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Los laberintos secretos del patrón

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Los laberintos secretos del patrón

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Danis Cueto V.Olga Janeth Duarte P.

Ilustraciones:Blanca Alejandra Sánchez

Portada: Leonardo Arias

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Autor: Danis de Jesús Cueto Vanegas Coautora: Olga Janeth Duarte P. Prólogo: Padre Fray Ruben Darío López O.P Ilustraciones: Blanca Alejandra Sánchez D. Diagramación: Yolanda Coronado M. Producción: Helberth Antonio Sánchez S.

Primera edición, septiembre 2011Primera reimpresión, octubre 2011Segunda edición, abril 2012-04-20

Bogotá, D.C.

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Prólogo

El verdadero secreto de la educación no está en lo que se enseña sino en lo que se aprende, le escuché decir a Jesús Martín Barbero en uno de sus tantos momentos de lucidez prolífica, lo que hoy me hace creer que los colombianos no aprendemos de nuestras lecciones y frus-traciones; desconocimiento compilado en vastos y novedosos perga-minos editoriales que nada tienen que ver con nuestra propia historia en una lógica que deja ver el interés por el pasado de los otros y no en los acontecimientos que nos han hecho ser lo que somos. Tal vez sea una de las múltiples explicaciones, tan usuales para los que nacimos en este país tan lleno de contrastes y sobresaltos, por las que nuestro proyecto político de Estado-nación, iniciado con la pasión de jóvenes iconoclastas y utópicos en las aulas de los colegios San Bartolomé y Mayor del Rosario hace doscientos años, colapsara dejando las ruinas ensordecedoras del fracaso.

Aprender de nuestra historia significa encontrar en los hechos pasados la puerta del éxito, en los que conceptos como desigualdad, pobreza, corrupción, violencia, guerrilla o paramilitarismo no ten-drían definición. La importancia de aprender de nuestros aciertos y desaciertos ha sido una tarea inconclusa que necesita con urgencia ser terminada, siendo el escenario natural para ello las aulas de nues-tras escuelas y universidades en las que los sueños por un mejor país empiecen a ser construidos. En las páginas siguientes los estudian-tes, maestros, padres de familia y el público en general, encontrarán los caminos y otras bifurcaciones que los conducirán a redescubrir la historia de la generación de la independencia, probablemente la generación más importante que haya parido este país, con sus afa-nes, aventuras y desventuras que terminaron con la descolonización neogranadina, hechos olvidados por las propuestas editoriales que los condenaron, junto con nuestra historia épica, al recinto del olvido.

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6 Danis Cueto V. • Olga Janeth Duarte P.

El teatro argumental de Los Laberintos Secretos del Patrón, entonces, no podía ser otro que el centro histórico de Bogotá, con su emblemática Plaza de Bolívar. Nuevamente a través de la pluma de quienes lo escriben, se relatan los hechos más inusuales del Barrio de la Candelaria, La Calle Real, la Huerta de Jaime, La Plaza de las Hierbas, La Calle de las Nieves, La Plaza de San Victorino, La Catedral Primada de Colombia y las ermitas que la circundan se con-vierten así en el epicentro de una aventura frenética iniciada por un caricaturista callejero, un grafitero y su novia –quienes se encuen-tran involucrados en una relación antecedida por la fatalidad. Ellos inician un mágico recorrido por un laberinto subterráneo y misterioso de túneles secretos interconectados entre sí por bóvedas y criptas que encierran los más insospechados tesoros.

El texto que tú, amigo lector tienes en tus manos, constituye un diálogo fluído entre nuestro pasado glorificado y el presente urbano de la generación bicentenaria. En él se exploran las vicisitudes por las que transita la vida escolar, sus dificultades y frustraciones, se recrea la importancia de facebook, el chat room e internet en la apropiación de los conocimientos pero también explora los peligros por los que transita la vida juvenil. De esta manera, los autores hacen de la coti-dianidad de la vida escolar la más apasionante de todas las aventuras que puedan narrarse, siendo el matoneo y el desinterés estudiantil por el aprendizaje sus máximas preocupaciones. Cada personaje es construido desde la realidad de sus más allegados colegas y estudian-tes, tomasinos todos, los que comparten el día a día, la alegría y las frustraciones de quienes han escrito estas páginas. Fueron muchas horas en las que vi a Danis Cueto sentado en su sitio habitual, frente al computador, con mirada perdida y taciturna actitud, en otros mo-mentos, lo veía hablando y construyendo sueños con su fiel colega y amiga Olga Janeth Duarte –Licenciada en educación, especialista en enseñanza de la historia y Magister en evaluación educativa– acucio-sa, incansable y apasionada por el ejercicio docente; pero lejos estaba yo de imaginarme que estaban insertando en su aventura literaria a los personajes que constituyen la dinámica del texto que me fue dado

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prologar. Alejandro Urdaneta, pintor apasionado, con mirada pro-funda y nariz aguzada; Edgar Ramiro Flechas de barba blanca, cui-dadosamente tupida, ojos azules y mirada penetrante, semejante al Zeus olímpico; José Floresmiro Flórez, prudente, servicial, inteligente y siempre alegre, el cómplice ideal; Ulianova Cueto su pequeña hija, de ojos grandes y expresivos, convertida en el faro de sus naufragios; Leonardo Arias, grafitero, el estudiante que ningún maestro desea te-ner en su clase, pero de eximias condiciones artísticas y un exponente magistral en la ejecución del violín son, entre otros, los personajes que interactúan en el texto. Los nombres de Cristina y Reinaldo son los de sus progenitores mientras que los de Daniel Felipe, Last, Scas y Yens (grafiteros) sus estudiantes más entrañables.

Pensar en Danis Cueto, es recordar a El Maestro Ignorante de Jacques Ranciére porque al igual que Joseph Jacotot, el profesor francés del siglo XIX, es inquieto intelectualmente, cuando habla provoca en sus estudiantes el interés por la investigación y suscita en el claustro de compañeros maestros el interés por compartir sus inquietudes acadé-micas y su rigor intelectual. Es así que después de haber leído detenida-mente la obra se observa que los autores tienen gran imaginación, ha-cen uso exquisito de cada uno de los personajes y de las circunstancias que estos viven a la vez que entregan un mensaje a sus lectores. Hay que añadir que el texto conquista en cada una de sus páginas al más incauto y desprevenido de los lectores, generando en ellos nuevos espa-cios de reflexión dejándolos atrapados con su narrativa mágica y pro-vocando nuevos contextos a través de experiencias de su propia vida.

Los autores en este trabajo se formulan expresamente maneras nuevas que les permiten interpretar y dejar escritas experiencias de su vida cotidiana, de sus quehaceres diarios, lo cual finalmente, dan sentido a la existencia humana y la sacan de su situación rutinaria para hacerla, mediante la fantasía y la imaginación, una aventura apasionante para ser vivida.

Fray Rubén Darío López García O. P.Rector Colegio Santo Tomás de Aquino

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I

Una luz blanca apareció ante los ojos desorbitados del Patrón, se encontró así mismo en un recinto en el que la espesa blancura de las paredes laterales se perdía en el infinito celestial, miró para un lado y para el otro, miró hacia arriba y hacia atrás pero una horrible sensación de desconsuelo se apoderó de él cuando se descubrió solo y desnudo en un lugar desconocido. Abrió y cerró sus ojos negros una, dos y tres veces sin poder identificar aún aquel extraño lugar, un frío penetrante helaba la médula de sus huesos carcomiendo su resistencia, quebrantan-do su fortaleza y fue la misma sensación que sintió aquel primer día en la celda de la Estación de Policía del Barrio Ricaurte –¡Seeeveero! –dijo asustado.

No acababa de salir de su estupor cuando súbitamen-te una mole blanca cayó ante él provocando un estruen-do horrible. Quedó sordo por unos instantes, el corazón empezó a latirle más rápido de lo acostumbrado y casi muere del susto que le produjo tal epi-sodio. Luego de un eterno minuto recobró sus latidos habituales, pudo ver que el peso de la mole había agrietado el suelo y descubrió que era un bloque de mármol de 2.10 metros por 95 centímetros, lo que había provocado su paráli-sis. Pensó en “rayarlo”, sintió una paz universal.

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El recuerdo de la fría celda había desaparecido por completo, después vio cómo dos manos mágicas soste-nían un martillo y un cincel que amenazaban con es-culpir el mármol. En segundos, el cincel describió ma-gistralmente el busto de un hombre viejo con cabello blanco rizado y largo, barba muy tupida y más blanca que la nieve; los ojos del anciano, por gracia del buril, habían alcanzado la expresión de vehemencia y mando eterno.

–¡Qué chimmba! –atinó en decir al tiempo que la imagen esculpida se desvanecía ante sus ojos sin que pudiera reconocerlo.

El cincel tallaba a un ritmo frenético. El mazo alternó sus golpes sobre el repujador que ya había definido el cuerpo desnudo de una hermosa mujer. Boquiabierto, el Patrón vio como eran talladas las facciones más hermo-sas y delicadas, acompañadas por un cabello ondulado, largo, abundante y mientras él intentaba reconocer de quien se trataba, las manos mágicas ya habían logra-

do que el cincel labrara los senos erguidos y re-dondos de la mujer. Con la misma velocidad las manos tallaron los genitales, dieron expresión atlética a las piernas, los pies fueron agraciados con pequeñas alas doradas y celestiales mien-tras que los brazos tonificados otorgaron a la escultura la perfecta armonía olímpica.

–¡Alejandra!, ¡Alejandra! ¡Aleja! ¡Ale…! –sollozó sintiéndose confundido, pero una fres-

cura que le salía de adentro le recordó que una mujer como la que acababa de ver inspiraba en él todos los sentimientos y emociones juntas. El corazón se le ace-leró, una extraña mezcla de deseo e incertidumbre se

Esculpir:Labrar

a mano una obra en algún material.

Cincel:Herramienta con

boca acerada y recta, de doble

bisel, usada para labrar a golpe de martillo piedras

y metales

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adueñó de él cuando vio que la escultura se deshacía con la misma velocidad con la que había sido creada sin que ni siquiera pudiera tocarla, pese haber hecho el intento. La imagen del anciano desconocido lo había impactado aunque no lo mortificó más allá de la sensación de no saber de quien se trataba, pero la figura de Alejandra esculpida en aquel bloque le produjo muchas más emo-ciones. Esa imagen quedaría grabada para siempre en el cofre de sus recuerdos.

El cincel seguía su marcha. Un instru-mento de cuerda fue labrado en un san-tiamén, clavijas, ceja, mango, mastil, tapa armónica y cuerdas cinceladas le dieron la ventaja para afirmar suavemente –¡es un violín!– sin que el cincel mágico terminará aún su obra. El buril sin detenerse termi-nó de confirmar el vaticinio de el Patrón y los calados, cordal, mentonera, botón, atadura, afinadores, puente, escotadura y el arco aparecieron gradualmente seguidos por la mirada atenta de su observador.

–¡Leonardo! –una voz destemplada desde el infinito boreal del recinto se escuchó a lo lejos. –¡Leonardo! –escuchó nuevamente la voz pero esta vez más cerca de él. Con el grito había descuidado por un segundo el ins-trumento, sin embargo, volvió la mirada sobre él y nue-vamente pensó en el anciano de barba blanca, recordó a Alejandra y repasó la imagen del violín, las tres imáge-nes esculpidas se negaban a desaparecer de su memoria.

–¡Leonardo vas a llegar tarde al colegio! –un grito estridente lo despertó, dio un salto que lo sacó de la cama dejándolo bocabajo en el piso duro y frío, era la voz de su madre que lo había estado llamando para que se

Buril:Instrumento puntiagudo de acero para grabar en metales.

Escotadura:Cortadura en el borde de una cosa que altera su forma.

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despertara. Era martes, día uno en el colegio. Se duchó en fracción de segundos, en tiempo record se colocó el uniforme y guardó en el morral tres aerosoles Montana: violeta vampiro, naranja signal y verde valle, dispuso en el interior de la maleta el estuche de los difusores, el black book y los sharpies. Antes de salir se detuvo un momento y observó el enorme lienzo sobre el bastidor que desde hacía días había subido a su habitación con la esperanza de empezar a pintar sin que hasta el momento pudiera hacerlo. –¡Cuando el lienzo está listo el artista aparece! –musitó las palabras del Maestro. Cogió su blackberry y se marchó para el colegio.

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II

Reinaldo Urdaneta, trotamundo urbano, caricatu-rista de profesión, pintor y retratista callejero inició su caminata habitual hacia su puesto de trabajo. En su re-corrido ya era muy natural encontrarse con las primeras venteras de baratijas que madrugaban a la Plaza de San Victorino, observar en número, muy escaso, los usua-rios que salen de Transmilenio y ver otros tantos que se disponen a hacer transbordo dirigiéndose en dirección contraria a los que abandonan el sistema, así que ya le era muy fácil identificar las primeras personas en llegar a este sitio del centro de la ciudad. Un transeúnte in-usual, vestido con un bluejean desgastado, casaca roja, chaqueta y gorra negras avanzó por su costado izquier-do, Urdaneta lo observó mientras el desconocido se per-día en su avanzada.

–¡Este va cometer una fechoría! –musitó– y siguió caminando hacia el oriente, en dirección paralela a los cerros, sin que el hombrecillo que había precipitado su vaticinio lo siguiera perturbando.

A Urdaneta le gustaba caminar hacia el oriente en di-rección paralela a los espejos de agua del Eje Ambiental de la Avenida Jiménez, porque el contraste que producía el agua al correr en dirección contraria a su marcha ma-tutina, era la epifanía que lo transportaba al mundo má-gico de los hechos históricos. Conocía de sobra la historia de la ciudad, sabía que a finales del siglo XVIII Santafé contaba solo con tres primitivos acueductos Aguavieja, Aguanueva y San Victorino que transportaban el agua por gravedad en la misma dirección que lo hacen ahora por el canal del Eje. El cauce de estos incipientes manantiales

Fechoría:s. f. Acción mala de cierta importancia.

Epifanía:Manifestación, creación.

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abastecía tres pilas públicas en las que los parroquianos santafereños se proveían del frío líquido. Las pilas cons-truidas en piedras estaban ubicadas en La Plaza Prin-cipal, hoy Plaza de Bolívar, justo donde se encuentra la estatua del Libertador, en la Plazoleta de las Nieves y la última, en la Plaza San Victorino. De repente, una al-garabía se desplazó por el silencio de la mañana y lo trajo de nuevo al presente urbano. En la Estación de las Aguas un tumulto de gente hacía un círcu lo humano y acompañaban con la mirada el forcejeo entre dos poli-

cías y un delincuente –¡Es él! –dijo lloriqueando una mujer y señaló con su dedo al malhechor. El caricaturista, entre tanto, se abrió paso entre la muchedumbre, vio al infortunado esposado, vencido y tirado bocabajo sobre la alameda, lo reconoció de inmediato –era el transeúnte in-usual que había visto momentos antes en la Plaza de San Victorino y de quien dedujo era un delincuente.

Luego de una larga espera una patrulla hizo su aparición, los dos policías que habían apresado al de-lincuente lo metieron esposado al vehículo, después lo hizo la mujer, por último lo hicieron los uniformados y luego emprendieron la marcha. La muchedumbre que hasta entonces estuvo expectante empezó a dispersar-se y todo volvió a la normalidad. Urdaneta, que mucho antes de que llegara la patrulla, había iniciado el des-censo por la calle 19, apretó el paso y llegó justo al edifi-cio Valparaíso, vio a una niña de 9 años salir del recinto con su madre, las dos se despidieron con un beso en la mejilla, la menor subió a una ruta escolar que la aguar-daba mientras que la mujer subió a un taxi y se perdió

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en los confines de la ciudad. Urdaneta, abrió y cerró los labios –¡Ulianova! –sollozó– al tiempo que sintió como si un rayo entrara por su cabeza. Un dolor intenso se alojó en su pecho, justo al lado izquierdo y por unos mi-nutos murió, luego, volvió a la vida, estaba sentado en las escalinatas de un almacén a tan solo treinta metros de donde salieron la mujer y la niña. Se dirigió a este edificio y con la complicidad del conserje entró, subió hasta el segundo piso se detuvo en el apartamento 246, se agachó, sacó de su gabán un sobre blanco, lo metió por debajo de la puerta y bajó de inmediato. Urdaneta realizaba la misma rutina el primer día de cada mes des-de hacía cinco años.

–¡Señor Urdaneta! –escuchó a sus espaldas la voz del conserje justo cuando cruzaba el umbral de la puerta principal del edificio.

–Hola Floresmiro –respondió sin voltear.–¿Qué ha pensado de lo que hablamos? –¡Un día de estos! –contestó el caricaturista reini-

ciando su marcha.La calle 19 empezaba a poblarse con vehículos y

transeúntes anunciando el verdadero comienzo del día, Urdaneta luego de haber caminado unas cuantas cua-dras por ella la abandonó y cogió la carrera Séptima ha-cia el norte hasta el café–bar El Mercantil. En este lugar, los clientes podían leer sin costo alguno los periódicos y semanarios de circulación nacional, escuchar las noti-cias en la radio, enterarse de los eventos políticos, reque-rimientos judiciales, informarse sobre la corrupta clase dirigente y de uno que otro chisme malicioso echado a rodar para que la opinión pública tuviera algo de qué hablar, a la vez que, disfrutaba el mejor café del centro

Conserje:Persona que tiene por oficio cuidar de la custodia y mantenimiento de un edificio o establecimiento público.

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de la ciudad. El Mercantil era el teatro político en el que Urdaneta recogía las ideas, imágenes y símbolos que luego convertía en trazos gráficos irreverentes que ale-graban los millones de fonemas y grafemas del semana-rio para el cual trabajaba. Su trabajo como caricaturista ya era reconocido por los clientes del Mercantil, al fin y al cabo, sus caricaturas también llegaban al café a través de la publicación semanal para la cual trabajaba.

–¡Su café como le gusta, Maestro Urdaneta! –dijo una copera sirviéndole una buena taza.

–¡Gracias! –respondió con la cabeza clavada en la página editorial del periódico que estaba leyendo. Ur-daneta tenía la costumbre de leer todas las columnas de opinión de los periódicos, semanarios y revistas que llegaban al Mercantil con asombrosa velocidad, ejercicio que complementaba pasando revista a su última carica-tura, repasando las fotos de los políticos y dirigentes que habían dado de que hablar durante la semana y luego se dirigía a su lugar de trabajo.

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III

En clase de Química el silencio y la atención eran absolutos, Leonardo, como de costumbre, dibujaba en su black book. Había logrado bosquejear con detalle al anciano de barba blanca, el violín y a Alejandra, las imá-genes de su sueño más reciente, las coloreó con los shar-pies y obtuvo una hermosa conjunción que le daba vida a los dibujos. Estaba en estas, cuando el ringtone de su blackberry anunció la llegada de un inbox.

–¡Patrón, Flechas lo st@ buskndo! –le escribió un ca-rrito.

–¿Y eso? –respondió al mensaje con una velocidad infinita que nadie en la clase se percató de ello.

–Algo sbre 1s lbros perdi2 –respondió con la misma velocidad el remitente. Acto seguido el Patrón guardó el teléfono y siguió coloreando sin preocupación alguna. Dos minutos después un estudiante de quinto Grado hizo su aparición, ofreció disculpas a la profesora e in-terrumpió la clase preguntando por el estudiante Leo-nardo Arias.

–¡Soy yo! –se levantó del puesto dirigiéndose a la puerta de salida.

–El profesor Flechas que por favor suba de inmedia-to a su oficina –dijo el mensajero mientras el requerido cruzaba la puerta del salón.

En la oficina Flechas esperaba con ansiedad detrás del escritorio, vio a Leonardo en la puerta, lo invitó a seguir y sentarse, los ojos del coordinador destilaban fuego y su mirada incandescente se clavó sobre la hu-manidad del menor.

–¿Qué sabe de los libros perdidos?

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–¿Cuáles? –respondió el Patrón con actitud desa-fiante.

–Señor Arias, usted sabe perfectamente de lo que le estoy hablando –enfatizó el coordinador. Usted sabe todo lo que pasa en este colegio, aquí no se mueve una aguja sin que usted sepa quien la movió –sentenció.

–No sé de lo que me está hablando –dijo– pero si quiere lo averiguo.

–¡Está bien! tiene hasta la última hora de clase –asin-tió Flechas sin quitarle la mirada de encima y lo despidió.

En el colegio la vida escolar para el Patrón había caí-do, desde el penoso episodio del mes de noviembre del año pasado, en la más irrazonable de las monotonías, los destellantes ojos azules de Ramiro Flechas se habían convertido en el símbolo inquisidor para el nuevo Leo-nardo; y su barba blanca, muy tupida, la señal inequí-voca que garantizaba sus nuevos comportamientos. El Patrón sabía que de no cambiar su comportamiento, sus días en el colegio estarían contados y Flechas tendría mucho que ver en ese desafortunado suceso, pero muy a pesar de la vigilancia que el coordinador ejercía sobre él, había nacido en el Patrón un singular afecto paterno por Ramiro Flechas y en buena parte, sabía que su gra-dual transformación era producto del trabajo incansable de este profesor de apariencia bonachona y de firmes decisiones.

