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LA TERRITORIALLZACIÓN DE LOS RIESGOS SOCIALES (EL APRENDIZAJE DE LA HIGIENE EN LA CIUDAD A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX) FRANCESC CALVO ORTEGA (*) RESUMEN. Desde que el filósofo francés M. Foucault publicara Vigilar y Castigar sabemos que la disciplina ha abierto un hueco fundamental en los hábitos sociales. Aunque, por un lado, la disciplina no sea el principio constituyente de los hábitos sociales, por otro, establece los límites tabulares a partir de los cuales aquéllos encuentran su desarrollo. Este breve artículo pretende introducirse, desde una espe- cificidad histórica, en los procesos de habituación moral en la ciudad a partir de lo que denominamos una «pedagogía de los usos sociales en el territorio«, entendiendo el marco educativo en el espacio urbano de principios del siglo xx como un trata- miento moral territorializado para la obtención de unos comportamientos populares de higiene concertados dentro del orden social y que se inscribirían, estatutariamen- te, en las representaciones simbólicas dominantes como son los valores sociales de las clases en el poder y las ideas político-morales de la época. ABsTRAcr. Since French philosopher M. Foucault published Watching and Pzinis- hing, discipline has occupied an important position in social habits. Although disci- pline is not the constituent principie of social habits, it does establish tabular limits from which social habits find their development. The aim of this brief anide is to find its way, from a historic specificity, into the processes of moral habituation in the city, parting from what we call a "pedagogy of social habits in the territory", understan- ding the educational framework in the urban space at the turn of 20th century as a territorialized moral treatment for the securing of popular hygiene conducts set up within the social order, and statuaryly inscribed in the dominant symbolic represen- tations, such as social values of the classes in power and political-moral ideas of the time. El trabajo que presentamos a continuación deberíamos circunscribirlo dentro de una historia de la producción capitalista en la que despuntaría un tipo de orden producti- vo caracterizado por los intentos por parte del control patronal de sistematizar las experiencias de vida obrera fuera de la fábrica, desde el momento en que la garan- (*) CEIP -Jacint Verdaguer, tía de un -orden interno- en la producción parecería exigir el -orden externo- en don- de, según los patronos y prohombres del orden social de la época, surgirían los fer- mentos del desorden y la indisciplina social. El orden exterior en la fábrica impli- caría una estrategia de control de todos los espacios sociales en los que podría refu- Revista de Educación, núm. 329 (2002), pp. 273-290. 273 Fecha de entrada: 23-01-2001 Fecha de aceptación: 03-04-2002

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LA TERRITORIALLZACIÓN DE LOS RIESGOS SOCIALES(EL APRENDIZAJE DE LA HIGIENE EN LA CIUDAD A PRINCIPIOS

DEL SIGLO XX)

FRANCESC CALVO ORTEGA (*)

RESUMEN. Desde que el filósofo francés M. Foucault publicara Vigilar y Castigarsabemos que la disciplina ha abierto un hueco fundamental en los hábitos sociales.Aunque, por un lado, la disciplina no sea el principio constituyente de los hábitossociales, por otro, establece los límites tabulares a partir de los cuales aquéllosencuentran su desarrollo. Este breve artículo pretende introducirse, desde una espe-cificidad histórica, en los procesos de habituación moral en la ciudad a partir de loque denominamos una «pedagogía de los usos sociales en el territorio«, entendiendoel marco educativo en el espacio urbano de principios del siglo xx como un trata-miento moral territorializado para la obtención de unos comportamientos popularesde higiene concertados dentro del orden social y que se inscribirían, estatutariamen-te, en las representaciones simbólicas dominantes como son los valores sociales delas clases en el poder y las ideas político-morales de la época.

ABsTRAcr. Since French philosopher M. Foucault published Watching and Pzinis-hing, discipline has occupied an important position in social habits. Although disci-pline is not the constituent principie of social habits, it does establish tabular limitsfrom which social habits find their development. The aim of this brief anide is to findits way, from a historic specificity, into the processes of moral habituation in the city,parting from what we call a "pedagogy of social habits in the territory", understan-ding the educational framework in the urban space at the turn of 20th century as aterritorialized moral treatment for the securing of popular hygiene conducts set upwithin the social order, and statuaryly inscribed in the dominant symbolic represen-tations, such as social values of the classes in power and political-moral ideas of thetime.

El trabajo que presentamos a continuacióndeberíamos circunscribirlo dentro de unahistoria de la producción capitalista en laque despuntaría un tipo de orden producti-vo caracterizado por los intentos por partedel control patronal de sistematizar lasexperiencias de vida obrera fuera de lafábrica, desde el momento en que la garan-

(*) CEIP -Jacint Verdaguer,

tía de un -orden interno- en la producciónparecería exigir el -orden externo- en don-de, según los patronos y prohombres delorden social de la época, surgirían los fer-mentos del desorden y la indisciplinasocial. El orden exterior en la fábrica impli-caría una estrategia de control de todos losespacios sociales en los que podría refu-

Revista de Educación, núm. 329 (2002), pp. 273-290. 273

Fecha de entrada: 23-01-2001

Fecha de aceptación: 03-04-2002

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giarse una identidad autónoma obrera. J.P.de Gaudemar ha demostrado que esta eta-pa productiva se caracteriza por una tipolo-gía concreta, desde el punto de vista de lasformas de disciplina en el proceso de traba-jo, de extensión del control que él mismoha designado genéricamente como «disci-plina extensiva» o de «moralización social»en el territorio urbano'. Siguiendo esta líneade investigación, nuestra tarea en las pági-nas que siguen tiene corno objetivo princi-pal el mostrar la aparición de un modelo deeducación de la higiene marcadamentemoral, en el sentido de una educación deadultos y en la medida en que el orden enla producción supone de inmediato que eltiempo de vida del obrero en la ciudad estécercado por un sistema de normas y com-portamientos adquiridos. Este modelo deeducación, tal y como lo veremos desarro-llarse en el espacio urbano, lo analizamoscomo el dispositivo que acompañando alperíodo productivo del obrero está, a lavez, destinado a transformarle en trabaja-dor-ciudadano por las normas de una moralimpuesta por la burguesía, y a mantener aeste adulto en un sistema de disposicionessocialmente «infantilizantes».

En la aproximación a este dispositivode educación, el concepto básico al quehace referencia el análisis que vamos a lle-var a cabo es el de territorialización: enadelante, vamos a entender el territoriocomo un espacio estructurado, organizadoy funcional en una adecuación continuadel mismo a las exigencias de la sociedadcapitalista y en la cual se van a motivareducativamente los comportamientos delos inclivicluos2 . Entonces, el territorio urba-

no queda convertido en condicionanteestructural de la acción moral de los indivi-duos requisada por el poder a través deunas estrategias de territorialización quetienen como objetivo prioritario la regula-ción de los conflictos sociales que asegureun mínimo de espacio para la reproduc-ción de la fuerza de trabajo en la ciudad.

Para desarrollar esta cuestión abrimos,en primer lugar, un marco teórico de inter-pretación histórica que nos aproxime almodelo de moralización desde el análisisde la inscripción del poder en el espacio deproducción y reproducción de la relaciónsocial capitalista, es decir, la figura ejem-plar de la ciudad para la fábrica que nosva a conducir a la tecnología educativa desumisión a la higiene propia del poderurbano, establecida con el objetivo deresolver los problemas de desorden y peli-gro de los comportamientos antagónicosen el exterior del proceso de producción.

LA CIUDAD PARA LA FÁBRICA

Si el primer problema de desorden al que lapatronal deberá enfrentarse a principios delsiglo )cx es, sin duda, el de la estabilizaciónde la mano de obra y su disciplinarizaciónen el mercado de trabajo según las necesi-dades de la inclustria 3 —transformando a lostrabajadores intermitentes ya sea en asala-riados regulares ya sea en desocupadoscompletos, es decir, generalización forzadade una relación salarial estabilizada, sin dis-continuidades ni azares en la ocupaciónlaboral: el trabajo involuntario, nuestro tra-bajo moderno4—, es sencillamente porque la

(1) J. P. de Gaudemar: »La crisis como laboratorio social: el ejemplo de las disciplinas industriales», en M.Aglietta y otros: Rupturas de un sistema económico. Editorial Blume, Madrid, 1981, pp. 241-262.

(2) P. Betta: •Potere e territorio. Le basi storico-geografiche della politica di gestione del territorio», en C.

BRUSA (ed.): Elezione, territorio, societa Milán, Unicopli, 1986, p. 76 y ss.(3) Ch. Topalov: Naissance du chömeur 1880-1910. París, Albin Michel, 1994.(4) Por ejemplo, la Sociedad Económica de Santiago de Compostela afirma que »es uno de los objetivos de

la sociedad proporcionar a los habitantes de Galicia los medios para que puedan vivir de su trabajo aficionan-dolos a él y haciendo lo posible para que no les falte en qué emplearlo». R. Labra: El estado Moral de España yla acción del Ateneo de Madrid y de /as Sociedades Económicas de Amigos del País'. Madrid, 1917, p. 52.

