la semilla que pario la entraña

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LA SEMILLA QUE PARIÓ LA ENTRAÑA Se abrió el suelo y auroras furiosas se abatieron sobre las estremecidas ciudadelas de los hombres. Entonces, aplastando lo que había moldeado por juego, El Caos idiota barrió el polvo de la Tierra. (H.P. Lovecraft) Puedo escuchar cómo algo se resquebraja al interior de este ser deambulante, criatura impensable que se arrastra, agitándose en toda su masa informe, brillante y viscosa, emanando en cada estremecimiento sus jugos insanos, que se proyectan formando alrededor del cuerpo un laberinto de brazos como látigos agitándose y golpeando el cielo. El cielo que cuelga del universo infinito sujeto de las estrellas. La criatura surca la Tierra con sus tentáculos, hiriéndola, arrancando la vida que se alimenta de ella. Mi estupefacción al contemplar a la criatura ha abierto en mi frente un órgano nuevo, desde el cual, su deformidad y aberración se convierten en luz, en cuyo reflejo el universo devela sus verdades y puedo al fin ver más allá, al interior de la bestia, que ahora se muestra transparente. Hay allí una burbuja, que gira como un mundo aparte, completando el universo de la bestia. Al interior de la burbuja, el mundo transcurre en medio de una tranquilidad pasmosa, lo observo con mi nuevo órgano, que ahora es un enorme ojo que vigila el mundo desde lo alto de la torre más alta, desde la que puedo ver a sus mundanos habitantes seguir los caminos trazados por los “guardianes”, grandiosos sacerdotes, seres viles y enajenados por la ambición, cuyas carcajadas de satisfacción se convierten en el eco que mantiene a los pobres mundanos convertidos en espectros. La conciencia, perturbada por el sueño, reniega y se entristece por lo que observa el divino órgano de la visión trascendental, mientras la presencia en la mirada de aquel ojo comparte con los depravados sacerdotes la morbosa satisfacción del poder. El encuentro inevitable de ambas sensaciones provoca la caída, el fin del sueño y el olvido de la visión. Mientras caigo intento repasar cada una de las imágenes, que se confunden desde ya para escabullirse en la memoria. Tienes que recordar…

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LA SEMILLA QUE PARI LA ENTRAA

Se abri el suelo y auroras furiosas se abatieron sobre las estremecidas ciudadelas de los hombres. Entonces, aplastando lo que haba moldeado por juego, El Caos idiota barri el polvo de la Tierra.(H.P. Lovecraft)

Puedo escuchar cmo algo se resquebraja al interior de este ser deambulante, criatura impensable que se arrastra, agitndose en toda su masa informe, brillante y viscosa, emanando en cada estremecimiento sus jugos insanos, que se proyectan formando alrededor del cuerpo un laberinto de brazos como ltigos agitndose y golpeando el cielo. El cielo que cuelga del universo infinito sujeto de las estrellas. La criatura surca la Tierra con sus tentculos, hirindola, arrancando la vida que se alimenta de ella.Mi estupefaccin al contemplar a la criatura ha abierto en mi frente un rgano nuevo, desde el cual, su deformidad y aberracin se convierten en luz, en cuyo reflejo el universo devela sus verdades y puedo al fin ver ms all, al interior de la bestia, que ahora se muestra transparente. Hay all una burbuja, que gira como un mundo aparte, completando el universo de la bestia.Al interior de la burbuja, el mundo transcurre en medio de una tranquilidad pasmosa, lo observo con mi nuevo rgano, que ahora es un enorme ojo que vigila el mundo desde lo alto de la torre ms alta, desde la que puedo ver a sus mundanos habitantes seguir los caminos trazados por los guardianes, grandiosos sacerdotes, seres viles y enajenados por la ambicin, cuyas carcajadas de satisfaccin se convierten en el eco que mantiene a los pobres mundanos convertidos en espectros.La conciencia, perturbada por el sueo, reniega y se entristece por lo que observa el divino rgano de la visin trascendental, mientras la presencia en la mirada de aquel ojo comparte con los depravados sacerdotes la morbosa satisfaccin del poder. El encuentro inevitable de ambas sensaciones provoca la cada, el fin del sueo y el olvido de la visin. Mientras caigo intento repasar cada una de las imgenes, que se confunden desde ya para escabullirse en la memoria. Tienes que recordar

*

Una bocanada de niebla densa y fra irrumpe por la ventana, arrastrando un silbido desde la tempestad que golpea las olas del mar. Adentro, siento la niebla acariciar la nuca y meterse entre las sbanas, enfriando el cuerpo, me recorre un escalofro, cuando abro los ojos, no se si ese escalofro fue provocado por la niebla o por la ltima imagen que me enfrent en el sueo.Fue slo un instante, luego es como si hubiera dormido tanto, pero tanto tiempo que posiblemente el mundo ya no exista. Con un sobresalto me levanto de la cama, todava est oscuro, la hora del diablo, de entre las persianas se cuelan haces de luz desde los postes que iluminan la calle solitaria, de veredas mojadas por la lluvia de la madrugada. Algunos gatos chillan espantosamente a lo lejos, como si fuera una masacre infantil.El tiempo se siente a veces tan incierto, y la noche est tan silenciosa, los ruidos en noches como esta son macabros, hacen pensar, como ahora, que todo est a punto del final, que el destino innegable est a la vuelta de la esquina. Vuelvo a echarme envolvindome completamente con el edredn, como una oruga esperando despertar como mariposa, volviendo a dormirme casi al instante.

*Recobro la conciencia y estoy caminando por una de las avenidas ms antiguas de la ciudad, justo en el momento en que la maana hace su intempestiva aparicin, hasta hace slo un instante contemplaba la oscuridad. Todo sigue a punto de colapsar en este sistema deforme y enajenado. Est, el mundo, a punto de colapsar. Con todos sus mundanos insignificantes huyendo despavoridos ante cualquier movimiento extrao; rezando de rodillas, pidiendo clemencia a la abominacin que los tiene aprisionados, y que ellos mismos permitieron se creara, para su propia seguridad.Si, una vez ms la maldicin de la criatura convertida en antagnico. Una creacin maldita, destinada a calmar el miedo, el principal, el que enfrenta al creador con su propia imagen reflejada. El organismo que se convirti en la burbuja bajo la que sentirse cmodo y confiado, es la criatura de la criatura, an ms vil que el creador. Criatura sin alma, homunculo, quien se convertir en el salvador y verdugo infinito.Pesa sobre el creador la inmensa culpa del pecado que significa haber siquiera concebido la creacin de semejante abominacin, l intenta desaparecer a la criatura, presumiendo su inexistencia, hasta que la olvida. Y la criatura se pierde en un laberinto de olvido, sola, alimentndose de sus propios susurros, de sus palabras fermentadas, conjurando en extraas lenguas rastreras. Totalmente degradada, la criatura ya ni recuerda si es real o slo el sueo de algn eterno moribundo.Escudado en el olvido el creador disfruta de su seguridad, sin imaginar en lo que se ha convertido su seguridad. Su existencia est maldita, destinada a ver perecer su mundo frente a sus ojos, por buscar la inmortalidad jugando a ser Dios. Y la criatura creo a su vez su propia criatura y se llam a s mismo creador. Pronto el ciclo se cerrar y, nuevamente, algo habr de morir, el creador ver su imagen caer y hacerse trizas sobre el suelo. Entonces no ser el suelo sino el universo entero el que comenzar a derramar su oscuridad al interior de la burbuja, agrietada por el paso de la muerte. Al final se vern cara a cara, el creador y la muerte, entonces las cuentas quedarn saldadas y la historia volver a comenzar.

