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DATOS: Autor: José Antonio López López Seudónimo: López Cuadrado Tlf: 633 46 40 85 Email: [email protected] Titulo: LA VENTANA MAGENTA Autor: López Cuadrado.

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Page 1: LA VENTANA MAGENTA VENTANA MAGENTA.do… · Web viewUna aventura sin embargo, en la que descubrirá que no todo es tal y como él creía. LA VENTANA MAGENTA PROLOGO Como la gran mayoría

DATOS:

Autor: José Antonio López López

Seudónimo: López Cuadrado

Tlf: 633 46 40 85

Email: [email protected]

Titulo:

LA VENTANA MAGENTA

Autor: López Cuadrado.

Año: 2018

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SINOPSIS:

Tras no lograr superar la inesperada muerte de su padre, al que se encontraba muy apegado, Martín comienza a cuestionarse ciertas creencias que desde muy pequeño, adoctrinaron su acomodada vida. Hasta que un día, un casual encuentro con un misterioso hombre en el metro, será el detonante para iniciar un extraño e impredecible viaje en busca de las respuestas que tanto anhela. Una aventura sin embargo, en la que descubrirá que no todo es tal y como él creía.

LA VENTANA MAGENTA

PROLOGO

Como la gran mayoría de vosotros, siempre me he sentido muy apegado a mi padre, y no era por el hecho de haber realizado grandes cosas juntos, sino más bien, por esas pequeñas e insignificantes ocasiones en las que compartíamos

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una conversación, un trabajo, una comida, o simplemente una pequeña complicidad cuando mi madre, nos sermoneaba porque alguno de los dos había dejado el cajón de los cubiertos abierto.

Todos crecemos sabiendo que esos momentos no van a durar toda la vida, pero por alguna extraña razón, siempre pensamos que durará por lo menos un día más, y que si algo malo debe ocurrir, nunca será mañana, sino dentro de un tiempo, quizás de mucho tiempo.

Pero lo que nunca llegamos a considerar, es que uno de esos días, ese rutinario día de mañana, en el que no tenemos nada especial por hacer, y que pensábamos pasar sin más planes que salir de trabajar, comer, y sacar al perro a pasear por la tarde, se puede convertir en algo que nos dejará marcados de por vida.

Cada persona encierra en sí misma todo un universo distinto al de cualquier otra, y aunque para algunos, la muerte de un ser querido suele ser dolorosa, para otros, nos puede dejar un gran vacío que en principio, no sabemos cómo llenar. No se trata de pena, tristeza, o desconsuelo, sino de una nostalgia que nos envuelve en cada pensamiento, y que no hay forma de evitar, salvo por algún breve instante, donde conseguimos evadir nuestra mente hacia otro lugar.

Nos habituamos a ciertas cosas, personas y lugares, y por eso, cuando nos toca despedirnos de algo o de alguien con los que hemos generado un vínculo especial, se nos viene el mundo encima, pero es ahí, cuando nuestra arraigada naturaleza de supervivencia, nos da la fuerza necesaria para poder asumir ese adiós.

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Sin embargo, es posible que en alguna repentina ocasión, cuando el destino ni siquiera te advierte de la inmediata tragedia, esa despedida no nos ayude a cerrar página para poder continuar. Todo lo que hemos aprendido, lo que nos han enseñado, o lo que hemos vivido, no nos sirve para poder llenar ese hueco y seguir adelante.

Necesitamos algo más, encontrar la esquiva respuesta que nos calme esa desazón, y nos permita encontrar el camino de vuelta a una lógica normalidad.

He visto personas que hastiadas por los problemas que acarrean, suelen terminar buscando alguna solución llamando a uno de esos charlatanes televisivos que tan solo te dicen lo que quieres oír. Puede ser, que solo busquen ese pequeño consuelo que les diga que todo va a cambiar a partir de ahora, y durante un corto periodo de tiempo, les haga soñar que mañana, todo será diferente. Quizás esa falsa solución, les sirva para poder mantener la esperanza en encontrar por fin, un poco de felicidad en sus vidas.

Pero ¿qué ocurre cuando a medio día, después de terminar de comer, te encuentras recogiendo los platos que quedan en la mesa, y justo en ese instante en el que piensas si guardar el pan que ha sobrado, suena el teléfono y la voz rota de tu madre, entre sollozos y lamentos te da la trágica noticia.?

Ese primer impacto, no se puede explicar, lamentablemente los sentimientos son infinitos y las palabras limitadas.

De repente, todos los habitantes de este planeta parecen desaparecer, dejándote a ti cargando sobre tus hombros todo el peso del mundo, es ahí, cuando tu espíritu y tu fe se ponen

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a prueba, y los míos en aquel momento, no estaban demasiado desarrollados.

Mi fe religiosa, hacía mucho que la había perdido, puesto que más que respuestas, tan solo obtenía contradicciones y preguntas, y esta renovada sociedad, se había encargado de mitigar mi ya de por sí apático espíritu.

En esta vida, muy pocas veces uno puede sentir como el tiempo se detiene, y te invade la terrible sensación, de que jamás volverá a ponerse en marcha ese reloj de la pared. Tu vida, en un abrir y cerrar de ojos, se queda anclada en un estado de shock que en mi caso, desafió todas las creencias aprendidas desde niño.

1. EL SUCESO.

No sé muy bien si solté el teléfono o simplemente, se me resbaló de la mano, tan solo aguanté el aliento en la imposible tarea de asimilar la dramática situación.

Me dejé caer sobre el sofá como quien deja caer un enorme peso después de cargar una eternidad con él, y con la mirada pérdida por mi nublada mente, comenzaron a pasar cientos de pensamientos que se comprimían en un intento por recobrar la normalidad.

No puedo recordar el tiempo que pasé allí sentado, pero al cabo de un rato, me puse de pie y me fui hasta el baño para poder echarme un poco de agua, e intentar romper la fuerte sacudida emocional en la que había entrado. Abrí lentamente el grifo, coloqué ambas manos bajo el hipnótico chorro, e inclinándome hacia delante, comencé a lanzar el agua contra

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mi rostro, esperando que aquello, surtiera algún tipo de efecto terapéutico sobre el malestar que me inundaba por completo. Levanté la cabeza, y entonces, pude ver en el espejo esas gotas que corrían por mi cara, y que se precipitaban hacia el vacío empujadas por la fuerza de la gravedad, y tras ellas, unos ojos enrojecidos que no dejaban de mirarme.

Volví a salir al salón, aun con la esperanza de que al traspasar esa puerta, despertaría de un mal sueño, pero no se puede luchar contra la realidad, mucha gente intenta huir de ella, y sin embargo, por mucho que nos escondamos, perpetuamente estará ahí, esperando a que nos armemos del valor suficiente y le hagamos frente. Aunque no os voy a engañar, siempre fui muy cobarde. Desde pequeño, no solo arrastraba ciertos miedos comunes, como la claustrofobia, además, no solía sentirme cómodo en situaciones en las que yo, debía ser el protagonista. Y el peor de todos, ese temor que nos infunde la trágica combinación de murmullo, sollozos y tristeza que envuelve la despedida de un ser querido, y es que, el hecho de pertenecer a una familia bastante acomodada, solo contribuyó a incrementar aún más esos temores, con una desmesurada protección por parte de mis padres.

Todos, todos tenemos miedo a la muerte, lo llevamos tan arraigado en nuestro más profundo instinto, que la única manera que tenemos de aguantarlo, es escondiéndonos de él. Intentamos apartarlo, mintiéndonos a nosotros mismos y haciendo planes futuros, porque nos reconforta la idea de vivir lo suficiente como para llevarlos a cabo.

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2. EL DIA DESPUÉS.

Todo ocurrió muy rápido, la ceremonia llena de emociones, y todas esas personas cual santa compaña desfilando ante nosotros para ofrecernos su más sentido pésame, fue lo que se grabó más profundamente dentro de mí.

Ese día, el tiempo deja de tener sentido, y las cosas van pasando como si de una mala película de serie B se tratase. Solo deseas que todo termine, y piensas, que cuando toda esa gente se haya ido y vuelvas a casa, lo peor habrá pasado, pero, nada más lejos de la realidad.

Es, en ese mismo instante, cuando tu mente presa del silencio y la soledad, comienza a recordarte una y otra vez que ese amargo final no desaparecerá mañana, esa ausencia, se quedará contigo durante toda tu vida. Tan solo deseamos quedarnos tumbados sobre la apacible cama, congestionados por todas las imágenes y momentos vividos durante ese día, y seguimos así hasta que por fin, la vieja y arrugada mano de Morfeo, acude en nuestra ayuda para sumirnos en un profundo sueño, donde conseguimos desprendernos de toda esa amargura.

A la mañana siguiente, un poco más centrado, te dedicas a recorrer las habitaciones de casa buscando recuerdos que tenías olvidados en alguna parte de tu mente, y una llamada de algún familiar lejano, te dirá que con el tiempo te encontrarás mejor. Después, se excusará por no haber podido asistir al funeral, y los siguientes días, sentirás que no puedes bajarte de esa montaña rusa llena de altibajos emocionales.

Sinceramente, me hubiese gustado ser como la mayoría de la gente, y soportar con paciencia la pena hasta que la

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rutina diaria, hubiese terminado por transformarla en una tristeza puntual, pero mi mente aprovechaba cualquier segundo de relajación, para exigirme unas respuestas, que jamás me importaron hasta que el trágico suceso, las hizo emerger súbitamente en mi cabeza.

Todas esas cuestiones que carecen de valor porque no pertenecen a nuestro día a día, o las creemos tan distantes y filosóficas que las obviamos, y lo hacemos tan solo, por el hecho de ser lo más sencillo. Bastante complicada es ya nuestra vida como para cuestionarnos esos principios, pero, ¿y si es así de compleja precisamente por eso?, por no haber querido buscar lo que nos hace ser felices, lo que nos hace sentirnos bien, lo que nos trasmite paz interior. Quizás hemos cultivado demasiado nuestro cuerpo y abandonado nuestro espíritu.

Cada día, me despertaba con esas mismas preguntas. Necesitaba saber si había algo después, si tras lo material y lo físico existe algo más, si todo termina en ese momento en que dejamos de respirar.

¿Por qué ese dolor que apresaba mi estado de ánimo me perseguía a cada instante?

¿Cómo mitigar ese sentimiento de angustia?

3. MI PRIMERA LECCIÓN.

Trascurridos unos días, decidí incorporarme al trabajo porque pensaba que tener la mente ocupada, me ayudaría a superar el dolor.

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Nada más salir a la calle, mi primera reacción fue levantar la vista hacia un cielo que aunque nublado, no amenazaba lluvia. Me detuve en la puerta un instante y comencé a caminar por la acera hasta la entrada de metro más cercana. A pesar de que a esas horas ya solía haber bastante gente, yo caminaba totalmente absorto al ajetreo matutino, bajé las escaleras del metro, y de manera instintiva, llegue hasta la zona del andén donde, por una costumbre casi diaria, solía colocarme para esperar.

En una mano llevaba mi viejo pero bien cuidado maletín de cuero negro, y en la otra, un libro con una llamativa portada que hacía apenas dos días, me había regalado mi hermana.

Clavé la mirada hacia el negro túnel, donde la luz parece no querer adentrarse por miedo a perderse en la oscuridad, y así me quedé, pensativo hasta que el escandaloso ruido del tren, me devolvió otra vez a este mundo.

Se abrieron las puertas, y entré ojeando hacia ambos lados en busca de algún asiento libre, y justo en medio del vagón, entre un chaval joven y un hombre de mediana edad, encontré lo que estaba buscando.

Me senté colocando sobre mis rodillas el maletín, dejando justo encima el pequeño libro, y tras el silbido de advertencia del cierre, se puso en marcha con un vigoroso tirón.

Como el recorrido era más bien duradero, aproveché para abrirlo por donde había dejado puesto el marca páginas, leyendo abstraído mientras me balanceaba al vaivén de los vagones.

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No había trascurrido mucho tiempo cuando una risa forzada proveniente del hombre sentado a mi izquierda, captó mi atención, haciendo que dejase de leer, aunque sin levantar la vista del todo.

- Ese libro no te va ayudar. Dijo con una voz sobria y tranquila

Alcé la cabeza y pude ver el rostro de un hombre que me miraba con una leve sonrisa y unos llamativos ojos negros.

- ¿Perdone?, ¿Cómo ha dicho? Le pregunté de forma educada.

- Esos libros de auto-ayuda no te ayudarán. Volvió a decir

con el mismo tono de voz.

Que alguien me hablase de esa manera tan directa, era algo que jamás me había sucedido, ni siquiera permitió alguna replica a esa repentina interrupción.

- Estas buscando una respuesta que ahí, no vas a encontrar. Continuó antes de que pudiese proferir vocablo alguno.

Me quedé mirándolo fijamente, esperando una explicación del por qué se había tomado una confianza, que yo no le había dado. No obstante, prosiguió con su monólogo, sin perder ni solo un instante esa sonrisa de extraña superioridad.

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- ¿Acaso buscas ser feliz? Dijo, haciendo una pregunta de la que ya conocía su respuesta.

Esa cuestión, sin embargo, sí que consiguió intrigarme lo suficiente, como para logar despertar todo mi interés, así que cerré el libro y me dispuse a escucharle.

- Querido amigo, siento decirte que la felicidad eterna no existe. Por nuestra naturaleza, los seres humanos somos unos egocéntricos incapaces de aceptar lo que tenemos, sin pretender querer algo más, y eso nos hace ser felices tan solo durante un breve periodo de tiempo, en el que poseemos algo nuevo.

Supongo que por mi forma de mirarle, debió adivinar que no había entendido del todo aquella reflexión, así que se reacomodó en su asiento y continuó.

- Acércate a cualquier vagabundo que encuentres, y pregúntale que necesitaría para ser feliz. Un plato de comida caliente, un buen trozo de pizza, o quizás un calzado nuevo. Dáselo y durante un rato, se sentirá el hombre más feliz de la tierra. Después, vuelve al cabo de una o dos horas y hazle la misma pregunta.

Comprobarás que las opciones de antes ya no le bastan.

Lo cierto, es que aquel discurso parecía tener sentido, pensaba mientras le escuchaba con la mirada clavada en el desconchado suelo del metro.

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En ese momento, levantó su dedo índice y con una voz orgullosa dijo:

- Esa fue mi primera lección, y no creas que la aprendí de ningún sabio, muy al contrario, fue alguien mucho más necio y humilde quien me la enseñó sin pretenderlo.

Volví a levantar la vista para comprobar que esos abiertos ojos, no habían dejado de mirarme, y supongo que dedujo por mi cara de curiosidad, que estaba dispuesto continuar escuchándole.

- Verás, esto ocurrió hace ya algunos años. Yo era un joven aventurero con enormes ganas de conocer otras culturas y lugares. Ese año en cuestión, me propuse visitar el África más oculta y desconocida, aunque por cosas del destino, terminé en una pequeña ciudad llamada Songea, al este del lago Malaui.

Allí conocí a un joven de etnia sukuma, que subsistía a malas penas del escaso pescado que recogía cada mañana.

Al atardecer, nos sentábamos en unas viejas y oxidadas sillas de metal, a orillas del lago para compartir nuestras experiencias, y siempre solía terminar quejándose de lo difícil que le resultaba todo aquello.

Una noche, con la mirada perdida en la profunda distancia, Me confesó que deseaba irse de allí. No quería más esa vida de carencias y pobreza, anhelaba algo más, una existencia mejor.

Cuando le pregunté a donde quería ir, me contestó con un enigmático brillo en sus ojos, que a cualquier lugar de

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Europa, donde tienen de todo lo que desean, donde la gente conduce bonitos coches, y grandes supermercados llenos de todo tipo de productos, resplandecen con brillantes luces de colores.

Con esa soñadora mirada se giró hacia mí, y con la sinceridad que solo la ignorancia puede otorgar, me dijo con inocentes palabras: “Allí, nadie querrá morirse nunca”

En ese momento, fue cuando comprendí que de una u otra manera, todos deseamos siempre algo más de lo que poseemos. Se quedó con la mirada perdida en el reflejo de la ventana de enfrente cruzando sus brazos como si hubiese terminado ya la conversación, pero no obstante continuó hablando.

- No puedo decirte si realmente eso es bueno o malo, puesto que esa misma cuestión, ha sido la que nos ha llevado hasta aquí.

- ¿Hasta aquí? Pregunté con tono de haberme vuelto a

perder en su argumento.

- Veras, hubo un momento en la historia, en la que el hombre comenzó a cambiar su instinto de supervivencia por otras emociones y sentimientos.

Supongo que será culpa de la evolución, pero un día, decidimos que para ser felices, necesitábamos un poquito más de lo que teníamos, y ello nos ha conducido hasta esta civilización tecnología y consumista donde las personas, buscan su bienestar a través de un imparable ego.

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No importa todo lo que tengas, o lo que seas. Desde un vagabundo hasta un príncipe, todos buscan la felicidad en el afán de tener siempre algo más.

Volvió a girar su cabeza hacia mí, y clavando esos brillantes ojos sobre los míos me dijo:

- Esa es la clave, mi querido amigo, esa es la clave.

Aguanté un instante la mirada esperando una continuación a sus palabras, pero en ese mismo momento, un brusco frenazo, detuvo el tren abriendo sus puertas mientras él se levantaba, y colocando su mano sobre mí brazo, se despidió indicando que había llegado a su parada. Mientras caminaba hacia la puerta con un paso elegante y paciente, yo me quedé intentando encontrar esa pregunta que me otorgara una rápida respuesta debido al el escaso tiempo del que disponía, antes de perderle para siempre de vista.

Salté del asiento y corrí hacia la puerta sujetándome en el pasamano para frenarme.

- ¡Entonces! Le grité para llamar su atención- ¿Qué debo buscar? Le pregunté esperando un último

apunte que me sirviese de guía.

Él se giró hacia mí y justo en el momento en el que volvió a escucharse el silbato, me dijo:

- A los que a pesar del tiempo, nunca cambian.

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Las puertas se cerraron y el tren volvió a ponerse en marcha, perdiéndole de vista entre la multitud que se agolpaba en el pasillo de salida. Yo me quedé agarrado al frio pasamano, con la mirada ausente, mientras mi mente intentaba entender la insólita conversación, dejándome llevar por el caótico movimiento que el vagón ejercía sobre mi cuerpo.

Cuando por fin llegue a la oficina, lo primero que noté fueron las miradas furtivas de mis compañeros, que de manera disimulada, me observaban desde sus distintas mesas de trabajo. Caminé por uno de los grandes pasillos laterales hacia mi pequeño despacho, directo y fingiendo que no me daba cuenta de aquello. Al llegar, acomodé el maletín y el libro sobre mi mesa y encendí el ordenador.

La primera persona que acudió ante mí, fue mi amigo y compañero Carlos, quien tras un fuerte y cálido abrazo, me preguntó que tal me encontraba.

- Bien, mucho mejor. Le respondí intentando que la mala interpretación sobre mi estado de ánimo no fuese descubierta por él.

- Me alegro por ti, dijo con un tono sincero y alegre.

- Ya sabes que para cualquier cosa que necesites puedes contar conmigo. Y tras decir esto, continuó caminando por el pasillo hasta perderse poco a poco entre las mesas y la gente, que ajenas ya a aquella situación, proseguían con sus tareas comerciales.

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Me senté sobre la confortable silla colocando ambos brazos sobre la mesa, y tras una leve pausa, agarré el libro mientras observaba de nuevo su extraña portada. Quizás ese hombre no comprenda el complejo funcionamiento de la psicología humana, pensé mientras lo dejaba caer sobre la papelera, pero en una cosa sí que lleva la razón, este libro no me ayudará.

Les diría que el resto del día lo pasé intentando centrarme en mi trabajo, pero les mentiría de forma consciente, puesto que la mayor parte del tiempo, la pasé inmóvil, con todas esas preguntas martilleando mi cabeza, y la mirada perdida, mientras pensaba todavía en las singulares palabras de aquel extraño tipo del metro.

4. ENCONTRAR LA LINEA.

Andar, eso me distraía bastante. Caminar entre el ruido de los coches y el murmullo de la gente, cuyo ritmo constante, parecía adentrarme en un juego donde esquivarles, era el único fin.

Andar por las largas avenidas llenas de escaparates y carteles, peleándose entre sí con sus luces y sus vivos colores, y todo por conseguir llamar la atención del mayor número de transeúntes posibles.

Quizás los habitantes de las ciudades ya seamos inmunes al despliegue sensitivo que comercios y empresas nos imponen en cada hueco, para hacernos saber lo extraordinarios y útiles que son sus productos.

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Por eso, en esa guerra donde no hay lastimados, ni muertos, sino prisioneros seducidos, solo vale el “más grande, brillante y colorido”.

Hubiese pasado por ese lugar cientos de veces y nunca me habría detenido, pero en ese momento, algo llamó mi atención. Algo que mi parte racional fue incapaz de ver, pero que mi subconsciente, de alguna extraña manera si supo percibir.

Me quedé allí parado, absorto, con la mirada fija tras el cristal del gran escaparate mientras la gente me rodeaba indiferente.

Mi mente, de una manera lúcida, comenzó a asociar las palabras del hombre del metro, con aquellas imágenes que mis ojos no dejaban de observar.

En varias de las televisiones expuestas sobre tablas de terciopelo negro, la imagen de un grupo de aborígenes sentados alrededor de un chamán. Una antigua cultura heredada de generación en generación durante miles de años.

“Los que a pesar del tiempo, nunca cambian”, esa fue la frase que mis labios musitaban, repitiéndola una y otra vez.

Han sobrevivido ajenos a nuestra dinámica y caótica civilización, conservando intactos sus valores más arcaicos, pensaba sin apartar la vista de aquel primitivo ritual.

¿Y si allí es donde están las respuestas que acallen esta desazón? Me auto preguntaba mientras caminaba de vuelta a casa.

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Aquí no, me repetía una y otra vez, aquí no las voy a encontrar, no en esta corrompida sociedad donde los valores más importantes son el dinero y un egocéntrico estatus social.

Quizás no las encuentre todas, pero si las suficientes como para hacerme sentir libre de esta agonía que aprisiona a mi apenado espíritu.

Puede que para muchos de ustedes sea una locura, para otros, tan solo una empresa que bien por comodidad, o por falta de valentía, jamás se atrevan a hacer, y tan solo para unos pocos, sea un camino tan imprescindible como arriesgado. Pero cuando llegué a casa, ya tenía decidido que necesitaba hacer ese largo viaje. No sabía dónde debía ir, ni mucho menos como llegar, pero cuando uno asume la imparable voluntad de realizar un empeño, el resto de cuestiones, se convierten en pequeños problemas a los que encontrarles una solución. De hecho, así es nuestra vida, aunque muchas veces no nos demos cuenta de ello, la pasamos afrontando y resolviendo grandes, medianos y pequeños problemas que se nos van colocando como piedras en el camino, y lo más triste de todo, es que hay personas que se llegan a sentir incómodas y extrañas, cuando durante un breve periodo de tiempo, la ausencia de preocupaciones se apoderan de ellas.

5. EL MOUSTRO TRAS LA CORTINA.

Demasiado grande, demasiados lugares.

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Apuesto a que alguna vez os habéis encontrado en esa situación en la que te hayas delante de una gran vitrina de helados, con decenas de sabores diferentes, y no terminas de elegir porque tu celebro es incapaz de decidirse por alguno de ellos.

Durante esa semana, y de una forma furtiva a espaldas del mundo, me dedicaba después del trabajo a perderme por la inmensidad de la red, buscando cualquier información que me fuese útil.

Lo cierto, es que estaba seguro de que nadie comprendería la necesidad de emprender esta aventura, y encontrar el apoyo que requería, se iba a convertir en un problema mayor que la propia elección de mi destino.

Fue mi amigo Carlos, la primera persona a la que le hablé sobre la decisión que había tomado.

Le pasé el sobre de azúcar, y mientras lo deslizaba por sus dedos para abrirlo, con voz seria, le solté mis planes de manera espontánea y directa, esperando una enérgica reacción de oposición a la insensatez de mi propósito.

No obstante, algunas veces la vida te enseña que un pequeño gesto de valentía al mirar detrás de la cortina, te puede sorprender al comprobar que en lugar del monstruo que creías que encontrarías, hallas un acogedor y cálido vacío.

Se quedó pensativo, sin levantar la vista del café mientras lo removía con un lento y acompasado movimiento.

- Cuenta con mi ayuda. Dijo dirigiendo su mirada hacia mí, y en ese instante, pude ver en sus ojos una complicidad verdadera y profunda.

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- ¿Has decidido ya el lugar?, preguntó Carlos.

- Cuento con mucha información de cientos de lugares a los que podría ir, pero sinceramente, me encuentro perdido entre las dudas que impiden decidirme. Le respondí agachando un poco la cabeza con resignación.

Tras una breve pausa en la que ambos nos quedamos callados, se levantó de la silla, y caminó hasta el gran ventanal que ocultaba casi por completo una persiana de rendijas de un tono grisáceo. Se paró justo enfrente, y mientras yo lo seguía con la mirada, la levantó dejando entrar un fuerte sol que inundó de luz toda la habitación.

Casi cegado por la espontanea luminosidad, entrecerré los ojos colocando mi mano sobre ellos mientras observaba su figura inmóvil delante de la ventana. En ese mismo instante, unas palabras recorrieron la habitación dejándome algo confundido.

-Yo sé dónde debes ir. Dijo Carlos, entrecruzando sus manos por la espalda.

La pregunta que continuaba la conversación, era más que obvia, pero los pensamientos se amontonaron en mi mente presa de la confusión, siendo él, quien comenzó a darme la deseada respuesta.

-¿sabes cuál es el sonido más bonito? Preguntó, esta vez girándose repentinamente hacia mí pillándome desprevenido.

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Aun desconcertado, y con un leve movimiento de cabeza, le respondí con un tímido no.

Se volvió de nuevo hacia el ventanal, y con un radiante rostro, iluminado por aquellos cálidos rayos de sol, dijo:

-El silencio.

-¿El silencio?, repetí convirtiendo la insólita respuesta en una pregunta.

-Pero no el falso y artificial silencio que puedas encontrar ahí. Dijo fijando su mirada hacia la infinita ciudad que podía contemplarse desde aquella altura.

-Necesitas un lugar donde te envuelva de tal manera, que creas que jamás podrás escapar de él.

Yo le miraba con ojos perplejos mientras continuaba con el enigmático discurso.

-Yo sé dónde está ese lugar, lo sé, porque una vez estuve ahí. El silencio es tan dominante que solo puedes escuchar tus propios pensamientos, y si prestas atención, te hablaran de ti, permitiendo conocer quién eres en realidad.

-Yo sé quién soy, le dije de manera educada aunque levantando un poco el tono de voz.

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En ese momento, y volviéndose como esperando una afable replica, me miró a los ojos y con una tímida sonrisa me dijo:

-No, no sabemos quiénes somos, porque de una manera u otra, somos lo que los demás quieren que seamos. Desde niño, nuestro carácter se moldea de acuerdo a nuestro entorno, y nuestro futuro, desgraciadamente no se rige solo por nuestras decisiones, sino por las de los demás.

- Y al final… expuso levantando los brazos como un maestro de orquesta preparando el gran colofón …tan solo somos una mísera parte de lo que creemos ser, el resto, lo creamos para adaptarnos a las circunstancias que genera esta sociedad.

Tras el apoteósico desenlace, bajó sus brazos y acercándose a mí con pasos lentos, me colocó su mano sobre mi espalda mientras yo continuaba mirándolo absorto y extrañado a la vez.

- Te voy a ser sincero, dijo suspirando profundamente antes de continuar.

-Yo no te puedo ayudar con tus temores y preguntas, y ni siquiera te puedo garantizar que en ese lugar, puedas encontrar lo que estás buscando, pero en esta vida… hizo una pequeña pausa como si estuviese buscando las palabras correctas.

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-…es muy complicado emprender nuevos retos, y aún lo es más, cumplir deseos, por eso te voy a tender mi mano proporcionándote todo lo que necesites para tu valiente propósito.

-Yo te ayudaré. Concluyó con una fuerte y decidida voz.

Nunca hubiera imaginado, la enorme fortuna que suponía el tener un amigo como él, y tras agradecerle todo el apoyo recibido en este enrevesado tema, un cálido y muy necesitado abrazo, me hizo romper a llorar, soltando parte de la angustia que seguía aprisionada desde la muerte de mi padre.

6. LA FAMILIA.

Desde siempre he pensado, que mi hermana y yo, carecemos de esa complicidad especial que deberíamos atesorar, tal y como había visto en otras relaciones familiares. Nunca nos solemos llevar mal, sin embargo, siempre ha existido una fría distancia que tan solo se rompía cuando nos reuníamos todos para celebrar algún evento especial. En navidad, acordábamos el coste máximo de los regalos, pero nunca nos olvidábamos de un cumpleaños.

Ella era bastante mayor que yo, y eso le llevaba a tomar el control de las decisiones importantes, asumiendo constantemente un excesivo proteccionismo hacia mí, aunque he de admitir, que el hecho de que ella dirigiera las situaciones complicadas, me resultaba agradable, al permitir

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despreocuparme en esas tesituras que siempre me han producido un cierto malestar.

Odiaba tener que enfrentarme a las malas noticias, por ese motivo, siempre he intentado evitar esos momentos incómodos, cediendo a mi hermana el protagonismo en todas esas circunstancias.

Quizás, he estado equivocado toda mi vida asumiendo ese tímido rol de esconder la cabeza cada vez que acudían los problemas, pero ahora ya era tarde para enfrentarme de manera natural a la muerte de mi padre, como el que camina mirando hacia el suelo para no ver el muro que tenemos delante, y contra el cual, sabemos que tropezaremos antes o después, y aun así, nos acomodamos en la perezosa postura, eludiendo las cosas que nos ayudarán a enfrentarnos a él, y cuando lo hacemos, cuando llegamos a ese muro y alzamos nuestros ojos hacia él, ya no sabemos cómo saltarlo.

No sabía cómo iba a reaccionar mi hermana ante la insólita noticia de mi viaje, por eso mismo, debía encontrar las palabras apropiadas no solo para obtener su consentimiento, puesto que eso era algo más trivial, sino por el hecho de que necesitaría de su confiable posición familiar, para ayudarme a decírselo a mí ya de por sí afligida madre.

Esperé unos segundos mirando hacia el teléfono mientras lo sujetaba con la mano derecha. Pensaba que después de estudiar varios planteamientos con el fin de encontrar el más razonable, había superado la parte más ardua del complicado reto, pero estaba muy equivocado. Otra vez esos miedos a enfrentarme a ciertas situaciones, bloquearon mi parte racional hasta que sin saber muy bien cómo explicarlo, de una manera espontánea, aparecieron en mi cabeza pequeños

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fragmentos de la conversación que días atrás había tenido con Carlos.

Quizás fuese ese el detonante, no estoy seguro, pero en ese momento, un decidido gesto me hizo apretar el botón de llamada y colocarme el teléfono en mi oído mientras pensaba, en que pasara lo que pasara en aquella conversación, mi decisión sería irrevocable. Mentalmente me prometía a mí mismo una y otra vez, que no cambiaría de opinión.

Noté como se me aceleraba el pulso con cada tono que marcaba, en el fondo, deseaba que nadie contestase, pero al cabo de unos segundos, alguien descolgó el teléfono y pude escuchar la voz de mi hermana un poco más seria de lo normal.

-Dime, dijo sin molestarse en saludar como solía hacer por costumbre.

- ¿Cómo estás?, le pregunté con una voz temblorosa que no tardó mucho en apreciar, puesto que se saltó la contestación y subiendo un poco el tono me preguntó:

-¿Te ocurre algo?

Andarme con rodeos, no conseguiría más que alargar incómoda situación, así que pensé que lo mejor, sería ir directamente al grano y esperar a ver su respuesta.

- Tengo que contarte una cosa, y solo espero que lo entiendas. Le dije dando un pequeño suspiro al finalizar.

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-¿Qué te ha pasado?, volvió a preguntar esta vez un poco más sobresaltada y ansiosa.

-Nada, tranquilízate que no me ha pasado nada, le dije intentando mitigar un poco su ansiedad.

Se hizo un breve silencio el cual aproveche para darle la noticia.

- Necesito hacer un viaje.

-¿Un viaje?, ¿A dónde? Preguntó un poco más calmada sabiendo que lo que tenía que contarle no era tan dramático como ella imaginaba.

-Aun no estoy seguro, ni cuando, ni donde, de momento solo te puedo decir el por qué.

Esa ausencia de información fue lo que no le terminó de inspirar confianza en mis palabras.

-¿Cómo que no sabes dónde? Preguntó, levantando aún más un tono de voz que insinuaba cierto enfado.

Aguardé intentando buscar un razonamiento que no le terminase resultando una auténtica locura, pero lo cierto, es que no era fácil expresar aquella necesidad de partir en busca de unas respuestas que necesitaba, sobre todo, porque el mero hecho de desconocer el destino, resultaba ya de por sí,

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demasiado inquietante. Por ese motivo, decidí ponerme a la defensiva.

- Mira, le dije con una voz firme y directa.

- No estoy pidiendo tu aprobación, ni tampoco que lo entiendas, tan solo quería que lo supieras, y que me ayudes a contárselo a mamá.

Esta vez la que guardó silencio fue ella. Yo continuaba con el teléfono pegado a mí oído, confiando en que la incómoda situación, no durase mucho más.

- Está bien, dijo al cabo de unos segundos con un tono bastante más tranquilizador.

-Discúlpame, yo también lo estoy pasando muy mal con la muerte de papá, dijo con una apagada y melancólica voz, que dejaba entrever un fallido intento por esconder su oculta tristeza.

Un singular alivio me invadió por completo, haciendo que soltase sin querer, un pequeño suspiro que mi hermana no llegó a percibir.

Quizás no os parecerá relevante, pero fue sin duda algo que debió ocurrir mucho antes. Ambos teníamos guardados muchos sentimientos que solíamos esconder en todas nuestras conversaciones, sobre todo, a partir del fallecimiento de una persona de la que ambos, dependíamos mucho de manera emocional.

