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ja)é López Navarro LA PROWNGlCION ARTIFICIAL DEIAl'II1A Y WS LIMITES DE lA MEDICA SUMARIO: 1. Eutanasia y mundo contemporáneo. - 2. Los éxitos de la medicina actual. - 3. El médico frente a la muerte. - 4. El magisterio de la Iglesia. - 5. La edad del enfermo como criterio auxiliar. - 1. EUTANASIA Y MUNDO CONTEMPO- RANEOl Un tema que ha alcanzado notoriedad en periódicos y revistas, y que -a mi juicio- está llamado a adquirir más importancia ca- 6. «Dejadme morir mi muerte». - 7. Eutanasia ne- gativa o prolongación de la vida. - 8. Consideracio- nes finales. da día, es el de la eutanasia. A lo largo de las últimas décadas, en Inglaterra la Cámara de los Lores ha presentado varios proyectos de ley que naturalmente han sido rechaza- dos, pero que han servido ya para crear un clima de opinión 2. En Francia y en Bélgica 1. Para una visión de conjunto del tema de la reanimación y los problemas que plantea la muerte apa- rente, véase J. L. SORIA, Cuestiones de medicina pastoral, Madrid 1973, pp. 351-361. Es la obra más re- ciente aparecida en Espafta. También resulta útil la lectura de la voz Eutanasia en el t. IX de la Gran En- ciclopedia Rialp. 2. Los obispos de Escocia enviaron en marzo de 1969 un telegrama a la Cámara de los Lores atacando el proyecto de ley en favor de la eutanasia que se estaba discutiendo en la Cámara alta.

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Page 1: LA PROWNGlCION ARTIFICIAL DEIAl'II1A Y WS LIMITES DE ...Y WS LIMITES DE lA MEDICA SUMARIO: 1. Eutanasia y mundo contemporáneo. - 2. Los éxitos de la medicina actual. - 3. El médico

ja)é López Navarro

LA PROWNGlCION ARTIFICIAL DEIAl'II1A

Y WS LIMITES DE lA MEDICA

SUMARIO: 1. Eutanasia y mundo contemporáneo. -2. Los éxitos de la medicina actual. - 3. El médico frente a la muerte. - 4. El magisterio de la Iglesia. - 5. La edad del enfermo como criterio auxiliar. -

1. EUTANASIA Y MUNDO CONTEMPO­RANEOl

Un tema que ha alcanzado notoriedad en periódicos y revistas, y que -a mi juicio­está llamado a adquirir más importancia ca-

6. «Dejadme morir mi muerte». - 7. Eutanasia ne­gativa o prolongación de la vida. - 8. Consideracio­nes finales.

da día, es el de la eutanasia. A lo largo de las últimas décadas, en Inglaterra la Cámara de los Lores ha presentado varios proyectos de ley que naturalmente han sido rechaza­dos, pero que han servido ya para crear un clima de opinión 2. En Francia y en Bélgica

1. Para una visión de conjunto del tema de la reanimación y los problemas que plantea la muerte apa­rente, véase J. L. SORIA, Cuestiones de medicina pastoral, Madrid 1973, pp. 351-361. Es la obra más re­ciente aparecida en Espafta. También resulta útil la lectura de la voz Eutanasia en el t. IX de la Gran En­ciclopedia Rialp.

2. Los obispos de Escocia enviaron en marzo de 1969 un telegrama a la Cámara de los Lores atacando el proyecto de ley en favor de la eutanasia que se estaba discutiendo en la Cámara alta.

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no se ha planteado el problema teórico de la eutanasia, pero de hecho en varias oca­siones han sido absueltos los acusados de es­te delito. En Estados Unidos, en los órganos legislativos de los Estados federales se han propuesto asimismo proyectos de ley para regular la eutanasia, aunque hasta ahora en ningún Estado hayan triunfado estos inten­tos. Sin embargo es posible que las corrien­tes culturales antropocéntricas, característi­cas del mundo contemporáneo, tengan algún éxito parcial, como ya lo han tenido en el del aborto.