* Entonces sospecho que algo no anda bien, y esta intuicin viene acompaada de la casi certeza de que este no andar bien no es de ahorita noms sino que es el acumulado de aos de aos de dejar sin tratamiento una enfermedad que ha terminado por convertirse en tan normal que quien no la padezca es visto como extrao y hasta peligroso, por poner en entredicho la supuesta sana normalidad, ciertamente patolgica, en la que se encuentra sumida la ciudad en donde me veo inmersa y de la que comienzo a padecer crnicamente. Y va apareciendo un tal malestar, que me provoca sueos perturbadores, donde el mal, encarnado en un ser destructor amenaza con acabar con todo, el heraldo de la destruccin, el inminente fin del mundo. Camino por el mundo arrastrando esta peculiar intuicin, escondindola de la mirada inquisidora de la gente que deambula despreocupada por las calles, sin percatarse del infierno que se cocina bajo el pavimento ardiente, que soporta el calor contenido en la atmsfera polucionada. Mientras miro hacia el suelo, y con los ojos neurticos logro atravesar las capas de capas que separan el mundano mundo de ese infierno, que arde, que amenaza con explosionar el todo hasta convertirlo en nada, para mi, que lo veo, que llego hasta a oler el ardor de las llamas, resulta extremadamente atractivo, la idea del fin del mundo llega a mi mente como la nica y real solucin para el defecto socialmente modelado que slo yo parezco percibiralguien ms se habr percatado de esto? Me pregunto mientras recorro los rostros con los que me topo en la calle, todos vacos dirigiendo la mirada hacia nada, esquivando incluso mis ojos curiosos. Pienso, no es posible encontrar emocin en estos rostros enfermos, ya nadie levanta la mirada para descubrir que an existe cielo ya nadie intenta descubrir hacia dnde nos llevan nuestros pasos ya nadie busca traspasar el suelo para hablar con los muertos, que lo ven todo ya nadie se pregunta hacia donde estamos caminando a nadie le importa si hay rumbo o caminamos hacia el vaco.

CUADRO

Dicen que el primer paso para superar un problema es reconocer que se tiene un problema pero, qu pasa cuando, aunque reconocido est, el camino hacia la total superacin del mismo se encuentra entrampado, qu pasa cuando, peor an, es uno mismo el que se pone las trabas para alcanzar la completa superacin, finalmente, qu pasa cuando ese uno mismo es en realidad uno que no resulta ser uno mismo sino una extraa versin perversa de uno mismo. Iba pensando en el taxi camino a casa, pegada a la ventana sin mirar realmente nada en especial y dndome cuenta de que, justo ahora, dentro de unas pocas horas se cumplira una semana desde el ltimo cuadro.Ya no importa porque ese cuadro ya pas y ni siquiera hay un recuerdo ntido de l, nunca lo hubo, entonces, cul es la prueba de que realmente existi. Los intentos por echar arena sobre ese pedazo de mierda que constituye aquel cuadro se repiten una y otra vez, cada estrategia pensada y repensada, pero no, siempre asoma un pedazo, o escapa un hilo del olor nauseabundo, ese cuadro se tomar su tiempo en ser enterrado, y an bajo la arena, los lquidos de su putrefaccin emanarn porque viene cargado, fermentado durante semanas de aguante y estreimiento. La panza hinchada y el nimo ftido.As el cuadro se repite, ya no la misma imagen, pero el cuadro permanece reproduciendo su hediondez a lo largo de das, semanas, meses y aos, el infinito marcado por su estigma, el cuadro. Para cuando logr meditar claramente sobre el asunto, el cuadro ya estaba baado en un charco de heces lquidas, una hemorragia anal cuya primera consecuencia fue dejar el cuerpo drenando espanto.Y ahora, vaya usted a saber por qu, siento de nuevo la amenaza, el cuadro. Pero, no se supona que estaba ya guardado, bajo cincuenta mil llaves, asegurado tras pesada puerta de plomoexagero hasta en la real envergadura de mi seguridad. El cuadro vuelve a estar colgado en la pared justo detrs de m, me mira entornando los ojos sin mover su cabeza de bestia en posicin de acecho, y es que una mano siniestra sigue alimentando sus ansias.Pero la diferencia es que ahora s lo siento, mis sentidos parecen aguzados ante el discreto silbido de su respiracin viciada, mi olfato percibe la ligera hediondez de su aliento, sobre mi hombro se arrastra la bruma verde que emana de sus fauces, previnindome del peligro inminente que se cierne sobre mi. Sus ojos de serpiente no se posarn sobre mi frente, su lengua bfida no se enroscar en mi garganta, su piel escamosa no envolver mi cuerpo. Esta vez, su imagen no ser la que se arrastre por los rincones de esta ciudad

Esta noche la luna debe estar a medio camino de expresar su redondez brillante sobre el cielo negro, sin estrellas para guiarnos. La casa se siente solitaria pero tranquila, las paredes me miran con sus ojos abiertos de par en par esperando mi reaccin, porque hoy mi mente maquinea, ea, ea, eajajajaes mejor tomarlo con gracia, el mal humor lo dejo para las maanas, cuando me siento ms consciente de lo que me molesta, ser porque las maanas me molestan en s mismas, porque quisiera no tener que despertar cada maana, vivir desde las cinco de la tarde, como en los viejos tiempospero no, las condiciones son las condiciones y hay que aceptarlas como vienen.Justamente por eso es que pienso, debo asumir lo que me toca y actuar en consecuencia, este no es el cuadro susurrndome al odo, esta soy yo tomando una decisin seria, la nica que creo me devolver la tranquilidad que necesito en este momento sin desembocar en una accin demasiado radical.Lo cierto es que en el estado en el que me encuentro y bajo las condiciones imperantes, no soy la mejor compaa para nadie, la influencia del dichoso cuadro sobre m es un peligro para m, para el mundo que me rodea, para el mundo en generalno me sorprendera que aquel desastre al otro lado del ocano fuera provocado por el efecto mariposa del cuadro sobre m. Y esto es algo que se queda aqu, entre el mencionado cuadro y yo, y ser nuestro secreto hasta el encierro o la tumba. Deca que en estos momentos no soy la mejor compaa, lo s porque l lo sabe, aunque no se de cuenta, pero lo sabe y para m es demasiado obvioel hecho que no est ac nunca cuando yo llego, el hecho de que no me hable cuando est ac conmigo, el hecho de que no duerma conmigo, aunque la excusa siempre sea que hay algo importante que hacer. Una excusa es una manera de justificar algo sobre lo que no se quiere meditar, tan solo escapary en este momento, por la condicin de cuadro que me aqueja l slo quiere escapar.Y no le restan motivos, yo misma quisiera escapar pero el cuadro est aqu, colgado justo detrs de mi, o en frente de mi, o dentro de mi, est en mi y escapar es imposible.

*

Ayer te escuche decir que lo tomaras todo con el mejor humor, y que dejaras atrs la opcin de tomar acciones extremas, pero slo te bast cerrar los ojos para olvidarlo todo y dejar al cuadro tomar las riendas de la situacin. Ahora ya no hay marcha atrs, no puedo ms que tomar las riendas de tu compostura y decretar sin miramientos, se acabaron los privilegios!Es hora de que pases relegada a segundo plano, por encima de ti deber estar todo lo que le corresponde a este mundo y sus habitantes, tanto tiempo despreciados por tu personay no me importa si fuiste tu o fue el cuadro, es el mismo rostro aunque desfigurado el que dispara las miradas, es la misma voz la que injuria y maldice eres tu, sin duda alguna, quien merece la sentencia y el castigo, y espero que tengas la suficiente responsabilidad de asumir lo que te toca ahora, a menos que ests dispuesta a encarar la pena de muerte, a lo que conllevara el que intentes librarte, por cualquier medio de este benvolo dictamen.

*

Y bueno, qu fue de todo aquello, de toda esa fanfarria de amarguras y tristezas, en qu qued aquel decreto dirigido a implementar las medidas de escarmiento a tu exagerado nivel de engreimientoqu fue finalmente del cuadro, hasta donde ha llegado el grado de su putrefaccin, de su influjo sobre tu ser tan vulnerable, dbil ante su mandoYo no s, de pronto me siento tan cansada, los parpados me pesan, me arden los ojos que lagrimean irritados frente a no s qude pronto comienzo a sentirme aburrida de todo esto, de pronto al cuadro slo quiero dejarlo, guardarlo bajo llave y no verlo ms ni pensar en l, finalmente parece haberse quedado sin fuerzas, hasta nuevo aviso, no es bueno cantar victoria con l, uno nunca sabe en qu momento regrese y se pose de nuevo en la pared detrs de mi acechando, amenazando la frgil tranquilidad de mi estado mental.

