la voz interior

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La voz interior. Por Luciérnaga. -Libérame-Cállate…-contestó en voz baja. -No puedes retenerme eternamente. susurró de nuevo la siniestra voz en su mente. -Puedo intentarlo, cállate ahora, tenemos cosas que hacer. observó cómo dos nuevas figuras entraban en el callejón que vigilaba, escuchó de nuevo el chirrido de una puerta al abrirse y el portazo cuando hubieron entrado. -Y con esos ya son trece. Vamos. se levantó del lugar donde estaba acuclillado en el tejado del edificio de piedra enfrente del callejón y se descolgó por la fachada en completo silencio. La noche era oscura y sin luna, el escenario perfecto para el ritual que pensaban llevar a cabo los sectarios. Se deslizó sigilosamente dentro del callejón, sólo había dos puertas allí, así que se acercó a la primera y observó los goznes. Estaban bien cuidados, debía de ser la otra, con mucho sigilo se acercó al dintel. Esta es. pensó al ver la herrumbre que cubría los goznes de ésta. -No hay guardias al otro lado, pero sí que hay un glifo de sangre… -le habló de improviso la voz de su mente. La voz, que podría haber helado la sangre en cualquier otro, a él ya le resultaba hasta familiar y no se sobresaltaba al escucharla aún en una situación de tensión como en la que se encontraba. -¿Y a qué esperas para suprimirlo? Susurró la figura agachada frente a la puerta con tono molesto. Ya voy, ya voy. le contestó la voz mientras a su espalda comenzaba a elevarse un humo negro en pequeñas volutas.

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Un cazador de demonios con un oscuro secreto intenta impedir que unos sectarios traigan a la tierra al demonio que adoran.

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Page 1: La Voz Interior

La voz interior.

Por Luciérnaga.

-Libérame…

-Cállate…-contestó en voz baja.

-No puedes retenerme eternamente. –susurró de nuevo la siniestra voz en su

mente.

-Puedo intentarlo, cállate ahora, tenemos cosas que hacer. –observó cómo dos

nuevas figuras entraban en el callejón que vigilaba, escuchó de nuevo el chirrido de una

puerta al abrirse y el portazo cuando hubieron entrado.

-Y con esos ya son trece. Vamos. –se levantó del lugar donde estaba acuclillado

en el tejado del edificio de piedra enfrente del callejón y se descolgó por la fachada en

completo silencio. La noche era oscura y sin luna, el escenario perfecto para el ritual

que pensaban llevar a cabo los sectarios.

Se deslizó sigilosamente dentro del callejón, sólo había dos puertas allí, así que

se acercó a la primera y observó los goznes. Estaban bien cuidados, debía de ser la otra,

con mucho sigilo se acercó al dintel. –Esta es. –pensó al ver la herrumbre que cubría los

goznes de ésta.

-No hay guardias al otro lado, pero sí que hay un glifo de sangre… -le habló de

improviso la voz de su mente. La voz, que podría haber helado la sangre en cualquier

otro, a él ya le resultaba hasta familiar y no se sobresaltaba al escucharla aún en una

situación de tensión como en la que se encontraba.

-¿Y a qué esperas para suprimirlo? –Susurró la figura agachada frente a la puerta

con tono molesto. –Ya voy, ya voy. –le contestó la voz mientras a su espalda comenzaba

a elevarse un humo negro en pequeñas volutas.

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Dos diminutos brillos rojizos aparecieron entre el humo, que comenzaba a tomar

la vaga forma de una serpiente que se enroscaba sobre sus hombros. La “serpiente” miró

con aquellos brillos a modo de ojos hacía la puerta cerrada, abrió una boca acompañada

de un siseo de ultratumba, agudo y espeluznante, cómo una amenaza susurrada al oído.

El borde de la puerta se iluminó brevemente y se apagó con la misma celeridad, un

sonido de cristales rotos rebotó en los recovecos de su mente.

