santa.

    Entonces me puse a rer, y le pregunt:

    -Quin es tu Seor? Y l me dijo:

    -No lo s; es blanco.

    Y esta palabra me llen de furor, y abr la boca bajo mi ca-puchn, y me inclin hacia su cuello fresco, y no retrocedi, yyo le dije:

    -Por qu no tienes miedo de m? Y l dijo:

    -Por qu habra de tener miedo de ti, hombre blanco?

    Entonces me inundaron grandes lgrimas, y me tend en elsuelo, y bes la tierra con mis labios terribles, y grit:

    -Porque soy leproso! Y el nio teutn me contempl, ydijo lmpidamente:

    -No lo s.

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    No tuvo miedo de m! No tuvo miedo de m! Mi mons-truosa blancura es semejante para l a la del Seor. Y tom unpuado de hierba y enjugu su boca y sus manos. Y le dije.

    -Ve en paz hacia tu Seor blanco, y dile que me ha olvida-do.

    Y el nio me mir sin decir nada. Lo acompa fuera de lonegro de esta selva. Caminaba sin temblar. Vi desaparecer a lolejos sus cabellos rojos en el sol. Domine infantium, libera me!Que el sonido de mi matraca de madera llegue hasta ti, como elpuro sonido de las campanas! Maestro de los que no saben,librtame!

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    Relato del Papa Inocencio III

    Lejos del incienso y de las casullas, puedo muy fcilmentehablarle a Dios en esta cmara desdorada de mi palacio. Aques donde vengo a pensar en mi vejez, sin que me sostengan bajolos brazos. Durante la misa se eleva mi corazn y mi cuerpo seenerva; el cintilar del vino sagrado llena mis ojos, y mi pensa-miento se lubrica con los aceites preciosos; pero en este lugarsolitario de mi baslica, puedo inclinarme bajo mi fatiga terres-tre. Ecce homo! Porque de ningn modo el Seor debe escucharverdaderamente la voz de sus sacerdotes a travs de la pompade los mandamientos y de las bulas; y sin duda ni la prpura,ni las joyas, ni las pinturas le agradan; pero en esta pequeacelda acaso tenga piedad de mi imperfecto balbuceo. Seor, soymuy viejo, y heme aqu, vestido de blanco ante ti, y mi nombrees Inocencio, y t sabes que no s nada. Perdname mi papado,porque fue instituido, y yo lo sufr. No fui yo el que orden loshonores. Me agrada ms ver tu sol por esta ventana redondaque en los reflejos magnficos de mis vidrieras de colores.Djame gemir como cualquier viejo y volver hacia ti este rostroplido y arrugado que levanto penosamente por encima de lasolas de la noche eterna. Los anillos se deslizan por mis dedosenflaquecidos, como se escapan los ltimos das de mi vida.

    Dios mo! soy tu vicario aqu, y hacia ti tiendo mi manoextenuada, llena del vino puro de tu fe. Hay grandes crmenes.Hay muy grandes crmenes. Podemos darles la absolucin. Haygrandes herejas. Hay muy grandes herejas. Debemos castigar-

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    las implacablemente. A esta hora en que me arrodillo, blanco,en esta blanca celda desdorada, sufro una inmensa angustia,Seor, no sabiendo si los crmenes y las herejas son del pompo-so dominio de mi papado o del pequeo crculo de luz en elcual un hombre viejo une sencillamente sus manos. Y tambin,me encuentro turbado en lo que se refiere a tu sepulcro. Siem-pre est rodeado de infieles. No se ha sabido recobrarlo. Nadieha dirigido tu cruz hacia la Tierra Santa; estamos sumergidosen el entorpecimiento. Los caballeros han depuesto sus armas ylos reyes no saben ya mandar. Y yo, Seor, me acuso y golpeomi pecho: soy demasiado dbil y demasiado viejo.