*

No se puede escapar para siempre, eventualmente eso de lo que se intenta escapar termina por aparecer. Pasado el tiempo las defensas bajan, los esfuerzos por escapar se mitigan y entonces, en un descuido plaf! Aparece y nos deja perplejos, y ahora, qu hago, nos preguntamos.En esto pienso ahora, meditando sobre mis propias necesidades de escape no puedes escapar para siempre me dijiste, lo recuerdo, todava retumba la frase en algn recoveco de mi memoria y yo lo saba, eventualmente tena que pasar. Pero yo sigo escapando, aplazando el momento en que se tenga que enfrentar lo sucedidono, prefiero dejar que pase el tiempo, lo que implica una prdida, las cosas no volvern a ser como antesEsto me molesta, por una real tontera he terminado por perder mucho, no necesariamente est todo perdido, tu dicescomo si no me conocieras, crees que voy a volver a estar ah como si nada hubiera pasado, mi permanencia en este mundo es algo con lo que muchas veces me cuesta lidiar, sabes que una parte muy grande de mi ser preferira desaparecer, pero ahora ya no puedo hacer eso, ya no tengo las herramientas que tena para hacer efectivas mis huidas pero an as lo sigo intentando, ya no puedo escapar del todo pero puedo alimentar las distanciasquedarme lejos mordindome los dedos para calmar la ansiedad y tratar de que nadie se de cuenta de la magnitud de mi incomodidad, un poco difcil, lo s, no es que me sea muy fcil ocultar lo que estoy pensando pero puedo intentarlo, practicar hasta que me salga bien eso de fingir.no se, ya no quiero hablar del tema.

*

Y ahora, en qu andas pensando, en el asesino interno del alma, el gusano que carcome la voluntad, en el constante dolor de cabeza que tienes durante todo el da, en las punzadas que explotan en tu cabezaqu ser eso? Los inicios del prximo declive de tu cuerpo, de tu despegue de este mundo, de tu claudicacinel fin de los tiempos.Mentira, los tiempos siguen, aunque tu ya no los puedas disfrutar.Pienso, en cmo sera escribir la historia del asesino interno de mi alma, lo sabra si tan solo la inspiracin viniera a m, pero no, ahora slo puedo escribir mis pensamientos, los cuales luego de ser plasmados slo me parecen basura.

ENCIERRO

Levantarme de mi cama poco antes del medio da fue, hasta hace algn tiempo, rutina diaria para m, justo hasta antes de estrenar nuevo trabajo y horario de oficina. Pues bien, tras algunas horas de marmoteo camoso me levant un da directamente hacia el bao para darme una ducha con agua caliente (an puedo recordar los das en que el agua caliente era una cosa extraa para m, das en los que me baaba con agua bien fra, das en que las sesiones bajo la ducha eran rpidas, violentas, heladas).

Siempre he pensado en las vicisitudes de la vida cuando una historia comienza a aparecer. Como todos los das, me levant de mi cama con un salto un tanto violento, violentito dira yo, lo suficiente como para impulsarme fuera del halo de marmoteo que me envolva y me dejaba aplastada sobre la cama caliente. Aterric directamente sobre las pantuflas, me puse la enorme chompa de lana que me sirve de bata y me dirig, a paso de zombi, hacia el bao, abr la puerta y entr, orin, me lav los dientes y abr el grifo dejando caer el aguaesper hasta que se puso caliente, tanto que me quemaba la piel al solo contacto, compens abriendo el grifo de agua fra hasta que la lluvia tibia me acarici el cuerpo relajando cada fibra de mis msculoshaaaa!, qu rico es baarse!..., la rutina de todos los das: shampoo sobre la cabeza, acondicionador, me jabono el cuerpo, tal vez una rasurada, tal vez un poco de lima en los pies con piedra pmez, me saco el acondicionador del cabello, siento lo suave que quedaun rato ms bajo el agua calienteha, qu rico se siente.El agua comienza a enfriarse, la seal para salir de la ducha. Cierro el grifo, abro la puerta corrediza y cojo una toalla que he dejado sobre la taza del inodoro, me la pongo en la cabeza a modo de turbante, me seco con otra, un poco de talco en los pies, me pongo la ropa interior, cuelgo la toalla sobre la puerta corrediza y me dispongo a salir del bao, hacia el cuarto para cambiarme.Todo hasta ahora es igual a cualquier maana, rutinaria y aburrida. Sin embargo, esta vez la rutina se ha roto y la puerta no abre, la perilla barata de color plateado desgastado intilmente movida por mis manos desesperadas no parece funcionar, la puerta esta cerrada, atascada, robada, no sirve, me quedo encerrada en el bao, rodeada del vapor que todava envuelve el pequeo espacio. Puta madre, y ahora qu hacemos! Grita la voz iracunda desesperada pensando en lo que se pudo hacer para que esto no pase, buscando alguien a quien echarle la culpa, tpico en ella.Claro, se supone que nunca se cierra la puerta cuando entramos a la ducha, cundo has cerrado la puerta, se te tena que ocurrir justo ahora cerrarlasi sabias que andaba mal la puerta, por qu la cerraste!!!!Y era cierto, haca ya varios das que la puerta del bao andaba trucha, se atascaba, amenazando con encerrar a alguien y, claro, yo era el mejor candidato.Y encima no trajiste el celular. Remarco el asunto de las vicisitudes. Si hubiera sido cualquier da, en primer lugar, no hubiera cerrado la puerta (como dice la voz iracunda) y, en segundo lugar, habra llevado el celular al bao, expectante a cualquier llamada, aunque sepa que, finalmente a mi nadie me llama por telfono (y este es un susurro que, aunque no fue expresado en ese momento en palabras audibles, tuvo la pobre de C, recordando que, en efecto nadie me llama!).Los minutos pasan como horas y la voz iracunda no se cansa de forzar la puerta que, hace tiempo que qued hermticamente cerrada, la jala, la fuerza, la golpea, la patea, tentando a ver si en una de esas la cerradura cede y la puerta se abre, pero nada. Mientras tanto, en los ojos de C arden las lgrimas que pugnan por salir e inundarlo todo en desesperanza. El pequeo bao se siente an ms pequeo y estrecho, demasiado para albergar tanta furia, tanta angustia, tanto drama, todo parece a punto de estallar.Y ahora qu, nos vamos a quedar encerradas ac hasta la noche, te imaginas?, seguro que l llegara como a las diez o ms tarde, ni siquiera hay forma de avisarle, l no sabe nada, llegar tarde, muy tarde y, recin ah podremos salirno importa nada ms, definitivamente en los ojos inundados de C, nuestra tragedia ser el encierro sin fin, en un cuarto de bao, con sus paredes blancas, un poco salpicadas de moho. Pero si es la historia de siempre, dime, cundo ha sido diferente, la mala suerte nos acecha, a cada paso, Ho!, que habremos hecho para merecer tal desdicha. Mientras C se sumerge en un abrazo lleno de congoja y desdicha, la voz iracunda recorre el estrecho espacio pensando en la mejor manera de escapar, y sus armas son solo de una naturaleza: violenta.Basta! No nos vamos a quedar ac, tengo mejores cosas que hacer que quedarme encerrada en un maldito bao escuchando tus lamentables lamentos, crees que es imposible, soy capaz de destruir este mismo cuarto con tal de dejar de escucharte. Con la piedra pmez en la mano la voz iracunda acalla los quejidos de su hermana golpeando la puerta blanca, que se hunde con el impacto mas no se abre. Maldita, abreteeeeee!Es intil, no podremos salir, nos quedaremos ac hasta que anochezca. Ni la angustia, ni la desesperacin harn que la ira sea aplacada, ella solo necesita destruir, solo necesita encontrar el arma perfecta, la fuerza la tiene y sabe como usarla.Han pasado casi dos horas, que parecen das, semanas, meses, aos enteros de claustrofobia, de mpetu contenido, de gritos acallados, silenciados, de encierro interminable, la consigna a este punto es solo una: no importa cmo, esa puerta tiene que ceder.Despus de un largo rato, de golpes y patadas, de gritos y rugidos, surge una idea: el arma ha estado siempre ah, sosteniendo el lavatorio. Uno de los parantes de metal est, hace tiempo, fuera de su sitio, la voz iracunda lo toma en sus manos y lo envuelve en una toalla. Parada frente a la puerta contempla la magnitud de la misin que le toca afrontar.Uno tras otro los golpes comienzan a abrir un agujero en la puerta. La perilla sale volando, definitivamente ya no sirve, pero el agujero an es muy pequeo. Mientras sigue golpeando, a un ritmo constante y montono, alimentado por la ira, la voz iracunda rememora en su cabeza desquiciada aquella pelcula, sueos de fuga, no importa cunto tenga que golpear la puerta, en algn momento tendr que salir. Pero el esfuerzo es demasiado y la ira no me deja respirar, luego de un momento me encuentro jadeando, sentada sobre el inodoro, con el arma caliente aun en mis manos, esto es imposible, no vamos a poder salir. Todo parece indicar que s, que esta vez C tiene razn, realmente nos quedaremos ac, encerradas en este diminuto bao sabe Dios hasta cundo. No, no me resigno al encierro, tengo que salir. Las lgrimas ya no solo baan la desesperacin de C, sino tambin la impotencia de la voz iracunda que toma un pequeo balde de pintura y se sube en l para gritar a alguien, desde la ventana del bao que da a la calle, quien pueda ayudarla a salir. La lucha entre ambas voces contina, mientras una amenaza con resignarse al encierro la otra lucha por encontrar una salida. En medio de este trance, si yo nos encerr, tal vez solo yo pueda liberarnos.