-Ya está, la entrada es segura. –le aseguró la voz, al tiempo que el humo

comenzaba a desaparecer por su espalda de nuevo.

-Espera, tienes que silenciar los gozn… -comenzó a decir hasta que la voz le

cortó en seco. –No deberías dejarme a mí todo Medan, además ese glifo de sangre era

muy fuerte, necesito descansar si quieres volver a utilizarme en un momento más

conveniente. –dijo con énfasis en la palabra “conveniente”.

Con un gruñido bajo y enojado Medan aceptó la afirmación de la voz, sacó un

pequeño frasco lleno de un producto oleoso que vació en los goznes de la puerta.

Después sacó de otro bolsillo de su cinturón un juego de ganzúas y comenzó a trabajar

en la cerradura, un suave clic le avisó de que el acceso estaba abierto.

Con una oración en la mente, de la cual la voz se carcajeó en su cabeza, empujó

la puerta suavemente. El ruido de los goznes fue menos ruidoso de lo que esperaba pero

más de lo que le gustaría, así que entró y rápidamente cerró tras él, buscando al

momento un lugar donde ocultarse lejos de la entrada.

Esperó un tiempo prudencial por si venía alguien, quizás podría eliminar a uno

de los sectarios antes de que comenzarán el ritual. No vino nadie sin embargo, quizás el

ritual ya había comenzado así que se dio prisa en buscar el camino por el que se habían

ido los últimos en entrar.

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Recorrió la casa en penumbra, ayudado por las luces de los faroles encendidos

en la calle que entraban por las ventanas. Después de un buen rato vagando por las

habitaciones desiertas apenas si podía controlar la frustración que sentía.

-¿Dónde demonios se han metido? –preguntó en un susurro. –Para ser tan

diestro en algunas cosas eres bastante obtuso para otras Medan. –se rió de él la voz.

-Por si no te has dado cuenta apenas si puedo ver con esta oscuridad. –se excusó

con la voz. –Quizás podrías ayudarme si has notado algo.

-¿Por qué debería hacerlo? Me tienes prisionero contra mi voluntad. –le

contestó con sorna la voz.

-Porque si yo muero, tú mueres conmigo ¿recuerdas? Y no querrás que nos cojan

desprevenidos o que acaben el ritual. –Medan notó como la voz se quejaba en su mente

en un idioma que ni entendía ni quería hacerlo.

-Es un buen punto, tú ganas. Debajo de esa mesa no hay polvo, seguramente

porque hay una trampilla. –le señaló la voz con cierta malicia.

Medan se agachó para observar bajo la mesa y, efectivamente no encontró ni

rastro de polvo, sin embargo tampoco encontró ningún asidero del que tirar. Estaba a

punto de levantarse cuando se apoyó en la mesa, está no se movió ni un ápice.

Extrañado intentó empujarla pero se dio cuenta de que estaba clavada al suelo, así que

colocó una mano debajo de la tabla y tiró hacía arriba.

La mesa entera se levantó junto con un buen trozo del suelo, dejando al

descubierto un pozo pequeño, unos asideros en la pared se perdían en la oscuridad. Dejó

la trampilla abierta y se deslizó por el hueco en completo silencio.

-¿Quieres que te permita ver en la oscuridad? –preguntó la voz desde una

esquina de su mente.

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-No, voy bien, como has dicho antes quizás te necesite en un momento más

oportuno, ¿quién sabe lo que podemos encontrarnos aquí abajo? –respondió Medan en

un susurro.

Bajó unos quince metros en completa oscuridad antes de tocar el suelo, el aire se

había vuelto rancio, además había un olor constante a cosas podridas y olvidadas. Sacó

un pañuelo grande de una de sus bolsas, se lo ató por detrás de la cabeza para taparse la

boca y la nariz en un intento de filtrar aquella fetidez.

Pasó por varios pasillos tallados de forma basta en la roca, con antorchas cada

pocos metros que le permitían ver. De vez en cuando encontraba símbolos blasfemos e

hirientes grabados en las paredes, recubiertos con sangre que se había secado alrededor

de los glifos, sin embargo la sangre del interior de los surcos parecía fresca, como si

acabase de salir de un cuerpo todavía vivo.