Leonardo se había granjeado desde años anteriores en el colegio el mote de el Patrón por su descomunal fuerza avasalladora y liderazgo natural, ello hacía que los estudiantes le temieran o lo reverenciaran. Había construido una red inteligente de servidores o “carritos” –como burlonamente los llamaba– en cada uno de los

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cursos, suerte de pandilla escolar que se reunía en los descansos, protegía a los indefensos a cambio de algu-nos cuantos pesos y en ocasiones, recibían las onces de todos aquellos que no podían pagar la protección ofre-cida. “Los carritos” se encargaban de informarle qué es-tudiantes no cumplían con el pago de la cuota o a quien se debía amedrentar, luego, el Patrón con una habilidad asombrosa lograba someter a los revelados. “La bandola” constituida por los más fuertes y rudos de cada salón se contentaba con la repartición de los alimentos reco-lectados, en cambio, el dinero era exclusivamente para Leonardo, así pues, todos los días se lograba llevar para su casa un gran botín.

Pero de aquel joven rudo e indisciplinado no que-daba nada, no obstante y a pesar de su voluntad, aún quedaban estudiantes que lo reverenciaban o le seguían temiendo, pagaban juiciosos sus contribuciones y ha-cían por él sus tareas, cosa que no lo molestaba. Aunque los nuevos problemas de indisciplina en el colegio ya no tenía nada que ver con Leonardo, Flechas y los profeso-res lo seguían vinculando a los robos, matoneo y grescas que se generaban en la vida estudiantil, a tal punto que cuando se necesitaba esclarecer algún problema o resol-ver un robo el Patrón era el mejor de los aliados. Él cono-cía muy bien la vida diaria del colegio, los estudiantes de su antiguo parche le consultaban, pedían sus consejos o le comunicaban sus andanzas, de esta manera, sabía todo lo que pasaba dentro y fuera del claustro.

El nuevo Leonardo veía pasar los días en el colegio, ahora su único interés se centraba en participar con un ex-celente óleo en el “Séptimo Salón de Arte Fray Angélico” para que un “marchante”, buen conocedor del negocio

Gresca:s. f. Alboroto o discusión muy ruidosas.

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del arte, pudiera comprárselo. Esto se había convertido en una obsesión que lo desvelaba, por lo mismo subió el bastidor y las pinturas hasta su alcoba con el firme propósito de atrapar in fraganti la esquiva musa, se ha-bía alejado de su crew, SAC, disminuyó su participación en los coros musicales eclesiásticos en los que ejecutaba el violín, abandonó por completo La bandola que tan-tos problemas le había generado con Flechas y estaba aprendiendo algunas técnicas y truquillos de un retra-tista y caricaturista callejero por el que nadie daba peso alguno. Estaba convencido que el retratista poseía una técnica envidiable, en él habitaba un don mágico para la observación aunque, en ocasiones, le escuchara decir las cosas más extrañas de este mundo. Algunas veces lo veía desconectado de la realidad, en otras tantas lo oía desvariar, pero luego salía de este letargo para pro-poner las reflexiones y soluciones más lucidas que un mortal pudiera expresar, por lo que con acierto le llama-ba “Maestro”. Este artista callejero robaba su atención y todo el tiempo libre con el que contaba, y al igual que Flechas, se había convertido en un símbolo de respeto y admiración, así que no había tiempo para pensar en “pilatunas” escolares.

El día avanzaba sin mayores sobresaltos, el Patrón tenía la misión de rastrear el paradero de los libros per-didos o, en su defecto, señalar a los culpables para que Ramiro Flechas no siguiera sospechando de él, lo ate-rraba la idea de tener que “sapear” a alguien, porque él no era un hombre de estas calidades, pero sabía que de verse obligado a delatar a alguien contaba con el silen-cio del coordinador. A la hora del descanso se dirigió a “La W”, pista institucional donde los skaters se reunían

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a practicar y hacer sus trucos, también era el lugar don-de su antiguo “parche” se congregaba a saborear los manjares obtenidos de los más débiles e indefensos del colegio. “Los carritos” cuando lo vieron llegar abrigaron la esperanza de que su antiguo líder volviera a tomar las riendas de la pandilla, pero el desencanto fue acom-pañado por un silencio profundo cuando el Patrón in-quirió al nuevo líder: –¡Parcero! necesito que aparezcan todos los libros perdidos, tiene hasta la hora de salida para hacerlo, espero no tener que repetirlo –dijo en tono amenazante. “El carrito” sin pronunciar palabra, asintió con la cabeza agachada. Después de esto el Patrón dejó “La W” bajo la mirada desconcertada de sus antiguos compañeros y se perdió entre la multitud estudiantil agolpada en el patio central, minutos más tarde sonó el timbre recordando el fin del descanso y el inicio de la última hora de clase. Tiempo después, en el aula, el Patrón escuchó el ringtone de su blackberry, era un inbox en el que le informaban que en las baterías de los baños del tercer piso se encontraban los textos escolares y, sin pedir permiso al profesor de la última hora, abandonó el salón, se fue a los baños, recogió los libros y se dirigió a la oficina del coordinador de convivencia quien lo espe-raba con impaciencia.

–Señor Arias, ya empezaba a extrañarlo –dijo Fle-chas pasando la mirada para constatar que fueran 17 los libros que el joven había colocado encima de su escritorio.

–¡Ya está! ¿Algo más?–Arias, –respondió el coordinador en

señal de querer continuar la conversación– usted es un líder, los estudiantes le creen y

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lo respetan ¿por qué no usar esa energía para mejorar la disciplina y el desempeño académico de los estudiantes que lo necesitan?

–¡Sueeeñe! –respondió despectivamente y salió a toda prisa.

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IV

Después de clases era costumbre para Leonardo de-vorar las calles que encontraba de camino al centro de la ciudad, lo acompañaban en esta aventura tres aerosoles de colores vivos y estridentes, grababa su tag en cuanta pared, tapia o muro encontraba a su paso, –¡los muros tienen la palabra! –mascullaba entre dientes sin mover un músculo de la cara mientras “rayaba”. Después de realizar su marca personal las fotografiaba con su blac-kberry y luego las almacenaba en una carpeta digital en la que yacían más de dos mil de sus tags y pieces de todos los colores y tamaños. La ciudad conocía de un artista urbano que se presentaba bajo el seudónimo de “Leo”.

En la carrera Séptima con calle 20 vio al Maestro en “La Oficina”, así le llamaba con ironía al espacio del an-dén de la ETB donde se hacía su tutor, lo encontró aga-chado haciendo un retrato en carboncillo de una joven muy hermosa. Aún era muy difícil para el Patrón aceptar la idea de que ese hombre tirado en la calle, ganándose la vida, pudiera atraer la atención del más despistado de los hombres, pero la apariencia física del Maestro era la consecuencia natural para no pasar desa percibido. Era un hombre muy alto y como vestía siempre gabardina negra y botas del mismo color parecía ser más alto que todos los hombres, su mirada penetrante y aguda ro-deada de protuberantes líneas de expresión daban la sensación de estar desnudos ante él y su nariz grande y alargada le conferían a su rostro la expresión de un es-pía, siempre en estado de máxima alerta, mientras que su cabello cano y ensortijado infundían respeto y admi-ración. Parecía un detective de novelas policíacas.

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–Buenas tardes Maestro Urdaneta –saludó Leonardo.–Buenas tardes –contestó el Maestro sin quitar la vis-

ta del retrato que realizaba.–¿Qué hay que hacer? –En el portaplanos hay trabajo para entregar mañana

–dijo.Leonardo se puso a trabajar en un retrato de un niño

de diez años. En todo el tiempo que tenía de estar tra-bajando con Urdaneta había desarrollado una singular destreza y habilidad, las lecciones iniciales sobre retratos y las instrucciones generales sobre caricatura impartidas por su Maestro, sumado al conocimiento que él tenía sobre el dibujo, le habían hecho merecedor de halagos y reconocimientos por parte de los transeúntes que ob-servaban su trabajo. Una vez terminados, fotografiaba los retratos con su blackberry y luego los exhibía en el caballete ubicado sobre el andén antes que sus dueños originales pasaran a recogerlos.

Urdaneta terminó el retrato que estaba rea-lizando, se levantó y cruzó la carrera Séptima y se dirigió al Mercantil, Leonardo lo siguió con la mirada y luego se concentró en el trabajo que estaba haciendo. Una extraña sensación se había apoderado de él, –¿será que al Maestro le sucede algo? –se preguntó sin abandonar la actividad– pero no le dio mayor importancia porque des-pués de seis meses de estarlo conociendo nada le extrañaba de este hombre reservado. No era nada raro, pues de esta manera fue como Ur-daneta, desde el primer día, había logrado su

atención. Ese día Leonardo, luego de la jornada escolar, había iniciado su caminata urbana por la carrera Sépti-

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ma “rayando” sin cesar y estampando en los muros del centro sus Tags –porque para un “escritor urbano” como él, la firma personal era muy importante y ello garanti-zaba el reconocimiento de todo el círculo de escritores gráficos– cuando vio sobre el andén un retrato hecho en carboncillo de Bob Marley con un grado de detalle tal, que le daba vida al jamaiquino, se acercó al artista que retraba en vivo a una pareja de enamorados diciéndole:

–¡Parce! ¿cuanto me cobra por enseñarme a dibujar?–Leo, un grafitero con una técnica tan depurada

como la tuya no necesita que nadie le enseñe nada, ¡cuando el lienzo está listo el artista aparece! –respon-dió el retratista levantando y agachando enseguida la mirada sobre el retrato que realizaba.

–Mira “cucho” no se como carajos sabes mi nombre o si me conoces de otro lugar –dijo en tono airado y mi-rando al extraño. –¿Me puedes enseñar o no? –inquirió entre asustado e impresionado reparando las facciones del hombre y sintiendo que los ojos del extraño eran los de una persona de mente muy aguda que miraba con singular afecto.

– ¿Conocerte? ¡Si jamás te había visto!–¿Entonces?–¡Chinito tonto! –dijo– los gestos, las muecas y los

rasgos marginales del rostro de las personas son el pan nuestro de un caricaturista. Sobre la calle 22 con ca-rrera Séptima, justo al frente del lugar donde general-mente tomo las onces, hay un tag –throw up– de color fucsia delineado con bordes cromados de tres letras que dice –LEO–, ello indica que un grafitero ha estado por aquí, y como aún la pintura sobre el muro está fresca, supongo que no debe andar muy lejos –respondió de-jando a Leonardo boquiabierto.

Lienzo:es una tela que sirve como soporte a las artes pictóricas hecho normalmente de lino, algodón o cáñamo. También se denomina lienzo a la obra pictórica en si una vez plasmada sobre la tela.

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–¿…Y cómo sabe que soy yo… sabelotodo? –respon-dió sin manifestar el asombro que le habían causado las deducciones del retratista.

–Pues, ¡observa tus manos!–¿Que tienen mis manos? –preguntó mirándose las

extremidades sin hallar una respuesta.–Tus manos tienen grabadas el rastro de los colores

de la pintura del tag que vi hace algunos minutos en la calle 22, fucsia y cromo –respondió el retratista.

–¡Bien! ¿por favor me puede enseñar? –dijo con acti-tud sumisa y respetuosa.

–Ya te dije que tienes un increíble talento –respondió el viejo recibiendo el pago del retrato de los enamorados que ya había terminado.

–¡Por favor! ¡por favor! ¡por favor! –suplicó. Luego de unos minutos de largo silencio y de las suplicas del mu-chacho Urdaneta respondió:

–¡Está bien! pero tienes que trabajar conmigo en este lugar, cuatro días a la semana, adelantar los traba-jos que te asigne y mostrar más respeto por los artistas callejeros ¿estamos? –agregó compadeciéndose del mu-chacho, que hacía unos momentos posaba de soberbio e irrespetuoso.

–¡Sí Maestro!Desde ese día se inició una bonita amistad entre los

dos, en la que el respeto y la admiración del joven hacia el viejo le servirían en últimas a cada uno de ellos, para cambiar por completo sus vidas.

Leonardo estuvo trabajando con tesón en la tarea que el caricaturista le había encomendado, cuatro horas des-pués recordó que su Maestro se había dirigido en direc-ción al Mercantil y no había regresado, así que recogió

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los enseres y se asomó al café–bar. Un viejo tango salía del interior del recinto acompañado de una enorme capa de humo producto de la cantidad de cigarrillo que se aspiraba adentro. Entró abriéndose paso entre dos coperas y tres borrachos que discutían acerca de la cuenta por pagar, identificó a su Maestro en un rincón, estaba solo y muy ebrio, a penas si podía estar sentado. Sintió lástima por él, en los seis meses de estar trabajando juntos, era la primera vez que lo veía en este estado tan triste y lamentable, lo conminó a pagar la cuen-ta y salieron del lugar, apoyándose el uno sobre el otro. El peso del borracho era demencial, cogieron un taxi que los condujo hasta la casa del caricaturista en una zona muy deprimida del centro.

Urdaneta vivía en una casona republicana de dos pi-sos, ventanales verdes, portones tallados, techos de tejas rojas y aleros que servía de hostal a los más desafor-tunados, construida a finales de 1900. La casa estaba ubicada justo detrás de la iglesia del Voto Nacional, en una calle angosta y larga que durante el día parecía un mercado persa pero en horas de la noche la soledad era la mejor cómplice para los delincuentes que entraban y salían por un estrecho corredor de El Bronx. En el primer piso funcionaban seis grandes locales comerciales sepa-rados entre sí por un zaguán interno que comunicaba con unas habitaciones grandes y antiquísimas, mientras que al segundo piso se accedía a otras habitaciones por unas escaleras viejas y rugientes. Urdaneta, apoyado sobre los hombros de Leonardo, abrió con facilidad un viejo portón y caminaron por un largo pasillo, al final de este solo encontraron una habitación que abrieron

Conminó:invitación a realizar algo.

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con solo empujar la puerta, luego, el muchacho condujo al caricaturista hasta un viejo catre y antes de acostarlo sintió que las viejas tablas del piso se abrían ante ellos y en segundos, los dos cuerpos se precipitaron al vacío, en caída libre, por un enorme agujero.

Catre:Cama

estrecha y ligera para

una sola persona.

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V

En su habitación, Alejandra preparaba los últimos detalles de su primer parcial sobre cultura física, duran-te toda la tarde estuvo leyendo algunos textos digitales, PDF, sobre los cuales giraría el examen a la mañana si-guiente por lo que no había extrañado la llamada habi-tual de su novio. Después de estudiar, entró desde su PC a facebook y en el chat room encontró algunos compañeros de clases con los cuales se puso a chatear sobre el parcial y algunos eventos culturales a los cuales pensaba asistir con Leonardo. En “el muro” habían diecisiete mensajes escritos entre compañeros de la universidad, familiares y antiguos amigos del colegio, dos recordatorios de cumpleaños próximos y tres invitaciones a grupos nuevos pero no encontró ningún mensaje de su novio. Le marcó desde su Iphone una, dos y tres veces pero no obtuvo respuesta, salvo la grabación que indicaba que el número marcado no estaba disponible.

Alejandra tenía una relación sentimental con Leo-nardo desde hacía tres años. Nunca relación alguna, a sus dieciséis años, le había durado tanto pero con él había un embrujo indescriptible y una admiración por la forma magistral como ejecutaba el violín y realizaba singulares murales. Pero quizá lo que más le gustaba de Leonardo era la forma como este estudiante de último grado de bachillerato la trataba. Para ella era muy im-portante tener a su lado un hombre detallista, amoroso, atento y respetuoso. En todo este tiempo había sido fe-liz. Volvió a marcar al número del teléfono de Leonardo pero no obtuvo respuesta, después entró al chat room

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de Flickr pero tampoco encontró rastros de él y volvió a marcar dos veces pero el teléfono móvil de Leonardo seguía en buzón de mensajes.

La habitación de Alejandra estaba muy bien decora-da: en una de las cuatro paredes colgaba un cuadro en marco de cedro, era un autorretrato en carboncillo que Leonardo le había hecho dos meses atrás para conme-morar un nuevo aniversario; otra estaba adornada con una piece de colores vivos que decía “Aleja”; en la tercera había un mural, un street art en la que ella aparecía dibu-jada como una indígena con alas blancas y celestiales li-geramente suspendida por encima de una congestiona-da avenida urbana y, en la última, estaba grabado el tag de su enamorado. Con todo esto, Alejandra comprendió la importancia del grafiti en la vida de Leonardo, la sen-sibilidad con la que grababa en los muros era sinónimo de la pasión con la que este vivía la vida todos los días. “Rayar” para él era como una aventura sin fin.

Se habían conocido a través de facebook. Una invita-ción a formar parte de un grupo sobre arte urbano apa-reció en “el muro” de los dos y sin pensarlo dos veces se agregaron. Esta comunidad virtual, además de vincular a nuevos cibernautas al grupo, permitía que sus miem-bros participaran entre sí a través del chat room. Mien-tras se aproximaba la fecha para el evento los mensajes llegaban con mayor regularidad y el chat se convertía en la forma instantánea para hacer nuevas amistades. Una madrugada Alejandra no podía conciliar el sueño, des-pertó y entró a su cuenta de facebook, encontró conecta-do a Leonardo, simultáneamente los dos vieron las fotos de sus perfiles y ello fue la nota de interés para seguir en el chat. Durante toda la madrugada hablaron sin ur-

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gencias ni temeridades, se preguntaron por sus vidas, gustos y preferencias, se describieron y se dieron los nú-meros telefónicos y antes que los primeros rayos del sol aparecieran, se conocieron a través de la webcam y, como por arte de magia quedaron flechados.

En los días siguientes, pasadas las diez de la noche, se conectaban y chateaban afianzando los nexos más y más. No asistieron al evento que los encontró en la red so-cial pero en cambio se vieron por primera vez en casa de Alejandra y sellaron su amor. Compartían mucho tiem-po juntos, se hablaban muy seguido por teléfono, chatea-ban día y noche, ella en algunas ocasiones, lo acompa-ñaba a realizar sus grafitis y, al igual que la penumbra de la noche, se convirtió en la cómplice ideal, en tanto que él la acompañaba a los eventos deportivos y musicales en la universidad. Alejandra sufría en silencio la soledad familiar que vivía Leonardo, la madre de este se había separado de su esposo y crió sola a sus dos hijos, traba-jaba sin cesar y no le quedaba tiempo para cuidarlos y atenderlos. El hermano mayor ya era profesional y cola-boraba con los gastos del hogar mientras que Leonardo no se había graduado de bachiller y había perdido dos años, lo que le daba pie para que su madre le enrostrara los éxitos y méritos de su hermano mayor.

Alejandra aún tenía frescos los recuerdos del desdi-chado suceso del año pasado, la muerte del estudiante y compañero de clases de su enamorado –Daniel Felipe– fue un golpe muy duro que Leonardo no había superado y peor aún, se sentía cada día más culpable. El violín así como sus amigos grafiteros Last, Yens y Scas pasaron a un segundo plano, pues fueron desplazados por un viejo caricaturista que robaba la atención del Patrón, sus

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conversaciones por teléfono o en el chat se centraban en el desafortunado artista callejero. Nuevamente marcó al número de Leonardo tres veces pero sin respuesta al-guna, por lo que tomó la decisión de enviarle un inbox:

Amooor estooooy muuuuuy preooooocupada por tiiiii, por favor cuando veas ste mensaj comunícat conmigo… Te

quierooooooooooo……Y entre los buenos recuerdos vividos con él y una

fea corazonada se quedó dormida. Se levantó durante la noche tres veces sobresaltada y marcó al número de Leonardo tantas veces como pudo, la horrible corazo-nada se hacía cada vez más fuerte en la medida que su llamada se iba al buzón de mensajes de su novio. Le en-vió otro inbox:

¿Amoooor doooooonde estaaaas?

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VI

El Patrón sintió un enorme peso sobre su espalda, un descomunal bulto lo asfixiaba y no lo dejaba moverse por más que lo intentaba, miró para los lados y vio la oscuri-dad infinita del sitio donde se hallaba inmóvil, después escuchó muy cerca de sus oídos unos gemidos señal que no estaba solo en la penumbra. A medida que intenta-ba zafarse del pesado bulto, los lamentos se hacían más fuertes aunque con cada forcejeo lograba obtener un poco de maniobra: por último, realizó un envión fuerte de abajo hacia arriba liberándose por completo y sintió que aquello que lo apresaba se deslizó por su espalda –era Urdaneta– que quedó tirado en el suelo. Luego sacó su blackberry, obteniendo luz del aparato y a medida que pasaban los segundos su mente iba reconstruyendo lo sucedido, extendió su mano para alcanzar mayor visibi-lidad pero solo pudo ver cuatro paredes, pasó sus dedos por la superficie de estas sintiéndolas escarpadas y ca-rrasposas. Recordó que habían caído por una abertura que se abrió en el piso de madera de la casona donde vivía Urdaneta. –¿Y el Maestro? –se preguntó girando sobre su eje y con la mano extendida para que la luz de su teléfono pudiera indicarle el paradero del viejo.

–¡Maestro! ¡Maestro! ¿se encuentra bien? –¡Sí, estoy bien! –respondió una voz proveniente de

una sombra que se incorporaba despacio.El hueco por el que cayeron era de de diez metros de

alto por tres de ancho y doce de largo. La caída los con-dujo a una cámara secreta, suerte de bóveda subterrá-nea que a simple vista parecía inexplorada, sin salidas

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posibles en la que el aire no fluía con facilidad y la hu-medad se percibía por todo el recinto.

–¡Si hay una entrada debe haber una salida! –dijo Urdaneta inspeccionando el lugar valiéndose de la luz que emanaba del blackberry de Leonardo.

–Deberíamos gritar y pedir auxilio –respondió Leo-nardo.

