la sociedad del orden
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Autora: Dra. Bettina FaveroTRANSCRIPT
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VIII Jornadas de Historia Política. Programa Buenos Aires
Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1 de octubre
Autora: Favero, Bettina Alejandra
Inserción Institucional: CONICET, Universidad Nacional de Mar del Plata, CEHIS.
Correo electrónico: [email protected]
Título de la ponencia: “La sociedad del orden: la otra visión de los jóvenes.
Representaciones e identidades en los años 60 en Mar del Plata”1
Introducción
La presente ponencia pretende retomar una vez más un tema poco estudiado por la
historiografía argentina como lo es la dictadura del general Juan Carlos Onganía. La
intención es abordar a un grupo social conformado por hombres y mujeres jóvenes a los
que se podría caracterizar utilizando una categoría ambigua pero por ahora eficaz “sin
militancia” que tienen como peculiaridad el no haber realizado estudios universitarios. Se
buscará ver en ellos, una representación del mundo diferente a la estereotipada de rebelión
y compromiso político. Si bien estos sujetos también estuvieron atravesados por el
imaginario de la “vida moderna” a partir del consumo de nuevas tecnologías y de los
nuevos medios de comunicación e industrias culturales, cumplieron con la particularidad
de insertarse tempranamente en el mundo laboral y mantenerse fuera de los círculos
académicos universitarios.
En junio de 1966 mediante un golpe de estado se instauró un gobierno que con el
tiempo devino en “burocrático autoritario”, sin un tiempo límite, con intenciones de largo
plazo y sumando nuevas prohibiciones a las ya proscripciones al peronismo. De esta
forma, se rompía una vez más la gradual transición hacia la democracia2.
El propósito de este trabajo es el de abordar un tema primordial para construir un
conjunto de representaciones sociales y revisar una serie de prácticas encarnadas en los
actores concretos. Así, se indagarán en estos otros “otros jóvenes”, el descreimiento hacia
la función de la política partidaria y la valoración de una sociedad ordenada como vía de
solución a su cotidianeidad. El escepticismo hacia la democracia era un valor compartido 1 Esta ponencia se enmarca en el proyecto: “Modernización y rebelión. Representaciones, experiencias e identidades políticas en las clases medias argentinas, 1955-1976”. CEHIS, Facultad de Humanidades, UNMDP. 2 En estos últimos años, el tema ha despertado interés. Al respecto se puede señalar el “I Taller de análisis y discusión sobre el Onganiato (1966 – 1970)” a cargo de Daniel Lvovich, Florencia Osasuna y Valeria Galván (Universidad de Gral. Sarmiento), 19/11/2012.
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por amplios sectores sociales. En el caso de la juventud, una parte de la misma buscaba la
solución a los problemas de la época a través de la lucha armada mientras que los otros
jóvenes, a quienes se propone analizar en esta ponencia, coincidían en que el cambio se
generara desde arriba, valoraban a la autoridad como un mecanismo de ordenamiento.
Los jóvenes como objeto de estudio histórico: entre la permanencia y el cambio
“Quiero repetir que era un bello domingo de verano, porque entonces se entenderá mejor que era natural que por la calle pasaran numerosas parejas de jóvenes rumbo al parque
cercano. La tarde se acercaba a su ocaso. Entonces Javier me miró seria y fijamente y me dijo: “Pensar que no saben el mundo que estamos armando para ellos”. No se me ocurrió
responder nada –quizás porque estaba de acuerdo con esa aseveración–, y sin embargo esa frase quedó para siempre clavada en un rincón de mi cerebro...”3
Los estudios sobre los jóvenes de los años ’60 en la Argentina están relacionados
directamente con la actividad política y de militancia. Existe una importante cantidad de
trabajos que se detienen en el análisis del papel de la juventud en aquella década, es decir
las investigaciones centradas en la radicalización juvenil4 y en la modernización cultural5.
A ello se suma una serie de estudios que abordan a los jóvenes desde un punto de vista
cultural y de la revolución de las costumbres6. Como resultado de ello, en los últimos años
se ha creado una imagen que ubica a toda una generación con la rebeldía y la movilización
política que tenía como ideal cambiar el mundo pero en este universo hay un sector de la
sociedad que no está siendo observado. Me refiero a esos “otros jóvenes” que no fueron
protagonistas de este movimiento, que “caminaban en las tardes de verano hacia el parque
más cercano”, aquellos que en los años ‘60 tenían entre 15 y 25 años y que no se
reconocen en ese estereotipo juvenil. Particularmente se trata de quienes no accedieron a
una carrera universitaria por diversos motivos y siguieron una vía laboral. Sujetos que no
3 Teran, O., “Lecturas en dos tiempos”, en: Lucha Armada en la Argentina, año 1, n° 1, p. 15. 4 Gillespie, R., Soldados de Perón. Historia crítica sobre los montoneros, Buenos Aires, Sudamericana, 1987; Ollier, M., La creencia y la pasión. Privado, público y político en la izquierda revolucionaria, 1966-1976 , Buenos Aires, Siglo XXI, 1998; Anzorena, O., Tiempo de Violencia y Utopía Del Golpe de Onganía al Golpe de Videla, Buenos Aires, Ed. Del Pensamiento Nacional, 1998, Lanusse, L., Montoneros. El mito de sus 12 fundadores, Buenos Aires, Vergara, 2005. 5 Sigal, S., Intelectuales y poder en la década del sesenta. Buenos Aires, Punto Sur, 1991; Tortti, M. C., “Protesta social y nueva izquierda en la Argentina en la Argentina del GAN”, en: Pucciarelli, A., (edit) La primacía de la política: Lanusse, Peron y la Nueva Izquierda en los Tiempos del GAN, Buenos Aires, EUDEBA, 1999; Terán, O., Nuestros dorados años sesenta, Buenos Aires, Punto Sur, 1991. 6 Cosse, I., Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010; Cosse, I., V. Manzano y K. Fellitti, Los '60 de otra manera. Vida cotidiana, género y sexualidades en la Argentina. Buenos Aires, Prometeo, 2010; Andújar, A., D’Antonio, D., Gil Lozano, F., Grammatico, K. y Rosa, M. L., De minifaldas, militancia y revoluciones. Exploraciones sobre los 70 en la Argentina, Buenos Aires, Luxemburg, 2009.