ESCAPES

El crepsculo es la raja entre dos mundosLas enseanzas de don Juan. Carlos Castaneda.

El bus avanza, por el camino entre la inmensidad del mar y la inmensidad del desierto, como gigantesca bestia de metal deslizndose, emitiendo un zumbido sordo, como un quejido apagado mientras que el sol, acercndose al final de su camino hacia el horizonte, se aferra con uas de fuego a su espalda, que arde provocando el agitar de una marea de vapores soporferos que nos envuelve, a nosotros, pequeos e insignificantes al interior de la bestia. En medio del aire enrarecido mi cerebro hace ebullicin, siento mis pensamientos evaporarse. Sentada frente a la panormica del bus, los ojos de la bestia, mis ojos, los siento empaarse. Casi consigo atrapar un hilillo de mis pensamientos, en forma de sensacin, una ansiedad inexplicable, el paisaje rido se desdibuja, ondula al otro lado del vidrio, ya no hay desierto ni camino, slo siluetas deformadas por la noche, mi cuerpo amodorrado sobre el asiento, mi mente que se volatiliza. Hacia dnde era que intentaba escapar esta vez... y la chirriante bestia se sumerge en la profundidad del tnel, sin sombras, solo el gorgoteo de la oscuridad, no hay cmo escapar a la oscuridad......Una sensacin de ptrea inmensidad, el cuerpo como una montaa, las venas como cavernas que la atraviesan configurando laberintos por donde fluye el recuerdo de lo que fue, carne y huesos. En algn punto, al centro mismo de la montaa, espera el amasijo sanguinolento de sus entraas olvidadas, llamando a cada latido desesperado el recuerdo perdido de ese cuerpo. El eco de una voz que parece haber gritado mi nombre atraviesa el laberinto hasta encontrar el centro, hasta acercarse a esa parte de mi que se halla escondida. Por un tnel de oscuridad viscosa, atravesando los lmites, mi conciencia adormecida regresa para llenar el recipiente vaco de mi cuerpo. Despierto con el montono ruido de un motor que irrumpe, mis ojos apenas pueden ver cegados por el titilar de destellos que provoca el sol de la maana sobre la superficie ondulante del lago, que no parece tener fin ni profundidad conocidas. Cmo llegu hasta aqu... La lancha contina con su navegar montono, atraviesa el lago hacia las montaas que emergen en el horizonte. Desde donde estoy, tendida sobre la parte ms alta de la embarcacin, podra extender los brazos hacia ellas y alcanzarlas, cogerlas con mis manos, podra tragarme la montaa, podra ser tan grande y pesada como la montaa. Cierro los ojos y en la oscuridad imagino esa inmensidad crecer en m, crecer y crecer mientras nos acercamos a tierra. Me siento increblemente atrada por esa inmensidad, hacia ella quiero escapar, dejarme tragar

El camino que sigo, empedrado de un intento tras otro y ahora, a la luz de este ltimo, la voz que busca escapar de su encierro clama por expandir su grito hasta llenar el horizonte infinito que se abre ante mi; mientras mis ojos, cansados de observar el mundo que los oprime buscan la infinita oscuridad y silencio que reina en la profundidad de la montaa. Sigo, atrs ha quedado la lancha, y sigue creciendo en mi, vrtigo embriagador mientras subo hacia la cima. Puedo verla, baada por la brillante luz del sol que centellea sobre la piel de la montaa, me ciega, la voz del viento me llama. Cada vez ms cerca, puedo sentir el palpitar de un sin fin de presencias ancestrales, fuera y dentro de mi. La tarde comienza a morir y en el cielo se libra una lucha de dragones, a los que no puedo ver, solo el encuentro terrible de las llamas que brotan de sus fauces, algunas estrellas curiosas han salido para observar el choque de las bestias. Cuando al fin llego, la excitacin alcanza su mximo y yo me pierdo en las profundidades del agujero en mi. Soy un vaco andante, en busca de ser llenado all. Ahora la lucha en el cielo se ha calmado pero en mi es an ms intensa, la voz que busca escapar hacia afuera y llenarlo todo con su grito frente a mis ojos que aoran escapar hacia adentro y calmar el cansancio en la oscuridad.El vaco en mi me rodea en la forma de un muro circular, ancestral, en su interior me pierdo en un espacio sin tiempo, me fundo con la inmensidad. Logr el escape que buscaba?. El universo despliega su espectculo aterrador frente a mi. Al oeste, el sol se zambulle en el horizonte, escondindose tras las montaas, dejando su rastro de un naranja profundo pintado de sombras prpura, El este es una vorgine de caos, la tormenta con sus gritos atronadores y sus destellos de furia amenazan la calma que se posa sobre mi, espacio de apacible celeste decorado de estrellas.El crepsculo es la raja entre dos mundos. S, logr el escape que buscaba, en el tramo final de este nuevo intento finalmente consigo verlo, el abismo, aguarda por mi, me llama. Pero el circulo ancestral a mi alrededor me impide seguir, he perdido el caminoestoy segura de este escape?.La montaa late bajo mis pies, mi ojos se cierran y me veo con los ojos de las piedras que forman el circulo a mi alrededor, perderme no es lo que quiero, no se lo que quierola voz en mi interior atraviesa el laberinto y rompe la barrera, su grito llena el vaci y opaca el embrujo del abismo, ahora conversa con los truenos y el susurro de la lluvia se mete en el laberinto que me atraviesa, soy la montaa, soy un pequeo ser temeroso escondido en lo ms profundo de la montaa, ciega, duea de esa voz furiosa que quiere llenar el mundo con su canto.Mis ojos se abren ante la imagen del ser, quiero buscarla pero est profundamente escondida. El circulo a mi alrededor se abre, un nuevo camino aparece ante mi, el canto de la lluvia a coro con las piedras que forman el circulo me animan a seguirlo, no hay mas abismos. Atravieso el caos, la lluvia, los truenos, el viento, relmpagos me muestran el camino que se forma a cada paso en medio de la oscuridad total, hacia nuevos intentos, no de extravo sino de encuentros.