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fuerza del trabajo no ha interiorizado nin-gún hábito de asiduidad, de regularidad; alcontrario, está lanzada a un reclutamientosin ley ni orden; en plena ciudad se trabajaun día sí y otro no para ir sobreviviendo enmedio de una confusión antiproductiva deazares incontrolados y pasiones furtivas:

Estos individuos a quienes el novelista Máxi-mo Gorki aplica el estrafalario calificativo deexhombres, reminiscencia de estados socia-les primitivos, (...) estos hermanos nuestros,incapaces de someterse a una disciplina enel trabajo, subvienen ocasionalmente a susnecesidades con el merodeo en los camposo en los centros urbanos, casi sin esfuerzoalguno y con un mínimo de tiempo, y lamayor parte del día se entregan a la holgan-za que, naturalmente es madre de todos losvicios. Siguiendo la consabida doctrina de lautilidad, nada podría objetárseles, porqueellos trabajan a su modo para sustentarse; ycomo sus necesidades, a causa precisamen-te de su bajo nivel social, son mínimas, nohan de menester el trabajo para atenderlas.

La figura del obrero -nómada» es perci-bida en la época como una amenaza para lamoral y el orden público. Tanto por lo quesupone de desafío al encuadramiento pro-ductivo como de modelo a favor de unarevuelta contra la utopía liberal de progre-so. De hecho, la revolución industrial nosólo transforma el modo de producción y larelación social sino que acentúa el desor-den en aquellos espacios que poseen unarealidad compleja y autónoma, con sus pro-pias leyes y mecanismos de reacción, y alos que el poder capitalista debe hacer fren-te con sus estrategias de gobernabilidad 6 . Elespacio urbano, al ser uno de los dispositi-vos sociales que más aumenta las posibili-dades de desorden7 , se convierte en el obje-

to principal de sustracción por parte de laindustria, ya que no es únicamente el ámbi-to restringido de la relación productiva loque hay que regular: también los aspectosmás personales y representativos de la vidaprivada y social de las clases populares enla ciudad deben ser un dominio de apro-piación exclusiva por parte del poder. Elespacio emerge como un ámbito constituti-vo para la moralización teniendo en cuentaque toda matriz espacial es la encrucijadaen donde se reúnen distintas concurrenciascon intereses enfrentados y en vistas a unautilización diferenciada del territorio: elespacio no deja de ser la superficie de unenfrentamiento social entre los que ejercenel poder y los que están sometidos a él.Hacer de los territorios un envoltorio «ami-go» o «extraño. , dice P. López Sanchez8, eslo que separa y enfrenta a los intereses delcapital y del proletariado. En el caso de laciudad, la apropiación de ésta por el capitalconsiste en -extrañar . a los proletarios delos espacios urbanos al igual que ocurrecon el espacio productivo. La apuesta capi-talista consistiría en «desterritorializar . unasprácticas proletarias territorializalas en un«espacio amigo. , hasta el momento apropia-do por las deserciones al orden urbano ycuyo elemento esencial está en la imposi-ción de un estatuto de inferioridad completadel obrero y de una supuesta incapacidad ala autogestión. En tal modo, la patronal pre-tende atraer, guiar y encuadrar al obrero alcampo de un proyecto burgués de sociedadurbana.

El conjunto de realizaciones prácticas,tanto de tipo urbano como social, actuantede este paternalismo de la industria en elespacio urbano, ha sido definido como

(5) A. López Núñez: «El deber moral del trabajo», en VV.AA.: Problemas sociales candentes. Barcelona,1930, pp. 41-42.

(6) M. Foucault: •Espace, savoir et pouvoir«, (entrevista con P. Rabinow) en Diis et écrits, vol. IV, 1980-1988,París, Gallimard, 1994, p. 273.

(7) Cf. M. Reberioux: «De Haussmann au Metropolitan-, en VV.AA.: Vine, forme symbolique, pouvoir, proj-ects. Lieja, Pierre Mardaga Editeur, 1986, pp. 56-65.

(8) P. López Sánchez: Un verano con mil julios y otras estaciones. Barcelona: de la Reforma Interior a laRevolución de julio de 1909. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1993, p. 89.

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«ciudad social»9 , un terreno de contactoconflictivo entre dos bloques antagónicos,en donde la ciudad debe someterse a lafábrica, caracterizándose, principalmente,dadas las lógicas del orden capitalista, porel establecimiento de un uso moral ade-cuado e individualizado del medio urbano.Hacemos referencia a un orden donde larazón técnica del capital es la concentra-ción productiva en las ciudades y la razónpolítica es la territorialización del riesgosocial, para evitar fuera de la fábrica la exis-tencia del proceso de socialidad propio delas clases populares en fase antagónicacontra el uso capitalista del espacio, contralas formas de circulación y valorización delos individuos y las mercancías en el terri-torio, y que lo conforman como tal, comoterritorio-mercancía. La organización capi-talista del territorio, desde este punto devista, debe no sólo contribuir al proceso deacumulación de capital sino que tambiéndebe mediar e integrar el conflicto emer-gente'''. La transformación organizativa delas ciudades no es más que el reflejo deeste proceso político. Con el nacimiento de laciudad integrada en la fábrica debe obser-varse la tentativa de evitar la composiciónde clase en el ámbito territorial; operaciónimportante de integración por parte de laclase dominante puesta en acto en diversosniveles y con diversas intensidades con elfin de llevar a cabo una transformacióndefinitiva de cada uno de los miembros dela clase obrera en trabajador-ciudadano. Laciudad para la fábrica exige, pues, la inte-gración de la ciudad obrera regulándola a

las necesidades del desarrollo capitalista,cuestión que supone, por otra parte, queesa máquina urbana que es la ciudad ha dedisponerse a digerir cada uno de losmomentos de la jornada del trabajador-ciu-dadano".

La novedad que trae consigo la pro-ducción industrial se basa en la estructura-ción de nuevas relaciones sociales a partirde la división del trabajo y la disciplina defábrica. Esta transformación en el procesoproductivo atraviesa toda la vida (indivi-dual y asociada) del proletariado, creándo-se un «imperio» de la fábrica sobre toda lavida social de los sujetos productivos, asu-miendo la patronal el impacto de la activi-dad productiva sobre la vida de las clasestrabajadoras al tiempo que intenta evitar elantagonismo de clase derivado de esasituación. El funcionamiento específico dela ciudad supone una disciplina general dela existencia que supera ampliamente lasfinalidades de un orden productivo. No setrata tan sólo de una apropiación o unaexplotación de la máxima cantidad detiempo productivo, sino también se trata decontrolar, formar, valorizar el cuerpo delindividuo: convertir a los hombres en per-manente fuerza de trabajo, lo que suponeuna transformación del tiempo de vidalibre en tiempo de vida sometido' 2 . A estafunción, en la que el tiempo de los hom-bres debe ajustarse al aparato productivo, yque éste pueda utilizar el tiempo de vidade aquéllos, M. Foucault la denominasecuestro13 . Es desde esta perspectiva queS. Merli", en sus investigaciones sobre la

(9) Cf. L. Guioto: La fabbrica totale. Paternalismo e citta sociale in Italia. Milán, Feltrinelli, 1979.(10) F. INDOVINA: .Capitale e territorio., en INDOVINA, F. (ed.): Cap itale e territorio. Milán, Franco Angeli,

1976, p. 13.(11) P. López Sánchez: «El desordre de rordre. Al.legats de la ciutat disciplinária en el somni de la Gran

Barcelona ., en Acacia, 3(1993), Barcelona, p. 103.(12) Hablamos de una transformación de la ciudad en mecanismo o aparato para determinar, definir e

inducir comportamientos deseables en el mismo momento en que las disciplinas industriales son trasladadas alespacio urbano para eliminar las anomalías y las conductas moralmente negativas para el orden capitalista. F. LACECLA: L'uomo senza ambienti. Roma, Laterza, 1988, p. 67 y ss.

(13) M. Foucault: La verdad y las formas jurídicas. Barcelona, Gedisa, 1995 (4' edición), pp. 128-136.(14) S. Merli: Proletariato di fabbrica e capitalismo industriale. II caso italiano: 1880-1900, vol. I. Floren-

cia, La Nuova Italia Editrice, 1972, p. 37.

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industrialización italiana, hace referencia auna nueva -relación feudal . en el sentidode la necesaria subordinación total y com-pleta de la clase obrera a las exigenciaspatronales' 5 , quedando determinado elcarácter del dominio capitalista sobre lafuerza del trabajo, su dependencia y con-trol, y la necesidad por parte del capital decrear una comunidad agregada al nuevomodo de producción en marcha, la fábrica.El obrero, en cuanto a elemento o parteintegrante del bloque antagónico frente alcapital, es obligado a permitir, en todos losmomentos de su vida, ya sea en su formasocial o privada, la injerencia patronal fru-to de la necesidad de una racionalizaciónde fábrica de la vida obrera en la ciudad,de acuerdo con la necesidad de transfor-mar racionalmente el cuadro de vida urba-no, de crear, partiendo de la vida cotidianade las masas populares, un orden socialnuevo del que despunta no sólo una ideo-logía práctica de la patronal urbana 16 , sinotambién un plan elaborado de intervencióncentrado principalmente en una doble tác-tica de disciplina moral que abordamos enlos dos apartados que siguen.