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deberían dejarse fuera de los estudios de aquellos años por su poca participación política o
ideológica ya que canalizaban la práctica política en otros espacios o medios, con ello me
refiero a prácticas asociativas, institucionales o gremiales. Quizá sería el momento de
plantear la posibilidad de analizarlos y “darles voz” en el relato de dicho pasado dado que
eran parte activa de la sociedad de aquel momento: trabajaban, votaban, leían, criticaban,
apoyaban o no las políticas de los distintos gobiernos de aquellos años.
Se buscará observar qué motivaba a este sector de la sociedad a mantener el orden y
a no generar grandes cambios políticos. Al hablar de orden se refiere a aquello identificado
con la disciplina, el equilibrio, la regularidad, la normalidad, la tranquilidad y la seguridad,
es decir, “a poner las cosas en su lugar”. Custodiar las costumbres, el orden político y
económico, elementos tradicionales que parecían mantenerse en este sector de la sociedad
que intentaré estudiar pero que también entraban en tensión con las nuevas tendencias de la
época a la que no podían ser indiferentes. Eran tan jóvenes “los chicos y chicas que a
partir de 1963 compraron la fórmula del Club del Clan y se hicieron adictos a la
televisión, como aquellos hippies porteños que cuatro años más tarde se congregaron en
Plaza Francia desafiando el autoritarismo represivo de Onganía7”. El amplio y dispar
abanico que caracterizó a este segmento de la sociedad representado por argentinos entre
los 20 y los 30 años generó por aquellos años una serie de características propias con
rasgos identitarios a las que no les faltaban las contradicciones debidas al tono de la época.
Desde Europa se ha buscado analizar y comprender el papel jugado por los jóvenes
a lo largo de la historia. Souto Kustrín, analiza a este grupo como objeto teórico de estudio
de la historia desde diferentes perspectivas y concluye que donde más se ha avanzado “es
en el estudio del surgimiento y desarrollo de la juventud como grupo social”. No obstante,
la autora remarca que faltaría un diálogo entre las ciencias sociales con la historia para, de
esa manera, obtener un marco teórico que se ocupara de lo social en cuanto a la temática
juvenil8.
Ahora bien, en cuanto a la definición de este objeto de estudio, dos historiadores
europeos se plantearon una serie de cuestiones que permiten pensar e intentar definirlo:
¿La juventud es un período de la vida o una posición permanente, es un momento positivo
o años de duda, es momento de decisión y de autoafirmación o lapso de sometimiento a la
voluntad y a la aprobación de los mayores? ¿Se trata de gente integrada a la sociedad o
7 Pujol, S., “Rebeldes y modernos. Una cultura de los jóvenes”, en: James, D., Violencia, proscripción y autoritarismo (1955 – 1976), Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2003, p. 285. 8 Souto Kustrín, S., “Juventud, teoría e historia”, en: Historia Actual on line (HAOL) Núm. 13 (Invierno, 2007), pp. 171-192.
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alienada de la misma?9 La contrariedad es lo que prima en esta definición, una situación de
ambivalencia que caracteriza a este grupo histórico y que ha llevado a numerosos
historiadores a realizar estudios sobre un momento del siglo XX, los años ’60, en los que
los jóvenes aparecen como protagonistas indiscutibles de aquel decenio y adquieren un
rango histórico de análisis10.
Una buena caracterización de la juventud de aquellos años es la expresada por Eric
Hobsbawm: “los jóvenes, se convirtieron ahora en un grupo social independiente. Los
acontecimientos más espectaculares, sobre todo de los años sesenta y setenta, fueron las
movilizaciones de sectores generacionales que, en países menos politizados, enriquecían a
la industria discográfica [...] La radicalización política de los años sesenta [...] perteneció
a los jóvenes, que rechazaron la condición de niños o incluso de adolescentes (es decir
personas todavía no adultas) al tiempo que negaban el carácter plenamente humano de
toda generación que tuviese más de treinta años, con la salvedad de alguno que otro
gurú”11.
Lo interesante de este grupo social es la relación ambigua que une a los jóvenes con
el mundo de los adultos y que se ejemplifica en el conflicto entre orden y cambio. Al
respecto, Sorcinelli y Varni sostienen que los jóvenes “muestran contemporáneamente la
cara del rebelde y la cara del guardián respecto a las ideas y a las costumbres que les son
propuestas”12. Los jóvenes ponen en movimiento formas de protesta cuando las
condiciones de vida y la integración son amenazadas por un rápido cambio social pero
también saben custodiar y tutelar los valores de la comunidad, el orden cultural y social
9 Levi G. y Schmitt, J.C., Historia de los jóvenes. De la antigüedad a la Edad Moderna, T. 1., Madrid, Taurus, 1996, p. 10. 10 Algunos trabajos que han surgido en la última década, a saber: Giachetti, D., Anni sessanta, comincia la danza. Giovani, capelloni, studenti ed estremisti negli anni della contestazione, Pisa, BFS, 2002; De Bernardi, A., “Il mito della gioventù e i miti dei giovani” y M. Degl’Innocenti, “Giovani e giovanilismo tra società e politica dalla fine dell’Ottocento alla seconda guerra mondiale”, en: Sorcinelli, P. y A. Varni (a cura di), Il secolo dei giovani. Le nuove generazioni e la storia del Novecento, Roma, Donzelli, 2004; Dogliani, P., Storia dei giovani, Milano, Mondadori, 2003; Sorensen, D., A Turbulent Decade Remembered: Scenes from the Latin American Sixties, Stanford, Stanford University Press, 2007; Fowler, D., Youth Culture in Modern Britain, c. 1920-1970, Londres, Palgrave Macmillan, 2008. Por su parte, en nuestro país existen una serie de artículos que buscan analizar el papel de la juventud entre la década de 1960 y 1970. Entre ellos: Bartolucci, M., “Juventud rebelde y peronistas con camisa. El clima cultural de una nueva generación durante el gobierno de Onganía”, en: Estudios Sociales, año XVI, primer semestre, 2006; Cataruzza, A., “El mundo por hacer. Una propuesta para el análisis de la cultura juvenil en la Argentina de los años setenta”, en: Entrepasados, Revista de Historia, Año VI, N° 13, Buenos Aires, febrero 1997; Manzano, V., “Juventud y modernización sociocultural en la Argentina de los sesenta”, en: Desarrollo Económico, Vol. 50, No. 199 (Octubre-diciembre 2010) y los trabajos anteriormente citados de Sergio Pujol; de Isabella Cosse, Valeria Manzano y Karina Fellitti y de Andrea Andújar, Débora D’Antonio, Fernanda Gil Lozano, Karin Grammatico y María Laura Rosa. 11 Hobsbawm, E., Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, p.326. 12 Sorcinelli, P. y Varni, A., Op. Cit., p. XII.