DESIERTO

Expuesta a todas las perdiciones, ella canta junto a una nia extraviada que es ella: su amuleto de la buena suerte.Alejandra Pizarnik

Con el despertar de la maana, algunas rfagas arremolinan la arena que se acumula sobre el suelo, sin embargo, no logran alcanzar la altura suficiente para escapar sobre el muro, se quedan encerradas en medio del pueblo. Atraviesan por entero las avenidas, barren cada callejuela, se desquitan con los rboles golpendolos hasta doblegar sus enormes troncos. Hacia el medio da el sol calienta hasta convertirlo todo en una vaporosa alucinacin, los troncos desperdigados parecen los restos de antiguos habitantes, clavados como estacas en la tierra. Ya nadie camina por las calles, el pueblo solitario cobra vida propia, ondula su cuerpo y abre sus ojos al sol. La cancula parece comrselo todo, el paisaje se extiende hacia la aridez, pronto, los feroces vientos del desierto alcanzaran al pequeo pueblo, los remolinos se convertirn en tormenta hasta que la arena y el polvo lo cubran todo de olvido.En medio del flujo de esta tediosa inercia, una nia deambula solitaria, camina entre las calles desiertas como si fuera ella misma producto del espejismo que reina durante la tarde. De unos nueve aos, pequea y frgil, de brazos y piernas largas y delgadas, con la piel bronceada por el sol y el cabello desteido, largo y ondeado sobre su rostro siempre escondido. Busca trboles, y los busca para comrselos, da la impresin de que no se alimenta de nada ms, da la impresin de haber algo mgico o diablico en ella. Sentada en el muro de algn jardn o caminando por las calles con los bolsillos de su vestido, que alguna vez pudo ser blanco pero que ahora luce percudido por la acumulacin de capas de polvo, con los bolsillos descocidos rebosando trboles, sentada en el banco de algn parque limpiando y comindoselos mientras mece en el aire sus piernas que no llegan a alcanzar el suelo, del que parecen salir llamas como lenguas que amenazan alcanzar sus pequeos pies descalzos.

***

Esta maana la ciudad entera despierta al unsono, como si el tiempo se hubiera detenido rompiendo el hechizo que mantena en letargo a un ejrcito de espectros. Los relojes dejan de percibir el paso de las horas, el viento interrumpe su feroz azote, en las calles, la fuerza del sol distorsiona el paisaje y desfigura los rostros. Una quieta tensin se acumula en el ambiente, el aire, detenido casi al ras del suelo parece estar dejando sin aliento a los pocos que a duras penas intentan caminar por la calle. Todava no es medio da y la ciudad luce solitaria. Del desierto se aproxima una bruma, que arrastra sus vapores sobre la arena caliente.Llegado el medio da el sol lanza su mirada de fuego directamente sobre el lugar, las enormes puertas de la entrada han sido abiertas, en un intento por atrapar alguna brisa que pueda refrescar el infierno que parece estar a punto de encenderse al interior. En medio del patio, con baldosas de piedra frente al enorme portn, la nia permanece inmvil, con la mirada clavada en el horizonte que ondula fuera de los muros, el sol cae sobre ella, no hay ninguna sombra, las gotas de sudor que chorrean de su rostro empapado se evaporan en el aire antes de llegar al suelo. El polvo que yace sobre l se levanta impulsado por una tmida, casi imperceptible brisa que viene directamente desde el desierto, tratando de atrapar aquella gota de sudor. Una silueta se dibuja a lo lejos, un desconocido estremecimiento hace a la nia retroceder un paso, tras el que echa a correr dejando caer todos los trboles de sus bolsillos.

La sombra se acerca, lentamente avanza zigzagueante sobre el mar de arena. El pueblo permanece solitario cuando la sombra al fin alcanza la entrada, como una sigilosa bestia se introduce hasta cubrir las baldosas de piedra, junto con ella, un vientecillo rpido barre el polvo que las cubre. Con la sombra ya por completo adentro aparece en el umbral una figura delgada, envuelta de los pies a la cabeza por mantas cuyos bordes cuelgan de su cuerpo dndole una apariencia vaporosa, parece tal vez ms grande de lo que es, seguro por la postura erguida con la que camina, dando largos pasos detrs de su sombra, an ms ttrica que ella.La mujer y su sombra se pasean por las calles solitarias. Envuelta como est por mantas slo deja ver, y con cierta dificultad, un par de ojillos hundidos, tan hundidos que parecen acechar con un brillo animal desde el interior de cavernas; sus brazos, extremadamente largos, terminan en unas manos huesudas, de dedos interminables con uas carcomidas y mugrientas, con ellos parece acariciar los finos hilos que entrelazan la vida en el pequeo pueblo.A su paso el tiempo permanece esttico, detenido en un temblor, a punto de estallar. Casi al final de la tarde, cuando el sol comienza su camino de partida, al doblar una esquina la sombra, la mujer se detiene un momento, sus ojillos se encienden en una expresin de morbosa perversidad, a travs del velo que le cubre la cara se dibuja una sonrisa satisfecha que deja escapar, por entre unos dientecillos carcomidos, un aliento que comienza a cargar el ambiente, como un poderoso veneno.Tras la esquina, a tan slo unos pasos, la nia sentada sobre un muro se come los trboles que crecen profusamente llenando casi por completo el Jardn. La mujer la mira por un instante, rumiando algo entre dientes, afilando los ojillos, que se preparan para saltar fuera de las cavernas donde se esconden. Lentamente se acerca, es ms como un deslizamiento sutil. Primero, la sombra la cubre, luego, la nia siente la poderosa presencia de aquella enjuta mujer sentada justo detrs suyo. No la mira de frente sino por el rabillo del ojo, ladeando la cabeza, como ocultando alguna fisura impropia en su rostro. Despus de un rato, la nia se vuelve sin levantar la cabeza, slo los ojos, frunciendo el entrecejo en un gesto que mata toda la dulzura que podra tener. Tras este primer cruce de miradas ambas enderezan el gesto pero sin mirarse, - sabes por qu los comes? pregunta la mujer, espiando a la pequea por el rabillo. La nia siente su cuerpo estremecerse, sus ojos revolotean por un segundo buscando la respuesta, puede sentir los ojillos de la mujer a punto de saltar sobre ella, de pronto, cree ver tras el velo, su lengua relamiendo unos colmillos afilados, cierra los ojos y voltea el rostro, en su mano tiene un puado de trboles marchitos. En el jardn, bajo la sombra de la mujer, los trboles, junto con el viento que los mece, parecen rerse a carcajadas. Junto con la cada del sol la mujer y su sombra dejan el pueblo. Como cuando intuy su aparicin, la nia permanece parada frente al portal observando su partida, pensando en la nica pregunta que le hizo la mujer antes de desaparecer. Como un grito apagado de pronto un ventarrn fuerte la golpea en la cara, hacindole retroceder unos pasos, tras l queda una brisa suave mientras la tarde muere. Bajo un cielo rojo, encendido como el fuego, la nia deja la ciudad siguiendo el eco de la pregunta.

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Diminuto se ve el pueblo en medio del vasto desierto, es lo ms parecido a un hogar que tena, ni siquiera recordaba haber tenido uno de verdad algn da. La arena muere a cada paso, elevando su ltimo aliento, arrastrado por el viento hacia un universo de olvido, mientras el horizonte aparece difuso, distorsionado por la accin de un sol que se acerca asesino, latigando el aire. La realidad no existe en el desierto, pequeos demonios arden en la arena que se arremolina, configurando mundos enloquecidos, de inmensa soledad. No hay forma de escapar al desierto, nicamente abandonarse a la arena muerta y al sol ardiente, hasta convertirse uno mismo en espejismo.Al borde de un ocano de dunas ondulantes, la nia, camuflada en el color de la arena, observa su destino partido mientras decide entregarse al desierto. El pueblo qued atrs, pero en las retinas permanecen imgenes que pugnan por alejar la completa locura, producto del calor, la sed y la soledad. Sobrevivientes del olvido, estas imgenes intentan develar las huellas hacia un refugio, un lugar perdido en la memoria, clido y familiar, un lugar desde donde trazar un camino, incierto y desconocido, como el desierto mismo.