–¡No seas tonto muchacho! a esta profundidad nadie nos escucharía.

–¿Cómo vamos a salir de aquí?–Mmm… coloca tus manos sobre las paredes de la

bóveda, deslízalas e inspecciónalas y a la señal de una superficie distinta de la que poseen las paredes de la cámara me avisas –respondió Urdaneta luego de unos largos segundos de silencio– el Patrón hizo lo que el Maestro le indicó, caminó apoyando una mano sobre las paredes cavernosas y en la otra sostenía la luz del teléfono, por unos minutos quiso desfallecer y porque la esperanza lo abandonaba al tiempo que el recuerdo de Alejandra y el de su madre le indicaban que no está muerto el que aún vive.

–¡Ilumina aquí muchacho! –solicitó la voz de Urda-neta cuando sintió que sus manos habían tocado algo diferente.

–¿Qué es Maestro? –preguntó entusiasmado Leo-nardo.

–Parece ser un tabique –respondió el viejo con se-guridad mientras la luz electrónica confirmaba su hi-pótesis–, luego inspeccionó con los dedos la tapia que tenía al frente y observó con cuidado el parapeto–, ¡esta puede ser nuestra salida! –señaló.

–¿Cómo puede ser eso posible?

Tabique:es una pared

que divide de un modo completo o

incompleto una cavidad.

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–Luego te explico, ahora necesito que coloques el chorro de la luz de tu blackberry sobre la superficie de este viejo muro –respondió Urdaneta dando tres pasos hacia atrás para tomar impulso. Acto seguido se aba-lanzó con toda su fuerza contra el tabique esparciendo los pedazos de adoquines por toda la bóveda, el viejo cayó al otro lado de esta sobre otros trozos de ladrillos, –¡Eureka! ¡Allí está tú salida muchacho! –dijo incorpo-rándose y señalando el camino.

–Está muy oscuro –dijo el muchacho. –¿Qué esperabas? ¡un comité de bienvenida! ¡An-

dando! –dijo el viejo. Emprendieron la marcha guiados por la tenue luz, se adentraron en un oscuro y miste-rioso túnel, avanzaban con cuidado y por momentos se detenían para limpiar la telaraña que había formado un espeso cobertizo desde lo más alto de la cavidad hasta el suelo. El aire enrarecido dificultaba la respiración y el fuerte olor a humedad indicaba que estaban en las pro-fundidades del centro de la ciudad.

–Maestro ¿sabía usted de la existencia de este túnel?–No, pero hay una leyenda que corre de boca en boca

en El Mercantil sobre la existencia de túneles subterrá-neos en el centro histórico de la ciudad –respondió el viejo. Esta leyenda narrada entre copa y copa por los clientes más viejos del café me había fascinado pero no pasaba de ser solo una leyenda, ahora tú y yo estamos dentro de este túnel lo que parece indicar que algo de cierto hay en esta narración urbana –añadió. Siguieron su avanzada, sin detenerse, después de un largo recorri-do encontraron una encrucijada de tres cavidades.

–Ahora qué ¿por dónde seguimos? –preguntó Leo-nardo. Se detuvieron un momento en la bifurcación,

“¡Eureka! en griego antiguo: Principio de Arquímedes¡Lo he encontrado ...

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Urdaneta estaba fascinado con el hecho de caminar por los túneles, era lo mejor que le había pasado en su nueva vida, quería seguir adelante pero también tomar el sen-dero de la izquierda y a la vez el camino que indicaba el túnel de la derecha pero debía buscar la salida.

–¿Izquierda o derecha?–¡Derecha! –respondió sin vacilar Leonardo– y si-

guieron la marcha por el sendero sugerido por el mu-chacho. Cada vez se hacía más difícil la respiración, caminaban a paso lento pero seguro, por momentos se detenían para limpiar la telaraña o tomar bocanadas de aire y reanudaban la marcha. Habían caminado muchí-simos metros sin que la salida apareciera ante sus ojos,

después de un rato una nueva encrucijada de tres cavidades se presentó ante ellos. Ur-daneta sin mediar palabra tomó el camino de la derecha adentrándose en otro túnel igual de oscuro y terrorífico al que habían abandonado. Minutos más tarde vieron al final del corredor un nuevo tabique y al lado de este nuevos caminos que conducían a otros túneles. El tabique era de construcción muy reciente, quitaron la pega que había entre dos ladrillos y removieron el cemen-to, después observaron a través de la ranu-ra y vieron a un joven soldado que prestaba

guardia a unos cuantos metros del muro falso.–¡Ya se donde estamos! –dijo muy seguro Urdaneta.

La salida está próxima –agregó.–¿Por qué no gritamos pidiendo auxilio a ese solda-

do? –contestó con impaciencia Leonardo.–¿Quieres pasar algunos días en la cárcel?

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–¡No!–¡Entonces cállate y sígueme! –cogieron el corredor

ubicado a la derecha del tabique y siguieron la marcha.–Maestro ¿realmente sabe dónde estamos?–¡Por supuesto! –dijo– ese soldado que prestaba

guardia cerca del muro era la señal que estaba bus-cando, estamos justo debajo de la Avenida Caracas, en proximidades al Batallón de Reclutamiento –aclaró.

–¡Uff! –exhaló el Patrón descongestionando sus hue-sos.

Siguieron caminando y a medida que avanzaban una hediondez insoportable remplazaba el olor a humedad por otro que era una mezcla entre alcantarilla, sudor viejo, ropa mugrienta y comida dañada. Al final de este corredor encontraron otro falso tabique y solo con un simple empujoncillo salieron al Bronx. Apenas si des-puntaba el día, vieron bocanadas de humo que emana-ban de bocas sucias y sin dientes, se sintieron asediados por miradas delincuenciales. El panorama desolador del lugar se confundía con el hedor espantoso, tres rostros amenazantes empuñando cuchillos se abalanzaron so-bre los dos aventureros pero desistieron de su embesti-da al escuchar una voz que salía de un armatoste, per-mitiendo que los dos aventureros pudieran salir de la inmundicia. Leonardo en ese momento no comprendió por qué la voz intimidó a los agresores. Se despidieron y quedaron de verse por la tarde, en “La Oficina”.

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VII

Diecinueve llamadas perdidas y tres mensajes de Alejandra aparecieron en el celular de Leonardo, así que la llamó, hablaron noventa minutos y quedaron de verse en la tarde. No fue al colegio, sin embargo recibió men-sajes de “los carritos” que lo mantuvieron al tanto de la situación escolar. Aún me respetan –pensó– mirando el lienzo sobre el bastidor y preguntándose si algún día podría lograr realizar una buena pintura y se quedó dor-mido. Nuevamente soñó que estaba en el recinto blanco, frente a él apareció el bloque de mármol y el cincel talló la imagen del anciano de barba blanca, Alejandra des-nuda con alas doradas en sus pies y el violín. Después de unas horas se despertó sobresaltado sin encontrar una interpretación para el sueño y desde su PC entró a Flickr, chateó con otros “escritores” que ya admiraban sus pieces quienes lo felicitaron porque su tag estaba por toda la ciudad. Luego revisó su cuenta de facebook y encontró en “el muro” un mensaje escrito por Alejandra que decía:“Q pna x molestart en tu muro, es q tngo q dcirt q me nknta

pasar el tiempo a tu lado. Espero q est comment no c mal entienda jajajaja”

Por último, subió y publicó en su “face” las fotogra-fías de sus más recientes tags y retratos realizados en “La Oficina”, unos minutos más tarde abandonó la red social, aún estaba entre asustado e impresionado por la experiencia vivida en los túneles, así que entró al bus-cador Google y escribió dos palabras: Túneles Secretos, consultó algunas páginas web de temas relacionados con ellas, leyó los website con pasión, sin ninguna pausa, devoró blogs spots y todo tipo de archivos digitales en

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torno a los túneles misteriosos en todo el mundo. Supo de la existencia de estos en países como México, Perú, Inglaterra, Francia, España, Israel y muchos otros países del Cercano Oriente. Pero quizá fue la información que encontró en http://portal.urosario.edu.co/plazacapital la más interesante y apasionante de las que pudo haber leído porque se refería concretamente a los túneles se-cretos en el centro histórico de Bogotá.

El artículo hallado en esta web era el testimonio que estaba buscando, allí pudo leer:

La existencia de túneles secretos en el centro de la ciu-dad es un mundo misterioso, desconocido, fantasmal e inexplorado que se mueve como un ratón gris por el subsuelo capitalino y custodiado cuidadosamente por el Bolívar de La Plaza. Entre las calles empinadas y coloniales de La Candelaria el rumor vuela en la no-che y se oculta en el día como un secreto a voces que nadie ha podido comprobar porque el Libertador cen-tinela de los mismos se niega a revelarlo, tal vez sea la razón por la cuál los túneles sean desconocido. El ringtone de su blackberry anunciando la llegada de

un nuevo inbox no fue motivo para suspender la lectura y siguió leyendo:

…los túneles se han convertido en una leyenda urba-na porque Bolívar no los ha dado a conocer y espera pacientemente a la persona indicada para hacerle tan grande revelación, el afortunado podría acceder a sitios a los que ninguna persona llegaría. La leyenda no es nueva, los estudiantes y ex alumnos del Colegio Mayor de San Bartolomé, propiedad de los jesuitas, susurran que en el siglo XIX estos clérigos construyeron una red de túneles y criptas secretas debajo de las instalaciones

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del colegio para protegerse, refugiarse y en ocasiones escaparse de los odios religiosos entre liberales y con-servadores. Los estudiantes creen que se trata de túne-les construidos con ladrillos y adoquines y sus techos están protegidos con gruesos listones de madera dis-puestos horizontalmente y adheridos a delgados rieles de hierro que corren kilómetros y kilómetros en sentido vertical para evitar un derrumbe subterráneo. Estos co-rredores subterráneos comunican a la Casa de Nariño, el Palacio de Justicia, el Congreso de la República, la Catedral Primada de Colombia, el Batallón de Reclu-tamiento ubicado en la Plaza de los Mártires y están conectados entre sí, una de estas conexiones está justo debajo de la estatua del Libertador. La leyenda de los túneles ha cogido fuerza, puesto que, La Candelaria ha sido por décadas morada de fantasmas y sus callejuelas adoquinadas son testigos mudos de los misterios que esconden sus grandes casonas.

Después de leer esta información, se detuvo un ins-tante a pensar en todo lo leído, por un momento creyó que él y su maestro eran las personas que Bolívar es-taba esperando para revelarle el secreto de los túneles del centro y se sintió el más afortunado de los hombres, porque pocos como él, tenían la certeza de la existencia de los túneles y, mejor aún, solo algunos cuantos habían tenido la dicha de haber recorrido el subsuelo urbano de La Capital. Luego salió a toda prisa para la universidad, encontró a Alejandra en un café con otros “primiparos”, se despidieron de ellos y se dirigieron al encuentro con Urdaneta.

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VIII

Encontraron a Urdaneta en “La Oficina”, estaba realizando un autorretrato al óleo de una niña de ojos grandes, cabello abundante y crespo y, como no tenía el modelo a la vis-ta, cada trazo había sido evocado sentimen-talmente con certeza y detalle abrumadores dándole al retrato una apariencia más real. Ur-daneta suspendió la obra a penas notó la pre-sencia de los dos jóvenes.

–Tú debes ser Alejandra –preguntó arqueando las ce-jas y mirando a la joven.

–¿Cómo lo sabe? –Nuestro amigo Leonardo se ha encargado de hacer

un buen retrato de la mujer que ama –dijo recogiendo el portaplanos y el caballete donde exhibía sus trabajos. ¡Es momento de partir, nos espera una noche muy lar-ga! –agregó.

Emprendieron la marcha hacia la vieja casona pero antes de llegar se detuvieron en la oficina de correos y Urdaneta envió en un sobre sellado la caricatura polí-tica al Semanario como ya era habitual. Urdaneta veía en la caricatura política un mágico instrumento para la irreverencia y un arma de expresión gráfica que recrea-ba las imágenes y símbolos característicos de una socie-dad en un determinado momento de su desarrollo. Los caricaturistas –decía– somos como cirujanos sin anes-tesia porque poseemos una particular forma de ver los eventos sociales, además de no hacerle ninguna clase de concesiones a la clase política. Pero en realidad era su trabajo en el Semanario el que lo mantenía en contacto

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con la realidad y con algunas posibilidades para recupe-rar su vida.

Llegaron a la casona republicana y en la habitación del caricaturista encontraron linternas, cuerdas, arnés y en una vieja mesa descansaba un mapa de La Cande-laria, sobre el cual hallábase superpuesta y fijada con cinta de enmascarar una lamina de papel mantequilla, equipamiento que Urdaneta había comprado previa-mente en una de las tiendas del sector. Descendieron a la cámara por el agujero, primero Leonardo, luego Ale-jandra y finalmente el viejo. La luz que ofrecían las dos linternas eran más que suficiente, salieron de la bóveda que estaba bajo la habitación de Urdaneta y tomaron el corredor de la derecha, luego de unos minutos se dieron cuenta que el acceso estaba bloqueado por escombros y una masa de barro reseco impidieron su avanzada. Se detuvieron unos segundos a mirar los destrozos, Leo-nardo iluminó con el chorro de luz de su linterna la ca-vidad, Alejandra tomó una fotografía del lugar con su Iphone mientras que Urdaneta inspeccionaba las ruinas.

–¿Qué es eso? –preguntó Alejandra sobresaltada.–¿Qué cosa amor?–respondió el Patrón

sin identificar aún lo que su compañera ha-bía visto. Ya Urdaneta había llegado hasta lo que había asombrado a la joven, se agachó y pudo liberar por completo un objeto de madera que se encontraba aprisionado en-tre los escombros –¡es una caja de madera!

–dijo limpiando con sus manos la superficie del objeto.–¿Qué puede hacer una caja de madera en un sitio

como este? –preguntó Alejandra tomándole una foto-grafía al cofre.

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–Seguro guarda un precioso tesoro muisca –contestó irónicamente Leonardo.

–Tanto como muisca no podrá ser –respondió Ur-daneta con la misma ironía– pero seguramente el cofre guarda algo porque el candado que protege su secreto no es de elaboración reciente.

–¿Cuál candado y cuál secreto? –preguntó Alejandra.–¡Aleja así es el maestro Urdaneta! –contestó el Pa-

trón tranquilizando a su novia– siempre tiene una res-puesta para todas las cosas, ¡sí él dice que esa vieja caja esconde un secreto confía, con toda seguridad, que es-conde un secreto!

–Abramos la caja de inmediato –añadió impaciente la joven.

–¡Sin afanes! –respondió Urdaneta dirigiendo su mirada hacia la joven– ¡recuerda que la prudencia hace verdaderos sabios! Los motivos por los cuales estamos en estos corredores laberínticos no pueden ser desvia-dos por infortunio alguno ni muncho menos por nove-dades súbitas, por lo pronto, lo más importante es retor-nar al sitio de donde hemos partido y reiniciar nuestra aventura, ya miraremos qué tesoros nos tiene guardado el cofre. –Leonardo trae el cofre por favor –añadió.

Mientras regresaban al lugar de partida la imagina-ción se apoderó de Alejandra: ¿Será un tesoro? ¿Aca-so unas joyas preciosas? ¿Serán los restos óseos de un desaparecido? ¿Algunas monedas de oro? ¿Qué podrá haber en esa misteriosa caja? De estas cábalas salió rá-pido porque de nuevo estaba ante sus ojos y los de sus compañeros la bóveda que daba justo con la habitación del caricaturista. El viejo se detuvo en el umbral del tabi-que derrumbado la noche anterior, tenía una expresión

Cábala:Conjetura o suposición.

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de curiosidad que Alejandra confundió como si fuera la de un hombre perdido en la incertidumbre de no saber que hacer. Luego sacó el plano, hizo un par de trazos y reanudó de nuevo el camino –esta vez, por la izquierda muchachos –dijo al tiempo que se adentraban por otro pasillo mientras que Leonardo tomaba fotografías de los túneles. Habían caminado unos cuantos metros cuando encontraron un tabique frontal y una cavidad que iba ha-cia la izquierda comunicándolos con otro corredor.

–¡Esperen un momento! –solicitó Urdaneta a los jóvenes que ya empezaban a adentrarse al nuevo sendero–, pasó sus largas y huesudas manos por la superficie del tabique desplazan-do una roca adyacente que abrió como por arte de magia una puerta secreta que los condujo a

una cripta. Era una bóveda subterránea decorada con alfombras rojas y vivos dorados con dos columnas ta-lladas que servían de soporte al contorno, a cada lado de las paredes hallábase incrustadas dieciocho bóvedas mortuorias sobre las que descansaban tres candelabros dorados con cirios encendidos, mientras que, en la parte frontal había un altar custodiado por dos atriles, en los que descansaban igual número de biblias de Jerusalén, ofreciéndole una perspectiva clerical al lugar. Al fondo de estos un hermoso vitral representaba la creación y compartía espacio con una puertecilla secreta por la que ascendía una escalera. Urdaneta caminó y dio vueltas por todo el lugar, los dos jóvenes habían sacado sus te-léfonos móviles y tomaron fotografías del lugar sin dejar de custodiar el pasadizo, para que no se cerrara, y sin apartar la vista del viejo al que vieron agacharse y rea-lizar unas líneas sobre el papel mantequilla. Urdaneta

Clerical:Perteneciente

al clérigo (que ha

recibido órdenes

sagradas).

Cripta:Sitio

subterráneo en que se

enterraban a los muertos.

Piso subterráneo.

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estaba fascinado y la dicha se desbordaba por cada uno de los poros de su piel blanca. –¡Maravilloso! –dijo apre-surando el paso y saliendo de la cripta.

–Maestro ¿qué lugar es ese? –preguntó Leonardo re-firiéndose a la bóveda mientras caminaban por el corre-dor izquierdo próximo a la puertecilla falsa.

–¡Un osario, muchacho!–¿Y que cosa es un osario? –preguntó Alejandra

abandonando por unos segundos su interés por el con-tenido de la caja misteriosa.

–¿No es una capilla? –insinuó Leonardo.–¿Una capilla en estas profundidades? ¡Amor no

seas ingenuo! –Son muchas preguntas muchachos –respondió

Urdaneta–, no tengo una respuesta para tantos inte-rrogantes, aunque por ahora basta con decirles que los rumores acerca de la existencia de criptas que funcionan como osarios debajo de algunas parroquias de la ciudad son tan comunes como los chismes sobre los túneles se-cretos. Las familias más prestantes de la ciudad pagan cuantiosas sumas de dinero a las iglesias para conservar en ellas los restos óseos de sus familiares –añadió.

–¿Y cómo es que no nos hemos enterado de la exis-tencia de esas cuevas y de los túneles por donde estamos caminando? –preguntó Alejandra.

–La existencia de los túneles no se ha podido compro-bar aunque la leyenda cuenta que el guardián de este se-creto es El Bolívar de La Plaza –respondió Leonardo sin darle oportunidad a Urdaneta de contestarle a la joven haciendo memoria de lo leído en internet y acomodando bajo su brazo la caja de madera.

–¿El Bolívar? ¿amor, te refieres a la estatua de la Pla-za de Bolívar?

Osario:Lugar en las iglesias o cementerios donde se reúnen los huesos que se sacan de las sepulturas.

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–Sí, la leyenda dice que la estatua del Libertador está esperando a la persona indicada para entregarle la llave que revela el secreto de los túneles –respondió Leonar-do. Te imaginas amor –prosiguió– sí la historia de los túneles es fascinante mucho más tiene que serlo la de estas grutas religiosas.

–Señor Urdaneta ¿espera que creamos que el lugar donde estuvimos está debajo de una iglesia? –preguntó incrédula Alejandra mirando al viejo que venía solo a unos pasos de ella.

–¡Así es! –respondió el caricaturista. La iglesia bajo la cual se encuentra la bóveda que visitamos fue cons-truida en 1902 como símbolo de la paz que debería rei-nar entre liberales y conservadores después de la Guerra Civil de los Mil Días y fue llamada Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, hoy conocida como Iglesia del Voto Nacional –agregó.

Ya habían caminado por el sendero izquierdo hasta encontrar una bifurcación que los arrojó por otro corre-dor en la misma dirección, el olor a pestilencia era buena señal, estaban muy cerca del Bronx. Alejandra empezaba a comprender el por qué de la admiración y respeto que Leonardo sentía por Urdaneta, el viejo no era, después de todo, ningún pintado en la pared, conocía mucho de la historia de Bogotá y ese conocimiento le otorgaba un halo de sabio. Urdaneta, en cambio, seguía encantado, los túneles habían borrado cualquier signo de tristeza de su rostro, se detuvo un momento, realizó trazos sobre el papel mantequilla y siguió. Llegaron a otro tabique, tenía la ranura entre los dos ladrillos realizada la noche anterior –¡Este es el Batallón de Reclutamiento! –dijo deteniéndose y haciendo nuevas líneas sobre el papel.

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El corredor por donde venían seguía en línea recta pero ellos tomaron la bifurcación de la derecha y camina-ron por todo el sendero de la izquierda limpiando las telarañas y al final de este camino, tuvieron que coger por otro corredor ubicado a la derecha y en orientación perpendicular. Por último, caminaron en línea recta. En todo este trayecto, Leonardo miraba su carga y recreaba su imaginación –ya no tengo que pintar nada, con las riquezas que hay en la caja de madera puedo reparar el daño que le ocasioné a Daniel Felipe –pensó.

