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Tema 5: La Santa Misa Liturgia y Sacramentos Sembrar - CEDIER 1 La Santa Misa Así como dijimos que la Liturgia es la “cumbre y fuente” de toda la actividad de la Iglesia, así ahora podemos afirmar rotundamente que el Sacrificio de la Misa es la cumbre y fuente de toda la Liturgia. “El misterio Eucarístico es, sin duda, el centro de la Liturgia Sagrada y, más aun, de toda la vida cristiana. Por eso la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, trata de penetrarlo cada día más y busca vivir de él cada día más intensamente” ¿Qué es la celebración de la eucaristía? La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente ordenado, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia , tanto universal como local, y para todos los fieles individualmente. En Ella, en efecto, culmina la acción por la que Dios, en Cristo, santifica al mundo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándolo por medio de Cristo, Hijo de Dios en el Espíritu Santo. Además, en ella de tal modo se conmemoran, en el transcurso del año, los misterios de la redención, que, en cierta manera, se los hacen presentes. Las demás acciones sagradas y todas las obras de la vida cristiana se relacionan con ella, de ella manan y a ella se ordenan” (IGMR 16) Si en la liturgia siempre es bueno distinguir el “qué” del “cómo”, para poder comprender en su profundidad “lo qué” celebramos antes de “cómo lo hacemos”, este número nos dice con claridad “qué es” la celebración de la eucaristía. Conceptos e ideas principales del punto 16 de la IGMR: a) La celebración de la Misa, como acción... En primer lugar se presenta la celebración como una acción. Esto es propio de la liturgia. Ella es una verdadera acción, no solo una devoción, una oración, una idea, un pensamiento, un ritual escrito que alguien tiene que decir y otros tiene que escuchar, una buena reflexión. Es una acción. Pero ¿de quién? b) (...) de Cristo (...) Es acción de Cristo: Él es el gran actor de la celebración. Un punto de vista que no debe dejarse nunca de lado. Al contrario, cuando se tiene en cuenta nos permite centrar la dignidad de la celebración. La acción de Cristo es la que sirve de polo de atracción de todas las acciones que se realizan en la celebración. Estas acciones están al servicio de la acción principal, la de Cristo y su misterio pascual, paso de la muerte a la vida y de este mundo al Padre. Tener claro esto es orientar a todos los “celebrantes” (no solo al “presidente”) en un camino cierto y que permite una hondura espiritual profunda. Es hacerlos protagonistas. Por eso es también acción:

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Tema 5: La Santa Misa Liturgia y Sacramentos Sembrar - CEDIER

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La Santa Misa

Así como dijimos que la Liturgia es la “cumbre y fuente” de toda la actividad de la Iglesia, así ahora podemos afirmar rotundamente que el Sacrificio de la Misa es la cumbre y fuente de toda la Liturgia.

“El misterio Eucarístico es, sin duda, el centro de la Liturgia Sagrada y, más aun, de toda la vida cristiana. Por eso la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, trata de penetrarlo cada día más y busca vivir de él cada día más intensamente”

¿Qué es la celebración de la eucaristía?

“La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente ordenado, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal como local, y para todos los fieles individualmente. En Ella, en efecto, culmina la acción por la que Dios, en Cristo, santifica al mundo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándolo por medio de Cristo, Hijo de Dios en el Espíritu Santo. Además, en ella de tal modo se conmemoran, en el transcurso del año, los misterios de la redención, que, en cierta manera, se los hacen presentes. Las demás acciones sagradas y todas las obras de la vida cristiana se relacionan con ella, de ella manan y a ella se ordenan” (IGMR 16)

Si en la liturgia siempre es bueno distinguir el “qué” del “cómo”, para poder comprender en su profundidad “lo qué” celebramos antes de “cómo lo hacemos”, este número nos dice con claridad “qué es” la celebración de la eucaristía.

Conceptos e ideas principales del punto 16 de la IGMR:

a) La celebración de la Misa, como acción...

En primer lugar se presenta la celebración como una acción. Esto es propio de la liturgia. Ella es una verdadera acción, no solo una devoción, una oración, una idea, un pensamiento, un ritual escrito que alguien tiene que decir y otros tiene que escuchar, una buena reflexión. Es una acción. Pero ¿de quién?

b) (...) de Cristo (...)

Es acción de Cristo: Él es el gran actor de la celebración. Un punto de vista que no debe dejarse nunca de lado. Al contrario, cuando se tiene en cuenta nos permite centrar la dignidad de la celebración. La acción de Cristo es la que sirve de polo de atracción de todas las acciones que se realizan en la celebración. Estas acciones están al servicio de la acción principal, la de Cristo y su misterio pascual, paso de la muerte a la vida y de este mundo al Padre. Tener claro esto es orientar a todos los “celebrantes” (no solo al “presidente”) en un camino cierto y que permite una hondura espiritual profunda. Es hacerlos protagonistas. Por eso es también acción:

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c) (...) y del pueblo de Dios jerárquicamente ordenado (...)

Es acción de la Iglesia. A la vez que es acción de Cristo lo es de la Iglesia. O dicho de otro modo, la acción de Cristo se pone de manifiesto en la acción de la Iglesia, su amada esposa. Ella es el sujeto de la celebración. Ella es “quien celebra” la eucaristía. Es muy clara la IGMR cuando plantea esto, y es un punto de apoyo para toda la pastoral litúrgica que es necesario continuar en la vida de la Iglesia para hacer efectiva la renovación propuesta por el concilio: Ser “actores” de la celebración eucarística.

d) (...) es el centro de toda la vida cristiana (...)

La celebración eucarística se presenta como acontecimiento. En ella se da lo que siempre sucede en toda liturgia: se pasa del acontecimiento a la celebración. El acontecimiento sustenta, sostiene, es el fundamento de la celebración. Ese acontecimiento sucede en el HOY, es decir es actual se hace presente. Solo así es capaz de transformar la vida del hombre y hacerla justamente cristiana. Porque la incorpora constantemente al Misterio Pascual. Y es este Misterio, acontecimiento de salvación, el que ingresa por la liturgia en la vida. Por eso se habla de CENTRO. No se podría hablar de otro centro que no sea la Pascua de Cristo. Por eso lo es de “toda” la vida cristiana. Con este “toda” ninguna parte de esta vida queda relegada o queda sin ser transformada por el Misterio Pascual.

e) (...) para la Iglesia, tanto universal como local,

La Iglesia vive de la celebración de la eucaristía. Dice Juan Pablo II en Ecclesia de Eucaristia: La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado(EE 12). Iglesia y eucaristía son un binomio inseparable. Ambas nacen a la vez: en la última cena y en la cruz de Cristo. En la Pascua que culmina en Pentecostés. Ya Lumen Gentium 3 afirmaba que la celebración eucarística está en el centro del proceso de crecimiento de la iglesia, y que de ella saca la Iglesia fuerza para cumplir su misión. La Iglesia no se da la vida a si misma. No se construye a si misma. Vive de la acción de Cristo. Vive entonces de la celebración de la eucaristía.

f) y para todos los fieles individualmente,

La celebración de la eucaristía esta propuesta como el centro de la vida de cada fiel. Es su alimento, es su participación en la acción de Cristo. Es muy interesante esta apreciación de la IGMR, ya que no solo se refiere a la Iglesia universal y local, sino también a cada fiel que la compone. Así lo descubrimos en nuestra propia vida. Creo que este es un objetivo claro de una pastoral litúrgica: lograr que la celebración eucarística con todas sus dimensiones ocupe el centro de la vida de cada fiel. Además este es el fundamento de una verdadera espiritualidad litúrgica.

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g) En ella, en efecto, culmina la acción por la que Dios, en Cristo, santifica al mundo

Aquí se afirma la dimensión descendente de la celebración eucarística, en la que se hace presente la obra salvadora del Padre por Cristo a los hombres. Y se dice que esta celebración es el punto culminante de esta obra. Realmente es un misterio muy grande lo que celebramos. Cuantas veces esta realidad se ve como “recortada” solo al misterio de la presencia de Cristo en las especies eucarísticas. Esta obra de la salvación incluye a un pueblo reunido, a un ministro ordenado, a una Palabra proclamada, en la cual se hace presente la obra de la salvación, a una acción sacrificial y a un banquete pascual, a un envío de anuncio y testimonio.

h) y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios en el Espíritu Santo

Aparece aquí la dimensión ascendente de la eucaristía. La celebración es también la acción por la cuál nos ofrecemos con Cristo al Padre en el Espíritu. Esta dimensión ascendente es también un reto para una verdadera pastoral litúrgica. Los fieles que hoy participan en la eucaristía suelen solo captar una dimensión descendente de la celebración. Una buena tarea de la pastoral litúrgica será la de reconocer que esta dimensión es necesaria para que nuestra vida cristiana alcance su plenitud.

Por otro lado es muy notorio la mención del Espíritu Santo. El protagonismo del Espíritu que apenas aparecía en la SC, ha recibido ahora un impulso eficaz a partir del Catecismo de la Iglesia Católica, que lo pone muy de relieve. En el número 56 de esta IGMR también se hace mención al Espíritu Santo para motivar mejor el silencio en la celebración de la Palabra, en el número 78 para afirmar su papel en la Plegaria Eucarística, además de lo que ya se decía en el número 79 hablando de la epíclesis.

i) Además en ella de tal modo se conmemoran, en el transcurso del año, los misterios de la redención, que, en cierta manera, se los hacen presentes.