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El resto de la conversación, fue tan breve como especial. Intenté manifestarle las inquietudes que aparecieron a raíz de la pérdida de nuestro idolatrado padre, y de una manera peculiar, poco a poco pude sentir como un extraño afecto, nos vinculaba de una forma emotiva.

Parecía que una pequeña parte de ella, me acompañaría en la gran aventura que estaba dispuesto a emprender, aunque antes de colgar el teléfono, nos quedaba por arreglar una pequeña cuestión familiar.

Siempre he tenido sin resolver el famoso debate de si las personas nacen o se hacen. Se podrían escribir montones libros con las referencias a favor de una u otra postura, aunque supongo que como todo en esta vida, al final, el contexto es quien marca la diferencia. A pesar de cometer de una manera consciente, el error de pensar que mi madre siempre ha sido así, me niego a creer que eso sea cierto, y que es la propia naturaleza de ser madre, la que convierte a una prometedora joven con sus sentimientos libres y a prueba de todo, en una mujer capaz de sufrir por cada una de las decisiones, que a lo largo de su vida toman los hijos. Por ese motivo, decidimos optar por una salomónica decisión que le evitase el mayor sufrimiento posible, mentirle.

7. LAS PEQUEÑAS TRAMPAS.

Aquella última semana antes de mi viaje, la pasé entre los nervios y la emoción de no saber cómo terminaría todo. Organizar un viaje así no es para nada fácil, a pesar de la gran

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ayuda que tanto mi hermana como mi gran amigo Carlos me otorgaban. Son muchos los conocidos con los que uno se puede tomar una cerveza, pero la confianza de contarle casi todas mis intimidades solo la poseía él, y eso, a pesar de conocerlo desde hacía tan solo un par de años. Las malas experiencias acontecidas a lo largo de mi vida, y este carácter un poco insociable, han conseguido que me cueste mucho trabajo intimar con el resto de personas.

Dejé el coche en el aparcamiento del supermercado, un poco más lejos que de costumbre, pero calculando el tener muy cerca el espacio donde se dejaban los carritos.

Entré por la entrada principal, y comencé a recorrer los largos pasillos, siguiendo al pie de la letra la improvisada lista que fui redactando en mis ratos libres, mientras, y sin poderlo evitar, mi mente viajaba imaginándome ya en aquel lugar, y es que los viajes no solo hay que disfrutarlos cuando se inician, de hecho, suelen pasar demasiado rápido, sin llegar a disponer del suficiente tiempo para asimilarlo, por ese motivo, hay que atesorar cualquier emoción que nos llene durante su planificación.

Giré por el pasillo destinado a la perfumería, buscando los productos que mi despiste no me permitía encontrar, cuando de repente, un golpe seco me hizo detenerme bruscamente, girando la cabeza hacia delante para comprobar en medio de la confusión, que había chocado con el carro de una mujer que me miraba con una divertida cara de sorpresa.

Muy pocas veces, nuestra vida se termina pareciendo a una buena película, sobre todo porque allí, siempre termina todo bien. Por ese motivo, cuando tropecé sin querer con aquella llamativa muchacha, me disculpé por mi torpeza sin

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darle mayor importancia, pero una preciosa cara y una seductora voz, me hicieron anhelar ese final en el que el protagonista, se termina quedando con la chica.

- Tranquilo, que el mundo continuará girando a pesar de esta gran tragedia. Dijo dejando dibujada una tierna sonrisa al final.

Con el paso del tiempo, he aprendido a dejar siempre de lado las ilusiones que te invaden cuando comienzas una nueva relación. Todas prometen bajar la luna, pero lo cierto, es que al final terminan por enredarse en una rutina diaria de la que con suerte, escapas alguna vez, aunque sea para librar una nueva batalla en esa infinita guerra.

Pero hay veces que uno no puede luchar contra sus sentimientos, y se deja llevar un poco en el cautivador mundo del amor a primera vista, aunque con la conciencia tranquila de saber que de aquella situación, saldría sin más pena ni gloria.

- Es agradable encontrar por el mundo gente tan.... balbuceé en un intento de encontrar la palabra correcta.

- No hace falta que continúes, me cortó antes de que pudiera terminar.

- Cualquiera que sea la expresión que estás buscando, me lo tomaré como un cumplido. Volvió a terminar la frase esbozando otra vez esa sonrisa que no podía dejar de contemplar.

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Era sin duda una de esas personas de las que te enamora su personalidad, y yo, una de esas a la que su cordura, le dice que como de costumbre, ese corto relato tendría un corto final, así que le volví a pedir perdón por segunda vez, y me despedí mientras resignado, empujaba el carro de la compra hacia el pasillo más cercano, no sin antes, girar la cabeza una última vez antes de perderla de vista probablemente para siempre.

Terminé de meter en el carro todo lo que había escrito en la lista, y volví a repasarla una vez más desde el principio, acercándome despacio hacia la caja para evitar olvidarme de algo, aunque la parte más soñadora de mí, sabía que la verdadera razón, no era otra que la de volver a encontrarme con aquella chica entre las personas que con la mirada extraviada entre el aburrimiento y la desesperación, hacían cola con la paciencia de un viejo pescador a orillas de un sereno lago. Levanté la vista y la busqué disimuladamente, hasta que la decepción de comprobar que no estaba allí, me hizo volver otra vez a perderme entre las amontonadas cosas que había comprado, así que me coloqué detrás de un matrimonio de avanzada edad, con unos pocos productos que llevaban en una pequeña cesta, y esperé mi turno mezclándome entre la apática multitud.

De camino hacia el coche, empujaba el pesado carro como un penitente en procesión mientras mi mente, iba y venía entre la fantasía de aquel encuentro, y los pensamientos que provocaban el deseo de mí anhelado viaje.

Cuando llegué, lo coloqué como de costumbre justo al lado del maletero, y en ese mismo instante, un pequeño

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desnivel en la parte delantera del coche, me hizo intuir que algo no andaba bien.

Dejé el carrito, y me acerqué hasta ella con la certeza de saber lo que ocurría, incluso antes de llegar.

Cuando la vi, coloqué mis dos manos sobre el capó, y levanté la mirada hacia el cielo maldiciendo en silencio por el desafortunado contratiempo, y a continuación, me dirigí otra vez hasta la parte de atrás para buscar la rueda de repuesto.

Levanté la tapicería del maletero, y mi pequeño enfado, se convirtió en un angustioso sobresalto al comprobar que no estaba allí.

Me quedé unos segundos inmóvil, intentando tranquilizarme a la vez que soltaba en voz baja diversas palabras malsonantes.

- ¿Te ocurre algo?, dijo una voz femenina justo detrás de mí.

Yo me volví sorprendido, no solo por el hecho de no haberla visto llegar, sino porque ese tono de voz, me era conocido.

-Pues, que he pinchado y no llevo la rueda de repuesto, le contesté intentando al mismo tiempo recomponerme para dar una imagen más relajada delante de ella.

Casi cualquier persona educada de este mundo, aunque solo fuese por amabilidad, me ofrecería su ayuda, y sin embargo, aquella chica consiguió sorprenderme una vez más.

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- ¡Puedo ayudarte!, dijo con el tono evidente de una exclamación.

- Un amigo tiene un taller no muy lejos de aquí, continuó dando a entender, de que no aceptaría de ningún modo, el rechazo de su oferta.

Tal y como lo dijo, no me quedaba más remedio que aceptar de buen grado su ayuda, así que me remangué la camisa, y coloqué el gato calculando bien el lugar para que todo quedara seguro. Quité el tapacubos mientras ella observaba apoyada en su coche, sin apartar ni un momento la mirada de la peculiar escena, y acto seguido, me dispuse a aflojar los cuatro tornillos con una fuerza que incluso a mí, me dejó sorprendido.

Supongo, que debió salir ese primitivo instinto de cortejo ancestral con el que el macho intentaba seducir a la hembra demostrando su fortaleza viril.

Introduje la rueda en su maletero, cerrándolo después con mucha delicadeza, y entré en su coche con ese miedo adolescente de las primeras citas.

Cerré la puerta mirando hacia el frente, observando con disimulo el limpio y ordenado salpicadero cuando de repente, ella alargó su brazo.

- Me llamo Alicia, dijo con una enérgica pero pausada voz.

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Acerqué la mía y la estreché, notando su cálida y tersa piel, aprovechando la ocasión para mirarle a sus maquillados ojos marrones.

- Martin, contesté intentando aguantar su mirada lo suficiente como no parecer demasiado tímido.

- Encantada, respondió ella soltando mi mano al final. Y colocándose con firmeza el cinturón de seguridad, dijo con un aire decidido:

- Bueno, Martín. Pues vamos a arreglar esa dichosa rueda.

Afortunadamente, no era la primera persona de esa naturaleza que se había cruzado en mi vida. Esa personalidad tan positiva e incluso a veces abrumadora, conlleva cierto peligro. Suele hacerte creer que existe alguna posibilidad por remota que sea, de terminar compartiendo tu vida con ella. Piensas que esos amables detalles que tiene contigo, son por un interés especial hacia ti, cuando lo cierto es que en realidad, tan solo forma parte de su carácter, y por lo tanto, en el mejor de los casos, terminas frustrado al comprobar que simplemente ella es así, y que con todos se comporta de la misma manera, quizás porque para ella, todo el mundo es igual de especial.

Y en el peor, terminar enamorado, sufriendo por una situación de la que los únicos culpables, sois tú, y tus falsas expectativas, creadas a partir de un sentimiento equivocado.

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Por ese motivo, anteponiendo mi sensatez a la fantasía de una efímera relación, decidí mientras hablábamos de cuestiones cotidianas, no dejarme atrapar por su encantadora esencia.

Por suerte, no tardamos mucho en llegar. Aparcó justo al lado derecho de la puerta de un taller bastante amplio, con unas instalaciones muy limpias y cuidadas. Todas esas herramientas bien ordenadas, inspiraban confianza y profesionalidad.

Nos bajamos, y ella entró caminando con un paso suave, arreglándose la ropa de manera casi inconsciente.

Yo me quedé en la calle, dudando todavía de si el haberme subido a ese coche había sido una buena idea. Al fin y al cabo, tampoco conocía de nada a esa chica, lo que me generaba una cierta incomodidad. Toda aquella situación no dejaba de resultarme un poco extraña.

Volvió al cabo de cinco minutos acompañada de un chico corpulento, con el pelo rapado como intentando ocultar su más que evidente calvicie, y con un mono azul bastante limpio para estar todo el día rodeado de aceite y grasa.

Se acercó hasta el maletero, sacó la rueda, y dejándola caer bruscamente, nos dijo que en unos veinte minutos la tendríamos lista, haciéndola rodar hasta perderse entre los coches y la maquinaria que casi de forma metódica, se encontraban dentro.

Mi plan para ese momento no era otro que el de esperar allí apoyado hasta que la rueda estuviese arreglada, pero una vez más, ella propuso un mejor plan alternativo.

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- Hay un bar justo al doblar la esquina, dijo aludiendo a que su cercanía invitaba a una espera más agradable en aquel lugar.

A pesar de la sutil incomodidad que sentía, por esta peculiar manera mía de ser, me pareció una buena idea, no solo por el hecho de esperar en un sitio más indicado, sino más bien, por la oportunidad de poder invitarla, agradeciéndole así el favor que me había hecho de una manera tan altruista y amable.

Entramos en el pequeño bar. Yo la invité a pasar primero dejándole a ella elegir la mesa en la que sentarnos. A parte de un camarero entrado en años y con una prominente barriga que no se molestaba en ocultar, tan solo había un par de personas en la barra discutiendo al calor de una gran pantalla de televisión colgada encima de ellos, y a la que no hacían demasiado caso.

Esta vez fui yo quien se adelantó, y antes de que se girase para llamar la atención del camarero, le pregunté por lo que le apetecía tomar.

- Pues, a esta hora, un té si me tomaría, dijo mientras se acomodaba sobre la silla.

Esperé un instante a que se terminase de sentar, y con la inquietud del primer discurso de tu vida, le dije que me permitiera invitarla como muestra de gratitud, a lo que ella aceptó regalándome una linda mirada.

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- Me parece correcto, asintió mientras yo me alejaba hacia la barra para terminar pidiendo dos tazas de té.

Al regresar, me dispuse a colocar los dos tés sobre la mesa con extremo cuidado de no terminar pareciendo un torpe por derramar alguna de las colmadas tazas. Ella permanecía con la mirada fija, concentrada en su teléfono móvil. Al escuchar el tintineo de las tazas bailando sobre los pequeños platos, levantó la vista, guardándolo rápidamente en su bolso, y observando atenta mi nerviosa función equilibrista. Tras acomodar los tés, me senté enfrente con una sensación algo más discernida, como si empezase a sentir una cierta relajación dentro de mí.

Se acercó su taza arrastrándola muy despacio hasta dejarla ligeramente a su derecha, y poniendo otra vez esa encantadora sonrisa, comenzó a entablar una conversación que fue fluyendo como un riachuelo en lo alto de la montaña, como si cada tema, se enlazara con el siguiente de una forma casi mágica.

Poco a poco, la conversación fue tomando un matiz más personal, y como era predecible, de una manera muy natural, terminó preguntándome si yo tenía pareja.

Ese ha sido siempre un tema del que nunca me ha gustado hablar, aunque tengo que admitir, que la acogedora confianza que sus palabras me otorgaban, consiguieron hacerme sentir lo suficientemente relajado incluso, en estos temas un tanto sensibles para mí.

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- No sé si volveré a tener pareja, dije agachando un poco la mirada sabiendo que esa respuesta, no la dejaría indiferente.

- ¿y eso?, preguntó sorprendida.

- En parte es debido a una mala experiencia, contesté con la esperanza de que esa respuesta, fuese suficiente para dejar aparcado el tema, sin embargo muy al contrario, ella mostró aún más interés, echándose un poco hacia delante y guardando silencio para permitirme continuar con una explicación más profunda.

Yo levanté la vista un poco, aunque sin llegar a mirar directamente a esos abiertos ojos que me observaban en espera de mis siguientes palabras.

- No te lo tomes a mal, le dije intentado escapar de aquella situación sin pretender ofenderla.

- Pero, no creo que sea una buena idea hablar de estos temas… hice una pequeña pausa para ver su reacción antes de continuar.

- En realidad, no somos más que dos desconocidos.

Terminé la frase y volví a clavar mis ojos en aquella taza de té de la que aún salía un leve vapor humeante.

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- ¿Tu sabes por qué millones de personas entran todos los días a un chat para hablar con desconocidos?, preguntó consiguiendo que volviese a levantar la cabeza, intrigado por la curiosidad de conocer que pretendía con esa inesperada cuestión.

- Porque a los seres humanos, nos es más fácil abrirnos y expresar nuestros sentimientos, a personas qué sabemos que nunca los usarán para hacernos daño.

Hizo una pequeña parada al ver el guiño de extrañeza de mi cara, y continuó intentando buscar un razonamiento diferente que ilustrara mejor su exposición.

- Mira, dijo dibujando un pequeño redondel con su dedo.

- Todos tenemos un pequeño círculo a nuestro alrededor en el cual tan solo caben unos ciertos individuos muy cercanos a nuestro entorno. Tus padres, tus hermanos o algún íntimo amigo.

- Después, continuó realizando está vez un gran círculo con toda la mano.

- Tenemos otro mucho más grande en el que están todas esas personas que de una u otra manera, comparten algo contigo. Amigos, primos, compañeros, etc.

- Y por último, fuera de ellos, podríamos meter al resto del mundo.

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Yo le asentía con la mirada para que percibiera que hasta ese punto lo tenía todo claro.

- Pues bien, dijo subiendo un poco el tono de voz para mostrarme a donde quería llegar con su razonamiento.

- La gente necesita liberar ciertos sentimientos enquistados por algún tipo de problema emocional, pero intentan que la persona que les escuche, esté dentro del círculo pequeño, o en su defecto, fuera de ambos, donde el anonimato de no tener ningún tipo de vínculo, hace que sea mucho más fácil hablar con total sinceridad.

Volvió otra vez a un tono más sosegado.

- Y como bien acabas de decir, solo somos dos desconocidos. Terminó efectuando al final, un pequeño gesto de complicidad.

Sin darme cuenta, se me dibujó una pequeña sonrisa en la cara, aunque casi de manera inconsciente, terminé mirando mi reloj, para comprobar que había llegado la hora de volver.

- Ya han pasado veinte minutos, le indiqué, dándole a entender que lamentablemente el tiempo se nos había terminado.

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Desde el fallecimiento de mi padre, no había tenido ningún momento tan apacible en el que disfrutar de una cordial y distendida conversación.

Tengo que admitir que fue un verdadero oasis en el que mi mente pudo alejar ese amargor que me sumergía a cada instante, aunque era consciente de que esa calma era tan solo algo transitorio.

Ella giró su muñeca para mirar la hora en su bonito reloj dorado.

- Bueno, tan solo ha dicho que la tendría arreglada en ese tiempo, no que tuviésemos que recogerla. Replicó abriendo sus manos con un dinámico gesto, asumiendo que la elección de marcharnos ahora o esperar, eran tan solo nuestra.

- Eso es cierto, acepté resignado a admitir la contundencia de su argumento.

- Pero sintiéndolo mucho, aún tengo muchas cosas que preparar para el viaje.

De repente, abrió los ojos de par en par con una graciosa cara de sorpresa.

- ¿Qué te vas de viaje? Dijo con la curiosidad de querer conocer algunos detalles más sobre el asunto.

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- Si, es algo que siento que necesito hacer. Respondí con una tímida voz, casi susurrando, sabiendo que el propósito de ese viaje no era para nada algo habitual.

Ella cambió a un semblante algo más serio, supongo que esas palabras o la tímida manera de expresarlas, le hicieron retroceder en su intento de pretender conocer algo más, tan solo se limitó a preguntar por la fecha de partida.

- Dentro de tres días debo coger el avión que me llevará hasta Ciudad de México. Contesté, dándole a entender que no me molestaba darle algo más de información.

Nos levantamos de la silla para dirigirnos de vuelta al taller, pero justo antes de girarme para encarar la puerta del bar, soltó unas palabras que me pillaron totalmente desprevenido.

- Tengo un regalo para ti. Dijo metiendo su mano derecha dentro del bolso de piel marrón que llevaba consigo.

Me quedé en silencio, observando mientras ella hurgaba dentro, removiéndolo todo de un lado para otro.

- ¡Ah! Aquí está. Mencionó sacando una pequeña caja blanca de cartón, sin ningún tipo de texto o dibujo por ningún lado.

Yo permanecía con un gesto de extrañeza, intentando imaginar qué clase de regalo se le puede hacer a una persona

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que acabas de conocer. Ella, me miró con un dulce gesto, y a continuación acercó su mano hacia mí.

- Ábrela, me indicó aludiendo a la curiosa cajita blanca.

- Me gustaría que lo llevases durante tu viaje, no esperes que te dé suerte, ni que todo te deba salir bien por el mero hecho de hacerlo, pero te acompañará en tu camino, y con él, mi recuerdo.

La cogí en mi mano, y lo primero que noté, fue la impresión de que estaba vacía, lo que hubiese allí dentro, no debía de pesar más que el propio envase. La coloqué encima de una mano, y con extremo cuidado, levanté la débil tapa de cartón con la otra.

Ante mis ojos, apareció un envejecido y gastando escapulario, con un reluciente hilo blanco que enlazaba ambos fragmentos de tela. Yo me quedé un poco desconcertado, observándolo al mismo tiempo que escuchaba en la distancia las palabras de Alicia.

- Me lo regaló mi madre cuando era pequeña, lo he tenido roto un tiempo, hasta que esta mañana, decidí llevarlo a una costurera para que lo arreglara.

- Es muy bonito, le dije.

- Pero, te confieso que aunque soy católico, no…

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- Esto no tiene nada que ver con la iglesia, dijo interrumpiéndome para intentar aclararme su peculiar postura con respecto a ese tema.

- Viene de muchísimo más atrás, más incluso que cualquier religión actual.

Esas palabras consiguieron que emergiese un notable interés por averiguar que se escondía detrás de esa sorprendente manera de ser, así que me dispuse a escucharla, sujetando la caja con el bonito escapulario dentro.

- Ella es la madre, Venus, la primera mujer, lo femenino, la luz.

- Este, dijo señalando hacia la caja con su mirada, fue un regalo que nos hizo a todos nosotros, a sus hijos, para ayudarnos en esta travesía de la vida, para que no nos olvidemos de ella. Las religiones, tan solo han usurpado su imagen para adaptarla a su propia conveniencia.

- Realmente…, terminó con una voz más pausada, …el significado de las cosas se las damos nosotros, no importa de dónde vengan, por eso quiero que lleves este regalo contigo, porque siento que lo necesitas más que yo.

Cerré la caja dándole las gracias con una entrecortada voz de agradecimiento por el tierno gesto que había tenido, y una gran sensación de bienestar inundó todo mi cuerpo

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cuando ella, abrió sus brazos acogiéndome en un cálido y afectuoso abrazo.

Salimos del bar y continuamos caminando en silencio, con mi mente analizando todo lo que había ocurrido aquella tarde, pensando en que aún me quedaban muchas cuestiones de las que me hubiese gustado hablar, aunque quizás, la que más deseaba conocer, supongo que por una curiosidad natural, era el saber si ella tenía alguna relación seria, pero un dominante miedo, me coaccionaba para evitar averiguar esa respuesta, así que decidí que ese momento no era el más indicado, y con un lento caminar, como el de un paseo por la playa en una noche estrellada, llegamos hasta el taller.

Enseguida salió con la rueda, depositándola con mucho cuidado de nuevo en el maletero. Yo le pregunté de manera educada por el coste de la reparación sacando la cartera de mi bolsillo derecho, pero con un veloz gesto de manos, se opuso insistentemente a decirme el total de la reparación, aludiendo a que ese tipo de incidencias tan leves, no estaba dispuesto a cobrárselas a una amiga.

Ambos le dimos las gracias y para cuando nos dimos cuenta, como si en una película, hubiesen cortado toda la parte del trayecto, ya estábamos aparcados justo al lado de mi coche, que permanecía allí, tal y como lo habíamos dejado. Tan solo, nos había dado tiempo a comentar alguna pequeña cuestión irrelevante, y a intercambiar eso sí, nuestros números de teléfono.

Me bajé indicándole que podría marcharse en cuanto sacase la rueda de su maletero, pero se negó a irse hasta que terminase de colocarla, así que la saqué agarrándola con ambas manos, y la acomodé volviendo a poner los cuatro

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tornillos mientras ella observaba con una cándida mirada, esperando a que le indicase que todo estaba en orden.

- Bueno, ya está, expuse con un tono de alivio observando la rueda por última vez antes de girarme para despedirme.

Volví a darle las gracias quizás ya de una manera un tanto pesada, pero lo cierto, era que no solo me había salvado la tarde, sino que había conseguido arrancarme la primera sonrisa desde el trágico suceso. Bajó la ventanilla del coche, y sin perder su risueño gesto, me hizo prometerle que a mi vuelta, le contaría esa experiencia tan negativa que había conseguido el plantearme no volver a tener pareja.

- Claro, cuando regrese te prometo que te lo contaré todo, le contesté observando como aceleraba muy lentamente.

- Ah!, dijo sacando la cabeza para que pudiese escucharla.

- Que tengas un buen viaje.

Yo le sonreí, agitando el brazo para despedirme, observándola alejarse sin moverme del sitio hasta no perderla de vista por completo.

De camino a casa, me preguntaba el por qué algunas veces, parece que el universo disfruta poniéndote pequeñas trampas en un juego en el que ya empiezas con las cartas marcadas. Una fastidiosa situación donde piensas que la suerte está en tu contra, puede terminar sin saber, ni cómo ni por qué, en una más que afortunada experiencia.

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8. LAS DUDAS.

La última tarde antes de partir, quedé con Carlos para repasar los detalles del viaje, y recibir los últimos consejos, que su amplia experiencia podría ofrecerme.

Quedamos en una cafetería muy cerca de casa, era un lugar donde solía encontrarme cómodo porque al no ser muy conocida, tan solo acudíamos los pocos clientes habituales que por un hábito casi diario, ocupábamos cada uno una mesa en particular.

Cuando entré, él se encontraba ya sentado, con una pequeña carpeta encima de la mesa, y un puñado de folios moviéndolos de una a la otra mano como intentando colocarlos en orden.

Se había encargado de planificarme la mayor parte del viaje, incluyendo los hoteles, la ruta que debía seguir hasta mi destino y quizás lo más importante, la persona de contacto que me acompañaría durante mi estancia.

Nada más sentarme, lo primero que me puso delante fue su foto.

- Esta es Isabel, dijo señalando con su dedo a una de las tres personas que aparecían en aquella imagen.

Yo me acerqué un poco más para poder observarla mejor. Era una chica bajita y un poco rechoncha, con una larga

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trenza de color azabache que le llegaba hasta casi la cintura, una oscura piel, y con unos definidos rasgos indígenas.

- Ella será la encargada de llevarte hasta la persona que necesitas. Aludía señalando una y otra vez con su dedo para evidenciar, lo importante que sería esa chica para llegar hasta el destino final de mi viaje.

Aquella fue la primera vez que un nervioso miedo se apoderó de mí, haciéndome reflexionar sobre la tremenda locura que aparentaba ser todo aquello. En unas horas, subiría a ese avión, y después, ya no habría vuelta atrás. Mi mente se peleaba entre la necesidad y el riesgo de llevarlo a cabo, y la confortable cobardía de olvidarlo todo y continuar mi vida, con la esperanza de que algún día pudiera llenar el notable hueco emocional que mi padre me había dejado.

- ¿Te encuentras bien? Preguntó al observar que me había quedado demasiado tiempo con la mirada perdida entre aquellos papeles.

- Si, no te preocupes, contesté sin demasiada convicción.

- Es que, dije intentado reordenar mis sentimientos para poder expresarlos con más claridad.

- No estoy seguro de que todo esto sea una buena idea.

Carlos me miró sorprendido.

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- ¿Cómo que no estás seguro? Volvió a preguntar con un matiz de evidente enfado.

- Es importante para ti hacer este viaje, y también lo es para mí, replicó con la esperanza de que aquellas palabras fueran suficientes para eliminar esas dudas que se suelen generar antes de tomar alguna decisión importante en nuestra vida.

Yo permanecía callado, escuchando, pero con un rostro serio y pensativo.

Al observar que aún no me había terminado de convencer, continuó su pequeño discurso como si de un veterano vendedor de coches usados se tratara.

- Entiendo que estés un poco asustado, pero son muy pocas las personas a las que se les presenta una oportunidad como esta. Lo más valioso que tenemos es el tiempo, un tiempo limitado y aleatorio. Y debemos usarlo para atesorar las experiencias que esta corta vida nos ofrece. De nada nos sirve vivir muchos años si al final de nuestros días, no podemos contar las miles de vivencias buenas o malas que se nos puedan presentar en este mundo. No puedes pretender pasar todos esos momentos encerrado en una continua rutina, donde ese miedo al riesgo de que nos ocurra algo, nos engaña, porque si lo piensas bien, el final que a todos nos espera, será exactamente el mismo, por mucho que intentes alargarlo.

- Tienes razón, sostuve rindiéndome a su elocuente razonamiento.

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- Necesito hacerlo. Quizás no sirva de nada pero…

- Te traerás muchas experiencias que incluso podrían cambiar tu vida. Dijo Carlos, interrumpiéndome para acabar de decir más o menos lo que yo pretendía.

Asentí con la cabeza en silencio, observando como reordenaba de nuevo todos los folios para poder guardarlos dentro de la capeta de plástico verde.

En ese instante, me vino a la mente la imagen de Alicia, quería contarle a Carlos la singular anécdota, pero él, tras comprobar que todo seguía su curso, continuó repasando los detalles menos trascendentales antes de que pudiera abrir la boca.

Lo cierto es que sin su ayuda, jamás me habría aventurado en esta insólita odisea, pensaba mientras nos levantábamos de nuestras sillas, y no solo por todas las molestias que se había tomado con el tema de la organización, sino por sus palabras de ánimo y todo el coraje que estas, me trasmitieron.

Salimos a la calle, y le acompañé hasta su coche que estaba aparcado muy cerca de allí.

Cuando llegamos, me entregó la carpeta deseándome toda la suerte del mundo, y me animó por última vez a tomar ese vuelo al día siguiente.

Después, se subió, despidiéndose de mí con un pequeño gesto, y mirando pasar los coches con rostro impaciente, a la espera de poder incorporarse al carril definitivamente.

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Tras marcharse Carlos, yo me quedé inmóvil unos segundos, pensativo, observando a la gente caminar de un lado para otro. En cierto modo, era algo normal en mí, trataba de imaginar cómo serían sus vidas, sus trabajos, sus problemas. Las veía paseando dentro de su pequeña burbuja, cada uno con sus propios pensamientos, ajenos todos, a las circunstancias de los demás.

De repente, el sonido de mi teléfono me sustrajo de aquel estado. Lo saqué de mi bolsillo para poder ver quién era.

- Dime Julia, dije contestando al teléfono al comprobar que se trataba de mi hermana.

- Te llamaba tan solo para desearte mucha suerte, manifestó sin demasiado afán.

- Lo cierto, es… se detuvo un momento como si en ese mismo instante se hubiese planteado cambiar sus palabras.

La noté como aspiraba profundamente, y volvió empezar de nuevo.

- Sigo pensando que es una locura que te vayas tan lejos tú solo, dijo de carrerilla mientras yo permanecía callado, esperando a que terminase de exteriorizar sus repentinos temores, y asumiendo que ese sentimiento, formaba parte del cariño y el apego que sentía hacia mí.

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- Pero, entiendo que no puedo hacer nada para que cambies de idea, reconozco que le he dado muchas vueltas, y por un lado no puedo evitar esta considerable desazón, pero creo que mi deber como hermana es a pesar de todo, apoyarte en tus decisiones.

Pude notar en su voz, como se iba relajando, liberando de su mente todas esas palabras.

Supongo que se encontraba en una de esas encrucijadas de la vida en las que tu corazón y tu cabeza se pelean por tener distintas ideas sobre un mismo tema, y da igual los consejos que te hayan dado sobre a cuál de los dos debes hacerle caso, al final, el otro te continuará torturando para que pienses que elegiste mal.

- Mira, haz lo que debas hacer, pero ten muchísimo cuidado, ¿vale? Terminó expresando de una manera resumida ambos principios.

- No te preocupes, contesté intentando trasmitirle confianza y seguridad para que al colgar el teléfono se quedase un poco más calmada.

- Te prometo que iré con la máxima precaución.

Después, se despidió dándome las gracias por el hecho de haberla tranquilizado, y tras colgar, me dispuse a regresar a casa para intentar calmar esos nervios que todas las circunstancias del viaje me habían ido generando.

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Mientras caminaba hacia el portal, cientos de pensamientos recorrían mi mente una y otra vez, siendo consciente de que aquella noche, no dormiría demasiado bien.

9. DESPEDIDA.

Un tímido y cálido sol, entraba por algunos de los inmensos ventanales del colosal aeropuerto, iluminando a los asientos más cercanos. El trasiego de idas y venidas de algunos viajeros al compás del rodar de sus maletas, se contrastaba con la calmada paciencia que otros, sentados, se dejaban relajar como si dispusiesen de todo el tiempo del mundo.

En lo único en lo que todos coincidían, era en ocultar esa inquietud que supone el subirse a un avión.

Para mí no era la primera vez, pero sabía que era inevitable sentirme un tanto intranquilo cuando notase la extraña experiencia de encontrarme tan lejos del suelo.

Carlos permanecía a mi lado, centrado en su teléfono, revisando en silencio sus múltiples redes sociales.

Yo sin embargo, era incapaz de centrarse en una sola tarea. Me limitaba a contemplar a todas esas personas con sus libros, revistas, teléfonos, y algunos, con su mirada perdida en las infinitas pistas donde los aviones despegaban y aterrizaban de una manera aparentemente caótica.

De repente, entre los desorientados viajeros, mis ojos se fijaron en una chica que girando su cabeza como si buscase algo, caminaba hacia nosotros.

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En principio, las dudas me hicieron permanecer sentado pero sin dejar de observarla mientras se acercaba, recorriendo con su mirada a todas las personas que sentadas en aquellos largos asientos, permanecían con sus incontables distracciones ajenas hacia ella.

Cuando apenas estaba a unos metros, me levanté con la total certeza de que era ella. Ese gesto llamó su atención, y pude apreciar como un risueño gesto, se le dibujó en su bonita cara, al tiempo que aceleraba sus pasos para llegar hasta mí.

- No podía dejar que te fueras sin despedirme, aludió dándome dos besos en la cara, y colocando a la vez ambas manos sobre mi brazo.

Carlos levantó la vista, y un poco confuso por la repentina situación, se puso de pie guardando rápidamente el teléfono en su bolsillo, permaneciendo en esa postura, esperando a que alguien le explicara quien era aquella chica.

- Ella es Alicia, le dije mientras él se disponía a darle los dos besos de cortesía propios de un seductor incorregible.

- Es una amiga que hace unos días me salvó la tarde ayudándome con un pequeño problema que tuve. Comenté sin poder dejar de mirarla.

Carlos terminó de presentarse diciendo su nombre con una excesiva pronunciación, y después se quedó callado, esperando a que alguno de nosotros dos, continuara la conversación.

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- No tendrías que haberte molestado en venir hasta aquí para despedirme, le indiqué intentando alabar su generoso gesto, al mismo tiempo que le hacía entender que no había sido necesario.

Alicia se quedó pensativa un momento, y con una expresión algo más seria, me dijo mirándome a los ojos:

- Nos hemos acostumbrado tanto a las despedidas, que han perdido el tremendo valor que deberían poseer. Decimos adiós con el convencimiento de que al día siguiente volveremos a ver a esa persona, pero no siempre es así, nada ni nadie nos asegura de que eso ocurra. Por ese motivo, hay que hacerlo con toda el alma, hay que despedirse como si fuese la última vez, porque de ese modo, si algo malo ocurre, nuestra conciencia permanecerá tranquila al saber que la última vez que le viste, se llevó tu más sincero adiós.