El aire empezaba a hacerse pesado y la telaraña más espesa, respirar era cada vez más difícil y los tres aventu-reros sintieron que sus pies caminaban hacia zonas más profundas del sendero. A Urdaneta parecía no importar-le el hecho de adentrarse en las mismísimas profundi-dades del subsuelo capitalino, por momentos se detenía, tomaba bocanadas de aire, rayaba el papel mantequilla y avanzaba con el mismo vértigo tomándole ventaja a los dos jóvenes que ya empezaba a acusar cansancio. Me-dia hora después encontraron una nueva cámara secre-ta, tenía paredes cavernosas y olor nauseabundo, entre tanto, los chorros de luz de las linternas inspeccionaban la nueva cavidad, de repente unos gritos desgarradores ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! rompieron el silencio e hicieron desaparecer el mal olor.

–¿Qué pasó amor? –preguntó Leonardo colocando las ondas de luz sobre Alejandra que yacía a un costado petrificada del miedo y sin poder hablar.

–¡Sorprendente! –exclamó Urdaneta iluminando unos esqueletos que se encontraban en un rincón de la cámara.

–¡Áspero! –dijo el Patrón fotografiando el lugar.Urdaneta y el muchacho apoyados con la luz de las

linternas rodearon los restos mientras Alejandra perma-

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necía inmóvil en otro extremo del recinto. Al instante, el viejo midió con la cuarta de su mano los cráneos, tocó los pómulos de cada uno de ellos, comparó sus pelvis y cotejó los tamaños de cada una de las estructuras óseas, luego arqueó las cejas, colocó la mano en su mentón y cayó en un estado de aparente letargo. Acto seguido, recorrió con sus ojos todo el lugar, ¡sé dónde estamos! –dijo– después sacó de su bolsillo el papel mantequilla e hizo nuevos trazos.

–¿Cómo, así que sabe dónde estamos? ¿Quiénes fue-ron esos dos esqueletos? ¿Por qué están en este lugar? –preguntó el muchacho reparando el semblante de Aleja que seguía distante del hallazgo fúnebre.

–¡Una pregunta a la vez muchacho! –respondió Ur-daneta frotándose las manos. Si mis cálculos no me fallan estamos debajo del Palacio de Justicia, sospecho que los esqueletos pueden corresponder a un hombre y a una mujer, dos de los tantos desaparecidos en el Ho-locausto –agregó.

–Maestro ¿cómo sabe que los esqueletos correspon-den a un hombre y a una mujer y no a dos hombres o dos mujeres? –preguntó el muchacho, medio incrédulo y sorprendido.

–Existen en cada uno de ellos indicios que sugieren sus sexos –respondió el viejo. Así tenemos, –continuó– que el cráneo de los hombres es un tanto más grande que el de las mujeres, los pómulos de estas son menos pro-nunciados que los de los hombres y las pel-vis más ensanchadas son rasgos particulares de una mujer y no de un hombre, todo ello, sumado al hecho de que un esqueleto es más

Holocausto:Gran matanza

de seres humanos.

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grande que el otro –prosiguió– me dan la certeza para afirmar que estamos ante dos estructuras óseas de sexos diferentes.

–¡Bien! ¿y por qué cree que estamos bajo El Palacio de Justica y no bajo La Plaza de Bolívar? –inquirió Leo-nardo menos escéptico.

–Leonardo, como te has dado cuenta he venido tra-zando, ayudado del mapa de La Candelaria, los corre-dores por donde hemos caminado –respondió. Después de haber visitado la cripta de la Iglesia del Voto Nacio-nal, tomamos el sendero que nos condujo justo al frente al Batallón de Reclutamiento, luego caminando a la iz-quierda de este, pude entender que ese desplazamiento lo hacíamos bordeando La Plaza de los Mártires –aña-dió– y en la medida que nuestros pies nos adentraban hacia mayores profundidades escuché el fluir de aguas subterráneas, seguramente del río San Francisco, que se alejaban de nosotros. Después tracé una línea perpendi-cular en el plano rudimentario señalando nuestra direc-ción, esto me ha servido de presupuesto lógico para creer que estamos en el lugar que te he señalado. Ahora bien, –prosiguió– los cráneos de esos dos desafortunados tie-nen una perforación en el temporal izquierdo el mascu-lino y en el frontal derecho el femenino, señal que indica que fueron asesinados, con un tiro de gracia, y como tu bien sabes –puntualizó– de la toma de El Palacio de Jus-ticia aún siguen algunos desaparecidos y faltan muchas cosas por esclarecer, así que, estas evidencias sugieren que estamos bajo el Palacio. ¿Contento? –dijo mirando a Leonardo e incorporándose para reanudar la marcha.

El Patrón hizo lo mismo que el viejo, dejó por un mo-mento la caja de madera y tomó fotos de los esqueletos,

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acto seguido, miró hacia la pared donde estaba Alejan-dra pero no la vio, una horrible sensación se adueñaba de él en la medida que pasaba revista sobre toda la bó-veda sin encontrarla, quedó petrificado y alcanzó a decir –¡Alejandra!

Luego de unos eternos y terribles segundos se repu-so y preguntó –Maestro ¿dónde está Alejandra? y sin darle tiempo a Urdaneta de contestar gritó ¡Alejandra! ¡Alejandra! ¡Alejandra! Estaba desesperado, asustado y muy preocupado por su novia. De pronto escuchó una

voz que se diluía en el recinto y se oía muy lejos: –¡Leo! ¡Leo, amor! ¡Leonardo! Entre tanto, Ur-daneta pasaba sus largas manos por las paredes de la cueva, apoyó su hombro sobre un rectán-gulo y este empezó a desplazarse dejando ver una puerta falsa al final de la cuál yacía la silue-ta de Alejandra. –¡rápido trae las linternas y la caja! –dijo mirando a Leonardo e invitándolo a cruzar por la puertecilla.

Los tres aventureros se encontraron en una nueva bóveda secreta, la telaraña era menos espesa y se po-día distinguir que las paredes eran de ladrillo quemado y sin salida aparente. Urdaneta inspeccionó las tapias, luego movió un ladrillo de adentro hacia afuera y una puerta los condujo a un corredor iluminado con luz eléc-trica pero del que no se alcanzaba a ver el final del mis-mo pese a estar iluminado. Las paredes de los nuevos túneles estaban labradas en mármol, la telaraña había desaparecido por completo y en la medida que los visi-tantes avanzaban por él, observaron una hermosa y cos-tosa galería de arte de pintores nacionales y extranjeros. Tan pronto avanzaron unos metros se encontraron en la

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mitad de unas bifurcaciones que emanaban de todos los lados, como ramales de un río infinito y caudaloso. Sin saberlo, Urdaneta y los dos jóvenes estaban en el centro de un laberinto de corredores, en cuyas paredes las obras de arte expuestas le daban vida y sentido al lugar.

Urdaneta gritaba de felicidad, corrió por el túnel de la izquierda, se detuvo y trazó líneas sobre el papel mantequilla, luego corrió en dirección contraria, cruzó sin detenerse por el centro del laberinto y pasó a toda velocidad al corredor de la derecha. En este, los gritos se convirtieron en gruesas carcajadas acompañadas de enormes saltos interrumpidos solo cuando tenía que rea-lizar trazos sobre el papel. Las otras direcciones y bifur-caciones del laberinto también las devoró con la misma felicidad realizando de igual modo trazos y más trazos. Leonardo y Alejandra, en cambio, tomaron fotografías del lugar, contemplaron el espectáculo de obras de arte y se sintieron confundidos al no poder entender la fe-licidad y alegría de Urdaneta. Después de unos minu-tos de tranquilidad, el Maestro llegó al encuentro de los jóvenes diciendo –¡hemos desentrañado el mejor de los secretos, estamos en el centro del laberinto! Pocas per-sonas –agregó– tienen la suerte nuestra, ¡estar debajo de la Plaza de Bolívar, justo bajo la estatua del Libertador es lo mejor que a un hombre le puede pasar!

–Señor Urdaneta, sí La Plaza de Bolívar está justo so-bre nosotros ¿me imagino que sabe cómo sacarnos de aquí? –preguntó Alejandra ya recuperada del miedo que le produjeron los dos esqueletos.

–¡Claro que sí, hija! miren por favor hacia allá –dijo señalando con su brazo el corredor que estaba frente a ellos– ese túnel conduce al Capitolio Nacional, imagino

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que atraviesa La Plaza de Armas y se adentra a La Casa de Nariño. El corredor que está a nuestra izquierda va hasta la Catedral Primada de Colombia, mientras que a nuestra derecha se encuentra el camino al Palacio Lié-vano. Las otras direcciones del laberinto, una se dirige a la antigua cárcel del Divorcio, es decir, carrera Octa-va con calle diez y la ruta que está a nuestras espaldas –prosiguió– se dirige hacia la Casa Museo de la Inde-pendencia. De allí imaginó que hay un largo túnel que recorre la carrera Séptima en sentido sur–norte. Por úl-timo, el sendero que se nos presenta ante nuestros ojos, en dirección diagonal, nos llevará al Colegio Mayor de San Bartolomé, seguramente nuestra salida. –¡Síganme! y se adentraron por este último sendero. Luego de unos metros la luz eléctrica empezó a desaparecer, tuvieron que valerse de la luz de sus linternas y al final de este corredor encontraron unas escaleras en forma de caracol cubiertas por cortinas de telarañas que los condujo a un frió sótano en el que yacían otras escalinatas, subieron por ellas y después de un largo ascenso vieron ante sus ojos la estatua de Camilo Torres abrigada por las prime-ras horas de la madrugada. –¡Allí está tu salida mucha-cha! –dijo el viejo mirando a Alejandra y señalando la Plaza de Bolívar que aparecía ante sus ojos.

Después de salir de los túneles Urdaneta cogió la caja y la abrazó como el más preciado de los tesoros, se des-pidió de los muchachos que ya habían abordado un taxi y quedaron de verse por la tarde para averiguar por el contenido del misterioso artefacto.

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IX

El taxi se detuvo en casa de Alejandra y luego llevó a Leonardo, aún era muy temprano así que las activida-des rutinarias había que realizarlas antes de conocer el contenido de la caja. El misterio que encerraba el arte-facto se adueñó de los dos jóvenes desde el momento de su hallazgo, enigma que estuvo presente en cada una de las cosas que realizaron durante todo el día, aunque para Urdaneta no pasaba tan desapercibida, él encontró mayor satisfacción en el laberinto que corría por las ca-lles del centro, por lo que el secreto que ocultaba el cofre pasó a un segundo plano.

En su habitación, Leonardo ya estaba listo para salir, acomodó en su maleta los aerosoles Montana y bajó por las escaleras no sin antes mirar el bastidor que aún esta-ba intacto –¡Pronto! ¡Pronto, Daniel Felipe! –musitó. Su madre le había preparado el desayuno sin preguntarle nada –¡no se ha dado cuenta! –pensó. Después de todo era entendible porque ella era una mujer que trabajaba muy duro, de sol a sol, para mantener el hogar. Desa-yunó, se despidió de ella y se marchó en Transmilenio. Volvió a pensar en la misteriosa voz que le salvó la vida a él y a Urdaneta.

En el Colegio el día transcurrió sin sobresaltos. En clase de informática pudo entrar a facebook y creó un nuevo grupo al que llamó “Cuentos y Leyendas de La Candelaria” y en la descripción escribió:

El Barrio de La Candelaria en el cntro históriko de Btá scond mchos ckretos y misterios. Leyndas d crímns pasionales, fantasmas y anékdotas rekrean la vida d

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tooodos los días d sus habitantes. Si conoces algunas d stas leyndas publiklas en el muro…

Desde su blackberry cargó la foto de los esqueletos en la bóveda subterránea, la subió a “face” como símbolo distintivo del nuevo grupo y antes de que sonara el tim-bre para el cambio de clases envió la invitación a todos sus contactos. A la salida del colegio recibió un inbox de Alejandra que le decía: –¡amooor no t dmooores! y al que respondió: –¡en brev nooos vmos!. Esta vez no hubo tiem-po para “rayar” así que la recogió en la Universidad sin demora y se fueron para el centro.

Urdaneta, por su parte, había guardado en su habi-tación de la vieja casona la caja misteriosa sin abrirla, no consideró justo conocer de primeras el contenido de la misma y convino esperar la compañía de los jóvenes para saber lo que guardaba. En las primeras horas de la mañana visitó la sección de “libros raros” de la Biblio-teca Luis Ángel Arango y estuvo algunas horas en el Archivo General de la Nación consultando algunos ma-pas antiguos de la ciudad. De estos, uno elaborado hace doscientos años le sirvió para cotejarle sobre él el plano rudimentario de los túneles secretos, luego superpuso sobre ellos el mapa de La Candelaria y cotejó algunas líneas. Después de esto se dirigió al Mercantil, se sentó en el sitio habitual, una copera le sirvió un café y entró en su estado de letargo. Media hora después recuperó su estado de máxima alerta –¡La Biblioteca Nacional! –dijo– y se dirigió a toda prisa hacia ella, recorrió su in-terior y sus alrededores deteniéndose en la calle 26, aquí arqueó sus cejas, colocó su mano en la barbilla y con mirada ausente inició su viaje hacia “La Oficina”. Allí lo

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encontraron los dos jóvenes quienes después de haber realizado sus actividades cotidianas habían llegado a su encuentro, el viejo estaba haciendo un retrato en sepia y dejó de trabajarlo apenas los vio, guardó los retratos de exhibición en el portaplanos y recogió el caballete –¡vá-monos! –dijo mostrando el camino.

Llegaron a La Candelaria. En La Plaza de Bolívar, Leonardo y Alejandra se sentaron en una de las escalinatas del atrio de La Catedral a comerse un helado. Urdaneta, caminaba a tran-cos largos desde el Palacio de Justicia hacia la estatua del Libertador y de esta hacia El Capitolio Na-cional, luego sacó el papel mantequilla y sobre el mapa rudimentario borró algunas líneas, delineó trazos y bo-rró otros. Después realizó el recorrido con pasos senci-llos desde El Palacio Liévano, pasó frente a la estatua y llegó hasta donde estaban los dos jóvenes –¡veintidós metros! –masculló. Siguió hacia el Colegio San Barto-lomé, se detuvo frente a la estatua de Camilo Torres, se agachó y volvió a borrar unas líneas en el papel man-tequilla. Acto seguido se adentró por la carrera Sépti-ma, hacia el sur, se detuvo frente a La Plaza de Armas, miró hacia los cerros orientales y se devolvió. Después se adentró por la callejuela que comunica con El Palacio de San Carlos, frente a él se detuvo –¡No salió por la ventana! –musitó. Entre tanto, los jóvenes tomaban fo-tos con sus teléfonos móviles, al cabo de un rato, vieron al viejo bajar de oriente a occidente desde El Colegio San Bartolomé hasta la antigua Cárcel del Divorcio, cruzó en sentido oblicuo La Plaza de Bolívar, llegó hasta el Museo del Veinte de Julio, hizo unos últimos trazos sobre el pa-pel y llegó hasta dónde estaban los enamorados.

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–Maestro ¿la Plaza de Bolívar siempre ha estado en el mismo lugar? –preguntó Leonardo sin dejar descansar al viejo.

–Sí. Antes la llamaban Plaza Mayor y es tan antigua como la ciudad –respondió. En el siglo XVI estuvo ador-nada con borracheros, flores de campanilla y matas silves-tres pero aún no estaba empedrada, esta labor estuvo reservada para los patriotas apresados durante la recon-quista española por Pablo Morillo en 1816. En el centro de La Plaza –prosiguió– se levantó una pila pública en 1580 con la imagen de San Juan Bautista labrada en pie-dra, El Mono de la Pila, que recibía el agua traída por cañerías artesanales desde el Río San Agustín primero y luego desde el Río Fucha. La pila remplazó a finales de 1580 –continuó– a una picota que llamaban Árbol de la Libertad, suerte de patíbulo en el que ahorcaban a los indios, azotaban a los ladrones, desnarigaban o deso-rejaban a los delincuentes desde los primeros días de la fundación de la ciudad. Tanto la pila como el humillante cadalso ocuparon el mismo sitio que ocupa en la act-gualidad la estatua del Libertador. Dicho esto, Urdaneta los miró y los conminó a seguir la marcha.

De camino a la vieja casona se detuvieron por unos momentos en La Plaza de San Victorino, Urdaneta miró hacia los cerros orientales –¡El Vicachá! –dijo escribien-do esta palabra sobre una de las líneas periféricas del plano rudimentario. Leonardo y Alejandra no entendie-ron a que se refería el viejo, para ellos lo más importante era llegar cuanto antes y descubrir el misterio que ence-rraba la caja. Alejandra durante el día había hecho toda suerte de cábalas sobre el posible contenido e hizo un inventario de todas las cosas que podía comprar con las

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riquezas halladas en el cofre, le hizo saber a Leonardo mientras el viejo caminaba como un loco por La Plaza de Bolívar y los dos llegaron a la conclusión que con el tesoro que hallaran en la caja viajarían a algunas regio-nes del país e irían a conocer el mar.

–Señor Urdaneta ¿por qué le llaman a este lugar Pla-za de San Victorino? –preguntó Alejandra sin dejar de pensar en la caja madera.

–La Plaza de San Victorino es tan antigua como La Plaza de las Hierbas y La Plaza de Bolívar –respondió Ur-daneta. En un principio le llamaban Pueblo Viejo, era el lugar predilecto que tenían los santafereños para pasear los domingos. Ubicada sobre los márgenes del río San Francisco y, por aquel entonces, llena de humildes ran-chos pajizos, estaba nutrida de sauces, alcaparros, bo-rracheros y cerezos. Una leyenda de la época –continuó– narra que era muy temeroso ir durante la noche a esta plazoleta por cuanto la luz oscilante de San Victorino acudía a este paraje a darle muerte a quien desafiara vi-sitarla a estas horas. En esta plaza además, se construyó una pequeña iglesia de paja en 1578 y los canónigos para bautizarla echaron en un vaso algunas papelillos –pro-siguió– con los nombres de algunos santos, invocaron la gracia del Espíritu Santo con la oración acostumbra-da y luego le pidieron a un niño que sacara uno de los trozos de papel, el nombre que salió fue el de San Vic-torino. Los canónigos no satisfechos porque el nombre del santo elegido no formaba parte del sumario santoral, volvieron a introducir el papelillo en el que aparecía el nombre del santo seleccionado y conminaron al niño a sacar nuevamente otro trocito de papel, pero por segun-da vez e incluso por una tercera, el niño sacó el mismo

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nombre, los religiosos no tuvieron otra alternativa que aceptar la voluntad de Dios y decidieron llamar a la pe-queña ermita San Victorino pero el terremoto de 1827 la destruyó y la redujo a su total desaparición. Por último –agregó– en esta plaza las señoras santafereñas los días de mercado encontraban la yuca, el plátano y la arraca-cha de las tierras cálidas, los cerdos y gallinas traídos de Tibaytatá, actual Madrid.

Luego abandonaron La Plaza de San Victorino y des-pués de caminar unas cuantas cuadras llegaron. –¡Por

fin! –dijo Alejandra extenuada– y entraron por el zaguán que los condujo hasta la habitación del caricaturista. Aún estaban los destrozos en el piso de madera, Urdaneta sacó de abajo del catre donde dormía una caja de cartón, la abrió y sustrajo la misteriosa caja. A Leonardo el co-razón se le quería salir, Alejandra a penas si res-

piraba y el viejo ya empezaban a arquear las cejas –¡A lo que vinimos! –dijo Urdaneta dándole un mazazo con un martillo al candado que cedió de inmediato, abrió el cofre y los ojos de los tres se clavaron sobre el interior del objeto.

–¿Donde rayos están las joyas? –preguntó descon-certada Alejandra.

–¡Adiós viajes! –dijo Leonardo desconsolado al no ver ningún objeto de valor en el interior de la caja.

–¡Tampoco es para tanto, muchachos! –repuso Ur-daneta sacando del cofre un manojo de papel protegido por dos tapas de cuero corrugado anudadas con delga-ditas tiras del mismo material.

–¿Pero qué es eso? –preguntó la joven.–¡No lo sé! –respondió el Patrón.

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–¡Esperen un momento! –contestó Urdaneta salien-do de la habitación– al cabo de un rato volvió, traía en sus manos unos guantes quirúrgicos que compró en una de las tiendas de cachivaches del sector –¡estamos listos! –agregó mirando a los dos jóvenes que estaban sentados en el catre aburridos y desconcertados, colocó sobre una vieja mesa el envoltorio y se puso los guantes.

–¡Vamos! –dijo Alejandra cogiendo de la mano a Leonardo. Ya se disponían a salir de la habitación cuan-do escucharon al viejo decir

–¡Santo Dios! –¿Qué pasó Maestro? –preguntó Leonardo volvien-

do su vista.–¡Es una reliquia! –repuso el viejo– tenía una expre-

sión de asombro en su rostro que revelaba el grande ta-maño de su descubrimiento.

–¿Qué ha encontrado? –preguntó Alejandra miran-do la primera página del documento– El viejo seguía asombrado así que no respondió y sin quitar la vista del manuscrito extendió la mano hasta un rincón de la mesa, alcanzó una lupa y observó a través de esta los trazos hechos en tinta china y los detalles minúsculos de una caricatura –¡El Abanderado! –musitó.