    Sin embargo, Seor, escucha este balbuceo trmulo queasciende fuera de esta pequea celda de mi baslica y aconsja-me. Mis servidores me trajeron extraas nuevas desde el pasde Flandes y de Alemania hasta las ciudades de Marsella yGnova. Van a nacer sectas ignoradas. Se han visto correr porlas ciudades mujeres desnudas que no hablan. Estas mudasimpdicas sealan el cielo. Varios locos han predicado la ruinaen las plazas. Los ermitaos y los clrigos errantes murmuran.Y no s por qu sortilegio ms de siete mil nios fueron sacadosde sus casas. Son siete mil en el camino y llevan la cruz y elbordn. No tienen nada que comer; no tienen armas ningunas;son ineptos y nos avergenzan. Son ignorantes de toda verda-dera religin. Mis servidores los han interrogado. Respondenque van a Jerusaln para conquistar la Tierra Santa. Mis servi-dores les dijeron que no podran atravesar el mar. Respondie-ron que el mar se separara y se desecara para dejarlos pasar.Los buenos padres, piadosos y sabios, se esforzaron por rete-nerlos. Rompieron durante la noche los cerrojos y franquearonlas murallas. Es lamentable. Seor, todos estos inocentes sernentregados al naufragio y a los adoradores de Mahoma. Veo

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    que el soldn de Bagdad los acecha en su palacio. Tiemblo alpensar que los marineros se apoderen de sus cuerpos para ven-derlos.

    Seor, permteme que te hable segn las frmulas de lareligin. Esta cruzada de los nios no es una obra piadosa. Nopodr conquistar el Sepulcro para los cristianos. Aumenta elnmero de los vagabundos que caminan en el lmite de la feautorizada. Nuestros sacerdotes no pueden protejerla. Debemoscreer que el Maligno posee a estas pobres criaturas. Van en re-bao hacia el precipicio como los cerdos en la montaa. El Ma-ligno se apodera gustoso de los nios, Seor, como lo sabes. Enotro tiempo, revisti el aspecto de un cazador de ratas paraatraer con las notas de la msica de su caramillo a los peque-uelos de la ciudad de Hamelin. Unos dicen que estos infortu-nados se ahogaron en el ro Waser; otros, que los encerr en elflanco de una montaa. Teme que Satn conduzca a todos nues-tros nios a los suplicios de los que no tienen nuestra fe. Seor,sabes que no es bueno que se renueve la creencia. Tan prontocomo apareci en la zarza ardiente, la hiciste encerrar en untabernculo. Y cuando se escap de tus labios en el Glgota,ordenaste que fuese encerrada en las pxides y las custodias.Estos pequeos profetas derrumbarn el edificio de tu Iglesia.Es necesario defenderla. Es con menosprecio de tus consagra-dos, cmo usarn en tu servicio sus albas y sus estolas, cmoresistirn duramente a las tentaciones para vengarte, cmo re-cibirs a los que no saben lo que hacen? Debemos dejar que va-yan hacia ti los pequeuelos, pero por el camino de tu fe. Seor,te hablo segn tus instituciones. Estos nios perecern. Nohagas que bajo Inocencio se renueve el asesinato de los inocen-tes.

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    Perdname sin embargo, Dios mo, por haberte pedidoconsejo bajo la tierra. Se apodera de m el temblor de la vejez.Mira mis pobres manos. Soy un hombre viejo. Mi fe no es ya lade los pequeuelos. El oro de las paredes de esta celda est gas-tado por el tiempo. Son blancas. El crculo de tu sol es blanco.Mi traje es blanco tambin, y mi corazn desecado es puro. Lodigo segn tu regla. Hay crmenes. Hay muy grandes crmenes.Hay muy grandes herejas. Mi cabeza est vacilante de debili-dad: tal vez no sea necesario ni castigar ni absolver. La vida pa-sada hace titubear nuestras resoluciones. No he visto ningnmilagro. Ilumname. Esto es un milagro? Qu signo le diste?Han llegado los tiempos? Quieres que un hombre muy viejo,como yo, sea semejante en su blancura a tus pequeueloscndidos? Siete mil! Aunque su fe sea ignorante, castigars laignorancia de siete mil inocentes? Tambin yo soy Inocente.Seor, soy inocente como ellos. No me castigues en mi extremavejez. Los largos aos me ensearon que este rebao de niosno puede triunfar. Sin embargo, Seor, es un milagro? Mi cel-da contina apacible, como en otras meditaciones. S que no esnecesario implorarte, para que te manifiestes; pero yo, desde loalto de mi extrema vejez, desde lo alto de tu papado, te suplico.Instryeme, porque no s. Seor, son tus pequeos inocentes. Yyo, Inocencio, no s, no s.

