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CAPiTULO 1 LA NUEVA SOCIEDAD ROMANO-GERMÁNICA 1 LAS MONARQUÍAS GERMÁNICAS A lo largo de -siglos los pueblos bárbaros fueron entablando relaciones cada vez más estrechas con el Imperio romano. En el siglo IV algunas tribus consi- guieron permiso para asentarse dentro del Imperio en calidad de aliados (fe- derados) y proporcionaron soldados y generales a los ejércitos romanos para asumir la defensa de la frontera frente a otras tribus. La presión de los hunos (desde finales del siglo IV) hizo que los pueblos germánicos penetraran en masa y buscaran asentamiento dentro del Imperio. Recordemos algunos datos más elementales para poder componer un boceto histórico. * * * Los visigodos (godos del Oeste), tras la campaña de saqueo de Italia liderados por Alariea (410), se asentaron en el Sur de la Calia bajo el mando de Ataulfo, que casó con la prisionera romana Gala Placidia, hermana del emperador Honorio. Los visigodos, en calidad de federados de Roma, establecieron un reino con capital en Toulouse y desde la Calia extendieron su dominio por España, constituyendo un reino unitario y relativamente bien organizado. Al ser derrotados por Clodoveo (507), fueron expulsados de la mayor parte del Sur de la Galia y el reino visigótico se transformó en un reino hispano con la capital en Toledo, que se consolidó con la conversión de los visigodos al catoli- cismo. Los concilios que se reunían en Toledo fueron un anticipo de las futu- ras Cortes. En ellos se debatía y se decidía sobre materias religiosas y tempora- les. El reino visigodo, que conservó la cultura de la España romana gracias a ser los visigodos uno de los pueblos bárbaros más civilizados, tuvo un nivel cultural de primer orden en la Europa de entonces. El reino visigodo va a du- rar hasta la invasión de los árabes (711). * * * LA NUEVA SOCIEDAD ROMANO-GERMÁNICA 131 La primera Roma termina como entidad política independiente con la suble- vación de Odoacro, jefe de los hérulos, un pueblo bárbaro poco importante, que depone a lo que no es más que una ficción de emperador, el niño Rómulo (476). Odoacro se limitó a recoger las insignias del emperador, enviarlas a Zenón, emperador de Bizando, presentándole sumisión y solicitando el gobier- no de toda Italia con el título de patricio. 1 Odoacro, desde Rávena, que se convirtió en la capital de Halla, puso orden en la Península, hasta la invasión de losostrogodos (godos del Oeste), que bajo el mando de Teodorico se hicieron dueños de Italia. Teodorico, por sobrenom- bre el Grande, fue un gobernante prudente que consiguió la convivencia pací- fica entre ostrogodos y romanos basándola en la separación de los dos pue- blos: él mismo se titulaba rey solamente de los ostrogodos, mientras que gober- naba a los romanos como patricio en nombre del emperador. La muerte de Teodorico (526) supuso el fin del reino ostrogodo. Reyes in- capaces dieron ocasión a la intervención de Bizando. En el año 553 el ejército del emperador Justiniano había recuperado para ellmperio el dominio de toda Italia. La unidad italiana se rompe de nuevo con la llegada de los lombardos o longobardos (h. 575) que dominan el Norte de Italla durante dos siglos, hasta su derrota primero por Pipil!0 el Breve y definitivamente por Carla magno, que se hace coronar rey de los lombardos. * * * Cuando el Imperio de Occidente quedó sin defensa al sufrir el ataque de Alarico, los francos invadieron el norte de las Galias. Meroveo, quizá un personaje no histórico, fue el fundador legendario del reino franco y de la dinastía merovin- gia. El fundador efectivo fue Clodoveo, que consiguió el dominio de todo lo que quedaba bajo el gobernador romano y conquistó casi todo el territorio que los visigodos tenían en el Sur de la Calla. Clodoveo se convirtió al Cristianis- mo: fue bautizado con tres mil de sus guerreros en Reims (498). En consecuen- cia, a diferencia de la separación que mantuvo Teodorico entre romanos y ostrogodos, los galorromanos y los francos se fundieron en un solo pueblo. A la muerte de Clodoveo se produjo una auténtica desintegración de la unidad política franca, constituyéndose diversos reinos cuyos titulares no po- seyeron ninguna voluntad política, hasta el punto de que la historia los desig- na con el título de «reyes holgazanes». Surge la institución del «mayordomo de palacio», como valido del rey y depositario del poder que todavía, en aque- lla época de disgregación, quedaba a la corona. Mayordomo de palacio fue Carlos Martel, que consigue avanzar en la re- unificación de los francos y frenar definitivamente en la batalla de Poitiers (732) la expansión de los árabes, que desde la Península Ibérica habían invadido el Sur de Francia. 1 Dignidad sin contenido espeáfico que designaba las autoridades que tenían el car- go de gobernar una parte importante del Imperio, sometidas úIÚcamente al emperador.

