la titánica coartada de pasternak

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EL PAÍS, sábado 22 de enero de 2011 27 LA CUARTA PÁGINA OPINIÓN N i por una voluntad de realismo lle- vada al límite ni tampoco por una insoslayable exigencia compositiva de la novela necesitaba Borís Pasternak es- cribir primero, y publicar después, las poe- sías de su personaje Yuri Andréyevich Zhi- vago. Los editores más tempranos no supie- ron bien qué hacer con ellas, en unas oca- siones imprimiéndolas como apéndices de la narración y, en otras, arrancándolas de su lugar original e insertándolas en un vo- lumen diferente. La alternativa escogida por la traductora al español de Doctor Zhivago, Marta Rebón, no solo parece res- ponder mejor a la verdadera intención de Pasternak, según quienes lo conocieron, si- no que permite una aproximación distinta y más estimulante a la novela. Siguiendo el texto considerado como definitivo que fijó el hijo del escritor, Yevgeni, Rebón ha in- cluido las poesías de Zhivago como un capí- tulo más, el último, de su reciente y magní- fica traducción. No se trata de una decisión anodina: gracias a esta ubicación, el lector está en condiciones de advertir la estrate- gia literaria de Pasternak al crear un perso- naje que escribe unas poesías de las que, a su vez, el autor es el propio Pasternak. Doctor Zhivago, una de las grandes nove- las rusas del siglo XX, logró compaginar en pocos años el éxito más fulgurante con el más persistente desconocimiento. Los per- sonajes que imaginó Pasternak han llega- do a formar parte de la limitada galería de seres de ficción de los que se tiene noticia en cualquier lengua, lo mismo que algunas de sus peripecias imaginadas aunque situa- das en el contexto histórico de la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre, la guerra civil rusa o las purgas del estali- nismo. Pero esos personajes familiares en todas las latitudes solo guardan una remo- ta relación con los que Pasternak hizo deambular por su relato. La razón de esta paradoja habría que buscarla en la pelícu- la de David Lean estrenada en 1965, inter- pretada por unos actores que, desde enton- ces, han monopolizado la fisonomía y los gestos de las criaturas de Pasternak. Zhiva- go tiene la mirada conmovida de Omar Sha- riff, y su complexión y su bigote. Larisa Fiodoróvna, la arrebatadora belleza de Ju- lie Christie, su misma melena rubia y sus mismos labios carnosos. Y Tonia Aleksán- drovna Gromeko, los rasgos misteriosos de Geraldine Chaplin interpretando a una mu- jer engañada que alcanza a distinguir en- tre las acciones que reclama su dolor ínti- mo y las que exige una época feroz. Pero el peso de la película en el conoci- miento de los personajes de Pasternak no se explica solo por el éxito que cosechó David Lean, ratificado por cinco oscars, en- tre ellos el que se concede al mejor guión adaptado. Tuvo que concurrir además otro fenómeno que sigue siendo, en último ex- tremo, el que explica que la admiración por la película conviva con una relativa indiferencia hacia la novela. No es el único ejemplo en el que la obra cinematográfica sepulta a la obra literaria que le sirve de inspiración; lo que sí resulta singular en el caso de Doctor Zhivago es que la novela enterrada bajo el éxito de su versión cine- matográfica sea una obra maestra, cuya lectura no puede en absoluto excusarse por los indicios de su valor que ofrecen las imágenes de David Lean. No porque estas sean mejores o peores, sino porque la nove- la de Pasternak es una cosa y su versión cinematográfica, otra distinta. Si esta es una historia de amor ambientada en la Re- volución de Octubre que ha logrado con- mover a un público mayoritario, el texto de Pasternak es un grito de desesperada disi- dencia en el que, además de la historia de amor, hay víctimas y verdugos sacrificados a un estéril e irrealizable ideal, vidas e inte- ligencias prometedoras devastadas por el fanatismo, camarillas de oportunistas que logran medrar y mantenerse a flote. Inclu- so la corrosión del tiempo sobre las pasio- nes tiene cabida en la novela, no en los fotogramas de la película: Yuri Zhivago, vencido por la enfermedad y el desengaño, contraerá un tardío y anodino matrimonio tras la forzosa separación de Lara. Fue este crudo retrato de la realidad rusa bajo el régimen comunista, y no la historia de amor que contiene Doctor Zhi- vago, lo que haría que la Academia Sueca decidiera en 1958 conceder el Premio No- bel a Borís Pasternak tras la publicación de la novela en Italia, donde el manuscrito había llegado de forma clandestina. Para comprender cómo esta distinción se acabó volviendo contra Pasternak y contra su no- vela es preciso tener presente que el ante- rior galardonado había sido Albert