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LA OVEJA NEGRA Augusto Monterroso En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura. EL PERRO QUE DESEABA SER HUMANO. Augusto Monterroso En la casa de un rico mercader de la Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un Perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en esto. Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente a la luna. LA FE Y LAS MONTAÑAS. Augusto Monterroso URB.BELLO HORIZONTE MZA A-3 LOTE 21 II ETAPA INSTITUCIÓN EDUCATIVA PRIVADA TRIUNFO ¡Formando Líderes para las Nuevas Generaciones!

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TRIUNFOINSTITUCIN EDUCATIVA PRIVADA

Formando Lderes para las Nuevas Generaciones!

LA OVEJA NEGRAAugusto MonterrosoEn un lejano pas existi hace muchos aos una Oveja negra. Fue fusilada.Un siglo despus, el rebao arrepentido le levant una estatua ecuestre que qued muy bien en el parque.As, en lo sucesivo, cada vez que aparecan ovejas negras eran rpidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse tambin en la escultura.

EL PERRO QUE DESEABA SER HUMANO.Augusto MonterrosoEn la casa de un rico mercader de la Ciudad de Mxico, rodeado de comodidades y de toda clase de mquinas, viva no hace mucho tiempo un Perro al que se le haba metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahnco en esto.Al cabo de varios aos, y despus de persistentes esfuerzos sobre s mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces senta que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no morda, mova la cola cuando encontraba a algn conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oa las campanas de la iglesia, y por las noches se suba a una barda a gemir viendo largamente a la luna.

LA FE Y LAS MONTAAS.Augusto MonterrosoAl principio la Fe mova montaas slo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permaneca igual a s mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenz a propagarse y a la gente le pareci divertida la idea de mover montaas, stas no hacan sino cambiar de sitio, y cada vez era ms difcil encontrarlas en el lugar en que uno las haba dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba ms dificultades que las que resolva.La buena gente prefiri entonces abandonar la Fe y ahora las montaas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligersimo atisbo de fe.

MISTER TAYLORAugusto Monterroso-Menos rara, aunque sin duda ms ejemplar -dijo entonces el otro-, es la historia de Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amaznica.Se sabe que en 1937 sali de Boston, Massachusetts, en donde haba pulido su espritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en Amrica del Sur, en la regin del Amazonas, conviviendo con los indgenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar.Por sus ojeras y su aspecto famlico pronto lleg a ser conocido all como el gringo pobre, y los nios de la escuela hasta lo sealaban con el dedo y le tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no afliga la humilde condicin de Mr. Taylor porque haba ledo en el primer tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra.En pocas semanas los naturales se acostumbraron a l y a su ropa extravagante. Adems, como tena los ojos azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provocar incidentes internacionales.Tan pobre y msero estaba, que cierto da se intern en la selva en busca de hierbas para alimentarse. Haba caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a travs de la maleza dos ojos indgenas que lo observaban decididamente. Un largo estremecimiento recorri la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrpido, arrostr el peligro y sigui su camino silbando como si nada hubiera pasado.De un salto (que no hay para qu llamar felino) el nativo se le puso enfrente y exclam:-Buy head? Money, money.A pesar de que el ingls no poda ser peor, Mr. Taylor, algo indispuesto, sac en claro que el indgena le ofreca en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida, que traa en la mano.Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparent no comprender, el indio se sinti terriblemente disminuido por no hablar bien el ingls, y se la regal pidindole disculpas.Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regres a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le serva de lecho, interrumpido tan solo por el zumbar de las moscas acaloradas que revoloteaban en torno hacindose obscenamente el amor, Mr. Taylor contempl con deleite durante un buen rato su curiosa adquisicin. El mayor goce esttico lo extraa de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irnicos que parecan sonrerle agradecidos por aquella deferencia.Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor sola entregarse a la contemplacin; pero esta vez en seguida se aburri de sus reflexiones filosficas y dispuso obsequiar la cabeza a un to suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la ms tierna infancia haba revelado una fuerte inclinacin por las manifestaciones culturales de los pueblos hispanoamericanos.Pocos das despus el to de Mr. Taylor le pidi -previa indagacin sobre el estado de su importante salud- que por favor lo complaciera con cinco ms. Mr. Taylor accedi gustoso al capricho de Mr. Rolston y -no se sabe de qu modo- a vuelta de correo tena mucho agrado en satisfacer sus deseos. Muy reconocido, Mr. Rolston le solicit otras diez. Mr. Taylor se sinti halagadsimo de poder servirlo. Pero cuando pasado un mes aqul le rog el envo de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y barbado pero de refinada sensibilidad artstica, tuvo el presentimiento de que el hermano de su madre estaba haciendo negocio con ellas.Bueno, si lo quieren saber, as era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos trminos resueltamente comerciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espritu de Mr. Taylor.De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr. Taylor se comprometa a obtener y remitir cabezas humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr. Rolston las vendera lo mejor que pudiera en su pas.Los primeros das hubo algunas molestas dificultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston haba logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se revel como poltico y obtuvo de las autoridades no slo el permiso necesario para exportar, sino, adems, una concesin exclusiva por noventa y nueve aos. Escaso trabajo le cost convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patritico enriquecera en corto tiempo a la comunidad, y de que luego luego estaran todos los sedientos aborgenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa en la recoleccin de cabezas) de beber un refresco bien fro, cuya frmula mgica l mismo proporcionara.Cuando los miembros de la Cmara, despus de un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres das promulgaron un decreto exigiendo al pueblo que acelerara la produccin de cabezas reducidas.Contados meses ms tarde, en el pas de Mr. Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias ms pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestin de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela.Un hogar sin su correspondiente cabeza tenase por un hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas lleg a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos elegantes fueron perdiendo inters y ya slo por excepcin adquiran alguna, si presentaba cualquier particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un general bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto Danfeller, el que a su vez don, como de rayo, tres y medio millones de dlares para impulsar el desenvolvimiento de aquella manifestacin cultural, tan excitante, de los pueblos hispanoamericanos.Mientras tanto, la tribu haba progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrededor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los domingos y el Da de la Independencia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios, rindose, en las bicicletas que les haba obsequiado la Compaa.Pero, que quieren? No todos los tiempos son buenos. Cuando menos lo esperaban se present la primera escasez de cabezas.Entonces comenz lo ms alegre de la fiesta.Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El Ministro de Salud Pblica se sinti sincero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, despus de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confes a su mujer que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a los intereses de la Compaa, a lo que ella le contest que no se preocupara, que ya vera cmo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran.Para compensar esa deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se estableci la pena de muerte en forma rigurosa.Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la categora de delito, penado con la horca o el fusilamiento, segn su gravedad, hasta la falta ms nimia.Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversacin banal, alguien, por puro descuido, deca Hace mucho calor, y posteriormente poda comprobrsele, termmetro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeo impuesto y era pasado ah mismo por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compaa y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes.La legislacin sobre las enfermedades gan inmediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomtico y por las Cancilleras de potencias amigas.De acuerdo con esa memorable legislacin, a los enfermos graves se les concedan veinticuatro horas para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en este tiempo tenan suerte y lograban contagiar a la familia, obtenan tantos plazos de un mes como parientes fueran contaminados. Las vctimas de enfermedades leves y los simplemente indispuestos merecan el desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera poda escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue reconocida la importancia de los mdicos (hubo varios candidatos al premio Nbel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirti en ejemplo del ms exaltado patriotismo, no slo en el orden nacional, sino en el ms glorioso, en el continental.Con el empuje que alcanzaron otras industrias subsidiarias (la de atades, en primer trmino, que floreci con la asistencia tcnica de la Compaa) el pas entr, como se dice, en un periodo de gran auge econmico. Este impulso fue particularmente comprobable en una nueva veredita florida, por la que paseaban, envueltas en la melancola de las doradas tardes de otoo, las seoras de los diputados, cuyas lindas cabecitas decan que s, que s, que todo estaba bien, cuando algn periodista solcito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacndose el sombrero.Al margen recordar que uno de estos periodistas, quien en cierta ocasin emiti un lluvioso estornudo que no pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al paredn de fusilamiento. Slo despus de su abnegado fin los acadmicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las ms grandes cabezas del pas; pero una vez reducida qued tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia.Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya haba sido designado consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el sueo porque haba ledo en el ltimo tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra si no se desprecia a los pobres.Creo que con sta ser la segunda vez que diga que no todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio lleg un momento en que del vecindario slo iban quedando ya las autoridades y sus seoras y los periodistas y sus seoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Taylor discurri que el nico remedio posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas. Por qu no? El progreso.Con la ayuda de unos caoncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor sabore la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; despus la tercera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendi con tanta rapidez que lleg la hora en que, por ms esfuerzos que realizaron los tcnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra.Fue el principio del fin.Las vereditas empezaron a languidecer. Slo de vez en cuando se vea transitar por ellas a alguna seora, a algn poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maleza, de nuevo, se apoder de las dos, haciendo difcil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos optimistas.El fabricante de atades estaba ms triste y fnebre que nunca. Y todos sentan como si acabaran de recordar de un grato sueo, de ese sueo formidable en que t te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al da siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vaco.Sin embargo, penosamente, el negocio segua sostenindose. Pero ya se dorma con dificultad, por el temor a amanecer exportado.En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era cada vez mayor. Diariamente aparecan nuevos inventos, pero en el fondo nadie crea en ellos y todos exigan las cabecitas hispanoamericanas.Fue para la ltima crisis. Mr. Rolston, desesperado, peda y peda ms cabezas. A pesar de que las acciones de la Compaa sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston estaba convencido de que su sobrino hara algo que lo sacara de aquella situacin.Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de nio, de seoras, de diputados.De repente cesaron del todo.Un viernes spero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido an por la gritera y por el lamentable espectculo de pnico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidi a saltar por la ventana (en vez de usar el revlver, cuyo ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un paquete del correo se encontr con la cabecita de Mr. Taylor, que le sonrea desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una sonrisa falsa de nio que pareca decir: Perdn, perdn, no lo vuelvo a hacer.

