la vida de identificación con jesucristo

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    Pablo de Jaegher, S. J.

    LA VIDA DE IDENTIFICACIN

    CON JESUCRISTO

    11. edicin preparada por el

    P. Arturo Alonso Lobo, O. P.

    Salamanca

    1982

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    P R L O G O

    La vida de identificacin con Jesucristo

    En la subida del alma fervorosa hacia las cimas de laperfeccin, se pueden distinguir, de ordinario, dos a manera de etapas,con frecuencia bastante indefinidas, otras veces claramentedelimitadas y que podramos condensar en estas dos palabras:

    intimidad con Jess, identificacin con l.Al comienzo de la vida espiritual, el alma experimenta los

    hechizos del Divino Maestro y el encanto de sus divinas finezas yencuentra sus delicias en la intimidad siempre creciente con suAmado. Frecuentemente, a fin de perfeccionar ms y ms estaintimidad, Dios concede al alma ese sentimiento especial e infusode su divina presencia, que slo l puede dar. Gracia mstica y

    preciosa, de la que muchas almas son partcipes, a la par feliz einconscientemente. El alma sintese entonces ser el tabernculovivo, donde el Maestro interior reside y la invita a coloquios fa-miliares y deliciosos.

    Esta int imidad se trueca muy pronto en una amistad tanestrecha, que luego entra en los confines de la unin eident ificacin con Jess. El alma se despoja gradualmente de sus

    sentimientos personales, para revestirse de los sentimientos deCristo, para dejarle vivir y obrar libremente en ella. Esta vida,vivida a nombre y cuenta de Jess, es la identificacin con l. Elalma deja poco a poco de ser ella, para trocarse en Jess ytransformarse dulcemente en l.

    Si el alma es generosa, una nueva gracia mstica viene, deordinario, a completar sealadamente esta identificacin. Alsentimiento de su divina presencia, Dios aade el sentimientopasivo e infuso de su accin divina y transformante. El alma siente, nosolamente que Cristo est presente, sino que vive y trabaja en

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    ella. Se da cuenta, de un modo experimental, de que el amorinfuso que la invade, embebe y con frecuencia transporta todo suser, no es otro que el amor con que el mismo Jess ama a suPadre en ella y por ella. Siente, en ciertos momentos, que todasu vida est fusionada con la vida de Cristo en ella. Y estaidentificacin, cada da ms maravillosa, la conduce finalmente a launin perfecta de la santidad, a la unin llamadatransformadora en la que el alma puede exclamar con elApstol: Vivo yo, mas no yo, sino que Cristo es el que vive en m(Gal. 2, 20).

    En estas sencillas y breves pginas, hemos querido exponer unaconcepcin de la vida espiritual que, por su misma naturaleza, nos

    parece apta para guiar al alma en su marcha progresiva a travsde estas dos etapas de su ascensin a la santidad. Esta concepcin,que tiene echadas sus races en los dogmas fundamentales de lavida espiritual el de la gracia santificante y el de la divinapresencia en nosotros, sirve maravillosamente para fomentar laestima y prctica de esta preciosa intimidad con el Salvador, primera etapa del alma fervorosa. Luego, siguiendo las

    enseanzas del Apstol sobre la incorporacin con Cristo nuestraCabeza Mstica, orienta toda la vida espiritual hacia latransformacin en Jess y hacia la identificacin con l.Desarrollando sin cesar en nosotros sentimientos en perfectaarmona con la va unitiva, nos eleva poco a poco hasta laspostreras cumbres de esta vida.

    Hemos procurado sintetizar esta espiritualidad, de todo en todo

    paulina, esforzndonos por hacer campear su grandiosa belleza, susalegras deliciosas y sus incalculables ventajas.

    Muchas almas, por desgracia, no entienden nada o casi nada en estamateria y jams han vislumbrado siquiera los medos para adaptar suvida espiritual a estas verdades tan bellas y consoladoras. Su vidainterior queda al margen de estas verdades. Su concepcinprctica de la vida interior parece identificarse, o poco menos, conla enmienda de sus defectos y pararse en el umbral de la vaunitiva. Es una verdadera lstima, porque esas pobres almas noconocen, por as decirlo, ms que el lado trabajoso de la vida espiritual e

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    ignoran, al menos en gran parte, el lado ms amoroso, ms puro y msdelicioso de esta vida, a saber, el que es propio de la vida deunin y nos hace partcipes de Dios, nos identifica con l y, porel amor unitivo, nos hace gozar de l y de sus divinas perfecciones,como si ellas fuesen nuestras de verdad.

    He aqu por qu hemos escrito estas pginas, para descorrer algntanto el velo a estas almas y descubrir les la dulcedumbreinsospechada de es ta vida. Bienhadadas las que hallaren sus deliciasen gustar las enseanzas tan excelsas y sublimes del Apstol, las almasque no rechazan, antes al contrario, parecen sentirse atradas porestas doctrinas tan altas, espirituales y suprasensibles. En el jardnceleste de la vida, donde el Divino Jardinero cultiva mil variadas

    dores, se parecen a esas magnficas y atrevidas orqudeas que, ensu crecimiento areo, encuentran su alimento y su vida en lagrieta de una pea, en el hueco de un nudoso rbol, o en una brizna de yerba, donde otras flores slo brotaran paramarchitarse y morir. Y gracias a Dios, en nuestros das, pareceson cada vez ms numerosas esas nobles almas, vidas de unin,encendidas en deseos de entregarse totalmente y sin reserva a

    Jesucristo, apercibidas a sacrificar el placer de vivir por s mismas,para ceder todo el placer a Cristo, su Amado, que vive en ellas: almasdulcsimamente atormentadas por la necesidad de amar y por ladolorosa conciencia de que jams amarn a Dios, ni lo harnamar, adecuadamente, como l se merece y ellas desearan.Almas bienhadadas, que constituyen, de una manera sealada,la consolacin y el gozo del Divino Jardinero.

    Hemos escrito estas pginas para todas las almas fervorosas,pero sealadamente para las susodichas. Nos hemos complacidoen condensadas, contentndonos con sugerir los temas demeditaciones sabrosas y unitivas. Hemos querido dejar al Maestrointerior el descorrer el velo por completo, en lo ms ntimo delcorazn, el descubrir estas verdades, de las que l slo posee elsecreto en orden a dar un profundoy prctico conocimiento. Estasalmas sabrn saborear (estamos convencidos de ello) los sublimes

    pensamientos del Apstol, y el mismo sabor que en ellos encon-trar se los traern una y otra vez a la memoria para meditarlos asu placer. Porque, creo no ser intil repetirlo, una lectura

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    rpida, por atenta y entusiasta que sea, no producir efectosduraderos. Conviene que el alma que vibra al unsono con estasverdades y de la que los dones del Espritu Santo hacen unatierra propicia para tales enseanzas, se esfuerce por gustarlasntimamente, se las asimile e incorpore poco a poco y acabe porvivirlas y reproducir las ntegramente en s misma, parainmenso pozo y mxima gloria de Cristo, su Amado, de quien puede decir con San Pablo: Mihi vivere Christus est et morilucrum. Para m vivir es Cristo y morirme es ganancia (Fil.1, 21).

    RESUMIENDO1:

    En la subida a las cimas de la perfeccin, se puedendistinguir, de ordinario, dos etapas: intimidad conJess, identificacin con l.

    Al comienzo de la vida espiritual, el almaexperimenta encuentra sus delicias en la intimidadsiempre creciente con su Amado. Dios concede alalma ese sentimiento especial e infuso de su divinapresencia, que slo l puede dar. El alma se sienteentonces ser el tabernculo vivo, donde el Maestrointerior reside y la invita a coloquios familiares ydeliciosos.

    Esta int imidad se trueca muy pronto en unaamistad tan estrecha, que luego entra en losconfines de la unin e identificacin con Jess. Elalma se despoja gradualmente de sus sentimientospersonales, para revestirse de los sentimientos deCristo, para dejarle vivir y obrar libremente en ella.

    1 Hemos aadido al texto original, al final de cada captulo, un resumenadaptado del tema tratado, para facilitar su lectura y compresin (Nota delEditor).

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    Esta vida, vivida a nombre y cuenta de Jess, es laidentificacin con l. El alma deja poco a poco deser ella, para trocarse en Jess y transformarsedulcemente en l.

    El alma siente, no solamente que Cristo estpresente, sino que vive y trabaja en ella. El amorinfuso que la invade no es otro que el amor con queel mismo Jess ama a su Padre en ella y por ella.Siente, en ciertos momentos, que toda su vida estfusionada con la vida de Cristo en ella. Y estaidentificacin, cada da ms maravillosa, la conducefinalmente a la unin perfecta de la santidad, a launin llamada transformadora en la que el almapuede exclamar con el Apstol: Vivo yo, mas no yo,sino que Cristo es el que vive en m.

    Esta concepcin de la vida interior, plenamentepaulina, es enormemente bella y ofrece incalculablesventajas.

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    La vida de identificacin con Jesucristo

    Pablo de Jaegher S.J.

    I. La gracia santificante y la intimidad con las

    Personas divinas.

    De algunos aos a esta parte, la sublime doctrina de la gracia

    santificante y de la presencia de Dios en las almas, ha salido del olvidoen que pareca yacer sepultada. Sobre todo en los crculos en que elgusto por una sana mstica se ha abierto camino, pronto se haechado de ver el lugar preferente que la doctrina de la gracia semerece, y en que ya la haba colocado el gran Apstol de las gentes.Multitud de interesantes y notables trabajos sobre este tema han idosaliendo a la luz, a la par que numerosas revistas han hecho de

    ella uno de sus tpicos favoritos. Tampoco faltan libros como losdel P. Plus, S.J., P. Caenen, S.J., etctera, cuyo nico objeto esvulgarizar, hacer comprender ideas, presentadas por otros autores deuna manera ms terica. Creemos que estas publicaciones estnllamadas a hacer un bien inmenso, y les deseamos ampliadifusin. Porque, desgraciadamente, poco se ha hecho hasta ahora,en el terreno prctico, para dar a conocer la doctrina de la gracia.Muchos la consideran an como materia o demasiado terica, o

    demasiado difcil de tratar. Cuntos predicadores y directoresespirituales han agotado la materia propia para sermones oinstrucciones, sin haberse jams atrevido a poner sus pies en elterreno de la gracia! Cuntos sacerdotes y religiosos no hanentendido de esta materia ms que lo que les fue enseado durantealgn curso dogmtico, en el inspido modo con que suelen darselas clases en muchas partes! Si poseen algn conocimiento de lamateria, su ciencia es ciencia muerta. Estudiaron estas sublimesverdades, pero sin verificarlas, sin hallarles gusto; ms an, sinvivirlas. Y lo que hubiera podido y debiera haber sido para ellos un

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    inapreciable tesoro, no es a sus ojos ms que bagaje intil, que tienencuidado de dejar olvidado en el camino cuanto antes. Pareceinconcebible. Porque es dogma fundamental de la Religin lo quede esa manera desprecian u olvidan. La gran mayora de los fieles nosaben nada de lo que yo llamara la esencia de la vida cristiana. De lavida verdaderamente cristiana no conocen ms que lo exterior, lasrealidades tangibles y materiales; pero el alma de ella, su ntima ymisteriosa grandeza, permanece oculta a sus ojos. La adopcin divinaque nos confiere la gracia santificante recibida en el Bautismo, laparticipacin misteriosa en la naturaleza divina, la incorporacin aCristo, el mstico sacerdocio de todos los cristianos, sobre todo lapresencia real de Dios en el alma, son otros tantos ttulos de nobleza, de

    los que podran alardear y de los cuales no tienen ni aunconciencia de poseerlos. Llevan a Dios en s mismos y ni aun se lesocurre pensar en ello. Todo este conjunto maravilloso de una enseanzatotalmente paulina, les es desconocido.