La celebración eucarística como centro de la vida litúrgica actualiza el misterio de la redención, el misterio pascual. En ese misterio están concentrados todos los misterios de la vida del Señor, vida que leemos y contemplamos en clave de cumplimiento de toda la obra de la salvación. De allí que la eucaristía esta vinculada con todo el año litúrgico. En las oraciones presidenciales, especialmente en los prefacios (Navidad, Ascensión, Pentecostés, Asunción de la Virgen) se pone claramente de manifiesto que el misterio lo celebramos hoy, que “en cierto modo”, como dice la IGMR, se hace presente.

j) Las demás acciones sagradas y todas las obras de la vida cristiana se relacionan con ella, de ella manan y a ella se ordenan.

Se sostienen este párrafo en SC 10, donde se nos dice que la liturgia es fuente y cumbre de la vida de la Iglesia. De allí que la eucaristía, como centro de la vida litúrgica, sea sin duda la fuente y cumbre de la vida de la Iglesia.

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El sostenimiento y renovación constante de la pastoral litúrgica tiene en esta frase un verdadero puntal, porque el trabajo dedicado a preparar y celebrar la eucaristía en nuestras comunidades hace que ellas puedan crecer y vivir de acuerdo con lo que reciben y participan.

¿Por qué se celebra la eucaristía?

“Por lo tanto es de suma importancia que la celebración de la Misa o Cena del Señor se ordene de tal modo que ministros y fieles, participando cada uno según su condición, saquen de ella frutos más abundantes. Para obtener estos frutos Cristo el Señor instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre como memorial de su pasión y resurrección, y lo confió a su amada Esposa la Iglesia. (IGMR 17)

La pregunta “por qué” tiene una respuesta en este número cuando se nos habla de participación. El sentido último de la Eucaristía es participar de la acción pascual de Cristo. Esta acción es presentada como memorial de su pasión y resurrección, ritual que contiene lo que celebra. Y que al celebrarlo se entra en comunión con aquello que se celebra.

Aparece aquí la Iglesia como depositaria confiada de este memorial, y como Esposa que cuida fielmente lo que el Esposo le dejó.

La mirada de este número en clave pastoral nos ayuda a no perder el centro que motiva las tareas que como equipos de liturgia parroquiales o comisiones diocesanas de liturgia tenemos que realizar: animar siempre la participación. Ser creativos, pensar juntos, conocer y profundizar lo que se nos ha confiado para servir mejor a la comunidad eclesial.

“Esto se hará adecuadamente si, atendiendo a la naturaleza y demás circunstancias de cada asamblea litúrgica, toda la celebración se dispone de tal modo que lleve a los fieles a una participación consciente, activa y plena, de cuerpo y alma, ferviente por la fe, esperanza y caridad. Así lo desea vivamente la Iglesia y lo exige la naturaleza misma de la celebración. Y a esta participación tiene derecho y obligación el pueblo cristiano en virtud del bautismo” (IGMR 18).

Seguimos profundizando en este servicio pastoral que brota de la misma celebración. Vemos como este número nos dice:

a) atendiendo a la naturaleza y demás circunstancias de cada asamblea litúrgica

Es un constante desafío a la creatividad pastoral y a lograr que la letra de esta IGMR se convierta en vida. Pero ella misma nos invita a “atender” las “diversas circunstancias” de “cada” asamblea. Es evidente que ya no se puede celebrar de la misma manera en todos los lugares. Si bien hay un rito común, que guarda el “que” de la celebración, estamos invitados a ser creativos y hacer que el “como” y el “quienes” de cada

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asamblea (incluso en una misma parroquia) pueda expresar el sentido de este acontecimiento de salvación.

b) toda la celebración se dispone de tal modo que lleve a los fieles a una participación consciente, activa y plena, de cuerpo y alma, ferviente por la fe, esperanza y caridad

Es interesante detenernos en el “toda la celebración”, no solo una parte de ella.

c) a esta participación tiene derecho y obligación el pueblo cristiano en virtud del bautismo

Es interesante aquí el binomio “derecho y obligación”. que se repite en otras ocasiones. (cf. n. 386): estamos acostumbrados a hablar del “precepto” de la eucaristía dominical, pero el pueblo cristiano tiene también “derecho” a la eucaristía, en fuerza de su bautismo.

Aunque la presencia y activa participación de los fieles, lo que manifiesta con mayor claridad la naturaleza eclesial de la celebración, a veces no pueda darse, la celebración eucarística siempre está dotada de eficacia y dignidad, ya que es acto de Cristo y de la Iglesia, en la que el sacerdote cumple su principal ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo. Por eso se recomienda que, según su posibilidad, celebre el sacrificio eucarístico cotidianamente. IGMR 19)

Es claro que la asamblea reunida para la celebración es manifestación de la naturaleza eclesial de la eucaristía. Pero si no la hay, aquí, en esta última edición se defiende la “eficacia y dignidad” de una eucaristía que un sacerdote celebra aunque no haya presencia de fieles. Fijemos la atención en estas palabras: “el sacerdote cumple su principal ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo”. Siempre la eucaristía será ante todo un acto de Cristo y de la Iglesia. No por falta de fieles debería dejar de celebrar un sacerdote. También para él, personalmente, es la eucaristía fuente y centro de su espiritualidad.

¿Cómo se celebra la eucaristía?

“Puesto que la celebración eucarística, como también toda la liturgia, se realiza mediante signos sensibles, por los que la fe se alimenta, fortalece y expresa, se debe procurar cuidadosamente seleccionar y ordenar aquellas formas y elementos propuestos por la Iglesia que, atendiendo a las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más intensamente una participación activa y plena, y respondan mejor a la utilidad espiritual de los fieles” (IGMR 20)

A la pregunta cómo celebramos, aquí la IGMR responde:

“mediante signos sensibles, por los que la fe se alimenta, fortalece y expresa”

Aparece aquí otro de los principios básicos y fundamentales de la eucaristía: el lenguaje simbólico-sacramental. Esta manera de comunicar el misterio y de entrar en

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contacto con él, es la que más condice con el hombre, y es también el camino elegido por Dios para revelarse.

Viene bien recordar aquí el pensamiento de Paul Ricour, quien dice que el lenguaje simbólico no es otra forma de decir las cosas, sino una forma de “decir más”. De allí que cuando la Palabra se hace Signo, allí alcanza su plenitud, y “dice más”.

Para continuar nos dice:

“De ahí que esta Instrucción tiene por objeto proporcionar tanto los lineamentos generales, para la adecuada ordenación de la celebración de la Eucaristía, cuanto proponer las normas según las cuales se dispongan cada una de las formas de la celebración” (IGMR 21).

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Estructura de la Santa Misa

La celebración de la Santa Misa (Eucaristía) se compone de 4 partes o momentos:

1. Ritos Iniciales 2. Liturgia de la Palabra 3. Liturgia Eucarística 4. Ritos de conclusión.

LOS RITOS INICIALES

Pueden parecer de poca importancia estos primeros pasos de la Celebración Eucarística como son los ritos iniciales, para nada se debe menoscabar su profundidad espiritual, doctrinal y didáctica, ya que nos prepara e inicia al gran misterio pascual. Es como el trampolín que nos lanza a las profundidades de la gracia divina, contenidas en la Palabra y en el Banquete Eucarístico. Por lo tanto es necesario una detenida preparación y concientización de los elementos que la componen.

Estructura de los ritos iniciales:

1. Procesión de entrada - Canto inicial. 2. Veneración y beso al altar. 3. Signo de cruz inicial. 4. Saludo a la asamblea. 5. Acto Penitencial. 6. Kyrie y Christe eleison (Señor, ten piedad). 7. El Gloria in excelsis Deo. 8. La Oración Colecta.

En la Instrucción General al Misal Romano (IGMR), los ritos iniciales, comprenden los números desde el 46 al 54.

Los ritos que preceden a la liturgia de la palabra (Ritos Iniciales), tiene carácter de exordio y preparación.

Su finalidad es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a escuchar debidamente la palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

En las celebraciones que, a tenor de los libros litúrgicos, se unen con la Misa, se omiten los ritos iniciales o se realizan de un modo particular.

Tenemos entonces que la finalidad es hacer que los “fieles reunidos constituyan una comunidad”, estos fieles que se reúnen no es una reunión cualquiera, porque crean in loco (en el lugar) una Iglesia, es más, reproducen en fuerza de una misteriosa acción divina, la misma Iglesia católica dispersa por todo el mundo.

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La Iglesia es una realidad humana–divina. En cuanto humana es una asociación de millones de hombres y mujeres distribuidos en tantos grupos cuanto son las Iglesias locales y las asambleas litúrgicas. En cuanto divina es como una sustancia única que, toda entera y sin divisiones, puede estar presente contemporáneamente en tantos lugares. Existe por lo tanto en cierto sentido un paralelismo con la Eucaristía, donde Cristo, presente en la sustancia humano – divino, puede estar presente en una infinidad de lugares.

Por eso, no es una reunión cualquiera, es una asamblea constituida por el llamado divino; como decimos en la tercera plegaria eucarística: Atiende con bondad las súplicas de esta familia, que has congregado en tu presencia.

Es una asamblea que constituye la Iglesia viviente, animada por el Espíritu Santo, por eso goza de la presencia de Cristo. Como dice Sacrosanctum Concilium 7: “Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo titulo y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”.

Vemos entonces que el objetivo principal de los ritos iniciales es transformar a los fieles en pueblo celebrante, asamblea orante, cuerpo de Cristo animado por su Espíritu dispuesto para el encuentro pascual y transformador con su Dios vivo, pero también percibimos que hay una cierta elasticidad, porque aquí encontramos una novedad o mejor dicho una extensión del nº 24 del misal anterior: En las celebraciones que, a tenor de los libros litúrgicos, se unen con la Misa, se omiten los ritos iniciales o se realizan de un modo particular.

Entrada

Nº 47: Una vez reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, comienza el canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de los que se han congregado e introducir los espíritus en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta, y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.

