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D urante el año 2011 la comunidad científica cubana celebrará con legítimo entusiasmo el sesquicentenario de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, primera de su tipo constituida en Cuba, singular acontecimiento al que Juventud Técnica dedica el presente número. Los preámbulos de aquella institución hay que buscarlos en 1826, en la utopía de un joven médico cubano, Nicolás José Gutiérrez, quien redactó los fundamentos de su propuesta apoyándose en la experiencia de una figura ya consagrada por sus altos desempeños cientí- ficos: el doctor Tomás Romay; y en Francisco de Paula Alonso, otro galeno de autoridad reconocida. A pesar de todo, habrían de trans- currir treinta y cinco años hasta que la corona española decidiese –¡por fin!– autorizar su creación en la isla de Cuba. Las ideas de la ilustración, que irrumpieron en Cuba a finales del siglo XVIII, fecundaron el pensamiento de la época. Así, mientras ocurría la transmutación de lo criollo en cubano y surgían las primeras representaciones de la Nación, se consolidó el terreno donde cons- truir una academia de ciencias médicas. Pero la iniciativa no debe verse como resultado de un simple orgullo gremial, sino consecuencia del papel de los médicos como vanguardia del movimiento científico en la Isla y expresión de un colectivo profesional meritorio y capaz de organizarse en un cuerpo consultivo. Más adelante, las ciencias naturales y la Farma- cia, coadyuvarían a diversificar y fortalecer el grupo fundacional de la Academia, mayo- ritariamente integrado por cubanos. En su discurso inaugural del 19 de mayo de 1861, Nicolás José Gutiérrez, elegido por sus iguales para desempeñar el más alto cargo de la institución recién fundada, señaló lo siguiente: “llegue un día en el que la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana no sea la menor entre las otras que figuran con crédito y orgullo en ambos mundos”. Aquella Academia primada declinó con la República, y junto al calificativo de “Real”, perdió la mayor parte de la valía social alcan- zada en su primera etapa, y se sostuvo durante la primera mitad del siglo XX con el esfuerzo individual de sus miembros y prácticamente sin apoyo oficial alguno. Las circunstancias políticas, económicas y sociales imperantes en Cuba hasta 1959 impi- dieron que la premonición enunciada por Nico- lás José Gutierrez se hiciera realidad. Solo se hizo cierta con la profunda transformación que en todos los órdenes trajo la Revolución. El movimiento científico cubano ha multi- plicado hoy en miles de veces lo que consi- guieron la ilustración y la modernidad en el siglo y medio precedente, y ha enaltecido la importancia del conocimiento y la innovación tecnológica en función del desarrollo econó- mico del país. Apenas un comienzo serán las celebraciones del sesquicentenario de la primera Academia cubana, pues el cercano 2012 traerá consigo otro momento de recuento: el aniversario 50 de la actual Academia de Ciencias de Cuba –instituida por la Revolución– cuyos miembros, tan diversos y crecidos como la propia misión que hoy se les exige, se re- conocen herederos de aquellos académicos fundadores de 1861. Ilustración: Yury Díaz Caballero Lamanzanaenlacabeza La primera de Cuba Por Prof. Luis Enrique Ramos Guadalupe

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Durante el año 2011 la comunidad científica cubana celebrará con legítimo entusiasmo

el sesquicentenario de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, primera de su tipo constituida en Cuba, singular acontecimiento al que Juventud Técnica dedica el presente número.

Los preámbulos de aquella institución hay que buscarlos en 1826, en la utopía de un joven médico cubano, Nicolás José Gutiérrez, quien redactó los fundamentos de su propuesta apoyándose en la experiencia de una figura ya consagrada por sus altos desempeños cientí-ficos: el doctor Tomás Romay; y en Francisco de Paula Alonso, otro galeno de autoridad reconocida. A pesar de todo, habrían de trans-currir treinta y cinco años hasta que la corona española decidiese –¡por fin!– autorizar su creación en la isla de Cuba.

Las ideas de la ilustración, que irrumpieron en Cuba a finales del siglo XVIII, fecundaron el pensamiento de la época. Así, mientras ocurría la transmutación de lo criollo en cubano y surgían las primeras representaciones de la Nación, se consolidó el terreno donde cons-truir una academia de ciencias médicas. Pero la iniciativa no debe verse como resultado de un simple orgullo gremial, sino consecuencia del papel de los médicos como vanguardia del movimiento científico en la Isla y expresión de un colectivo profesional meritorio y capaz de organizarse en un cuerpo consultivo. Más adelante, las ciencias naturales y la Farma-cia, coadyuvarían a diversificar y fortalecer el grupo fundacional de la Academia, mayo-ritariamente integrado por cubanos.

En su discurso inaugural del 19 de mayo de 1861, Nicolás José Gutiérrez, elegido por sus iguales para desempeñar el más alto cargo de la institución recién fundada, señaló lo siguiente: “llegue un día en el que la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y

Naturales de La Habana no sea la menor entre las otras que figuran con crédito y orgullo en ambos mundos”.

Aquella Academia primada declinó con la República, y junto al calificativo de “Real”, perdió la mayor parte de la valía social alcan-zada en su primera etapa, y se sostuvo durante la primera mitad del siglo XX con el esfuerzo individual de sus miembros y prácticamente sin apoyo oficial alguno.

Las circunstancias políticas, económicas y sociales imperantes en Cuba hasta 1959 impi-dieron que la premonición enunciada por Nico-lás José Gutierrez se hiciera realidad. Solo se hizo cierta con la profunda transformación que en todos los órdenes trajo la Revolución.

El movimiento científico cubano ha multi-plicado hoy en miles de veces lo que consi-guieron la ilustración y la modernidad en el siglo y medio precedente, y ha enaltecido la importancia del conocimiento y la innovación tecnológica en función del desarrollo econó-mico del país.

Apenas un comienzo serán las celebraciones del sesquicentenario de la primera Academia cubana, pues el cercano 2012 traerá consigo otro momento de recuento: el aniversario 50 de la actual Academia de Ciencias de Cuba –instituida por la Revolución– cuyos miembros, tan diversos y crecidos como la propia misión que hoy se les exige, se re-conocen herederos de aquellos académicos fundadores de 1861.

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La primera de CubaPor Prof. Luis Enrique Ramos Guadalupe

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Redacción:Prado 553

entre Teniente Rey y Dragones

La Habana Vieja, Ciudad de La Habana, CP 10200

Teléfonos: 862 9264

862 5031-36 ext. 131 y 132email:

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www.juventudtecnica.cu

Directora:Iramis Alonso Porro

Jefa de redacción: Flor de Paz

Analista:Yaimara Camacho González

Corrección:Raúl Ramírez Manzano

Diseño original: Víctor Daniel Echenagusia (ISDi)

Diseño y realización:Sarah S. Jiménez

Zullay Expósito Quintana Fotomecánica: DaVinci

Impresión: Combinado Osvaldo Sánchez, Ciudad de La Habana

Revista Científico-Técnica de la Juventud Cubana

No. 359 ISSN: 0449-4555

PORTADAZullay Expósito Quintana

InternacionalesConstrúyaloUsted

Átomos en las manosCorrespondencia

Calibrador de voltajeAlarma para intrusos TiempoparaPensar

4044

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Los debates El arca de la ciencia

22

4

Los inicios Piedra sobre piedra

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Delopráctico

Contenido359

CienciaFicción Mensajes antes del alba

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Versión: Amanda JaraIlustración: Yury Díaz Caballero

PAREDEs TERsAs

Si sus hijos se han dedicado a poner fotos, cuadros o posters en la pared de sus cuartos con chinchetas o clavos por todas partes, cuando quiera cambiar la decoración los muros estarán totalmente agujereados. Una solución es rellenar los orificios con pasta de dientes. Después que esta se seque, con-cluya la tarea dando por encima un poco de pintura del mismo color de la pared. (Tomado de www.diezminutos.es , cortesía de Alí Salazar)

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Los protagonistas ”...entre espinas, flores”

ConstrúyaloUstedRatonera casera

MundoBit Cielos binarios

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Piedra sobre piedra

En los cimientos del “edificio inacabado” de la ciencia, yacen las semillas de un

genuino sentir nacional, que soñara a la Cuba “cubana”

mucho antes de ser irredenta

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Por Daymaris Martínez RubioFotomontaje: Zullay Expósito Quintana Fotos: Cortesía de Luis E. Ramos Guadalupe

Los repiques del cincel sobre el es-tuco se escuchaban como fustas

sobre viejos clavicordios. Crucé el polvo, y entre los añicos del insigne Paraninfo, medité en los misterios de aquel tablón de la solera y en su leyenda de trazos primitivos: “Fransisco Gonzales me fecit, anno 1627”.

Un estornudo húmedo y silbante rompió con un ¡achís! a contrapunto. Y deslumbrada por la fuerza secular de aquel recinto, cobijo de monjes agustinos e ilustres patricios, me ofrecí a la “impiedad” de sus már-moles, fustes, modillones y arcos; y a las volutas y relieves de marcado acento mexicano, gobernados por un ejército de ácaros que, a ratos, sacudía mi nariz a discreción.

Cuba, 460... De haber vivido otras vidas, me habría tentado el destino de estos muros coloniales, en cuyo sedimento ígneo descubrí como tres siglos de imaginarios petroglifos: una ermita techada de guano, un convento, un hospital de sangre, una escuela de pintura, una imprenta, y hasta una singular academia, la primera de su tipo creada en las Américas, para alojar los aciertos y “desatinos” de la bella ciencia.

Piedra sobre piedra… La historia de la na-cionalidad cubana podría ser contada desde el mismo zaguán del “edi-ficio inacabado” de su ciencia. Tracé la idea; reuní cientos

de antorchas dispersas; y cautivada por las anchurosas avenidas de esa sola metáfora, me dispuse a caminar la inmensidad.

AtrioCuando los cuadros de 1492: La

conquista del paraíso dilataron las pupilas del espectador ibérico, ¿qué libros ignoraban las escenas primeras del “Camino de América”? Pocos, sin embargo, tendrían la certeza de lo visto por los faroles vigías la noche antes de cualquier desembarco; mu-cho menos del aroma embriagador de una exótica floresta que el músico Evangelos Odyssey, Vangelis, ha de-bido imaginar: “olía a Olimpo”.

Del otro lado del Atlántico, los pueblos prefirieron no hilvanar las hilachas de la conquista, sino bordar la ruta del “encuentro de dos mun-dos”, con una pira al centro de las plazas donde contar los quinientos años de “esa historia magna y a la vez dolorosa, sin la cual sería imposible interpretar nuestras propias vidas”, al decir de un gran cubano, Eusebio Leal.

Lo que encontraron los explorado-res tardíos fue la “raza artística, in-teligente y limpia”, que deslumbrara al Apóstol en Las ruinas indias. En contraste, aseguran los autores de El primer viaje de Cristóbal Colón a Cuba: “en toda la tripulación (…) no existía una sola persona con cono-cimientos rudimentarios sobre flora o fauna”. Faltaban también joyeros y metalúrgicos; como consecuencia, añaden, habían sido incapaces de distinguir el oro de las broncitas o las ostras perlíferas de los ostiones.

Incluso, los iniciadores de la con-quista y colonización de Cuba “difí-cilmente hubieran podido sobrevivir” sin asimilar algunas de las técnicas de la cultura taína: ¡he aquí los inicios!, asegura el historiador de la ciencia Pedro Marino Pruna, en un intento por apartar el cáliz eurocentrista de un banquete frugal, incompleto toda-vía, porque a esta dama, la historia, le faltan varias copas de justicia.

Candelabros¿Quién duda que los caminos de

la nacionalidad cubana hu-biesen sido distintos sin los adoquines de aquella “edad iluminada”, por donde los carruajes de una minoría culta bajaran sus fuelles a la vista de los portentosos frescos de la razón, la cien-cia y el respeto a la condi-ción humana?

Los acontecimientos europeos de fines del siglo XVIII im-

primieron madurez a las concepciones sociales,

LOS INICIOS

EspecialRealAcademia

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6 Marzo-Abril 2011

Técnicas de cultivo de la yuca y el tabaco, aportadas por los aborígenes cubanos, se mantienen sin modificación

alguna.

Publicado en Madrid el primer libro científico escrito en Cuba: Arte de navegar, del médico sevillano Lázaro

de Flores. Para ese entonces, en Cuba aún no existía imprenta.

Siglos XVI-mediados del XVIII 1673

Establecimiento del Real Tribunal del Protomedicato, encargado de autorizar, habilitar o prohibir el

ejercicio de las profesiones de médico, cirujano, boticario y comadrona.

1711

políticas y científicas del criollo, tocadas –en sus esencias– por el im-pacto de las ideas newtonianas que, poco a poco, suplantaban el temor a Dios por el diálogo con las leyes de la naturaleza.

En Cuba, coincidió con cierto auge económico de una “sacarocracia” criolla inspirada en aires peninsu-lares para promover la creación de instituciones representativas de sus intereses, al estilo del Protomedicato de La Habana (1711); la Real Uni-versidad Pontificia de San Gerónimo (1728); y el Real y Conciliar Semi-nario de San Carlos y San Ambrosio (1773). Aunque, sin dudas, los más sonoros ecos del enciclopedismo francés llegaron con la fundación de la Real Sociedad Patriótica de Amigos del País, en cuya selecta membresía figuraron las más notables personas de cultura en la Isla.

Con la entrada de la nueva centuria, las ansias por establecer academias y escuelas de idiomas, arquitectura o ciencias, caerían por las zancadillas de una Metrópoli recelosa, dedicada a “apaciguar” con cédulas, órdenes reales y leyes, los síncopes y rubores de la censura (eclesiástica), cada vez que las colonias se insinuaban con pericia.