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que consideran amenazado. Por un lado, aspiran a defender un estilo de vida y una
formación cultural propia pero, por el otro, tienden a renovar el bagaje mental heredado.
En consecuencia es un actor histórico que podría definirse como ambiguo, con
posiciones encontradas, un sector que sería capaz “de romper con solidaridades de clase o
de familia para pasar a ser portadores de una renovación colectiva” o de “caer en los
brazos de la seducción de un jefe providencial venido para encarnar el nuevo orden con el
que sueñan”13.
Será también el contexto histórico el que permitirá comprender el comportamiento
de esta juventud. Norbert Elías afirmaba que la sociedad se encontraba en un “período de
transición en el cual unas relaciones de padres e hijos más viejas, estrictamente
autoritarias, y otras más recientes, más igualitarias, se encuentran simultáneamente, y
ambas formas suelen mezclarse en las familias”14. Serán los períodos posteriores a las
grandes guerras, los momentos en que las jóvenes generaciones no estaban dispuestas a
aceptar “los reglamentos civilizatorios convencionales como mandamientos de las
respectivas generaciones mayores”15. Es decir que los años que siguieron a la segunda
guerra mundial fueron decisivos en toda una generación de jóvenes, en algunos casos
llevaron a la radicalización política y en otros se materializaron en los cambios culturales y
sociales que marcaron a todo un segmento etario.
La Argentina no fue ajena a estos cambios ya que vivió un proceso de
modernización social y cultural que puso en cuestión valores y prácticas establecidas que
generaron una serie de transformaciones que marcaron una brecha cultural entre dos
generaciones. Al respecto, Juan Carlos Torre afirma que “fue en esos años, y en sintonía
con las tendencias internacionales, que se recortó el contorno de un nuevo estrato: la
juventud”16. Pero, no todos los jóvenes recorrieron “el camino de la emancipación
psicológica y social de igual forma, pero todos estuvieron expuestos a él”: las
transformaciones en la moral sexual, los cambios en la sociabilidad que evadían el control
de los adultos, la declinación de la tutela de los padres y del mandato familiar17, entre
otros, eran los elementos que marcaban un antes y un después.
En suma, interesa profundizar en este sector de la sociedad que es ambiguo, dado
que buscaba imponer lo nuevo pero también defendía lo tradicional, que buscó
13 Levi, G. y Schmitt, J.C., Op. Cit., p. 13. 14 Elias, N., La civilización de los padres y otros ensayos, México, Ed. Norma, 1998, p. 413. 15 Elías, N., Ibidem, p. 440. 16 Torre, J.C., “Transformaciones de la sociedad argentina”, en: Russell, R., Argentina 1910 – 2010. Balance del siglo, Buenos Aires, Taurus, 2010, p. 215. 17 Torre, J.C., Ibidem, p. 216.
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revolucionar algunas costumbres pero también mantuvo otras. Jóvenes que leían a Rodolfo
Walsh pero también a Julio Cortázar, Jorge Luis Borges o Leopoldo Marechal, que
escuchaban a Elvis Presley, Bill Haley, Osvaldo Pugliese o Astor Piazzolla, que
empezaron a usar más jeans y menos gomina, que aún mantenían la cultura del bolero pero
comenzaban a escuchar el rock. Que, a pesar del nacimiento de la televisión, mantenían la
costumbre de escuchar la radio y acostumbraban ir al cine aunque el gusto por Hollywood
le daba paso al cine francés e italiano de aquellos años: “el imaginario de muchos jóvenes
se estaba modelando con novelas como ‘Sobre héroes y tumbas’, de Ernesto Sabato, pero
también con las zambas de Cuchi Leguizamón, el último disco de Los Beatles, el cómic ‘El
Eternauta’ y, en dosis diarias, tiras como ‘Mafalda’ de Quino o las viñetas humorísticas
de Landrú18”. Jóvenes que se podrían etiquetar dentro de la llamada “nueva ola”19.
Debido a esta serie de contrastes que marcaron a una generación, creo interesante
tomar a un segmento de la juventud que seguía manteniendo la idea de una sociedad
ordenada, alineada a la disciplina, al equilibrio, a la regularidad, a la normalidad, a la
tranquilidad y a la seguridad. Para ello, me concentraré en cuatro tópicos que he podido
sondear en las entrevistas20 como en el relevamiento de la revista “Siete Días”21, a saber:
las imágenes que tenían estos jóvenes sobre los gobiernos militares; la forma en que
circulaban en la vida cotidiana estas ideas e imágenes; si se consideraban democráticos o
no; y las causas de su apoyo a los gobiernos militares.
18 Pujol, S., Op. Cit., p. 304. 19 Según Valeria Manzano, la expresión la “nueva ola” se empezó a utilizar en el lenguaje periodístico y popular entre fines de los años ’50 y principios de los ’60. La misma se aplicaba a “estilos musicales, como el rock o el twist, que constituyeron los canales fundamentales para la transformación del consumo, el ocio y las modas juveniles”. Ver: Manzano, V., “Ha llegado la ‘nueva ola’: música, consumo y juventud en la Argentina, 1956 – 1966”, en: Cosse, I., Felitti, K. y V. Manzano, Op. Cit., pp. 19 y sigs. 20 Las fuentes orales con las que se ha trabajado remiten a un conjunto de hombres y mujeres nacidos entre los años 1935 y 1945, que a principios de los años ’60 contaban entre 25 y 15 años aproximadamente, que no realizaron estudios universitarios sino que en algunos casos completaron la escuela secundaria y en otros, solo concluyeron la primaria. De algún modo, las entrevistas están influenciadas por el contexto en que se desarrollaron. Los testigos han dejado su juventud y se encuentran en su ancianidad, por lo tanto sus reflexiones en relación a sus años jóvenes pueden estar mediadas por su experiencia de vida. No obstante ello, iluminarán ciertos aspectos que se buscan analizar. De esta forma el testimonio oral “se presenta como un documento histórico problemático que tiende a colocar la estructura de la mentalidad individual en el horizonte de una historia social vivida”, permitiendo conocer la historia del grupo desde la cotidianeidad del sujeto y la totalidad del grupo de referencia. Sobre este tema se ha tomado como referencia los trabajos de Portelli, A., La orden ya fue ejecutada. Roma, las fosas Ardeatinas, la memoria, Buenos Aires, FCE, 2003; Portelli, A., Storie orali. Racconto, immaginazione, dialogo, Roma, Donzelli Editore, 2007. 21 Se ha relevado el primer año de publicación de la revista entre el año 1967 y 1968. La elección de la misma se debe a que llegaba a cientos de hogares del país como también era una formadora de opinión en algunos sectores de la sociedad argentina de entonces. Específicamente se autodefinía como una publicación “de la que cada ejemplar era leído por no menos de siete personas, de las cuales cinco de las siete personas completan el colegio secundario, seis de las siete tienen entre 18 y 45 años”. Estos datos se comprobaban en los promedios de venta semanal que alcanzaban los 112.366 ejemplares.