Camus. Jean-Paul Sartre, entonces en la cima de su poder sobre la intelectualidad europea, había juzgado la noticia como la prueba incontestable de que el autor de El extranje- ro se había convertido en un escritor bur- gués. La concesión a Pasternak, a un disi- dente, a un crítico de la Revolución y del régimen que había alumbrado, amigo de otros sospechosos cuyo destino fue más trá- gico que el suyo como Anna Ajmátova, Ma- rina Tsvetáieva u Ossip Mandelstam, venía a confirmar que el Nobel era un premio militante, un instrumento de la propagan- da capitalista contra la doctrina del comu- nismo y contra la Unión Soviética. Ade- más, Pasternak había recibido el apoyo de Camus, con quien mantuvo una breve co- rrespondencia en la que se expresaban un mutuo y sentido reconocimiento. Si en Occidente la imagen que se impu- so de Doctor Zhivago fue la de un texto contrarrevolucionario, simple carnaza pa- ra la maquinaria ideológica de Hollywood, en la Unión Soviética fue Pasternak el que quedó sometido a un implacable acoso. El Nobel lo protegía contra la cárcel, la tortu- ra o la ejecución, pero no contra el insulto, el desprestigio o la eventual expulsión de su país: como “cerdo que caga donde co- me” fue descrito en un plenario del Comité Central de las Juventudes Comunistas en presencia de Jruchov. El hijo del escritor, Yevgeni, ha evocado en diversas ocasiones —una de las últimas en Madrid, con motivo de la presentación de la última edición de la novela— la escena en la que Pasternak anunció a su familia la decisión de renun- ciar al Premio Nobel. Estaban en su resi- dencia de Peredélkino, y el escritor no lo hizo tanto por evitarse nuevos problemas como por ahorrárselos a su compañera Ol- ga Ivinskaya, en quien las autoridades so- viéticas contaban con cobrarse la vengan- za. Tras comunicar su decisión, cuenta Yev- geni, Pasternak, desencajado, emprendió un paseo solitario por los alrededores de la casa. El gesto fue en vano: poco después de la muerte del escritor en 1960, Olga Ivins- kaya fue internada en el gulag. Al incluir las poesías de Zhivago como último capítulo de la novela, la edición con- siderada definitiva y que ha servido de ba- se a la traducción española de Marta Rebón hace mucho más que restituir la integridad del texto según lo concibió Pas- ternak, según quienes lo conocieron. En realidad, permite advertir la estrategia lite- raria que hay detrás de la composición de Doctor Zhivago; una estrategia que evoca la de otros autores que, siglos antes de Paster- nak, buscaron como él en la ficción un ines- table territorio de libertad para expresar cuanto el poder trataba de mantener en el silencio. Si Fernando de Rojas aseguraba que él no concibió La Celestina sino que se limitó a completar una obra cuyo primer capítulo había encontrado por azar; si Cer- vantes declaraba haber hallado el manus- crito arábigo del Quijote y no tener más responsabilidad en el texto que el de ofre- cer una traducción; si Jonathan Swift publi- caba de forma anónima Los viajes de Gulli- ver y aseguraba que se trataba de una rela- ción entregada por el protagonista a un tal Richard Sympson, que los dio a la impren- ta, Pasternak creó un personaje, Yuri Zhiva- go, al que convertir en autor de unas poe- sías que rechazaban y contradecían las exi- gencias impuestas por la jerarquía artísti- ca en la Unión Soviética. Poesías de amor, poesías dedicadas a las figuras religiosas del cristianismo y a sus fiestas, poesías que expresaban la intimidad en un mundo que la declaró abolida: el filósofo György Lukács las consideró como las más hermo- sas en lengua rusa, y estimaba por ello que Pasternak había causado un daño irrepara- ble a la causa comunista al asignárselas al contrarrevolucionario Zhivago. En realidad, Pasternak se había valido de una novela como titánica coartada para escribir unas poesías que, de haberlas fir- mado como autor, y no a través de la más- cara de Zhivago, habrían sido desprecia- das y censuradas por el poder. Al presentar como autor a Zhivago, una criatura de ficción, Pasternak lanzaba al poder tras la pista de un fantasma, mientras ponía a sal- vo las poesías. La prueba es que Lukács las consideraba una creación sublime de la lengua rusa mientras censuraba la novela. La titánica coartada de Borís Pasternak La versión cinematográfica de ‘Doctor Zhivago’ ha enterrado a la novela que le sirvió de inspiración. Es una obra maestra que no solo cuenta una historia de amor sino que denuncia la opresión en la Unión Soviética Por JOSÉ MARÍA RIDAO eulogia merle Una nueva traducción al español permite una lectura más estimulante y más cercana al original La ficción fue el territorio de libertad para expresar lo que el poder trataba de mantener en el silencio

