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La novela de Haití Graciela Dubrez

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Page 1: la novela de Haití2 · 2010-08-29 · José Luis D’ Andrea Mohor . 5 Índice Preludio ... Noviembre del 92 ... Los primeros eslabones – año 93 Hotel Montana..... 40 El acuerdo

La novela de Haití

Graciela Dubrez

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La novela de Haití

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Queda hecho el Registro y Depósito de Obra Digital, Expediente Nº 308823 © 2010. All rights reserved. Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión (electrónico o físico), en forma idéntica, extractada, en español o en cualquier otro idioma.

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A la memoria de

José Luis D’ Andrea Mohor

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Índice

Preludio ........................................................................................................ 8 Alerte y Jeanne ............................................................................................. 12 Carrefour – Navidad de 1991 Raboteau....................................................................................................... 17 En la misma Navidad El servicio..................................................................................................... 26 Antígona aparece .......................................................................................... 30 Noviembre del 92.......................................................................................... 32 Diciembre del 92........................................................................................... 34 La misión civil internacional ......................................................................... 36 Los primeros eslabones – año 93 Hotel Montana .............................................................................................. 40 El acuerdo de Governor’s Island ................................................................... 43 El acuerdo empantanado ............................................................................... 46 La MICIVIH: su primera evacuación ............................................................ 53 Jeanne y Alerte, el adiós................................................................................ 65 El bloqueo..................................................................................................... 69 Tiempo de descuento .................................................................................... 75 Tiempo de incertidumbre .............................................................................. 80 Cité Soleil ..................................................................................................... 86 Febrero de 1994 La matanza de Raboteau ............................................................................... 88 Abril de 1994 La MICIVIH, segunda evacuación ................................................................ 92 Ensayo general.............................................................................................. 95 Tiempo de soledad ........................................................................................ 99 Aprestos finales ............................................................................................ 102 Dios salve América ....................................................................................... 108 El retorno...................................................................................................... 113 Gobernando nuevamente............................................................................... 117 Verdad y justicia ........................................................................................... 120 Tres años después ......................................................................................... 125 García y Ballester El juicio ........................................................................................................ 129 La sentencia .................................................................................................. 133 Mar Azul ...................................................................................................... 136 Octubre de 2001

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AGRADECIMIENTOS

A mis padres por enseñarme a amar la diferencia.

A los protagonistas de esta historia: los luchadores de la libertad y los derechos

humanos dondequiera que se encuentren.

Al Dr. Edris Saint-Armand y Pierre Wilby Tessono, de la Embajada de Haití en

Argentina, por su apoyo y aliento.

A mi amigo y compañero de militancia en derechos humanos, el escritor Héctor Lastra.

A mi compañera de taller literario Marcia Escala.

En definitiva, a la vida por la oportunidad de conocer seres maravillosos que dan

contenido a la poética

La ficción en la que se desenvuelven los personajes es fruto de la imaginación de la

autora.

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No podrán…

Tapar el sol con las manos, Cambiar el curso de las mareas, Impedir la próxima primavera, Ocultar la verdad.

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PRELUDIO

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Brisé Montaigne1

“Lo que estamos a punto de presenciar puede dar vuelta la historia de mi pueblo. Debo

reconocer que tanta sangre derramada, sólo puede ser compensada con ejemplar

escarmiento.”

Antígona2

“Mi sacrificio no fue en vano. Cambió la historia de mis hermanos y ellos sentaron las

bases para nuevas naciones donde la paideia3 es valorada y la venganza desechada.

Igual destino a los tuyos les espera.”

Brisé Montaigne

“Muchos sacrificios hizo mi pueblo y muchas veces mi aliento les dio fuerza para

resistir tanta injusticia, tanto dolor.”

Antígona

“¡Oye Brisé!, mi muerte fue una lección para la arbitrariedad y la ambición de poder de

los clanes. Mi tío, el rey Creonte, no pudo evitar que mi clamor trascendiera mi vida

mortal. Los tribunales imparciales fueron organizados, dejamos ir a Némesis4,

invocamos la fuerza protectora de Zeus y hoy imperan como ideal de todas las naciones

de Occidente.”

Brisé Montaigne

“¿A qué llamas justicia imparcial, Antígona? Los pueblos de Occidente sufren los

mismos males que sufre el mío. Los poderosos son impíos y con frecuencia hacen gala

de su crueldad.

“A lo ancho y a lo largo de Abya-Yala5 veo el saqueo, el destierro y el ultraje. Se burlan

de las leyes y legitiman sus crímenes en nombre de la libertad.”

Antígona

“Justo es lo que expresas. Ahora, como cuando mortal y en la Élade6 vivía, algunos

déspotas pretenden sostenerse en su arbitrariedad. Las Moiras7 tejen y destejen el

destino de los dioses y el de los hombres. Así los ruegos de tu pueblo han sido

escuchados. He solicitado a Las Horas8 auxilio y si este momento ha llegado es porque

he guiado los pasos de Dante y Leandro9.”

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Brisé Montaigne

“A muchas Loas10 mi pueblo ha invocado. Debo reconocer que tu ayuda ha sido

necesaria. Si en nombre de los valores de Occidente la has brindado, queda a tu cargo.

De cualquier modo recibe mi gratitud.”

Antígona

“La Élade es mi cuna y en mi patria los dioses y los hombres caminamos la tierra.

Juntos fundamos la civilización que hoy llaman occidental. Con legítimo orgullo puedo

decir que, desde mi paso por la vida mortal, Diké hija de Zeus, vela uno de los valores

más preciados, la Justicia.”

Brisé Montaigne

“Proveer justicia tiene para mi pueblo formas diferentes que para las naciones que

llamas occidentales. Mi pueblo fue esclavizado, arrancado de su tierra y arrojado a

éstas. Le impusieron otro culto y lo sometieron a otras leyes. Mi soplo y las muchas

invocaciones a las Loas y las honras que mi pueblo a Legba dedicó, dio la fuerza

necesaria para liberarlos de sus cadenas y sostener su espíritu que vive en comunión con

las Loas-racine11.”

Antígona

“Los antiguos retornamos con nuevos ropajes, así tu pueblo como el mío han trazado el

círculo del tiempo, tal como desde la eternidad los dioses lo han deseado. ¡Ea! Brisé,

Diké, aunque cambie de formas obra en tu pueblo y en todas las naciones en busca de

reparación. Así lo he comprendido con mi propio dolor. Nuestra ayuda a quienes la

rogaron, dio paso a este momento. La carpa está armada y los hombres dispuestos a

escuchar los horrores cometidos por los acusados. ¡Acompañémonos!, juntos veremos

tu esfuerzo y el mío compensados.”

Brisé Montaigne

“¡Sea, Antígona!, verás mi soplo cálido y constante, en armonioso compás. Haré sentir

mi presencia a quienes la necesitan y acudirán, de este modo, las buenas palabras. Las

justas y precisas para compensar la sangre tan arteramente vertida.”

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Notas: 1Brisé Montaigne: espíritu haitiano que se manifiesta en la brisa que sopla en forma constante en la Isla. 2Antígona: hija de Edipo y Yocasta; pidió el cadáver de su hermano Polínices, por lo que recibió la condena a muerte de parte de su rey y tío. 3Paídeia: la nobleza por el conocimiento. 4Némesis: diosa de la justicia por venganza; venerada hasta la Edad de bronce del pueblo griego. 5Abya-Yala: nombre que los americanos daban a su continente. 6Élada: nombre que los griegos daban a su patria. 7Las Moiras: en la mitología griega, las encargadas de tejer el destino; eran anteriores a los dioses. 8Las Horas: las guardianas del Olimpo: son tres: Diké (justicia), Irene (paz) y Armonía. 9Dante y Leandro: Dante Caputo y Leandro Despouy, miembros de la Misión Civil para la Democracia en Haití, enviados de la ONU. 10Loas: espíritus haitianos. 11Loas-racine: espíritus de originarios.

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ALERTE Y JEANNE

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Carrefour, Navidad de 1991 Alerte salió perturbada de la capilla. Comprendía la gravedad de la situación: no

quedaba margen para la espera. Era necesario actuar con rapidez. Apretó el paso, se

encaminó hacia la casa de Jeanne. Las calles estaban casi desiertas, las pocas personas

que transitaban las angostas veredas se dibujaban como sombras en la escasa luz del

atardecer. Le expondría a su amiga todos sus temores y entre las dos resolverían cómo

afrontar las desgracias que castigaban la región. Todo indicaba que les esperaban más

pesares y dolores, no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados. Debía ser discreta,

precisa. El carácter de Jeanne es de alguien impaciente, se dijo a sí misma Alerte, ocurre

que recibió demasiado pronto su condición de mambo1. Bueno, tal vez era ella quien ya

no tenía paciencia para esperar los días indicados por las Loas2, como decía Jeanne. Es

que el país ha entrado de nuevo en un baño de sangre cuando parecía que por fin el

pueblo había votado al hombre indicado para conducirlo; el padrecito Títit3 cuánto había

hecho por todos ellos. Sumida en esos pensamientos, arribó a la casa de su amiga y

golpeó de acuerdo a la contraseña convenida. La puerta se abrió con lentitud, se asomó

una cara redonda y plácida, brillaban un par de ojos en los que, como en los labios, se

dibujaba una suave sonrisa. Dio un paso atrás invitando a entrar a la recién llegada.

Alerte entró rápidamente y las dos mujeres se abrazaron en silencio.

La habitación estaba en semipenumbra. Un árbol navideño mediano, en un rincón,

emitía señales luminosas desde sus adornos. Desde una puerta entreabierta, asomaba

otro haz de luz más intenso. Jeanne la tomó por la cintura y la condujo hacia el segundo

corredor. Cuando ingresaron en el otro cuarto, amplio y bien iluminado, los dos

hombres y las tres jóvenes mujeres que estaban sentados alrededor de una mesa rústica

giraron la cabeza y saludaron al mismo tiempo.

Alerte habló de inmediato:

—Todo ha empeorado, hay una furia represiva incontenible. Creo que ha llegado el

momento de tomar algunas iniciativas para echar a estos delincuentes del gobierno.

Vengo de la capilla. El Padre nos ha informado sobre la situación en distintos puntos del

país.

El grupo intercambió miradas y asintió en silencio.

—Nos sacudimos de encima a Duvallier y sus ton-ton macoutes4 y a Namphy, y

forzamos a Avril a darnos elecciones libres, ¡no podemos seguir así! —exclamó Alerte

con vehemencia.

Jeanne suspiró suavemente, entrecerrando los ojos dijo:

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—Debemos saber qué caminos seguir. Realizaremos un servicio5, solicitaremos el

auxilio de nuestro Papaloa6 Octave. ¡Hará el mejor vévé7 que guiará a buen puerto

nuestros propósitos!

Alerte sintió que la impaciencia la consumía. No quería esperar un día más. Para

peor, la semana de Navidad se presentaba como una ocasión para que el nuevo dictador

controlara todas las reuniones, infiltrando espías entre la gente que concurría a las

iglesias. Su cara debió ser un fiel reflejo de su estado de ánimo, porque Jeanne dijo:

—No te exasperes Alerte, he tenido un sueño revelador. Dambalah-wédo8 me

advirtió que los guedé9 rondan la casa, todos nosotros estamos en grave peligro.

El tiempo confirmaría sus palabras. De los que se encontraban allí sólo sobreviviría

Alerte.

—Hemos venido de Cité Soleil y la situación es tan mala como aquí; Pascal y yo

creemos que debemos realizar un servicio, nos ayudará, y es una buena ocasión para

encontrarnos con otros compañeros —dijo Tizó.

Shiela asintió con bruscos movimientos de cabeza mientras miraba hacia la ventana.

Le bailoteaban los ojos, la embargaba un temor irracional. Tenía el aspecto de un

cervatillo herido.

“Todos estamos atemorizados y no vemos con claridad”, pensó Alerte. “Debo volver

a casa, mis hijos están esperándome y mi esposo ya no debe saber cómo entretenerlos.”

—Bien, es tarde —dijo en voz alta— el toque de queda ya comenzó hace rato. Debo

volver a casa, nos reuniremos mañana y discutiremos los pasos a seguir. Jeanne, si

consideras necesario un servicio, sea, hazlo, pero luego pasaremos a las acciones…

digamos más políticas, ¿te parece?

Jeanne estaba a punto de responder cuando Shiela dijo con tono lastimero:

—Tienes razón Alerte, es tarde y el toque de queda comenzó hace rato; Jeanne,

cuando quieras disponemos lo necesario para el servicio. Te encargarás de ver a Papaloa

Octave, ¿verdad? —mientras hablaba se ponía de pie y el resto la imitaba; resueltos a

marcharse juntos, así se sentían más seguros.

Se abrazaron en silencio y fueron saliendo de la vivienda. Ya en la calle, se alejaron

con premura.

Alerte y Tizo marchaban casi pegados a las paredes de las casas bajas, él se negaba a

abandonar a Alerte, sentía temor por ella, le había llegado la información de que los

grupos parapoliciales estaban actuando en la zona, allanando viviendas y secuestrando a

opositores. Pascal y él debían volver pronto a Cité Soleil, se quedarían en Carrefour sólo

el tiempo necesario para el servicio que Jeanne ofrecería. Esta Navidad lejos de su

familia, y yendo de un lado a otro, tratando de organizar la resistencia, lo tenía agotado

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física y emocionalmente. Se dio cuenta de que Alerte le estaba hablando, la miró, sonrió

y fatigado dijo:

—¿Qué me decías, Alerte?