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En cuanto a los entrevistados, la mayoría de los mismos comenzó a trabajar desde
muy temprana edad por distintos motivos, entre los que se destacan los meramente
económicos: ayuda en el hogar o sostenimiento de la familia por alguno de los padres
fallecidos. En cuanto a sus gustos por la lectura, todos admiten haber contado con una
modesta biblioteca en sus hogares entre las que se podían vislumbrar las colecciones de
“Robin Hood” como también era normal la lectura de revistas de historietas y de
actualidad. Asimismo, la pasión por los programas radiales marcó a estas personas en su
infancia y adolescencia, programas como “Los Pérez García”, “Qué pareja”, “Peter Fox” y
“Glostora Tango Club” son el común denominador. Las entrevistas se centraron en
preguntas sobre algunos acontecimientos de la vida política argentina como también en el
papel de los partidos políticos y de las fuerzas armadas entre los años 1955 y 1976.
Por su parte, se puede encontrar en las páginas de la revista a la “minoría ruidosa
que se volcaba hacia los extremos” como a la “mayoría silenciosa y prudente” que para
algunos parecía “apática”22 y se intentará observar a través de ella, la forma en que
circulaban en la vida cotidiana las ideas de la época.
La sociedad argentina en los años ‘60
Para comprender a aquellos “otros jóvenes” resulta fundamental delimitar el
escenario donde los actores personificaban su postura a favor del orden. Demarco esta
confrontación en función de la idea que surge al observar algunos vestigios de aquella
época. Por un lado, una encuesta realizada en el año 1966 que tomó Guillermo O’Donnell23
para su investigación sobre este período. La misma indicaba que el 66% de los encuestados
aprobaba el golpe de estado de ese año, sólo el 6% se oponía al mismo. Por otro lado, dos
imágenes de la revista Panorama del año 1966 en las que aparece una fotografía (figura 1)
unida a la siguiente pregunta: ¿Quiénes pueden llevar ahora el país adelante?, el 37% opina
que son los militares y solo el 6% avala a los políticos. La otra, una tapa de la revista
(figura 2), muestra a algunas personas caminando por una calle de Buenos Aires con
carteles con la siguiente frase: “Basta Illia” y en la parte inferior de la tapa el título:
“¿tenemos libertad?”24.
22 Se toman estos términos del texto de Valeria Manzano, “Juventud y modernización sociocultural en la Argentina de los sesenta”, en: Desarrollo Económico, Vol. 50, No. 199 (Octubre - diciembre 2010), p. 368. 23 O’Donnell, G., El estado burocrático-autoritario. Triunfos, derrotas y crisis. Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982, pp. 62 y 63. 24 Aquí no se puede obviar el papel que jugaron muchos de los medios de comunicación de la época en la imagen y el posterior derrocamiento del gobierno del Dr. Illia Ver: Taroncher, M., La caída de Illia. La
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Figura 1 Figura 2
En ambas fuentes se puede sondear la opinión de parte de aquella sociedad en la
que probablemente hubiera jóvenes. Ahora bien, para comprender la opinión de aquella
sociedad es necesario comprender lo que sucedía en el plano político25. La década del ’60
se inauguró con el gobierno de Arturo Frondizi, instaurado en el año 1958. Época en la que
se buscaba superar la dicotomía “peronismo-antiperonismo” y reordenar el sistema
político. Frondizi debió gobernar entre dos factores de poder: los sindicatos peronistas y
los militares. Así generó políticas innovadoras que permitieron que su presidencia tuviera
aspectos de éxito. No obstante ello, la oposición de la UCR del Pueblo (UCRP), la relación
tirante con los sindicatos y el poder de las Fuerzas Armadas ensombrecieron los logros del
proceso de modernización económica e industrialización acelerada.
Con las elecciones de marzo de 1962 en las que nueve candidatos justicialistas se
alzaron con la victoria, la falta de apoyo de los partidos políticos opositores y de las
fuerzas militares al gobierno frondizista era un hecho. Así, se acordó con José María Guido
(presidente del Senado) que asumiera la presidencia hasta el llamado a nuevas elecciones.
Durante este interregno, el “problema peronista” siguió sin resolverse y las posibles
soluciones al mismo venían de la mano de las armas en menoscabo de la vía electoral.
trama oculta del poder mediático, Buenos Aires, Vergara, 2009 y Mazzei, D., Los medios de comunicación y el golpismo el derrocamiento de Illia (1966). Buenos Aires, Grupo Editor, 1997. 25 Se hace una breve reseña de los momentos políticos más destacados de esos años. Para ello se han tomado como referencia los siguientes trabajos: Novaro, M., Historia de la Argentina. 1955 – 2010, Buenos Aires, S. XXI Editores, 2010 y Ben Plotkin, M., (coord.) Argentina. La búsqueda de la democracia. 1960 – 2000, Buenos Aires, Taurus, 2012.
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El año 1963 será año electoral, Arturo Illia (UCRP) fue elegido presidente de la
Nación con el 25% de los votos. Un muy bajo respaldo electoral que se veía reflejado en el
porcentaje de votos en blanco (21%) correspondiente al peronismo proscripto. Así, Illia
comenzó su presidencia que duraría poco menos de tres años, truncada por un nuevo golpe
militar encabezado por el general Onganía. El gobierno pese a los buenos resultados
económicos logrados tuvo muy baja aprobación desde la opinión pública que se
bipolarizaba entre la “revolución social” que desafiaba Perón desde el exilio y la
“revolución nacional” dirigida por las Fuerzas Armadas. Ésta última se impondría en
función de la idea que las mismas eran quienes podrían imponer el orden y acelerar el
desarrollo.
