la resaca de la ironia

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LA RESACA DE LA IRONÍA Por Diego Alarcón Hace unos días, en la cena profondos para apoyar su precandidatura presidencial, Verónika Mendoza declaró: «La política es amor, ternura y la posibilidad de cambiar el país». Bueno, eso es por lo menos lo que decía el título del vídeo. En la redes, al instante, empezó el apanado. ¿Qué?, ¿amor?, ¿ternura? Ay, ya ven, está chica sigue pensando como candidata a Centro Federado. Sin embargo, si uno mira el video completo, lo que dijo Verónika, en realidad, fue: «la política sí es la posibilidad de cambiar el país, (…) la política es no solamente la convicción y la firmeza sino también el amor y la ternura». Es evidente que el problema más grave de la izquierda peruana es poder elaborar un discurso con mayor potencia aglutinadora. Es evidente, también, que a juzgar por la última campaña de Susana Villarán, la solución está lejos de llegar. En ese contexto, desde luego, que una precandidata presidencial de izquierda diga que la política es amor y ternura nos trae, de inmediato, la imagen del izquierdista ingenuo, sensiblero, aquel que podría combinar en infinitas formas las palabras “igualdad”, “inclusión” y “diferencias”, pero que no podría hacer ni un oficio. Sin embargo, Verónika no dijo eso. En cierto sentido, pienso, lo que quiso decir Verónika es que la política no es solo trabajo de base, militancia, marchas y manifiestos; que hay espacio para más. Para el cínico (para el cínico de izquierda, quiero decir), todo eso es solo floro de alumno de Generales Letras. Porque, para el cínico de izquierda, la política es, y solo puede ser, un elogio del criollismo, la pendejada y la agarrada de huevos. La política, desde esta óptica, no puede generar sentimientos genuinos; sólo apariencias, risas fingidas, aplausos con protocolo. Y es que el cínico de izquierda, en el Perú, ha adoptado ciertos consensos neoliberales. Para el cínico de izquierda, como para el neoliberal, la política ya no le pertenece a la masa; ésta (la política) debe limitarse a un proceso más o menos burocrático, y solo eso. Sin emoción, sin alegría. En el fondo, el cínico de izquierda desearía que Alan fuera su candidato. Pero hay que entender al cínico de izquierda. Como dice Foster Wallace, «el cinismo anuncia que uno ya se sabe la canción y que la última vez que se comportó de forma ingenua era cuando tenía cuatro años». En el fondo, el cínico de izquierda tiene miedo de ilusionarse (proyecciones con lo que pasó con Humala, probablemente), de parecer demasiado humano, entendiendo por humano el ser un tanto propenso a la sensiblería, cándido, «inescapablemente sentimental». Y sin embargo, el cínico de izquierda es necesario. Sin duda, no hay mayor arma contra los lugares comunes y los pactos a media voz que la ironía. Decir, por ejemplo, que la “plenitud” del Frente Amplio está por descontada, no es simple gerontofobia; decir que cierta parte de la izquierda peruana lo único que podría administrar es Veggie Pizza, tampoco. Sin embargo, como también decía Wallace, a pesar de lo divertida que resulte, «la ironía cumple una función casi exclusivamente negativa. Es crítica, (…) pero resulta singularmente poco efectiva cuando se trata de construir algo que sustituya a la hipocresía que desacredita».

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Page 1: La Resaca de La Ironia

LA RESACA DE LA IRONÍA

Por Diego Alarcón

Hace unos días, en la cena profondos para apoyar su precandidatura presidencial, Verónika Mendoza

declaró: «La política es amor, ternura y la posibilidad de cambiar el país». Bueno, eso es por lo menos

lo que decía el título del vídeo. En la redes, al instante, empezó el apanado. ¿Qué?, ¿amor?, ¿ternura?

Ay, ya ven, está chica sigue pensando como candidata a Centro Federado. Sin embargo, si uno mira

el video completo, lo que dijo Verónika, en realidad, fue: «la política sí es la posibilidad de cambiar

el país, (…) la política es no solamente la convicción y la firmeza sino también el amor y la ternura».

Es evidente que el problema más grave de la izquierda peruana es poder elaborar un discurso con

mayor potencia aglutinadora. Es evidente, también, que a juzgar por la última campaña de Susana

Villarán, la solución está lejos de llegar. En ese contexto, desde luego, que una precandidata

presidencial de izquierda diga que la política es amor y ternura nos trae, de inmediato, la imagen del

izquierdista ingenuo, sensiblero, aquel que podría combinar en infinitas formas las palabras

“igualdad”, “inclusión” y “diferencias”, pero que no podría hacer ni un oficio. Sin embargo, Verónika

no dijo eso. En cierto sentido, pienso, lo que quiso decir Verónika es que la política no es solo trabajo

de base, militancia, marchas y manifiestos; que hay espacio para más.

Para el cínico (para el cínico de izquierda, quiero decir), todo eso es solo floro de alumno de Generales

Letras. Porque, para el cínico de izquierda, la política es, y solo puede ser, un elogio del criollismo,

la pendejada y la agarrada de huevos. La política, desde esta óptica, no puede generar sentimientos

genuinos; sólo apariencias, risas fingidas, aplausos con protocolo. Y es que el cínico de izquierda, en

el Perú, ha adoptado ciertos consensos neoliberales. Para el cínico de izquierda, como para el

neoliberal, la política ya no le pertenece a la masa; ésta (la política) debe limitarse a un proceso más

o menos burocrático, y solo eso. Sin emoción, sin alegría. En el fondo, el cínico de izquierda desearía

que Alan fuera su candidato.

Pero hay que entender al cínico de izquierda. Como dice Foster Wallace, «el cinismo anuncia que

uno ya se sabe la canción y que la última vez que se comportó de forma ingenua era cuando tenía

cuatro años». En el fondo, el cínico de izquierda tiene miedo de ilusionarse (proyecciones con lo que

pasó con Humala, probablemente), de parecer demasiado humano, entendiendo por humano el ser un

tanto propenso a la sensiblería, cándido, «inescapablemente sentimental».

Y sin embargo, el cínico de izquierda es necesario. Sin duda, no hay mayor arma contra los lugares

comunes y los pactos a media voz que la ironía. Decir, por ejemplo, que la “plenitud” del Frente

Amplio está por descontada, no es simple gerontofobia; decir que cierta parte de la izquierda peruana

lo único que podría administrar es Veggie Pizza, tampoco. Sin embargo, como también decía Wallace,

a pesar de lo divertida que resulte, «la ironía cumple una función casi exclusivamente negativa. Es

crítica, (…) pero resulta singularmente poco efectiva cuando se trata de construir algo que sustituya

a la hipocresía que desacredita».

Page 2: La Resaca de La Ironia

En apariencia, la ironía es un callejón sin salida, un loop infinito. En apariencia, porque, de hecho,

lo único que se necesita para acabar con el ímpetu de los cínicos de izquierda (“politólogos reilones”,

Diego Trellez dixit) es preguntarles qué piensan en realidad, o sea, mirando el contexto, ya, ¿y tú por

quién vas a votar, ah? Y en ese momento, a lo mejor, la única respuesta será que no estamos hablando

en serio, ¿o sí?