—Ya llegamos, gracias por tu compañía, Tizo. Te estaba diciendo que mi esposo y

yo con gusto te alojaremos en casa si es preciso, recuérdalo.

Tizo le tomó las manos, se las estrechó suave, con firmeza y le dio las gracias. Se

despidieron de inmediato. Mientras Tizo marchaba al encuentro del resto del grupo con

el que había llegado a Carrefour, Alerte ingresó a su hogar.

Entre tanto, Jeanne, al quedar sola por un momento, se dirigió a la parte trasera de su

casa.

Cruzando un patio de tierra apisonada había otra construcción de medianas

dimensiones. Su exterior tenía el aspecto de un cubo color grisáceo con una abertura de

madera rústica y sólida, cerrada con una gruesa cadena y un candado antiguo. Hundió la

mano en el bolsillo lateral de su falda y extrajo una llave de gran tamaño. Miró en

rededor y asegurándose de estar sola, manipuló el candado y la llave. Una vez que lo

quitó, abrió la puerta y cerró rápido detrás de sí.

Ya en el interior y totalmente a oscuras, caminó en forma recta hacia el extremo

opuesto de la habitación. Chocó contra una elevación y allí se detuvo. Tanteó por debajo

y extrajo una especie de tizón que encendió con una de las cerillas de la cajita que

llevaba en el bolsillo. Al iluminarse la estancia, podía verse que Jeanne se encontraba

frente a una tarima que oficiaba de altar. Colocó el tizón en un aro empotrado en la

pared y volvió sobre sus pasos. Debía asegurar la puerta. Toda precaución era poca.

Una vez cumplido el trámite, rodeó el altar y de su parte trasera extrajo algunos

artefactos.

Se proponía tener una íntima comunicación con su Loa10, mañana pondría en marcha

una tarea ardua y de mucha responsabilidad, debía obtener ciertas garantías.

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Notas: 1Mambo: sacerdotisa del vudú. 2Loas: espíritus del vudú. 3Títit: sobrenombre afectuoso del presidente Jean-Bertrand Aristide. 4Ton-ton macoutes: guardia pretoriana creada por Duvallier. 5Servicio: ceremonia vudú. 6Papaloa: dignidad religiosa del culto vudú similar a la del obispo católico. 7Vévé: dibujo del ritual vudú que se realiza con harina, café y varias gramíneas. Con él se dibuja la ascendencia del Loa. 8Dambalah-wédo: deidad del vudú. 9Guedé: espíritu de la oscuridad. 10Loa: espíritu benigno del vudú.

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RABOTEAU

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En la misma Navidad La luna iluminaba los techos de chapas de las casas precarias en la barriada pobre, muy

pobre, cuyas zanjas abiertas a los costados del caserío funcionaban como alcantarillas a

cielo abierto. Metayer, caminaba ágil y furtivamente entre las sombras. Sus

pensamientos oscilaban entre el pesimismo y las ilusiones que despertaba la voluntad de

lucha de los compañeros. Todos estaban de acuerdo: se realizaría un servicio el día

indicado por Papaloa Octave, se haría al mismo tiempo que en Carrefour y Cité Soleil.

La fuerza de las Loas invocadas en toda Haití los ayudaría a quitarse de encima esa

plaga de terror y violencia encabezada por el general Cedras. Con el estado de ánimo en

contradicción y presa de todo tipo de cavilaciones, Metayer empujó la puerta de alambre

tejido y penetró en un pequeño jardín mal cuidado. A pocos pasos se encontraba el

porche de la casa de madera de medianas dimensiones. Dio algunos golpes en la puerta;

se abrió casi de inmediato. Al entrar vio que detrás estaba su esposa. Como era habitual

en estas ocasiones, lo miraba con una ansiosa curiosidad.

—¿Cómo están los niños? —indagó. Ella se tomó un momento antes de contestar, se

acercó y lo abrazó mientras susurraba:

—Ellos están bien, han jugado hasta quedarse dormidos. Yo estoy preocupada por ti,

no sé si has comido durante el día y ¡mira lo tarde que has regresado!

—¿Me crees si te digo que comí? ¡Vamos chica! ¡Estoy bien! Pero nosotros, ahora

que los niños están dormidos, daremos cuenta de ese pollo frito que estoy seguro tienes

preparado. Te voy a contar todo, ¡todito, vida mía! —hablaba sonriendo y bailoteando

en rededor de ella, la arrastraba hacia la parte de la casa que oficiaba de cocina.

Afuera, la noche cerrada se quebraba de a ratos por la luz lunar.

De pronto escucharon muy cerca de la casa gritos y aullidos, corridas e insultos.

Metayer se lanzó hacia la ventana y trató de observar. Su esposa apagó la lámpara y

esperó pegada a la pared. Todo pasó en un momento que les pareció una eternidad. Los

ruidos fueron alejándose. Se escuchaban algunas voces y sollozos cada vez más lejanos.

Los dos, como leyéndose el pensamiento, se dirigieron al rincón de la casa donde

dormían los niños. Cada uno en su camastro, ajenos a todo lo que ocurría. Respiraron

aliviados y volvieron a la cocina.

—Debo salir y ver a quiénes se han llevado.

Por favor, ¡espera! —dijo ella— Mañana lo sabremos, nada podemos hacer ahora.

—Te equivocas, los compañeros deben ser protegidos. Si fueron detenidos, puedo ir

al centro de la ciudad, pedir por su libertad.

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—Es inútil, ¡por favor, compréndelo!, no conseguirás al padre Constant a esta hora y

corres peligro. ¡Te lo pido por los niños!

—En algo tienes razón, no conseguiré al padre Constant a esta hora. Saldré, veré qué

pasó en el vecindario, ¿estamos?

Era inútil discutir, por otra parte estaba de acuerdo. El miedo la hacía hablar de esa

manera. Asintió con la cabeza y dándole la espalda se alejó hacia la parte de atrás de la

casa.

Metayer salió. Con paso firme ganó la calle y comenzó a recorrerla con la mirada de

un lado a otro. Buscaba algún indicio que lo orientara sobre lo sucedido cuando, al otro

lado de la acera, alguien le chistó haciéndole señas.

—¡Cubano, ven, rápido! —Metayer cruzó la calzada y apoyándose contra la pared

susurró:

—¡Gustave, aquí me tienes, hombre! ¿Qué ha pasado?

—Una redada de la policía, tenemos que ir al destacamento. Si dejamos pasar más

tiempo tal vez haya tortura.

—Tienes razón. El problema es que debemos tomar algunas precauciones, caso

contrario corremos el riesgo de quedar detenidos nosotros también.

—Es cierto, vamos a lo del cumpa Jean Bassin, él sabrá cómo actuar.

Metayer asintió con fuerza y ambos caminaron rumbo al puerto. La brisa que

comenzó a soplar era cálida, insólita en el mes de diciembre. Los dos hombres sintieron

un leve escalofrío, pero no intercambiaron palabras hasta llegar a la costa. La playa en

ese sector se veía sucia, los residuos de las zanjas desembocaban allí. Se podía observar

toda clase de desperdicios. Gustave y Metayer continuaron orientándose por la visión de

la torreta del destacamento militar.

—¿Tienes idea de a quiénes se llevaron? —interrogó Metayer.

—¡Claro hombre! Eran los cumpas Bruno y su esposa, Chantal y su familia. Entraron

en mi casa pero pude escapar por la parte de atrás. También fueron a lo de Marie Clarie,

si hay alguien más, pronto lo sabremos.

Sus ojos brillaban de ira, las caras de ambos amigos estaban casi pegadas y a pesar

de que no se veía a nadie en las cercanías, hablaban en un susurro. Siguieron un trecho

más y volvieron a subir la cuesta. En el itinerario habían rodeado todo el villorio y se

dirigían a una vivienda ubicada casi en el extremo del poblado. Una cerca de madera

blanca delimitaba el jardín de la casa de Jean Bassin. Abrieron la puerta con decisión.

Golpearon en la entrada y esperaron. Un momento después apareció en el umbral una

silueta alta, imponente:

—¿Qué hay de nuevo compadres?

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—Por favor, Jean, ¡déjanos entrar! ¡Hubo redada y te necesitamos! —dijo Gustave

mientras miraba fijo al hombre.

—Adelante amigos! ¡Adelante! —exclamó. Una vez en el interior de la vivienda, los

tres amigos conversaron, de pie, agitadamente.

—Hace una hora la policía, allanó varias casas. Se llevaron a Bruno, Marie Claire,

Chantal y su familia, yo escapé por el fondo de casa. Por suerte, mi familia está en

Gonaives, con mi suegro —la ansiedad de Gustave, era evidente.

—Mi esposa y yo sentimos los gritos, y decidí salir a ver en qué ayudar.

—Bien, escuchen, vamos a hacer lo siguiente. Nos presentaremos en el destacamento

policial ahora mismo. Por ningún motivo nos separaremos, ¿entendido? ¿Gustave,

Amios? —los miró interrogándolos.

—¡Seguro! —exclamó Metayer.

—Aguarden un momento que voy por mi portafolios y nos vamos.

Unos minutos después, los tres hombres se encaminaban hacia el centro del pueblo.

El silencio era sobrecogedor. Desde el Golpe de Estado perpetrado por Cedras, hacía

tres meses, en todo el país las noches estaban envueltas en un oprobioso silencio sólo

interrumpido por los dramáticos sonidos de las incursiones de los paramilitares y la

policía en cada operativo represor. Los tap-tap1, que sólo circulaban en pleno día, (como

los pocos coches particulares que existían en el pueblo), eran detenidos continuamente

para ser requisados. Los ciclistas no se atrevían a incursionar cuando caía la tarde,

temían correr la misma suerte y sufrir la confiscación de sus rodados. En ese clima, las

pocas personas que circulaban en la noche podían experimentar toda la opresión que

estaba viviendo el pueblo.

Los tres amigos llegaron a la calle principal, donde se encontraba el destacamento

policial. Avistaron la puerta, apenas iluminada por un farol en la parte superior del

escudo. Al ingresar, fueron interceptados por dos hombres uniformados.

—¿Qué se les ofrece a estas horas, compadres? —interrogó uno de ellos.

—Verá oficial, unos vecinos nuestros han sido detenidos. Vengo a ver qué se les

ofrece a ellos. ¿Quiere mi identificación? —dijo Jean Bassin, mientras buscaba en el

bolsillo de su chaqueta su carnet de abogado.

—No será necesario. Sabemos perfectamente quién es usted, compadre Bassin. Una

pena que pierda el tiempo ocupándose de vagos subversivos. ¿A quiénes dice que viene

a ver esta vez?

Tratando de controlar su ira y sintiendo que sus axilas y su rostro comenzaban

a empaparse de sudor, respondió:

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—Vamos oficial, ¡estamos en Navidad! Debemos ser más cordiales ¿no cree? Se

trata de unos buenos vecinos. Con seguridad fueron arrestados por algún error

burocrático.

En tanto hablaba, sacó de su portafolios un papel. Se disponía a hacer una lista de

personas por las que pedía su presencia. Metayer y Gustave no emitían sonido alguno.

Tensos y con expresión hermética no se separaban de Bassin. Escribió rápidamente los

nombres y le extendió el papel al oficial, mientras trataba de adivinar el pensamiento del

policía.

—Aguarden aquí —dijo el uniformado, al tiempo que le echaba una mirada

penetrante al grupo. Los tres amigos se quedaron parados a un costado del angosto

pasillo de la entrada. Metayer alargó el cuello. En el corredor podían verse varias

puertas cerradas, de las que cada tanto entraban o salían hombres. La dura expresión del

agente que se había quedado custodiando los movimientos de los recién llegados, los

inhibía de hablar entre ellos.

Ni siquiera se atrevían a intercambiar miradas.

El tiempo pasaba sin que nadie se les acercara a darles ninguna información. La

impaciencia y el temor les iban ganando el ánimo. Casi tres horas después de haber

entregado la lista, Bassin, carraspeó primero y enseguida, con tono decidido, encaró al

guardia:

—Dígame caballero, ¿debemos esperar mucho más? Mi esposa estará preocupada.

Por otra parte, debo pedirle que me permita pasar al mingitorio.

El aludido lo miró fastidiado y dudando un momento murmuró entre dientes:

—Acompáñeme.

Los tres se disponían a seguir al agente, cuando éste los detuvo:

— ¡Sólo el doctor!

Tanto Metayer como Gustave se desconcertaron. Recordaban las indicaciones

precisas de Bassin, no separarse por ningún motivo.

—Gracias por la amabilidad oficial. Cuando le comenté de mi necesidad de pasar al

mingitorio, era para mostrarle que hace mucho tiempo que estamos acá. Mis amigos

también tienen sus apuros. Si ellos no pueden pasar, yo tampoco paso —dijo Bassin,

maldiciendo en su fuero interno.

El guardia volvió a su lugar sin ninguna intención de considerar lo dicho por Bassin.

Un rato después, llegó el agente que había recibido la lista y les informó:

—En efecto, estas personas fueron detenidas para ser interrogadas por ciertas

actividades. Están rindiendo su declaración, si quieren pueden esperarlas. Tenemos

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intención de soltarlas en cuanto terminemos. Siempre que cooperen, haremos rápido —

lanzó la última frase agresivamente.

Jean Bassin dudó un momento, temía que si se marchaban algo malo les pudiera

suceder a los prisioneros. Por otra parte, sospechaba que, de alguna manera, los estaban

reteniendo.