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    Relato de los tres pequeuelos

    Nosotros tres, Nicols que no sabe hablar, Alain y Dioni-sio, salimos a los caminos para llegar a Jerusaln. Hace largotiempo que vagamos. Voces ignotas nos llamaron en la noche.Llamaban a todos los pequeuelos. Eran como las voces de lospjaros muertos durante el invierno. Y al principio vimos mu-chos pobres pjaros extendidos en la tierra helada, muchos pa-jaritos con el pecho rojo. Despus vimos las primeras flores y lasprimeras hojas y tejimos cruces. Cantamos ante las aldeas, comoacostumbrbamos hacerlo en el ao nuevo. Y todos los nioscorran hacia nosotros. Y avanzamos como un rebao. Hubohombres que nos maldijeron, no conociendo al Seor. Hubomujeres que nos retuvieron por los brazos y nos interrogabancubriendo de besos nuestros rostros. Y tambin hubo almasbuenas, que nos trajeron leche y frutas en escudillas de madera.Y todo el mundo tuvo piedad de nosotros. Porque no sabenadonde vamos y no han escuchado las voces.

    En la tierra hay selvas espesas, y ros, y montaas, y sen-deros llenos de zarzas. Y al fin de la tierra se encuentra el marque pronto cruzaremos. Y al fin del mar se encuentra Jerusaln.No tenemos quien nos mande ni quien nos gue. Pero todos loscaminos son buenos. Aunque no sabe hablar, Nicols caminacomo nosotros, Alain y Dionisio; y todas las tierras son pareci-das, e igualmente peligrosas para los nios. Por doquiera hayselvas espesas, y ros, y montaas, y espinos. Pero por todaspartes las voces estarn con nosotros. Hay aqu un nio que se

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    llama Eustaquio, y que naci con los ojos cerrados. Mantiene losbrazos tendidos y sonre. Nosotros no vemos ms que l. Unapequeuela lo conduce y le lleva su cruz. Se llama Allys. Nohabla nunca y no llora jams; tiene fijos los ojos en los pies deEustaquio, para sostenerlo en sus tropiezos. Todos los quere-mos a los dos. Eustaquio no podr ver las santas lmparas delsepulcro. Pero Allys le tomar las manos para hacerle tocar laslosas de la tumba.

    Oh! qu bellas son las cosas de la tierra. No nos acorda-mos de nada, porque nada aprendimos nunca. Sin embargo,hemos visto rboles viejos y rocas rojas. Algunas veces atrave-samos por largas tinieblas. Otras, caminamos hasta la noche porclaras praderas. Hemos gritado el nombre de Jess al odo deNicols, y l lo conoce bien. Pero no sabe pronunciarlo. Se rego-cija con nosotros de lo que vemos. Porque sus labios puedenabrirse para la alegra, y nos acaricia la espalda. Y de este modono son desgraciados: porque Allys vela por Eustaquio y noso-tros, Alain y Dionisio, velamos por Nicols.

    Se nos dijo que encontraramos en los bosques ogros yhechiceros. Estas son mentiras. Nadie nos ha espantado; nadienos ha hecho dao. Los solitarios y los enfermos vienen a ver-nos, y las ancianas encienden luces para nosotros en las caba-as. Tocan por nosotros las campanas de las iglesias. Los cam-panarios se empinan desde los surcos para espiarnos. Tambinnos miran los animales y no huyen. Y desde que caminamos, elsol se ha tornado ms caliente, y no recogemos ya las mismasflores. Pero todos los tallos se pueden tejer en las mismas for-mas, y nuestras cruces son siempre frescas. De este modo tene-mos grandes esperanzas, y pronto veremos el mar azul. Y alextremo del mar azul est Jerusaln. Y el Seor dejar llegar a

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    su tumba a todos los pequeuelos. Y las voces ignotas se tor-narn alegres en la noche.