El golpe de Estado del año 1966, llamado “Revolución Argentina” llevó al general
Onganía a ejercer un gobierno “técnico” y “apolítico”26. Sus objetivos a largo plazo
indicaban que bajo el nuevo orden, el país viviría un tiempo económico, luego un tiempo
social y por último un tiempo político. Las diferencias con otros factores de poder
(sindicatos, partidos políticos) como también dentro de las propias Fuerzas Armadas
hicieron que el gobierno no pudiera alcanzar sus metas, en especial aquellas referidas a los
aspectos social y político. A ello se sumaba la presencia cada vez más cercana de Perón
que, desde el exilio, se embanderaba en una tendencia revolucionaria identificada con
amplios sectores de la juventud27.
A nivel estrictamente historiográfico no existe un estudio abarcativo desde la
historia social que se centre en este período, si ha habido tentativas desde lo político28.
Debido a ello, se remitirá a algunos estudios que tienen como protagonista a la sociedad en
aquellos años y que son relevantes para este análisis.
Como obertura al período y al lugar considerado, se tomará como referencia teórica
un ensayo de Guillermo O’Donnell que reflexiona sobre esta década y la siguiente y puede
ser útil dada su cercanía temporal con el período tratado. En primer lugar, es interesante
observar el planteo del autor con respecto a la sociedad de aquella época. Opinaba que “era
autoritaria y violenta y que también era, bastante igualitaria”29. Asimismo, afirmaba que
26 Novaro, M., Op. Cit., pp. 89. 27 Palermo, V., “La vida política”. En: Ben Plotkin, M., Op. Cit., pp. 50 y 51. 28 Sobre la historia política durante los años’60 se han consultado: De Riz, L., La Política en Suspenso, 1966/1976, Buenos Aires, Paidós, 2000; O’Donnell, G., Op. Cit.; Potash, R., El Ejército y la política en la Argentina 1962-1973. Segunda Parte. Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1994; Bra, G., El gobierno de Onganía. Crónica. Buenos Aires, CEAL. 1985; Selser, 1973; Botana, N., Braun, R. y Floria, C., El régimen militar. 1966 – 1973. Buenos Aires, La Bastilla, 1973. 29 O’Donnell, G., ¿Y a mí, que me importa? Notas sobre sociabilidad y política en Argentina y Brasil, Buenos Aires, CEDES, 1984, p. 15
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el país estaba alejado de ser democrático y que la sociedad argentina, marcada por su
individualismo y confrontación, ausente de una tradición liberal “vigorosa” y con “cierta
democraticidad” tendía a “suscitar autoritarismos, radicales y comprensivos”30. Al
respecto, y ante la sucesión de golpes militares en el país, se refiere a “espirales
autoritarias”: “el intento de emergencia de un poder que, a punta de bayonetas, quiere
constituirse en un poder primero para, desde allí y con la ayuda de sus sempiternos
aliados (los de clase y las innumerables vocaciones autoritarias que florecen en contextos
como ese), ordenar seriamente una sociedad hasta ese momento “desubicada”: los de
arriba, arriba y mandando; los de abajo, abajo y obedeciendo –y en todo caso,
agradeciendo las paternales preocupaciones que los de arriba les dispensaran cuando las
cosas se hayan “enderezado”: y los del medio, viviendo su eterna esquizofrenia:
mandando y obedeciendo, pero sabiendo claramente a quien mandar y a quien
obedecer31”.
En la idea de “ordenar” a la sociedad parecerían coincidir todos los grupos sociales.
Cada uno desde su lugar (arriba, abajo o al medio) estaba de acuerdo con el orden que se
imponía, de esa forma se acoplaban las distintas partes de una maquinaria que buscaba
disciplinar a una sociedad caótica. Si bien amplios sectores de la población respaldaban los
golpes militares, los mismos no pudieron nunca sostener ese “orden” impuesto y en
consecuencia, se volvía a repetir la historia representada en el espiral autoritario.
O’Donnell comenta que “en la Argentina los reiterados –y violentos- triunfos de los que
han querido imponer ese orden han sido, siempre, transitorios: no bien se sintieron
triunfadores, los de arriba – haciendo lo que aprendieron primero y luego enseñaron al
resto de la sociedad empiezan a devorarse entre ellos, los de abajo no tardan en explotar y
los del medio nuevamente no saben a quien mandar ni obedecer. Hasta ahora, como ni los
de arriba ni (ay!) los transitorios perdedores tuvieron en el camino posibilidad de
descubrir los valores y mecanismos de la democracia, entonces, en la próxima vuelta del
espiral, cuando cada uno ratificó sus motivos y visiones antagonísticas, el juego ha sido
aún más confrontacional, y también más brutal ha sido el intento de imponer un “orden”
que fue también, cada vez más autoritario y brutal. Todo esto ahora puede cambiar, pero
para que cambie hay que darse cuenta de la lógica de estas espirales32”
30 O’Donnell, G., Ibidem, p. 20. 31 O’Donnell, G., Ibidem, p. 22 y 23. 32 O’Donnell, G., Ibidem, p. 44
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Por su parte, Daniel James, remarca que la Argentina de aquellos años presentaba
un juego “de imposible resolución, donde se alternaban golpes militares y gobiernos
civiles ilegítimos” hecho que favoreció la perdida de legitimidad de los partidos políticos
como también la “decadencia de la noción de democracia”33. Así, ésta falta de confianza
en la democracia marcó las confrontaciones políticas del período y caracterizó a toda la
sociedad.
La sociedad argentina en los ’60 era una sociedad proclive al golpe de estado.
Muchas personas que pertenecían a distintos sectores sociales no se identificaban con la
democracia, no tenían confianza en ella y, probablemente, se sentían más seguros con los
gobiernos militares. Dentro de este gran sector social había jóvenes que nacidos entre los
años 1935 y 1945 no habían podido vivir íntegramente un gobierno democrático (sólo la
primera presidencia de Perón llegó a termino), habían votado esporádicamente, no
conocían de cerca las prácticas políticas o simplemente les parecía mucho más fácil
delegar el poder de gobernar a un sector ajeno a la democracia, las fuerzas armadas. Como
nos recuerda O’Donnell, “la Argentina ha estado programada para generar democracias
epilépticas y multitudinarias, abortadas por golpes cada vez más brutales”34.
Las voces y el recuerdo de aquellos jóvenes
a. “Imágenes e ideas sobre los gobiernos militares: entre la expectativa y la desilusión”
“En torno a los militares ronda un difuso tabú: ‘constituyen una casta, se meten en
política, no cumplen con su misión específica’ o la contraparte: ‘son los únicos que nos salvan’. Lo verificable es una vieja desconexión entre militares y civiles”35.