—Supongo que no hay ningún mal en aguardar un poco más. ¿Cierto? —dijo dando

por sentado que los otros estarían de acuerdo con él.

—Esperaremos compadre, ¡así es! —exclamó Gustave, en tanto sentía que el

estómago se le revolvía.

El policía se retiró, los amigos tenían la certeza de que ese plantón formaba parte del

disciplinamiento al que eran sometidos. Casi a la madrugada, entumecidos por la espera,

vieron llegar uno a uno a los detenidos. Las caras embotadas por el insomnio y los

malos tratos. Con los ojos enrojecidos, pasaron en fila india y fueron ingresando a la

sala de entrada del destacamento.

Se abrazaron sin decir palabra, todos sabían del peligro en el que estaban.

—Bueno, bueno, compadres, ¡menos sentimentalismos que no ha pasado nada! Sólo

cumplimos con nuestro deber. ¿No es cierto? —espetó el guardia.

Los acontecimientos futuros determinarían que ese hombre y Metayer se volvieran a

encontrar en circunstancias bien diferentes a las de ese día.

—Cierto es oficial, sólo cumplen con su deber. Una pregunta, ¿de qué se los acusa a

nuestros vecinos? —indagó Bassin, simulando entrar en el juego del policía.

—Hay revoltosos que están organizando sublevaciones contra el gobierno.

Comunistas, debo decirles —respondió. Mientras hablaba miraba fijamente a Metayer.

Éste sintió que lo paralizaban la sorpresa y el temor. Se quedó mirando al policía sin

emitir palabra.

— ¡Vamos, vamos! Es tarde y todos estamos muy cansados. Los oficiales también

deben estar deseosos de estar en casa, ¿no es cierto? —mientras hablaba, Bassin

empujaba al exterior a los involucrados. No quería que una palabra fuera de tono

terminara mal para ellos.

Se encaminaban a la salida cuando el oficial que había dirigido todo el operativo

llamó a Metayer. Tomándolo por los hombros le dijo casi en un murmullo, marcando

fuerte cada palabra:

—Cubano, yo que tú, me cuido. Los tiempos son difíciles y por estas comarcas no

apreciamos a los agitadores. Mucho menos si andan por ahí hablando maravillas de

Castro y de Cuba, ¿has entendido hombre?

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— ¿Puede decirme su nombre, oficial? —indagó Metayer, mientras trataba de digerir

la amenaza.

—Jean Pierre, para ti, y recuerda mis recomendaciones —contestó, al tiempo que lo

empujaba sin miramientos a la salida, pegándole con la mano abierta en la espalda.

Una vez en la calle, todo el grupo volvió a abrazarse. Las mujeres lloraban en

silencio. Los hombres trataban de contenerlas.

—Amios, Gustave, pasaré a charlar con ustedes al atardecer, así quedamos, ¿les

parece? —mientras hablaba, Bassin, les guiñaba un ojo a sus amigos en señal de

complicidad.

— ¡A su disposición, compadre! Lo esperamos —respondió Metayer.

La claridad del día irrumpía en las calles. Todo el grupo emprendió el retorno a la

barriada. Iban abrazados por la cintura.

Las continuas razzias por los barrios bajos estaban engendrando un fenómeno que

sería noticia en todos los diarios del mundo: los balseros. Gente desesperada, acorralada

por el hambre, la persecución y el temor a los ton-ton macoutes, improvisaba balsas

para intentar llegar a La Florida. Muchos morían en el trayecto. Víctimas de la mala

construcción de las balsas, devorados por los tiburones, atacados por enfermedades

propias de la desnutrición, agonizaban durante la travesía. Los que alcanzaban su

destino llegaban con tal grado de deterioro que parecian zombies2.

En Raboteau, la idea empezó a fascinar a mucha gente. Para Jean Bassin, era una

permanente preocupación. Las personas que él apreciaba, sus amigos de siempre,

podían terminar muertos. Se dijo a sí mismo que en todo caso, también podían terminar

despedazados por la tortura o enloqueciendo en una celda inmunda. Con profundo

fastidio pensó que en los barrios altos se vivía otra realidad. Haría todo lo que estuviera

a su alcance para evitar más tragedias.

El atardecer es en Haití un momento fundante. La diferencia entre la luz y las

sombras es grande. Así, en cuanto comenzaron a cubrir Raboteau, envuelto en la

húmeda atmósfera de la estación de las lluvias, Bassin marchó al bajo de la ciudad. En

la casa de Metayer ya se encontraba Gustave.

— ¡Hola amigos! Tenemos poco tiempo. Vamos al grano —dijo Bassin, a modo de

saludo.

—Amios me acaba de contar cómo lo amenazaron. ¿Qué haremos? ¿No crees

conveniente que se vaya de aquí?

—Desde luego, desde luego. Supuse que lo amenazaron, por el modo en que ese

individuo lo empujó. Por eso pedí esta reunión. Comparto tu parecer. Amios, es

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necesario que te alejes. Por un tiempo. Llévate a tu familia. No podemos saber en qué

momento empezarán los hostigamientos ni con quién lo harán.

— ¿Adónde ir? Ningún lugar es suficientemente seguro. Aunque mi esposa es de tu

misma opinión.

—Tengo un profesor amigo en Puerto Príncipe. Podrás ir a su casa con una carta mía.

La llevarás en mano. No es seguro el correo. Te ayudará a ubicarte hasta que

resolvamos qué hacer.

Esa noche quedó sellada la suerte de Amios Metayer. Se marcharía primero a Puerto

Príncipe, luego al exilio. Con su retorno a la barriada se produciría el suceso más

sangriento del que jamás se había tenido noticias: la matanza de Raboteau.

En Buenos Aires, el diputado Dante Caputo, en la intimidad de su grupo familiar, se

disponía a celebrar una Navidad más, sin sospechar que los próximos tres años todas sus

energías estarían puestas en Haití. No era el único, similar escena se vivía en la casa de

Yeya Domenicone. Mientras se ocupaba de los detalles de la mesa navideña, pensaba en

la llegada de su hijo Leandro Despouy a la provincia de San Luis. Estaba acostumbrada

a sus largas ausencias. Ignoraba que en poco tiempo también su hijo tendría un rol

protagónico en el drama que se desarrollaba en la isla caribeña.

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Notas: 1Tap-tap: transporte público de pasajeros. 2Zombies: de acuerdo al mito vudú: muertos vivos.

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EL SERVICIO

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El mes de febrero de 1992 se presentó pleno de malas noticias. En Carrefour-Vincent,

los días 2 y 3, estuvieron marcados por represión callejera, detenciones y razzias. Alerte

sufrió varios allanamientos domiciliario. Todos se sentían extenuados. Un temor ciego

embargaba a la población. La OEA1 comenzó a realizar fuertes reclamos, basándose en

la lista de denuncias sobre desaparecidos, encarcelados y torturados. Entre tanto, Jeanne

tenía todo listo.

Vendrían varios houngan2 de Cité Soleil, Raboteau, Artibonite, Gonaives. La Isla

recuperaría el ton-ton de los tambores llamando a servicio. Había estado guardando

borra de café durante los últimos 20 días. Tizo traería un gallo joven, de buena

presencia. Sería una ofrenda imponente. Papaloa Octave, comprometió su presencia. Por

fin llegó el día, o mejor dicho, la noche indicada para el servicio. Los invitados, todos

engalanados para la ceremonia, se dirigieron al patio trasero de la casa donde

funcionaba el templo. Jeanne lucía bellísima. Su traje de mambo de vivos colores

resaltaba su esbelta figura. Sobre su cabeza, un pañuelo en moño daba el marco perfecto

a su cara de mulata. Sus ojos canela mostraban una expresión exultante. No podía

disimular su júbilo, emanaba de ella una apasionada energía. A Papaloa Octave, se lo

veía majestuoso en su traje oscuro. Su cabeza aparecía adornada por una espesa

cabellera blanquísima y rizada, semejante a vellones de lana de oveja. Ese negro de

rostro liso y grave parecía atemporal.

Alerte concurrió a regañadientes. Católica practicante, consultó con su guía

espiritual, el padre Gregory, si no era una falta grave con Dios participar de un servicio.

Él la tranquilizó, le aseguró que era una buena ocasión para estar con amigos. El buen

padre Gregory había aprendido, hacía ya muchísimo tiempo que en Haití el vudú era

como el aire: apreciado e indispensable.

Languidecía la estación de las lluvias. La noche era fresca, la luna en cuarto creciente

se veía nítida en el techo estelar. Las estrellas lucían como nácar sobre terciopelo negro.

Los tambores fueron formando fila. Un joven houngan le acercó a Papaloa Octave una

bandeja sobre la que había un bellísimo asson3. Dada su dignidad, sólo él podía usar un

asson cargado con huesitos de vértebra de serpiente. Una joven, completamente vestida

de color verde claro, colocó una gran jarra de agua sobre el altar donde se hallaba un

crucifijo, un ogan4 y un cántaro con la sangre del gallo sacrificado.

Se utilizaría luego para ungir los ojos de quien fuera designado por una Loa para

“tomar conocimiento”5. Tizo, Shiela y Pascal tomaron la vajilla que contenía la borra

del café, un tazón con harina de maíz y otro con harina blanca.

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Dibujaron en el piso un gigantesco y muy bello vévé. En su centro, una larga cruz y

sobre ella una V entrelazada, representando el carácter androgénico de los guedé. Los

participantes fueron haciendo ronda. Afuera, en el patio, a un costado, la mesa tendida

para la ceremonia de la comida.

Los assones comenzaron a sonar. El ritmo lento, cadencioso, se fue intensificando.

Los tambores se sumaron al ritmo de los assones.

El redoble de los tambores es música libertaria en la historia haitiana. La campaña

para la insurrección de la esclavitud se desarrolló parcialmente bajo la incitación del

negro Boukman —un houngan— con los redobles de tambor, que según los blancos

sólo servía para marcar el ritmo de las danzas. Para ese pueblo originario de África

Occidental, durante siglos, fue su estilo de comunicación a distancia. En los albores de

la independencia, el momento de la sublevación fue telegrafiado desde una plantación a

otra al ritmo de los ton-ton. La fe en el vudú dio coherencia al sentimiento libertario y

así la independencia fue posible. Esa noche sería especial. Habría “conocimiento” y

pedirían protección. El houngan que desempeñaba el papel de la-place6 apareció

acompañado de dos mujeres que portaban las banderas con los signos de Loko Iwa7, en

cuyo honor se efectuaría el manger8. El badgigan9 se colocó al lado de Papaloa Octave,

únicamente él podía disponer de un ayudante. “Comerían muertos”, pues se disponían

obtener un “contrato”10. El ritmo fue subiendo de tono. Vino la danza. Los pies, las

caderas y las cabezas comenzaron a moverse al ritmo de los assones y el ton-ton de los

tambores. Jeanne, con lento y cadencioso movimiento, se fue desplazando. Cobró

intensidad en su ritmo.

Se separó de la rueda y a medida que la danza se hacia más y más enérgica, su figura

fue ingresando al centro del vévé. La mirada atenta de Papaloa Octave la seguía en el

periplo. Su badgigan caminó hasta el altar, tomó la bandeja que contenía el pequeño

cántaro con la sangre del gallo. Otro houngan tomó la jarra de agua, introdujo su mano

en ella y aproximándose a Jeanne la salpicó suavemente. Un instante después, ella entró

en trance. Esa magnífica vestal tenía los ojos fijos. Ausentes. Su cuerpo se movía

ondulante como si no tuviera huesos, por eso sus contorsiones adquirían tal plasticidad

que semejaba una flameante bandera multicolor. Llegó al centro de la V y allí se detuvo.

Papaloa Octave se aproximó y ungió sus ojos con la sangre, pronunciando una

invocación. Los tambores entraron en frenesí. Entonces Jeanne “vio”. Su garganta soltó

un imponente alarido. Luego, entre un farfullante murmullo, fue aganchándose

lentamente y con las uñas marcó el piso. Su cuerpo desparramándose de un modo muy

suave, quedó tendido. De sus ojos cerrados caían lágrimas de sangre que rodaban por su

rostro hasta empapar el pelo de las sienes. Papaloa Octave se acercó blandiendo su

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asson, le hizo la señal de la cruz y tomándole la mano izquierda la colocó sobre un papel

en el que Jeanne imprimió sus dedos. Habían cerrado un “contrato”. El ritmo de los

tambores disminuyó hasta convertirse en una suave melodía. En todo Haití se podía oír

el murmullo de los tambores culminando un servicio. Papaloa Octave se retiró a un

rincón del templo, seguido por su badgigan. El rostro impenetrable ocultaba el dolor que

la revelación le producía. Su hija de religión, su amada Jeanne, tendría un final trágico.

Sin embargo, Legba11 finalmente haría justicia.

La rueda de danzarines retrocedió hasta rozar las paredes y después, de a uno, fueron

abandonando el cerco. Las ofrendas en flores, fruta y carne se realizaron de acuerdo al

gusto de cada houngan. Los tamborileros salieron al patio y comieron la carne del gallo

utilizado para el sacrificio y bebieron agua lustral. Podrían entonces comenzar a ingerir

cerveza y a prepararse para hacer ritmo en el baile social, como culminación del

encuentro.