    No es, en verdad, desolador ver estos grandes dones del amor deDios tan poco agradecidos y aun enteramente ignorados? El amorde Dios se ha manifestado sobre todo en este doble don: la

    Encarnacin y la Eucarista por una parte, y por la otra, lahabitacin de Dios en el alma santificada y divinizada por la gracia.El primer don, ms palpable de suyo, es relativamente bien conocido yapreciado de los fieles; el segundo, como si no existiese para ellos, o poco le falta. Quin es responsable de este error? Parece queaquellos, sobre todo, que deberan haber profundizado, gustado yvivido por s mismos estas magnificas verdades y haberseempleado luego con entusiasmo en darlas a conocer a los fieles.

    Y de qu prdida para la vida espiritual es causa esanegligencia! Cmo nos elevaramos sobre las bagatelas de la vidapresente, si tuviramos conciencia de que no somos simplementehijos de hombres, sino verdaderos hijos de Dios por adopcin! Cmonos hara despreciar todas las mezquindades de ac abajo el sabernosnaturalizados en el cielo y como divinizados! Y, principalmente, cmose transformara la vida de innumerables cristianos, de muchos

    sacerdotes y religiosos, si llegaran a penetrarse de esta sublime verdad:Dios es husped divino de mi alma, en ella vive da y noche, deseosode recibir all el incesante homenaje de mi intimidad y de mi amor!

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    Segn S. Juan de la Cruz, lo que caracteriza la oracin mstica es uncierto amoroso acordarse de Dios; acordarse confusa, general, ypasivamente recibido. El prncipe de la Teologa Mstica dicecontinuamente y declara en trminos bien explcitos que, si poruna parte no conviene desear los xtasis y otros favoresextraordinarios, por otra nunca se apreciar, desear y pedirbastante esta unin amorosa con Dios, que constituye el fondo de launin mstica. De aqu fcilmente se comprender que, fundado en taldoctrina, el Santo no sepa de mejor preparacin a la oracin pasiva,que el habituarse a una atencin amorosamente activa hacia elDivino Husped de nuestro corazn. Insistimos de nuevo en elhecho de que un verdadero abismo separa la atencin

    amorosamente activa de la atencin amorosamente pasiva e infusa;y que este abismo slo Dios puede salvarlo. Pero no es menoscierto que entre ambas atenciones existe una semejanza muymarcada. Pues como fcilmente se deja entender, el alma que tiene susdelicias en conversar con su Divino Husped, experimentasentimientos completamente en armona con los que caracterizan ala oracin sobrenatural; sentimientos que la disponenadmirablemente a sta y que le estn, como si dijsemos, invitando a

    ello. La bondad de Dios, viendo al alma tan bien dispuesta, tan atenta,no se dejar vencer en generosidad y no permitir que los gastosde esta intimidad amorosa corran siempre por cuenta suya. Prontole har or, al principio raras veces, luego con ms frecuencia, larespuesta divina, que, recibida pasivamente en el alma, constituye laverdadera oracin mstica. Y as insensiblemente guiada por la accindivina, la atencin amorosamente activa del alma se trocar en la

    atencin amorosamente pasiva e infusa de la oracin sobrenatural.Hasta aqu, por lo que hace al elemento positivo de la

    preparacin. El elemento negativo consiste en eliminar losobstculos. Ahora bien, para no mencionar ms que uno, todos losautores concuerdan en reconocer que uno de los grandesimpedimentos de la vida mstica es la falta de recogimiento, ladisipacin del espritu y del corazn. Bien conocida es la insistenciacon que los grandes maestros, como Sta. Teresa, S. Juan de la Cruz,etc., exigen que el alma est desasida de todas las cosas creadas. Esnecesario disciplinar perfectamente su entendimiento, memoria y

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    voluntad. Es necesario represar su actividad natural y simplificarlaen un dirigirse constante y amoroso a Dios. Y qu otra cosa haceel alma penetrada de la grande realidad de un Dios presente en ella,sino tender como instintivamente a unificar todas sus energas yorientarse toda ella hacia l? Consciente como est de poseer ens una joya escondida de infinito precio, a ella dirigecontinuamente su pensamiento y su corazn. Todas sus potenciasse encuentran en Dios, hacia l se dirigen como atradas porirresistible fuerza magntica; hacia Dios, cuya amabilidad lasabsorbe cada da ms y ms, al mismo paso que las criaturas, queaparecen ms y ms deleznables, son poco a poco relegadas alolvido. Todo lo que podra distraer y turbar al alma en el ejercicio

    de esta amorosa atencin, que Dios le quiere conceder por medio dela oracin mstica, tiende a desaparecer. En cuanto depende del almatodo est a punto. Lo que queda le toca a Dios: el ayudarla con unalarga purificacin pasiva a simplificarse a s misma y aespiritualizarse ms y ms. La dolorosa noche del sentido laenvolver para obrar en ella lo que por s misma no puedeconseguir.

    Pero las ventajas de la devocin, a las Tres Divinas Personas,huspedes del alma, no se reducen a esto slo. Se extienden muchoms all que la mera purificacin de los sentidos. Cuando ha pasado por sta, el alma experimenta frecuentemente estesentimiento especial, pasivo, de la presencia de Dios. Dios se hacesentir experimental y pasivamente y llama al alma a S.2 Algunosllegan a ver en este hecho una nota esencial y caracterstica detoda oracin mstica. Sin ir tan lejos, es necesario reconocer que,

    en la prctica, el tal sentimiento es, con frecuencia, una seal, porla que se puede fcilmente juzgar de la presencia de oracinverdaderamente sobrenatural. Y creemos que se puede dar porasentado el hecho de que muchos, sobre todo al principio de lapoca de transicin, no llegan a tener conciencia de haber entrado

    2 Esta proposicin no parece deba admitirse porque es necesario conceder que la

    atencin amorosa infusa, que, segn San Juan de la Cruz, constituye la esencia de laoracin sobrenatural, no puede confundirse con el sentimiento infuso de la presencia;ms aun, puede darse muy bien, unida al sentimiento doloroso de la ausencia de Dios; ytal ocurre frecuentemente en las terribles pruebas de la noche del espritu.

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    en la vida mstica ms que por este sentimiento pasivo de la divinapresencia en ellos.

    Por lo dicho, fcilmente se comprender cun til sea inculcarahincadamente la devocin a la presencia de Dios en nuestras

    almas. Muchas almas no ven en esta presencia ms que una met-fora. Cunto se perjudican a s mismas, pues que acaso es llegada lahora de Dios, en que se les invita a entrar en s para conversar conDios en la oracin de recogimiento pasivo y de quietud! l les hargustar el sentimiento exquisito de su presencia, aunque de unamanera dbil al principio. Mas ay! el alma no habituada a laprofunda realidad de la presencia divina en s, sino acostumbrada aimaginarse a Dios fuera de s, acaso no d la atencin que se

    merece al sentimiento que experimenta. No estando advertida deello, corre el peligro de no entender las invitaciones de Dios o, almenos, de no apreciar en su justo valor la perla preciosa y arrojarlaa los puercos. Despus de haber gozado por algn tiempo de laintimidad divina, quizs se disipar, se abajar a mendigar de nuevolas consolaciones de las criaturas y se har indigna de ulteriores favores.

    Consideremos, por el contrario, un alma que se haya

    penetrado, desde hace tiempo, de la doctrina de la habitacindivina. Sin duda que habr adquirido, gracias a su energa,ayudada siempre de la gracia, el hbito de conversar afectuosamente yen toda sencillez con su Amado; sin duda que habr conseguido laverdadera devocin al Husped de su alma y del Tabernculo.Dicha alma sentir inmediatamente aun los toques msticos msdelicados, saltar de gozo al menor sentimiento pasivo de la presencia

    de Dios. Qu felicidad la suya! No solamente conoce, sino tambinexperimenta y cun sabrosa! la presencia de su Amado.Rebosando gratitud y estima por tan gran bien, concentrar ms yms sus esfuerzos en hacerse digna de nuevos favores.

    Nadie negar el hecho de que muchas almas no llegan jams ala oracin mstica y de que muchas otras no pasan de los gradosms inferiores de oracin, por falta de instruccin espiritual. Elmstico mejicano Godnez llega a decir que el noventa por cientode las almas llamadas a la oracin pasiva encuentran dificultades en lafalta de buena direccin. Aunque esta afirmacin sea exagerada,

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    recurdense, con todo, los anatemas de San Juan de la Cruzcontra los directores ignorantes, que llevan siempre las almas acontramarcha de la accin divina y se empean en imponer elmtodo discursivo a almas contemplativas. Y no se puede aadirque muchos directores, aunque no lleguen a ser positivo obstculo,no ayudan bastante al alma en su subida, frecuentemente penosa,hacia la contemplacin infusa? Si ellos mismos estuviesen mspenetrados de la presencia divina en el alma, comprenderan msfcilmente la repugnancia que muchas almas experimentan haciala oracin discursiva, cuando han llegado a los umbrales de lavida mstica. Comprenderan entonces fcilmente el que tales almasdediquen una parte y aun toda su oracin a la atencin amorosa a

    Dios, presente en ellas, y puedan emplearse en lo que bien se hallamado oracin de simple presencia. Se tomaran comoobligacin propia el instruirse ellos mismos ms y ms, el vivir lateologa e inculcar a los dems estas grandes verdades de la Fe,que son como la base de la vida mstica. De esta manera,conduciran sin titubear muchas almas a la oracin pasiva,inspirndoles sentimientos que las preparasen y haciendo brotar enellas las requeridas disposiciones.

    Lo que hemos dicho sobre el primer abrirse del alma a la vidamstica, no es menos cierto por lo que concierne a ulterioresdesenvolvimientos de esa misma vida. El mstico es naturalmenteinclinado a buscar a su Dios en s. Aunque entienda mal ladoctrina de la gracia santificante; aunque se imagine, comomuchos, que la vida de Dios y su presencia en nosotros es algometafrico, no puede menos de sentir a Dios en su alma, a lo

    menos de cuando en cuando. Y como dice San Francisco de Sales,as como las abejas retornan al panal, atradas por la dulzura de lamiel, de la misma manera gusta el alma mstica de buscar a Dios ens, sabiendo, como sabe por experiencia, cun bien le va con El.Cuntos se entregaran con mucho ms ahnco a este trato ntimocon Dios, si se les instruyese, si les hiciesen comprender que elSeor, presente en ellos, ve con pena que el alma se derrame al

    exterior! Santa Teresa nos cuenta en su autobiografa cun grandefue su gozo cuando oy, de labios de un confesor prudente eilustrado, que Dios, a quien tantas veces haba ella msticamente

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    sentido, est de hecho y en toda verdad siempre presente en el almapor la gracia santificante. La teora vino a confirmar la prctica,disipando de su alma muchas dudas sobre la sana orientacin de suvida y oracin mental. La misma ilustre contemplativa selamentaba a menudo de que tantas almas de oracin busquen a Dioslejos de s, en un cielo muy distante, en lugar de buscarlo yencontrarlo fcilmente en su propio corazn. Y eso que la Santahablaba sus fervorosas Carmelitas reformadas.3

    RESUMIENDO:

    Muchos cristianos ignoran que Dios est presenterealmente en su alma. Llevan a Dios en s mismos y niaun se les ocurre pensar en ello.