La figura del militar asociada al orden, la disciplina y al progreso es un
denominador común. Se pensaba que los gobiernos militares podían ordenar el país en su
conjunto, volver las cosas al lugar del que nunca se tendrían que haber movido. El militar
era visto como una persona con mucho poder y fuerza, ambos elementos necesarios para
reencausar las cosas aunque a veces no lo lograban.
En los testimonios se puede observar a un conjunto de personas que creía en el
orden impuesto por los militares, que consideraba que las fuerzas armadas podían gobernar
el país por determinado tiempo para luego llamar a elecciones. Veían con normalidad la
supresión de las instituciones democráticas cuando no funcionaban correctamente. Así, las
33 James, D., “Introducción”, en: James, D., Op. Cit., p. 12. 34 O’Donnell, G., Ibidem, p. 45 35 “El miedo de los argentinos”, en: Revista Siete Días Ilustrados, 17/10/1967, año 1, nº 23, p. 25.
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figuras de Lonardi, Aramburu, Rojas u Onganía, más allá de sus diferencias personales e
ideológicas dentro de las fuerzas armadas, se asimilaban a personajes que estaban en el
lugar y momento justo para “salvar al país”.
Dardo (en la actualidad es jubilado y tiene 76 años) considera que cuando llegaban
al poder la gente tenía “una expectativa que parecía que solucionaban los problemas y
hacían funcionar el país y cuando se iban seguía todo igual, por lo tanto era una
desilusión. No había otra forma de arreglar las cosas, no había gente capaz que lo hiciera.
Tenían toda la fuerza y el mando de poder solucionar las cosas pero como no lo
solucionaron no fueron capaces tampoco ellos. No fueron capaces porque no quisieron”.
Por su parte, Marta (jubilada y de 71 años), comenta que “los gobiernos militares los
vivíamos como el relato de un cuento pero no con un final feliz porque en algunos años,
los primeros, nos sentíamos protegidos con orden y tranquilidad pero luego sentíamos que
se podría todo”. En ambos testimonios se puede observar la expectativa inicial y la
desilusión posterior, elementos que se han profundizado con el paso de los años debido a la
distancia temporal de los hechos y de las experiencias vividas.
A esta opinión, se suma la de otro entrevistado que recuerda los golpes militares
con cierta ambivalencia, probablemente producto del paso de los años y de cierta reflexión
al respecto: “los golpes los viví con mucha alegría pero también con mucha pena. Los
cambios así no pueden dar frutos, te das cuenta ¿Por qué? Porque los militares siempre
fueron llamados, por políticos de una u otra tendencia. Se le imponía hacer el golpe.
Entonces no es práctico eso, no son soluciones” (Nuncio, jubilado, 76 años). Una
reflexión similar es la de María Luisa (jubilada, 77 años) al considerar que un golpe militar
“era necesario, era necesario un cambio ¿no? A lo mejor no estaría bien el asunto militar,
pero era la única forma que podía cortarse eso ¿no?”
En consonancia con estos testimonios una nota de la revista Siete Días reflexionaba
sobre el poder de los militares a 38 años del primer golpe, a partir de un chiste que
circulaba en el Colegio Militar: “para los cadetes el grado inmediato superior al de
general es el de presidente de la República –inventado a fines de 1930”. Acto seguido, el
periodista lo asociaba directamente con un sarcasmo: “Lo que hacen los militares es
eliminar al grupo de políticos que no les gusta, para poner en el gobierno a otros
políticos, pero de su preferencia”. En realidad, continúa la nota, “ello implica una
inversión de la realidad. Porque casi siempre fueron los políticos quienes reclamaron la
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intervención de los militares”36. Aquí puede observarse, por un lado la naturalidad con que
la sociedad aceptaba los golpes militares reconocida en que el grado superior al de un
general en el mandato militar era el de presidente de la nación. Pero por otro, está presente
la idea bastante generalizada de que eran los políticos (opositores al gobierno de turno)
quienes “golpeaban las puertas de los cuarteles” para solicitar a los militares la
interrupción del gobierno democrático y de esta forma consolidar un nuevo gobierno. En
consecuencia, y siguiendo esta lógica, los políticos no iban de la mano de la democracia, es
decir, no utilizaban los canales democráticos para llegar al poder sino que buscaban
desestabilizar a los gobiernos elegidos por el pueblo y participar de las políticas llevadas
adelante por los mandatos militares.
b. “Democracia y juventud”
Se asocia a los jóvenes con la democracia y la libertad pero para comprender la
opinión de los protagonistas de aquellos años, es necesario dar cuenta del contexto
histórico en el que habían crecido y madurado, en el que se habían transformado en
ciudadanos con derecho al voto pero sin haberlo practicado regularmente. Habían nacido
entre 1935 y 1945, es decir durante gobiernos militares o pseudo-democráticos (Justo,
Ortiz, Castillo, Ramírez, Farrell). La mayor parte de su educación se desarrolló durante el
gobierno peronista. Su primera práctica democrática fue en las elecciones de 1958 o en las
de 1963. En ambos casos, los gobiernos elegidos por el voto (Frondizi e Illia
respectivamente) fueron destituidos por golpes militares. Es decir, no tenían una buena
experiencia con la democracia y vivieron uno de los períodos políticos más irregulares de
la historia argentina, aunque no el único. Con ello no se justifica su actitud pasiva ante la
democracia pero si se busca entender y contextualizar sus opiniones al respecto.
Es interesante el planteo que hace la revista Siete Días sobre el proceso de
inestabilidad política que se venía dando en la Argentina desde el año 1930. Ante la
pregunta: “¿Quiénes son los responsables de esa fragilidad institucional? ¡El Ejército o
los partidos políticos?”, la respuesta apunta a la situación de aquellos años:
“prácticamente nadie deja de aceptar como un hecho irreversible de la realidad
contemporánea, la irrupción de los militares en las diferentes políticas del Estado (…)
Dadas las circunstancias, las FFAA hicieron las veces de único partido con gravitación de
poder real en la Argentina. Las reuniones de generales o los discursos de los jefes
36 “Militares: los caminos del poder”, en: Revista Siete Días Ilustrados, 7 al 13/5/1968, año 1, nº 52, p. 10 a 14.