Pero los fulgores de la Ilustración francesa –que tarde habían irradiado a España– encontraron en el Semi-nario de San Carlos, desde fines del siglo XVIII, una expresión cultural,

un gesto a favor de la luz “apropiada” frente a una Universidad atascada en las penumbras, según apuntan testimonios de la época.

El nuevo valor concedido a la búsque-da de la verdad por medio del estudio y observación de la naturaleza, contras-taba con una escolástica empobreci-da, aferrada a métodos de enseñanza de corte aristotélico-tomista que en nada imitaban los aires de progreso

llegados a la filosofía y la ciencia occidentales.

Sombrío panorama, del cual, sin embargo, carecían de responsabi-lidad los maestros “que no tenían otro arbitrio ni acción que ejecutar y obedecer”, apuntaba el presbítero José Agustín Caballero: “¿Qué recurso le queda a un maestro, por iluminado que sea, a quien se le manda a ense-ñar la latinidad por un escritor del

El llamado “descubrimiento” de América: el mito eurocentrista sobre el verdadero

encuentro de dos mundos. Tanto se conocían estas tierras a sí mismas que por

las leñosas ramas del árbol de la ciencia cubana, corre imprescindible la savia taína.

(Foto: Portada del multimedia 1492: La conquista del paraíso)

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Instauración oficial del Real Arsenal de La Habana, donde se construyera el mayor buque de

guerra del mundo en su época: el Santísima Trinidad, de fecha 1769.

1713

siglo de hierro, jurar ciega-mente por Aristóteles, y así a las otras facultades?”.

Lo ponderable de aque-lla renovación terrena era la bendita inquietud, el incipiente afán de inde-pendencia, magistralmente encarnados por el insigne padre Félix Varela, cuyas arengas al ejercicio cabal del pensamiento yacían salpicadas por las exquisi-teces de una física moderna que los pupilos disfrutaban tanto como sus charlas so-bre filosofía o Constitución Liberal.

Varela, apunta el histo-riador Pruna, no solo fue el precursor de la ense-ñanza experimental de la Física en Cuba –por mucho tiempo incongruente con los dogmas de la iglesia–; sino también el primero en sustituir el latín por la len-gua española para impartir las materias.

No en balde sus publica-ciones filosóficas, editadas a partir de 1818, privile-giaban la naturaleza como objeto del conocimiento y el estudio de los elemen-tos de la Física, de manera que el principal empeño del filósofo no fuera solo el conocimiento de las co-sas, sino su aplicación a las necesidades de la vida cotidiana.

Para el llamado “Sócrates hispanoamericano”, amante de la música, defensor del

derecho a la educación sin distingos de sexo, la virtud también era el conocimien-to: “Yo he deplorado siem-pre –confesaba en Cartas a Elpidio– el alucinamiento de muchos padres, que consideran como perdido el tiempo que emplean sus hijos en el estudio de las ciencias naturales. No per-ciben las ventajas porque no se valúan por tanto o cuánto, y para hablar más claro, porque no producen dinero. ¡Qué error tan fu-nesto! Como si nada valiese la perfección intelectual y moral de sus hijos…”.

AuguriosEn el delicioso prólogo

de La razón estrangulada, del periodista científico español Carlos Elías, se lee una suerte de apócrifo lamento por el influjo cul-tural del pasado ibérico en cierto “hispanodesafecto” a las ciencias.

Nada personal. Porque en España, ella misma, la Corona, pasó dos siglos

opuesta a la creación de una academia de ciencias, aunque no a las de humani-dades, que al fin y al cabo eran menos incendiarias.

Para ilustrar este “triun-fo” de las artes y letras, Elías recurre a un hecho de marcado simbolismo: “el actual edificio del Mu-seo del Prado se diseñó, en realidad, para albergar la Academia de Ciencias. Finalmente, la Corona de-cidió que era más conve-niente usarlo para alojar algo ‘menos revoluciona-rio’ para el pueblo y para la monarquía, y se ubicó en él la colección de pinturas de los reyes”.

En Cuba, el primer in-tento criollo por estable-cer algún tipo de sociedad científica en La Habana, antecedió en tres años a un oficio redactado en 1826 y dirigido a varios profe-sores de la ciudad, donde se pedía su cooperación para fundar una Academia de Ciencias –dos décadas

antes de instaurarse algo similar en España–.

La propuesta había sido “cocinada” en los hornos del Real Hospital Militar, específicamente en los predios de un Museo de Anatomía, a iniciativa de un criollo brillante, Nicolás José Gutiérrez, primer ayu-dante disector de la cátedra de cirugía y estudiante de bachillerato en Medicina en la Real Universidad.

Narra el investigador Ovidio Ortega, que la idea causó entusiasmo entre los profesores, quienes reuni-dos redactaron los linea-mientos de la futura Aca-demia, con sugerencia del cirujano español Francisco Alonso de incorporar las ciencias físicas y naturales “para valerse de ellas, y al mismo tiempo estimular su fomento”.

Pero el monarca, Fernan-do VII, haría mutis por el foro de aquellos adalides de una ciencia ¿cubana? –ca-bría preguntarse, a juzgar

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8 Marzo-Abril 2011

Se hace público el primer libro científico escrito e impreso en Cuba: Descripción de diferentes

piezas de historia natural, del naturalista aficionado portugués, Antonio Parra.

1787

Se publica el Papel Periódico de La Havana, entre cuyas firmas

fundadoras figuraron las de Tomás Romay, médico, y José Agustín Caballero, presbítero.

1790

El aprecio a las ciencias como parte inseparable de la cultura no solo condujo al primer libro científico impreso en Cuba, sino también a un improvisado gabinete de historia natural, conocido como el primer museo cubano. En la foto, especies de peces reunidas por Antonio Parra e ilustradas a partir de grabados sobre planchas de cobre.

Establecimiento de la Real Universidad Pontificia de La Habana, perteneciente a la

Orden de los Predicadores “los dominicos”.

1728

Tras la expulsión de los jesuitas de España y sus dominios

(1767), el colegio jesuita de La Habana se convierte en el Real seminario de san Carlos y san

Ambrosio.

1773

por el impulso de la rueca del progreso, tal cual puede observarse en nuestra línea del tiempo–.

Conocer, agrupar, socia-lizar, ¿habrían sido verbos irredentos...?

Aunque, vale aclarar, los infructuosos primeros empeños del joven Nicolás no tendrían matices polí-ticos, ni su persistencia debe interpretarse como un desafío al corazón de una Metrópoli que auscultó con respeto, muy a pesar del desaire sucesivo.

Solo en noviembre de 1860, ¡más de 30 años des-pués del primer intento!, fue promulgado un Real decreto, también a la firma del ministro de Guerra y Ul-tramar, Leopoldo O’Donnell,

donde se “ordenaba” –vaya ironía– el establecimiento de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

Claro que el Real decreto no era sino “una respuesta tardía” a solicitudes ma-nifiestas a lo largo de tres décadas, las cuales “solo tuvieron éxito gracias a una singular conjunción de circunstancias personales y políticas, tanto en Cuba como en España”, explica Pruna.

Para 1860, dos antiguos pacientes del doctor Nico-lás, los generales Leopoldo O’Donnell y José Gutiérrez de la Concha, eran, en cada caso, el “virtual” dictador de España y el presidente del Congreso. Sin embargo,

los historiadores suelen liar-se en debates donde muchos se inclinan por la decisiva influencia de las circunstan-cias políticas que bordeaban a una Metrópoli urgida de recuperar la “compostura” y pasar el plumero por las provincias perdidas.

De ahí el simbolismo de aquel repiqueteado decre-to, una puesta de teatro reflexivo, cuyo protagonis-ta, el “ilustrísimo” capitán general Francisco Serrano, debía mostrar “comprensión” hacia los reformistas y nacio-nalistas en la Isla, y cantar –con lírica amorosa– unas coplillas mundanas. ¡Y olé!

GemasEl año 1861, se antojaba

alegre por los días de Pas-cuas de Pentecostés (19, 20

y 21 de mayo), y en La Ha-bana los paseos, salones y teatros anunciaban sonados espectáculos.

La Campanilla del Diablo, una comedia fantástica y de gran aparato “adornada con todas sus correspondientes transformaciones, y hasta fuegos de bengala”, fun-cionaría en el Gran Teatro de Tacón, mientras que los salones de Escauriza pro-mocionaban sus “grandes bailes de disfraces” con la orquesta Delicias de Colón, que preparaba “una colec-ción de sandungueras e irresistibles danzas de su escogido repertorio”, jun-to a la rifa de un “bonito bastón”.

Aunque, sin dudas, la noticia de más impacto en las planas de la prensa de mayo, fue la instalación en acto solemne de la Academia de Ciencias Mé-dicas, Físicas y Naturales de La Habana, acontecida a las doce y minutos del domingo 19, “ante una concurrencia brillantísima que llenaba completamente las dos espaciosas naves” de la capilla de la Real Uni-versidad, reseñaba el Diario de la Marina.

Una crónica de prensa, persuade del afeite y ga-lanura de la “máscara” con que el Excelentísimo Capi-tán General, solía mostrar “su gran satisfacción en

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Gran triunfo del afán asociativo en la colonia con la creación

de la Real sociedad Patriótica Amigos del País (RsPAP), luego Sociedad Económica

Amigos del País.

1793

Apertura de la primera biblioteca pública en la Isla. Antonio de

Robredo, miembro de la RSPAP, ofrece su colección particular de libros a los lectores interesados.

1793

“Año de la eclosión científica”, con la publicación de importantes obras. Manuel Calves realiza la primera defensa pública

de la teoría heliocéntrica de Copérnico.

1797

Arribo a Cuba del insigne Obispo de La Habana, Juan José Díaz de Espada y Fernández de

Landa, promotor de importantes reformas sociales y científicas

en la Isla.

1802

Entre los más hermosos óleos de la Cuba naciente yacen las escenas de la medicina y sus héroes.

asociarse a toda idea útil, a todo proyecto beneficioso para los progresos del país sometido a su ilustrada ad-ministración”.

En la ceremonia, precedida por una compañía de bande-ra y banda de música, hizo uso de la palabra el doctor Nicolás José Gutiérrez, presidente de la Academia, quien en un “oportuno, elo-cuente y sentidísimo discur-so perfectamente pronun-ciado”, expuso la historia de la concepción y creación del Instituto; los esfuerzos realizados desde su ju-ventud para realizar aquel pensamiento, y el objeto benéfico y trascendental de la Academia, comunicaba el Diario de la Marina.

Los corresponsales de Prensa de La Habana, ela-borarían una nota más cro-nicada del suceso, matizada por valoraciones al estilo de: “dijo mucho, y creemos que muy bueno (Gutiérrez) sobre el objeto y miras be-néficas de la Academia, y sobre la reforma científi-ca y moral que auguraba, concluyendo con sentidas y conmovedoras frases a los señores académicos”, a quienes hiciera importantes sugerencias.

Añadía el rotativo que la apertura e inauguración de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales había sido, si sus esperan-

zas se realizaban, “un gran paso dado a favor de los adelantos del saber en fa-cultades tan importantes para el bien de la huma-nidad”.

El Diario de la Marina se solazó en bocetar, de modo bastante exacto, el discurso* del secretario Ramón Zambrana, con el cual se dirigía al señor Presidente en nombre de los académicos “para pro-testar ante las aras de la Patria que sabremos co-rresponder dignamente al bello y honroso título con que nos condecora, para que le sirvamos de nueva fianza en la vía

de la civilización. Hu-manitario, regenerador, grandioso es el objeto de la Academia: profundo, purísimo, inagotable es el entusiasmo que agita nuestros pechos”.

Había júbilo y destello en aquellos ojos persuadidos de que las instituciones li-berales en que las ciencias se propagan y fomentan, “son el testimonio más irrefragable, la garantía más solemne de la cultura y engrandecimiento de los pueblos”.

La Habana, saludaba el Diario de la Marina, con-taba ya con un nuevo ele-mento de progreso intelec-

tual que podía redundar en beneficios materiales para la población, “si al elevado objeto del Instituto se aú-nan, como es de esperarse, la fe y la constancia cien-tíficas de sus miembros, sostenidas por el amor a la humanidad…”.

Los repiques del cincel sobre el estuco se escu-chaban como fustas so-bre viejos clavicordios. Hurgué el polvo, y entre los planos ambarinos de la restauración de Cuba, 460, hallé los fulgores de una gema genuina, que no conoció Colón, porque es-taba reservada a los hijos de esta Isla.

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10 Marzo-Abril 2011

Restablecimiento de la enseñanza práctica de la

medicina, en el Real Hospital Militar de La Habana, al cual fuera adscrito un Museo de

Anatomía.

1823 1836

Circula el primer texto para la enseñanza de la geografía de Cuba,

a la firma del célebre naturalista cubano Felipe Poey, quien organizara

un Museo de Historia Natural .

Inauguración de la primera institución científico-investigativa creada en Cuba, el Jardín Botánico de La Habana, en los predios del actual

Capitolio Nacional.