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CAPiTULO 1

LA NUEVA SOCIEDAD ROMANO-GERMÁNICA

1 LAS MONARQUÍAS GERMÁNICAS

A lo largo de -siglos los pueblos bárbaros fueron entablando relaciones cada vez más estrechas con el Imperio romano. En el siglo IV algunas tribus consi­guieron permiso para asentarse dentro del Imperio en calidad de aliados (fe­derados) y proporcionaron soldados y generales a los ejércitos romanos para asumir la defensa de la frontera frente a otras tribus. La presión de los hunos (desde finales del siglo IV) hizo que los pueblos germánicos penetraran en masa y buscaran asentamiento dentro del Imperio. Recordemos algunos datos más elementales para poder componer un boceto histórico.

* * *

Los visigodos (godos del Oeste), tras la campaña de saqueo de Italia liderados por Alariea (410), se asentaron en el Sur de la Calia bajo el mando de Ataulfo, que casó con la prisionera romana Gala Placidia, hermana del emperador Honorio. Los visigodos, en calidad de federados de Roma, establecieron un reino con capital en Toulouse y desde la Calia extendieron su dominio por España, constituyendo un reino unitario y relativamente bien organizado. Al ser derrotados por Clodoveo (507), fueron expulsados de la mayor parte del Sur de la Galia y el reino visigótico se transformó en un reino hispano con la capital en Toledo, que se consolidó con la conversión de los visigodos al catoli­cismo. Los concilios que se reunían en Toledo fueron un anticipo de las futu­ras Cortes. En ellos se debatía y se decidía sobre materias religiosas y tempora­les. El reino visigodo, que conservó la cultura de la España romana gracias a ser los visigodos uno de los pueblos bárbaros más civilizados, tuvo un nivel cultural de primer orden en la Europa de entonces. El reino visigodo va a du­rar hasta la invasión de los árabes (711).

* * *

LA NUEVA SOCIEDAD ROMANO-GERMÁNICA 131

La primera Roma termina como entidad política independiente con la suble­vación de Odoacro, jefe de los hérulos, un pueblo bárbaro poco importante, que depone a lo que no es más que una ficción de emperador, el niño Rómulo (476). Odoacro se limitó a recoger las insignias del emperador, enviarlas a Zenón, emperador de Bizando, presentándole sumisión y solicitando el gobier­no de toda Italia con el título de patricio.1

Odoacro, desde Rávena, que se convirtió en la capital de Halla, puso orden en la Península, hasta la invasión de losostrogodos (godos del Oeste), que bajo el mando de Teodorico se hicieron dueños de Italia. Teodorico, por sobrenom­bre el Grande, fue un gobernante prudente que consiguió la convivencia pací­fica entre ostrogodos y romanos basándola en la separación de los dos pue­blos: él mismo se titulaba rey solamente de los ostrogodos, mientras que gober­naba a los romanos como patricio en nombre del emperador.

La muerte de Teodorico (526) supuso el fin del reino ostrogodo. Reyes in­capaces dieron ocasión a la intervención de Bizando. En el año 553 el ejército del emperador Justiniano había recuperado para ellmperio el dominio de toda Italia.

La unidad italiana se rompe de nuevo con la llegada de los lombardos o longobardos (h. 575) que dominan el Norte de Italla durante dos siglos, hasta su derrota primero por Pipil!0 el Breve y definitivamente por Carla magno, que se hace coronar rey de los lombardos.

