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La transformación de las fuerzas armadasBy Donald H. Rumsfeld

De Foreign Affairs En Español, Verano 2002

Donald H. Rumsfeld es secretario de Defensa de Estados Unidos.

CABALGANDO HACIA EL FUTURO

Poco antes de la Navidad del año pasado estuve en Afganistán y en los países vecinos, donde pasé unos días con las tropas estadounidenses que estaban en el campo de batalla. Entre la mucha gente que encontré había un extraordinario grupo de hombres: las fuerzas especiales que participaron en el ataque a Mazar-i-Sharif.

Desde el momento en que pusieron pie en Afganistán, estos hombres empezaron a adaptarse a las condiciones del terreno. Usaban barbas y las pañoletas tradicionales, y montaban caballos entrenados para correr directamente hacia el fuego de las ametralladoras. Se servían de mulas de carga para transportar equipos por una de las regiones más abruptas del mundo, cabalgando en la oscuridad de la noche, cerca de campos minados, a lo largo de angostos senderos montañosos, tan escarpados que, como señaló un soldado, "me tomó una semana aflojar mis manos entumecidas por aferrarme a la brida". Muchos de ellos nunca antes habían montado a caballo.

A medida que se integraban y entrenaban con las fuerzas que combatían contra los talibanes, aprendían de sus nuevos aliados las realidades de la guerra en suelo afgano y les asistían con armamento, alimentos, provisiones, táctica y adiestramiento. Y planearon el asalto a Mazar-i-Sharif.

El día señalado, uno de los equipos de fuerzas especiales se deslizó furtivamente detrás de las líneas enemigas y se ocultó allí, listo para solicitar la ofensiva aérea. Las detonaciones de las bombas serían la señal para que el ataque se desencadenara. Cuando llegó el momento, indicaron a los aviones de la coalición los objetivos y miraron sus relojes. "Dos minutos... treinta segundos... quince segundos." Entonces, de la nada, una lluvia de bombas de precisión empezó a caer sobre las posiciones de los talibanes y Al Qaeda. Las explosiones eran ensordecedoras, y la sincronización tan exacta que, como describieron los soldados, cientos de jinetes afganos brotaron literalmente del humo, atacando al enemigo entre nubes de polvo y fragmentos de metralla. Algunos de esos afganos llevaban granadas autopropulsadas, otros tenían menos de 10 cargas en sus rifles, pero cabalgaban con audacia (afganos y estadounidenses por igual) en dirección al fuego de los tanques, los morteros, la artillería y los francotiradores. Fue el primer ataque de la caballería estadounidense del siglo XXI.

Después de la batalla, un soldado estadounidense contó cómo un combatiente afgano le indicó con un gesto que se acercara y comenzó a levantarse el pantalón. "Pensé que me iba a mostrar una herida", dijo. Pero el combatiente le mostró una prótesis; había cabalgado en la batalla con una sola pierna.

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Lo que resultó decisivo para ganar la batalla de Mazar-i-Sharif e impulsó el derrocamiento del régimen talibán fue una combinación del ingenio de las fuerzas especiales de Estados Unidos, los proyectiles de precisión más avanzados del arsenal estadounidense, provistos por la Marina, la Fuerza Aérea y la Infantería de Marina estadounidenses, y el arrojo de los valientes jinetes afganos con una sola pierna.

Ese día, en las llanuras de Afganistán, el siglo XIX se encontró con el siglo XXI y juntos derrotaron a un peligroso y resuelto adversario. Una proeza notable.

UN RÁPIDO APRENDIZAJE

Cuando el presidente George W. Bush me pidió que volviera al Pentágono tras una ausencia de un cuarto de siglo y le presentara una nueva estrategia de defensa, sabía que yo era un tipo chapado a la antigua. No creo que haya imaginado ni por un segundo que volveríamos a utilizar la caballería. Pero precisamente de eso se trata la transformación.

