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La revolución argentina (1966-1973) Introducción Tras el derrocamiento del gobierno radical de Arturo Illia el 28 de junio de 1966, se abrió un nuevo período de gobiernos militares en la historia argentina, denominado la “Revolución Argentina”, que culminó con el retorno del peronismo al poder en 1973. Tres gestiones se repartieron este período: la del general Juan Carlos Onganía (junio de 1966-junio de 1970), la del general Marcelo Levingston (junio de 1970-marzo de 1971) y la del general Alejandro Agustín Lanusse (marzo de 1971-mayo de 1973). El golpe fue justificado por sus ejecutores en las supuestas falencias de la democracia liberal y en la existencia de una crisis integral: (...) la pésima conducción de los negocios públicos por el actual gobierno, como culminación de muchos otros errores de los que le precedieron en las últimas décadas, de fallas estructurales y de la aplicación de sistemas y técnicas inadecuadas a las realidades contemporáneas, han provocado la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino, el desaliento y el escepticismo generalizados, la apatía y la pérdida del sentir nacional, el crónico deterioro de la vida económico-financiera, la quiebra del principio de autoridad y una ausencia de orden y disciplina que se traducen en hondas perturbaciones sociales y en un notorio desconocimiento del derecho y de la justicia. Todo ello ha creado condiciones propicias para una sutil y agresiva penetración marxista en todos los campos de la vida nacional, y suscitado un clima que es favorable a los desbordes extremistas y que pone a la Nación en peligro de caer ante el avance del totalitarismo colectivista. Esta trágica realidad lleva ineludiblemente a la conclusión de que las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de su misión de salvaguardar los más altos intereses de la Nación, deben adoptar, de inmediato, las medidas conducentes a terminar con este estado de cosas y encauzar definitivamente al país hacia la obtención de sus grandes objetivos nacionales (...). (1) En consecuencia, tras el golpe de junio de 1966, el sistema democrático dejó su lugar a un gobierno militar, que tuvo como objetivo expreso el de concretar cambios de carácter estructural, a nivel socioeconómico, político, cultural y tecnológico. De acuerdo con el objetivo general establecido en el Anexo 3 del Acta de la Revolución Argentina, el nuevo gobierno debía

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La revolución argentina (1966-1973) Introducción

Tras el derrocamiento del gobierno radical de Arturo Illia el 28 de junio de 1966, se abrió un nuevo período de gobiernos militares en la historia argentina, denominado la “Revolución Argentina”, que culminó con el retorno del peronismo al poder en 1973. Tres gestiones se repartieron este período: la del general Juan Carlos Onganía (junio de 1966-junio de 1970), la del general Marcelo Levingston (junio de 1970-marzo de 1971) y la del general Alejandro Agustín Lanusse (marzo de 1971-mayo de 1973).      El golpe fue justificado por sus ejecutores en las supuestas falencias de la democracia liberal y en la existencia de una crisis integral:

(...) la pésima conducción de los negocios públicos por el actual gobierno, como culminación de muchos otros errores de los que le precedieron en las últimas décadas, de fallas estructurales y de la aplicación de sistemas y técnicas inadecuadas a las realidades contemporáneas, han provocado la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino, el desaliento y el escepticismo generalizados, la apatía y la pérdida del sentir nacional, el crónico deterioro de la vida económico-financiera, la quiebra del principio de autoridad y una ausencia de orden y disciplina que se traducen en hondas perturbaciones sociales y en un notorio desconocimiento del derecho y de la justicia. Todo ello ha creado condiciones propicias para una sutil y agresiva penetración marxista en todos los campos de la vida nacional, y suscitado un clima que es favorable a los desbordes extremistas y que pone a la Nación en peligro de caer ante el avance del totalitarismo colectivista. Esta trágica realidad lleva ineludiblemente a la conclusión de que las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de su misión de salvaguardar los más altos intereses de la Nación, deben adoptar, de inmediato, las medidas conducentes a terminar con este estado de cosas y encauzar definitivamente al país hacia la obtención de sus grandes objetivos nacionales (...). (1) 

En consecuencia, tras el golpe de junio de 1966, el sistema democrático dejó su lugar a un gobierno militar, que tuvo como objetivo expreso el de concretar cambios de carácter estructural, a nivel socioeconómico, político, cultural y tecnológico. De acuerdo con el objetivo general establecido en el Anexo 3 del Acta de la Revolución Argentina, el nuevo gobierno debía

(...) Consolidar los valores espirituales, elevar el nivel cultural, educacional y técnico; eliminar las causas profundas del actual estancamiento económico, alcanzar adecuadas relaciones laborales, asegurar el bienestar social y afianzar nuestra tradición espiritual basada en los ideales de libertad y dignidad de la persona humana, que son patrimonio de la civilización occidental y cristiana; como medios para restablecer una auténtica democracia representativa en la que impere el orden dentro de la ley, la justicia y el interés del bien común, todo ello para reencauzar al país por el camino de su grandeza y proyectarlo hacia el exterior. (2)

Esta tarea estructural estuvo formalmente a cargo del general Juan Carlos Onganía, líder de la facción “azul” del Ejército que venía imponiéndose a la de los “colorados” desde 1962. Onganía exigió como condición para asumir la presidencia que las fuerzas armadas volviesen a sus tareas específicas y no interfirieran en la acción de gobierno. (3) A diferencia de las gestiones civiles y militares que deambularon por la Casa Rosada entre 1955 y 1966, la llegada del general Onganía a la presidencia estuvo respaldada por un amplio consenso inicial, proveniente de sectores muy diversos de la sociedad argentina, desde productores agropecuarios y grandes y pequeños empresarios hasta  dirigentes sindicales. (4) También formaron parte del gabinete de Onganía integrantes de asociaciones católicas importantes, tales como el Ateneo de la República, los Cursillos de Cristiandad y el Opus Dei. (5) Incluso, algunos partidos políticos otorgaron apoyo al nuevo régimen -el desarrollismo (6) y el peronismo (7) entre otros-; por el contrario no lo hicieron los radicales, socialistas y

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comunistas. (8)      Desencantados tanto de la democracia liberal como de las experiencias políticas anteriores y deseosos de un “cambio revolucionario” que sacara a la Argentina del estancamiento, los distintos sectores sociales idealizaron la figura del recién llegado a la Casa Rosada, y -como sostiene Félix Luna- otorgaron a Onganía una “imagen” de hombre fuerte, con autoridad en las fuerzas armadas, prestigio en los sectores obreros, sensibilidad popular, espíritu práctico y sentido de modernidad. (9)     Sin embargo, el poder ilimitado que la sociedad argentina parecía otorgarle a Onganía tenía una base muy heterogénea, de manera que su gestión deambuló contradictoriamente entre la adopción de medidas de corte modernizador -especialmente en el terreno de la política económica- y las de índole conservador -especialmente en el plano de la política universitaria y cultural-. Esta tensión irresuelta entre modernización y conservadurismo caracterizó tanto la política interna como la política exterior del onganiato, y terminó por quebrar el consenso inicial logrado.     Para cumplir con este mandato de la sociedad de construir una “nueva” Argentina, el gobierno de Onganía debió hacer frente a tres problemas básicos: el estancamiento económico, la amenaza comunista a la seguridad interna, y la salida hacia una democracia participativa. Intentó resolverlos a través de la coexistencia de los postulados de cuatro tendencias: la “liberal”, la “nacionalista ortodoxa”, la “nacionalista desarrollista” y la de los “nacionalistas heterodoxos” o “nacionalistas-liberales”.     El componente liberal estuvo ya presente en el texto del Mensaje dirigido por la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentino el 28 de junio de 1966. Asimismo, muchos de los objetivos establecidos en el ámbito de la política económica (afianzar la libertad de decisión de los consumidores, combatir la distorsión de los monopolios y promover la competencia, lograr la estabilidad monetaria) tuvieron un tono liberal. (10) Este tipo de políticas estuvo representada por las presencias de Álvaro Alsogaray como embajador en Estados Unidos (julio de 1966 a octubre de 1968) y de su hermano Julio Rodolfo como comandante en jefe del Ejército (diciembre de 1966 a agosto de 1968). No obstante, el primer ministro de Economía del nuevo régimen, Néstor Jorge Salimei (junio a diciembre de 1966), aunque era miembro del Instituto de Estudios Económicos y Sociales que dirigía Álvaro Alsogaray, no fue un fiel exponente de los liberales, ya que estaba inclinado hacia cierto grado de estatismo en materia económica. (11) En cambio, su sucesor, Adalbert Krieger Vasena (diciembre de 1966 a junio de 1969), fue un cabal representante de la corriente liberal dentro del gobierno de Onganía. (12)     La línea liberal propuso, para superar el estancamiento económico, la adopción de medidas anti-inflacionarias de estabilización y ajuste como pasos previos al crecimiento, el cual se lograría con atracción de capital extranjero y medidas de modernización y apertura económica. A su vez, la liberalización de la economía llevaría a una liberalización de la política, al eliminar los rasgos corporativos de la sociedad argentina. Por último, estas transformaciones conducirían a la salida institucional democrática. En cuanto a la política exterior, los liberales propusieron el alineamiento con Estados Unidos, país clave para acceder a los créditos necesarios para modernizar la economía. Esta línea de razonamiento fue claramente explicitada por Alvaro Alsogaray en su actuación como embajador en Estados Unidos. (13)      Respecto del ámbito regional, el modelo preferido por los liberales fue el de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), con sede en Montevideo, mecanismo que apuntó a dar prioridad a las fuerzas del libre comercio en el proceso de integración. (14) Apostando a las relaciones con los países pequeños de la Cuenca del Plata -Bolivia, Uruguay y Paraguay-, los liberales procuraron lograr la integración regional a través de la apertura económica y la reciprocidad multilateral. Por ejemplo, el semanario Primera Plana, a través del columnista Mariano Grondona, urgió a “dedicar nuevos empeños a la ALALC” y apostó, en forma congruente con la línea de Onganía y su canciller Nicanor Costa Méndez, por la alianza con Brasil que apuntase a un liderazgo conjunto regional. (15)     Pero, a la vez que establecía medidas acordes con los postulados liberales, el gobierno de Onganía adoptaba otras que se apartaban del liberalismo y se emparentaban más con las ideas de los nacionalistas. Estas, sin embargo, se caracterizaron por una enorme heterogeneidad, particularmente entre fines de la década de 1960 y principios de la de 1970, pudiendo identificarse las mencionadas tres líneas: “nacionalista ortodoxa”, “nacionalista desarrollista” y “nacionalista heterodoxa” o “nacionalista-liberal”. 

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    En el plano de la política exterior se advirtieron diferencias entre liberales y nacionalistas, pero también las hubo entre las tres variantes de la corriente nacionalista. Obviamente, el énfasis de los liberales en la adopción de medidas de estabilización económica los llevó a proponer una política exterior que estrechara los vínculos con los organismos internacionales de crédito y se acercara a un perfil de alineamiento con el principal proveedor de dichos créditos, el gobierno de Estados Unidos. Frente a esta postura, los nacionalistas reaccionaron con diferentes matices: abierto rechazo en el caso de los “ortodoxos”, que propusieron un modelo de desarrollo nacional cerrado y autárquico, basado en los recursos locales; de rechazo condicionado en el caso de los “desarrollistas”, que sostuvieron la necesidad de contar con créditos y capitales externos, pero sólo como un paso inicial en un proceso donde los esfuerzos debían invertirse en el desarrollo de las industrias de base; y, finalmente, de aceptación pragmática en el caso de los “heterodoxos”, que reconocieron como los liberales la necesidad de la estabilización económica como requisito para el desarrollo nacional, pero sin renunciar a éste.     Algo similar ocurrió en el caso de la integración regional. Mientras los liberales propusieron modelos de integración abiertos, como el de la ALALC, los nacionalistas rechazaron los modelos de integración basados en esquemas librecambistas, que pudieran afectar las industrias nacionales, aunque en este tema se registraron diferentes matices. Los nacionalistas “ortodoxos” pusieron el acento en un modelo de desarrollo “cerrado”, autárquico, receloso de los esquemas de integración regional. En cambio, los nacionalistas “desarrollistas” ponían el acento en esquemas de integración que implicaran, como paso previo, el desarrollo a nivel regional. (16) Aunque coincidieron en términos generales con la propuesta del Grupo Andino, (17) basada en políticas de planificación industriales y control de inversiones, los “desarrollistas” argentinos no estuvieron dispuestos a sacrificar los objetivos de desarrollo integral nacional en aras de esquemas de integración supranacional como el propuesto por las naciones del Pacífico. En consecuencia, y a pesar de sus diferencias, tanto “ortodoxos” como “desarrollistas” hicieron una lectura crítica respecto de los modelos de integración regional de ese momento. Pusieron objeciones al esquema “liberal” de la ALALC, pero también a la propuesta “supranacional” del  Pacto Andino. Finalmente, los nacionalistas” heterodoxos o “nacionalistas-liberales”, como el presidente Onganía o su canciller Nicanor Costa Méndez, jugaron pragmáticamente a dos puntas, intentando vincularse tanto al esquema de ALALC como al del Pacto Andino.     Por cierto, el tema de los vínculos con los países vecinos revelaba una diferencia de criterio sustancial entre la preferencia liberal por la solución pacífica de controversias limítrofes -producto lógico de su predilección por esquemas de integración “abiertos”, que dichas controversias podían hacer peligrar- y la inclinación nacionalista por las hipótesis de conflicto. Pero dentro de la corriente nacionalista también existían importantes diferencias respecto de este tema. Los nacionalistas “ortodoxos” seguían adheridos al viejo esquema de equilibrio de poder regional, donde Brasil y Chile aparecían como países “expansionistas”, y de los que la Argentina debía defenderse, con el agravante de que el primero de ellos era, además, “agente” de Estados Unidos en el Cono Sur. Alarmados por los que percibieron como avances “hidroeléctricos” brasileños y “territoriales” chilenos, los nacionalistas “ortodoxos” reclamaron a la Cancillería la adopción de posiciones “duras” en cuestiones “sensibles” a la soberanía nacional, como el aprovechamiento de los ríos de la Cuenca del Plata o la delimitación de las fronteras australes. Por su parte, los nacionalistas “desarrollistas” compartieron los recelos de sus colegas “ortodoxos” por la “expansión” de Brasil y Chile, pero incorporaron nuevos elementos provenientes de argumentos entroncados con la teoría de la dependencia y el desarrollismo a las hipótesis de conflicto. Así, percibieron en el contraste entre el “subdesarrollo” de las zonas fronterizas argentinas y el “desarrollo” chileno o brasileño un nuevo componente de amenaza. Convencidos de que la mejor forma de contener a estos vecinos expansionistas era a través de medidas de desarrollo e integración a nivel interno, los “desarrollistas” otorgaron especial énfasis a la necesidad de adoptar medidas de promoción y desarrollo económico en ciertas áreas descuidadas o subdesarrolladas como Misiones, el Chaco, o la Patagonia. Finalmente, los “heterodoxos” intentaron una síntesis entre la apertura “liberal” al mundo y el “desarrollismo” de algunos sectores nacionalistas. Producto de esto fue la adhesión de Onganía a las medidas de estabilización liberal y su acuerdo con los postulados de la ALALC, al mismo tiempo que intentaba adoptar un plan “desarrollista” de estímulo a la región patagónica. Por su parte, el canciller argentino buscó la colaboración política y económica con Europa como un medio de contrarrestar cualquier tendencia inhibitoria del desarrollo nacional en el marco del sistema interamericano.    Cabe destacar que en el plano de la política exterior, los nacionalistas “ortodoxos” percibían un mundo

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signado por la persistencia del conflicto ideológico bipolar, el paradigma realista y sostenían el concepto de “fronteras ideológicas”. (18)     Por cierto, la variante del nacionalismo “ortodoxo” correspondió a los intereses de los sectores más conservadores, figurando entre ellos el ministro del Interior, Enrique Martínez Paz; el secretario de gobierno, Mario Díaz Colodrero, y, fuera del gobierno, el nacionalista conservador Marcelo Sánchez Sorondo, quien desde el semanario Azul y Blanco combatió las tendencias liberales en el gabinete del gobierno de Onganía. En política interna, los nacionalistas “ortodoxos” abogaron por la disolución de la “vieja política” del sistema liberal de partidos y su reemplazo por una “nueva política” que no incluyera a los partidos políticos sino a los representantes de la comunidad. (19) Además, el desprecio por la democracia estaba íntimamente conectado con el sentimiento anticomunista. En este esquema ideológico, las medidas de represión del comunismo en todos los ámbitos -incluyendo el cultural- eran la única solución para evitar un flagelo de origen externo que utilizaba todos los canales -medios de comunicación, universidad, centros culturales- para infiltrarse en la sociedad argentina y amenazar la seguridad interna. Así, el ministro del Interior Martínez Paz atacaba a las universidades públicas, caracterizándolas como “un foco de disolución ideológica, una trinchera más de la guerra fría, un frente interno donde se oculta el enemigo”. (20)      Los nacionalistas ortodoxos demostraron también una apreciable dosis de antisemitismo. Durante el gobierno de Onganía, los columnistas del New York Times expresaron su preocupación por las manifestaciones de antisemitismo de algunos integrantes del gabinete. Por cierto, los judíos argentinos y norteamericanos se intranquilizaron ante hechos tales como la polémica entrevista del ministro del Interior Martínez Paz con el jefe del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, Patricio Errecalte Pueyrredón, durante casi una hora, en julio de 1966; o con la actitud del secretario general de la Presidencia, general Héctor Repetto, quien en agosto del mismo año recibió en su despacho al jefe de la Liga Argentina Nacional Sindicalista (LANS), Roberto Etchenique (h.), otra entidad de tendencia antisemita. (21) No obstante, Onganía, en una entrevista que tuvo con directivos de la Delegación de Asociaciones Israelitas (DAIA) el 12 de julio de 1966, procuró alejar los temores de los judíos argentinos respecto de tendencias antisemitas en el seno del gobierno. (22)      A su vez, la variante “desarrollista” del nacionalismo se distinguió de la “ortodoxa” en varios aspectos. En el plano de la política interna, si bien los nacionalistas “desarrollistas” compartían la visión “corporativa” de la sociedad que tenían los “ortodoxos”, diferían esencialmente en cuanto al mejor remedio para combatir el problema de la subversión al orden político interno. Los primeros percibían que el fenómeno subversivo tenía causas tanto externas -la “exportación” ideológica del castrismo a países de la región- como internas -la falta de desarrollo social, económico e incluso espiritual de las sociedades- y que el uso exclusivo de medidas represivas era una herramienta insuficiente, e incluso contraproducente, para lograr la seguridad interna. Tampoco estaban de acuerdo con el énfasis en el ajuste y la estabilidad macroeconómica del discurso liberal. Para los “desarrollistas”, ninguna de las dos recetas aseguraba la seguridad y el desarrollo internos.     Por cierto, los militares “desarrollistas” que actuaron durante los gobiernos de la Revolución Argentina manejaron un concepto de “desarrollo” que iba más allá del mero desarrollo socio-económico. El general Juan Enrique Guglialmelli, director de la Escuela Superior de Guerra, del Centro de Altos Estudios, y de la revista Estrategia, que fue además secretario de Enlace y Coordinación de la Presidencia de la Nación en el gobierno de Arturo Frondizi y secretario del Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) durante el de Levingston, elaboró para las distintas academias del ejército una “doctrina de la seguridad nacional”, que vinculaba la seguridad a la derrota de la subversión, y la última al desarrollo “integral”. Guglialmelli planteaba un “desarrollo integral con independencia”, aclarando que se refería al desarrollo “económico-social, cultural y espiritual” y que “con independencia” significaba la ruptura de cuatro formas esenciales de dependencia: la económica, la política, la cultural y la ideológica”. (23) Así, opuestos a las medidas de estabilización y ajuste preconizadas por los liberales y a la represión impulsada por los nacionalistas más reaccionarios, en tanto ninguno de los dos atacaba las “causas” materiales y espirituales que alimentaban la subversión, los nacionalistas “desarrollistas” sostenían que el desarrollo “integral” era la mejor garantía para contener la subversión. (24)     El diagnóstico que los nacionalistas “desarrollistas” hacían del mundo y del rol de la Argentina en el mismo estaba fuertemente influido por los conceptos frigeristas y los postulados de la teoría de la dependencia. Así, el general Osiris G. Villegas, percibió un contexto mundial caracterizado por el desplazamiento de la Guerra Fría a