    El amor de Dios se ha manifestado sobre todo eneste doble don: la Encarnacin y la Eucarista por una

    parte, y por la otra, la habitacin de Dios en elalma santificada y divinizada por la gracia.

    Dios es husped divino de mi alma, en ella vive da ynoche, deseoso de recibir all el incesante homenajede mi intimidad y de mi amor. Qu estimulante parala vida interior y el recogimiento seran estasverdades si de veras las viviramos!

    Dios, en su amor infinito, quiere tener necesidad denuestro ntimo trato y, para asegurrselo msfcilmente, se nos mete hasta el fondo del alma, endonde asienta su cielo y tabernculo viviente.Siempre podemos acompaar a Jess en nuestrocorazn, retirndonos a l, para conversar con el

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    Acaso nadie entre los msticos se ha formado, como Santa Teresa, una idea tangrande del alma convertida en tabernculo de Dios. M. R. Hoornaert, en una tesispublicada, llega a decir que la idea de la inhabitacin de Dios en el alma (en el Castillointerior) es como si dijramos la idea central de la mstica teresiana.

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    objeto de nuestro amor. Es el dogma de la habitacinde Dios en nuestras almas.

    Debemos habituarnos a mantener una atencinamorosamente activa hacia el Divino Husped de

    nuestro corazn. . La bondad de Dios, viendo al alma tanbien dispuesta, tan atenta, no se dejar vencer engenerosidad

    El ser consciente de la habitacin de Dios en elalma ayuda primeramente a mantener alrecogimiento, a desasirse de todas las cosas creadas, amantener el corazn en l. El alma comienza a gustar del

    sentimiento exquisito de la presencia divina, aunque de unamanera dbil al principio. Qu felicidad sentir la presenciadel Amado, y poder conversar con l! Sin embargo, eslamentable que muchas almas busquen a Dios lejos des, cuando lo podran encontrarlo fcilmente en supropio corazn.

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    II. La gracia santificante y la identificacin con

    Jesucristo

    Hemos considerado hasta ahora lo que yo llamara uno de loselementos estticos de la gracia: la especial presencia de Dios en elalma, que ella produce. Pero la gracia tiene otros elementos, quepodramos llamar dinmicos: la vida y el crecimiento de Cristo ennosotros hasta la edad perfecta, segn el modo de decir de S.

    Pablo. Dios est presente en nosotros, no solamente a la manera deun Husped divino que recibe nuestro culto de adoracin y deamor, sino principalmente para hacernos morir a nosotros mismos yvivir de l, para transformarnos y divinizarnos. La vida divinacomenzada en el Bautismo debera ir creciendo ydesenvolvindose sin cesar hasta el da de su completa eflorescenciaen la Gloria.

    Y henos de lleno en la maravillosa doctrina de San Pablo. Este era,ciertamente, el tema principal de su apostolado y de sus cartas. Muertosestis y vuestra vida est escondida con Cristo en Dios (Col. 3, 3). Porel Bautismo morimos a la vida natural, quedamos muertos con Cristo:commortui, consepulti, conresuscitati (Cf. Rom. 8, 12-18; 2Cor. 1, 5). De all nacemos hijos de Dios, Cristo est en nosotrospara desarrollarse hasta la edad perfecta. Debemos revestirnos de Cristo:Induimini Dominum Nostrum Jesum Cristum, revestos de N. S.

    Jesucristo. Habis sido revestidos de Cristo (Gal. 3, 27). Cada pgina del gran Apstol nos habla de esta idea. Hemos sidoinjertados en Cristo, y nuestra vida, de infecunda y estril, se hatrocado en portadora de frutos de vida eterna. Pablo llega a exclamar:Para m vivir es Cristo y morir me es ganancia. Recurdese, sobretodo, la clebre comparacin de la cabeza y del cuerpo en suEpstola a los Corintios: As como el cuerpo es uno y tiene muchosmiembros, y as como los miembros del cuerpo, a pesar de sermuchos, no forman ms que un solo cuerpo, as es en Cristo...

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    Vosotros sois el cuerpo de, Cristo, vosotros sus miembros (I Cor. 12,12-17).

    De muchas maneras se puede presentar esta doctrina de laVida de Dios en nosotros y de nuestra incorporacin con Cristo,

    doctrina verdaderamente fecunda desde el punto de vistaespiritual. Cada modo de presentarla, cada punto de vista en queuno se coloque crear naturalmente una concepcin algo distinta dela vida espiritual, concepcin que coincidir en el fondo siempre,aunque los matices de expresin sean distintos. Querramosexponer aqu una manera de considerarla, poco comn hasta ahora, pordesgracia, y que, sin embargo, nos parece apropiada, ms que ningunaotra, para transformar la vida y elevarla a alturas de vida unitiva insospe-

    chadas.Cristo se encarn por amor a su Padre Celestial. Vivi aqu

    abajo treinta y tres aos, consagrados por completo a amarlo yglorificarlo. Drama inefable de amor divino, cuyo ms pattico episodiotuvo lugar en el Calvario. Pero Cristo resucit; vive todava. Suamor inmenso de Hombre-Dios no se extingui en la tumba. Desbordalos estrechos lmites de la vida humana de Jess. El sitio del Glgota

    es sentido an por Jesucristo glorificado. Qu significa esto? Sig-nifica, acaso, que Jesucristo se contentar solamente con amar asu Padre infinitamente en el cielo y en cada uno de los sagrarios? No;esto, por mucho que sea, no puede bastar a los ardores del amor deCristo a su Padre. Quiso ms. El gran amor de Cristo a su Padre seha de continuar sobre la tierra. Porque Jess, mediante su vida y suredencin, se ha hecho un Cuerpo Mstico, en el cual l mismo

    sigue viviendo, amando y glorificando a su Padre. A fin de poderseguirle amando, se ha unido a nuevas naturalezas humanas, a millonesde ellas, no ya hipostticamente, es verdad; pero, no por eso con unaunin menos real, sino muy ntima y maravillosa. El Cristo completo esCristo unido al conjunto inmenso de fieles que vivirn porsiempre; el amor completo de Jess es el amor del Corazn deJess unido al amor de millones de cristianos que amarnjuntamente con l y en l hasta el fin del mundo. He aqu la obra

    maestra del amor divino. Esto slo pudo contentar y apagar la sedinfinita de amor de Cristo para con su Padre.

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    Jess tiene, pues, todava sed de amar a su Padre con locura;sed de amarlo no slo con su misma vida, por divina que sea; noen su Corazn solo, por encendido que est; se abrasa en deseosde amarlo en millones de corazones y en millones de vidas hasta elfin de los tiempos. Su amor infinito desea expresarse y exhalarseinfinitamente. Qu quiere, pues, Jess? Quiere corazones que se Leentreguen, que se Le abandonen y Le dejen satisfacer libremente, enellos y por medio de ellos, su pasin infinita de amor divino.

    A cada uno de nosotros, sus miembros, pide todo nuestro ser,nuestro cuerpo y nuestra alma con todas sus potencias, paraasimilrselas, apropirselas y vivir en todos su vida de amor a suPadre amadsimo. Ah! no, treinta y tres aos no Le bastaron. Desea,

    en su insaciable amor, amar todava, trabajar todava, sufrir todava.Nos pide a cada uno de nosotros una naturaleza ms de repuesto,segn la bella expresin de Sor Isabel de la Trinidad. Nos dice:Hijo mo, dame tu corazn, para que en l y por l, unido a tu vida,Yo ame, o, mejor, amemos los dos ardientemente al Padre; dame tuboca para que juntos cantemos sus alabanzas; dame tu espritu, tusojos, tus manos, todo tu ser. Quiero en ti y por tu medio vivir como

    una segunda vida toda de amor, que sea como el complemento yprolongacin de mi vida de Nazaret y de Palestina.

    Oh grandezas inefables de la vida cristiana, grandezasinsospechadas de tantas almas! Oh deseos ardientes del Coraznde Jess, tan poco conocidos aun de las almas generosas! El cris-tiano no es solamente l mismo, no es solamente hombre; estambin algo de Jess, es Jess, es Dios por su incorporacin con

    Cristo. Nuestra vida en cada unode nosotros, no es tan slo nuestrainsignificante vida personal, con sus limitados horizontes, sino que

    tiene una significacin mucho ms alta. Ella es y debe ser, antetodo y sobre todo, la vida de Cristo en nosotros, la continuacinde la vida de Jess. Magnfico ideal, capaz de transformar y tornarsublime nuestra vida entera.

    Qu hace falta, pues, para realizarla? Una sola cosa: en cada accin,en cada oracin, en cada sufrimiento, en cada acto de amor pensarque somos Cristo, acordarnos de que Cristo quiere todava obrar,orar, sufrir amar en nosotros. Entonces, como instintivamente, nos

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    despojaremos de nuestros sentimientos desordenados y mezquinos,dispuestos a revestir los sentimientos de amplitud inmensa queanimaban a Cristo en sus acciones, oraciones y sufrimientos en la tierra.

    Entregarse a Jesucristo con una completa donacin, para ser su fiel

    instrumento, dejarle libre sitio en nosotros, perder de algn modo hastala propia personalidad en l, no vivir ms que por cuenta de Cristo y ensu nombre, ver todo desde el punto de vista de Jess; en una palabra,abandonarse a l para dejarle vivir y crecer libremente y sinestorbos en nosotros hasta que seamos consumados en la unidad... heaqu un ideal y una espiritualidad grandiosa, que quisiramos ver ms propagadas; el ideal y la espiritualidad del grande Apstol, dequien se ha podido decir: Cor Pauli, cor Christi; el corazn de

    Pablo es el Corazn de Cristo.Pero aqu se impone una distincin importante. Ntese bien, so

    pena de amenguar considerablemente el sublime ideal en cuestin,que no se trata de entregarse a Cristo, para que l, como que seabaje a nuestro plan y viva en nosotros nuestra vida; es necesarioofrecerse a Cristo, para que l viva su vida en nosotros. A primeravista parece que estos dos aspectos se confunden, y, sin embargo, el

    segundo es infinitamente superior al primero y mucho ms sublime. Unpoco de reflexin har comprender la diferencia. El alma que quieraidentificarse con Cristo, no le invita a que se acomode a la propiapequeez; no le pide solamente que se una a ella y, que en ella obre,para ayudarla a vivir la propia vida de ella ms pura y santamente;no se contenta con orar, sufrir y amar como al principio, aunque msintensamente y con una intencin ms pura.