1OEA: Organización de Estados Americanos. 2Houngan: sacerdotes de la religión vudú. 3Asson: sonaja empleada en el rito vudú. 4Ogan: Cuenco que contiene polvos mágicos. 5“Tomar conocimiento”: tener conocimientos de sucesos futuros. 6La-place: banderillero del rito. 7Loko Iwa: deidad muy importante en el rito vudú. 8Manger: comida del rito vudú. 9Badgigan: sacristán en el culto vudú. 10“Contrato”: convenio con los espíritus. 11Legba: deidad del rito vudú muy invocada como protectora.

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ANTÍGONA APARECE

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Graciela resolvió pasar sus vacaciones de verano en Villa Gesell. El clima de ese final

de febrero era estable. Se levantó temprano; quería aprovechar las primeras horas del

día para disfrutar la playa. Le gustaba caminar sola por la orilla del mar. En un puesto

de diarios, compró uno y siguió su camino. El sol brillaba en el cielo claro: ¡sería un día

espléndido! Una suave brisa fría la impulsó a buscar el refugio de un médano.

Tendió una lona, sacó una reposera y se dispuso a leer. En Noticias internacionales,

en destacado, se publicaba las gestiones que la OEA estaba realizando para restablecer

la democracia en Haití. El relator de la CIDH1, describía los actos represivos y los

homicidios cometidos por los golpistas. Graciela se sintió angustiada. Recordó los

aciagos años de la más sangrienta dictadura militar que sufriera la Argentina. Deseó con

todas sus fuerzas que de alguna manera el pueblo haitiano recibiera ayuda. Un remolino

de viento la obligó a levantar la mirada del diario. En ese momento vio pasar a una

extraña dama por la orilla del mar. Llevaba una especie de túnica de tono neutro. En su

cara trigueña se dibujó una expresión que podía tomarse como un mudo saludo. Ella

intentó devolver el gesto.

Parece una figura griega, pensó y giró la cabeza, siguiendo el recorrido de la mujer,

pero súbitamente desapareció. Volvió a la lectura.

“¡Qué raro!”, meditó, “para los yankis esto es un problema. En la década de los 90

una dictadura que aparece tan cerca de sus fronteras, ¡cuando América Latina está

recuperando la democracia formal y las sanciones económicas no dan ningún resultado!

¡Cómo me gustaría hacer algo por ellos!” El tiempo concretaría su deseo. Así estaba

dispuesto. Ella daría cuenta de los sucesos. Era su misión.

1CIDH: Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

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NOVIEMBRE DEL 92

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La Misión realizó tres viajes: en cada ocasión, los miembros de la OEA intentaron

negociar una salida airosa a la situación. Escapaba a la racionalidad occidental ese teatro

de siniestros enredos en que se montaba la escena política haitiana. En apariencia, el

Parlamento funcionaba y los tribunales impartían justicia. El Primer Ministro decía

tener acotada sus funciones por la Junta Militar. A su vez, Cedras y sus secuaces

alegaban que el ejército no tenía injerencia en las decisiones políticas. De modo que la

rueda giraba en un círculo infernal. Las víctimas seguían sumándose y el escenario no

se modificaba. En los Estados Unidos, Bill Clinton, el candidato demócrata con firmes

chances para ocupar la presidencia, durante su campaña incorporó en su discurso el

tema Haití desde dos ángulos que conmovían a la opinión pública: los balseros y las

libertades civiles. Constante e incesantemente, llegaban a las costas de Miami los

“refugiados del mar”. Para el gobierno norteamericano constituía un problema de dos

caras de difícil solución. El lado social y el lado político. La pobreza extrema y las

condiciones en que llegaban los balseros obligaban a la administración gubernamental a

tomar medidas de asistencia, que eran resistidas por los sectores conservadores. La

innegable situación política desaconsejaba la repatriación inmediata. George Bush, el 24

de mayo, había ordenado la repatriación de un contingente de balseros, con el repudio

de la comunidad internacional y un gran debate interno. Las organizaciones

humanitarias de los Estados Unidos protestaron firmemente ante esta actitud que

condenaba a muerte a esos refugiados.

Ni bien el presidente Clinton inició su gestión, una de las primeras medidas de

gobierno en materia de política exterior fue reafirmar el compromiso de los Estados

Unidos de ayudar a restablecer en Haití al gobierno legítimo de Jean-Bertrand Aristide.

La diplomacia norteamericana se preparó entonces para comenzar una fuerte embestida

en ese sentido.

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DICIEMBRE DEL 92

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El Secretariado General de Naciones Unidas venía siguiendo atentamente los

acontecimientos de la política haitiana. Recibió una carta del presidente Aristide

solicitando ayuda ante el sufrimiento de su pueblo. Boutros Boutros-Ghali tomó una

decisión. El día 13, a media mañana, en Buenos Aires, sonó el teléfono en el despacho

del diputado Dante Caputo. El Secretario General de Naciones Unidas lo invitaba a

conversar en su oficina sobre la situación haitiana. Comenzó entonces un ritmo

frenético de trabajo.

Tres días después Dante Caputo se encontraba en Nueva York con el Secretario

General. Ambos hombres, conversando en francés, se abocaron rápidamente a evaluar

los acontecimientos, el argentino recibió entonces la misión de ser el enviado especial

del Secretario General de Naciones Unidas para la recuperación de la democracia

haitiana. Pidió instrucciones.

—Tenga éxito en el marco de la palabra. Es todo —fue la respuesta.

La toma de posición de la ONU frente al conflicto haitiano implicó que la comunidad

internacional, con sus instrumentos coercitivos, tuviera la posibilidad concreta de usar la

fuerza de tropas para imponer una resolución.

Una semana después de Navidad, Dante Caputo arribaba al aeropuerto de Puerto

Príncipe en medio de una manifestación de repudio organizada por bandas de

partidarios de los detentores del poder. Para el diplomático, que padeció en su propio

país una dictadura sangrienta, que colaboró activamente en la recuperación de la

democracia, fue una experiencia única. Su aguda y sensible inteligencia advirtió de

inmediato que se enfrentaba a otra racionalidad. Los códigos de la diplomacia

occidental hocicaban frente a otra lógica. En esa tierra se enfrentaban en una batalla sin

cuartel el bien y el mal encarnados en actos políticos, sostenidos por creencias

religiosas. Un mundo cuya alquimia escapaba a la comprensión occidental. Su primera

entrevista con el Presidente del Parlamento fue un duro golpe con esa realidad.

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LA MISIÓN CIVIL INTERNACIONAL

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Los primeros eslabones — Año 93 La estación de las lluvias llegó nuevamente. Había pasado otra Navidad llena de

tristeza. El afán de lucha por el retorno de Aristide aumentaba entre sus votantes. La

presencia del Enviado Especial del Secretario General de Naciones Unidas les daba

aliento, y en las noches se podía oír el ton-ton de los tambores con todo fervor llamando

a servicio. El 18 de enero se celebraron las elecciones. El fraude descarado permitió el

ingreso al Parlamento de diez senadores y tres diputados adictos al régimen. Los

partidarios de Aristide fueron reprimidos luego de una fuerte protesta callejera. El

embargo era violado en cuanta ocasión era posible y de alguna manera parecía

fortalecer la dictadura. El pueblo sentía la opresión económica y la represión política.

Los allanamientos diarios, con el pretexto de desbaratar complots, encubrían el saqueo y

la confiscación de bienes perpetrados por los attaches1. La determinación con que Dante

Caputo encaró su misión le permitió una fuerte negociación a su favor. Horas de

discusión y fatigosas jornadas de trabajo intentando sentar la base de una misión civil de

observadores de los derechos humanos comenzaron a dar un pequeño fruto. El

naufragio del Neptune había llenado de conmoción a la opinión pública internacional.

Con un saldo de 1743 muertos, el dolor no podía ser mayor. El 20 de febrero, el

gobierno de facto, a pesar de decretar una jornada de duelo nacional, declaró el

mantenimiento del carnaval. Tenían que mostrar que lamentaban el hecho, aquellos que

habían instigado la tragedia. El día 25, el Obispo de Puerto Príncipe, resolvió realizar

una misa en la Catedral Mayor. Durante una ceremonia desbordante de emoción, el

prelado, en su homilía, hizo un vibrante alegato sobre la libertad y la necesidad de

recuperar la democracia. A la salida, provocadores que cantaban consignas a favor del

régimen y lanzaban maldiciones sobre los muertos, produjeron serios incidentes. Hubo

detenciones y malos tratos a quienes habían participado del servicio religioso.

El mes de marzo se presentó pleno de alternativas. Sobre las avenidas más

importantes de Puerto Príncipe, la oposición formaba barricadas para protestar contra el

gobierno. Eddy Dupiton, el Presidente del Senado, solicitó y obtuvo la moción para

sancionar a los profesores y alumnos: “(…) que participaran de actos que atenten contra

el orden establecido”. De estas y otras charadas se servían los militares y sus cómplices

civiles para intentar legitimar sus acciones. Cerraron por “reestructuración” la Escuela

Normal Superior, licenciando a sus profesores. Simultáneamente, desde el exilio,

Aristide criticaba la política de Clinton referida a los “refugiados del mar”, mientras

arribaba a Puerto Príncipe un contingente de 40 observadores. La OEA no abandonaba

los intentos por resolver un conflicto que supuestamente debería encontrar solución en

el marco de los instrumentos jurídicos regionales. Se dispuso entonces a nombrar a un

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enviado especial. Dante Caputo realizó rápidas gestiones para hacer notar que no se

podía dilapidar esfuerzos; fue muy claro: si se nombraba un enviado especial de la

OEA, él renunciaba. Las gestiones que venía realizando en el marco de Naciones

Unidas habían permitido el asentamiento de observadores civiles de los derechos

humanos. Cualquier fisura, contradicción o contingencia en el desarrollo diplomático

podía significar un retroceso con graves consecuencias para el pueblo.

La comprensión y el reconocimiento por la labor desarrollada en tan poco tiempo

llevó a una decisión novedosa: el argentino se hizo cargo de las dos representaciones. Se

constituyó en el Enviado Especial de las Naciones Unidas y de la OEA. En tanto un

grupo de nuevos observadores llegaba a Haití, Caputo viajaba a París con el fin de

obtener el apoyo de Francia. Lo consiguió.

Con los primeros informes detallados por el Enviado Especial, la Comisión de

Derechos Humanos de Naciones Unidas demandó enérgicamente que cesaran los

asesinatos, las persecuciones y la represión policial que se practicaban desde septiembre

de 1991. También Canadá decidió tomar parte en la misión, financiando la presencia de

55 observadores. Entre tanto la Cámara de Representantes de los Estados Unidos

decidió seguir con el mantenimiento de la interdicción para el ingreso de los

inmigrantes haitianos portadores de HIV, sin que el presidente Clinton se opusiera, pese

a la promesa de levantar las sanciones. La notable contradicción en la actitud formal de

los Estados Unidos jugaba a favor de la soberbia, la omnipotencia de los opresores.

Promediaba el mes cuando en un intento por acelerar las negociaciones Lawrence

Pezzullo, el representante especial de Clinton, realizó una conferencia de prensa en su

departamento en la Isla. Al tiempo que la diplomacia jugaba en su tablero, el pueblo

realizaba sus propios movimientos. Aparecieron pintadas en los muros de varios lugares

de Gonaives, reclamando el retorno de Aristide. Los militares reiteraban al Enviado de

Naciones Unidas que tenían la irrevocable determinación de encontrar una salida a la

crisis, mientras seguían persiguiendo opositores y deteniendo a personas que en no

pocos casos terminaban en desapariciones forzadas.

Frente a los actos intimatorios en la Universidad, en las escuelas superiores, en las

organizaciones sociales, cerrados todos los espacios, Caputo decide prolongar la misión

y armar una agenda permanente para una solución negociada. Tenía la certeza de que la

mentira institucionalizada perseguía un único fin: la posibilidad de que la MICIVIH2 se

retirara de la Isla y se aflojara la presión del embargo internacional. El mes de abril

comienza con un gesto altisonante por parte del Presidente del Senado: advierte a la

comunidad internacional que el uso de la fuerza para intentar resolver la crisis atenta

contra los derechos inalienables del pueblo haitiano. 300 religiosos realizaron una

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marcha, con la presencia de seis observadores de la MICIVIH, siguiendo el desarrollo

del acto. Desde el Golpe de Estado, era la primera vez que se expresaban públicamente.

Dos días después era secuestrado, a la salida de su trabajo, un periodista de Tropic FM,

por tomar contacto con los observadores, al tiempo que unos mil detenidos en la prisión

de Puerto Príncipe, participaban de una protesta por los malos tratos recibidos. Fueron

reprimidos con crueldad y amenazadas sus familias. Los acontecimientos se sucedían

con el vértigo de una perinola enloquecida.

Los partidarios de Cedras empezaron a comprender que la presión internacional no

cesaría con tanta facilidad. Diseñaron entonces una nueva forma de camuflaje para

sostenerse en el poder. La cobertura legal para futuros simulacros electorales y

manifestaciones políticas: nace así el germen del FRAPH3, bajo cuyo paraguas se

cobijaban los antiguos amantes de la dictadura de los Duvalier, su guardia pretoriana,

los ton-ton macoutes, las bandas parapoliciales Capois la Mort y Brassards Rouges.

Los grupos de observadores seguían llegando a la Isla y distribuyéndose en las

distintas regiones del país. Al promediar el mes, Caputo se encontró en Washington con

Warren Cristopher y el presidente Aristide. Para el argentino fueron una sorpresa las

expresiones del Jefe del Departamento de Estado de los Estados Unidos que manifestó

su decepción y preocupación respecto de la marcha de la quinta semana de la MICIVIH.