Pobre pequea nia, perdida en medio de la nada, fundida con la nada, caminando como poseda por una fuerza, como si esperara recuperar algo que le fue robado en un remoto pasado. Le quedan pocos trboles en los bolsillos, se los ha ido comiendo en el camino, y si no los hubiera tenido, tal vez ya estuviera muerta, siente haber caminado durante toda una vida, ya no puede ni reconocer su propio cuerpo, en medio del desierto todo parece irreal, y la visin que tiene de s la est convirtiendo en una especie de despojo, un espectro confundido entre la realidad y la locura del desierto. Pero sigue caminando, con las plantas de los pies encallecidas por completo, ya casi no siente la hirviente arena que pisa, hundiendo hasta las canillas sus piernas, mantenindose en pie temblorosamente, para seguir caminando.Han pasado siglos desde que comenz a caminar por el desierto, la nia es ahora una aparicin, a punto de olvidar que alguna vez tuvo un alma o un cuerpo. En algn lugar descubri que haba olvidado lo que estaba buscando, que se haba perdido en la interminable bsqueda de nada, entonces comenz a convertirse en nada.Pero ella siente, no puede ser por nada, hay una pregunta, la que lo ha iniciado todo. Una pregunta que poda ser miles: por qu es que acaso tambin la pregunta fue olvidada?

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En medio del desierto existe algn lugar, desde all, un par de ojillos se aguzan en el interior de sus cavernas, ellos quieren respuestas tambin, pero no logran concordar en la pregunta, se enfrentan como fieras sobre el futuro de la nia espectro. Ya sufri suficiente. No, ella puede soportarlo. La mujer permanece sobre el horizonte, observando el cuerpo de la nia espectro sobre la arena en llamas, la furia desatada en sus ojos al fin se calma. Lleg la hora.Los largusimos brazos de la mujer se levantan lentamente, dejando ondulantes jirones del manto deshilachado que le cubre el cuerpo, pareciera que sus uas y dedos se proyectaran hasta alcanzar el frgil cuerpo de la pequea espectro, inconciente e indefensa sobre la arena. Con ambos brazos levantados a la altura de los hombros, la sombra de la mujer comienza a avanzar, lenta y sigilosamente hacia aquel cuerpecillo. La mujer cierra los ojos, manteniendo encerradas a las bestias y a su furia.La sombra por fin alcanza a la nia espectro, llega con un refrescante vientecillo, la acaricia, levanta algunos granos de polvo y sigue de largo hasta que slo las uas de la mujer sostienen a la sombra. Djala, es lo que ella necesita. La sombra se desprende proyectando su espejismo a voluntad, ahora ella ser el abrigo de la nia espectro.

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Me siento a punto de fundirme con la arenaEl pensamiento arremete desde el ltimo rincn de un alma que se siente agonizar, como un susurro, como una ligera y fresca brisa que se introduce por los poros, por cada agujero posible de un cuerpo casi exnime, alimentando la sangre, reviviendo cada clula. Los parpados se abren raspando los ojos secos, los labios cuarteados se entreabren lanzando un suspiro que intenta alejar la arena, que amenaza cubrir con su manto mortuorio el cuerpo que lucha por sobrevivir. En frente, la visin alucinada del refugio.

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En algn lugar del interminable desierto, la nia espectro se levanta frente a la visin distorsionada del hogar que anhela. Con pasos temblorosos se acerca, sujetando la arena ardiente con sus pies descalzos, luchando por no caer; aguzando la mirada, intentado atrapar aquella imagen salvadora que aparece ondulante, irreal frente a sus ojos an secos y desorbitados por la agona; extendiendo los brazos, proyectando los dedos como garras hasta sentir esa imagen real.

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Su cuerpo, convertido ahora en espectro, se funde en el espejismo, perdido en algn lugar de un desierto olvidado.

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Al fin el refugio aparece, sus dedos lo tocan, sus uas arrancan la piel de esa irrealidad, aduendose de ella. Un enorme y desvencijado portn azul, carcomido por el tiempo, el viento, la arena y el sol. Bajo su sombra, el espectro de la nia recupera por completo el aliento, recuperando tambin un poco de la humanidad que le rob el desierto. Aunque parece extenderse hacia el cielo infinito, al levantar la mirada, muy por arriba del tope del portn azul, puede ver el retorcido tronco de una buganvilia, de sus ramas penden algunas flores rojas que a su llegada parecieran desprenderse de su asidero hasta caer sobre ella, como una extraa bienvenida. En medio del portn, una pequea puerta se abre acogiendo el cuerpo lnguido de lo que fue la nia espectro, baado en un sudor viscoso, adelgazado por la falta de agua y alimento. Al interior un mundo late con frentica angustia, como si estuviera esperando este momento desde tiempos inmemoriales.

***Un amplio jardn, todo en este lugar perdido parece infinito, muchos rboles pequeos, de troncos y ramas retorcidos y sin hojas, esperan desperdigados en la inmensidad del jardn, todo es, tambin, de una soledad infinita. El camino que comienza en la pequea puerta del gran portn azul se extiende en medio del jardn hacia una casa, poco ms que el ancho del portn y que, por supuesto, se extiende en una profundidad interminable, como el cuerpo de una serpiente gigantesca. Inesperadamente la casa echa un suspiro, con l sale un extrao murmullo de voces que atrae la atencin de la nia, distrada buscando trboles en el jardn. De vuelta en el camino, la casa, con su puerta entre abierta le susurra voces que ella cree familiares, se acerca cautelosamente cuando algo se destaca del murmullo montono, una voz especial, mas bien un chillido, el desesperado chillido de una criatura al nacer, rodeada de otros seres que murmuran sus hechizos sobre ella. Le atraviesa el cuerpo como una estaca que la atrae intensamente al interior de la casa, que parece devorarla apenas la tiene en el umbral.Adentro, la casa transcurre en medio de una aleatoriedad de recuerdos impregnados en el salitre de las paredes, cuyos susurros se apoderan del aire en forma de vapores venenosos. As, se posan sobre los ojos y la piel de la nia, impregnando despus su cuerpo y su mente, envolvindola en un letargo que la lleva a recorrer toda la extensin de aquella infinita casa, en busca de aquellas voces, de los recuerdos escondidos en sus paredes.

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A media noche la sombra se aferra a unas uas emponzoadas, la mujer, iluminada por la luna, se despide de su sombra, quedando a merced de las fieras, como regalo el jardn de la casa se convierte en un inmenso bosque de floripondios, de las retorcidas ramas cuelgan cartuchos de un blando translcido, casi fluorescente bajo la luna, los vientos del desierto los mesen liberando vapores soporferos que se escabullen al interior de la casa. Por ltima vez la mujer se desliza sobre el horizonte, llevando consigo el secreto del hilo perdido que sostiene el destino de la nia. Tarde o temprano, esa mujer volver por su sombra, volver carcomida por sus fieras, baada en ira, pero cuando eso suceda la nia habr dejado de ser una nia.