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    Relato de Francisco Longuejoue, clrigo

    Hoy, dcimo quinto da del mes de septiembre, del ao despusde la encarnacin de Nuestro Seor de mil docientos y doce, se llega-ron a la oficina de mi seor Hugo Ferr muchos nios que solicitabanatravesar el mar para ir a ver el Santo Sepulcro. Y porque el dichoFerr no tiene suficientes naves mercantes en el puerto de Marsella,me ha encomendado de requerir a maese Guillermo Porc, a fin de com-pletar el nmero. Los patrones Hugo Ferr y Guillermo Porc condu-cirn las naves hasta Tierra Santa por el amor de Nuestro Seor J. C.Hay al presente esparcidos en torno de la ciudad de Marsella ms desiete mil nios, algunos de los cuales hablan lenguas brbaras. Misseores los concejales, temiendo justamente la escasez, se han reunidoen la casa de cabildos, donde previa deliberacin, emplazaron a losdichos patrones a fin de exhortarlos y suplicarles que enven las navescon gran diligencia. El mar no es al presente muy favorable a causa delos equinoccios; pero hay que considerar que tal afluencia pudiera serpeligrosa para nuestra buena ciudad, tanto ms que estos nios estntodos hambrientos por lo largo del camino y no saben lo que hacen.Mand llamar a los marineros al puerto, y equipar las naves. A la horade vsperas se podr lanzarlas al agua. La multitud de nios no est enla ciudad, pero recorre la playa juntando conchas como recuerdos deviaje y han dicho que se asombran de las estrellas de mar y piensanque cayeron vivas del cielo a fin de indicarles el camino del Seor. Y deeste acontecimiento extraordinario, he aqu lo que tengo que decir:primeramente, que es de desearse que los patrones Hugo Ferr y Gui-llermo Porc conduzcan prontamente fuera de nuestra ciudad esta tur-

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    bulencia extranjera; segundo, que el invierno ha sido muy rudo, por loque la tierra est pobre este ao, lo que saben bastante mis seores losmercaderes; tercero, que no le avisaron a la Iglesia del deseo de estahorda que viene del Norte, y que no se mezclar en la locura de unejrcito pueril (turba infantium). Y es conveniente alabar a los pa-trones Hugo Ferr y Guillermo Porc, tanto por el amor que experi-mentan hacia nuestra buena ciudad como por su sumisin a NuestroSeor, enviando sus naves y convoyndolas por este tiempo de equi-noccio, y con gran peligro de ser atacados por los infieles que surcannuestro mar en sus falas de Argelia y de Buja.

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    Relato del Kalandar

    Gloria a Dios! Alabado sea el Profeta que me permiti serpobre y vagar por las ciudades invocando al Seor! Tres vecesbenditos sean los santos compaeros de Mohamed que institu-yeron la orden divina a la que pertenezco! Porque soy semejan-te a l cuando l fue arrojado a pedradas de la ciudad infameque no deseo nombrar siquiera, y se refugi en una vida dondeun esclavo cristiano tuvo piedad de l, y le dio uvas, y fue toca-do por las palabras de la fe al declinar el da. Dios es grande!Atraves las ciudades de Mosul, y de Bagdad, y de Basora, yconoc a Sala-ed-Din (Dios tenga su alma) y al sultn su herma-no Seif-ed-Din, y contempl al Comendador de los Creyentes.Vivo muy bien con un poco de arroz que mendigo y con aguaque vierten en mi calabazo. Mantengo la pureza de mi cuerpo.Pero la pureza mayor reside en el alma. Est escrito que el Pro-feta, antes de su misin, cay profundamente adormecido alsuelo. Y dos hombres blancos descendieron a derecha e iz-quierda de su cuerpo permaneciendo all. Y el hombre blancode la izquierda le hendi el pecho con un cuchillo de oro, y sacel corazn, del que exprimi la sangre negra. Y el hombre blan-co de la derecha le hendi el vientre con un cuchillo de oro, ysac las vsceras que purific. Y colocaron las entraas en susitio, y desde entonces fue puro el Profeta para anunciar la fe.Esta es una pureza sobrehumana que pertenece principalmentea los seres anglicos. Sin embargo los nios tambin son puros.Tal fue la pureza que dese engendrar la adivinadora cuando