LA TELA DE PENLOPE O QUIN ENGAA AQUINAugusto MonterrosoHace muchos aos viva en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penlope, mujer bella y singularmente dotada cuyo nico defecto era su desmedida aficin a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.Dice la leyenda que en cada ocasin en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se dispona una vez ms a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le poda ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a s mismo.De esta manera ella consegua mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, hacindoles creer que teja mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella teja, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dorma y no se daba cuenta de nada.

EL MONO QUE QUERIA SER ESCRITOR SATRICOAugusto MonterrosoEn la selva viva una vez un Mono que quiso ser escritor satrico.Estudi mucho, pero pronto se dio cuenta de que para ser escritor satrico le faltaba conocer a la gente y se aplic a visitar a todos y a ir a los cocteles y a observarlos por el rabo del ojo mientras estaban distrados con la copa en la mano.Como era de veras gracioso y sus giles piruetas entretenan a los otros animales, en cualquier parte era bien recibido y l perfeccion el arte de ser mejor recibido an.No haba quien no se encantara con su conversacin y cuando llegaba era agasajado con jbilo tanto por las Monas como por los esposos de las Monas y por los dems habitantes de la Selva, ante los cuales, por contrarios que fueran a l en poltica internacional, nacional o domstica, se mostraba invariablemente comprensivo; siempre, claro, con el nimo de investigar a fondo la naturaleza humana y poder retratarla en sus stiras.As lleg el momento en que entre los animales era el ms experto conocedor de la naturaleza humana, sin que se le escapara nada.Entonces, un da dijo voy a escribir en contra de los ladrones, y se fij en la Urraca, y principi a hacerlo con entusiasmo y gozaba y se rea y se encaramaba de placer a los rboles por las cosas que se le ocurran acerca de la Urraca; pero de repente reflexion que entre los animales de sociedad que lo agasajaban haba muchas Urracas y especialmente una, y que se iban a ver retratadas en su stira, por suave que la escribiera, y desisti de hacerlo.Despus quiso escribir sobre los oportunistas, y puso el ojo en la Serpiente, quien por diferentes medios -auxiliares en realidad de su arte adulatorio- lograba siempre conservar, o sustituir, mejorndolos, sus cargos; pero varias Serpientes amigas suyas, y especialmente una, se sentiran aludidas, y desisti de hacerlo.Despus dese satirizar a los laboriosos compulsivos y se detuvo en la Abeja, que trabajaba estpidamente sin saber para qu ni para quin; pero por miedo de que sus amigos de este gnero, y especialmente uno, se ofendieran, termin comparndola favorablemente con la Cigarra, que egosta no hacia ms que cantar y cantar dndoselas de poeta, y desisti de hacerlo.Despus se le ocurri escribir contra la promiscuidad sexual y enfil su stira contra las Gallinas adlteras que andaban todo el da inquietas en busca de Gallitos; pero tantas de stas lo haban recibido que temi lastimarlas, y desisti de hacerlo.Finalmente elabor una lista completa de las debilidades y los defectos humanos y no encontr contra quin dirigir sus bateras, pues todos estaban en los amigos que compartan su mesa y en l mismo.En ese momento renunci a ser escritor satrico y le empez a dar por la Mstica y el Amor y esas cosas; pero a raz de eso, ya se sabe cmo es la gente, todos dijeron que se haba vuelto loco y ya no lo recibieron tan bien ni con tanto gusto.

EL DINOSAURIOAugusto Monterroso

Cuando despert, el dinosaurio todava estaba all.

EL BURRO Y LA FLAUTAAugusto MonterrosoTirada en el campo estaba desde haca tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un da un Burro que paseaba por ah resopl fuerte sobre ella hacindola producir el sonido ms dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.Incapaces de comprender lo que haba pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos crean en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro haban hecho durante su triste existencia.

LA CASA DE ASTERIONJorge Luis Borges

S que meacusan de soberbia, y tal vez de misantropa, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigar a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero tambin es verdad que sus puertas (cuyo nmero es infinito)[1] estn abiertas da y noche a los hombres y tambin a los animales. Que entre el que quiera. No hallar pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios pero si la quietud y la soledad. Asimismo hallar una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en egipto hay una parecida). Hasta mis detractores admiten que no hayun solo mueble en la casa. Otra especie ridicula es que yo, Asterin, soy un prisionero. Repetir que no hay una puerta cerrada, anadir que no hay una cerradura? Por lo dems, algn atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volv, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se haba puesto el sol, pero el desvalido llanto de un nio y las toscas plegarias de la grey dijeron que me haban reconocido. La gente oraba, hua, se posternaba; unos se encaramaban al estilbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocult en el mar. no en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy nico. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filsofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espiritu, que est capacitado para lo grande; jams he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los das son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galeras de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiracin poderosa. (A veces me duremo realmente, a veces ha cambiado el color del da cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterin. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo:Ahora volvemos a la encrucijada anterioroAhora desembocaremos en otro patioobien deca yo que te gustara la canaltaoAhora vers una cisterna que se llen de arenaoYa vers como el stano se bifurca.A veces me equivoco y nos reimos buenamente los dos. No slo he imaginado esos juegos; tambin he meditado sobre la casa. todas las partes de la casa estn muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamao del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galeras de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entend hasta que una visin de la noche me revel que tambin son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo est muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, asterin. quiz yo he creado las estrellas y el sol la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve aos entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galeras de piedra y corro alegremente a buscarlos. La cremonia dura pocos minutos. uno tras otro caen sin que yo me ensangrinte las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadaveres ayudan a distinguir una galera de las otras. Ignoro quines son, pero s que uno de ellos profetiz, en la hora de su muerte, que alguna vez llgara mi redentor. desde entonces no me duele la soledad, porque s que vive mi redentor y al fin se levantar sobre el polvo. Si mo odo alcanza todos los rumores del mundo, yo percibira sus pasos. Ojal me lleve a un lugar con menos galeras y menos puertas. Como ser mi redentor?, me pregunto. Ser un toro o un hombre? Ser tal vez un toro con cara de hombre? O ser como yo?

El sol de la maana reverber en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. Lo creers, Ariadna? dijo Teseo. El minotauro apenas se defendi.

Las ruinas circulares(El jardn de senderos que se bifurcan(1941;Ficciones, 1944)Jorge Luis Borges(18991986)

Nadie lo viodesembarcar en la unnime noche, nadie vio la canoa de bamb sumindose en el fango sagrado, pero a los pocos das nadie ignoraba que el hombre taciturno vena del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que estn aguas arriba, en el flanco violento de la montaa, donde el idioma zend no est contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris bes el fango, repech la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastr, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva paldica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendi bajo el pedestal. Lo despert el sol alto. Comprob sin asombro que las heridas haban cicatrizado; cerr los ojos plidos y durmi, no por flaqueza de la carne sino por determinacin de la voluntad. Saba que ese templo era el lugar que requera su invencible propsito; saba que los rboles incesantes no haban logrado estrangular, ro abajo, las ruinas de otro templo propicio, tambin de dioses incendiados y muertos; saba que su inmediata obligacin era el sueo. Hacia la medianoche lo despert el grito inconsolable de un pjaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cntaro le advirtieron que los hombres de la regin haban espiado con respeto su sueo y solicitaban su amparo o teman su magia. Sinti el fro del miedo y busc en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tap con hojas desconocidas.El propsito que lo guiaba no era imposible, aunque s sobrenatural. Quera soar un hombre: quera soarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mgico haba agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habra acertado a responder. Le convena el templo inhabitado y despedazado, porque era un mnimo de mundo visible; la cercana de los leadores tambin, porque stos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pbulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la nica tarea de dormir y soar.Al principio, los sueos eran caticos; poco despus, fueron de naturaleza dialctica. El forastero se soaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algn modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los ltimos pendan a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatoma, de cosmografa, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimira a uno de ellos de su condicin de vana apariencia y lo interpolara en el mundo real. El hombre, en el sueo y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.A las nueve o diez noches comprendi con alguna amargura que nada poda esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y si de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradiccin razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de bueno afecto, no podan ascender a individuos; los ltimos preexistan un poco ms. Una tarde (ahora tambin las tardes eran tributarias del sueo, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenci para siempre el vasto colegio ilusorio y se qued con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, dscolo a veces, de rasgos afilados que repetan los de su soador. No lo desconcert por mucho tiempo la brusca eliminacin de los condiscpulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catstrofe sobrevino. El hombre, un da, emergi del sueo como de un desierto viscoso, mir la vana luz de la tarde que al pronto confundi con la aurora y comprendi que no haba soado. Toda esa noche y todo el da, la intolerable lucidez del insomnio se abati contra l. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanz entre la cicuta unas rachas de sueo dbil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortacin, ste se deform, se borr. En la casi perpetua vigilia, lgrimas de ira le quemaban los viejos ojos.Comprendi que el empeo de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueos es el ms arduo que puede acometer un varn, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho ms arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendi que un fracaso inicial era inevitable. Jur olvidar la enorme alucinacin que lo haba desviado al principio y busc otro mtodo de trabajo Antes de ejercitarlo, dedic un mes a la reposicin de las fuerzas que haba malgastado el delirio. Abandon toda premeditacin de soar y casi acto continuo logr dormir un trecho razonable del da. Las raras veces que so durante ese perodo, no repar en los sueos. Para reanudar la tarea, esper que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purific en las aguas del ro, ador los dioses planetarios, pronunci las slabas lcitas de un nombre poderoso y durmi. Casi inmediatamente, so con un corazn que lata.Lo so activo, caluroso, secreto, del grandor de un puo cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo so, durante catorce lcidas noches. Cada noche, lo perciba con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo perciba, lo viva, desde muchas distancias y muchos ngulos. La noche catorcena roz la arteria pulmonar con el ndice y luego todo el corazn, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no so durante una noche: luego retom el corazn, invoc el nombre de un planeta y emprendi la visin de otro de los rganos principales. Antes de un ao lleg al esqueleto, a los prpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea ms difcil. So un hombre ntegro, un mancebo, pero ste no se incorporaba ni hablaba ni poda abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soaba dormido.En las cosmogonas gnsticas, los demiurgos amasan un rojo Adn que no logra ponerse de pie; tan inhbil y rudo y elemental como ese Adn de polvo era el Adn de sueo que las noches del mago haban fabricado. Una tarde, el hombre casi destruy toda su obra, pero se arrepinti. (Ms le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los nmenes de la tierra y del ro, se arroj a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e implor su desconocido socorro. Ese crepsculo, so con la estatua. La so viva, trmula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y tambin un toro, una rosa, una tempestad. Ese mltiple dios le revel que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le haban rendido sacrificios y culto y que mgicamente animara al fantasma soado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le orden que una vez instruido en los ritos, lo enviara al otro templo despedazado cuyas pirmides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueo del hombre que soaba, el soado se despert.El mago ejecut esas rdenes. Consagr un plazo (que finalmente abarc dos aos) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. ntimamente, le dola apartarse de l. Con el pretexto de la necesidad pedaggica, dilataba cada das las horas dedicadas al sueo. Tambin rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresin de que ya todo eso haba acontecido. . . En general, sus das eran felices; al cerrar los ojos pensaba:Ahora estar con mi hijo. O, ms raramente:El hijo que he engendrado me espera y no existir si no voy.Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le orden que embanderara una cumbre lejana. Al otro da, flameaba la bandera en la cumbre. Ensay otros experimentos anlogos, cada vez ms audaces. Comprendi con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacery tal vez impaciente. Esa noche lo bes por primera vez y lo envi al otro templo cuyos despojos blanqueaban ro abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de cinaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundi el olvido total de sus aos de aprendizaje.Su victoria y su paz quedaron empaadas de hasto. En los crepsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idnticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soaba, o soaba como lo hacen todos los hombres. Perciba con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutra de esas disminuciones de su alma. El propsito de su vida estaba colmado; el hombre persisti en una suerte de xtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en aos y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mgico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago record bruscamente las palabras del dios. Record que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la nica que saba que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acab por atormentarlo. Temi que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algn modo su condicin de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyeccin del sueo de otro hombre qu humillacin incomparable, qu vrtigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusin o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraa por entraa y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.El trmino de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequa) una remota nube en un cerro, liviana como un pjaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tena el color rosado de la enca de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches, despus la fuga pnica de las bestias. Porque se repiti lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pjaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concntrico. Por un instante, pens refugiarse en las aguas, pero luego comprendi que la muerte vena a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Camin contra los jirones de fuego. stos no mordieron su carne, stos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustin. Con alivio, con humillacin, con terror, comprendi que l tambin era una apariencia, que otro estaba sondolo.POR LAS AZOTEAS.A los diez aos yo era el monarca de las azoteas y gobernaba pacficamente mi reino de objetos destruidos.Las azoteas eran los recintos areos donde las personas mayores enviaban las cosas que no servan para nada: se encontraban all sillas cojas, colchones despanzurrados, maceteros rajados, cocinas de carbn, muchos otros objetos que llevaban una vida purgativa, a medio camino entre el uso pstumo y el olvido. Entre todos estos trastos yo erraba omnipotente, ejerciendo la potestad que me fue negada en los bajos. Poda ahora pintar bigotes en el retrato del abuelo, calzar las viejas botas paternales o blandir como una jabalina la escoba que perdi su paja. Nada me estaba vedado: poda construir y destruir y con la misma libertad con que insuflaba vida a las pelotas de jebe reventadas, presida la ejecucin capital de los maniques.

