la presencia de la sangre en esa sangre
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Análisis acerca de la presencia de la sangre en la novela "Esa sangre" de Mariano Azuela.TRANSCRIPT
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Profesor: Dr. Víctor Manuel Díaz Arciniegas Alumno: Víctor Manuel Banda Monroy
Aproximaciones a los significados de la sangre en Esa sangre, de Mariano
Azuela (1873-1952)
a desde el título, las menciones de la sangre en la novela de Mariano Azuela
resultan más que un leit motiv. Se trata de una obsesión, pues las alusiones a
ésta cubren cada una de las escenas y constituyen el centro de los comentarios y acciones
de los personajes protagónicos: Julián y Refugio, “los Andrades”. Se trata de un elemento
múltiple que adquiere diversas funciones en el texto de Mariano Azuela:
• autojustificación de Julián Andrade
• símbolo de una imposibilidad de cambio en la estirpe de los Andrade, en
contraposición con una dinámica social que los rebasa
• nombre metafórico del conflicto interior constante en el personaje femenino
Refugio Andrade
• genética de la avidez y la ambición que se estrella contra una nueva forma social
• explicación de la repetición generacional de vicios y taras familiares
La sangre resulta, en apariencia, un elemento naturalista dentro de esta novela; como un
elemento biológico y fisiológico determinista que explica el carácter de los personajes,
concibiendo como imposible la modificación de la carga genética. Sin embargo, al
contrario que en las novelas naturalistas, la fijeza de la sangre, con sus taras y desastres, se
escenifica en un contexto de cambio social, de fuerzas políticas que se invierten. Los
narradores naturalistas se solazaban con los vicios extremos de las clases bajas y
encontraban en lo biológico la explicación de la inmovilidad social, de las conductas
inaceptables para la moralidad burguesa. En cambio, Azuela utiliza el elemento de las
características fisiológicas inamovibles para mostrar a la vieja clase de hacendados que se
niega a aceptar el nuevo orden social.
Carga heredada e inamovible de crueldad y violencia
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La herencia de la maldad y la violencia se da, para los personajes, por medio de la
multimencionada sangre. Tener “esa sangre” quiere decir que se repiten los esquemas
morales, de conducta, los vicios, los arrebatos de una familia. Significa que de allí vienen y
que son inamovibles. Están más allá de la voluntad. Quien tiene “esa sangre” se sujeta a
una voluntad más allá de la suya, la de los genes, la de la herencia, la de una tradición
violenta que debe repetir o desaparecer. Junto con el rojo líquido se traspasa una forma de
vivir: “Marcelina fue la mártir de su esposo y de cada uno de los cachorros que heredaron
los instintos eróticos y sanguinarios de su progenitor”.
La sangre es el testimonio de una herencia y también lo que da legitimidad a los
herederos. Pueden ya no tener ni un peso, pero conservan la sangre. El destino de Julián
Andrade se liga a este elemento, debe actuar como merecedor de ella, a la vez que su títere
y su víctima: “Por algo lleva uno en las venas esta sangre que hierve de nada y nada”. (157)
Por nada, nada más por ser ella misma, lleva en sí la violencia, la rabia y la furia listas para
las acciones poco reflexivas y sin más fundamento que el mostrarse, que el obedecer a
confusos códigos de honor y justicia que sólo favorecen el punto de vista de quienes los
ejercen: “(...) hay ofensas que sólo con sangre se pueden lavar. Y como decía mi padre don
Esteban: ‘La equivocación más grande que un hombre puede cometer en su vida es no
matar al primero que lo insulta, porque después hasta los perros lo mean”. (161) La sangre
de los otros (los que no tienen la herencia) sirve como un líquido blanqueador para las
manchas en el honor, ese concepto difuso de los señores de horca y cuchillo. El otro no
debe defender su propio código de honor, sino pagar con su vida el desafío al de los
antiguos señores.
Julián Andrade supone que contener los dictados de esa sangre hirviente no le sirve de
mucho, dado que los otros sólo parecen respetarlo en cuanto se conserve fiel a su propia
herencia: “Mis propiedades en ruinas, burlado por una mocosa malcriada y el agravio
mortal que Chon Ramírez acaba de inferirme ¿y todo por qué? Porque cumplí mi palabra de
honor, dominando esta sangre. Uno quiere entrar por el buen camino y no lo dejan”. (160)
Para él, no hay posibilidad de movimiento hacia otra forma de acción. Debe volver a ser el
tipo violento y cruel, de eso depende su poder y obtener el respeto de los demás, puesto que
ser un Andrade implica conductas fijas, específicas, en las cuales halla gozo y la seguridad
de ser quién es: “Para un Andrade vivir en San Francisquito significaba tener dinero,
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amigos que le devuelvan su rango, conocidos y desconocidos que le tema, infundir pánico
cuando uno se enoja y hacerse amar de las mujeres que le gustan” (171). No tener ninguna
de esas características hace que Julián se sienta un no Andrade: “Sueños de borrachera o
crudez, porque ahora con todo lo Andrade a cuestas sólo era una cifra negativa, cero a la
izquierda de seis mil unidades y cero en la tierra donde empezó como dueño y señor” (171).
