la recursividad de los colombianos

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“Somos muy recursivos, pero poco creativos” Uno de los colombianos destacados en el mundo científico de EE.UU. es Raúl Cuero, ganador del premio de Tecnología de la NASA. En diálogo con PODER habló de su infancia en Buenaventura, de sus inventos y de los parques de la creatividad. América Latina tiene todo el potencial para ser la región más rica del mundo, pero no lo ha logrado por una razón: a sus habitantes les hace falta más creatividad y más disciplina. Así lo reconoció uno de los colombianos que forma parte de ese reducido grupo de científicos nacionales que han sido profetas en otras tierras, y galardonado con varios premios internacionales. Se trata de Raúl Cuero, un nombre que es conocido en Estados Unidos e Inglaterra, pero que en Colombia muy pocos tienen referencia, a menos que estén vinculados con la ciencia. Cuero estuvo en Colombia para participar en el foro privado de la Organización de Estados Americanos (OEA), organizado por Confecámaras, y que se realizó recientemente en Medellín. Comenzó la charla hablando en inglés, pero por petición del público se pasó al español, su idioma natal, aquel que aprendió en su pobre y olvidada Buenaventura, ese municipio del Pacífico colombiano, conocido por ser uno de los principales puertos de embarque de mercancías y por los jóvenes pobres que se van clandestinamente en los barcos tras el sueño americano. Su historia, como la de muchos colombianos de bajos ingresos que salen adelante, es como de fábula. Se convirtió en científico gracias a que se dedicaba a observar cuanto veía a su alrededor para tratar de espantar el aburrimiento, pero, sobre todo –como él mismo lo confiesa– para sobrevivir. “No había nada que hacer; por eso, la observación me entretenía”. Cuando crecí tuve problemas de adaptación porque sentía las diferencias sociales, étnicas y económicas, y por eso me encerraba a leer y a hacer experimentos para sobrevivir al dolor”, sostuvo en una charla con PODER. Un profesor español, que llegó a esas lejanas tierras, fue su gran maestro porque le enseño francés y lo apoyó en su curiosidad por las ciencias. A los ocho años se ponía a observar las cucarachas que se paseaban como Pedro por su casa en el ranchito de su abuela. Y de la mano de ella recogía plantas que después clasificaba por su olor o sabor. Precisamente, una planta fue la que le permitió salir de su pueblo y viajar a Estados Unidos, pero no como polizón. Cuando tenía 18 años, y mientras estudiaba en la Universidad del Valle, le otorgaron una beca porque hizo crecer una planta sin clorofila. Llegar a ese mundo desconocido no fue tan traumático, porque –como él lo reconoce– vino con un empoderamiento intelectual. “Cuando usted es inteligente, cuando es bueno y está empoderado, la ausencia de cosas materiales no lo afecta”. Sí lo impactó la capital del Valle. “Yo nunca supe que era pobre ni que me hacían falta cosas hasta que viajé a Cali; ahí fue cuando me di cuenta de que no teníamos nada”.

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Un artículo sobre el científico Raúl Cuero.

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Page 1: La recursividad de los colombianos

“Somos muy recursivos, pero poco creativos”Uno de los colombianos destacados en el mundo científico de EE.UU. es Raúl Cuero, ganador del premio de Tecnología de la NASA. En diálogo con PODER habló de su infancia en Buenaventura, de sus inventos y de los parques de la creatividad.

América Latina tiene todo el potencial para ser la región más rica del mundo, pero no lo ha logrado por una razón: a sus habitantes les hace falta más creatividad y más disciplina. Así lo reconoció uno de los colombianos que forma parte de ese reducido  grupo de científicos nacionales que han sido profetas en otras tierras, y galardonado con varios premios internacionales. Se trata de Raúl Cuero, un nombre que es conocido en Estados Unidos e Inglaterra, pero que en Colombia muy pocos tienen referencia, a menos que estén vinculados con la ciencia. Cuero estuvo en Colombia para participar en el foro privado de la Organización de Estados Americanos (OEA), organizado por Confecámaras, y que se realizó recientemente en Medellín.

Comenzó la charla hablando en inglés, pero por petición del público se pasó al español, su idioma natal, aquel que aprendió en su pobre y olvidada Buenaventura, ese municipio del Pacífico colombiano, conocido por ser uno de los principales puertos de embarque de mercancías y por los jóvenes pobres que se van clandestinamente en los barcos tras el sueño americano.

Su historia, como la de muchos colombianos de bajos ingresos que salen adelante, es como de fábula. Se convirtió en científico gracias a que se dedicaba a observar cuanto veía a su alrededor para tratar de espantar el aburrimiento, pero, sobre todo –como él mismo lo confiesa– para sobrevivir. “No había nada que hacer; por eso, la observación me entretenía”.

Cuando crecí tuve problemas de adaptación porque sentía las diferencias sociales, étnicas y económicas, y por eso me encerraba a leer y a hacer experimentos para sobrevivir al dolor”, sostuvo en una charla con PODER. Un profesor español, que llegó a esas lejanas tierras, fue su gran maestro porque le enseño francés y lo apoyó en su curiosidad por las ciencias.