1817

Esta suerte de “tabla fundacional” que aún se con-serva, sitúa los orígenes del edificio de Cuba 460 en los mismos cimientos de la casa de la Orden Eclesiás-tica de los Ermitaños de San Agustín, a inicios del siglo XVII. En tanto, una tarja exterior en la fachada del inmueble (actual Museo de Historia de la Ciencia Carlos J. Finlay), anuncia el 1867 como año de la instalación de la Real Academia de Ciencias en el ex convento de San Agustín; tal como apuntara Jorge Le Roy y Cassá en el tomo 62 de los Anales de la Academia. Sin embargo, no fue hasta el año siguiente que la institución ocupó el salón bajo y la habitación aledaña al zaguán de entrada del inmueble, según testimonios del propio presidente, doctor Nicolás José Gutiérrez. (Fuente: Ovidio Ortega Pereyra en Historia de la sede de la Real Academia de Ciencias de La Habana).

BIBLIOGRAFÍA–Diario de la Marina, 20 de mayo de 1861. –Elías, Carlos. La razón estrangulada. Random

House Mondadori, S.A. Barcelona, 2008. –Esquivel, M., y Casals, C.: El primer viaje de

Cristóbal Colón a Cuba. Casa Editora Abril. La Habana, 2006.

–Ortega, Ovidio: “Historia de la sede de la Real Academia de Ciencias de La Habana” en Academia de Ciencias de Cuba: conferencias y estudios de historia y organización de la cien-cia. No. 38. La Habana, 1984.

–Prensa de La Habana, 20 y 21 de mayo de 1861.

–Pruna, Pedro M. Ciencia y científicos en Cuba colonial: la Real Academia de Ciencias de La Habana, 1861-1898. Editorial Academia. La Habana, 2001.

–Pruna, Pedro M.: Comunicación personal, enero 2011.

–Ramos, Luis E.: Comunicación personal, enero 2011.

–Varela, Félix: Cartas a Elpidio. Editorial Cu-bana. Miami, 1996.

“Fransisco Gonzales me hizo, año 1627”.

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Mapa de sedes de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana:

Creación, con carácter oficial, del Observatorio Físico-Meteórico de La

Habana, bajo la dirección de Andrés Poey.

El joven médico Nicolás José Gutiérrez funda Repertorio

Médico Habanero, la primera revista de su tipo en el país.

1840 1857

La reina Isabel II, de España, aprueba la firma de un Real decreto con la orden del establecimiento de la Real Academia de Ciencias

Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

1860

Nota: Las obras de restauración del Museo de Historia de la Ciencia, otrora sede de la más im-portante asociación científica de la Cuba colonial, no solo devolverá lozanía a sus ya centenarias

* El texto íntegro puede ser leído en la dirección web www.juventudtecnica.cu.

1861

1863

1868

piedras, sino también la probable presencia de la actual Academia, un gesto de altísimo simbolismo y belleza, a no ser por el incierto destino del propio Museo, su archivo, y biblioteca.

Teniente Rey

Cuba

DragonesRa

yo

CA

PITO

LIO

Zanja

Obispo

EsTACIÓN

CENTRAL

DE FERROCARRILEs

Amargura

BAHÍA DE LA HABANA

Ave. del Puerto

1861: Salón de biblioteca de la RSPAP, Dragones No. 62.

1863: Casa en la calle Rayo No. 32.

1868: Cuba No. 84 (hoy 460).

Fundación del Instituto de Investigaciones Químicas de La Habana, por el químico español –formado en Francia– José Luis

Casaseca.

1848

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12 Marzo-Abril 2011

España. Surge bajo esta denominación en 1847, aunque en sus orígenes yacen los bocetos de la Academia de Matemáticas de Madrid (siglo XVI); y los intentos de la primera mitad del XVIII con la Real Academia de

Medicina y Ciencias Naturales.

Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

La Habana (1861). El más peleado triunfo del espíritu de asociación cubano en tiempos

de la colonia.

Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales

Los pilares de la Era moderna

A la sombra de la madre España: el destino manifiesto de la naciente ciencia cubana, forzada a las listas de espera en los andenes de la modernidad.

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Accademia dei Lincei. Roma (1603-1630). Habría surgido con la aspiración de fundar “monasterios comunales

científicos, no monacales”. Siguió y apoyó a Galileo Galilei.

Reunió una biblioteca, un museo, una imprenta, además de instrumentos científicos, y

jardines botánicos.

Academia de Linces

o del Experimento. Florencia (1657-1667). Se le

conoce por la obra de nueve científicos, la

mayoría discípulos de Galileo, consagrados

a la construcción de instrumentos, el

desarrollo de habilidades experimentales y la búsqueda

de verdades básicas.

Londres (1660). Su lema Nullius in verba

–En palabras de nadie– suponía un abierto desafío al

criterio autoritario de la escolástica

con las armas de la evidencia empírica

como vehículo para el avance del

conocimiento. Isaac Newton sería uno de sus más célebres presidentes.

Royal Society

París (Académie des Sciences). Sus memorias primeras, contadas desde

1666, incluyen los honorables nombres de René Descartes, Blaise

Pascal y Pierre de Fermat.

Academia de las Ciencias

Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

Academia del Cimento

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Maestros, discípulos, amigos o simplemente compañeros en el deber: Felipe Poey, Carlos de la Torre, el padre Benito Viñes, Álvaro Reynoso y el alemán Juan Cristóbal Gundlach compartían una misma causa, hacernos poseedores de un conocimiento que, como decía Martí, nos libera. Grandes de espíritu y voluntad, todos fueron miembros

reconocidos de la Academia

Cor

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La Habana (1861-1961), el más peleado triunfo del espíritu de asociación cubano en tiempos de

la colonia.

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“…entre espinas, flores”

Por Yanel Blanco MirandaIlustraciones: Yury Díaz Caballero “Todo hombre tiene el deber de cul-

tivar su inteligencia, por respeto a sí propio y al mundo”, expresaba Martí. Tal vez pensaba en tanta gen-te valiosa que había conocido en su andar por América, o en aquellos que consagran sus vidas al examen de la naturaleza y a la ciencia.

En Cuba, la Real Academia de Cien-cias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, agrupaba a varios de esos patricios: antropólogos, meteorólo-gos, químicos y naturalistas, entre otros, que hacían historia.

LOS PROTAGONISTAS

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16 Marzo-Abril 2011

Por derecho propioCon 34 años se le veía en el puerto

de Banes, con un saco en la mano para recoger mariposas y cuanto bicho raro se encontraba por el camino. Y es que Poey, mezcla de cubana con francés, era un apasionado de la na-turaleza.

Nacido el 26 de mayo de 1799, se gradúa en derecho para complacer a su madre, sin embargo su gran vo-cación lo lleva a estudiar todo lo relacionado con el mundo animal y vegetal.

De regreso a Francia, donde pasó parte de su niñez, se presenta ante Jorge Cuvier, máxima figura de las ciencias naturales de su época, con un cuaderno de 81 dibujos de peces cubanos, 35 especies colectadas en un barril de aguardiente e innume-rables escritos sobre la flora y fauna cubanas.

Contaba apenas 27 años, pero la perfección y profundidad de su traba-jo, realizado de manera autodidacta, dejó asombrados a los científicos que revisaron su obra, entre ellos Aquiles Valenciennes, quien junto a Cuvier lo introdujeron en los principios de la Ictiología, donde años más tarde realizaría su mayor aporte al escribir la Ictiología cubana, considerada su obra cumbre. Comenzaba así una larga y fructífera carrera que solo terminó con la muerte del sabio.

Miembro de la Real Sociedad Pa-triótica de Amigos del País (RSPAP), en 1837, después de cuatro años en Cuba, se le encomienda participar en el reconocimiento geológico de la Isla. Es en esa institución donde, en 1838, presenta su proyecto para establecer en la capital un Gabinete de historia natural. El Museo, que en un principio funcionó en su casa, pasó a formar parte de la Universidad de La Habana desde 1842.

En 1861, al fundarse la Real Aca-demia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, Poey tenía 62 años. Por su condición de natu-ralista, forma parte de la Sección de

Ciencias Natura-les, donde aboga por el estudio de las riquezas cubanas en esta rama, y es partíci-pe de las discusiones científicas más interesantes que se producen.

Muere el 28 de enero de 1891 en su casa en el Paseo del Prado. Dos años antes, durante una enfermedad que se pensó mortal, pidió por es-crito no recibir servicios religiosos: “Suplico que a última hora me dejen morir tranquilo, conforme a mi ley. Me hicieron cristiano sin consultar-

me; la razón y la filosofía me

hicieron materialista (...) Si dios existe me juzgará por mis obras, no por mis creencias”.

David Starr Jordan, famoso ictiolo-gista norteamericano, lo describió de esta manera: “… sencillo, franco, sin afectación alguna; digno y reposado en todos sus modales, es en verdad uno de los hombres más agradables que he conocido; y de los hombres todos, el que mejor ha sabido en-vejecer...”

Felipe Poey incursionó en diversas ramas de la biología, sin embargo fue el estudio de los peces su gran pasión. (todocoleccion.net)

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Los caminos de CubaObservador profundo y meti-

culoso, el alemán Juan Cristóbal Gundlach legó al patrimonio cubano excelentes descripciones sobre las aves.

Interesado en conocer la fauna que lo rodeaba, desde pequeño realizó excursiones por el campo. En una de esas travesías en la que colectaba aves, se le disparó la escopeta que traía, y en un desafortunado acciden-te perdió el sentido del olfato y el gusto. Por suerte, la desgracia mudó a beneficio años más tarde, pues pudo, sin que le molestaran fétidos olores, disecar, macerar y limpiar esqueletos con completa tranquilidad.

El 4 de enero de 1839, siendo un joven de 29 años, llega a Cuba. En la Isla se hospeda con la familia de su amigo Carlos Booth y más tarde, en 1841, se muda a la hacienda cafe-talera El refugio de San Juan, lugar cercano a Cárdenas, Matanzas.

Es allí donde, en 1844, colecta una de las aves más asombrosas, el zunzuncito, al que denomina Mellisuga helenae, en honor a Helena, esposa de Booth. Con la intención de promover la protección

de las especies en peli-gro de extinción, inaugura

en 1847 una colección en esa estan-cia, cuyo primer ejemplar sería justo aquel obtenido tiempo atrás.

Corría 1882 cuando el doctor Carlos de la Torre, que por entonces era conservador del museo del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, sugiere a Fernando Reinoso, su direc-tor, la idea de formar una colección de ejemplares cubanos.

Para llevar a feliz término esa labor propone al doctor Gundlach, miem-bro de mérito de la Real Academia de Ciencias de La Habana desde 1861, como la persona más indicada, quien acepta y dedica seis años de su vida a trabajar en tan gratificante em-presa.

Por esa época, la situación econó-mica de la familia con la que Juan Cristóbal vivía era precaria. Debido a tal circunstancia tomó la decisión de vender la valiosa colección que tenía para poder ayudarla. Así en mayo de 1892, se firmó la venta -por valor de ocho mil pesos oro- al Gobierno colonial para ser guardada

Es en su patria adoptiva, donde Gundlach realiza sus mayores aportes a la zoología. Autor de Ornitología cubana, primer gran trabajo sobre las aves de Cuba, su nombre se refleja en más de sesenta especies. (cubadebate.cu)

en el Instituto, con la condición de que no debía dividirse y que no aban-donara nunca Cuba.

El dinero recaudado fue a parar a manos de la señora Cárdenas de Diago en gratitud a su hospitalidad. “Esto no me pertenece a mí, es suyo. Yo he vivido con ustedes conociendo muy bien que usted empleará esto con los mismos fines y generosidad que ha dispensado a este humilde servidor de la ciencia”.

Catalogada como “el más completo museo zoológico cubano”, la colec-ción del destacado zoólogo abarcaba en 1890, entre otras, 236 especies de aves con 516 ejemplares (en su mayor parte de ambos sexos), 22 especies de mamíferos representados en 37 ejem-plares, 42 especies de reptiles con 70 individuos, mil 200 ejemplares de moluscos y tres mil 802 de insectos.

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En concha nacarada“Miles de pequeñas puertas subma-

rinas se abrieron a mi conocimiento desde aquel día en que don Carlos de la Torre, ilustre malacólogo de Cuba, me regaló los mejores ejemplares de su colección”, refiere Pablo Neruda en su obra Confieso que he vivido, editada póstumamente.

Esta revelación del poeta chileno, refleja la bondad y desprendimiento material que acompañó a Carlos de la Torre y Huerta toda su vida.

Licenciado en Ciencias Naturales por la Universidad de La Habana en 1881, resulta ganador de un premio extraor-dinario para cursar en la Universidad Central de Madrid, con matrícula gra-tuita, las asignaturas complementa-rias para obtener el grado de doctor, el cual alcanza en 1883 al defender la tesis “Distribución geográfica de los moluscos terrestres de la Isla de Cuba en sus relaciones con las tierras vecinas”.

Discípulo más querido de Felipe Poey, el doctor de la Torre fue un malacólogo y zoólogo excepcional. Al ingresar el 12 de mayo de 1889 a la Real Academia de Ciencias de La Habana, el sabio naturalista expresó: “El doctor de la Torre se ha labrado a sí mismo una corona en la que el coro de los Naturalistas escribirá su nombre”.

En 1890 la RSPAP le encarga ir de expedición a Puerto Rico, Santo Do-mingo y a la región oriental de Cuba en busca de piezas antropológicas y arqueológicas. Es en Maisí donde es-tudia la enfermedad de los cocoteros que asolaba el territorio y supone que la causa era un insecto de la familia Cóccidos (cochinillas o guaguas).