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Artículo de José María Ridao sobre la nueva traducción de El doctor Zhivago, a cargo de Marta Rebón y publicada en Galaxia Gutenberg, y sobre la versión cinematográfica.

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Page 1: La titánica coartada de Pasternak

EL PAÍS, sábado 22 de enero de 2011 27

LA CUARTA PÁGINA OPINIÓN

N i por una voluntad de realismo lle-vada al límite ni tampoco por unainsoslayable exigencia compositiva

de la novela necesitaba Borís Pasternak es-cribir primero, y publicar después, las poe-sías de su personaje Yuri Andréyevich Zhi-vago. Los editoresmás tempranosno supie-ron bien qué hacer con ellas, en unas oca-siones imprimiéndolas como apéndices dela narración y, en otras, arrancándolas desu lugar original e insertándolas en un vo-lumen diferente. La alternativa escogidapor la traductora al español de DoctorZhivago, Marta Rebón, no solo parece res-ponder mejor a la verdadera intención dePasternak, según quienes lo conocieron, si-no que permite una aproximación distintaymás estimulante a la novela. Siguiendo eltexto considerado como definitivo que fijóel hijo del escritor, Yevgeni, Rebón ha in-cluido las poesías deZhivago comoun capí-tulomás, el último, de su reciente ymagní-fica traducción. No se trata de una decisiónanodina: gracias a esta ubicación, el lectorestá en condiciones de advertir la estrate-gia literaria de Pasternak al crear unperso-naje que escribe unas poesías de las que, asu vez, el autor es el propio Pasternak.