Mi reino, al principio, se limitaba al techo de mi casa, pero poco a poco, gracias a valerosas conquistas, fui extendiendo sus fronteras por las azoteas vecinas. De estas largas campaas, que no iban sin peligros -pues haba que salvar vallas o saltar corredores abismales- regresaba siempre enriquecido con algn objeto que se aada a mi tesoro o con algn rasguo que acrecentaba mi herosmo. La presencia espordica de alguna sirvienta que tenda ropa o de algn obrero que reparaba una chimenea, no me causaba ninguna inquietud pues yo estaba afincado soberanamente en una tierra en la cual ellos eran solo nmades o poblaciones trashumantes.En los linderos de mi gobierno, sin embargo, haba una zona inexplorada que siempre despert mi codicia. Varias veces haba llegado hasta sus inmediaciones pero una alta empalizada de tablas puntiagudas me impeda seguir adelante. Yo no poda resignarme a que este accidente natural pusiera un lmite a mis planes de expansin.A comienzos del verano decid lanzarme al asalto de la tierra desconocida. Arrastrando de techo en techo un velador desquiciado y un perchero vetusto, llegu al borde de la empalizada y constru una alta torre. Encaramndome en ella, logre pasar la cabeza. Al principio slo distingu una azotea cuadrangular, partida al medio por una larga farola. Pero cuando me dispona a saltar en esa tierra nueva, divis a un hombre sentado en una perezosa. El hombre pareca dormir. Su cabeza caa sobre su hombro y sus ojos, sombreados por un amplio sombrero de paja, estaban cerrados. Su rostro mostraba una barba descuidada, crecida casi por distraccin, como la barba de los nufragos.Probablemente hice algn ruido pues el hombre enderez la cabeza y quedo mirndome perplejo. El gesto que hizo con la mano lo interpret como un signo de desalojo, y dando un salto me alej a la carrera.Durante los das siguientes pas el tiempo en mi azotea fortificando sus defensas, poniendo a buen recaudo mis tesoros, preparndome para lo que yo imaginaba que sera una guerra sangrienta. Me vea ya invadido por el hombre barbudo; saqueado, expulsado al atroz mundo de los bajos, donde todo era obediencia, manteles blancos, tas escrutadoras y despiadadas cortinas. Pero en los techos reinaba la calma ms grande y en vano pas horas atrincherado, vigilando la lenta ronda de los gatos o, de vez en cuando, el derrumbe de alguna cometa de papel.En vista de ello decid efectuar una salida para cerciorarme con qu clase de enemigo tena que vrmelas, si se trataba realmente de un usurpador o de algn fugitivo que peda tan solo derecho de asilo. Armado hasta los dientes, me aventur fuera de mi fortn y poco a poco fui avanzando hacia la empalizada. En lugar de escalar la torre, contorne la valla de maderas, buscando un agujero. Por entre la juntura de dos tablas apliqu el ojo y observ: el hombre segua en la perezosa, contemplando sus largas manos trasparentes o lanzando de cuando en cuando una mirada hacia el cielo, para seguir el paso de las nubes viajeras.Yo hubiera pasado toda la maana all, entregado con delicia al espionaje, si es que el hombre, despus de girar la cabeza no quedara mirando fijamente el agujero.-Pasa -dijo hacindome una sea con la mano-. Ya s que ests all. Vamos a conversar.Esta invitacin, si no equivala a una rendicin incondicional, revelaba al menos el deseo de parlamentar. Asegurando bien mis armamentos, trep por el perchero y salt al otro lado de la empalizada. El hombre me miraba sonriente. Sacando un pauelo blanco del bolsillo -era un signo de paz?- se enjug la frente.-Hace rato que estas all -dijo-. Tengo un odo muy fino. Nada se me escapa... Este calor!-Quin eres t? -le pregunt.-Yo soy el rey de la azotea -me respondi.-No puede ser! -protest- El rey de la azotea soy yo. Todos los techos son mos. Desde que empezaron las vacaciones paso todo el tiempo en ellos. Si no vine antes por aqu fue porque estaba muy ocupado por otro sitio.-No importa -dijo-. T sers el rey durante el da y yo durante la noche.-No -respond-. Yo tambin reinar durante la noche. Tengo una linterna. Cuando todos estn dormidos, caminar por los techos.-Est bien -me dijo-. Reinars tambin por la noche! Te regalo las azoteas pero djame al menos ser el rey de los gatos.Su propuesta me pareci aceptable. Mentalmente lo converta ya en una especie de pastor o domador de mis rebaos salvajes.-Bueno, te dejo los gatos. Y las gallinas de la casa de al lado, si quieres. Pero todo lo dems es mo.-Acordado -me dijo-. Acrcate ahora. Te voy a contar un cuento. T tienes cara de persona que le gustan los cuentos. No es verdad? Escucha, pues: Haba una vez un hombre que saba algo. Por esta razn lo colocaron en un plpito. Despus lo metieron en una crcel. Despus lo internaron en un manicomio. Despus lo encerraron en un hospital. Despus lo pusieron en un altar. Despus quisieron colgarlo de una horca. Cansado, el hombre dijo que no saba nada. Y slo entonces lo dejaron en paz.Al decir esto, se ech a rer con una risa tan fuerte que termin por ahogarse. Al ver que yo lo miraba sin inmutarme, se puso serio.-No te ha gustado mi cuento -dijo-. Te voy a contar otro, otro mucho ms fcil: Haba una vez un famoso imitador de circo que se llamaba Max. Con unas alas falsas y un pico de cartn, sala al ruedo y comenzaba a dar de saltos y a piar. El avestruz! deca la gente, sealndolo, y se mora de risa. Su imitacin del avestruz lo hizo famoso en todo el mundo. Durante aos repiti su nmero, haciendo gozar a los nios y a los ancianos. Pero a medida que pasaba el tiempo, Max se iba volviendo ms triste y en el momento de morir llam a sus amigos a su cabecera y les dijo: Voy a revelarles un secreto. Nunca he querido imitar al avestruz, siempre he querido imitar al canario.Esta vez el hombre no ri sino que qued pensativo, mirndome con sus ojos indagadores.-Quin eres t? -le volv a preguntar- No me habrs engaado? Por qu ests todo el da sentado aqu? Por qu llevas barba? T no trabajas? Eres un vago?-Demasiadas preguntas! -me respondi, alargando un brazo, con la palma vuelta hacia m- Otro da te responder. Ahora vete, vete por favor. Por qu no regresas maana? Mira el sol, es como un ojo lo ves? Como un ojo irritado. El ojo del infierno.Yo mir hacia lo alto y vi solo un disco furioso que me encegueci. Camin, vacilando, hasta la empalizada y cuando la salvaba, distingu al hombre que se inclinaba sobre sus rodillas y se cubra la cara con su sombrero de paja.Al da siguiente regres.-Te estaba esperando -me dijo el hombre-. Me aburro, he ledo ya todos mis libros y no tengo nada qu hacer.En lugar de acercarme a l, que extenda una mano amigable, lanc una mirada codiciosa hacia un amontonamiento de objetos que se distingua al otro lado de la farola. Vi una cama desarmada, una pila de botellas vacas.-Ah, ya s -dijo el hombre-. T vienes solamente por los trastos. Puedes llevarte lo que quieras. Lo que hay en la azotea -aadi con amargura- no sirve para nada.-No vengo por los trastos -le respond-. Tengo bastantes, tengo ms que todo el mundo.-Entonces escucha lo que te voy a decir: el verano es un dios que no me quiere. A m me gustan las ciudades fras, las que tienen all arriba una compuerta y dejan caer sus aguas. Pero en Lima nunca llueve o cae tan pequeo roco que apenas mata el polvo. Por qu no inventamos algo para protegernos del sol?-Una sombrilla -le dije-, una sombrilla enorme que tape toda la ciudad.