Tanto Carlos como yo, nos quedamos callados, en cierta manera, algo sorprendidos ante las agradables e indiscutibles palabras de Alicia. Acto seguido, de forma casi espontanea, me rodeó con sus brazos apretando dulcemente sus manos contra mi espalda.

Mientras estrechaba su cuerpo contra el mío, recuerdo la gran importancia que durante la conversación que tuvimos en aquel bar, ella le daba a los abrazos. Decía que no era tan solo un gesto de afecto, sino más bien, un minúsculo y mutuo intercambio de energía, y puede que quizás, estuviese influenciado por aquellas palabras, pero por un instante, sentí

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una cálida y fugaz tranquilidad que me hizo desear que el tiempo se detuviera para siempre en aquel lugar.

Pero el tiempo no se detuvo, para bien o para mal, nunca lo hace.

Quizás sea lo mejor, puede que esa brevedad sea lo que hace que esos escasos segundos sean mucho más intensos.

Intercambiamos unas breves palabras, y apenas tuvimos tiempo para nada más, porque una femenina voz robotizada, anunciaba por megafonía la inminente salida de mi vuelo.

Con un gran apretón de manos, Carlos se despidió de mí, indicándome con un nervioso gesto de preocupación, que debía estar de vuelta en la oficina lo antes posible.

Alicia también me dio dos besos para terminar deseándome toda la suerte del mundo, y así, sin más preámbulos, sujetando una pequeña mochila de mano, me dirigí hacia la abundante cola de gente, que gradualmente iba entrando por la puerta de embarque, solo, con mis inquietudes, miedos, y deseos.

10. VOLVER OTRA VEZ.

Entré por la pequeña puerta, mezclándome entre el ajetreo de las personas que con sus billetes en la mano, recorrían el estrecho pasillo buscando su asiento, a fin de poder acomodarse para el largo vuelo que a todos nos esperaba.

Yo caminaba mirando hacia ambos lados, leyendo sin darme cuenta los números de los asientos en voz baja.

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Unos pasos más, y por lógica matemática, supe que en los siguientes se encontraría el mío. Coloqué la pequeña bolsa a mis pies, y esperé allí sentado, tranquilo, mirando las caras del resto de las personas que pasaban más o menos perdidos, buscando también su lugar.

- Perdone, creo que ese de ahí es mi asiento, dijo un hombre de mediana edad y con un despeinado cabello cubierto de canas señalando el asiento de al lado.

Me levanté para que pudiese pasar, y se acomodó dejando un pequeño maletín de piel sobre el soporte que sujeto al asiento de delante, se dejaba caer para convertirse en una pequeña mesa.

Volví a sentarme y sin darme más tiempo, acercó su mano hacia mí para presentarse de una forma cordial.

- Mi nombre es Julián, dijo señalando con su dedo una pequeña chapa colgada en su chaqueta, en la que se mostraba su nombre completo.

- Martín, contesté estrechando su mano, sintiendo como la apretaba de forma enérgica.

No dijo nada más, ambos esperamos de manera paciente a que una acentuada aceleración de los motores, nos indicase el inicio de la maniobra de despegue.

Después de unos intensos minutos a los que nunca terminaré de acostumbrarme, nos encontramos en altura,

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rumbo a Ciudad de México, donde debía esperarme Isabel para acompañarme hasta mi destino final.

Me coloqué los auriculares, y simplemente dejé pasar el tiempo pensando en las personas que de alguna manera, se habían ido cruzando por mi vida, recordando los buenos momentos que por nuestra memoria selectiva, permanecen casi inalterables, esperando a ser rescatados una y otra vez.

Pasado un buen tiempo, el hombre de al lado comenzó a sacar varios folletos con fotografías y descripciones sobre máquinas recreativas para casinos. Aquellas coloridas imágenes, llamaron mi atención, haciendo que sin darme cuenta, clavase mis ojos en ellas para poder apreciarlas con más detalle.

Cuando Julián se dio cuenta, levantó su cabeza y con un orgulloso tono, me dijo:

- Son bonitas, ¿verdad?

Y acercándome uno de los impresos, comenzó a explicarme con la ilusión que un niño te describe su visita al parque de atracciones, que trabajaba de comercial en una empresa en la que se diseñaban y producían esos fascinantes aparatos.

- En cierto modo, soy una persona que va repartiendo suerte por todo el mundo a través de ellas. Aseveró, haciendo notar lo tremendamente orgulloso que estaba por ello.

De repente, una gran carcajada proveniente del asiento de atrás, detuvo nuestra conversación, haciendo que

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mirásemos hacia atrás para comprobar si aquel alboroto, había sido dirigido hacia nosotros.

Me levanté un poco más del asiento hasta casi ponerme de pie, y ahí estaba él, con esos brillantes ojos y esa extraña sonrisa de superioridad.

- Es usted, dije casi balbuceando.

- Es, el hombre del metro.

- En efecto, mi querido amigo, espero que mis palabras le sirvieran para algo mejor que el contenido de aquel pequeño libro. Contestó sin apartar su mirada de la mía.

Intenté reaccionar asimilando poco a poco la tremenda casualidad, pero fue el, quien rompió el silencio dirigiendo su mirada hacia mi compañero de asiento.

- Discúlpeme caballero, pero estoy en total desacuerdo con usted.

Julián le miró extrañado, en su cara se podía leer que no sabía de qué le estaban hablando.

- y, ¿en qué parte exactamente? Preguntó esperando una contestación algo más específica.

Permaneció unos instantes en silencio, supongo que para terminar de captar toda nuestra atención, y tras comprobar que ambos teníamos nuestros ojos clavados en él, dijo:

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- En que la suerte, no existe.

Julián y yo nos miramos sorprendidos al no esperar esa singular respuesta.

Al darse cuenta de que ninguno de los dos sabíamos que

decir, continuó con su razonamiento para poder hacernos entender mejor su controvertida postura.

- Todo en este universo está basado en una lógica y pura estadística. La gente juega a los juegos de azar con toda la ilusión del mundo, pero esa misma ilusión, es la que te priva de poder ver la realidad, que por cada persona que gana, hay miles que no.

- Entonces, dijo Julián, que seguía al igual que yo muy atento la interesante exposición.

- ¿no se podría decir que esa persona que ha ganado, ha tenido suerte?

Volvió a soltar otra carcajada.

- La suerte sería, en caso de existir, si hubiese ganado sin jugar.

- Mire, usted mismo puede realizar un pequeño experimento para poder comprobarlo.

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Sacó una pequeña moneda de su bolsillo mientras nosotros continuábamos observándolo en profundo silencio.

- Coja esta moneda, dijo ofreciéndosela.

- Ahora, elija uno de los lados y láncela al aire.

Julián cogió la moneda con su mano, la miró por ambos lados y tras un pequeño titubeo, terminó eligiendo cara.

Acto seguido, la lanzó tímidamente atrapándola a su caída con un pequeño gesto malabarista.

Levantó su mano izquierda, y los tres nos asomamos para ver el resultado.

- Cara, anunció Julián sonriente por haber acertado.

- Muy bien, dijo el enigmático hombre volviéndose a sentar apoyando de nuevo su espalda en el cómodo asiento.

- Usted, cree que ha tenido suerte porque le ha ganado la partida al destino prediciendo el futuro. Pero si coge esa misma moneda y la lanza cien veces, comprobará que alrededor del cincuenta por cierto saldrá cara, y el otro cincuenta, cruz. Por lo tanto, su supuesta suerte, no es más que una pequeña parte de la estadística más elemental.

Tanto Julián como yo, nos quedamos observando la redondeada moneda.

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- En realidad, expuso como argumento final, tal y como lo había hecho aquel día en el metro.

- Llamamos buena o mala suerte a los acontecimientos que nos resultan mucho menos frecuentes, sin darnos cuenta de que el tener una sola posibilidad, ya implica que pueda ocurrir.

Volví a colocarme en mi asiento, meditando aquellas versadas palabras y preguntándome quien sería ese misterioso caballero que la casualidad había cruzado en mi camino por segunda vez.

He de admitir que dentro de mí, deseaba conocer algo más de su vida, escuchar sus fascinantes historias, o por lo menos, mantener otra de esas agradables conversaciones donde disfrutar y aprender de aquella innegable sabiduría, pero lo cierto es que me abrumaba de alguna manera aquella enérgica personalidad.

Permanecí un buen rato pensando en la forma más correcta de volver a romper el hielo, sin que terminase pareciendo que me estaba tomando demasiada confianza, y en un momento dado, después de servir la comida, aproveche que mi compañero se había quedado dormido, para volver a levantarme girándome de nuevo hacia él.

- Bueno, ¿Y qué le trae a usted a este País?, pregunté esperando una respuesta que terminase por volver a entablar otra pequeña charla.

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Se mantuvo un instante mirándome fijamente, esta vez, con un semblante algo más serio.

Después, volvió a esbozar otra leve sonrisa, como si ya hubiese encontrado las palabras que iba a expresar a continuación.

- Como ya le dije en aquella ocasión, soy un hombre de mundo. Me gusta conocer todas esas culturas que yacen casi perdidas, encerradas e inalterables en sus herméticos territorios.

Tras escuchar sus palabras, y aprovechando la inercia de la conversación, me disponía a contarle los detalles del viaje que gracias a él, estaba llevando a cabo, esperando que le atrajeran lo suficiente como para obtener algún buen consejo a cambio, pero de repente, un brusco movimiento del avión, me hizo caer de mala postura en el asiento.

Me rehíce agarrándome al reposabrazos y me senté un poco asustado, siendo consciente de que aquello, no era para nada normal.

Julián, que se había despertado debido a la fuerte sacudida, me miraba un poco aturdido, preguntando si me encontraba bien, sin embargo, no me dio tiempo a contestar, otro movimiento incluso más intenso que el anterior, hizo iluminarse todas las luces de emergencia para avisarnos de que debíamos abrocharnos el cinturón de seguridad.

Yo me dispuse un tanto nervioso a buscar ambos extremos, escuchando un sordo murmullo del resto de los pasajeros del avión, que angustiados, se aferraban en sus asientos esperando que se normalizase la confusa situación.

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Durante unos segundos, el avión pareció volver a estabilizarse. Giré la cabeza y pude ver como el resto de viajeros, permanecía con los ojos cerrados y el cuerpo paralizado a excepción de los labios, que se movían murmurando, como si tratasen de negociar con su Dios una segunda oportunidad.

Cerré los ojos esperando que al abrirlos, aquellas luces de aviso estuviesen apagadas, pero súbitamente, el avión comenzó a perder altura. La calmada tensión se convirtió de repente en un enjambre de gritos, que los nervios desataron entre todas las personas que ante la caótica situación, volvieron a su estado más animal.

Supongo que yo también lo hice, quizás sea la forma en la que nuestro cuerpo libera la tensión por el terrible estrés que se genera en esas circunstancias.

Lo que sí recuerdo, es esa angustia de no saber en qué momento el avión llegará al suelo. Sientes como caes encerrado en ese cajón metálico, sin poder ver más allá, tan solo sientes como la gravedad os arrastra a todos hacia la muerte, siendo consciente de que nada puedes hacer.

Cuando uno se encuentra cara a cara con su fecha de caducidad, y además el tiempo es tan limitado, aparca todos sus prejuicios y termina por elegir salvar su alma en un último intento de ponerse a bien con ese mismo Dios, que diez minutos antes, casi rechazaba.

Sin embargo, a mi mente no acudieron rezos ni plegarias. Imaginaba a los pilotos del avión tocando ese botón mágico que detuviera la inminente tragedia.

Nunca sabré quien fue el que impidió que aquello terminase como debía hacerlo, pero poco a poco, comencé a

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notar como la caída se ralentizaba hasta llegar a un punto en que una sensación de alivio, de volver otra vez a nacer, recorrió todo mi cuerpo al comprobar que poco a poco, volvíamos a tomar altura. Miré de nuevo a mi alrededor, casi todos habían dejado de gritar aunque continuaban colocándose de manera nerviosa las mascarillas que debido al sistema automático, se habían desprendido al unísono creando todavía más confusión entre los pasajeros.

Lentamente, y con la angustiosa experiencia aún reciente, nos fuimos tranquilizando, aunque el resto del viaje, lo pasamos en un absoluto silencio, con ese temor de no querer moverte por miedo a que cualquier gesto, desencadene otra vez el caos. Esa creencia que carente de fundamentos, nos sugiere que no debemos cambiar nada cuando todo está en orden en nuestra vida, porque si lo hacemos, y algo malo nos ocurre, no dejaremos de sentirnos culpables.

Por fin, llegamos hasta nuestro destino. El aterrizaje tan solo era la última recta en una maratón, donde ya puedes ver al fondo la línea de meta. La tensión acumulada nos obligaba a mantener la respiración mientras el avión, tomaba tierra con un brusco golpe, y deceleraba hasta una velocidad en la que de manera natural, nos hacía sentirnos a salvo.

En ese mismo instante, muchos comenzaron a llorar, a soltar la angustia retenida por la desagradable experiencia, y otros, presos del mismo trauma, reían, celebrando la batalla ganada a la muerte, sin importarles tan siquiera que esa misma guerra, ya está perdida desde que abrimos los ojos por primera vez.

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Supongo que recibir un tiempo extra cuando pensabas que habías llegado ya al final, termina por hacerte reflexionar, pensando si ha merecido la pena lo vivido, o por el contario, es hora de cambiar algunas cosas que nos impiden ser quien somos . Deduzco por lo tanto, que nuestra vida trascurre tan rápido, que no tenemos tiempo de parar y tratar esa importante cuestión, y por ese mismo motivo, a la mayoría, solo nos queda arrepentirnos cuando vemos caer los últimos granos en nuestro reloj de arena.

Cuando bajamos por la estrecha escalera que nos conducía a la tranquilidad de pisar el suelo firme, pude ver el ajetreo del personal sanitario que al amparo de las vistosas luces de los equipos de emergencia, nos esperaban para atender cualquier posible incidencia producida por el marcado suceso.

Mientras caminaba, pude ver a Julián, que se perdía entre las ambulancias abrazando a su pequeño maletín como aferrándose a lo único que le daba consuelo en ese momento.

De repente, me detuve entre el alboroto de médicos y pasajeros que mutuamente se buscaban entre sí.

- No sé cómo voy a volver, dije en voz baja, con la cabeza agachada y la mirada perdida en el gris y uniforme suelo de aquel aeropuerto.

- No podré subirme a ningún otro avión. Sostenía convencido de que sería incapaz de volver a volar.

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- Al contrario, mí querido amigo. Susurró la conocida voz de del hombre que se encontraba detrás de mí.

- Ahora es cuando más tranquilo debe usted hacerlo. Dijo colocando su mano sobre mi espalda.

Volví mis ojos hacia él para poder ver su cara, que a pesar de lo ocurrido, no dejaba de reflejar esa singular sonrisa que casi parecía formar parte de su rostro habitual.

- Las probabilidades de que algo vuelva a ocurrirle durante el vuelo, son ahora muchísimo menores. No olvide que se suele decir, que un rayo, no cae dos veces en el mismo sitio.

- Ahora, debería usted volar mucho más despreocupado. Terminó diciendo como si aquellas palabras fuesen suficientes para resolver mi pequeño problema psicológico, y se marchó caminando con un apacible andar como si lo ocurrido, para nada le hubiese afectado.

Reflexioné un instante, en silencio, pensando en que envidiaba la valentía y firmeza que ese hombre reflejaba.

De nuevo, aquel encuentro terminó sin una despedida, como si de un amor de verano se tratase, sin cruzar un número de teléfono donde poder enviar un mensaje que traiga a la memoria la tímida y fugaz amistad que la alarmante situación generó.

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11. PARA TODO.

Tras asegurarse con un pequeño chequeo y algunas preguntas protocolarias, que me encontraba lo suficientemente bien como para poder continuar, me acompañaron junto a otros pasajeros, hasta la zona de aduana, y de ahí, a la de equipaje.

Allí esperamos algo más relajados, volviendo a conectar con la rutina de un viaje que debería haber sido normal.

Al cabo de unos minutos, comenzaron a salir nuestras maletas, que como si de una procesión se tratase, se acercaban lentamente en fila, trasportadas por la cinta de color negro que recorría casi toda la sala.

No tardé mucho en reconocer la mía, una gran maleta gris que mis padres me habían regalado cuando mi ex pareja y yo, decidimos recorrer el sur de Italia.

La recogí y comencé a caminar, siguiendo con calma los grandes letreros que indicaban con una flecha blanca la salida.

Llegue hasta un amplio pasillo, donde multitud de personas lo recorrían en una única dirección, cargados con llamativas y diferentes maletas, pero sobre todo, con rostros contentos aunque cansados. Conforme nos acercábamos a unas grandes puertas de cristal, se iba oyendo cada vez con más fuerza un gran murmullo de personas, que esperaban con una evidente impaciencia la llegada de sus seres queridos.

Yo llevaba la foto de Isabel en el bolsillo, pero la había memorizado tanto, que estaba seguro de poderla reconocer nada más verla.

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Caminé un poco esquivando a la gente que sin importarles si entorpecían al resto, se abrazaban entre sentimientos de un entusiasmo retenido.

De repente, alguien me tocó el brazo haciendo que me detuviera en seco, girando mi cabeza hacia atrás.

- ¿Es usted Martin? Dijo una chica de piel bastante oscura y una larga coleta de color azabache.

- Y usted debe ser Isabel, respondí ofreciéndole mi mano para formalizar aquella rápida presentación.

- Ya está todo preparado, ahora le acompañaré al hotel para que pueda descansar, dijo mientras caminaba delante de mí con cortos pero veloces pasos.

Yo la seguía arrastrando mi pesada maleta, pensando que era aún más baja de lo que aparentaba en la foto.

- No tiene usted un acento tan pronunciado como esperaba, le comenté con la idea de entablar alguna pequeña conversación para intimar un poco más en nuestra recién iniciada relación de amistad.

- Yo nací en un pequeño pueblo situado en el estado de chihuahua, contestó sin dejar de caminar aunque moderando un poco el paso.

- Pero cuando cumplí los dieciocho, me marché a España a estudiar, allí pasé varios años trabajando, hasta que la nostalgia que cada día me invadía, me hizo tomar la decisión de regresar a mi tierra natal. Durante aquellos años en

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Madrid, perdí casi por completo el cerrado acento norteño con el que llegué.

Salimos finalmente por la exorbitante puerta principal, y tomamos el taxi que con una inusual paciencia, nos llevó hasta el hotel donde me hospedaría un par de días antes de proseguir con mi dilatado viaje.

Durante el trayecto, tras llegar a un lógico acuerdo para tutearnos mutuamente, Isabel me contó que tras su regreso a México, se dedicó al estudio e investigación de las culturas y tradiciones antiguas pertenecientes a los estados más al norte del país, trabajando como asesora tanto para el gobierno, como para particulares interesados en esos temas.

Sin embargo, la pregunta que más curiosidad me producía, era saber cómo se habían conocido ella y Carlos, ya que él, hasta ese día en el que compartí el pequeño secreto de mi viaje, jamás me había comentado nada al respecto, y eso me extrañaba bastante teniendo en cuenta que solíamos compartir muchas experiencias personales, bien en busca de consejo, o por el simple hecho de poder manifestar nuestros sentimientos con alguien de auténtica confianza.

Poco a poco, la conversación fue fluyendo hasta que pude encontrar el momento indicado, así que lancé sin más, la pregunta con la sana intención de conocer que vinculo les unía a ambos.

- Bueno, ¿Y cómo os conocisteis Carlos y tú?, le pregunté de una manera más bien indiferente para evitar aparentar que aquella respuesta, me resultaba de un gran interés.

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Se tomó un profuso tiempo para contestar, lo que debido a mi notable naturaleza recelosa, no ayudó demasiado a despejar las dudas sobre si pensaba contarme toda la historia, o por el contrario, cambiaría u omitiría algún detalle.

Quizás, la culpa sea mía por haberme vuelto tan desconfiado, o de esta sociedad, en la que la mentira se ha acomodado de tal manera, que preferimos rebuscar entre escusas y pretextos para no tener que confrontar con la verdad. No hay más que observar todas esas maravillosas vidas que las personas creamos en las redes sociales para intentar ocultar a los demás, la evidencia de nuestros pequeños problemas diarios. Ya no solo son las fotos, cada vez, colocamos más filtros a nuestras propias vidas, quizás, porque no toleramos que los demás, nos vean tal y como somos en realidad.

- Lo cierto es que no hace mucho que le conozco, contestó Isabel haciendo una pequeña pausa y girando tímidamente su cabeza hacia mí, para después continuar.

- Fue en mi último viaje a España. Él estaba en la biblioteca, sumergido entre la lectura de varios libros sobre culturas indígenas de América, y aquello llamó mi atención de tal manera, que no pude resistirme a recomendarle uno de mis libros favoritos. Sin darnos cuenta, nos pasamos la tarde hablando de los pueblos que habitaron en el pasado por toda esta zona central del país, pidiéndome mi número de teléfono tras alabar el gran conocimiento que para entonces, ya tenía sobre ese tema. Al cabo de un par de años, me llamó contándome que estaba planeando un viaje para conocer todos

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esos lugares de los que yo le había hablado, así que le puse en contacto con varios conocidos míos, que se ofrecieron a servirles de guía durante su camino por tierras mexicanas, aunque al final, fui yo quien le acompañó tal y como estoy haciendo hoy contigo.

Un brusco frenazo interrumpió nuestra conversación, deteniendo el taxi enfrente de una bonita e imponente puerta de madera blanca, flanqueada, con dos grandes columnas de piedra y un lujoso escudo heráldico justo encima de esta.

- Hemos llegado a su hotel, dijo el taxista bajándose del coche para ayudarme a sacar el pesado equipaje del maletero.

Saqué mi billetera del bolsillo donde llevaba gran parte del dinero que iba a necesitar, y le pagué dándole también las gracias por el tranquilo trayecto.

Isabel se bajó del coche para darme las últimas instrucciones antes de marcharse. Por lo poco que sabía, ella pensaba pasar la noche en casa de una prima suya con la que había estado muy unida desde pequeña.

- Yo le recogeré por la mañana, dijo sacando un pequeño librito con una gran bandera de México ocupando casi toda la portada.

- Aquí le he dejado señalados algunos lugares de interés que se encuentran por las inmediaciones del hotel, por si le apetece salir a dar una vuelta. Procure tener cuidado y no se salga de las zonas indicadas, recuerde que esta, es una ciudad

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con un alto nivel de delincuencia debido entre otras causas, a la enorme cantidad de personas que viven en ella.

Más que sus palabras, fue un prudente tono de voz, lo que me hizo tomarme muy en serio aquella sugerencia.

- Lo tendré en cuenta, le respondí.

- Pero antes, dije sacando rápidamente el teléfono del bolsillo.

- ¿Le importaría hacerme una foto?, es para enviársela a una amiga.

Con un fugaz y cómplice gesto, cogió el teléfono y comenzó a dar pequeños pasos hacia atrás indicándome con la otra mano, que me colocase un poco más a la izquierda, con el fin de poder salir encuadrado con la majestuosa puerta que se hallaba ante nosotros.

Tras sacar la foto y darle las gracias, se volvió a subir de nuevo al taxi para terminar despidiéndose con el ruidoso sonido del motor, que ya clamaba la impaciencia del desesperado conductor.

Hay ocasiones en las que nos sorprendemos a nosotros mismos siendo víctimas y culpables de la misma mentira. A pesar de tener todas las ideas claras respecto a mi relación con Alicia, no pude evitar que fuese ella, la primera persona a la que envié un mensaje avisando de mi reciente llegada.

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Tras pulsar en el pequeño botón de enviar, fue cuando me di cuenta de la trampa en la que había caído sin darme cuenta, y es que anteponer esa chica, al resto de familiares y amigos, solo podía indicar un estado de entusiasmo, que intentaba negar en vano.

Envié un par de mensajes más, y guardé de nuevo el teléfono en mi bolsillo, acto seguido, alcé mi cabeza una última vez para volver a contemplar la bonita fachada, y entré por el espacioso y bien decorado salón que daba acceso a la recepción del hotel. Allí me atendieron con mucha amabilidad, rellené con paciencia el formulario de entrada con la ayuda del recepcionista, proporcionándome después las llaves, junto a una pequeña reseña de la ubicación del cuarto donde me hospedaría, que al parecer, se encontraba en el tercer piso.

Subí por el moderno ascensor hasta mi planta, y comencé a caminar por una moqueta limpia y muy cuidada que le daba un cierto aire distinguido a todo el lugar. Por todo el hotel, colgaban grandes cuadros de ilustres personajes históricos. Al pasar por el largo pasillo por el que debía girar, un pequeño lienzo llamó mi atención, acercándome para poder apreciarlo mejor.

Se trataba de un retrato de Pedro de Alvarado y Contreras, con una llamativa cruz de la orden de Santiago ocupando casi la totalidad de su armadura.

Lo que en verdad me atraía, no era su historia en sí misma, sino el hecho de trasladar mi mente hacia esa época a través de él, imaginándome como sería haber vivido en aquellas ciudades, o viajado en los lentos y frágiles barcos con los que desafiaban a las aguas del nuevo mundo.

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En cierto modo, y de manera muy personal, me sentí identificado con aquel hombre del cuadro. Yo también había decidido aventurarme en un lugar casi tan desconocido para mí, como quizás lo fue para él. Aunque sí que existía una gran diferencia entre nosotros dos, y es que yo no buscaba fama ni riquezas, tan solo deseaba encontrar esa enseñanza que me ayudase a sobrellevar el peso que llenaba mi alma de afligidos sentimientos.

Lo miré por última vez, y terminé de recorrer los pocos metros que aún me quedaban para llegar hasta la puerta de la habitación.

Al abrirla, una recargada pero muy luminosa estancia se mostró ante mí, con una gran puerta de madera a mano derecha, que daba acceso a un cuarto de baño antiguo pero muy bien conservado.

Caminé hasta la cama dejando a su lado la pesada maleta, y por una maniática costumbre, continué hasta el gran ventanal entreabierto, dejando ver un pequeño balcón de forjado que junto a las columnas y al escudo, daban ese aspecto tan señorial al antiguo edificio.

Desde muy pequeño, y sin saber muy bien el por qué, lo primero que hacía al entrar en la habitación de un hotel, era asomarme a los balcones para tomar una gran bocanada de aire, al mismo tiempo que me deleitaba con las vistas más o menos distantes que tuviese desde allí. Supongo que aquel pequeño ritual, era lo que me hacía sentir de verdad en otro lugar.

Miré hacia ambos lados de la calle y volví a entrar dejando otra vez entornados ambos ventanales, deteniéndome

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en ese instante durante un momento. Casi podía verle deshaciendo los equipajes mientras mi madre, iba colocando pacientemente la ropa, dejándola de forma ordenada dentro del gran armario.

Otra vez ese vacío se apoderaba de mí. Esos anhelados recuerdos de la infancia donde uno podía sentirse tan protegido, y que se entremezclan con el dolor de saber, que jamás se repetirían.

Me quedé durante algunos minutos allí parado, recordando, hasta que por fin, conseguí regresar de nuevo del pequeño viaje por la memoria que me había abstraído por completo.

Mi primera opción, era sin duda tumbarme y descansar del largo y complicado viaje, no obstante, dentro de mí, sabía que aquella soledad no haría más que avivar el desconsuelo que me había llevado hasta allí, así que me di una rápida ducha, y me cambie de ropa con el propósito de dar una pequeña vuelta por la ciudad, esperando que un poco de aire fresco y un corto paseo, consiguiesen sacarme de la repentina melancolía.

Cuando salí a la calle, la luz de las farolas se entremezclaba con las últimas luces del atardecer, pero el trasiego de gente apenas había disminuido. Palpé ambos bolsillos del pantalón buscando el libro que me había dejado Isabel, y tras unos breves segundos, caí en la cuenta de que debía haberlo olvidado encima de la cama. Dudé si volver a subir a buscarlo, pero finalmente, decidí que no lo iba a necesitar al no tener ninguna intención de alejarme demasiado del hotel.

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A pesar de las veces que uno repara en la gran cantidad de habitantes que alberga este delicado planeta, no dejan de parecernos simples números, hasta que te encuentras rodeado de todas esas personas tan distintas en una de las ciudades más pobladas del mundo. Si alguien pudiese vernos desde arriba, tan solo vería un gigantesco hervidero donde cada uno busca su propia supervivencia sin darse cuenta de que en realidad, nunca ha dejado de formar parte del gran sistema, puesto que al fin y al cabo, no somos tan diferentes a un gran hormiguero donde solo unos pocos afortunados nacen para ser reinas, el resto, se pasan la vida trabajando, mientras sueñan casi a diario con otra vida mejor.

Caminé de forma relajada por la calle aprovechando la buena temperatura y disfrutando como un niño de los descoloridos y mal cuidados carteles que cada pocos metros, anunciaban a algún añejo negocio. Después, continué hasta llegar a una gran avenida, donde una lenta procesión de coches tomaba casi todo el protagonismo. A lo lejos se podía percibir una pequeña plaza, donde me dirigí motivado por el gran interés que siempre he procesado hacia ellas.

Cuando por fin llegué hasta allí, pude deleitarme con su adoquinado suelo de piedra, salpicado por bellas jardineras que conducían de manera irregular a una pequeña fuente con su tradicional estatua, que aunque ennegrecida por la contaminación, no me decepcionó. En uno de los lados, varios restaurantes competían entre sí, ofreciendo la mejor comida mexicana al mejor precio posible. Tras recorrer varias veces la plaza, me senté en una de aquellas mesas junto a un gran cartel donde recomendaban de forma perseverante, que probásemos sus sabrosas enchiladas caseras.

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La reposada cena, dio paso a un obligado chupito para ayudar con la digestión. Aunque comer solo no me suponía ningún inconveniente personal, sí que tengo que admitir, que en ese momento, echaba de menos la acogedora compañía de alguien como Carlos, con quien poder compartir la experiencia de tomarse un buen tequila al abrigo del carismático y acogedor lugar, lo que me hizo volver a mirar el teléfono para comprobar si Alicia había visto ya mi mensaje.

Se me hacía un poco extraño el hecho de que aún no lo hubiese leído. Incluso una persona tan reacia al tema de las redes sociales como yo, suelo mirarlas varias veces al día aunque en parte, sea por temas de trabajo.

Tras pagar la cuenta y agradecer al camarero su buen servicio, me levanté con un pequeño ardor producido sin duda por el picante aderezo, y me dirigí hacia una de las largas travesías que partían de la pequeña plaza, pensando que una breve caminata, me vendría bien para rebajar la pesada comida. De camino al hotel, deambulé por varias calles buscando algún indicio visual que me pareciese familiar, pero mi oportuna orientación en aquella ocasión, me jugó una mala pasada. De lo que sí pude percatarme, era de que a cada instante, todo parecía más desierto. Todos los comercios se encontraban ya cerrados, y las pocas personas que me iba encontrando, no me inspiraban la suficiente confianza como para descubrir mi condición de turista al preguntar por el paradero de mi hotel. Al salir a una amplia calle donde aún circulaban varios coches en ambos sentidos, decidí hacer lo más sensato en una situación así, llamar a un taxi para regresar de la forma más rápida y preferible.

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Me coloqué en una esquina bajo la luz de una rancia farola con una tenue luz anaranjada, decidido a buscar entre el abultado tránsito, algún luminoso letrero encendido con la palabra taxi. Afortunadamente, no tuve que esperar mucho tiempo, puesto que enseguida divisé a lo lejos uno, el cual, me dispuse a parar levantando lo más alto que podía mi brazo derecho, moviéndolo de manera insistente para poder captar su atención.

Conforme se acercaba, fue desacelerando poco a poco hasta que se detuvo justo a mi lado, abrí la puerta trasera para acceder, cuando una desgastada voz, hizo que me girase hacia atrás.

- Yo no tomaría ese taxi wey, le intentará estafar. Dijo un hombre, que tumbado al abrigo de la penumbra, no dejaba de observarme con rostro tranquilo, acomodándose algunos cartones bajo sus pies.

Me detuve un instante, y tras razonar muy brevemente las palabras de advertencia del solitario mendigo, tomé la decisión de volver a cerrar la puerta, disculpándome por las molestias causadas, y alejándome del taxi, el cual, continuó su camino, no sin un cierto malestar por parte del malhumorado conductor.

Tras marcharse, volví a mirar hacia ambos lados en busca de un nuevo trasporte que me llevase definitivamente hasta mi hotel, y tras confirmar que en la lejanía no se divisaba ninguno, me giré hacia aquel indigente.

- Disculpe, pero ¿Cómo estaba usted tan seguro de que ese taxista iba a intentar engañarme?, le pregunté con la

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confianza que él mismo me había otorgado al dirigirse hacia a mí antes.

Mantuvo el silencio durante un momento, y tras reincorporarse un poco para sentarse con las piernas abiertas, se volvió a dirigir a mí.

- Llevo viviendo aquí más de treinta años, dijo con la calma que solo una persona sin la menor celeridad podría hacerlo.

- Conozco cada persona, carro y edificio, tanto como un buen abogado el código penal.

Yo me acerqué un poco más, apreciando así de cerca, un rostro envejecido no solo por la descuidada imagen que le proporcionaba la falta de aseo, sino por las arrugas marcadas por el paso de los años.

- Con todos mis respetos, creo que es usted una persona demasiado mayor para vivir en estas condiciones, le dije pensando algo que incluso para él, era más que evidente.

- En parte, llevas razón, respondió con la tranquilidad de no tener nada más por hacer, que mantener esa conversación.

- Yo no soy más que un pobre viejo cuyas únicas posesiones las tengo aquí dentro guardadas, continuó tocándose con el dedo índice su cabeza.

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- Y sin embargo moriré, como lo hará la persona que más riqueza pueda atesorar en este mundo, y ambos, viajaremos con el mismo equipaje hacia el otro lado.

Levantó la vista hacia el cielo.

- Hace mucho tiempo que le perdí todo el miedo a la señora de la guadaña. Susurró como si esas desafiantes palabras, fuesen dirigidas hacia alguien real.