LA ESCISIÓN DE LOS COMPORTAMIENTOSANTAGÓNICOS

En primer lugar, hacemos referencia a unaforma de selección de los «buenos» com-

portamientos obreros de entre el grupo delos «malos. con el objetivo de instituir unrégimen de conductas análogo al ordensocial deseado.

Es decir, una objetivación de los indi-viduos mediante lo que M. Foucault deno-minó «prácticas de escisión .": concreta-mente, cuando el comportamiento de unindividuo es dividido en relación a losotros (el grupo), a partir de una normali-dad objetivada. Para ilustrar esta tenden-cia, situamos un hilo conductor en el con-texto estratégico de una moralizaciónsocial en la conocida voluntad de los refor-madores sociales de clasificar las categorí-as populares que tratan de dar inteligibili-dad a los múltiples apartados que confor-ma el amplio espectro de la conductaobrera. Históricamente, esto se ha realiza-do mediante el establecimiento de las dis-posiciones morales que acompañan a ladiversidad de condiciones sociales a fin depoder hacer efectiva una clasificaciónpráctica esencial: señalar entre los quemerecen la pena y los irrecuperables;aquéllos a los que se puede esperar salvarde la «barbarie . en la que vive la clase obre-ra y poder civilizarlos. Es decir, para modi-ficar las circunstancias y regular el mediosocial parece conveniente conocer de ante-mano las características del magma socialcbnflictivo que provoca la ingobernabili-dad, clasificándose las relaciones entreunos y otros, lo que supone, según JoséSierra Álvarez 18 , que el discurso decimonó-nico sobre las clases populares aparezca

(15) Por ejemplo, y a partir del censo de 1920, Francisco Sánchez Pérez afirma que los 100.000 obrerosindustriales de Madrid habitan esta ciudad bajo un importante grado de -feudalización- en referencia al modelo-padre-patrón- hasta la llegada de la República de 1931, en que se agudizan la conflictividad social y la indisci-plina obrera, fragmentándose, por fin, la dependencia de la clase obrera en ese grado de sumisión. F. SánchezPérez: -Madrid, 1914-1923. Los problemas de una capital en los inicios del siglo )(-, en Mélanges de la CasaVelázquez, 3(1994), Madrid, T. XXX, p. 66.

(16) Cf. M. Cabrera: -La estrategia patronal en la Segunda República-, en Estudios de Historia Social, 7(1978), Madrid, pp. 7-162.

(17) M. Foucault: -La philosophie analytique de la politique-, (1978) en Dits et &n'Es, vol. III. 1975-1979.París, Gallimard, 1994, p. 551. También puede consultarse a M. Morey: -La cuestión del método-, en M. Foucault:Tecnologías del yo y otros textos afines. Barcelona, Paidós/ICE-UAB, pp. 20-21.

(18) J. Sierra Álvarez: -De las utopías socialistas a las utopías patronales: para una genealogía de las disci-plinas industriales y paternalistas-, en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 26(1984), Madrid, p. 33.También, L. Murard y P. Zylberman: Le petit travailleur infatigable: villes-usines, habitat et intimités au XIXe sie-cte. París, Recherches, 1976, (2 1 edición), pp. 106 y SS.

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dominado por un «frenesí antiaglomerati-vo 9. La táctica de la diferenciación presen-ta el modelo de la «verdadera» clase obreracomo un medio de exorcizar a la masa indi-ferenciada de las «clases peligrosas», consti-tuyéndose en una representación contrariaa partir de la cual se constituye la imagen delos «verdaderos obreros» y el conjunto de lostrazos morales que debe caracterizarlos: tra-bajo regular y ahorro, vida en familia yambición educativa por los hijos, respetopor uno mismo e independencia de lasorganizaciones obreras, etc. 2° Todo lo con-trario a los malos usos atribuidos a la figuraacuñada en el siglo xtx por el filántropofrancés Denis Poulot del «sublime» que,según Main Cottereau 2 ', rechaza no sólo lastécnicas capitalistas de enrolamiento pro-ductivo sino también el régimen disciplina-rio de moralización obrera trabajo-familia.Esta ha sido la meta de los reformadoressociales, tanto en el Estado español como enotros países capitalistas, destinados a crearconductas necesarias para una sumisión a ladisciplina moral en el capitalismo. La distin-ción entre comportamientos posibles eimposibles dentro del orden social es, por lotanto, esencial -en la época de la industria-lización en Europa- para entender la aper-tura hacia la objetivación de la clase obrera,como prolegómeno a la normalización delos comportamientos sociales antagónicos22.

Controlar y subsumir dentro de uncódigo de comportamientos ordenadostodo el abanico de prácticas populares queescapan al estatuto social establecido por laburguesía, bien es sabido que supuso unareestructuración del régimen de ilegalida-des para que éstas no pudieran afectar a lasnuevas formas de acumulación de capital apartir del siglo xix. Si bien esta reestructu-ración se llevó a cabo a través de la separa-ción en el código penal entre ilegalismosde bienes e ilegalismos de derecho 23 , laimposición de la encrucijada territorial dela que tratamos, la ciudad, en la que debenconverger toda una larga serie de insumi-sos divergentes al orden capitalista, hizonecesario la introducción de un controlmoral ejercido sobre las clases popularesporque el capitalismo no ha requeridomercancías, fuerza de trabajo y empresa-rios únicamente, sino también 'producciónde productores», es decir, la producción deun determinado tipo de subjetividad dequienes están o van estar en el futurosometidos al proceso de producción capi-talista 24 : «hay también en la vida de la rela-ción humana una cuestión mostrenca queha descuidado la civilización y que esnecesario llenar: la falta de dotación capita-lista en la clase productora»25.

De ahí que la dualidad escindida entre,por un lado, la figura del hombre-ciudadano

(19) En esta época toma fuerza la idea de Durkheim de que toda concentración espacial cataliza formasde exaltación colectiva que desbordan el buen funcionamiento social, por lo que el sólo hecho de darse unaaglomeración popular disiparía la densidad moral de la que debe estar conformada toda sociedad. Durkheim:Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid, Alianza Editorial, 1998.

(20) J. Sierra Álvarez: El obrero soñado: ensayo sobre las disciplinas industriales paternalistas. Asturias1860-1917. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1994.

(21) A. Cottereau: .Hygiene urbaine, famille et mouvement ouvrier á Paris (1867-1918). Pouvoir et derisiondu pouvoir dans le Paris de l'avant et l'apres Commune., en VV.AA.: Prendre la Vil/e. Esquisse d'une bistoire del'urbanisme. París, Editions Anthropos, 1976, pp. 131-184.

(22) Cf. A. Cottereau: .Problemes de conceptualisation comparative de l'industrialisation . en MAGRI, S. yTOPALOV, Ch. (dirs.): Vi/les ouvriers (1900-1950). París, L'Harmattan, 1989, pp. 41-82.

(23) M. Foucault: Vigilar. y castigar. Nacimiento de la prisión. Madrid, Editorial Siglo XXI, 1992(8k edición).(24) F. Álvarez-Uría: «Las instituciones de «normalización .. Sobre el poder disciplinario en escuelas, mani-

comios y cárceles., en Revista de Pensamiento Crítico, 1(1994), Barcelona, p. 42.(25) N. Bas i Socias: Nueva fórmula de contrato social. Barcelona, 1933, p. 20. A diferencia de los que cre-

en que el trabajo es la esencia concreta del hombre o la existencia del hombre en su forma concreta, nosotrospensamos que el hombre está efectivamente instalado en el trabajo y agregado a él mediante una operación uoperaciones complejas con el fin de vincularlo sintéticamente al proceso de producción para el que debe tra-bajar: es de esta forma, mediante la síntesis operada por un poder político, que la esencia del hombre puederepresentarse como hombre de y para el trabajo.

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y, por otro, la del hombre-trabajador y queesté de forma manifiesta en el centro de losecos discursivos de aquéllos que poseenuna visión de la sociedad en desa-rrolloarmónico y no desde la lucha de clases.Visión que trata de integrar al colectivoobrero mediante las reformas y el sufragio,es decir, desde una .revolución democráti-ca» de la sociedad que irá llamando a laintegración de la clase obrera en los pro-gresos de la vida capitalista 26 . La opiniónde Eugeni d'Ors ilumina esta idea de supe-rar la dualidad a la que hacemos referencia,y que en el momento de ser expresada(1912) nos ayuda a intuir los futurosmedios por los cuales la burguesía buscaintegrar las capas populares de la sociedady la misión oportuna que a éstas les seráencomendada:

(El obrero) nada sabe de las grandes cues-tiones nacionales, ni tan siquiera de la exis-tencia de la Nación. No vota, no quiere serelector ni electo. Ha rehusado, si ha podidoy como ha podido, la obligación del serviciomilitar, hasta llegar, en muchos casos, a ladeserción. Rechaza, con una carcajada sar-cástica, los derechos y prerrogativas quepomposamente le ofrece una democraciaque él considera un cruel engaño. Salarios,horas de trabajo, huelgas, lock-out, •cheima-ge., sabotaje, acción directa, huelga generalrevolucionaria, son sus problemas. Aquítenemos el -obrero . en el sentido proudho-niano, el productor exclusivo, que se hadesentendido totalmente de la ciudadanía".