Días después, al encontrarse con el presidente Clinton, Caputo pone sobre el tapete el

doble juego de la política exterior de los Estados Unidos. Mientras su presidente

manifiesta con energía la voluntad de resolver la crisis haitiana, desde el Departamento

de Estado, todo parece un show montado para guardar las formas. Es que en este

organismo quedaban muchos funcionarios de la gestión Bush adictos a tejer alianzas

con antiguos personajes de la era Duvalier y sus generales. Quedaría demostrado mucho

más adelante que el líder del FRAPH, Emmanuel Constant, recibía un sueldo de la

CIA4. La entrevista que el Enviado Especial tuvo con el Presidente dio resultados: hubo

cambios en el Departamento de Estado que le permitieron un funcionamiento en

sintonía con el trabajo de Naciones Unidas.

1 Attaches: bandas paramilitares y policiales, dirigidas por algún miembro de las fuerzas de seguridad en

actividad

2MICIVIH: Misión Civil Internacional para Haití. 3FRAPH: Frente Revolucionario para Haití. 4CIA (Central de Inteligencia Americana)

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HOTEL MONTANA

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Está ubicado en los altos de la Isla. En el barrio de la gran burguesía. Allí recalan los

turistas adinerados, el mundillo de la diplomacia y los agentes de negocios. En sus

grandes salones, y particularmente en el bar, se reúnen variopintas personalidades.

Durante la dictadura de Cedras se asemejaba bastante a Casablanca, ese espacio

emblemático en cuyo medio se mezclaban los demócratas y los nazis.

Así, a medida que arribaban a Haití, los miembros de la MICIVIH se alojaban

transitoriamente allí. Luego, permanecían sólo los directivos, los que se distribuían

hacia el interior del país, buscaban sitios de residencia en casas y departamentos de

alquiler. Durante el día, todos tenían un ritmo febril de trabajo. Por las noches, asistían

al restaurante y al bar; mientras cenaban, programaban el día siguiente. La comida de

todos los miembros de la misión era estrictamente vigilada desde su elaboración hasta

que llegara al destinatario1. El temor a que alguno de ellos padeciera un atentado por

envenenamiento no era infundado, como quedaría demostrado cuando Leandro Despouy

sufrió el intento.

Durante esas noches y a lo largo de todo el trabajo desarrollado por ellos, los

observadores convivieron con espías y adeptos al régimen. Era inevitable. Un hotel es

un lugar público. Bajo esa máscara los agentes del terror aprovechaban para hacer notar

su presencia: intimidando, tratando de obtener información y generando variadas formas

de alboroto.

En ese espacio heterogéneo, dos argentinos trabajaron y convivieron durante todo el

proceso de recuperación de la democracia haitiana: Dante Caputo, que había alquilado

una casa (por razones de seguridad, se alojaba alternadamente, en uno y otro lado) hasta

que le balearon el frente. Pasó entonces a residir en forma estable en el Montana.

Leandro Despouy, quien quedaría virtualmente aislado en ese lugar, después de la

segunda evacuación de la MICIVIH.

La presión internacional y la resistencia que la mayoría del pueblo manifestaba al

régimen fue llevando sus actos hasta el paroxismo.

En más de una ocasión, en la puerta y proximidad del Montana, aparecieron personas

agonizantes por los malos tratos, las torturas o directamente muertas. Una forma nada

sutil de amedrentar a los miembros de la misión y enviar un mensaje a la comunidad

internacional: no cederemos y éste es el costo por inmiscuirse con nosotros. En la tarea

cotidiana que desarrollaban los observadores, circulando por las calles, al trasladarse a

los centros de detención o entrevistando a algún funcionario, eran seguidos por agentes

y, no pocas veces, sufrían amenazas a viva voz, intentos de golpizas y otras formas de

provocación. Hubo en este contingente simpatías y antagonismos. Amores cruzados y

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algunos perdurables, pero el trabajo de todos y cada uno de los miembros de la MICIVH

fue de una notable templanza, imbuidos de una fuerte voluntad de cumplir el propósito

encomendado: respetar y hacer respetar cabalmente los derechos humanos. Así lo

reconocería Marco Tulio Bruni-Celli, el relator especial de Naciones Unidas, en su

informe sobre la situación haitiana al Secretario General en la Asamblea de octubre de

1994.

1La comida consistía generalmente en pescado, arroz y cerveza; las frutas estaban descartadas por la

posibilidad de envenenarlas.

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EL ACUERDO DE GOVERNOR’S ISLAND

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El 3 de julio en Governor’s Island, el general Raoul Cedras firma un acuerdo que trae

aparejado una serie de pasos para el retorno de Aristide al gobierno. El arribo de los

golpistas a los Estados Unidos para sentarse a una mesa de negociación fue precedido

de dos meses de agitada pulseada, tanto en el campo diplomático, como en el político y

social. El accionar terrorista había aumentado en la misma medida que la resistencia

popular. La situación económica para el pueblo empeoraba día a día. La escasez de

combustible, si bien afectaba en forma directa a las personas de menores recursos,

también empezaba a generar fisuras entre los partidarios del régimen. A causa del

bloqueo económico, el pueblo hacía largas colas para comprar los encarecidos

comestibles. El hato de leña subía de precio día a día. Los más desesperados tomaban la

iniciativa de procurársela por cuenta propia; en el interior de la Isla el desmonte forestal

era indiscriminado. El 10 de mayo los ministros de Asuntos Extranjeros de los países

del Caribe, reunidos en Granada, emitieron una declaración favorable a la intervención

de una fuerza policial internacional en Haití. Al mismo tiempo, en la Cámara de

Diputados, los aliados del gobierno de facto analizaban una acusación contra Aristide,

basada en la supuesta traición por solicitar ayuda a Naciones Unidas. Dos días después

Warren Christopher declaraba que se estaba avanzando para el retorno de la

democracia. Su optimismo residía en que: “(…) La clase política haitiana se opone

mayoritariamente al envío de fuerzas militares extranjeras al país”. Al tiempo que en

Gonaives miembros de la misión eran interceptados por fuerzas de seguridad, Colin

Granderson se reunía con Cedras. Santo Domingo reforzaba sus fronteras frente al

constante flujo de personas que la transitaban; mezclándose las que huían de la miseria

y la represión con attaches que emigraban ante la perspectiva de tener que afrontar en

algún momento las acusaciones por los crímenes cometidos. El 7 de junio la OEA,

durante la 23a Asamblea General realizada en Managua, solicitó que el embargo

petrolero y comercial fuera total.

Cedras, Michel François y Phillipe Biamby, los jerarcas del régimen, comprendieron

que tenían muy poco margen para seguir entreteniendo con artilugios a la comunidad

internacional, de allí la decisión de aceptar el encuentro en Governor’s Island.

Un incidente ocurrido la noche del 15 de junio, en la residencia de la familia Cedras,

advirtió a Leandro Despouy sobre la verdadera naturaleza del momento que estaba

atravesando el gobierno de facto. Luego de la cena que compartieron, y durante la

sobremesa, cómodamente instalados en sus sillones, se encontraban el general y sus tres

hijos cuando Jeannic, la esposa de Cedras, los invitó a ver lo que acababa de grabar por

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televisión. Apareció en la pantalla la cara satisfecha de Dante Caputo mientras se

anunciaba el embargo. El dueño de casa interrogó con ironía a su invitado:

—¿Le parece a usted la imagen de un árbitro imparcial?

—Si trabajamos juntos, esto que parece una tragedia, puede convertirse en una buena

oportunidad para todos —contestó Despouy.

En ese momento se escuchó un violento estallido que hizo temblar la casa.

Cedras se levantó muy agitado y fue velozmente a hablar con su guardia de

seguridad. Cuando regresó dijo:

—Lamento informarle que por ahora usted no puede moverse de aquí.

—¿Es un secuestro?

—No, de ninguna manera, es conveniente averiguar lo que está pasando antes de

asomar la nariz a la calle.

La velada se prolongó hasta el amanecer. Simulaba Jeannic jugar el papel de

conciliadora. Al despuntar el alba, luego de enviar una patrulla de reconocimiento, el

general escoltó al argentino hasta su casa.

—A partir de ahora, le aconsejo que no ande más solo —le dijo, despidiéndose.

—Debo entender que muchos de sus amigos no están de acuerdo con que nosotros

hablemos —le contestó.

—Yo lo único que le pido es que se cuide…

Desde ese momento la esposa de Cedras entendió mejor que nadie el sentido de las

negociaciones que pretendían llevar adelante la MICIVH. Cayó en la cuenta de que su

esposo también estaba en peligro y trabajó para que suscribiera el tratado de Governor’s

Island.

Entre los hombres fuertes del régimen se encontraba el jefe de policía, quien

presionaba para que no se fuera del poder, dejándolos expuestos. Como se vería más

adelante, al momento de elegir, Cedras se quedó del lado de sus amigos, de los que no

querían que dialogara con Despouy.

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EL ACUERDO EMPANTANADO

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El acuerdo de Governor’s Island fue ratificado en Nueva York. Tanto para el gobierno

de Clinton como para Naciones Unidas fue un momento de optimismo, parecía que al

fin se encaminaban los acontecimientos en el sentido tan esperado que había llegado la

hora de la democracia para la nación caribeña. Sin embargo el acuerdo dependía, para

su cabal realización, de una serie de pasos sumamente difíciles y delicados de llevar

adelante.

Según el compromiso firmado, el proceso de democratización se iniciaba con la

designación de un primer ministro de concordia y su ratificación por parte del

Parlamento. Esto suponía, en primer lugar, barajar y dar de nuevo en las

representaciones parlamentarias, habida cuenta que, en las últimas elecciones de enero

el fraude había sido burdo y notorio. Pasando a la ejecución de la agenda, Leandro

Despouy se reunió el 12 de julio con los sectores políticos que viajarían dos días

después a Nueva York, para dar cumplimiento a uno de los diez puntos del acuerdo. El

tema central que se trató fue el denominado “diálogo de concertación política”. Se

pretendía alcanzar una tregua social, garantizando de esta forma una transición más o

menos ordenada. Despouy informaría luego a la prensa que los cuatro bloques

representados en el Parlamento, los líderes políticos y una comisión presidencial

formarían parte de la ronda de discusiones, en la sede de Naciones Unidas. Tratarían

temas tan ríspidos como la nueva policía civil, las leyes y la renovación institucional. Es

aquí donde comenzaron a empantanarse nuevamente las negociaciones. Para sostenerse

en el poder, la dictadura dio carta blanca a sus cómplices civiles. Éstos gozaban de

indiscriminados privilegios a los que no estaban dispuestos a renunciar con tanta

facilidad. Por otra parte, el depuesto presidente Aristide veía con preocupación el

cumplimiento de la agenda. El ejército era una piedra gigante trabando el estado

constitucional a causa de sus represivos componentes y su resistencia a subordinarse a

las autoridades elegidas por el pueblo. Conocía muy bien a Raoul Cedras, el que alguna

vez le había salvado la vida, era el mismo que encabezó el Golpe que provocó, de

entrada, 500 muertos. Solicitó que la CIDH se hiciera presente en su país antes de que

asumiera el nuevo Primer Ministro; se debía constatar la situación de los derechos

humanos. La CIDH atendió el pedido, dando por respuesta que estarían en la Isla a la

mayor brevedad posible. Otro temor que llenaba de dudas al mandatario: un intento de

recolonización por parte del gobierno de los Estados Unidos, ateniéndose al apartado

del acuerdo que hacía referencia a la asistencia técnica internacional. Esto se puso en

evidencia cuando su vocero expresó: “(…) No tenemos nada contra las relaciones con

los Estados Unidos u otro país mientras respeten nuestra independencia.” Es que los

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haitianos tienen la experiencia de las argucias de las que se valieron los norteamericanos

para ocupar la Isla de 1915 a 1934, dejándolos en total estado de postración y con una

profunda división social que aún perdura.

El 14 de julio, en la sede de Naciones Unidas, todas las partes involucradas se

sentaron a trabajar. Los partidarios de Aristide rechazaron la intervención de

parlamentarios surgidos de elecciones fraudulentas. De esas jornadas nació el propósito

de hacer los esfuerzos necesarios para poner a las cámaras legislativas en sintonía con el

acuerdo firmado. Resultó previsible que el día 22 fuera elegido presidente de la Cámara

de Diputados Antoine Joseph, un médico de 40 años considerado un moderado; opinión

confirmada por su actitud al llamar a una reunión entre el Comandante de las Fuerzas

Armadas y el presidente Aristide. Joseph pensaba que los haitianos deberían presentar

una imagen de unidad para que la comunidad internacional no impusiera lo que ellos

podían resolver por sí mismos. La dificultad estaba entonces en la presidencia del

Senado. El próximo encuentro entre el presidente de los Estados Unidos y el haitiano

dejó la fuerte impresión de que el plan para el retorno de la democracia complacía más a

Clinton que a Aristide.