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la détente, de la lucha ideológica a la económica, y la división de los países en desarrollados -con desarrollo de industrias de base- y subdesarrollados -con una economía primaria-, categoría esta última donde estaban ubicados la Argentina y los países sudamericanos. En consecuencia, había que apostar al desarrollo de las industrias de base para que la Argentina pudiese tener gravitación internacional. Villegas enfatizó la importancia del desarrollo científico y tecnológico, especialmente en sectores tales como la energía nuclear, la electrónica o la cibernética, con el objetivo de acelerar la transición de un país agrícola-ganadero dependiente a un país industrializado e independiente. Por su parte, Guglialmelli retomó el énfasis frigerista en el desarrollo de  los sectores de industria de base: industria pesada, química pesada, petroquímica y siderurgia, como parte clave de una estrategia de industrialización cada vez más creciente y autónoma, frente al neocolonialismo que quería reeditar la división internacional del trabajo y ubicar a los países periféricos como productores primarios o de industrias obsoletas. En consecuencia, tanto para Guglialmelli como para Villegas, política de desarrollo y política de seguridad eran conceptos interdependientes que formaban parte de la política nacional. (25) En forma acorde con este pensamiento, las autoridades de la Escuela Nacional de Guerra sostuvieron la necesidad de redefinir el concepto de seguridad, vinculándolo al de desarrollo. (26)     Por otra parte, los generales Guglialmelli y Villegas sostenían la conveniencia de la integración nacional como paso previo a la integración regional, que quedaba postergada a una etapa final. (27) En este punto, Guglialmelli sostiene, en una clara crítica a la corriente liberal, que

“(...) Si la integración nacional previa a la integración regional constituye un objetivo político, existirá un conflicto con quienes, dentro y fuera del país propugnan lo contrario. El examen profundo del problema permitirá reconocer a los intereses enemigos y a los intereses aliados. A sus agentes y a sus modos de operar. Se podrá entonces replicar a la aparentemente simple y razonable proposición de la complementación regional que nos induce a cambiar con un vecino su cobre, que tenemos, por nuestros cereales y carne; a postergar la explotación de Sierra Grande porque podemos importar mineral de hierro de otras partes; a limitar nuestra siderurgia a la laminación pues podemos adquirir arrabio en otras partes; a redimensionar nuestra industria automotriz, como lo aconsejan los técnicos internacionales, para adquirir partes a las industrias nacientes de países limítrofes. Detrás de estas “inocentes” propuestas, fundadas en la “economicidad” y la solidaridad regional se esconde en verdad la filosofía del estancamiento, la defensa del statu quo, el negocio de los monopolios internacionales, la renuncia a nuestro desarrollo independiente. (...) (28)

De esta manera, los nacionalistas “desarrollistas” argentinos, como sus contrapartes brasileños, postularon un esquema de integración regional gradual que dependiera de los desarrollos nacionales y no de un impulso supranacional. Por ejemplo, el diario “desarrollista” Clarín, a través de editoriales firmados por Oscar Camilión, ex subsecretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Frondizi, rechazó el esquema de una integración acelerada impulsado por los signatarios del Pacto de Bogotá de agosto de 1966 y Estados Unidos, pues “puede servir de pretexto a obligar a la Argentina a renunciar a la siderurgia, petroquímica y otros sectores básicos”. (29)     Por su parte, la receta “heterodoxa” o de los nacionalistas “liberales” se caracterizó por procurar un equilibrio, entre los postulados de las corrientes liberal y nacionalista. Adhirieron a ésta el presidente Juan Carlos Onganía, el ministro de Economía Néstor Jorge Salimei, el canciller Nicanor Costa Méndez, y el teniente general Alejandro Agustín Lanusse, quien pasó a ser comandante en jefe del ejército tras el alejamiento del liberal Julio Alsogaray en octubre de 1968. (30)     Acorde a la orientación anticomunista, el gobierno de Onganía adoptó la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional y el Desarrollo”. Para llevarla a la práctica, el régimen militar instauró, en el ámbito interno, dos organismos encargados de trabajar temas internos y/o externos vinculados con todas las cuestiones relacionadas a la seguridad y al desarrollo: el Consejo Nacional de Seguridad (CONASE) y el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE). La Doctrina de la Seguridad Nacional y el Desarrollo fue compatible con los postulados definidos a partir de 1961 por el Departamento de Estado norteamericano. La activa participación argentina en mecanismos de seguridad interamericanos y la propuesta de creación de un órgano militar en la OEA reveló una coincidencia entre el diagnóstico de Onganía y el de su colega norteamericano Lyndon Johnson respecto de la

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amenaza de Cuba a la seguridad continental. (31)     No obstante, el presidente Onganía intentó demostrar que mantenía cierta distancia con los objetivos estratégicos de Estados Unidos. En una conferencia de prensa efectuada el 4 de agosto de 1966, Onganía dijo:

La Argentina está plenamente identificada con el sistema interamericano (...) (cuyo funcionamiento) excluye de hecho y de derecho la existencia de bloques parciales en beneficio de la armonía del continente. La no participación en bloques no significa ignorar las relaciones bilaterales entre los países americanos (...) Con respecto a la OEA participará en la reforma de la carta e insistirá para que a través de esta organización se promuevan planes de desarrollo cultural, económico y social para la América Latina (...). (32)

Asimismo, a fines de 1967, dijo Onganía ante los mandos militares: 

(..) en materia de relaciones exteriores, nuestra política es universalista. Deseamos un solo mundo, no varios. No podemos participar de estrategias en cuya formulación no formamos parte. El mundo occidental, como está actualmente, no es el mundo al que nosotros aspiramos. Nuestra posición es nacional, hispanoamericana, latinoamericana. (33)

Finalmente, en una entrevista que le realizara el diario Expreso del Perú en 1968, el presidente argentino sostuvo que  

La realidad es que el mundo está dividido en dos bloques. Nosotros pertenecemos a uno de ellos no porque lo consideremos necesariamente el mejor, sino, en último análisis, por razones de seguridad. El mundo comunista es un mundo hostil, que quiere destruirnos. Necesariamente entonces tenemos que estar del otro lado, con Occidente. Dentro de Occidente, la Argentina es parte de Latinoamérica, con mayor precisión de la América Hispánica, y debe tender a la integración. (34) 

Las declaraciones del presidente Onganía revelaban una posición de política exterior que, a la vez que proclamaba la pertenencia de la Argentina a Occidente, trataba de diferenciarse de la política norteamericana, propugnando objetivos “nacionales”. En este sentido, podemos hablar de un perfil occidentalista heterodoxo. Por cierto, la oposición a la creación de una fuerza armada interamericana de paz (FIP) -proyecto acariciado por el Departamento de Estado norteamericano-, el rechazo a los condicionamientos sugeridos en el convenio con la empresa siderúrgica US Steel, la opción por la utilización de uranio natural -caro pero existente en el territorio argentino- en vez del uranio enriquecido -cuyo proveedor era Estados Unidos-, la puesta en marcha del complejo Chocón-Cerros Colorados, y el rechazo a la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear -impulsado, entre otros países nucleares, por Estados Unidos- fueron ejemplos de una actitud fuertemente influida por argumentos del “desarrollismo” y del nacionalismo tradicional y que relativizaron la idea de un alineamiento con el gobierno norteamericano. (35)     En materia de política continental, Onganía fue -como los nacionalistas- reacio a cualquier esquema supranacional que coartara la autonomía o el desarrollo argentinos. A fin del año 1966, definió claramente su postura en materia de integración regional, rechazando los proyectos supranacionales que partían del Pentágono y de los países andinos, y planteando un esquema de integración regional que partía del reconocimiento de las diferencias nacionales:

Dentro de una organización de naciones libres, todas deben encontrarse en condiciones de lograr sus respectivos objetivos nacionales. No insistamos en la búsqueda de integraciones ficticias, que hacen abstracción de la gran diversidad de situaciones económicas y pasan por alto un complejo conjunto de problemas que la mayoría de las repúblicas de América no ha logrado solucionar. (36)

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En síntesis, el perfil occidentalista heterodoxo del gobierno de Onganía procuró canalizar las divergentes inquietudes de nacionalistas y liberales. Por un lado, estaba influido por el discurso “desarrollista” de la “Alianza para el Progreso” de Kennedy y de los “desarrollistas” argentinos, en el que la seguridad contra la subversión izquierdista estaba vinculada al desarrollo económico. Pero Onganía coincidía con los liberales en que este desarrollo debía estar precedido por la estabilización y modernización económica, objetivos que necesitaban para su concreción exitosa la atracción de capitales extranjeros. La necesidad de obtener una buena imagen en los Estados Unidos para atraer créditos es la que explica las presencias del liberal Alvaro Alsogaray al frente de la embajada argentina en Washington, y más tarde la del “técnico” Adalbert Krieger Vasena al frente del Ministerio de Economía. Ambas figuras gozaban de credibilidad externa.     De acuerdo con el perfil occidentalista de Onganía, su primer canciller, Nicanor Costa Méndez, un nacionalista, integrante del club Ateneo de la República, sostuvo una posición abiertamente crítica respecto del régimen de Fidel Castro en Cuba. De acuerdo con el sesgo anti-comunista del régimen militar argentino, Castro fue percibido como la principal amenaza a la seguridad argentina y continental por ser el principal promotor de las guerrillas en el continente. (37)     No obstante, Costa Méndez compartió con Onganía la adopción de un perfil de política exterior que equilibrara los intereses de los sectores liberales y nacionalistas. Uno que estabilizara la economía interna y procurara normalizar las relaciones con Washington para ganar credibilidad externa y atraer la ayuda económica y militar norteamericana acordada por el ex presidente Illia, pero que también dejara lugar a una política exterior “nacional”, no subordinada a los intereses de Estados Unidos. La inclinación pro-occidental del canciller no lo privó de reclamar para la Argentina un trato igualitario frente al gobierno norteamericano, como lo hizo durante el incidente en torno al reconocimiento del régimen de Onganía entre junio y julio de 1966. (38) Asimismo, la común identificación que Costa Méndez y las autoridades del Departamento de Estado respecto de la necesidad de adoptar medidas multilaterales para combatir la amenaza castrista en el continente no le impidió al canciller argentino descartar proyectos norteamericanos de carácter supranacional como la FIP. (39) Pero, si bien rechazó la idea de crear una FIP, y preocupado como Onganía por la proyección de la amenaza comunista en el continente, Costa Méndez impulsó la creación de un Comité Permanente de Consulta en la OEA. (40) No obstante, esta propuesta fue denunciada por los sectores nacionalistas como una actitud de “satelismo” hacia Brasil y Estados Unidos, a pesar de que en realidad ninguno de estos dos gobiernos apoyó el proyecto argentino.     Costa Méndez también rechazó el esquema integracionista supranacional promovido por Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela, signatarios de la Declaración de Bogotá de agosto de 1966. Este esquema de los países del Pacífico, basado en las ideas de integración de la CEPAL, contó con el aval de Estados Unidos. A su vez, el Departamento de Estado norteamericano, propiciaba un proyecto elaborado por Walt Whitman Rostow, que planteaba una división del trabajo regional, otorgando a la Argentina al rol de productor primario, y a Brasil y a Chile el de países industriales, alternativa que resultaba inaceptable para los sectores nacionalistas adheridos al desarrollismo. (41) En su lugar, el canciller argentino lanzó en diciembre de 1966 la idea de una Comisión Permanente de los países de la Cuenca del Plata. En este esquema alternativo, la integración regional no sacrificaba el desarrollo a nivel nacional, ya que implicaba la coordinación de acuerdos bilaterales o multilaterales gestados por los propios gobiernos de los países integrantes de la Cuenca, pero sin intervención de órganos supranacionales. (42)     De esta manera, el perfil de política exterior adoptado por Onganía y su canciller Costa Méndez, que procuró equilibrar los intereses de los sectores liberales y nacionalistas, terminó por no conformar a ninguno de los dos. Los sectores liberales pusieron objeciones a determinadas medidas de política exterior consideradas como poco rentables económicamente -como la objeción del secretario de Energía, Luis Gotelli, a la opción por la fabricación de uranio natural, impulsada por los sectores “nacionalistas” en la reunión del CONASE de febrero de 1968, debido a que, a pesar de su costo, podía ser producido en la Argentina y permitiría el autoabastecimiento y la independencia respecto de Estados Unidos y la URSS, proveedores de uranio enriquecido. (43)  Por su parte, los nacionalistas “desarrollistas” criticaron decisiones de política exterior que interpretaron como ejemplos de “alineamiento” con Estados Unidos -el proyecto de creación del Comité Permanente de Consulta de la OEA, al que los nacionalistas percibieron como una idea remozada de la FIP-, o de “pasividad” respecto del expansionismo brasileño en la Cuenca del Plata -el énfasis del gobierno argentino

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en dar batalla jurídica a Itamaraty respecto de la “consulta previa” para el aprovechamiento de los ríos de la Cuenca, percibido por los nacionalistas como recurso insuficiente si no se lo acompañaba de la construcción de obras hidroeléctricas y medidas de promoción de las industrias de base, especialmente en las zonas fronterizas. (44)     Debido a divergencias con el presidente Onganía, el 5 de diciembre de 1966 el comandante en jefe del ejército, teniente general Pascual Pistarini, fue reemplazado por el teniente general Julio Rodolfo Alsogaray. El alejamiento de Pistarini fue en realidad el preludio de un movimiento de acomodamiento ministerial que tuvo lugar a fines de ese mismo mes, por el cual Adalbert Krieger Vasena pasó a ocupar el Ministerio de Economía y Guillermo Borda el del Interior. Con la presencia del ex peronista Borda en el Ministerio del Interior, Onganía procuró concretar su idea de construir una “nueva” Argentina a través de un acuerdo amplio, que incluyera a factores de poder, grupos de presión y produjera “una síntesis de lo rescatable en la política argentina”. Otro nombramiento clave fue el del general Osiris G. Villegas como secretario del CONASE. Se registraba así un reparto de zonas de influencia: la corriente liberal pasaba a dominar el ministerio económico y la nacionalista el ministerio político. No obstante, esta distribución no evitó el conflicto, pues el ámbito de la política exterior se convirtió en una zona gris donde ambas tendencias se interceptaron. (45)     En esta segunda etapa del gobierno de Onganía, la puja entre liberales y nacionalistas hizo que el régimen adoptara un perfil de política exterior que en la práctica deambuló entre el anti-comunismo propio de la Guerra Fría y una actitud pragmática más acorde con el contexto global de détente. Se hizo evidente la vocación de Onganía por otorgar a la Argentina un rol continental y mundial, en función de “intereses nacionales” que no siempre coincidieron con los norteamericanos. Esto se notó en actitudes del gobierno argentino tales como la firma de un decreto en enero de 1967, la ley 17094, que extendía el mar territorial argentino a 200 millas; (46) la posición adoptada en materia de desarme nuclear y no proliferación, que llevó al gobierno de Onganía a no firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968; el desarrollo del “Plan Europa” que procuró, a través de la compra de armas europeas, convertir con el tiempo a la Argentina en un país exportador de armamento; y la gira efectuada por el canciller Costa Méndez entre fines de marzo y principios de abril de 1969, que incluyó estados europeos socialistas -caso de Rumania-; estados ideológicamente afines al onganiato -como el régimen franquista español-, y estados pertenecientes al bloque occidental, pero críticos respecto de la política de seguridad de Washington -como la República Federal Alemana y Francia. (47)      Por cierto, la citada gira europea de Costa Méndez de marzo-abril de 1969 estuvo inserta en su estrategia -compartida por el presidente Onganía- de aliarse con los países que integraban la llamada “clase media mundial” -que incluía naciones de signo ideológico tan diferente como Canadá, Australia, la Unión Sudafricana, España, Francia, Alemania, Italia, Rumania, Yugoslavia e Israel-. Esta alianza tenía por objetivo “frenar” los reclamos de los países “chicos” y de los “grandes”, y obtener los mejores beneficios posibles de un comercio integrado. En una clara manifestación de esta estrategia que hemos dado en llamar occidentalismo heterodoxo, el canciller argentino presentó a Primera Plana el 13 de abril de 1969 la siguiente definición: “(...) La bipolaridad que caracterizaba al sistema internacional en los años de la segunda posguerra se transforma ahora en multipolaridad (...) el triángulo América latina-Europa-USA realiza la inserción de la Argentina en el mundo actual.” (48)      No obstante, los sectores nacionalistas criticaron el occidentalismo heterodoxo del canciller. Desde Azul y Blanco, el “ortodoxo” Sánchez Sorondo ironizó acerca de las declaraciones de Costa Méndez, sosteniendo que