    Esto, de suyo, ya parece mucho, y sin embargo an hay ms.Y aqu es donde se palpa la influencia extraordinariamentetransformativa de esta grande concepcin. El alma piensa de otramanera, ama de otra manera, ora de otra manera. Porque lo que ellapide a Cristo es que l viva en ella la vida de l, y por cuenta de l,no por cuenta de ella misma. Quiere que Jess contine su vida enella, no que comience en ella una vida nueva, santa sin duda, peroestrecha, encerrada en los angostos lmites de una criaturilla. Estaalma se ha despojado de s misma, para dar sitio a Cristo, y sentirya al Corazn de Cristo latir en su pecho; es Cristo quien vivir en

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    adelante en ella la propia vida de l. Todos los intereses, todas lasmiras, todos los amores, todos los deseos de Cristo son los suyos;amores e intereses grandes como el Universo y de una exquisitapureza de amor.

    Resumiendo: la espiritualidad de que se trata no es unaespiritualidad que solamente ayuda al alma, en su mejoramiento, apurificarse y encontrarse a s misma; sino que la ayuda a salir de s,a dejar su punto de vista para colocarse en el de Jess. Tiende a lasustitucin delyoporJess.

    Concepcin quimrica, dir alguno, casi quietista, y, en todocaso, demasiado sublime e impersonal, para que sea del agrado de

    almas que no sean de raros alientos. No por cierto. Sin duda que estemodo de enfocar la vida espiritual es tan elevado y pide tancontinuo olvido de s mismo, que, muchas veces, el alma quedarmuy por debajo del ideal. Muchas veces tornar sobre s misma.Creer permitir a Cristo la libre expansin de la vida de l en s misma,cuando en realidad no har ms que unirse a Cristo para vivir lavida de ella. En lugar del Corazn de Jess, grande e inmenso, sersu mezquino corazn el que animar su vida espiritual. Sin darse cuenta

    de ello, el alma vivir frecuentemente, no en el plano superior, asaber, en el de Jess, sino en el inferior, esto es, en el suyo. Los doscaminos se entrecruzarn, se mezclarn muchas veces; pero si lalma es fiel y se levanta cada vez, si no cesa de contemplar su ideal,si se esfuerza sin cesar en sustituir a Jess por s misma, llegar unda a la ansiada meta, Acabar por realizar, aun a precio de graciasmuy especiales, tal vez, esa vida ms divina que humana, ese

    comienzo de vida de cielo, la vida del mismo Cristo en ella. Entonceshabr realizado plenamente el dicho de San Pablo: Vivo, pero no soyyo el que vivo, es Cristo el que vive en m4.

    4 Creemos que no existe disposicin mejor, ni ms indispensable para una vida deidentificacin con Jesucristo que la adquisicin preliminar de una verdadera devocin aJesucristo, Husped del corazn. Y as en la fase de prctica, las almas pasanordinariamente por una fase de vida amorosamente ntima con Jesucristo presente enellas, antes de soar con una vida de identificacin con l. Vida de sencilla intimidad

    con Jesucristo, presente en nosotros, y vida de identificacin con l, no solamentepresente, sino viviente y activo en nosotros, son como dos grados sucesivos de unavida de perfecta unin a Jesucristo. Por eso, al comienzo de este estudio, tratamos

    primeramente de la gracia santificante y de la presencia real de Jesucristo (y de la21

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    RESUMIENDO:

    Dios est presente en nosotros, no solamente ala manera de un Husped divino que recibe nuestroculto de adoracin y de amor, sino para hacernosmorir a nosotros mismos y vivir de l, paratransformarnos y divinizamos.

    Es la maravillosa doctrina de San Pablo. Muertosestis y vuestra vida est escondida con Cristo en Dios.

    Por el Bautismo morimos a la vida natural, quedamosmuertos con Cristo. De all nacemos hijos de Dios,Cristo est en nosotros para desarrollarse hasta la edadperfecta. Debemos revestirnos de Cristo: Habis sidorevestidos de Cristo. Hemos sido injertados enCristo. Para m vivir es Cristo. As como el cuerpo esuno y tiene muchos miembros, y as como losmiembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, noforman ms que un solo cuerpo, as es en Cristo...Vosotros sois el cuerpo de, Cristo, vosotros susmiembros.

    Cristo se encarn por amor a su Padre Celestial.Vivi aqu abajo treinta y tres aos, consagrados porcompleto a amarlo y glorificarlo. Pero Cristo resucit.Su amor inmenso desborda los estrechos lmites de la

    vida humana de Jess. El gran amor de Cristo a suPadre se ha de continuar sobre la tierra. PorqueJess, mediante su vida y su redencin, se ha hechoun Cuerpo Mstico, en el cual l mismo sigueviviendo, amando y glorificando a su Padre. Para

    Trinidad toda) en el alma, antes de delinear nuestra sntesis de una vida de

    identificacin con Jesucristo. Es interesante notar que, tambin en la vida propiamentemstica, el alma experimenta primero el sentimiento infuso de la simple presencia deJesucristo, y solamente despus, a veces mucho tiempo despus, el sentimiento de lavida de Jesucristo, de su accin transformadora.

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    ello, se ha unido a millones de almas, no yahipostticamente, es verdad; pero, no por eso con unaunin menos real, sino muy ntima y maravillosa. El Cristocompleto es Cristo unido a todos loscristianos; el amorcompleto de Jess es el amor del Corazn de Jessunido al amor de millones de cristianos que amarnjuntamente con l y en l hasta el fin del mundo.He aqu la obra maestra del amor divino. Esto slopudo contentar y apagar la sed infinita de amor de Cristopara con su Padre.

    Jess tiene todava sed de amar a su Padre conlocura; sed de amarlo no slo con su misma vida, pordivina que sea; se abrasa en deseos de amarlo enmillones de corazones hasta el fin de los tiempos.Quiere corazones que se Le entreguen, que se Leabandonen y Le dejen satisfacer libremente, en ellos ypor medio de ellos, su pasin infinita de amor divino.

    A cada uno de nosotros, sus miembros, pide todonuestro ser, para vivir en todos su vida de amor a suPadre amadsimo. Desea, en su insaciable amor, amartodava, trabajar todava, sufrir todava. Nos dice: Hijomo, dame tu corazn, para que en l y por l, unido atu vida, Yo ame, o, mejor, amemos los dosardientemente al Padre; dame todo tu ser. Quiero en tiy por tu medio vivir como una segunda vida toda deamor, que sea prolongacin de mi vida de Nazaret y de

    Palestina.Qu grandeza inefable la de la vida cristiana! El

    cristiano no es solamente l mismo, no es solamentehombre; es tambin algo de Jess, es Jess, es Diospor su incorporacin con Cristo. Nuestra vida en cadauno de nosotros, no es tan slo nuestra insignificantevida personal, con sus limitados horizontes, sino que

    tiene una significacin mucho ms alta. Ella es ydebe ser, ante todo y sobre todo, la vida de Cristoen nosotros, la continuacin de la vida de Jess.

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    En cada accin, en cada oracin, en cada sufrimiento,en cada acto de amor pensar que somos Cristo,acordarnos de que Cristo quiere todava obrar, orar,sufrir amar en nosotros. Despojarnos de nuestrossentimientos desordenados y mezquinos, para tenerlos sentimientos de Cristo.

    Perder de algn modo hasta la propia personalidad enl, no vivir ms que por cuenta de Cristo y en sunombre, ver todo desde el punto de vista de Jess.Abandonarse a l para dejarle vivir y crecerlibremente y sin estorbos en nosotros,para quel viva su vida en nosotros. Despojarse de s mismo,para dar sitio a Cristo, para sentir al mismo Corazn deCristo latir en el propio pecho. Todos mis deseos yamores son los de Cristo. De esta forma, el alma sale des misma, deja su propio punto de vista para tener el de

    Jess. Trata de sustituir el yo por Jess. Si persevera enello, el alma acabar por realizar esa vida ms divinaque humana, ese comienzo de vida de cielo, la vida del

    mismo Cristo en ella: Vivo, pero no soy yo el quevivo, es Cristo el que vive en m

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    III. Retrato de un alma identificada con Jess

    Querramos ahora esbozar la psicologa de un alma, cuya vidaespiritual se resume toda en esta idea tan sencilla: vivir con Jess; o,ms bien, dejar a Jess vivir en m. Este esbozo har resaltar mejorque largos razonamientos las lneas principales de la fisonoma de talalma.

    En primer lugar, en qu se convierte su oracin,

    independientemente del estado mstico en que se pueda encontrar?Evidentemente, esta alma ya no ora por su propia cuenta, como

    antes; su oracin ya no es oracin suya, sino principalmente deJess. Podra decirse que es nicamente de Jess. Bien sabe no serella la que ruega, sino su Amado el que ruega en ella. Y en estadisposicin va ella a la oracin. Con qu delicia dice ahora:Padre nuestro que ests en los cielos. Ciertamente que Dios es

    para ella nuestro Padre, el Padre de su Jess y el de ella misma.Instintivamente, ayudada como est por su Jess, que vive en ella,llega poco a poco a reproducir la oracin del Salvador, que ruegasobre la montaa. Se olvida de s, olvida sus limitados intereses ylos mezquinos sentimientos de otro tiempo, y su oracin se dilatasin medida. Si adora, su adoracin no es de la de una insignificantecriatura, aunque tal es su realidad, sino la adoracin inmensa queJess hace en ella, en su propio nombre, y en nombre de todo su

    Cuerpo Mstico. Da gracias, con cierta infinitud, en Jess y conJess, no slo por los beneficios que ella misma ha recibido deDios, sino por los que Dios prodiga sin lmites sobre Jess y sobretodos los miembros msticos de Jess. De particular manera, ama aDios por Jess y, en nombre de Jess, tambin por todos esosmillones de hombres que no Le aman o que Le aman tan poco.

    Claramente se deja entender, pues, que el alma que vive en

    nombre de Jess, no est inclinada, como antes, a reparar en smisma y a hacerse a s misma el centro de su oracin. Esta no secircunscribe, como antes, a la correccin de sus miserias y defectos;

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    ya no consiste principalmente en pedir gracias para s y para otros.Su dicha es ahora contemplar, saborear las perfecciones infinitas desu Dios, o de su amado Jess. Le gusta perderse y olvidarse en unavista de las amabilidades de Dios, amorosamente admirativa yllena de deleites, como Jess lo haca en otro tiempo en suoracin. No son, acaso, estas perfecciones divinas su bien, sutesoro? No es en ellas en donde encuentra principalmente suscomplacencias?

    Y en qu se ha convertido su oracin a la Santsima Virgen?Tambin aqu Jess es quien ruega en ella. El alma lo siente y seacuerda de ello. Jess le da sentimientos de hijo. Como en otrotiempo, mecido en los brazos de su madre, gustaba de acariciarla y

    abrazarla; as ahora, en el alma, la acaricia, la abraza o reposaamorosamente en sus brazos. Y Mara devulvele sus caricias ysus besos, como lo haca, en la tierra, a Jess. Se hace al alma tandulce, tan deliciosa, tan encantadora; se comunica tanto a ella, que elalma se siente transportada por momentos. Qu vivamente se le presenta ahora Mara como su Madre, su verdadera Madre! Diraserealmente que Mara no haba sido nada para ella antes; pero ahora,

    ah!, ahora s que es su verdadera Madre. Yo no conoca a miMadre, se dice el alma, pero ahora la he encontrado, he encontradoa mi Madre.