A los ocho años se ponía a observar las cucarachas que se paseaban como Pedro por su casa en el ranchito de su abuela. Y de la mano de ella recogía plantas que después clasificaba por su olor o sabor. Precisamente, una planta fue la que le permitió salir de su pueblo y viajar a Estados Unidos, pero no como polizón. Cuando tenía 18 años, y mientras estudiaba en la Universidad del Valle, le otorgaron una beca porque hizo crecer una planta sin clorofila.

Llegar a ese mundo desconocido no fue tan traumático, porque –como él lo reconoce– vino con un empoderamiento intelectual. “Cuando usted es inteligente, cuando es bueno y está empoderado, la ausencia de cosas materiales no lo afecta”. Sí lo impactó la capital del Valle. “Yo nunca supe que era pobre ni que me hacían falta cosas hasta que viajé a Cali; ahí fue cuando me di cuenta de que no teníamos nada”.

Aclara que la pobreza y la riqueza son relativas y que no se pueden mitificar, y agrega, con un dejo de nostalgia: “Yo nací es un medio de escasez, pero nunca sentí que era pobre. Yo nunca cambio mi vida en Buenaventura, ni mi niñez por ninguna otra”. Para Cuero, esa escasez fue su fortuna porque no quería ser muellero como su padre, quien cargaba todo el tiempo bultos en el puerto. De ahí su dedicación a las ciencias.

El científico

En Estados Unidos estudió en varias universidades (Ohio y Prairie View A&M, de donde es profesor distinguido) y después viajó a Inglaterra, donde continuó sus estudios como microbiólogo, especializado en biogénesis.

Entre sus inventos están un material antibiótico al que las bacterias no generan resistencia, un compuesto que protege la piel contra el cáncer y un sensor para detectar la diabetes. También está tratando de crear hidrocarburos que no contaminen el medio ambiente.

Pero lo que más lo ha dado a conocer es su estudio de Marte. Está empeñado en que el suelo de este planeta puede ayudar a limpiar la Tierra de elementos tóxicos. Por estas investigaciones ganó el premio de Tecnología de la Nasa en el 2003 y el 2008.

Ahora que está tan de moda este planeta la pregunta obligada es: ¿cree que hay vida en Marte? Cuero

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responde que sí, pero microscópica, no en la forma orgánica que muchos esperan que haya.

Entonces, ¿algún día podremos vivir en Marte? “Es muy difícil tener la vida orgánica de la Tierra en Marte”, afirma. Y a quienes piensan que con el calentamiento global el planeta está al borde de la extinción, les da una voz de alivio. “La Tierra no se va a acabar, este es un proceso de homeostasis (cambio) que es ejecutado por las fuerzas magnéticas y por eso se presentan los cambios que estamos viendo. El calentamiento existió en el pasado, lo que pasa es que nosotros pensamos que fuimos los primeros en habitar este planeta”.

Pero a pesar de sus investigaciones todavía no tiene un invento para detener el calentamiento global y, mucho menos, para acabar con el conflicto interno de Colombia. “Yo no tengo todavía la varita mágica de Moisés”, asegura.

El profesor

Ahora, a la par con sus investigaciones, le dedica tiempo a una obra que fundó hace varios años y de la cual es su director. Se trata de los parques de la creatividad que tienen como objetivo impulsar la creatividad en los jóvenes para que sean inventores y contribuyan al desarrollo de los países.

Cuero afirma que en América Latina no hay una cultura para incentivar la innovación y la investigación como sí la hay en Estados Unidos o Europa. Dice que muchas veces la creatividad se confunde con recursividad, donde siempre se destacan los colombianos, que le hacen trampa al centavo y montan cuanto negocio hay en los países más diversos, pero eso no es lo mismo.

“La educación es muy buena en América Latina, pero hay que adicionarle más tecnología, ciencia, investigación. Debemos desarrollar más patentes. En muchas universidades extranjeras, los mejores estudiantes son los inmigrantes, pero el problema es que no inventan nada. Eso pasa en América Latina, una región donde el porcentaje de inventos no llega al 1%”, asegura, y agrega que las grandes universidades no producen premios Nobel, pero sí los contratan.

Por eso insiste en que la región puede ser una de las más ricas del mundo si acepta su diversidad y si la utiliza como una fuerza y no como su debilidad. “No se necesita buscar la identidad en otras partes. Hay que buscarla aquí”.

Para Cuero, uno de los problemas en estos países es que la educación se hace por estatus y por estética –hay muchos doctores– y se valora mucho de dónde es egresado. Eso debe cambiar, la educación debe ser más funcional, más práctica.

Hacia allí está encaminado su proyecto de los parques de la creatividad, que son sitios de encuentro donde jóvenes de diversos niveles sociales, razas y religiones se reúnen para crear e innovar. El programa está en marcha en Estados Unidos, Israel, Gana y México, y a finales del año pasado se inauguró el primer parque en Manizales.

Esa es una razón poderosa para que Cuero venga más seguido al país: hacerle seguimiento al programa y acompañar a los jóvenes inventores. Pero también visita a su familia, especialmente a su mamá Olimpa, de 93 años, que no sabe que su hijo, a quien los profesores le decían que se dedicara a ser un basquetbolista, está en las grandes ligas de la ciencia gracias a su tesón, a que no se dejó estigmatizar. “Los genes y la cultura no son un destino ni un obstáculo para salir adelante”, asegura.