“Si viviéramos en la Luna celebraríamos con entusiasmo tal manifestación (...) pero nos preguntamos si este canciller es el mismo que asistió a la OEA para predicar la guerra contra Cuba; y si se trata del mismo Poder Ejecutivo cuya dependencia respecto de Washington alcanza, en el campo de la economía, insospechadas derivaciones. (49)

Precisamente, como afirma Sánchez Sorondo, la adhesión del gobierno de Onganía a los postulados “liberales” en materia económica quitaba margen de credibilidad al occidentalismo heterodoxo de Costa Méndez ante las huestes nacionalistas.     Pero el canciller Costa Méndez no sólo se enfrentó en esta segunda etapa de su gestión -que se extendió desde diciembre de 1966 hasta junio de 1969- a las críticas de los sectores nacionalistas. También debió lidiar

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con la ofensiva de los sectores liberales, liderados por el embajador argentino en Estados Unidos, Alvaro Alsogaray. A fines de agosto de 1967, Alsogaray acusó a “la burocracia y sobre todo (a) la mentalidad estatista que todavía subsiste en muchos sectores” de sabotear “los documentos orientadores de la revolución” y frenar así las inversiones internas. La referencia de Alsogaray a Costa Méndez era obvia. El canciller era el único sobreviviente de la reestructuración ministerial de fines de 1966 y era notoria su oposición a un proyecto de garantía de inversiones impulsado por el grupo alsogaraísta, que desde hacía un año andaba dando vueltas por el Palacio San Martín. Costa Méndez se oponía a la cláusula del Acuerdo de Garantía de Inversiones porque otorgaba a las empresas extranjeras privilegios tales como la posibilidad de someter resoluciones de la Justicia argentina que les fueran desfavorables al arbitrio de un organismo internacional supranacional. (50)     Por otra parte, apenas transcurrido un mes de su asunción como ministro de Economía, Krieger Vasena se encontró con la realidad de que su enfoque monetarista y sus contactos con los organismos internacionales de crédito eran atacados por los desarrollistas, a través de las declaraciones de Rogelio Frigerio en febrero de 1967, (51) y por los nacionalistas “ortodoxos” como Marcelo Sánchez Sorondo y Juan Carlos Goyeneche, por medio de las opiniones volcadas en editoriales de diarios como Azul y Blanco. (52)      Por cierto, la puesta en marcha de un plan de estabilización económica en marzo de 1967 por parte de Krieger Vasena fue el detonante que hizo que Sánchez Sorondo abandonase su respaldo inicial al régimen de Onganía. Este nacionalista conformó entonces el Movimiento de la Revolución Nacional (MRN), que buscó el reemplazo del onganiato por una democracia representativa y un modelo nacional-populista que equilibrara las fuerzas del capital y del trabajo. Los “ortodoxos” como Sánchez Sorondo sostuvieron que el plan liberal establecido en marzo de 1967 consagraba la entrega del patrimonio nacional al capital extranjero. (53)     Asimismo, las medidas que Krieger Vasena impulsó desde la cartera económica generaron preocupación en la Iglesia, debido a que provocaron desocupación y cierre de fábricas, lo cual llevó al surgimiento del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo. El 1º de mayo de 1968, en las afueras de Córdoba, se dieron cita 23 de los 360 sacerdotes que firmarían el Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo, un llamado a la rehabilitación del hombre como persona, en abierta crítica al modelo “liberal” de Krieger Vasena. (54)     A la lista de disidentes al gobierno de Onganía se sumó una figura protagónica de la Revolución Libertadora: el almirante Isaac Rojas, quien censuró al presidente la ausencia de un plan que condujese a una salida electoral. A esta figura se agregaría tiempo más tarde la del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu. También cabe mencionar al general Adolfo Cándido López, quien desde fines de 1967 criticó numerosas veces al gobierno por las mismas razones que el almirante Rojas. (55)      Pero si bien el general López inicialmente logró algunas adhesiones, el lopizmo comenzó a fracturarse, porque López se negó a firmar la proclama rebelde que el “ortodoxo” Sánchez Sorondo le elevara como futura propuesta de gobierno. Ante la negativa del general y juzgando que la actitud de López ante el gobierno de Onganía era indefinida, ese mismo mes de febrero Sánchez Sorondo y el general retirado Carlos Augusto Caro decidieron separarse del lopizmo y conformar el MRN. (56)     Por cierto, fenómenos como el lopizmo, el MRN y la versión peronista de las décadas del 60’ y ‘70 no representaron hechos aislados e inconexos entre sí. Expresaron la hostilidad de distintos sectores de la sociedad hacia el modelo de ajuste liberal a través de la emergencia de movimientos ideológicamente ambiguos. Dichos movimientos expresaron, por ejemplo, la convergencia del nacionalismo conservador y católico de derecha con expresiones nacionalistas desarrollistas e incluso de izquierda, corrientes unidas en el común rechazo al modelo liberal propuesto por Onganía y Krieger Vasena. Esta convergencia de expresiones antiliberales no sólo comprendió las diversas fracciones del nacionalismo, sino también segmentos de partidos tradicionales como el radicalismo y el peronismo, y el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo dentro de la Iglesia. Sólo en este contexto de convergencias antiliberales que abarcaron todo el espectro ideológico, se puede comprender la aparición de grupos como Montoneros, que, proviniendo del catolicismo y/o del nacionalismo de derecha, también adoptaron un discurso de izquierda y aceptaron el liderazgo de Perón. A su vez, estos grupos constituyeron la llamada “Nueva Oposición”, definida no por su coherencia en el ámbito de las ideas, sino por su hostilidad hacia todo el sistema -y particularmente hacia la política económica liberal que impulsó el gobierno de Onganía-. Esta “Nueva Oposición” hizo sentir toda su virulencia en el levantamiento de Córdoba en mayo de 1969. (57) 

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    Pero la lista de disidencias respecto de la gestión de Krieger Vasena en Economía no estaría completa si no agregáramos a ella una figura que, paradójicamente, provenía del riñón mismo de la corriente liberal: el embajador en Estados Unidos Álvaro Alsogaray. Alsogaray tuvo un rol protagónico en el desgaste y posterior desplazamiento de Salimei de la cartera económica en diciembre de 1966. Ciertas concesiones de Krieger Vasena a Onganía y a los sectores nacionalistas reflejadas en las abultadas cifras del presupuesto para el año 1968, presentadas a fines de 1967 y que fueron elogiadas por los miembros del Ateneo de la República, dieron al grupo alsogaraísta la excusa necesaria para elaborar un memorándum que contenía fuertes críticas a la política económica. (58)     Dicha postura tenía también relación con el desacuerdo de Onganía y Krieger Vasena con la sanción de una ley sobre garantía de inversiones, idea que impulsaba el grupo del embajador Alsogaray. El 31 de enero de 1968, durante el almuerzo anual de la Cámara Argentino-Norteamericana de Comercio en Nueva York, el embajador Alsogaray atacó la tendencia de los países en desarrollo a financiar “hiper-burocracias” que “despilfarran” los recursos nacionales, incluyendo en esta categoría de países a la Argentina. En una abierta crítica a los sectores nacionalistas y al mismo gobierno de Onganía, Alsogaray llamaba a éste a adoptar una solución de fondo, que desde su perspectiva liberal consistía en limitar la burocracia, incrementar el comercio internacional y las inversiones privadas. (59)     Por su parte, el comandante en jefe del Ejército, teniente general Julio Alsogaray, había intentado pronunciar el 29 de mayo de 1967 -Día del Ejército- un discurso opositor a lo que percibía como la tendencia corporativa que dominaba al gobierno de Onganía. La rápida reacción del presidente lo había evitado. (60) No obstante, el general Alsogaray volvió a criticar hacia marzo de 1968 las “tendencias corporativas” en el Ministerio del Interior y en la Presidencia. A pesar de que a fines de abril tanto el presidente Onganía como su ministro del Interior Borda proclamaron a viva voz su ataque al corporativismo, el general Alsogaray mantuvo su actitud crítica hacia Onganía. Buscó y encontró aliados en la CGT de Raimundo Ongaro -opuesta a la CGT de Vandor, cercana al gobierno-, en los radicales del Pueblo, en  algunos peronistas y algunos militares retirados. El 1º de mayo de 1968 la CGT ongarista encabezó una serie de disturbios en contra de la política oficial. En ese mismo mes, los hermanos Alsogaray reanudaron la ofensiva contra los sectores nacionalistas del gobierno. El 5, el general Julio Alsogaray reprochó, durante una reunión que mantuvo con Onganía, la conducta “corporativa” y “anti-liberal” del ministro del Interior Borda, quien el 24 de abril había elogiado la “participación comunitaria”. En otra reunión de la Junta de Comandantes en Jefe sugirió la revisión de la política oficial e incluso el reemplazo del presidente.     En el ínterin, el embajador Alsogaray reunió viejos apuntes que tituló “Bases para la Acción Política Futura” y los envió a sus partidarios en Buenos Aires, exhortándolos a formar un partido y presionar por la vuelta a la democracia representativa. No conforme con ello, el embajador partió hacia Buenos Aires y efectuó declaraciones atacando la política de Borda como corporativa y la gestión de Onganía como carente de un plan político claro y con una política económica lenta e ineficaz. El 14 de agosto, el almirante Isaac Rojas se unía a esta ofensiva encabezada por Alsogaray, censurando al gobierno por la ausencia de un plan que condujese a la salida electoral. Como broche de oro, el 23 de agosto, el general Julio Alsogaray propuso ante sus mandos la destitución del presidente Onganía, basándose en la “manifiesta incapacidad” del primer mandatario “para cumplir el mandato que le fue otorgado el 28 de junio de 1966”, de acuerdo con lo establecido en el artículo 10º del Acta de la Revolución Argentina, que facultaba a los comandantes en jefe a designar reemplazante del presidente en caso de muerte o incapacidad del mismo. (61)      Ante el respaldo militar recibido por Onganía, los Alsogaray se encontraron aislados. El 20 de agosto, el presidente Onganía comunicó al general Alsogaray su relevo. También fueron relevados los comandantes de la armada, almirante Benigno Varela, y de la fuerza aérea, brigadier Teodoro Alvarez. Sus reemplazantes fueron el general Alejandro Agustín Lanusse, el almirante Pedro Gnavi y el brigadier Jorge Miguel Martínez Zuviría, respectivamente. Por su parte, Alvaro Alsogaray renunció a su cargo de embajador argentino en los Estados Unidos a fines de octubre de 1968 y se distanció definitivamente del proceso de la Revolución Argentina. (62)     Por cierto, el creciente rechazo de los distintos sectores de la sociedad argentina al plan económico y al régimen de Onganía estuvo inserto en un contexto internacional caracterizado también por un estado de descontento global hacia las diferentes formas de opresión a los pueblos, que se dio en llamar la “primavera de los pueblos”. (63) Ejemplos de esta primavera fueron la llamada primavera de Praga, el Mayo francés, los

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motines de la ciudad de Washington a raíz del asesinato de Martin Luther King, Jr., y las demostraciones antibélicas en Estados Unidos, con la emergencia del “Movimiento por la Paz”, que instó al gobierno norteamericano a salir de la guerra de Vietnam a cualquier precio.     La oposición a la gestión económica de Krieger Vasena se evidenció asimismo en una serie de levantamientos populares producidos en mayo de 1969 en distintos puntos del país: atentados terroristas en el barrio de Belgrano, en la Estación Retiro de la Capital Federal y en la ciudad de La Plata, paros gremiales en las ciudades de Córdoba y Resistencia, movimientos estudiantiles en las de Corrientes, Rosario, Santa Fe y La Plata. Estos disturbios de grupos terroristas, gremiales y estudiantiles, llegaron a su clímax en Córdoba con el estallido obrero-estudiantil del “Cordobazo”, el 29 de mayo, que muchos autores señalan como el principio del fin del régimen. El descontento general imperante incluyó a las fuerzas armadas, las cuales a partir del estallido de Córdoba rompieron la “prescindencia” que habían pactado con Onganía y comenzaron a reclamar su participación en las decisiones gubernamentales. (64)     El Cordobazo dividió al Ejército. Mientras el presidente Onganía interpretó ciegamente el levantamiento de Córdoba como resultado de “una fuerza extremista organizada para el estallido de la insurrección urbana” y adoptó medidas tendientes a reprimir las actividades comunistas, el entonces comandante del ejército, general Lanusse, sostuvo ante el propio Onganía en el Colegio Militar que “nuestra institución no está hecha para la represión indiscriminada sino para facilitar la paz”, y encabezó un grupo partidario de abrir el juego y promover, a través de un plan político gradual, el retorno del gobierno constitucional en la Argentina. (65)     Tal vez la consecuencia más importante del Cordobazo fuera la creencia generalizada en la violencia como un medio eficaz para obtener objetivos políticos. A partir del levantamiento de Córdoba, guerrilleros, antiguerrilleros, dirigentes sindicales, miembros del aparato de Estado y no pocos intelectuales apostaron a la violencia como método sistemático al servicio de una “causa justa” -la revolución- que justificaba cualquier exceso. Esta tendencia se evidenció al poco tiempo del estallido del Cordobazo, con el asesinato del dirigente sindicalista Augusto Vandor en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica el 30 de junio de 1969. (66)     Como consecuencia del levantamiento de Córdoba del 29 de mayo de 1969, se produjo la reestructuración del gabinete ministerial. El 5 de junio, Krieger Vasena renunció a su cargo de ministro de Economía; fue reemplazado el 11 por el ex ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires y presidente ejecutivo del CONADE, José María Dagnino Pastore. El general Francisco A. Imaz ocupó la cartera del Interior que dejó vacante Guillermo Borda y el contador Juan Benedicto Martín pasó a ser el nuevo canciller en reemplazo de Costa Méndez. Si bien en gran medida estos cambios fueron provocados por la reacción de los nacionalistas y de diversos sectores sociales a la política económica liberal de Krieger Vasena y a la figura del ministro Borda, lo cierto fue que los sectores liberales no perdieron poder con el recambio ministerial. Dagnino Pastore siguió por la senda liberal e Imaz declaró como Borda su intención de dialogar “con todos los sectores de la comunidad”. El estallido de un nuevo levantamiento popular en la ciudad de Rosario, en septiembre de 1969, demostró que el presidente Onganía y muchos integrantes de su gobierno estaban profundamente equivocados respecto de su diagnóstico de las causas de la tensión social. A pesar del evidente impacto interno de levantamientos como el Cordobazo y luego el Rosariazo, en una conferencia de prensa, Imaz negó la alternativa de una pronta apertura del régimen, sosteniendo que “hasta que no se logren definitivamente los objetivos de la Revolución Argentina no habrá desemboque político”, y afirmando que no estaban dadas las condiciones y la tranquilidad necesarias para levantar el estado de sitio. (67)     Por su parte, tras la segunda reestructuración ministerial de junio de 1969, el sucesor de Costa Méndez, Juan Benedicto Martín, continuó con el sesgo de occidentalismo heterodoxo que su antecesor evidenciara en la gira europea de abril del mismo año. En enero de 1970, durante una comida que celebrara en su honor la Asociación de Prensa Extranjera, Martín  manifestó que “la política exterior argentina es una política nacional, independiente, realista y abierta a distintos niveles de colaboración con los países integrantes del sistema internacional”. Señaló también que la Argentina había tenido siempre “vocación universal” y que su gobierno estaba dispuesto a “mantener vinculaciones económicas o científico-tecnológicas también con países extracontinentales de otro signo ideológico, sobre la base del respeto recíproco y de la exclusión de toda interferencia política (...)”. (68) Incluso el canciller Martín anunció, hacia fines de abril de 1970, la participación argentina como observador en el Movimiento de Países No Alineados, en la Conferencia de Lusaka. (69) 

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    En lo que respecta al ámbito subregional de la política exterior, la preocupación del gobierno argentino por lo que los sectores nacionalistas consideraban “avances brasileños” en la Cuenca del Plata llevó a la administración de Onganía a crear, por la ley de Ministerios Nº 18.416, la Secretaría de Estado de Recursos Hídricos, y a poner bajo su jurisdicción la Comisión Nacional de la Cuenca del Plata  La transferencia de dicha Comisión de la Cancillería a la Secretaría de Recursos Hídricos, una “movida” de los sectores nacionalistas, fue criticada por los medios liberales como La Nación, que entendían que la primera debía depender del Palacio San Martín. (70) El titular de dicha secretaría, Guillermo J. Cano, justificó esta transferencia en razón de que “el 83 por ciento de nuestras aguas son internacionales y a la vez nacionales, lo que fuerza a integrar nuestra política fluvial internacional con la política hídrica interna, que constituye la principal responsabilidad del organismo”. (71)      Pero Onganía no tendría oportunidad de tomar muchas más decisiones. El 28 de abril de 1970 el comandante en jefe del ejército Lanusse envió un memorándum al presidente Onganía, expresando las inquietudes de los altos mandos del ejército. Presentaba un tono crítico del cuadro general de la situación argentina, y señalaba el fracaso de la política económica, cuyos resultados se traducían en “la quiebra de la paz social, el quebrantamiento de la pequeña y mediana industria; la desnacionalización de empresas netamente argentinas; el sometimiento del país a intereses financieros extranjeros; la crisis de la empresa agraria y el estancamiento del desarrollo del país”. El memorándum mencionaba también la “orientación antinacional en el campo económico, que no deja de impactar a grandes sectores de la opinión”. (72)     Un mes más tarde, el 27 de mayo de 1970 en Olivos tuvo lugar una reunión de los altos mandos del ejército con el presidente Onganía, que fue calificada por el comandante en jefe del ejército Lanusse, como “una gran catástrofe nacional”. En esta reunión, las sospechas de corporativismo que recaían sobre el gobierno de Onganía parecieron quedar confirmadas por su énfasis en dibujar nuevos organigramas y cuadros de ordenamiento administrativo. Asimismo, la afirmación del presidente respecto de que necesitaba 10 o 20 años para cumplir el plan político confirmó las sospechas de  los generales Lanusse, Eleodoro Sánchez Lahoz y Alcides López Aufranc de que Onganía tenía un pensamiento “corporativo fósil” alejado de la realidad, que quería perpetuarse en el poder y no deseaba el retorno a la democracia. (73)     Finalmente, se produjo el secuestro del ex presidente general Pedro Eugenio Aramburu por Montoneros el 29 de mayo de 1970, el mismo día en que el comandante en jefe del ejército Lanusse pronunció el usual discurso en el día de su arma, con un tono inequívocamente crítico hacia la gestión de Onganía, ya que al referirse a los fines del proceso revolucionario, enfatizó “la oportuna restitución a la ciudadanía del ejercicio pleno de sus derechos”. (74)     Por cierto, el secuestro -y posterior asesinato- del ex presidente general Aramburu tuvo un profundo sentido político: Aramburu era visto por una parte considerable del ejército como un posible presidente constitucional que además contaría con el apoyo de los sectores peronistas, con quienes el ex mandatario venía contactándose desde hacía tiempo. Además, se rumoreaba que Aramburu planeaba la caída de Onganía y su retorno al poder. De esta manera, cuando el primero fue secuestrado, el presidente no pareció hacer esfuerzos por hallarlo, lo cual generó en algunos sectores la sospecha de que Onganía estuviera complicado en el secuestro. Más allá de conjeturas, lo cierto fue que el asesinato de Aramburu abrió un abismo entre Onganía y el ejército y cortó una salida constitucional para el régimen. También marcó el inicio formal de la modalidad subversiva en Argentina. (75)     Tras el secuestro de Aramburu, los acontecimientos se precipitaron rápidamente. El 2 de junio, el gobierno implantó la pena de muerte para los actos terroristas y secuestros de personas. Al día siguiente, en reclamo de mejoras salariales, los obreros cordobeses ocuparon por la fuerza varias plantas de empresas automotrices y privaron de la libertad a directivos, capataces y personal jerárquico. En este contexto de creciente descontento, el día 5 se reunieron los integrantes de la Junta de Comandantes en Jefe, y el 6 el teniente general Lanusse se reunió con altos jefes del ejército en Campo de Mayo. El 8 de junio Lanusse emitió un comunicado, afirmando que el ejército no seguiría extendiendo un “cheque en blanco” al gobierno, hecho que provocó su relevo por el presidente Onganía y que Lanusse se negó a aceptar. (76) Quedó así en evidencia que Onganía ya no tenía más poder sobre las fuerzas armadas. La Junta de Comandantes en Jefe, integrada por el teniente general Lanusse, el almirante Pedro Gnavi y el brigadier general Carlos Alberto Rey resolvió su destitución y asumió el mando. 