Un pensador señalaba hace algún tiem­po que en la antigüedad la muerte era una fatalidad sombría que amenaza la existencia del hombre, pero que debía aceptarse estoi­camente; esto era todo. La muerte se consi­deraba como algo inevitable (fatum). Hoy en ' día esusual plantear el tema de la muer­te a un nivel biológico, casi animal; la muer­te es el desmoronamiento de la vida, simple consecuencia del desgaste cardiovascular o de un accidente de tráfico; en definitiva la mentalidad contemporánea no ve en la muer­te más que un problema científico. Y esto, unido a la conciencia de progreso constante, hace que el hombre de hoy adopte una acti­tud de lucha activa y esperanzada contra ese mero hecho biológico que llamamos muerte. Con lo que se ve otra característica de l~ llamada cultura antropocéntrica: la contradicción; pues mientras biológicamen­te se lucha cada vez más contra la muerte, sociológica y políticamente se tiende a fa­vorecer la eutanasia.

Abundando en este sentido, López Ibor ha puesto de relieve que, si a un enfermo se le dice que su dolencia es incurable, surge inmediata la pregunta de si no hay algún medicamento nuevo. No se quiere reconocer

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la impotencia radical del hombre frente a la muerte.

Sin embargo, reconociendo cuanto de profundamente humano se esconde detrás de la resistencia a la muerte -el hombre por ley natural tiende a la vida; por eso, por esa ley natural, existe el derecho a la vida-, es preciso aceptar que la muerte es un he­cho, no fatal, sino natural, esto es, indefec­tiblemente unido a la naturaleza del hom­bre, que es mortal. La muerte no será nun­ca definitivamente vencida, porque todo hombre muere y morirá. La muerte ha de ser aceptada, como se acepta el propio ser, por­que la mortalidad -la condición mortal-, es una característica necesaria del ser hu­mano. En este sentido, y entendido en su justo sentido, puede decirse que la muerte es ley natural del hombre.

Los profundos cambios científicos y so­ciales que se han producido en el mundo, desde los albores de la Edad Moderna, pero especialmente desde el siglo XIX, han tenido repercusiones en la política, en la industria, en la agricultura, y también en el modo de entender la vida y la muerte.

En los últimos cien años la muerte ha si­do derrotada constantemente: la vida me­dia del hombre alcanzaba hasta hace poco los cuarenta años; ahora, alcanza 10s seten­ta; la mortalidad, que a principio de siglo era de 35 por mil, ha descendido reciente­mente hasta la cifra inverosímil de 8 por mil. Y digo inverosímil porque a esta cifra, si no influyeran otros factores, correspon­dería una vida media de 120 años. Lógica­mente, en las próximas décadas tendrá que subir la mortalidad en España hasta alcan­zar el nivel de aquellos países cuya pobla­ción ya ha envejecido. De hecho en algunas naciones europeas la mortalidad es ya de 14

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por mil, cifra que corresponde a la vida me­dia de 70 años.

En Dinamarca y Alemania del Este las cifras recogidas en 1972 eran 14,2 y 13,7 res­pectivamente. En Gran Bretaña y Bélgica oscilaban alrededor de 12. Cifras semejan­tes aparecían en los censos de Alemania Fe­deral y Austria.

2. LOS EXITOS DE LA MEDICINA AC­TUAL

¿ Cuáles son las causas de la prolongación de la vida del hombre de hoy? A partir de mediados del siglo XIX se descubre la etio­logía de las enfermedades infecciosas; el microscopio compuesto permite ver esos seres vivos que llamamos microbios. Poco después se desarrolla la lucha contra esas enfermedades mediante la utilización de va­cunas y sueros. Casi simultáneamente, la asepsia y la anestesia hacen posible el fabu­loso avance de la cirugía, que todavía no ha cesado. Baste citar la cirugía pulmonar y cardiovascular, la traumatología, etc. A su vez los descubrimientos de hormonas y vi­taminas han facilitado el tratamiento de nu­merosas enfermedades endocrinas, como la diabetes, y la prevención de otras muchas. Por último el progreso de la química orgá­nica ha contribuido al descubrimiento o a la síntesis del salvarsan, de las sulfamidas y de los antibióticos. El avance, como se ve

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en esta rápida enumeración, ha sido gigan­tesco.

y sin embargo, hay que tener presente, que en la guerra entre la vida y la muerte, la última batalla la gana siempre la muerte. Hace alrededor de tres mil años, David afir­maba en uno de los salmos que la vida del hombre son setenta años, y en los más fuer­tes ochenta: basta mirar las estadísticas del censo de los países civilizados, o simplemen­te echar una ojeada a las esquelas mortuo­rias de cualquier periódico, para convencer­se de que el fabuloso progreso de la medici­na contemporánea, que ha derrotado la mortalidad infantil, y ha conseguido evitar la muerte de adolescentes y de hombres ma­duros, sin embargo no ha conseguido au­mentar sensiblemente la duración total de la vida del hombre 3.