Nº 48: Lo cantan alternando los cantores y el pueblo o un cantor y el pueblo; o bien lo canta todo el pueblo o solamente los cantores. Se puede emplear una antífona con su canto del Gradual Romano o del Graduale Simplex, u otro canto que convenga a la acción sagrada y el carácter del día o del tiempo, cuyo texto haya sido aprobado por la Conferencia Episcopal.

Si no hubiera canto de entrada, recitarán la fórmula indicada en el Misal los fieles o algunos de ellos o un lector o, en último caso, el mismo sacerdote, quien podrá adaptarla a modo de monición inicial (Cfr. n º 31).

Comienza el canto de entrada, y su finalidad es abrir la celebración, fomentar la unión, introducir al misterio, y acompañar la procesión del sacerdote y ministros.

Ya tenemos noticia de un canto inicial en el Liber Pontificalis, hacia fines del siglo V o inicio del VI, pero esto a lo largo del tiempo pasó por diversos cambios debido a la

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disposición de espacio del edificio, por la presencia o ausencia del clero y del pueblo. Podía ser una entrada extremadamente informal o un ingreso de una gran solemnidad procesional. De allí que también nos vamos a encontrar en el capítulo IV de la IGMR con Diversas Formas de Celebrar la Misa, está la Misa con Participación del pueblo, Misa sin y con diácono, Misa Concelebrada, Misa a la que asiste solo un ministro, y todas ellas sufren necesariamente algunas modificaciones, ciertamente no esenciales, pero afectan por ejemplo como es a los ritos iniciales.

Ingresa entonces el sacerdote con el diácono y los ministros y se establece así la plenitud de la Iglesia, formada de laicos y de la jerarquía, es decir del pueblo de Dios reunido con su pastor.

La procesión de entrada, avanzan en este orden: el turiferario con el incienso humeante (si se usa el incienso). Los ministros que llevan los cirios encendidos y en medio de ellos, el acólito o ministro con la cruz; los acólitos y otros ministros, el Diácono llevando el Evangeliario un poco elevado precediendo al sacerdote, cuando se dirige hacia el altar, sino irá a su lado.

Sobre el uso del incienso, encontramos en la actual IGMR varias indicaciones y dice que expresa reverencia y oración, como lo indica la Sagrada Escritura en el salmo 140,2: “Que mi oración suba hasta ti como incienso, y mis manos en alto, como la ofrenda de la tarde” o el texto de Apocalipsis 8,3: “Vino otro ángel que se ubicó junto al altar con un incensario de oro y recibió una gran cantidad de perfumes, para ofrecerlos junto con la oración de todos los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono”. Expresa entonces elegantemente el respeto y la reverencia hacia Cristo. Pero más profundamente indica actitud de oración y elevación de la mente hacia Dios, es algo que sube desde dentro lleno de perfume y de fiesta: la fe, el amor, la oración, la veneración que sienten los celebrantes.

La cruz para la procesión en el n º 117 aclara que tenga la “efigie de Cristo crucificado”, esto también es nuevo, y no está demás esta aclaración ya que tal vez hemos visto que de a poco se van introduciendo en nuestros templos cruces sin Cristo. La Iglesia conmemora siempre el misterio pascual de Cristo, y en el memorial eucarístico, se actualiza el sacrificio de Cristo consumado en la cruz.

Saludo al altar y al pueblo congregado

Nº 49: El sacerdote, los diáconos y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación profunda.

En señal de veneración, el sacerdote y el diácono besan después el altar; y el sacerdote según las circunstancias, inciensa la cruz y el altar.

El beso al altar es el segundo saludo. Y este tiene un carácter más acentuado de veneración. En la tradición quedó como un elemento fijo en la misa romana, en la misa del Ordo I estaba solo el saludo inicial. El altar ya desde los primeros siglos fue considerado como símbolo de Cristo. Es el lugar donde, bajo los signos sacramentales, se hace presente el sacrificio de la cruz. Es la mesa del Señor, el centro de la acción de gracias que se cumple con la Eucaristía. Se entiende entonces por qué estos actos de

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saludo, de reverencia y veneración, son dirigidos a Cristo particularmente en cuanto sacerdote, sacrifico y altar.

Nº 50: Concluido el canto de entrada, el sacerdote, de pie ante la sede, se signa junto con toda la asamblea con la señal de la cruz; luego mediante el saludo y la respuesta del pueblo hacen patente el misterio de la Iglesia congregada.

Después del saludo, el sacerdote, o el diácono u otro ministro, con brevísimas palabras, puede introducir a los fieles en la Misa del día.

El sacerdote se signa con toda la asamblea con la señal de la cruz, el signo de la cruz como tal, tal vez silencioso y privado, era un uso muy familiar entre los cristianos, lo practicaban al iniciar cualquier acción. Tertuliano decía: En todas nuestras acciones nos hacemos el signo de la cruz en la frente.

Este signo de la cruz con su fórmula trinitaria como acto comunitario, hecho por la asamblea al principio de la Misa no se encuentra en ninguna de las ediciones litúrgicas pasadas. Es por lo tanto fruto de la Reforma litúrgica.

El saludo y la respuesta del Dominus vobiscum, Et cum spiritu tuo. El saludo es signo de respeto hacia la asamblea, sobre todo por su cualidad de pueblo de Dios y de realidad de la Iglesia universal. Y también augurio y deseo de la constatación de la presencia de Cristo. Estimula la fe en la presencia operante de Cristo. Por eso es importante el manus extendes, que acompañe a las palabras el gesto de acogida, que se manifieste el acto de comunión interior, hay un intercambio recíproco de sentimientos de alegría. Es una lástima que muchas veces este saludo litúrgico sea sustituido con otras palabras significa rebajar el dato sagrado y litúrgico. Muchos han querido cambiar el: y con tu espíritu, por el también contigo, pero no hay que olvidar que es de origen bíblico, una tradición bimilenaria, la exigencia de una distinción de nivel ordinario. Pero la razón más importante es que espíritu, según comentarios patristicos, no es el alma que está en el sacerdote, sino el Espíritu, que éste ha recibido por la imposición de manos. Así la asamblea se constituye como presidida en nombre del Señor, respondiendo a una convocación procedente de Dios, imagen de una Iglesia cuya cabeza, significada por el ministro, es Cristo. En todo caso esas palabras y con tu espíritu, están diciendo: El Señor con su presencia de gracia haga eficaz tu carisma.

Después de este saludo si, puede haber un saludo de parte del sacerdote, que no quiere decir una homilía, se trata de pocas palabras idóneas y comunicar en el modo más sintético y completo posible la idea central de la celebración.

Acto penitencial

Nº 51: Luego el sacerdote invita al acto penitencial que, después de una breve pausa de silencio, hace toda la comunidad mediante una fórmula de confesión general, y que el sacerdote concluye con la absolución, la cual, sin embargo, carece de la eficacia del sacramento de la penitencia.

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El domingo, especialmente durante el tiempo pascual, en lugar del acostumbrado acto penitencial, puede hacerse alguna vez la bendición y aspersión del agua en memoria del bautismo.

Aquí hablamos de acto penitencial, no dice Rito penitencial, por eso la absolución, aclara diciendo carece de la eficacia del sacramento de la penitencia.

Es de notar que el aspecto penitencial en la celebración Eucarística encontró espacio recién con el Movimiento Litúrgico. Porque el acto penitencial al inicio de la Misa fue introducido como preparación del sacerdote en la sacristía, después fue hecho con los ministros, particularmente con el Diácono y los acólitos. En un tiempo posterior, comenzó a realizarse delante del altar o a los pies del altar, en un diálogo entre el celebrante y sus ministros. Y así hasta que llega hasta nosotros de la manera prescrita con la participación de la asamblea.

La breve invitación del celebrante, ayuda a todos a situarse delante de Dios y prepararse a la celebración en un tono de humildad confiada. El silencio es el primero de la celebración, que crea el clima denso lleno de confianza, de abandono, y reconocimiento de nuestra pequeñez frente a tal misterio a celebrar. Viene después una fórmula de confesión general, el Confiteor, yo confieso, la inspirada en el salmo: Señor, ten misericordia de nosotros. R. Porque hemos pecado contra ti (Sal 50,1). Muéstranos, Señor, tu misericordia. R. Y danos tu salvación (Sal 84,8).

El domingo, especialmente durante el tiempo pascual, en lugar del acostumbrado acto penitencial, puede hacerse alguna vez la bendición y aspersión del agua en memoria del bautismo.

Este rito de la aspersión del agua se puede hacer en todas las misas de los domingos (también en las anticipadas del sábado), quiere ser un recuerdo del Bautismo y de la Noche Pascual, apuntando tanto a la purificación de nuestros pecados, como a nuestra condición de pueblo sacerdotal. Somos asamblea celebrante que se coloca en una actitud de conversión, y necesitada de misericordia divina para recibir el don de Dios y participar fructuosamente de la Eucaristía.

Señor, ten piedad

Nº 52: Después del acto penitencial comienza siempre el Señor, ten piedad, a menos que éste ya haya formado parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto en el que los fieles aclaman al Señor e imploran su misericordia, de ordinario será cantado por todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y los cantores o un cantor.

Cada aclamación normalmente se repetirá dos veces, sin excluir un número mayor, por razón de la índole peculiar de cada lengua o de las exigencias del arte musical o de las circunstancias. Cuando el Señor, ten piedad se canta como parte del acto penitencial se propone un “tropo” para cada aclamación.

Esta fórmula de perdón no está dirigida al Padre como las anteriores, sino a Cristo, por eso adquiere un tono de familiaridad con Cristo, hombre como nosotros, aunque si es Dios. Las expresiones que presenta el Misal son totalmente bíblicas: Señor, que has

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sido enviado para sanar a los que se arrepienten de corazón (Is 61,1). Tú que has venido a llamar a los pecadores (Mt 9,13; Lc 5, 32). Tú que estas sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros (Rom 8,34; Heb 7,25).