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militares pesan mucho más en la opinión pública que las convenciones partidarias. Y algo
más: las decisiones políticas ya no se discuten en los comités (mucho antes de su última
clausura), sino en la Escuela Superior de Guerra y en los altos organismos militares37”
En este párrafo se ve reflejada la opinión de un amplio sector de la sociedad
argentina que no tenía confianza en los partidos políticos para gobernar siendo ellos los
protagonistas fundamentales de un gobierno democrático, sino que creía que eran las
fuerzas armadas las que debían atribuirse dicho papel. Ese “hecho irreversible” de la
realidad contemporánea marca a toda una época y a toda una sociedad que aceptaba y
apoyaba este tipo de intervenciones.
En consonancia con lo publicado en la revista, destaco uno de los testimonios sobre
lo que pensaba un joven desilusionado de la democracia: “No tenía confianza en la
democracia ni en los partidos políticos. Porque no había funcionado nunca la democracia.
Los partidos políticos eran como un partido de fútbol, te hacías hincha de uno y estabas
con ellos, después veías que el tiempo que gobernaban era desastroso porque siempre
venía alguna calamidad, todo empezaba con la inflación, entonces terminaban por
echarlos” (Dardo). Aquí, como en otras entrevistas, resulta interesante para comprender a
este grupo la idea de “echar”. En ningún momento se planteaban la posibilidad de un
reemplazo democrático a ese gobierno que consideraban caótico sino que la salida del
mismo era el reemplazo por un gobierno militar que, en teoría, solucionaría los problemas
y daría cierta tranquilidad y orden a aquella situación previa. ¿Se puede hablar de un
desencanto de la democracia? Probablemente sí. En el amplio porcentaje de la sociedad
que vivía ese desencanto también se encontraban los jóvenes revolucionarios que
intentaban cambiar el mundo desde la lucha armada y no desde las urnas. Aquí se podría
encontrar un punto en común que podría observarse como generacional.
Por otra parte se advierte certidumbre en la democracia pero no en el aparato
político: “Tenía confianza en la democracia pero no en los partidos políticos. Cuando voté
por primera vez me sentía muy responsable” (Marta). Aquí se vislumbra esperanza y
compromiso por el futuro político del país, específicamente se aprecia el acto eleccionario
que al ser un valor casi impracticable es considerado beneficioso para la salud de la nación.
Pero más allá de la desconfianza o la esperanza en la democracia, resulta
interesante un testimonio que tiene como protagonista al ex presidente Illia y el golpe que
lo destituyó en el año 1966. Ana (jubilada, 78 años), recuerda que le había molestado
37 “Militares: los caminos del poder”, en: Revista Siete Días Ilustrados, 7 al 13/5/1968, año 1, nº 52, p. 10 a 14.
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mucho “el haber sacado a Illia en la forma que lo sacaron, y considero que a partir de ese
momento se fue perdiendo la democracia, y bueno, por lo menos ahí teníamos a una
persona, si bien parecía lenta, pero era sumamente honesta”. Para ella, como para otros
tantos argentinos, el golpe militar de 1966 significaba la gradual pérdida de la democracia.
No obstante, en la descripción del presidente Illia, la entrevistada se hace eco de las
caracterizaciones de la época que lo identificaban con una tortuga y que para muchos
historiadores fueron parte del detonante y posterior apoyo al golpe militar.
c.“El apoyo a los golpes militares”
Ante las preguntas sobre los golpes militares desde 1955 en adelante, las respuestas
dependían de la simpatía política de estos jóvenes. Si bien, en algunos casos eran casi
niños al momento de la caída de Perón, se ha observado que en el recuerdo de aquellos
acontecimientos la opinión familiar pesó en las respuestas, en su mayoría en contra del
gobierno de Peron. Al respecto, y viendo como proyección el apoyo de estos sectores al
golpe de 1976, es interesante el planteo de Sebastián Carassai: “la desconfianza que
tradicionalmente les había inspirado el peronismo no dejó de agravarse al tiempo que el
gobierno se demostró cada vez más ineficiente para revertir la sensación de desorden y
caos relativamente generalizado que reinaba en algunas zonas del país. Ello condujo a las
clases medias sin militancia a presenciar con la indiferencia de lo obvio, en 1976, la caída
de un gobierno por el que jamás sentirían ninguna nostalgia”38. Si bien no se ha buscado
en los entrevistados la condición de clase media, la caracterización planteada por Carassai
de “sin militancia” podría valer en este caso. No obstante ello, y sin plantear un análisis
profundo, se puede confirmar que un alto porcentaje de los testimonios se identificaba con
los sectores medios.
La fórmula “sin militancia” más “apoyo a los golpes militares” está reflejada en los
siguientes testimonios: “En ese momento yo hacía y pensaba lo que decía la gente. En
Buenos Aires a alguno se le antojó decir tortuga a Illia y todos le decíamos tortuga.
También que no hacía nada, y lo decían todos los políticos y militares, y nosotros también.
Por lo tanto tuve una reacción acorde a la opinión pública, todos estaban de acuerdo con
el golpe y para mi era algo favorable. Cuando se producía un golpe uno pensaba que por
fin lo rajaron. En el caso de Perón sentí alivio porque se terminaba una época asfixiante,
38 Carassai, S., “Ni de izquierda ni peronistas, medioclasitas. Ideología y política de la clase media argentina a comienzos de los años setenta”, en: Desarrollo Económico, nº 205. Vol. 52, abril-marzo 2012, pp. 65-117.
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porque estábamos todo el día escuchando los nombres de Perón y Evita y viendo sus
imágenes por todos lados. Estaba contento” (Dardo).
Por su parte, Pepe y Toto, reconocen que el golpe “caía de maduro”: “Me parece
que venía solo el golpe, se caía el gobierno sin el golpe, pienso que el gobierno se caía,
pienso ¿eh? Se caía sin el golpe, no había gobierno” (Pepe, jubilado, 79 años).
“Y mirá el golpe, yo mucho en la política no andaba. Hablábamos sí, comentando
con amigos, gente conocida, pero el gobierno ese caía solo. Eso caía solo, de maduro, se
veía” (Toto, jubilado, 75 años)
Pero no solo los testimonios marcan un apoyo a los golpes militares. La revista
Siete Días publicaba: “Que las alteraciones institucionales no obedecen ni a una supuesta
‘vocación de poder’ de las FFAA ni a esquemáticos enfrentamientos entre civiles y
militares, es lo que se desprende claramente del más superficial balance de los últimos 38
años. Hay un dato que parece incontrovertible: la frustración nacional. Vale decir, el
desencuentro entre las instituciones formales y la realidad político social. Pero resulta
igualmente cierto que, en términos generales, ningún interregno militar resolvió los
problemas que le dieron origen”39. Es interesante destacar aquí el balance que hace la
publicación: se habla de una “frustración nacional” que podría deberse al poco éxito de los
golpes militares como también al escaso diálogo entre los partidos políticos y la realidad de
aquella época. Parecería que entre este sector de la población a lo que se suma la opinión
pública de la época, el golpe era la salida a todo. Las distintas situaciones vividas por el
país habían llevado a una pérdida de sentido cívico-democrático40, es decir, la única
alternativa posible que se presentaba ante las crisis de los gobiernos democráticos era la de
la interrupción por la fuerza de los mismos. Se había perdido confianza en cualquier
solución de tipo democrática.