Detectamos, pues, en las palabras deE. d'Ors un discurso que servirá comoprincipio general de dominación, en estecaso, como estrategia de dominación bur-guesa o capitalista pero que, además, ofre-ce la base para unos modelos materialesde moralización, es decir, es un discurso,como tantos otros, que conforma los luga-res o los espacios donde en términos depoder, las conductas y los comportamientosque se resisten al orden social son forza-dos o aprendidos'.

MORAL CIUDADANA Y GOBERNABILIDAD

En segundo lugar, «civilizar a los que pue-dan someterse a una forma tal de moraliza-ción no es tarea fácil. Aunque divididas encuanto a medidas y prioridades, lascorrientes del reformismo social convergenen un proyecto coherente y bien conocidode transformación de las costumbres. Setrata pues de establecer una educaciónmoral de la población obrera centrada enuna disciplina de fábrica y de orden socialreductora de las diversidades y caracteresheterogéneos de una masa distintiva: elobjetivo es educar a la masa, «crear» unpueblo civilizado a las órdenes de la pro-ducción, en el que los individuos puedanestar incardinados y ser desplazados allídonde se los necesite, estén sometidos a unritmo de vida productiva fijo, además de

(26) Así son aclamados los prestigios triunfantes de la sociedad industrial capitalista: »¡Y qué no diremosde la inmensa diversidad de productos con que nos ha enriquecido la industria? El abrigo, la alimentación, lavivienda, todo ha progresado extraordinariamente así en calidad como en cantidad. Transfórmase rápidamentela agricultura. Los tubos de calefacción, los invernaderos, el suelo artificial, la maquinaría acabarán con la ruti-na inveterada del campesino. La ciudad invadirá el campo y el campo entrará triunfante por las calles de lasaglomeraciones urbanas. El telar mecánico asegura para siempre no sólo el vestido sino las satisfacciones delgusto y hasta el lujo. La higiene purifica las ciudades; el arte embellece; no hay recurso que apele al ingeniohumano para completar la gran obra, y el reinado de la abundancia llama a las puertas del mundo con fuertesaldabonazos». R. Mella: Ensayos y conferencias. Gijón, 1934, pp. 209-210.

(27) E. D rs : •L'home ciutadà i I 'home productor» (1912), en Llome que treballa i juga. Vic, Eumo/Dipu-tació de Barcelona, 1988, p. 175.

(28) M. Foucault ha denominado »heterotopfas• a estos espacios o lugares que vienen diseñados entre lainstitución y la sociedad por las tecnologías de poder y a partir de las cuales se inscribiría materialmente la racio-nalización del territorio y la ciudad. »Des espaces autres• (completar cita). También, G. Teyssot: •Eterotopia e sto-ria degli spazi», en F. RELLA (ed.): 11 Dispositivo Foucault. Venecia, CLUVA, 1977, pp. 23-36.

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poder imponérseles la constancia y regula-ridad que dicho ritmo de vida implica. Artesublime e incomparable, pues, el de lapedagogía de Pestalozzi y Froebel aplicadaa los individuos:

Despertar energías dormidas, formar hom-bres, engendrar almas. Hay en esa obraalgo de sobrehumano, algo que se asemejaa la creación, depurada de las supersticio-nes del prodigio. No fantasea el pedagogo,como el poeta, personajes, situaciones nisentimientos, ni produce como el pintor,una representación estética de la realidadque sea engaño a los ojos; ni excita en lasalmas, como el músico, emociones vagas yfugaces con la magia misteriosa del sonido;ni, como el arquitecto, presta a las grandesmasas inorgánicas el alma de la idea; ni,corno el escultor, petrifica la belleza en her-mosas figuras muertas. En vez de seres fan-tásticos produce seres reales; en vez deestatuas, hombres. Hace más que ciencia:hace al científico; hace más que arte, haceal artista; hace más que moral, hace al bue-no... Obra tan delicada supone, sin duda,en el obrero una exquisita habilidad29.

La gobernabilidad de las capas popula-res provoca que el territorio urbano, elenclave prioritario en donde se debe neu-tralizar la indisciplina obrera, despuntecomo laboratorio de un dispositivo educa-tivo de moralización social y encontramosen la denominada moral ciudadana lamodalidad de acción educativa primeradirigida a lo social. La moral ciudadanapuede ser definida, según las necesidadesde la época, como el derecho que tienenlas leyes de moralidad de ser atendidas nosolamente por el individuo en su conductaprivada, sino también por el ciudadano ypor los representantes de la ciudad dehacerlas observar. Entonces, la moral ciu-dadana es la ley moral que responde a laobligación que tiene el individuo de corn-portarse bien, y moralmente como ciuda-

dano, no menos que como particular, obe-deciendo a una forma de dictamen prácticoexterior que se ha denominado «concienciapública», como ha de obedecer, de la mis-ma manera, al dictamen práctico interior, la«conciencia privada«. La ciudadanía, dice P.López Sánchez, es el substrato del consen-so que ha de unificar un campo socialcaracterizado por el antagonismo. Fabricaral ciudadano será, por tanto, otra fuente de«colonización endótica», ya que el indivi-duo movilizado por el amor a la ciudad porla que debe velar se convierte en el mejor«miliciano» del orden urbano30 . Una confe-rencia dictada por Sarda i Salvany durantela Cuaresma de 1909 en la Academia Cató-lica de Sabadell nos ofrece las coordenadasdel discurso de moral ciudadana como elprimer paso en la apertura de un marcoeducativo de intervención en el que inser-tar las conductas de resistencia al ordencon la imposición a las clases populares deun estatuto moral diferenciado y, a la vez,complementario del estatuto contractualque rige para la ciudadanía burguesa:

Siempre he considerado al pueblo como aun menor de edad, que necesita de tutoresy curadores muy diferentemente de aque-llos que lo han considerado dotado de unaverdadera soberanía y le conceden todoslos atributos, incluso la irresponsabilidad yla infalibilidad. Esta reglamentación por elornato público, por la higiene, por la segu-ridad personal, es la tutoría y la curaduríaque el pueblo necesita. Desearía que lareglamentación municipal se extendiera alorden moral, como hasta ahora se extiendeal orden material. Moral ciudadana es elorden público, porque es el respeto de losindividuos, del uno al otro, y de todos a laautoridad. Moral ciudadana es laboriosi-dad y actividad, porque la ley de Dios con-dena como pecado capital la gandulería y acada cual manda cumplir su obligación.Moral ciudadana es armonía de clases,

(29) A. Calderón: Palabras de un luchador. Barcelona, 1934, pp. 69-70.(30) P. López Sánchez: .El desordre de l'ordre. Al.legats de la ciutat disciplinària en el somni de la Gran

Barcelona. , op. cit., p. 108.

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porque no puede haber desavenencias allídonde cada uno sabe respetar el derechodel otro, considerándolo como imposicióndel deber.

Es importante resaltar el elemento edu-cativo que caracteriza este tipo de discursoen lo que puede definirse como el disposi-tivo de producción del ciudadano- 32 , queestá destinado de forma creciente a aplicarun tratamiento moral a las clases popularescomo candidatas a transformarse de masaindócil a ciudadanía gobernada. Es a partirde esta voluntad reformista de asimilaciónde la clase obrera que empieza a funcionaruna lógica de aprendizaje de la vida social.Compuesta de contingentes venidos detodas partes, la clase obrera adolece deunidad y su formación como clase produc-tora debe ser dirigida; la acción patronal yla acción reformista aparecen ante todocomo una obra educativa, en la que van aaunarse tanto los intereses subordinadosdel obrero, como los intereses específicosde dominación del capital en un marco deconvivencia específico cuyos signos distin-tivos deben ser la civilidad y el buenentendimiento:

Para convivir cultamente los ciudadanos ysobrevivir por su mentalidad autónoma yexpansiva, ha de aspirar a los más altosfines que los de una educación preparato-ria y técnica, limitada por el utilitarismoprofesional porque es la socialidul imper-fecta y vulgar -aunque no adocenada- ladel hombre instruido que no coopera críti-co y filósofo al progreso de las institucio-nes, leyes y costumbres de su nación y desu tiempo33.