La aclamación bíblica Kyrie Eleison, la encontramos en la versión griega de los setenta. El Kyrie (Señor), y el Christe, van dirigidos a Cristo, él es la fuente de toda reconciliación cristiana.

Esta aclamación es una de las pocas que quedan en griego en la liturgia de distintos idiomas: latina, siria, copta.

Según un autor haciendo una lectura teológica dice que: esta aclamación tiene dos aspectos, una de alabanza y otra de súplica penitencial. La de alabanza, está en el Kyrie, Señor que es un apelativo imperial y triunfal a Cristo presente ya en el Nuevo Testamento, en el sentido que lo presenta la carta a los Filipenses 2,11: Y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: que Jesucristo es el Señor; o también de Hechos de los Apóstoles 2,36: Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías.

La penitencial, como un pedido de perdón, de misericordia y piedad. Por eso la aclamación puede ser considerada como un desarrollo del acto penitencial, porque esta estructura (la actual) parece considerarla como carácter fundamental. De allí se entiende el porqué de la expresión que dice: Después del acto penitencial comienza siempre el Señor, ten piedad, a menos que éste ya haya formado parte del mismo acto penitencial.

Gloria a Dios

Nº 53: El Gloria es el himno antiquísimo y venerable por el que la Iglesia congregada en el Espíritu Santo glorifica a Dios Padre y al Cordero, y le suplica. El Texto de este himno no puede ser cambiado por otro. Lo comienza el sacerdote o, según las circunstancias, un cantor o los cantores, pero es cantado o por todos juntos, o alternando el pueblo con los cantores o, sólo por los cantores. Si no se canta, lo recitarán todos juntos o alternando en dos coros.

Se canta o se recita los domingos, excepto en tiempo de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y fiestas y en algunas celebraciones peculiares más solemnes.

En este número que se refiere al Gloria, encontramos una prohibición muy explícita, con respecto al misal anterior dice: El Texto de este himno no puede ser cambiado por otro. Y nos preguntamos, ¿por qué será?

El Gloria in excelsis Deo, es uno de aquellos himnos de los primeros siglos y compuestos a la manera de los himnos del Nuevo Testamento. En oriente se cantaba como oración de la mañana. En occidente el antifonario da noticia que se rezaba en la oración de Laudes y de Vísperas. En la Misa romana el Gloria in excelsis Deo, el Liber Pontificalis es el que nos da noticias, y este testimonio se remonta por los siglos VI o fines del siglo V, y atribuye la introducción del texto al Papa Telesforo (+ 136), que lo habría admitido solo para la misa nocturna de Navidad.

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El Gloria tiene dos partes netamente distintas. La primera sería la primitiva, la originaria. Ella se articula en cuatro frases distintas. Las tres primeras son dirigidas al Padre. La cuarta es una invocación al Hijo con una mención final al Espíritu Santo.

La segunda parte, enteramente dirigida al Hijo, que a juicio de los críticos fue agregada al texto primitivo durante las controversias arrianas como reacción a la herejía que negaba la consubstancialidad, y generación connatural del Verbo.

Nos damos cuenta entonces que, el Gloria acentúa la dimensión trinitaria de la celebración, sobre todo por la frase doxológica final. Esto hace que nos encontremos delante de un venerable himno de alabanza a la Santísima Trinidad, con carácter cristológico y pascual. Este es el motivo por el cual no puede ser sustituido por un simple canto de Gloria, como a veces se escucha en algunas celebraciones. Este himno forma parte de la tradición de la Iglesia de oriente y occidente.

Oración Colecta

Nº 54: Después el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, junto con el sacerdote, guardan un breve silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus intenciones y deseos. Entonces el sacerdote profiere la oración que suele llamarse “colecta” y por la cual se expresa la naturaleza de la celebración. Conforme a una antigua tradición de la Iglesia, normalmente la oración se dirige a Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo, y termina con la conclusión trinitaria, es decir la más larga, de este modo:

-si se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos;

- si se dirige al Padre, pero al final se menciona al Hijo: Que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos;

-si se dirige al Hijo: Que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios por los siglos de los siglos.

El pueblo, uniéndose a la súplica, hace suya la oración con la aclamación Amén. En la Misa siempre se dice una sola oración colecta.

El nombre colecta, deriva de colligere, en el sentido de recoger, reunir.

Interesante y actual es el significado social: esta oración recoge en una única fórmula sintética todas las intenciones secretas de los participantes y lo presenta, como un racimo al trono de Dios. Expresa la participación de la asamblea y evidencia de manera particular la ministerialidad in persone Ecclesiae con referencia privilegiada a la asamblea. A través de la Iglesia, como se dijo, el ministro representa a Cristo.

Lo específico de esta oración es de, fomentar la unión de los que se han congregado e introducir los espíritus en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta. También históricamente se evidencia un amplio número de colectas de los tiempos litúrgicos, del Propio de los santos, de las misas votivas y rituales por diversas ocasiones.

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En las colectas está siempre presente el llamado expreso a la Trinidad en cuanto son dirigidas habitualmente, salvo pocas excepciones, al Padre por medio de Cristo, en el Espíritu Santo. La oración entonces por regla condensa, precisa, pone justa clave Trinitaria, cristológica y eclesial las intenciones de los fieles y tiene el sello presidencial.

Veamos un poco la estructura, es lo que vamos a encontrar en las oraciones colecta: un anáclesis, un anamnesis, una epíclesis y una doxología.

- Anáclesis: menciona los atributos divinos. El nombre Deus. Los atributos: Omnipotente, Eterno, Misericordioso, Clemente, etc.

- Anámnesis: es el acento a un evento salvífico. Como norma sirve de enganche a la epíclesis es decir al pedido y por lo tanto evento y pedido presentan entre ellos un cierto paralelismo y se ensamblan recíprocamente.

- Epíclesis: es la cualificación de los orantes: a fin de que nosotros indignos hijos tuyos. Sigue el objeto de la súplica (que puede ser simple, múltiple o compleja).

- Doxología: es la fórmula conclusiva. La coronación del texto es dirigida a las tres Personas divinas. Si la colecta está dirigida al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos; Si se dirige al Padre, pero al final se menciona al Hijo: Que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos Si se dirige al Hijo: Que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios por los siglos de los siglos.

Esta parte doxológica de la oración colecta difiere de la oración sobre las ofrendas y de la oración después de la comunión, que tienen una conclusión siempre breve. Si están dirigidas al Padre es: Por Cristo nuestro Señor. Si están dirigidas al Padre pero al final se hace mención del Hijo es: Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Y si están dirigidas al Hijo: Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos.

El desarrollo de la oración pasa por cuatro momentos: invitación, pausa de silencio, recitación y respuesta.

Invitación: el sacerdote con las manos juntas invita diciendo Oremos, este gesto de las manos juntas puede significar una oración individual, pero aquí se trata de todos los miembros de la asamblea, del cual el sacerdote es, no por mandato popular, sino por institución divina, representante cualificado. Y aunque la oración de cada uno es silenciosa, comprende toda la comunidad orante.

Pausa de silencio: en este espacio de silencio los fieles responden a la invitación tomando conciencia de estar en la presencia del Señor y formulando en sus corazones. Este espacio no debe ser excesivamente breve, impidiendo a los fieles de concentrarse, ni excesivamente largo que ya arruina el ritmo de la oración. Este espacio de silencio es muy precioso también por el hecho que estimula y fomenta la participación activa, en particular aquella interior, mucho más importante que la exterior.

Recitación: el sacerdote dice o canta el texto en voz alta y clara de manera que todos puedan escuchar con atención. Pronuncia la fórmula con las manos extendidas y

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de pie. Es la actitud tradicional ya de los hebreos en el Antiguo Testamento. También después de los cristianos.

Respuesta: es el Amén, final significa que la asamblea toma acto de la oración dicha por el sacerdote, la confirma y la hace suya. El Amén evidencia la unidad de la asamblea como sujeto de la celebración, pero muestra también la diversidad de roles.

Decíamos que la finalidad de los ritos iniciales es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad, ¿para qué? Para disponer a la asamblea a la escucha de la Palabra de Dios y celebrar dignamente la Eucaristía, este es el plato fuerte. Y para esto como hemos visto transcurren varias cosas, que suscitan un dinamismo espiritual en los fieles.

Esta reunión se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Dios es quien nos reúne en el amor de su Hijo amado. Es el amor de Dios que circula entre nosotros y nos hace asumir y perdonar toda ofensa, es la experiencia del Espíritu Santo que al unir nuestras voces con el canto crea en el templo en una atmósfera festiva y nos convierte en un cuerpo resucitado.

Con el ingreso procesional, nos presentamos ante el Señor como Iglesia peregrina, en marcha hacia la Nueva Jerusalén. Somos semilla de otro Reino, pero que mientras, necesitamos reavivar cada día nuestra fe, en el Hijo de Dios que nació, sufrió, murió y resucitó por nosotros. Y mientras fraccionamos el Pan en memoria suya, vamos fraccionando nuestras vidas como pan, en el sacrificio cotidiano.

La cruz nos precede, en la procesión como símbolo de la cruz que debemos cargar cada día. La luz de la Palabra ilumina nuestros pasos, vamos juntos hacia el altar del sacrificio, que son nuestras tareas nuestras responsabilidades, donde así como los granos del incienso se queman para exhalar su perfume aromático, así nuestra vida se desgasta, se quema y consume en honor a Dios para exhalar el buen olor de Cristo en el servicio solidario con los hermanos.

Y llega el saludo de la paz, porque Cristo nuestra pascua dijo: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre allí estaré yo”, y está regalándonos el don del perdón, sacudiendo el polvo de nuestros pies que al caminar se nos fue acumulando. Hacia él venimos porque es fuente de agua viva, y por el agua del Bautismo nos hace renacer a vida nueva, vigorizando nuestro espíritu.