Si no es capaz de producir miedo, de hacer su voluntad, de matar a quien le ofende, si no
provoca miedo y admiración, ya no es; su existencia tangible depende de esos factores que
ha perdido y que intenta recuperar angustiosamente.
Está claro que las menciones a la sangre de los Andrade relacionada con una forma de
ser habla de la imposibilidad de una clase social antes poderosa de asimilar los cambios y
de participar en ellos con los nuevos esquemas de poder y dominio.
Un personaje que lucha contra su propia herencia
Si en Mala yerba Marcela es la verdadera protagonista y se come escena por escena
a un Julián Andrade estereotipado, en Esa sangre quien resulta un personaje más complejo
y completo que Julián es su propia hermana Refugio. Julián se somete a los dictados de su
sangre y en ello encuentra su autojustificación, su imposibilidad para el cambio, mientras
que Refugio reacciona de manera menos mecánica ante la fuerza atávica de sus instintos,
ante “la marca indeleble de su estirpe”. Esta mujer posee una vida interior, lucha contra sí
misma, contra una herencia que no quiere seguir al pie de la letra, sino cambiar con un gran
esfuerzo, con humildad y trabajo. Y no le es fácil: “No lloraba por Julián ni por sus
reliquias, lloraba por ella misma, con la tristeza de ser la misma de antes. Ni el dolor, ni la
pobreza, ni los trabajos y sacrificios pasados pudieron lavar las impurezas de aquella sangre
que a veces le abrasaba las carnes, se le subía a la cabeza y la hacían perder todo dominio
sobre sí. Tristeza y terror porque sabía que en esos momentos de arrebato podía llegar a los
peores extremos”. (178)
Esa lucha le da una fuerza y un interés que Julián no alcanza como personaje,
puesto que su respuesta mecánica al dominio de “esa sangre” lo convierte en un ser
predecible. En cambio, Refugio lucha una y otra vez a lo largo del año: “la oración y el
trabajo hicieron que sus arrebatos fueran cada vez más raros y fugaces”. Sin embargo, en
ella el atavismo determinista de la sangre no puede cancelarse. Sigue bajo el dominio de
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una herencia de violencia y crueldad. El retorno de Julián le funciona como una
advertencia: la lucha contra el dominio de su herencia no ha terminado y todavía puede
perder. Así se lo dicen los arrebatos violentos que los actos de Julián desatan en ella: “Pero
si él tuvo miedo, también ella tuvo miedo, se tuvo miedo. Se habría disciplinado y habría
aprendido sobriedad y equilibrio; pero de ese modo soterraba en lo más hondo y tenebroso
de su alma fuerzas que en ciertos momentos irrumpían en forma impetuosa y de una
violencia incontenible” (188) Ante los impulsos de una herencia que ella no acepta, Azuela
traza un camino alterno, el del trabajo interno, la autodisciplina y el autoaprendizaje. Fruto
de reflexiones y de paciencia, Refugio alcanza a verse y a nombrarse, capacidad que está
muy lejos de los alcances de Julián Andrade.
Además, Refugio impone una jetatura sobre Adrián: “La verdad era que pesaba
sobre él cierta fuerza misteriosa de superioridad mental. Que lo haya comprendido o no,
sería otra cosa1” (162) A pesar de que le roba, la desprecia por ser mujer y juega a
ignorarla, la superioridad de Refugio, “el hábito de trabajo y la paz de su alma” (152),
obtenidos durante años de esfuerzo, logran que él se sienta sojuzgado por ella. Refugio
lucha, intenta, a la larga perderá su batalla contra sí misma, contra esa sangre que su
hermano adora y ella desea transformar, porque no puede dejar de ser violenta y cruel, a tal
grado que pareciera la única persona ante la cual experimenta miedo real Julián Andrade.
Le teme porque es su propia sangre, la sangre que bulle y hierve dentro de él, vuelta en
instantes rojizos contra él mismo: “En sus trances de violencia, los Andrades —lo mismo
hombres que mujeres— mataban sin tentarse el corazón. Refugito, totalmente
transfigurada, había cogido el martillo y lo blandía amenazante” (178) Esa fuerza de la
sangre irreflexiva y colérica es lo que le da miedo a Adrián.