A este último, el rumbo y el vértigo que tomaban los acontecimientos le producían

una fuerte sensación de malestar. La presión de los Estados Unidos por mostrar que

ellos resolvían los problemas rápidamente era notoria. No se estaban tomando en su

compleja dimensión las características de los cómplices civiles de la dictadura. La

embajadora estadounidense ante la OEA sostenía que no existían indicios de que desde

el 3 de julio hubiera empeorado la situación de los derechos humanos. Aristide tenía

información en contrario. Finalmente, la OEA accedió a que la Comisión de Derechos

Humanos se trasladara después de que hubiera sido ratificado el Primer Ministro. En

tanto estas contingencias diplomáticas ocurrían, la población era víctima del renovado

furor homicida de los attaches. En Carrefour, tanto Alerte como Jeanne habían sufrido

allanamientos, amenazas y persecuciones casi de continuo. En Cité Soleil Pascal corrió

igual suerte. Mientras que Tizo salvó su vida gracias a una habilidad poco común:

tirarse al piso haciéndose pasar por muerto.

El día 26 se presentó con noticias alentadoras: el portavoz del Departamento de

Estado de los Estados Unidos apoyó en forma pública la intención de Aristide de

nombrar a Robert Malval como Primer Ministro de consenso. Declaraba en ese

momento: “(…) ayuda claramente a retirar algunos obstáculos para levantar las

sanciones (…)”, en referencia a las que había impuesto la ONU desde el 23 de junio.

Sin embargo, no especificó cuando se levantarían; los Estados Unidos sabían que ése

era un elemento de presión muy importante para la marcha de la agenda pactada.

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Mediante una carta, muy esperada, el presidente haitiano hizo llegar a la ONU una

propuesta: el envío de una misión multilateral de 1100 efectivos para profesionalizar al

ejército y crear una nueva fuerza policial, punto que estaba contemplado en el acuerdo

para resolver la crisis. El despliegue de la misión y la asistencia financiera internacional

debían producirse una vez que el Primer Ministro estuviera en posesión del cargo. Ése

sería el punto de inflexión para levantar el embargo financiero y petrolero. Los efectivos

de la ONU tendrían la misión esencial de velar por el respeto de los derechos humanos,

subrayó Aristide, recordando la urgencia de una reforma judicial. Colaboraría sin duda

para el desarrollo. El denominado grupo de países amigos de la ONU en la crisis

haitiana, compuesto por Estados Unidos, Canadá, Venezuela y Francia, se reunió con

Dante Caputo para hablar sobre el despliegue de la fuerza multilateral, que debería ser

aprobado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, basándose en las

recomendaciones que hiciera el Secretario General. En este sentido los estadounidenses

informaron que disponían de 350 efectivos, Canadá y Venezuela ofrecieron ayuda

militar y policial, en tanto Francia se mantuvo expectante. Robert Malval, propietario de

una imprenta en Puerto Príncipe —considerado un moderado—, hacía ya un tiempo que

había reunido en Miami a líderes empresariales haitianos con Aristide. Todos estos

aprestos tenían una meta con día clave y objetivo único: el 30 de octubre debía retornar

Jean-Bertrand Aristide al gobierno. Las fuerzas de la opresión movían las manecillas del

reloj de la historia en sentido contrario. Comenzó la puja en el Senado por la presidencia

de la Cámara. Se dividió entre los que intentaban trabar el desarrollo de la agenda con

subrepticios argumentos tales como poner en duda la legitimidad de las

representaciones de los que participaron de las rondas de negociaciones y personajes

como Thomas Eddy Dupiton, quien pretendía respetar los acuerdos, buscando de esta

forma reacomodarse a los tiempos por venir. Dupiton había sido elegido en diciembre

de 1990 y representaba al Frente Nacional para el Cambio en el Departamento de

Artibonite. Después del Golpe de Estado sus actuaciones causaron su expulsión del

Frente, se incorporó entonces a la Alianza para la Cohesión Parlamentaria, siendo uno

de los principales líderes de ese grupo. Desde este lugar acompañó todas las medidas

del régimen, y cuando la presión internacional se hizo sentir, advirtiendo que más

temprano que tarde los cambios se producirían, participó del pacto de Governor’s

Island. Este tipo de individuos, traidores al mandato popular, fueron resortes

fundamentales en todas las dictaduras que padeció en la década del 70 América Latina.

Eran mascarones de proa que sirvieron como parte del decorado a los propósitos más

oscuros que impulsaron los golpes de estado. Cuando sus mezquinos intereses

personales entraron en coalición con los de otros grupos del régimen, sufrió un atentado.

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Después de que hiciera declaraciones por una cadena de televisión norteamericana, los

attaches, desde un vehículo en marcha dispararon contra su domicilio. Como resultado,

él y varias personas que lo acompañaban recibieron heridas de diversa consideración. El

jerarca del ejército, Raoul Cedras, lo visitó en el hospital, exhibiendo de esta manera su

innegable sociedad.

Ni bien las sombras de la noche cubrían la Isla, el sonido de los tambores se hacía

sentir hasta el amanecer. De un lado y de otro, el vudú era el rito único para su

cumplimiento. Papaloa Octave se había sumido en estado de profunda reflexión. Los

bokos1 y brujos pactaban con los espíritus de la oscuridad, en tanto que los hougan2

invocaban la luz. Cada amanecer traía consigo en los frentes de las residencias y

edificios de los protagonistas de este drama el dibujo de un vévé. Aparecieron en la

puerta de la embajada de los Estados Unidos, en la casa donde presuntamente se alojaba

el Enviado Especial de Naciones Unidas, en las veredas de los edificios públicos donde

trabajaban los funcionarios que acordaron el pacto de Governor’s Island como prueba

de quienes habían participado de la ceremonia y a quiénes habían invocado.

Continuando con los pasos acordados, Aristide envió al Parlamento, para su

aprobación, el nombramiento de Robert Malval como Primer Ministro.

Los attaches transitaban a toda velocidad las calles principales de Puerto Príncipe

exhibiendo armas largas por las ventanillas de sus vehículos, cuando no en coches

descapotados. Este alarde de fuerza tenía como objetivo aterrorizar a la población y

enviar un mensaje muy claro a quienes intentaban dar cumplimiento al acuerdo: no nos

vamos a retirar, no lo haremos sin un costo en sangre. Y así fue. Los impulsaba una rara

mezcla de sentimientos nacional-chauvinista con la omnipotencia de la impunidad, pero

también la necesidad de seguir sosteniéndola. Cualquier cambio de situación podía

hacerles pagar las atrocidades cometidas. Pretendían tapar los crímenes con más

crímenes. Intentaron despertar en la población la desconfianza sobre las intenciones de

la comunidad internacional, en especial sobre la intervención de los Estados Unidos. La

MICIVIH, redobló sus esfuerzos; Leandro Despouy se reunió el 3 de agosto en el

Montana con parlamentarios de ambas cámaras. Su finalidad, apurar la aprobación del

nombramiento de Malval. Una semana después, mientras se normalizaba el Senado, la

OEA y la ONU, lanzaban un urgente pedido de ayuda humanitaria para Haití. Decididos

a continuar con el cronograma organizado, una delegación de Naciones Unidas y una

misión civil estadounidense efectuaron una visita a Puerto Príncipe con la intención de

elaborar un informe sobre la futura asistencia técnica que se dispensaría una vez que

Aristide volviera al gobierno. El tema crucial era encontrar la forma de separar al

ejército de la policía, renovar sus cuadros y su profesionalización.

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El día 19 Malval presentó una lista con 13 miembros de su futuro gabinete, cuatro

días después la Cámara de Diputados aprobaba la nominación del Primer Ministro,

quien quedaría confirmado por el Senado el día 25. Partió entonces a Washington para

reunirse con el presidente Aristide. Alentado por la marcha de los acontecimientos, el

Consejo de Seguridad de Naciones Unidas suspendió las sanciones contra Haití.

Advirtió que cualquier desvío en el cumplimiento del acuerdo implicaba en forma

automática su retorno. Mientras duró el embargo, el contrabando a través de la frontera

montañosa con Santo Domingo generó una cadena de corrupción, un plus de violencia

que sería muy difícil de erradicar. Ese “negocio”, así como las extorsiones a los

campesinos, era manejado por los attaches. Se reportaban a sus respectivos jefes o

padrinos que revistaban en el ejército y en la policía. Llegó el fin del mes con el

nombramiento oficial de Malval como Primer Ministro, en medio de los desmanes de

las bandas ultraderechistas que amedrentaban públicamente a los periodistas e

ingresaban a los medios de comunicación para informar que no permitirían que las

misiones de asistencia técnica para reformar las fuerzas de seguridad ingresaran a la

Isla. En el senado estadounidense, las fuerzas conservadoras intentaban trabar las

acciones de Clinton mediante una moción de censura sobre una eventual intervención en

Haití. Había comenzado un lobby que al final no tendría éxito, pero que dejaría en claro

la naturaleza de los intereses que se tejían junto a las relaciones con los golpistas.

Setiembre se presentó como el ensayo general de un drama que se empecinaba en

repetir in eternum la misma escena. Todo parecía volver a comenzar, como si los

dolores, las aflicciones, las muertes, no hubieran podido marcar un cambio. Con la

expectativa del retorno de Aristide, Amios Metayer se decidió y preparó su retorno a

Raboteau. Sus amigos estaban organizados para el reclamo permanente, hasta ver a su

líder de nuevo en el gobierno. Él creía que las cosas estaban tomando el camino

adecuado, su esposa estaba de acuerdo, de manera que cruzaron otra vez la frontera.

Para cuando Robert Malval tomó formal posesión de su cargo, acompañado de los

comandantes en jefe del Ejército y el mundo diplomático, Metayer estaba en su antigua

casa, en la barriada de siempre. Tuvo su pequeño comité de recepción: el cumpa Jean

Bassin y unos pocos compañeros, le dieron una calurosa bienvenida. A renglón seguido

se dedicaron a discutir un plan de acción que mostrara día a día al régimen que debían

cumplir el acuerdo y retirarse.

Aristide, en cumplimiento del acuerdo, hacía llegar a la Cámara de Diputados, para

su tratamiento, el proyecto de creación de la nueva policía. Al día siguiente, el FRADH,

en una conferencia de prensa, emplazó al Enviado Especial de Naciones Unidas, para

que en el término de 72 horas abandonara Haití. Esta actitud, por parte del ala política

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de los golpistas, puso al descubierto el juego sangriento que venía realizando. La

escalada de violencia de los días precedentes tenía un claro objetivo: impedir el retorno

del presidente constitucional. Negociar la asunción formal de Robert Malval era una

manera de ganar tiempo, conseguir el levantamiento del embargo y el retorno sin

condiciones de los golpistas exiliados. Buscaban reacomodar fuerzas para dar la

embestida final que según sus cálculos echaría definitivamente a los representantes de

Naciones Unidas de la Isla.

Como redoblando la apuesta a la agenda trazada, el día 20 el ex presidente Jimmy

Carter anunció que acompañaría el regreso de Aristide a Puerto Príncipe. El Presidente

del Senado se rehusó a reunir a sus miembros en sesión extraordinaria para tratar el

proyecto de reforma de las Fuerzas Armadas y la creación de una nueva policía. Se

comenzaron a vivir horas de máxima tensión diplomática. El día 23 el Consejo de

Seguridad resolvió por unanimidad enviar una misión de 1300 hombres para colaborar

en la modernización de las fuerzas de seguridad. Una delegación de miembros del

congreso estadounidense arribó a Haití llevando un cheque por valor de ocho millones

de dólares, como ayuda para que pudieran afrontar las deudas con el FMI y los

organismos multilaterales de crédito. Al mismo tiempo que por iniciativa de la bancada

de la Alianza, el Senado condenaba la resolución del Consejo de Seguridad, hacía notar

que, tanto el retardo en aprobar el proyecto sobre la nueva academia de policía, como la

permanente demanda de amnistía, producía un boicot al plan de concordia nacional.

El día 30 Cedras acusó a la comunidad internacional de violar los acuerdos de

Governor’s Island.

1Bokos: en el mito vudú: brujos que “compran” espíritus. 2Hougan: tamborileros del rito vudú.

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LA MICIVIH: SU PRIMERA EVACUACIÓN

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Mientras abría una lata de cerveza, Dante Caputo miraba fijo a su amigo y compatriota.

Lo escuchaba con toda su atención. Circulaba entre ellos una sólida corriente de afecto

y simpatía. Eran pocas las ocasiones que tenían para hablar en “argentino”, como decía

el puntano Leandro Despouy.

—¡Mirá! No es que no piense como vos. Pero le di mi palabra a Boutros-Ghali y

cumpliré. Creo que tenemos margen de maniobrabilidad si no nos dejamos presionar

por los tiempos —reflexionó Caputo.

—Dante, tenemos en la vereda de enfrente a un tramposo, metido hasta los tuétanos

en todos los crímenes. Vos pensás que es un error el envío de los instructores para las

Fuerzas Armadas. Yo estoy de acuerdo, en lo que no acuerdo es en que tengamos

tiempo. Es lo que nos falta, dentro de 26 días Aristide debe estar en el Palacio Nacional.

Caso contrario estos tipos van a hacer “del campo orégano”, como dicen en mis pagos.

Van a pasar a degüello a todo el país. Tenemos que presionar a Cedras para cumplir el

pacto y al mismo tiempo insistir en que Clinton nos acompañe en todos los pasos que

vayamos a dar y que resista la presión de los conservadores, ¡carajo!

