la traducción poética

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La traducción poética Miércoles, 5 de marzo de 2003 Por Emilio Bernal Labrada El trujamán (cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/marzo_03/05032003.htm ) En artículos anteriores hemos hablado de la difícil tarea de traducir los versos de Walt Whitman, incluso por portentos del arte literario como Jorge Luis Borges (aunque es claro que, si bien para traducir hay que saber escribir, las dos artes no son equiparables). Así que acaso no esté de más volver sobre el tema, en forma más analítica, para tratar de desentrañar sus riscos y tropiezos, sus puntos finos. Siendo tarea múltiple y un tanto intimidante para el que algo sabe de la materia (para el novato no, por aquello de que la ignorancia es bendición), exige tantas cualidades que prácticamente viene a figurar entre las obras que se hacen por amor al arte, ya que si acaso hay remuneración, por generosa que sea, esta nunca llegará a compensar la inversión de tiempo y esfuerzo por parte del traductor. Pero si la motivación es suficiente, el impulso de medirse, de ponerse uno a prueba —eso que hoy se ha dado en llamar reto—, puede llegar a ser casi irresistible. No sabe uno, claro, que se mete en la clásica camisa de once varas. Porque la arena movediza de la tarea absorbe, llama, reclama, y no suelta la presa hasta habérsela tragado impunemente. La metáfora no es exagerada para quien haya experimentado semejante fuerza de atracción, pues el poderoso imán de la actividad intelectual hace olvidarlo todo menos el objetivo de perfeccionar. Yendo al grano, son tres los pilares fundamentales a los que hay que procurar fidelidad, a saber: rima, metro y ritmo. Y muchas veces sólo se consigue uno de estos a expensas de los otros dos. Menos frecuente aún es conseguir dos de estos elementos a expensas del tercero. Reunir los

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Bernal. La traducción poética. Trujamán. 2003

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Page 1: La traducción poética

La traducción poéticaMiércoles, 5 de marzo de 2003Por Emilio Bernal LabradaEl trujamán (cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/marzo_03/05032003.htm)

En artículos anteriores hemos hablado de la difícil tarea de traducir los versos de Walt Whitman, incluso por portentos del arte literario como Jorge Luis Borges (aunque es claro que, si bien para traducir hay que saber escribir, las dos artes no son equiparables).

Así que acaso no esté de más volver sobre el tema, en forma más analítica, para tratar de desentrañar sus riscos y tropiezos, sus puntos finos.

Siendo tarea múltiple y un tanto intimidante para el que algo sabe de la materia (para el novato no, por aquello de que la ignorancia es bendición), exige tantas cualidades que prácticamente viene a figurar entre las obras que se hacen por amor al arte, ya que si acaso hay remuneración, por generosa que sea, esta nunca llegará a compensar la inversión de tiempo y esfuerzo por parte del traductor.

Pero si la motivación es suficiente, el impulso de medirse, de ponerse uno a prueba —eso que hoy se ha dado en llamar reto—, puede llegar a ser casi irresistible. No sabe uno, claro, que se mete en la clásica camisa de once varas. Porque la arena movediza de la tarea absorbe, llama, reclama, y no suelta la presa hasta habérsela tragado impunemente.

La metáfora no es exagerada para quien haya experimentado semejante fuerza de atracción, pues el poderoso imán de la actividad intelectual hace olvidarlo todo menos el objetivo de perfeccionar.

Yendo al grano, son tres los pilares fundamentales a los que hay que procurar fidelidad, a saber: rima, metro y ritmo. Y muchas veces sólo se consigue uno de estos a expensas de los otros dos. Menos frecuente aún es conseguir dos de estos elementos a expensas del tercero. Reunir los tres es ya un acierto supremo... suponiendo que hayamos logrado reproducir el sentir y significado, la sensación que haya querido transmitir el autor del original.

De lo que se desprende que el traductor, también, tiene que tener cierta medida de poeta, tener el alma y la vocación versificadoras que le conduzcan a la feliz combinación y reproducción en su idioma de todos estos elementos, empeño para el cual no basta en modo alguno la preparación normal para la traducción. Porque el conocimiento a fondo de la lengua originaria y de la de destino, condiciones esenciales para la traducción prosaica, son apenas un comienzo.