-Eso es, una sombrilla que tenga un gran mstil, como el de la carpa de un circo y que pueda desplegarse desde el suelo, con una soga, como se iza una bandera. As estaramos todos para siempre en la sombra. Y no sufriramos.Cuando dijo esto me di cuenta que estaba todo mojado, que la transpiracin corra por sus barbas y humedeca sus manos.-Sabes por qu estaban tan contentos los portapliegos de la oficina? -me pregunto de pronto-. Porque les haban dado un uniforme nuevo, con galones. Ellos crean haber cambiado de destino, cuando slo se haban mudado de traje.-La construiremos de tela o de papel? -le pregunt.El hombre quedo mirndome sin entenderme.-Ah, la sombrilla! -exclam- La haremos mejor de piel, qu te parece? De piel humana. Cada cual dar una oreja o un dedo. Y al que no quiera drnoslo, se lo arrancaremos con una tenaza.Yo me eche a rer. El hombre me imit. Yo me rea de su risa y no tanto de lo que haba imaginado -que le arrancaba a mi profesora la oreja con un alicate- cuando el hombre se contuvo.-Es bueno rer -dijo-, pero siempre sin olvidar algunas cosas: por ejemplo, que hasta las bocas de los nios se llenaran de larvas y que la casa del maestro ser convertida en cabaret por sus discpulos.A partir de entonces iba a visitar todas las maanas al hombre de la perezosa. Abandonando mi reserva, comenc a abrumarlo con toda clase de mentiras e invenciones. l me escuchaba con atencin, me interrumpa slo para darme crdito y alentaba con pasin todas mis fantasas. La sombrilla haba dejado de preocuparnos y ahora idebamos unos zapatos para andar sobre el mar, unos patines para aligerar la fatiga de las tortugas.A pesar de nuestras largas conversaciones, sin embargo, yo saba poco o nada de l. Cada vez que lo interrogaba sobre su persona, me daba respuestas disparatadas u oscuras:-Ya te lo he dicho: yo soy el rey de los gatos. Nunca has subido de noche? Si vienes alguna vez vers cmo me crece un rabo, cmo se afilan mis uas, cmo se encienden mis ojos y cmo todos los gatos de los alrededores vienen en procesin para hacerme reverencias.O deca:-Yo soy eso, sencillamente, eso y nada ms, nunca lo olvides: un trasto.Otro da me dijo:-Yo soy como ese hombre que despus de diez aos de muerto resucit y regres a su casa envuelto en su mortaja. Al principio, sus familiares se asustaron y huyeron de l. Luego se hicieron los que no lo reconocan. Luego lo admitieron pero hacindole ver que ya no tena sitio en la mesa ni lecho donde dormir. Luego lo expulsaron al jardn, despus al camino, despus al otro lado de la ciudad. Pero como el hombre siempre tenda a regresar, todos se pusieron de acuerdo y lo asesinaron.A mediados del verano, el calor se hizo insoportable. El sol derreta el asfalto de las pistas, donde los saltamontes quedaban atrapados. Por todo sitio se respiraba brutalidad y pereza. Yo iba por las maanas a la playa en los tranvas atestados, llegaba a casa arenoso y famlico y despus de almorzar suba a la azotea para visitar al hombre de la perezosa.Este haba instalado un parasol al lado de su sillona y se abanicaba con una hoja de peridico. Sus mejillas se haban ahuecado y, sin su locuacidad de antes, permaneca silencioso, agrio, lanzando miradas colricas al cielo.-El sol, el sol! -repeta-. Pasar l o pasar yo. Si pudiramos derribarlo con una escopeta de corcho!Una de esas tardes me recibi muy inquieto. A un lado de su sillona tena una caja de cartn. Apenas me vio, extrajo de ella una bolsa con fruta y una botella de limonada.-Hoy es mi santo -dijo-. Vamos a festejarlo. Sabes lo que es tener treinta y tres aos? Conocer de las cosas el nombre, de los pases el mapa. Y todo por algo infinitamente pequeo, tan pequeo -que la ua de mi dedo meique sera un mundo a su lado. Pero no deca un escritor famoso que las cosas ms pequeas son las que ms nos atormentan, como, por ejemplo, los botones de la camisa?Ese da me estuvo hablando hasta tarde, hasta que el sol de brujas encendi los cristales de las farolas y crecieron largas sombras detrs de cada ventana teatina.Cuando me retiraba, el hombre me dijo:-Pronto terminarn las vacaciones. Entonces, ya no vendrs a verme. Pero no importa, porque ya habrn llegado las primeras lloviznas.En efecto, las vacaciones terminaban. Los muchachos vivamos vidamente esos ltimos das calurosos, sintiendo ya en lontananza un olor a tinta, a maestro, a cuadernos nuevos. Yo andaba oprimido por las azoteas, inspeccionando tanto espacio conquistado en vano, sabiendo que se iba a pique mi verano, mi nave de oro cargada de riquezas.El hombre de la perezosa pareca consumirse. Bajo su parasol, lo vea cobrizo, mudo, observando con ansiedad el ltimo asalto del calor, que haca arder la torta de los techos.-Todava dura! -deca sealando el cielo- No te parece una maldad? Ah, las ciudades fras, las ventosas. Cancula, palabra fea, palabra que recuerda a un arma, a un cuchillo.Al da siguiente me entreg un libro:-Lo leers cuando no puedas subir. As te acordars de tu amigo..., de este largo verano.Era un libro con grabados azules, donde haba un personaje que se llamaba Rogelio. Mi madre lo descubri en el velador. Yo le dije que me lo haba regalado el hombre de la perezosa. Ella indag, averigu y cogiendo el libro con un papel, fue corriendo a arrojarlo a la basura.-Por qu no me habas dicho que hablabas con ese hombre? Ya vers esta noche cuando venga tu pap! Nunca ms subirs a la azotea.Esa noche mi pap me dijo:-Ese hombre est marcado. Te prohbo que vuelvas a verlo. Nunca ms subirs a la azotea.Mi mam comenz a vigilar la escalera que llevaba a los techos. Yo andaba asustado por los corredores de mi casa, por las atroces alcobas, me dejaba caer en las sillas, miraba hasta la extenuacin el empapelado del comedor -una manzana, un pltano, repetidos hasta el infinito- u hojeaba los lbumes llenos de parientes muertos. Pero mi odo slo estaba atento a los rumores del techo, donde los ltimos das dorados me aguardaban. Y mi amigo en ellos, solitario entre los trastos.Se abrieron las clases en das aun ardientes. Las ocupaciones del colegio me distrajeron. Pasaba maanas interminables en mi pupitre, aprendiendo los nombres de los catorce incas y dibujando el mapa del Per con mis lpices de cera. Me parecan lejanas las vacaciones, ajenas a m, como ledas en un almanaque viejo.Una tarde, el patio de recreo se ensombreci, una brisa fra barri el aire caldeado y pronto la gara comenz a resonar sobre las palmeras. Era la primera lluvia de otoo. De inmediato me acord de mi amigo, lo vi, lo vi jubiloso recibiendo con las manos abiertas esa agua cada del cielo que lavara su piel, su corazn.Al llegar a casa estaba resuelto a hacerle una visita. Burlando la vigilancia materna, sub a los techos. A esa hora, bajo ese tiempo gris, todo pareca distinto. En los cordeles, la ropa olvidada se meca y respiraba en la penumbra, y contra las farolas los maniqus parecan cuerpos mutilados. Yo atraves, angustiado, mis dominios y a travs de barandas y tragaluces llegu a la empalizada. Encaramndome en el perchero, me asom al otro lado.Slo vi un cuadriltero de tierra humedecida. La sillona, desarmada, reposaba contra el somier oxidado de un catre. Camin un rato por ese reducto fro, tratando de encontrar una pista, un indicio de su antigua palpitacin. Cerca de la sillona haba una escupidera de loza. Por la larga farola, en cambio, suba la luz, el rumor de la vida. Asomndome a sus cristales vi el interior de la casa de mi amigo, un corredor de losetas por donde hombres vestidos de luto circulaban pensativos.Entonces comprend que la lluvia haba llegado demasiado tarde.