LA EDUCACIÓN NORMATIVADEL OBRERO

En el marco de esta ciudad planificada pory para la producción de mercancías y tiem-po de vida sometido, se articula como fac-tor esencial de gobierno una educaciónpopular en las necesidades de obtenerindividuos predispuestos a vivir en unasociedad ordenada. Las reformas socialestienen su origen en una educación norma-tiva relativa a los trabajadores urbanos, yque no van encaminadas hacia la satisfac-ción de las exigencias de estos últimos sinoal establecimiento de nuevos comporta-mientos a partir de la idea de que es posi-ble formar a hombres mejores, capaces devivir en una ciudad reconstruida al modo

La norma objetivada formaliza lasnecesidades objetivas de los individuos yde la sociedad y los medios racionales desatisfacerla. En su abstracción, no es for-mulada para tal o cual grupo o clase social,sino que su valor es universal. Cada siste-ma normativo crea su nomenclatura esta-dística capaz de clasificar a los individuosde manera unívoca y señalando la medidaen que deben modificarse las condicionesque los caracterizan. Los aparatos reformis-tas que se encargan de observar a laspoblaciones y de poner en práctica las nor-mas no conocen a los grupos reales, ya queles basta con hacer caso de las categoríasque nacen de su propia intervención. Losindividuos se sitúan en los varios sistemasde clasificación práctica donde las normaslos reconstruyen en individuos diferentesconvirtiéndose éstos en sujetos de la admi-nistración reformista. Las normas quedan

(31) Sardä i Salvany: La moral ciutadana. Barcelona, 1909, pp. 12-16.(32) A. Salsano: «Controversia e pedagogia alle origine della scienza economica«, en au! au:, 195-196

(1983), Milán, pp. 99-117.(33) 1. Valentí i Vive,: «Discurso inagural del curso universitario de 1903-1904« citado en N. Fuster i Domin-

go: Relacions de la salut i l'ensenyança a Catalunya. Barcelona, 1908, p. 19.(34) Cf. R. Scherer: •L'utopie pedagogique«, en M. De Gandillac y C. Piron. (dirs.): Le discourse utopique.

París, UGE, 1978, pp. 374-278.

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pues objetivadas en reglamentos adminis-trativos o espacios construidos en los quela racionalidad liberal se impone a todosindependientemente de las voluntadesindividuales: desde la norma arrancan lasformas sociales autorreguladas.

De esta forma, la ciudad queda esta-blecida como un conjunto planificado deobjetos concretos e individuos definidospor sus comportamientos y actitudes quese relacionan con la norma aplicada edu-cativamente. La educación en la ciudadproduce productores, produce consumido-res; pero al mismo tiempo normaliza, cla-sifica, reparte, impone reglas e indica ellímite de lo anormal y lo patológico 35 . Seintenta que los individuos basen su exis-tencia en tanto que sujetos normalizados;los objetos que los rodean y que cumplenlas necesidades objetivadas de los indivi-duos corresponden notablemente a lo quese denomina »equipamientos colectivos»:los gestos, las actitudes, los hábitos estánobjetivados en los usos moralizados a basede reglas de comportamiento urbano engeneral, la habitabilidad, la limpieza, elorden, etc. 36 Contra la variedad de usosincontrolados, los equipamientos colecti-vos suponen una apropiación institucionaldel espacio que va a definir otro tipo deuso no necesariamente popular. La delimi-tación normativa de los espacios públicos,se percibe, pues, como una exclusión quereduce el derecho a la ciudad.

En el régimen disciplinario trabajo-familia —del que ya hemos hablado antes yque es concebido de tal forma que la fami-lia incita a la disciplina y al trabajo y ésteincita a la conformidad familiar— la política

de equipamientos urbanos adquiere unaimportancia relevante ya que las formasurbanas entran en las estrategias burguesasde dominación de las clases populares. Laciudad es utilizada como un instrumentode »familiarismo» en la medida en que, enopinión de A. Cottereau, los equipamientoscolectivos tienden a reforzarla esfera pri-vada en detrimento de la vida colectiva37.Lo que conlleva, implícitamente, la volun-tad por parte de los que gestionan la ciu-dad de suprimir todas las formas posiblesde actividad urbana no controlada. Unejemplo: el uso colectivo del agua ha cons-tituido, históricamente, un aspecto impor-tante en la vida colectiva de la gente. Inte-riorizando en la arquitectura la instalacióndel agua en el hogar familiar se acentúa el»encierro» de la familia sobre ella misma,reduciéndose, a su vez, los encuentros devida colectiva extrafamiliar. Es decir, se tra-ta de una objetivación de la realidad urba-na a partir de una política de control de lasprácticas populares, cuya finalidad instru-mental apunta a la destrucción y posteriorrecomposición de los gestos, los comporta-mientos, las territorialidades colectivas tra-dicionales38 . Pongamos, en este sentido,otros ejemplos: el control de la localizaciónde los mercados y de los tenderetes móvi-les, de las construcciones provisionales ylas barracas parasitarias, de la correcciónmoral y gramatical de las inscripciones, delos letreros y las voces indicativas; el controly la selección de las procesiones y fiestas debarrio; la política de toponimia de denomi-nación racional de las calles y la numera-ción de cada vivienda... Así se establecenlos condicionantes generales susceptibles

(35) M. Foucault: -Debate con G. Deleuze y F. Guattari-, en Fourquet, F. y Murard, L.: Los equipamientosdel poder. Ciudades, territorios y equipamientos colectivos. Barcelona, Gustavo Gili, 1978, p. 118.

(36) J. Dreyfus: -La ville comme un manque: remarques sur la norme et la normalisation-, en 10/18, 3-4(1977), París, pp. 175-180.

(37) A. Cottereau: -Déj3 au XIXe, ouvriers et lunes urbaines...» (Entrevista con Joae Jonathan), en E. Cher-ki y D. Mehl: Contre-pouvoirs data la vine. Enjeuxpolitiques des luttes urbaines. París, Éditions Autrement, 1993,(2' edición), pp. 253-254.

(38) B. Fortier -Espace et planification urbaine (1760-1820)-, en Prendre la ville. Esqlüsse d'une bistoire deVurbanisme. París, Aditions Anthropos, 1977, p. 91.

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de reducir la probabilidad de aparición deconflictos sociales. Ya que al construir unsistema de orden que permita atribuir unlugar predeterminado de acomodaciónpara las clases populares, el espacio quedaconstituido como un recurso importante enel proceso de elaboración de identidadesen la ciudad como laboratorio de una nue-va forma de gobernabilidad socia1 39 . Loque evidencia, por otro lado, una progra-mación moral de la ciudad, en el sentidoatribuido a este proceso como reductor delas identidades a una intencionalidad en laque prevalecen los valores del orden y laproducción capitalista.

La constitución de la familia obreracomo célula excluyente en guerra por lasupervivencia estaría, pues, en el centro deesta educación normativa. Eliminar lasfamilias dispersas, las parejas inestables, lascohabitaciones indeseables: «En la organi-zación actual de la sociedad, vivir es defen-derse. Palpitamos bajo los nombres de«amigos», parientes, etc. Cuando decimos«enemigo. hablamos siempre con lamenta-ble propiedad. Construimos agrupaciones,es decir, unidades tácticas, más o menosnutridas, una de las cuales es la familia».«Ella ha desarrollado los nobles sentimien-tos del ser humano, ha promovido loshábitos en él del trabajo regenerador, des-truyendo su ingénita pereza enervadora»40.Por una parte, se intentan disolver las for-mas sólidas y autónomas de sociabilidadpopular que no encajan en el ordenreconstruido, retirando a las asociacionespopulares y organizaciones obreras el con-trol de las redes y de las instituciones debase que estructuran la vida cotidiana en laciudad y socializan el consumo colectivo.

Por otra, se promueven nuevas conductascorporales y afectivas desde la higiene per-sonal hasta el sentimiento maternal.

Cuestión que alcanzaría un carácter desaneamiento moral generalizado al desig-nar una vía esencial de la reforma de las cla-ses populares en la ciudad: a transformar elentorno físico en la vida obrera para cam-biar una realidad social no cleseacla41 . Laeducación normativa parece encontrar aquíun campo de actuación que se extiende enla sociedad y la confirma. El proyecto edu-cativo del reformador social se dirige haciauna transformación de las prácticas indivi-duales y sociales no desde la acción parcia-lizada, sino desde la pedagogía concreta delas nuevas condiciones de la vida urbana enel grado de impregnar a todo el cuerposocial de un cambio moral en los usos urba-nos. La representación de la ciudad comoun «cuerpo» nace no tanto como una metá-fora médica acerca del funcionamiento delas agrupaciones humanas, como desde lavoluntad de reorganizar el cuerpo social enun intento definitivo de racionalización yunificación biosocial de la ciudad:

El espíritu y la disciplina subjetiva y objetivason la complexión; y la unidad bien orienta-da es la salud del sujeto colectivo. Y cuantomejor es la salud, más enérgica es la socie-dad en la cohesión, en el ejercicio de lalabor, en el amor a lo suyo, en la defensa delos derechos, en que lo que afecta a un socioafecta a todos, en el doble sentido de lo queel hecho es para el socio —miembro social— ylo que es para la sociedad —cuerpo. Si, porejemplo, el socio enferma, afecta por lo quela dolencia molesta al paciente; y por el peli-gro de contagio, por lo que habrá de hacer-se por él, por la falta de colaboración. 42,

(39) Cf. O. Söderström: -Composer avec l'espace de l'urbanisme patronal: Notes sur la construction desidentités dans les cites d'enterprise» en Géograpbie et Cultures, 22 (1997), París, pp. 93-110.