–¿Qué contiene ese libro viejo, Maestro? –preguntó Leonardo viendo que el caricaturista empezaba a ar-quear las cejas. Urdaneta no lo escuchó, pasó la página, en la nueva hoja vio una caricatura realizada en tinta china de un hombre con la quijada desfigurada, puso la lupa sobre los trazos del dibujo y en un extremo de la hoja el nombre de Martín Correa designaba la carica-tura –¡no es posible! –dijo sin mover un músculo de la cara. En la siguiente página el nombre de Rafael Cuervo

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acompañaba una nueva caricatura, miró a través de la lupa los trazos, logrados también con la misma tinta, –¡sin lugar a dudas, fueron creadas por “El Abandera-do” –añadió.

–Maestro, ¿de quien es ese libro? –volvió a preguntar el muchacho señalando el pergamino.

–Aún no lo sé –respondió– pero creo que es-tamos ante un documento que tiene aproxima-damente doscientos años. Acto seguido, intentó pasar a la siguiente página pero las hojas estaban pegadas entre sí –¡alcánzame esa espátula! –dijo

señalando hacia un rincón donde tenía sus instrumentos.–¡Grandioso! nuestras joyas reemplazadas por un li-

bro viejo –repuso Alejandra con ironía.–Maestro ¿cómo llegó ese documento hasta aquí?

dijo Leonardo entregándole al viejo la espátula.–¡No estoy muy seguro! –respondió liberando con

ayuda de la paleta las hojas. Luego pasó las páginas y una nueva caricatura de un muchacho joven llamó po-derosamente su atención. El dibujo tenía escrito en un extremo el nombre de José Hilario López –¡no cabe duda, son de Espinoza! –Afirmó. Siguió pasando las hojas y a medida que avanzaba aparecían más y más caricaturas acompañadas de la siguiente lista de nom-bres: Diego Pinzón, Mariano Posse, José Joaquín Quija-no, Esteban Mofú, Manuel Delgado, Francisco Paredes, José Toro, Pedro A. Herrán, José Moya, Agustín Ulloa, Joaquín Jaramillo, Manuel Santacruz, Alejo Sabaraín, Andrés Alzate, Juan Pablo Esparza, Mariano Mosquera, Joaquín Cordero, Gabriel Díaz, Florencio Jiménez, Pedro Antonio García, Salvador Holguín, Modesto Hoyos, Isi-doro Ricaurte y Pedro José Mares. En la última página,

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el dibujo de una mujer rompió con la tranquilidad de los dos jóvenes que habían seguido con la mirada las caricaturas compiladas en el viejo libro. Era un retrato de cuerpo entero de una bella joven de cabello ondula-do que se suspendía ligeramente por encima del suelo, tenía el torso desnudo y en los pies llevaba unas alas celestiales, al final de la hoja decía Pola.

–¡No puede ser! –dijo Leonardo boquiabierto porque la última imagen se parecía mucho a la mujer con la que había soñado y le tomó una fotografía.

–¡Increíble! –repuso asombrada Alejandra. El dibujo era como el del mural que tenía pintado en una de las paredes de su habitación realizado por Leonardo. –¿Se-ñor Urdaneta, ¿quien es ella? ¿Quién la pintó? ¿Qué significan las alas en sus pies? –preguntó señalando la imagen.

–Creo que es Policarpa Salavarrieta, la heroína, símbolo femenino de nuestra guerra de independencia –respondió, todo parece indicar que estas caricaturas son creación de José María Espinoza “El Abanderado de Nariño”, pintor, retratista y caricaturista de la indepen-dencia, pero tengo –continuó– que consultar algunos documentos para responder con exactitud tus pregun-tas. Pero por hoy es suficiente de tantas emociones, las últimas horas han sido muy agotadoras y tanto ustedes como yo necesitamos descansar, mañana es un nuevo día –agregó. Dicho esto se despidieron y quedaron de encontrarse al día siguiente.

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X

Leonardo entró a facebook, unos minutos antes ha-bía dejado a Alejandra en su casa, estaba extenuado, con mucho sueño, pero navegar por internet y chatear con al-guien lo relajaba. En “el muro” encontró escrito un men-saje de un “carrito” al que le resto importancia mientras que en el chat room habían veintisiete de sus contactos y chateó con algunos de ellos, se enteró de los trabajos que otros “escritores” habían elaborado en las paredes de la ciudad. Luego revisó el grupo “Cuentos y Leyendas de La Candelaria” al que se habían adherido treinta y dos de sus contactos pero solo uno de ellos escribió en el muro:Leo:En La Kandelaria hay una ksa con el 9–99. La historia na-rra q en el siglo xix un hombre muy riko arrendó parte d sta ksa, tnía hábitos muy oscuros y según cuentan los primeros viernes d kda mes organizaba, junto con otras personas, ri-tos satánicos q incluían el sacrificio d mujeres vírgenes. Los cuerpos d stas mujeres los enterraban bajo el comedor. Las prsonas q han vivido n sta ksa dicn habr visto los fantasmas d las víctimas Spero t sirva. Nos vmos

No hay nada sobre los túneles, Bolívar ha guardado muy bien el secreto –pensó– y salió de facebook. Recor-dó el viejo pergamino, aún estaban frescos los recuer-dos de las caricaturas pero brillaba con mayor claridad los de la mujer ¿Por qué Policarpa fue dibujada con los pies alados? ¿Qué significan las alas? ¿Por qué el viejo pergamino estaba sepultado en el lugar que lo encon-traron? ¿Qué relación hay entre El Abanderado y La

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Pola? ¿Existe alguna conexión entre los túneles secretos y el viejo pergamino? ¿A caso Bolívar los había elegi-do a ellos para revelarles el secreto de los túneles? ¿Por qué una voz misteriosa los había salvado en el Bronx? Estas y otras inquietudes las resolveremos mañana con-juntamente con El Maestro –pensó– mientras miraba el bastidor que aún permanecía intacto. Antes que lo venciera el sueño buscó en internet la biografía de José María Espinoza, después de todo, no podía presentarse a la reunión con Urdaneta ignorando lo más elemental. Consultó el siguiente enlace: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/espijose.htm:

JOSÉ MARÍA ESPINOZA PRIETO: Pintor, dibujante, gra-bador y caricaturista, nacido en Bogotá, en octubre de 1796, muerto allí mismo, el 24 de febrero de 1883. José María Es-pinosa fue autodidacta. Desde los 14 años se vinculó a las luchas por la independencia. El 30 de mayo de 1811 se alistó como cadete en el ejército centralista que comandaba Antonio Nariño, quien emprendió, en 1813, la acción bélica contra los españoles que dominaban el sur del país, conocida como Campaña del Sur. Durante los años de servicio militar, Espi-nosa realizó sus primeros apuntes y caricaturas. Promovido a alférez, el 1 de enero de 1813, el 30 de junio de 1816 fue hecho prisionero, al finalizar la acción de la Cuchilla del Tambo, en el departamento del Cauca, que marcó la derrota del ejército patriota. Luego de ser quintado para ser fusilado (se escogía al azar un prisionero de cada cinco para enviarlo al patíbu-lo), logró huir, el 8 de diciembre de 1816. Mientras estuvo preso, y durante sus correrías como prófugo, aprendió téc-nicas pictóricas con los indígenas. Acogiéndose a un indulto

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real promulgado por el pacificador Pablo Morillo, resolvió entregarse a las autoridades españolas en 1819, lo que le permitió regresar a Bogotá e instalarse allí hasta su muerte. Como no recibió la pensión de veterano de la Independencia, a que tenía derecho, se dedicó a retratar a las familias adine-radas de la capital, en especial con la técnica de la miniatura. Más tarde se convirtió en pintor del Libertador Simón Bolí-var. Espinosa fue uno de los creadores de la iconografía del Libertador, pues no se le conoce influencia inmediata. Inició sus retratos de Bolívar a partir de agosto de 1828, justamente por la época en que tuvieron lugar los trágicos sucesos que dieron fin a los sueños de Bolívar sobre la Gran Colombia. La iconografía del Libertador y los retratos de los demás próce-res independentistas, fueron difundidos por medio de litogra-fías impresas en el país pero a partir de la década de 1850, y hasta 1870, Espinosa se dio a la tarea de pintar las batallas que definieron la guerra de independencia, para lo cual se basó en sus recuerdos de soldado. La serie, conocida como Las batallas de Espinosa, representa las ocho acciones gue-rreras en que el artista tomó parte cuando era abanderado de Antonio Nariño: Batalla del Alto Palacé (ca. 1850), Batalla de Calibío (ca. 1850), Batalla de Juanambú (ca. 1850), Bata-lla de Tacines (ca. 1850), Batalla de los Ejidos de Pasto (ca. 1850), Acción del Llano de Santa Lucía (ca. 1850), Batalla del río Palo (ca. 1850) y Batalla de la cuchilla del Tambo (ca. 1860) [ver tomo 1, pp. 263’, 264, 268, 274 y tomo 7, pp. 185 y 187]. Sin embargo, y a pesar de no haber sido testigo pre-sencial, Espinosa también representó las batallas de Boyacá (ca. 1840) y la Acción del Castillo de Maracaibo (ca. 1840), definitivas para la victoria de los patriotas.

Actuando como cronista, relató al escritor José Caicedo Rojas detalles de su vida y pormenores de las batallas en

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que participó; el resultado de este trabajo se condensó en un libro que apareció por vez primera en 1876, bajo el título de Memorias de un abanderado. Estos recuerdos le valieron los títulos de “Memoria de la patria” y “el Abanderado de Na-riño”. Una de las características más sobresalientes de Espi-nosa como pintor fue la realización de autorretratos hechos en diversas etapas de su vida. Aparte de Gregorio Vásquez Ceballos, el famoso maestro de la Colonia, no se sabe de nin-gún otro pintor colonial o republicano que haya practicado el autorretrato. Como caricaturista, Espinosa pintó en aguada y a la acuarela a los personajes de su época y a los habitantes de las calles santafereñas. Su notable talento como dibujante, su línea variada y de gran sensibilidad, su aguda mirada sobre los acontecimientos de su tiempo, su indudable sentido del humor y la ironía, le facilitaron la práctica de la caricatu-ra política y social, géneros en que realizó numerosas obras, la mayoría de las cuales son actualmente propiedad de la Biblioteca y del Museo Nacional de Colombia. De las 520 obras de José María Espinosa inventariadas hasta la fecha, el Museo Nacional de Colombia posee alrededor de 168, en-tre pinturas, dibujos, miniaturas y grabados. Las demás se hallan dispersas entre la Casa Museo 20 de Julio, el Museo del Fondo Cultural Cafetero, la Quinta de Bolívar, el Palacio Presidencial y el Palacio Episcopal de Bogotá; el Palacio Pre-sidencial y la Fundación Boulton de Caracas; y numerosas colecciones particulares.

Después de leer la biografía de El Abanderado salió de internet, se recostó en la cama y empezó a reconstruir la cadena de imágenes y hechos vividos a lo largo de la semana y en los túneles secretos. El cansancio lo agobió, se quedó dormido.

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XI

–¡Ulianova, llegó la ruta! –escuchó la voz de su ma-dre indicándole que se apresurara. –¡Ya voy mamá!, se colgó el morral, recogió la carpeta en la que había guar-dado el boceto logrado después de trabajar largas horas durante cada uno de los días de la semana y bajó.

–Buenos días, Floresmiro –dijo la niña cuando pasó por la recepción del edificio.

–Buenos días, señorita Ulianova –respondió el con-serje.

La niña salió del edificio, afuera la esperaba su ma-dre –¿llevas todo? –¡Sí mami! –respondió. Se despidie-ron de beso en la mejilla y se dieron un fuerte abrazo, luego subió a la ruta y se quedó dormida. En el colegio todo estaba dispuesto, había concursantes de todas las edades y grados, los jurados eran externos, invitados es-pecialmente para el concurso, una gama de materiales yacían dispuestos en las repisas del salón de artes y los premios guardados en el cajón derecho del escritorio del rector. El discurso inaugural fue muy largo, mientras tanto, Ulianova con una paciencia increíble, pensaba en su gusto por la pintura y en la pasión por las letras, era algo que corría a raudales por sus venas. En los días tristes pintaba, en las clases que no le gustaban hacía trazos sobre el papel y en los descansos, cuando los ni-ños brincaban, saltaban o jugaban en las zonas verdes, ella era feliz leyendo cuentos infantiles en la biblioteca. –¡Manos a la obra! –escuchó decir al rector que ya había terminado su discurso.

El salón de artes estaba atiborrado de concursantes, jurados, profesores, padres de familia y uno que otro

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curioso que no quería perderle pista alguna al concur-so. La técnica era libre, se podían realizar todo tipo de trabajos, desde dibujos, retratos, paisajes o caricaturas y de la misma manera, los concursantes eran autónomos de elegir el tipo de materiales a utilizar. Todas las obras tenían que ser inéditas y tenían que girar en torno a los primeros cincuenta años de vida del colegio.

Ulianova se sentía segura, así que sacó de la carpeta el boceto y sus propios materiales: pinceles, pinturas, es-pátulas, carboncillos, sepias, delineadores, etc. y se puso a trabajar bajo la mirada inquisidora del jurado que no le quitaba la vista de encima a ninguno de los participan-tes. Después de cuatro horas uno de los miembros del jurado se levantó de su silla –¡el tiempo ha terminado! –dijo– jóvenes, por favor entregan sus trabajos –añadió. Los concursantes acogieron su llamado, entregaron sus creaciones a los jurados quienes se retiraron a la oficina del rector a deliberar. Ulianova recogió sus materiales, los limpió y los guardó en su morral, salió del aula, co-mió sus onces, entró a la biblioteca y se puso a leer.

Después de una hora, el ruido molesto de la multi-tud agolpada alrededor de la tarima del patio central la desconcentró. Tantas voces reunidas no podía ser otra cosa sino la señal que el jurado ya tenía su veredicto fi-nal –pensó. Abandonó la biblioteca y se sentó en el patio central a esperar la decisión de los jueces. Después de unos minutos, el rector apareció con un sobre sellado –¡Tengo aquí los nombres de tres ganadores –dijo agi-tando el sobre, el jurado ha seleccionado los tres mejores trabajos, se presentaron noventa y siete participantes, todos ellos estudiantes del colegio pero tan solo tres han sido los ganadores, los premios –prosiguió– están

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representados en bonos canjeables en los principales almacenes de cadena de la ciudad por la suma de qui-nientos mil, un millón y dos millones de pesos para el tercero, segundo y primer lugar respectivamente –agre-gó mientras abría el sobre. Sin más preámbulos leyó el nombre de los trabajos ganadores y el de sus autores al tiempo que uno de los jurados exhibía al público las obras:

Tercer lugar para el trabajo titulado “Mis Cincuenta Primaveras” elaborado por el estudiante Juan Camilo Díaz de Grado Noveno...Segundo lugar para el trabajo titulado “Escuela de Ilusiones” realizado por el estudiante Andrés Felipe Cortéz de Undécimo grado……Y el primer lugar es para el trabajo “Ahí Están Pin-tados” elaborado por la estudiante de quinto grado, Ulianova Urdaneta.

Acto seguido, invitó a los ganadores a recibir sus pre-mios los que fueron entregados por los miembros del jurado calificador. Primero pasó el estudiante de nove-no, luego el de undécimo y por último Ulianova –¿Se-ñorita, usted es hija del Maestro Reinaldo Urdaneta? –preguntó el miembro del jurado que le hacía entrega del premio. –¡No señor, mi padre murió hace algunos años en un accidente de tránsito! –respondió la pequeña mientras posaba para la foto. Los trabajos galardonados habían levantado las mejores críticas en los miembros del jurado. “Mis cincuenta primaveras” era un retrato del fundador del colegio, hecho en carboncillo, “Escuela de Ilusiones” era un dibujo del colegio en el que el autor

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quiso representar un día de la vida escolar y “Ahí están pintados” era una caricatura, a manera de mosaico, en el que aparecían todos los profesores, directivos y per-sonal de servicios generales del colegio. Ulianova había resaltado con sus trazos los defectos de cada uno de los caricaturizados, los coloreó resaltando aún más los ras-gos distintivos de los personajes con un grado de detalle que los hacían muy reales. Los miembros del jurado se habían largado en risas cuando vieron caricaturizado al rector con unas orejas muy grandes, la nariz picuda que sobresalían por encima del contorno total de su rostro y en la cabeza solo tres pelos acompañaban la calva del directivo. Las risas se convirtieron en carcajadas cuando vieron magistralmente el uso de la ironía en el titulo que empleó la niña para hacer del mosaico caricaturesco una burla.

El día había terminado, los estudiantes corrían a las rutas escolares. En este ajetreo, otro miembro del jurado se topó con Ulianova –¿Niña tú que eres del caricaturis-ta Urdaneta? –preguntó.

–¡No lo conozco! –respondió la niña manifestando su afán.

–¿Él no es tu padre? –volvió a preguntarle el jurado.–¡No señor, mi padre murió! –¡Lo siento! –repuso apenado el jurado– ¡Seguro es-

toy equivocado!, por un momento pensé que tú eras hija de Reinaldo Urdaneta, tu trabajo, ade-más del apellido –prosiguió– es muy parecido al de él. Cada trazo, pincelada y línea elaborada conjugada con ironía y sarcasmo me llevaron a creer tal estupidez. ¡Qué tonto soy! –agregó mientras la niña corría hacia la ruta.

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De regreso a casa llovía a cántaros. Para Ulianova la alegría por haber obtenido el primer lugar en el con-curso se confundió con la zozobra que le produjeron las preguntas de los jurados, parecía como si los dos se hubiesen puesto de acuerdo para preguntarle lo mismo. ¿Pero quién era ese Reinaldo Urdaneta que confundie-ron con mi padre? –se preguntó. Su padre se llamó Ale-jandro, murió en un accidente de tránsito, y era profesor de la Universidad Nacional le había dicho su madre, los pocos recuerdos que le quedaban de él eran muy difu-sos y la única fotografía que tenía de su padre reposaba en su mesita de noche en la que aún él era muy joven. Ella era muy niña cuando murió, su madre hablaba muy poco de él y lo poco que conocía de su padre lo había escuchado de labios de ella. La ruta escolar se detuvo frente al edificio, se bajó y entró, vio al conserje que es-taba organizando la correspondencia

–Buenas tardes Floresmiro –saludó.–Buenas tardes señorita Ulianova.–Floresmiro. ¿Cuánto tiempo lleva trabajando en este

edificio? –preguntó la niña antes de subir las escaleras.–¡Más de treinta años, señorita!–¿Usted conoció a mi papá?–Sí, señorita –respondió el conserje extrañado.–Floresmiro ¿sabe usted si mi papá era pintor o ca-

ricaturista?–Yo conocí a su padre cuando era muy joven –res-

pondió desconcertado– era un buen hombre, dedicado a sus clases en la universidad, ¡se parecía mucho a usted señorita! –añadió.

–Floresmiro, no respondió mi pregunta ¿Mi padre era pintor, caricaturista o tenía algo que ver con el arte? –insistió.

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–¡No lo sé, señorita! –respondió el conserje con re-mordimiento de conciencia. José Floresmiro le había prometido a la madre de Ulianova nunca hablarle a la niña de su padre y aunque él era un hombre de palabra no dejaba de sentirse mal. Al fin y al cabo fue el padre de Ulianova quien lo había traído a trabajar al edificio Valparaíso, le había ayudado en los momentos difíciles y medió para que sus hijos estudiaran en una universidad. –¡No es justo! –dijo apretando los dientes mientras la niña subía por las escaleras.

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XII

La disciplina en el colegio mejoraba con los días. No obstante, algunos casos de robo, matoneo y agresiones físicas daban cuenta de las dificultades de la vida escolar. El Patrón había llegado temprano, entró al salón de cla-ses y solo salió cuando sonó el timbre para el descanso. Se sentó en el patio central, sacó su blackberry y revisó su “face”, halló en “el muro” unos mensajes de algunos de sus contactos y vio las fotos de las últimas pieces que un miembro de su antigua crew había subido. Eran dos enormes piezas realizadas en tapias de la Carrera Trein-ta: la primera, una willstyle de colores fucsia y dorado y la segunda, una freestyle coloreada con verde fluores-cente, delineada con bordes negros en las que las letras SAC sobresalían –¡Sudan Adrenalina Crew! –musitó con nostalgia. Después ingresó al grupo que había creado y comprobó que el número de seguidores aumentaba pero no había nada escrito sobre los túneles secretos” –¡Bolívar, nos ha confiado la llave! –pensó dirigiéndose a clases mientras escuchaba el timbre escolar. El resto del día transcurrió con normalidad.

Una enorme granizada acompañó la salida, había quedado con Alejandra que la recogía en la universidad pero le fue imposible, así que le envió un inbox:

–¡Amooor no puedo recogrt,. stá lloviendo resto!–¡Ok, no problem! ¿Donde nos vmos?–respondió Ale-

jandra en fracción de segundos.–¡En “la oficina” d Urdaneta! –¡Stá bn! –respondió Alejandra– Amooooor t envié un

PDF a tu mail, es un libro q nos pued crbir –agregó.–¿Cómo c llama?