Ahí estábamos, en 2002, librando la primera guerra del siglo XXI; la caballería estaba de vuelta y se utilizaba de maneras previamente inimaginables. Lo cual indica que una revolución en materia militar no sólo consiste en construir nuevas armas de alta tecnología, aunque esto sea parte indispensable de ella; también consiste en nuevas maneras de pensar y combatir.

En la Segunda Guerra Mundial, la Blitzkrieg alemana revolucionó las formas de combatir, pero fue el logro de un ejército alemán que sólo se había transformado en 10 o 15%. Los alemanes entendieron que la guerra futura no se basaría en grandes ejércitos ni en la lucha prolongada de trinchera, sino en pequeñas fuerzas de choque de alta eficiencia y movilidad, que actuarían con el apoyo del poder aéreo y serían capaces de dar "golpes relámpago" contra el enemigo. Crearon una combinación letal de tanques muy veloces, infantería y artillería motorizadas y bombarderos, todo concentrado en un sector de la línea enemiga. Los efectos resultaron devastadores.

Lo revolucionario e inédito de la Blitzkrieg no fueron las nuevas capacidades que los alemanes habían empleado, sino las maneras nunca vistas en que mezclaban la tecnología nueva con la ya existente. De manera similar, la batalla de Mazar-i-Sharif fue resultado de una profunda transformación. Las fuerzas de la coalición tomaron las capacidades militares existentes, desde las más avanzadas (armas guiadas por láser) hasta las antiguas (bombarderos B-52, de 40 años, actualizados con la electrónica moderna), e incluso las más rudimentarias (un jinete con un rifle); y las usaron conjuntamente, en formas nunca antes vistas, con efectos devastadores.

Esto no quiere decir que la misma combinación de táctica y capacidad deba ser el modelo para las batallas del futuro. Lo que enseña la experiencia afgana no es que el ejército estadounidense tenga que empezar a acumular sillas de montar, sino, más bien, que prepararse para el futuro requerirá nuevas maneras de pensar, así como el desarrollo de fuerzas y equipos que puedan adaptarse rápidamente a nuevos desafíos y circunstancias inesperadas. La capacidad de adaptación será decisiva en un mundo definido por la sorpresa y la incertidumbre.

Durante la Guerra Fría, enfrentamos un conjunto de amenazas bastante predecibles. Sabíamos mucho de nuestro adversario y de sus recursos militares; dimos a nuestra estrategia y a nuestras capacidades la forma adecuada para contenerlo y lo logramos. Construimos un arsenal nuclear e ingresamos en la era de los aviones de reacción con los

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cazas supersónicos. Construimos submarinos y navíos impulsados por energía nuclear y los primeros bombarderos y misiles de alcance intercontinental. Establecimos fuerzas pesadas en Europa, listas para repeler una invasión de tanques soviéticos en las llanuras del norte de Alemania, y adoptamos una estrategia de contención: enviar ayuda y asesores militares para desestabilizar a los regímenes títeres de la Unión Soviética y apoyar a las naciones amigas amenazadas por su expansión.

Durante casi medio siglo, esa combinación de estrategia, fuerzas y capacidades nos permitió mantener la paz y defender la libertad. Pero ahora la Guerra Fría se acabó y la Unión Soviética desapareció, y con ella se fue el clima de seguridad al que nos habíamos acostumbrado. Como dolorosamente aprendimos el 11 de septiembre, los desafíos del nuevo siglo no son tan predecibles como los del anterior. ¿Quién hubiera imaginado hace apenas unos meses que unos terroristas secuestrarían aviones comerciales, los convertirían en misiles y los usarían para atacar el Pentágono y el World Trade Center, matando a miles de personas? En los próximos años, es probable que vuelvan a sorprendernos enemigos nuevos que ataquen de maneras inesperadas. Y conforme puedan hacerse de armas de alcance y poder cada vez mayores, los ataques serían mucho más letales que los del 11 de septiembre.