A mi juicio, la geriatría -esa nueva cien­cia médica- debe proponerse que el hom­bre llegue a los 70-80 años en buenas condi­ciones físicas y mentales, pero difícilmente conseguirá sobrepasar la edad biológica del ser humano, fijada por la naturaleza en to­das las especies animales y muy diferentes en unas y otras 4.

3. EL MEDICO FRENTE A LA MUERTE

¿ y qué hacer cuando el hombre necesa­riamente tiene que enfrentarse con la muer-

3. Otra cosa distinta es la duración «media» de la vida del hombre, que sí se ha prolongado notable­mente. En Francia los datos más recientes aseguran al varón una vida media de 67 años y a la mujer 75 (P. LoNGONE, Relief regional de la mortalité, en «Population et societés», sept. 1974).

4. En el Congreso Mundial de Geriatria, celebrado en Kiev en 1972 se han dado por válidas las teorías genética e inmunológica sobre la duración de la vida en cada especie y en cada persona. Según parece está determinado genéticamente el número de divisiones y multiplicaciones celulares que puede alcanzar cada ser vivo, animal o vegetal.

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te? Simplificando la cuestión, aun a riesgo de ser simplistas, podríamos decir que en esta situación dramática hay dos posturas extremas con respecto a los deberes mé­dicos.

Tradicionalmente el médico ha sido el defensor de la vida. Ya Hipócrates había previsto la posibilidad de que un moribun­do pidiese al médico el terrible favor de quitarle la vida, y por esto en el juramento hipocrático el médico se comprometía «a no dejarse inducir por los ruegos de nadie, sea el que sea, a suministrar un veneno, ni aconsejarlo en tales circunstancias» 5.

Lógicamente, el médico, si permanece vi­vo en él el sentido de la ley natural, lucha -por deber profesional y por solidaridad humana- hasta el límite posible en la gue­rra entre la vida y la muerte. En parte, lu­cha movido por su entrenamiento científico, que ha creado en él una nueva forma de es­peranza terrena; pero, en parte también """,":y por encima de todo- por sus convic­ciones éticas. Por un deber de justicia que nace de su oficio y por solidaridad humana -por amor- hacia el enfermo o moribun­do, que tiene derecho a la vida.

Si se pierde el sentido de la ley natural, se oscurece progresivamente la conciencia de que la vida es un bien fundamental -un don divino en definitiva-, que hay que res­petar en todas las circunstancias. Razones aparentes pueden llevar a creer en «vidas

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carentes de valor»: piénsese en los proble­mas humanos de los enfermos incurables, de los subnormales, o de las personas muy ancianas. Hasta ahora nuestro mundo occi­dental ha vivido fundado sobre los valores éticos de la antigüedad y sobre los valores cristianos heredados, pero algunos quieren ya un mundo nuevo -Brave N ew W orld, decía Huxley-, un mundo postcristiano, que saque las últimas consecuencias de los pos­tulados antropocéntricos que han sustituido a la concepción cristiana de la vida y con ella han terminado por destruir la ética na­tural, que el cristianismo defendió, enrique­ciéndola de valores sobrenaturales. A veces esta postura no representa otra cosa que un crudo materialismo; en otras ocasiones, se trata de una compasión falseada por el os­curecimiento de la ley natural (del valor ra­dical de la persona humana, en último ex­tremo) 6.

Y una de esas terribles consecuencias -todavía no plenamente aceptada, pero que se cierne amenazadora sobre nuestras cabe­zas- sería la aceptación social de la euta­nasia. Como es sabido la eutanasia positiva, o directamente occisiva, consiste en la uti­lización de algún medio físico o químico pa­ra extinguir la vida de un enfermo.

El mundo contemporáneo está cerrando así el círculo cultural frente a la muerte; vuelve ahora a los tiempos de Platón: «En todo Estado bien ordenado, cada ciudadano

5. Cit. por S. NAVARRO. Problemas médico-morales, Madrid 1963, p. 437. 6. Así la revista italiana «Panorama» (25 julio 1974), una de las de mayor difusión del país, publicaba

un artículo defendiendo la eutanasia. Poco después, el 11 de agosto, era la revista francesa «L'Express» la que recogía el caso de un niño mongólico al que se había dejado morir en un hospital parisino, en contra de los deseos de sus padres; con este motivo recogla una serie de casos -en Francia, Holanda, Alemania, etcétera- en los que los magistrados hablan procedido con «clemencia», es decir, no condenando a los cul­pables de eutanasia. La postura de esta revista era por lo menos ambigua.