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–¡Memorias d un @banderado D José M@ría Spinoza–¡Pleno! –respondió Leonardo agradecido.–¡Ahora nos vmos! –concluyó Alejandra.En Transmilenio sacó su blackberry, revisó su Email,

abrió el documento que Alejandra le había enviado y se puso a leerlo mientras llegaba al Centro. La lluvia empe-zaba a amainar y pudo llegar a “La Oficina” sin mojarse demasiado, vio a su novia tiritando de frío –¡Hola, amor! –dijo saludándola y dándole un beso. Los andenes esta-ban cubiertos de hielo, pasó revista por el lugar y no vio al viejo –¿Dónde está el Maestro Urdaneta? –preguntó esperando obtener una respuesta de la joven, se quedó pensativo unos segundos sin obtener respuesta de ella –¡ya sé dónde está! –agregó. Cogió de la mano a su no-via, los dos cruzaron la carrera Séptima dando peque-ños saltitos esquivando el hielo que ya empezaba a de-rretirse y llegaron al café La Florida. Allí estaba el viejo realizando sobre una mesa un nuevo plano en un papel más grande quien suspendió la actividad y les preguntó:

–¿Cómo me encontraron?–En un día como este solo hay un sitio en el que un

hombre como usted puede estar, ¡en La Florida! –con-testó Leonardo con ínfulas de aprendiz de sabio ocul-tando su golpe de suerte y señalando todo el lugar.

–¿Qué van a tomar?–¡Chocolate, pan y queso! –respondió ansioso

Leonardo.–¡Huuuy, sííí! –repuso Alejandra.–¡El problema es de hambre, muchachos! –iro-

nizó el caricaturista. Alejandra estaba petrificada, el frío le había quitado las ganas de hablar y no encon-tró chiste en el comentario hecho por el viejo. Mientras

Amainar:Disminuir, aminorar, calmar.

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llegaba el pedido los dos jóvenes clavaron su vista sobre el nuevo plano, Urdaneta había pintado con exactitud el barrio de La Candelaria. En el centro del plano–cro-quis sobresalía La Plaza de Bolívar, se distinguían El Capitolio, La Catedral, El Palacio Liévano, El Colegio San Bartolomé, El Palacio de Justicia y El Museo de la Independencia, Casa del Florero, debajo, en el subsuelo, había un hermoso y precioso laberinto. Alrededor de los principales centros del poder pintó una gama de sím-bolos, instituciones, iglesias, parques, calles, ermitas y construcciones emblemáticas que engalanaban el sector y debajo de estas logró trazar un croquis muy detallado de los túneles secretos.

–¿Maestro existe alguna conexión entre el pergami-no que hallamos en la caja de madera y los túneles se-cretos del centro? –preguntó Leonardo.

–No estoy muy seguro, me faltan algunos datos para armar el rompecabezas –respondió– pero tengo algunas explicaciones que dan cuenta del porqué del pergamino.

–¡Qué bien! Yo sabía que usted tarde o temprano ter-minaría respondiendo nuestros interrogantes –respon-dió Leonardo mientras una mesera les servía las onces. Anoche antes de dormir consulté en internet la biografía de José María Espinoza y hoy, de camino para acá, leí algunos apartes de su texto Memorias de un Abanderado, así que no nos será tan difícil comprender muchas cosas –añadió.

–¡Genial! –dijo el viejo. Sabrás entonces que Espi-noza fue testigo directo de los hechos que acontecieron entre 1810 y 1819, como también de los que ocurrieron a lo largo del siglo XIX. Esto le sirvió a Espinoza –conti-nuó– para escribir sus memorias en 1876. También para

Ermita:Capilla o

santuario situado por

lo común en despoblado.

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hacer los retratos de los héroes de nuestra independen-cia así como algunos frescos sobre las batallas libradas por nuestros hombres en el sur del país, además de la Batalla de Boyacá.

–Sí, a él le debemos quizá el retrato más exacto del Libertador –respondió el muchacho engullendo un pe-dazo de pan.

–Así es –repuso Urdaneta. El Bolívar lo elaboró Es-pinoza por solicitud de su tío José Ignacio París, hombre muy allegado al Libertador, en los días previos al 25 de septiembre de 1828, antes del triste suceso en el que al-gunos conspiradores atentaron contra la vida de Bolívar, en lo que se ha denominado Conspiración Septembrina. A Espinoza le debemos –prosiguió– los retratos de San-tander, Policarpa, Nariño, Sucre, Caldas, entre otros.

–Maestro ¿cómo fue que llegaron esas caricaturas a los túneles?

–No puedo responder con exactitud –dijo– pero mi mejor hipótesis apunta a creer que las caricaturas fueron hechas por Espinoza en la cárcel de Popayán, pues los caricaturizados en el pergamino fueron todos compa-ñeros de él cuando cayó en desgracia. El mismo Espi-noza cuenta en Memorias de un Abanderado que realiza-ba caricaturas de los condenados para pasar el tiempo mientras que otros desafortunados contaban chistes, cantaban o escribían versos. Ahora bien –continuó– los prisioneros habían participado en la Batalla Cuchilla del Tambo en la que el ejército patriota fue vencido y muchos de sus hombres capturados, algunos fusilados y otros fueron conducidos hasta Santafé a rendir cuenta ante la autoridad del Brigadier Juan Sámano. Entre los que llegaron a Santafé –prosiguió– se encontraban el joven

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José Hilario López y Alejo Sabaraín, este último, novio de La Pola. Los cronistas de la época cuentan que Poli-carpa, para ese tiempo, vivía en una casucha ubicada en la antigua Calle Honda –muy cerca de donde encontra-mos la caja–, allí se reunían a conspirar algunos revolu-cionarios entre los que se cuentan José Hilario López, La Pola, su novio y muchos otros. Estos datos me sirven para creer –puntualizó– que algún prisionero que llegó desde Popayán trajo consigo las caricaturas de Espino-za, las empastó para preservarlas y las escondió en “La casita de la conspiración” y todo parece indicar que el mé-rito es atribuible a José Hilario López.

–¿La Pola estuvo presa en Popayán?–¡No seas tonto! todas las actividades de esta mujer

fueron desarrolladas en Santafé –corrigió Urdaneta. Se-guro Sabaraín le habló en la cárcel tanto de su enamo-rada y de los servicios que esta prestaba como chasqui de los revolucionarios que Espinoza, buen conocedor de la mitología griega, la dibujó como la diosa Iris, mensajera de Hera, la suprema diosa del Olimpo.

–¿Qué cosa es una chasquí? –irrumpió Alejandra re-cuperada del frío.

–El término chasqui es de origen quechua, hace men-ción a la mensajera e informante clandestina, patriota y revolucionaria que participaba en una red de espionaje cuyo símbolo era Policarpa –respondió el viejo. Era en-tendible que en tiempos tan difíciles como los primeros años de la guerra de independencia, los rumores, mur-mullos, susurros, chismorreos, comadreos y noticias constituyeran toda una red de canales comunicacionales que hicieron del espionaje la estrategia que otorgaba la ventaja antes de las batallas, durante y después de estas

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–agregó. Conocer dónde estaban las fuerzas enemigas, qué pensaban hacer, cuantos hombres tenían, conocer el número de heridos y bajas que dejaban las últimas con-tiendas, era un oficio que solo podían desempeñar las mujeres. Ellas podían estar en las tertulias femeninas y tiendas de campañas sin levantar sospecha alguna. Así –prosiguió– las plazas de mercado, chicherías, mance-bías o burdeles, jardines, los atrios de las iglesias, las sa-las dónde se tomaba el café, la cocina, mesones (especie de restaurantes de la época), las alcobas matrimoniales, sastrerías, carpinterías, etc., se convirtieron en los luga-res en los que operaban las chasquis granadinas.

–Señor Urdaneta ¿la participación de la mujer se re-dujo solo al de informante? –preguntó la muchacha.

–No. Las granadinas acompañaron el drama revolu-cionario realizando diversas y variadas funciones –res-pondió. Dejaron sus casas para seguir a los soldados du-rante las campañas, se involucraban en conspiraciones, entregaban mensajes y espiaban al enemigo, alojaban patriotas, defendían a sus maridos, aportaron sus for-tunas para financiar la guerra, entregaron sus hijos a la causa libertaria e incitaban a desertar a los soldados granaderos al servicio del rey. Por ejemplo, en 1813 Pas-to y Popayán constituían el fortín del brigadier Juan Sá-mano quien apoyado por el gobernador de Quito Toribio Montes amenazaba con preocupación, la independencia granadina. Alcanzada la paz entre el Estado de Cundi-namarca y los Estados de la Unión, Nariño emprendió la Campaña del Sur, en esta empresa participó su aban-derado José María Espinoza, quien ha dejado escrito y grabado sobre el óleo los avatares femeninos por lo me-nos en tres de las ocho batallas celebradas en el sur del

Chasquis:De origen Quechua – mensajera e informante clandestina patriota y revolucionaria.

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país –especificó, en esta campaña decenas de mujeres se adelantaban a las tropas patriotas. Ellas tenían que ser las primeras en llegar a los pueblos para montar en la plaza las cocinas, encender las hogueras y preparar la comida, otras en cambio, marchaban a la retaguardia de las tropas alcanzándoles agua a los soldados y es-cuchando narraciones varoniles de hazañas exageradas.

–Maestro ¿qué sentido tienen las alas en los pies? –pre-guntó Leonardo pensando en el dibujo que Espinoza hizo de La Pola.

–Las alas son el símbolo de la rapidez con el que las chasquis hacían circular los mensajes –contestó–, en los pies de La Pola representan simbólicamente la impor-tancia del espionaje femenino en la guerra por nuestra independencia, –finalizó. El tiempo pasó sin que los jó-venes se percataran de ello, la noche se hizo muy fría, la llovizna había vuelto aparecer y Urdaneta consideró prudente terminar la conversación –¡mañana es sábado y será un largo día! –dijo. Nos vemos mañana tempra-no en La Plaza de Bolívar, tenemos que armar un rompecabezas –aña-dió– y se despidieron.

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XIII

En La Plaza de Bolívar encontraron a Ur-daneta mirando sin preocupación hacia los cerros orientales. El viejo había madruga-do, caminó paralelamente por los espejos de agua del Eje Ambiental, visitó la iglesia de San Francisco y el templo de La Veracruz, Panteón Nacional, donde se hallan los restos de muchos mártires de la independencia y luego se detuvo por un momento en El Parque Santander. Siguió su camino, siempre paralelo por los canales de agua, conduciéndo-se hasta la Plaza de Mercado del barrio La Concordia. Aquí disfrutó de un buen café, sacó el nuevo plano y se disponía a trazar unas líneas tenues sobre él cuan-do dos venteras se agarraron en una trincada discusión, así que abandonó el intento y se dirigió por La Calle del Embudo hasta la Plazoleta del Chorro de Quevedo. En este lugar pudo hacer sus trazos sobre el plano sin mayores urgencias. Después visitó la iglesia de Nuestra Señora de Egipto, frente a ella arqueó sus cejas y entró por unos minutos en su estado de falso letargo, –¡la cita con Leonardo y Alejandra! –dijo. Se dirigió a toda prisa a La Plaza de Bolívar, cuando vio a los jóvenes fue a su encuentro –¿listos para la mejor aventura de sus vidas? –dijo– y se marcharon.

El recorrido empezó por la Iglesia de San Ignacio, una construcción antiquísima que estaba siendo res-taurada, ¡muchachos, este templo fue construido entre 1604–1611 y debe guardar en su interior muchos secretos –afirmó. Los tres siguieron por la carrera sexta y entre

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calles novena y décima se detuvieron un momento –¡La Calle de las Aulas! –musitó.

–Maestro ¿por que recibe este nombre? –preguntó Leonardo.

–Esta calle se llama así porque aquí quedaban las primeras aulas de la Facultad de Teología de la Univer-sidad Javeriana –dijo. Se cree que los estudiantes salían de los dormitorios, que quedaban dónde está el Cole-gio de San Bartolomé, cruzaban por un túnel y llegaban hasta las aulas universitarias –explicitó. Mientras tanto, Alejandra ya empezaba a interesarse en el recorrido, la noche anterior no comprendió porqué el viejo los había citado tan temprano en La Plaza de Bolívar, pero cuando le escuchó hablar de este túnel entendió la intención de Urdaneta. Se dirigieron luego a la iglesia de Nuestra Se-ñora del Carmen, el viejo hizo unos trazos en su plano y miró de abajo hacia arriba la edificación –Esta es una iglesia construida en 1560, su arquitecto, el italiano Juan Buscaglione, construyó gran parte del templo cuadro a cuadro, con paciencia de orfebre, agregó.

–Señor Urdaneta ¿que tiene que ver esta iglesia con los túneles secretos?

–¡Sin afanes, mujer! –respondió. Estoy intentando armar el rompecabezas y antes que se vayan a dormir espero darle respuestas a todas la preguntas que me han hecho a lo largo de la semana. Por ahora, síganme en silencio mientras cotejo las piezas de este lego.

Los jóvenes estaban muy intrigados, sus corazones latieron más rápido cuando escucharon al viejo compro-meterse con responder sus interrogantes, así que lo si-guieron hasta otra ermita, justo frente al Palacio de Na-riño. Urdaneta inspeccionó el templo, los tres entraron,

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estuvieron unos minutos allí, Alejandra y Leonardo aprovecharon y tomaron fotos del lugar mientras que Urdaneta hacía trazos sobre el plano ¡–el Río Manzana-res! –murmuró. Esta es la ermita de San Agustín, cons-truida entre 1637 y 1668, aquí se desarrolló la Batalla de San Agustín, hostilidad en la que los conservadores sitiaron a los liberales –añadió. Después salieron del lu-gar y cruzaron la calle séptima e iniciaron el camino, en dirección contraria, se detuvieron en el Claustro de San Agustín, hoy Sistema de Patrimonio, Cultural y Museos. Una estudiante–guía con un chaleco distintivo de la Universidad Nacional los invitó a entrar, la guía observó al viejo y colocó una cara de asombro mezclada con una represada alegría diciendo:

–Profesor Urdaneta.–¡Hola, Carolina Santamaría! –respondió en señal

de respuesta afirmativa y recibiendo un efusivo abrazo de la joven.

–Nosotros, en la facultad lo extrañamos mucho.–¡Gracias! –¿Profe, cuando nos visita? ¡Seguro que sus antiguos

estudiantes le haríamos un buen recibimiento!–¡Un día de estos! –dijo despidiéndose de la joven y

marchándose del lugar.–¿No vamos a entrar al museo? –preguntó Leonardo

impresionado al escuchar la conversación entre Urdane-ta y su antigua estudiante.

–¡No, ya tuve demasiado en este lugar!Alejandra estaba consternada, no podía dar crédito a

lo que había escuchado, por fin empezaba a comprender muchas cosas que la tenían confundida de este hom-bre. La agudeza con la que concluía sus explicaciones,

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los razonamientos lógicos que infería a partir de peque-ños indicios, el conocimiento que tenía de la ciudad y de algunos hechos históricos eran la evidencia de que este hombre no era simplemente un artista callejero. –Señor Urdaneta ¿fue usted profesor de la Universidad Nacio-nal? –preguntó. El viejo ya estaba inspeccionado la igle-sia Santa Clara, hizo nuevos trazos, dibujó un icono y avanzó sin responder. Luego llegaron a la iglesia de La Concepción, Urdaneta entró y salió de la ermita y, mien-tras los jóvenes se tomaban fotografías en este lugar, el viejo caminaba con pasos largos como si estuviera mi-diendo el trayecto hacia La Plaza de Bolívar, se sentó y repasó mentalmente el recorrido. Allí lo encontraron los jóvenes –Maestro, ¿por qué no me había contado que fue profesor de la Universidad Nacional? –¡hace tanto tiempo de eso que ya ni me acuerdo! –respondió– y em-prendieron el camino a la casa de Urdaneta.

Llegaron a la vieja casona, el sector era un mercado persa en el que los vendedores parecían turcos, maes-tros en las cuentas rápidas, el regateó y el menudeó, ver-daderos artistas del descuento y las rebajas en un mun-

do paralelo, en el que coexistán ciudadanos de todas las regiones del país ante la mirada airada de los dueños poderosos de los grandes locales comerciales que cohabitan en el lugar. Entraron a la habitación, cogieron sus linternas, descen-dieron por el socavón, recorrieron los túneles a todo prisa y llegaron al laberinto subterráneo de La Plaza de Bolívar. Caminaron por el corredor que conducía al colegio San Bartolomé, pero esta vez no subieron por la escalera en forma de caracol, cruzaron por un pasadizo secreto que

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Urdaneta descubrió con singular habilidad, se condu-jeron por un largo corredor en el que encontraron una cripta deteriorada y recubierta por telarañas –¡estamos bajo la iglesia de San Ignacio! –dijo Urdaneta. Después cruzaron por un tabique semi-destruido que los llevó por un nuevo pasillo, más largo que el anterior, Leonar-do reparó el lugar y dijo:

–¡La Calle de las Aulas! –¡Muy bien, muchacho! –dijo Urdane-

ta, ante la cara de asombro de Alejandra. El túnel los arrojó hacia una nueva cripta, era una bóveda con dos pequeñas puertas, una al costado izquierdo y la otra al costado de-recho, detrás del altar vieron suspendido un Sagrado Corazón de mármol de carrara y a la misma altura descansaba un Santo Domingo Sabio. Las paredes constituidas por octágonos daban la sensación de la perfección del orden matemático e incrustado en ellas, en una pequeña bóveda, hallaron los restos de un per-sonaje de nombre Mariano Orjuela, fallecido en 1946. Luego, cruzaron el umbral de la puertecilla ubicada al costado derecho, se adentraron por un nuevo sendero en el que escucharon fluir las aguas de un río subterráneo, –¡El río Manzanares!, también llamado río San Agustín lo que indica que caminamos debajo de la calle Sépti-ma– explicó Urdaneta– llegando a otra cripta.

En esta nueva cavidad no había altar, pero en el pres-biterio estaba la imagen del Nazareno, cristo en made-ra con el rostro y los pies encarnados y policromados, las paredes habían sido decoradas con otras imágenes como las de San Nicolás de Tolentino, Santo Tomás de

Socavón:Cueva que se excava, a veces se prolonga formando una galería subterránea.

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Villanueva, San Francisco de Paula y Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, entre otras. Estas daban la sensa-ción de estar protegiendo un laberinto de lapidas de 20 por 20 centímetros, en el que sobresalía un cofre blanco protegido por una luz artificial resplandeciente, los tres aventureros se acercaron y leyeron la inscripción que es-taba tallada sobre la superficie de la caja: Policarpa Sala-varrieta. Las cejas de Urdaneta se arquearon, Leonardo fotografió todo el lugar y Alejandra fue asaltada por una inquietud que hizo manifiesta de inmediato –¿Son los restos de la chasqui? –preguntó– sin obtener respuesta. Supo de inmediato que estaban ubicados debajo de la iglesia de San Agustín y la cripta anterior, no podía sino estar en el sótano de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.

–Señor Urdaneta ¿cómo murió La Pola?–¡Fusilada! –respondió el viejo.–¿Después de muerta fue sepultada en esta cripta?–No, la enterraron en una fosa común.–¿Dónde está esa fosa?–¡Más tarde te respondo! –contestó pasando sus ma-

nos por una de las paredes del lugar, logró encontrar un dispositivo que abrió un pasadizo secreto, salieron de la cripta y se encontraron en un túnel con paredes de már-mol, pisos adoquinados y muy iluminado, –Muchachos, al costado izquierdo se encuentra el Batallón Guardia Presidencial, mientras que en el costado opuesto, está la Casa de Nariño –dijo con un tono de soberbia. Acto se-guido, tocó con sus largas manos la pared del otro cos-tado y un nuevo pasadizo los sacó del corredor ilumina-do y los condujo por otro pasillo. Lo recorrieron y más adelante hicieron un giro de 45º. Urdaneta se detuvo,

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sacó su plano, borró unas líneas e hizo otras –arriba de nosotros se encuentra el Claustro de San Agustín –dijo sin detenerse. Al cabo de unos minutos llegaron a una nueva cripta en la que encontraron un mosaico de cruces que respondían a un sinnúmero de pequeñas lápidas, –la Iglesia Santa Clara, fundada en 1629 –dijo. Leonardo y Alejandra estaban maravillados con el lugar, era un largo rectángulo agraciado por un número indetermi-nado de pinturas y un conjunto de valiosas esculturas del siglo XVII y XVIII, sacaron sus teléfonos móviles y fotografiaron el lugar. Escucharon las carcajadas de Ur-daneta que había descubierto otro pasadizo –este cami-no conduce al antiguo Observatorio Astronómico –dijo señalando un corredor.

Después de unos metros abandonaron la última cripta y se encontraron ante una nueva encrucijada. El sendero de la izquierda conduce a otra bóveda ubicada debajo de la ermita de Nuestra Señora de la Concepción, fundada en el año 1583 –dijo. Es mejor que sigamos este otro sendero, que nos conducirá justo al centro del labe-rinto, es decir, debajo de la estatua del Libertador y otro sendero, más largo que los anteriores, nos arrojará hasta el subsuelo de la Avenida Jiménez –insinuó.

El pronóstico de Urdaneta se cumplió. Pasaron el la-berinto subterráneo de La Plaza de Bolívar, luego cami-naron por un largo túnel, –este corredor cruza el río San Francisco y recorre en sentido sur–norte La antigua Calle Larga de las Nieves, hoy Carrera Séptima, llegando hasta la Biblioteca Nacional –dijo ante una bifurcación que los condujo hasta una nueva cripta. La cavidad estaba col-mada de pequeñas lápidas, detrás del altar se hallaba la imagen en madera de Jesús de Nazareth. En las cuatro

Lápida:Piedra llana en que generalmente se pone una inscripción.