En ese momento, me quedé casi sin poderlo evitar, con la mirada perdida en aquellas arrugas que se marcaban de manera tan evidente en su demacrada cara de anciano, ausentando mi mente de la reflexiva conversación. Era sin duda alguna, otro de los temores que mantenía ocultos dentro de mí, y que en algunas ocasiones resurgía dejándome una sensación de inquietud al contemplar un futuro, del que era imposible escapar.

- No deberías preocuparte, pronunció de repente en voz alta.

- ¿Cómo dice?, pregunte algo contrariado por ese comentario.

Me miró durante unos segundos con una chocante mueca, que manifestaba un cierto síntoma de trastorno mental.

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- Puedo verlo en tus ojos, puedo ver ese dramático terror a la vejez, a lo que el tiempo terminará haciéndole a su joven cuerpo.

Nunca podré explicar cómo ese pobre anciano pudo ver el oculto temor que me invadía de manera inevitable en aquel instante, pero no obstante, llevaba razón.

- Siempre he tenido miedo a esa etapa, en la que caminar, sea una dificultad debido a la torpeza y fragilidad de mis piernas, o tal vez, sea incapaz de abrir una simple botella. Le comenté con una melancólica voz, mientras él me observaba allí sentado con la misma sonrisa desdentada.

- En realidad, no es tan terrible como imaginas. Dijo, con una innegable convicción.

- ¿Alguna vez has navegado en un rio sobre una barca de remos?, preguntó clavando de nuevo sus vidriosos ojos sobre los míos.

- Claro, le contesté, sin saber muy bien hacia donde quería ir con esa pregunta.

- Pues llegar a la vejez es tan fácil como dejarse llevar por ese rio, intentando disfrutar en la medida de lo posible del incierto trayecto. Aunque ahora le parezca que la vida pasa muy deprisa, la sabia naturaleza, le irá preparando de manera paulatina para darle tiempo de asumirlo, para que su mente acepte todos y cada uno de los cambios que modificarán su cada vez, más decadente cuerpo.

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- Lo que jamás debes hacer, dijo levantando su mano derecha para darle más énfasis a lo que parecía una importante advertencia.

- Es, intentar remar a contracorriente, si lo haces, cada vez que pases por delante de un espejo, te obsesionarás cada vez más por continuar remando rio arriba, con la inútil tarea de escapar de esa ineludible situación.

- Y eso, solo te traerá una ofuscación y un sufrimiento que te hará olvidarte del verdadero sentido de la vida, disfrutar al máximo de cada una de sus diferentes etapas.

He de reconocer que aquellas palabras hicieron calmar en gran medida ese lógico temor.

- Lo cierto, es que nunca lo había visto de esa manera, le dije con un gesto reflexivo mientras asentía, reconociendo la evidencia de su original teoría.

Me acerqué un poco más con la intención de darle la mano como agradecimiento por lo que había hecho por mí aquel estimable anciano, pero de repente, un brusco frenazo, hizo que me girase para comprobar cómo a escasos metros de nosotros, tres hombres con la cara tapada, se bajaban de una furgoneta gris.

- Lárgate, gritó con una fuerte y poderosa voz el mendigo.

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Dudé durante un breve instante, y salí corriendo sin pensar si era esa realmente la mejor opción. En esas imprevistas situaciones, uno nunca está preparado, así que dejamos que sea el más puro instinto de supervivencia el que maneje el delicado momento.

Fue justo antes de doblar la esquina cuando me detuve, girándome para intentar analizar un poco más calmado la caótica situación, y decidir si continuar corriendo, o buscar alguna opción que pudiera ayudar al pobre anciano, sin embargo, un profundo escalofrío recorrió todo mi cuerpo al observar que aquellos tipos, habían pasado de largo y se dirigían directos hacia mí.

Salí disparado con la certeza de saber que esos hombres no pretendían nada bueno, improvisando en cada cruce y buscando de manera desesperada alguna persona a la que poder pedir auxilio, pero cada vez escuchaba más cerca el chasquido de sus zapatos golpeando en el asfalto.

Mientras huía, podía sentir como mi acelerado corazón se sacudía violentamente sobre el pecho como si intentase salirse de él, pero no obstante, continué recorriendo aquellas calles cada vez más oscuras sin volver la vista atrás, con la vaga esperanza, de que aquellos tipos abandonasen en su empeño de llegar hasta mí.

Un par de calles más allá, giré a la derecha en un nuevo intento por despistarlos, pero la aciaga fortuna, hizo que terminase metiéndome en un callejón sin salida, deteniéndome justo delante de una gran pared de viejos y desconchados ladrillos marrones. Me apoyé sobre ella intentando recobrar el

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aliento, siendo consciente de que ya no había mucho más por hacer para poder librarme de la fatídica tesitura.

Miré hacia ambos lados buscando algo con lo que poder defenderme, observando en la semioscuridad, a los tres hombres que se habían detenido en la entrada, aprovechando también para recuperarse del tremendo esfuerzo que a todos nos había ocasionado la prolongada carrera.

- Os daré todo lo que tengo, les grité con una nerviosa voz, esperando que les bastase con llevarse el teléfono y el escaso dinero que llevaba encima.

Sin embargo, Un profundo silencio reinó en aquel frio y oscuro callejón, roto solo por el jadeante sonido de mi respiración.

- Puedo conseguir algo más de dinero si me dejáis ir hasta mi hotel. Volví a decirles levantando un poco más la voz, pero no salió ni una sola palabra de ninguno de los tres.

Caminaron hacia mí muy despacio, asegurándose de ocupar todo el máximo de la calle para evitar que pudiera escapar, con un macabro misterio que conseguía aterrorizarme todavía más.

Cuando apenas se encontraban a unos escasos metros, supe que ni las negociaciones ni las súplicas servirían de nada, así que en un último intento a la desesperada, di unos pocos pasos hacia atrás para elegir el mejor lugar por donde intentar pasarles, y con una brusca y decidida zancada, me tiré hacia la izquierda golpeando al que parecía tener una constitución algo más débil.

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Conseguí pasarle, aunque debido al fuerte encontronazo, perdí el equilibrio cayendo de manera irremediable al suelo, coloqué mis manos rápidamente para intentar levantarme antes de que se me echaran encima, pero en ese mismo instante, noté un fuerte golpe en la parte de atrás de mi cabeza que me hizo perder el conocimiento.

12. ARREPENTIRSE.

Desperté abriendo los ojos muy lentamente, con un tremendo dolor que recorría toda mi cabeza como las olas chocando una y otra vez contra un acantilado.

Coloqué mi mano sobre la nuca mientras mi nublada vista, vislumbraba una estropeada y sucia pared a escasos centímetros de mis pies. Recorrí con la mirada lo poco que alcanzaba a vislumbrar, ayudándome con la mano para intentar ver más detalles del extraño lugar donde me encontraba, pero tan solo pude apreciar una cierta proximidad del resto de las paredes, lo que me llevó a la pavorosa conclusión de encontrarme en una pequeña habitación cuadrada, demasiado pequeña para mi profunda claustrofobia. Me reincorporé hasta quedarme sentado sobre el mugroso y frio suelo, no había ningún tipo de mueble, y la oscuridad, se encontraba rota tan solo por una minúscula ventana que se podría apreciar muy cerca del techo.

Poco a poco, me fui acostumbrando a la tenue luz que escasamente iluminaba aquella estrecha habitación. De

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repente, alguien abrió una puerta que al parecer me había pasado desapercibida, dejando entrar una considerable luminosidad de la que tuve que protegerme colocando mi brazo sobre los ojos, que entrecerrados, intentaban distinguir lo que se ocultaba tras aquella claridad. Intenté forzar un poco más la vista, pero tan solo pude distinguir la figura de un hombre.

- Ya despertó el pendejo. Dijo volviendo a cerrar la puerta con un fuerte sonido metálico que acentuó aún más el terrible dolor de cabeza.

Permanecí allí sentado durante algún tiempo más, y al cabo de un rato, me levanté apoyándome sobre la pared más cercana. Busqué la puerta palpando con ambas manos para poder averiguar el lugar exacto dónde se encontraba, y después, me centré en la pequeña ventana que había cerca del techo, y en la que se podían apreciar varias capas de pintura que le habían otorgado un curioso tono verdoso.

Volví a colocarme la mano con mucho cuidado sobre la nuca, notando una pequeña herida que al parecer, había dejado ya de sangrar. En ese momento, un lejano murmullo se escuchó detrás de la puerta. Un murmullo que se hacía cada vez más claro, como si alguien se acercase dando pequeños y cadenciosos pasos hacia mí. Con el espantoso terror de no saber aún donde me encontraba, pegué mi cuerpo a la pared y fijé los ojos intuyendo que esa puerta se abriría en cualquier instante.

Las voces se acallaron, y un débil forcejeo, como de cadenas chocando entre sí, provocaron que instintivamente

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me pegase aún más sobre la fría pared. De repente, la pequeña habitación se volvió a iluminar, entrando dos hombres con la cara tapada que se abalanzaron sobre mí, sujetándome los brazos con extrema dureza. Me obligaron a arrodillarme tensando un poco más mis doloridos hombros, y cuando se aseguraron de tenerme bien inmovilizado, un tercer tipo bastante más alto que los demás, entró con una temerosa calma, sujetando una vieja cámara de fotos en sus manos.

- Levanta bien la cabeza, pinche cabrón. Dijo uno de los tipos que me tenían sujeto, agarrándome de los pelos y tirando hacia atrás con una odiosa rabia.

El hombre de la cámara se colocó a unos treinta centímetros de mí, y agachándose hasta ponerse a mí altura, me sacó un par de fotos retirándose después sin pronunciar ni una sola palabra. Cuando salió de la habitación, me empujaron hasta que terminé acostado con una incómoda posición sobre el gélido suelo, y se marcharon cerrando la puerta dejándome allí tirado.

Al cabo de un largo rato, el silencio se apoderó de nuevo de aquel lugar, fue entonces cuando comencé a ser consciente de la crítica situación en la que me encontraba, rompiendo a llorar, y pensando que lo más probable, era que no saliera de allí con vida.

Es curiosa esa sensación de extraño arrepentimiento que tenemos los seres humanos. Cuando algo malo nos ocurre, nuestra mente, antes de poder aceptarlo, intenta imaginar otro futuro alternativo en el que esquivamos el terrible suceso cambiando alguna parte de nuestro pasado, aun siendo

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conscientes de que ya no se puede hacer nada más que afrontar los hechos y asimilar las consecuencias.

Durante varias horas, no pude evitar meditar una y otra vez, en todas las situaciones que me habían llevado hasta allí, y me martirizaba la idea de pensar que si me hubiese quedado en el hotel, o simplemente hubiese vuelto por cualquier otra calle, ahora no me encontraría en esa desdichada situación.

Poco a poco, la oscuridad se fue adueñando de la habitación, hasta que me fue imposible ver mis propias manos delante de mi cara. Intenté buscar la mejor postura, acomodándome en una de las esquinas, y allí permanecí sentado, con los pensamientos y emociones que de manera aleatoria recorrían mi cabeza como si buscasen alguna salida a la aterradora situación en la que me encontraba. Pensaba en las cosas que fui dejando apartadas por falta de tiempo, o cómo reaccionaría mi familia cuando algún trajeado diplomático les diese la fatídica noticia. Sabía que me iba a ser imposible dormir aquella noche, y que lo peor, vendría quizás a la mañana siguiente, pero al cabo de algunas horas, mis ojos se cerraron, debido quizás al notable agotamiento que me produjo tanta tensión acumulada.

13. NUEVE PASOS.

Un peculiar cosquilleo sobre mi mano, hizo que me despertase entre mi propia extrañeza por haberme quedado dormido. La luz había vuelto a llenar aquella habitación lo suficiente como para poder apreciar la abundante suciedad de

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sus paredes. Miré hacia abajo y pude comprobar con horror, como una gran cucaracha casi tan grande como el dedo pulgar, se paseaba indiferente entre mis manos. Con una fuerte sacudida me la quité de encima, perdiéndola de vista debido al rápido movimiento, y me puse de pié para evitar que esa repugnante criatura, volviese a deambular libremente sobre mí cuerpo.

Las horas pasaron entre la incertidumbre de saber cuánto duraría la horrible pesadilla, y los recuerdos que traía a mi cabeza para intentar evadir mi mente de aquel tétrico lugar. Lo más curioso, era que durante algún breve momento, me sorprendía esbozando casi sin querer, una pequeña sonrisa al evocar la feliz época de la niñez, cuando pasaba los días en la casa de la playa, jugando con la blanca y acolchada arena a los pies de mis padres, cuya vista no apartaban ni un solo instante de mí.

Al cabo de un rato, me volví a sentar en el suelo, cambiando de posición cada cierto tiempo para evitar que los músculos, se entumecieran debido a una prolongada postura. Pensaba que quizás, todas esas respuestas que tanto anhelaba cuando decidí hacer este viaje, ya no las iba a necesitar, que iba a morir con la angustia de no entender qué había hecho yo para merecer tan dramático final.

Inesperadamente, un rápido escalofrío recorrió todo mi cuerpo al volver a escuchar el mismo sonido de candados y cadenas proveniente del otro lado de la puerta. Tras abrirse, volvieron a entrar como perros de presa peleándose por su víctima.

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- Levanta cabrón, necesitamos otra foto. Dijo uno de aquellos hombres mientras el más alto permanecía en silencio observando la escena desde la puerta.

Me levanté obedeciendo por miedo a las consecuencias, cuando sin previo aviso, comenzaron a golpearme, centrándose sobre todo en mi cara. Yo intentaba en vano taparme con ambas manos, suplicándoles entre sollozos que parasen, pero no se detuvieron hasta que el tercer hombre, se acercó a nosotros y puso su mano sobre el hombro de uno de ellos.

Noté entonces, como me agarraban del pelo, y con un fuerte tirón hacia atrás, me obligaron a mirar directamente hacia delante, pudiendo sentir la sangre resbalando por mi mejilla, que se juntaba como un aciago afluente con la que salía de la nariz, y bajaba por el cuello hasta ser empapada por la camisa azul que llevaba puesta.

Volvieron a sacar la vieja cámara de fotos y realizaron varias fotos más, asegurándose de que tuviese los ojos bien abiertos, después, se volvieron a marchar entre risas y comentarios malsonantes.

Me limpié como pude la sangre con las mangas de la arrugada camisa, intentando razonar de donde debía provenir tanta maldad, como era posible tal carencia de escrúpulos, que conducía a esas personas a disfrutar haciendo daño tanto físico como emocional a otro ser humano.

Supongo que cuando no se tiene nada a lo que aferrarse en esta vida, ni material, ni emocional, el miedo a morir se desvanece casi por completo, llegando incluso a ser una cierta liberación del sufrimiento y la desesperanza con los que muchas personas conviven, y cuando uno ni siquiera valora su

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propia vida, tampoco se puede esperar que lo haga con la de los demás.

Rompí de nuevo a llorar, sumergido en una absoluta impotencia, tenía todo el cuerpo dolorido, y hacía casi dos días que no había comido ni bebido nada, mis ánimos habían decaído hasta el punto de no importarme si el final de aquello era la propia muerte, tan solo quería que todo terminase de alguna manera.

Dios, como le echaba de menos, si él estuviese vivo, ahora no me encontraría en esta espantosa incertidumbre. Podría parecer un malcriado egocéntrico, pero no entendía por qué el cruel destino, se había llevado a un padre del que tanto dependíamos. Si cerraba los ojos, casi podía escucharle, aconsejándome con esa prudente sabiduría, que envolvía a sus reflexivas palabras.

Recuerdo las pequeñas historias que nos contaba de pequeños sobre como los hombres y las mujeres se las ingeniaban para engañar al mismísimo diablo, pidiéndole ciertos favores a cambio de un alma que nunca llegaban a entregar. Me encantaba imaginar los mágicos lugares donde se iba desarrollando la escena, y sonreía cada vez que el diablo aceptaba alguna apuesta, porque ya vislumbraba que al final de la historia, aquel maligno fanfarrón, la terminaría perdiendo. Sin embargo, lo que siempre obviaba en sus historias, es que algunas veces, ese diablo termina saliéndose con la suya, y que incluso los más astutos, suelen terminar perdiendo por culpa de alguna mala jugada.

Me limpié las escasas lágrimas que aún corrían sobre mi cara, y clavé la mirada en el suelo con una funesta sensación derrotista, rindiéndome al cruel destino que en esta ocasión,

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me había ganado la partida, pero en ese mismo momento, quedó colgando el precioso escapulario que Alicia me había regalado el mismo día que la conocí. Lo cogí entre mis manos, y al contemplarlo, vinieron a mi mente todos los bellos recuerdos que aunque muy breves, consiguieron refugiarme por un momento, de toda la tristeza que me invadía. Recordé entonces la sencilla promesa que le hice de contarle a mi regreso, aquella mala experiencia sentimental que terminó desgastando en mí, la confianza en las relaciones amorosas.

A pesar de lo poco que pude llegar a conocerla, estoy seguro de que Alicia, no hubiese dejado jamás que me rindiera de esa manera, desvalido y lloriqueando como un perfecto fracasado.

Me puse de pie aire decidido, y sujetando con firmeza el frágil escapulario, me juré a mí mismo que aguantaría hasta el último suspiro con la misma valentía que hubiese demostrado ella, porque en cierto modo, se lo debía, y a mi familia, y a Carlos, y a todos los que me apoyaron en mis maniáticas pretensiones de salir a buscar todas esas absurdas respuestas. Pero sobre todo, iba a aguantar por él, por mi padre, por todo lo que hizo por mí hasta el mismo día de su maldita muerte. Así que me recompuse, volví a guardar el escapulario, y decidí que intentaría adaptarme a la delicada situación, manteniendo la calma en todo momento.

Cerré fuertemente los ojos, e imaginé que me encontraba cayendo dentro de un gran pozo en el que todavía no podía ver lo que se ocultaba en el tenebroso fondo, pero sabiendo que antes o después, llegaría hasta el final, y que hallase lo que hallase allí dentro, lo aceptaría.

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Quizás, lo peor de todo, era que las horas pasaban con demasiada lentitud, y la única forma de escapar de la terrible soledad, eran tan solo mis propios pensamientos, que recorría una y otra vez de una manera casi desordenada. Gracias a la pequeña ventana, podía llevar la cuenta de los días que pasaba encerrado en aquella injusta prisión, y para no volverme loco, intentaba matar el tiempo con cualquier cosa que se me ocurriese por muy estúpida que pareciera.

- Nueve pasos, pronunciaba en voz alta mientras anotaba en mi cabeza el recorrido entre la puerta y la pared de enfrente.

- Nueve malditos pasos, volvía a repetir pensando en que esa absurda distancia, me retenía cautivo en aquel detestable lugar.

14. EL CAJON DE MADERA.

Por algún motivo que desconozco, y por muy mala que sea la situación en la que te encuentres, se termina generando una cierta costumbre en la que apoyarse para intentar mantenerse cuerdo, incluso puede ser que estuviese sufriendo sin darme cuenta el tan conocido síndrome de Estocolmo, pero el caso, es que a partir del quinto día, la visita diaria que mis secuestradores me hacían de manera metódica, se había convertido en un anhelo que solía romper con la rutinaria soledad. Habían dejado de maltratarme tanto física como

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psicológicamente, limitándose a entrar en completo silencio, depositando una vieja bandeja con algo de comida decente y una botella de agua en el suelo para después, marcharse hasta el siguiente día. Tengo que reconocer que fue demasiado radical el cambio entre el primer miedo y la rápida aceptación, pero supongo que no es necesario demasiado tiempo para que un aislamiento tan severo, termine pasando cierta factura psicológica.

Quizás para muchos de vosotros, siete días pueden parecer un corto periodo de tiempo, pero para mí, ya había pasado toda una eternidad, al fin y al cabo, todo depende de las circunstancias en las que te encuentres.

Las pequeñas heridas producidas por la cruel paliza, se habían cerrado sin problemas de infección, y lo único que me preocupaba en ese momento, era pensar que lo más probable, es que fuera de aquellas paredes, ya me hubiesen dado por muerto en virtud del tiempo trascurrido desde el secuestro, pero sobre todo, a las fatídicas estadísticas que albergaban este tipo de sucesos, aunque muy dentro de mí, aun conservaba la tímida esperanza de salir vivo de aquel lugar, debido sobre todo, a que esos tipos aún continuaban manteniéndome con vida.

En los peores momentos, mi mente cavilaba sobre la idea de intentar escapar, estudiaba con calma cualquier oportunidad, aprovechando sobre todo, su cada vez más acentuada relajación a la hora de entrar con la comida, pero la determinación de llevar a cabo los planes que solía crear, se desvanecían al pensar en las terribles consecuencias que podrían ocasionarme en el caso de fracasar en el intento. Me encontraba pues, en una de esas macabras encrucijadas del

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destino, esas en las que ni siquiera estás seguro de si ambos caminos te conducirán hacia el mismo condenado lugar. Así que a pesar de toda la incertidumbre de no conocer si ese sería el final, tomé la decisión de continuar esperando, y confiar que en alguna de esas visitas, entrasen con el propósito de concederme la libertad, o en el peor de los casos, para acabar con mi vida.

Los días pasaron, y levantarme por la mañana lo terminé convirtiendo en todo un ritual, que de forma metódica, seguía paso a paso. Me colocaba de pié, y estiraba sin prisas cada uno de los agarrotados músculos que el duro suelo me ocasionaba al dormir. Después, daba algunas vueltas por la angosta habitación, cambiando el sentido cada cierto tiempo para evitar marearme, y al terminar, me volvía a sentar evadiendo de nuevo mi mente con cualquier pensamiento o recuerdo, hasta el momento en que el tintineo de las cadenas, me indicaba que se aproximaba la hora de la comida.

Todo continuó con esa invariable monotonía, hasta que al décimo día, un estrepitoso ruido, me despertó bruscamente, dejándome algo confuso, intentando averiguar que podría haberlo causado. Solo pude deducir que provenía de algún lugar cercano a mí, enseguida se escucharon varios golpes más, y un gran alboroto que terminó con un fuerte y metálico golpe en la puerta. Asustado, me senté arrinconándome en una de las esquinas rodeando mis rodillas con los brazos. De repente, otra vez el silencio, aunque me pareció distinguir un lejano murmullo proveniente del otro lado de la pequeña ventana. Acerqué mi oído para ver si era capaz de escuchar algo más, pero la calma volvió a apoderarse de aquella habitación.

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Sin embargo, no habían pasado ni cinco minutos, cuando de nuevo, un constante murmullo procedente esta vez del lado de la puerta, se acercaba muy despacio hacia mí. En esta ocasión, si pude distinguir varias voces, las cuales denotaban un pronunciado acento mexicano. Aunque no podía entender lo que decían, si pude apreciar que algunas tenían un tono mucho más grave. Se detuvieron justo al otro lado de la puerta, y entonces, volví a escuchar el tintineo de las cadenas que se entremezclaban con un susurro, hasta que finalmente, alguien abrió la puerta.

Debido a la tremenda luminosidad, solo pude apreciar un par de figuras que se acercaban en silencio hacia mí. Me pegué temeroso a la pared más alejada, comprendiendo que había llegado el final de aquel cautiverio, y por lo tanto, era la hora de saber si me dejarían libre, o terminarían acabando con mi vida.

- No se preocupe, venimos a sacarle de aquí. Dijo una calmada y pacifica voz mientras uno de los hombres, ponía su mano lentamente sobre mí.

En ese instante, no pude reprimir las escondidas lágrimas que había ido reteniendo durante los amargos días en los que me mantuvieron cautivo.

Me ayudaron a levantarme, y fue entonces cuando pude apreciar los oscuros uniformes de la policía mexicana.

Salí acompañado por ellos de la reducida habitación, y por primera vez, pude apreciar lo que había detrás de la puerta que me mantuvo encerrado en ese lugar. Se trataba de una estancia bastante grande y en un estado casi ruinoso, las

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paredes estaban terminadas con varios tipos de ladrillos distintos, como si se hubiese construido con los restos de otras construcciones. La suciedad era más que evidente, y varios cables con unas grasientas bombillas al final, colgaban a media altura de manera desordenada. En una esquina, una vieja mesa rallada y un par de sillas era todo el mobiliario que podía apreciarse, y restos de basura se acumulaban en los rincones, otorgándole un desagradable olor bastante más pronunciado que el de la pequeña habitación donde yo me encontraba. Salimos por fin afuera, donde un trasiego de agentes, caminaba entre la casa y los coches que se encontraban aparcados de manera errática y dispersa por toda la calle. Me acompañaron sin apartarse ni un instante de mí, con agradecidas palabras de ánimo hasta la parte de atrás de una llamativa ambulancia colmada de coloridas luces parpadeantes, y al subir, pude apreciar de reojo como mis raptores, eran metidos casi a empujones en un gran furgón policial de color negro.

Los dos agentes, se subieron conmigo, y mientras partíamos camino del hospital, un amable enfermero, me retiró con sumo cuidado la pestilente y estropeada camisa que se encontraba manchada con un grasiento sudor maloliente, mezclado con los restos de sangre reseca procedente de la paliza que aquellos malnacidos me propinaron.

- ¿Cómo se encuentra? Dijo enfocándome con una pequeña linterna para examinarme las heridas casi cicatrizadas.

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- Estoy bien, le respondí con la confusión y el éxtasis del momento.

- Vamos a llevarle al hospital para hacerle unas cuantas pruebas y después podrá descansar. Volvió a decir casi en voz baja el atento enfermero.

El viaje se me hizo extremadamente largo, supongo que debido al abundante tráfico, y a que la carencia de algún síntoma que indicase un rápido traslado, nos hacía circular con la sirena y las luces apagadas. Cuando llegamos allí, me ofrecieron una silla de ruedas a pesar de dejarles claro, que a parte de las pequeñas heridas y alguna que otra zona un tanto inflamada, me encontraba bastante bien, pero ellos insistieron en llevarme allí sentado hasta una abarrotada sala de espera, dejándome después, acompañado por los dos agentes, que salvo por alguna que otra palabra suelta, permanecían en un moderado silencio esperando a que me hicieran pasar a la zona de consulta.

Al cabo de un largo rato, volvieron a por mí con una carpeta en la mano y un bolígrafo para que firmase la documentación concerniente al tema administrativo, para poder realizarme algunas pruebas médicas. Me acompañaron hasta la sala de rallos X, y más tarde, un joven y muy enérgico médico, me realizó un pequeño examen corporal al tiempo que me hacía breves preguntas sobre lo ocurrido. Yo contesté un poco nervioso, intentando contarlo todo con la calma que me otorgaba el saber que todo había terminado, aunque supongo que de alguna manera, acabaría exteriorizando la terrible experiencia.

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- Es usted una persona con mucha fortaleza, me dijo sonriente.

- Le agradezco el cumplido, le contesté sabiendo que ese comentario no tenía otro fin que el de intentar fortalecer mi decaída autoestima.

Tras un breve periodo en el que examinó cada una de las pruebas, asegurándose de que a parte de las evidentes heridas superficiales, no existía ningún otro problema, me acompañó hasta la salida, ofreciéndose de una manera muy amable a que volviese de nuevo si surgía algún tipo de inconveniente.

No sabría explicar los motivos por los que le oculté que toda la fortaleza que tuve durante aquellos días, fue debido a la energía que el bonito escapulario, o lo que representaba para mí, me había otorgado de manera psicológica. Supongo que no quería que pensara que todo ese calvario, quizás había terminado por volverme un poco chalado.

Abrió de par en par la puerta de la consulta, y a continuación, agarró con firmeza la silla, empujándome con la destreza que solo la veteranía podría establecer.

- ¿Me permite que le enseñe una cosa aunque ello implique extralimitarme de mis funciones?, preguntó mientras caminábamos por el largo pasillo.

- Claro, le respondí.

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- Verá, dijo haciendo una pequeña pausa y desacelerando a la vez un poco el paso.

- Imagine un gran cajón de madera, no importa como lo represente, puede ser del color que desee, y tan grande como usted quiera, los únicos requisitos que le pediré son: que esté vacio, y que tenga una tapadera en la parte de arriba.

Yo cerré mis ojos, y tras imaginar un gran cajón de cobrizo roble colocado en el centro de un viejo desván polvoriento, asentí para que pudiese proseguir.

- Bien, ahora coja todos esos malos recuerdos y guárdelos dentro. Cuanto peor le hagan sentir, más ha de esforzarse por introducirlos en el fondo.

- Debe hacerlo ahora que aún están recientes en su memoria, dijo enfatizando esto último.

Poco a poco, fui recordando los peores momentos que pasé en ese lugar, al tiempo que imaginaba tal y como él decía, metiéndolos en el suelo del gran cajón.

- Cierre con mucho cuidado la tapa y después piense en sus palabras mágicas favoritas, no importa cuales o cuantas sean.

Aquello me extraño un poco más, pero no obstante continué sus indicaciones para saber hasta donde quería llegar.

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- Ahora viene lo más importante, dijo frenando en seco y agachándose un poco más, hasta casi susurrarme al oído.

- Cuando abras esa tapa y te asomes dentro, ya no habrá más sufrimiento, ni angustia, ni miedos. Todas esas situaciones, ahora son pequeñas lecciones que has aprendido, y que quizás puedas necesitar algún día. Tan solo recuerda, que a partir de ahora, tienes un cajón lleno de enseñanzas que podrás usar para afrontar cualquier tesitura en la que te encuentres.

Aceleró un poco más el paso, y con una opulenta voz, dijo:

- Si lo haces correctamente, te convertirás en una persona más heroica y valerosa de lo que nunca fuiste, porque has aprendido a trasformar emociones en sabiduría, y eso, aunque ahora no lo creas, te proporciona ciertas ventajas en la vida.

Continuamos avanzando por los interminables pasillos del hospital mientras yo, reflexionaba sobre el diálogo con el que el joven doctor, me había obsequiado de una manera tan insólita, hasta que justo antes de salir de nuevo a la sala de espera, donde aguardaban los dos agentes con un marcado gesto de impaciencia, se detuvo de repente.

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- ¿No pensará usted salir así a la calle?, preguntó refiriéndose a la antiestética camisola de hospital que me había puesto uno de los enfermeros.

- Mi camisa creo que ha terminado en la basura, le respondí con cierto aire jocoso.

- ¡No se preocupe!, exclamó girando hacia la derecha para terminar entrando en una enorme habitación, con varias camas separadas unas de otras por unas largas cortinas, y dejándome, al lado de un pequeño mostrador atestado de toda clase de utensilios e impresos.

- Enfermera, susurró para captar la atención de una de las chicas que conversaban apoyadas sobre la barra.

Ambas chicas se giraron casi a la vez.

- ¿Les importaría cuidar de Martin mientras intento conseguirle alguna camisa que pueda ponerse? Les preguntó.

- Claro, contestó una de ellas acercándose un poco más a mí, pero sin dejar de continuar hablando sobre los asuntos particulares que tan abstraídas les tenían.

Yo permanecí callado, con los brazos apoyados en la silla y contemplando el enredado trasiego de médicos, enfermeros y familiares que entraban y salían de aquella extraña habitación. A los pocos minutos, una mujer entró entre sollozos y gemidos, rompiendo la débil calma que presidía

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hasta ese momento, afortunadamente no tardaron mucho en conseguir que se tranquilizara lo suficiente como para que aquel lugar, volviese a ser el apreciable murmullo anterior a su escandalosa entrada. Lo que sí despertó en mí cierta curiosidad, era que casi todas las camas, estaban ocupadas por gente de muy avanzada edad. Un panorama sin duda algo desolador, pero no obstante, no pude dejar de fijarme en una de las camas, en la cual se encontraba una mujer muy anciana y con evidentes síntomas de encontrarse muy cerca de abandonar este complicado mundo. A su lado, permanecía de pie un hombre algo más joven que por el parecido, debía ser hijo suyo, el cual parecía sujetar varios objetos entre sus manos. La mujer levantó muy lentamente el brazo izquierdo, y con mucho cuidado se fue quitando uno de los anillos, dejándolo junto al el resto de objetos que sujetaba aquel hombre.

De repente, una mano se posó sobre mi hombro.

- Se está preparando. Dijo la distinguida voz del médico que al parecer había regresado ya.

-¿Preparando?, le pregunté un poco confuso.

- Para su viaje, contestó bajando un poco más el tono de voz.

- Poco importa donde sea, continuó hablando mientras yo no dejaba de observar la particular escena.

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- Ella es consciente de que no se podrá llevar nada material de este mundo, ni siquiera su propio cuerpo, por eso prepara su alma despojándose de todo cuanto tiene para hacer su viaje más sencillo. De ese modo, su conciencia no quedará aferrada a nada ni a nadie de este mundo.

- Es una persona afortunada, añadió tras un leve suspiro.

- No todo el mundo tiene la oportunidad de soltarse de manera casi lúcida de esta vida. La mayoría, estamos aferrados a tantas cosas, que morir se convierte en un considerable trauma. Sabemos que antes o después nos tocará partir hacia otro lugar, como ya le dije antes, no importa donde, pero la gran mayoría, ese viaje debe hacerlo sin entender cómo ha de realizarse.

Lo que vino a mi mente en ese instante, era el pensar que mi padre debía estar entre aquella mayoría. No era una de esas personas que se sintiesen atadas al mundo material, pero sí que poseía una gran dependencia emocional hacia su familia, al igual que nosotros hacia él, lo que hizo reaparecer de nuevo ese atroz desconsuelo dentro de mí.

- Espero que sea de su talla, comentó mientras me enseñaba una camisa de pálidos cuadros azules.

- Es de un compañero que tiene su misma estatura, y no se preocupe por tener que devolverla, es un regalo.

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Le di las gracias por todo lo que había hecho por mí, y no solo como médico, sino también como persona, poniendo todo el énfasis en reconocer que sus prudentes palabras y sus amables gestos, me habían ayudado mucho con el delicado estado anímico con el que había llegado al hospital.

Volvió a recomendarme paciencia y a desearme suerte, empujando de nuevo la silla hacia la sala de espera.

Cuando llegamos, se detuvo al lado de ambos policías, a los cuales se les colocó una gran sonrisa en sus caras, al verme aparecer por fin, aunque supongo, que fue más bien por el hecho de poder marcharse de aquel sitio tan molesto y concurrido.