VICTORIAMe encuentro al interior de una quinta, seguramente camuflada tras una pequea puerta de madera desgastada por el tiempo, el polvo y la humedad, incrustada en una pared salpicada de grietas por donde chorrea polvo de ladrillo, formando surcos color sangre sobre la pintura que an cubre, descolorida, algunos fragmentos de pared. En una callejuela solitaria y gris, derruida, en algn resquicio de una esperpntica ciudad, atrapada dentro de una bombilla que parpadea a punto de apagarse. No s cmo llegue, ni siquiera haber entrado en la quinta por la puerta casi a punto de desintegrarse, pero aqu estoy, en medio de un solar atestado de cordeles con ropas viejas enredndose entre s. En todo el contorno, una colmena de casitas hechas de madera, con puertas y paredes de tripley, desde donde seres espectrales nos espan temerosos, entreabriendo puertas y ventanas, exponiendo por hilos finos de luz, sus rostros ennegrecidos.Llegamos hasta el fondo. Mejor dicho llegu, porque, aunque persiste en m la certeza de que ramos un grupo, no puedo recordar ms que la sensacin de su presencia detrs de m. Lentamente el solar se sumerge en una quietud espantosa y los tendederos desaparecen, el sonido del tiempo se apaga y su movimiento se detiene unos segundos. El rumor del incgnito grupo se escucha distorsionado y como salido de una dimensin paralela, como si yo permaneciera en espacio liminal mientras me acerco a la casa del final, tal cul las dems pero, con un magnetismo que me atrae casi sin tocar el piso hacia la entrada. Una puerta abierta de par en par, que deja al descubierto una casi completa oscuridad, magnificada por la luz que ahora inunda el solar. Llego a ver que del marco de la puerta cuelga una especie de ovillo, de superficie excepcionalmente lisa, sin siquiera tocarlo puedo sentir su suavidad, pende de finos hilos de seda, siento cmo esos hilos intentan atraparme, inclino ligeramente la cabeza hacia un lado de manera que mi odo puede percibir el revoloteo de una mirada de moscas a mi alrededor, todas tornasoladas, brillando al contacto con la luz que revienta sobre sus cuerpos. La repentina conciencia de su presencia despierta el sonido zumbante de sus alitas agitndose. Los sentidos se distorsionan, el zumbido inunda todo el espacio, vibrando, latiendo, como si me encontrara en el centro mismo del enjambre, como si millones de huevecillos reventaran dentro de mi cerebro, escupiendo pequeas nuevas larvas de futuras repugnantes moscas. Siento cmo voy perdiendo el equilibrio, dando vueltas en mi propio eje tratando de espantarlas. El zumbido no cesa, permanece sobre m, rodendome, porque sale de m.Gurdame azareyk, no entran moscasGurdame azareyk, no entran moscasLa voz, que emana como una bruma espesa desde el interior oscuro de la casa, avanza ondulante, acallando el zumbido delirante de las moscas, muchas han cado en la trampa que cuelga del umbral, se retuercen tratando de liberarse, envolvindose an ms en la maraa viscosa. El ovillo late, lo siento retumbar en el espacio, haciendo que miles de pequeas araitas broten del corazn de la trampa, puedo ver cmo incrustan sus filudos colmillos, atravesando el exoesqueleto, disolviendo y absorbiendo la vida de los insectos que quedan quietos, secos en un instante de terror. Al fin, el zumbido casi ha cesado. Ahora es slo un rumor jugueteando en mi odo, al que golpeo en mis intentos por espantarlo. Todava me siento aturdida, intento recuperar la estabilidad de mi cuerpo, cierro fuerte los ojos y dirijo la cabeza hacia la imagen que se dibuja sobre el negro opaco del interior de la casa. Cuando mis ojos pueden abrirse a la imagen borrosa, la puerta se cierra de golpe y todo regresa a su ritmo y frecuencia normales, los cordeles con sus andrajos colgados, mecidos por el viento, el cielo gris opaco, el fro que cala los huesos, el tiempo parece transcurrir normalmente otra vez, recuperando el sonido de su constante rumor. Rumor que ahora se siente indiferente, a mi alrededor estoy sola. La casa parece abandonada, un enredo de telas de araa cuelga a lo largo del umbral de la puerta, salpicado de diminutos esqueletos de araa. Unas cuantas moscas vuelan solitarias por el solar, se paran sobre alguna de las prendas colgadas, frotan sus patitas peludas y soban sus enormes ojos. Uno se pregunta, de qu lugar de inmundicia vendrn estas moscas, llegan siempre trayendo lo peor entre patas. No dejo de pensar en sus patas, asquerosamente peludas, es como si pudiera verlas en detalle, hasta los resquicios de su exoesqueleto, de los que emana un lquido viscoso, equivalente a nuestro sudor imagino, pero que en el bicho adquiere una hediondez que me hace arrugar la nariz, siento un asco morboso, aspiro una bocanada de aire para sentir la pestilencia ms profundamente, con los ojos cerrados. Me pierdo en el laberinto peludo del cuerpo de la mosca, empapada en su sudor viscoso, embriagndome del olor. Luchando en medio de un extrao xtasis, empujndome a escapar de una pesadilla dentro de otra pesadilla. Lucho, lucho y no logro salirotra vez los huevecillos reventando en mi cabezaAzareyk Esta vez, la voz rasga la linealidad del momentoes increblemente spera, me raspa los tmpanos. Aparece detrs de m, sentado en una banca a la entrada de una de las casas de madera, me mira desde un nico ojo, el otro trasluce como una canica celeste, me veo distorsionadamente reflejada en l. Sonre con los dos dientes que le quedan, su risa tambin es spera. Cuntos aos tiene, es hombre o mujer, su nico ojo parece haber visto el tiempo infinito pasar en un instante. Con un movimiento rpido y envidiablemente gil se pone de pie Qu es lo que ests buscando aqu? Se mueve a mi alrededor, siento como si estuviera olindome, como un animal Quieres lo que hay tras esa puerta? Justo la pregunta que necesito Qu es lo que hay detrs de esta puerta? Me siento realmente orgullosa de mi respuesta, estoy segura que logr un efecto en ljajajajajajaexterminio, eso hay tras esa puerta, t necesitas un exterminador, verdad?...de qu est hablando, yo no necesito un exterminador, slo salir de aqu, despertarme o lo que sea. Me sigue mirando, espera una respuesta. Odio ese tipo de sonrisa, se ve tan satisfecho, definitivamente se est burlando de m, debo pensar en algo, ingenioso, tal vez? Sincero?- Por qu crees que necesito un exterminador? - Te estas llenando de moscas ves? Las has trado hasta aqu.- Y, Dnde es aqu?- slo toca la puerta, si estoy en lo cierto ellas debern abrirteSi est en lo cierto, es decir, si de verdad necesito un exterminador. Ah estn las moscas, frotando sus patasazareykqu clase de conjuro es ese. Bueno, al menos me distrae de los bichos por un momento y puedo dar dos golpes a la puerta. Pasan un par de segundos, me muevo impaciente, volteo, ya no est, no hay nadie. Regreso, un segundo ms, estoy a punto de golpearla otra vez, cuando el zumbido regresa.La puerta se abre, ahora las araas atiborran el marco, me recibe una mujer totalmente arrugada y delgada, con un velo sobre el rostro Qu quieres? Qu se supone que debo decir un exterminador?...La mujer se queda pasmada, me mira por detrs del velo, escrutndome hasta lo ms profundo. Dos, tres segundos, parece una eternidad y el zumbido aumenta en mis odos, ella cierra los ojos exhalando un suspiro, encorvando ligeramente la espaldauno, dos segundos ms, el zumbido es un taladro que comienza a horadar el interior de mis odos, pronto llegar al cerebro y lo har explotarella me coge del brazo y me arrastra al interior donde reina un silencio sepulcral, slo perturbado por el rumor del zumbido de afuera, puedo sentir cmo las moscas lo llenan todo all afuera.De verdad sabes a lo que has venido?...en realidad no estoy muy segura, al parecer tengo un serio problema de moscas que zumban a mi alrededor, o desde mi interior, se supone que he venido hasta aqu para terminar con las moscas. En realidad me es imposible explicarle a la mujer parada frente a m lo que aparece en mi cabeza, me he quedado paralizada ante la sutil pero poderosa presencia de una nia, de unos diez aos, parada al fondo de la habitacin, a su alrededor merodea una criatura indescriptible, en medio de la penumbra del lugar me parece distinguirlo como una especie de mono de ocho patas?...nada tiene sentido. Los ojos de la nia brillan en la oscuridad, me hipnotizan, veo que en sus manos lleva un mortero donde est moliendo y mezclando algo, sonre, parece un espectro esperando el momento parano se ni para qu, pero lo siento, esa nia est preparando algo para m. Ser ella el exterminador?...Todo el lugar est repleto de cosas colgadas de las vigas del techo, una especie de laberinto de columnas hechas con troncos. La mujer comienza a murmurar cosas a una velocidad exagerada, no puedo entender nada Me encuentro sucumbiendo a la mezcla de vapores que enrarece el aire, cmo pueden respirar en este lugar? pienso, pero no puedo articular palabra alguna. Siguiendo sus raros conjuros la mujer me lleva del brazo a travs de la habitacin hasta uno de sus lados donde hay una banca de madera, me siento.Tengo los pies descalzos, no me haba dado cuenta de este detalle hasta ahora, mi vestimenta, tampoco la recuerdo, es como una tnica hecha con telas muy bsicas, como el tocuyo. Levanto la mirada, ahora la nia est de cuclillas frente a m, ofrecindome una especie de ostra gigante con un lquido naranja con apariencia aceitosa, me sonre, su sonrisa me dice: Esto es lo que he preparado para ti pero no puedo develar la naturaleza de su regalo, no dudo ni de su buena intencin as como tampoco de lo diablico que emana de su cuerpo espectral. La mujer revolotea alrededor, contina con sus conjuros, sigo sin entender nada. Tengo la ostra en mis manos, la sustancia naranja que contiene parece fosforecer en medio de la oscuridad. Las burbujas aceitosas que se han formado giran en espiral mientras yo meneo la ostra en mi mano, el olor es denso y penetrante, se apodera de todos los flujos que recorren el cuerpo. Mi cuerpo se laxa, mi cabeza descansa sostenida entre mis dos rodillas y mis manos han depositado la ostra sobre el suelo, justo debajo de mi nariz. Comienzo a sentir los pies hmedos, como si estuvieran sobre tierra mojada. Abro los ojos.Desde la profundidad nacarada de un mar anaranjado, en cuya orilla se mojan mis pies descalzos, emergen innumerables araas, de todos los tamaos, formas exuberantes y colores brillantes, trepan por mis piernas, se enredan en mi cabello, se cuelgan de mi nariz. Siento miedo, siento que voy a morir, soy una de esas moscas a las que las diminutas araitas absorbieron. Quiero moverme, sacudir los brazos, alejar esas alimaas de mi cuerpo, pero no puedo, estoy paralizada. Slo puedo mover los ojos y ligeramente la cabeza, lo suficiente como para percatarme de que ya no estamos en la habitacin oscura sino en una especie de bosque gigantesco donde todas las plantas parecen hambrientas, exponiendo sus filosas y salivantes fauces. Me siento diminuta sentada en medio de este bosque de matorrales carnvoros, mientras a mis pies bulle el mar de donde siguen emergiendo millones de araas.Siento el zumbido, ahora es aplastante. Sobre nosotros recae una enorme nube de moscas agitando las alitas y sobando sus repugnantes patas, se ha desencadenado una batalla entre araas y moscas. Mientras tanto, filas de diminutas araitas comienzan a trepar sobre m, quiero gritar, pero ningn sonido sale de mi boca, la mujer contina con sus conjuros incomprensibles, dando saltos a mi alrededor, la nia me mira desde lo alto, sentada sobre una especie de flor llena de espinas que ms parecen dientes afilados. Las araitas llegan hasta mi cara y se introducen por mi nariz, por mis odos, hasta por mi boca, las siento dentro de m, siento como devoran mis entraas, cierro los ojos, como si de esta manera pudiera escapar de la pesadilla.La batalla contina, cruel y sangrienta. Todos los sonidos se entremezclan, la risa maliciosa de la nia, los conjuros de la mujer, los chillidos apagados de las araas y el zumbido de las moscas, todo parece estar sucediendo dentro de mi cuerpo, siento el vrtigo invadindome por completo, el sentido est a punto de abandonarme, voy a enloquecer.El reflejo ondulante de la luna aparece llenando la superficie del mar anaranjado, slo su hipnotismo consigue anclarme. La luna me mira, en medio de miles de parpadeos, desde todos sus ojitos, se est transformando, develando la verdadera naturaleza de su magia. De sus lados salen cuatro pares de patas largas que terminan en filudos aguijones. Frente a m, una enorme araa, cuyo cuerpo plateado es tan grande como la luna, avanza sobre una tela que entrelaza las estrellas. Demasiado tarde comprendo que lo que veo es slo el reflejo, cuando levanto la mirada hacia atrs me encuentro con sus millones de ojitos luminosos, con sus filudas fauces atenazando la posibilidad de clavarse en mi carne, veo su cuerpo encorvado hacia m, mis ojos se abren en una expresin de completo terror al darme cuenta de lo que va a pasar. A continuacin, un chorro de seda es disparado hacia m, no lo quiero ver, aprieto los parpados con fuerza. Todo es oscuridad y silencio ahora.