De vuelta al camino, en 1892 recorre la parte central de la Isla, en la zona comprendida desde Cruces hasta En-crucijada, a través de los territorios de Cienfuegos, Santa Clara y Sagua la Grande. Esto le permitió posteriormen-te, efectuar valiosas consideraciones encaminadas a determinar la edad geológica de Cuba, y obtener desde

el punto de vista pa-leontológico valiosos hallazgos, como otros restos fósiles del Mega-locnus rodens, mayor mamífero antillano, descubierto en los baños de Ciego Montero, en Cienfuegos y de Ammonites, en los baños de la Bija, en Pinar del Río, que evidenciaba la existencia del Jurásico en Cuba.

Su amplia obra abarca trabajos de geología, paleontología, zoología, arqueología e historia; y es consi-derado uno de los fundadores de la ciencia pedagógica cubana, junto a

figuras como Aguayo, Heredia, Vidal Morales

y Borrero Echeverría, entre otros.Sin embargo, su mayor

aporte lo realizó en el conocimiento de la fauna fósil cubana y especial-mente en el campo de la malacología, donde llegó a alcanzar un notable conocimiento, así como reunir una valiosa colección de moluscos.

El poeta chileno Pablo Neruda, al re-cordar las veladas compartidas con el doctor de la Torre y otros intelectuales de la época, escribiría: “Si pudiéramos imaginarlo, eternamente vivo, en su ciencia inmortal, yo lo vería dentro de una esplendorosa concha de ná-car marino, como un gran ‘ermitaño’, llevando sobre su ancha frente lumi-nosa, el abanico radiante de aquellas palmeras plateadas que anunciaran para mí, en mi infancia, el encanto, el aroma y la generosa sabiduría de La Habana”.

Aunque fue un excepcional malacólogo, Carlos de la Torre posee el mérito de haber identificado los restos fósiles del Megalocnus rodens, mayor mamífero antillano, encontrado en los baños de Ciego Montero. (lajiribilla.cu)

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Por Lisandro Otero (Fragmentos de un texto

publicado en Bohemia, el 20 de junio de 1948)

“Cuéntase, y es cierto, que en oca-sión de visitar Don Carlos de la Torre y Huerta el British Museum of Zoology, acompañado de un hijo de Marta Abreu –de quien era su preceptor–, y con mo-tivo de celebrarse el jubileo de la Reina Victoria, en Londres, encontró algunos errores en varias clasificaciones. Comentó el hecho con su joven discípulo, en alta voz. Uno de los guardianes del Museo, al oír aquellas palabras, que en princi-pio le parecieron un atrevimiento, se lo comentó al director de la institución. El doctor Edward Smith, que así se lla-maba el eminente científico que dirigía aquel famoso establecimiento, acudió presuroso para conocer, personalmente, al hombre capaz de reprobar una obra realizada por los más renombrados ex-pertos de la época. Discutió con Don Carlos, se realizaron pruebas; al cabo triunfó la tesis del científico cubano y se produjo la revisión de las especies mal clasificadas.

“Desde ese instante, nuestro compa-triota se convirtió en un visitante invi-

tado del Museo. Se le permitía estudiar los tipos de las colecciones de Orbiny, Morelet, Pfeiffer y otros grandes na-turalistas. Resuelve dudas y soluciona problemas, especialmente los que se relacionan con las especies cubanas.

“Lógicamente se transforma en amigo del profesor doctor Smith, pero este llega pronto a convertirse en su admira-dor. Cita a los especialistas más notables de Londres, entre otros a los maestros Bendall y Ponsomby, para que conozcan al ilustre antillano y se produce, enton-ces, uno de los hechos más salientes de la vida joven del naturalista cubano. A instancias del director del museo Británi-co, Don Carlos clasifica al tacto, con los ojos vendados, las especies de moluscos cubanos, escogidas por la concurrencia. Bendall, la más venerable figura científica del momento, se asombra ante aquella hazaña y en señal de admiración le da un beso en la frente, mientras exclama: “solamente ha realizado algo semejante el sabio Lamark, cuando se quedó ciego, y con especies mayores…”

Los caracoles de Don Carlos

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20 Marzo-Abril 2011

“No digáis que agotado su tesoro…”

Amante de la investigación, Álvaro Reynoso vio escurrirse la fortuna que había heredado de su familia en ese empeño. Tal fue, que fallece en La Ha-bana, con escasos 59 años, rodeado de la mayor pobreza.

Graduado de Química en la Univer-sidad de París, por sus aportes a la agronomía es considerado padre de la agricultura científica cubana. De igual forma se destaca como tecnólogo industrial.

Aunque realiza investigaciones quí-micas de carácter fundamental, como la dedicada al éter, que sirvió de tema definitivo para su tesis doctoral en ciencias, y en química fisiológica hu-mana, al estudiar la Diabetes mellitus, algo novedoso para la época, es en el campo de la agricultura donde hace su mayor aporte.

Obtiene sus principales éxitos cientí-ficos en Cuba, al sustituir en 1859 a su maestro José Luis Casaseca (químico español), en la dirección del Institu-to de Investigaciones Químicas de La Habana.

A partir del modelo existente en Alemania desde 1851, convierte esa institución en una de las primeras

estaciones agronómicas del mun-do. Para conseguirlo dispuso de un

laboratorio de química traído desde Francia, y del campo

de experimentación que le facilitara el Conde de Fernandina en una de sus haciendas cafetaleras de Pinar del Río.

En 1862, un año después de participar

en la fundación de la Real Academia de Ciencias,

Reynoso publicaba su “Ensa-yo sobre el cultivo de la caña de

azúcar”, donde concebía un siste-ma integral de medidas agrotécnicas, para garantizar el cultivo intensivo de la caña de azúcar, basado en in-vestigaciones sobre las condiciones físicas y químicas de los suelos y de la propia planta, en la selección de nuevas variedades, en el empleo de fertilizantes y en la irrigación.

Este sistema, que pretendía reducir las áreas de cultivo de la caña a los efectos de propiciar la diversificación agrícola y la eliminación gradual de la esclavitud, tuvo poca acogida en Cuba. Sin embargo, el “Ensayo...”, de Reynoso, fue rápidamente traducido al francés, al holandés y el portugués,

y satisfactoriamente aplicado en Java (entonces colonia de Holanda, hoy par-te de la República de Indonesia).

Una nueva tecnología industrial azucarera, que lo convierte, quizá, en el más importante de los inventores cubanos, fue desarrollada por Álvaro Reynoso: la obtención del azúcar en frío mediante la congelación del jugo de caña.

Este descubrimiento, sustentado a nivel de laboratorio, recibió el apoyo de un grupo de hacendados para reproducirlo en Francia a escala industrial. El invento al parecer fra-casó, por lo que Reynoso, apenado también por la disolución definitiva del Instituto en 1869, permanece 19 años en París.

Allí realiza diversos estudios de aplicación: “sobre la conservación de las carnes con aire comprimido, las preparaciones farmacéuticas de elíxir y licores, y relacionados con la con-fección de una novedosa máquina para extraer jugo de la caña”.

Poco después de su regreso a Cuba en 1883, sin apoyo gubernamental alguno para establecer su anhelada estación agronómica, improvisa en el traspa-tio de su casa en el Cerro un campo de experimentación, donde pasa los últimos años de su vida investigando sobre diversos cultivos: la caña de azúcar, café, cacao, algodón, tabaco, entre otros.

Álvaro Reynoso concibió un sistema integral de medidas agrotécnicas para la caña de azúcar que pretendía, entre otras cosas, la eliminación gradual de la esclavitud. (Cortesía de Luis E. Ramos Guadalupe)

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BIBLIOGRAFÍA–García Blanco, Rolando. Cien

figuras de la ciencia en Cuba. Editorial Científico-Técnica, 2002

–Ramos Guadalupe, Luis Enrique. El primer aviso de ciclón tropical. Publicado en www.habanaradio.cu, 2005.

–González López, Rosa María. Carlos de la Torre y Pablo Neruda: pasión por la malacología. Publicado en www.opushabana.cu, 2009.

“Así en la tierra como en el cielo”“…De estatura normal, algo incli-

nado por el peso de los años, de bue-na osamenta, pero flaco y consumido por el trabajo y la enfermedad; de rostro enjuto y curtido, frente des-pejada, ojos vivos y nariz aguileña. Tenía genio fuerte, aunque domina-do por la virtud, trato franco y nada dulzón, conversación sustanciosa sin pretensiones de verbosidad…”. Así, describe el padre Mariano Gutié-rrez-Lanza S.J., quien también fuera director del Observatorio de Belén, al padre Benito Viñes en las postri-merías de su vida.

Considerado como el fundador de la ciclonología tropical (aplicable en todas las zonas del planeta donde se producen tormentas giratorias tropicales), Benito Viñes nació en Poboleda, en la provincia catalana de Tarragona, España, el 19 de no-viembre de 1837.

En marzo de 1870 viaja a Cuba e inmediatamente se hace cargo del Observatorio del Colegio de Belén. Reiniciar las observaciones meteo-rológicas, garantizar el cálculo, la elaboración y la publicación de los datos climatológicos estadísticos, así como realizar indagaciones sistemáti-

cas sobre la meteorología tropical y el estado del tiempo en La Habana, fueron algunas de las tareas que llevó a cabo.

Cuentan que siete meses después de su arribo a la Isla, el famoso Hu-racán de Matanzas había atravesado el territorio occidental ocasionando alrededor de 700 muertos. Quizá impresionado por la magnitud de la catástrofe, se propusiese profundizar en el examen de aquellos fenómenos con el fin de prevenir sus efectos en el futuro.

El 12 de septiembre de 1875, dos años después de haber sido elegido Socio de mérito de la Real Academia de La Habana, al despuntar el día, los lectores habaneros descubrían en los diarios un comunicado dirigido a alertar a la ciudad sobre la proximi-dad de un huracán que debía cruzar por sus inmediaciones en las horas siguientes. Se trataba de una sencilla nota escrita por Benito Viñes. Era el primer aviso de ciclón en la historia de la meteorología tropical y el pri-mer ejercicio dirigido a pronosticar la trayectoria de un organismo de ese tipo.

Un año después la memoria popular se encargaría de inmortalizar a este hombre. Un ciclón que había pene-trado por la parte oriental del país,

amenazaba con atra-vesar el Estrecho de la Florida. Viñes alertó a las autoridades que no de-bían permitir la salida de los buques del puerto. Entre las embarcaciones se encontraba el vapor norteameri-cano Liberty, cuyo capitán decidió de forma irresponsable hacerse a la mar, sin los pasajeros, pues la contingen-cia “había sido pronosticada por el padre Viñes”. Aquel acontecimiento terminó en un naufragio frente a las costas de la Florida, con la pérdida del buque.

El suceso, mezcla de realidad y le-yenda, se nutriría de tantos ejemplos que en La Voz de Cuba del 17 de junio de 1887, un periodista escribiría que: “El padre Viñes era de una exactitud desesperante”.

El padre Benito Viñes, fundador de la ciencia ciclónica tropical, fue quien dio lo que se considera el primer aviso de ciclón en la historia de la meteorología tropical. (ecured.cu)

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El arca de la

ciencia

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Por Dania Ramos Martín Fotos: Joaquín Hernández Mena y cortesía de Pedro M. Pruna y Rolando García Blanco.Ilustración: Hanna Chomenko

El espíritu ecuménico de aquellos “adelantados” permitió sacudir la ignorancia de siglos y dio a esta tierra y sus habitantes el privilegio de la voz. La Real Academia

de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana devino importante institución social y política en la Cuba

decimonónica, impronta que las primeras décadas del XX desdibujó. Juventud Técnica ofrece un recuento de algunos de los debates más significativos de la época

“No más crianderas, no más indiges-tiones, sana y segura lactancia para

los niños”, así proclamaba el Diario de la Marina, en agosto de 1871, las bondades de unos polvos preparados por Ramón María de Hita, farmacéutico y miembro fundador de la Academia. “El gran descubrimiento -aseguraba el periódico- consiste en haber encontra-do una sustancia que cambia la leche de vaca en leche de mujer”.

La noticia del remedio circuló tam-bién en sueltos distribuidos a do-micilio. Preocupado por el posible incremento de la mortalidad entre los niños, ya en aumento por la sustitución de la leche materna por otra artificial, Ambrosio González del Valle, higienista, criticó la actitud del farmacéutico, al haber anun-ciado su invención “sin la sanción académica”.

LOS DEBATES

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24 Marzo-Abril 2011

“Debajo de esa gran montaña que se ha levantado solo hay una cosa muy natural y sencilla”, dijo Hita ante la audiencia, y aseguró poder probar la efectividad de los polvos.

A pesar de que el preparado no contenía sustancias nocivas (luego se comprobó que estaba integrado, en esencia, por lactosa y bicarbonato de sodio), el revuelo entre los sillones del recinto pronto se tornó disputa acalorada sobre el cometido de la ins-titución y la observancia de precep-tos científicos. “Es un deber de esta corporación –había dicho unos meses antes el secretario Antonio Mestre- protestar cada vez que la ocasión se ofrece, contra ese inmenso arsenal de panaceas que forman el más triste espectáculo a nuestro rededor”.

Cuestión de honorLa Academia decidió expulsar a los

implicados, por vulnerar “la verdad científica, a la vez que la dignidad profesional”. Pero Hita apeló a las autoridades y, tratando de recuperar su “decoro”, acusó a la Academia de querer “desprestigiar a un auxiliar po-deroso del aumento de la población, en que tan interesado puede hallarse el Gobierno como el particular”. Aña-día en su queja que la institución se plegaba a lo que decían “los Anales de la Academia de Medicina de Pa-rís”, donde varios químicos france-ses habían fracasado con el mismo propósito.

En medio de una Habana tomada por el Cuerpo de Voluntarios que prac-ticaban secuestros y detenciones para aplacar los ánimos irreverentes, atiza-dos por el comienzo de la guerra, la acusación tenía serias implicaciones políticas.