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    La Junta de Comandantes en Jefe designó como nuevo presidente al representante argentino ante la Junta Interamericana de Defensa, general Marcelo Levingston. La heterogénea composición del gabinete del nuevo mandatario reflejó, una vez más, la conflictiva convivencia entre las tendencias nacionalista y liberal que caracterizó al ciclo militar iniciado con el golpe de junio de 1966. Mientras la designación de Carlos Moyano Llerena en Economía -hasta diciembre de 1970- demostró un sesgo favorable a los liberales, los nombramientos de Aldo Ferrer en el Ministerio de Obras Públicas y luego -a partir de diciembre de 1970- en el de Economía; del brigadier Arturo Cordón Aguirre en el de Interior y del general Juan Enrique Guglialmelli al frente del CONADE evidenciaron también la presencia de los nacionalistas-desarrollistas. (77) Por su parte, fue designado como titular del Ministerio de Relaciones Exteriores Luis María de Pablo Pardo, una figura “intermedia” entre las corrientes nacionalista y liberal. (78)     Tras el rechazo de la CGT, de la CGE y de los nacionalistas al plan de Moyano Llerena, una nueva versión del plan estabilizador de Krieger Vasena, la titularidad de Economía pasó en octubre de 1970 al economista de tendencia cepalina Aldo Ferrer. El ascenso de Ferrer, ex funcionario de la administración desarrollista de Arturo Frondizi, significó una victoria de los nacionalistas y demostró la disposición de los primeros a atender los reclamos de los sectores militares y de los empresarios pequeños y medianos en favor de una flexibilización de la política económica. (79)     Pero las medidas económicas adoptadas por Ferrer -un plan de expansión del crédito, la suspensión del impuesto a la exportación de carnes que tanta resistencia provocara en los productores rurales durante el gobierno de Onganía, las restricciones a las importaciones para proteger la industria nacional, e incluso un plan de “argentinización” de la economía- tuvieron un alcance limitado, pues fueron socavadas tanto por la oposición de los sectores liberales como por el escaso crédito político con que contaba Levingston. (80)     Además, el segundo presidente de la Revolución Argentina adoptó actitudes contradictorias, que no terminaron por convencer a ninguna de las facciones en pugna. Los intentos aperturistas del gobierno por conformar una base política con elementos neoperonistas de las provincias del Interior y dirigentes intermedios de origen desarrollista quedaron oscurecidos por su renuencia a fijar un plazo para las elecciones y a dialogar con la coalición de fuerzas políticas conocida como “La Hora del Pueblo”. Además, el rechazo de Illia y Onganía al intento presidencial de reunirse con los ex presidentes, los ataques de Levingston a “La Hora del Pueblo” y su actitud dubitativa frente a la apertura política y a la política económica le quitaron el escaso margen de poder que tenía. (81)     Mientras tanto, la violencia continuó incrementándose, y a fines de agosto de 1970 José Alonso -representante como Vandor de la postura moderada dentro del sindicalismo- fue asesinado. Un comunicado justificó el asesinato en términos similares al de Vandor un año atrás, sosteniendo que “una unidad de montoneros había dado su merecido al líder obrero por haber traicionado a la patria, la clase trabajadora y el movimiento peronista”. El asesinato de Alonso horrorizó a los peronistas moderados y fue un ejemplo de lo riesgosa que era la estrategia de Perón de alentar a la lucha a las “formaciones especiales” como Montoneros para derrumbar al régimen militar. (82)    En marzo de 1971, Levingston debió sufrir en carne propia una repetición del Cordobazo, que se denominó el “Viborazo”. En dicha fecha, el presidente relevó al gobernador de Córdoba, y lo reemplazó por un conservador, José Camilo Uriburu, quien en su primer discurso calificó a los cordobeses de “extremistas” y amenazó con cortar de un tajo “la víbora de cien cabezas” que representaba la subversión. Los cordobeses reaccionaron con una proliferación de carteles, afiches y volantes con la figura de una víbora, convertida en símbolo popular. Tras esta manifestación masiva de repudio, el gobernador de Córdoba fue desplazado de su cargo. (83)     Por cierto, el general Levingston nunca pudo superar su situación vulnerable, por lo cual la Junta de Comandantes decidió su destitución. El 26 de marzo de 1971, el teniente general Lanusse asumió el poder presidencial sin dejar de ser comandante en jefe del ejército. De este modo, se terminó la dualidad presidente de la nación-comandante en jefe del ejército que había caracterizado las gestiones de Onganía y Levingston. Asimismo, el tercer presidente de la Revolución Argentina, a diferencia de sus dos antecesores, asumió el expreso compromiso de restaurar el gobierno constitucional.     De acuerdo con este compromiso, Lanusse intentó abrir el juego a los partidos políticos, incluyendo al entonces proscripto peronismo. Esta actitud de apertura se evidenció en el nombramiento del radical Arturo Mor Roig en el Ministerio del Interior, gestor del “Gran Acuerdo Nacional” (GAN). (84) Otro indicio de esta

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voluntad aperturista fue la sanción y promulgación de la ley Orgánica de los Partidos Políticos, el 30 de junio de 1971, que dejaba abierta la puerta no sólo a la restauración de los viejos partidos políticos sino a la conformación de otros nuevos -por ejemplo, los casos de Nueva Fuerza liderado por los Alsogaray, y la Alianza Federal de Francisco Manrique-. Por último, Lanusse inició negociaciones con el líder proscripto del peronismo, a través de su propio enviado personal, el coronel Francisco Cornicelli. Pero Perón jugó una estrategia pendular, entre el enfrentamiento con Lanusse y el GAN, y la aparente negociación con el régimen militar. Dicha estrategia, aunada a las numerosas dificultades internas del gobierno de Lanusse, redujo el margen de negociación del tercer y último gobierno de la Revolución Argentina. (85)     El gobierno de Lanusse heredó además el grave problema de la violencia guerrillera. Durante su etapa se sucedieron una serie de atentados, entre los que podemos mencionar el asesinato del dirigente de FIAT, Oberdan Sallustro, el 10 de abril de 1972. También el choque entre nacionalistas conservadores y progresistas en el seno mismo del gobierno y de las fuerzas armadas condicionó severamente el proyecto del GAN. El mismo fue criticado por muchos oficiales de los cuadros medios e inferiores, quienes, saliendo del ostracismo político que habían pactado durante los años de Onganía, sostuvieron que las fuerzas armadas habían adquirido un compromiso ante la sociedad en 1966 y que no podían dejar el camino libre a los mismos partidos tradicionales que habían evidenciado su fracaso en el período anterior al golpe de junio de 1966. Un referente de la ortodoxia nacionalista fue el contraalmirante Carlos Sánchez Sañudo, quien, en una disertación efectuada a principios de julio de 1971, criticó tanto el GAN como la política económica del gobierno de Lanusse. (86)     También atacaron la propuesta del GAN los desarrollistas. En abril de 1971, el ex secretario del CONADE, general Juan Enrique Guglialmelli, publicó un duro documento contra el gobierno de Lanusse. (87) Durante una conferencia que pronunciara en 1972, Guglialmelli hizo una evaluación de la Revolución Argentina, donde fustigó la “contrarrevolución” de los sectores liberales, que logró “aislar” el proceso revolucionario del respaldo de amplios sectores de la sociedad argentina. Asimismo, criticó la propuesta de apertura política del gobierno de Lanusse. (88)     Otro factor que puso serios obstáculos al GAN fue la dura posición de Perón, quien no titubeó en alentar a las “formaciones especiales”, grupos juveniles de izquierda, tales como Montoneros y la Juventud Peronista, con el fin de debilitar al régimen militar y maximizar sus chances de regreso. Aprisionado entre las críticas de los sectores nacionalistas y la hostilidad de Perón, Lanusse mantuvo su compromiso de retorno a la democracia representativa pero excluyó de la participación en las urnas al recalcitrante líder justicialista en febrero de 1973. (89)     Para evitar el descontento hacia la política económica que habían sufrido sus antecesores, Lanusse rompió la homogeneidad tecnocrática que había caracterizado a la conducción económica, y la reemplazó por un esquema de fragmentación de dicha conducción, donde el Banco Central se entregaría al establishment financiero; el área de Industria, a un equipo proteccionista favorable a la expansión de las manufacturas; el Ministerio de Trabajo, a figuras permeables a los reclamos de la CGT; el de Agricultura, a un portavoz de los intereses rurales; y el de Obras y Servicios Públicos, a un buen administrador de las empresas del Estado. Pero esta estrategia de apertura y “flexibilización” del gabinete económico, lejos de lograr un apaciguamiento en la pugna entre liberales y nacionalistas-desarrollistas en el seno del gobierno, la incrementó, a medida que el mismo proceso de la Revolución Argentina se iba desgastando. (90)     Por otra parte, Sánchez Sorondo y otros nacionalistas venían gestando una campaña destinada a la conformación de un movimiento de masas bajo un liderazgo militar de signo anti-liberal. Uno de los ecos de esta campaña fue la abortada rebelión militar de mayo de 1971 conducida por el general de brigada (RE) Eduardo Labanca en contra del entonces flamante gobierno del general Lanusse. Alrededor del día 12 de mayo de 1971, el general Labanca gestó un complot contra el gobierno de Lanusse en el cual estuvieron implicados importantes jefes y oficiales en actividad y retirados -entre ellos el ex presidente general Juan Carlos Onganía-, así como sectores civiles. El primer paso de este complot fue la circulación en organismos militares de un documento sumamente crítico hacia la gestión del gobierno, sosteniendo que con el teniente general Lanusse accedía al poder “todo aquello que la Revolución Argentina intentó eliminar: las viejas estructuras políticas clasistas, los mismos viejos y gastados políticos y la misma línea económica liberal”. (91) Finalmente, el complot militar gestado por Labanca fue abortado y como resultado, el comandante en jefe del ejército ordenó el paso a retiro obligatorio de siete coroneles implicados en el levantamiento. (92)  

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    Pero la oposición de Labanca y su grupo no fue un ejemplo aislado de la oposición nacionalista a la gestión de Lanusse. La intención del gobierno de abrir el juego a los partidos políticos, y superar la proscripción que pesaba sobre el peronismo desde 1955, pregonada por el propio presidente en su discurso en San Nicolás el 31 de mayo de 1972, fue enérgicamente rechazada por el grupo llamado Concentración Cívica, integrado por el ex almirante Isaac Rojas y presidido por el almirante (RE) Carlos Sánchez Sañudo. Este grupo, de orientación nacionalista conservadora, entre fines de mayo y principios de junio de 1972, emitió una declaración calificando la proscripción del peronismo como una inevitable “profilaxis cívica”. (93)     Por cierto, un claro indicio de la existencia de sectores del ámbito castrense resistentes a la apertura política fue la enérgica reafirmación del presidente Lanusse de su promesa de retorno a la vida electoral a tan sólo 20 días de la fecha de entrega de la banda presidencial al candidato triunfante del FREJULI, Héctor J. Cámpora. Así, el 5 de mayo de 1973, y ante el batallón de Comunicaciones 121 de la localidad de San Lorenzo, Lanusse dirigió un explícito mensaje a aquellos sectores renuentes a la normalización institucional. (94)      Estas expresiones de Lanusse vinieron a poner punto final al tenso clima provocado, pocos días antes, por las declaraciones del comandante de la aviación naval, almirante Horacio Alberto Mayorga, efectuadas el 2 de mayo de 1973 ante los periodistas en la localidad de Punta Indio. Al ser interrogado sobre la situación interna generada a partir del asesinato del almirante Hermes Quijada por la guerrilla, Mayorga disparó una serie de críticas dirigidas a Perón y a los dirigentes justicialistas, anticipando sombríos presagios sobre la situación del país a partir del 25 de mayo. Las afirmaciones de Mayorga causaron desagrado en los dirigentes del FREJULI, a pesar de una posterior referencia del polémico almirante a “tergiversaciones” por parte de la prensa, y obligaron al presidente Lanusse a refirmar su compromiso con el retorno a la democracia representativa. (95)      Por otra parte, Lanusse intentó utilizar la política exterior como una válvula de escape, sosteniendo la tesis del “pluralismo ideológico” y la defensa de la no intervención en los países de la región. El propio Lanusse justificaba este cambio en los siguientes términos:

“(...) Una estrategia sostenida, integral, necesitaba también de una estrategia precisa en el marco de la política exterior y de una precisa articulación entre ésta y la dirección que habíamos tomado en el plano interno. En varios países vecinos existían entonces gobiernos militares de tipo nacionalista-izquierdista o gobiernos civiles socialistas (Chile). En el Cono Sur, nuestras fronteras también nos unían con el Brasil, donde un régimen militar anticomunista se aislaba respecto a las experiencias más dinámicas de entonces.La primera etapa de la Revolución Argentina se había caracterizado por un anticomunismo un poco supersticioso, un poco temeroso y conservador, modestamente eficaz en sus objetivos. La falta de éxito de la ley anticomunista se había medido, por ejemplo, en el crecimiento de fuertes líneas ideológicas subversivas, que no existían antes en la República. Era importante generar la imagen de una política independiente, sin prejuicios, sin barreras ideológicas, y capaz de ser apoyada por el grueso de la población. Era importante devolver el orgullo nacional a los argentinos; era importante que el país levantara la bandera de no intervención en los asuntos internos de otro. (96)

Este “giro” hacia el pluralismo ideológico fue recibido por los sectores nacionalistas con reacciones muy dispares. Algunos de ellos, como el caso de los editorialistas del periódico católico Criterio, adhirieron al mismo sin reservas. (97) Otros sectores nacionalistas, como el grupo ultraconservador, antiperonista y anticomunista “Concentración Cívica en Pro de la República”, liderado por el almirante (RE) Carlos Sánchez Sañudo, se colocaron en el otro extremo, criticando el “pluralismo ideológico” y sosteniendo la necesidad de mantener las “barreras ideológicas”. (98)      Por su parte, los nacionalistas “desarrollistas”, percibieron el  “giro” efectuado por Lanusse y su canciller Luis María de Pablo Pardo como ficticio y limitado, dados los condicionamientos impuestos por la falta de estabilidad económica, social y política interna. Por ejemplo, el  abogado frondizista Enrique Vera Villalobos criticó la política exterior de Pablo Pardo de “apertura al Pacífico” como respuesta al “expansionismo atlántico brasileño” o “diplomacia del kilowat”, sosteniendo que la Argentina debía ejecutar en primer lugar una política de enérgico desarrollo económico, social y cultural a fin de alcanzar la integración geo-económica del país. Una vez que lograra descontar una parte de la ventaja que le llevaba Brasil, la Argentina debería reconstruir el

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esquema de Uruguayana, pues volvía a percibirse con claridad la conveniencia del entendimiento argentino-brasileño. No obstante, para alcanzar esto, Brasil debía renunciar a su expansionismo, a la doctrina de las fronteras ideológicas y al papel de país clave que le había adjudicado Estados Unidos. (99)     Por cierto, la política exterior del que fue el tercer y último gobierno de la Revolución Argentina no estuvo exenta de contradicciones, producto de la puja entre liberales y nacionalistas. Como le ocurriese en su momento a Onganía y a Levingston, Lanusse deambuló entre estas dos corrientes. En la política interna fue un indudable partidario de la apertura política, pero la inclusión de Perón y del peronismo en este esquema de apertura irritaba a muchos militares nacionalistas. Su propio canciller, Luis María de Pablo Pardo, se opuso a la salida electoral que pregonaba Lanusse, se mantuvo prescindente en las negociaciones del gobierno con el líder justicialista y prefirió la línea económica liberal rechazada por el presidente. En política exterior, Lanusse proclamó a los cuatro vientos el “pluralismo ideológico”, pero en la práctica limitó este criterio a los países de América latina, pues puso objeciones al reconocimiento de China comunista, impulsado por el canciller de Pablo Pardo. (100) Estos disensos llevaron a Lanusse a pedirle la renuncia a de Pablo Pardo, sustituyéndolo por el brigadier (RE) Eduardo Mc Loughlin. No obstante, poco pudieron hacer estos cambios para revitalizar un proceso militar que había entrado en agonía a partir del Cordobazo.