Me levanté con la camisa ya puesta, y mientras la introducía con cuidado por dentro de los pantalones, salimos caminando entre las curiosas miradas de las personas que buscaban cualquier novedad que les despojase del tedio provocado por las largas esperas.

Nos montamos los tres en el coche, y nos dirigimos hacia el hotel donde aún tenía todo mi equipaje.

Al parecer, no eran demasiado habladores, puesto que en los primeros minutos de nuestro viaje de regreso, no articularon palabra alguna, si embargo, en un momento dado, aprovechando la parada en uno de esos singulares semáforos amarillos, el más joven rompió el silencio para comentar la enorme fortuna que había tenido en comparación, con los cientos de casos que desafortunadamente solían terminar en tragedia.

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- ¿Sabe usted como conseguimos encontrarle? Preguntó girándose para poder observar mi cara al conocer la respuesta.

- No, contesté con la ignorancia de no saber en absoluto los métodos usados por la policía en estos casos.

Este, miró hacia su compañero en busca de su aprobación, y tras recibir un ligero gesto de asentimiento, dijo:

- Verá, hace unos días, se presentó en la comisaría un viejo vagabundo afirmando que tenía en su cabeza la matrícula de la furgoneta que usaron para su secuestro.

Yo me eché hacia delante totalmente perplejo ante aquellas palabras, y el agente continuó al intuir que deseaba más información.

- Al principio nadie le hizo mucho caso, pero se nos plantó en la puerta insistiendo hasta que accedimos a tomarle declaración. Lo más curioso, fue cuando le preguntamos si estaba seguro de si era ese el número de placa, comentó el agente refiriéndose aquello como una pequeña anécdota.

- Se nos puso muy serio, y nos dijo que llevaba más de treinta años viviendo allí, y que tenía almacenados en su memoria todos los carros que habían pasado durante ese tiempo por su calle, así que recordar esa furgoneta, no le suponía ningún problema.

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Yo me volví a echar hacia atrás con la mirada perdida y el recuerdo de la grata conversación que tuve esa noche con aquel anciano tan singular. Pensaba en que llevaba toda la razón sobre mi excesiva preocupación por hacerme viejo, puesto que ni siquiera tenemos garantizado el llegar a esa etapa de la vida. De hecho, si no hubiese sido por su ayuda, quizás todo hubiese terminado de una manera mucho más funesta.

No volvieron a comentar nada más sobre el tema, supongo que intuían que lo que más necesitaba en ese momento era estar tranquilo, así que el resto del camino, lo hicieron casi en completo silencio, roto solo por breves comentarios en voz baja sobre asuntos más bien personales o referidos a su trabajo.

Cuando llegamos a la puerta del hotel, me baje despacio del coche, y levanté la vista para poder volver a contemplar la majestuosa fachada.

- Mañana pasaremos a primera hora a por usted para acompañarle a comisaría, esta noche intente dormir. Dijo el más joven de los dos agentes.

- Muy bien, estaré preparado para cuando lleguen. Confirmé, agachándome un poco para poder verles mejor.

Arrancaron despacio, levantando su mano sin demasiado entusiasmo para terminar de despedirse, mientras yo me apartaba echándome un poco más hacia atrás. Cuando me giré para entrar, un sonriente recepcionista me esperaba justo en

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la puerta, muy estirado, y con ambas manos cogidas por detrás.

- Bienvenido de nuevo señor. Dijo haciendo un pequeño gesto de cortesía.

- Le gustará saber que conservamos su habitación tal cual la dejó usted. Comentó haciéndome cortas indicaciones con su brazo para que le siguiera.

Me acompañó hasta ella, y después de abrirme la puerta, me entregó las llaves manifestando su alegría por que todo hubiese terminado bien.

- Ya sabe que puede quedarse en nuestro hotel todo el tiempo que necesite. Dijo apartándose a un lado para que pudiese entrar.

Le agradecí toda su amabilidad, y se retiró cerrándola con un gesto inclinado, sin mover sus pies del suelo. Yo me quedé quieto durante un instante, y después, continué caminando despacio hasta el borde de la cama. Allí fijé mi vista en el pequeño libro con las indicaciones que Isabel me había dejado por escrito. Lo cogí con cuidado y me puse a ojearlo mientras no dejaba de pensar en la gran estupidez que fue haber salido sin él.

Después de deambular durante un rato con el libro por aquella habitación, decidí darme un buen baño y tumbarme por fin en la cómoda y confortable cama del hotel.

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Es curioso cómo se nos pasan desapercibidos tantos pequeños lujos por el hecho de dar por sentado que siempre van a estar ahí. Y lo más curioso es que no solo nos ocurre con las cosas materiales como un vaso de agua, un plato de comida caliente, o una buena cama, también nos ocurre con las personas. Nos acomodamos tanto a una relación pensando que siempre va a estar ahí, que nos olvidamos de disfrutarla con todo lo bueno y lo malo que nos provoca tal y como debería ser, sin embargo, preferimos adentrarnos en una monotonía que tan solo se rompe cuando esa relación se termina, y es entonces, cuando nos damos cuenta de que todos esos momentos, se nos han perdido para siempre, y a pesar de sonar tan repetitivo, lo cierto, es que continuamos cometiendo ese mismo error una y otra vez.

15. EL DORADO.

Desperté con la cálida sensación de haber dormido durante varios días. Ni siquiera hizo falta la pastilla, que el médico me había ofrecido para que la tomase en el caso de no poder conciliar el sueño.

Miré hacia mi muñeca instintivamente para ver la hora, y fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía ninguno de mis objetos personales, ni el reloj, ni la cartera, ni siquiera el teléfono móvil. Encendí la televisión para poder tener algo de sonido ambiente que rompiera el mudo silencio de la mañana, y me terminé de preparar para bajar a desayunar antes de que pasaran a buscarme.

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Después del desayuno me fui directo al hall del hotel, donde me senté en el cómodo sillón de terciopelo negro.

- ¿Ha podido descansar bien el señor? Dijo la reconocida voz del recepcionista que tan amablemente, me había acompañado la noche anterior hasta mi habitación.

- Si, muchas gracias, le respondí.

En ese instante, dos policías entraron dirigiéndose hacia la recepción. Yo me levanté mirando la hora en un enorme reloj de pared que colgaba de una de las columnas. Tras comprobar que marcaba la hora en la que habíamos quedado para recogerme, me dirigí hacia ellos, observando como un chico joven señalaba a los agentes hacia donde yo me encontraba. Me acerqué siendo consciente de ser el blanco de las furtivas miradas que el resto de los clientes allí sentados, intentaban disimular.

- ¿El señor Cedeño? Preguntó uno de ellos para asegurarse de que era yo a quien habían venido a buscar.

- Si, les contesté tímidamente.

- Bien, hemos venido para acompañarle hasta comisaría y tomarle declaración sobre los hechos ocurridos durante los días de cautiverio. Volvió a comentar el mismo agente a la vez que con su brazo derecho me invitaba a pasar primero.

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Nos montamos en el coche, y recorrimos sin ninguna prisa las saturadas calles del centro de la ciudad, hasta llegar a una gran comisaría muy cerca de la plaza Garibaldi. Entramos dentro del parking subterráneo, y subimos por un viejo ascensor hasta la primera planta, donde salió a recibirnos un trajeado policía con una brillante placa colgando del cinturón.

- Buenos días, soy el inspector Hernández, dijo ofreciéndome su mano.

Tras saludarme, me pidió que le acompañara hasta su despacho para poder tener algo más de intimidad.

Cuando entramos, me invitó a sentarme, cerrando suavemente la puerta para no hacer demasiado ruido, y acto seguido, cogió uno de los folios que se encontraban sobre su mesa.

- Verá, dijo examinando aquel papel de arriba a abajo.

- Como ya sabrá, detuvimos a tres personas durante la operación realizada para su liberación. Dos de ellos son de nacionalidad mexicana, pero el tercero es español.

Yo atendía a sus palabras mientras le seguía con la mirada.

- Este tercer arrestado, nos ha comentado que está dispuesto a declarar todo cuanto sabe si le ayuda a pedir su extradición a España. Al parecer tiene cierta información que

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es de gran interés para usted, pero ha reiterado que solo hablará si llegan antes a un acuerdo.

Asentí con la cabeza, confirmándole que haría todo lo que estuviese en mis manos para que pudiera cumplir su condena en una cárcel española.

El inspector salió del despacho, y yo me quedé allí sentado, pensando en cómo reaccionaría al contemplar las caras de aquellas personas que tanto daño me habían ocasionado.

Al cabo de unos minutos, se volvió a abrir la puerta, asomándose un agente para indicarme que le siguiera. Me puse de pié y caminé detrás de él por un largo pasillo hasta llegar a una puerta de color gris, con un pequeño cartel cuyo contenido, “sala de interrogatorio” daba a entender, que clase de estancia, se escondía detrás.

- Espere aquí, dijo el agente abriendo la puerta muy despacio y cerrándola después de entrar.

Enseguida volvió a salir.

- Adelante, dijo el mismo agente que me había conducido hasta allí.

Entré un tanto nervioso en aquella habitación, la cual, se hallaba en una peculiar semioscuridad. Tan solo una gran luz, iluminaba directamente a una persona que se encontraba sentada de espaldas a la puerta. Pude distinguir también al inspector y a otro tipo más que estaban apoyados en una gran

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mesa de escritorio, justo delante del hombre arrestado, que mantenía la cabeza agachada y las manos esposadas en su espalda. Me acerqué hasta ella colocándome justo al lado del inspector, en ese mismo momento, aquel individuo levantó su mirada hacia nosotros, provocando que tuviese que sujetarme con mis manos debido al shock generado al ver por fin su cara.

- No entiendo nada, pronuncié casi tartamudeando, negando una y otra vez, que se tratase de él.

- Comprendo que le debo toda una explicación, mi querido amigo. Dijo con gesto serio e imperturbable.

Me quedé un instante paralizado, intentando asimilar la confusa situación mientras esos penetrantes ojos negros, no dejaban de mirarme.

- No soy quien usted cree, dijo aquel hombre que tiempo atrás había conocido en el metro.

- Durante diez años, estuve en las fuerzas especiales, sirviendo en varios destinos con los cascos azules de la ONU. Pero siempre me he sentido muy atraído tanto por el dinero, como por querer llevar siempre una vida al límite, así que terminé trabajando para un grupo de mercenarios, que realizaban cualquier tipo de trabajo siempre y cuando estuviese bien remunerado. Por ese motivo, me he pasado estos últimos años viajando por todo el mundo, y

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desarrollando cometidos de los que no me siento nada orgulloso.

Aquellas palabras comenzaban a cobrar cierto sentido, aunque eran muchas las dudas que aún se amontonaban dentro de mi mente.

- Ya le advertí que si yo caía, lo usaría de salvoconducto si era necesario. Dijo como si en ese momento, estuviese hablando consigo mismo.

- ¿A quién dice que le advirtió? Preguntó intrigado el inspector.

Volvió a agachar su mirada, fijándola de nuevo en la sombra que generaba la gran mesa.

- Le conocí en un bar de carretera hace ya algunos años. Nos hicimos amigos porque ambos, compartíamos ese afán por querer llevar una cómoda vida, aunque eso lamentablemente, tan solo es posible con la ayuda de un dinero, que no teníamos. Un día, me habló de un reciente compañero suyo que provenía de una rica familia, al parecer, estaba desperdiciando esa fortuna llevando una existencia demasiado ordinaria y vulgar, en lugar de disfrutar de todos los placeres que esa riqueza podría comprar, así que bromeamos sobre la idea de encontrar alguna forma de aprovecharnos de ese nuevo amigo.

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Yo le miraba casi sin pestañear mientras él proseguía con su historia, tragando saliva de vez en cuando, y decidido a contarlo absolutamente todo.

- Una fría noche de invierno, que volvió a salir ese tema de conversación al calor de unas cuantas copas, decidimos intentarlo. El plan era investigar tu día a día, para encontrar algo con lo que poder chantajearte, pero por más que buscamos, no encontramos nada que nos pudiera servir.

Yo le detuve haciendo un brusco movimiento con mis manos.

- ¿Pero, de quien estás hablando? Le grité con una voz enfadada, esperando una respuesta rápida y concisa.

Se detuvo un instante y clavando sus negros ojos sobre los míos contestó:

- De tu amigo Carlos. Me volví a agarrar a la mesa perdiendo un poco el

equilibrio, rápidamente me sujetaron del brazo para evitar que cayese al suelo.

- ¿Se encuentra usted bien?, ¿quiere que lo dejemos?, preguntó el inspector, ayudándome a reincorporarme de nuevo tras el tremendo e inesperado impacto emocional.

- No, no, repetí varias veces.

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- Quiero saberlo todo, dije con cierto tono de rabia pidiendo que continuase hasta el final.

No obstante, hizo una pequeña pausa para asegurarse de que me encontraba en condiciones de continuar escuchando, y luego prosiguió hablando.

- Una mañana, mientras te seguía para estudiar todos tus pasos, recopilando cualquier tipo de información que pudiese serme útil, terminaste sentado justo a mi lado en aquel vagón del metro. Aprovechando la repentina situación, me dispuse a improvisar para intentar averiguar algo más, pero sin dejar correr demasiada confianza entre nosotros.

- ¿Recuerdas aquella conversación? Preguntó cabizbajo, sabiéndose culpable de todo lo que me había sucedido.

- Sí. Respondí de una manera fría e indignada.

- A los pocos días, me llamó Carlos muy exaltado, me dijo que había encontrado la manera de llevar a cabo nuestro propósito, y me contó cómo habías acudido a él para contarle lo del viaje. Cuando te ofreció toda su ayuda para que pudieses llevarlo a cabo, se dio cuenta de que con tu padre fallecido, tu madre no dudaría en pagar lo que hiciese falta por tu rescate.

Volvió a realizar otra pausa para pedir un vaso de agua antes de continuar. Un agente se lo colocó en la boca,

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inclinándoselo un poco para que le fuera más fácil llegar, y este comenzó a beber como si hubiese estado perdido en el desierto durante varios días, derramando parte del contenido por las comisuras de los labios. Después tomó una gran bocanada de aire y continuó.

- Yo debía volar contigo, y encargarme de organizar tu secuestro para que pareciese uno más de los que suelen ocurrir casi a diario en este país. Todo debía trascurrir con normalidad. Tras enviar a tu familia la primera foto, hubo un pequeño problema y la trasferencia fue anulada, así que tuvimos que enviarles otra foto un poco más contundente para acelerar todo el proceso.

Se detuvo un instante.

- Quiero que sepas, que he aprendido mucho en esta vida llena de innumerables experiencias tanto buenas como malas, y no me arrepiento de nada porque aunque no lo creas, siempre he actuado de acuerdo a unos principios o líneas rojas que he intentado no cruzar. En ningún momento pensamos en acabar con tu vida, incluso di ordenes de que los días que estuvieses allí, fueses tratado de la mejor manera posible dadas las peculiares circunstancias.

Levantó su barbilla pronunciadamente y terminó diciendo que estaba dispuesto a testificar contra su compañero siempre y cuando, fuese extraditado a España para cumplir allí su condena.

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Hice un pequeño gesto con la cabeza para confirmarle mi predisposición a cumplir mi parte del trato, y el inspector le entregó una hoja que debía firmar para poder tramitar la orden de detención de Carlos.

Yo le miré por última vez, y justo cuando me disponía a salir de la habitación, con un melancólico tono de voz me dijo:

- Espero que encuentres esas respuestas que tanto ansías, pero si no es así, piensa que muchos hombres buscaron la ciudad de El Dorado hasta el mismo día de su muerte, y que el hecho de no haberla encontrado, no significa que no exista.

Por último, me acompañaron hasta otra habitación donde testifiqué pacientemente, describiéndoles todo lo que había sucedido desde aquella terrible noche en la que me secuestraron, hasta el momento de mi liberación, intentando siempre no dejarme influir por la pequeña conmoción que me había causado el descubrir la verdadera cara del que se había hecho pasar por mi mejor amigo.

- Aguarde aquí, dijo el agente que me había tomado declaración.

Salió dejando entreabierta la puerta, y yo me quedé sentado entre la relativa calma, rota tan solo por el ruido de los agentes que iban y venían conversando por el pasillo.

Me puse a pensar en los falsos momentos que había pasado con Carlos. Dios, parecían tan sinceros. Supongo que en muchas ocasiones, todos mentimos de cierta manera para

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ocultar sentimientos que pretendemos esconder. Disimulamos con una sonrisa aunque por dentro estemos tristes, pero solo la mente retorcida de un psicópata, es capaz de mantener ese engaño durante tanto tiempo. El único sentimiento que me quedaba hacia él, era el de desear de corazón que pagase por todo el daño que me había causado, tanto a mí, como a mi familia.

Al cabo de un rato, volvió a entrar el mismo agente con una pequeña caja de cartón sobre sus manos.

- Aquí tiene sus efectos personales, dijo colocando la pequeña caja sobre la mesa de madera.

- Son las cosas que aseguran que le quitaron sus secuestradores, si cree usted que le falta algo, dígamelo para incluirlo en el informe.

Me asomé dentro de la caja y recogí en primer lugar un bonito reloj regalo de mi madre que para ser sincero, no tenía demasiado valor económico. Después de haber perdido dos relojes bastante caros, tomó la iniciativa de regalarme uno más bien funcional. Tras volver a colocarme el reloj en la muñeca, volví a meter la mano para sacar la cartera.

- Afortunadamente está toda su documentación, dijo el agente antes de que la abriese para comprobar si estaba todo correcto.

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- Pero, su dinero no los hemos podido recuperar. Volvió a mencionar mientras yo repasaba todos sus compartimentos.

Finalmente, y con un considerable alivio, saqué del fondo mi teléfono, que se encontraba apagado, con el cristal algo rallado, y manchado por la parte de atrás. Supongo que fueron incapaces de desbloquearlo y terminaron por renunciar a él.

Pensaba, en la gran cantidad de mensajes y llamadas que tendría acumuladas, muchas de ellas con absoluta preocupación al comprobar que pasaba el tiempo y no respondía. Ahora me quedaba la delicada tarea de explicar a todos lo ocurrido, intentando trasmitirles la tranquilidad de que por fortuna, todo había terminado bien.

- Eso es todo, dijo el policía recogiendo la caja y abriéndome la puerta para que le siguiera hasta la salida.

- Una patrulla le acompañará de nuevo hasta su hotel, si necesitamos alguna cosa más, nos pondremos en contacto con usted.

16. LA ESCALERA.

Cuando llegué hasta la puerta, me bajé del coche dando las gracias por todo lo bien que me habían tratado, y después, me subí directo a la habitación, poniendo el teléfono a cargar nada más entrar.

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Mientras esperaba a tener suficiente carga como para poder encenderlo, decidí salí al balcón a intentar disfrutar del soleado día que hacía. Apoyado en la hermosa barandilla, casi sin darme cuenta, me puse a observar el bello reflejo que la luz hacía sobre algunos tejados metálicos.

Es curioso como en cierta manera, una experiencia tan traumática puede hacerte renovar todas las emociones que tenías olvidadas debido a un constante hábito.

Cuando un ciego ve por primera vez, todo le resulta soberbio, admirable, fascinante, incluso los variados tonos azules del cielo son toda una experiencia para él, y sin embargo nosotros, al salir a la calle, ya jamás se nos ocurre mirar hacia arriba para tomarnos esos segundos en apreciar el esplendoroso color azul, o detenernos a observar de cerca una simple flor.

Incluso en los instantes más memorables de nuestra vida, estamos más pendientes de hacer la foto que de vivir el irrepetible momento.

Supongo que la culpable del cambio de actitud que tuve, fue la tenaz idea de pensar durante el tiempo que estuve encerrado en aquel agujero, que jamás volvería a poder apreciar todas esas cosas que con frecuencia nos rodean. La gran pregunta que me rondaba por la cabeza, era el por qué tenemos que esperar a mirar fijamente a la muerte para darnos cuenta de ello.

Volvía a entrar, pensando en que ya debía haber cargado lo suficiente, como para poder encender el teléfono. Cuando terminó de iniciar todo el sistema, comenzaron a sonar los tediosos sonidos informándome sobre la entrada de mensajes y llamadas que había ido acumulando durante aquellos días.

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Mi prioridad era sin duda hablar antes de nada con mi hermana, pero hubo dos hechos que me resultaron demasiado extraños, el primero era que no tenía ningún mensaje de respuesta de Alicia, y el segundo, varias llamadas perdidas provenientes de un mismo número.

Intrigado por saber a quién pertenecía aquel número de teléfono, decidí llamar para poder averiguarlo.

- Dígame, dijo un hombre con una apagada voz que me resultó del todo desconocida.

- Verá, tengo varias llamadas suyas, pero como no tengo su teléfono en mi agenda, no sé quién es usted.

- Espere un momento, respondió con un tono muy serio y poco amable.

Pasaron varios segundos, yo permanecía con el teléfono pegado en mi oreja, esperando alguna señal, que me indicase que aquella persona volvía a estar del otro lado.

- ¿Es usted Martin?, preguntó con la misma frialdad de antes.

- Si, respondí aún más intrigado al comprobar que aquel tipo sabía cómo me llamaba

- Soy el hermano de Alicia.

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Yo me quedé en silencio, entre el alivio de saber más o menos quien era, y la extrañeza de que me llamase a mí por teléfono. La curiosidad se acrecentó debido a lo insólito que parecía todo.

- Tengo que contarle algo, dijo antes de que yo pudiera articular palabra.

- Alicia… De repente, se quedó en silencio, como si fuese incapaz de terminar aquella aciaga frase.

- …falleció hace unos días.

Yo me quedé desconcertado, realmente, no sabía cómo reaccionar a esa inesperada situación.

- Pero, ¿qué ha pasado?, le pregunté sin terminar todavía de creerme que aquello fuese cierto.

- Tuvo un accidente de tráfico en la M40, cuando volvía del aeropuerto.

Aquellas palabras acabaron por dejarme bastante trastornado, mi mente, era incapaz de asimilar otra pérdida tan esencial para mí en ese momento. No conseguía entender cómo era posible que esa chica tan especial, tan enérgica, tan encantadora, tuviese un final tan trágico. Tenía toda una vida por delante. No, eso no debía ser verdad, el destino no podía ser tan cruel.

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En realidad, no importa lo bajo que caigas, o lo duro que sea el golpe que recibas, la vida siempre te puede volver a sorprender de manera inimaginable. No cometas el error de pensar que ya caíste hasta el primer peldaño de una escalera, de la que no conoces su verdadera altura.

- ¿Sigue usted ahí?, dijo la misma apagada voz, que había dejado un breve periodo de tiempo para que pudiese digerir la trágica noticia.

Si, si, sigo aquí, contesté mientras una espontánea lágrima resbalaba por mi mejilla.

- Yo he tenido la penosa tarea de informar de su fallecimiento a todos sus amigos. Dijo para intentar calmar un poco la triste conversación.

- Le llamé varias veces, pero su teléfono siempre estaba apagado.

- Si, he tenido algunos problemas personales, mencioné sin poder quitarme de la cabeza la imagen de aquella chica entregándome su preciado escapulario en el pequeño bar de las afueras.

Como si de un enorme tsunami se tratase, volvió de manera imparable toda la angustia de no poder entender el por qué la vida es como es. Primero mi padre, al que aún sentía tan vivo, y cuya melancolía jamás se desprendería de

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mí. Y ahora Alicia, una persona a la que tantas cosas necesitaba contarle, y que ya jamás podré hacerlo.

- Le ruego que me perdone, no esperaba esta terrible noticia, le dije sin poder manifestar nada más.

El hermano de Alicia respiró profundamente y después, se despidió con unas frágiles palabras de ánimo que sonaron de una manera apagada, como si hubiesen perdido todo el sentido a causa de haberlas repetido una y otra vez.

Me senté en la cama demasiado abatido como para poder pensar en otra cosa, con el escapulario colgando, y la mirada perdida en la vacía esquina de aquella habitación, cuando de repente, el estridente sonido de una llamada, me hizo volver a centrarme para comprobar que se trataba de mi hermana Julia.

Dudé un instante si descolgar o esperar y llamarla más tarde, aunque finalmente pulse en el botón de aceptar y me volví a colocar el teléfono en la oreja.

- ¿Martín? ¿Eres tú?, dijo la voz nerviosa e impaciente de mi hermana que ni siquiera me dejó contestar.

- Si, yo soy, Julia. Respondí intentado tranquilizarla un poco.

- ¿Cómo estás? Preguntó de nuevo con el mismo grado de nerviosismo.

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- Bien, me encuentro bien, no te preocupes. Volví a responderle intentado en vano que la trágica noticia que acababa de recibir, no terminase por complicar aún más la difícil conversación.

- No te imaginas lo que me has hecho pasar. Dijo cambiando ese tono histérico por uno más enojado.

- No es justo que me culpes a mí, no olvides que yo soy la víctima. Los culpables son las malas personas que nos han hecho esto. Le contesté para intentar defender mi incuestionable inocencia.

- Si no te hubieras empeñado en realizar ese absurdo viaje, nada de esto hubiese pasado. Volvió a insistir en cargar sobre mí, gran parte de culpa sobre lo ocurrido.

Esas palabras me hicieron reflexionar sobre un aspecto que se me había pasado por alto.

- Lo cierto es, le dije con tono pensativo.

- Que tengo la sensación de que antes o después hubiese sucedido, quizás no de esta manera, ni en este lugar, pero esto no ha sido un hecho fortuito, ha sido algo premeditado que algunas personas tenían la intención de llevar a cabo.

- ¿Cómo dices?, preguntó Julia extrañada por aquella contestación.

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- Al parecer, todo había sido planeado por el que se suponía que era mi mejor amigo, y lo hubiese llevado a cabo independientemente de este viaje. Respondí intentando que esas palabras, consiguieran que entrase en razón.

Ella se quedó callada, conocía también a Carlos, o por lo menos creía conocerle tanto como yo.

- Tengo algo más que contarte, le dije aprovechando el silencio que se había generado.

- He decido que aún no voy a volver a casa, pienso terminar lo que empecé cueste lo que cueste.

- Pero, dijo Julia sin poder pronunciar nada más.

- He dejado muchas cosas en mi vida a medio hacer, y estoy seguro de que de una manera u otra, este viaje va a cambiar esta falsa vida que siempre he dado como verdadera.

- Ella seguía escuchando, aunque con una agitada respiración que aún denotaba un cierto enojo por su parte.

- Necesito llegar hasta el final, saber si seré capaz de encontrar las respuestas que busco, o por lo menos, volver sabiendo que lo he intentado. Continué argumentado para conseguir obtener su pretendido apoyo, aunque teniendo muy claro que continuaría con o sin su aprobación.

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Estuvimos un buen rato inmersos en esa conversación, y tras un largo tira y afloja por parte de ambos, llegamos a un acuerdo mutuo. Yo continuaría mi viaje, pero nos acompañaría un escolta que mi hermana estaba dispuesta a pagar.

Nada más colgar el teléfono, llamé a Isabel, de la cual, también había recibido varias llamadas durante el tiempo que permanecí secuestrado. Se alegró mucho de saber que estaba bien, y tras contarle mis planes de proseguir con el viaje, no dudó en seguir ofreciéndose para acompañarme hasta ese lugar, en el que hacía días que debía estar.

Esa noche apenas pude dormir, la pasé recordando la risueña imagen de Alicia y su dulce y tierno abrazo que me regaló en la despedida del aeropuerto. Se me hacía imposible imaginar, que jamás volvería a verla.

Supongo que no podemos evitar quitarnos de encima, esa frustración que nos genera el pensar que si pudiésemos volver atrás, cambiaríamos el pasado para generar un presente diferente. Debe ser profundo ese sentimiento y estar muy arraigado para no permitirnos, ver la realidad de que por muchas vueltas que le demos, nada ni nadie puede ya cambiar lo ocurrido, y aun así, no podía evitar pensar en que si no hubiese venido a despedirse, no habría tenido ese fatídico accidente. Esa, era sin duda, una de las cuestiones que me inquietaban, que tanto deseaba entender, y por las que necesitaba llegar hasta el final.

Por fin, la luz del alba entró por la ventana que daba al gran balcón de la habitación, y decidí levantarme y bajar a desayunar antes de que el pequeño comedor se llenase de clientes. Cuando terminé, subí de nuevo al cuarto para llamar al inspector y preguntarle si había algún inconveniente en que

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pudiera proseguir mi viaje, o por el contario, iba a necesitar que me quedase algún día más en el hotel.

Tuve que llamarle dos veces, ya que no respondió a la primera. Sin embargo, si descolgó al instante en la segunda llamada.

- Dígame, contestó con una potente voz.

- Soy Martín, dije esperando que le bastase con escuchar mi nombre para que supiera de quien se trataba.

- Si, dime, ¿ha ocurrido algo? Preguntó un tanto extrañado por la repentina llamada.

- No, no ocurre nada, le respondí rápidamente para dejarle claro que se trataba tan solo de una llamada personal.

- Tras mucho meditarlo, he decidido continuar con mi viaje, siempre y cuando no necesiten que permanezca en el hotel durante algún tiempo más.

Se tomó unos segundos para poder contestar. Yo permanecía de pie, al lado de la ventana observando el continuo ajetreo que había a esas horas por la concurrida calle.

- No creo que tengas que volver a pasar por comisaría, aunque intenta llevar el teléfono siempre encima por si necesitamos contactar contigo. No obstante, yo no le

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recomendaría que viaje solo después de la mala experiencia que ha tenido. Respondió el inspector.

- No tengo intención de hacerlo solo. Le repliqué.

- Me acompañará una chica mexicana que hará de guía, además, he pensado contratar a un escolta para garantizar mi seguridad durante el resto del viaje. Le contesté muy serio para dejarle claro que pensaba tomar ciertas medidas previsoras.

- ¿Y ha contactado ya con alguna agencia? Preguntó el inspector.

- Pues todavía no, de hecho, pensaba aprovechar esta llamada para saber su opinión, porque supongo que usted podrá aconsejarme al respecto.

- Pues, si usted está de acuerdo, conozco a la persona idónea. Expresó con una cierta entonación apasionada.

- Se trata de mi primo Cesar, estuvo en la policía por más de veinte años, hasta que recibió una herida de bala en su pierna derecha durante una detención. Tras la operación, algo salió mal, y finalmente le tuvieron que dar la baja del servicio, a causa de una pequeña minusvalía que le quedó. Es todo un profesional, y de absoluta confianza. Dijo el emocionado inspector, tratando de desmarcar todos los detalles positivos que albergaba aquel familiar ex policía.

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Yo no había buscado todavía ningún tipo de información en relación a ese tema, así que el solo hecho de que fuese de plena confianza para el amable inspector, ya me resultaba suficiente como para decidirme a contratarlo.

- Muy bien, le manifesté convencido de que esa sería la mejor opción.

- Hable con él, y si está disponible, dígale que mañana espero dejarlo todo listo para poder continuar con el viaje.

El inspector me aseguró que no habría ningún problema, y dándome las gracias por confiar en él, se despidió deseándome un buen viaje, repitiéndome una vez más, que no dudara en contactar de nuevo, si necesitaba algún tipo de ayuda.

Al día siguiente, se presentó en el hotel a media tarde el primo del inspector Hernández. Isabel y yo, nos encontrábamos en el hall repasando todos los detalles del recorrido que haríamos en coche hasta el estado de Chihuahua.

Preguntó en recepción por nosotros, y el recepcionista le acompañó hasta nuestra mesa. Cesar era un hombre de unos 45 años, de estatura normal y un gran bigote negro que le tapaba casi toda la boca. Mientras se acercaba hasta nosotros, pude comprobar, que cojeaba ligeramente de su pierna derecha.

- Señor Cedeño, este hombre pregunta por usted. Dijo el joven recepcionista apartándose a un lado.

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Yo me levanté de la mesa para poder saludarlo. Le extendí mi mano y este me la estrechó de una manera muy enérgica, como pocas personas lo han hecho en mi vida. Después de las pertinentes presentaciones, nos sentamos los tres y le fuimos explicando los detalles de la ruta que haríamos en un coche de alquiler.

- ¿En coche? Preguntó sorprendido el que iba ser nuestro escolta durante todo el trayecto.

- Así es, le contesté de manera tajante para evitar tener que darle demasiadas explicaciones.

- Pero en avión hasta Chihuahua tardaríamos unas tres

horas. Volvió a manifestar, sin entender el por qué no íbamos a realizar el recorrido de la forma más rápida y directa.

- Verás. Le repliqué resignado a tener que ponerle en antecedentes sobre el aterrador suceso acontecido en aquel Boeing 747.

- Lamentablemente, tuve una muy desagradable experiencia durante el vuelo hacia México, y no estoy seguro de cómo podría reaccionar si vuelvo a subirme a otro avión, así que creo que por ahora, es más conveniente realizar este viaje por carretera.

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Cesar asintió con la cabeza dando por buena aquella explicación, y continuó escuchando atento mis palabras sin volver a realizar ninguna pregunta más.

- Según nuestros cálculos, tardaremos unas doce horas hasta la ciudad de Durango, donde pasaremos la noche, y después, continuaremos hasta Ojinaga, muy cerca de la frontera.

- ¿No es así? Pregunté esperando la confirmación de Isabel.

- Si, desde allí buscaremos su última ubicación que con un poco de suerte, no debería andar muy lejos. Respondió realizando con su dedo un pequeño círculo sobre el mapa que teníamos desplegado sobre la mesa.

Tras dejarlo todo más o menos organizado, Isabel se marchó para recoger el Chevrolet que teníamos concertado, y tanto Cesar como yo, nos fuimos a dormir para intentar estar descansados al día siguiente. Ambos sabíamos que iba a ser un viaje agotador, aunque algo dentro de mí, se agitaba como las mariposas en el estómago de los primeros días de enamorado. Supongo que la sensación de embarcarse hacia un lugar totalmente desconocido, por lo menos para alguien como yo, mezclaba a la vez el temor hacia el innegable peligro, y el deseo de encontrar por fin mis anheladas respuestas, pero lo cierto, es que aquellos enquistados nervios no permitieron que pudiese descansar como es debido.

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17. UN ÚLTIMO CONSEJO.