* * * Cuando el Imperio de Occidente quedó sin defensa al sufrir el ataque de Alarico, los francos invadieron el norte de las Galias. Meroveo, quizá un personaje no histórico, fue el fundador legendario del reino franco y de la dinastía merovin­gia. El fundador efectivo fue Clodoveo, que consiguió el dominio de todo lo que quedaba bajo el gobernador romano y conquistó casi todo el territorio que los visigodos tenían en el Sur de la Calla. Clodoveo se convirtió al Cristianis­mo: fue bautizado con tres mil de sus guerreros en Reims (498). En consecuen­cia, a diferencia de la separación que mantuvo Teodorico entre romanos y ostrogodos, los galorromanos y los francos se fundieron en un solo pueblo.

A la muerte de Clodoveo se produjo una auténtica desintegración de la unidad política franca, constituyéndose diversos reinos cuyos titulares no po­seyeron ninguna voluntad política, hasta el punto de que la historia los desig­na con el título de «reyes holgazanes». Surge la institución del «mayordomo de palacio», como valido del rey y depositario del poder que todavía, en aque­lla época de disgregación, quedaba a la corona.

Mayordomo de palacio fue Carlos Martel, que consigue avanzar en la re­unificación de los francos y frenar definitivamente en la batalla de Poitiers (732) la expansión de los árabes, que desde la Península Ibérica habían invadido el Sur de Francia.

1 Dignidad sin contenido espeáfico que designaba las autoridades que tenían el car­go de gobernar una parte importante del Imperio, sometidas úIÚcamente al emperador.

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Su hijo Pipino el Breve da el paso definitivo: tras consulta al papa Zacarías y con su aprobación, depone al rey merovingio Childerico IU, enviándolo a un monasterio, y es ungido rey en Soissons por San Banitado (751), según una costumbre que habían iniciado los visigodos en España, inaugurando la nue­va dinastía de los carolingios. La legitimidad hereditaria de los merovingios fue reemplazada por un «sacramento»: el rey se convirtió en un ungido (christus) siguiendo el modelo del Antiguo Testamento, porque Saúl, el primer rey de los israelitas, fue elevado a la dignidad real por la unción que le administró el profeta Samuel.

2 IDEAS POLÍTICAS DE LAS MONARQUÍAS GERMÁNICAS

La presencia de esos nuevos pueblos cambia profundamente la sociedad euro­pea. San Isidoro ya no es un romano, ni es romano Carlomagno, aunque adop­ta el título de imperator y su dominio es presentado como la renovación del Imperio romano.

Por lo que al pensamiento político respecta, notemos que los siglos desde el VI al Xl son tiempos de muy poca actividad intelectual. El llamado renacimien­to de Carlomagno fue un fenómeno admirable, pero pasajero. Las circunstan­cias que definen estos siglos eran muy poco propicias para el estudio, para la enseñanza y para la escritura. Nuevas invasiones sacudieron Europa: los nor­mandos saquearon las costas atlánticas desde comienzos del siglo IX y los hún­garos fueron una terrible amenaza en la primera mitad del sigo x. En resumen, hasta que llega el conflicto de las investiduras (siglo Xl) no hubo producción de pensamiento político.

En cuanto a las ideas políticas, la continuidad de la cultura cristiana hizo que permanecieran las grandes ideas básicas de la Antigüedad cristiana que hemos estudiado en la patrística: la validez dell)erecho natural, la obligación de la autoridad política de gobernar de acuerdo con la justicia, la climensión religiosa de la autoridad, la unidad de la sociedad cristiana bajo una doble autoridad (la del sacerdote y la del rey). Pero además los germanos trajeron algunas ideas sobre el Derecho y el gobierno. No son ideas especialmente ori­ginales, sino propias de todo pueblo de organización tribal y vida seminómada, pero que marcaron la cultura política de la Edad Media. Vamos a describir estas id~as agrupadas en torno a dos conceptos clave: la noción de ley y la noción de remo.

* * *

Aunque los germanos no tenían una idea elaborada del Derecho, es obvio que sus sociedades estaban regidas por normas vinculantes a las que podemos dar este nombre. Este Derecho era entendido como las costumbres que pertenecen al pueblo o tribu, era el conjunto de normas que mantenía unido al pueblo

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porque le daba la paz y, en caso de que alguien atentase contra ella, también indicaba cómo restaurarla. El Derecho es el saber que permite la vida pacífica del pueblo. Se trata de un Derecho consuetudinario, de transmisión oral.