NOTAS

1. Acta de la Revolución Argentina, cit. en Osiris G. Villegas, Políticas y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional. “Enfoques y temas”, Buenos Aires, Círculo Militar, 1969, pp. 309-310; en Gerardo Bra, El gobierno de Onganía. Crónica, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985, Apéndice documental, pp. 121-122, y en Gregorio Selser, El onganiato (1). La espada y el hisopo, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, Apéndice II, p. 323. Respecto de la debilidad del sistema de partidos políticos véase Rubén M. Perina, Onganía, Levingston, Lanusse. Los militares en la política argentina, Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1983, pp. 76-80. La crítica al funcionamiento de la partidocracia liberal aparece explícita en el llamado “Mensaje de la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentino” del 28 de junio de 1966, que sostiene:

(...) La transformación y la modernización son los términos concretos de una fórmula de bienestar que reconoce como presupuesto básico, y primero, la unidad de los argentinos. Para ello era indispensable eliminar la falacia de una legalidad formal y estéril bajo cuyo amparo se ejecutó una política de división y enfrentamiento que hizo ilusoria la posibilidad del esfuerzo conjunto y renunció a la autoridad de tal suerte que las Fuerzas Armadas, más que sustituir un poder, vienen a ocupar un vacío de tal autoridad y conducción antes de que decaiga para siempre la dignidad argentina (...).

Mensaje de la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentino, Buenos Aires, 28 de junio de 1966, citado en Osiris G. Villegas, op. cit., Anexo 1 del Acta de la Revolución Argentina, p. 316, y G. Bra, op. cit., Apéndice documental, Anexo 1, pp. 125-126. Ver también este mismo texto en La Nación, 29 de junio de 1966, pp. 1 y 8; “Mensaje al Pueblo de la República”, Clarín, 29 de junio de 1966, p. 3, y “Al pueblo argentino”, en G. Selser, op. cit., Apéndice 1, p. 321.

2. Ver Objetivos políticos (Fines de la Revolución), Anexo 3 del Acta de la Revolución Argentina, Objetivo general, citado en O.G. Villegas, op. cit., p. 322; y en G. Selser, op. cit., Apéndice IV, p. 331. Los objetivos estructurales, de carácter fundacional, aparecen en el Mensaje de la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentino, citado en O.G. Villegas, op. cit., Anexo 1, p. 315; G. Bra, op. cit., Apéndice documental, Anexo 1, p. 125; y en R.M. Perina, op. cit., p. 165. Ver también “Mensaje al Pueblo de la República”, Clarín, 29 de junio de 1966, p. 3 y “Al pueblo argentino”, en G. Selser, op. cit., Apéndice 1, p. 320. Ver asimismo Alain Rouquié, “Hegemonía militar, estado y dominación social”, en Alain Rouquié (compilador), Argentina, hoy, Buenos Aires, Siglo XXI, 1982, p. 19.

3. Las diferencias entre “azules” y “colorados”se pueden ver en Gustavo Gabriel Levene, Historia de los presidentes argentinos, segunda parte, Barcelona, Sánchez Teruelo, 1980, p. 361; David Rock, La Argentina autoritaria. Los nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina/Ariel, 1993, pp. 202-204; Félix Luna, Argentina: de Perón a Lanusse 1943-1973, Buenos Aires, Sudamericana/Planeta, 1984, pp. 148-156; y Miguel Angel Scenna, Los militares, Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1980, pp. 297-299. 

4. Si bien en la ceremonia de juramento del general Juan Carlos Onganía hubo una presencia mayoritaria de oficiales superiores de las fuerzas armadas, también se registró una importante participación civil en señal de apoyo a la nueva gestión, destacándose la presencia de personalidades vinculadas al ámbito empresario, rural y gremial. Entre las mismas podemos mencionar al presidente de la Sociedad Rural Argentina, Faustino Fano, quien ofreció su colaboración al nuevo gobierno; al presidente de ACIEL, Jorge Oría; al presidente de la Confederación General Económica (CGE), José Ber Gelbard; y al presidente de la Cámara Argentina de Comercio, Horacio García Belsunce. Por su parte, los dirigentes sindicales se mostraron inicialmente esperanzados con Onganía y también participaron de su acto de juramento como presidente.

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Estuvieron en dicha ocasión el secretario de la CGT Francisco Prado, el secretario de la Unión Obrera Metalúrgica Augusto Timoteo Vandor, el representante del sindicato del Vestido José Alonso, y el de Luz y Fuerza Juan José Taccone. Véase G. Bra, op. cit., pp. 9-10, y Sociedad Rural Argentina, Memoria. Año del centenario, 1866-1966, Buenos Aires, 1966, p. 81, fuente citada por Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, volumen II, p. 255.

5. El Ateneo de la República fue un club nacionalista, conformado en septiembre de 1962 por un grupo de ciudadanos que decidieron difundir su opinión sobre diversos problemas argentinos del momento (la estructura del Estado, la ubicación de la Argentina en el mundo, las relaciones entre la Iglesia y el poder civil, la educación, la organización agraria e industrial, la situación económica, etc.). Varios de los miembros del gabinete de Onganía pertenecían al Ateneo, tales los casos de Guillermo Antonio Borda, ministro del Interior; Mario Díaz Colodrero, secretario de gobierno; Nicanor Costa Méndez, ministro de Relaciones Exteriores y Culto; Pedro E. Real, presidente del Banco Central; Mario Amadeo, embajador argentino en Brasil; Héctor Obligado, vocal de la Dirección Nacional de Migraciones; Máximo Etchecopar, director del Instituto del Servicio Exterior de la Nación; Eduardo Roca, embajador argentino ante la OEA; y Basilio Serrano, delegado ante el GATT. Véase G. Selser, op. cit., p. 32. A su vez, los Cursillos de la Cristiandad eran una organización secreta católica de origen español, que apareció en la Argentina en 1950. Contaba no sólo con miembros eclesiásticos y del ámbito militar, sino también con adherentes civiles. Los Cursillos pretendían la cristianización del mundo, y se basaban en el antiguo modelo de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Los generales Juan Carlos Onganía y Alejandro Agustín Lanusse eran asistentes habituales a los Cursillos, así como muchos otros compañeros de armas e incluso miembros del gabinete de gobierno. Precisamente en uno de esos cursillos, organizado en una quinta eclesiástica en Pilar llamada La Montonera en mayo de 1966, Onganía y Lanusse se encontraron y cerraron los detalles del plan del golpe de junio de 1966. Véase Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, Tomo 1: 1966-1973, Buenos Aires, Norma, 1997, p. 57; “Atlántida: Historia secreta de la revolución”, agosto de 1966, cit. en G.G. Levene, op. cit., p. 364, y D. Rock, op. cit., p. 207 y p. 276, nota 25. Por último, el Opus Dei, una organización católica de origen español, fue fundada en la Argentina en 1939. Véase G. Selser, op. cit., pp. 24-25; D. Rock, op. cit., p. 207 y p. 276, nota 25; M.A. Scenna, op. cit., p. 300.

6. El 28 de junio de 1966, la mesa directiva del comité nacional del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) cursó una nota a los presidentes de comités de distrito en todo el país, donde sostiene:

(...) Hace pocas horas las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del gobierno de la República. Anticipamos reiteradamente que ello era consecuencia previsible, pues no podía reclamarse el respeto a la legalidad por la legalidad misma. Esta era un medio para alcanzar los objetivos que reclamaba la Nación, en su proceso de evolución histórica, y era ese proceso que hacía a la esencia misma del país, el que debía cumplirse.

Clarín, 29 de junio de 1966, p. 13, y G. Bra, op. cit., p. 119, nota 1.

7. La actitud gremial de apoyo a Onganía fue compartida por los políticos peronistas. Una declaración del Frente Argentino Justicialista (FAJ) del 28 de junio de 1966 sostiene al respecto:

(...) La ciudadanía recibe con patriótica expectativa el fin de un gobierno de frustración nacional (...) y confía en que ello significaría el cambio de régimen que sea el comienzo del reencuentro definitivo del pueblo y sus fuerzas armadas, cuyos objetivos irrenunciables son la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo (...).

Declaración del FAJ citada en Clarín, 29 de junio de 1966, p. 14. A su vez, la Junta Metropolitana del Partido Justicialista, con las firmas de Paulino Niembro, Miguel Unamuno, Nélida de Miguel, Dámaso Sierra y Nélida Carreiro, sostuvo que la caída del gobierno de Illia se debió a un “estado de cosas intolerable para el país” y que “la justificación histórica de la revolución estará en el rompimiento de las estructuras demoliberales, oligárquicas y antinacionales”. G. Bra, op. cit., p. 119, nota 1.

   Por su parte, el líder del movimiento, Juan D. Perón, mantuvo una actitud de prudente apoyo al golpe. En un encuentro del líder justicialista con el enviado especial de Primera Plana, Tomás Eloy Martínez, realizado en la casa de Perón en Madrid unos pocos días después del golpe, el último se refirió a Onganía en los siguientes términos:

(...) Reconozco calidad a Onganía como hombre de mando en el Ejército. Si Onganía se comportase en el terreno político como en el terreno militar, el país podrá andar bien. Simpatizo con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica. Como argentino hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del Gobierno Illia (...).

Entrevista de Tomás Eloy Martínez a Perón, citada en E. Anguita y M. Caparrós, op. cit., p. 83, y en New York Times, 15 de julio de 1966, p. 9, fuentes citadas en Joseph A. Page, Perón. Una biografía, segunda parte (1952-1974), Buenos Aires, Javier Vergara, 1984, p. 177. Esta actitud de Perón se basó en parte en la buena reputación de Onganía como un “azul”

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constitucionalista, adquirida durante el conflicto de 1962 entre “azules” y “colorados”. Perón tardó tres meses en calificar al régimen militar de “gorila” y “reaccionario”. Page cita informes que sostienen que mucho antes de que sucediera el golpe de junio de 1966, Perón intercambió cartas con los generales golpistas y los alentó a seguir. Luego del golpe, Perón envió desde su exilio un mensaje grabado para sus seguidores donde sostenía que los nuevos gobernantes militares estaban haciendo declaraciones que eran acordes con los principios del peronismo y que, si éstos creaban un “gobierno popular”, él se vería obligado a apoyarlo. Opiniones de Perón en Entrevista con el correo, Buenos Aires, julio de 1980; Primera Plana, 5 y 12 de julio de 1966, cit. en J.A. Page, op. cit., pp. 176-177. Por su parte, The Economist del 9 de julio de 1966 explicó el respaldo inicial del peronismo al régimen de Onganía por el hecho de que “a pesar de todas sus diferencias, los militares y los peronistas están unidos en el rechazo del comunismo y de la democracia liberal parlamentaria”. Opinión de The Economist citada en “Vaticinios del exterior”, Primera Plana, Año IV, Nº 186, Buenos Aires, 19 al 25 de julio de 1966, p. 24. Ver también G. Bra,op. cit., pp. 9-10; Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 231; Richard Gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros, Buenos Aires, Grijalbo, 1987, pp. 91-92, nota 49, y Guillermo O’ Donnell, 1966-1973: El Estado burocrático-autoritario: Triunfos, derrotas y crisis, Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1982, p. 66.

8. En el caso de los partidos de izquierda, vale rescatar, simultáneamente, su condena al “golpe de estado reaccionario”, pero su ataque al gobierno de Illia. El partido Comunista censuró al gobierno surgido del golpe de junio de 1966 como “una dictadura militar pro yanqui”, pero recordó que el presidente Illia “no cumplió con sus promesas electorales, no llevó a cabo el programa democrático y popular que había prometido”. Por su parte, el órgano del partido Socialista Democrático La Vanguardia denunció los “inconfesables objetivos” del nuevo régimen militar, pero a la vez criticó al gobierno de Illia por confiar “en su suerte, en el tiempo, en el embajador de Estados Unidos, en el apoyo de Johnson, en el arzobispo Caggiano...”. Pero, además, el golpe de estado dividió a los intelectuales argentinos de la extrema izquierda. El partido Socialista de Izquierda Nacional dirigido por Jorge Abelardo Ramos y Enea Spilimbergo, provenientes del trotskismo, apoyaron a la Revolución Argentina como un posible primer paso hacia un “nasserismo” argentino. Este respaldo generó una viva polémica entre Ramos e Ismael Viñas, quien condenaba a la “dictadura militar clerical y reaccionaria”. Véase Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, op. cit., p. 254, cuyas fuentes son: “Otra vez el golpe de estado militar” (Declaración del Comité Central del Partido Comunista de la Argentina), Nuestra Palabra, 6 de julio de 1966; y La Vanguardia, 5 y 13 de julio de 1966. Para la polémica entre Ramos y Viñas en relación al régimen de la Revolución Argentina, Rouquié remite a Ismael Viñas, “Dictadura y Tecnocracia”, Marcha, Montevideo, 13 de junio de 1966; y a Jorge Abelardo Ramos, “El ejército argentino y la teoría de Pavlov”, Marcha, 19 de agosto de 1966. Ibid., p. 256.

9. F. Luna, op. cit., p. 187.10. Mensaje de la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentino, Buenos Aires, 28 de junio de 1966, Anexo 1 del Acta de la

Revolución Argentina, cit. en O.G. Villegas, op. cit., p. 314, y en G. Bra, op. cit., Apéndice documental, p. 124; “Reordenamiento metodológico de políticas”, Apéndice 2, Punto III: políticas nacionales, apartado C: En el ámbito de la política económica, cit. en O.G. Villegas, op. cit., pp. 334-335; “Políticas del gobierno nacional” (cursos de acción generales...), Sección C: En el ámbito de la política económica, cit. en G. Selser, op. cit., pp. 334-336.

11. El Dr. Néstor Jorge Salimei era un joven empresario, un directivo de Sasetru que se había enriquecido con operaciones financieras y con el comercio de oleaginosas, perteneciente al grupo Avellaneda-Banco de Boulogne. Católico practicante, Salimei había conocido a Onganía en los Cursillos de la Cristiandad y concurría frecuentemente al Instituto de Estudios Económicos y Sociales que servía de base política al ingeniero Alvaro Alsogaray, quien sería embajador en Estados Unidos durante el gobierno de Onganía. Salimei y Alsogaray habían hecho negocios juntos en el ramo de la industria aceitera. Dada la oposición de Onganía a la candidatura de Alsogaray para cubrir la cartera económica, los alsogaraístas respaldaron la postulación de Salimei. Este contó también con el respaldo inicial de la Unión Industrial Argentina, la Confederación General Económica, la Asociación para la Defensa de la Libre Empresa y la Sociedad Rural. Fue aceptado asimismo por la opinión pública, que temía un tercer ministerio de Alsogaray y veía en Salimei un joven triunfador y libre de ataduras con el pasado. Pero Salimei se rodeó de colaboradores surgidos de sus empresas o vinculaciones comerciales, y marginó a los seguidores de Alsogaray, con lo cual se privó a sí mismo del apoyo político a su gestión. No obstante su matriz liberal, Salimei proponía, a diferencia de Alsogaray, cierta intervención del Estado en materia económica. Véase al respecto “El primer equipo”, Primera Plana, Año IV, edición especial, Buenos Aires, 30 de junio de 1966, p. 8; Roberto Roth, Los años de Onganía. Relatos de un testigo, Buenos Aires, La Campana, 1981, pp. 49-51; E. Anguita y M. Caparrós, op. cit., p. 25, y G. Selser, op. cit., pp. 78-79.

12. El propio Juan Carlos Onganía justificó estas presencias “liberales” en su gabinete de gobierno en una entrevista que le efectuara Primera Planaaños más tarde, cuando Onganía ya no formaba parte del gobierno: “(...) resolvimos designar en Economía a un hombre que no fuera conocido y elegimos a Salimei mientras mandábamos a Alsogaray al exterior para aprovechar sus relaciones internacionales (...) (Por su parte, Krieger Vasena) (...) Tenía prestigio internacional y entendí muy bien lo de la “estabilización”. Krieger Vasena formó parte de los directorios de por lo menos cuatro empresas norteamericanas del grupo National Lead Co. y fue representante de muchas empresas extranjeras. Su enorme prestigio en el mundo de los negocios fue un factor que llevó a Onganía a convocarlo como ministro de Economía. Krieger Vasena fue respaldado por los representantes de las grandes empresas industriales vinculadas al capital extranjero, nucleadas en UIA y ACIEL. El sector agropecuario, en cambio, representado en la Sociedad Rural Argentina y CARBAP, rechazó las retenciones a las exportaciones que el plan de Krieger estableció desde un principio. “Testimonios. Onganía rompe el silencio”, Primera Plana, Año IX, Nº 411, Buenos Aires, diciembre 15, 1970, p. 17, y E. Anguita y M. Caparrós,op. cit., p. 103. 

13. G. Bra, op. cit., pp. 13 y 29-30;  “La política de EE.UU. defendió Alvaro Alsogaray”, La Prensa, 7 de marzo de 1968, p. 4. 

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14. Dadas las divergencias existentes entre sus miembros, la ALALC se enfrentó con serios obstáculos: las barreras comerciales no se levantaron tal como estaba planeado y tampoco se registró un suficiente estímulo industrial. Paralizada por la tensión entre libre comercio y planificación regional, a partir de 1968 la ALALC se estancó, situación que llevó a la creación del Pacto Andino en mayo de 1969, y de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) en agosto de 1980, tras la firma de un nuevo tratado de Montevideo, por los mismos miembros de la ALALC. Ver al respecto G. Pope Atkins, América Latina en el sistema político internacional, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1991, pp. 257-264. Ver también el artículo de Francisco Orrego Vicuña, “Dilemas en el Grupo Andino”, Estudios Internacionales, Nº 11, Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, Santiago de Chile, octubre-diciembre 1969, pp. 352-371.

15. Ver impulso de Mariano Grondona a la ALALC y a la idea de un liderazgo conjunto con Brasil en editoriales “Argentina y Brasil”, Primera Plana, Año IV, Nº 186, Buenos Aires, 19 al 25 de julio de 1966, p. 13; e “¿Integración o segregación?”, Primera Plana, Año V, Nº 208, Buenos Aires, 20 al 26 de diciembre de 1966, p. 11. También “Diplomacia. Un estreno complicado”, Primera Plana, Año IV, Nº 193, Buenos Aires, 6 al 12 de septiembre de 1966, p. 18.

16. El nacionalismo “ortodoxo” sería el denominado por Mariano Grondona como el “viejo” nacionalismo, que se caracterizaba, entre otros elementos, por la afirmación exacerbada de la identidad nacional a través de la adopción de hipótesis de conflicto regional en las relaciones con los países vecinos. Había surgido como “la contrapartida de la situación de irremediable periferia y de completo aislamiento que caracterizó a nuestras naciones hasta la segunda guerra mundial”. El “nuevo” nacionalismo apelaba a la integración regional como un medio de ampliar la soberanía nacional, de hacerla “real” frente a la soberanía “nominal” del “viejo” nacionalismo. Ver Mariano Grondona, La Argentina en el tiempo y en el mundo, Buenos Aires, Primera Plana, 1967, pp. 226-233. 