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    percibi el halo en torno de la cabeza del padre de Mohamed yquiso unirse a l. Pero el padre del Profeta se uni a su mujerAminah, y el halo desapareci de su frente, y la adivinadoraconoci as que Aminah acababa de concebir un ser puro. Glo-ria a Dios que purifica! Aqu, bajo el prtico de este bazar, pue-do descansar, y saludar a los que pasan. Hay ricos mercaderesde telas y de joyas que se mantienen en cuclillas. He aqu uncaftn que bien vale mil dinares. Yo, no tengo necesidad de di-nero y soy libre como un perro. Gloria a Dios! Recuerdo, ahoraque estoy a la sombra, el principio de mi discurso. Primeramen-te, hablo de Dios, fuera del cual no hay Dios, y de nuestro santoProfeta, que revel la fe, porque es el origen de todos los pen-samientos, ya sea que salgan de la boca, o que hayan sido tra-zados con ayuda del clamo. En segundo lugar, considero lapureza de que Dios dot a los santos y a los ngeles. En tercerlugar, reflexiono en la pureza de los nios. En efecto, acabo dever un gran nmero de nios cristianos que fueron compradospor el Comendador de los Creyentes. Los vi por la carretera.Caminaban como un rebao de carneros. Se dice que vienen delpas de Egipto, y que los navos de los Francos los desembarca-ron ah. Satn los posea e intentaron atravesar el mar para ir aJerusaln. Gloria a Dios! No fue permitido que se realizara se-mejante crueldad. Porque estos pobres nios habran muerto enel camino, sin ayuda ni vveres. Son por completo inocentes. Y asu vista me arroj a tierra, y golpe el suelo con mi frente ala-bando al Seor en voz alta. He aqu sin embargo cul era el con-tinente de estos nios. Estaban vestidos de blanco, llevaban cru-ces cosidas sobre sus vestidos. Parecan ignorar dnde se en-contraban, y no demostraban afliccin. Mantenan los ojos cons-tantemente dirigidos a lo lejos. Not que uno de ellos era ciegoy que una pequeuela lo conduca de la mano. Muchos tienen

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    cabellos rojos y verdes pupilas. Son Francos que pertenecen alemperador de Roma. Adoran falsamente al Profeta Jess. Elerror de estos Francos es manifiesto. Desde luego est probado,por los libros y milagros, que no hay otra palabra que la deMohamed. En seguida, Dios nos permita glorificarlo diariamen-te, y buscar nuestra vida, y ordena a sus fieles que protejannuestra orden. Por ltimo, ha rehusado la clarividencia a losnios que partieron de un pas lejano, tentados por Iblis, y l nose ha manifestado para advertrselos. Y si ellos no hubiesen ca-do felizmente en las manos de los creyentes, habran sido apre-sados por los Adoradores del Fuego y encadenados en cuevasprofundas. Y estos malditos los habran ofrecido en sacrificio asu dolo devorador y odioso. Alabado sea nuestro Dios quehace bien todo lo que hace y que protege aun a los que no loconfiesan! Dios es grande! Ir ahora a pedir mi parte de arrozen la tienda de este orfebre, y a proclamar mi menosprecio porlas riquezas. Si le place a Dios, todos estos nios sern salvospor la fe.