Aquellos pueblos seminómadas -todavía poco vinculados al suelo porque eran pueblos poco agrÍColas- si emigran, llevan consigo su Derecho. El Dere­cho no es territorial, sino grupal y, al establecerse entre otros grupos regidos por el Derecho romano, los germanos mantienen sus costumbres y respetan las de los romanos: el Derecho pasa a ser personal.

Entre los siglos VI y VIII los diversos reinos germánicos, ya sólidamente asen­tados, experimentan la necesidad de poner por escrito, en latín, su Derecho. Son los códigos bárbaros que aparecen en los diversos reinos. Contienen las costumbres germánicas y también normas de Derecho romano para la pobla­ción conquistada. En esta situación era fácil que se dieran conflictos entre las distintas normas y por ello se fueron desarrollando reglas para resolver estos conflictos. El siguiente y definitivo paso fue la instauración de un código co­mún para todo el reino. Un paso que se dio relativamente pronto en el reino visigótico (mediados del siglo Vl1).

Este paso supuso otro previo que fue el cambio del Derecho personal al te­rritorial. El Derecho personal se mantuvo mucho tiempo, pero al fin se fue imponiendo la idea del Dere¡:ho territorial por las obvias ventajas prácticas, dado que la población germánica, ya sólidamente establecida, había dejado de ser un grupo social diferenciado de los conquistados.

Desde el punto de vista político es muy importante la idea del Derecho de un pueblo como realidad que identifica al pueblo. Es lo opuesto a la idea mo­derna del Derecho como fruto de la voluntad del pueblo. Más bien los germa­nos pensaban que el pueblo era fruto del Derecho, siendo el Derecho una rea­lidad que no había sido hecha por nadie, formaba parte de la naturaleza de las cosas.

Esta concepción impersonal del Derecho como alma de la sociedad es posi­ble únicamente en sociedades simples, de gran permanencia, en las que los cambios de costumbres se dan lentamente y en las que lo que llamamos Dere­cho positivo formal apenas existe. Cuando la costumbre es muy arraigada, los miembros de la sociedad tienden a creer que la costumbre es justa y, por tanto, a añadirle el valor justicia o equivalente, con lo cual la costumbre queda refor­zada. La costumbre regula prácticamente toda la vida de la sociedad.

Cuando en estas sociedades surgen nuevos problemas, la solución no es crear un nuevo Derecho, sino buscar en el Derecho antiguo qué nonnas se pueden aplicar al nuevo caso. Es la base del procedimiento de enqueste en los reinos franco y normando. Si el caso es importante y la enqueste ha dado algún resul­tado, el rey puede formularlo como norma válida en el futuro (sta tute, assise), pero eUo no supone que el rey ha creado el Derecho porque se supone lo con­trario: que la norma ya era válida antes, sólo que no se aplicaba. El rey no crea­ba, sino declaraba el Derecho. Y para asegurar y confirmar que la declaración estaba de acuerdo con el Derecho del pueblo, el rey la hacía habiendo consul­tado con el pueblo, que de hecho se limitaba a los grandes señores del reino.

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La consecuencia política principalísima de esta concepción del Derecho es que el rey está sometido al Derecho y, en consecuencia, la función que de él se espera no es la de legislar sino la de juzgar, la de aplicar un Derecho que el rey no ha creado y que no puede modificar.

Los estudiosos de aquellos siglos, fonnados en la tradición del Derecho natural, no :~vieron grandes problemas para conciliar lo que a nuestros ojos no era concihable, a saber, el Derecho particular consuetudinario, diverso de un pueblo a otro, con el Derecho natural universal y permanente. Pensaban que ese Derecho particular era también obra de la Naturaleza, era lo que Dios ha­bía querido que resultara de la naturaleza peculiar de un pueblo concreto. El Derecho particular recibía el respaldo del Derecho natural.