    He ah algunos de los rasgos ms salientes de la oracin de esta alma.Pero, en realidad, su oracin no se limita tan slo a los ratos demeditacin propiamente tal. Poco a poco, todo el da se transformapara ella en oracin ininterrumpida. Consciente, como est, de la

    presencia y actuacin de Jess en ella, cmo no acordarse sincesar de l? Teniendo, como tiene, horror a toda vida puramentepersonal suya, viviendo como vive nicamente para Jess y en Jess,cmo no vivir tambin continuamente, o poco menos, con Jess?En su ardiente amor se imagina que el no vivir con Jess no esvivir para Jess. Slo su compaa da atractivo e inters a todas susacciones, de cualquier clase que sean, y el deseo siempre activo deagradar en todo a su Amado no le permite estar por largo tiempo sin

    acordarse de Jess. Quin podr explicar la profundidad y laternura de su intimidad con l? Todo lo hace en plena conformidadcon su Amado; su mano la gua y sostiene en cada accin. Jess

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    mismo la ayuda poderosamente a conservar la memoria actual y laconciencia de Su presencia en ella. Le hace subir paso a paso atravs de las diversas etapas de la oracin y vida mstica,regalndole el don de una quietud activa, ms y ms frecuente yhabitual. Pronto las ocupaciones ms distractivas no la molestarnms; lo mejor de su corazn estar siempre unido actualmente alMaestro, y el alma llegar a no hallar casi diferencia entre las horasde oracin y las de trabajo o recreo.

    Ni es solamente con Jess con quien el alma habita y se recreasin cesar. Unida a l, y en su nombre, conversa continuamente conel Padre y el Espritu Santo5. Con ellos trata con la mayor sencillezy sin ruido alguno de palabras. Su trato es como una mirada

    profunda de amor, una como orientacin del alma de Jess haciaDios; orientacin que en su silencio habla el lenguaje mselocuente. Cada hora del da, el alma ofrece al Padre las acciones,las plegarias, los sufrimientos, las aspiraciones amorosas, losdeseos de que Jess viva en ella, que son otras tantas expresionesde su amor hacia l. Inadecuadas expresiones, cierto; hartoamenguadas por la naturaleza misma de su ser, pero que bien sabe el

    alma ser muy agradables a Dios6

    . De aqu proviene, que el almaguste particularmente de hacer ofrendas: se ofrece a s misma sincesar unida al Corazn de Jess mismo, fuente inagotable de su

    5 Algunas personas, por ej. Sor Isabel de In Trinidad, unidas a Jess,adoran y aman a la santsima Trinidad, sobre todo dentro de s. Otras, sindejar de conversar con Dios presente muy cerca de ellas, y en el que sesienten como sumergirlas en un ocano de amor. Sera interesante

    estudiar en este punto las diferentes mentalidades de las almas. Muchascosas influyen en ellas en lo que atae a este punto; pero quizs, ms queninguna otra, la naturaleza de las gracias msticas que pueden haberrecibido, puesto que la presencia de Dios se puede manifestar con msfuerza cerca que dentro de nosotros o viceversa.

    6 Cuando la gracia y el amor se apoderan de toda nuestra vida, hadicho muy bien Dom C. Marmin, nuestra existencia es como un himnoperenne a la gloria del Padre Celestial; se convierte, por nuestra unin a

    Jesucristo, en un incensario del que se elevan a Dios los aromas que leregocijan: "Christi bonus odor sumus Deo" (cf. Jesucristo, vida delalma, II c. 6).

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    amor. Ofrece, una tras otra, su incomparable pureza, su abnegacinsin lmites, su insondable humildad y todas las infinitasperfecciones del Salvador. Ofrcelas a Dios, para, en primer lugar,satisfacer los ardores inmensos de Jess; luego, para reparar y comosepultar en abismos tan dilatados los pecados del mundo entero.Pero el alma se deleita principalmente en ofrecer a Dios el amor deJess muriendo en la cruz, el esfuerzo inaudito, la suprema pruebadel amor del Corazn Divino. Con qu emocin y confianzapuede el alma decir al Padre: He aqu a mi Jess muriendo porVos! Os lo entrego. Estis satisfecho, Seor? Es este amorsuficiente? Ah! Mirad cmo os pide por el mundo entero!Podis, acaso, rehuir su amor sin darle odos? En pocas palabras

    podemos, pues, decir que el da entero del alma identificada conJess, ms que una oracin, es una ofrenda continuada, es comouna perpetua misa. El Santo Sacrificio material, al cual se une, oel que quizs tiene la dicha de ofrecer, no es ms que el puntoculminante, el momento ms concentrado de este perenne sacrificio.

    As el amor crece cada da en esta alma. Penetra toda su vida,todo su ser. Ya no se trata del amor mezquino y mezclado de

    egosmo de sus aos anteriores. Entonces, es cierto que el almaamaba a Dios sobre todas las cosas; pero junto a Dios se pona a smisma y se haca en cierto modo independiente de Dios. Cmohubiese podido ratificar, vivir tal amor Jess en ella, l, que no ve,ni ama ms que a su Padre en todas las cosas? Amor tan imperfectono poda vivirlo Jess. Por esta razn, ha hecho brillar en el alma supropio amor y sus propias miras. Y como el alma ama ahora con elmismo amor de Jess, no puede dejar de sentir la fealdad de s

    misma y desea perderse en su amado Seor. Como Jess, y porrazn de l, ya no ama, pues, ms que a Dios, a Dios slo.

    Todo lo dems, la Stma. Virgen, los Santos, el mundo entero, yano le parecen ms que manifestaciones de las amabilidades divinas.Dios es para ella toda la belleza de lo que es bello, toda laamabilidad de lo que es amable y atractivo, toda la santidad de loque es puro y santo. A solo Dios ve y ama en las criaturas. Y lo

    que es an ms de admirar y que el alma no hubiese ni aun soadoen otros tiempos, su amor se ha purificado tanto que a slo Dios ve yama en s. Animada y vivificada por Jess sentira ahora horror de

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    posar su mirada, con egosta complacencia en elyo, objeto de susafectos de antao. Dios es uno y lo es todo para esta alma. Y comoella reconoce en todas las cosas, por velado que en ella se halle alobjeto de sus anhelos, su vida se exhala continuamente en efusionesde amor. S, Jess ha hecho brillar su amor en ella y la ha hechollegar al cuarto y ltimo grado de amor de que habla San Bernardo,que consiste en no amar ms que a Dios solo.

    Decimos que Jess ama en esta alma. De aqu que el alma ame aDios no solamente como su nico bien, sino principalmente como asu bien, el bien propsimo suyo. Tal amor es ciertamente unitivo,amor, como el amor con que Jess ama a su Padre. El alma conoceque Dios est en ella, que le pertenece. Le posee, porque Jess se

    lo ha dado, dndose a S mismo. Bien puede decirse: Deusmeus et omnia. Oh Dios mo! sois todo mo, de verdad mo.Y es esto, sobre todo, lo que la embriaga de amor y de felicidad.Arroja lejos de s sus harapos de mendiga. Las pretendidas virtudesde antao, en las que se complaca secretamente, ahora lasdesprecia, y ni an siquiera las mira a la cara. El alma se ha trocadoen reina, y los tesoros de Cristo Rey son los suyos. Ama como su

    bien, como algo personal suyo, las amabilidades y perfeccionesinfinitas de Dios y de Jess, su esposo. Jess le dice: Deja todos losmentidos tesoros de otro tiempo, djate a ti sobre todo. Yo meentrego a ti. Todo lo que es mo es tuyo. malo como propiedadtuya. Sublime e increble cambio, propuesto y realizado por elinmenso amor de Cristo. Y el alma, ante tan inaudito exceso deamor, se encuentra como perdida. La que saba amar antes, por re-pugnante que fuese, su propio yo, ese yo, lcera viviente, cmo no

    se derretir de amor ahora ante las amabilidades infinitas que la atraeny arrebatan?

    De suerte que el alma ya no se entristece ms viendo lasimperfecciones y debilidades de su naturaleza. En otros tiempossoaba con curar estas miserias, en cambiar poco a poco todo esto,para embellecerse a s misma con belleza que fuese obra suya, enla que se pudiese complacer secretamente. Pero en vez de esta

    imperfecta belleza en que soaba, Dios le ha dado su propiahermosura. Esta inefable belleza la transporta y comunica increblesarrebatos de amor.

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    El verdadero amor es un darse a s mismo. Tanto ama uno,cuanto se entrega, y slo ama perfectamente cuando perfectamente se entrega. Y esta es la razn, como muyatinadamente ha observado Monseor Gay en pginas inolvidables,de que la cima del amor es la vida de entrega. Y en quprecisamente consiste esta vida de entrega, que es superior al deseode padecer, superior a todo? Consiste en la donacin completa,definitiva de s, y esto, como efecto de un ardiente amor. Uno seentrega, se da; o, mejor an, hace ms: se pone el alma en las manosde su Amado, para ser algo suyo. Y no es esto, por ventura, lo quehace el alma, cuyo ideal es identificarse con Jesucristo y fusionarsecon l? Su vida entera no es ms que una perpetua entrega a l. No

    querra por nada en este mundo tener conscientemente un slodeseo, un slo temor, una sola pena que no sean los de Jess en ella.Se deshace toda en deseos de desaparecer, de ser sustituida porJess. Cada instante es como una donacin entera de s, cada accincomo una efusin de s y un entrar ms y ms adentro de la vida desu divino Amigo. A cada instante su voluntad se encuentra y abrazacon la de Jess, y en ese perpetuo abrazo se desliza su vida. Sublimevida y preludio de la vida del cielo! Feliz el alma que de tal suerte

    ha salido de s misma, porque ha alcanzado lo que bien se llama elxtasis espiritual. Qu importa ahora que sea o no favorecidacon el xtasis corporal? Porque, de suyo, el alma ya se hallapreparada a la transformacin final en Jess, al insigne favor de launin transformante.

    El alma ha escalado ciertamente la cima ms alta de amor, y suvida no podr ser otra cosa en adelante que un continuado languidecer

    de amor. Est enamorada de Dios irrevocablemente y slo la visinbeatfica podr saciarla. La caridad de Cristo nos urge (2 Cor.5, 14). El amor encendidsimo de Cristo a su Padre la invade, ha hechovibrar todas las fibras de su ser y no la dejar reposo alguno.Prendiste mi corazn en una de las perlas de tu corazn (Cant. 4,9): las perfecciones divinas, atisbadas de cuando en cuando, hanabierto en su corazn herida que no curar. Porque nunca podr

    amar a Dios, infinitamente amable, segn los deseos de su corazn.Su amor ser para ella su Calvario y su Tabor, su ms aguda pena ysu deleite ms exquisito. Minada por la fiebre de su amor,

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    exclamar con frecuencia con Santa Teresa: Muero porque nomuero.