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    Relato de la pequea Allys

    Ya no puedo caminar bien, porque estamos en un pas ar-diente, donde los hombres mentecatos de Marsella nos trajeron.Y al principio fuimos sacudidos sobre el mar en un da negro,en medio de los fuegos del cielo. Pero mi pequeo Eustaquio nosinti miedo porque no vio nada y yo le tena las dos manos. Loquiero mucho, y vine aqu a causa de l. Porque no s adondevamos. Hace largo tiempo que partimos. Los otros nos habla-ban de la ciudad de Jerusaln, que est al extremo del mar, y deNuestro Seor que estar ah para recibirnos. Y Eustaquio co-noca bien a Nuestro Seor Jess; pero no saba lo que es Jeru-saln, ni una ciudad, ni la mar. Huy por obedecer a las voces ylas escuchaba todas las noches. Las escuchaba en la noche acausa del silencio, porque no distingue la noche del da. Y meinterrogaba acerca de estas voces, pero nada poda decirle. Nos nada, y tengo pena solamente a causa de Eustaquio. Cami-namos cerca de Nicols, y de Alain, y de Dionisio; pero ellossubieron a otro navo, y no todos los navos estaban all cuandoapareci de nuevo el sol. Ay! qu les pasara? Los encontra-remos cuando lleguemos cerca de Nuestro Seor. Est muy le-jos todava. Se habla de un gran rey que nos hace venir, y quetiene en su poder la ciudad de Jerusaln. En esta comarca todoes blanco, las casas y los vestidos, y el rostro de las mujeres estcubierto con un velo. El pobre Eustaquio no puede ver establancura, pero le hablo de ella y se regocija. Porque dice que esla seal del fin. El Seor Jess es blanco. La pequea Allys est

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    muy cansada; pero tiene a Eustaquio de la mano, para que nocaiga, y no le queda tiempo de pensar en su fatiga. Descansa-remos esta noche, y Allys dormir, como de costumbre, cercade Eustaquio, y si no nos han abandonado las voces, tratar deorlas en la noche clara. Y tendr de la mano a Eustaquio hastael fin blanco del gran viaje, porque es necesario que ella lemuestre al Seor. Y seguramente el Seor tendr piedad de lapaciencia de Eustaquio, y permitir que Eustaquio lo vea. Y talvez entonces Eustaquio ver a la pequea Allys.

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    Relato del Papa Gregorio IX

    He aqu el mar devorador que parece inocente y azul. Suspliegues son suaves y est orlado de blanco, como un ropajedivino. Es un cielo lquido y estn vivos sus astros. Medito so-bre l, desde este trono de rocas al que me hice traer en mi lite-ra. Est realmente en medio de las tierras de la cristiandad. Re-cibe el agua sagrada donde el Anunciador lav el pecado. Ensus orillas se inclinaron todos los rostros santos, y balance susimgenes transparentes. Grande ungido misterioso, que no tie-nes ni flujo ni reflujo, cancin arrulladora de azul, engastada enel anillo terrestre como una joya fluida, te interrogo con misojos. Oh mar Mediterrneo, devulveme a mis nios! Por qulos apresaste?

    No los conoc. No fue acariciada mi vejez por sus frescosalientos. No vinieron a suplicarme con sus tiernas bocas entre-abiertas. Solos, como pequeos vagabundos, llenos de una feciega y furiosa, se aventuraron hacia la tierra prometida y fue-ron aniquilados. De Alemania y de Flandes, y de Francia y deSaboya y de Lombarda, vinieron hacia tus olas prfidas, marsanto, murmurando palabras confusas de adoracin. Fueronhasta la ciudad de Marsella; fueron hasta la ciudad de Gnova.Y los llevaste en naves sobre tu ancho dorso encrespado de es-puma; y volviste y alargaste hacia ellos tus brazos glaucos, y loshas sepultado. Y a los dems, los traicionaste, llevndolos hacia

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    los infieles; y ahora suspiran en los palacios de Oriente, cauti-vos de los adoradores de Mahoma.

    En otro tiempo, un orgulloso rey de Asia te hizo golpearcon vergas y te carg de cadenas. Oh mar Mediterrneo!Quin te perdonar? Eres tristemente culpable. A ti es al queacuso, a ti slo, falsamente lmpido y claro, mal espejo del cielo;te emplazo para ante el trono del Altsimo, del que dependentodas las cosas creadas. Mar consagrado, qu has hecho denuestros nios? Levanta hacia El tus dedos trmulos de burbu-jas; agita tu innumerable risa purprea; haz hablar a tu murmu-rio, y dale cuenta a El.