Me asomé por última vez al balcón de la habitación, para poder contemplar el precioso día que se iba vislumbrando mientras el sol, comenzaba a iluminar la ciudad con las primeras luces del alba. Después de repasarlo todo concienzudamente, bajé la pesada maleta hasta el hall para esperar sentado en el confortable sofá la llegada de Isabel y Cesar. Ambos llegaron casi a la misma vez, con una puntualidad más que aceptable. Me despedí del recepcionista, el cual me deseó de una manera instintiva que tuviese un feliz viaje, y después, Cesar me ayudó a cargar mi equipaje en el maletero.

Yo me senté, por una insistencia excesiva de ambos, en el asiento del copiloto, junto a Isabel, que conduciría el primer turno.

- ¿Están listos? Preguntó ella mirándonos, y buscando nuestro asentimiento para poder arrancar.

- Si, contesté, al comprobar que Cesar, se limitó a realizar un pequeño gesto de afirmación, pero sin pronunciar sonido alguno.

- Pero, antes de salir de la ciudad, debemos hacer una cosa importante.

Isabel me miró extrañada porque durante la reunión de ayer, yo no había mencionado nada al respecto.

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Les comenté que debía pasar a visitar al hombre que me salvó de la trágica situación en la que me encontraba días atrás. Tras aceptar los dos de buen grado aquella petición, me dispuse a darles los escasos datos que recordaba sobre la calle donde encontré al viejo vagabundo, por fortuna, entre ella y Cesar, consiguieron localizarla no sin antes, dar unas cuantas vueltas por la zona mientras yo intentaba encontrar alguna cosa que me resultase familiar.

Cuando por fin llegamos, Isabel aparcó el coche casi en el mismo lugar donde frenó aquel día la furgoneta en la que me secuestraron. Antes de abrir la puerta, Cesar me interrumpió, echándose hacia delante y pidiéndome que esperase a que saliese él primero. Esperé un momento hasta que estuviese afuera, y bajé mirando hacia la esquina donde aquel afable anciano debía estar, y a tan solo unos metros, pude ver de nuevo ese rostro marchitado que me miraba satisfecho al comprobar que me encontraba bien.

- Supongo que se acuerda usted de mí. Le dije mientras terminaba de acercarme hasta la montaña de cartones en los que permanecía sentado.

- Me costó varios días conseguir que me tomaran en serio. Comentó casi en voz baja y con la mirada un poco perdida.

- Les bastó tan solo una estropeada apariencia para rechazar la útil información que les intentaba proporcionar, y no les puedo recriminar nada, porque así es tal y como se comporta casi todo el mundo. Se nos llena la boca de frases

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como lo que importa es el interior, pero a la hora de la verdad, todos terminamos creando estereotipos y encasillando a las personas dependiendo de su aspecto exterior.

Yo me quedé parado justo a su lado, sujetando un pequeño sobre con ambas manos.

- Sabe, creo que tiene usted toda la razón. Yo he venido a darle las gracias por todo lo que hizo. Dije acercándole el sobre para que lo cogiera.

- Es algo de dinero para que pueda comprar alguna cosa que necesite.

El mendigo me miró muy seriamente a los ojos con las manos pegadas a sus rodillas.

- Usted tampoco escucha ¿verdad? Dijo con un tono enfadado.

Aquella actitud me dejó un poco confundido.

- ¿No quiere usted el dinero? Le pregunté para asegurarme de que era eso lo que le había hecho enojarse.

- Llevo muchos años viviendo sin haber necesitado jamás su dinero, ¿Qué le hace pensar que lo precise a partir de hoy?

Yo continuaba sin entender el motivo por el cual no quería aceptarlo, así que intenté cambiar de estrategia.

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- Usted me salvó la vida, tómelo como un regalo de agradecimiento. Contesté volviendo a ofrecerle el sobre.

- Somos iguales, dijo haciendo una pequeña pausa y alzando un poco más la voz.

Yo, fijé la mirada sobre su rostro distraido, esperando a ver donde quería llegar con esas incoherentes palabras.

- Todos somos iguales, con nuestras pequeñas diferencias, pero hombres y mujeres con los mismos instintos. Tenemos muchísimas cosas buenas, y también es cierto que algunas malas, pero sin duda hay algo que desequilibra la balanza hacia nuestro lado más oscuro y perverso, el dinero. Creemos que nos trae la felicidad, pero solo saca lo peor que todos llevamos dentro. La gente más humilde, intenta siempre aparentar tener más para poder ser aceptada, o incluso envidiada por los demás, y los muy ricos, ah, esos son los peores.

Se quedó parado ahí, pensativo, como si ya no tuviese nada más que añadir.

- De todas formas, he venido a darle las gracias de todo corazón. Dije guardándome de nuevo el sobre con el convencimiento de que jamás lo aceptaría.

Le volví a ofrecer mi mano, pero esta vez, vacía, y en esta ocasión si la aceptó de buen grado.

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- Déjeme darle un último consejo, dijo mientras me apretaba con su huesuda y arrugada mano.

- Nunca le diga a nadie la vida que debe vivir. Puede que a usted le parezca triste o equivocada, pero eso no significa que esa persona, la haya elegido porque le haga feliz.

Me despedí realizando un sutil movimiento con el brazo, subiendo de nuevo al coche, y regalándole una última mirada de agradecimiento. Cuando Isabel aceleró y lo perdimos de vista, supe que jamás volvería a ver a ese peculiar anciano, sin embargo, estoy seguro de que su recuerdo, permanecerá conmigo durante toda mi vida, porque es sin duda alguna, una de esas personas que no te dejan indiferente.

18. DURANGO

Debido al intenso tráfico que recorría ya las principales avenidas, tardamos bastante en salir definitivamente de la ciudad, los barrios se amontonaban mezclando las casas con los pequeños comercios, que en algunos casos, parecían repetirse una y otra vez en un bucle interminable. Cuando conseguimos tomar la autopista principal, desprendiéndonos por fin de la extensa metrópoli, nos dedicamos a repasar los apuntes sobre nuestro viaje a modo de entretenimiento. Sin embargo, Cesar permanecía casi todo el tiempo en silencio, se notaba que era un tipo poco hablador. Por su forma de

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comportarse, trasmitía cierta nobleza, y tal como me había comentado su primo, una enorme profesionalidad.

Poco a poco, los temas habituales de conversación se fueron acabando, hasta que en un momento dado, nos quedamos todos callados, con el débil sonido de la radio, que se escuchaba con un volumen lo bastante bajo como para no molestar.

Aquella tranquilidad, terminó por introducirme en una apacible melancolía mientras pensaba, en todas las cosas que habían ocurrido en un periodo tan corto, que aún no había tenido tiempo suficiente para poder asimilarlas.

Casi nunca nos detenemos a meditarlo, pero vivimos en un mundo en el que nuestra vida nos puede cambiar en tan solo un segundo. Es como si alguien estuviese escribiendo nuestra historia junto a una gran ruleta, que de vez en cuando, hace girar para recordarnos que en realidad, no somos dueños de nuestras vidas.

Supongo que Isabel debió de darse cuenta de que algo me hacía sentir entristecido, y tras dudar en varias ocasiones, finalmente terminó encontrando las palabras oportunas para tantear si me apetecía hablar de ello.

- Debió ser muy duro estar tantos días encerrado en aquel lugar. Dijo mirándome de reojo para ver si le había escuchado.

- Uno se da cuenta de lo mucho que querías y apreciabas a ciertas personas, cuando te encuentras en una situación, en la que estás convencido que ya jamás podrás volver a verlas.

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Le contesté con la misma sinceridad, con la que un perro recibe a su dueño cuando este llega a casa.

En realidad, el daño físico no solo no me importaba, sino que incluso, creo que me hizo más fuerte, pero pensar en que no volvería a discutir con mi hermana, o sorprender a mi madre presentándome de repente en su casa, para ver como se le iluminaba su rostro al abrir la puerta y encontrarme al otro lado, o, no poder contarle la historia que le prometí.

- Alicia, dije susurrando casi sin darme cuenta.

- ¿Quién es Alicia?, preguntó Isabel al apreciar cómo me limpiaba una pequeña lagrima que se había escapado de unos ojos tristes y compungidos.

- Una chica que conocí en un supermercado unos días antes de mi viaje. Contesté a la vez que intentaba secarme con un pañuelo de tela, que casi siempre solía llevar encima.

- Vino a despedirme al aeropuerto y en el camino de vuelta, tuvo un trágico accidente en el que lamentablemente perdió la vida. Si yo no me hubiese empeñado en hacer este viaje, quizás estaría viva. Manifesté con una impotente rabia.

- Eso no lo sabes, porque si no hubieses realizado este viaje, jamás la hubieses conocido. Contestó Isabel, cambiando el enfoque para intentar despojarme de ese pequeño sentimiento de culpabilidad que yo mismo me había otorgado.

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- En eso llevas toda la razón, pero es que últimamente cargo con tanto peso emocional, primero mi padre, del que tantas cosas me quedaron por aprender, y ahora...

- Y por todo eso, emprendiste este viaje, ¿no? Volvió a manifestar recordándome que aquello, podría ser el modo de liberarme de tanta inquietud y dolor.

Asentí con un pequeño gesto las consoladoras palabras de Isabel, que me hicieron reflexionar durante un buen rato mientras observaba abstraído, como transcurría el llano y seco paisaje ante mis ojos.

Cuando uno toma una decisión, debe saber que también ha de aceptar todas sus consecuencias, así que después de asumir que nada ni nadie podría cambiar lo ocurrido, decidí centrarme en intentar alcanzar el final de mi obstinada aventura, y hacerlo no solo por mí, por no dejar algo a medias por una vez en mi vida, lo haría por ellos, por todos ellos, los que aprovecharon para hacerme daño y los que tristemente nos dejaron, aunque tuviese la evidente impresión, de que el destino, se divertía conmigo dibujando un enorme laberinto frente a mí.

Tras varias horas de extenuante viaje, por fin llegamos hasta la ciudad de Durango, en la cual, habíamos decidido pasar la noche. Una tranquila e indolente ciudad, con sus tradicionales fachadas de variopintos colores y donde el tiempo parece ir más despacio. Como los tres estábamos bastante cansados del largo trayecto, decidimos comer algo en el mismo hotel donde nos alojábamos. La cena fue muy apacible, aunque apenas intercambiamos palabras, supongo

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que después de pasar varias horas dentro de aquel coche, contándonos las anécdotas y proyectos personales, que nos permitía la escasa confianza que aún teníamos, sobre todo con Cesar, al que no le apetecía mucho hablar de su vida privada, no nos quedaban muchos más temas por tratar, así que terminamos de cenar, y nos fuimos a dormir para poder salir temprano al día siguiente.

19. EL CONEJO ASUSTADO.

Un par de fuertes golpes sonaron tras la puerta de la habitación, me desperté asustado saltando de la cama en busca del teléfono, el cual había dejado cargando justo al lado de donde tenía colocada la ropa.

- ¿Quién es? Pregunté girando mi cabeza hacia un lado para intentar escuchar mejor.

- Soy Cesar, pasa ya una hora del tiempo, contestó la robusta voz de detrás.

Aún confuso por el rápido despertar, recogí el teléfono sin darme cuenta hasta ese momento, de la gran luminosidad que entraba ya por la ventana.

- Dios mío, me he quedado dormido, dije alzando la voz para avisar a Cesar de que acababa de darme cuenta de aquella circunstancia.

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- Espérame abajo que enseguida estoy. Grité mientras me vestía como si un terremoto estuviese moviendo toda la habitación.

Cuando salí a la puerta del pequeño hotel, Cesar e Isabel me esperaban ya sentados dentro del Chevrolet. Aun nos quedaba un largo viaje hasta la pequeña aldea de San Diego de Alcalá, en la cual, podrían decirnos donde encontrar a la persona que íbamos a ver, y cuyo singular nombre era el de Ikal Maatiaak, que según me había comentado Isabel, significaba espíritu del desierto.

Arrancó el coche, y enseguida salimos a la carretera nacional en dirección norte. A partir de ahí, el paisaje se iba volviendo más monótono. Pequeñas colinas con arbustos semejantes a sus pies, se repetían una y otra vez. La carretera se encontraba también en peores condiciones, y el sol, a pesar de no estar todavía en lo más alto, ya calentaba lo suficiente como para llevar puesto el aire acondicionado.

De repente, divisamos un lejano punto de color rojizo que se hizo más claro conforme nos acercábamos a él. Cuando lo tuvimos ya una escasa distancia, pudimos apreciar que se trataba de un hombre con una gran mochila en su espalda que andaba de una forma cadenciosa por el arcén de la carretera.

- Para, le dije a Isabel haciéndole un gesto con la mano.

- ¿No pensará meterlo con nosotros en el coche? Preguntó Cesar echándose hacia delante para asegurarse de que le había escuchado.

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- No podemos dejarlo ahí con el calor que hace, ni siquiera sabemos cuántos kilómetros le quedan hasta el siguiente pueblo.

Isabel, frenó bruscamente el coche echándose a un lado justo después de haberlo adelantando. Miré por el espejo retrovisor, y pude verle correr hacia nosotros, con una enorme mochila de color rojo bailando sobre su espalda a cada paso. Cesar, se bajó para dejar sitio entre el equipaje, aunque Isabel y yo, sabíamos que tan solo era la escusa para tener lo más controlada posible la nueva situación.

Se abrió la puerta, y yo me giré para poder verle bien la cara mientras entraba en el coche de una manera muy enérgica. Se trataba de un hombre bastante más joven de lo que había percibido al pasar junto a él. Era más bien moreno, delgado y no muy alto, con una gorra de los Yankees de New York bastante sucia y estropeada.

- Muchísimas gracias por detenerse, me llamo Matthew dijo en perfecto español, aunque con un pequeño acento anglosajón.

- Mi nombre es Martín, y ellos son Isabel y Cesar, repliqué haciéndome cargo de realizar las oportunas presentaciones.

- ¿Y a qué lugar te diriges? Matthew, le pregunté para comprobar hasta dónde podríamos compartir nuestro camino.

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- Hasta Chihuahua, pero pueden dejarme donde a ustedes más les convenga. Contestó de forma muy educada.

- Perfecto, le dije asintiendo con un leve gesto de conformidad.

- Nosotros no llegamos hasta allí, puesto que nos desviamos mucho antes, pero te evitaremos unos cuantos kilómetros que con este calor, siempre es de agradecer.

Nos reacomodamos en nuestros asientos, y volvimos a situarnos de nuevo en la infinita carretera que nos llevaría hacia la zona norte del país.

Sabía que tanto Cesar como Isabel no le iban a dar mucha conversación, pero yo me sentía un poco intrigado por saber qué historia se escondía detrás de aquel hombre, que caminaba bajo un sol ardiente cargado con una gran mochila. Como tampoco quería ser demasiado indiscreto, opté por preguntarle algo más común y esperar que fluyera la conversación de manera natural, así que volví otra vez la cabeza hacia atrás para poder ver de nuevo su cara, y le pregunté de donde era.

Se quedó un instante pensativo, frotándose la barbilla con su mano derecha.

- En realidad, de ninguna parte, no puedo decir que pertenezca a ningún lugar, a no ser, que el planeta tierra te sirva como respuesta. Contestó encogiéndose de hombros.

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Yo me quedé un poco desconcertado, sinceramente, no esperaba esa contestación.

- Pero, ¿No tienes una casa en alguna parte? Le volví a preguntar esperando obtener algo más concreto.

Me miró sonriendo, sabiendo que las palabras que diría a continuación me sorprenderían todavía más.

- Todas las pertenencias que tengo en esta vida, están metidas en esa mochila, o las llevo yo encima, dijo tocándose la estropeada gorra que aún llevaba puesta.

- Pero, ¿y tu familia?, Pregunté de nuevo atraído por las insólitas respuestas que nos aportaba aquel joven tan singular.

De repente borró su infinita sonrisa, cambiando a un semblante mucho más serio.

- Mis padres fallecieron en un trágico accidente de tráfico cuando yo era solo un niño. Contestó entre la aceptación y la timidez de compartir algo muy personal con unos desconocidos.

Recordé entonces las lejanas palabras de Alicia sobre los círculos de confianza, y comprendí que esa respuesta, le resultaría algo menos incómoda por el hecho de que ambos nos encontrábamos fuera de ellos.

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- Lo lamento mucho, le dije intentando trasmitirle esa amable emoción con la que todas las personas cercanas a mí, lo hicieron cuando falleció mi padre.

- Íbamos a viajar toda la familia hasta Seattle para acompañar a mi madre por un tema de trabajo. Continuó hablando aquel chico, decidido a contarnos su trágica historia, lo cual supongo que en cierta manera, es algo que necesitaba.

- El día de antes, una gripe invernal, me provocó una pequeña subida de temperatura, así que decidieron que se quedaría mi abuela encargada de cuidarme, no sin una pequeña rabieta por mi parte, porque yo deseaba acompañarles en ese viaje.

De repente se quedó callado. Yo me giré extrañado por la repentina situación, y pude ver su mirada perdida en aquella eterna carretera que trascurría como si fuese una película proyectada en el sucio cristal delantero.

- Yo debía ir con ellos, murmuró suscitando un gran suspiro al final.

- Tras el accidente, nos quedamos solos mi abuela y yo, no teníamos más familiares a los que acudir en busca de ayuda. Cuidó de mí hasta que su diabetes acabó con su entregada vida, y varios días después de su fallecimiento, me llegó una carta del banco donde se me informaba del tercer aviso antes de la ejecución de desahucio. Ella lo mantuvo en secreto durante todo el tiempo que pudo, había continuado

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pagando la hipoteca hasta que los gastos de su enfermedad, terminaron por apurar los últimos ahorros de los que disponía.

Tanto Cesar, como Isabel, escuchaban en un profundo silencio aquellas entristecidas palabras. Yo, permanecía contemplando como entrecruzaba una y otra vez sus dedos de manera inconsciente. Me miró a los ojos, y tras observar mi curiosa forma de mirarle cautivado sin duda por esa sorprendente historia, continuó narrándonos la trágica crónica de su vida.

- Acababa de cumplir 19 años, trabajaba ocho horas al día, en un taller de dudosa reputación, por un escaso sueldo que apenas cubría mis gastos personales. Finalmente, sabiendo que antes o después vendrían a echarme de casa, tomé una atrevida decisión, vendí todo lo que pude, y con ese dinero, me marché a España con unas pocas pertenencias personales y mucho temor por viajar hacia un futuro que no sabía cómo me iba tratar.

- Fuiste muy valiente al hacer eso, le dije mientas pensaba que en esas circunstancias, yo no hubiese sido capaz de tomar una decisión así.

- El conejo asustado, dijo volviendo a esbozar otra vez una sonrisa.

- ¿Cómo dices?, pregunté intrigado al mismo tiempo que Cesar giraba su cabeza hacia él, con una mueca de repentina extrañeza.

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Cuando observó que ambos, le mirábamos esperando una aclaración algo más profunda, se quitó su gorra y comenzó a relatarnos una pequeña historia.

-Veréis, un pequeño conejo, se refugió un día de lluvia en un oscuro y húmedo agujero al abrigo de un gran matorral. Había escuchado el rumor de que un fuerte y enorme zorro, se encontraba por los alrededores, muy cerca de la entrada. En realidad, no sabía con certeza si ese rumor era cierto o no, pero de una cosa estaba seguro, aquel zorro no podría entrar por el estrecho agujero. Pasó el tiempo y el conejo comenzó a tener hambre, estaba mojado debido a las goteras, y tenía mucho frio, pero le asustaba la idea de salir del agujero y que el zorro se lo comiese.

- Mucha gente se encuentra en esa situación, dijo volviendo a entrelazar sus nerviosos dedos.

- Están atrapados en una vida que no les gusta, que les hace sufrir, que no desean, pero permanecen allí por miedo a que tomar la decisión de cambiarla, les lleve a terminar encontrándose peor de lo que están, así que prefieren vivir asustados dentro de su fría y húmeda madriguera.

-Yo no, dijo de manera decidida.

- Yo decidí salir fuera a comprobar si aquel lobo realmente existía. Lo cierto es que nunca es tan fiero como lo pintan, así que poco a poco, comienzas a perderle el miedo

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que le tenías, hasta que un día, te paras a pensar que debiste haber tomado esa decisión mucho antes.

Los tres nos quedamos pensativos, en silencio, mientras Matthew volvía a colocarse la gorra agarrándola con ambas manos.

- Yo estoy separado, dijo de repente y sin previo aviso Cesar, con una entrecortada voz.

Supongo que después de tantas horas en aquel reducido habitáculo y con tan pocas cosas por hacer, al final, uno termina por dejar fluir todos esos sentimientos que habitualmente tenemos escondidos dentro, y la confianza con la que Matthew nos había contado su particular historia, había ayudado a crear un cierto clima discernido.

Ambos miramos a Cesar esperando que aquel tipo tan poco hablador, nos relatase algo más sobre ese sentimiento que parecía querer escapar.

- Me fue infiel, dijo mirándonos con una curiosa timidez.

- Los pillé a ella y a su amante en el coche cuando volvía de casa de unos amigos.

- Lo extraño es que, continuó, haciendo un pequeño paréntesis y poniendo un ligero gesto de incomprensión en su cara.

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- Si hubiese sido veinte años antes, les habría matado a los dos sin dudarlo ni un instante, pero en aquella ocasión, lo que sentía, era una rara mezcla de dolor y alivio al mismo tiempo.

- ¿Qué tal iba tu matrimonio? Preguntó Matthew con el descaro que solo un vividor podría tener.

Cesar miró hacia el techo durante un par de segundos para poder encontrar la respuesta oportuna.

- Lo cierto, es que no muy bien, dijo con la sinceridad de saber que aquello, ya no iba a cambiar en nada su complicada situación sentimental.

- Estos últimos años, nos hemos ido distanciando tan lentamente, que ni siquiera nos habíamos dado cuenta, sobre todo, después de mi accidente en el trabajo. Pasaba varias horas sentado en el sofá de casa, esperando la llamada de algún amigo con quien poder salir de esa monotonía. Por su parte, ella fue tratándome cada vez más como un amigo y menos como un marido.

Matthew clavó sus ojos en él esperando a que se girase, y cuando Cesar le devolvió la mirada, este puso la mano sobre su hombro.

- Entonces, no fue una infidelidad, ni un engaño. No la puedes culpar a ella, y tampoco debes culparte a ti. Dijo sin dejar de mirarle a los ojos.

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- Vuestra relación como pareja, había dejado ya de existir, vuestro matrimonio, se había convertido en una oscura y húmeda madriguera en la que ambos os encontrabais incómodos, pero esa rutina se había enquistado tanto, que teníais un tremendo pánico a romperla. Os asustaba pensar en el lobo que pudierais encontrar afuera.

De repente, Cesar giró su cabeza hacia el otro lado, limpiándose una traicionera lagrima que no quería que viésemos caer.

- No te preocupes, porque un día, te darás cuenta de que merece la pena arriesgarse de vez en cuando, qué más da si ganas o no, lo importante es atesorar todas esas experiencias que te hagan sentirte realmente vivo, concluyó Matthew apartando su mano para dejarle un poco de espacio al afligido y reservado Cesar.

- Deberíamos buscar algún sitio para comer. Dijo Isabel, que había esperado al momento oportuno para interrumpir aquella interesante conversación.

- ¿Qué pueblo es este? Pregunté mientras buscaba con la mirada alguno de esos carteles de información que me indicaran su nombre.

- Hidalgo del parral. Contestó Isabel, aminorando la marcha un poco para poder buscar un sitio que nos agradara a todos.

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Dimos un par de vueltas por las calles principales, y una de las cosas que más nos extrañó, fue la escasa gente que pudimos encontrar, algunos de los cuales, caminaban como si tuviesen una irracional prisa.

- Tienen miedo, dijo Cesar, que observaba con rostro preocupado, como todas aquellas personas, se apartaban de manera casi inconsciente al paso de cada coche.

- Hace años, dos de los mayores carteles de la droga, convirtieron toda esta comarca en una auténtica zona de guerra por el control del territorio. Ni siquiera la policía pudo hacer nada para detenerla. Comentó mientras el resto, le escuchábamos observando como muchos de los comercios se veían con un penoso aspecto de abandono.

- Es cierto que casi todos los que murieron eran miembros de alguna de las bandas, pero como en todas las guerras, algunos inocentes perdieron también su vida durante esos años. Terminó de explicarnos aquel ex policía que cada vez se iba encontrando menos relajado.

- No debemos estar aquí más de lo necesario. Manifestó indicándonos que aún no era un lugar seguro.

Finalmente, ante la insistencia de Cesar, detuvimos el coche enfrente de un restaurante, con dos enormes ventanales que dejaban entrever casi todo lo que había dentro. Entramos por la puerta principal que daba a un gran comedor. Al fondo,

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se encontraba una larga barra forrada con madera de un fuerte color caoba, y las paredes, estaban repletas de viejas fotografías en blanco y negro con los marcos pintados del el mismo tono que el de la barra. El local se hallaba casi vacío, tan solo una pequeña mesa en una de las esquinas, se encontraba ocupada por una pareja de avanzada edad. Enseguida salió a recibirnos un camarero bastante bajito y con una impoluta camisa blanca, que otorgaba una cierta confianza en la limpieza de aquel lugar. Isabel le pidió una mesa para cuatro cerca de alguno de los ventanales, pero Cesar la interrumpió de inmediato, pidiendo al camarero que nos sentase lo más al fondo posible. Ella me miró esperando a que yo tomase la decisión final, y tras meditarlo apenas unos segundos, le indiqué al camarero que nos acomodase junto a la barra, tal y como había sugerido Cesar.

No tardaron mucho en comenzar a traer los primeros platos, y la escasa conversación que teníamos, se fue apagando poco a poco. De repente, me fijé en uno de los cuadros cuyo contenido me era familiar.

- ¿De qué me suena a mi esa iglesia? Comenté en voz alta llamando la atención para ver si alguno de los presentes, podía decirme a qué lugar pertenecía esa foto.

Todos se quedaron mirando un buen rato, excepto Matthew, que nada mas mirarla, volvió a fijar la vista en su plato con una pícara sonrisa.

- No consigo ubicarla en ninguna ciudad de México, respondió Isabel haciendo pequeño un gesto de negación.

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- Porque no está en México, replicó Matthew con total convencimiento.

Los tres volvimos nuestras miradas hacia él, que seguía comiéndose el enorme taco que abrazaba entre sus manos. Hizo una pequeña pausa para tragar, y después, volviendo a mirar la foto dijo:

- Es la catedral de León, en España, y continuó comiendo como si esa simple respuesta, hubiese sido el final de la improvisada conversación.

Tanto Isabel como Cesar volvieron a centrarse en sus respectivos platos, pero yo me quedé con la duda de saber, si aquello tan solo había sido suerte.

- ¿Viviste en León? Le pregunté.

- Se podría decir que sí, respondió dejando el abundante taco sobre el plato.

- Dormí un par de noches dentro de esa catedral.

Los tres nos quedamos mirándolo nuevamente, y este, al ver nuestras caras de extrañeza comenzó a reír a carcajadas.

- Cuando supe que jamás encontraría lo que fui a buscar, decidí continuar viajando y aprendiendo a sobrevivir, aprovechando todos los recursos que tenía a mi alcance.

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Cuando había suerte, trabajaba en ciertas tareas esporádicas, y en los momentos más duros, acudía a sitios de acogida donde siempre me han tratado muy bien.

- ¿Lo que fuiste a buscar? Le volví a preguntar atraído por aquellas primeras palabras que para el resto habían pasado inadvertidas.

Matthew me miró con un rostro algo más serio.

- A la única familia que aún podría quedarme, y que no pude encontrar. Contestó esbozando un irónico gesto al final.

Se reacomodó sobre su silla, y tras observar como aquella expresión había conseguido generar un gran interés en todos nosotros, juntó ambas manos y comenzó a relatarnos el verdadero motivo de su aventurado viaje.

- Mi abuelo, al igual que sus dos hermanos, nació en las islas Filipinas, en un tranquilo lugar, pero con poco futuro para ellos. Conforme se fueron haciendo mayores, los tres hermanos fueron emigrando en busca de un lugar mejor donde poder establecerse. El mayor, se marchó a España, el mediano se vino a México, y él, que era el más pequeño, se embarcó hacia Estados Unidos con una pequeña maleta, muchísima ilusión y un considerable miedo. De pequeño, me contaba como los tres hermanos habían estado tan unidos, que incluso eran castigados a la vez. El tiempo pasó, y poco a poco fueron perdiendo el contacto entre ellos. El día que decidí marcharme, pensé que sería una buena idea intentar

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localizarles y poder conocerles, puesto que tampoco tenía ninguna otra cosa en esta vida que fuese más importante que aquello, ni esposa, ni hijos, ni hogar, nada que me atase a ningún lugar. Cuando llegué a Madrid, Intenté encontrar a Ernesto, pero al parecer, durante la guerra civil española, se quemó toda la documentación, perdiendo definitivamente su rastro. Así que durante años, ahorré hasta el último céntimo para poder viajar hasta aquí y buscar el último reducto de mi árbol genealógico.

Tras esas palabras, metió su mano por debajo de su descosida camiseta gris, y sacó una vieja foto que llevaba metida dentro de una pequeña bolsa de plástico transparente.

- Un año antes de marcharse, su padre les hizo una foto a los tres hermanos, entregándoles una copia a cada uno para que nunca se olvidaran de sus orígenes. Dijo mientras sacaba con mucho cuidado aquella imagen.

Apenas la había mirado, cuando Isabel me la arrebató repentinamente de entre mis manos.

- Esta foto ya la vi yo antes, dijo con una absoluta cara de asombro, sin poder apartar la vista de ella.

- Supongo que será alguna muy parecida, estos antiguos retratos, solían hacerse casi todos repitiendo el mismo patrón de posición y distancia. Repliqué dándole a entender que era demasiada casualidad que se refiriese concretamente a esa misma fotografía.

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Isabel permanecía en silencio, casi sin parpadear, recorriéndola con sus ojos de arriba a abajo.

- No, dijo en voz baja.

- Es exactamente la misma, recuerdo el miedo que sentí cuando aquel día, me la enseñó una compañera de clase cuando jugábamos en su casa.

Yo giré mi cabeza hacia Matthew para comprobar cómo miraba a Isabel con semblante serio, con la más fría incredulidad hacia aquellas palabras.

De repente, un fuerte y seco estruendo nos sorprendió a todos, parecía como si alguien hubiese realizado algún disparo muy cerca del restaurante donde nos encontrábamos. Nos quedamos paralizados debido a la inesperada situación, que había roto de manera repentina la tranquila y plácida comida de la que estábamos disfrutando. Nos miramos unos a otros en completo silencio y casi sin parpadear, en espera de poder comprobar que era lo que había ocurrido afuera. Sin darnos apenas tiempo para poder sacar ninguna conclusión, volvimos a escuchar otro disparo, esta vez mucho más cercano, casi del otro lado de la calle.

- Al suelo, gritó en ese instante Cesar, el cual sacaba de uno de sus costados, un pequeño revolver que debía tener muy bien escondido, puesto que hasta ese mismo instante, ninguno de nosotros habíamos podido apreciar que iba armado. Todos nos echamos al suelo, incluida la pobre pareja

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de ancianos que lenta y torpemente, se dejaban caer hasta tumbarse casi por completo. Yo alcé la mirada hacia Cesar, observándole mover su brazo de un lado para otro, sin dejar de mirar hacia la puerta de entrada del restaurante.

Volvieron a sonar un par de disparos más, casi al unísono, aunque por el sonido, podían distinguirse que venían de lugares diferentes. Agaché de nuevo la cabeza, colocándome las manos sobre la nuca, a la vez que en la calle, se escuchaba el enérgico rugido del motor de un coche acelerando en la distancia.

Cesar volvió a gritar que permaneciésemos todos tumbados, y fue ahí, cuando al levantar la vista de nuevo, pude ver las sucias zapatillas de Matthew justo en el mismo lugar en el que estaba sentado. Me desplacé arrastrándome hacia un lado, y pude verle allí, de pie, con la mirada fija en las grandes cristaleras como si la curiosidad de observar aquel acontecimiento, fuese más fuerte que su miedo a morir.

- Matthew, Matthew, le susurré en voz baja.- Quítate de ahí, es peligroso.

Pero él permanecía impasible, ajeno a cualquier orden que tanto Cesar como yo le intentábamos dar sin lograr que nos hiciese el menor caso.

Procuré acercarme un poco más hacia él, cuando repentinamente, una bala debió atravesar uno de aquellos grandes ventanales, produciendo un estrepitoso ruido al caer al suelo y hacerse añicos la gran cristalera del restaurante.

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- ¿Estáis todos bien?, grito alzando la voz Cesar, que permanecía resguardado tras una de las mesas sin dejar de apuntar con su pequeño revolver.

- Estoy bien, respondí con un pequeño zumbido en los oídos debido al ensordecedor ruido provocado por la caída de los cristales.

- Estoy bien, contestó también Isabel, levantando su cabeza para que la pudiésemos escuchar mejor.

Volví a mirar a la cara de Matthew, que sin decir ni una sola palabra, continuaba de pié, sin alterarse ni un instante por la insólita y peligrosa situación.

Afortunadamente, a los pocos minutos, comenzamos a escuchar el débil zumbido de unas sirenas que de manera acelerada, sonaban cada vez con más fuerza. Me giré sin levantarme todavía del suelo, y pude ver como un par de coches de la policía, se detenían justo enfrente del destrozado ventanal. Cesar volvió a guardar su pequeño revolver en su costado derecho, y yo, me levantaba con extremo cuidado sin dejar de mirar ni un solo instante hacia la calle. Después, di un par de pasos hacia atrás para ayudar a Isabel, que aún permanecía tumbada sobre el suelo, supongo que muerta de miedo como casi todos los que nos encontrábamos allí. Mientras le ayudaba, pude ver a uno de los camareros agarrando a la pobre señora mayor, que era incapaz de poder levantarse por sí misma.

Matthew también había acudido a socorrer a la pareja de ancianos, y una vez que nos aseguramos de que ninguno se

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encontraba herido, Cesar salió en busca de alguno de los agentes de la policía que tomaba declaraciones a un señor con cabello negro, que gesticulaba exaltado por la frenética situación vivida. Enseguida volvió a entrar.