DoctorZhivago,unade las grandes nove-las rusas del siglo XX, logró compaginar enpocos años el éxito más fulgurante con elmás persistente desconocimiento. Los per-sonajes que imaginó Pasternak han llega-do a formar parte de la limitada galería deseres de ficción de los que se tiene noticiaen cualquier lengua, lomismo que algunasde sus peripecias imaginadas aunque situa-das en el contexto histórico de la PrimeraGuerraMundial, la RevolucióndeOctubre,la guerra civil rusa o las purgas del estali-nismo. Pero esos personajes familiares entodas las latitudes solo guardan una remo-ta relación con los que Pasternak hizodeambular por su relato. La razón de estaparadoja habría que buscarla en la pelícu-la de David Lean estrenada en 1965, inter-pretada por unos actores que, desde enton-ces, han monopolizado la fisonomía y losgestos de las criaturas de Pasternak. Zhiva-go tiene lamirada conmovida deOmar Sha-riff, y su complexión y su bigote. LarisaFiodoróvna, la arrebatadora belleza de Ju-lie Christie, su misma melena rubia y susmismos labios carnosos. Y Tonia Aleksán-drovnaGromeko, los rasgosmisteriosos deGeraldineChaplin interpretando a unamu-jer engañada que alcanza a distinguir en-tre las acciones que reclama su dolor ínti-mo y las que exige una época feroz.

Pero el peso de la película en el conoci-miento de los personajes de Pasternak nose explica solo por el éxito que cosechóDavid Lean, ratificado por cinco oscars, en-tre ellos el que se concede al mejor guiónadaptado. Tuvo que concurrir además otrofenómeno que sigue siendo, en último ex-tremo, el que explica que la admiraciónpor la película conviva con una relativaindiferencia hacia la novela. No es el únicoejemplo en el que la obra cinematográficasepulta a la obra literaria que le sirve deinspiración; lo que sí resulta singular en elcaso de Doctor Zhivago es que la novelaenterrada bajo el éxito de su versión cine-matográfica sea una obra maestra, cuyalectura no puede en absoluto excusarsepor los indicios de su valor que ofrecen lasimágenes de David Lean. No porque estasseanmejores o peores, sino porque la nove-la de Pasternak es una cosa y su versióncinematográfica, otra distinta. Si esta esuna historia de amor ambientada en la Re-volución de Octubre que ha logrado con-mover a un públicomayoritario, el texto de

Pasternak es un grito de desesperada disi-dencia en el que, además de la historia deamor, hay víctimas y verdugos sacrificadosa un estéril e irrealizable ideal, vidas e inte-ligencias prometedoras devastadas por elfanatismo, camarillas de oportunistas quelogranmedrar y mantenerse a flote. Inclu-so la corrosión del tiempo sobre las pasio-

nes tiene cabida en la novela, no en losfotogramas de la película: Yuri Zhivago,vencido por la enfermedad y el desengaño,contraerá un tardío y anodinomatrimoniotras la forzosa separación de Lara.

Fue este crudo retrato de la realidadrusa bajo el régimen comunista, y no lahistoria de amor que contiene Doctor Zhi-vago, lo que haría que la Academia Suecadecidiera en 1958 conceder el Premio No-bel a Borís Pasternak tras la publicación dela novela en Italia, donde el manuscritohabía llegado de forma clandestina. Para

comprender cómo esta distinción se acabóvolviendo contra Pasternak y contra su no-vela es preciso tener presente que el ante-rior galardonado había sido Albert Camus.Jean-Paul Sartre, entonces en la cima desu poder sobre la intelectualidad europea,había juzgado la noticia como la pruebaincontestable de que el autor deEl extranje-ro se había convertido en un escritor bur-gués. La concesión a Pasternak, a un disi-dente, a un crítico de la Revolución y delrégimen que había alumbrado, amigo deotros sospechosos cuyodestino fuemás trá-gico que el suyo comoAnnaAjmátova,Ma-rina Tsvetáieva u OssipMandelstam, veníaa confirmar que el Nobel era un premiomilitante, un instrumento de la propagan-da capitalista contra la doctrina del comu-nismo y contra la Unión Soviética. Ade-más, Pasternak había recibido el apoyo deCamus, con quien mantuvo una breve co-

rrespondencia en la que se expresaban unmutuo y sentido reconocimiento.

