la Última cena

5
La última cena No me mires con esos ojos de adolescente resentido porque te estoy haciendo caso: para hornear las verduras son 238 grados centígrados, para las pastas alrededor de 190, las aves y pescados entre 180 y 200, y las carnes a unos 220. ¿Ves que me terminé aprendiendo las temperaturas? Esta vez quiero que la carne salga bien jugosa, y ya que tú no estás cocinando, voy a tener los pantalones bien puestos, perdón, el mandil, y haré de esta cena un banquete. Uno tiene derecho a antojarse de vez en cuando, ¿o no? Vengo años preparando lo que a ti te gusta y, discúlpame, pero tus preferencias me tenían hinchada: “Deberíamos volvernos vegetarianos, Patty; el colesterol y la grasa infiltrada hacen mal al sistema cardiovascular”, o “¡Mujer, no me vengas a preparar lo que te dé la gana, que estoy cansado y llegando a casa quiero lo de siempre!” Dime cuántas veces he podido sobreponer mis gustos culinarios. ¡Shht! No me digas que nunca te había propuesto nada. Un buen marido debería reconocer las insinuaciones de su mujer y, bueno, tal vez no llevamos juntos tanto tiempo, pero con un par de años de casados... ¡Parecía que te estabas haciendo el ciego! En fin, esta vez me puedo saciar de verdad. No me mires así, amorcito, porque ya no me aguantaba. Además, aunque preparara lo mismo mil veces, no te antojarías ni cincuenta de ellas. A ver, ¿acaso no he sido una buena esposa todo este tiempo? Me pediste que no trabajara y yo acepté sin rechistar… Ahora que lo pienso, una chamba hubiera sido una distracción bastante útil, de repente el movimiento y el estrés me habrían calmado. Tal vez nuestra relación ahorita estaría en su máxima expresión, en la cumbre del estrellato, como las canciones de ese chiquillo Mars. ¿Así se

Upload: valeria-diaz

Post on 11-Dec-2015

2 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Cuento para el ADCA 2015

TRANSCRIPT

Page 1: La Última Cena

La última cena

No me mires con esos ojos de adolescente resentido porque te estoy haciendo caso: para

hornear las verduras son 238 grados centígrados, para las pastas alrededor de 190, las

aves y pescados entre 180 y 200, y las carnes a unos 220. ¿Ves que me terminé

aprendiendo las temperaturas? Esta vez quiero que la carne salga bien jugosa, y ya que

tú no estás cocinando, voy a tener los pantalones bien puestos, perdón, el mandil, y haré

de esta cena un banquete. Uno tiene derecho a antojarse de vez en cuando, ¿o no?

Vengo años preparando lo que a ti te gusta y, discúlpame, pero tus preferencias me

tenían hinchada: “Deberíamos volvernos vegetarianos, Patty; el colesterol y la grasa

infiltrada hacen mal al sistema cardiovascular”, o “¡Mujer, no me vengas a preparar lo que

te dé la gana, que estoy cansado y llegando a casa quiero lo de siempre!” Dime cuántas

veces he podido sobreponer mis gustos culinarios. ¡Shht! No me digas que nunca te había

propuesto nada. Un buen marido debería reconocer las insinuaciones de su mujer y,

bueno, tal vez no llevamos juntos tanto tiempo, pero con un par de años de casados...

¡Parecía que te estabas haciendo el ciego!

En fin, esta vez me puedo saciar de verdad. No me mires así, amorcito, porque ya no me

aguantaba. Además, aunque preparara lo mismo mil veces, no te antojarías ni cincuenta

de ellas. A ver, ¿acaso no he sido una buena esposa todo este tiempo? Me pediste que

no trabajara y yo acepté sin rechistar… Ahora que lo pienso, una chamba hubiera sido

una distracción bastante útil, de repente el movimiento y el estrés me habrían calmado.

Tal vez nuestra relación ahorita estaría en su máxima expresión, en la cumbre del

estrellato, como las canciones de ese chiquillo Mars. ¿Así se llama, no? Ese mocoso tiene

buen ritmo, seguramente es pura fibra, carne tierna y sabrosa, como la de todo moreno

rico… Ay, en qué estoy pensando, si te tengo a ti al frente. No te vayas a poner celoso

porque se me quita el hambre.

Bueno, y te seguía contando. Es más, te voy a restregar en la cara por última vez todas

esas veces que he intentado tenerte feliz (que ha sido siempre); y déjame decirte que

desde que nos casamos tu humor ha ido empeorando. Aparte de aguantarme y cocinar

todos los benditos días esas estúpidas dietas saludables para mantenerte “fit”…

¿Recuerdas cuánto te cuidaba de las contracturas musculares? Todas las noches como

esclava, recostándote en la cama y masajeándote hasta que te quedaras dormido.