    Quin acertar a describir la humildad del alma que vive ennombre de Jess? Porque qu otra cosa es la verdadera humildad

    sino el amor de Dios hasta el desprecio de s? Y qu otro es eldeseo de todos los das de su vida, sino ser nada y dejar a Jessserlo todo en ella? Desde el da en que se propuso sustituir su vidapor la vida de Jess, identificarse con Jess, no ha conocido otraambicin, ni ms ideal. De una vez para siempre, se entreg a lahumildad. No ser nada ni contar consigo para nada, es su ms deleitosaalegra.

    De esta suerte, el alma aprende, mejor que cualquier otraleccin, el secreto de la verdadera humildad de corazn. Cadanueva revelacin de su miseria natural, de sus defectos, en lugar deturbarla, la deja tranquila y feliz. Ama y alaba a Dios por lasmiserias que permite en ella. No hace, acaso, su pobreza resaltarms la amabilidad infinita de Dios? Y no queda as el Amado desu alma gloriosamente vengado por la gloria de que hubiera queridoprivarle su vanidad o su secreta complacencia en s misma? No es

    precisamente la felicidad de ella el ver que Dios es todo y lo demsnada; que, fuera de Dios, toda criatura es la nada de s? Si algunacosa pudiese turbarla sera el saber que Dios no es todo, que a sulado hay algo independiente de l, por insignificante que sea. Perobien sabe ella que esto es imposible. Su gozo y su gloria es elinfinito y eterno triunfo de Dios, del Ser y del Bien, sobre la nada y elmal.

    Porque, si el alma ha renunciado a su propia gloria, es paraenriquecerse infinitamente. Considera como suya la gloria delAltsimo. La gloria infinita e inmanente de la adorable Trinidad, lagloria que dan a Dios el Salvador, las legiones innumerables dengeles y Santos, los justos de este mundo; sa es su gloria, eso eslo que la infunde alientos, en eso tiene ahora sus alegras ntimas.En comparacin con tal gloria, las alabanzas que los hombrespuedan darle, le parecen burlescas apreciaciones.

    El alma llega a ser como naturalmente humilde, porque nadiecomo ella siente su pobreza y sus miserias. Su programa de accin

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    es dejar vivir a Jesucristo sin ninguna traba, dejarle vivir en ella suhumildad profunda, su caridad exquisita, su perfecto olvido de Smismo, Cun lejos est de realizar tal programa! Cuntas vecescada da el vil yo vuelve a aparecer a flote! Cuntas veces el almasustituye a Jesucristo! El continuo darse cuenta de que Jess viveen ella, le hace reparar en seguida en cualquier intento de vidapropia y meramente natural, le da como una especie de intuicinde lo que no cuadra con su vida, de lo que no es Jesucristo enella y en manera alguna lo puede ser. Ms que por largosexmenes, el alma ve y siente enseguida que Jesucristo no havivido, no poda haber vivido tal y tal pensamiento de vanidad queha apuntado apenas en tal ocasin, tal y tal buscarse a s casi

    inconsciente, tal y tal impaciencia, que no parece ms que puramentefisiolgica. Es que su vida, su respiracin es ser de Cristo llana ysencillamente. Para m la vida es Cristo (Fil. 1, 21). Bien sabeel alma que Jess sirve en ella, que ella no es otra cosa que elincesante himno de amor de Jesucristo a su Padre, himno al cual,por desgracia, ella aade tantas notas discordantes.

    Y, con todo, por bien conocida que tenga el alma su inmensa

    pobreza, no por eso deja de desbordarle, en ella la confianza ensu Padre celestial. O, ms bien, precisamente porque se siente tan pobre en s, tiene tanta confianza en Dios. Hace tiempo que enabsoluto desconfa de s misma. Toda confianza en sus propiasvirtudes, confianza que es el grande enemigo, el bochorno de laconfianza en Dios, ha desaparecido de ella. No espera nada de smisma, todo lo espera de Dios. Todo, porque ha llegado a sentirmuy vivamente la infinita bondad de Dios, tan distinta de todas las

    bondades de la tierra, tan amorosamente condescendiente paratodo lo que existe de ms bajo y pobre.

    El alma espera siempre; sobre todo, porque no se siente sola.Nunca acude sola a su Padre celestial, sino siempre con Jesucristo.Con l, el alma est segura de ser bien recibida y amorosamenteabrazada. Que no es ms que una mendiga cubierta de harapos?Qu importa? Ella ofrece al Rey del cielo, con una confianza

    ilimitada, los mritos infinitos de Jesucristo, en los cuales hasumergido todas sus miserias y demritos. Le ofrece, con plenaseguridad de ser bien acogida, el fragante y hermossimo ramillete

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    de todas las virtudes de su Esposo, y en l procura esconder loscardos de sus propias rastreras virtudes. Le ofrece, en fin yprincipalmente, el Corazn infinitamente amable e infinitamenteamante de Jess, joya de inefable valor; Corazn al cual se haunido ella en verdadera fusin de amor, y con el cual puedeconseguir sus deseos de amar al Padre infinitamente. Si deseaconseguir algo de Dios, bien sabe de antemano que sus deseossern escuchados. No es el mismo Seor quien dijo: Todo lo quepidis a mi Padre en mi nombre os lo conceder? Hasta ahora nohabis pedido nada en mi nombre. Pedid para que vuestra alegrasea completa. Cmo no conseguir, pues, lo que pide? El mismoJesucristo, objeto de las eternas complacencias del Padre, es el

    que Le ruega por ella. Negarle algo a ella, sera negrselo aJesucristo. Ella se merece, como otras almas, el reproche deJesucristo, pues que no sabe lo que es acudir a Dios, si no es en elnombre de su Hijo. Ha tiempo que no solamente todas susoraciones, sino an su vida entera, todo lo que el alma hace, lo haceen nombre de Cristo.

    Digamos ahora algo sobre la grandeza de espritu que adquiere

    el alma identificada de esta manera con Jesucristo. Por lo queprecede, ya se deja entender de alguna manera cmo los horizontesdel alma se han ensanchado y ennoblecido. Desde el da en que ellacomenz a vivir por cuenta de Jess, nuevos e inmensos horizontesse han abierto ante sus ojos. Gusano de luz, tan solo poda verantes el cortsimo trecho iluminado por su dbil fosforescencia.Ahora es la luz del sol: todo es luz meridiana, todo se ha agrandado.Un mundo nuevo ha surgido para ella, todo envuelto en claridades

    de cielo. Ve las cosas desde el punto de vista de Jess y como l.Sus egostas interesillos han trocado en los de Jess. Su corazn seha hecho grande como el Universo. Reina es ella del vastoUniverso, que le pertenece en Jesucristo. Su influencia seextiende hasta los extremos de este inmenso mundo por el quecircula la vida de Jesucristo, y sabe que, por l, puede ellacontribuir a la santificacin, aun de los que pueblan sus msignoradas regiones. Unida a Jesucristo y a todo su Cuerpo Mstico,no tiene ms que un slo corazn; pero siente ahora en su pechocomo millones de corazones, que deseara ver palpitar de amor

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    divino; posee millares de vidas que ofrecer a la transformadoraaccin de Dios. Ah! cmo rebosa su corazn de alegra, al pensarque de tal manera se puede centuplicar, amar a Dios en tantos mi-llones de corazones y apagar as algn tanto su sed de amor. Peroqu fuente de sufrimientos tambin, y cmo exclama con elApstol!: Hijitos mos amadsimos, a quienes en medio deldolor he engendrado a Cristo!

    Es necesario an, despus de todo lo que va dicho, hacer notarque el alma entregada a Jesucristo y viviendo en su nombre es feliz?Quin puede describir la alegra del prisionero, que por largos aosse ha visto olvidado en oscuro calabozo y a quien se devuelve, enhora completamente inesperada, la ansiada libertad? El alma que

    antes era esclava de una vida demasiado personal, encerrada en losangostos lmites de una espiritualidad demasiado estrecha,demasiado subjetiva, ahora goza del aire puro del sol del mundo,Jesucristo. Se ahogaba antes; ahora sus pulmones beben a raudales elambiente vivificador, su corazn late vigorosa y alegremente. Viveuna vida inmensa, la misma vida de Jesucristo. Agradar a Dios,regocijar al Padre celestial haciendo esto, complacer al amado

    Jess, no es ahora como la respiracin de esa alma? Tal alegranunca le fallar: es y ser siempre feliz, porque, a pesar de sus miserias,puede siempre agradar a su Dios en Jesucristo.

    Hay un gozo del alma infinitamente delicado y sublime,demasiado poco conocido an por almas fervientes. El gozoexquisito, la ntima alegra de odiarse y despreciarse. Gozoconocido solamente de los en l iniciados, de los amadores de

    Dios. Este gozo es bien conocido del alma identificada conJesucristo. Su Amado la ha cautivado de tal suerte con lasamabilidades de su Padre, que todo lo dems le parece feo ydespreciable. Y esta fealdad que, por contraste, hace tanto resaltarla belleza de su Dios, hace la felicidad de ella. En su pasin deamor a Dios se regocija de verse tan fea y llena de defectos, y loque hace gemir a las almas mediocres y demasiado replegadas en smismas, ha llegado a ser para ella una fuente de ntima alegra.

    Pero el ms esencial y fundamental gozo de esta alma, hay queirlo a buscar ms arriba an, en Dios mismo. El amor de Jesucristo

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    que devora su corazn la ha unido estrechamente a Dios. Dios hatomado posesin en su corazn, de su yo, y se le ha convertido alalma como en otro yo. Dios, sus infinitas perfecciones, su Belleza,su Bondad, su Poder, su Sabidura, su Inmortalidad, su Felicidadinfinita: he ah tambin la felicidad de ella. Dios es Dios!

    Esta alegra suprema de los santos ha llegado a ser su alegrams pura, y la encuentra por doquier. En cada criatura halla unaradiacin de esa alegra. Todo lo que la rodea, le parece lleno,hasta desbordar, del amor y de la felicidad de Dios. De suerte que elalma bebe a grandes tragos esta felicidad de su Padre Celestial, yen todo la saborea, pero particularmente en esta naturaleza tanesplndida, que no puede dejar de contemplar continuamente con

    amor y en la cual cada flor, cada hierbecilla, cada insecto, le danvoces diciendo: Mira cun hermoso, grande y feliz es Dios!

    Y esta alegra suprema del alma es tan inmutable como la deDios mismo. En adelante, nada puede turbar su paz y su felicidad,porque est colocada muy alto, encima de los sombros nubarronesde las humanas vicisitudes, en la serena regin de las perfecciones,divinas. Su felicidad se identifica con la felicidad de Dios mismo. El

    alma no puede ser conmovida en su felicidad, porque sabe que su Dioses infinitamente feliz con una felicidad que no puede conmovervicisitud alguna. Podr sufrir mucho acaso, estar quizs clavada aunlecho de dolor; sentir el hedor de sus propias miserias y contemplarel triunfo del vicio a su alrededor. Todo esto no rizar siquiera lalmpida superficie del lago profundo de su felicidad. Dios, a quienella se ha como identificado, es feliz. Esto le basta: Me basta con

    saber que mi Dios vive.