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tiene un deber que cumplir; ninguno puede pasar la vida en enfermedades y remedios» 7.

Es la misma actitud que ridiculizaba Santo Tomás Moro en su célebre Utopía, es­crita a imitación de la República, y en la que plantea la vida de una sociedad «perfec­ta» 'no cristiana: «Si la enfermedad no so­lamente es incurable, sino que está causan­do dolores y angustias continuas, los sacer­dotes y magistrados deben ser los primeros en aconsejar a estos desdichados que se de­cidan por la muerte. Les mostrarán que, al no ser ya útiles en este mundo, hacen mal al prolongar una vida pestilencial y doloro­Sa, que es una carga para ellos mismos y que les hace insoportables para los demás» 8.

Verdaderamente en los últimos años no se ha descubierto ningún argumento que no se recoja ya en estas palabras que Tomás Mo­ro pone en boca de su «razonable» y utópi­co legislador.

4. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Entre estas dos posturas descritas, ¿ cabe una vía media? ¿Se puede aplicar a este campo de la moral médica el viejo aforismo «in medio virtus»?

En primer lugar quizás convenga recor­dar que nunca se empleó este aforismo co­mo pasaporte para el eclecticismo acerca de la verdad, o la medianía acerca del bien. Ciertamente el progreso de la medicina con­temporánea plantea constantemente proble­mas morales nuevos que exigen una respues­ta a la Etica, que si es cristiana, además de

7. PLATóN, República, lib. III. 8. TOMÁS MORO, Utopía, lib. n, 5.

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la razón natural deberá darla a la luz de la Escritura y de la Tradición con la guía del Magisterio. Piénsese, por ejemplo, en los anovulatorio s, o en los trasplantes de cora­zón, o en la fecundación in vitro. En este sentido vamos a recordar el Magisterio ecle­siástico sobre eutanasia, aparecido en las últimas décadas, y un importante documen­to pontificio sobre utilización de medios ex­traordinarios para prolongar la vida del en­fermo.

En 1940, un decreto del Santo Oficio afir­ma que es contrario al derecho natural el «matar directamente, por mandato de la autoridad pública, a los que no habiendo co­metido ningún delito digno de muerte no sean útiles a la nación, por sus defectos fí­sicos o psíquicos, y se consideran una car­ga para el Estado» (Decr. S. O., 2.XII.1940). El trasfondo de este decreto son los errores éticos aparecidos en la Alemania nazi.

Poco después, en la encíclica Mystici Corporis, Pío XII de nuevo ataca la euta­nasia por motivos sociales, con las siguien­tes palabras: «Por razón de nuestro altísi­mo oficio, juzgamos deber repetir ahora es­ta grave expresión, cuando con íntima aflic­ción vemos que se priva de la vida a los con­trahechos, a los dementes, y a los afectados de enfermedades hereditarias, por conside­rarlos como carga molesta para la sociedad» (29 de junio de 1943). La preocupación por la mejora de la raza había llevado a estos excesos.

Acabada la guerra mundial y desapareci­do el peligro de la eutanasia por motivos sociales, el Papa condena la eutanasia leni-

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tiva: «¿No es por ventura la falsa compa­sión la que pretende justificar la eutanasia y sustraer al hombre al sufrimiento purifi­cador y meritorio, no mediante un alivio laudable y caritativo, sino con la muerte, como se hace con un animal sin inteligencia y sin inmortalidad?» (Discurso del 11 de sep­tiembre de 1947).

En 1956, Pío XII dirige la palabra a un congreso internacional de médicos católi­cos y afirma que a veces se pide al médico, por motivos comprensibles, proceder a la eutanasia, pero «el derecho médico no pue­de consentir jamás que el médico o el pa­ciente practiquen la eutanasia directa» (Dis­curso del 11 de septiembre de 1956).

Al año siguiente el Papa recuerda la doc­trina tradicional con las siguientes pala­bras: «La razón natural y la moral cristia­na dicen que el hombre, y todo el que está encargado de cuidar a su semejante, tienen el derecho y el deber, en caso de enferme­dad grave, de tomar las medidas necesarias para conservar la vida y la salud... Pero es­to no obliga habitualmente más que al em­pleo de medios ordinarios ... , medios que no impongan ninguna carga extraordinaria pa­ra sí mismo o para otro».

A continuación añade Pío XII que «co­mo estas formas de tratamiento -el llama­do pulmón artificial- sobrepasan los me­dios ordinarios a los que se está obligado a recurrir, no se puede sostener que sea obli­gatorio emplearlos» (Discurso del 24 de no­viembre de 1957, n. 4).