    Mudo por todas tus bocas blancas que vienen a morir amis pies sobre la playa, guardas silencio. Hay en mi palacio deRoma una antigua celda desdorada, que el tiempo hizo cndidacomo una alba. El pontfice Inocencio acostumbraba retraerseall. Se pretende que medit largo tiempo sobre los nios y so-bre su fe, y que pidi una seal al Seor. Aqu, desde lo alto deeste trono de rocas, en medio del aire libre, declaro que estepontfice Inocencio tena tambin una fe de nio, y que sacudien vano sus cabellos blancos. Soy mucho ms viejo que Inocen-cio; soy el ms viejo de todos los vicarios que el Seor puso enla tierra, y apenas comienzo a comprender. Dios no se manifies-ta de ningn modo. Asisti acaso a su hijo en el Monte de losOlivos? No lo abandon en su angustia suprema? Oh locurapueril la de invocar su ayuda! Todo mal y toda prueba residenen nosotros. Tiene perfecta confianza en la obra creada por susmanos. Y t traicionaste su confianza. Mar divino, que no teasombre mi lenguaje. Todas las cosas son iguales ante el Seor.La soberbia razn de los hombres no vale ms en el valor delinfinito que los ojillos radiados de uno de tus peces. Dios con-

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    cede la misma parte al grano de arena y al emperador. El oromadura en la mina tan impecablemente como el monje re-flexiona en el monasterio. Las partes del mundo son tan culpa-bles unas como otras, cuando no siguen las lneas de la bondad;porque proceden de El. No hay a sus ojos piedras, ni plantas, nianimales, ni nombres, sino creaciones. Veo todas estas cabezasblanquecinas que saltan por encima de tus olas, y que se fundenen tu agua; slo un segundo se doran bajo la luz del sol, y pue-den ser condenadas o elegidas. La extrema vejez instruye al or-gullo e ilumina a la religin. Tengo tanta piedad por esta pe-quea concha de ncar como por m mismo.

    He aqu por qu te acuso, mar devorador, que sepultaste amis pequeuelos. Acurdate del rey asitico por quien fuistecastigado. Pero ste no fue un rey centenario. Los aos no lohaban enseado bastante. No poda comprender las cosas delUniverso. Yo no te castigar. Porque mi queja y tu murmullovendran a morir al mismo tiempo a los pies del Altsimo, comoel rumor de tus aguas viene a morir a mis plantas. Oh mar Me-diterrneo! te perdono y te absuelvo. Te doy la muy santa abso-lucin. Ve y no peques ya. Soy culpable como t de faltas queno conozco. T te confiesas incesantemente sobre la playa portus mil labios dolientes, y yo me confieso contigo, gran mar sa-grado, por mis labios marchitos. Uno al otro nos confesamos.Absulveme y yo te absuelvo. Tornemos a la ignorancia y alcandor. As sea.

    Qu har sobre la tierra? Habr un monumento expiato-rio, un monumento para la fe ignorante. Las edades que vengandeben conocer nuestra piedad, y no desesperar. Dios condujohacia El a los nios cruzados, por el santo pecado del mar; losinocentes fueron asesinados; los cuerpos de los inocentes

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    tendrn un asilo. Siete naves se hundieron en el arrecife de Rclus; yo construir en esta isla una iglesia de los Nuevos Inocetes y establecer doce prebendados. Y t me devolvers loscuerpos de mis nios, mar inocente y constars en las playas de la isla; y los prebendados los colocarn enlas criptas del templo; y encendern, encima, eternas lmpdonde ardern leos santos, y mostrarn a los viajtodos estos huesecillos blancos esparcidos en la noche.

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    ilo. Siete naves se hundieron en el arrecife de Re-clus; yo construir en esta isla una iglesia de los Nuevos Inocen-tes y establecer doce prebendados. Y t me devolvers loscuerpos de mis nios, mar inocente y consagrado; los deposi-

    dos los colocarn enlas criptas del templo; y encendern, encima, eternas lmparasdonde ardern leos santos, y mostrarn a los viajeros piadosos

    cos esparcidos en la noche.