Tristes querellas en la vieja quinta.(Adaptado. Julio Ramn Ribeyro. La palabra del mudo).

Cuando Memo Garca se mud la quinta era nueva, sus muros estaban impecablemente pintados de rosa y las palmeras de la entrada sobrepasaban la talla de un hombre corpulento. Aos ms tarde el cesped se amarill, las palmeras dominaron la avenida y manadas de gatos salvajes hicieron su madriguera entre la madreselva. Memo entonces haba perdido ya su abundante cabello oscuro, parte de sus dientes, su andar se haca ms lento y moroso y sus hbitos de soltern ms reiterativos.Todo el balneario haba adems cambiado. De lugar de reposo y mar se haba convertido en una ciudad moderna.Memo ocup desde el comienzo y para siempre un departamento al fondo de la quinta, donde se alojaba la gente ms modesta. Ocupaba una pieza con cocina y bao, extremadamente apacible, pues limitaba con un departamento similar al suyo, pero utilizado como depsito por un inquilino invisible. De este modo llevaba all, especialmente desde que se jubil, una vida que se podra calificar de paradisiaca. Haba ganado honestamente su vida, haba evitado todos los problemas relativos al amor, el matrimonio, la paternidad; no conoca el odio ni la envidia ni la ambicin ni la indigencia y su verdadera sabidura haba consistido en haber conducido su existencia por los senderos de la modestia, la moderacin y la mediocridad.Pero los proyectos ednicos que se haba forjado para su vejez se vieron alterados por la aparicin de doa Francisca Morales.Primero fue el rudo de un cao abierto, luego un canturreo, despus un abrir y cerrar de cajones lo que le revelaron que haba alguien en la pieza vecina, esa pieza desocupada cuyo silencio era uno de los fundamentos de su tranquilidad. Para probarlo sali al balcn que corra delante de los departamentos, justo en el momento en que una seora gorda, casi enana, de cutis oscuro, asomaba con un pauelo amarrado en la cabeza y una jaula vaca en la mano. Le bast verla para dar media vuelta. Apenas haban tenido tiempo de mirarse a los ojos, pero les haba bastado ese fragmento de segundo para reconocerse, identificarse y odiarse.Mal que bien comenz a sospechar que se trataba de una vecina soportable, hasta la vez que se ocurri escuchar una de sus peras en su vitrola de cuerda. Apenas Caruso haba atacado su aria preferida sinti en la pared un rudo seco.Francisca: Va a quitar esa msica de porquera?Memo qued helado.Francisca: Pedazo de malcriado, no se da cuenta de que me molesta con esos chillidos?Memo:Aguntelos!En los das siguiente continu escuchando peras. Despus de algunas protestas como...Francisca: Ya empieza usted con su fregadera! Me quiere volver loca!...optaba por irse paseo hasta el atardecer. Memo tena la impresin de que el enemigo ceda terreno y que esa primera batalla estaba prcticamente ganada.

Una tarde vio llegar a doa Pancha con una enorme caja de cartn que lo intrig. Al poco rato una voz de hombre llen la habitacin vecina. Era alguien que hablaba de las ventajas del fijador Glostora. Memo se desplom en su silln: un aparato de radio! Memo coloc a su Caruso. Su vecina aumento el volumen y Memo la imit. An no se haba dado cuenta, pero haba empezado la guerra de las ondas.Esta dur interminables das....Ambos terminaron por conclur un armisticio tcito. Al fin optaron por escuchar sus aparatos discretamente o por encenderlos cuando el vecino haba salido. En definitiva, haba sido un empate.Esto los obligaba sin embargo a vivir continuamente pendientes el uno del otro. Y fue as como Memo not que su vecina haba iniciado un vasto plan de embellecimiento de su habitculo. Luego, ampli sus proyectos decotativos hacia la galera, llenndose progresivamente de plantas.Memo termin por darse cuenta de que eran el inicio de hostilidades muchsimo ms sutiles. Adquiri un helecho sembrado en su caja de madera y lo coloc en la galera, al lado de su puerta. Doa Pancha estuvo examinando la planta con una expresin de asco y al fin soltando la carcajada se retir a su cuarto. Memo se sinti decepcionado. Compr un pequeo ciprs y un cactus serrano; y para redondear su ofensiva, cada vez que regaba su huerta porttil, no dejaba de decir en voz alta:Memo:Geranios, florecitas de pacotilla. Dalias que apestan a caca. La distincin est en los arbustos de otros climas, en la gran vegetacin que nos da la idea de estar en la campia. Las plantas en maceta, para los peluqueros.De esta manera, lo que antes era corredor amplio y despejado se haba convertido en una pequea selva que era necesario atravesar con precauciones. Se inici una nueva guerra en la que mutuamente se destrozaban sus plantas.Francisca: Ya lo vi, sinvergenza, viejo marica, quiere hacer trizas mi jardn!Memo:Me estoy paseando, zamba grosera. todo el mundo tiene derecho a pasear por el balcn.Francisca:Mentira, si ya estaba a punto de empujar mi maceta. lo he visto por la ventana, pedazo de mequetrefe. Ingeniero dice la tarjeta que hay en su puerta. Qu va a ser usted ingeniero! Habr sido barrendero, flaco asqueroso.Memo: Y usted una zamba sin educacin. Deban echarla de la quinta por bocasucia.Francisca: Soy yo la que lo voy hacer echar. Lo voy a llevar a los tribunales por dao a la propiedad.Algunas luces se encendieron en la quinta. Memo, temeroso del escandalo, opt por retirarse, despus de lanzar una ltima injuria que haba tenido hasta entonces en reserva:Memo: Negra!Los intercambios de insultos pareca haberlos aliviado. Entraron a un nuevo perodo de paz.La tranquilidad de Memo no dur sin embargo mucho tiempo. En esos das Memo haba contratado a una muchacha para que viniera una vez a la semana a lavarle la ropa. Era casi una nia, un poco retardada y dura de odo. Doa Pancha concibi un montaje osceno y puso el grito en el cieloFrancisca: Venlo pues al inocentn! Tiene una barragana. A la vejez, viruelas. Trae mujeres a su cuarto!Memo:Silencio, boca de desage!Francisca:No me callar. Si quiere hacer cochinadas, hgalas en la calle. Pero aqu no. Este es un lugar decente.Memo:Zamba grosera, chitn!Francisca:Es el baldn de la quinta!

Desde entonces dona Pancha no cej. Cada vez que vena la lavandera se deshaca en insultos. Memo se limitaba a parar los golpes. Hasta que se le present la ocasin de pasar al ataque.fue cuando se le ator a doa Pancha el lavadero de la cocina. Una tarde apareci un japons con su maletn de trabajo. Memo no quiso despercidiar la oportunidad de vengarse. Cuando el obrero se fue, sali a la galera e imitando a sus tenores preferidos improvis un aria completamente destemplada:Memo:La vieja tiene un amante! Trae un hombre a su casa! Un japons adems. Y obrero! Y en la iglesia de da golpes de pecho, la hipcrita! Que se enteren todos aqu, doa Francisca viuda de Morales con ungastifero!Francisca:Cobarde, pestfero, empleaducho!Logr articular doa Pancha cuando Memo disparaba su ltimo cartucho.Memo:Vieja puta!

Pas el tiempo y la quinta continuaba degradndose. Sus propietarios, un banco, no hacan nada por repararla, esperaban que su decrepitud expulsara a sus habitantes y que podran as construr un edificio moderno en su solar. Una maana Memo descubri que en la jaula vaca que doa Pancha trajera el da que se mud y que desde entonces colgaba sobre el dintel de su puerta haba un loro. Ese animal contena elementos de perturbacin que no tardaron en manifestarse. En esos das una estacin de radio haba convocado a un concurso ofreciendo un premio de mil soles a quien presentara un loro que dijera . A partir de entonces doa Pancha se dedic a ensearle a su perico esas palabras.Francisca: Naranjas Huando, Naranjas Huando.Doa Pancha era de una tenacidad inquebratable y la estupidez de su loro pareca redoblar su ardor. Un da, Memo, sali a la galera:Memo: Vieja bellaca, va a cerrar el pico?Francisca: Pico tendr usted, cholo malcriado.Memo: Este no es un corral para traer animalesFrancisca: Y a usted, cmo lo han dejado entrar en la quinta?Memo: Animal ser usted,, una verdadera bestia pra decirlo en una palabra. Ms bruta que su loro.Francisca: No me siga hablando as que voy a llamar a la polica.Memo: Que venga pues la polica y ver como hago que le metan al loro donde no le d el sol.Estos altercados no impidieron que doa Pancha siguiera aleccionando a su loro. Y al fin a Memo se le ocurri la idea salvadora: era necesario enfrentar a su animal con otro animal. Y ya que en la quinta haba ratones lo indicado era un gato.Cuando el gato se familiariz con la casa, Memo le permiti salir al corredor y tomar el sol al lado de su ciprs. Solo entonces el capn repar que en la jaula vecina haba algo que se mova. Doa Pancha not que el gato se acercaba cada da ms a la jaula.

Francisca:Se quiere comer a mi loro! Usted lo ha adiestrado para que lo mate!Memo: A buena hora. Librara a la quinta de una plaga.Francisca: Si lo veo acercarse un centmetro ms, ese animal va a saber lo que es un escobazo.Memo:Y usted una patada en el trasero.Francisca: Ya se abri el albaal! Ahora van a salir sapos y culebras!Memo: Sapo ser usted y una culebra es lo que yo debera traer para que la estrangule.A pesar de las protestas de doa Pancha, Memo dej que su gato siguiera pasendose por la galera. Haba delegado a su felino la tarea de ocuparse de su vecina y poder pasar as largas horas leyendo tranquilamente en un silln. Un da sinti caer en el balcn un chorro de agua y al poco rato el gato entr despavorido por la ventana completamente mojado. En el acto sali, cuando doa Pancha entraba a su casa con un balde.

Memo: Ya la vi zamba canalla! Abusando de un animal indefenso.Francisca: Se haba subido a mi ventana, iba a saltar a la jaula.Francisca: No le creo. Adems mi gato no quiere envenenarse mordiendo a ese pjaro inmundo.Francisca: Viejo avaro, usted lo mata de hambre seguramente cuando quiere comerse a mi loro.Memo: Come mejor que usted, para que lo sepa, carne molida y sardinas.Francisca: Por eso es que apesta a pescado podrido.

El gato permaneci unos das encerrado, sin atreverse a salir. Pero ms puede la curiosidad que el castigo y el felino recibi un segundo chorro de agua fra. Memo se abstuvo de toda reaacin , pero esa misma noche vel y cuando su vecina dorma sali, descolg la jaula y la avent con tal fuerza al jardn de los bajos que la jaula se despanzurr. El loro se fue volando.Doa Pancha estaba a la maana siguiente aporreando la puerta de su cuarto y tan trastornada por lo ocurrido que apenas poda hablar. Memo vio en su rostro abotagado los signos de un colapso inmediato.Memo: Usted se lo ha ganado.Francisca: Miserable.