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En realidad, en este importante discur­so, Pío XII no habla ya de la eutanasia, con­denada repetidas veces por el Magisterio, si­no de la prolongación de la vida mediante medios extraordinarios, desconocidos hasta entonces. La ocasión del discurso vino da­da por el descubrimiento de las técnicas de «reanimación», que tanto fruto han dado en los últimos años. Por otra parte, dice el Pa­pa, «si la lesión del cerebro es tan grave que el paciente no puede sobrevivir, el aneste­siólogo se plantea la cuestión angustiosa del valor y del sentido de las maniobras de re­animación».

La situación es todavía más delicada si la familia se opone a la utilización de estos medios extraordinarios al darse cuenta de que «sólo la respiración artificial automá­tica mantiene en vida al enfermo». Pío XII afirma que en estos casos es lícito suprimir el empleo de este procedimiento artificial 9.

En los últimos años el mejor conocimien­to de la composición sanguínea, el perfec­cionamiento de la preparación de sueros fi­siológicos y su administración gota a gota por vía endovenosa, ha creado, junto a éxi­tos notables, el problema de si es obligato­ria la utilización de estos nuevos medios farmacológicos y por cuánto tiempo.

Algo semejante podríamos decir de la posibilidad de alimentar artificialmente -por sonda gástrica- a enfermos descere­brados; es decir, a aquellos enfermos que como consecuencia de una intoxicación gra­ve, anoxia cerebral, encefalitis, etc., han su-

9. Cfr. A. C. E., Col. de encíclicas y documentos pontificios, Madrid 1962, p. 1.818, Discurso del 24 de no­viembre de 1957. Se pregunta Pío XII: ¿Se tiene el derecho o la obligación de retirar el aparato de respi­ración artificial cuando el estado de inconsciencia profunda no mejora, después de varios días, mientras que si se prescinde de él la circulación cesará en algunos minutos? El Papa responde que el médico o los familiares tienen el derecho a decidir que se retire el aparato.

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frido un proceso destructivo de la parte no­ble del sistema nervioso lO.

5. LA EDAD DEL ENFERMO COMO CRI­TERIO AUXILIAR

El ejemplo del jugador de fútbol Martí­nez pone de relieve uno de los criterios a tener en cuenta. Se trataba de un hombre joven, en pleno vigor físico, había algunas posibilidades de recuperación, y valía la pe­na por tanto el intentarlo todo. Es conocido que en la bibliografía médica se citan algu­nos casos de recuperación después de un pe­ríodo de coma, más o menos prolongado.

Algo semejante se puede decir, en gene­ral, de los enfermos que han sufrido un gra­ve accidente de tráfico, o laboral, encon­trándose en plena salud. Con frecuencia se trata de hombres robustos cuyo organismo se encuentra en buenas condiciones físicas, aparte del violento traumatismo sufrido.

A pesar de estas circunstancias indica­das, a veces podemos encontrarnos con ca­sos en que nada puede hacer el médico. Yo recuerdo el caso de un muchacho de unos

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veinte años que sufrió un paro cardíaco du­rante la anestesia previa a una intervención quirúrgica. La anoxia cerebral (falta de oxí­geno) provocada por la detención circulato­ria, produjo lesíones irreparables; compro­badas mediante la observación clínica y electroencefalográfica, y al cabo de dos días de permanencia en el pulmón artificial, · se acordó cesar la utilización de este medio ex­traordinario.

En general este criterio de lucha a ul­tranza, aplicado a los enfermos jóvenes, y especialmente a los que han sufrido acci­dentes o traumatismos, se muestra prome­tedor. Podríamos decir que la «vis curativa naturae» está a favor del enfermo. Pero, ¿se debe o se puede aplicar este mismo criterio a los enfermos ancianos, o a los crónicos, o a los incurables? ¿Hasta qué punto y con qué medios debe luchar el médico? ¿ Y a qué precio?

Me refiero al coste de esta asistencia · mé­dica extraordinaria, porque a veces, después de una agonía prolongada durante semanas o meses, los familiares del enfermo se en­cuentran con una factura considerable, que grava su economía durante largo tiempo 11.