Leandro Despouy conocía muy bien al Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas

de Haití. Raoul Cedras había demostrado ser un hombre al que convenía tener en

cuenta, se estaba manejando como pez en el agua. Se había formado como militar en

Panamá y se había especializado en Taiwán. Proveniente de una familia de la clase alta

haitiana, quizá soñó con el rango de quien finalmente lo expulsará del poder. Todos los

domingos, a las nueve de la mañana en punto —con independencia de cualquier

contingencia— el Toyota blanco partía de la exclusiva zona de Petión Ville para

estacionarse frente a un templo metodista. Allí ingresaban el general, su esposa y sus

tres hijos vestidos con sus mejores galas. Sus nueve guardaespaldas, de riguroso traje y

corbata, esperaban. El hombre proveniente de haitianos de primera clase, nieto de

blanco y mestiza, acreditó toda una raigambre para descollar en la carrera militar. No

perdió la compostura en ninguna ocasión.

Cuando se dirigía a su tropa, lo hacía en créole. Para Despouy era claro distinguir

entre el general metodista y los otros dos referentes del poder: Michel François, mulato

y protestante, número dos de Cedras desde el egreso de la academia militar, a cargo de

la policía, y el general Phillipe Biamby, mentado como el más duro entre los duros.

Trabajar para dividir el trío y lograr una salida diplomática era la intención del asesor

político de Dante Caputo.

—Bueno Chungo1, vamos en el mismo sentido —dijo sonriendo Caputo. Despouy

devolvió el gesto. Se palmearon los hombros en señal de confraternización y pusieron

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manos a la obra. Afuera caía una tenue lluvia. El calor no cedía a pesar de las lloviznas

nocturnas. Como todas las noches, llegaban hasta los oídos de ambos hombres los ecos

de los tambores y de algún que otro disparo.

“¡Qué hartazgo esos hijos de puta!”, pensó Caputo, “Mañana reportarán más

muertos, ¡esto tiene qué parar!”

Ya no lo sorprendían los reclamos públicos que hacía el FRAPH para que

abandonara la Isla. El apriete que estaban haciendo para que Malval integrara a su

gabinete personeros de la época Duvalier era una manera de mantener el control. Así, el

gobierno constitucional sería un títere de las fuerzas conservadoras que durante los

últimos 30 años habían hecho estragos. Pero para que sus designios se cumplieran,

debían quitarse de encima un escollo muy molesto, su persona, equivalente a la

presencia del Secretario General de Naciones Unidas y a la Organización de Estados

Americanos. La omnipotencia del pensamiento de esos dictadores irritaba el ánimo del

ex canciller argentino.

Los sucesos de los días siguientes irían confirmando su diagnóstico en una puja

diplomática cuyo correlato se observaba en la vida diaria de los haitianos.

Los guardaespaldas del alcalde Paul Evans se habían tiroteado con los civiles de

ultraderecha. Afortunadamente ninguna persona resultó herida. El intercambio de

disparos se oyó en los alrededores del hotel Christopher, en Bourdon, localidad

colindante a Puerto Príncipe. En ese lugar se había reunido Evans con los directores de

las escuelas de la región metropolitana. Al mismo tiempo el FRAPH, realizaba una

conferencia de prensa, durante la cual llamaba a una huelga general para forzar al

Mediador de la ONU y de la OEA a abandonar el país.

Louis Jodel Chamblain, dio un ultimátum a Malval, a quien amenazó con bloquear el

país por todos los medios si no aceptaba un gobierno integrado por los seguidores de

François Duvalier. Al mismo tiempo, los vendedores del mercado público de Téte

Boeuf eran atacados. El grupo de agresores salió del Ayuntamiento, donde otros

empleados de la Alcaldía reclamaban el pago de once meses de salario. La banda

armada continuó sus desmanes cerrando el cementerio de la capital. “Vamos a cerrar

todos los mercados, el cementerio, y vamos a bloquear la circulación para

responsabilizar al Primer Ministro”, manifestaron a la vez que lanzaban amenazas

contra el alcalde, quien había hecho el juramento de su cargo, pero tenía serias

dificultades para ejercer sus funciones, por falta de seguridad.

La MICIVIH informaba sobre los ataques sufridos por los empleados de Jean Claude

Bajeux, director del Centro Ecuménico de Derechos Humanos.

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Cuatro hombres armados entraron a la casa de Bajeux en el momento que se

encontraba ausente, ataron a los que se estaban allí, amenazándolos de muerte. Al salir

dispararon contra un vecino que llegó para averiguar qué ocurría, dejándolo malherido.

Bajeux declaró por radio que había recibido amenazas telefónicas en los últimos días

y señaló: “(…) Todos los sectores deben entender que no es posible dejar la iniciativa a

esos grupos que en el pasado atemorizaron (…)”. Admitió que su vida corría peligro,

motivo por el cual cambiaba de vivienda en forma continua. Él fue la única persona que

reprobó una exposición permanente de objetos personales de François Duvalier, en el

Museo del Panteón Nacional.

Un grupo de 26 soldados norteamericanos y algunos canadienses llegaron el

miércoles 5 a Puerto Príncipe, con planes de comenzar a trabajar al día siguiente con las

autoridades militares. En Puerto Rico se anunciaba que el alto mando de la marina

estadounidense había aplazado la salida del barco USS Harlam County, que debía

transportar equipos de construcción y a militares.

Según Stanley Schrager, portavoz de la embajada norteamericana en Puerto Príncipe,

el grupo que había arribado a la capital haitiana era especialista en logística,

confirmando que un buque con centenares de militares estadounidenses llegaría el lunes

siguiente a la Isla. Se esperaba que el día 20 de octubre desembarcaría otro navío con

tropas; el número de efectivos alcanzaría los 600. De acuerdo a la planificación, el

contingente se alojaría en un hotel de Pétion Ville hasta haber construido bases en todo

el país, en las que se instalarían. El FRADH siguió con su campaña de

amedrentamiento, advirtiendo a los comerciantes, conductores y a la población en

general, que debían observar la huelga. Mediante un comunicado, dieron a conocer

quiénes podían circular por las calles mientras durara el paro. Entre ellos se encontraban

los médicos, los policías, la Cruz Roja y los periodistas. Reaccionando frente a las

amenazas del ala política de la dictadura, los ministros de Interior y Defensa invitaron a

la población a desarrollar sus tareas cotidianas con normalidad. El Primer Ministro

ofreció seguridades ante “(…) las amenazas proferidas en su contra por individuos que

pretenden tomar la Nación como rehén”. La Policía y el Ejército, como lo habían hecho

en ocasión de otro llamamiento a huelga, no publicaron ningún comunicado para

asegurar la protección de los ciudadanos, pese al pedido expreso de las autoridades en

ese sentido.

En otra parte de la ciudad, una vez más, alguien la estaba pasando mal.

—¿Qué hacen? ¡Por favor dejen mis cosas! —exclamaba desesperado Wesner

Emmanuel, intentando detener a los civiles armados que habían invadido sus oficinas.

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El ex senador encargado de las relaciones entre el Gobierno y el Parlamento veía

cómo ponían su oficina patas arriba y golpeaban a sus colaboradores, quienes habían

abierto la puerta a pedido de la policía. Razonó de inmediato que eran sin duda

cómplices de los vándalos. Se interpuso tratando de proteger sus papeles y recibió un

primer golpe en las piernas. Lo empujaron a la calle y se resistió. Un bastonazo le cruzó

el rostro. Una gruesa raya bermellón empezó a sangrar. Aturdido fue llevado hasta el

ómnibus del FRADH donde ya estaban sus trabajadores; todos fueron trasladados al

destacamento policial. Sus empleados declararon luego que habían descubierto una lista

de personas que a futuro recibirían represalias por parte del gobierno constitucional.

“(…) Estas maniobras forman parte de las costumbres de los últimos treinta años,

cuya finalidad es acusar a la víctima de algún presunto delito para justificar la represión

(…)”, manifestó Emmanuel cuando denunció los hechos ante la MICIVIH.

El jueves Puerto Príncipe se mostraba desierto. La huelga organizada por el FRADH

logró paralizar toda actividad. Las amenazas a la población y las intimidaciones sufridas

por quienes intentaron salir a la calle lograron su objetivo. Observadores políticos

calificaron la huelga como un “paro armado”, mientras otros la consideraron como un

“toque de queda”.

“(…) Cuando se produce una huelga, uno tiene dos opciones, apoyarla o no. Hoy no

tenía solución, la gente tenía que permanecer en sus casas para evitar agresiones de los

civiles armados (…)”, dijo a la agencia de noticias EFE un hombre que se identificó

como Michel.

Refiriéndose a la jornada, el Primer Ministro declaró: “(…) El FRADH pretende

imponer un estado de terror. En mi gobierno no hay cabida para los terroristas. A los

granujas les conviene más la cárcel que un puesto en el Gobierno. Si el pueblo tuviera la

posibilidad de expresar sus sentimientos, dos millones estarían en las calles. En este

momento, este pequeño grupo de individuos no tendría otra opción que observar de

lejos esta bella fiesta”.

Durante las manifestaciones de violencia fue evidente la ausencia de las patrullas

militares. Algunos testigos civiles contaron a FM Tropic que vieron soldados junto a los

civiles armados cuando obligaban a la gente a abandonar la calle.

Al día siguiente, el FRADH organizó una marcha. Varios camiones procedentes del

interior del país trasladaban a individuos que participarían del evento. Marcharon desde

la zona del malecón. Eran 300 a 500 personas que portaban diversas banderas: la de

color rojo y negro del período duvalierista, la actual, azul y roja, y la de los Estados

Unidos. En el recorrido pasaron por el cuartel general del Comando del Ejército,

saludaron al general Cedras, quien observaba desde el balcón del recinto militar.

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Reclamaron que un mediador estadounidense reemplazara al argentino representante de

la ONU y la OEA, en la crisis. Llegaron al Parque de los Héroes donde concluyeron el

acto profiriendo fuertes consignas contra Caputo y contra el presidente Aristide.

Durante todo el periplo, dos vehículos ocupados por miembros de la Policía escoltaron a

los manifestantes.

De la base Roosevelt Roads, en Ceiba, en el este de Puerto Rico, partía la nave USS

Harlam County. Con un batallón de soldados estadounidenses, el buque llevaba material

y equipos de todo tipo; formaba parte de la fuerza especial que prepararía el retorno del

presidente constitucional. Trabajarían en la reconstrucción de carreteras, sistemas de

iluminación y sanitarios. También transportaba médicos y personal destinado a la

seguridad.

El domingo a la tarde, Caputo recibió la información que esperaba. Fue entonces que

se preocupó: el buque estadounidense USS Harlam County, con bandera de Naciones

Unidas se aproximaba a Puerto Príncipe. Si todo resultaba como estaba planeado,

arribaría a la mañana siguiente.

Se comunicó con el Primer Ministro para ultimar los detalles de la recepción. La

comitiva que recibiría al contingente estaría integrada por representantes de las

embajadas acreditadas en Haití, miembros del gabinete de Malval y de la MICIVIH. Esa

noche durmió mal. Temía que fuera apresurado el arribo de los instructores militares.

Debían sincronizarse como piezas de relojería todos los pasos del acuerdo. Si primero se

controlaba la violencia desatada para impedir la continuidad del acuerdo, si luego

renunciaban Cedras y François, entonces sí podrían trabajar tranquilos los asesores

técnicos. Los Cascos Azules debían llegar como un reaseguro de la paz previamente

lograda. No antes.

Ese lunes quedó marcado por varios acontecimientos: en Buenos Aires se anunciaba

que el gobierno argentino enviaría una decena de miembros de las fuerzas de seguridad

para proteger al negociador de la ONU y de la OEA, habida cuenta las amenazas de

muerte que había recibido en múltiples ocasiones. De acuerdo a esa versión, Caputo se

alojaría en la embajada argentina, hasta la restitución de Aristide en el gobierno. La

Argentina había recibido la petición de Naciones Unidas para que instalara un hospital

de campaña y enviara médicos militares, pero el gobierno adujo que no contaba con

recursos para financiar la ayuda humanitaria. Solicitó en su respuesta que la ONU

pagara los 12 millones de dólares adeudados por el envío de tropas argentinas a nueve

misiones de mantenimiento de la paz en otras regiones del mundo.

En Puerto Príncipe la mañana era atípicamente húmeda. Desde la terraza del hotel

Montana, Despouy junto a otros miembros de la misión contemplaban el horizonte.

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Visualizaban a lo lejos cómo avanzaba el pequeño bulto sobre el mar. Entre tanto,

Caputo atendía un llamado telefónico tras otro. El buque se acercaba al puerto. Los

expertos en logística que estaban en la Isla desde hacía unos días, debían dirigir las

maniobras de amarre. El ex canciller recibió la información de que los miembros del

FRAPH se estaban movilizando en ómnibus y a pie hacia el puerto. El buque llegó a la

entrada de la bahía y se aprestaba a recibir instrucciones. Las bandas de ultraderecha

invadieron el puerto, desalojando a empellones a los expertos. Cerraron las puertas de

acceso. Ningún miembro de las fuerzas de seguridad impidió los atropellos. Lanchones

de la marina haitiana interceptaron al USS Harlen County. Su capitán ordenó detener el

avance de la nave.

La comitiva que debía participar de la ceremonia de recibimiento, intentó ingresar de

todas formas al muelle. Fueron insultados, sus coches golpeados al grito de: “¡Fuera los

extranjeros de Haití!” y “¡Haremos de Haití otra Somalía!” Eran conscientes de que

para Clinton Somalía era un problema de difícil solución. Una semana atrás, al menos

quince soldados estadounidenses habían muerto en enfrentamientos con la facción del

jefe rebelde somalí Mohamed Farah Aidid, en Mogadiscio, lo que agravó las presiones

en Washington para impedir el envío de efectivos a Haití. Sin embargo, el presidente

decidió intensificar la presencia estadounidense en Somalía, fijando la retirada para

finales de marzo del año siguiente. El Pentágono advirtió que las tropas norteamericanas

no desembarcarían en Haití hasta que no se normalizara la situación.