A él la gloria, que nos embellece con sus dones. Y nos prepara para el desafío de alcanzar la santidad, porque sólo el Señor es Santo.

Todos y cada uno de los ritos iniciales, despiertan nuestros sentidos físicos y espirituales, y de la mano nos introducen a la mesa del Banquete de la Palabra y de la Eucaristía, para que nuestra participación sea consciente, activa y fructuosa.

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LA LITURGIA DE LA PALABRA

¿Cuál es el sentido? La liturgia de la Palabra es una celebración. Es indispensable, por tanto, que se note que celebramos la Palabra, como luego celebraremos la Eucaristía.

La liturgia de la Palabra no es:

Ni un tiempo de lecturas atropelladas colocadas antes del sermón y de la celebración eucarística durante el cual va llegando la gente.

Ni una reunión de instrucción o discusión que después se concluirá con los ritos eucarísticos.

La liturgia de la Palabra

Es la “primera mesa” de la celebración. Luego vendrá la segunda, la “mesa del pan”.

Como celebración que es, recuerda y actualiza la fuerza salvadora de Dios en la historia, o invita a responder y acogerla en la propia vida, personal y comunitaria.

Pone ante los ojos, cada domingo, algunos de los aspectos de esta obra salvadora, para que prestemos especial atención a ellos. La liturgia de la Palabra hace que la Eucaristía de cada domingo sea diferente.

Los números más importantes que la IGMR dedica a la Liturgia de la Palabra se encuentran en el cap. II, que lleva como título Estructura de la Misa, sus elementos y partes. El n. 55 hace las veces de prólogo y síntesis introductoria.

55. Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles la desarrollan y concluyen. Pues en las lecturas que la homilía explica, Dios habla a su pueblo, manifiesta el misterio de la redención y salvación, y brinda el alimento espiritual; y Cristo por su Palabra se hace presente en medio de su pueblo. El pueblo hace suya esta Palabra por el silencio y los cantos, y se adhiere a ella por la profesión de fe; y alimentado por ella, ruega en la oración universal por las necesidades de toda la Iglesia y por la salvación de todo el mundo.

Saltan a la vista los elementos y aspectos esenciales:

a) Parte principal de la Liturgia de la Palabra: lecturas tomadas de la Sagrada Escritura y cantos que se intercalan. b) Desarrollo y conclusión de la Liturgia de la Palabra: la homilía, la profesión de fe y la oración universal.

En este marco celebrativo:

a) Dios habla en las lecturas que la homilía explica, manifestando el misterio de la redención y salvación, y brinda alimento espiritual. b) Cristo se hace presente.

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c) Por el silencio y los cantos: el pueblo hace suya la palabra. d) Profesión de fe: el pueblo se adhiere a la palabra. e) Oración universal: el pueblo, alimentado por la palabra, ruega por las necesidades de la Iglesia y por la salvación del mundo (ejerce el ministerio de la oración).

Es necesario recordar desde un comienzo que lo referente a la Liturgia de la Palabra en la IGMR tiene que ser completado y profundizado mediante otro documento que le hace de complemento: “Ordenación de las lecturas de la Misa”.

1) Momento privilegiado de la presencia divina

Además de la función iluminativa de la palabra divina, comentada largamente por el salmo 118 y muchos otros textos de la Escritura y de la tradición, está el hecho de la presencia de Dios, pero no como cualquier autor cuando se leen sus escritos, porque en nuestro caso es la misma persona divina, viva y activa, que comunica su pensamiento y su voluntad a través de la Iglesia, mediante el servicio del lector, que en aquel momento está autorizado para representarla. La presencia de Dios es invisible, pero real, si bien de naturaleza diversa de aquella eucarística.

2) Acción magisterial.

La Iglesia cumple su misión evangelizadora y catequética llevando la palabra de Dios a los fieles y explicándola. La liturgia de la Palabra es uno de los momentos más significativos de este ejercicio de formación espiritual, de exhortación, de estímulo a la conversión y a la santidad. La educación a la vida cristiana y al comportamiento en el ámbito privado y social parte, como de su fundamento, de la palabra de Dios, representada en cada celebración, particularmente en la Eucaristía (cf. IGMR 28). En este contexto tiene que ser vista la homilía, la cual está al servicio del misterio celebrado, de la Palabra, de los fieles, y constituye una acción litúrgica (IGMR 65,66).

65. La homilía es parte de la Liturgia y se la recomienda encarecidamente, pues es alimento necesario para la vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de algún aspecto de las lecturas de la Sagrada Escritura o de otro texto del Ordinario o del Propio de la Misa del día, teniéndose en cuenta el misterio que se celebra y las necesidades particulares de los oyentes.

3) Acontecimiento nuevo.

La novedad a poner en evidencia es ante todo la aplicación específica del mensaje a la asamblea presente y a cada uno de sus miembros en relación a la condición y situación histórica, concreta y personal de cada uno. Por eso la misma palabra divina, permaneciendo la misma en toda circunstancia, asume aspectos en cierta medida diferenciados y nuevos por cuanto concierne a los oyentes.

4) Palabra que solicita adhesión.

Todas las veces que se lee o se escucha la Escritura somos llamados a recoger de ella las inspiraciones, pero en la liturgia los presentes expresan su adhesión con las

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respuestas públicas y, en cierto sentido, solemnes, que comprometen incluso ante la comunidad celebrante y la iglesia.

5) Acto de culto.

La escucha de la palabra, como la anuncia la Iglesia, es un acto de fe y de reconocimiento de su origen divino. Por consiguiente es un homenaje público a Dios, un acto de culto. Las disposiciones internas y externas pueden intensificar el comportamiento cultual.

6) Palabra que purifica.

Al final de la proclamación del evangelio el diácono, o el sacerdote, dice: Las palabras del evangelio borren nuestros pecados (IGMR 134, 175). La palabra de Dios, proclamada en la celebración litúrgica, tiene un valor sacramental purificador, naturalmente para quien está arrepentido y penetrado por la fe en la eficacia de la presencia de Dios que habla. La fórmula está en plural y se refiere por lo tanto a todos los oyentes, aunque sea dicha en secreto como lo establece la rúbrica.

7) Palabra actualizada en la Eucaristía.

La liturgia de la palabra forma en concreto un único acto de culto con la liturgia eucarística (SC 56; EM 10; IGMR 28) De hecho, se trata de una única mesa donde se ofrece, como alimento del espíritu, sea la palabra de Cristo, sea su cuerpo y su sangre. Si bien la Misa consta de dos sectores, liturgia de la palabra y liturgia eucarística, éstos son plenamente complementarios. De hecho, forman un rito único, estrechamente orgánico y coherente en su articulación. (IGMR 28).

La palabra de Dios es un don de gracia con eficacia divina connatural a ella. Pero la Eucaristía tiene una preciosidad superior porque es Cristo en su plenitud humano-divina. En realidad, en ambos momentos Cristo está presente. En el primero es particularmente Verbo que comunica su enseñanza, su luz de revelación que enciende la fe y las otras disposiciones en la asamblea y en cada fiel. En el segundo momento está presente como sacerdote, víctima, sacrificio y realidad que se ofrece a los participantes.

La palabra divina de la primera parte de la misa no es sólo preparación de fe y de amor para la Eucaristía, sino también preanuncio de las realidades salvíficas que en ella tendrán su actualización. Cada enunciado hecho en las lecturas encuentra su realización en el sacramento global de la Eucaristía.

8) La Palabra percibida en el silencio.

En la liturgia están previstos los espacios de interrupción de toda acción externa, pero de continuación espiritual silenciosa. Toda la asamblea hace una pausa como espacio de pura interioridad, destinada a favorecer la acción del Espíritu Santo. Los momentos previstos como espacios de silencio son aquellos indicados antes del comienzo de la liturgia de la palabra, después de la primera y segunda lectura y después de la homilía. (cf. 56 IGMR)

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El principio teológico a subrayar es el siguiente: El silencio sagrado en el ámbito de la liturgia, felizmente recuperado y valorado con la renovación litúrgica, participa del carácter sacro y mistérico-sacramental de la celebración litúrgica, y de los otros componentes del contexto inmediato en el cual el silencio tiene lugar. El silencio es el momento oportuno, en cuanto acción litúrgica y ritual, para una particular interiorización y apertura a la resonancia de la acción externa (p.ej. la proclamación de la palabra de Dios) en el corazón por obra del Espíritu Santo. Y en el silencio se prepara también la respuesta a la palabra de Dios. Estas son las motivaciones teológicas por las cuales IGMR 56 inicia de forma tan categórica e imperativa, reafirmando un principio celebrativo importante, diciendo que "La liturgia de la palabra debe ser celebrada de tal manera que favorezca la meditación, por eso se debe evitar toda forma de apresuramiento que impida el recogimiento".

9) La homilía.

El hecho de que el presidente –que hace las veces de Cristo- dedique unos minutos de homilía a comentar y aplicar la palabra de Dios a la vida de los participantes es uno de los signos más expresivos de que tomamos en serio lo que Dios nos dice, que nos es sólo por cumplir por lo que leemos unas lecturas, sino como palabra dicha para nosotros hoy y aquí, y que la acogemos con actitud de fe y obediencia. La homilía ayuda a que las palabras que suenan en la lectura-proclamación resuenen en la vida de los fieles.

SC 52: Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana.

IGMR 65: leer. "Conviene que sea una explicación…". El texto latino dice "Debe ser una explicación" En latín oportet es normalmente imperativo: es necesario, debe, es razonable, es justo.

EG 137. Cabe recordar ahora que «la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza». Hay una valoración especial de la homilía que proviene de su contexto eucarístico, que supera a toda catequesis por ser el momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental. La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto.