(40) S. Albert: Involució. Sant Feliu de Guixols, 1908, pp. 75-76.(41) S. Magri y Ch. Topalov: »Dalla cità-giardino alla cittá razionalizzata: una svolta del progetto riformato-

re, 1905-1925-, en Storia Urbana, 45 (1988), Milán, pp. 35-76 y Ch. Topalov: -Para una historia "desde abajo" delas políticas sociales. Invitación a la investigación comparativa internacional», en Ciudad y territorio, 61 (1984),Madrid, p. 46 y ss.

(42) A. Estany Y Torrent: El sistema palanquino. Economía de la construcción fundamental (Revisión devalores y moral científica). Barcelona, 1919, pp. 223-224.

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Construir un medio que estabilice esecuerpo social, el conjunto de los cuerposde la masa popular y obrera, sus instintos,sus brutalidades primitivas dentro de esa«segunda naturaleza» que son los hábitos,nos remite a una terapéutica civil y dehigiene social en el grado suficiente de ins-tituir en el trabajador-ciudadano de la ciu-dad espesa las condiciones de buena saludque todos pierden en contacto tan promis-cuo, ya que se trata de desarrollar la cali-dad de vida eliminando el riesgo social(absentismo, criminalidad, alcoholismo,etc.) de ese gran grupo moral que debe serla ciudad.

EL APRENDIZAJE DE LA HIGIENE:HACIA UNA PEDAGOGÍA DE LOS USOSSOCIALES EN EL TERRITORIO

La pastoral de la miseria iniciada por lahigienización no sólo intenta reflejar laimagen del obrero en su estado de desgra-cia personal sino que sobreexpone, a travésde los tratados de la época, la imagen deuna miseria creciente que puede llegar aser inquietante y amenazadora para lasnuevas ciudades industriales. La construc-ción de una pedagogía destinada a lospobres, en estos términos de peligrosidadanunciada, impone una asociación en eldiscurso higienista y reformador que llega-rá a ser una insistencia redundante cuandose haga escuchar: la higiene del pobre serála fianza de su moralidad y ésta la garantíadel orden social. «Donde no hay higiene,habrá enfermos; si cerráis las puertas a laprotección moral de los débiles, se abriránlas de los Manicomios y de las Cárceles»43.Ambición compleja y difícil ya que —de lahigiene de las calles a la higiene de lasviviendas, de la limpieza de las habitacio-nes a la limpieza de los cuerpos— la táctica

de suprimir los vicios modificando las präc-ticas de los cuerpos apunta hacia aquellosusos o costumbres más desprovistos demoral y que no dejan aceleradamente deacumularse en las ciudades de la primeraindustrialización. Los espacios urbanosacrecientan el temor a las peligrosidadesmúltiples, políticas, sanitarias o sociales. Lahigienización tratará de hacer emerger laconducta depravada del individuo a partirde una relación de causa-efecto; como porejemplo, que la insalubridad es la causa dela criminalidad. «Las prácticas higiénicasfavorecen no sólo al individuo, sino tam-bién a la sociedad con quien ha de convi-vir, ya que la resultante de las condicioneshigiénicas es el descenso numérico de lahorrible gráfica de la criminología»44 . Lahigiene es el instrumento para hacer coin-cidir frecuencias patológicas y clases popu-lares a través de una mediación moral. Loshábitos populares de higiene tienen en esteentrecruzamiento su origen, es decir, elmomento en que el individuo contrae susdeberes morales y cívicos en relación a símismo, a su familia y a la sociedad en con-junto. La salud adquiere, de esta forma,además de una dimensión científica, unadimensión política a partir de esa atencióndirigida por el poder a los modos de vidapopulares y a la necesidad de reformarlos.Con esto querernos decir que el dominiopolítico-médico de la población no sóloconcierne a prescripciones relacionadascon la enfermedad sino también a las for-mas generales de una pedagogización dela existencia y el comportamiento social:la construcción higiénica del hábito. «Si lapalabra naturaleza significa la organiza-ción primitiva, la palabra hábito designa laorganización modificada». «Y el hábito, enfin, como base que es de la educación, tie-ne gran parte en la extensión que ésta daa nuestras facultades, así también a los

(43) I. Suñe Molist: Higiene del espíritu. Barcelona, 1887, p. 95.(44) F. Sugnustes Bardagi: Guía de la salud. Conocimientos útiles para evitar los temibles males que afectan

a la humanidad. Barcelona, 1928, p. 8.

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prejuicios que harto a menudo acarrean lasprácticas rutinarias y viciosas•45.

Y en esta interpenetración en el ámbitode la salud entre lo puramente médico, loconcerniente a la enfermedad y lo moral,las cuestiones ligadas directamente algobierno pedagógico de los individuos,encontramos la figura eminente del médicohigienista, más que la del médico terapeuta,en la técnica de corregir el cuerpo socialpara mantenerlo en un estado de perma-nente salud tanto física como moral. Poresta razón debemos hablar de la emergen-cia de una nueva rama de la medicina: la«medicina preventiva. , que desborda el cua-dro limitado a las enfermedades contagio-sas y de las grandes epidemias, y abre otrasposibilidades de intervención de la higienesocial que pasa del medio de la promocióndiscrecional de consejos al mandato impe-rativo de una didáctica de los buenos usosy de unos hábitos higiénicos necesarios:

¿Qué es preferible, mandar o aconsejar?Indudablemente que no queda en la actua-lidad otro recurso que mandar para que secumplan las prescripciones higiénicas, perohay que confesar que resultaría un belloespectáculo el que todos acataran los con-sejos higiénicos sin deber ordenar su cum-plimiento. La necesidad de mandar, débesea la falta de instrucción sanitaria del pueblo.Si éste se diera cuenta de las ventajas quereporta el cumplimiento de las prescripcio-nes higiénicas, las aceptaría independiente-mente de que fueran mandatos46.

El mandato imperativo de una higienepopular le construye a la medicina unpuente directo de acción en la vida cotidia-na entendiendo ésta en su acepción más

corriente: lo cotidiano, los usos y los ritmosque impone una forma de vida popularheterónima contraindicada por el marcapa-sos de la sociedad industrial. En este senti-do, se abandona paulatinamente una moralde la asistencia a la pobreza para sustituir-la por una preocupación por el orden y lasalud de la población. Los efectivos derepresión ceden terreno a otras institucio-nes que poseen como característica especí-fica el ser más eficaces y anónimas. Comoplantean L. Murard y P. Zylberman", amedida que el encuadramiento asistencialde las clases pobres deja de ser una preo-cupación prioritaria de la administración,las instituciones de Reforma Social de lasclases populares desbordan la esfera decompetencia tradicional de tutelaje, elMinisterio de Interior o Gobernación. «Si laactividad, en nuestra organización, nonecesita aplicar puniciones degradantes yvengativas, sino una especie de tutelamédico-social para prevenir o impedir losactos antisociales, es bien natural que seaejercida por aquellos que ya les correspondeen el trabajo útil, y así se evita complicacio-nes en el mecanismo, además del riesgo detener un mal fundamento la prerrogativaautoritaria.48.

Desde este punto de vista, los médicostoman el relevo en la intervención en elconflicto social a través de sus propuestashigiénico-morales disimuladas de neutrali-dad y dirigidas a contener los espesores de laconflictiviclad. Para ello proponen dos tiposde medidas estrechamente relacionadasentre sí: el saneamiento del medio urbanoen que habita y trabaja el obrero, y su mora-lización". Parapetados en la cientificiclacl

(45) P. F. Monlau: Elementos de higiene privada o arte de conservar la salud del individuo. Madrid, 1857,pp. 526-527.

(46) A. Riera Villaret: Defensa de/a salud. Barcelona, 1928, p. 20.(47) L. Murard P. Zylberman: -De l'hygiéne comme introduction a la politque expérimentale (1875-

1925). , en Revue de Syntlyése, 115 (1984), vol. 105, París, p. 316.(48) D. JufresA Vila: Bosquejo de una nueva organización económico-social. Barcelona, 1937, p. 24.(49) Cf. R. Campos Marín: -La sociedad enferma: higiene y moral en España en la segunda mitad del siglo

XIX y principios del XX-, en Hispania, 191 (1995), vol. LV, pp. 1093-1112.