Ramón María Araíztegui, secreta-rio del Gobierno Superior Civil, tomó cartas en el asunto, aludiendo que la institución estaba “bajo la inmediata dependencia del gobierno”. Anuló las decisiones de su junta directiva, y orde-nó una revisión de los estatutos.

El litigio se extendió por más de un año, período en que la Academia se vio intervenida por una comisión en-cargada de hacer cumplir la resolución gubernamental. Solo con la destitución del capitán general de la Isla, conde de Valmaseda –acusado de apoyar horro-res políticos como el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina– las tensiones comenzaron a ceder.

A Antonio Mestre, entonces secreta-rio de la Academia, cabe el mérito de mantener la corporación “impasible ante el torrente desbordado de las hu-

manas pasiones y los rudos golpes de la ingratitud”.

“En aquellos momentos angustiosos –dijo Enrique José Varona–, creyó su deber supremo sostener, mantener en calma, salvar la Academia, en la cual miraba una especie de arca sagrada, en la que había que sacar a flote a la ciencia”.

Insana HabanaCada mañana del XIX la gente de la

Villa de San Cristóbal de La Habana se batía con arroyuelos infestos en medio de las calles, convivía con

Tomás Romay vacuna a sus hijos. Óleo que se encuentra en el Museo Carlos J. Finlay. Considerado el iniciador del movimiento científico en Cuba, fue el primer higienista cubano, e introdujo el procedimiento de vacunación contra la viruela, impulsado luego por la Academia.

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vertederos de basura o salía a mon-tear el agua potable.

Crónicas de la época hablan del uso de perfumes como armas para com-batir el hacinamiento. La desidia po-lítica del gobierno español hizo de la ciudad intramuros, como del resto de la Isla, un lugar esencialmente insalubre, con altas tasas de morta-lidad, provocadas por los azotes de epidemias.

Pululaban los establos de caballos y por las magras callejuelas pasaban vendedores de leche con sus vacas; existía un enorme basurero cerca del Ferrocarril del Oeste y el puerto reci-bía los residuos del matadero, junto a las deyecciones de una ciudad que sobrepasaba los 200 mil habitantes.

Muchas fueron las propuestas de saneamiento de la urbe, gestadas en el seno de la Academia. Manuel A. Montejo propuso la creación de un sistema de canales que permitiría aprovechar los residuos en el abono de tierras. El ingeniero calculó que los excrementos podrían favorecer la producción de 21 mil 300 toneladas de carne y 49 mil 200 de maíz.

El doctor José Argumosa, por su parte, ideó la excavación de un gran canal de desagüe, que conduciría los restos al oeste de la bahía, para evitar que se siguiera convirtiendo

Teorías contagionistas, que proponían la propagación directa de la fiebre amarilla de persona a persona, dieron lugar a artilugios diversos para detener la ola de enfermos. Este cepillo con púas fue utilizado en Montgomery, Alabama, Estados Unidos, a fines del XIX para perforar las cartas antes de fumigarlas. Hoy se expone en el Museo Postal Nacional de ese país.

en “la cloaca de la ciudad”. Pero Francisco de Albear, ingeniero mili-tar, que estaba inmerso en un nuevo proyecto de acueducto, demostró que las corrientes existentes en esa área no permitirían la circulación de las aguas hacia el mar. Presentó entonces al ayuntamiento un programa de al-cantarillado que nunca se realizó.

La higiene pública provocó inter-venciones con evidente tono políti-co, sobre todo de figuras apegadas al autonomismo, como Diego Tamayo, quien afirmaba en sesión solemne: “Nos matan las enfermedades por imprevisión de raza, por los defec-tos de una educación más literaria que científica, más imaginativa que práctica y no por la falta de concepto absoluto de la posesión de la tierra que habitamos”.

El “preservativo” de la viruela A pesar de la vacunación iniciada

por el médico Tomás Romay en 1804, la viruela siguió siendo durante el si-glo XIX una epidemia con continuos regresos.

La Academia sirvió como centro asistencial para la administración del preparado profiláctico. En 1869 se da a conocer la petición de Vicente Her-nández, director de vacunación en la capital, para que se le cediera un día a la semana el salón de

sesiones, con el fin de administrar el “preservativo de la viruela”. Con los años, la institución extendió la vacunación antivariólica a un nuevo centro, inaugurado por la Sociedad Económica Amigos del País, y pro-puso al gobierno que se convirtiera en obligatoria.

Durante 30 años se extendieron las disputas sobre los inconvenientes o beneficios de la vacunación “brazo a brazo” (practicada en Cuba desde 1804) o mediante la inoculación del suero vaccinal de ternero.

Existían en el seno de la Acade-mia dudas sobre la efectividad de la “vacunación animal”, a pesar de la evidencia proporcionada por investigaciones que negaban las di-ferencias entre una y otra variante. A ello se unía una razón social de peso, apegada a la tradición ética iniciada por Romay. El propio pre-sidente de la corporación, Nicolás José Gutiérrez, se negó a convertir la vacuna en producto comercial. Así, se impuso entre los médicos miembros la manera usual de ad-ministración.

El brote ocurrido entre 1887 y 1888 ocasionó un elevado número de muertes. José Miguel Franca Ma-zorra propuso medidas profilácticas, porque, según observaba, “nuestras costumbres públicas, la falta de

predominio de ideas científicas, nuestra organización social y otras causas que saltan a la vista constituyen la primera fuente del mal”.Para 1893 habían disminui-

do los índices de mortalidad. La Academia, si bien no logró

llegar siquiera a la mayoría de la población -acostumbrada a acudir a los ya escasos centros solo cuando brotaba la epidemia- tuvo el mérito de contribuir notablemente a di-vulgar los valores científicos del procedimiento, y promover una cultura de la higiene entre los moradores de la otrora Villa.

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26 Marzo-Abril 2011

La bestia amarillaCuentan que hizo estragos

en la expedición organiza-da por el corsario Francis Drake, y que dio origen a las leyendas de un buque fantasma que, no pudiendo atracar en ningún puerto, vio morir a toda su tripu-lación. Los historiadores debaten si existía en las Américas antes del arribo de la ola de conquistadores y esclavos africanos.

La fiebre amarilla llegaba, y en pocos días se preci-pitaban los síntomas de gravedad en los enfermos: vómitos de sangre negra, amarillez facial y delirios. Cada año cobraba un alto número de víctimas morta-les, sobre todo entre inmi-grantes. En 1649 –cuando se manifestó por primera vez de manera extensa en la Isla– murieron en La Habana varios tenientes gobernado-res, y fue la causa del 78,8 por ciento de los decesos ocurridos ese año. Se afirma que el brote perduró en la Villa hasta 1655.

Para la segunda mitad del siglo XIX ya se cono-cían algunos síntomas,

por lo que, apenas echó a andar la Academia, fue de los temas más debatidos. Nicolás José Gutiérrez ha-bía precisado los signos de inflamación de las encías y la formación de una orla de un rojo más fuerte en torno a los alveolos denta-les. Félix Giralt aportó los rasgos de la albuminuria (proceso patológico ma-nifestado por la presencia de albúmina en la orina). Se sabía con certeza que provocaba íctero generali-zado y se había estudiado el curso de las fiebres.

Nadie conocía remedios efectivos, que no fueran recluirse en regiones altas. Los científicos de la época se empeñaban en conocer la causa de la enfermedad. Existían, en esencia, tres explicaciones a la etiología de la afección.

Surgía, decían algunos, cuando ciertas condiciones atmosféricas actuaban so-bre individuos con una de-terminada constitución o propensión. Otros apoyaban la teoría de los “miasmas”, suerte de fluidos morbosos específicos y locales, surgi-

dos de la descomposición de animales o plantas. Una ter-cera hipótesis –descartada por médicos de las Antillas y los Estados Unidos– defen-día el contagio de persona a persona, mediante el in-tercambio de secreciones y excrementos, los “fómites”, transportados en ropas u otros objetos pertenecien-tes a un enfermo.

Así, quedaron perfilados dos grupos dentro de los académicos: los que defen-dían un factor específico, causante de la enfermedad (tendencia miasmática), y los que la atribuían al me-dio natural. Andrés Poey y Carlos J. Finlay –este último antes de su ingreso a la Aca-demia– estuvieron entre los principales partidarios de la segunda teoría.

Finlay afirmaba en 1865 que el calor, la humedad, la elec-tricidad y la falta de ventila-ción, factores que influían en el incremento o disminución del contenido amoniacal de la atmósfera, provocaban el surgimiento de la fiebre. Con el tiempo, y en consonancia con estudios realizados en zonas más templadas, que

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sufrían también los embates de la epidemia, ajustaría su criterio a que esta condición ambiental era más un factor determinante de la higiene en la ciudad, que la causa específica del mal.

Las investigaciones de S. Oakley Vanderpoel sobre la epidemia de Nueva York en 1872, sugerían que la en-fermedad “no se comunica de persona a persona, pero de un punto a otro la puede llevar un barco, un carga-mento o cualquiera sustan-cia que pueda transportar el germen”.

Finlay, por su parte, dejó de defender la idea de la alcali-nidad como desencadenante del padecimiento. Sabía, en cambio, que cualquiera fue-ra la causa, se encontraba en el aire.

La academia nucleó tam-bién los debates en torno a la índole de la enfermedad. Vicente Antonio de Castro, cirujano eminente, dife-renciaba la afección por la licuación de la sangre, para lo cual proponía tratar a los pacientes con “preparacio-nes furriginosas”. Ramón Zambrana, secretario de la

corporación, disentía, y su-gería un tratamiento “anti-flogístico” ante los signos de ataxia o adinamia; o los tónicos reconstituyentes para los “fenómenos bilio-sos y hemorrágicos”. Henri Dumont, médico francés residente en La Habana, afirmaba que los enfermos sufrían indefectiblemente de una “degeneración gra-sienta del hígado”.

Durante los largos años de experimentación y búsqueda del origen y la cura de la afección, la Academia de-bió lidiar con remedios tan caprichosos como innovado-res. Surgieron por entonces el “rocío” inoculable, las inyecciones fenicadas, el bálsamo Tonani-ya-capan, el “depurativo vegetal” o las atmósferas artificiales.

Algunos propusieron proyectos descabellados para sanear el país. Juan Carbonell y Martí quería “cegar o desaguar todas las ciénagas o terrenos mencionados, incluso los manglares y ventilar toda la isla (…) costando toda esa obra 221 millones de pesos”.

Isla malditaNueva Orléans y el Valle del

Mississippi fueron duramen-te golpeados por la epidemia en 1878. A despecho de los criterios científicos sobre la condición endémica de la enfermedad en esa zona geográfica, el gobierno de Estados Unidos estaba con-vencido de que la epidemia había llegado desde Cuba. Mandó entonces una comi-sión investigadora a indagar los orígenes del mal.

La comitiva estudió la sangre de cien pacientes, sin encontrar el “germen” de la fiebre. Los esfuerzos eran aupados por las noticias so-bre supuestos hallazgos del microorganismo causante del mal en Senegal, Pana-má y Brasil.

En tanto, Finlay, nombra-do por la corporación como uno de los cinco miembros numerarios acompañantes en las pesquisas, elabora-ba una teoría novedosa: la existencia de un agente in-dependiente, encargado de transmitir la enfermedad de persona a persona.

Había oído hablar en las sesiones de la Academia

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Finlay (extrema derecha) recibe en su casa a los integrantes de la cuarta comisión enviada a Cuba por el gobierno norteamericano, para probar la existencia de un germen causante del mal. El grupo estaba presidido por Walter Reed, e integrado por James Carroll, Arístides Agramonte (cubano residente en Estados Unidos) y Jesse Lazear.

sobre “la enfermedad de los cocote-ros”, causada, decía el autor de una investigación, por un microorganis-mo similar al hongo que provocaba la roya del trigo, cuyo ciclo vital transcurría en otra planta.

Probablemente el nuevo postu-lado haya surgido por analogía. El 18 de febrero de 1881, durante la Conferencia Sanitaria Internacional celebrada en Washington, Finlay ex-puso su último razonamiento: “Mi opinión personal es que tres con-diciones son, en efecto, necesarias para que la fiebre amarilla se propa-gue: 1ro. la existencia previa de un caso de fiebre amarilla, comprendido dentro de ciertos límites de tiempo con respecto al momento actual; 2do. la presencia de un sujeto apto para contraer la enfermedad; y 3ro. la pre-sencia de un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del enfermo, pero necesaria para transmitir la enferme-dad del individuo atacado de fiebre amarilla al hombre sano”.

Ese mismo año, en sesión acadé-mica en Cuba, describió la especie de mosquito, Culex, llamada hoy Aedes aegypti, agente transmisor de la fiebre amarilla, mediante la picadura de las hembras.

Otros médicos habían escrito sobre la posibilidad de que el insecto pro-pagara la enfermedad. Sin embargo, ninguno había sospechado que pu-diera pasarla de persona a persona, a la vez que suponían que el germen era tomado del medio natural in-orgánico. Por demás, nadie hasta el momento había establecido una clasificación taxonómica de ninguna especie transmisora.

Bailar en casa del trompoVeinticinco años de tenaz persis-

tencia dicen del talante científico de Finlay. Un constante debate con médicos, bacteriólogos y epidemió-logos de Cuba y el mundo, hicieron que la academia habanera ganara realce internacional. Entre 1873 y

1898 aportó más de 50 notas –del total de 137 publicadas en los Ana-les sobre el tema–, relativas a las pruebas experimentales sobre el modo de transmisión y la patogenia de la enfermedad.