Sobrevinieron unos das de paz forzoza. Doa Pancha sala muy temprano en busca de su loro. Al final el loro encall hambriento y fatigado en una floristera y doa Pancha pudo recobrarlo y con l la tranquilidad y la paz perdidos. Esta vez lo instal en una jaula de pie, metlica, roja e inexpugnable.A partir de entonces sucedi algo extrao: entre el loro y el gato se estableci una rara complicidad. Entre los juegos siempre repetidos que mutuamente se dedicaban encontraban un deleite infinito. El acercamiento entre lo que antes haba sido sus armas de combate no megu la pugna entre los vecinos. Cada vez que se cruzaban...:Memo: Zamba cochina.Francisca: Cholo pulguiento.A travs del muro adems se haba entablado un dilogomque se cumpla rigurosamente:Memo: Primer pedo. Segundo pedoFrancisca: Ya empieza a echar gargajos el viejo tsico. Un pollo ms.As, ambos nada olvidaban ni perdonaban y ocupaban sus das seniles en una contienda ms bien disciplinada, cada vez menos feroz, que iba tomando el aspecto de una verdadera conversacin.Un da el cielo raso de doa Francisca se agriet y poco despus en el muro de la fachada apareci una fisura. La quinta segua cayndose a pedazos.Una noche doa Pancha tosi sin interrupcin, lo que redobl las puyas de Memo y el pleito que tenda a empantanarse en la moderacin recobr su antiguo bro. en el resto de la noche slo escuch toses, ronquidos y suspiros.Al da doa pancha no sali de su cuarto. Memo permaneci todo el tiempo al acecho, escuchando tan solo en la pieza contigua el carraspeo y el trajn de una persona agotada. en los das siguientes el trajn se fue haciendo ms lento hasta que ces por completo. Memo se alarm: ese silencio le pareca irreal, despojaba a su vida de todo un escenario que haba sido minuciosa, arduamente montado durante aos. saliendo al balcn se atrevi a acercarse a la ventana de su vecina.Francisca: Viejo idiota, qu hace all espindome?Memo: No estoy espiando a nadie. Ya le he dicho que el balcn es de todos los inquilinos.Francisca: ya que tiene usted dos patas, vaya a la botica y trigame una aspirina.Memo: A la ltima persona que le hara un favor sera a usted. Reviente, zamba sucia.Francisca: No es un favor pedazo de malcriado, es una orden. si no me hace caso va a caer sobre usted la maldicin de Dios.Memo: Esas maldiciones me importan un comino. Bsquese una sirvienta. Le traer la aspirina, bestia, pero lo hago solo por humanidad. Y aun as cudese, no vaya a ser que le ponga veneno.Pero esa noche cuando doa Pancha lo interpel pidindole una taza de t caliente Memo, despus de deshacerse en improperios, se la prepar.Al da siguiente fue un caldo lo que doa Pancha exigi:Memo: Y por qu no un pavo al horno, vieja gorrera.Francisca: Un caldo, he dicho.memo cogi un poco de carne molida de su gato y prepar una sustancia.Francisca: De hueso, seguramente, miserable.Memo: De caca de gato, para que lo sepa.Al da siguiente Memo fue a una pensin cercana y encarg para medioda una doble racin de caldo de gallina. Pero dieron las dos de la tarde y no escuch ningn pedido.Memo: No hay hambre, vieja pedorra? Eh, aqu no estamos para aguantar caprichos! La sopa a sus horas o nada.Al fin, intrigado, se decidi a dar unos golpes en la puerta y como no obtuvo repuesta la empuj.Memo: Vieja bruja, as que ponindome zancadillas, no?Doa Pancha estaba tirada de vientre en medio del piso, con un frasco en la mano. Agachndose roz con la mano ese cuerpo fro y rgido.Cerca de medianoche se visti y se dirigi a la comisara del parque para dar cuenta de lo sucedido. No hubo velatorio. Vino a llevarla al cementerio la carroza de los indigentes.Y desde entonces lo vimos ms soltern y y solitario que nunca. se aburra en su cuarto silencioso, adonde haba terminado por llegar las grietas de la pieza vecina. Pasaba largas horas en la galera fumando sus cigarrillos ordinarios, mirando la fachada de esa casa vaca, en cuya puerta los propietarios haban clavado dos maderos cruzados. Hered el loro en su jaula colorada y termin, como era de esperar, regando las macetas de doa Pancha, cada maana, religiosamente, mientras entre dientes la segua insultando, no porque lo haba fastidiado durante tantos aos, sino porque lo haba dejado, en la vida, es decir, puesto que ahora formaba parte de sus sueos.

LOS OJOS DE LINAClemente Palma

El teniente Jym de la Armada inglesa era nuestro amigo. Cuando entr en la Compaa Inglesa de Vapores le veamos cada mes y pasbamos una o dos noches con l en alegre francachela. Jym haba pasado gran parte de su juventud en Noruega, y era un insigne bebedor de wisky y de ajenjo; bajo la accin de estos licores le daba por cantar con voz estentrea lindas baladas escandinavas, que despus nos traduca. Una tarde fuimos a despedirnos de l a su camarote, pues al da siguiente zarpaba el vapor para San Francisco. Jym no poda cantar en su cama a voz en cuello, como tena costumbre, por razones de disciplina naval, y resolvimos pasar la velada refirindonos historias y aventuras de nuestra vida, sazonando las relaciones con sendos sorbos de licor. Seran las dos de la maana cuando terminamos los visitantes de Jym nuestras relaciones; slo Jym faltaba y le exigimos que hiciera la suya. Jym se arrellan en un sof; puso en una mesita prxima una pequea botella de ajenjo y un aparato para destilar agua; encendi un puro y comenz a hablar del modo siguiente:

No voy a referiros una balada ni una leyenda del Norte, como en otras ocasiones; hoy se trata de una historia verdica, de un episodio de mi vida de novio. Ya sabis que, hasta hace dos aos, he vivido en Noruega; por mi madre soy noruego, pero mi padre me hizo sbdito ingls. En Noruega me cas. Mi esposa se llama Axelina o Lina, como yo la llamo, y cuando tengis la ventolera de dar un paseo por Christhiana, id a mi casa, que mi esposa os har con mucho gusto los honores.

Empezar por deciros que Lina tena los ojos ms extraamente endiablados del mundo. Ella tena diez y seis aos y yo estaba loco de amor por ella, pero profesaba a sus ojos el odio ms rabioso que puede caber en corazn de hombre. Cuando Lina fijaba sus ojos en los mos me desesperaba, me senta inquieto y con los nervios crispados; me pareca que alguien me vaciaba una caja de alfileres en el cerebro y que se esparcan a lo largo de mi espina dorsal; un fro doloroso galopaba por mis arterias, y la epidermis se me erizaba, como sucede a la generalidad de las personas al salir de un bao helado, y a muchas al tocar una fruta peluda, o al ver el filo de una navaja, o al rozar con las uas el terciopelo, o al escuchar el frufr de la seda o al mirar una gran profundidad. Esa misma sensacin experimentaba al mirar los ojos de Lina. He consultado a varios mdicos de mi confianza sobre este fenmeno y ninguno me ha dado la explicacin; se limitaban a sonrer y a decirme que no me preocupara del asunto, que yo era un histrico, y no s qu otras majaderas. Y lo peor es que yo adoraba a Lina con exasperacin, con locura, a pesar del efecto desastroso que me hacan sus ojos. Y no se limitaban estos efectos a la tensin lgida de mi sistema nervioso; haba algo ms maravilloso an, y es que cuando Lina tena alguna preocupacin o pasaba por ciertos estados psquicos y fisiolgicos, vea yo pasar por sus pupilas, al mirarme, en la forma vaga de pequeas sombras fugitivas coronadas por puntitos de luz, las ideas; s, seores, las ideas. Esas entidades inmateriales e invisibles que tenemos todos o casi todos, pues hay muchos que no tienen ideas en la cabeza, pasaban por las pupilas de Lina con formas inexpresables. He dicho sombras porque es la palabra que ms se acerca. Salan por detrs de la esclertica, cruzaban la pupila y al llegar a la retina destellaban, y entonces senta yo que en el fondo de mi cerebro responda una dolorosa vibracin de las clulas, surgiendo a su vez una idea dentro de m.Se me ocurra comparar los ojos de Lina al cristal de la claraboya de mi camarote, por el que vea pasar, al anochecer, a los peces azorados con la luz de mi lmpara, chocando sus estrafalarias cabezas contra el macizo cristal, que, por su espesor y convexidad, haca borrosas y deformes sus siluetas. Cada vez que vea esa parranda de ideas en los ojos de Lina, me deca yo: Vaya! Ya estn pasando los peces! Slo que stos atravesaban de un modo misterioso la pupila de mi amada y formaban su madriguera en las cavernas oscuras de mi encfalo.