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de sus propuestas, los médicos higienistasse presentan ante la sociedad como losexpertos convenientes y capaces de inter-venir en favor de la paz social» al tiempoque van a desarrollar un plan encaminado acolonizar y transformar las peligrosas for-mas de vida de las clases populares. Van ajugar un papel importante al proporcionar alas clases dirigentes el concepto de salud apartir del cual se opera la medicalización delas clases populares en el momento en queéstas van a estar invadidas, bajo la forma deuna pedagogía prescriptiva, de referencias ynormas de conducta como las claves necesa-rias para que esas clases populares puedanadecuar sus vidas a las necesidades y exi-gencias que la sociedad industrial requieres°.Esta medicina política pasa entonces, nece-sariamente, por la lucha contra los prejui-cios y las resistencias populares que van aser reemplazadas por el diapasón de unapedagogía de la higiene urbana5 ' .

En las ciudades se amalgama un nuevogénero de -salvajes» de moralidad dudosaque escamotea cualquier viraje hacia lapráctica higiénica de la vida cotidiana;entonces, para el poder la cuestión está encontenerlos y encuadrarlos moralmentefrente al peligro de una miseria desbordantedonde andrajos y piojos son el signo pre-monitorio de un ilegalismo todavía posibley de un desorden aún más latente. La peda-gogía moral de la corrección y de la decen-cia tratará de desarmar la violencia aparentey simbólica de la suciedad y lo malsano enlas clases populares; con el mismo entusias-mo, esta pedagogía tratará de inculcar el res-peto por lo limpio y el sacrificio por una lim-

pieza diaria e infinita, además del sentidodel deber, del trabajo y de la templanza. Dellado de lo sucio y de lo hediondo: la deyec-ción, la abyección, la materia; del lado de lolimpio y lo inodoro: el lustre, lo estimable,lo espiritual. Topología freudiana de lo altoy lo bajo; del cielo y la tierra, del hombre yel animal, de lo civilizado y lo salvaje.

La proliferación de una literatura higie-nista distribuyendo preceptos, sugestiones,consejos y muchas recomendaciones dela-ta las consecuencias disciplinarias —no tansólo se trata de la promoción de la saludsino también del orden social por encimade todo— de una higiene moralizante quetrata de establecer un nuevo régimen devida ampliando las estructuras del viejo,yendo más allá de las reglas básicas de lasupervivencia y del carácter preventivo dela medicina. Este régimen se presentacomo un dispositivo de higiene colectivode una población considerada en su con-junto y es a partir de sus objetivos de rege-neración de la salud de las clases popularescomo factor de riesgo, que implica unaserie de intervenciones imperativas y unasmedidas concretas de control por parte dela estrategia político-medica.

El dispositivo de regeneración socialmaniobra principalmente en el medio másdinámicamente peligroso para la pobla-ción, el espacio urbano. Es decir, sobre lasconsecuencias de unos flujos sociales maldominados y de una miseria peor controla-da; no tanto sobre el azar de las infeccionescomo la insuficiente cuadriculación de laciudad y sus cuerpos insumisos a lo salu-dable52 . Es el control de la vida en el espa-

(50) Un análisis de las estrategias de moralización popular en el orden de las conductas aprendidas y des-de una aproximación a la obra médico-higienista en la ciudad, nos abre una perspectiva pluridisciplinaria refe-rida a aquellos aspectos de la educación popular donde se da una confluencia de la perspectiva propiamentepedagógica y de la perspectiva médica. Y de esta forma, como personificaciones de la confluencia de la pers-pectiva médica y de la perspectiva pedagógica, surge a finales del siglo XIX y principios del XX, un grupo demédicos que constituye el ejemplo clásico del pardigma médico-educador de las clases populares. Cf. A. Con-treras y otros: -Ciències mediques i Ciencies de Veducació: una interacció amb història. (Notes per a una con-textuallització de Joan Ignasi Valentí)-, en Educació i Cultura 7 (1989), Palma de Mallorca, pp. 167-177.

(51) Y. Ripa: -1:1-iistoire du corps. Un puzzle en construction- en Histoire de l'éclucation 37 (1988), París,pp. 47-54.

(52) G. Vigarello: travail des corps et de l'espace-, en Traverses, 32 (1984), París, pp. 209-226.

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cio urbano lo que en adelante se transfor-ma. En vez de responder a puntuales ame-nazas, se trata de gestionar el espacio socialde la ciudad de tal forma que éste no pue-da segregar, o nutrir, el desorden. Se privaa la calle de su autonomía social, de sucapacidad de resistencia e invenciónhaciéndola más clara, más sana, más rigu-rosa en lo que concierne a la higiene. Entérminos de gestión, los médicos higienis-tas participan considerablemente en elencasillamiento moral de las clases popula-res. La higiene social tiene en este papeljugado por los médicos el punto de arran-que de una estrategia que, en nombre delos sano y de lo limpio, controlará el espa-cio de la cotidianidad. He aquí como seactiva la alerta sanitaria: es desde las nue-vas topografías médicas que los usos noprevistos por el poder y que están latentesen las clases populares parecen convertirseen visibles dando pie a la oscura complici-dad entre el territorio orgánico de la ciudady el territorio moral de las clases populares.Útiles como indicadoras del estado desalud física y moral de los pueblos, la topo-grafía médica ha de encerrar en sus pági-nas cuanto bueno y cuanto malo exista enla zona: lo primero para conservarlo; losegundo para corregirlo, atenuarlo o cuan-do menos para atenuar sus efectos. Verda-dero balance de situación, verdadero librode familia, en él se consigna el ayer y elhoy, y él sirve de punto de partida para elgobierno del pueblo, para su educación,para sus reformas, para su progreso, y enotro orden de consideraciones, es un buenguía para el médico y un buen escudo parala salud de los habitantes53.

El orden social al que se atiene la higie-ne no puede establecerse como simple

recomendación. La creación de baños ylavabos públicos es la ilustración —aunqueno sea la más significativa sí es la más pal-pable y ostentatoria— de las realizacioneshigiénicas y morales de la época en las ciu-dades. En materia de «ecología urbana.,dice A. Cottereau, la burguesía trata dereforzar un higienismo protector estable-ciendo un cordón sanitario de clase comoconsecuencia de una percepción eminen-temente social de lo insalubre, del insopor-table desorden de un posible contagio diri-gido por las clases pobres de la sociedad".Desde esta perspectiva, observamos queen la ciudad los mecanismos de interpreta-ción dominante en la esfera epidemiológi-ca pueden ser analizados como un meca-nismo de desplazamiento en términos demedio ambiente, de deslizamiento ecológi-co: trasladaren términos de relaciones conel ambiente los problemas que conciernenal ámbito de las relaciones sociales". Elestudio del medio urbano es el campo deacción de la topografías médicas conformea los proyectos diseñados por las socieda-des de medicina de la época. Si nos atene-mos al contenido de estos proyectos, en unprimer momento, el interés de los expertosen higiene radica en identificar las causaspropias de la ciudad que pueden influir enla salud: la distancia entre los edificios, lainsalubridad de las viviendas de nuevaconstrucción, la imperfección de los regla-mentos de inspección de las calles, lainfluencia de los artesanos, los talleres y lasfábricas en la propagación de la suciedad,etc. Pero una acepción más larga del térmi-no, integrando lo que propiamente enten-demos por medio social, no aparece hastaque las grandes epidemias, de cólera, prin-cipalmente, vuelven a hacer su aparicióndurante todo el siglo xix56 . A partir de este

(53) R. Rodríguez Menéndez: -Prólogo- a A. Franquesa y Sivilla: Topografía médica de Mataró y su zona.Barcelona, 1889, p. 8.

(54) A. Cottereau: tubreculose: maladie urbaine ou maladie de l'usure au travail?-, en Sociologie du Ira-vail, 2 (1978), vol. XX, París, p. 196.

(55) Cf. R. Campos Marín: Alcoholismo, medicina y sociedad en España (1876-1923). Madrid, CSIC, 1997.(56) A. Fernández García: -Repercusiones sociales de las epidemias de cólera del siglo XIX-, en V Congre-

so Nacional de/a Sociedad de Historia de la Medicina. vol. I, Madrid, 1979, pp. 127-145.

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momento, se suma al interés por la cues-tión mobiliaria e inmobiliaria la existenciade una cierta -especie» de población y uncierto tipo de lugares que favorecen el de-sarrollo de las epidemias, zonas dondeéstas rinden mayores cuentas y sus efectosson más mortíferos. La introducción devariables sociales, familias impuestas,niños abandonados, indigentes, prostitu-tas, inquilinos de vertederos, traperías ybuzoneras, etc., permitirán, en adelante,describir mejor las zonas malsanas e insa-lubres. Sobre estas últimas variables socia-les, Joan Serra y Sulé, en su anteproyectode Limpieza Pública para la ciudad de Bar-celona en el año de 1908, dice lo siguiente:

La fauna que pulula en derredor de lasbasuras merecería ser clasificada por exper-tos naturistas y sociólogos que la presenta-ran en esquemas por especies, familias,géneros, subgéneros, al estilo de las funda-mentales clasificaciones científicas. Labasura de Barcelona no sólo hace fructificarla tierra, sino que abona también las floresde la depravación y del mal, de donde lue-go salen en épocas de revuelta las bandasde mujerzuelas, de ladrones e incendiarios,cuya existencia ni casi es sospechable,como en el estercolero no se sospecha laexistencia del gusano, que sólo sale a lasuperficie cuando aquel es removidow.