10. Un estudio extenso de la prolongaci6n de la vida, en la última enfermedad, puede verse en O'DON­NELL, Etica médica (Madrid 1965), pp. 77-89. El autor distingue claramente este tema y la eutanasia, y re­coge las opiniones de los moralistas antiguos más importantes. Layman y S. Alfonso María de Ligorio en­señaron que nadie está obligado a conservar su vida recurriendo a medios extraordinarios, como lo era en­tonces la amputación de una pierna. Años después, el moralista Capellmann, en su Medicina Pastoralis (1898), valora ya los adelantos de la cirugía y de la anestesia y opina que, manteniendo los principios an­tiguos, puede modificarse la obligatoriedad de recurrir a determinados medios que ya no serían extraordi­narios. El problema se ha complicado últimamente al surgír nuevos medios técnicos que no pueden consi­derarse obligatorios. Para O'Donnell, concretamente, son medios ordinarios aquellos que no imponen esfuer­zo, sufrimiento o gasto mayor de lo que las personas corrientes consideren excesivos.

11. Un escritor americano reciente pone en boca de uno de sus personajes estas palabras: «Tu padre y yo discrepábamos en muchas cosas, pero estábamos de acuerdo en que los dos queríamos morir dando la menor guerra posible y sin suponer mucho gasto».

«Esto es dificil ahora, ¿sabes? Los médicos tienen aparatos de esos que pueden prolongar la vida de las personas, esquilmando la cuenta corriente de todos sus familiares».

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Se suele decir que la guerra es una cosa tan seria que no se puede dejar exclusiva­mente en manos de los generales. De modo semejante habría que decir que no se pue­de dejar la medicina exclusivamente en ma­nos de los médicos. Hoy en día la medicina social exige la colaboración de numerosos expertos, entre ellos los economistas, para saber quién ha de pagar la factura. Rof Car­baIlo ha señalado recientemente que en la actualidad la enseñanza de la medicina co­rre el peligro de orientarse en un sentido puramente técnico, olvidando que por en­cima de esta tarea el médico ha de ser hom­bre en toda su plenitud.

En este tema que nos ocupa -la guerra contra la muerte- creo que es necesaria también la orientación experta del filósofo y del teólogo.

6. «DEJADME MORIR MI MUERTE»

Los dos siglos pasados han transcurrido bajo el signo de los derechos humanos: li­bertad, trabajo, sindicatos, seguro de enfer­medad, de vejez, etc., y todavía no ha termi­nado el proceso de desarrollo social inicia­do a principios del siglo XIX.

Junto al derecho a la vida, se dice ahora que habría que proclamar también el «de­recho» a la muerte, aludiendo así a que, an­te el Estado o los familiares, el paciente tie­ne derecho a que no le coaccionen para so­meterse a un tratamiento extraordinario.

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El escritor alemán Rilke, con una de esas grandes intuiciones que tienen los santos y los poetas, ha dicho con frase feliz: «dejad­me morir mi muerte». La impresión que uno recibe, al contemplar la agonía prolongada de algunos moribundos, es que no se les de­ja morir su muerte, la que Dios desde toda la eternidad les había preparado: el médi­co, cual nuevo Jacob, lucha tenazmente du­rante horas o días contra el ángel enviado por Dios.

Parece como si el hombre fáustico de hoy -ingeniero o médico- quisiera romper to­das las leyes de la naturaleza, volar como los pájaros, alcanzar la luna, descender a las entrañas de la tierra o al fondo de los océanos, o no morir nunca, y a veces esta lucha se mantiene en contra de la propia voluntad del enfermo.

Eso precisamente puede ser lo trágico de la medicina contemporánea. Frente al místico que clamaba: «Muerte do vivir se alcanza 11 no te tardes que te espero», el mé­dico lucha tenazmente por retrasar la muer­te, a veces razonablemente y a veces irrazo­nablemente. El sentido común -que se ma­nifiesta por boca de la gente sencilla- y la correcta aplicación de las normas morales piden a gritos que se deje morir en paz a al­gunos enfermos.

El problema es qué criterio seguir para tomar esta grave decisión. ¿ Cuánto tiempo se puede prolongar la vida de los enfermos, y a qué coste? Son éstas preguntas difíciles de contestar, pero no cabe el eludirlas, por-

La frase decisiva en esta cita es «prolongar la vida». Porque si el médico puede «curar» al enfermo es natural que se quiera aplicar el tratamiento siempre y a cualquier precio. No es este el lugar para ocu­parse del tema del Seguro de Enfermedad; lo que quiero subrayar es que el médico ante un enfermo que se mantiene con vida por la ayuda imprescindible de recursos artificiales extraordinarios, no está obligado a «prolongar la vida» a cualquier precio.

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que en la realidad cotidiana siempre se con­testan, de un modo u otro.