Junto a Claudio Delgado se lanzó a encontrar el microorganismo causante de la dolencia. Pero el descubrimiento del Micrococcus tetragenus febris-fla-vae no pasaría de ser uno de los tantos hallazgos infructuosos, dada la natu-raleza viral de la fiebre, certeza que llegaría entrado el siglo XX.

En cambio, el resultado de las ino-culaciones ofreció evidencias para ex-cluir otras vías de transmisión ajenas al mosquito. De las 104 pruebas que realizó, 16 casos fueron positivos. Pa-reciera un número bajo, si se descono-ce que el científico cuidó celosamente de provocar solo cuadros moderados o benignos de la enfermedad, a fin de evitar la muerte de los voluntarios.

El 13 de noviembre de 1898 Finlay vuelve a exponer ante la Academia su teoría sobre la transmisión de la fiebre amarilla. Esta vez, las pruebas

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Mapa que muestra el recorrido de la Zanja Real, obra iniciada en 1544, único acueducto con que contó la ciudad durante 243 años.

ZANJA REAL

EL CHORRO

ZANJA REAL

brindadas por Ronald Ross y Giovanni Grassi, acerca de la transmisión del paludismo por mosquitos del género Anopheles, comenzaron a romper el viejo escepticismo de algunos miem-bros de la corporación.

Dos décadas transcurrieron desde la primera inoculación efectuada por el científico hasta que su teoría fuera sometida a una comprobación inde-pendiente. Jesse Lazear, integrante de la cuarta comisión estadouni-dense que estudiaba la presencia de fiebre amarilla entre las tropas de ocupación en 1900, dio las pruebas convincentes.

El médico utilizó huevos de mos-quitos facilitados por el investigador cubano a Walter Reed, jefe del gru-po, durante una visita a su casa. Hizo picar a una paciente con una forma aguda de la enfermedad y se inoculó el virus a sí mismo, a otro médico y a un soldado. La aventura científica le costaría la muerte.

Reed presentó los resultados en un congreso de salud en Estados Unidos. Allí afirmó que si bien los hallazgos se habían basado en la teoría de Fin-lay, este no había ofrecido pruebas experimentales suficientes, y que solo la variante aguda podía dar da-tos probatorios de su efectividad. La hábil maniobra obviaba así la larga experiencia del cubano en el diag-nóstico de formas moderadas de la enfermedad.

Con posterioridad, Reed realizó experimentos adicionales, pero es injustificadamente considerado por la historiografía médica estadounidense como el artífice de las investigaciones en torno al agente transmisor de la fiebre amarilla.

La enfermedad se erradicó en La Habana entre 1901 y 1905, merced a las medidas propuestas por Finlay, que comprendían la destrucción de los mosquitos en los depósitos de agua donde se criaban. Fue esa la

prueba concluyente para declarar al Aedes aegypti como único agente de transmisión.

Solo en 1929 se demostró que la enfermedad era provocada por un virus. El insigne epidemiólogo cu-bano fue propuesto infructuosamente para el Premio Nobel en cuatro oca-siones por distinguidos científicos europeos. La leyenda fabricada en torno a Walter Reed impidió que se le concediera.

Las arterias de La Habana“Descubierta y de bajas orillas, reci-

be no solo los arrastres de las lluvias, sino también la avenida de arroyos inmundos y cenagosos que encuentra en su curso de cerca de tres leguas provinciales hasta llegar a los foso de la Plaza”, así describía Francisco de Albear la red de abastecimiento de agua construida en 1592, ampliada luego con el acueducto de Fernando VII, pero que presentaba a mediados del siglo XIX evidentes manquedades

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Los tanques de Palatino podían almacenar el agua necesaria para el consumo de un día de toda la ciudad, sin interrupción del servicio. Albear calculó la capacidad mínima de los tanques: 50 L per cápita por cinco días para 250 mil habitantes.

ante el crecimiento constante de la población.

“Es y ha sido siempre la Zanja Real un pésimo medio de conduc-ción de aguas potables: las suyas son generalmente impuras, sucias, repugnantes y mal sanas”, relata-ba en la memoria que presentó en 1855 al gobernador Gutiérrez de la Concha, como motivación para cons-truir un acueducto alimentado con los manantiales de la zona de Vento, y que abastecería de agua potable a la ciudad solo con el uso de la gravedad.

El canal de Isabel II, primer nom-bre que recibiera el proyecto, co-menzó a levantarse el 25 de octubre de ese año, y en las siguientes tres décadas sorteó numerosos incon-venientes, dada la magnitud de la red, considerada una de las obras más importantes de la ingeniería universal.

La falta reiterada de financiamien-to, el surgimiento de epidemias y la Guerra de los Diez Años pusieron piedras en su camino, más pesadas y poderosas que las que habrían de formar los formidables túneles que enervan la ciudad por debajo de su trazado urbanístico.

Junto a los avatares cotidianos, al interior de la Academia el proyecto se vio cuestionado en reiteradas oca-siones, a pesar de las conclusiones de Finlay sobre la propagación del cólera desde el Almendares y me-diante un canal de la Zanja Real. El científico sugería “el uso de aguas más puras”.

El principal opositor fue Ambrosio González del Valle, reconocido higie-nista y promotor de eficaces medidas de saneamiento. Para el académico, el nuevo canal no pasaba de ser una utopía, y proponía hacer mayor uso de los aljibes y pozos. El acueducto

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BIBLIOGRAFÍA–García Blanco, Rolando y otros:

Una obra maestra: el Acueducto Albear de La Habana. Editorial Científico-Técnica, La Habana, 2002.

–Pruna Goodgall, Pedro M.: Ciencia y científicos en Cuba colonial. Editorial Academia, La Habana, 2001.

La magna estructura es considerada una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana. Posee una entrega de 144 mil metros cúbicos por día. Abastece en la actualidad alrededor del 14 por ciento de la ciudad. Imagen de la taza de Vento.

de Fernando VII, afirmaba, podía mejorar sus filtros, con lo cual las aguas correrían más limpias. A él se oponían otros tres socios de la corporación que consideraban los aljibes verdaderos anacronismos.

En septiembre de 1873 Albear protestaba por el nombramiento de González del Valle como miembro de un grupo que examinaría nue-vamente, luego de varios años de silencio, las aguas de la Zanja Real. El higienista era contrario al cobro de impuestos sobre el alquiler “por ser inoportuno y un ataque a la propiedad en épocas como la que atravesamos de considerables sa-crificios”. El dictamen concluía al año siguiente que dichas aguas eran potables por contener menos de 16 mg de materia orgánica por litro.

Así quedaba resuelto un asunto más político que económico, y la Acade-mia, temiendo otra crisis como la que la colocó al borde de la desintegra-ción, decidió cerrar el debate.

Albear se agenció los recursos ne-cesarios para continuar su obra, y en 1878 logró conectar el canal con la toma del acueducto de Fernando VII, con lo cual la población comenzó a recibir agua potable. Ese mismo año el proyecto del ingeniero militar era premiado con la medalla de oro en la Exposición Universal de París.

Solo después de la muerte del pro-yectista, acaecida en 1887, la red asumió el nombre de su creador. Que-dó bajo su discípulo Joaquín Ruiz y Ruiz la responsabilidad de culminar la faena. Al fin, el 23 de enero de 1893, se estrenaba el acueducto.

Ante el portento de la obra, no se puede menos que reconocer el derro-che de talento que requirió el cálculo del más mínimo detalle. El genio de su creador es honrado calladamente hasta hoy por millares de habaneros que aún reciben sus beneficios.

Nota: Para más información puede consultarse el sitio http://resultados.redciencia.cu/historia/historia.php

Agradecemos la paciente colaboración del Dr. Pedro Marino Pruna Goodgall.

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Mensajes antes del alba

Por Noel Pérez García Ilustraciones: Yury Díaz

Caballero

MENCIÓN2009

(…)Agosto, 2109.Días después del Evento: 90Hoy comencé el recorrido por la parte Este de la ciudad; parece la más

pequeña de todas. La vista alcanza para cubrir de un extremo a otro la costa. Me hago acompañar como siempre de J. Verne, aunque sospecho que ya su olfato no es el de antes y tantas expediciones le están cobrando la cuenta de sus años. Pero al menos sirve de compañía; no es saludable desandar solo por estos desolados paisajes. En principio no parece haber mucho que explorar. Una sucesión monótona de pavimento y escombros. Tres edificios aún en pie con huellas de desgaste en sus paredes. Sin ventanales, solo los huecos de lo que fueron ventanas de las habitaciones, mirando ciegos hacia los cuatro horizontes. A unos doscientos metros de estos, sobresalen en la superficie las ruinas de otros dos pisos de lo que otrora fuera una edificación. No hay señales de vida ajenas a J. Verne y a mí. Se sienten ruidos metálicos esporádicos, pero no logro fijar procedencia o causa. La naturaleza se ensañó aquí.

***El andar se hace difícil. Por un lado, este sol agotador que no da tregua; por

otro, las calles llenas de escombros, que ocultan tras cada esquina el abismo de alcantarillas, con sus bocas abiertas al cielo, hambrientas, esperando ver qué cae en su fauces húmedas de mar. Mucho empeño hay que poner para no convertirnos en el almuerzo.

***Por ahora no se puede hacer más. Ya regresaremos mejor preparados. Hasta

J. Verne se siente en sus huesos el cansancio y permanece acurrucado a la

CienciaFicción

Pongo estos seis versos en mi botella al mar Con el secreto designio de que algún día

Llegue a una playa casi desierta y un niño la encuentre y la destape y en lugar de versos extraiga piedritas y socorros y alertas y caracoles.

Mario Benedetti (Botella al mar)

32 Marzo-Abril 2011

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sombra de los despojos de un auto. Lo llamo y emprendemos el camino de regreso a casa.

Agosto, 2109.Días después del Evento: 93.Hace tres días permanecemos lejos

de La Cueva, ya se extraña. Improvisé un refugio para J. Verne y para mí en los bajos del más cercano de los edifi-cios vistos días atrás. Lo hice pensan-do en pasar una noche y ya vamos por dos lunas. Al menos tenemos techo, pues afuera continúa el diluvio que nos sorprendió apenas llegamos acá, luego de más de veinticuatro horas de camino. Mi fiel compañero se entre-tiene con el hueso desenterrado en la mañana. Parece que su olfato no está tan viejo después de todo. Lo llamo a mi lado y nos acurrucamos tratando de engañar al frío que se cuela por entre los resquicios dejados por las mesas colocadas como parapetos.

Recuento. Hasta ahora no hemos logrado mucho. La primera jornada de nuestra segunda llegada solo nos alcanzó para revisar el primero de los edificios. En otros tiempos debió pertenecer a alguna empresa dada la cantidad de locales clonados, cual si hubiesen sido recortados de la misma tira de papel, una infinita sucesión de paredes atravesadas por otra similar, confinando a unos pocos metros cua-drados de frío aluminio a estresados trabajadores que ya no están. Nada útil encontré en él, solo computado-res, muebles desvencijados, papeles borroneados. Nada útil. Al menos calaré el misterio de los ruidos, láminas de metal impulsadas por el viento, peren-ne e incomprensible código Morse que el inmueble lanza a sus congéneres. Nada útil. Después comenzó la lluvia, brusca y recia como si el cielo descar-gara todo su humor plomizo acumulado en años, en un solo vómito de agua. Apenas nos dio tiempo a refugiarnos en este sitio.

Segunda noche lejos de La Cueva.El día siguiente lo consumimos en

recorrer este edificio donde estamos, apenas tres pisos a los que accede-mos por unas derruidas escaleras de hormigón que amenazaban con venirse abajo a cada paso. En total doce apartamentos vacíos, cuatro por piso, ubicados simétricamente a cada lado del pasillo central. En dos de los apartamentos logramos hacernos de unas latas de conserva, lo que signi-fica un día menos de pesca. En otro, un colchón casi intacto nos mejoró la nocturnidad. J. Vene encontró su hue-so, ¡parecía un cachorro de alegre que estaba!, él lo merece. Por lo demás, nada, no hay indicios de vida a no ser las borrosas fotografías sin marco que ahora forman parte de mi catálogo de antiguos habitantes. Tercera noche lejos de La Cueva.

***Mañana exploraremos las otras cons-

trucciones, si no llueve. Hoy pasare-mos otra noche lejos de casa. Amenaza ser la más fría.

Agosto 2109.Días después del Evento: 94.

Mañana. J. Verne me despertó con sus aullidos. Desayuno frugal y parti-mos. Sigue inquieto pero no abandona el hueso. El piso sigue húmedo de los días de lluvia, pero no llueve. El sol intenta asomar entre las brumas.

El camino lo hacemos bordeando charcos que ahora se unen a los es-combros en esta batalla constante por derribarnos en cualquier hueco. En apenas veinte minutos llegamos al último de los edificios en firme. Solo es accesible hasta el tercer piso donde coinciden los destruidos techos de los pisos superiores, dejando como única cubierta un cuadrado de cielo azul grisáceo enmarcado en las sombras de las obstinadas paredes exteriores de la construcción. J. Verne se me pierde de vista pero lo encuentro inmedia-tamente bajando al primer piso, en una de las habitaciones de la derecha. Mueve nervioso la cola entre las patas traseras. Enseguida veo el motivo de su comportamiento. Restos humanos. Huesos roídos por quién sabe qué animales que ya no están. Nada más indica la presencia de vida, excepto por nosotros dos y ese cadáver que alguna vez fue vivo. Llamo a J. Verne a mi lado con insistencia y salimos del

34 Marzo-Abril 2011

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Los cuentos se presentarán firmados con seudónimo. En sobre aparte: nombre del autor, número de carné de identidad, dirección y teléfono o correo elec-trónico.