Por último, se presenta el apoyo de estos jóvenes al golpe militar del año 1976. En
ese momento, los entrevistados tenían más de 30 años. No obstante la edad, su forma de
pensar no había cambiado, al contrario se había profundizado a favor de la intervención
militar en la vida democrática. El apoyo al golpe militar que destituyó a María Estela
Martínez de Perón fue contundente, lo consideraban necesario y así lo explican: tomar
“Y, quizá el pueblo en ese momento, Videla representaba... como una tranquilidad
porque veníamos desgastados de tantas maniobras y de tanta incapacidad, no. Y de
39 “Militares: los caminos del poder”, en: Revista Siete Días Ilustrados, 7 al 13/5/1968, año 1, nº 52, p. 10 a 14. 40 Se adopta este concepto del texto de Sartori, D., “La politica fuori dalla storia della politica”, en: Scienza e politica, per una storia delle doctrine, vol. XXIV, nº 46, anno 2012, pp. 21 – 31.
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pronto, pensando que era algo transitorio, era como que Videla venía a recomponer un
poco las cosas. Después ya fue un desastre, tremendo, espantoso. Todo lo que frena a la
democracia trae unas consecuencias horribles para un país, y lo vemos, porque nos
ocurre, porque es una forma de infiltrar.... todo lo que no sirve se va infiltrando, y termina
por destruir un país como este, ¿no?” (Ana)
“Personalmente apoyé el golpe del ’55 y el del ’76. El del ’55 porque sentí una
gran liberación cuando destituyeron la dictadura de Perón. El del ’76 porque era todo un
desastre, bombas y muertes todos los días, no había nadie que gobernara, había mucha
inflación, un caos total. No estoy de acuerdo con lo que pasó después, pero el 24 de marzo
estaba de acuerdo en que se fuera Isabelita”. (Marta)
Al escuchar y releer estos testimonios, no es posible dejar de comparar los mismos
con un trabajo realizado por Alejandro Horowicz. En uno de los capítulos de su ensayo,
realizó un puzzle con las cartas de los lectores del diario La Prensa entre el año 1976 y
1983. Según el autor el mismo “no reduce a la toda la sociedad argentina en un texto pero
digo que, la sociedad argentina estaba y todavía está, recorrida por este texto41”. Al leer
estas cartas unidas entre sí por la mano de Horowicz, se puede reconocer en ellas a los
entrevistados: “cuando las Fuerzas Armadas tomaron el poder el 24 de marzo y escuché el
texto de la proclama, exulté. Se había salvado la patria. Mi euforia no es superficial. Hay
quienes sostienen que lo es, porque, más bien, había que estar triste por haberse perdido
una oportunidad de vivir democráticamente. Democracia es una palabra que expresa un
sistema de gobierno y de participación de los ciudadanos en ese gobierno. Pero antes que
en la democracia o en cualquier otra forma de gobierno, creo en la honestidad. Sin
honestidad no hay sistema de gobierno que resulte bueno”42. Para esta parte de la sociedad
argentina, la honestidad se ubicaba por sobre cualquier forma de gobierno y, en ese
momento, era encarnada por quienes tomaban el poder por la fuerza.
Reflexiones finales
Esta ponencia es un ensayo de ideas enmarcado en una nueva etapa de
investigación en la que estoy delineando un objeto de estudio: los “otros jóvenes”. A través
de los testimonios recopilados como de las notas ofrecidas por una de las revistas más
leídas de la época se ha intentado analizar los motivos que llevaron a algunos sectores de la
41 Horowicz, A., “Rapsodia consentida: las cartas del lector”, en: Horowicz, A., Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional, Buenos Aires, Edhasa, 2012, p. 214. 42 Horowicz, A., Ibidem, p. 215.
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juventud a aceptar los golpes militares y a tener una relación casi indiferente con la
democracia.
¿Por qué la juventud? Porque como se mencionó en la introducción existe un
estereotipo de joven rebelde, revolucionario, politizado que buscaba transformar al mundo.
En contraste, lo que surge de esta observación es la figura de una juventud apática,
descreída y desconfiada de la democracia a la que veían como algo caótico. Sustentaban a
la autoridad, a la estabilidad, a la tranquilidad, al orden y a la fuerza militar. Probablemente
el clima político institucional que dominaba la época hiciera que muchos pensaran así. La
idea de “poner las cosas en su lugar”, de organizar y regularizar el país a través de la
disciplina y de la fuerza era el resultado de una fórmula que tenía por un lado, a los
gobiernos elegidos democráticamente que no lograban cumplir sus objetivos en los
tiempos establecidos y por el otro, a las fuerzas armadas que intervenían en dichos
gobiernos para lograr una estabilidad institucional en pro de un nuevo llamado a
elecciones. Todo esto acompañado del transfondo político que reinaba por aquellos años:
la proscripción del peronismo, hecho que favorecía una serie de tensiones sociales y
políticas en la Argentina.
Por último, uno de los objetivos propuestos para la ponencia era el de observar la
conformación de una identidad política particular que marcó la segunda mitad de la
historia argentina del siglo XX. Si bien no se puede plantear la existencia de esta identidad
con el trabajo hasta aquí realizado, se han dado los primeros pasos para comprender el
contexto y los actores en la construcción de la misma. Es oportuno pensar a la identidad
como una “configuración cultural”, en el sentido que se enfatizará la heterogeneidad, la
multiplicidad, la pluralidad en la experiencia de estos jóvenes en una sociedad marcada por
la diversidad social y cultural. En consecuencia, resultará útil concebir la diversidad
cultural como histórica para poder alcanzar un “mayor reconocimiento de los otros y de sus
historias peculiares43” en un determinado momento.
En un futuro y ampliando el acervo de fuentes a trabajar, se comparará a estos
jóvenes con aquellos otros que protagonizaron la década del ’60 e identificaron a la
juventud como rebelde y revolucionaria marcando un antes y un después en la historia de
la sociedad argentina.
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