••• Los germanos trajeron la idea del pueblo como la unidad jerarquizada bajo el mando de un jefe. Este monarca era electivo: era el jefe militar elegido por los guerreros, por la totalidad del ejército o por los guerreros más notables. Por un proceso, que se da en unos pueblos antes que en otros, la monarquía tendió a hacerse hereditaria. Fue fácil llamar al jefe con el nombre latino de rey y lla­mar reino al pueblo junto con el territorio del que se consideraba dueño por conquista. En resumen, la idea política central de los invasores era la de reino. Encontraron toda la desarrollada civilización política romana cuya idea cen­tral era la res publica. Este encuentro podemos interpretarlo como un desafío: los bárbaros tenían que construir un orden político comparable en su perfec­ción al derrocado orden romano. Comenzó un lento proceso de fundamenta­ción del orden político nuevo. Pero era el caso que los germanos no tenían ca­tegorías mentales apropiadas para lograr una institucionalización por vía ra­cional, porque ésta depende del desarrollo del pensamiento jurídico. La solución fue acudir a modos míticos de pensamiento.2

En las civilizaciones primitivas y en todas las civilizaciones de la Antigüe­dad tiene gran importancia el pensamiento mítico, que podemos concretar en lo que llamamos el mito cosmológico: el orden de la Tierra es imagen del or­den cósmico sagrado; si los humanos quieren imponer el orden cósmico sobre la Tierra tiene que ser por medio de ritos, personas, cosas o lugares dotados de fuerza sagrada. Puesto que la política es aquella actividad que crea, impone o defiende un determinado orden en la sociedad, es lógico que la política sea a,c~vidad impregnada por el mito. Claro está que un análisis de los mitos po­líhcos nos revela que el orden mítico es reflejo del orden que los hombres quie­ren o quisieran para su sociedad.

En la Alta Edad Media, una vez que los bárbaros fueron asimilados por el catolicismo, encontramos una concepción teocéntrica de la sociedad junto con una fuerte vigencia de las formas míticas de pensamiento que se expresan a través de los símbolos. Por lo que al ámbito político se refiere, encontramos una

1 Garda~Pelayo; Los mitos políticos, Madrid 1981.

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politización de la imagen de Cristo: es el rey o emperador verdadero, única fuente de auténtica maiestas, sujeto originario de las insignias del poder. La consecuencia fue elevar a los reyes a la categoría de vicarios de Cristo, que poseen las insignias de la realeza en cuanto tales vicarios. La constitución del rey como vicario de Cristo se hace mediante el rito de la unción sagrada que convierte al rey en «ungido», es decir, en christus. Este rito comienza a usarse en el reino visigótico, pero alcanza su mayor expresión entre los francos.

Entre las insignias del poder destaca la corona, que es concebida como sím­bolo del poder, no en el sentido moderno -un objeto material que remite a unas ideas sobre el poder- sino en el sentido mítico de que la corona es un objeto material que hace presente lo que significa, el poder, de modo que su posesor legítimo tiene el poder. De ahí la importancia de los ritos de corona­ción, entre los cuales es esencial la unción, que no son ritos declarativos ---como en la actualidad- sino constitutivos: hacen que esta persona coronada tenga algo que no tenía antes.

De tal manera se creía que la corona tenía en sí el poder, que a veces acom­pañaba a los reyes en sus desplazamientos.

Cuando el pensamiento político avanza, la corona es concebida como suje­to de derechos y lealtades, vinculada a una tierra y a sus gentes, inalienable, perpetua, superior al rey. El paso ulterior es la idea de la corona como corpo­ración, que tanta importancia va a tener en el derecho politico inglés.

3 EL FINAL DE LA PATRÍSTICA

La situación de los siglos posteriores a la caída del Imperio fue muy difícil para el trabajo intelectual: las comunicaciones entre las distintas partes de lo que había sido el mundo romano quedaron interrumpidas; los invasores no tenían tradición científica y, por tanto, no hicieron nada por conservar la que encon­traron en sus nuevos territorios; lo que en ellos había de ciencia encontró asilo en los monasterios. En este desolado panorama intelectual que se extiende por el Occidente durante varios siglos, al menos hasta el llamado renacimiento carolingio, emergen algunas figuras que no son creadoras sino recopiladoras del saber. En colecciones o compendios, que pueden ser calificados de encieJo­pedias de la época, recogen todo lo que pueden para salvarlo del naufragio.

De estas figuras la primera es SAN ISIDORO (h. 560-636), que fue obispo de Sevilla. San Isidoro es la primera figura en orden de importancia y en or­den cronológico de la nueva sociedad romano-germánica que estudiamos en este capítulo;) es plenamente un miembro del pueblo hispanogodo, cuya uni­dad queda confirmada con la unidad religiosa que se produce con la conver­sión de Recaredo al catolicismo (587).

3 A Boecio, medio siglo anterior a San Isidoro, se le ha llamado el último romano.