Pero bah!, soy un desordenado. Os hablo del fenmeno sin haberos descrito los ojos y las bellezas de mi Lina. Lina es morena y plida: sus cabellos undosos se rizaban en la nuca con tan adorable encanto, que jams belleza de mujer alguna me sedujo tanto como el dorso del cuello de Lina, al sumergirse en la sedosa negrura de sus cabellos. Los labios de Lina, casi siempre entreabiertos, por cierta tirantez infantil del labio superior, eran tan rojos que parecan acostumbrados a comer fresas, a beber sangre o a depositar la de los intensos rubores; probablemente esto ltimo, pues cuando las mejillas de Lina se encendan, palidecan aqullos. Bajo esos labios haba unos dientes diminutos tan blancos, que iluminaban la faz de Lina, cuando un rayo de luz jugaba sobre ellos. Era para m una delicia ver a Lina morder cerezas; de buena gana me hubiera dejado morder por esa deliciosa boquita, a no ser por esos ojos endemoniados que habitaban ms arriba. Esos ojos! Lina, repito, es morena, de cabellos, cejas y pestaas negras. Si la hubierais visto dormida alguna vez, yo os hubiera preguntado: De qu color creis que tiene Lina los ojos? A buen seguro que, guiados por el color de su cabellera, de sus cejas y pestaas me habrais respondido: negros. Qu chasco! Pues, no, seor; los ojos de Lina tenan color, es claro, pero ni todos los oculistas del mundo, ni todos los pintores habran acertado a determinarlo ni a reproducirlo. Los ojos de Lina eran de un corte perfecto, rasgados y grandes; debajo de ellos una lnea azulada formaba la ojera y pareca como la tenue sombra de sus largas pestaas. Hasta aqu, como veis, nada hay de raro; stos eran los ojos de Lina cerrados o entornados; pero una vez abiertos y lucientes las pupilas, all de mis angustias. Nadie me quitar de la cabeza que, Mefistfeles tena su gabinete de trabajo detrs de esas pupilas. Eran ellas de un color que fluctuaba entre todos los de la gama, y sus ms complicadas combinaciones. A veces me parecan dos grandes esmeraldas, alumbradas por detrs por luminosos carbunclos. Las fulguraciones verdosas y rojizas que despedan se irisaban poco a poco y pasaban por mil cambiantes, como las burbujas de jabn, luego vena un color indefinible, pero uniforme, a cubrirlos todos, y en medio palpitaba un puntito de luz, de lo ms mortificante por los tonos felinos y diablicos que tomaba. Los hervores de la sangre de Lina, sus tensiones nerviosas, sus irritaciones, sus placeres, los alambicamientos y juegos de su espritu, se denunciaban por el color que adquira ese punto de luz misteriosa.Con la continuidad de tratar a Lina llegu a traducir algo los brillores mltiples de sus ojos. Sus sentimentalismos de muchacha romntica eran verdes, sus alegras, violadas, sus celos amarillos, y rojos sus ardores de mujer apasionada. El efecto de estos ojos en m era desastroso. Tenan sobre m un imperio horrible, y en verdad yo senta mi dignidad de varn humillada con esa especie de esclavitud misteriosa, ejercida sobre mi alma por esos ojos que odiaba como a personas. En vano era que tratara de resistir; los ojos de Lina me subyugaban, y senta que me arrancaban el alma para triturarla y carbonizarla entre dos chispazos de esas miradas de Luzbel. Por ltimo, con el alma adiente de amor y de ira, tena yo que bajar la mirada, porque senta que mi mecanismo nervioso llegaba a torsiones desgarradoras, y que mi cerebro saltaba dentro de mi cabeza, como un abejorro encerrado dentro de un horno. Lina no se daba cuenta del efecto desastroso que me hacan sus ojos.

Todo Christhiana se los elogiaba por hermosos y a nadie causaban la impresin terrible que a m: slo yo estaba constituido para ser la vctima de ellos. Yo tena reacciones de orgullo; a veces pensaba que Lina abusaba del poder que tena sobre m, y que se complaca en humillarme; entonces mi dignidad de varn se sublevaba vengativa reclamando imaginarios fueros, y a mi vez me entretena en tiranizar a mi novia, exigindola sacrificios y mortificndola hasta hacerla llorar. En el fondo haba una intencin que yo trataba de realizar disimuladamente; s, en esa valiente sublevacin contra la tirana de esas pupilas estaba embozada mi cobarda: haciendo orar a Lina la haca cerrar los ojos, y cerrados .os ojos me senta libre de mi cadena. Pero la pobrecilla ignoraba el arma terrrible que tena contra m; sencilla y candorosa, la buena muchacha tena un corazn de oro y me adoraba y me obedeca. Lo ms curioso es que yo, que odiaba sus hermosos ojos, era por ellos que la quera. Aun cuando siempre sala vencido, volva siempre a luchar contra esas terribles pupilas, con la esperanza de vencer. Cuntas veces las rojas fulguraciones del amor me hicieron el efecto de cien caonazos disparados contra mis nervios! Por amor propio no quise revelar a Lina mi esclavitud.

Nuestros amores deban tener una solucin como la tienen todos: o me casaba con Lina o rompa con ella. Esto ltimo era imposible, luego tena que casarme con Lina. Lo que me aterraba, de la vida de casado, era la perduracin de esos ojos que tenan que alumbrar terriblemente m vejez. , Cuando se acercaba la poca en que deba pedir la mano de Lina a su padre, un rico armador, la obsesin de los ojos de ella me era insoportable. De noche los vea fulgurar como ascuas en la oscuridad de m alcoba; vea al techo y all estaban terribles y porfiados; miraba a la pared y estaban incrustados all; cerraba los ojos y los vea adheridos sobre mis prpados con una tenacidad luminosa tal, que su fulgor iluminaba el tejido de arteras y venillas de la membrana. Al fin, rendido, dorma, y las miradas de Lina llenaban m sueo de redes que se apretaban y me estrangulaban el alma. Qu hacer? Form mil planes; pero no s s por orgullo, amor, o por una nocin del deber muy grabada en m espritu, jams pens en renunciar a Lina.

El da en que la ped, Lina estuvo contentsima. Oh, cmo brillaban sus ojos y qu endiabladamente! La estrech en mis brazos delirante de amor, y al besar sus labios sangrientos y tibios tuve que cerrar los ojos casi desvanecido.-Cierra los ojos, Lina ma, te lo ruego!Lina, sorprendida, los abri ms, y al verme plido y descompuesto me pregunt asustada, cogindome las manos:-Qu tienes, Jym?... Habla. Dios Santo ... Ests enfermo? Habla.-No ... perdname; nada tengo, nada... -le respond sin mirarla.-Mientes, algo te pasa...-Fue un vahdo, Lina... Ya pasar...-Y por qu queras que cerrara los ojos? No quieres que te mire, bien mo.No respond y la mir medroso. Oh!, all estaban esos ojos terribles, con todos sus insoportables chsporroteos de sorpresa, de amor y de inquietud. Lina, al notar m turbado silencio, se alarm ms. Se arrodill sobre mis rodillas, cogi m cabeza entre sus manos y me dijo con violencia:-No, Jym, t me engaas, algo extrao pasaen ti desde hace algn tiempo: t has hecho algo malo, pues slo los que tienen un peso en la conciencia no se atreven a mirar de frente. Yo te conocer en los ojos, mrame, mrame.Cerr los ojos y la bes en la frente.-No me beses, mrame, mrame.-Oh, por Dios, Lina, djame! ...-Y por qu no me miras? -insisti casi llorando.Yo senta honda pena de mortificarla y a la vez mucha vergenza de confesarle m necedad: -No te miro, porque tus ojos me asesinan; porque les tengo un miedo cerval, que no me explico, ni puedo reprimir-. Call, pues, y me fui a m casa, despus que Lina dej la habitacin llorando.

Al da siguiente, cuando volv a verla, me hicieron pasar a su alcoba: Lina haba amanecido enferma con angina. M novia estaba en cama y la habitacin casi a oscuras. Cunto me alegr de esto ltimo! Me sent junto al lecho, le habl apasionadamente de mis proyectos para el futuro. En la noche haba pensado que lo mejor para que furamos felices, era confesar mis ridculos sufrimientos. Quiz podramos ponernos de acuerdo... Usando anteojos negros... quiz. Despus que le refer mis dolores, Lina se qued un momento en silencio.-Bah, que tontera! -fue todo lo que contest.

Durante veinte das no sali Lina de la cama y haba orden del mdico de que no me dejaran entrar. El da en que Lina se levant me mand llamar. Faltaban pocos das para nuestra boda, y ya haba recibido infinidad de regalos de sus amigos y parientes. Me llam Lina para mostrarme el vestido de azahares, que le haban trado durante su enfermedad, as como los obsequios. La habitacin estaba envuelta en una oscura penumbra en la que apenas poda yo ver a Lina; se sent en un sof de espaldas a la entornada ventana, y comenz a mostrarme brazaletes, sortijas, collares, vestidos, una paloma de alabastro, dijes, zarcillos y no s cunta preciosidad. All es-taba el regalo de su padre, el viejo armador: consista en un pequeo yate de paseo, es decir, no estaba el yate, sino el documento de propiedad; mis regalos tambin estaban y tambin el que Lina me haca, consistente en una cajita de cristal de roca, forrada con terciopelo rojo.

Lina me alcanzaba sonriente los regalos y yo, con galantera de enamorado, le besaba la mano. Por fin, trmula, me alcanz la cajita.-Mrala a la luz -me dijo- son piedras preciosas, cuyo brillo conviene apreciar debidamente.Y tir de una hoja de la ventana. Abr la caja y se me erizaron los cabellos de espanto; deb ponerme monstruosamente plido. Levant la cabeza horrorizado y vi a Lina que me miraba fijamente con unos ojos negros, vidriosos e inmviles. Una sonrisa, entre amorosa e irnica, plegaba los labios de mi novia, hechos con zumos de fresas silvestres. Salt desesperado y cog violentamente a Lina de la mano.-Qu has hecho, desdichada?-Es mi regalo de boda! -respondi tranquilamente.Lina estaba ciega. Como huspedes azorados estaban en las cuencas unos ojos de cristal, y los suyos, los de mi Lina, esos ojos extraos que me haban mortificado tanto, me miraban amenazadores y burlones desde el fondo de la caja roja, con la misma mirada endiablada de siempre...