- Deberíamos irnos cuanto antes. Dijo Cesar tras intercambiar algunas palabras con uno de los agentes.

- Voy a pagar la cuenta y nos vamos. Contesté, sacando algo de dinero que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Me dirigí hacia la barra, donde uno de los camareros aguardaba con una escoba y un recogedor, para limpiar cuanto antes el grave destrozo producido por la infortunada bala perdida, pero antes de poder llegar, me interceptó el dueño realizando rápidos aspavientos con sus brazos, vociferando casi a viva voz, que debido al lamentable percance, estábamos invitados. Insistí de nuevo, aunque totalmente en balde, puesto que aquel hombre, se negaba una y otra vez en cobrarnos la accidentada comida, así que no me quedó más remedio que volver a guardármelo, y marcharme dedicándole unas cuantas palabras de agradecimiento.

20. LA CONVERSACIÓN.

Nos subimos todavía un poco nerviosos en el coche, y enseguida tomamos de nuevo la carretera general, al tiempo, que Cesar nos explicaba que todo debió tratarse de un ajuste de cuentas que nada tenía que ver con nosotros.

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- A esa gente, no le importa en absoluto poner en riesgo la vida de los demás.

Tras esas palabras, me giré con un semblante serio hacia atrás.

- Matthew, ¿acaso estás loco? Le pregunté sin más miramientos, aprovechando la pequeña confianza que ambos nos habíamos otorgado mutuamente.

El me miró extrañado, como si no supiese a qué me refería con esa pregunta.

- Te podían haber herido, o peor aún, alguna de aquellas balas perdidas te podría haber matado. Continué insistiendo en la gran imprudencia que había cometido al permanecer de pie durante la peligrosa tesitura.

Matthew continuaba algo confuso, supongo que nuestras maneras tan distintas de ver el mundo, chocaron en ese momento como dos barcos entre la niebla.

- ¿Qué es para ti la muerte? Preguntó de repente, pillándome totalmente desprevenido.

Esa pregunta, toco una de esas cuestiones que a lo largo de mi vida, jamás se me había ocurrido plantearme, debido quizás, a que para mí, era mucho más cómodo evitarlo, que intentar entenderlo.

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- La muerte, es… el final, dejar de existir, por eso todo el mundo tiene miedo a morir. Contesté, intentando hacerlo de una manera lo más clara y racional posible, teniendo en cuenta, lo improvisado de mi respuesta.

- En eso te equivocas, replicó Matthew casi sin dejarme terminar.

- Todos sabemos desde pequeños que la muerte es algo inevitable, y por lo tanto, lo único certero que conocemos sobre nuestro futuro, ¿no crees que es absurdo tenerle miedo?

-No…, continuó, …no es la muerte lo que genera ese sentimiento.

Isabel y Cesar permanecían escuchando, sin intervenir en ningún momento en aquella llamativa conversación que ambos habíamos iniciado.

- Entonces, Si no es la muerte lo que nos aterra, ¿de qué tenemos miedo? Volví a preguntar esperando conocer que se escondía dentro de su extraña mente bohemia.

- Realmente, tenemos miedo a nuestra manera de morir, al dolor y la angustia que podamos sentir justo en ese fatídico trance. Pero sobre todo… Miró entonces hacia Cesar, que permanecía inmóvil, sin apartar su vista de aquel joven tan distinto al resto de las personas, con las que me he tropezado a lo largo de mi vida.

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- … Al olvido, terminó su reflexión volviendo otra vez su mirada hacia mí.

- No podemos soportar la idea de que antes o después, nuestro recuerdo terminará desapareciendo, y con él, todo lo que fuimos durante nuestra existencia.

- Afortunadamente… continuó ya casi susurrando.

- Con el tiempo, he aprendido a asumir ese ciclo de la vida en el que por alguna razón desconocida, nacemos con todo lo bueno y lo malo que alberga este disparatado mundo, y que por esa misma extraña razón, un día, dejará de existir todo cuanto soy, tal y como ha sucedido desde el inicio de la historia.

Es cierto, que algunas personas, logran sobrevivir al paso de los siglos, pero si te fijas bien, no es su yo íntimo y personal lo que nos ha llegado, sino, unos hechos ligados a un simple nombre. Al resto de los mortales, nos bastan tan solo un par de generaciones, para perdernos en el olvido eternamente.

Aquellas palabras, volvieron a despertar en mí ese vacío que debido a los últimos acontecimientos, había permanecido escondido detrás de todas las emociones vividas.

- Pero, ¿Qué ocurre con los que aún quedamos aquí?, pregunté en un súbito intento por encontrar en su madura sabiduría, algo que me sirviera para entender el sufrimiento que aún albergaba adentro.

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- Matthew hizo un pequeño gesto de resignación, moviendo muy lentamente su cabeza de un lado a otro.

- Me gustaría poder ayudarte a superar ese inmenso muro que no sabes cómo trepar, pero lo cierto, es que ni siquiera estoy seguro de haber franqueado yo el mío. Lo único que me consuela, es saber que no dejaré ese peso sobre las espaldas de ninguna persona. Cuando yo muera, nadie sufrirá por mí, nadie me recordará.

- Te recordaremos nosotros, le dije con un sincero e improvisado matiz.

De repente, ese joven aventurero e imprudente, se trasformó en un asustado niño, y unos húmedos ojos entristecidos, dejaron escapar una traicionera lágrima por su mejilla. Supongo que algunas veces, quizás cuando menos lo esperas, se revela algún pequeño sentimiento que creías tener bien encadenado. Cesar, que no había dejado de mirarle ni un solo instante, le puso la mano sobre su espalda, devolviendo el amable gesto que Matthew tuvo momentos antes con él, y durante un buen rato, todos nos quedamos callados, como si cada uno estuviese sumergido en sus propios pensamientos, juzgando si nuestros problemas, podrían ser un pequeño arrollo comparado con los océanos de los demás.

Fue Isabel la que rompió el cálido silencio.

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- Pronto llegaremos a Ciudad Camargo. Allí cogeremos la sesenta y siete hasta Ojinaga.

- Pero, si no recuerdo mal, tú eras de chihuahua ¿verdad, Isabel? Le pregunté para poder aclarar esa duda con el fin de llevar a cabo el cambio de planes que hasta ese momento, no había comentado con nadie.

- Bueno, en realidad soy de muy cerca, de un pueblecito llamado Santa Eulalia. Contestó con la inocencia de tomarse esa pregunta como una forma de continuar la conversación.

- Entonces, continúa hasta Santa Eulalia. Le anuncié sin dejar de mirar al frente.

Sabía que esa disposición tendría una respuesta por parte de Isabel, la cual no se hizo esperar.

- Pero, según nuestro contacto, Ikal se encuentra justo en la dirección contraria, replicó girándose rápidamente hacia mí.

- Ya volveremos después. Primero quiero acompañar a nuestro amigo hasta la misma casa donde dijiste que habías visto la foto. Volví a contestar, intentando otorgar un poco más de autoridad como único financiador del viaje.

Isabel insistió, alegando que ni siquiera sabíamos durante cuánto tiempo iba a permanecer en aquel lugar. Al parecer, ese hombre pasaba gran parte de su vida viajando de manera errante por las zonas más despobladas del desierto de

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Chihuahua. Era sin duda, bastante complicado dar con su cambiante ubicación, puesto que solía montar un pequeño campamento acompañado siempre por ciertas personas muy afines a él, y tras varios días, se trasladaba hasta otro lugar sin previo aviso. Básicamente era casi como encontrar una aguja en un pajal, y en eso sí llevaba toda la razón, si le perdíamos el rastro, no dispondríamos del tiempo necesario para averiguar su nuevo paradero. No obstante, estaba decidido a ayudar a nuestro peculiar amigo a localizar a su única familia en la medida en que me fuese posible.

- Por nada en el mundo me perdería la oportunidad de saber si aún existe esa foto, y si sus dueños, son la familia que nuestro joven amigo ha venido a buscar. Le dije girando mi cabeza hacia él, para comprobar su reacción al pedirle de paso, un pequeño favor.

- Pero debes prometerme una cosa.

Matthew se quedó mirándome con cierto gesto de extrañeza, esperando conocer qué era lo que pensaba pedirle a cambio de ofrecerle nuestra ayuda.

- Son muchas las experiencias que aún nos quedan por vivir, así que debes tener más cuidado con no irte de este mundo demasiado pronto.

De repente, unas sonoras carcajadas comenzaron a retumbar por todo el coche. Tanto Cesar como yo, nos quedamos mirándolo con una singular mueca de asombro.

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- ¿Que creías que hacía en aquel restaurante? Preguntó mientras ponía un cómico guiño encogiendo a la vez los hombros.

- Estaba viviendo una nueva experiencia, jamás había estado en medio de un tiroteo, y no quería perderme ningún detalle, quizás no vuelva a encontrarme otra vez en esa situación.

Miré fijamente a Cesar esperando alguna contestación de rechazo como ex-policía que era, pero al contemplar su peculiar cara de estupor, no pude evitar echarme a reír yo también, contagiando al resto en un grato momento que jamás podré olvidar.

21. UNA HISTORIA DE MATTHEW.

Finalmente tomamos la cuarenta y cinco en dirección a la ciudad de Chihuahua. Aprovechando que aún teníamos reciente la última conversación, le pregunté a Matthew si había pensado hacer o decir algo a sus posibles familiares en caso de que aún viviesen allí.

- Me he pasado tantos años improvisando, que he olvidado planear el futuro. Contestó aludiendo a que dejaría que la situación fuese fluyendo por sí misma.

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Después, se reacomodó sobre su asiento y sin dejarnos tiempo a una posible réplica, comenzó a contarnos una de las muchas historias que supongo que un trotamundos como él, debía atesorar fruto de la experiencia.

- Veréis, dijo con mucho énfasis para generar un cierto clima de curiosidad.

- Hace algunos años, trabajé durante un par de meses apilando cajas en una pequeña empresa familiar. Allí conocí a una chica algo retraída y no muy habladora, pero aun así, intimamos lo suficiente como para terminar siendo buenos amigos. Era la única hija del dueño, y denotaba una cierta sobreprotección por parte de su familia. Aquello le había llevado a un punto en el que prácticamente se angustiaba casi por cualquier cosa. Una noche, la vi paseando sola por una de las pequeñas calles aledañas a su casa, y decidí acercarme para saludarla. Conforme me aproximaba, la noté bastante más abstraída que de costumbre, con su cabeza agachada y caminando muy despacio, como si no tuviese ningún lugar al que ir. Cuando llegue hasta su lado y le pregunté, me dijo que a su padre le habían visto un pequeño bulto en la garganta durante un reconocimiento médico, y que le iban a realizar unas pruebas para poder determinar si se trataba de un tumor. Lo peor de todo, me dijo, era que hasta dentro de una semana no iban a poder disponer de los resultados.

La vi tan decaída que decidí intentar ayudarla aunque, tampoco sabía muy bien cómo debía hacerlo.

Sin embargo, en ese momento, me di cuenta de que no era la primera vez que observaba una situación así, quizás sea

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fruto de nuestra manera de actuar, pero en aquella ocasión, pude darme cuenta de que el sufrimiento no siempre suele estar justificado, así que la cogí del brazo haciendo que se detuviese para que pudiera escucharme.

- ¿Y qué pasará si finalmente las pruebas indican que no le ocurre nada grave? Le pregunté con la intención de provocar en ella, una reacción que la hiciese despertar.

- ¿Cómo? Me preguntó desconcertada.

- ¿De qué te habrá servido tanto sufrimiento y angustia, si después resulta que a tu padre no le ocurre nada?

De repente, alzó su cabeza dirigiendo su mirada hacia el oscuro final de la calle, quedándose inmóvil mientras yo continuaba susurrándole en voz baja.

- Vivimos rodeados de peligros que acechan con hacernos daño de una u otra manera, y no por eso debemos agobiarnos con el sufrimiento de que algo malo nos puede ocurrir.

Es ilógico preocuparnos por los problemas, cuando aún, ni siquiera son un problema.

Matthew se quedó callado, como si se hubiese tomado una pequeña pausa para recordar, y acto seguido, continuó con un tono mucho más calmado.

- En ese instante, me di cuenta de que angustiarse antes de conocer el resultado, tan solo sirve para obtener un absurdo sufrimiento. Así que desde ese día, prefiero esperar a

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los acontecimientos, improvisando y asumiendo las emociones cuando el hecho haya ocurrido, pero nunca antes. Terminó expresando una lección que todos deberíamos comprender.

He de admitir, que en cierta manera, me asombraba esa forma tan distinta que tenía de ver el mundo.

Tras contarnos su pequeña historia, los cuatro nos quedamos callados, supongo que reflexionando al abrigo del suave y monótono balanceo que nos envolvía dentro de aquel Chevrolet del noventa y ocho, aunque me dio la impresión, de que Cesar se había quedado más con la historia, que con el aprendizaje que Matthew intentaba hacernos llegar.

- ¿Y qué pasó al final con el padre? Preguntó al cabo de un rato Cesar, intrigado por conocer ese pequeño detalle de la historia.

Este suspiró profundamente antes de contestar.

- No lo sé Cesar. Dos días después, me marché sin despedirme de nadie, aquel no era mi lugar, ni aquella mi historia. Cada uno tiene un camino en la vida, empujado quizás por las circunstancias que le rodean, pero yo siempre he intentado recorrerlos todos, saltar de una vida a otra, e intentar comprender, que motivos y sentimientos llevan a esas personas a ir en esa única dirección.

- ¿Y sabéis lo más gracioso de todo? Preguntó sabiendo que todos esperábamos otra singular respuesta por su parte.

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- Que a pesar de todas las circunstancias que ocurren a nuestro alrededor, bastan tan solo unos pocos detalles, para averiguar qué camino tomará una persona en su vida.

Y en efecto, aquello nos sorprendió, sobre todo, por el hecho de proceder de una persona que se salía de lo habitual en casi todos los sentidos. Me intrigaba conocer de qué manera se podían encontrar esos escasos detalles de los que hablaba.

El caso, es que sin querer, Cesar había sacado un interesante tema de conversación, y tras las palabras de Matthew, por mi cabeza comenzaron a rondar ciertas cuestiones y preguntas que me hubiese gustado comentar, pero un gran cartel con el nombre de Santa Eulalia, nos obligaba a centrarnos de nuevo en nuestro destino, desviándonos hacia una estrecha y ruinosa carretera, que nos llevaría hasta el pueblecito donde Isabel pasó casi toda su infancia.

Enseguida recorrimos los diez kilómetros que nos dejarían en la misma entrada principal. Circulamos muy despacio por una concurrida avenida, donde un copioso ajetreo de transeúntes, se cruzaban de un lado a otro sin importarles lo más mínimo que los coches transitáramos también por la misma vía. Sobre nosotros, unas largas y finas cuerdas repletas de banderitas de colores, colgaban de una manera errática sobre los balcones más altos.

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- Deben estar de celebraciones. Dijo Isabel, que no dejaba de mirar distraída hacia todos lados como un niño en una feria.

- No cambió nada desde la última vez que estuve aquí. Volvió a comentar entre el asombro y la ilusión de volver a visitar un lugar con tantos recuerdos para ella.

El resto, permanecíamos callados, observando cómo se alternaban nuevos con viejos edificios, y las personas, pasaban a nuestro lado abstraídas en un chismorreo incomprensible por lo menos para mí. Cruzamos por fin la gran avenida, y doblamos hacia la derecha por una calle bastante menos transitada. Yo me giré para poder ver la cara de Matthew, que permanecía con la misma expresión de indiferencia a pesar de saber, que dentro de muy poco tiempo, sabríamos si aún quedaba alguna persona en este mundo al que poder llamarle familia.

De repente, Isabel detuvo el coche.

- Es aquí. Dijo señalando al edificio que teníamos justo enfrente de nosotros.

Se trataba de una casa relativamente grande, con tres grandes ventanas en el piso de arriba y una fachada casi recién pintada de blanco, con todos los marcos de un llamativo azul turquesa. En una de las esquinas, se encontraba la entrada principal, con una gran puerta de madera, algo

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desgastada por los severos rayos de sol que debía recibir durante las horas centrales del día.

Cesar fue el primero en bajar, y justo después, lo hicimos Isabel y yo casi a la misma vez. Matthew se tomó unos segundos, para salir después abriendo la puerta y alzando su vista hacia las ventanas del piso de arriba.

No parecía haber mucha actividad por aquella calle, excepto algún balcón lejano, todos permanecían cerrados, y tan solo se podían ver un par de coches aparcados en la lejanía.

- Puede que no haya nadie en casa. Dijo Isabel mientras caminaba hacia el gran portón de madera.

Yo le acompañaba pensando que probablemente tendría razón, puesto que lo más probable, era que todos sus inquilinos se encontrasen entre el gentío que andaba con un aire bastante fiestero hacia la plaza central del pequeño pueblecito.

Nos colocamos justo enfrente, y sin pensarlo dos veces, golpee la puerta con la parte de atrás del puño para evitar hacerme daño, apartándome después para que fuese a Isabel a quien vieran primero. Esperamos unos segundos sin obtener ningún tipo de respuesta, así que me dispuse a golpear de nuevo, cuando Matthew me frenó antes de hacerlo.

- Espera, dijo alzando la voz para llamar mi atención.

Los tres nos quedamos mirando cómo se acercaba con un paso travieso hasta donde estábamos Isabel y yo.

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- Deberías probar con el timbre. Dijo extendiendo su mano hacia una esquina de la pared.

Me aparté hacia afuera para poder ver mejor, y preso de mi propia torpeza, se me escapó una pequeña sonrisa vergonzosa por no haber visto antes esa pequeña caja con un gran botón en su centro. Matthew lo pulso cuidadosamente con su dedo índice, y en toda la casa resonó un chirriante y escandaloso sonido que nos hizo mirarnos unos a otros con un chocante gesto de asombro.

Sin embargo, esta vez sí que escuchamos algunos ruidos de puertas y pisadas que se hacían poco a poco más intensos, señalando que en efecto, había alguien en casa.

De repente, el gran portón se abrió, asomando la cabeza una mujer mayor aunque bien arreglada.

- Doña Encarnita, ¿se acuerda usted de mí? Dijo Isabel con la duda de saber si aún la recordaba después de tantos años sin entrar en aquella casa.

La desconcertada señora, se quedó durante un instante mirándola fijamente con el ceño fruncido, y acto seguido, brotó en su rostro, un jubiloso semblante que indicaba una sorpresiva felicidad.

- Isabelita, niña. Vociferó lanzándose a los brazos de Isabel, e ignorando al resto de los que nos encontrábamos allí.

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Después de llenarle la cara de besos apretándole las dos mejillas con sus manos, preguntó a qué se debía la inesperada visita.

- Venimos a enseñarle una cosa, y de paso, a comentarle algo que es muy importante para este joven. Dijo Isabel señalando hacia Matthew.

Doña Encarnita, como parece ser que la seguía llamando todo el mundo, echó una rápida mirada hacia él, y aún con ese gesto de asombro por la grata visita, nos invitó a pasar adentro para estar más cómodos y frescos.

- Están todos en la plaza. Dijo mientras la seguíamos observando los añejos muebles del pasillo que para mi gusto daban un aspecto demasiado recargado a la restaurada casa.

- Yo me quedé acá cuidando al viejo. Continuó exponiendo a la vez que abría una acristalada puerta, que daba acceso a un pequeño salón con una televisión encendida, aunque casi sin volumen, y donde nos terminamos sentando entre un pequeño sofá, y un par de sillas que trajo ella de la cocina.

Lo cierto, es que aquella mujer, parecía estar más interesada en conocer con detalle lo que había sido tanto de Isabel, como de su familia, que de averiguar lo que Matthew había venido a contarle. Así que después de una breve charla en la que ambas se pusieron al día, y que el resto escuchó

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pacientemente, pensé que había llegado el momento de contarle la verdadera razón de nuestra visita.

- ¡Verá Doña Encarnita!, le dije alzando la voz para conseguir captar su interés.

- Este es Matthew, y es el principal motivo por el cual estamos aquí.

Tras observar su cara de extrañeza, pensé que lo mejor era mostrarle primero la foto para ver cómo reaccionaba, y después, que él le contase su historia.

- Tiene algo que desea enseñarle. Le anuncié, haciendo un gesto de asentimiento a Matthew para que le mostrara aquella fotografía que con tanto anhelo había estado guardando durante todos estos años.

Metió su mano debajo de su camiseta, y la sacó tal y como había hecho en el restaurante, desenvolviéndola de su plástico protector y levantándose para entregársela a la intrigada mujer.

Cogió la foto con ambas manos, en silencio, mientras los demás, la mirábamos para intentar averiguar por sus gestos, si la había podido reconocer, pero no dijo absolutamente nada, la dejo sobre una pequeña mesita y salió de la habitación dejando entreabierta la puerta. Nos miramos extrañados sin saber muy bien qué hacer, así que aguardamos a su regreso

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para que nos pudiese aclarar por fin, la incógnita que aún permanecía sin resolver.

Mientras aguardábamos su regreso, no pude evitar levantarme y echar un vistazo al antiguo mobiliario que decoraba la pequeña instancia. Hasta ese instante, no me había percatado de ello, pero encima de un estante de madera, colgaba a media altura, un cuadro que ya había visto antes. Se trataba del mismo Retrato de Pedro de Alvarado que tenían expuesto en el pasillo del hotel, donde me alojé en Ciudad de México. Lo cierto es que aquello me impresionó bastante, sobre todo por el hecho de volver a encontrarme con un lienzo que no suele ser demasiado habitual. Pensé en comentárselo al resto, pero tras meditarlo un poco más, llegue a la conclusión de que ellos, seguramente le quitarían importancia, aludiendo a que no era más que fruto de la casualidad, así que volví a mi sitio en el sofá para sentarme de nuevo y esperar junto a los demás, que permanecían distraídos en el programa mañanero que a esas horas solían emitir por televisión.

No tardó mucho en regresar. Entró tal y como salió, con gesto desconcertado, portando en su mano otra foto de iguales dimensiones a la de Matthew, y se volvió a sentar colocándola también encima de la mesa, junto a la otra. Todos nos levantamos para poder apreciarlas mejor. Eran inequívocamente iguales, tres jóvenes vestidos con una camisa blanca y pantalones oscuros, colocados de pie junto a una pequeña palmera con el mar de fondo. Matthew comenzó entonces a contarle con una tranquila soltura, aquella historia que tanto me conmovió, y por la que dejé pasar la oportunidad, de encontrar al hombre que podría ayudarme en

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la búsqueda de las respuestas que necesitaba, y por las que había emprendido aquel largo y accidentado viaje.

Tras escuchar muy atenta la breve narración, Doña Encarnita se levantó recogiendo ambas fotografías y nos hizo seguirla hasta la puerta de una de las habitaciones del estrecho pasillo.

- Aguarden un momento. Dijo abriendo con mucho cuidado la puerta y entrando sin hacer demasiado ruido.

- Tiene una inesperada visita. Se escuchó tímidamente dentro del cuarto.

Se abrió entonces la puerta, y todos pasamos colocándonos alrededor de una antigua cama de hierro forjado, en la que yacía un hombre de muy avanzada edad, y que nos miraba sin entender muy bien quiénes éramos.

- Este, es el nieto de su hermano Salvador, el que emigró después que usted a Estados Unidos. Susurró Doña Encarnita, levantando su brazo para señalar a Matthew, que no dejaba de mirar perplejo hacia el raquítico anciano.

- Mi abuelo me solía contar como los tres, cogíais sin permiso la pequeña embarcación para salir de pesca, a pesar de tenerlo prohibido. Dijo aquel melancólico muchacho acercándose hasta el mismo filo de la cama.

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Tras escuchar esas emocionales palabras, levantó sus frágiles brazos buscando el cálido abrazo que Matthew, con los ojos húmedos y enrojecidos, le ofreció sin dudar.

22. EL OSO Y EL BORRACHO.

Decidimos salir de la habitación y dejarles solos para que ambos, pudiesen recibir algo que anhelaban desde hacía mucho tiempo, Matthew, su propósito de reunirse con la última familia que le quedaba en este mundo, y aquel pobre anciano, conocer antes de morir, lo que había sido de sus dos hermanos tras perder el contacto durante tantos años. Mientras tanto, nosotros volvimos a la pequeña sala de estar donde la amable señora, nos obsequió con un poco de café y unas minúsculas galletas caseras cocinadas por su hija Consuelo.

- Bueno, ¿y cuánto tiempo pensáis quedaros por aquí? Preguntó Doña Encarnita volviéndonos a ofrecer de nuevo, la caja metálica con las deliciosas galletitas.

- Pues en realidad, deberíamos marchar ya para Ojinaga. Respondió Isabel acentuando considerablemente el apremio por salir cuanto antes.

- Necesitamos encontrar a Ikal antes de que Martin regrese a España.

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- Ah! mi hijita. Saltó de repente Doña Encarnita.

- Pero Ikal ya no se encuentra allá. Dijo con un total convencimiento.

- Mi yerno lo avistó en los Lamentos esta mañana.

Me quedé totalmente sorprendido, mirando a Isabel en busca de su reacción, la cual no se hizo esperar.

- ¿Está segura de eso? Preguntó inclinándose hacia delante y dejando su taza de café sobre la mesita.

- Pues claro. Respondió la señora.

- Ya sabes lo conocido que es acá, según me contó mi yerno, pasó esta mañana por el rancho donde él trabaja. Incluso, les acompañó a cargar agua del pozo.

No tuvimos más remedio que admitir como buena aquella información, así que nos dispusimos a modificar de nuevo los planes para adaptarlos a la nueva y repentina situación, pero, se nos adelantó Doña Encarnita proponiéndonos que nos quedásemos a dormir en su casa, para así, poder salir temprano al día siguiente hacia el rancho Los Lamentos.

En un primer momento, me negué manifestándole mi preferencia de buscar algún alojamiento allí o en la cercana ciudad de Chihuahua, pero esa mujer, era una persona demasiado persuasiva, y como parecía que no aceptaría un no

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por respuesta, terminé cediendo a pesar de las molestias que le podríamos ocasionar.

Tras aceptar a regañadientes la insistente invitación, salimos a la calle para buscar en el coche lo más esencial, y lo demás, lo dejamos en el maletero para no ocasionarle demasiado alboroto a la buena mujer. A lo lejos, se escuchaba un fiestero bullicio y el resonar de las campanas que anunciaban el comienzo de la verbena popular.

- Deberían aprovechar y dar una vueltecita por el pueblo hasta la plaza mayor para distraerse y conocer las fiestas tradicionales de Santa Eulalia. Comentó Doña Encarnita con un cierto tono de resignación por tener que ocuparse del abuelo y no poder asistir a un evento al que sin duda, le apetecía ir.

- Véngase con nosotros. Contestó Isabel a pesar de intuir que aquello no iba a ser posible.

- Ah! no, no mi hijita. No puedo dejar al viejo solo. Replicó la señora con un risueño gesto por el amable ofrecimiento.

Finalmente, decidimos salir los tres a dar una vuelta hasta la hora de la cena, y de paso, aprovechar para comprarle algún detalle a Doña Encarnita por su generosa acogida.

Caminamos guiados por Isabel, la cual aún recordaba con exactitud casi todas las calles y callejuelas del pequeño pueblecito. Conforme nos íbamos acercando a la plaza, el

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ruidoso ajetreo se hacía cada vez más intenso, y el tránsito de personas, nos hacía caminar zigzagueando para poder esquivar a los que permanecían detenidos en mitad de la calle, formando pequeños corros donde inagotablemente, se pasaban las botellas de mezcal y tepache al cántico de malsonantes rancheras. Por fin, llegamos hasta la plaza mayor, adornada con innumerables cordones de luces y banderitas, que salían formando un gran círculo desde un gran poste colocado en el mismo centro.

Se notaba por su semblante serio, que Cesar no se encontraba del todo cómodo rodeado de un ambiente quizás demasiado embriagado, en cambio, Isabel caminaba casi bailoteando al ritmo de la música proveniente de un escenario que se divisaba justo al lado de la pequeña ermita. Anduvimos por allí durante un buen rato disfrutando del ambiente festivo, y finalmente, decidimos marcharnos para buscar algún establecimiento donde nos pudieran vender agua y comida para la pequeña excursión que tendríamos al día siguiente. Salimos por una estrecha calle caminando entre la multitud, cuando de repente, un hombre bastante corpulento, tropezó conmigo cayéndosele al suelo una botella que no debía de sujetar con demasiada fuerza. Sin apenas tiempo para reaccionar, se encaró conmigo insultándome de manera descontrolada. En ese momento, Cesar se intentó colocar delante suya para procurar calmar la situación, pero otro hombre le agarró del brazo advirtiéndole que se quedase al margen.

- Te compraremos otra botella. Dijo Isabel intentando que aquel individuo ebrio entrase en razón.

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Pero él continuaba sin atender a razones por muy consideradas que fueran estas, propinándome pequeños empujones mientras el resto de personas, pasaban a nuestro alrededor sin prestar la más mínima atención a lo que allí estaba ocurriendo. Cesar se echó entonces mano a su costado, y suponiendo lo que pretendía, le hice un ligero gesto con la cabeza, indicándole que no era necesario, puesto que sacar su pequeño revolver, nos traería más problemas que soluciones.

- Cálmate, te daré el dinero para que puedas comprar una botella nueva. Le dije mientras me agarraba la camisa sin dejar de lanzar incomprensibles insultos, desprendiendo un terrible hedor a bebida alcohólica mezclada con algún fuerte aderezo.

Súbitamente, sin previo aviso, un brazo apareció detrás de mí, propinando un fuerte puñetazo al grosero y ofensivo borracho, derribándolo al suelo como si de una figura de plomo se tratase. Volví la vista hacia atrás, y vi entonces que se trataba de Matthew, que sonreía agitando su muñeca debido al dolor que le había causado golpear de esa manera tan brusca. Su compañero soltó a Cesar y se agachó para intentar levantarlo del suelo, momento que aprovechamos para salir de allí, dando por sentado, que tardaría un buen rato en conseguir ponerse de pie.

A esas alturas, ya no debía de sorprendernos ese tipo de acciones en una persona como él, pero aun así, de vuelta a casa de Doña Encarnita, le pregunté a Matthew porqué había actuado de esa manera.

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- Mi abuelo me dijo una vez, que con los osos y los borrachos, no se puede dialogar, hay que actuar de la forma más rápida y directa. Respondió sin dejar de mirar hacia el frente.

- Lo más curioso. Siguió exponiendo a sabiendas de que todos continuábamos interesados en que extendiera un poco más su explicación.

- Es que esa misma lección, sirve para muchos eventos de nuestra vida. Nos quedamos encallados en algunas situaciones, dialogando y negociando con nosotros mismos, dejando pasar el tiempo sin obtener jamás ninguna respuesta clara.

- ¿Qué quieres decir con quedarnos encallados? Pregunté con la ignorancia de no haber entendido del todo lo que Matthew trataba de decir.

- Veras. Contestó mientras buscaba otra manera de poder explicarse mejor.

- Cuando te encuentras encima de un gran trampolín e intentas que tu cerebro tome la decisión de saltar, lo más probable, es que se quede atrapado en un bucle, pensando una y otra vez en las malditas consecuencias. De hecho, puede que jamás llegues a hacerlo a pesar de saber que lo tienes todo controlado. Dar ese paso, implica desconectar por un instante nuestra mente, y no te voy a mentir, sin duda alguna

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es arriesgado, pero si al final todo sale bien, experimentarás una de las mejores sensaciones de toda tu vida, como por ejemplo, darle un buen puñetazo a un borracho maleducado que sin duda alguna, se merecía. Terminó sacudiendo de nuevo su mano para aliviar el dolor que aún debía sentir.

El resto del trayecto, lo hicimos callados. Incluso Matthew, que aún permanecía un poco eufórico por el inesperado momento, andaba distraído en las descoloridas fachadas, abriendo y cerrando de vez en cuando su mano derecha. Yo sin embargo, caminaba pensando en la inocente envidia que me generaba esa forma de ser tan aventurera e improvisada. Seguramente, por mi predecible manera de comportarme, jamás hubiese saltado de aquel trampolín, porque soy de esas personas, que nunca han conseguido desconectar su mente para realizar alguna acción disparatada.

23. BUSCANDO A IKAL

A la mañana siguiente, nos levantamos muy temprano, aunque bastante descansados debido a las confortables aunque algo estrechas camas para invitados que había en la parte de arriba de la casa, pero sobre todo, muy animados con la idea de poder dar por fin con el escurridizo paradero de Ikal. Las referencias que Doña Encarnita nos había ofrecido, eran más que suficientes para poder localizarle con garantías.

Aprovechamos el desayuno para despedirnos de ella y darle las gracias en varias ocasiones por su tremenda hospitalidad. Tras terminar, le pedí permiso para entrar a

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despedirme de su anciano padre, al que en cierta manera, todos le habíamos cogido un cierto aprecio, y de paso, aproveché también para dejarle un pequeño sobre con algo de dinero y una pequeña nota indicándole que no pudimos comprarle nada como agradecimiento.

Salimos a la calle con las luces del alba, y entre Cesar y yo, fuimos cargándolo todo en el maletero. Isabel entró sin prisa en el coche, sentándose en el asiento del conductor, y reajustando de nuevo los espejos mientras aguardaba a que terminásemos de asegurar bien el equipaje. Matthew salió a la puerta cargado con ese gran macuto rojo en la espalda.

- ¿Qué piensas hacer ahora? Le pregunté, suponiendo que su respuesta más lógica sería volver quizás a Estados Unidos, aunque tratándose de él, fácilmente podría tener cualquier otra intención.

Y tal y como había predicho, no me decepcionó. Se acercó hasta el coche, y de una manera muy educada, nos dijo que si no suponía ninguna molestia, le encantaría continuar con nosotros.

- Sinceramente. Dijo Matthew dejando con mucho cuidado la mochila en el suelo.

- Después no sé lo que haré, ya sabes que no me gustan demasiado los caminos marcados, pero ahora, lo importante es que este viaje no ha terminado, aún debes descubrir si existen esas respuestas que viniste a buscar, y además, no

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sabemos si volverás a necesitar de mi ayuda. Terminó manifestando como si fuésemos dos cómplices planeando un robo.