Despierto, an con los ojos cerrados, todo parece clido y apacible, la pesadilla termin? Cuando trato de moverme algo me lo impide, abro los ojos y me encuentro al interior de una especie de capullo, inundado de innumerables huevecillos, puedo percibir la vida despertando en cada uno de ellos. Desde el exterior llega una luz que atraviesa la pared del capullo, en pos de ella, los arauelos se despiertan y comienzan a salir de los huevos, me quedo quieta mientras rompen el capullo y salen con vehemencia hacia afuera, slo yo me quedo hasta el final. En medio del matorral, sobre el mar naranja, la enorme araa del color de la luna ha construido su tela, ya no hay moscas ni ms araas, slo ella permanece inmvil al centro de su tela. Se acerca hacia m lentamente, extraamente ya no siento miedo, slo curiosidad. Sigue acercndose, abriendo y cerrando sus colmillos, de pronto tengo la sensacin de que va a comerme, me cubro la cara con mi brazo y cierro los ojos, siento su aliento sobre mi, siento cmo sus fauces rozan con la piel de mi rostro, se siente tan suave, hasta familiar, an as espero el momento en que ella comience a consumirme. En vez de eso oigo un siseo en mi odo, me est diciendo algo? No puedo entender lo que dice. Descubro mi rostro para mirarla, me encuentro con todos sus ojitos mirndome profundamente, en un instante puedo entender lo que me dice, un vrtigo fulminante de imgenes, de una historia, pero el instante pasa y siento que voy perdiendo el sentido, que voy cayendo de la tela hacia el mar naranja, que el aceite me envuelve. Caigo interminablemente.De golpe, mis ojos se abren, de nuevo la sensacin clida y apacible. Mi respiracin agitada y mi cuerpo baado en sudor. Estoy en mi cama, las luces de la calle pasan a travs de las persianas formando extraas figuras sobre el techo. Puedo ver la luna llena a travs de la persiana, slo fue un sueo, un extrao sueo que se va desvaneciendo mientras comienza a amanecer, la luna desaparece en el celeste del cielo matutino. Completamente despierta contemplo la bulliciosa ciudad desde el balcn de mi departamento ubicado en el cuarto piso de un edificio, voy a regar las macetas que lo adornan y ah est ella. Imposible saber cmo lleg hasta aqu pero ah est, grande y plateada, con sus cuatro pares de patas de franjas amarillas y rojas, quieta en medio de su enorme tela, la miro fijamente con la sensacin de que ella me est mirando tambin con todos sus ojitos luminosos. Un zumbido rompe mi concentracin, una mosca revolotea entre las macetas, la sigo con la mirada hasta verla caer directamente en la tela de la araa plateada, se agita, lucha por liberarse sin xito, la araa camina hacia ella para envolverla formando un ovillo, la mosca sigue zumbando al interior, veo cmo la araa se alimenta, incrustando sus colmillos en el exoesqueleto de la mosca y absorbiendo sus entraas. Una tormenta de imgenes inundan mi cabeza, un siseo retumba en mis odos. AzareykSlo el nombre se queda clavado en mi memoria, lo dems es un enredo de sensaciones finamente entrelazadas por imgenes. Juntas, la palabra y la emocin, me dejan una vaga pero fuerte certeza mientras entro al departamento dejando la puerta del balcn abierta, sonriendo a la nueva inquilina que me acompaa. Nunca ms problemas de moscas.