Extensión máxima: 3 cuartillas mecanografiadas o tecleadas en Word, en página A4, con letra Times New Roman a 12 puntos, e interlineado sencillo. Los trabajos, que deben pre-sentarse en original y dos copias, no se devolverán.

El incumplimiento de las bases descalifica la obra. Los ganadores de los premios no podrán presentarse a la siguiente convocatoria.

Dirija su texto a Casa Editora Abril, Prado 553 e/ Dragones y Tte. Rey, La Habana Vieja, Ciudad de La Habana. CP 10200.

PREMIOS:PRIMERO $ 500.00 CUPSEGUNDO $ 300.00 CUPTERCERO $ 200.00 CUPAdemás, publicación de la obra en JT y diploma.

BAsEs

2011local, un último vistazo alrededor y arriba. Mi compañero de viaje recupera de a poco la compostura y ya anda olfateando otra vez, como si lo vivido lo hubiera borrado para siempre de su mente. Le coloco alrededor del cuello la cadena que hasta ahora no he sen-tido necesidad de usar, no quiero que se separe de mi lado otra vez. A él no parece importarle. Mejor así.

Tarde. Tomamos un reposo algo lar-go. El sueño me venció y perdimos horas valiosas de camino. Empren-demos la marcha hacia el último de los sitios por explorar: los dos pisos emergentes. Ahora están rodeados por una mayor masa de agua que apenas deja sobre la superficie el piso superior y la mitad del inferior. No contaba con esto. Busco en los alrededores algo que nos pueda servir para acceder a ellos, no me confío en atravesar caminando el espacio que nos separa sin saber qué me espera bajo la extensión de agua. De entre unos escombros recupero unas tablas. La primera que tiro al agua se hun-de al instante. Dos intentos fallidos más. Camino otros metros tratando de rodear la construcción sin encontrar nada. Desisto. Mientras J. Verne ha seguido escarbando en los escom-bros. Lo llamo con palmadas en las piernas pero no se da por enterado. Silbo, levanta las orejas y sigue en lo suyo. Voy en su busca. Comienza a ladrar, primero brevemente, con timi-dez, luego son feroces ladridos y las patas delanteras queriendo deshacer el pavimento. Corro a su encuentro y lo jalo de la cadena lejos del lugar al que dirige sus gruñidos. Quedo estu-pefacto. ¡Allí estaba!, increíblemente sencilla, con la inocencia de lo recién descubierto. Parece que mi sobresalto asusta a J. Verne que mueve intran-quilo la cola y se sienta sobre sus cuartos traseros, observando cómo me dejo caer sobre mis rodillas al duro asfalto. Con las manos le abro

paso a la luz que se roba el ocaso, para que ilumine ese suspiro de verde pasto sobre el cual brotan dos tímidos retoños.

Agosto 2109Días después del Evento: 97La Cueva.Dos días y sus noches nos tomó

regresar a casa. Conmigo traje unos de los brotes en un frasco con tierra del lugar donde lo encontramos, allá quedó el otro, bien protegido por una mampara que le construí. En una es-quina de La Cueva duerme patas para arriba J. Verne. ¿Será consciente de su gran hallazgo? Por la tranquilidad con que duerme me gusta pensar que sí, y se vanagloria por eso.

***Afuera arrecia el viento, aunque en

esta parte de la ciudad no azota tanto el frío. Con los agonizantes destellos de mi única vela termino de escribir el último de los mensajes y lo coloco en su botella. La sello con cera. Llamo a J. Verne que se levanta de un salto y sale junto a mis pasos hacia el exte-rior. Rápidamente vencemos los pocos metros que nos separan de la Nueva Costa. Tomo impulso y lanzo la botella al mar. Me siento junto a J. Verne en el pavimento, con los pies sumergidos en el agua salada y el viento azotándome el rostro de ojos entrecerrados, que tratan de adivinar cómo se aleja el mensaje, siguiendo el rumbo marcado por el oleaje, tras las otras botellas que en su interior guardan copia fiel de sus palabras. Acaricio la cabeza de mi compañero y él, agradecido, me deja caer sobre las piernas un maltrecho hueso. A mis espaldas, las primeras luces del nuevo día se deslizan sobre la derruida ciudad.

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Cielos binarios

COMPUTACIÓN EN NUBE

Ya las empresas pueden deshacerse de recursos informáticos, “embolsicándose” así los gastos del capital

36 Marzo-Abril 2011

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Por Toni Pradas Ilustraciones: Internet

Bill Gates, aquel joven-zote que esculpió el

cosmos Microsoft, se lució, ciertamente, como visiona-rio de cada escalón tecno-lógico futuro. Sin embargo, no tuvo narices para olerse que Internet sería algún día el horcón del Mundobit; de hecho, su empresa llegó tarde a la domesticación de la red. Para Gates, el om-bligo informático seguiría siendo caprichosamente la PC, algo así como discutirle al mismísimo Colón que la Tierra era plana.

La realidad es que de ha-ber vida más allá, sin duda ocurre en la infovía. Cada

vez se realizan más proce-sos “arriba” (¿no les suenan las redes sociales?), con la descarada complicidad de ordenadores portátiles que se enanan sin cesar y te-léfonos móviles inteligen-tes que succionan grandes cantidades de información desde cualquier lugar.

De manera que, tendencia es, las cosas se mueven por el cielorraso de la red, y ya nadie duda que el futuro esté lapidado por ese con-cepto que contagiosamente llamamos cloud computing y que los hispanistas, ce-jijuntos, reprenden como computación en nube.

Vista pelo a pelo, la com-putación en nube es lo que hemos estado haciendo des-de que apareció la web 2.0. Pero, ojo, todavía nuestro escritorio tiene un protago-nismo descomunal, si bien los agoreros anuncian que 2011 será el año en que se impondrá el uso de la nueva república computacional.

Fábricas de informaciónDefinido de otro modo,

la cloud computing es la tendencia a basar las apli-caciones en servicios aloja-dos de forma externa, en la propia web. No extraña ver entonces que –como mismo Amazon o Salesforce llevan tiempo haciendo– Google y Microsoft estén preparando productos y sistemas opera-tivos que desde la compu-tadora, los datacenters o la misma nube, sean seguros, eficientes, eficaces y atrac-tivos, en definitiva, para las empresas.

Google Apps, por ejemplo, permite utilizar herramien-tas de ofimática desde el navegador web, sin instalar programas en la computado-ra; por igual Windows Azure, la plataforma de nube que mima Microsoft.

Mejor vista, la novedad es un modelo de negocio que utiliza muchos mode-los modernos basados en Internet. O si se prefiere, un medio de suministrar

MundoBIT

Así funciona la computación en nube.

Base de datos (Almacenamiento)

Nodo de control

ClienteRed computacional

servidores de aplicaciones

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recursos de tecnologías de información como servicios nube: aplicaciones, poten-cia de cómputo, capacidad de almacenamiento, redes, herramientas de programa-ción, comunicación y cola-boración, etc.

Precisamente el concepto de cómputo cloud empezó con proveedores de servicio de Internet de gran escala, tales como Google, Amazon y otros que construyeron su infraestructura. Sin embar-go, la ideología apareció en la década de 1960, cuando John McCarthy teorizó un eventual modelo de fuen-te computacional externa, pero el salto desde los orde-nadores de siete toneladas sobrevino con el mainfra-me (computadora central), equivalente a Los Beatles en la música de entonces, si de tecnologías se habla.

Cuarenta años después, la descentralización galopan-te –pasada por la irrupción de la PC, las “granjas de servidores” más pequeños, la salida de Internet del ámbito universitario y una suficiente infraestructura de banda ancha– comenzó a mirar la nube como nueva arquitectura. Este modelo fue inmortalizado por Geor-ge Gilder en su artículo “Las fábricas de información”, publicado en octubre 2006 en la revista Wired.

Para muchos, hoy la nube está madura; preparada técnica y jurídicamente para prestar servicios de la más alta calidad, a una ínfima parte del precio que un mainframe, y con una ex-periencia de usuario mucho más rica.

Aun así, tanta euforia quizás se explique mejor con un insoslayable as-pecto extratecnológico: la crisis económica será un motor para la adopción de la cloud computing en las empresas.

Nubes y nubarrones “Es una estupidez”, espe-

tó sin pelos en la lengua Richard Stallman, gurú del software libre, al periódico The Guardian en 2008. “Es peor que una estupidez.

Es campaña de mercado-tecnia”.

Por su parte, Larry Ellison, gerente general de Oracle, coincidió en que es solo bombo, algo pasajero. “Es una charla completamente incoherente y demente”, ha dicho.

Empero, ambos críticos tienen visiones diferen-tes sobre “cloudificar” (sí, así empiezan a llamarle, mientras se cabrean los lingüistas): Ellison está

vendiendo productos de cloud computing y hasta atiza diversión a su propio mercadeo. Stallman, en tanto, se opone a la nube por considerar que cierra con llave a los usuarios dentro del software de có-digo fuente propietario.

Y es que, como alertába-mos al comienzo, el mundo cloud es una plataforma de negocios y la principal ven-taja es su flexibilidad para que los usuarios consuman

Paradigma actual

Electrónica

Nuevo Paradigma

software +

Licencias

servidores

supervisión y mantenimiento

Instalación

INTERNET

Trabajador móvil

Empresa

Teletrabajador

Proveedor de servicios Cloud

Con el nuevo paradigma, Internet se convierte en el medio ambiente de nuevos modelos de negocios.

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lo que necesitan y paguen únicamente por aquello que consumen: si una aplicación será utilizada por 30 perso-nas, entonces se contratarán solo 30 licencias. A primera vista, un sistema eficiente y sostenible.

Sus obstáculos no pare-cen sencillos de brincar. La falta de conocimiento y de confianza sobre este modelo tecnológico, hacen que al-gunas empresas miren, en vez de nubes, nubarrones.

¿Cuán protegida está la información? ¿Dónde dia-blos está alojada? Sin duda, el usuario pierde gran parte del control que pasa a ma-nos del proveedor. Disponer de uno confiable y transpa-rente será el único ansiolí-tico capaz de hacer vibrar el nuevo paradigma.

¿Web 4.0?Así se desarrolla la com-

putación en nube:Encontramos en primer lu-

gar los niveles más básicos, como el “almacenamiento como servicio” (data Stora-ge as a Service o dSaaS) e “infraestructura como ser-vicio” (Infrastructure as a Ser-vice o IaaS). En este último se proporcionan re-cursos hardware de forma virtual.

Otro nivel, el de “pla-taforma como servicio” (Platform as a servi-ce o PaaS), consiste en paque-tes de sistema operativo y aplicaciones específicas, virtualizados en servido-res. Se trata de entornos en los cuales hacer fun-cionar determinadas apli-caciones.

Finalmente el nivel más cercano al usuario, el “soft-ware como servicio” (Soft-ware as a Service o SaaS), consiste en proporcionar aplicaciones a través de Internet. Puede consistir en servicios remotos utilizados por una aplicación local o programas de funciona-miento totalmente remoto en servidores a través de navegadores web o plata-formas. Para el funciona-miento de estos servicios es necesario un servidor de aplicaciones.

Según el especialista Mike Nelson, de la norteamerica-na Universidad de George-town, la cloud computing superará a Internet. Hasta a las aplicaciones en la nube se les llaman aplicaciones web. Incluso comienza a

designársele Web 4.0 (en tanto la 3.0 ya está mime-tizada con la web semán-tica), caracterizada por la ubicuidad de los datos.

Para otros, no es una in-vención tecnológica, sino la evolución natural de la red, que por fin parece ha-ber aprendido a utilizar esta interconexión y potencia de cálculo para ofrecer, desde su propio interior, los mis-mos servicios que antigua-mente se brindaban desde las estaciones de trabajo y que en la actualidad se ofrecen de servidores cor-porativos.

Y por qué no. Al fin y al cabo, Colón también estaba equivocado con respecto a la Tierra, que realmente es ovalada.

Servidores en la “nube”, en total virtualidad, permitirán que funcionen determinadas aplicaciones desde la “tierra”.

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Por Indira Rosell Brown

Redes libres de embotellamiento

Los hombres que padecen cáncer de próstata y realizan actividad física eventualmente tienen menos riesgos de morir por la enfermedad, según expertos de la Escuela de Salud Pública de Harvard y de la Universidad de California, en San Francisco.

La investigación se realizó con dos mil 705 hombres con este padecimiento en el Health Professionals Follow-Up Study durante 18 años. Los pacientes le dedicaron un tiempo medio a caminar, correr, andar en bicicleta, natación y otros deportes, y tareas al aire libre.

Se demostró que solo tres horas por semana de acti-vidad física es suficiente para reducir la mortalidad del carcinoma de próstata. Los participantes que hacían actividad vigorosa tenían una probabilidad del 61 por ciento menor de muerte en comparación con los que se ejercitaron menos de una hora por semana.

(Tendencias21)

nismo lo solucionaría sin importar dónde se halle el embotellamiento.

Para muchos científicos el nuevo algoritmo no es la solución definitiva al pro-blema de los “cuellos de botella”, por su alto cos-to en términos de la gran cantidad de información que necesita intercambiar. Censor-Hillel, uno de los artífices del sistema, con-sidera que lo esencial es obtener el ancho de banda práctico, pero por el mo-mento sigue investigando para hallar el algoritmo que mejor funcione en el caso ideal de ancho de banda ilimitado.