-No tienes que preocuparte, son glifos para la invocación, no son ofensivos. –rió

la voz en su cabeza. –Al menos no conmigo dentro de ti.

-Que bien, me alegro de ello. –contestó Medan con sarcasmo.

Siguió recorriendo los pasillos durante un rato hasta que comenzó a escuchar los

cánticos, entonces se movió con más sigilo sabiendo que podía encontrarse con los

sectarios en cualquier momento. Giró una esquina, poco más adelante el túnel acababa

de forma abrupta y podía ver que se abría a una cueva enorme. Los cánticos llegaban a

sus oídos como ecos que las paredes devolvían multiplicados, dando la sensación de que

en lugar de trece eran varias decenas de gargantas las que los proferían.

Se acercó al final del túnel, allí vio como unos escalones bajaban desde donde se

encontraba hasta una extensión circular a cuatro metros por debajo de él. En las paredes

de la circunferencia se encontraban los cuerpos descompuestos de muchas personas,

atados o clavados a las paredes con pesados clavos de metal. En el centro del lugar se

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encontraban los trece acólitos, vestidos con túnicas negras que ocultaban sus rostros,

doce de ellos rodeaban al que parecía ser el líder, el cual portaba una corona de plata por

encima de su capucha.

Debajo de los sectarios unos círculos y símbolos pintados con sangre despedían

un tenue brillo que hería los ojos.

-Debes darte prisa, casi han acabado. –le indicó la voz sombríamente.

-¿Cómo de prisa? –preguntó Medan.

-Mátalos ya…

Medan no se lo pensó dos veces, sabía que la voz tenía razón, podía sentir su

inquietud y su malestar. Sea lo que fuere no le gustaba nada a la voz. Sacó dos cuchillos

y los lanzó contra los acólitos que se encontraban más cerca de él al tiempo que se

precipitaba por las escaleras. El cántico flaqueó cuando un grito interrumpió una de las

voces, la otra simplemente calló de improviso. Uno de los acólitos había muerto con el

corazón atravesado por la daga y el otro se desangraba con un corte en el cuello, sin

embargo el cántico seguía sonando.

-Tarde para eso, ya no son necesarios los demás, tendrás que matar al líder

Medan. –comentó la voz.

Maldiciendo para sus adentros Medan desenvainó la espada que llevaba al cinto,

dirigiendo sus pasos entre los cuerpos de los acólitos caídos para acabar con el líder

antes de que pudiera terminar la invocación. En ese momento su objetivo levanto una

mano con indolencia señalándolo, sin mediar palabras los demás acólitos dejaron de

cantar y se dirigieron contra él al tiempo que sacaban dagas rituales de entre sus ropajes

o se lanzaban con las manos desnudas en busca de su cuello.

Destripó al primero que se le acercó con un tajo horizontal de su espada, esquivó

el cuerpo desmadejado de éste justo a tiempo para bloquear una daga que se dirigía

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contra su pecho. La mano de su agresor salió volando, cercenada a la altura de la

muñeca, y le propinó una patada en la cara en el mismo segundo que comenzaba a

gritar, dejándolo inconsciente y con la mandíbula rota.

Sacó otro cuchillo de la bandolera y con un movimiento fruto de la práctica lo

lanzó con la esperanza de acabar con el líder. El acero voló hacía él pero en el último

momento uno de sus secuaces se interpuso en la trayectoria, muriendo en el acto cuando

el cuchillo se le hundió en el pecho.

El cántico que profería el invocador se hizo más grave. Poco a poco otras voces

se le fueron uniendo, voces desesperadas y suplicantes, donde se entremezclaban el

miedo, la ira y una maldad evidentes. Medan se dio cuenta de que esas voces provenían

de las gargantas de los cadáveres atados a las paredes.

-Mierda… esto no puede ser bueno. –dijo con incertidumbre en la voz.