7. EUTANASIA NEGATIVA O PROLONGA­CION DE VIDA

No pienso que las soluciones deban bus­carse partiendo del concepto de eutanasia negativa que se ha entendido siempre como «dejar de aplicar a algunos enfermos los medios eficaces para su curación» 12.

La cuestión no versa sobre la no utiliza­ción de medicamentos que podrían curar al enfermo. El problema precisamente radica en que el médico hoy en día utiliza medios ineficaces para curar, pero que son eficaces para prolongar la vida del enfermo algunos días, algunas semanas o algunos meses, y esto en realidad es prolongar la agonía del enfermo.

Pienso que la solución se encuentra -co­mo hemos visto con palabras de Pío XII­partiendo de la doctrina clásica que reco­noce el derecho del enfermo a utilizar o no utilizar medios extraordinarios para conser­var su vida. Aquí también puede aplicarse el principio moral de los actos de doble efecto, según dice expresamente el citado Pontífice. Hace ciento cincuenta años -fe­cha del descubrimiento de la anestesia- un hombre podía negarse a una intervención quirúrgica. Hoy en día esta negativa sería vista por algunos como un suicidio. Por es­to, cuando el enfermo tiene ochenta o no-

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venta años -por citar sólo un caso que va a plantearse cada vez con más frecuencia-, el médico se pregunta: ¿Vale la pena ope­rar? ¿La posible curación compensa el ries­go de la intervención operatoria? ¿Quién debe tomar la decisión? ¿No tiene el enfer­mo, y no el médico, la última palabra? ¿No tiene derecho el enfermo a pedir que le de­jen morir en paz?

Porque hay que tener en cuenta que a veces la intervención médica o quirúrgica fracasa, y el enfermo muere; a veces, esa intervención tiene un éxito muy relativo y la vida del paciente se prolonga; pero, ¿qué decir si el éxito consiste únicamente en pro­longar la agonía o en vivir unos meses en estado de vida vegetativa?

De lo que no cabe duda es que la última palabra la tiene el propio paciente. El mé­dico, en efecto -decía Pío XII en el men­cionado discurso del 24 de noviembre de 1957- no tiene respecto al paciente dere­cho separado o independiente; en general, no puede obrar más que si el paciente le autoriza explícita o implícitamente (directa o indirectamente). Por otra parte como el paciente sólo está obligado a los medios or­dinarios, no es obligatorio autorizar al mé­dico el empleo de medios extraordinarios. Tampoco la familia tiene el deber de utili­zar más que los medios ordinarios.

La misión del médico es, según la céle­bre frase de la escuela clínica francesa del siglo XIX, «curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre» 13. Está claro que el mé-

12. Así la define .s. NAVARRO en su libro, ya citado, Problemas médico-morales, p. 425. 13. Un amigo mio solia tergiversar esta cita, con una cierta ironía, diciendo que la misión del médico

era «guerir jamais, soulager maintenant, consoler toujours». Cuando pasan los aflos inexorablemente eS cierto que el médico nunca puede curar del todo esa gravísima enfermedad que es la vejez. Las canas o la calvicie, las arrugas o la debilidad y achaques del anciano son incurables.

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dico debe aliviar y consolar al enfermo cró­nico o incurable, o simplemente senil, y en los casos extremos debe ayudarle a morir, valga la frase 14.

Decíamos antes que la muerte es un he­cho contenido en potencia por la propia na­turaleza, pues el hombre es un ser mortal. Es cierto que la ley natural le concede el derecho -y el deber- a la vida, que es de­recho y deber de luchar contra la muerte. Pero cuando la naturaleza humana cumple -de modo natural o por accidente- el ci­clo vital del hombre, llega un momento en que hay que aceptar la muerte, como se aceptó la vida, pues ni una ni otra son ele­mentos extraños al ser humano; la mortali­dad es característica propia del hombre. Llega un momento en el que el hombre tie­ne el deber de aceptar la muerte y el dere­cho, ante los demás, de morir su propia muerte. Y una señal clara de .ese momento puede ser la extrema vejez.

8. CONSIDERACIONES FINALES

Téngase en cuenta que los criterios que hemos sostenido a lo largo de este artículo habría que matizarlos con otras muchas consideraciones. A los noventa años un an­ciano puede conservar una mente lúcida,

JOSE LOPEZ NAVARRO

aunque sus intereses y relaciones sean muy limitadas. A los ochenta, por el contrario, otro anciano puede presentar lesiones gra­ves de arterioesclerosis cerebral que se ma­nifiesten con signos de demencia senil.