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paredes de la cripta, las pinturas da San Francisco de Paula, Santa Juliana de Correntía, San José y San Ni-colás de Tolentino le daban sentido al lugar –esta cripta corresponde al templo de San Francisco, fundado entre 1550 y 1567 –afirmó Urdaneta con la mirada clavada so-bre unos candelabros ubicados a mediana altura. Urda-neta pasó revista por todo el lugar, sus manos lograron mover uno de los candelabros y un pasadizo se abrió. Del otro lado vieron otra bóveda, más pequeñas que to-das la que habían visto, entraron en ella, en el presbite-rio advirtieron la imagen del señor Caído y El Señor de la Buena Esperanza. En las paredes colgaban los cua-dros de Nuestras Señora de los Dolores, San Cayetano, San Agustín con la Virgen y Santa Rita. –Debajo de esta ermita, la de La Veracruz, fundada entre 1549 y 1554 se encuentran los restos de los patriotas que fueron fusila-dos por orden de Juan Sámano y Pablo Morillo. Los pa-tios de La Veracruz eran la fosa común donde arrojaban los cadáveres de los patriotas sacrificados, entre ellos La Pola –Aclaró Urdaneta mirando fijamente a Alejandra. También se le conoce como Panteón Nacional. El con-junto de pequeñas lápidas que ustedes ven, están dis-puestas según la fecha de fusilamiento y constituyen el osario en el cuál yacen los restos de:

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1816 1817 1818 1819

Juan Marra Francisco Arellano N. Molano Píoquinto Bernal

Francisco Cabal José María Arcos N. Murcia Antonio Chaismallón

Francisco Aguilar Antonio Galeano Bonifacio Fernández

Juan a Monsalve Jacobo Marufo Juan Molano

Alejo Sabaraín Laureano Sierra

Además –continuó Urdaneta luego de leer en voz alta los nombres inscritos en cada una de las lápidas, aquí estuvieron hasta hace algún tiempo, los restos de Francisco José de Caldas, Miguel Buch, Miguel Montal-vo, Francisco Antonio Ulloa y los de Policarpa Salava-rrieta. Los de La Pola –prosiguió– fueron posteriormente llevados a… –¡la ermita de San Agustín! –interrumpió Leonardo.

–Señor Urdaneta ¿quiere decir que La Pola y su ena-morado no descansan juntos?

–¡Así es mi niña! –respondió el viejo.–Me parece una contradicción absurda que La Pola y

Alejo, símbolo del amor puro durante la independencia, no descansen juntos por el resto de la eternidad –afirmó la joven. ¡Hay que hacer algo al respecto! –agregó mien-tras salían del lugar.

–Maestro, ¿por qué los restos de La Pola se encuen-tran en la cripta de la Iglesia de San Agustín? –preguntó el Patrón.

–Mucho tiempo después de su muerte –respondió Urdaneta, su hermano mayor, José María Salavarrieta se convirtió en prior de esta orden y por decisión suya los restos de su hermana fueron conducidos hasta la ermita de San Agustín. Dicho esto, salieron del lugar y justo al frente de la cripta de La Veracruz se detuvieron un

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momento, vieron una cavidad destrozada y abandonada –esta debió ser la cripta de la iglesia del Humilladero –dijo Urdaneta. Fue fundada en 1583 y estuvo ubicada en el costado noroccidental de La Plaza de las Hierbas, hoy Parque Santander.

–Maestro ¿que río corre por estos lados? –preguntó el Patrón tras oír el fluir de aguas subterráneas.

–¡El Vicachá!, también conocido como río San Fran-cisco –respondió. Se devolvieron por el mismo corredor que los había traído y llegaron al centro del laberinto. Después se adentraron por un corredor que los condujo hasta Catedral Primada de Colombia. Allí conocieron la cripta más grande, hermosa y ostentosa de todas las que habían visitado. La imagen de La Virgen del Topo custodiaba el ingreso a la cavidad, al interior de la bó-veda encontraron un enorme lienzo con la imagen de Santa Isabel de Hungría ubicada justo detrás del altar. Sus pisos estaban cubiertos con alfombras rojas, en las paredes habían cuadros del siglo XVI y un sinnúmero de lápidas constituía el osario más grande de todos los que pudieron conocer. Este osario daba cuenta de los nombres de todos los cardenales, altos canónigos, oido-res, gobernadores que había tenido el país, además de los restos de Gonzalo Jiménez de Quesada y los del El Precursor Antonio Nariño. En el centro del lugar había una urna de cristal, en cuyo interior reposaban el guión que precedió a la fundación de la ciudad, el cáliz de plo-mo que usó fray Domingo de las Casas en la primera celebración eucarística celebrada en El Nuevo Reino y una custodia, La Preciosa, de 22 libras de oro filigrana-do, 3.315 piedras preciosas, entre diamantes y esmeral-das. –La Catedral fue construida entre 1552 y 1562 –dijo

Ostentosa:Magnifico,

suntuoso.

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Urdaneta emocionado. Debe haber un pasadizo secreto que nos lleve hasta la cripta de la Iglesia San Ignacio, –¡Eureka! –exclamó hallando el falso tabique y el corre-dor que había insinuado.

–¡Fabuloso! –repuso Leonardo.–¡Muy bien! ya basta de tantas emociones juntas

¿podemos salir de aquí? –dijo extenuada Alejandra.–¡Pronto! –contestó Urdaneta buscando otro pasadi-

zo. Una pared se movió cuando el viejo hizo presión so-bre dos querubines dorados que yacían a mediana altura –!síganme! –dijo y se adentraron por un corredor que los llevó hasta otra cripta –¡lo sabía!, esta bóveda también es un osario, el de la Iglesia de La Candelaria, fundada entre 1686 y 1703 –explicó Urdaneta. En las paredes de esta nueva cavidad colgaban las pinturas de San Joaquín, Santa Teresa del Niño Jesús, San Agustín y la Visitación de María. Detrás del Altar había unas escaleras que con-ducían a la superficie, los tres aventureros subieron y lue-go de un largo ascenso salieron por el confesionario de la parroquia, se mezclaron entre los asistentes a la misa de seis y salieron sin levantar sospecha.

Querubines:Nombre de los espíritus celestes del primer coro angélico.

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XIV

Alejandra y Leonardo estaban muertos del cansan-cio que les produjo el recorrido subterráneo. Urdaneta por su parte daba muestras de poseer una inagotable energía, no se mostraba cansado ni fatigado pero estaba impaciente. Los tres aventureros llegaron al café Juan Valdés y luego saborearon unas exquisitas onces.

–Maestro ¿por qué hay criptas debajo de las iglesias del Centro? –preguntó el joven.

–Las historias y crónicas de tesoros escondidos, fan-tasmas, crímenes pasionales, robos y escándalos no su-peran en número sus inquietudes –dijo. Desde La Co-lonia circulan por las calles del centro de Bogotá estas leyendas, algunas fantásticas y otras tan reales como las criptas que acabamos de visitar. Se dice –prosiguió– que debajo de las iglesias y parroquias construidas en el Cen-tro histórico existen unas bóvedas subterráneas, pero solo aquellas que fueron construidas entre 1550–1703, se comunican entre sí por medio de túneles, corredores subterráneos o pasadizos secretos. ¡Ahora sabemos que no es solo una leyenda! –agregó.

–Señor Urdaneta, ¿Qué función han cumplido estas criptas?

–Bueno, el clero siempre ha sido rico y poderoso y desde que pusieron pie en América su fortuna se acrecentó, así que tuvieron que construir, en sitios seguros, sus propias cajas fuertes y el mejor lugar

para hacerlo estaba justo debajo de las ermitas. Esta tesis se refuerza –prosiguió– porque en la época colonial, de gran influencia clerical y religiosa, la iglesia católica enri-

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quecía sus arcas y acrecentaba sus riquezas. Ello implica aceptar la idea de que esta institución ocultara en secreto sus tesoros, para lo cual dispuso de algunas bóvedas, las cuales se comunicaban entre sí por pasadizos y pasajes bajo tierra. Otro uso que han tenido desde siempre fue servir de cementerios para los ricos y poderosos, osarios. Por último, en los momentos de inestabilidad política se convirtieron en albergues y escondites para la alta jerar-quía católica así como para los más altos dirigentes de La Corona Española, por lo que se entiende que su existen-cia ha sido del conocimiento de un circulo muy reducido de personas. Así tenemos –continuó– que La Catedral Primada de Colombia se comunica con la iglesia de San Ignacio por el sur y esta a su vez con la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen y la Ermita de San Agustín, también con la Iglesia de Nuestra Señora de Egipto, fundada en 1556, ubicada al pie de los cerros orientales. Esta últi-ma aunque no hayamos visitado su cripta, la puerteci-lla ubicada a la izquierda, en la bóveda de la iglesia de los Nuestra Señora del Carmen, indicaba el camino ha-cia ella. Por su parte, la Iglesia Santa Clara, así como la ermita de La Concepción, también se comunican entre sí y con la Catedral por un corredor proveniente del su-roccidente, mientras que la Iglesia de La Candelaria se une con esta por un sendero que corre en dirección noro-riental. Las ermitas de San Francisco y de La Veracruz se conectan entre sí y con la Catedral a través del túnel que corre por el subsuelo de la carrera Séptima en dirección norte. Además, existieron otros dos templos que forma-ron parte de esta red de senderos secretos: La Iglesia del Humilladero –ubicada en la Plazuela de San Francisco ó Plaza de las Hierbas (actual Parque Santander) y donde

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se cree que fray Domingo de las Casas ofició la primera misa el 6 de agosto de 1538 y, La Iglesia de Santo Do-mingo, construida en 1550, ubicada donde se encuentra hoy el edificio Murillo Toro. Ahora bien –puntualizó– en el costado oriental de la plazoleta de Las Hierbas se esta-bleció la primera casa de los dominicos, en 1550. Esta era una sencilla casa de tapia y paja donde resonó la primera campana de Santafé. Es posible que estas criptas, pero también los túneles, hayan estado al servicio de los pa-triotas durante la independencia.

–Maestro, ¿por qué le llamaban Plaza de las Hierbas o Plazuela de San Francisco? ¿Acaso no eran estas bóve-das un secreto que solo conocían las autoridades espa-ñolas y la alta jerarquía católica? –Preguntó Leonardo.

–En respuesta a tú primera pregunta tengo que decir que le llamaban Plaza de las Hierbas porque las señoras santafereñas, en los días de mercado, hallaban en ella las frutas y hortalizas provenientes de las tierras frías. Además, el río Vicachá desde su nacimiento en los ce-rros orientales cogía camino de oriente a occidente, lue-go pasaba muy cerca de la ermita y del convento de San Francisco, por lo que terminó recibiendo el nombre de esta orden religiosa, al igual que la plazoleta en men-ción. En respuesta a la otra pregunta –agregó Urdane-ta– tengo que decir que sí, pero también es cierto que los párrocos no todos estuvieron fieles a España. Abundan ejemplos de sacerdotes y canónigos que estuvieron al servicio de la revolución de independencia, ellos cono-cieron de la existencia de las criptas secretas pudiendo salvar las vidas de muchos patriotas –agregó.

–Maestro ¿Cuál es la conexión entre los túneles se-cretos y las criptas? –volvió a preguntar el Patrón.

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–La ruta de las criptas debió obedecer a una obra de ingeniería planeada desde un principio, obra que se faci-litó en el centro por lo particular del relieve andino. Los hechos señalan que La Plaza Mayor, hoy Plaza de Bo-lívar, fue trazada en 1539, un año después de la funda-ción de la ciudad y mucho antes que se construyeran las ermitas, por lo que se cree que los ríos Vicachá y Man-zanares, con sus causes fueron labrando, con paciencia de artesano, durante centenares de años las cavidades, cuevas y vericuetos que facilitaron la construcción de los túneles y criptas que ya conocemos. Es problable que una de estas grutas se construyen en el substrato de la vieja casucha donde vivía La Pola y con el paso del tiem-po, la especulación inmobiliaria y la erosión, producto de la ampliación de las avenidas y troncales de la ciudad, liberó la caja de madera que contenía las caricaturas de Espinoza. Ahora bien, el estado actual de estos vericue-tos corresponde a la adecuación, prolongación, uso y al interés deseado. Por ejemplo, la alta jerarquía católica les dio el uso que ya les he explicado mientras que los ci-viles usaron los túneles como medio de fuga cuando el ardor político se los exigía.

–Maestro ¿conoce usted algún caso de escape por los túneles? –preguntó intrigado Leonardo.

–Los hechos dan cuenta de algunos escapes de pe-lícula –dijo. Durante el Régimen del Terror muchos pa-triotas condenados a muerte pudieron escapar del Cole-gio de San Bartolomé, cárcel improvisada al igual que el Colegio Mayor del Rosario. Aunque la historia oficial no da cuenta de los túneles secretos, lo cierto es que el des-concierto de Morillo y Sámano crecía frente a las conti-nuas fugas de los reos que se evadían e iban a engrosar

Gruta:Cavidad abierta

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las guerrillas del Casanare. Por ello, resulta creíble que estos hombres, custodiados y vigilados con esmero por ser enemigos declarados de La Corona, hubiesen esca-pado por algún pasadizo o túnel, escondiéndose en una que otra cripta secreta por algunos días, ante la vigilan-cia extrema con la que Morillo primero y luego Sámano, protegían Santafé, para luego coger camino a los llanos del Casanare. Otro escape cinematográfico –continuó– ocurrió el 25 de septiembre de 1828 cuando veinticinco soldados y doce civiles dirigidos por Pedro Carujo, en-traron al Palacio Presidencial con la intención de matar al Libertador pero fracasaron porque este fue advertido por Manuelita Sáenz y pudo huir ileso por una de las ventanas de la casa. Esta hipótesis resulta poco probable porque los conspiradores habían entrado en un viaje sin regreso, de fracasar en su empresa, los muertos serían ellos y no el Libertador, por lo que tuvieron que haber previsto los posibles puntos de fuga que pudiera ofrecer el Palacio Presidencial, ubicar hombres en ellos, captu-rar a Bolívar y darle finalmente muerte. ¿No es acaso más creíble que Bolívar haya usado un pasadizo secreto o hubiera salido de Palacio por un túnel hasta llegar a un sitio seguro?

–¿Bolívar sabía de la existencia de los túneles? –¡Muy buena pregunta, Leonardo! –respondió el

viejo retrayéndose por unos segundos. Luego con una asombrosa agilidad se levantó de su puesto, miró a los dos jóvenes diciéndoles: –¡Síganme!

Alejandra estaba exhausta y no tomó muy bien la invitación que Urdaneta les había hecho. Sin embargo, con su último aliento, siguió de cerca a sus dos acom-pañantes que avanzaban presurosos hacia La Plaza de

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Bolívar. En este lugar se detuvieron frente a la estatua del Libertador –¿Observan algo extraño en la estatua de Bolívar? –preguntó Urdaneta con sus ojos clavados so-bre la escultura.

–¡Sí, el bronce glorifica! –se apresuró Alejandra en decir.

Leonardo, en cambio, supo de inmediato que algo raro había en la estatua, pues no era casual que Urda-neta peguntara por lo extraño que pudiera encerrar la figura del Libertador, así que la observó antes de emitir cualquier concepto –¡Santo Dios!, ¡la espada! –dijo des-pués de unos largos segundos.

–¡Sí, la espada! –respondió el viejo satisfecho al des-cubrir como crecía la capacidad de observación del menor.

–¿Qué tiene de especial ese viejo hierro? –inquirió la joven.

–Mi amor, la espada está hacia abajo, su punta señala justamente el centro del laberinto que corre por debajo de La Plaza –respondió emocionado Leonardo, lo que quiere decir que Bolívar sí conocía de la existencia de los túneles secretos.

–¡Cierto! –dijo asombrada la joven.–La espada es el signo que revela el secreto de los

túneles –agregó el viejo fascinado. Ante nuestros ojos, pero también ante los ojos de los demás, siempre estuvo la llave que devela la existencia de los corredores ocul-tos, solo faltaba observar con atención. Ahora todo tiene sentido, gracias a la espada de Bolívar –continuó, los bo-gotanos, en algún momento de la historia, conocieron y caminaron por estos pasadizos secretos para esconderse de las persecuciones tan comunes durante los siglos XIX y XX en Colombia. Además, ahora se hace creíble la idea

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de que los ciudadanos de La Candelaria escaparon del centro de la ciudad por los túneles subterráneos cuan-do mataron a Jorge Eliecer Gaitán, que Gustavo Rojas Pinilla amplió el tramo de estos senderos hasta la calle 26, a la altura de la Biblioteca Nacional, preparando una eventual huída de Palacio y que los estudiantes dejaban

los dormitorios –que quedaban donde hoy está El Colegio– y llegando a las aulas de la Uni-versidad Javeriana a través de estos corredores. En consecuencia, ¡La espada es la llave! –pun-tualizó.

–Maestro ¿quién hizo la estatua del Liber-tador? –preguntó encantado el muchacho.

–La estatua fue realizada por el escultor italiano Pietro Tenerani por encargo del no-ble patriota José Ignacio París en 1844 y fue la primera estatua en el Mundo de Simón Bolívar –respondió.

–¿El tío del Abanderado? –dijo Leonardo muy emo-cionado.

–¡Sí! –contestó el viejo. París fue un hombre fiel a Bo-lívar y uno de sus consultores políticos más importantes. Este patriota había vivido toda su vida en Santafé, per-tenecía a una de las familias más notables, se desenvol-vía en las tertulias capitalinas en las que se realizaban toda suerte de comentarios relacionados con la historia, costumbres, creencias, leyendas y secretos de la capital. Allí –prosiguió– pudo haber conocido la existencia de los túneles, la compartió con El Libertador y Manuelita durante su estadía en Santafé, secreto que en últimas, le salvó la vida a Bolívar, aquella penosa noche de sep-tiembre. Mi conjetura más acertada se inclina por creer

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que por solicitud de París el escultor italiano realizó la estatua con la espada hacia abajo como señal reveladora de la existencia de los túneles que le salvaron la vida al Libertador. Signo manifiesto para conservar la institu-cionalidad en momentos de inestabilidad o para salvar la vida de muchos compatriotas. Indicios, a todas luces, descuidados hasta hoy por la historia oficial.

–Señor Urdaneta ¿qué función cumplen en la actua-lidad los túneles del centro? –preguntó Alejandra que había estado muy atenta a las explicaciones del viejo.

–¡Bueno! –dijo Urdaneta, los senderos comunican entre sí con los principales centros del poder nacional. Una buena hipótesis sería la de mantener el estatus quo asegurando el establishment y garantizar la institucio-nalidad en momentos de alta inestabilidad política. Así que los túneles con sus respectivas bifurcaciones, ade-más de formar parte del centralismo político colombia-no, constituyen un valioso instrumento para preservar las ramas del poder público.

Los jóvenes henchidos de felicidad habían escuchado el relato de Urdaneta, se sintieron afortunados ante el descubrimiento del secreto mejor guardado en el centro histórico y juraron ante la estatua de Bolívar no revelar a nadie la existencia de los corredores que corren por el subsuelo de la ciudad y se despidieron del viejo que también acusaba emoción y dicha.

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XV

El domingo amaneció sin el ruido habitual del centro de la ciudad. José Floresmiro dispuso los sobres, recibos y correspondencia en los compartimentos de cada uno de los apartamentos, realizó algunas anotaciones en la bitácora y entregó el turno. Haberle mentido a Ulianova era algo imperdonable, la conciencia no lo dejaba tran-quilo así que tenía que remediar de alguna manera el hecho de no haberle dicho a la niña que su papá aún vivía, que además de ser maestro en la universidad, también había sido un consagrado artista plástico y un reconocido caricaturista, así que subió en su bicicleta y se marchó. –¡Aún es muy temprano! –musitó cuando vio que las calles apenas estaban siendo acondicionadas para la ciclovia dominical. Se desvió de su acostumbrado camino y fue a visitar a Urdaneta.

Cuando se disponía a tocar la puerta de la vieja ca-sona, escuchó crujir las bisagras de una de las hojas de la puerta que se abría –Hola Floresmiro –le habló la voz de un hombre.

–Maestro Urdaneta lo estaba buscando.–Pues ya me encontró.–Tenemos que hablar.–¿De qué buen hombre?–La señorita Ulianova estuvo preguntándome por

usted. Urdaneta sintió una inmensa alegría, al tener noticias

de la personita más importante de su vida era como un soplo divino que lo acercaba al mundo terrenal, miró al conserje y dijo: –¡busquemos un café! Luego de caminar

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unos minutos encontraron en San Victorino un lugar adecuado y ordenaron dos bebidas calientes –¿Cómo está mi hija? –preguntó.

–Ella está muy bien, ¡creciendo! Es una niña muy inteligente, realiza comentarios muy maduros e ironiza con una agudeza similar.

–¿Cómo es eso que preguntó por mí?–El viernes pasado cuando llegó del colegio me pre-

guntó por su padre, si había sido caricaturista o tenía algo que ver con el arte. Pero... –el conserje agachó la cabeza en señal de vergüenza, solo le dije que usted ha-bía sido maestro en la universidad.

–Hizo bien Floresmiro –dijo Urdaneta con lágrimas en los ojos.

–¡Yo no creo! aunque prometí a doña Cristina nunca hablarle a la señorita Ulianova de su padre, creo que la niña tiene derecho a saber la verdad de la misma mane-ra que usted tiene derecho de reencontrarse con su hija.

–Ya hemos hablado de eso antes Floresmiro –dijo–.Con Cristina acordamos que era lo mejor para la niña, ella no puede enterarse nunca, escúcheme bien Flores-miro, nunca, que su padre está vivo –sentenció. Mi úni-co acercamiento a la niña se reduce a llevarle la pensión en un sobre sellado y meterlo por debajo de la puerta sin que ella se de cuenta.