-Es peor, ¿escuchas el nombre que están invocando? –preguntó la voz de su

cabeza.

Por primera vez escuchó el nombre que se repetía rítmicamente en cada estrofa

del cántico. “Khatlor”. –No te gustará conocer a ese bastardo, ¿recuerdas ese momento

tan oportuno? –preguntó su interlocutor. –Pues es ahora, déjame tomar el control.

-No… sólo parcialmente. –sentenció Medan, notó como la rabia revolvía la

mente aprisionada en él.

-De acuerdo…

Medan clavó la espada en la garganta del acólito que tenía enfrente, la retiró

alejándose unos pasos del círculo, hincó una rodilla en tierra mientras comenzaba a

murmurar. Un humo oscuro comenzó a manar de su espalda, tomando la forma de una

serpiente negra que se movía con la sinuosidad del humo del que estaba formada.

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Medan extendió el brazo con el que agarraba la espada, cuya punta mantenía tocando el

suelo.

La serpiente de humo se fue enroscando en su brazo y la piel parecía marchitarse

al contacto con ella, hasta que finalmente llegó a la mano. Por un breve instante alzó la

cabeza, donde los dos brillos rojizos que hacían de ojos de la criatura de humo se

iluminaron, entonces abrió las fauces y las clavó en la mano de Medan.

La serpiente se hundió en la piel marchita, adquiriendo la apariencia de un

tatuaje. Mientras, de la herida del mordisco, comenzaba a manar la sangre con una

velocidad y unas extrañas trayectorias que la llevaban a recubrir la espada que sostenía,

dando la impresión de tener vida propia. Una vez el líquido vital hubo ocultado la

espada se cristalizó para, tras un silencioso instante, explotar en una lluvia de

fragmentos carmesíes.

-Sonríe Medan, es la hora feliz… -se regocijó la voz.

Medan miró la espada que sostenía en su mano, en nada parecida a la que

sostenía hasta hace unos segundos. Ahora agarraba una hoja hecha con sangre, su

sangre, llena de curvas y ángulos nada prácticos para una espada, en el centro latía una

esencia negra como la noche que latía al compás de su propio corazón.

A pesar del odio que sentía hacía la voz Medan no pudo evitar que las comisuras

de sus labios se curvasen en una sonrisa que no llegaba a sus ojos, todavía no al menos.

Empuñó la espada con ambas manos mientras se lanzaba contra el caudillo de los

sectarios, que seguía impertérrito con el cántico, ajeno a los temblores que empezaban a

sacudir la cueva.

Medan se dejó llevar por la rabia y acabó con los acólitos que se interponían en

su camino, sin contenerse, sin mostrar piedad o compasión. Se movió entre ellos

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repartiendo estocadas y tajos por igual con una velocidad salvaje, salpicando de sangre

las paredes donde los indiferentes cadáveres continuaban cantando lastimeramente.

Medan se encaró con el líder de los sectarios cuando hubo acabado con el último

de sus secuaces, la sangre de estos goteaba de la punta de su espada. Su enemigo le

devolvió la mirada con unos ojos llenos de miedo que se insinuaban bajo la capucha.

Las rocas caían del techo alrededor de ellos mientras seguía con el cántico a un ritmo

cada vez más febril.

Medan miró al techo al escuchar un crujido descomunal, una grieta se abría en la

roca sólida, amenazando con partir en dos la cámara subterránea. Se fijó entonces en

una cuerda que oscilaba colgada del techo, sin embargo no estaba atada allí, se movió

un poco para verla mejor y descubrió que descendía desde un agujero, posiblemente era

un antiguo pozo que comunicaba con el exterior.

Se centró en la tarea que tenía entre manos y agarró la espada con ambas manos.

Sin mediar palabra se lanzó contra el líder de los acólitos, ya solo e indefenso, lanzando

un mandoble contra su cabeza desprotegida.