Los domingos y fiestas de precepto debe haber homilía en todas las Misas que se celebran con asistencia del pueblo, y no se la puede omitir, sino por un motivo grave; los demás días se recomienda, especialmente en las ferias de Adviento, Cuaresma y tiempo pascual, como también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude en mayor número a la Iglesia.

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Ministro de la homilía: IGMR 66, nuevo. Leer. Ordinariamente la hará el presidente de la celebración, un concelebrante, un diácono, pero nunca un laico. En casos particulares y por justa causa: un obispo o presbítero no concelebrante.

"nunca un laico": Cf. art. 3 sobre la homilía, de la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, Ecclesiae de mysterio (1997), donde también se excluyen los seminaristas. Se contempla que puede darse una colaboración de los laicos en la homilía mediante:

a) la propuesta de una breve monición y un eventual testimonio en celebraciones de particulares jornadas.

b) El diálogo como medio expresivo, sin delegar el deber de la predicación. Cita el Directorio para las Misas de los niños, n. 48. Pero olvida, o se cuida, de citar el n. 24 del mismo Directorio, donde se dice que "Nada impide que alguno de estos adultos que participan en la Misa con los niños, con permiso del párroco o del rector de la iglesia, les dirija la palabra después del Evangelio, sobre todo si el sacerdote se adapta con dificultad a la mentalidad de los niños":

c) Fuera de la Misa, puede ser confiada a laicos, siguiendo las normas establecidas: Matrimonio ante un asistente laico, Ritual, n. 125: donde se establece que el asistente haga una exhortación o lea una homilía escrita por el obispo o el párroco. Las mismas indicaciones se establecen para las celebraciones dominicales de la palabra presididas por un laico en ausencia del presbítero.

Es oportuno guardar un breve momento de silencio después de la homilía.

10) Aspectos pastorales.

El Derecho litúrgico, del cual forman parte las introducciones de los libros litúrgicos, está al servicio de la pastoral litúrgica, que tiene como objetivo ayudar y promover iniciativas en orden a la formación-comprensión del misterio litúrgico, y en orden a una celebración que permita y promueva una participación conciente, activa y fructuosa en la liturgia. En este sentido, la Liturgia de la Palabra reviste una particular importancia y goza de un carácter pedagógico y mistagógico a los cuales es necesario dar toda su importancia.

ASPECTOS CELEBRATIVO-RITUALES

La palabra de Dios no se proclama para entretener, o como un relato piadoso, o como catequesis sistemática. La Palabra es celebrada, con actitud de fe, con canto, con meditación, con la conciencia de que Dios nos habla hoy y aquí, y que Cristo por su palabra se hace presente en medio de sus fieles (IGMR 27,29). No habría que ponerse ante la Palabra como ante una lección o un tema de estudio, sino ante una Persona que nos habla, que tiene tiempo para nosotros, que nos interpela y nos anuncia su amor y su plan de salvación.

La estructura celebrativa o ritual de la Liturgia de la Palabra puede ser dividida en cinco segmentos:

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1) Primera lectura - salmo – segunda lectura (secuencia en algunos casos). 2) Evangelio y su marco ritual. 3) Homilía. 4) Profesión de fe 5) Oración universal.

Primera lectura - salmo – segunda lectura (secuencia en algunos casos).

Están previstas por parte del presidente, o del guía-comentador, concisas y claras moniciones introductorias a cada una de las lecturas que, incluida la homilía, constituye lo que ha sido llamado un discurso homilético, que incluye desde las primeras palabras introductorias a la celebración hasta las últimas al concluirla dichas por el guía o el mismo presidente (IGMR 31; 105b; OLM Praen. 15; 57).

Al salmo responsorial se dedica el n. 61.

61. Después de la primera lectura sigue el salmo responsorial, que es parte integral de la liturgia de la Palabra y de por sí tiene una gran importancia litúrgica y pastoral, por cuanto favorece la meditación de la Palabra de Dios.

El salmo responsorial será el correspondiente a cada lectura y normalmente se tomará del Leccionario.

Es conveniente que el salmo responsorial sea cantado, al menos en lo que se refiere a la respuesta del pueblo. El salmista, o el cantor del salmo, profiere los versículos del salmo en el ambón o en otro lugar adecuado, mientras que toda la asamblea permanece sentada y escucha, y más aún participa con la respuesta, a no ser que el salmo sea proferido de modo directo, es decir sin respuesta. Para facilitar la respuesta salmódica del pueblo, se han seleccionado algunos textos de respuestas y de salmos según los diversos tiempos del año o las diversas categorías de Santos, que pueden emplearse en lugar del texto correspondiente a la lectura, siempre que el salmo sea cantado. Si el salmo no puede ser cantado, se lo ha de recitar del modo más adecuado para favorecer la meditación de la Palabra de Dios.

En lugar del salmo asignado en el Leccionario puede cantarse también el responsorio Gradual del Gradual romano o el salmo responsorial o el aleluyático del Graduale Simplex, según se indica en esos libros.

El marco ceremonial-celebrativo de la lectura del evangelio

Tiene la finalidad de facilitar la comprensión de la misma, y en lo que se refiere especialmente al Evangelio, subrayar su importancia y su valor.

Forman parte del marco ceremonial-celebrativo del evangelio:

1) El canto del Aleluya 2) La bendición del lector 3) La procesión y la incensación 4) El lugar de la proclamación

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5) El saludo antes del evangelio 6) Los signos de cruz y el beso 7) La forma de proclamación 8) Las aclamaciones 9) La postura de la asamblea

1) El canto del Aleluya. La ritualidad en torno al Evangelio tiene su inicio con el

canto del Aleluya. La IGMR, en el n°. 212 afirma: "Cuando comienza el Aleluya, todos se ponen de pie, excepto el obispo, que impone el incienso en silencio, lo bendice con el signo de cruz sin decir nada y bendice al diácono…" Esta aclamación (el Aleluya) por sí misma constituye un rito o acto por el cual la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor que le hablará en el Evangelio, y confiesa su fe con el canto. Es cantado por todos de pie.

2) Bendición del lector. El diácono pide siempre la bendición al obispo, o al presbítero presidente. Cuando proclama el evangelio un presbítero y preside el obispo, pide la bendición al obispo y no dice la fórmula de purificación Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados, dicha sólo por el presbítero cuando éste es al mismo tiempo presidente; cuando preside un presbítero y en ausencia del diácono un concelebrante proclama el evangelio no pide la bendición, y dice sólo la fórmula de purificación. El diácono o, en su ausencia, el presbítero no dicen la fórmula de purificación dado que la petición de proclamar-anunciar dignamente el evangelio ya está contenida en la fórmula de bendición impartida. Quien pide la bendición o quien recita la fórmula de purificación lo hacen profundamente inclinados en actitud orante, humilde y penitencial. La proclamación del evangelio, como hecho de anuncio, responde al mandato de Cristo hecho al obispo. El obispo o su representante (el presbítero) delega ritualmente tal anuncio al diácono, habilitado por la dignidad conferida en la ordenación, durante la cual recibe el libro de los evangelios. También es habilitado para hacer la homilía (IGMR 66).

3) Procesión e incensación del libro. El trayecto procesional hasta el ambón, con el turíbulo, los candelabros y la incensación, constituye un rito y gesto de veneración y honor al evangelio (IGMR 133,175). El libro de los evangelios o evangeliario está sobre el altar desde el comienzo de la celebración (IGMR 122): el altar significa a Cristo y es lugar de la acción eucarística. De Cristo -el altar- y de la mesa –la eucaristía- se establece la relación entre proclamación –palabra de Cristo-, y mesa de la palabra –mesa de la eucaristía, Cuerpo de Cristo.

4) Lugar de la proclamación. Las lecturas se proclaman desde el ambón. (IGMR 58; 175), que, después del altar, es el lugar más venerable de la Iglesia, prescindiendo del tabernáculo, que por otro lado no es un elemento estructural del espacio celebrativo de la eucaristía. El ambón está reservado a la lectura y a las partes a ellas conectadas, como el salmo responsorial, eventualmente la homilía, y la oración de los fieles. No está permitido al animador, o comentador, y al director del canto ocupar el ambón para sus respectivos ministerios (IGMR 105b, 309). El ambón es requerido por la dignidad misma de la palabra de Dios. Debe ser fijo y decoroso, no un simple atril móvil. Su posición debe ser tal que

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permita al lector, que en aquel momento es el protagonista y porta-palabra de Cristo, de ser visto y escuchado cómodamente por los fieles, de modo que la atención de todos espontáneamente sea atraída por él durante la lectura (IGMR 309).

5) "El Señor esté con ustedes" antes del evangelio. El lector del Evangelio se dirige a la asamblea y recibe de ella la respuesta. Según el Ceremonial de los Obispos (141) el diácono saluda teniendo las manos juntas (IGMR 175); igualmente el presbítero cuando es quien lee el evangelio. El gesto de las manos juntas indica que aquí no se trata propiamente de un saludo, sino de la constatación de Cristo presente que está por dirigir su palabra. Quizá sea también una actitud a tener, vale decir, la de una devota escucha. La respuesta de la asamblea devuelve el deseo a quien proclama la palabra. Es también un acto de fe en el locutor divino (cf. OLM 17).

6) Los signos de cruz y el beso. Quien lee el evangelio hace un signo de cruz sobre el libro, sobre la propia frente, los labios y el pecho (IGMR 175). De origen franco-germánica, los signos de cruz quieren subrayar el itinerario de la palabra de Dios: partiendo del libro como de Dios, debe ser meditada con la mente, profesada con los labios, conservada en el corazón. En la misa presidida por el presbítero, es el diácono quien besa el libro. Cuando preside el obispo es él quien besa el libro. Quien besa el libro dice: Las palabras del evangelio borren nuestros pecados.