17. El Mercado Común Andino o Grupo Andino fue fundado por los miembros de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) que no estaban conformes con su funcionamiento pero que a la vez no estaban dispuestos a renunciar a ésta ni a anular el tratado de Montevideo. Los gobiernos de Chile, Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú anunciaron en la Declaración de Bogotá de agosto de 1966 su común decisión de revitalizar la estancada ALALC, y seguir con el proyecto de formación de un mercado común, pero buscaron este objetivo a través de la industrialización planificada y no apostando al libre comercio como lo había hecho la ALALC. En mayo de 1969 estos países firmaron el llamado Acuerdo de Integración Subregional Andino, como puntapié inicial del Pacto Andino, que procuró la conformación de un área de libre comercio mediante el progresivo desmantelamiento arancelario entre sus miembros, a la vez que proyectaba programas de inversión y complementación económica para estimular el desarrollo industrial. Entre 1972 y 1976 el Grupo Andino atravesó serias dificultades, especialmente las divergencias entre sus miembros respecto de la “Decisión 24” del 1º de enero de 1971, que preveía reducciones en la participación del capital extranjero, reguladas en forma multilateral. Antes del golpe de 1973, Chile se opuso a una modificación radical de las regulaciones. Luego del golpe, adoptó políticas de libre comercio opuestas a las regulaciones del capital extranjero establecidas por el Grupo Andino, razón que determinó su alejamiento del Pacto Andino en 1976. Ver P. Atkins, op. cit., pp. 259-262, y F. Orrego Vicuña, op. cit., pp. 352-371.

18. Vale advertir que este concepto de “fronteras ideológicas” no era de exclusiva propiedad de los nacionalistas ortodoxos argentinos. También era utilizado por sus colegas brasileños. Así, en el contexto de una gira por diversos países latinoamericanos realizada en octubre de 1966, el canciller brasileño, general Juracy Magalhaes, definió claramente el alcance del término: “De un lado (...) están los comunistas, unidos en una línea a través de todos los países americanos; del otro, debemos unirnos todos los que nos oponemos a ese procedimiento político”. “Fronteras ideológicas”, LaNación, 13 de octubre de 1966, p. 3.

19. Véase el discurso del ministro del Interior Martínez Paz pronunciado en Salta, a fines de noviembre de 1966,  “La Nación. Paralelismos peligrosos”,Confirmado, Año II, Nº 76, diciembre 1º de 1966, pp. 20-21.

20. Primera Plana, 12 de julio de 1966, fuente citada en D. Rock, op. cit., p. 208. En un discurso dirigido al país por radio y televisión a principios de septiembre de 1966, Martínez Paz defendió la política universitaria del gobierno e incluso justificó el uso de la fuerza. “Temas del país analizó el doctor Martínez Paz “, La Nación, (una selección de la semana), 12 de setiembre de 1966, p. 5. Vale aclarar que esta obsesión anticomunista no fue producto del delirio de unos pocos miembros aislados dentro del gobierno de Onganía o una inclinación que se pueda atribuir exclusivamente a los círculos militares argentinos. Diversos sectores de la sociedad la compartían, incluso dentro del ámbito universitario. A principios de julio de 1966, los representantes de una veintena de organizaciones estudiantiles -entre ellas el Frente Anticomunista de Odontología y el Sindicato Universitario de Derecho- pidieron audiencia al ministro del Interior Martínez Paz, para solicitarle “la destrucción de la estructura marxista de la Universidad, la expulsión de los profesores de esa ideología, la intervención a EUDEBA y el fin del gobierno tripartito”. Ver  “Universidad. Una brecha en el muro”, Primera Plana, Año IV, Nº 285, Buenos Aires, 12 al 18 de julio de 1966, p. 20. 

21. El Grupo Tacuara apareció a fines de 1957. Tacuara es el término que designa la lanza del gaucho, evidenciando las simpatías de este grupo hacia la corriente historiográfica revisionista. Este grupo estuvo constituido por estudiantes remanentes de las primeras organizaciones católicas, incluyendo algunas ramas de la Acción Católica. Originalmente procuraron conseguir la reinstauración de la enseñanza religiosa en las escuelas, pero a principios de la década de 1960 Tacuara se convirtió en una banda de violentos ultraderechistas, cuya filiación ideológica se ubicaba entre el nazismo alemán y el falangismo español, sin dejar de poner énfasis en sus vínculos con la Iglesia Católica. D. Rock, op. cit., p. 210. Véase también “Antisemitismo. La extraña vorágine”, Confirmado, Año II, Nº 60, agosto 11 de 1966, p. 19.

22. El presidente sostuvo que

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el llamado a la colaboración, en esta nueva etapa de la vida nacional, alcanza a todos los argentinos, sin distingos de credos o razas; personalmente, por sus profundas convicciones de católico práctico y como presidente de la Nación, procederá con toda energía contra cualquier extremismo, de izquierda o de derecha, que amenace la convivencia pacífica y laboriosa de la ciudadanía.

Ver declaración del presidente Onganía en  “La colectividad judía obtuvo del Gobierno una clara definición”, La Razón, 13 de julio de 1966, p. 7. Los directivos de la DAIA que se entrevistaron con el presidente Onganía fueron los señores Isaac Goldenberg, Faigon, Cohen Imach, Glucksmann, Kamenfszain y el gran rabino David Kahane.

23. Juan E. Guglialmelli,  “Las FF.AA. en América Latina (FF.AA. y Revolución Nacional)”, Estrategia, Nº 17, Buenos Aires, julio-agosto de 1972, p. 11; Carl E. Solberg, Petróleo y nacionalismo en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, p. 255. También el general Osiris  Villegas consideraba el concepto de “desarrollo integral” como íntimamente ligado al de autonomía. Véase Osiris G. Villegas, Tiempo geopolítico argentino, Buenos Aires, Pleamar, 1975, p. 30.

24. Juan E. Guglialmelli, “Fuerzas armadas y subversión interior”, Estrategia, Nº 2, Buenos Aires, julio-agosto 1969, pp. 13-14.25. El general Osiris G. Villegas, integrante como Onganía de la facción “azul” del ejército, fue secretario del Consejo Nacional

de Seguridad (CONASE) entre diciembre de 1966 y noviembre de 1969, durante la gestión de Onganía, y embajador argentino en Brasil en las gestiones de Onganía, Levingston y Lanusse. Véase O. G. Villegas, Tiempo geopolítico argentino, op. cit., pp. 27-28; Osiris G. Villegas, “El desarrollo, la ciencia, la tecnología y la seguridad”, conferencia pronunciada en el Curso de Coroneles del Centro de Altos Estudios y en la Escuela de Guerra,Revista del Círculo Militar, Nº 685, Buenos Aires, abril-junio 1968, pp. 69-80; Idem, “El proyecto nacional”, en CIRCUMIL, Revista del Círculo Militar, Nº 691, Buenos Aires, enero-marzo de 1970, p. 152; J.E. Guglialmelli, “Las FF.AA. en América Latina...”, op. cit., p. 10; Idem, “Pasiones y desarrollo”, Confirmado, Año III, Nº 96, Buenos Aires, 20 de abril de 1967, p. 25; Idem, “Función de las fuerzas armadas en la actual etapa del proceso histórico argentino”, Estrategia, Nº 1, Buenos Aires, mayo-junio 1969, Anexo 1, p. 16.

26. “La seguridad nacional. Un concepto de palpitante actualidad”, colaboración de la Escuela Nacional de Guerra, Revista del Círculo Militar, Nº 689, Buenos Aires, julio-setiembre de 1969, pp. 157-159.

27. Osiris G. Villegas, “América del Sur, geopolítica de integración y desarrollo”, en Estrategia, Nº 10, Buenos Aires, marzo-abril 1971, p. 16; y J.E. Guglialmelli, “Función de las fuerzas armadas...”, op. cit., p. 13. 

28. J.E. Guglialmelli, “Función de las fuerzas armadas...”, op. cit., p. 13; véase también O. G. Villegas, “América del Sur, geopolítica de...”, op. cit., p. 16.

29. “ALALC: La posición argentina”, Primera Plana, Año IV, Nº 198, Buenos Aires, 11 al 17 de octubre de 1966, p. 72.30. De acuerdo con el editorial “Gobierno: Las cien flores de Onganía”, Panorama, Año VII, Nº 152, Buenos Aires, 24 al 30 de

marzo de 1970, p. 8, Onganía mezcló el eficientismo pragmático de Justo y la planificación nacionalista de Perón. Por su parte, el editorial “El país. Gobierno: la lucha por el poder”, Primera Plana, Año V, Nº 246, Buenos Aires, 12 al 18 de septiembre de 1967, pp. 12 y 13, presenta al presidente Onganía como un moderador en las luchas entre los sectores liberales -liderados por los hermanos Alvaro y Julio Alsogaray- y los nacionalistas -encabezados por el ministro del Interior Guillermo Borda, el secretario de gobierno Mario Díaz Colodrero y el canciller Nicanor Costa Méndez. A su vez, la mayoría de los autores identifican a Lanusse como un liberal, debido a que, a diferencia de los nacionalistas ortodoxos, era partidario del retorno a la democracia representativa. Pero el anticomunismo que evidenció como comandante en jefe del ejército y siendo presidente, su personal reticencia a normalizar los vínculos diplomáticos con China Popular por razones ideológicas, lo ubican, como Onganía, a caballo entre la corriente liberal y la nacionalista.

31. En enero de 1961, el Departamento de Estado norteamericano preparó un memorándum titulado “Un nuevo concepto para la defensa y el desarrollo hemisférico” en el que se afirmaba la falta de realismo de la estrategia basada en la amenaza extrahemisférica. Consecuentemente, se reemplazaba al enemigo “extracontinental” -concepto central en la “Doctrina Monroe” y sus sucesivas derivaciones- por un enemigo que estaba situado “dentro” de la región -la subversión fomentada por el castrismo-. Este enfoque llevó al gobierno norteamericano a impulsar mecanismos como la creación de una Fuerza Interamericana de Paz (FIP), el fortalecimiento de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la institucionalización de la Junta Interamericana de Defensa (JID). Véase Juan Archibaldo Lanús, De Chapultepec al Beagle. Política exterior argentina, 1945-1980, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, vol. I, p. 148.

32. “Respondió el General Onganía a un extenso cuestionario”, La Nación, 3 de agosto de 1966, p. 18.33. “Una polémica falsa”, Confirmado, Año III, Nº 125, Buenos Aires, noviembre 9 de 1967, p. 16. 34. Onganía al diario Expreso del Perú, 16 de marzo de 1968, fuente citada en J.A. Lanús, op. cit., vol. I, p. 71.35. “El Ejército y el país”, Confirmado, año IV, Nº 154, Buenos Aires, mayo 30 de 1968, p. 10.36. Discurso del presidente Onganía del 31 de diciembre de 1966 citado en “La actual posición argentina sobre ‘integracionismo’

”, La Prensa, 9 de enero de 1967, p. 6.37. Cabe recordar que Nicanor Costa Méndez se había alejado del gabinete del canciller de Frondizi, Miguel Angel Cárcano,

precisamente por no compartir la posición del gobierno desarrollista, que, esgrimiendo el principio de no intervención, se abstuvo en la votación que excluyó a Cuba de la OEA en la Conferencia de Punta del Este en enero de 1962.

38. “Así que pasen dieciocho días”, Primera Plana, Año IV, Nº 186, Buenos Aires, 19 al 25 de julio de 1966, p. 20.39. Declaraciones del canciller Costa Méndez comentando la posición argentina en la XII Reunión de Consulta de la OEA en

septiembre de 1967, en “El mundo. OEA: Ser o no ser”, Confirmado, Año III, Nº 119, septiembre 28 de 1967, p. 19.

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40. Véase “Cancillería. Las razones de Costa Méndez”,  Confirmado, Año III, Nº 90, Buenos Aires, 9 de marzo de 1967, pp. 17-18.

41. Referencias al proyecto de integración regional norteamericano en Miguel Angel Scenna, Argentina-Chile. Una frontera caliente, Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1981, pp. 193-194; “El mundo. Bogotá: en busca de consumo”, Confirmado, Año II, Nº 62, agosto 25 de 1966, pp. 26-27; “América latina. La bomba argentina”, Confirmado, Año III, Nº 88, Buenos Aires, febrero 23 de 1967, pp. 28-30; “Argentina-Paraguay: Una nueva amistad”, por Fernando Mas, Confirmado, Año III, Nº 93, Buenos Aires, marzo 30 de 1967, p. 31. 

42. En una entrevista que le hiciera la periodista Sonia Pascual Sánchez, el canciller Costa Méndez sostuvo

(...) primero debemos buscar el desarrollo nacional, el desarrollo de la Nación Argentina, y debemos buscar la integración como el instrumento útil, adecuado, para que cada una de las naciones logre su pleno desarrollo y obtenga sus objetivos nacionales. No admitimos ninguna autoridad supranacional que dirija la integración; la integración debe ser dirigida por las propias naciones porque si no una autoridad supranacional podría imponer que la integración se hiciera en forma tal que perjudicara a un país en perjuicio de otro, por disposición de una planificación excesiva. Pero nosotros sí propiciamos y prohijamos la constitución de un organismo intergubernamental que lleve a cabo esa integración, armonizando los proyectos, las intenciones y los objetivos de las diferentes naciones. (...)

“Cancillería. Las razones de Costa Méndez”,  Confirmado, Año III, Nº 90, Buenos Aires, 9 de marzo de 1967, pp. 17-18.

43. “Energía nuclear: Definición nacional”, Confirmado, Año III, Nº 139, febrero 15 de 1968, p. 16. 44. “El Acta de Asunción”, Clarín, 6 de junio de 1971, p. 16.45. “Entre la Revolución y el Gobierno”, Primera Plana, Año V, Nº 211, Buenos Aires, 10 al 16 de enero de 1967, p. 12; “Sobre

el sistema”, ibid., p. 11; “Borda ¿Una nueva política?”, Primera Plana, Año V, Nº 212, Buenos Aires, 17 al 23 de enero de 1967, pp. 14-15; Extra, Año 3, Nº 19, Buenos Aires, febrero de 1967, p. 23.

46. Una de las razones que fundamentó esta decisión de Onganía de extender el límite territorial a 200 millas de la costa marítima fue, precisamente, la incursión de buques pesqueros extranjeros en aguas argentinas. Esta medida afectó intereses norteamericanos por cuanto Perú, país en cuya costa Estados Unidos realizaba actividades pesqueras, también aplicaba las 200 millas como límite. La extensión del mar territorial argentino surgió de una iniciativa personal de Onganía, quien logró imponerse por encima de las reservas del comandante de Operaciones Navales, contraalmirante Benigno Varela; las de los juristas consultados -que advirtieron sobre las repercusiones continentales de una decisión a la que en ese momento sólo Perú adhería-, y las del canciller Nicanor Costa Méndez, quien, de acuerdo con la posición de los juristas, logró demorar por un breve tiempo la sanción de la ley. Sin embargo, la reglamentación que extendió el mar territorial argentino, que inicialmente el presidente Onganía esperaba firmar el 30 de diciembre de 1966, fue finalmente sancionada al 11 de enero de 1967. Ver G. Bra, op. cit., p. 25; R. Roth, op. cit., pp. 147-165;  “La soberanía nacional en el Mar”, La Prensa, 12 de enero de 1967, p. 8; y “Entretelones. Mar territorial”, Confirmado, Año III, Nº 82, Buenos Aires, enero 12 de 1967, p. 15. 

47. Cabe recordar que los gobiernos de Alemania Occidental y Francia no entendieron la détente en los mismos términos que la administración norteamericana de Nixon y Kissinger. Ambos líderes europeos vieron en la détente una oportunidad para intensificar sus vínculos comerciales con la Unión Soviética y Europa Oriental, debilitando la estrategia de vinculación por la cual Kissinger quería “contener” la expansión de la URSS y llevarla a negociar en el terreno de los armamentos nucleares utilizando como arma su vulnerabilidad tecnológica y económica. Tampoco los intereses de seguridad franceses, alemanes y norteamericanos coincidieron en cuestiones sumamente álgidas para las autoridades de la Casa Blanca como la actitud a adoptar frente al conflicto árabe-israelí de 1973 y la crisis petrolera de 1973-74. Ver al respecto John Spanier,  La política exterior norteamericana a partir de la Segunda Guerra Mundial, Buenos Aires, GEL, 1991, pp. 218-220. Respecto de la gira europea de Costa Méndez de 1969 ver José Paradiso, Debates y trayectoria en la política exterior argentina, Buenos Aires, GEL, 1993, pp. 161.

48. Declaraciones del canciller Costa Méndez a Primera Plana, 13 de abril de 1969, citadas en “Diplomacia: Peregrinación a las fuentes”, Primera Plana, Año VII, Nº 330, Buenos Aires, 22 al 28 de abril de 1969, pp. 9-10. 

49. Críticas de Marcelo Sánchez Sorondo en ibid.50. “Laberintos. Las leyes frenadas”, Primera Plana, Año V, Nº 237, Buenos Aires, 11 al 17 de julio de 1967, p. 13; “El país.

Gobierno: El caso Alsogaray”, Primera Plana, Año V, Nº 245, Buenos Aires, 5 al 11 de setiembre de 1967, p. 12; “Diplomacia. El zafarrancho aquel del Acuerdo de Garantías”, Primera Plana, Año V, Nº 247, Buenos Aires, 19 al 25 de setiembre de 1967, p. 15 e “Inversiones. Un poco más de garantías”, Primera Plana, Año VI, Nº 294, Buenos Aires, 13 al 19 de agosto de 1968, p. 22. 

51. Véase “La encuesta que faltaba”, Extra, Año 3, Nº 19, Buenos Aires, febrero de 1967, p. 34.52. “Krieger Vasena. El Ministro que vino del frío” y “Políticos. La oposición moderada”, Primera Plana, Año V, Nº 215,

Buenos Aires, 7 al 13 de febrero de 1967, pp. 14 y 15, respectivamente.53. Ver editorial “El avance de los golpistas”, Primera Plana, Año VI, Nº 278, Buenos Aires, 23 al 29 de abril de 1968, p.