Un instante antes el cántico cesó, unas chispas de luz saltaron cuando el

invocador alzó una daga ritual, deteniendo el ataque en completo silencio. Medan sintió

la fuerza de la posesión demoníaca emanando del hombre como un veneno que

emponzoñaba el mismo aire que le rodeaba. Alzó la cabeza y los ojos se le iluminaron

rojos bajo la capucha, su sonrisa era un reflejo de la que Medan mostraba, sólo que más

inhumana y malévola.

-Oh mierda…

-Oh mierda… -exclamaron Medan y la voz al mismo tiempo.

Medan giró al tiempo que se agachaba, pasando la espada por su espalda y

volviendo a dirigirla por el lado contrario del cuerpo en una trayectoria ascendente

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contra el torso del hombre. Este sin embargo se dejó caer al suelo, esquivando la hoja

por escasos centímetros, justo cuando iba a tocar el suelo la figura se alzó sin apoyo

ninguno y descargó un puñetazo demoledor contra el hombro de Medan. Un crujido,

seguido de un dolor profundo le hizo soltar un grito, alejándose de su enemigo.

-Sólo te ha dislocado el hombro, aún no ha terminado de poseer el cuerpo, si no

te habría matado. –le dijo la voz.

-Keltzaaaar… -la voz salió de la garganta del invocador, excepto por algunos

matices era igual que la que Medan escuchaba en su cabeza. –Keltzar.

- Oh mierda…

-¿Qué ocurre? –le preguntó Medan con premura.

-Me ha reconocido. Esto es malo…

-¿Quién es? –demandó.

-Mi hermano. Tenemos que acabar con esto ya. Dame más control…

-No. –se negó Medan. –No vas a poseerme, nunca.

-Dame más control, no todo. Imagínate lo que puede hacer uno de los míos con

un cuerpo que no le ponga restricciones como haces tú. –razonó Keltzar. –Medan…

Sopesó sus posibilidades mientras el poseído se acercaba inexorablemente hacía

él, como una fuerza de la naturaleza. Movió el hombro con fastidio y dolor y pronunció

las palabras que menos deseaba en ese momento. –De acuerdo.

Las sombras bailaron alrededor de Medan cuando este accedió a darle al

demonio que tenía en su interior lo que pedía…

----

Unas manos aparecieron al borde del pozo agarrándose a la dura piedra, con un

gran esfuerzo se impulsó hacía fuera y Medan profirió un quejido de puro cansancio.

Cayó en una extensión de terreno llena de hierba que rodeaba el pozo, donde quedó

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tendido respirando agitadamente mientras los temblores continuaban sucediéndose bajo

él.

-Yo que tu correría. –dijo Keltzar con burla en la voz. –Si no quieres volver ahí

abajo.

-Oh mierda… -Medan se levantó apoyándose en ambas manos y comenzó a

correr justo cuando la boca del pozo se hundió de improviso en la tierra, la visión del

suelo siendo engullido le proporcionó velocidad a sus pies.

La grieta se hacía cada vez más grande con cada segundo que pasaba, en un

momento dado, a punto ya de ser tragado, Medan dio un saltó hacía adelante. Los

temblores cesaron en ese momento, la grieta se paró a escasos diez centímetros de

donde aterrizó y se alejó con nerviosismo arrastrándose de espaldas al sima que se abría

ante él.

Todavía con el corazón acelerado se puso en pie y miró hacía la devastación que

había sido la sala del ritual pero era imposible sacar nada de allí. Bien, quizás nadie

volvería a pisar aquella horrible sala.

-Tenemos problemas, mi hermano me ha reconocido. –dijo tranquilamente

Keltzar en su mente. –Hará todo lo que pueda para matarnos ahora que piensa que soy

vulnerable. Enviará a otros.

-Pues que vengan, así nos ahorraremos el buscar más demonios para cazarlos.

Meda se alejó de la devastación que estaba a su espalda cuando escuchó un

sonido desagradable, pegajoso y húmedo.

-Creo que acabas de pisar una…

-Oh Cállate… -le ordenó al demonio.