7) La forma de proclamación. En la proclamación del evangelio está admitido el canto. Pero algunos, no sin fundamento, sostienen que la proclamación leída responda mejor al género de esta acción litúrgica. En la proclamación leída se tendrán en cuenta los principios, las técnicas, y la preparación adecuada para una buena lectura y una eficaz comunicación del mensaje.

8) Aclamaciones. Las expresiones que hacen de marco al texto bíblico, pronunciadas por el lector, están en función de la respuesta de la asamblea. Hacen referencia a la teología de la palabra, que es comunicación hecha por Dios. La respuesta del pueblo contiene el reconocimiento del acontecimiento divino-salvífico narrado-escuchado, y es una acción de glorificación y de acción de gracias y, después del evangelio, más específicamente a Cristo, por su intervención oral en la Iglesia, reunida en asamblea litúrgica (SC 7; IGMR 60).

9) La postura de la asamblea. Ya vimos que con al canto del Aleluya todos se ponen de pie. Con ello se quiere expresar respeto y honor hacia el Evangelio según una costumbre ya atestiguada por las Constituciones Apostólicas II, 57.8: "cuando se lee el evangelio todos se ponen de pie en gran silencio".

Homilía: el tema ya fue tratado más arriba.

La profesión de fe. La profesión de fe tiende a la respuesta de la asamblea a la palabra escuchada y expuesta en la homilía, a la proclamación de la fe, a la memoria y confesión de los grandes misterios de la fe antes de comenzar la celebración de la eucaristía.: IGMR 67. Es dicho o cantado los domingos, solemnidades u otras

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celebraciones más solemnes. Fórmula aprobada. Gestos: n. 137: inclinación profunda a las palabras "fue concebido por obra del Espíritu Santo"; arrodillados en las solemnidades de la Anunciación y en Navidad. Con tales gestos corporales se quiere subrayar el misterio de fe que se celebra.

La oración universal: Se podría pensar que la oración de los fieles y las intercesiones presentes en las Plegarias eucarísticas son en el fondo lo mismo o las segundas una repetición de la primera. Pero no es así. Mientras que en la oración universal son los fieles quienes oran, piden e interceden, en la Plegaria eucarística se ora por ellos y por ellos se ofrece el sacrificio.

Oración universal

En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, en cierto modo responde a la Palabra de Dios recibida con fe y, ejerciendo la función de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga normalmente en todas las Misas con asistencia del pueblo, para que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación del mundo entero.

Las series de intenciones, de ordinario, serán:

a) por las necesidades de la Iglesia; b) por los gobernantes y por la salvación del mundo entero; c) por los que sufren cualquier dificultad; d) por la comunidad local.

Sin embargo, en algunas celebraciones particulares, como Confirmación, Matrimonio, Exequias, el orden de las intenciones puede considerar más de cerca esa ocasión particular.

Compete al sacerdote celebrante dirigir esta oración desde la sede. Él la introduce con una breve monición con la que invita a los fieles a orar, y la termina con la oración conclusiva. Las intenciones que se proponen han de ser sobrias, compuestas con sabia libertad y pocas palabras, y deben expresar la súplica de toda la comunidad. Normalmente serán proferidas desde el ambón u otro lugar adecuado, por el diácono o un cantor o un lector o un fiel laico.

El pueblo, de pie, expresa su súplica con una invocación común después de cada intención, o bien con la oración en silencio.

Conclusión: En síntesis, los números de la IGMR dedicados a la Liturgia de la Palabra hacen ver que:

1) La Palabra es objeto de proclamación celebrada. 2) La celebración de la Palabra es proclamación ritual solemne. 3) La celebración-proclamación de la Palabra es acción cultual. Y la Liturgia de

la palabra y la Liturgia Eucarística constituyen un único acto de culto indivisible.

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4) La Liturgia de la Palabra requiere el ejercicio del ministerio de la presidencia, y de los otros ministerios: diaconado, lectorado, y los varios ministerios laicales de colaboración.

5) La Liturgia de la Palabra es catequesis y evangelización en acto, aunque estos no sean el fin principal de la misma.

6) La Liturgia de la Palabra anuncia los acontecimientos salvíficos, desde la óptica de la unidad de los dos Testamentos, cumpliendo una función eminentemente mistagógica en relación a la celebración eucarística, la que a su vez realiza-actualiza lo anunciado por y en la Palabra.

7) La eficacia sacramental de la proclamación celebrada y la celebración que proclama está dada por la presencia real de Cristo en la Palabra misma y en el ministro ordenado, icono de Cristo.

8) La presencia y participación de la asamblea, con todos sus dinamismos y gestos rituales, especialmente de la escucha, el silencio, la respuesta, y el canto, quieren significar y hacer presente a la Iglesia que lee y contempla la palabra, que escucha y responde a la Palabra, que celebra la Palabra, que rinde culto con la Palabra y vive de la Palabra.

9) La Liturgia de la palabra es en sí una celebración simple, de estructura clara y lineal en sus partes, entre las que hace de cumbre la proclamación del Evangelio. Su celebración requiere un ritmo pausado, sin prisas, y favoreciendo el recogimiento.

10) La Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística, en cuanto único acto de culto, constituyen una Eucaristía, una gran acción de gracias por la realización de la redención y la salvación en los fieles y en el pueblo de Dios.

LITURGIA DE LA EUCARÍSTIA

Terminada la oración universal, todos se sientan y, si hay procesión de ofrendas, comienza el canto del ofertorio (IGMR 79).

El acólito u otro ministro laico coloca sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal.

Conviene que la participación de los fieles se manifieste en la presentación del pan y del vino para la celebración de la Eucaristía, o de otros dones con los que se ayude a las necesidades de la Iglesia y de los pobres.

El sacerdote recibe las ofrendas de los fieles, ayudado por el acólito o por otro ministro. El pan y el vino para la Eucaristía son llevados al celebrante, quien los pone sobre el altar, más los otros dones son colocados en un sitio adecuado (nunca sobre el altar).

IGMR 72: En la última Cena (…) Cristo tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; éste es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia eucarística con estas partes, que responden a las Palabras y a las acciones de Cristo. En efecto:

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1) En la preparación de los dones, se llevan al altar pan, vino y agua, o sea los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos. 2) En la Plegaria eucarística se da gracias a Dios por toda la obra de la salvación; y se hace la ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Cristo. 3) Por la fracción del pan y por la Comunión los fieles, aunque muchos, reciben de un único pan el Cuerpo y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo.

Preparación de los dones

IGMR 73. Al comienzo de la liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En primer lugar se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la liturgia eucarística, y se colocan sobre él el corporal, el purificador, el Misal y el cáliz, si no se ha preparado en la credencia. Luego se traen las ofrendas: es de desear que el pan y el vino sean presentados por los fieles; el sacerdote o el diácono los recibe en un lugar adecuado para llevarlos al altar. Aunque los fieles ya no contribuyan con el pan y el vino destinados a la liturgia, como se hacía antiguamente, no obstante, el rito de presentarlos conserva su fuerza y significado espiritual.

También se puede recibir dinero u otros dones para los pobres o para la Iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la nave de la iglesia, y que se colocarán en un lugar conveniente, fuera de la mesa eucarística.

IGMR 74. Acompaña la procesión en la que se llevan las ofrendas el canto del ofertorio, que se prolonga por lo menos hasta que las ofrendas han sido colocadas sobre el altar. El canto siempre puede acompañar los ritos del ofertorio, incluso cuando no hay procesión de dones.

IGMR 75. El sacerdote coloca el pan y el vino sobre el altar, diciendo las fórmulas establecidas, puede incensar los dones colocados sobre el altar, luego la cruz y el altar, para significar que la oblación de la Iglesia y su oración suben como incienso hasta la presencia de Dios. Después el sacerdote, por causa de su sagrado ministerio, y el pueblo, en razón de su dignidad bautismal, pueden ser incensados por el diácono o por otro ministro.

IGMR 76. Luego el sacerdote se lava las manos al costado del altar, expresando por este rito el deseo de purificación interior.

Oración sobre las ofrendas

IGMR 146. Después vuelto al medio del altar, el sacerdote de cara hacia el pueblo, extendiendo y juntando las manos, invita al pueblo a orar, diciendo: Oren, hermanos, etc. El pueblo se levanta y responde: El Señor reciba. Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas. Al final el pueblo aclama: Amén.

IGME 147. Entonces el sacerdote comienza la Plegaria eucarística. Según las rúbricas (cf. n. 365) elige una de las que se encuentran en el Misal Romano o una de las que

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han sido aprobadas por la Sede Apostólica. Por su naturaleza la Plegaria eucarística exige que sólo el sacerdote, en virtud de su ordenación, la pronuncie. El pueblo se asocia al sacerdote con fe y en silencio, excepto en las intervenciones establecidas en el transcurso de la Plegaria eucarística, que son: las respuestas en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la consagración y la aclamación Amén después de la doxología final, como también otras aclamaciones aprobadas por la Conferencia Episcopal, con el reconocimiento de la Santa Sede.

Es muy conveniente que el sacerdote cante las partes de la Plegaria eucarística enriquecidas con melodía.

Plegaria eucarística

IGMR 78. Ahora comienza el centro y cumbre de toda la celebración: la Plegaria eucarística, es decir, la Plegaria de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones al Señor en la oración y acción de gracias y lo asocia a la oración que, en nombre de toda la comunidad, él dirige a Dios Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la alabanza de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio. La Plegaria eucarística exige que todos la escuchen con respeto y en silencio.

