la Última cena
DESCRIPTION
Cuento para el ADCA 2015TRANSCRIPT
La última cena
No me mires con esos ojos de adolescente resentido porque te estoy haciendo caso: para
hornear las verduras son 238 grados centígrados, para las pastas alrededor de 190, las
aves y pescados entre 180 y 200, y las carnes a unos 220. ¿Ves que me terminé
aprendiendo las temperaturas? Esta vez quiero que la carne salga bien jugosa, y ya que
tú no estás cocinando, voy a tener los pantalones bien puestos, perdón, el mandil, y haré
de esta cena un banquete. Uno tiene derecho a antojarse de vez en cuando, ¿o no?
Vengo años preparando lo que a ti te gusta y, discúlpame, pero tus preferencias me
tenían hinchada: “Deberíamos volvernos vegetarianos, Patty; el colesterol y la grasa
infiltrada hacen mal al sistema cardiovascular”, o “¡Mujer, no me vengas a preparar lo que
te dé la gana, que estoy cansado y llegando a casa quiero lo de siempre!” Dime cuántas
veces he podido sobreponer mis gustos culinarios. ¡Shht! No me digas que nunca te había
propuesto nada. Un buen marido debería reconocer las insinuaciones de su mujer y,
bueno, tal vez no llevamos juntos tanto tiempo, pero con un par de años de casados...
¡Parecía que te estabas haciendo el ciego!
En fin, esta vez me puedo saciar de verdad. No me mires así, amorcito, porque ya no me
aguantaba. Además, aunque preparara lo mismo mil veces, no te antojarías ni cincuenta
de ellas. A ver, ¿acaso no he sido una buena esposa todo este tiempo? Me pediste que
no trabajara y yo acepté sin rechistar… Ahora que lo pienso, una chamba hubiera sido
una distracción bastante útil, de repente el movimiento y el estrés me habrían calmado.
Tal vez nuestra relación ahorita estaría en su máxima expresión, en la cumbre del
estrellato, como las canciones de ese chiquillo Mars. ¿Así se llama, no? Ese mocoso tiene
buen ritmo, seguramente es pura fibra, carne tierna y sabrosa, como la de todo moreno
rico… Ay, en qué estoy pensando, si te tengo a ti al frente. No te vayas a poner celoso
porque se me quita el hambre.
Bueno, y te seguía contando. Es más, te voy a restregar en la cara por última vez todas
esas veces que he intentado tenerte feliz (que ha sido siempre); y déjame decirte que
desde que nos casamos tu humor ha ido empeorando. Aparte de aguantarme y cocinar
todos los benditos días esas estúpidas dietas saludables para mantenerte “fit”…
¿Recuerdas cuánto te cuidaba de las contracturas musculares? Todas las noches como
esclava, recostándote en la cama y masajeándote hasta que te quedaras dormido.
Parecías una vaca sagrada, no me lo niegues; y sin embargo, felizmente que no estamos
en la India. Vaya, y cada vez que te empezabas a irritar por tal o cual cosa: que porque la
cama está sin tender, los platos sin lavar, la ropa sin planchar. ¿Quién diría que serías tan
espeso? Cuidar tus órganos, tu cerebro, tu piel y tus músculos del estrés era cosa de
locos. Todas esas sustancias raras que se liberan y te malogran el sabor, el olor y la
textura….
Preservarte me ha salido más caro que comprar una carne de kobe perfecta en el
mercado gourmet. Pero todo esto se acabó, es la última vez que ceno contigo, si quieres
ponerlo así.
Todavía me acuerdo de esa etapa en la que solíamos jugar a los jóvenes enamorados. Y
decir que yo ya había enviudado tres veces. Sé que te parecía raro en ese momento, pero
todo ha sido cuestión de mala suerte. Ni siquiera he llegado a los cincuenta años, pero
cambiar de marido tan rápido me está agotando. ¡No se te ocurra abrir la boca! No lo digo
de mala gana, pero se te va a caer la manzana, y quien quiere desperdiciar una
manzana…
Tú deberías sostenerla mejor que un lechón en Navidad. Mira, la culpa no la tengo yo, la
tienen todos esos desgraciados que no valieron la pena. Si hubiera quedado satisfecha
con el primero, no hubiera ido por un segundo, o un tercero. Pero hay que darle gracias a
Diocito lindo, que justamente por su voluntad te encontré a ti, corazoncito.
Yo siempre he sido una mujer a la que le gustan los retos y me considero algo exigente, lo
admito. Si tú eres el hombre que creo -ojalá- que eres, estoy segura de que me harás
cambiar de opinión, sabrás saciar mis gustos y no tendré que irme a buscar otro marido. Y
por como siento ese aroma tan terroríficamente atractivo, yo sé, manjar de miel, que no
me decepcionarás. ¡Pero vaya que me he lucido! Ni con todas las colonias que te compré
te he olido más apetitoso que ahora, y ese color bronceado que has adquirido está más
sensual que cuando nos íbamos a la casita de playa, esa de tu hermano en Puerto Fiel.
Creo que dentro de poco estarás listo para la cena, ¿no lo crees? Mírate, estás hecho un
Bruno Mars, quemadito por fuera pero blando por dentro. Ahora solo imaginemos que
tienes treinta años menos y roguemos que la carne sea tan blanda y sutil a mis dientes
como esa comida de animal de granja que me hacías preparar. Como tú siempre has
dicho: “Lo importante es el sabor, no la textura”.
De tanto hablar te he echado más sal de la cuenta, pero no importa, no es tu culpa. ¡Ay!
Si tan solo pudieras escucharme o verme, te encontrarías con una Patty más ansiosa que
el día de nuestro matrimonio. Se te veía tan tierno en tu terno, pero henos aquí en la misa,
digo, mesa… Disculpa, se me han cruzado los pensamientos. Ya debería ir reflexionando
sobre el discurso de despedida, que creo que he de cambiar un poco desde la muerte de
mi tercer esposo, que en paz descanse. Bueno, te prometo que valdrás la pena y
llevándome este primer pedazo a la boca solo pienso en lo exquisito que debes... ¿Ves?
Nunca había probado algo tan delicioso en mi vida. Ni siquiera cuando tratabas de
impresionarme llevándome a la “Rosa Náutica” he degustado y disfrutado de una cena tan
placentera -y eso que aún no acaba-. Creo que desde el principio hubiera sido mejor que
te metieras al horno tú solo como regalo: “Tú dime nomás, que te obsequio lo que
quieras”. Tan caballeroso, en el fondo siento que no te lo tomaste tan literal. Pero no te
preocupes, me has dado el mejor regalo que cualquier marido hubiera podido ofrecerme
en mi cumpleaños y te juro que ha valido la pena. Debo confesarte que dudé por un
momento, pensé que no serías suficiente y hubiera tenido que ir por tu hermano también,
a la vez que aprovechaba un poco más de la casa en Puerto Fiel. Me siento realizada,
ahora sí estamos en el clímax de nuestra relación. Estate tranquilo, que no pienso probar
otro cuerpo, no me arriesgaré a malograr el sabor tan sublime que has dejado en mí. Me
quedaré en casa y observaré religiosamente esa dieta vegetariana que tanto querías que
siguiera.
Valeria Díaz V°A