El personaje de Refugio domina a Adrián en cuanto a la superioridad moral, la
honestidad y la disciplina, y también cuando se deja dominar por su sangre iracunda:
“Refugito le arrebató el revólver, cogió a Julián por un brazo y lo empujó con tal fuerza que
1 Resulta importante mencionar esta obsesión de Azuela: Julián nunca se comprende, nunca se sabe, nunca alcanza a expresar con palabras lo que siente. Hay una cierta animalización de este personaje, puesto que es puro instinto y obediencia a los dictados de impulsos heredados. Reacciona emotivamente, pero nunca le puede dar nombre a lo que sucede, a lo que le pasa. Pareciera que esa incomprensión de sí mismo es parte de los obstáculos internos que al personaje le hacen imposible asimilar una situación totalmente distinta a la que desea. Azuela le niega a este personaje elemental la capacidad de reconocerse, de poder expresar lo que siente, su tragedia, pues sólo alcanza a expresarse por medio de vagas emociones: “Julián no era capaz de pensarlo, pero lo sentía en forma de inquietud enojosa e inexplicable”. (133)
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lo echó a la calle. Ella misma se sentía otra; otra su voz, su actitud otra, otro su rostro y
todo de una masculinidad súbita y temible”. (204)
No obstante, en lo que no podrá imponerse a Adrián es en su idea de llevarlo por su
camino de autodisciplina y de contención. Al contrario, lo que ha luchado por dominar se
saldrá de control y la arrastrará a ella misma. Julián logra imponerle la imposibilidad del
cambio, la incapacidad para asimilar nuevas situaciones. Como en un sacrificio, los dos
mueren ante los nuevos poderes, ante las nuevas formas, de manera tan violenta como ha
sido su sangre.
Inmovilidad del carácter en un contexto de cambio social En el desarrollo de Esa sangre, el físico de los personajes repite a otros anteriores,
como una clonación, una repetición de lo que se narró en Mala yerba. La sobrina de
Marcela es idéntica a ella, como una aparición que los clones naturales repiten una y otra
vez para solaz y apasionamiento de los patrones. El pariente de Gertrudis también resulta
de un físico semejante. Para la concepción del mundo de la clase gobernante anterior
pareciera que todo se mantiene igual, como un eterno retorno. Los sometidos se replican sin
ton ni son. Repiten sus roles, su carne es parecida a la de los parientes a los cuales duplican:
“(en un pueblo se repiten las características de cada vecino en forma inmutable y por los
siglos de los siglos)”. (193)
Sin embargo, Azuela va más allá del elemento inamovible de la sangre y la genética
al testimoniar que la estructura social se ha movido: “Dijérase que la revolución, envidiosa
de una obra de paz y de armonía, sembró los gérmenes de una leperocracia que habría de
florecer sobre los escombros de su pasado”. (132) Nada de lo que ve Julián en su regreso ha
quedado igual: “Su San Francisquito era el mismo y no era el mismo”: (153)
Por supuesto, el nuevo esquema social escapa a la comprensión y aceptación de
Julián Andrade: “Quería lo imposible: que los hombres y las cosas volvieran a ser cómo los
había dejado”. (200)
Todos regresan al mismo escenario, pero extrañamente Julián ha regresado
envejecido, mientras que los otros, los dominados, vuelven jóvenes y con plena conciencia
del cambio social. Son otros y toman posiciones de poder o de sometimiento, aunque ahora
con posibilidades de ascenso social. La vieja casta no tiene esa ductilidad, esa capacidad de
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adaptación a los nuevos modos. Los sometidos luchan por ya no someterse a los anteriores
amos. Se someten a nuevas fuerzas, pero por lo menos éstas ya son distintas.
El no comprender ese nuevo juego de las fuerzas sociales, provocará la muerte, el
derramamiento de la sangre y, por lo tanto, el fin de los sobrevivientes de la anterior clase
gobernante. Toda la impulsividad de la sangre dominante en tiempos anteriores queda
derramada, inútil, para que el nuevo orden de lo social comience a consolidarse.
En Esa sangre, Mariano Azuela trazó dos conceptos en oposición: inmovilidad
genética y dinamismo social. Con un enfoque realista, el narrador les da opción a los
personajes de escapar del determinismo y de elegir el cambio en lugar de los atavismos
biológicos, culturales y sociales. El conflicto entre los dos conceptos se resuelve con el
derramamiento de la sangre símbolo de lo inmóvil, en mezcla con la sangre corrupta de los
nuevos arribistas sociales.
“Se acabó la mala yerba” (226), dice el nuevo Gertrudis al ver los cadáveres de
Julián, Refugio y El Fruncido, pero esta afirmación queda como un buen deseo difícil de
comprobar, pues como ha determinado la sabiduría popular: la yerba mala nunca muere,
sólo encuentra nuevas formas de hacerse presente.
OBRAS CONSULTADAS
Azuela, Mariano. Mala yerba y Esa sangre. Colección popular número 106. México: FCE,
1984.