IGMR 79. Los principales elementos de la Plegaria eucarística pueden distinguirse de esta manera:

a) Acción de gracias (que se expresa principalmente en el Prefacio), en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por la obra de la salvación o por algún aspecto particular de la misma, según los diversos días, fiestas o tiempos.

b) Aclamación: con ella toda la comunidad, uniéndose a las virtudes celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que forma parte de la Plegaria eucarística, es proferida por todo el pueblo junto con el sacerdote.

c) Epíclesis: con ella la Iglesia, por medio de invocaciones peculiares, implora la fuerza del Espíritu Santo, para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados; es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión, sea para salvación de quienes van a participar de ella.

d) Narración de la institución y consagración: por las Palabras y acciones de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y Sangre bajo las especies de pan y vino, y lo dio a sus discípulos como comida y bebida y les dejó el mandato de perpetuar el misterio.

e) Anámnesis: con ella la Iglesia, cumpliendo el mandato que recibió de Cristo el Señor por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo recordando especialmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.

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f) Oblación: por ella, en este memorial la Iglesia, y principalmente la que está aquí y ahora congregada, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia procura que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí mismos, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea todo en todos.

g) Intercesiones: por las que se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, y que la ofrenda se hace por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, que han sido llamados a participar de la redención y de la salvación adquirida por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

h) Doxología final: en ella se expresa la glorificación de Dios, y se confirma y concluye con la aclamación: Amén del pueblo.

Rito de la Comunión

IGMR 80. Como quiera que la celebración eucarística es un banquete pascual, conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente preparados. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, con los que se va llevando a los fieles hasta el momento de la Comunión.

Oración el Señor

IGMR 81. En la Oración del Señor se pide el pan de cada día, lo cual para los cristianos implica especialmente el pan eucarístico, y se implora la purificación de los pecados, de modo que, en verdad, las cosas santas sean dadas a los santos. El sacerdote invita a orar, y todos los fieles, junto con el sacerdote, dicen la oración; el sacerdote solo añade el embolismo y todo el pueblo lo concluye con la doxología. El embolismo, que desarrolla la última petición de la oración del Señor, pide para toda la comunidad de los fieles la liberación del poder del mal.

La invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología conclusiva del pueblo, se profieren con canto o en voz alta.

Rito de la paz

IGMR 82. Sigue el rito de la paz, por el que la Iglesia implora para sí misma y para toda la familia humana la paz y la unidad, y los fieles se expresan la comunión y la mutua caridad, antes de comulgar con el Sacramento.

En cuanto al gesto mismo de entregar la paz, será establecido por las Conferencias Episcopales, de acuerdo a la índole y costumbres de los pueblos. Sin embargo es conveniente que cada uno dé la paz con sobriedad solamente a los que están más cercanos.

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La fracción del pan

IGMR 83. El sacerdote parte el pan eucarístico con ayuda, si es necesario, del diácono o del concelebrante. El gesto de la fracción realizado por Cristo en la última Cena, que en los tiempos apostólicos dio el nombre a toda la acción eucarística, significa que los fieles siendo muchos, por la Comunión de un solo pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado por la salvación del mundo, forman un solo cuerpo (1Co 10,17). La fracción comienza después del rito de la paz, y debe ser cumplida con la debida reverencia; sin embargo no se ha de prolongar innecesariamente ni se le dará una importancia exagerada.

El sacerdote parte el pan y deja caer una parte de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y la Sangre del Señor viviente y glorioso. El coro o el cantor cantan el Cordero de Dios, como de costumbre, con la respuesta del pueblo, o al menos lo dicen en voz alta. La invocación acompaña la fracción del pan, por lo cual puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta que haya terminado el rito. La última vez se concluye con las Palabras “danos la paz”.

Comunión

IGMR 84. El sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio.

Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico sobre la patena o sobre el cáliz, y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los fieles, pronuncia el acto de humildad, usando las Palabras evangélicas.

IGMR 160. Después el sacerdote toma la patena o el copón, y se aproxima a los que van a comulgar, quienes de ordinario se acercan procesionalmente.

No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz sagrado ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano. Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia Episcopal. Cuando comulgan de pie, se recomienda hacer, antes de recibir el Sacramento, la debida reverencia, establecida por las mismas normas.

IGMR 85. Es muy de desear que los fieles, tal como el mismo sacerdote está obligado a hacer, participen del Cuerpo del Señor con hostias consagradas en esa misma Misa, y en los casos previstos, participen del cáliz de manera que, incluso por los signos, aparezca mejor que la Comunión es participación en el Sacrificio que se está celebrando.

IGMR 86. Mientras el sacerdote toma el Sacramento comienza el canto de Comunión, el cual debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes comulgan, manifestar el gozo del corazón y hacer más evidente el carácter “comunitario” de la procesión para recibir la Eucaristía. El canto se prolonga mientras se distribuye el Sacramento a los fieles. Sin embargo, si se va a cantar un himno después de la Comunión, conclúyase oportunamente el canto de Comunión.

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IGMR 162. Para distribuir la Comunión pueden ayudar al sacerdote otros presbíteros que pudieran estar presentes. Si no los hay y los comulgantes fueran muy numerosos, el sacerdote puede llamar en su ayuda a ministros extraordinarios, es decir a un acólito debidamente instituido o también a otros fieles que hayan sido debidamente delegados para esto. En caso de necesidad, el sacerdote puede delegar a fieles idóneos, ad actum.

Estos ministros no se han de acercar al altar antes de que el sacerdote haya comulgado, y siempre recibirán de mano del sacerdote los vasos que contienen las especies eucarísticas que se van a distribuir a los fieles.

IGMR 87. Para el canto de Comunión se puede emplear la antífona del Gradual romano, con o sin salmo, o la antífona con el salmo del Graduale Simplex u otro canto adecuado, aprobado por la Conferencia Episcopal. Lo cantan los cantores solos o bien los cantores o el cantor con el pueblo.

Si no hay canto, la antífona propuesta en el Misal puede ser recitada por los fieles o por algunos de ellos, o por un lector, o en último caso por el sacerdote después de comulgar y antes de distribuir la comunión a los fieles.

IGMR 88. Terminada la distribución de la Comunión, según las circunstancias, el sacerdote y los fieles oran en secreto por algunos momentos. Si se prefiere, toda la asamblea puede también cantar un salmo, o algún otro canto de alabanza o un himno.

IGMR 163. Terminada la distribución de la Comunión, el sacerdote de inmediato consume íntegramente en el altar el vino consagrado que quizá hubiera quedado; las hostias consagradas que sobraron, o las consume en el altar o las lleva al lugar destinado para la reserva de la Eucaristía.

El Sacerdote, vuelto al altar, recoge las partículas, si las hay; luego, en el altar o en la credencia, purifica la patena o el copón sobre el cáliz; después purifica el cáliz diciendo en secreto: Lo que hemos recibido, y seca el cáliz con el purificador. Si los vasos son purificados en el altar, un ministro los lleva a la credencia. Sin embargo, se permite dejar los vasos, sobre todo si son muchos, en el altar o en la credencia sobre el corporal, debidamente cubiertos, y purificarlos en seguida después de la Misa, una vez despedido el pueblo.

IGMR 164. A continuación el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede guardar un silencio sagrado, durante algún tiempo, o también cantar un salmo, o un canto de alabanza o un himno (cf. n. 88).

89. Para completar la súplica del pueblo de Dios y para concluir todo el rito de la Comunión, el sacerdote profiere la oración después de la Comunión, en la que se imploran los frutos del misterio celebrado.

El pueblo hace suya esta oración con la aclamación Amen.

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RITO DE CONCLUSIÓN

El rito de conclusión, merece ser tenido en cuenta, ya que la asamblea impregnada de la vivencia Trinitaria, va a ser enviada a la misión, ella vino para encontrarse con Dios, para hacer memoria de Jesús, para encontrarse con los hermanos. Pero ahora renovada en la fe está preparada para ejercer su ministerio sacerdotal, y comunicar todo lo que ha visto y oído en la casa, en el trabajo, en la calle.

Al rito de conclusión pertenecen (IGMR 90):

a) Dar breves avisos, si fuera necesario;

b) El saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se expresa con la oración “sobre el pueblo” o con otra fórmula más solemne;

c) La despedida del pueblo por parte del diácono o del sacerdote;

d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y luego la inclinación profunda al altar por parte del sacerdote, del diácono y de los otros ministros.

Ahora se trata de un breve rito de conclusión trasparente, si tuviéramos que comparar con el tiempo antes del concilio, por ejemplo, influenciado por el florecimiento devocional de la época. El objetivo es el de disolver la asamblea con un saludo cristiano, un augurio y envío a la vida de todos los días como una invitación a caminar según la orientación recibida en la celebración Eucarística.

Esta rúbrica da la posibilidad de hacer un breve aviso o comunicación. Está muy bien aclarado la palabra “breve”. Para no caer en largos discursos que desvíen la finalidad de ésta.

La despedida consiste en el saludo, en la fórmula de bendición, y en la palabra de envío.

Antes de separarnos nos saludamos, y aquí el saludo: El Señor este con ustedes. R. Y con tu espíritu. Consiste en el augurar la continuidad de la presencia de Cristo, a lo largo del camino y de la vida.

Sigue la fórmula de bendición: La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre cada uno de ustedes. El obispo antes de la fórmula de bendición dice el Bendito sea el nombre del Señor….

Saludo y veneración del altar. Es como al inicio el saludo final, y veneración el presidente (así el diácono, pero no los concelebrantes) besa el altar en silencio acompañando una profunda inclinación y se retira. Si está el santísimo hace la genuflexión.

Cuando la misa es seguida por otra acción litúrgica, se omite el rito de conclusión, es decir, el saludo, la bendición y la despedida.

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Entonces la asamblea se encuentra en estado pascual, ha comido y bebido de la mesa sagrada, dispuesta a proyectar, comunicar todo cuanto ha visto y oído en medio de la sociedad, ser sal y luz del mundo a veces huérfano, sin conocer el rostro del Padre misericordioso.