12; Azul y Blanco, 8 de octubre de 1968, fuente citada en D. Rock, op. cit., p. 215. 54. “La Iglesia frente al Gobierno”, Primera Plana, Año VII, Nº 344, Buenos Aires, 29 de julio al 4 de agosto de 1969, p. 17. 

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55. Incluso, a fines de diciembre de 1967, el general de división Adolfo Cándido López puso en marcha un nuevo partido, que contaba con adherentes del nacionalismo (el “ortodoxo” Marcelo Sánchez Sorondo y el “desarrollista” general de división Juan Enrique Guglialmelli, entonces titular del Quinto Ejército), pero también con dirigentes del peronismo, de la Unión Cívica Radical del Pueblo e incluso sectores de la Iglesia (caso del arzobispo de Paraná, monseñor Adolfo Tortolo). Ver al respecto “El país. Oposición: La Jabonería de Cándido”, Primera Plana, Año VI, Nº 262, Buenos Aires, 2 al 8 de enero de 1968, pp. 12 y 13; G. Bra, op. cit., pp. 34; 36-37 y 43. 

56. ”Hizo declaraciones en Salta el general López”, La Nación, 12 de febrero de 1968, p. 7. Ver también “La semana política. El desafiante general López”, La Nación, 25 de febrero de 1968, p. 6;  “Lopizmo (1). Un frente opositor”, Primera Plana, Año VI, Nº 271, Buenos Aires, 5 al 11 de marzo de 1968, pp. 14-17; Proclama rebelde de Marcelo Sánchez Sorondo en ”Documentos: La proclama que López no firmó”, Primera Plana, Año VI, Buenos Aires, 20 al 26 de febrero de 1968, pp. 13-14. 

57. Ver el editorial “La nueva oposición”, Primera Plana, Año VII, Nº 336, Buenos Aires, 3 al 9 de junio de 1969, pp. 14-17, y “La crisis final”, por Rodolfo Pandolfi, en Confirmado, Año VI, Nº 260, Buenos Aires, 10 al 16 de junio de 1970, pp. 14-15. 

58. “Peripecias. ¿Alsogaray vs. Krieger?”, Primera Plana, Año VI, Nº 263, Buenos Aires, 9 al 15 de enero de 1968, p. 13. 59. “La imagen del presidente”, Confirmado, Año III, Nº 151, Buenos Aires, mayo 9 de 1968, p. 26; “De los países en desarrollo

habló Alvaro Alsogaray”, La Nación, 1º de febrero de 1968, p. 2.60. “El acontecer. Horas de prueba”, Confirmado, Año V, Nº 206, Buenos Aires, 29 de mayo al 4 de junio de 1969, p. 18. 61. Ver al respecto Confirmado, Año III, Nº 149, Buenos Aires, 25 de abril de 1968, pp. 10-11; “Política: El retorno de

Alsogaray”, Primera Plana, Año VI, Nº 294, Buenos Aires, 13 al 19 de agosto de 1968, pp. 13-14;  ”El acontecer: 90 días de Julio”, Confirmado, Año IV, Nº 168, Buenos Aires, 5 al 11 de septiembre de 1968, pp. 16-17, y “País..país. ¿Pasar el invierno con Julio?”, por Bernardo Neustadt, Extra, Año 4, Nº 35, junio de 1968, pp. 14-15. También G. Bra, op. cit., pp. 44 y 46. 

62. A su vez, el brigadier Jorge Martínez Zuviría fue reemplazado a partir de marzo de 1970 por el brigadier Carlos A. Rey. A.A. Lanusse, op. cit., pp. 62-64. Alvaro Alsogaray explicó, años más tarde, su percepción sobre la política económica del gobierno de Onganía, en los siguientes términos:

La filosofía y la política económica del nuevo gobierno (el de Onganía) estaban claramente definidas y explícitamente señaladas en el documento denominado “Anexo III del Acta de la Revolución Argentina”. Era ése un plan liberal en la más completa acepción del término. Todos los elementos del liberalismo moderno y de la economía de mercado -y más aún, de la Economía Social de Mercado- se encontraban en él inequívocamente presentes. Pero el teniente general Onganía, a pesar de haberlo aprobado sin restricciones, no compartía esta manera de pensar y la Revolución prontamente se apartó de lo establecido en dicho documento. El 13 de marzo de 1967, bajo la dirección del doctor Krieger Vasena, se adoptaron una serie de medidas de “encuadre” que respondían a los propósitos iniciales, pero bien pronto se pudo advertir que las grandes transformaciones necesarias no se llevarían a cabo y que todo se diluiría en un nuevo experimento de “dirigismo” híbrido, esta vez hecho con mayor “sofisticación” y bases keynesianas, pero que no difería mucho del ensayo radical. Lamentablemente el gran público, y aun muchas personas que se suponen bien informadas, creyeron que por fin una verdadera economía de mercado estaba en marcha.

Ya a fines de 1967, en reunión reservada, le expuse al entonces presidente Onganía mi preocupación acerca de las nuevas desviaciones que se estaban produciendo. Más tarde, en mi renuncia a la Embajada a los Estados Unidos, le anticipé el fracaso que, para mí, saltaba a la vista.

Expresiones del ex embajador argentino en los Estados Unidos, ingeniero Alvaro Alsogaray, citadas en G. Bra, op. cit., pp. 45-46. 

63. L.A. Romero, op. cit., pp. 243-244.64. La confluencia de los obreros de la industria automotriz y de los estudiantes universitarios en el Cordobazo de 1969 fue en

parte resultado de que muchos estudiantes diurnos trabajaban en turnos de noche en las fábricas, y muchos jóvenes obreros eran estudiantes nocturnos: estos dos grupos oficiaron de nexo entre el ámbito universitario y el de las fábricas. Además, los obreros de la industria automotriz de Córdoba pertenecían en su casi totalidad a fabricas construidas en época posterior a Perón, y sus sindicatos eran más independientes respecto de la Confederación General del Trabajo (CGT), con lo cual podían actuar, aunque el movimiento obrero en su conjunto estuviese paralizado. Un dato curioso es que los obreros de la industria automotriz de Córdoba eran los mejor pagos del país, y su actitud de repudio a la política económica sorprendió al ministro de Economía Krieger Vasena. Ver al respecto David Rock, Argentina 1516-1987. Desde la colonización española hasta Alfonsín, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1989, p. 433, y J. Page, op. cit., segunda parte, pp. 186-187. Consultar también G. O’ Donnell, op. cit., pp. 250-293; G. Bra, op. cit., pp. 53-55 R.M.  Perina, op. cit., pp. 191-192; R. Gillespie, op. cit., pp. 92-93, y A.A. Lanusse, op. cit., pp. 3-23.

65. Declaraciones de Lanusse luego de los sucesos del Cordobazo citadas en Primera Plana, Año X, Nº 461, Buenos Aires, noviembre 30, 1971, p. 26. Véase también G. Bra, op. cit., p. 56, y G.G. Levene, op. cit., p. 367. A principios de junio de 1969, el Poder Ejecutivo dictó la ley 18.235 que facultaba al gobierno de Onganía a la expulsión de extranjeros, dado que

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“los graves acontecimientos ocurridos en el país en los últimos días demuestran la urgencia de dotar al Poder Ejecutivo de un instrumento eficaz y ágil que permita expulsar a los extranjeros indeseables”. El día 4 de dicho mes, el Poder Ejecutivo modificó la ley que reprimía las actividades anticomunistas, estableciendo la pena de prisión de uno a seis años al que “con indudable motivación ideológica comunista, realice una actividad tendiente a propiciar, difundir, implantar, expandir o sostener el comunismo o actividades de agitación o propaganda en favor del comunismo o sus objetivos”. G. Bra, op. cit., pp. 55-57.

66. Acerca de las consecuencias del Cordobazo ver Nahuel Moreno, Después del Cordobazo, Buenos Aires, Antídoto, 1997, pp. 161-167; Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, op. cit., pp. 283-286; Carlos A. Floria, “El régimen militar y la Argentina corporativa (1966-1973)”, en Ricardo del Barco et al, 1943-1982 Historia política argentina, Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1983, pp. 88-89; G. O’ Donnell,op. cit., pp. 250-293; R. Gillespie, op. cit., pp. 94-99; R.M. Perina, op. cit., pp. 191-192, 194, 197 y 203; L.A. Romero, op. cit., pp. 249-250; D. Rock, Argentina 1516-1987..., op. cit., p. 432-437; F. Luna, op. cit., pp. 193-199, y A.A. Lanusse, op. cit., pp.47- 48. La justificación de la violencia provino además de dirigentes políticos importantes. El ex presidente Arturo Frondizi sostuvo que

(...) la violencia popular es la respuesta a la violencia que procede de arriba: salarios cada vez más insuficientes; enorme agresión impositiva, desnacionalización de la economía, agresión a la Universidad. Por eso no hay pacificación posible que no se funde en el cese de la violencia que engendra la actual política económica.

Asimismo, desde su exilio en Madrid, el ex presidente Juan Domingo Perón sacó sus propias conclusiones acerca del Cordobazo:

Frente a semejante anacronismo (el gobierno de Onganía) no puede quedar otra solución que prepararse de la mejor manera para derribar semejante estado de cosas, aunque para ello deba emplearse la más dura violencia.

E. Anguita y M. Caparrós, op. cit., p. 300. 

67. Declaraciones del ministro del Interior, general Francisco Imaz, citadas en La Nación, 19 de marzo de 1970, p. 1. Véase también N. Moreno, op. cit., p. 26; E. Anguita y M. Caparrós, op. cit., pp. 325-326; “El acontecer. Primavera violenta” y “Rosario. Una fija cantada”, editoriales deConfirmado, Año V, Nº 223, semana del 24 al 30 de setiembre de 1969, pp. 24-25 y 27-28, respectivamente.

68. “Expuso Martín la política exterior”, La Nación, 5 de enero de 1970, pp. 1 y 7. 69. “Declaraciones del canciller Benedicto Martín citadas en Clarín, 28 de abril de 1970, p. 19. 70. Ver al respecto “Una mala ubicación”, La Nación, 9 de marzo de 1970, p. 8. 71. Entrevista de La Nación al titular de la Secretaría de Estado de Recursos Hídricos Guillermo J. Cano, en  editorial “Hacia el

desarrollo de los recursos hídricos”, La Nación, 20 de marzo de 1970, segunda sección: actividades económicas y financieras, p. 1. 

72. Referencias al memorándum del 28 de abril de 1970 entregado por Lanusse al presidente Onganía, en los editoriales “Del ámbito castrense. Estimaciones en muy alto nivel”, Clarín, 4 de enero de 1971, p. 14 y “A pesar del hermetismo. ‘Todos contra los monopolios’ ”, Clarín, 3 de febrero de 1971, p. 12. La biografía del teniente general Alejandro Agustín Lanusse también menciona este memorándum del 28 de abril de 1970. Ver al respecto A.A. Lanusse, op. cit., pp. 88-89. Respecto de las reuniones de Onganía con los altos mandos del ejército en el mes de mayo ver también ibid., pp. 91-98. 

73. G. Bra, op. cit., pp. 94-95; R. Roth, op. cit., pp. 368-374, y A.A. Lanusse, op. cit., pp. 91-98. 74. G. Bra, op. cit., p. 90.75. La autoría del asesinato de Aramburu fue autoadjudicada por los integrantes del Comando Juan José Valle de la organización

llamada Montoneros, que secuestró, juzgó y asesinó a Aramburu bajo los cargos de ejecutar al general Juan José Valle en 1956, profanar el cuerpo de Eva Perón, anular las ganancias de los obreros obtenidas durante el gobierno de Juan Domingo Perón y entregar el patrimonio nacional a los intereses extranjeros. Acerca del secuestro y asesinato de Aramburu por parte de Montoneros y sus consecuencias políticas ver A.A. Lanusse, op. cit., pp. 115-116; J. Page, op. cit., segunda parte, p. 190; M.A. Scenna, op. cit., p. 397; F. Luna, op. cit., pp. 204-209; y D. Rock, Argentina 1516-1987..., op. cit., p. 438.

76. El 8 de junio de 1970, mientras el presidente Onganía presidía la ceremonia inaugural de una reunión de expertos en recursos hídricos, el comandante en jefe del ejército Lanusse daba a conocer un comunicado que decía: “La responsabilidad asumida por el Ejército en la Revolución Argentina es incompatible con la firma de un nuevo cheque en blanco al excelentísimo señor presidente de la Nación para resolver por sí aspectos trascendentales para la marcha del proceso revolucionario y los destinos del país”. G.G. Levene, op. cit., p. 367, y A.A. Lanusse, op. cit., pp. 112-113.

77. Durante su gestión como secretario del CONADE a partir del 30 de junio de 1970, el “desarrollista” general Guglialmelli elaboró el “Plan CONADE” y se enfrentó abiertamente al plan de estabilización del ministro de Economía Moyano Llerena. Guglialmelli era partidario de una política industrialista de signo antiliberal: aumentos masivos de salarios, desgravaciones impositivas, y protección a la empresa argentina. Asimismo, la sugerencia de Guglialmelli de nacionalizar los depósitos bancarios lo enfrentó tanto con el “liberal” Moyano Llerena como con el “desarrollista” Aldo Ferrer. El 3 de noviembre de 1970 renunció a su cargo tras declinar el ofrecimiento que le hiciera Levingston de ser ministro del Interior. En el texto de su renuncia, Guglialmelli denunciaba que monopolios internacionales estaban interfiriendo en las decisiones del Estado

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argentino. Ver al respecto “Opúsculos. La gran tentación”, Panorama, Año VIII, Nº 203, Buenos Aires, 16 al 22 de marzo de 1971, p. 14. 

78. Guillermo O’ Donnell sostiene que Luis María de Pablo Pardo, a diferencia del ministro de Obras Públicas Aldo Ferrer, provenía del nacionalismo tradicional de origen católico, pero a la vez estaba vinculado a los liberales a través de sus estrechas conexiones con la Marina. O’ Donnell, op. cit., p. 315. Por su parte, Extra califica al canciller Luis María de Pablo Pardo como nacionalista. “Extra íntimo. El extraño gabinete”, en Extra, Año 6, Nº 60, julio de 1970, p. 8.

79. Para los conflictos entre el Ministerio de Economía y la CGT, la CGE y el Ministerio de Obras Públicas en el primer tramo del gobierno de Levingston ver G. O’ Donnell, op. cit., pp. 315-318. También L.A. Romero, op. cit., p. 255, y R.M. Perina, op. cit., p. 207.

80. Respecto de la “argentinización” de la economía, ver entrevista de Luis Guagnini, de Panorama, al ministro de Economía Aldo Ferrer, en “Aldo Ferrer: “Argentinización”, un término que necesitaba límites”, Panorama, Año VIII, Nº 200, Buenos Aires, 23 de febrero al 1º de marzo de 1971, pp. 16-17. Respecto del ataque de los sectores liberales a la gestión de Aldo Ferrer en Economía, el Instituto de la Economía Social de Mercado, dirigido por Alvaro Alsogaray, publicó en los matutinos de fines de octubre de 1970 una solicitada advirtiendo contra las medidas “inflacionarias” que promovía la cartera económica:

(...) Se habla de desarrollo, de planes, de elecciones, del producto bruto, etc, y se ignora el cáncer social que nos está corroyendo”. (Los culpables de esta situación son) (...) los ideólogos desarrollistas  (que han creado esta) (...) ola nacionalista de extracción estatista y socializante.

Por su parte, el 29 de octubre de 1970, en sendas declaraciones, la Unión Industrial Argentina, la Bolsa de Comercio y la Cámara de Exportadores se quejaron del intervencionismo estatal del ministro Aldo Ferrer, esbozando negros pronósticos sobre el proceso inflacionario y, paradójicamente, también aprovecharon la ocasión para quejarse de los brotes recesivos producidos por el anterior plan estabilizador de Kriger Vasena y Moyano Llerena. “El país. La opción de Ferrer”, Primera Plana, Año IX, Nº 414, Buenos Aires, enero 5, 1971, p. 11. 

81. “La Hora del Pueblo” consistió en la firma, el 11 de noviembre de 1970, de un compromiso multipartidario en favor de una salida electoral, por parte del justicialismo, el radicalismo, agrupaciones menores (Partido Demócrata Progresista, Partido Conservador Popular, la Unión Cívica Radical Bloquista, el Partido Socialista Argentino) y ciudadanos independientes, como el doctor Manuel Rawson Paz, en representación del liberalismo ortodoxo. Por su parte, el desarrollismo, la democracia cristiana, la intransigencia radical, el Partido Demócrata, los socialistas democráticos y los comunistas figuraron entre los partidos que no adhirieron a este compromiso. El desarrollismo de Arturo Frondizi, los intransigentes de Oscar Alende y la fracción de la democracia cristiana liderada por Horacio Sueldo se pronunciaron a favor de una “profundización” del proceso de la Revolución Argentina, con o sin Levingston, como paso previo a la salida electoral. Por su parte, desprendimientos de los Partidos Socialista y Comunista, de la CGT de los Argentinos y de diversos grupos de los grandes partidos se ubicaron a la izquierda de “La Hora del Pueblo”, conformando el llamado “Encuentro de los Argentinos”. Frente a la postura del entonces comandante en jefe Alejandro Agustín Lanusse, inclinado a reconocer la existencia de “La Hora del Pueblo”, el presidente Marcelo Levingston, se pronunció contra este acuerdo, señalando que

El gobierno de la Revolución no tiene ningún tipo de intención de hacer pactos pre ni post electorales a medida que el proceso de la Revolución avance. Se tratará de que las corrientes de opinión se orienten en nuevas estructuras políticas. Ese pacto quedará para otros tipos de personajes, que corresponden a una Argentina que, creo yo, las circunstancias históricas han dejado atrás.

Ver al respecto A. Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina..., op. cit., pp. 293-294; F. Luna, op. cit., pp. 210-211; R.M. Perina,op. cit., pp. 209-211; A.A. Lanusse, op. cit., pp. 174-176, G. O’ Donnell, op. cit., pp. 324-325; María Matilde Oliver, Orden, poder y violencia / 1 (1968-1973), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1989, pp. 102-121, y L.A. Romero, op. cit., p. 256.   

82. En realidad, nunca pudo saberse ni la identidad de los asaltantes que ultimaron al dirigente sindicalista José Alonso, ni el grado real de responsabilidad de la agrupación Montoneros en este asesinato. Panorama, 1º de setiembre de 1970, p. 8; Periscopio, 1º de setiembre de 1970, p. 12; La Causa Peronista, 27 de agosto de 1974, p. 29, fuentes citadas en J. Page, op. cit., segunda parte, p. 195.