Si en Occidente la imagen que se impu-so de Doctor Zhivago fue la de un textocontrarrevolucionario, simple carnaza pa-ra la maquinaria ideológica de Hollywood,en la Unión Soviética fue Pasternak el quequedó sometido a un implacable acoso. ElNobel lo protegía contra la cárcel, la tortu-ra o la ejecución, pero no contra el insulto,el desprestigio o la eventual expulsión desu país: como “cerdo que caga donde co-me” fue descrito en un plenario del ComitéCentral de las Juventudes Comunistas enpresencia de Jruchov. El hijo del escritor,Yevgeni, ha evocado en diversas ocasiones—unade las últimas enMadrid, conmotivode la presentación de la última edición dela novela— la escena en la que Pasternakanunció a su familia la decisión de renun-ciar al Premio Nobel. Estaban en su resi-dencia de Peredélkino, y el escritor no lohizo tanto por evitarse nuevos problemascomo por ahorrárselos a su compañera Ol-ga Ivinskaya, en quien las autoridades so-viéticas contaban con cobrarse la vengan-za. Tras comunicar sudecisión, cuenta Yev-geni, Pasternak, desencajado, emprendióun paseo solitario por los alrededores de lacasa. El gesto fue en vano: poco después dela muerte del escritor en 1960, Olga Ivins-kaya fue internada en el gulag.

Al incluir las poesías de Zhivago comoúltimo capítulo de la novela, la edición con-siderada definitiva y que ha servido de ba-se a la traducción española de MartaRebón hace mucho más que restituir laintegridad del texto según lo concibió Pas-ternak, según quienes lo conocieron. Enrealidad, permite advertir la estrategia lite-raria que hay detrás de la composición deDoctor Zhivago; una estrategia que evoca lade otros autores que, siglos antes dePaster-nak, buscaron comoél en la ficción un ines-table territorio de libertad para expresarcuanto el poder trataba de mantener en elsilencio. Si Fernando de Rojas asegurabaque él no concibió La Celestina sino que selimitó a completar una obra cuyo primercapítulo había encontrado por azar; si Cer-vantes declaraba haber hallado el manus-crito arábigo del Quijote y no tener másresponsabilidad en el texto que el de ofre-cer una traducción; si JonathanSwift publi-caba de forma anónima Los viajes de Gulli-ver y aseguraba que se trataba de una rela-ción entregada por el protagonista a un talRichard Sympson, que los dio a la impren-ta, Pasternak creóunpersonaje, Yuri Zhiva-go, al que convertir en autor de unas poe-sías que rechazaban y contradecían las exi-gencias impuestas por la jerarquía artísti-ca en la Unión Soviética. Poesías de amor,poesías dedicadas a las figuras religiosasdel cristianismo y a sus fiestas, poesías queexpresaban la intimidad en unmundo quela declaró abolida: el filósofo GyörgyLukács las consideró como lasmás hermo-sas en lengua rusa, y estimaba por ello quePasternakhabía causadoundaño irrepara-ble a la causa comunista al asignárselas alcontrarrevolucionario Zhivago.

En realidad, Pasternak se había validode una novela como titánica coartada paraescribir unas poesías que, de haberlas fir-mado como autor, y no a través de la más-cara de Zhivago, habrían sido desprecia-das y censuradas por el poder. Al presentarcomo autor a Zhivago, una criatura deficción, Pasternak lanzaba al poder tras lapista de un fantasma, mientras ponía a sal-vo las poesías. La prueba es que Lukács lasconsideraba una creación sublime de lalengua rusa mientras censuraba la novela.

La titánica coartada de Borís PasternakLa versión cinematográfica de ‘Doctor Zhivago’ ha enterrado a la novela que le sirvió de inspiración. Es unaobra maestra que no solo cuenta una historia de amor sino que denuncia la opresión en la Unión SoviéticaPor JOSÉ MARÍA RIDAO

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Una nueva traducciónal español permite unalectura más estimulantey más cercana al original

La ficción fue el territoriode libertad para expresarlo que el poder trataba demantener en el silencio