Parecías una vaca sagrada, no me lo niegues; y sin embargo, felizmente que no estamos

en la India. Vaya, y cada vez que te empezabas a irritar por tal o cual cosa: que porque la

Page 2: La Última Cena

cama está sin tender, los platos sin lavar, la ropa sin planchar. ¿Quién diría que serías tan

espeso? Cuidar tus órganos, tu cerebro, tu piel y tus músculos del estrés era cosa de

locos. Todas esas sustancias raras que se liberan y te malogran el sabor, el olor y la

textura….

Preservarte me ha salido más caro que comprar una carne de kobe perfecta en el

mercado gourmet. Pero todo esto se acabó, es la última vez que ceno contigo, si quieres

ponerlo así.

Todavía me acuerdo de esa etapa en la que solíamos jugar a los jóvenes enamorados. Y

decir que yo ya había enviudado tres veces. Sé que te parecía raro en ese momento, pero

todo ha sido cuestión de mala suerte. Ni siquiera he llegado a los cincuenta años, pero

cambiar de marido tan rápido me está agotando. ¡No se te ocurra abrir la boca! No lo digo

de mala gana, pero se te va a caer la manzana, y quien quiere desperdiciar una

manzana…

Tú deberías sostenerla mejor que un lechón en Navidad. Mira, la culpa no la tengo yo, la

tienen todos esos desgraciados que no valieron la pena. Si hubiera quedado satisfecha

con el primero, no hubiera ido por un segundo, o un tercero. Pero hay que darle gracias a

Diocito lindo, que justamente por su voluntad te encontré a ti, corazoncito.

Yo siempre he sido una mujer a la que le gustan los retos y me considero algo exigente, lo

admito. Si tú eres el hombre que creo -ojalá- que eres, estoy segura de que me harás

cambiar de opinión, sabrás saciar mis gustos y no tendré que irme a buscar otro marido. Y

por como siento ese aroma tan terroríficamente atractivo, yo sé, manjar de miel, que no

me decepcionarás. ¡Pero vaya que me he lucido! Ni con todas las colonias que te compré

te he olido más apetitoso que ahora, y ese color bronceado que has adquirido está más

sensual que cuando nos íbamos a la casita de playa, esa de tu hermano en Puerto Fiel.

Creo que dentro de poco estarás listo para la cena, ¿no lo crees? Mírate, estás hecho un

Bruno Mars, quemadito por fuera pero blando por dentro. Ahora solo imaginemos que

tienes treinta años menos y roguemos que la carne sea tan blanda y sutil a mis dientes

como esa comida de animal de granja que me hacías preparar. Como tú siempre has

dicho: “Lo importante es el sabor, no la textura”.

De tanto hablar te he echado más sal de la cuenta, pero no importa, no es tu culpa. ¡Ay!

Si tan solo pudieras escucharme o verme, te encontrarías con una Patty más ansiosa que

el día de nuestro matrimonio. Se te veía tan tierno en tu terno, pero henos aquí en la misa,

Page 3: La Última Cena

digo, mesa… Disculpa, se me han cruzado los pensamientos. Ya debería ir reflexionando

sobre el discurso de despedida, que creo que he de cambiar un poco desde la muerte de

mi tercer esposo, que en paz descanse. Bueno, te prometo que valdrás la pena y

llevándome este primer pedazo a la boca solo pienso en lo exquisito que debes... ¿Ves?

Nunca había probado algo tan delicioso en mi vida. Ni siquiera cuando tratabas de

impresionarme llevándome a la “Rosa Náutica” he degustado y disfrutado de una cena tan

placentera -y eso que aún no acaba-. Creo que desde el principio hubiera sido mejor que

te metieras al horno tú solo como regalo: “Tú dime nomás, que te obsequio lo que

quieras”. Tan caballeroso, en el fondo siento que no te lo tomaste tan literal. Pero no te

preocupes, me has dado el mejor regalo que cualquier marido hubiera podido ofrecerme

en mi cumpleaños y te juro que ha valido la pena. Debo confesarte que dudé por un

momento, pensé que no serías suficiente y hubiera tenido que ir por tu hermano también,

a la vez que aprovechaba un poco más de la casa en Puerto Fiel. Me siento realizada,

ahora sí estamos en el clímax de nuestra relación. Estate tranquilo, que no pienso probar

otro cuerpo, no me arriesgaré a malograr el sabor tan sublime que has dejado en mí. Me

quedaré en casa y observaré religiosamente esa dieta vegetariana que tanto querías que

siguiera.

Valeria Díaz V°A