Cuando termin Jym, quedamos todos en silencio, profundamente emocionados. En verdad que la historia era terrible. Jym tom un vaso de ajenjo y se lo bebi de un trago. Luego nos mir con aire melanclico. Mis amigos miraban, pensativos, el uno la claraboya del camarote y el otro la lmpara que se bamboleaba a los balances del buque. De pronto, Jym solt una carcajada burlona, que cay como un enorme cascabel en medio de nuestras meditaciones.-Hombres de Dios! Creis que haya mujeralguna capaz del sacrificio que os he referido? Si los ojos de una mujer os hacen dao, sabis cmo lo remediar ella? Pues arrancndoos los vuestros para que no veis los suyos. No; amigos mos, os he referido una historia inverosmil cuyo autor tengo el honor de presentaros.Y nos mostr, levantando en alto su botellita de ajenjo, que pareca una solucin concentrada de esmeraldas.ELALFILERVentura Garca CaldernLa bestia cay debruces, agonizante,rezumandosudor y sangre, mientras el jinete, en un santiamn, saltaba a tierra al pie de la escalera monumental de la hacienda de Tilcabamba. Por el obeso balcn de cedro, asom la cabezafosca del hacendado, don Timoteo Mondaraz, interpelando al recin venido, que temblaba. Era burlona la voz desochantredel viejo tremendo: -Qu te pasa, Borradito? Te estn repiqueteando laschoquezuelas... Si no nos comemos aqu a la gente! Habla no ms. El borradito, llamado as en el valle por el rostro picado de viruelas, asa con desesperada mano el sombrero de jipijapa y quiso explicar tantas cosas a la vez -la desgracia sbita, su galope nocturno de veinte leguas, la orden de llegar en pocas horas aunque reventara la bestia en el camino- que enmudeci por un minuto. De repente, sin respirar,exhalsu ingenuaretahla. -Pues, le dir a mi amito que me dijo el nio Conrado que le dijera que anoche mismito agarr y se muri la nia Grimanesa. Si don Timoteo no sac el revlver como siempre que se hallaba conmovido, fue sin duda, por mandato de la Providencia; pero estruj el brazo del criado querindole extirpar mil detalles. -Anoche?...Est muerta?...Grimanesa?... Algo advirti quiz en las obscuras explicaciones del Borradito, pues sin decir palabra, rogando que no despertaran a su hija, "la nia Ana Mara", baj l mismo a ensillar su mejor caballo de paso. Momentos despus galopaba a la hacienda de su yerno, Conrado Basadre, que el ao ltimo se casara con Grimanesa, la linda yamazona, el mejor partido de todo el valle. Fueron aquellosdesposorios,una fiesta sin par, con fuegos de Bengala, sus indias danzantes de camisn morado, sus indias, que todava lloran la muerte de los incas, ocurrida en siglos remotos, peroreviviscienteen laendecha de la raza humilada,como los cantos de Sin en la terquedad sublime de la Biblia. Luego, por los mejores caminos desementeras, haba divagado la procesin de santos antiqusimos, que obstentaban en el ruedo de velludo carmes cabezas disecadas de salvajes. Y el matrimonio tan feliz de una linda moza con el simptico yarroganteConrado Basadre terminaba as...Badajo!...Hincando las espuelas nazarenas, don Timoteo pensaba, aterrado, en aquel festejo trgico. Quera llegar en cuatro horasa Sancavilca, el antiguo feudo de los Basadre. En la tarde, ya vencida se escuch otro galope resonante y premioso, sobre los cantos rodados de la montaa. Por prudencia, el anciano dispar al aire, gritando: -Quin vive? Refren su carrera el jinete prximo, y, con voz que disimulaba mal su angustia, grit a su vez: -Amigo! Soy yo, no me conoce?, el administrador de Sincavilca. Voy a buscar al cura para el entierro. Estaba tan turbado el hacendado, que no preguntpor qucorra tan prisa en lamar al cura si Grimanesa estaba muerta, y por qu razn no se hallaba en la hacienda el capelln. Dijo adis con la mano y estimul a su cabalgadura, que arranc a galope con elflanco lleno de sangre.

Al besar don Timoteo la santa imagen, qued entreabierto el hbito de la muerta, y algo advirti, aterrado, pues se le secaron las lgrimas de repente y se alej del cadver como enloquecido, con repulsin extraa. Entonces, mir por todos los lados, escondi un objeto en el poncho y, sin despedirse de nadie, volvi a montar, regresando a Ticabamba, en la noche cerrada. Durante siete meses nadie fue de una hacienda a otra ni pudo explicarse este silencio. Ni siquiera haba asistido al entierro! Don Timoteo viva enclaustrado en su alcoba, olorosa a estoraque, sin hablar das enteros, sordo a las splicas de Ana Mara, tan hermosa como su hermana Grimanesa que viva adorando y temiendo a su padre terco. Nunca pudo saber la causa del extrao desvo ni por qu no vena Conrado Basadre. Pero un da domingo claro de junio se levant don Timoteo de buen humor, y propuso a Ana Mara que fueran juntos a Siancavilca, despus de misa. Era tan inesperada aquella resolucin, que la chiquilla transit por la casa durante la maana entera como enajanada, probndose al espejo las largas faldas de amazona y el sombrero de jipijapa, que fue preciso fijas en las oleosas crenchas con un largoestiletede oro. Cuando el padre la mir as, dijo turbado, mirando el alfiler.-Vas a quitarte eseadefesio... Ana Mara obedeci suspirando, resuelta, como siempre, a no adivinar el misterio de aquel padre violento. Cuando llegaron a Siancavilca, Conrado estaba domando a un potro nuevo, con la cabeza descubierta a todo sol, hermoso y arrogante en la silla negra con clavos y remaches de plata. Desmont de un salto y al ver a Ana Mara tan parecida a su hermana en gracia zalamera, la estuvo mirando largo rato, embebecido. Nadie habl de la desgracia ocurrida, ni ment a Grimanesa, pero Conrado cort sus esplndidos y carnales jazmines del Cabo para obserquiarlos a Ana Mara. Ni siquiera fueron a visitar la tumba de la muerte, y hubo un silencio enojoso cuando la nodriza vieja vino a abrazar a "la nia" llorando. -Jos, Mara y Jos! Tan linda como mi amita! Un capul! Desde entonces, cada domingo se repeta la visita a Siancavilca. Conrado y Ana Mara pasaban el da mirndose a los ojos y oprimindose dulcemente las manos cuando el viejo volva el rostro para contemplar un nuevo corte de caa madura. Y un lunes de fiesta, despus del domingo encendido en que se besaron por primera vez, llego Conrado a Ticabamba, ostentando la elegancia vistosa de los das de feria, terciado el poncho violeta sobre el pelln de carnero, bien peinada y luciente la crin del caballo, que "braceaba" conescorzoelegante y clavaba el espumantebelfoen el pecho, como los palafrenes de los Libertadores. Con la solemnidad de las grandes horas, pregunt por el hacendado, y no le llam con el respeto de siempre "don Timoteo", sino que murmur, como en el tiempo antiguo, cuando era novio de Grimanesa: -Quiero hablarle, mi padre. Se encerraron en el saln colonial, donde estaba todava el retrato de la hija muerta. El viejo, silencioso , espero que Conrado, turbadsimo, le fuera explicando, con indecisa y vergonzante voz, su deseo de casasrsew con Ana Mara. Midi una pausa tan larga que don Timoteo, con los ojos entrecerrados, pareca dormir. De sbito, gilmente, como si los aos no pesaran en aquella frrea constitucin de hacendado peruano, fue a abrir una caja de hierro de antiguo estilo y complicada llavera, que era menester solicitar con mil ardides y un " santo y sea" escrito en un candado. Entonces, siempre silencioso, cogi all un alfiler de oro. Era uno de esos topos que cierran el manto de las indias y terminan en hoja de coca, pero ms largo, agudsimo y manchado de sangre negra.Al verlo,Conrado cay de rodillas, gimoteando como un reo confuso. -Grimanesa, mi pobre Grimanesa! Ms el viejo advirti, con un violento ademn, que no era el momento de llorar. Disimulando con un esfuerzo sobrehumano su turbacin, murmur en voz tan sorda que se le comprenda apenas: -Si se lo saqu yo del pecho cuando estaba muerta... T le habas clavado este alfiler en el corazn...No es cierto? Ella te falt, quiz... -S, mi padre. -Se arrepinti al morir? -S, mi padre.-Nadie lo sabe? -No mi padre. -Por qu no lo mataste tambin? -Huy como un cobarde! -Juras matarlo si regresa? -S, mi padre. El viejo carraspe sonoramente, estruj la mano de Conrado, y dijo, ya sin aliento: -Si sta tambin te engaa, haz lo mismo!...Toma! Entreg el alfiler de oro solemnemente, como ortogaba los abuelos la espada al nuevo caballero, y con brutal repulsa, apretndose el corazn desfalleciente, indic al yerno que se marchara enseguida, porque no era bueno que alguien viera sollozando al tremendo y justiciero don Timoteo Mondaraz.

CREED EN DIOSGustavo Adolfo BcquerCantiga provenzal Yo fui el verdadero Teobaldo de Montagut, barn de Fortcastell. Noble o villano, seor o pechero, t, cualquiera que seas, que te detienes un instante al borde de mi sepultura, cree en Dios, como yo he credo, y rugale por m.Nobles aventureros que, puesta la lanza en la cuja, cada la visera del casco y jinetes sobre un corcel poderoso, recorris la tierra sin ms patrimonio que vuestro nombre clarsimo y vuestro montante, buscando honra y prez en la profesin de las armas: si al atravesar el quebrado valle de Montagut os han sorprendido en l la tormenta y la noche, y habis encontrado un refugio en las ruinas del monasterio que an se ve en su fondo, odme.IIPastores que segus con lento paso a vuestras ovejas, que pacen derramadas por las colinas y las llanuras: si al conducirlas al borde del transparente riachuelo que corre, forcejea y salta por entre los peascos del valle de Montagut, en el rigor del verano y en una siesta de fuego habis encontrado la sombra y el reposo al pie de las derruidas arcadas del monasterio, cuyos musgosos pilares besan las ondas, odme.IIINias de las cercanas aldeas, lirios silvestres que crecis felices al abrigo de vuestra humildad: si en la maana del santo Patrono de estos lugares, al bajar al valle de Montagut a coger trboles y margaritas con que embellecer su retablo, venciendo el temor que os inspira el sombro monasterio que se alza en sus peas, habis penetrado en su claustro mudo y desierto para vagar entre sus abandonadas tumbas, a cuyos bordes crecen las margaritas ms dobles y los jacintos ms azules, odme.IVT, noble caballero, tal vez al resplandor de un relmpago; t, pastor errante, calcinado por los rayos del sol; t, en fin, hermosa nia, cubierta an con gotas de roco semejantes a lgrimas: todos habris visto en aquel santo lugar una tumba, una tumba humilde. Antes la componan una piedra tosca y una cruz de palo; la cruz ha desaparecido y slo queda la piedra. En esa tumba, cuya inscripcin es el mote de mi canto, reposa en paz el ltimo barn de Fortcastell, Teobaldo de Montagut, del cual voy a referiros la peregrina historia.ICuando la noble condesa de Montagut estaba en cinta de su primognito Teobaldo, tuvo un ensueo misterioso y terrible. Acaso un aviso de Dios; tal vez una vana fantasa que el tiempo realiz ms adelante. So que en su seno engendraba una serpiente, una serpiente monstruosa que, arrojando a