Además, como hoy en día se tiende a marginar a los ancianos, y en algunos casos a «eliminarlos» mediante la eutanasia (un médico inglés ha publicado recientemente un libro contando sus experiencias en este sentido), es necesario subrayaren estas con­clusiones que la eutanasia directa o indirec­ta es un grave atentado a la ley natural, aunque se base en razones pseudohumani­tarias.

En todo caso, las intervenciones médi­cas en geriatría, la nueva especialidad, han de estar presididas por unos criterios acep­tados de común acuerdo por el médico, el enfermo y los familiares más próximos 15~

Para concretar más estas conclusiones quizás convenga repetir que:

1. La eutanasia (positiva o negativa) es­tá condenada por la ley natural, como ha señalado repetidamente el Magisterio de la Iglesia, de ayer, de hoy y de siempre.

2. No es eutanasia el suspender la uti­lización de medios extraordinarios, o el no recurrir a ellos. Sin embargo, en la prácti­ca no se debe seguir este criterio con exce-

14. En la Sorbona se reunieron a finales de septiembre de 1974 un numeroso grupo de investigadores para estudiar la repercusión de los descubrimientos médicos y biológicos sobre el hombre. Entre otros temas se ocuparon de las fronteras de la muerte y de la eutanasia. Los hombres de ciencia son cada vez más cons­cientes del peligro de nuevos descubrimientos realizados al margen de si son beneficiosos o no para la hu­manidad.

15. Es evidente que si el enfermo está en condiciones de decidir, y para ello hace falta que conozca todos los datos -diagnóstico, pronóstico y tratamiento-, el médico debe aceptar su decisión, si no es con­traria al orden moral objetivo. Téngase en cuenta, sin embargo, que en la mayoría de los casos no parece oportuno indicar al enfermo su gravedad y las probabilidades que tiene de salir con vida. Me refiero, na­turalmente, a los casos gravísimos.

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PROLONGACION ARTIFICIAL DE LA VIDA

siva facilidad porque pudiera prestarse a graves abusos.

3. El médico siempre debe respetar la decisión del enfermo o de sus parientes más próximos en cuanto a la utilización o no de los medios extraordinarios para prolongar la vida;. del enfermo.

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Claro es que, por lo general, esa decisión no se toÍna en frío; se va formando, de acuerdo con la virtud de la prudencia, al contemplar cómo transcurren los aconteci-' mientos; y debe estar empapada de un pro­fundo amor a la vida y, para el creyente, de una profunda fe en la otra Vida.

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The progress of medicine and of its auxiliary sciences in the last fifty years has led to an increase in man's average life expectancy and to the aging of the world's population. This same development also entails the danger of manipula­tion of the human body and of its functions, especially at the very onset of life (generation control), and at its very end (euthanasia).

It is to be fea red al so that with the progress of medicine man may beco me used to thinking that death is no longer an inexorable biological fact, but rather the result of a freely-taken decision (positive or negative euthanasia), so that as a consequence of this new line of thinking euthanasia may become legalised in those countries where the concept of the dignity of human life has been lost.

At this stage of the manipulation of man -so characteristic of the modern world- it must be remembered that Natural Law and Morality prohibit euthanasia; they do not, on the other hand, make the use of extraordinary means to keep a person alive obligatory.

The criterion which doctors have followed until now in the fight for life can and shoul be applied in the case of young patients, especially those who have suffered accidents or trauma while being in the prime of health. But it do es not seem to be mandatory to use extraordinary means in the case of elderly, chronica­lIy ill, or incurable patients.

In these cases, common sense and the correct application of moral norms indicate that life should not be prolonged artificially, because this is tantamount to prolonging the agony of the dying or the sufferings of those patients who have entered into the final phases of their illnesses.

It is therefore convenient to distinguish between three concepts to this ef­fect. 1). Positive euthanasia means the direct causing of the patient's death. 2). Negative euthanasia can be defined as the refraining from use of effective mean s to cure a patient. 3). We are dealing here with a new concept -the artificial prolongation of life- based on the utilization of mean s which are ineffective as far as curing the patient is concerned, but effective in that they will serve to prolong the patient's life a few days or a few weeks.

In this last instance, the decisión corresponds to the patient himself. In the event of the patient's being either unconscious or too weak to be able to decide, then the decision rests upon his direct next-of·kin. The doctor has the right solely to operate within the limits prescribed by the patient, and must not employ any moral coercion with the purpose of having extraordinary means applied.