Claro es que nos referimos a la poesía tradicional, por así llamarla, ya que tratándose de la moderna, que prescinde de uno o dos de estos elementos, o de todos ellos, la tarea se simplifica considerablemente.

Como hoy en día es innegable la tendencia hacia la poesía más libre, en los próximos artículos vamos a analizar, igualmente, este género de traducción poética. Con interesantes ejemplos de orden práctico que sustenten el aspecto teórico.

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La traducción poética (II)Por Emilio Bernal Labrada

En anteriores artículos hablábamos de los escollos con que tropieza el que, con las clásicas mejores intenciones, se entregue a la ímproba tarea de traducir poesía.

Interesante resulta el caso de la traducción de los versos de Walt Whitman, que están llenos de las más imprevistas trampas y tropiezos, debidos, por una parte, al singular lenguaje vernáculo usado por el poeta, y por otra, a que este abarca gran riqueza de modismos y expresiones difíciles de desentrañar.

Vienen a complicar la tarea, además, aspectos que fácilmente se les escaparon a sus traductores, que no lo eran de profesión sino más bien de afición. Tratábase de personas que eran primera y primordialmente poetas y prosistas, y que pensaron que podían abordar la tarea de hacer la versión española a base de ciertos (casi siempre insuficientes) conocimientos del inglés y de escasa experiencia en el arte y oficio de la traducción.

Dicho esto, vamos a examinar algunas de las más notorias fallas incurridas en sus versiones castellanas de la poesía whitmaniana.

Detalle interesante es el de que, acaso por la falta de diaria práctica traductora, en algunos casos los que abordaron la tarea pasaron por alto la dualidad numérica del you y lo tomaron por singular, cuando en realidad Whitman quiso, fiel a su tendencia de hablar a las multitudes y tratar de abarcarlas, que representara el plural.

Ello se ilustra con el siguiente pasaje del Canto a mi ser (Song of Myself):

I celebrate myself, and sing myself, And what I assume you shall assume, For every atom belonging to me as good belongs to you.

Traducción del autor:

Celebro y canto a mi ser, y cuanto asumo vos lo asumiréis,pues cada átomo que me pertenecees también de vos.

Obsérvese el uso de vuestro y vosotros, que reflejan mejor que el tú y el usted/es el tono elevado de Whitman, aparte de que en ciertas instancias —como, justamente, la del anterior ejemplo— cabe el vos, que conserva la dualidad singular/plural del you. Por cierto que Whitman usaba frecuentemente las formas correspondientes al inglés anticuado: thou, thy, thine.

No volveremos a analizar el aspecto de la indebida traducción de myself con a mí mismo, de mí mismo, ya comentado en anteriores artículos, salvo para recalcar el error de la egolatría implícita en ello cuando, por el contrario, Whitman quería destacar el ser como parte de la humanidad y no su persona individual; aparte de la antipoética y

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cacofónica aliteración que produce en la frase la repetición de la letra eme. Cabría agregar, al respecto, que la construcción mí mismo (con acento o sin él) adolece de una redundancia fonética desagradable al oído, en que, se nos antoja pensar, difícilmente hubiera incurrido Whitman si hubiese versificado en español.

En cuanto a la rima y el metro, en el caso de Whitman estos elementos por fortuna aparecen solo escasa y rudimentariamente —como en su lamento por la muerte de Lincoln, «Oh Captain! My Captain!»—, por lo que el traductor queda exento de la tarea de tener esos factores en cuenta.

No obstante, Whitman, a tono con su estilo sui géneris, desarrolla un ritmo característico basado en cláusulas de estructura paralela y en la repetición, al estilo oratorio, de palabras, frases y oraciones enteras. Evidentemente, debido a la diferencia entre la métrica castellana y la anglosajona, así como entre el genio de uno y otro idioma, el ritmo de la versión traducida rara vez coincide con el del original. No obstante, importa respetar en lo posible el compás o cadencia, por así llamarlos, usados por el autor norteamericano, aunque él parece más bien rehuir las formas clásicas representadas, digamos, por el yambo y el pentámetro.

Que mucho queda por analizar en el extenso tema de la traducción poética —apenas hemos rasgado su superficie—, es verdad inconclusa que sin duda les consta a nuestros amables lectores, por lo que, so pena de alargar indebidamente estos trabajos, nos tocará ahondar en ello en futuras entregas.