A estas alturas, de sobra sabréis que nunca me han agradado las despedidas, si bien es cierto que esta, antes o después, sería inevitable, pero en aquellas circunstancias, hubiese sido un poco triste haberle tenido que decir adiós, por lo tanto, me agradó mucho la idea de que decidiera acompañarnos hasta el final. Aunque tan solo fuese por un par de días más, su alegre compañía, así como sus sorprendentes historias, armonizarían la larga y aburrida excursión que teníamos por delante.

Conducimos durante unas tres horas por una carretera secundaria en bastante mal estado, hasta llegar al cruce donde debíamos desviarnos por un polvoriento camino de tierra que nos llevaría directamente hasta el rancho Los Lamentos. Allí, nos estaba esperando el yerno de Doña Encarnita, quien nos indicaría hacia donde debíamos ir para encontrar el itinerante campamento.

Jesús, que era como se llamaba aquel joven, nos recibió con el mismo entusiasmo con el que su suegra nos acogió el día anterior. Me llamó bastante la atención el gran sombrero de cuero marrón y unas botas vaqueras casi del mismo color. Parecía recién salido de una de esas películas del oeste que daban por televisión, y que tanto me gustaban cuando no era más que un niño.

Isabel aparcó cerca de la entrada, y nos bajamos del coche aún con el polvo que veníamos levantando en suspensión.

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- Buenos días, soy Jesús. Dijo extendiendo su mano hacia Cesar que fue el primero en bajar.

Tras los pertinentes saludos, nos pidió que cogiésemos tan solo lo imprescindible.

- ¡Habéis traído suficiente agua, supongo! Comentó al observar como sacábamos las mochilas del coche.

- Tendréis que caminar varias horas hasta llegar al lugar donde pensaban montar el campamento, aunque la ruta es bien sencilla.

De repente, Matthew se quedó mirando fijamente hacia Cesar.

- ¿Crees que podrás hacerlo? Le preguntó sabiendo que ese problema sería todo un impedimento para él.

Cesar se echó la mano a su pierna haciendo un pequeño gesto de negación con su cabeza.

- Esta maldita lesión no me permite caminar largas distancias. Respondió, asumiendo cabizbajo que no iba a poder acompañarnos.

Al verlo tan abatido, me acerqué hasta él para encargarle el cuidado tanto del coche como de todo el equipaje que dejábamos dentro. No es que fuese necesario, pero en ese

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momento, creí que estaría más animado al saber que continuábamos requiriendo de su ayuda.

- Necesitamos a alguien que se quede aquí por si nos surgiese algún tipo de problema, y de paso, cuidar de nuestras cosas. Le dije colocando mi mano sobre su hombro.

- Muy bien. Dijo con un ligero gesto afirmativo al que todos dimos por bueno, puesto que tal y como había demostrado durante el viaje, era un tipo de pocas palabras.

Jesús sacó entonces un pequeño mapa, en el que había dibujado unas cuantas marcas para resaltar el lugar exacto por donde debíamos ir.

- Tan solo tenéis que caminar siguiendo el pequeño cañón rio arriba, y cuando lleguéis a esta altura, veréis a lo lejos un cerro que sobre sale del resto por su tamaño y redondez. Expuso mientras recorría con su dedo índice las líneas marcadas a bolígrafo.

- Es importante que durante el mediodía, busquéis algún lugar con sombra para descansar, aquí pega mucho el sol y debéis evitar exponeros más de la cuenta. Continuó otorgándonos un consejo que pensábamos tomarnos muy en serio.

Tras las últimas y amables recomendaciones que Jesús nos proporcionó, Matthew y yo nos cargamos con las dos mochilas grandes, e Isabel se colocó una más pequeña que

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contenía un pequeño botiquín de emergencia y un par de botellas de agua.

Nos quedaba un largo camino hasta poder localizar el campamento, así que sin más preámbulos, comenzamos a caminar por el sendero que nos llevaría hasta casi el borde del cañón.

Andamos durante unas tres horas por un área más o menos llana y de escaso matorral bajo. En algunas zonas, las pequeñas piedras desaparecían entre la fina arena amarilla, recordándonos, que transitábamos por un paraje desértico. De vez en cuando, al sonido de nuestros pasos, los pequeños reptiles, se escabullían huyendo velozmente para resguardarse entre las hendiduras de las rocas que encontrábamos a nuestro paso.

Poco a poco, el terreno empezaba a volverse algo más escalpado, con pequeñas elevaciones que nos obligaba a subir y descender casi constantemente, y el cansancio, comenzó a hacerse notar entre nosotros. El sol, que se había situado casi en lo más alto, calentaba ya con toda su energía. Tanto Isabel como yo, llevábamos un ridículo pero eficaz sombrero de tela como los que suelen usar los exploradores en el cine, y Matthew, su vieja e inseparable gorra de los Yankees de New York, pero aun así, el sudor resbalaba por nuestra frente teniendo que limpiarlo de vez en cuando para evitar que se nos metiese en los ojos. Tras consultarlo de manera democrática, decidimos que era un buen momento para buscar un lugar donde poder cobijarnos, comer algo y descansar. Descendimos hasta lo más bajo, donde una gran oquedad en una de las paredes del pequeño cañón, nos ofrecía un emplazamiento con buena sombra.

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Aprovechando que ya casi estábamos en el lugar donde Jesús, nos marcó en el plano. Comimos de manera relajada, descansando un buen rato, y aguardando hasta pasadas las cuatro de la tarde, para continuar después sabiendo que a partir de esa hora, el calor iría disminuyendo paulatinamente.

Tras reposar la merecida comida, continuamos nuestro camino siguiendo el itinerario marcado, subiendo y bajando de nuevo las pequeñas pendientes de aquel desértico terreno. Conforme llegamos a la pequeña cruz dibujada en el mapa, comenzamos a vislumbrar a lo lejos, el enorme cerro en el que el yerno de Doña Encarnita, nos había indicado que probablemente se encontraría el campamento. Entre medías, nos separaba una pequeña llanura con bastante vegetación.

- Mirar allí. Dijo de repente Matthew señalando con su dedo en dirección hacia el cerro gordo, que era el nombre con el que aparecía en el mapa.

Puse la mano sobre mi frente para evitar que el sol me deslumbrase, y tras centrar un poco la vista, pude ver una pequeña columna de humo que se desvanecía conforme más se elevaba.

- Debe ser la hoguera del campamento. Comentó Isabel que se había colocado con la misma postura que yo.

Motivamos por el nuevo descubrimiento, nos volvimos a poner en marcha con un paso apresurado y optimista, como si aquella visión, nos hubiera renovado por completo toda la energía perdida.

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Caminábamos uno detrás del otro, con Isabel, que era sin duda la más experimentada sobre aquel terreno, trazando con sus pasos, un infinito zigzagueo para ir evitando los espesos matorrales que habían crecido de una manera diseminada a lo largo de toda la llanura. El silencio se había apoderado de cada uno de nosotros, que abstraídos en nuestros propios pensamientos, caminábamos de forma casi automática, en dirección hacia la pequeña columna de humo que se divisaba en la distancia. Yo comenzaba a sentirme un tanto nervioso, puesto que no sabía exactamente lo que iba a ocurrir una vez que llegásemos allí. Pensaba en todo lo que me había ocurrido a lo largo de mi enredado viaje, en las personas que de una u otra manera se habían ido cruzando por mi vida, pero sobre todo, pensaba en mi padre, y en los motivos que me habían llevado hasta allí. Eran muchas las preguntas que anhelaban una respuesta, y no estaba seguro de cómo iba a llegar hasta ellas.

- Isabel, ¿Cómo obtendré lo que vine a buscar? Le pregunté buscando algún tipo de información que sirviera para tranquilizar un poco la inquietud que aumentaba conforme nos acercábamos.

- Lo siento, pero no puedo ayudarte con eso. Respondió ralentizando un poco el paso para poder mirarme sin riesgo de tropezar con alguna de las pequeñas piedras que salpicaban el abierto camino.

- Tan solo conozco la parte externa del asunto.

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- ¿La parte externa? Pregunté con la extrañeza de no entender que había querido decir con esa expresión.

- Si, me refiero a lo que se puede apreciar desde fuera, el procedimiento que Ikal realiza para ayudar a conectar. Volvió a responder con una explicación algo más extendida.

- Pero lo de verdad importa, es lo que ocurre en tu interior, en como serás capaz de asimilar y manejar los acontecimientos. Terminó manifestando Isabel mientras aligeraba de nuevo la marcha.

Sin embargo, tras esas palabras y sin saber muy bien por qué, una pequeña duda apareció de repente en mí.

- ¿Carlos estuvo aquí, verdad?, ¿El realizó el trámite con Ikal? Pregunté de nuevo a Isabel.

Ella detuvo el paso casi por completo, girándose y haciendo que tanto Matthew como yo, nos detuviésemos en seco.

- Si, yo le traje hasta aquí. Respondió levantando sus manos para indicarnos, que aún no había terminado de hablar.

- Pero, no pasó de ahí. Cuando Ikal le miró a los ojos para juzgar su espíritu, le dijo a Carlos que no estaba preparado, negándose a pesar de las súplicas de este, a realizar el ritual con él.

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Aquellas palabras produjeron dos reacciones totalmente opuestas en mí. Por una parte, una cierta satisfacción al descubrir que aquel hombre tan dañino y canalla que creía que era mi amigo, no logró su preciado propósito, pero por la otra, era posible, que quizás yo tampoco lo consiguiera.

De repente, y sin previo aviso, Matthew se adelantó colocándose junto a mi lado.

- Tranquilo, tú estás preparado. Dijo como si a través de mi cara, hubiese entendido las inquietudes que me invadían en aquel instante.

Le di las gracias sabiendo que la enorme experiencia que atesoraba aquel joven trotamundos, era todo un aval para mí, logrando, un creciente efecto de autoestima del que me hallaba un poco falto últimamente.

24. SALTAR DEL TRAMPOLÍN.

La tarde fue cayendo, y un cobrizo cielo despejado, nos acompañaba cuando llegamos por fin hasta el campamento donde nos recibieron con una solemne amabilidad.

Isabel, que conocía a casi todas las personas que se encontraban junto a la hoguera, fue la encargada de hacer las presentaciones de una manera más o menos general. Ikal se encontraba sentado de espaldas sobre una pequeña roca rectangular. Era un hombre de piel muy morena y con el pelo blanco, vestía una especie de túnica hecha con distintos trozos

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de piel, acompañada de unas sandalias con tiras de cuero muy desgastado.

De repente, y sin ni siquiera dejar terminar a Isabel de explicarse, se levantó apoyándose sobre una gran vara de madera que sujetaba fuertemente con ambas manos, y se dirigió hacia donde yo me encontraba, colocándose a unos escasos centímetros de mí. Fue en ese momento cuando pude apreciar los enormes y continuos surcos y arrugas en su envejecida cara, pero sin duda alguna, lo que más me impactó, fue ver que sus grandes ojos abiertos no se movían. Colocó su mano sobre mi cara y comenzó a susurrar, recorriendo con calma cada recoveco de mi rostro. Cuando terminó, se volvió hacia Isabel agitando su brazo de arriba abajo. De repente, todos se levantaron en completo silencio, y con el disimulado orden de un enjambre de abejas, cada uno se dispuso a realizar una tarea que debía de tener, previamente ya asignada.

Yo miraba hacia Isabel para intentar intuir algún gesto que consiguiera dilucidar lo que estaba ocurriendo, y enseguida, supe con certeza que fuese lo que fuese, era algo bueno cuando ella, mostró una gran sonrisa al acercarse hasta mí.

- Van a prepararlo todo. Dijo Isabel acercándose un poco más para darme algunos detalles que debía saber antes de comenzar.

- Tan solo debes estar lo más relajado posible. Déjate llevar y confía en Ikal, él te guiará por el camino correcto. Mencionó mientras el resto continuaba con sus tareas.

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Poco a poco la noche se hizo más profunda, y las estrellas, prendían su luz con una intensidad que jamás había visto. Aquella cúpula de infinitos destellos sobre un espeso fondo negro, te atrapaba en un hipnótico estado donde el tiempo prácticamente dejaba de existir.

Sin darme cuenta, todas y cada una de las personas, se fueron sentando alrededor de una enorme hoguera que calentaba la fría noche que acababa de comenzar. Isabel me cogió de la mano y me pidió que me colocase junto a ella, sentado en una de las rocas que habían traído hasta allí, para formar el perfecto círculo donde nos encontrábamos todos. De repente, Matthew se levantó para acercarse hasta mí.

- Escucha. Manifestó agachándose para poder ponerse a mi altura.

- No te preocupes si al final no obtienes lo que andas buscando, yo tengo sueños baratos y aún así, casi nunca se cumplen. Dijo guiñándome el ojo para intentar conseguir que me relajase tras notar que me encontraba un tanto intranquilo.

Después volvió a su sitio, y el débil murmullo, se trasformó en un profundo sigilo, donde tan solo podía escuchar mi propia respiración. Ikal se levantó muy despacio, levantó ambos brazos lanzando unas breves e incomprensibles palabras al cielo, y se acercó hasta la hoguera para recoger un pequeño cuenco de madera que trajo hasta mí.

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- Debes beber esto. Dijo Isabel acercándome el cuenco hasta colocarlo sobre mis manos.

En ese instante, pensé que ésta, era una de esas situaciones en las que uno debe desconectar su mente para poder saltar del trampolín, tal y como había explicado el joven Matthew, así que me lo acerqué hasta la boca, y sin pensarlo, bebí el caliente y amargo brebaje dejándome un horrible sabor de boca al terminar.

Ikal colocó sus manos para recoger el recipiente ya vacío, y un rítmico tambor, comenzó a sonar sincronizándose con el latir del corazón. Cuando el repetitivo sonido comenzó a penetrar en mi cabeza, un par de acompañantes colocaron una vieja esterilla de hilo trenzado junto a mis pies, indicándome que me tumbase boca arriba. Me tendí sobre ella, quedando a mi vista únicamente el precioso cielo estrellado, y poco a poco, comencé a sentir una extraña sensación de somnolencia. Intentaba por todos los medios mantener los ojos abiertos, pero la enorme pesadez de los parpados, hacían que se me volviesen a cerrar. En ese cadencioso baile de abrir y cerrar de ojos, pude percibir como las estrellas, palpitaban también junto al rítmico sonido del ruidoso tambor.

Finalmente, en un inútil intento por mantenerme lúcido, mis ojos se cerraron, quedando sumergido en un profundo sueño.

De repente, me desperté sobresaltado y algo aturdido. Todo se mostraba siniestramente distinto, incluso extrañé el propio silencio, que parecía estar congestionado por una estrecha y reducida estancia, en vez de la infinita amplitud de

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aquel desierto. Abrí los ojos de par en par, y el pánico se apoderó por completo de mí, al reconocer aquel cuarto.

Me levanté despacio, con el cuerpo dolorido y un poco mareado, pero conseguí llegar hasta la fría y metálica puerta de la oscura habitación. Se trataba sin duda alguna, del lugar donde mis secuestradores me habían encerrado. Todo lo envolvía una lúgubre semioscuridad, rota tan solo por una tenue y frágil luz, que entraba por la pequeña ventana situada cerca del techo. Estaba demasiado confuso, no conseguía entender nada. Si realmente nunca había conseguido salir de allí, ¿por qué tenía todos esos recuerdos?, ¿Matthew, Cesar, la agotadora travesía por el inhóspito desierto?, ¿Todo aquello había salido de mi imaginación?, ¿había sido tan solo un sueño por muy real que me hubiese parecido?

No podía evitar que todas esas preguntas martillearan mi cabeza intentando asimilar la terrible verdad que por desgracia, tenía delante de mis propios ojos. Me acerqué hasta la puerta para ver si podía escuchar algo del otro lado, el tremendo desconcierto, ni siquiera me permitía saber cuánto tiempo debía llevar encerrado en aquel angustioso lugar.

Di unas cuantas vueltas con las manos sujetando mi cabeza, con la terrible conmoción de encontrarme de nuevo en ese lugar, y con las tremendas dudas que recorrían una mente congestionada.

- Entonces, ¿Carlos no era el culpable de que me encontrase en aquella fatídica situación?, ¿Alicia continuaba con vida esperando mi regreso? Me preguntaba intentando asimilar que el joven Matthew, Cesar, Doña Encarnita, Ikal,

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todos, todos ellos eran tan solo un producto de mi imaginación, sin embargo, eran demasiados detalles vividos desde mi liberación como para que fuese tan solo un profundo sueño.

- Entiendo que estés confuso. Dijo súbitamente una femenina voz detrás de mí.

Me giré sobresaltado pegando mi espalda contra la pared.

- ¿Quién? ¿Quién ha dicho eso? grité presa del pánico mientras intentaba distinguir alguna figura entre la turbia oscuridad.

- No debes de temer nada, estoy aquí para guiarte. Volvió a repetir la misma dulce y cálida voz.

- ¿Quién eres? Pregunté muerto de miedo y bastante agobiado por ser incapaz de divisar nada dentro de la estrecha habitación.

Durante un momento no se escuchó ni el más mínimo murmullo, pero lentamente, pude ver como una difusa sombra se iba haciendo más y más nítida, hasta el punto de poder reconocer todavía más contrariado, la delicada cara de Alicia.

- ¿Alicia? Balbuceé, con todo mi cuerpo todavía pegado a la fría pared.

- Sí. Respondió.

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- Pero, ¿eres real?, ¿eres fruto de mi enfermiza mente? Le pregunté asumiendo mi propia enajenación producida quizás, por todo el tiempo que llevaba encerrado en aquel maldito lugar.

- ¿y qué es real? Preguntó ella con el mismo tono de voz con el que conversamos en el aislado bar de la periferia.

- ¿Acaso este lugar lo es? Continuó, cuestionando mis creencias que a esas alturas, ya estaban demasiado fracturadas.

Me giré hacia la sucia pared, y comencé a palparla con ambas manos hasta llegar a la oscura puerta de metal.

- Si que lo es. Respondí golpeando varias veces para que escuchase el metálico sonido que rebotaba en las angostas paredes de aquella estancia.

- ¿Acaso no lo ves? Pregunté alzando la voz, exaltado por la perversa situación en la que me encontraba.

Ella se quedó callada, esperando a que volviese de nuevo

el silencio.

- Cuando estás en un sueño… Dijo con una sutil calma, como si tratase de apaciguar la inquietud que manifestaba con mis nerviosas palabras.

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- …Todo parece tan real como la vida misma, las emociones, el miedo, el dolor, son auténticos, puesto que es así como se sienten dentro y fuera de los sueños, y el motivo, es porque tu mente lo crea a partir de las experiencias y sensaciones acumuladas durante tu vida, y ella es incapaz de diferenciar ambos estados.

Algo más calmado debido a la tranquilidad que me producía escuchar las serenas palabras de Alicia, la observaba, con mis ojos clavados en aquella atractiva mujer, procurando no perderme ningún detalle de su discurso, para lograr entender, que era lo que me estaba ocurriendo, mientras, ella continuaba con su elocuente razonamiento, como si aún estuviésemos sentados en la pequeña mesita del bar, ausentes del resto del mundo.

- Este lugar, es tu prisión, tú la has creado utilizando tus miedos y temores más profundos, Aquí no se pueden ocultar las dolorosas emociones, aquí, tienen total libertad para expresarse. Es como un imperceptible mecanismo ancestral que bloquea tu acceso, y debes romperlo para poder continuar. Tristemente, tu tiempo es limitado, exclamó señalando con su dedo el dorado reloj de pulsera que llevaba puesto.

- Nunca obtendrás tus respuestas si no consigues salir de aquí. Terminó aseverando con un bello rostro entristecido.

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- Pero ¿Cómo lo hago?, si no logro abrir esta maldita puerta. Pregunté mientras forcejeaba con ambas manos, intentando empujar con todas mis fuerzas.

- No es fácil liberarse de todos los pequeños y grandes traumas emocionales que hemos ido acumulando a lo largo de tantos años. Cada persona suele guardarlos en un lugar diferente, la mayoría, los conseguimos alejar lo suficiente como para no tener que enfrentarnos a ellos durante el resto de nuestra vida, aunque permanecen libres en el subconsciente.

Tú tan solo debes de encontrar el camino correcto. Respondió con una suave voz que perdía intensidad en cada palabra, como si se fuese desvaneciendo paulatinamente.

- Recuerda, todo esto es tan real como lo soy yo. Finalizó en un último intento por mostrarme la esquiva solución.

Di un par de pasos para comprobar que ya no se encontraba allí. Su voz terminó perdiéndose en el vacío, así como su figura, se desvaneció por completo entre la tenue luz. De nuevo volví a encontrarme solo, buscando desesperadamente la manera de poder salir de aquel lugar.

Comencé entonces a recorrer de manera aleatoria la pequeña habitación con los puños cerrados, pensando en esas últimas palabras de Alicia, en que nada de aquello era auténtico por mucho que lo pareciese, pero una terrible pregunta me acometía una y otra vez. ¿Y si todo fuese real, excepto ella? Existía la posibilidad de que la sutil conversación, tan solo hubiese sido fruto de mi locura, una

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locura producida por el estrés generado durante mi cautiverio. Yo la podría haber creado con mi mente a partir de los escasos recuerdos que tenía de ella. De repente, coloqué mi mano de manera casi inconsciente sobre mi pecho, comprobando desconcertado que el bonito escapulario que me regaló, y que llevé conmigo durante todo el viaje, no estaba conmigo. Me detuve sobresaltado cuando un rápido destello iluminó mi mente. Entonces, pude entender lo que Alicia trataba de enseñarme. Ella, no era más una invención creada por mi subconsciente, pero afortunadamente, aquel lugar, también, y como tal, tenía sus imperfecciones como las tiene cualquier sueño por muy real que nos parezca, y la evidente ausencia del escapulario, era la prueba que lo demostraba.

- Si ese detalle era diferente, debía hallar algo más que mi mente reconociese como irreal, pensaba mientras examinaba cada palmo de las paredes, en busca de cualquier cosa que lograse captar mi atención. Busqué durante un buen rato, pero no conseguía encontrar nada distinto, nada que pudiese indicarme una verdadera salida o por lo menos, algún indicio de cómo escapar de allí, pero entonces, en un espontáneo gesto, en un último y desesperado intento antes de rendirme definitivamente, se me ocurrió levantar la cabeza hacia la pequeña ventana.

- Es distinto. Comencé a repetir una y otra vez.

- El color, es distinto. Esa ventana siempre tuvo una sucia tonalidad verduzca.

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Me acerqué un poco más para asegurarme de que no estaba equivocado.

25. PREGUNTAME QUIEN SOY.

Desde pequeño, siempre me encantó esa tonalidad tan singular que me producía una intensa sensación de bienestar.

Ese tono magenta, que relucía por todo el marco de la pequeña ventana como si alguien lo acabase de pintar, despertaba en mí, miles de felices e imborrables recuerdos que consiguieron, que por un momento, me olvidase de donde me encontraba. Una tenue luz comenzó a entrar iluminando poco a poco toda la estancia, yo sonreía, sonreía como un niño al recordar aquel caballo de madera al que mi padre pintó una bonita silla de color magenta, y con el que solía pasar horas balanceándome mientras él me leía grandes historias del oeste.

Me sentía tan relajado, como si todo hubiese dejado de importarme, simplemente, me quedé abstraído en aquella dulce reminiscencia del pasado.

No podría discernir durante cuánto tiempo permanecí así, absorto dentro de mi propia mente, pero en algún momento, debí regresar del calmado trance, volviendo a centrarme de nuevo en la estrecha habitación, y descubriendo que delante de mí, se hallaba un gran ventanal que ocupaba casi toda la pared, como si la minúscula ventanita cerca del techo, hubiese ido creciendo durante el tiempo que había estado sumergido entre mis recuerdos, y tras el trasparente

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cristal, una infinita llanura que se perdía en la oscuridad de la noche.

Abrí la ventana, y salté por ella cayendo sobre un duro suelo de tierra blanquecina, después, anduve unos metros contemplando el frio paraje desértico. El silencio era absoluto, ni tan siquiera lograba escuchar el sonido de mis propios pasos, y el nocturno cielo, se encontraba iluminado por miles de estrellas que alumbraban junto a una luna nueva, el camino que parecía formarse conforme avanzaba.

Caminé confuso sin volver la vista atrás, observando como todo cuanto me rodeaba, se encontraba totalmente inmóvil, parecía que el tiempo, estuviese detenido en aquel lugar.

Al cabo de un rato, divisé a lo lejos una gran sombra, que sobresalía de manera singular en comparación con el resto de elementos que tenía el extraño paisaje.

Me acerqué hasta ella lo suficiente como para poder apreciar una gran pared de roca que impedía que pudiese continuar. Atraído por el sorprendente magnetismo que me atraía hacia ese lugar, acerqué mi mano para poder tocar el rugoso e imperfecto muro, cuando de repente, una profunda voz que parecía provenir de todas partes, hizo que me echase instintivamente hacia atrás.

- Si has llegado hasta mi, no deberías buscar más allá, porque aquí, alcanzarás lo que ansías. Susurró aquella afable y disgregada voz.

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- ¿Quién ha dicho eso? Pregunté desconcertado, girando mi cabeza en todas direcciones en busca del origen de aquellas palabras.

- Es esencial que tus preguntas sean las adecuadas. Manifestó de nuevo aquel ser.

- Pero, ¿Quién eres? Repetí intentando ser algo más explícito.

De nuevo, volvió a erigirse un silencio sepulcral.

- Soy tu. Respondió esa voz dejándome bastante conmocionado.

- Soy tu yo más íntimo, el que se encuentra al final de todo, detrás de lo racional y lo imaginable, y el que vivirá por siempre porque aquí, no existe el tiempo.

Ni siquiera sabía que decir, tan solo intentaba entender la enrevesada respuesta que me había pillado desprevenido.

- Has hecho un largo viaje impulsado por tus temores y la necesidad de comprender lo que te ocurre, y has llegado hasta aquí, tan solo porque debías hacerlo. Continuó sin permitirme asimilar lo que acababa de escuchar.

Yo seguía buscando el lugar desde el cual, provenía la peculiar voz, pero era inútil, cuando me giraba hacia un lado,

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la volvía a escuchar del otro, como si supiese incluso antes que yo, en qué instante pensaba hacerlo.

- ¿Tan solo porque debía hacerlo? Pregunté sin terminar de entender del todo esa última parte de su ilustración.

- Cualquier mínimo acontecimiento, está conectado con el resto en una colosal red que nos envuelve sin ser conscientes de ello, y somos incapaces de verlo, porque está muy por encima de nuestro razonamiento, aunque si prestas la suficiente atención, podrás percibir algún pequeño fragmento al que la gente, suele llamar casualidad.

- Todo lo que ha ocurrido, desde el fallecimiento de tu padre, hasta la rueda pinchada en el aparcamiento del supermercado, no es más que una serie de engranajes que se mueven, haciéndose rodar unos a otros porque están predestinados para proceder así.

- Entonces. Si todo está escrito ya, ¿No existe el libre albedrio para nosotros? Pregunté con una elocuente inocencia.

- Si, existe, aunque no de la manera en que crees. Respondió de nuevo.

- Imagina que vas sentando dentro de un avión. No puedes controlar lo que pueda ocurrir, porque tú, tan solo eres un mero pasajero, pero sin embargo, eres libre para decidir como asumir los acontecimientos. Puedes aceptarlos, o puedes

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rechazarlos, pero recuerda, que solo aprendiendo esa lección, puedes modificar levemente la inalterable línea de tu destino.

Me senté en una pequeña piedra que se hallaba junto al muro, observando el precioso cielo estrellado, y escuchando como un niño enamorado de su profesora, la esclarecedora enseñanza.

- Pero, ¿Alicia?, ¿Porqué tuvo que marcharse tan pronto de este mundo? Pregunté exigiendo alguna respuesta que calmara esa fuerte inquietud.

- Todos somos a la vez profesores y alumnos, forma parte del gran mecanismo que rige este universo. Debemos aprender miles de lecciones que son importantes para nuestra evolución personal. Ella había cumplido su ciclo, su muerte, tan solo fue la última acción que debía llevar a cabo.

Asentí con un leve gesto de entendimiento, aunque esa respuesta tan solo me conducía hacia otros muchos interrogantes que surgían súbitamente dentro de mí.

- Entonces ¿Por qué se muere un niño que acaba de nacer? Continué preguntando con cierta fascinación hacia aquellas respuestas.

- Porque él, no vino a aprender, vino a enseñar. Contestó con la usual calma que había atesorado desde el primer instante.

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- Tal y como mencioné al principio, el tiempo no existe más que para poder adaptaros con más fluidez a este lugar, aunque en realidad, nada se mide en minutos, días o años, sino por acciones. Algunos vienen con miles de acciones por llevar a cabo, y sin embargo, otros con tan solo una.

Casi sin darme cuenta, aquellas lejanas estrellas habían ido perdiendo parte de su esplendor, y supe entonces que lamentablemente, mi esclarecedora experiencia se estaba agotando, no obstante, había que aprovechar aquel mágico momento para intentar satisfacer mi codiciado apetito por conocer todas las respuestas posibles.

Me acordé entonces del joven Matthew y su trágica niñez, y no pude resistirme a intentar averiguar el porqué.

- Si todo está escrito con unas reglas, ¿Por qué a la gente buena le deben ocurrir cosas tan terribles?

Sin embargo, en esta ocasión, su respuesta fue contestada con otra pregunta, pregunta que terminó por envolverme en un estado de tal lucidez y entendimiento que jamás habría sospechado.

- ¿Cómo puedes diferenciar el mal del bien si nunca lo has conocido?

Supongo que de alguna manera, él también debió percibir que apenas nos quedaba tiempo antes de despertar de aquel sueño, así que se dispuso a mostrarme el verdadero motivo por el que sin yo saberlo, había llegado hasta allí, y que

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necesitaba conocer, más que el resto de preguntas que aún se acumulaban dentro de mí.

- Algunos tenemos un gran propósito en nuestra vida, una tarea por encima de todas las demás, que debemos realizar para que todo pueda continuar funcionando de manera ordenada , y recuerda siempre, que ninguno es más importante que otro. Para que todo pueda fluir, es fundamental que cada pieza realice la acción que le corresponde.

- Y ¿Cómo sé cuál es mi propósito? Pregunté perdido entre la perturbada conversación.

- Lo sabrás, cuando estés preparado para encontrarlo. Tan solo debes estar atento a todas esas pequeñas señales que van apareciendo en forma de falsas casualidades, como el cuadro que encontraste y que sin ser consciente, te indicaba el camino correcto.

Lentamente, la negra oscuridad lo iba envolviendo casi todo por completo. Las estrellas habían perdido ya su hermoso resplandor, y apenas podía distinguir el enorme muro que tenía tan cerca de mí.

- No debes preocuparte. Continuó diciendo la cada vez más lejana voz.

- la mayoría, termina cumpliéndolo sin conocer cuál era realmente su propósito. Ni siquiera son conscientes de que de

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una manera u otra, serán atraídos hasta su inevitable realización. Se limitan a ver el mundo desde sus engañados ojos, e ignoran las señales que le muestran el camino, negándose a profundizar en todas las cosas que deben aprender durante su estancia en esta vida, lo que les lleva a repetir la misma lección una y otra vez.

Tú, has tenido la fortuna de llegar hasta aquí, y aprender, como debes recorrer tu camino.

26. DESPERTAR.

Finalmente, la distante voz terminó desapareciendo por completo, y el oscuro y frio lugar, comenzó a llenarse de leves susurros.

De repente, abrí los ojos de par en par, observando como la clara de la mañana invadía aquel cielo en el que aún se divisaban las estrellas más brillantes.

Isabel y Matthew se encontraban sentados a mi lado, me habían echado una gruesa manta por encima para evitar que el frio de la madrugada me despertase.

- ¿Cómo te encuentras? Preguntó la femenina voz de Isabel.

Yo contesté con un escueto y tímido bien, como si aún me encontrase en ese tránsito donde los sueños permanecen plasmados de una manera nítida, recordando aquellas últimas palabras que aún permanecían en mi cabeza, e intentando

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comprender lo que la misteriosa voz, trató de trasmitirme justo antes de desaparecer.

- Bueno, tendrás que contarme todo lo que has visto. Dijo Matthew ofreciéndome su mano para ayudarme a levantarme del suelo.

Y entonces lo supe, supe inequívocamente cual era mi propósito en esta vida. Todo lo que me había sucedido hasta ese momento, tanto lo bueno como lo malo, todo, tenía una razón de ser. Mi finalidad no era otra que la de relatar esta enriquecedora historia, trasmitirle al mundo entero la necesidad de entender y comprender el complejo funcionamiento con el que se rige nuestro universo. Desde una pelota cruzando la carretera, hasta la muerte de un dictador, todo está perfectamente interconectado con el único propósito de ayudarnos a evolucionar interiormente. Pude entender que ese muro, no se encontraba allí tan solo para hacerme sufrir, sino para empujarme a tomar las decisiones necesarias, que me condujesen a cumplir mí pequeña tarea, que no era otra, que la de aprender antes de poder enseñar.

Y por ese mismo motivo, sentando junto al abrigo del seductor fuego de la chimenea, me encuentro plasmando sobre hojas de papel satinado, la historia de un sorprendente viaje, que la necesidad de respuestas, me llevó a completar hasta el único final posible, aunque antes de la aciaga despedida, quiero compartir con vosotros las últimas palabras que mis oídos pudieron escuchar antes de despertarme de aquel fascinante sueño. Soy consciente de que es imposible

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definirlo de manera individual, porque cada ser, es diferente a cualquier otro, sin embargo, lo único que tenéis que hacer, es entenderlo y adaptarlo a cualquiera de las situaciones en las que os encontréis para que todo cobre sentido.

Se trata de la clave de la felicidad, de la auténtica clave de la felicidad, que me fue entregada justo en el mismo instante en que abrí los ojos para regresar, de un insólito lugar que muy pocas personas han podido alcanzar.

“La clave de la felicidad, es lanzar una moneda al aire, y marcharse antes de verla caer, porque no te importe de qué lado caiga”.

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