    RESUMIENDO:

    Retrato de un alma identificada con Jess:

    Esta alma ya no ora por su propia cuenta, como antes; suoracin ya no es oracin suya, sino principalmente de Jess. Bien

    sabe no ser ella la que ruega, sino su Amado el que ruega en ella.Con qu delicia dice ahora: Padre nuestro que ests en los

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    cielos. Ciertamente que Dios es para ella nuestro Padre, elPadre de su Jess y el de ella misma.

    Se olvida de s, olvida sus limitados intereses y los mezquinossentimientos de otro tiempo, y su oracin se dilata sin medida. Si

    adora, su adoracin no es de la de una insignificante criatura,aunque tal es su realidad, sino la adoracin inmensa que Jesshace en ella, en su propio nombre, y en nombre de todo su CuerpoMstico. Da gracias, con cierta infinitud, en Jess y con Jess, noslo por los beneficios que ella misma ha recibido de Dios, sinopor los que Dios prodiga sin lmites sobre Jess y sobre todos losmiembros msticos de Jess. Ama a Dios por Jess y, en nombre deJess, tambin por todos esos millones de hombres que no Le aman oque Le aman tan poco.

    Y en qu se ha convertido su oracin a la Santsima Virgen? Jessle da sentimientos de hijo. Como en otro tiempo, mecido en losbrazos de su madre, gustaba de acariciarla y abrazarla; as ahora, enel alma, la acaricia, la abraza o reposa amorosamente en susbrazos. Qu vivamente se le presenta ahora Mara como su verdaderaMadre!

    Todo el da se transforma para el alma en oracinininterrumpida. Consciente, como est, de la presencia yactuacin de Jess en ella, cmo no acordarse sin cesar de l? Eldeseo de agradar en todo a su Amado no le permite estar por largotiempo sin acordarse de Jess. Todo lo hace en plena conformidadcon su Amado; su mano le gua y sostiene en cada accin.

    Unida a l, y en su nombre, conversa continuamente con el Padrey el Espritu Santo. Con ellos trata con la mayor sencillez y sinruido alguno de palabras. Se ofrece a s misma al Padre sin cesarunida al Corazn de Jess mismo, fuente inagotable de su amor.Pero el alma se deleita principalmente en ofrecer a Dios el amor deJess muriendo en la cruz.

    El da entero del alma identificada con Jess, ms que unaoracin, es una ofrenda continuada, es como una perpetua misa.El Santo Sacrificio material, al cual se une, no es ms que el puntoculminante de este perenne sacrificio.

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    Su ilusin es dejar vivir a Jesucristo sin ninguna traba, dejarle viviren ella su humildad profunda, su caridad exquisita, su perfectoolvido de S mismo, Pero cun lejos est de realizar tal programa!Cuntas veces cada da el vil yo vuelve a aparecer a flote!Cuntas veces el alma sustituye a Jesucristo! Esta constatacin lalleva a la humildad. Ya no confa en sus propias virtudes. Noespera nada de s misma, todo lo espera de Dios. Todo, porque hallegado a sentir muy vivamente la infinita bondad de Dios.

    Nunca acude sola a su Padre celestial, sino siempre conJesucristo. Con l, el alma est segura de ser bien recibida yamorosamente abrazada. Ella ofrece al Rey del cielo, con unaconfianza ilimitada, los mritos infinitos de Jesucristo, en los

    cuales ha sumergido todas sus miserias. Si desea conseguir algo deDios, bien sabe de antemano que sus deseos sern escuchados.No es el mismo Seor quien dijo: Todo lo que pidis a mi Padreen mi nombre os lo conceder?. El mismo Jesucristo, objeto delas eternas complacencias del Padre, es el que ruega por ella.

    Desde el da en que ella comenz a vivir por cuenta de Jess unmundo nuevo ha surgido para ella. Ve las cosas desde el punto devista de Jess y como l. Sus intereses egostas se han trocado enlos de Jess. Su oracin se extiende a toda la humanidad.

    El alma que antes era esclava de una vida demasiado personal,ahora goza de la misma vida de Jesucristo. Agradar a Dios, regocijaral Padre celestial es ahora su verdadera alegra. Tal alegra nunca lefallar, porque, a pesar de sus miserias, puede siempre agradar a su Diosen Jesucristo.

    Nada puede turbar su paz y su felicidad, porque su felicidad seidentifica con la felicidad de Dios mismo. Podr sufrir mucho acaso,estar quizs clavada aun lecho de dolor; sentir el hedor de sus propias miserias y contemplar el triunfo del vicio a su alrededor.Pero Dios es feliz. Esto le basta: Me basta con saber que mi Diosvive.

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    IV Ventajas de una espiritualidad de identificacin

    con Jesucristo

    Hemos tanteado esbozar las lneas principales en el retrato de unalma, cuya espiritualidad se resume en identificarse con Jesucristo.Una cosa aparece, clara en el esbozo, y es que en tal alma todas lasvirtudes revisten un carcter marcadamente de va unitiva. Antes senutra el alma de sentimientos ms bien propios a las vas purgativa

    e iluminativa. Ahora otros son los sentimientos que hace vibrar sucorazn, sentimientos ms puros y ms nobles, fundados en laconciencia clara de ser una con Jesucristo, de que todos los bienes deJesucristo son suyos, de que todas las perfecciones de Dios sonsuyas. Jesucristo le ha infundido su amor unitivo, ama con elamor mismo de Jesucristo y todas sus virtudes han sentido unafeliz repercusin. Su oracin, como hemos visto, consiste ahoraprincipalmente en contemplar amorosamente las perfecciones divi-

    nas y en deleitarse en ellas. Su amor, como tambin hemosobservado, no solamente le hace amar a Dios, sino que le haceamarlo como a su propio bien. Goza deleitosamente de Dios. Ysta es la razn de por qu su felicidad consiste menos en servir yagradar a Dios felicidad en cierto sentido demasiado subjetivaque en gozarse de la felicidad misma de Dios. Todo, en la vida yen la naturaleza, la alegra, porque todo le habla de la grandeza,

    belleza, sabidura y felicidad divinas. Su humildad est toda hechatambin de amor unitivo. Se desprecia con alegra y se tiene en nadaporque Dios le es todo.

    Todos sus sentimientos son caractersticos de la vida unitiva.Pero, adems, son nuevos para el alma. Lo que extraa a los queson admitidos por algn tiempo a esta espiritualidad de identi-ficacin con Jesucristo, es un no s qu aire de novedad en que seencuentran. Muchas veces, al cabo de algunos meses, ya les pareceque su vida se ha metamorfoseado en otra. Todo ha cambiado deaspecto a sus ojos; todo les parece sublime, divino. Tienen la

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    impresin de estar baados, abismados en lo grandioso. Algo as comoel alpinista audaz que, despus de haber escalado montaa tras montaa,despus de franquear glacial tras glacial y de haber flanqueadoespantosos precipicios, ve de repente, desde la cima de algn pico,abrirse ante su vista un panorama magnfico.

    Este aire de novedad proviene precisamente del carcter unitivode la espiritualidad de que tratamos. Los sentimientos queexperimenta el alma son en gran parte nuevos para ella. No losbarruntaba antes cuando recorra la va iluminativa. Qu es deextraar? Regocijarse con Jesucristo de la felicidad infinita de Dioso de la Santsima Virgen; consolarse en los sufrimientos y an enlas imperfecciones y faltas con el pensamiento de que valemos tan

    poco; decir: Dios es feliz. Dios es Dios, esto basta para mifelicidad; buscar complacencias no ya en s o en las alabanzas delos hombres, sino en la gloria infinita que cada Persona de laSantsima Trinidad da a las otras; alegrarse con Jesucristo intensa ylargamente de la belleza de nuestro Padre Celestial, de suamabilidad, de su Poder, de su Sabidura, etc.; gozarseverdaderamente de cada una de las divinas perfecciones, amndolas

    como si fuesen nuestras; henchirse de felicidad al slo pensar queDios, nuestro Padre, es infinitamente amado por Jesucristo yrecprocamente; abrazar amorosamente a Jesucristo y darle gracias deque ame tanto a su Padre y a la Stma. Virgen; vivir, en fin, la dichade Dios en la naturaleza, que tanto nos habla de l: todos estos sonsentimientos de que se trata bien poco en las instrucciones espirituales.Raramente se los encuentra, y aun entonces apenas esbozados, en losmanuales de meditaciones. Lo que se suele sugerir, casi invariable-

    mente, son pensamientos y afectos en armona con la va purgativae iluminativa, pensamientos y afectos casi siempre orientados haciala correccin de faltas o la adquisicin de alguna determinada virtud.Las espiritualidades corrientes, a lo menos tal como se nos laspresenta, estn con frecuencia en demasiada funcin con el alma,son demasiado autocntricas, si as se puede decir. Deberan serms bien Cristocntricas o Teocntricas Cunto se ganara en

    pararse menos en el punto de vista del alma y en situarse porcompleto en el punto de vista de Dios! Cun provechoso serahacer, a lo menos de cuando en cuando, una escapada a las regiones

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    de la santidad y mostrar que all arriba, sobre las nubes y las tormentas,hay cimas que escalar, de incomparable belleza y donde el aire es msfino y el amor ms puro!

    Pero vayamos un poco ms al fondo de las cosas. Decimos que

    una espiritualidad de asimilacin a Jesucristo, no solamentefavorece sentimientos en armona con la va unitiva, sino que encierta manera establece al alma sobre base segura en ella. Y cules la causa? Es que la hace renunciar desde el principio, a todavida propia, para que no viva ms que la vida de Cristo. Exige eldespojo absoluto de todo lo que en el alma se opone a la unificacin,a la identificacin con Jesucristo. Segn la doctrina de los grandesmaestros, Sto. Toms, Sta. Teresa y S. Juan de la Cruz, el alma se

    halla definitivamente asentada en la va unitiva, cuando ya no lequeda ningn apego voluntario; cuando su querer de tal manera seha fusionado con el querer divino, que ya no tiene ms querer propio. La unin del alma con Dios supone la fusin de dosvoluntades en una sola. Entonces el alma no conoce, a lo menosvoluntariamente, ni alegras, ni penas, ni temores, ni esperanzasmeramente personales. No quiere admitir ms que los

    pensamientos y las voluntades de Dios en ella. He aqu el carcterde la vida unitiva. Y lo que hace como el fondo de este carcter noes precisamente el despojo absoluto del alma para revestirse deJesucristo? El alma aparece en ese cuadro, ya desde los principios,orientada hacia este ideal: empequeecerse, morir, no ser ya nada,para que Cristo lo sea todo en ella. Preciso es que l crezca y yomengue (Jn. 3, 30). Lo que desea ella con todas sus fuerzas,aquello a cuyo alrededor giran todos sus pensamientos, todos sus

    afectos, es este renunciamiento a todo querer propio, a toda vidapropia para no vivir ni querer ser ms que lo que Cristo quiera seren ella. Christianus alter Christus. S, ella sabe que es unCristo en formacin, y que la santidad de ella se limita a hacerlems y ms sitio a l, hasta que el alma llegue a ser como la hostiadel tabernculo, que guarde las apariencias humanas, pero que seaen el interior toda divina, estando toda identificada con Jesucristo,