La perspectiva ambiental de la higieni-zación complementa la táctica de renova-ción inmobiliaria, la vivienda, con una car-tografía sanitaria que busca a través decategorías morfológicas, las zonas vulnera-bles: la existencia de territorios peligrosospara la salud pública. Y son estas zonas lasque aparecen como el punto oscuro de lascondiciones sociales de inmoralidad, que-dando establecidas como el eje operatoriohacia donde los poderes públicos serán

remitidos por el discurso de la higienepopular para una actuación puntual y loca-lizada mediante un urbanismo rectificadorde los comportamientos. A partir de estaincidencia particular, las clases popularesse convierten en la principal variable urba-na de medicalización urgente como puntode aplicación en el ejercicio de un podermédico-político tanto intensivo comoextensivo ya que cuando un lugar, unasituación, deviene objeto de normas deintervención rectificativa, modifica no sola-mente ese lugar, esa situación, sino quetransforma, al mismo tiempo, el estatus deotros lugares y de otros acontecimientosconflictivos que todavía no conciernenespecíficamente a esas normas.

Lo esencial en todo esto radica en quela importancia dada al cuerpo sano comomedio de asegurar una defensa epidémicano obedece a una exclusiva protección deconjunto de una salud contenida, sino quelas razones invocadas en la batalla políti-co-médica contra el riesgo social respon-den de lleno a una renovación radical deesas oscuras fuerzas del cuerpo como sonlas resistencias morales. No se trata ya,como ocurrió con las grandes tempestadesepidémicas del pasado, de elaborar unavariada panoplia de medidas protectoras,de crear barreras visibles o topologías dedefensa sanitaria estáticas, sino de favore-cer los mecanismos internos, de poner enmarcha las robusteces latentes en los cuer-pos, suscitando la acción moral, multipli-cando los cambios en los hábitos, poniendoen juego el vigor, la energía y la actividad.Al cuestionarse los usos populares en lavida cotidiana la evolución de la moralpasa a ser, ante todo, una «historia del cuer-po», de su constitución y funcionamiento, yque por lo tanto debe ser »domado» y

(57) Joan Serra Y SUie: Anteproyecto de Abastos Alimenticios, de Limpieza Pablica y Domiciliaria y deEmplazamiento de la 2° Exposición Universal para la Ciudad de Barcelona. Barcelona, 1908, pp. 89-90.

(58) Las normas no están destinadas únicamente a reducir el desorden, las conductas irregulares, sino quesu finalidad es más compleja. A partir de la instauración de una norma, o una ley social, esta prohibe o conde-na al mismo tiempo un cierto número de comportamientos adyacentes al foco de desorden. M. Foucault: -Sur laSellette- (entrevista con J.-L. Ezine), en Dits et écrits, vol. II. 1970-1975. París, Gallimard, 1994, p. 723.

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«corregido»59. Ya que de lo contrario, «elreposo excesivo dificulta el buen desarro-llo y funcionamiento de los órganos, yconduce insensiblemente a la vida indo-lente, que es origen de los más asquerososvicios e incluso de crímenes sangrantes: elocioso, el vago.., es siempre una piedra endesequilibrio en el edificio social, al queocasiona a menudo movimientos que lotambalean»60 . Un buen funcionamientoenergético del cuerpo se nos va a presen-tar, a principios del siglo xx, como la mejordefensa tonificante frente a lo malsano y loinmoral: hacer trabajar el músculo, hacercircular la sangre, hacer transpirar la piel.Un profesor de la Facultad de Medicina dela entonces Universidad Central deMadrid, lo plantea en unos términos edu-cativos muy precisos: «¿De qué sirve que ellocal de una escuela esté bien soleado yventilado, si no se ha enseriado al niño arespirar bien, y de qué utilidad será unahabitación en buenas condiciones higiéni-cas, si antes no sabe la madre que la trans-piración cutánea de su hijo es tan impor-tante como la respiración pulmonar?»61.

Los proyectos médico-políticos parauna ciudad saludable esbozan los princi-pios de un urbanismo concertado con unapedagogía de los usos sociales en el terri-torio. Este urbanismo, antes que ser con-fundido con una política económica de laciudad debe ser vinculado con la cancela-ción de las prácticas que fomentan el des-orden social y que, a su vez, generan laenfermedad, la delincuencia, la resistenciaal trabajo productivo y otras diversas for-mas de indisciplina. Después de los estra-gos de las grandes epidemias, las transfor-maciones urbanas tratan de acelerar loscontactos sanos y los flujos correctos, mul-

tiplicando las aperturas del espacio a lasalud e intensificando la ciencia y el traba-jo. Si bien el programa de aprendizaje de lahigiene arranca principalmente con elobjetivo de contener los usos abusivos enla habitabilidad dispersando las densidadesaglomeradas, se completa con el control, laregulación y repartición de los individuosen las mallas urbanas de encuadramiento ydisciplina mora162.

La normalización del espacio urbanoevacua lo malsano y lo inmoral. La estrate-gia prescriptiva de normas basada en unapedagogía de los usos permitidos en elterritorio se completa entonces con la tácti-ca de fijar el riesgo de desviación en sulugar de emergencia para evitar una derivapeligrosa en el orden social. Es en el inte-rior de esta nueva configuración táctica dela higiene que surge en escena el «hetero-géneo» ambiente urbano; el tugurio y elcuchitril son lugares habituales del obrerodonde serán observados los avatares de laenfermedad, el alcoholismo, la mugre y eltemido libre albedrío de la criminalidad. Apartir de ahí, la organización de la escenamoral urbana entrará en el detalle. Lanoción de progreso económico que conlle-va el orden capitalista nos obliga a insinuarlos prolegómenos de una nueva forma decontrol social: la apertura, la visibilidad delos enclaves urbanos protegidos y clandes-tinos a una pedagogía de los usos en elterritorio y por lo tanto la requisa cíe la vidacotidiana.

En cuanto a la reforma de una ciudadcomo Barcelona, el director de l'InstitutMunicipal d'Higiene, Lluís Claramunt iFurest, proponía la siguiente intervenciónen el sector de Poniente, especialmente enel distrito cinco:

(59) G. Vigarello: Le cops redressé. Histoire d'un pouvoirpédagogique. París, Delarge, 1978.(60) E Montanyä Y Santamaria: Higiene popular. Lleida, 1912, p. 93.(61) L. Subirana: La salud por la instrucción. Madrid, 1915, pp. 273-274.(62) Tres serán los vectores principales de intervención que se integran en los primeros programas de

higiene de las ciudades obreras: el espacio, para separar los cuerpos; el aire, para dispersar los malos y furi-bundos olores; y la luz, para permitir la visibilidad de las masas y sus actos.

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Exceptuando las grandes naves góticas delas Drassanes donde se construían los bar-cos de la marina de guerra catalana cuandoera señora absoluta de sus destinos, loscuales han de conservarse por razones desu historia y de su arte, la parte del distritocinco conocido por .Barrio chino» debe serderribada para que pueda ser sometidamaterial y moralmente, no dejando piedrasobre piedra, removiendo el subsuelo,levantando el nivel del terreno, abriendoespaciosas vías dotadas de toda clase deservicios de higiene y•haciéndola hermosacon jardines. Hace falta que la renovaciónsea completa, porque del ignominiosorecuerdo de dicho »Barrio» no quede nada;ni tampoco del mayor número de sus casas,las cuales podrían denominarse »casas mor-tuorias. , porque la mortalidad resulta exce-siva en todas. 63

En este período, la técnica clave es laapertura: abrir la ciudad al paso de las ins-tituciones, los médicos, los psiquiatras, lospedagogos, los filántropos de la reformasocial... Todos estos expertos requierenimperativamente la apertura de la calle, la

puesta en práctica de un orden diferentedonde los actores sociales y sus usos seanvisibles, puedan someterse al control yfinalmente conducirse mediante una edu-cación al tratamiento moral: frente a lasmasas con unos usos incontrolados se pre-tende el enrolamiento forzoso a la produc-ción capitalista; contra el laberinto infinitode las calles que ofrecen clandestinidademergen los prestigios calmantes de laperspectiva cuadriculada; a la extraña pro-miscuidad del poder popular y los hom-bres y mujeres libres se ofrecen unas »nor-mas justas y democráticas»; a la vuelta deun derroche exagerado de energías ypasiones se encuentra una sana economíade los cuerpos y de las fuerzas.

En definitiva, una higiene prodigiosalentamente reconstruida para un aprendi-zaje largo en el tiempo. Pero es el momen-

to en que comienza otra historia. Cuando lavoluntad de saneamiento de las poblacio-nes debe responder ya a una situaciónsocial más compleja portadora de deseos ypasiones emancipatorias y revolucionarias.

(63) L. Claramunt i Furest: Problemas d'urbanisme. Barcelona, 1934, p. 10.

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