(Tendencias 21)

Un equipo de investiga-ción norteamericano e is-raelí creó una fórmula ma-temática que permite una distribución más rápida de la información a través de redes autoorganizadas que presentan puntos de es-trangulamiento.

Las redes de sensores baratos dispersos en entornos muy variables son propensas a formar “cuellos de botella”; es decir, puntos de escasa conectividad por los que deben pasar todos los datos transmitidos para llegar a la totalidad de la red.

El algoritmo está dise-ñado para trabajar en una red inalámbrica descentra-lizada en la que ningún dispositivo actúa como supervisor de toda la red en su conjunto. De esta manera, si desapareciese algún conector como su batería o quedase obs-truida la señal, este meca-

Internacionales

Ejercicios vs. muerte

Cuello vejiga

Próstata

UretraEsfinter

Vejiga

Foto: Radio Nacional dde Venezuela

Foto: educastur

40 Marzo-Abril 2011

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Paramecios que anotan gol

Investigadores de la Universidad de Stanford, Estados Unidos, han desarrollado unos videojuegos bauti-zados como “videojuegos bióticos”, en los que se combinan tecnología y biología.

Ingmar Riedel-Kruse, bioingenie-ro de la casa de altos estudios, ha creado los primeros añadiendo pa-ramecios, moléculas o células a la tecnología de los videojuegos.

En esta versión las acciones de los jugadores influyen sobre el compor-tamiento de microorganismos vivos a tiempo real, los cuales anotan go-les, hacen carreras y se comen bolas como en los videojuegos clásicos.

Un paso hacia la vida artificialUn equipo de investigadores de la

Universidad de Princeton, Estados Unidos, demostró que secuencias de ADN diseñadas en laboratorio y dis-tintas de cualquier otra encontrada en la naturaleza, pueden “rescatar” a algunas células, al producir pro-teínas que sostienen la vida de igual forma que en el medio ambiente.

Michael Hecht, profesor de quí-mica de esa universidad y sus colaboradores, utilizaron para el estudio 27 cepas de la bacteria Es-cherichia coli. Estas carecían de genes responsables de su supervi-vencia en ciertas condiciones, in-cluidas las de alimentación limita-da. Los investigadores introdujeron en las células más de un millón de secuencias de ADN sintético, cada una de ellas para la codificación de una proteína.

Carbohidratos

Colesterol

Proteina periférica

Transmembrana

Lípido

bicapa

Los investigadores aún no han podido establecer el proceso por el cual las células sobrevivieron. Hecht apuntó que experimentos destinados a elucidar dicho me-canismo podrían servir para acer-carnos más a la creación de vida

artificial, constituida por sistemas vivos generados con elementos no derivados de la naturaleza, sino diseñados y sintetizados en labo-ratorio.

(Tendencias 21)

Para ello se implican a pro-cesos biológicos y organis-mos unicelulares, como los paramecios, y se combinan con la biotecnología.

Riedel-Kruse aclara que los paramecios, al ser orga-nismos unicelulares, care-cen de cerebro y, por tanto, de la capacidad de sentir dolor. Aun así esta cuestión interesa a muchos de los jugadores, lo que sugiere que los “videojuegos bióticos” pueden ser una herramienta para estimular discusiones escolares sobre temas bioéticos. También, según Riedel-Kruse, proporcionará recursos de

investigación a los laboratorios, y elevará el nivel del debate público sobre asuntos relacionados con la biotecnología.

(Tendencias 21)

Foto: vision learning

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ConstrúyaloUsted

MENCIÓN2009

Ratonera caseraEn cualquier sociedad del mundo los vectores

son un grave problema higiénico sanitario, por lo cual se buscan las más disímiles vías para

atacarlos o controlarlos. Aquí les proponemos una trampa para ratones, que puede ser

construida en el hogar

Palanca que sostiene la puerta (Madera)

Anilla para facilitar el giro (Alambre)

Alambre curvado para poner el cebo

Conexión entre la puerta y la palanca

(Alambre)

Rejilla

Listón para asegurar la rejilla

Fondo de madera

Frente construido de chapa

Barra de plomo para imprimirle peso a la puerta

y caiga

Puerta de chapa

Corredera para la puerta

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Por Rodolfo Ramírez OrihuelaIlustraciones: del autor Versión: Yury Díaz Caballero

Palanca (2)

(3)Unión (1)

Plomo (4)

El ratón entra atraído por el olor del cebo. Al tratar de comérselo, separa la unión (1). Cuando esto ocurre, la palanca (2) gira y baja la puerta, impulsada por la barra de plomo (4). Así queda cerrada la abertura de entrada y el roedor queda preso dentro.

Vista lateral.

Vista frontal.

Vista superior.

Explotado.

400 mm

300

mm

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Por Yordis Matos Nicot Ilustraciones: del autor. Versión: Yuri Díaz Caballero

Con materiales de desecho puede construir sus propios modelos atómicos de sustancias químicas como medios de enseñanza para la Educación Media Superior

L as transformaciones que van teniendo lugar en

la educación cubana en los últimos años, en especial en el subsistema de la Edu-cación Técnica y Profesio-nal, demandan la formación de un bachiller técnico al-tamente competente, que pueda insertarse con rapi-dez en la producción.

Varios estudios indican que existen notables ca-rencias en la dotación de medios de enseñanza para la asignatura de Química. Sin embargo, es factible construirlos con materiales de desecho del hogar o la industria.

Entrevistas a estudiantes, encuestas e inspecciones a clases demuestran que la observación de modelos atómicos, sus estructuras y enlaces, contribuyen a la asimilación de los co-nocimientos relacionados con el programa de Quími-

Constrúyalousted

Átomos en las manos

estandarizados para cada átomo.

Como base se pueden usar las de las tapas de frascos de boca ancha. En el caso de modelos de sustancias orgánicas, como las de los hidrocarburos, se pueden utilizar alambres para re-presentar el doble y el tri-ple enlace.

atómicos de las sustancias más utilizadas en clases.

Lo primero es seleccio-nar cuál es el modelo de la sustancia a construir. Posteriormente se eligen las esferas de desodorante, que se perforarán y ensam-blarán como se muestra en los ejemplos, para luego pintarlas, según se indi-ca en la tabla de colores

ca de la enseñanza media superior y al mejoramiento del desempeño laboral del bachiller técnico.

Especificaciones constructivasCon conocimientos ele-

mentales de artesanía y algunas herramientas (ver listado de materiales), us-ted puede construir una muestra de diez modelos

MENCIÓN2009

44 Marzo-Abril 2011

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Átomos en las manos

No. Átomos Colores

1 Metales Gris

2 Halógenos Verde

3 Oxígeno Rojo

4 Carbono Negro

5 Hidrógeno Blanco

6 Azufre Amarillo

7 Nitrógeno Azul

Color de cada átomo

dióxido de carboNo

etiNo

dioxígeNo

octazufre

- Bolas de desodorante: 20- Repuestos de lapiceros ya

- Tijeras: 1- Tapas de frascos: 10- Pintura: 1 ml- Pincel

Lista de materiales y herramientas

vacíos: 10

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Por Yaimara Camacho González

Nuestra revista acaba de crear el club Amigos de la electrónica, para los aficionados, técnicos o ingenieros que deseen intercambiar con otros lectores y publicar sus propuestas, tanto en esta sección de Correspon-dencia como en el sitio.

Si está interesado, envíe un mensaje a nuestra di-rección electrónica [email protected] con el asunto “Amigos de la electrónica” y la información que desea saber o quiera publicar.

Calibrador de voltaje

Nuestro amigo y colaborador Albio Lezcano, técnico jubilado de Radio Enlaces, ETECSA, Ciego de Ávila, nos ha enviado un circuito para calibrar voltaje.

El calibrador de voltaje de precisión, consta de un circuito integrado 555, oscilador y temporizador, más un regulador de voltaje monolítico 7805 de 5 V. Con el divisor, formado por las resistencias de precisión, obtenemos desde 1 hasta 5 V.

Estos voltajes son especiales para la comprobación y calibración de instrumentos tales como: osciloscopios, multímetros y otros; además, sirve como voltaje de referencia para múltiples circuitos que lo precisen.

Correspondencia

Club Amigos de la electrónica No se publicará material que se considere inapro-

piado o que no sea del tema que nos ocupa, ni re-ferencias que no puedan ser verificadas vía correo electrónico.

Una vez publicada su dirección electrónica en el club de Amigos…, la revista no se responsabiliza con ningún mensaje o comunicación que usted reciba de forma interpersonal.

+9-12V

R1 R2NC

8 7 6 5

1234

C2 C1+ +

U1 -555

U2 7805

2

1

3

R7

R3

R4

R5

R6

5V

4V

3V

2V

1V

U1-555 Oscilador y temporizador. U2-7805 Regulador de voltaje 5 V, 1,5 A

lista de comPoNeNtes del circuito

resistoresR1- 470 ohm R2- 10,000 ohm R3- R7- 1000 ohm, 1%

resistoresC1- 0,22 mF, disco cerámica. C2- 4,70 mF, 16-WVDC, Electrolítico

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secretariaLic. Iramis Alonso PorroPresidente Academia de CienciasDr. Ismael Clark ArxerCITMALic. América Santos RiveraACCProf. Rodolfo Alfonso CarrascoCosmosGral. Bda. Arnaldo Tamayo MéndezCiencia y Tecnología Dra. Irene Lezcano LastreBTJ Lic. Teresa Viera Hernández Historia de las CienciasDr. Pedro M. Pruna Goodgall Industria azucarera Dr. en C. Oscar Almazán del Olmo Botánica Lic. Blanca E. Sorribes Amores Ciencia ficciónLic. Víctor Bruno Henríquez Industria y EnergéticaIng. Vito Quevedo Rodríguez Información, Ciencia y TécnicaArq. Osvaldo Bebelagua Castillo Química farmacéuticaDr. en C. Alberto Núñez Sellez OCPILic. Pablo Díaz Martínez Geofísica y AstronomíaProf. Jorge Pérez Doval Dra. Lourdes B. Palacio Suárez ElectrónicaIng. José Ramón López Ing. Arnaldo Coro Antichsistemas computarizadosIng. Fernando Arrojas Cowley OncologíaDr. Jorge L. Soriano Gineco-obstetriciaDr. Nelson Rodríguez Hidalgo Dr. Miguel Lugones BotellPediatríaDr. Erick Martínez OrtopediaDr. Rodrigo Álvarez Cambras Medicina deportivaDr. Mario Granda Construcción naval, pescay rama marítimaDr. Amado Galiano Ortiz EspeleologíaIng. Leslie Molerio León AgriculturaDr. Adolfo Rodríguez Nodal Dra. Arlene Rodríguez Manzano

ConsejoCientífico Técnico Asesor

Alarma contra intrusos

Ricardo, lector de la revista y miembro del club “Amigos de la electrónica”, nos hace llegar esta alarma para colocarla en puertas o ventanas a fin de proteger nuestra vivienda.

Para que funcione adecuadamente se debe establecer la línea viva y la línea neutra del servicio de energía eléctrica que, aunque esta sea alterna, uno de los alambres será positivo (véase en el esquema).

En lugar del bombillo se puede usar un timbre, y sería el mismo procedimiento.

El SCR debe montarse con un disipador.Para que adquiera mayor sensibilidad el circuito se deben ajustar

los dos potenciómetros.El capacitor de 50 MF y el resistor de 20 k, sirven para que cuando

se dispare la alarma, (la cual se activará cuando se toque alguna de las partes del alambre sin forro) se mantenga sonando el timbre o alumbrando el bombillo.

Bombilla

Diodo de 2A

Línea neutra 1M

Conectar un alambre delgado y sin forro (no estamaltado)

100 K Resistor limitado de corriente

100 K

G

A

K

sCR C106 s203

+

20K

50mF 250V

10K Control de sensibilidad

Interruptor Línea viva

PuertaVentana

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Tiempoparapensar

Por José Pérez-Galdós

Tenemos cinco casas con números diferentes. En cada casa viven personas de profesiones diferentes. A cada uno le gusta ingerir líquidos variados. También comen frutas variadas. Y en su jardín siembran flores disímiles.

Razonamiento

Respuesta

Razonamiento

hum

orm

utan

te

1- El ingeniero que vive en la casa # 312 no come mango.2- La flor que se encuentra en la casa # 327 es un clavel.3- La persona que prefiere comer guayaba, le gusta beber man-zanilla.4- El cibernético, mientras cultiva su azucena, toma té.5- Las matas de margarita no están en la casa # 330.6- La flor que sembró el biólogo no es gardenia.7- El que ocupa la casa # 314 prefiere tomar café.8- La casa de la doctora no es la # 314, ni la # 330.9- El que toma refresco tiene un rosal.10- La doctora prefiere tomar agua.11- El físico, que vive en la casa # 342, le gusta comer naranja.12- La fruta preferida del biólogo es el melón.13- Uno de los participantes mientras come piña observa sus azu-cenas.

Especial

“Año Internacional de la Química”

Preguntas

CASA PROFESIÓN BEBIDA FRUTA FLORES

CA

SA

PR

OF

ES

IÓN

BE

BID

AF

RU

TF

LO

RE

S

342

Físi

co

Bió

log

o

Do

cto

ra

Cib

ern

étic

o

Ing

enie

ro

Nar

anja

Mel

ón

Man

go

Piñ

a

Gu

ayab

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Rosa

Mar

gar

ita

Cla

vel

Azu

cen

a

Gar

den

ia

Refr

esco

Caf

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Ag

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Man

zan

illa

314

327

330

312

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