El desafío para este nuevo siglo es muy difícil: defender nuestra nación contra lo desconocido, lo incierto, lo que no se ve, lo inesperado. Puede parecer una tarea imposible, pero no lo es. Para lograrlo, debemos deshacernos de nuestras cómodas formas de pensar y planear (aceptar riesgos y probar cosas nuevas) a fin de disuadir y vencer a los enemigos que aún no se han presentado a desafiarnos.

HACIA LA INNOVACIÓN

Mucho antes del 11 de septiembre, altos funcionarios civiles y militares del Departamento de Defensa ya advertían los nuevos caminos por tomar. La Revisión Cuadrienal de Defensa de 2001 [Quadriennial Defense Review] fue un examen largo y riguroso del actual entorno de seguridad, y llegamos a la conclusión de que se necesitaba una estrategia nueva.

Decidimos apartarnos del esquema de "dos teatros de operaciones importantes", que implica el mantenimiento de dos grandes fuerzas de ocupación capaces de movilizarse simultáneamente hasta las capitales de dos países agresores, ocuparlas y cambiar sus regímenes. Ese enfoque funcionó muy bien en el periodo inmediatamente posterior a la Guerra Fría, pero ahora implica que estaríamos excesivamente preparados para dos conflictos específicos y muy mal preparados para contingencias inesperadas y para los desafíos del siglo XXI.

Garantizar que contamos con los recursos para prepararnos para el futuro y enfrentar los desafíos relacionados con la seguridad de la patria, exige una evaluación más realista y equilibrada de nuestras necesidades de combate en el corto plazo. En vez de mantener dos fuerzas de ocupación, decidimos destacar la disuasión en cuatro circunstancias bélicas clave, con el respaldo que nos da la capacidad de vencer rápidamente a dos agresores al mismo tiempo, mientras conservamos la opción de una contraofensiva masiva para ocupar la capital de un país agresor y sustituir su régimen. Como ninguno de estos dos agresores sabría por cuál se decidiría el presidente para cambiar el régimen, el poder disuasivo no disminuiría. Pero sin la exigencia de mantener una segunda fuerza de ocupación, liberamos recursos para el futuro y para otras contingencias menores que pudiéramos enfrentar ahora.

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También decidimos apartarnos de la antigua estrategia "basada en la amenaza", que predominó en la planificación de la defensa de nuestro país durante casi medio siglo, y adoptar un enfoque nuevo "basado en las capacidades", que se centra menos en quién puede amenazarnos, o en dónde, y más en cómo se nos puede amenazar y en lo que necesitaríamos para disuadir a los atacantes y defendernos.

Es como tratar con ladrones que acechan la casa: no se puede saber quiénes son ni cuándo entrarán. Pero sí se puede saber cómo podrían intentar hacerlo. Sabemos que pretenderían romper la cerradura, por lo que necesitamos un cerrojo bueno y sólido en la puerta principal. Sabemos que tratarían de entrar por la ventana, así es que precisamos de una buena alarma. También sabemos que es mejor detenerlos antes de que entren, así que necesitamos una fuerza policial que vigile el vecindario y expulse de las calles a los maleantes. Y sabemos que un gran pastor alemán tampoco estaría de más.

La misma lógica vale para la defensa nacional. En vez de moldear nuestras fuerzas armadas en función de planes para combatir con tal o cual país, tenemos que analizar nuestras zonas vulnerables preguntándonos, como hace Federico el Grande en Principios generales de la guerra: "¿Qué plan concebiría yo si fuera el enemigo?"... y luego transformar nuestras fuerzas lo necesario para detener y vencer esa amenaza. Por ejemplo, sabemos que como Estados Unidos tiene un poderío sin paralelo en tierra, mar y aire, para los enemigos potenciales no tiene mucho sentido tratar de competir con nosotros en forma directa. En la Guerra del Golfo aprendieron que desafiar a nuestras fuerzas armadas cara a cara es una temeridad insensata. Así que, más que organizar ejércitos de tierra, mar o aire que puedan competir con los nuestros, probablemente intentarán desafiarnos en forma asimétrica, buscando nuestras zonas vulnerables para sacar provecho de ellas.