–Maestro Urdaneta, creo que ni usted ni la niña tie-nen la culpa de lo sucedido –insistió el conserje. Ulia-nova tiene que saber del accidente que le arrebató a su padre, del infortunio que lo llevó al Cartucho, ese lugar de mala muerte de donde pocos salen. Maestro –volvió a insistir, usted estuvo en el mismísimo infierno, ¿ya se le olvidó como lo encontré? ¿A caso se le olvida que aquella

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fría mañana, cuando todo el mundo lo hacía muerto, y repetía sin cesar el nombre de la niña?

–¡Claro que no Floresmiro, viviré eternamente en deuda con su generosidad! –replicó. A usted le debo ha-ber salido con vida de ese espantoso lugar como tam-bién haber recuperado la memoria y tener un lugar dig-no donde vivir. Pero es mejor que Ulianova nunca sepa que su padre es un pordiosero.

–¡Usted no es ningún pordiosero! –Siento pena de mí, Floresmiro –dijo consternado.

Si no fuera por usted siguiera vagando sin rumbo fijo por las calles oscuras y durmiendo en cualquier andén, pero… ¡por favor entiéndame! no puedo mirar a Ulia-nova a los ojos.

El conserje comprendió que la voluntad de Urdaneta era inquebrantable, no tenía sentido seguir insistiendo ante tanta obstinación así que tomó un último sorbo de la bebida y se marchó.

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XVI

Un torrencial aguacero cayó el domingo por la tarde e hizo que las vías de la ciudad colapsaran, los cerros orientales, principal referente geográfico para los bogo-tanos, se erosionaron y provocaron deslizamientos que taponaron las calles del oriente capitalino. El río Bogotá, por su lado, se desbordó e inundó sectores del occidente y noroccidente pero fue el río Tunjuelo el que causó los mayores estragos en el sur de la ciudad. Algunos he-ridos, dos desaparecidos, decenas de damnificados, sin conexión a internet ni redes telefónicas, entre otras des-gracias, fue el saldo de la tragedia.

En las noches frías el Patrón no lograba conciliar el sueño, el frío calaba todos sus huesos haciendo apare-cer el insomnio, y ahora sin internet y con la televisión local y nacional reportando los pormenores de la des-gracia invernal, la noche sería más larga, así que cogió su blackbook y se puso a realizar un boceto. Leonardo ya era un “escritor” muy reconocido gracias a los buenos diseños de sus pieces y a la destreza en el uso de los ae-rosoles, habilidad que conjugaba con su excelente estilo, perfeccionado tras largas horas de trabajo laborioso en su blackbook. Su tag, era una piece de tipo throw up que constituía la manera más sencilla y rápida para “dejar-se ver” en el mayor número de muros de la ciudad sin correr mayores riesgos con los “aguacates” –así llamaba a los policías. Aunque no siempre contaba con la mis-ma suerte porque en más de siete ocasiones su hermano mayor había ido a sacarlo de diversas estaciones de po-licía apresado por “rayar” en los lugares más atractivos para un grafitero. Es decir, los muros prohibidos y mejor

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custodiados, sin que la madre tuviera noticias de ello. Pero quizá el peor recuerdo que tenía de estos encarce-lamientos lo constituía la vez que fue sorprendido por “rayar” en una estación de Transmilenio. Esa noche se había escondido en las canecas para la basura mucho antes de que cerraran el sistema, a la media noche salió de su escondite y se puso a “rayar” las paredes de un túnel que interconecta dos estaciones entre sí. Una pa-trulla llegó y lo sorprendió in fragantí, lo condujeron a la estación de Policía del Barrio Ricaurte donde lo metieron a una celda fría. En ella había toda suerte de ampones y delincuentes peligrosos que le propinaron una golpi-za dejándolo inconsciente mientras le robaban el reloj. Cuando recuperó el sentido se hallaba en la cama de un hospital cuidado por su hermano mayor, después de unas horas lo dejaron salir y los dos acordaron que a la madre solo le dirían, que los golpes y magulladuras en el cuerpo de Leonardo eran producto de un desafortunado accidente en el colegio.

–¡He sido un estúpido! –dijo suspendiendo el traba-jo del boceto que estaba realizando, enseguida miró el lienzo y observó sobre la tela una tenue silueta descrita, nunca la había visto, así que –¡el lienzo está listo! – pen-só–, cogió la paleta, mezcló colores y con pincel en mano empezó a delinear la silueta. Por momentos usaba una brocha más gruesa o una espátula que le garantizaba una mayor cobertura sobre el lienzo, luego solo usaba el pin-cel y en otras tantas ocasiones sus manos. Los recuerdos de Daniel Felipe aparecieron –¡perdón parce! –musitó– se sintió más culpable que nunca, finalmente gracias a la memoria de su compañero muerto –pensó– había vivido las mejores experiencias de su vida, la estatua

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del Libertador les entregó a Urdaneta, Alejandra y a él la llave que devela el secreto de los túneles del centro. Des-cubrió su amor por el arte y la pintura, los problemas en el colegio desaparecieron, conoció a Urdaneta, el artista callejero que cambió para siempre su vida. Así pues, la mejor manera para agradecerle al difunto era creando una buena pieza de arte.

Daniel Felipe Ortíz había ingresado en segundo gra-do al colegio, era un niño muy tímido, con dificultades de expresión oral, con unas gafas grandes que lo ha-cían merecedor de burlas, maltrato físico y psicológico por parte de sus compañeritos sin que los profesores pudieran frenar la situación por más que lo intentaran. Leonardo era el líder natural del salón, desde transición y en la medida que era promocionado grado a grado fue desarrollando una descomunal fuerza haciéndose para los otros niños el referente a imitar. Sus compañeritos lo admiraban y hacían todo lo que a Leonardo se le ocu-rría, bromas, pilatunas, travesuras e incluso sabotear las clases. Desde que Daniel Felipe puso los pies en el sa-lón de clases, Leonardo comenzó a burlarse de él. Con frecuencia le cogía la maleta, sacaba todos los útiles, la volteaba por completo, luego volvía a meter todo y la ce-rraba nuevamente, lo obligaba a realizarle las tareas, le quitaba las onces y le daba calvazos cada vez que pasaba por el puesto del niño, efectuaba chistes y pintaba dibu-jos en el tablero resaltando los defectos físicos de Daniel Felipe logrando, con ello risas y carcajadas en los de-más niños. Con los años las bromas se hicieron cada vez más pesadas y provenían de la mayoría de los niños del salón. En séptimo grado lo encerraron bajo llave en el baño, era viernes así que todos los estudiantes salieron

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y dejaron a Daniel olvidado. Pasaron muchas horas has-ta que su madre y el profesor Flechas lo encontraron, los bromistas fueron sancionados. En octavo las burlas seguían, pero la broma más pesada fue aquella vez que Leonardo llevó al salón una máquina de peluquear y le afeitó la cabeza a Daniel con la asistencia de dos de los niños más fuertes del salón. Esta vez los agresores fue-ron suspendidos. En grado noveno un desconocido creó un grupo en facebook denominado “Todos contra el gafufo Daniel Ortíz” al que se alcanzaron a agregar un gran nú-mero de estudiantes pero solo aquellos que escribieron en “el muro” fueron suspendidos. Finalmente, en grado décimo el maltrato contra Daniel ya era tan habitual que a nadie le importaba.

El pasado mes de noviembre, cuando el año escolar estaba por terminar, Daniel Felipe escribió en su “muro” de facebook:

He sufrido en silencio todos stos años… kda broma, chiste o maltrato del q fui objeto en el colegio me lleva-ron a tomar esta decisión. Daría cualquier cosa x ser un niño normal... los perdono…Al día siguiente la noticia se regó como chisme. La

prensa local hizo un escándalo sensacionalista, en el co-legio hubo dos días de duelo y en las aulas, La W, el pa-tio central y otros rincones escolares la tristeza y el dolor se manifestaron con un horrible silencio. Daniel Felipe acabó con su vida.

Al año siguiente la deserción escolar fue la más alta de todos los tiempos, los padres de familia por temor no matricularon a sus hijos, se instauraron cámaras en las aulas y espacios de recreación para vigilar y preve-nir otro hecho lamentable. Ramiro Flechas extremó sus

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controles y seguimiento, tenía la misión de expulsar a Leonardo y su “bandola” resolviendo en buena parte el problema de agresión física, verbal e intimidación en el colegio pero no contaba con la transformación de el Patrón. La muerte de Daniel Felipe produjo en Leonar-do el más grande sentimiento de culpa, se prometió así mismo nunca más volver a agredir a nadie, salir cuanto antes del colegio, porque cada rincón del claustro le re-cordaba la sistemática destrucción de la vida de uno de sus compañeros y afloró en él un sentimiento de huma-nidad. Por ello decidió hacer un buen óleo, presentarlo en el salón de arte, venderlo y el dinero entregárselo a la familia de Daniel. Sabía que con esto no le devolvería la vida a su compañero sacrificado pero sintió que era su deber.

El Patrón había pintado durante toda la noche, el ringtone de su blackberry sonó, era la alarma que le in-dicaba la hora habitual de levantarse, –¡no he dormido nada! –dijo suspendiendo el trabajo sobre el lienzo. Se bañó, desayunó y se fue para el colegio. El día transcu-rrió bajo completa normalidad, a la salida el profesor de artes lo encontró y le recordó que los trabajos de los ar-tistas que deseaban participar en el “Séptimo Salón de Arte Fray Angélico” deberían entregarse el viernes, por lo que todos los días de la semana trabajó en su habita-ción y no pudo ir a “La Oficina”. El viernes entregó su obra, esperó con impaciencia el brindis de inauguración y sucedió lo impensado: su obra estaba expuesta en el lugar más estratégico del salón, los críticos, y conoce-dores de arte se hicieron en torno a ella, realizaron toda suerte de apreciaciones y llegaron al acuerdo de que era la mejor pieza artística de toda la exposición. Recibió

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una lluvia de ofertas, un hombre adinerado ofreció pa-gar hasta seis veces el valor que los demás críticos ofre-cían y la televisión, la prensa nacional y los curiosos lo asediaron toda la noche pero él nunca se alejó de Ale-jandra y permaneció unido a ella agarrados de la mano.

Al día siguiente fue a la “La Oficina” pero no en-contró al Maestro. El Patrón sabía que los éxitos de la noche anterior estaban vinculados al artista callejero y tenía la obligación de compartir sus logros con el viejo, lo buscó sin suerte en El Café Florida, visitó El Mercantil pero tampoco lo halló, así que pidió una taza de café y se puso a ojear algunos periódicos. Los principales ti-tulares de estas publicaciones resaltaban el hallazgo de dos esqueletos debajo del Palacio de Justica, –¡Esto es obra del Maestro Urdaneta! –dijo el Patrón señalando las fotografías de las dos estructura óseas impresas en las primeras páginas de los diarios más importante de circulación nacional. El viejo nunca apareció, por lo que el Patrón decidió nuevamente pasar por “La Oficina”, el viejo tampoco estaba en su lugar habitual, otro artista callejero de los que se hacía en el lugar, al ver al joven le entregó una nota en la que Urdaneta le indicaba el sitio, la hora y el día en el que volverían a encontrarse, luego se marchó y visitó a Alejandra.

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XVII

La programación habitual fue interrumpida por la transmisión en directo de la entrega del Premio Nacio-nal de Periodismo “Simón Bolívar”. Ulianova y su ma-dre tenían por rutina ver juntas sus novelas favoritas, era el único espacio que compartían madre e hija y en el que hablaban del colegio, de las tareas, del trabajo y aprendían a conocerse mejor. Las novelas pasaban a un segundo plano, pues estas eran el pretexto para sentarse a disfrutar de la mutua compañía. Después de las nove-las alistaban los uniformes y todas las cosas necesarias para el día siguiente y se iban a dormir. La entrega de los premios, escucharon decir al presentador oficial de la transmisión, se realizaba desde las instalaciones del Hotel Tequendama, al evento asistían el Presidente de la República, algunos de sus ministros y las persona-lidades más sobresalientes de la vida política nacional. Ulianova aunque no estaba interesada en la transmisión convenció a su madre para que vieran la premiación, pues una fuerte corazonada se apoderó de ella, la madre aceptó sin mayores reparos y se quedaron mirando la entrega de los premios.

El discurso inaugural estuvo a cargo del Presidente, luego se hizo una reseña del Premio, el maestro de ce-remonia dio a conocer los nombres de los jurados y las categorías premiadas, las cuales fueron: Premio al pe-riodista del año, premio al empresario del año, premio al trabajo periodístico, –este último, concede galardones –añadió el presentador– a los mejores artículos o emi-sión cultural, artículos económicos, artículos en el área de educación, artículos de opinión, análisis o debates,

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crónicas o reportajes, fotografía periodística, investiga-ción y caricaturas políticas. Ulianova estuvo muy atenta sobre la información concerniente al galardón y al es-cuchar que también premiarían los mejores trabajos en caricatura política, la emoción se apoderó de ella porque aún estaban vivos los recuerdos del premio que ganó en el colegio y también porque el nombre de Reinaldo Ur-daneta se negaba a desaparecer de su memoria. No es-taba segura que este desconocido pudiera estar presente en la ceremonia de premiación, pero la corazonada se-guía más fuerte que nunca, así que quizás –¡probable-mente hoy tenga mejor suerte! –pensó– y se acomodó más cerca de su madre que ignoraba su interés por el caricaturista, con la cual la habían asociado los jurados que la premiaron en el colegio.

Madre e hija vieron a través del televisor las crónicas presentadas a través de un video pregrabado que se ha-cía de cada uno de los ganadores, luego los afortunados aparecían en la tarima del recinto y recibían su galardón de manos de alguna personalidad influyente. Después de un largo rato el presentador anunció a Reinaldo Ur-daneta como el ganador del premio a mejor caricatura política del año en Colombia. Un silencio sepulcral se sintió en la sala del apartamento 246, las dos mujeres, Cristina y Ulianova, se miraron a los ojos sin mencio-nar palabra, volvieron a clavar los ojos sobre la pantalla del televisor y siguieron la crónica –acompañada de las imágenes logradas en el Café La Florida, El Mercantil, La vieja Casona, el andén de la ETB y algunas calles del centro– que se hacía del afortunado ganador:

…El Maestro Reinaldo Urdaneta –decía el narra-dor del evento– es artista plástico, se especializó

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en Historia del Arte en Milán, Italia, Magister en Semiótica de La Universidad de París, profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia quien ha realizado sus trazos políticos para los principales diarios de circulación nacional duran-te más de 25 años. Hace cinco años un desafortu-nado accidente de tránsito lo redujo a un hospital, después de tres meses con amnesia e indocumen-tado fue arrojado cruelmente por las directivas del hospital a las calles de la ciudad, durmió por más de cuatro años en el Cartucho, de dónde salió con ayuda de un conocido. Después de abandonar las calles, recuperó por completo su memoria y siguió agradando con sus caricaturas desde un Semana-rio local, oficio que desempeñaba paralelamente cómo retratista callejero en el centro de la ciudad para ganarse la vida… Hasta el día de hoy su hija, Ulianova, lo hace muerto, esa es su mayor trage-dia…

Al terminar la presentación que recreaba su tragedia, Urdaneta apareció en la tarima, recibió de manos de la Ministra de Cultura el Galardón y él le hizo entrega a la funcionaria de un viejo pergamino –¡usted sabrá qué hacer con esto, señora Ministra! –le dijo a la funcionaria y volvió a ocupar su lugar. Ulianova estaba petrificada, el hombre que acaba de ser galardonado era su padre, –finalmente el vínculo de sangre era más fuerte que todas las mentiras juntas –pensó mientras su pequeño corazón aumentaba sus latidos.

–Mamá ¿porque me mentiste? –dijo recriminando a su madre que lloraba desconsolada.

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–¡Perdóname hija!–¿Por qué no me dijiste que mi papá está vivo?–¡Pregúntale a él mismo! –dijo secándose las lagri-

mas. Cogió a la niña de la mano, salieron del edificio y abordaron un taxi a toda prisa.

Terminada la ceremonia Urdaneta fue asediado por periodistas, amigos y conocidos que lo interrogaron y lo felicitaron por el premio. Leonardo y Alejandra ha-bían llegado muy temprano a la cita, entraron al Hotel sin mayores dificultades, estuvieron atentos a la crónica que se hacía del viejo, quedaron fascinados y se sintie-ron muy orgullosos del caricaturista. Leonardo por fin entendió, que la voz que los salvó en el Bronx tenía que ser de alguien que conoció a Urdaneta en su desgracia.

–¡Felicitaciones Maestro! –dijo el Patrón abriéndose paso entre la multitud que asediaba al caricaturista y dándole un fuerte abrazo.

–¡Gracias! –respondió. Yo también te felicito hijo, ya me enteré de tus logros en el salón de arte –agregó mientras correspondía al abrazo del muchacho.

–¡Felicidades Maestro Urdaneta! –expresó con ale-gría Alejandra y también lo abrazó.

–¡Gracias! –dijo abrazando a la joven.Todo estaba dispuesto, La Ministra de Cultura se

disponía a hacer el brindis cuando –¡Papaaaaaaaa! –el grito ensordecedor de Ulianova la interrumpió, la niña se abrió paso entre la multitud y se lanzó a los brazos de su padre, el silencio se apoderó del salón, las lagrimas aparecieron en los ojos de Cristina, Urdaneta, Ulianova, el Patrón, Alejandra e incluso la Ministra y muchos de los asistentes lagrimearon de la emoción que les produjo el emotivo reencuentro.

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XVIII

Los últimos acontecimientos despertaron en el Pa-trón un profundo sentimiento familiar. Compartía mu-cho más tiempo con su madre y con su hermano mayor, la relación con Alejandra se había fortalecido, Ramiro Flechas había logrado desarticular la bandola que ame-drentaba y robaba las pertenencias de los otros estu-diantes, volvió a ejecutar el violín en las parroquias, pin-taba durante largas horas, “los aguacates” no lo habían vuelto a detener “rayaba” con menor frecuencia y espe-raba con paciencia el día de la graduación. Sin embargo, el sentimiento de culpa por la muerte de Daniel Felipe se negaba a desaparecer, decidió no vender el óleo con el que obtuvo tantos reconocimientos y prefirió regalár-selo a la madre de su compañero sacrificado en señal de arrepentimiento. Chasqui fue el nombre que le dio a su creación artística. Había logrado representar vivamente a una hermosa mujer de cabello ondulado, cuerpo per-fecto, ojos claros y mirada penetrante en cuyos pies apa-recían dos alas detalladas. La mujer, estaba suspendida por encima del obelisco de La Plaza de los Már-tires, detrás de ella, dibujó la silueta de La Igle-sia del Voto Nacional convertida, esta vez por fuerza de sus trazos, en “el muro” de facebook, el atrio de la parroquia no era más que el teclado de un PC y las avenidas, calles y carreteras las pintó como enormes autopistas de bits. Chasqui era la fiel representación de la diosa Iris, un reconocimiento al trabajo de mensajería clandestina que realizaron tantas mujeres granadinas y también era una declaración del fuerte amor que sentía por Alejandra, una chateadora consumada.

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Leonardo pasó todo el fin de semana en su casa, tuvo tiempo para ordenar su habitación, luego desde su PC, entró a facebook y aceptó la invitación de un grupo que Alejandra había creado, leyó el perfil de esta nueva co-munidad virtual que decía:

La pola y alejo, símbolo dl amor durant la gerra d la independencia stán sepultados en criptas distintas, ella yac en un osario bajo la ermita de San Agustín y él se encuentra enterrado en la cripta de la ermita d la Vera cruz, panteón nacional… marchemos todos el próximo 23 d septiembre exigiendo q los dos enamora-dos, revolucionarios y patriotas descansen juntos por toda la eternidad. El Patrón respiró profundamente y recordó sus vi-

vencias en los túneles y criptas secretos y se sintió muy orgulloso de Alejandra. Visitó, por última vez, el grupo que había creado para rastrear las leyendas de La Can-delaria, allí pudo ver que la comunidad había aumenta-do en número de integrantes pero solo dos de sus con-tactos habían escrito algo en “el muro”, el primero de los cuales decía:

Parce: Conozco la historia del fantasma d la Casa Verde. En la casa donde q da la fundación Gilberto Álzate Aven-daño, dicen q desde el siglo XVIII hay un fantasma que recorre toda la casa, algunos dicen q es el fan-tasma del virrey Espeleta. La leyenda dice q cuando Rufino José Cuervo arrendó esta casa y montó su cer-vecería también sintió la presencia del fantasma, así q mandó derribar las paredes donde se escuchaban los golpes del espanto y de allí brotaron monedas de oro.

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El otro mensaje expresaba:

Leo:Dicen los habitantes d La Candelaria q en la plazoleta Rufino José Cuervo c escuchan las discusiones entre Bolívar y Santander, a la q asisten como espectadoras Manuelita Sáenz y la Loca Margarita, esta última es personaje callejero d mediado del siglo XX. También c escuchan los cascos d unos caballos desbocados… Después de leer los mensajes chateó durante algunos

minutos con dos “escritores”, Scas y Last, que le pre-guntaron por qué se había alejado definitivamente de la crew, el Patrón le restó importancia al comentario de sus antiguos compañeros, salió de “face”. Después escuchó la alarma en su blackberry señal que indicaba el comien-zo de un nuevo día y se despertó. Era martes, día uno en el colegio.