    toda transformada en l.Esta concepcin de la vida espiritual tiene todava otras ventajas y, en

    primer lugar, es de una maravillosa sencillez. Imposible encontrar41

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    una espiritualidad ms una y ms simple a la vez. Todo el programa del alma est condensado y concentrado en una idea principal, que es, al mismo tiempo, un ideal magnfico:Rennciate a ti para dejar a Cristo vivir enteramente en ti. A cadahora, en cada accin, dite a ti misma: No quiero yo vivir esto, sinoque Cristo lo viva en m (Gal. 2, 20)7. Esta sola idea abarca laprctica de todas las virtudes; prctica tanto ms perfecta, cuantoque aade a cada acto de virtud un motivo de amor. No le hacenfalta a esta alma largos razonamientos para excitarse a la paciencia,a la humildad, a la caridad, al olvido de s. La sola conciencia dela presencia de su Amado en ella, su solo recuerdo le basta. Antessu espiritualidad era ms complicada. Gustaba de aquellos tratados

    espirituales que se extienden profusamente, hasta perderla de vista,en consideraciones sobre las ventajas y la belleza de tal virtud, los peligros del vicio opuesto, etc., tratados de los cuales SantaTeresita del Nio Jess sola decir, que podan ser, buenos paraotros; pero que ella no senta hacia ellos simpata alguna. El alma seestimulaba a la perfeccin por medio de una imitacin de Jesucristo,que yo llamara una imitacin ab extra. Jesucristo era un modelofuera de ella, del que se ingeniaba en reproducir las virtudes

    divinas, un poco a la manera que el pintor copia el objeto en sulienzo. La imitacin as concebida, tiene un no s qu de fro yempaado. Pero ahora Jesucristo es cosa completamente distintapara el alma. Imitar a Jesucristo no es slo copiarlo, sino hacerse,ser Jesucristo. No es solamente transportar y reproducir en s laslneas del modelo amado, sino dejar a Jesucristo mismo crecer enel alma, reproducirse, en ella. Es una imitacin ab intra. No se

    trata de hacerse semejante a Jesucristo, sino de convertirse en Jesu-cristo, Dios-Hombre. Ah, cunto ms sublime es este mtodo,cunto ms consolador y lleno, de atractivo! El alma se consume enun deseo ardiente de ver desaparecer y morir el repugnante yo, paradejar a Jesucristo reproducir en ella sus virtudes divinas. No tienenecesidad de grandes consideraciones para excitarse al penosoejercicio de esta virtud. Convertirse en Jesucristo totalmente es elsolo pensamiento que la fascina y la hace pronta a todo.

    7 Recurdese que sta era la costumbre de San Vicente de Pal. Antes de cadaaccin se preguntaba: Cmo hara esto Jesucristo?

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    Convertirse as en Jesucristo, transformarse en l, qu idealpara una pobre criatura! Ideal aptsimo para cautivar un almagenerosa y conducirla a la ms alta perfeccin. Ideal excelente,sobre todo, para toda alma de sacerdote. Porque, si hay alguno aquien su mismo gnero de vida y su vocacin parecen sealarlo parauna vida de identificacin con Jesucristo, no es verdaderamente elsacerdote? Exteriormente su vida es la de Cristo Jess. Todos susministerios oficiales, la misa, la administracin de sacramentos, lasoraciones litrgicas, no son acaso una vida vivida en nombre de Cristo?Todo sacerdote fiel a su vocacin sublime, asentir fcilmente a esto.Por qu no aspirar, pues, a conformar su vida interior con su vidaexterior? Cmo no desear con toda el alma revestirse de Jesucristo

    lo ms plenamente posible; ser tambin Cristo por dentro; llegar a ser,como frecuentemente decimos, semejante a la hostia que cada maana ltransforma en Cristo? Una espiritualidad que resume y sintetiza todala vida en esta transformacin en Jesucristo, en esta identificacin al, puede dejar de hacer impresin en el alma de un sacerdote?Parece cierto ser sta la espiritualidad por excelencia de toda almasacerdotal.

    Nos quejamos con frecuencia de la escasez de hombresverdaderamente de Dios. Muchos sacerdotes, religiosos yreligiosas, que al principio parecan mostrar las ms risueasesperanzas, luego parece como si hiciesen alto en sitio ms omenos avanzado del camino, sin que jams lleguen a conseguir laperfeccin. Si se investigan las causas, quizs se hallarn, a lomenos parcialmente, en la espiritualidad que se les ensea. No hay por qu ocultarlo. Ciertas espiritualidades parecen pararse en el

    umbral de la vida unitiva. Han ayudado al alma a purificarse, a ad-quirir las virtudes cristianas hasta un cierto grado, la han hechoganar las etapas de la vida purgativa e iluminativa. Pero deberanllevar ms adelante, ad excelsiora, conducir el alma abiertamenteafuera de s misma y hacerla vivir, sobre todo, de unin. Si sequiere ensearle a no pararse en s, hay que ensearle a gozar deDios. Hay que iniciarla, al menos en cierto grado, en la vida deunin. Pero, desgraciadamente, tales espiritualidades slo llegan atocar los lmites de la vida unitiva. Tienen un carcter demasiadonegativo quizs, y lo que se necesita ahora para entusiasmar al alma

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    y llevarla hasta la cumbre es algo ms positivo, un ideal noble ysublime. Por carecer de tal ideal, muchas almas se van parandopoco a poco en su carrera y terminan por quedarse, poco a poco,ms o menos estancadas. Si se les hubiera propuesto, o al menoshecho vislumbrar, en este momento crtico de su vida espiritual,segn las grandes ideas de S. Pablo, una vida en nombre de Cristo,hubiese habido muchas probabilidades de conducir a la santidadal menos a las ms generosas entre ellas.

    Recomendaramos, pues, estas espiritualidades, tan paulinas,como complemento de otras espiritualidades. Muchas de ellasganaran inmensamente, si fuesen completadas por una espiri-tualidad unitiva. Son buenas en s, pero se paran, como si dijsemos, a

    medio camino de la santidad. Juntas a una espiritualidad de unincon Jesucristo, se convertiran en instrumentos bien distintos, enpoder santificador.

    Uno de los grandes escollos de la santidad, escollo que se encuentraan en las fronteras de la santidad, es la demasiada preocupacin de smismo. Muchas almas generosas y avanzadas ya en el camino de la perfeccin no llegan jams a la meta porque estn demasiado

    replegadas en s. Piensan demasiado en s mismas, se analizan enexceso, se reprenden demasiado sus infidelidades, se preocupandemasiado de su adelanto espiritual. Sin duda que todo ello esefecto de su celo por la perfeccin, de su amor de Dios; pero esteamor no es an bastante puro. Cunto ganaran estas almas si pensasen menos en s y ms en Dios! (En este sentido hay queentender la frase un poco paradjica del P. Condren: Huye, como

    del infierno, de la consideracin de ti mismo y de tus pecados).Deberan aplicarse las palabras de Nuestro Seor a Santa MargaritaMara: Olvdate enteramente, y Yo me har cargo de ti. Olvidarseenteramente es el gran arte. Y este arte tan difcil es aprendido, sindarse cuenta casi, por el alma que se decide a vivir de Jesucristo.La absorbente ocupacin de esta alma es dejar a Jesucristo vivir enella las alegras, las esperanzas, los amores de l. Se olvida deintereses e ideas propias, para entrar de lleno en los intereses de

    Jesucristo, y se olvida a s, como naturalmente, casi sin pensarlo. Noqueda sitio en su vida espiritual para ansiedades exageradas sobre susintereses, aun espirituales. El alma no se contempla a s, porque

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    nicamente contempla a Jesucristo. Y esto es sumamente, precioso, particularmente a aquellas almas fervorosas y privilegiados aquienes Dios llena de sus gracias, porque son tan tentadas acontemplarse un poco inconscientemente, a alimentar sin saberlocierta secreta complacencia en los dones recibidos!

    Debemos decir algo tambin sobre las relaciones de estaespiritualidad con la oracin y vida mstica. Hemos indicado msarriba que tal espiritualidad tena un carcter muy marcado de vidaunitiva y que era eminentemente apropiada para desenvolverla.Pero la vida unitiva supone, normalmente hablando, la vida msticay en un grado bastante elevado. Creemos, con la escuela del P.Garrigou-Lagrange, P. Arintero, P. Lamballe y otros telogos,

    cada da ms numerosos, que el desenvolvimiento completo y perfectode la vida espiritual supone normalmente los dones msticos mselevados, incluso el matrimonio espiritual o unin transformadora,meta ordinaria de la perfeccin cristiana. Si la cosa es as, bien se puededecira priori que una espiritualidad de identificacin con Jesucristo,por el hecho mismo de que favorece el nacimiento y desarrollo de lavida unitiva, impregnando el alma de sentimientos e ideas propias

    de esta vida, ha de favorecer tambin ipso facto el nacimiento de lavida y oracin msticas, que la vida unitiva presupone de ordinario8.

    8 Distinguimos aqu oracin y vida msticas, porque, corno lo hizonotar muy acertadamente M. J. Maritain, en un excelente e interesanteartculo en la Vie Spirtuelle, marzo 1923, un alma puede estar en lavida propiamente mstica gracias a los dones de Consejo. Fortaleza,

    Temor, etc., sin tener la contemplacin mstica debida a los dones deSabidura y Entendimiento. Los primeros, que se ordenan a la vidaactiva, estn muchas veces nicamente desarrollados o msdesarrollados que los segundos en almas entregadas a la accin.Mientras que los segundos tienen una tendencia "caeteris paribus"a serms manifiestos en almas de vida contemplativa. El olvido de estadistincin ocasiona muchas discusiones intiles. Bien es verdad que losdones crecen todos en la misma proporcin, pero no es menos cierto que,

    en su actuacin, se adaptan generalmente a las condiciones particularesde la persona que los recibe.

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    La influencia de esta espiritualidad en la vida mstica aparecerms clara, si consideramos sta en cuanto que su desenvolvimientoimplica una idea de pasividad cada da mayor y de docilidad ms yms perfecta a los impulsos del Espritu Santo. La oracin y la vidamsticas tienden a dar ms y ms lugar a la accin de Dios ennosotros, tanto en la contemplacin como en la accin. El influjode Dios se deja sentir de una manera infusa y cada vez msperceptible, al paso que el alma se comporta ms y ms pasivamente.Dios llega a ser el principal agente, y el papel del alma consiste enseguir la impulsin divina, en obedecerla. En una palabra, Dios quieretransformarla, sustituyendo la vida y actividad de l a la del alma.Quiere llegar a serlo todo para el alma, ser el solo Amo, y por esta

    razn comunica gracias msticas cada vez ms preciosas, por mediode las cuales Su vida y actividad se hacen sentir ms y ms penetrantes.No es este programa de Dios exactamente el del alma, que procuraidentificarse con Jesucristo? Tambin ella no busca otra cosa queachicarse, perderse, llegar a ser un mero instrumento de Cristo:Preciso es que l crezca y yo mengue (Jn. 3, 30).