83. Respecto del Viborazo, consultar F. Luna, op. cit., pp. 211-212; J. Page, op. cit., segunda parte, p. 197; “Córdoba: anatomía del viborazo”,Confirmado, Año VI, Nº 301, del 24 al 30 de marzo de 1971, pp. 18 a 20; y “Córdoba: Por favor que nadie pise la víbora”, Panorama, Año VIII, Nº 204, Buenos Aires, 23 al 29 de marzo de 1971,  pp. 12-13. 

84. El Gran Acuerdo Nacional (GAN) fue propuesto en marzo de 1971, como condición esencial para la normalización de la actividad partidaria y la convocatoria a elecciones generales. Pero el GAN terminó como un tironeo entre Perón y Lanusse, bajo la mirada pasiva del resto de los partidos políticos. Incluso, con el fin de debilitar la estrategia de Lanusse, Perón construyó el Frente Cívico de Liberación Nacional (FRECILINA), con el MID de Frondizi y varios partidos menores, y luego

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con la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Confederación General de la Empresa (CGE). Por su parte, el plan de Lanusse de sentarse a negociar con Perón procuró forzar al líder justicialista a entrar en conversaciones que lo llevarían a decidirse por un curso de acción determinado, alejándolo de las “formaciones especiales” y de la izquierda revolucionaria. Además, Lanusse partía del supuesto de que Perón no quería volver a ser presidente. Pero el plan tenía el riesgo -luego confirmado en la realidad- de que los peronistas no aceptaran condicionamientos para negociar, lo cual expondría al gobierno militar a las presiones o a la abierta resistencia de los sectores antiperonistas. Consciente del alcance de la estrategia de Lanusse, Perón no dejó de manipular en su favor las distintas fuerzas dentro del movimiento -incluidas las “formaciones especiales”- para debilitar al régimen militar. L.A. Romero, op. cit., pp. 257-258; R.M. Perina, op. cit., pp. 212-214; y J. Page, op. cit., segunda parte, pp. 199-200 y 203-204.

85. R.M. Perina, op. cit., pp. 216-218 y A.A. Lanusse, op. cit., pp. 286-288.86. “Criticó la política y la economía actuales Carlos Sánchez Sañudo”, La Nación, 2 de julio de 1971, p. 4. 87. M.A. Scenna, Los militares..., op. cit., pp. 323-324. 88. “El general Guglialmelli habla de política y economía. Desarrollo, democracia, nacionalismo y militares en Latinoamérica y

Argentina”, Conferencia pronunciada por el general de división (RE) Juan Enrique Guglialmelli sobre el papel de las Fuerzas Armadas en América Latina y su rol en una Revolución Nacional, en La Opinión, 1º de septiembre de 1972, p. 11. 

89. El 6 de febrero de 1973, la Junta Militar adoptó la decisión de prohibir el regreso de Perón a la Argentina. “ ‘Hasta que asuman las autoridades que el pueblo elija’. La Junta Militar prohibió anoche el regreso de Juan Perón a la Argentina”, La Opinión, 7 de febrero de 1973, p. 1.

90. “El país. Al borde del abismo”, Primera Plana, Año IX, Nº 439, Buenos Aires, junio 29, 1971, pp. 10-11. 91. Ver texto íntegro del documento en editorial “Amplíase la investigación en el Ejército”, La Nación, 16 de mayo de 1971, pp.

1 y 10, y La Nación, (una selección de la semana), 17 de mayo de 1971, p. 8. Consultar también “Las versiones sobre un complot militar”, La Nación, 12 de mayo de 1971, pp. 1 y 24; “Instrúyese un sumario para el complot militar”, La Nación, 13 de mayo de 1971, pp. 1 y 24 y “Prosigue la investigación por el complot”, La Nación, 14 de mayo de 1971, pp. 1 y 12. 

92. “Pasóse a retiro a siete coroneles”, La Nación, 15 de mayo de 1971, pp. 1 y 20. 93. La Opinión, 11 de junio de 1972, p. 1. 94. “En el batallón de Comunicaciones 121. Trascendieron conceptos políticos del presidente Alejandro Lanusse”, La Opinión, 8

de mayo de 1973, p. 24.95. “Trascendió el texto de un radiograma. Mayorga habría rectificado recientes conceptos”, La Opinión, 6 de mayo de 1973, p.

1. 96. A.A. Lanusse, op. cit., p. 240. 97. N. Botana, R. Braun y C. Floria, El régimen militar, 1966-1973, Buenos Aires, La Bastilla, 1973, p. 510.98. En agosto de 1972, este grupo emitió una declaración atacando la decisión del presidente chileno Salvador Allende de dar

asilo a diez extremistas argentinos. La misma se tituló “Había y hay barreras ideológicas. Atacan la decisión de Allende sobre los extremistas argentinos. Declaración ultraconservadora criticando a Chile”, La Opinión, 2 de septiembre de 1972, p. 12.

99. Opinión de Enrique Vera Villalobos citada en “La gira de Lanusse. Geopolítica y petróleo”, Primera Plana, Año X, Nº 470, Buenos Aires, febrero 1º, 1972, p. 12. Véase también Enrique Vera Villalobos, “Realidad y ficción en la política exterior. Las entrevistas Lanusse-Allende”, Estrategia, Nº 12, Buenos Aires, julio-agosto-septiembre-octubre 1971, pp. 5-6. 

100. Ver editorial “Fue desplazado el ministro de Relaciones Exteriores. El centro de la gestión de Mc Loughlin serán las tratativas con Juan Perón”, La Opinión, 21 de junio de 1972, p. 1.

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Conclusión

El examen del período de la Revolución Argentina revela la presencia de tres conceptos erróneos, provenientes de la corriente nacionalista y de la historiografía revisionista, que, al establecer una rígida diferenciación entre el gobierno de Onganía y los de sus sucesores Levingston y Lanusse, simplifican excesivamente la comprensión de la compleja política interna y exterior de la etapa que se abrió a partir del golpe de junio de 1966. Estos tres juicios erróneos son los siguientes: 

a) Caracterizar a los gobiernos de la Revolución Argentina, y muy particularmente al de Onganía, como una dictadura basada en un poder unipersonal; b) definir la política exterior de Onganía como centrada en las “fronteras ideológicas”, anticomunista, pro-occidental sin reservas, pro-norteamericana y pro-brasileña; (1) y c) etiquetar a la política interna y exterior de Lanusse como aperturista, en contraposición a la basada en las “fronteras ideológicas” del período de Onganía. (2)

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Respecto del primer error -el del poder unipersonal de Onganía-, vale apuntar que, si bien era el presidente quien adoptaba las decisiones en política interna y exterior, lo hacía consultando a los comandantes en jefe de las tres fuerzas y a los dos órganos gubernamentales encargados de velar por los objetivos de la seguridad interna y el desarrollo -el CONASE y el CONADE-. Formalmente, los jefes de las fuerzas armadas podían parecer apartados de la participación política, pero ello no era así. Además, como se ha explicado, el presidente Onganía, al igual que sus sucesores Levingston y Lanusse, debió equilibrar en sus decisiones los postulados de tres sectores que tenían influencia en el gobierno: los nacionalistas ortodoxos que impulsaban en el ámbito interno las medidas vinculadas al anticomunismo, el antisemitismo, el corporativismo, la disolución de los partidos políticos y las “fronteras ideológicas” en las relaciones exteriores; los nacionalistas desarrollistas, partidarios de una política interna y exterior más centrada en medidas que estimularan el desarrollo que en actitudes represivas o condicionamientos ideológicos en sus vinculaciones externas; y los sectores liberales, partidarios de la apertura política, las medidas de estabilización económica y una política exterior de corte universalista, completamente desatada de limitaciones ideológicas. De este modo, para poder gobernar, Onganía necesitaba contar con el respaldo de sectores que propiciaban recetas muy disímiles entre sí, por ello jugó más bien un papel de árbitro o de mediador entre los grupos en pugna que el de un dictador clásico con un poder omnímodo.     El segundo juicio erróneo asigna a la política exterior de Onganía tres elementos definitorios: a) las “barreras ideológicas” respecto de Cuba y otros países de la región, debido al régimen comunista en la primera y al predominio en los últimos de regímenes democráticos, de tendencia centroizquierdista o izquierdista, con actitudes abiertamente hostiles a regímenes dictatoriales (caso de Venezuela), o conflictivas con el gobierno argentino respecto de la seguridad continental y el derecho de intervención (casos de Chile y México). Se atribuye en consecuencia a Onganía una inclinación hacia los países del Atlántico -Brasil y Uruguay- en virtud de la presencia en éstos de regímenes militares ideológicamente afines al argentino (los de Castelo Branco y Costa e Silva en el caso de Brasil y el de Pacheco Areco en el de Uruguay); b) el alineamiento o “satelismo” respecto de Brasil, que llevó al onganiato a reconocer la primacía regional brasileña, y c) el alineamiento o “satelismo” respecto de los Estados Unidos en materia de seguridad continental, confirmado por el proyecto argentino de impulsar la creación de un Comité Consultivo de Defensa en la OEA, supuestamente acorde con el proyecto de seguridad interamericano impulsado por Washington. (3)     Por cierto, el primero de los elementos mencionados es sólo parcialmente correcto. Es válido en el caso de Cuba, en tanto el castrismo y su respaldo a las guerrillas en la región era percibido por los militares argentinos como la principal amenaza a la seguridad argentina y continental. Pero en el caso de otros países de la región la mencionada aseveración es inválida, porque no tiene en cuenta la situación particular de cada uno. Por ejemplo, las relaciones del gobierno de Onganía con el de Venezuela fueron malas, pero ello no se debió a pruritos ideológicos del régimen militar argentino hacia la democracia venezolana, sino a que el gobierno de Venezuela no reconoció al régimen militar argentino. Asimismo, la tendencia apuntada supuestamente común a todos los países del Pacífico tampoco puede sostenerse. Ecuador normalizó relativamente rápido sus relaciones diplomáticas con el gobierno de Buenos Aires. A pesar del distinto signo ideológico de las autoridades argentinas y chilenas -una democracia socialcristiana como la de Eduardo Frei y una dictadura militar como la de Onganía- la mayor parte de los problemas bilaterales estuvieron vinculados no a razones ideológicas, sino al viejo conflicto limítrofe sobre el canal del Beagle. Curiosamente, no hubo tampoco barreras con el régimen izquierdista de Juan Velasco Alvarado en Perú, con quien las autoridades de Buenos Aires no rompieron vínculos diplomáticos.     La afirmación de un satelismo argentino respecto de Brasil, basado en las coincidencias ideológicas entre las autoridades militares argentinas y brasileñas también tiene sus puntos débiles. Paradójicamente, las tan apuntadas coincidencias ideológicas con el régimen militar brasileño -basadas en el anticomunismo y en el pro-occidentalismo de Onganía y Castelo Branco, primero, y de Onganía y Costa e Silva, después- no lograron la armonización de las políticas exteriores de Buenos Aires y Brasilia en muchos temas. Costa e Silva no reconoció a Velasco Alvarado y Onganía sí lo hizo. Salvo el común apoyo a la estrategia de “integración gradual” de la ALALC -un respaldo no basado en cuestiones ideológicas sino en razones de interés económico práctico-, y un esporádico acuerdo en fomentar medidas de amplio alcance para combatir el terrorismo en la OEA, las delegaciones de la Argentina y Brasil chocaron en temas relevantes de la agenda como el

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aprovechamiento de los recursos hídricos de la Cuenca del Plata y en la extensión del mar territorial.     A su vez, la caracterización de la política exterior de Onganía como anticomunista, pro-occidental y pro-norteamericana, entendida como una actitud de  “alineamiento” respecto de Estados Unidos, también debe revisarse. En realidad, la política exterior de Onganía puede definirse con más propiedad como anti-castrista que como anti-comunista en general y anti-soviética en particular. Así lo demuestran la firma de una serie de convenios con el gobierno socialista de Rumania en abril de 1969 -que abarcaron un amplio espectro desde la cooperación económica hasta la cultural-, y los frustrados intentos del ministro de Economía Krieger Vasena, de los funcionarios de la Cancillería argentina y del embajador argentino en Moscú, Jorge Casal, por alcanzar un convenio comercial con Moscú, a pesar de los condicionamientos ideológicos y de los incidentes diplomáticos surgidos en razón de las incursiones de pesqueros soviéticos en mar territorial argentino. (4)     Incluso respecto del caso paradigmático de Cuba es conveniente introducir algún matiz. Es cierto que Onganía impulsó, como Washington, la necesidad de una acción coordinada para hacer frente al régimen de Fidel Castro. Pero la oposición a la amenaza castrista no implicó que el gobierno de Onganía otorgara un respaldo incondicional a los proyectos supranacionales de coordinación que, en materia de seguridad continental, respaldaba el Departamento de Estado norteamericano. Más bien sucedió lo contrario: la delegación argentina impulsó la concesión de funciones permanentes al Comité Consultivo de Defensa como una forma de coordinación regional que estuviera manejada por los miembros de la OEA y no exclusivamente por Estados Unidos. En otras palabras: coordinación militar sí, pero sin que los ejércitos nacionales perdieran su conducción en manos de las autoridades de Washington. Por ello la diplomacia argentina se esforzó, en todas las reuniones multilaterales, por distinguir su propuesta de la norteamericana de creación de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP).      Asimismo, varios ejemplos desmienten la caracterización de la política exterior de Onganía como pro-occidental y/o pro-norteamericana. Así parecen demostrarlo la adopción del “Plan Europa”, cuyo fin último era el autoabastecimiento de armamentos para no depender del mercado norteamericano; la política nuclear, que procuró la opción de uranio natural en vez de uranio enriquecido -cuyos proveedores eran precisamente Estados Unidos y la Unión Soviética-; la búsqueda de proveedores alternativos al mercado norteamericano para la construcción de reactores nucleares -caso de Alemania Occidental para Atucha-; el rechazo a firmar el TNP y la negativa a ratificar Tlatelolco; la posición argentina en la ONU respecto del conflicto árabe-israelí de 1967, no alineada ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética; los acercamientos con países “no alineados” o, en todo caso, vinculados a un occidentalismo heterodoxo o crítico hacia Estados Unidos -casos de la India, Francia, Alemania Occidental, entre otros-, o con países socialistas -Rumania-.     Por último, el tercer juicio erróneo indica que el “pluralismo ideológico” se inició con el gobierno de Lanusse. Si se entiende este concepto como sinónimo de una política exterior no limitada por consideraciones ideológicas, esto no es correcto. Hubo indicios de búsqueda de una política exterior menos ideologizada ya mucho antes del Cordobazo de mayo de 1969, lo cual demuestra que la tensión entre liberales y nacionalistas, e incluso entre fracciones dentro del nacionalismo, fue una pugna presente en el seno mismo del régimen militar desde su asunción al poder en junio de 1966. Los intentos por cerrar un convenio con la URSS, la gira europea efectuada por el canciller argentino en abril de 1969, en la que Costa Méndez se contactó con países muy disímiles ideológicamente -desde la España franquista hasta la Francia gaullista y la Alemania de la Ostpolitik de Willy Brandt- son ejemplos de un perfil que difícilmente congenie con un esquema de “fronteras ideológicas” y está curiosamente más cerca del “pluralismo ideológico” o, al menos, de un occidentalismo flexible o heterodoxo. Por su parte, fue la gestión de Levingston y no la de Lanusse la que inició las primeras aperturas hacia la Unión Soviética con la firma de un convenio comercial, y las primeras conversaciones con el gobierno socialista de Salvador Allende en Chile.     Como ocurriera con sus predecesores, el gobierno de Lanusse combinó en su seno en forma contradictoria las tendencias provenientes de los sectores liberales, nacionalistas ortodoxos y nacionalistas desarrollistas. Sólo partiendo de este argumento pueden comprenderse ciertas incongruencias de la política exterior del período que escapan al esquema demasiado rígido de “pluralismo ideológico” versus “fronteras ideológicas”. Así, por ejemplo, fue Lanusse quien se entrevistó con Allende, y este encuentro es usualmente explicado por los autores como ejemplo de “pluralismo ideológico”. Pero también fue este mismo gobierno quien, en una suerte de retorno del criterio de “barreras ideológicas”, concedió el asilo a los líderes del movimiento ultraderechista

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chileno Patria y Libertad, que habían planeado un fracasado golpe contra Allende y huyeron a la Argentina. Asimismo, fue Lanusse quien se opuso al restablecimiento de relaciones con la China comunista por motivos ideológicos, lo que justamente motivó un enfrentamiento con el canciller de Pablo Pardo, partidario de reanudar los vínculos con Pekín.

NOTAS

1. Esta caracterización de la política exterior de Onganía aparece en J.C. Puig, “La política exterior argentina..”, op. cit., pp. 145-146; en M.A. Scenna,Argentina-Brasil..., op. cit., pp. 377-378; y en E. Vera Villalobos, “Realidad y ficción en la política exterior...”, op. cit., pp. 5-6. Por su parte, Carlos Echagüe vincula a Onganía con los intereses privados norteamericanos. Ver al respecto Carlos Echagüe, El socialimperialismo ruso en la Argentina, Buenos Aires, Agora, 1984, pp. 130-131. 

2. A.A. Lanusse, op. cit., pp. 240-241; J.C. Puig, “La política exterior argentina...”; op. cit., pp. 145-147; G. Ferrari, Esquema de la política exterior argentina, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, pp. 85-86; M.A. Scenna, Argentina-Brasil..., op. cit., pp. 399-400; E. Vera Villalobos, op. cit., pp. 5-6. Carlos Echagüe señala la alianza entre Onganía y los intereses privados yanquis, en contra de los intereses terratenientes locales; y la alianza de Lanusse con los sectores liberales partidarios de la apertura pragmática, en función de los intereses de los terratenientes de exportar hacia mercados alternativos como la URSS y los países socialistas. Ver al respecto C. Echagüe, op. cit., pp. 130-132.

3. Los conceptos de “política atlántica”, “barreras ideológicas”y satelismo argentino respecto de Washington y Brasilia en la política exterior de Onganía son sostenidos por M.A. Scenna, Argentina-Chile..., op. cit., pp. 206-207, y M.A. Scenna, Argentina-Brasil.., op. cit., pp. 392 y 394-395.

4. Respecto de las gestiones diplomáticas entre Buenos Aires y Moscú para lograr un acuerdo comercial durante los tiempos de Onganía ver M. Rapoport, op. cit., pp. 373-376.