Las puertas de los cuarteles permanecían cerradas y los grupos armados tomaron por

asalto la radio y televisión nacional. Cedras exhortaba a los poderes Judicial y

Legislativo a pronunciarse sobre la situación y ejercer sus responsabilidades. Según la

versión de los golpistas los soldados estadounidenses venían munidos de armas largas,

lo que hacía de la misión de paz una fuerza invasora con aviesas intenciones de

recolonizar Haití. El argumento de la defensa de la soberanía era el último ardid de los

golpistas para impedir el retorno a la democracia, y por ende, la posibilidad de tener que

responder en un futuro no lejano por las tropelías cometidas. En esa jornada cargada de

violencia, la organización Capois la Mort, que operaba conjuntamente con el FRADH,

dio 72 horas de plazo al primer ministro Robert Malval, para renunciar. Declaraban:

“(…) El país está en estado de guerra (…)”. El automóvil de una funcionaria de la

embajada de los Estados Unidos, Vickie Huddelson, fue sacudido por la turba mientras

exclamaban: “¡Fuera los extranjeros del país!”

Dante Caputo habló largo rato por teléfono con Boutros Boutros-Ghali, luego

declaraba a todos los medios: “Estoy asombrado por la actitud de los militares haitianos,

después de una campaña de explicación del carácter de la misión, por su parte y la de

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todos los demás sectores, como la ONU y la OEA, estamos frente a una clara violación

del acuerdo de Governor’s Island. Considero esto como un insulto a la ONU. Hemos

creído en la franqueza de los militares al hacer el acuerdo, pero ahora comprobamos lo

contrario. Estamos frente a un grupo de malhechores en el muelle y las autoridades del

puerto han estado ausente. A pesar de todo vamos a seguir con nuestra misión en Haití”.

Aclaró que se disponía a enviar, con la celeridad del caso, el informe de la jornada al

Secretario General de Naciones Unidas, quien le daría curso en el Consejo de

Seguridad. Su mayor frustración era la torpeza de los Estados Unidos que,

inconsultamente había detenido el desembarco del contingente. Desobedecían de esta

manera las directivas de Naciones Unidas. Así se lo haría saber luego al presidente

Clinton.

Cedras manifestó su malestar por haber llamado malhechores a un grupo de patriotas

que sólo querían impedir el ingreso de fuerzas extranjeras en el territorio nacional. Al

mismo tiempo se dedicaba junto al resto de las fuerzas armadas a honrar la memoria del

padre de la Nación, Jean Jacques Dessalines, y se conmemoraba a héroes y lugares

históricos de la lucha contra la ocupación militar estadounidense de 1929.

“(…) El Consejo de Seguridad esperaba el informe del Secretario General para

reimplantar el embargo financiero y comercial (…)”, anunciaba Warren Christopher,

secretario de estado de los Estados Unidos. Esa medida significaba el congelamiento de

las cuentas en el extranjero de los jerarcas del régimen. Daban por descontado que

sintiéndose afectados en forma personal cambiarían de actitud.

En el interior del país, ese día y los días subsiguientes fueron de caos y persecución.

En Carrefour murió un amigo de Jeanne a manos de los attaches. Tanto Alerte como su

familia vivían horas desesperadas. Habían resistido heroicamente en su militancia con la

esperanza de que la mediación de la ONU resultaría efectiva y finalmente se pondría

límite al desenfreno de la represión. En esos momentos, parecía que el resultado era

contrario al buscado. Su amiga Jeanne los había convocado para una reunión de

urgencia. Tres días más tarde debían juntarse para organizar una protesta callejera.

Alerte lloraba de dolor e impotencia, muchos vecinos habían intentado emigrar a

Santo Domingo infructuosamente. Los que lograban llegar eran rechazados en la

frontera. Los demás eran detenidos en el camino.

Tenía muchas dudas sobre el futuro, pero no le faltaba coraje. El día viernes se

reuniría con sus compañeros simpatizantes de Aristide y allí resolvería qué hacer.

Bill Clinton decidió suspender el envío de soldados a la misión de paz frente a la

violencia desatada por los aliados civiles del régimen militar. “(…) Quiero que los

haitianos sepan que voy a ser muy serio para que cumplan su parte del compromiso.

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Parece que esa gente quiere mantener el poder un poco más de tiempo. Aristide ha

cumplido con su parte. La comunidad internacional ha hecho lo propio, pero ellos están

dando marcha atrás (…)”, afirmó antes de abordar un helicóptero, camino a la base

aérea de Andrews, desde donde viajaría a Carolina del Norte para pronunciar un

discurso.

El senador demócrata Bob Graham viajó a Puerto Príncipe a entrevistarse en forma

personal con Cedras, quien le manifestó que no podía garantizar la seguridad de los

Cascos Azules, cuestión que correspondía al gobierno. Con estos argumentos pretendía

sostener que las fuerzas de seguridad obedecían al gobierno presidido por Robert

Malval. Mientras esta reunión tenía lugar, tres periodistas del Canal 7 de la televisión de

Miami eran amenazados de muerte y obligados a abandonar el país. En apariencia el

hecho que desató esa actitud fue la filmación que hicieron en el muelle del USS Harlam

County anclado en la bahía. De manera que en el vuelo de la tarde a Miami viajaron de

regreso a los Estados Unidos los operadores de la televisora y el senador Graham. El

Consejo de Seguridad advertía con dureza a los militares haitianos que debían renunciar

en la fecha estipulada en el acuerdo firmado. El miércoles Haití estaba paralizado, con

excepción de las manifestaciones y acciones de las patotas que arengaban contra la

presencia de la ONU. Las escuelas vacías; los automovilistas que circulaban eran

escasos y los comerciantes tenían temor de abrir sus locales y ser víctimas de atracos

por parte de las bandas armadas. Un delirio de victoria embriagaba a los miembros del

FRADH por haber impedido el desembarco de los Cascos Azules.

“(…) Los norteamericanos, retirándose, han trasmitido a los asesinos una clara señal

de que pueden matar con toda impunidad. Ahora tienen carta blanca para operar (…)”,

comentaba un dirigente de una organización de derechos humanos. Malval se reunió

con todas las representaciones diplomáticas, en medio de un desorden total

protagonizado por los grupos armados. “La promesa de renunciar está caduca”,

declaraban, refiriéndose al compromiso de Cedras en el acuerdo de Governor’s Island,

por el cual debían renunciar el 15 de octubre Cedras y François, para posibilitar el

regreso de Aristide. La embajadora de los Estados Unidos, Madelaine Albright,

explicaba que las sanciones que se esperaban aislarían Haití hasta que los militares

cedieran el gobierno. Durante el día miércoles, poco a poco, Puerto Príncipe recobró la

calma. Cedras manifestaba por la cadena oficial que Aristide incumplía el compromiso

adquirido debido a que aún no se había aprobado una ley de amnistía para las fuerzas de

seguridad, hecho que debía producirse antes del día 15 para facilitar la salida de Cedras

y François del Ejército y de la comandancia de la Policía. El Consejo de Seguridad

recibía el informe del Secretario General: se disponía a instaurar de nuevo las sanciones

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a partir del día 18; en forma unánime se aprobó la resolución 841, que permitía

restablecer las sanciones petroleras, comerciales y financieras. Únicamente podrían ser

liberados recursos a solicitud del presidente Aristide del primer ministro Malval. La

cancillería dominicana emitió un comunicado en el que expresaba la oposición a las

sanciones, ya que “(…) perjudicaría a la población, no a los militares (…)” e instó al

pueblo, políticos y militares haitianos a acogerse al plan de paz de la ONU para

restaurar la democracia.

Washington estaba resuelto a arrinconar a los golpistas, de manera que el Congreso

hizo público un informe de la Oficina de Rendición de Cuentas.

“(…) Los militares golpistas que retienen el poder en Haití convirtieron a este país en

un santuario para el narcotráfico colombiano (…)” sostenía el informe, señalando a

Raoul Cedras y Michel François como los personeros de la protección del comercio de

drogas en los años de la dictadura. El documento estimaba que los carteles colombianos

beneficiaron a los militares haitianos con la suma de alrededor de 300 millones de

dólares anuales, por asegurarles protección en las rutas para el tráfico. La DEA2

señalaba que el decomiso de cocaína en Haití había superado los 1500 kilos en 1990

(después del golpe militar la cifra comenzó a descender hasta situarse en el año 1992 en

sólo unos 50 kilos). El demócrata Charles Rangel aseguró en el congreso

norteamericano que la razón para el golpe militar en el país caribeño fue el tráfico de

drogas.

Haití se convirtió así en la segunda nación de América Latina influida por el

narcotráfico. En los ámbitos de lucha contra las drogas ilegales se recordó que en julio

de 1980, el general Luis García Meza se había hecho del poder en Bolivia para proteger

el negocio de la cocaína. La DEA afirmaba que el narcotraficante colombiano Fernando

Burgos, a pesar de las acusaciones documentadas por los Estados Unidos, circulaba

libremente en Haití durante 1992.

No era la primera vez que influyentes militares haitianos estaban ligados a este tipo

de corrupción. En 1988, el teniente coronel Jean Claude Paul, comandante del poderoso

cuartel de Dessalines, fue denunciado en Miami y se pidió su extradición. Al año

siguiente, el entonces presidente Prosper Avril, bajo presión de los Estados Unidos, se

vio obligado a realizar una purga de 140 militares que más tarde se transformaron en

una amenaza para su gobierno.

El jueves 14 el ministro de Justicia Guy Malary concluyó una charla telefónica,

saludó a sus empleados y subió al jeep que lo aguardaba en la puerta de su oficina. Dos

guardaespaldas y el chofer lo acompañaban.

—Vamos a mi casa, necesito recoger algunos papeles —dijo.

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Tomaron por la calle José Martí y, cuando ya habían recorrido unos metros, fueron

interceptados por un coche, sus cuatro ocupantes portaban metralletas que accionaron

disparando en ráfagas. Tanto Malary como sus acompañantes murieron en el acto. La

reacción en Washington fue inmediata: “(…) el crimen perpetrado contra el ministro

Malary es un desafío contra la comunidad internacional que busca el restablecimiento

de la democracia y el regreso a Haití, el próximo 30 de octubre, de Aristide (…)”,

declararon.

El asesinato ocurrió 24 horas después de que el presidente estadounidense había

anunciado la imposición de las medidas de embargo. La consternación de Malval y sus

ministros se reflejó en sus comentarios: “(…) Este atentado premeditado es un crimen

contra la seguridad del Estado. Los autores y cómplices serán castigados. Esta sociedad

muere de injusticia. En memoria de nuestro compañero caído y para el triunfo de la

justicia, invitamos a todos los ciudadanos haitianos a luchar con nosotros para poner fin

a todas las injusticias y a todos los terrores a los que están expuestos (…)”.

La embajada de los Estados Unidos en Puerto Príncipe emitió un comunicado:

“Hemos perdido a un amigo (…)”, y recordó que había sido abogado de esa legación.

El argentino mediador de la ONU y la OEA, en improvisada conferencia de prensa

dijo: “(…) Los militares no quieren renunciar a sus privilegios y las sanciones son un

mecanismo adecuado para hacer respetar el acuerdo firmado”. Un pequeño grupo de

gente es responsable hoy de los sufrimientos del pueblo haitiano. Falsos nacionalistas y

mafiosos ligados a actividades fraudulentas y de represión no pueden impedir el cambio

(…)”.

En el congreso estadounidense el legislador por Nueva York, Charles Rangel, se

pronunció a favor de una intervención militar internacional: “(…) Si las Naciones

Unidas han perdido toda credibilidad, deben considerar una intervención militar

internacional (…)”. Por su parte, su colega de Massachusetts, Josef Kennedy, se inclinó

a favor del endurecimiento de las sanciones. Al enterarse de la muerte de Malary

afirmó: “(…) No se abandonarán las esperanzas del pueblo de Haití (…)”.

Dante Caputo decidió enviar una carta al general Cedras, firmada por 57

congresistas, en la que señalaban: “(…) Tenemos la firme convicción de que usted y el

coronel Michel François deben abandonar sus puestos de comandantes en jefe de las

Fuerzas Armadas y de la Policía el 15 de octubre. Parece claro que bajo su liderazgo no

existe la solemne voluntad de favorecer el regreso del presidente Aristide y la

restauración de la democracia como se ha convenido en Governor’s Island. Su pronto

retiro y su reemplazo por oficiales nombrados por el legítimo gobierno de Aristide y del

primer ministro Robert Malval son esenciales (…)”.

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El secretario Boutros Boutros-Ghali expresó su profunda tristeza por el asesinato y

aseguró: “(…) Las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos

redoblarán ahora sus esfuerzos para promover el retorno de la paz y la democracia. Se

equivocan los que cometieron ese crimen si creen que su acción va a afectar la decisión

de actuar de la comunidad internacional (…)”.

Mientras la opinión publica se convulsionaba frente a los asesinatos, un grupo

armado intentaba ingresar al Parlamento. Infructuosamente buscaron forzar las puertas.

En estas circunstancias, Canadá decidió retirar a 51 miembros de la Policía Montada,

que había desplegado una semana atrás con la avanzada de la misión canadiense, por

entender que las Fuerzas Armadas no habían cumplido con el acuerdo de Governor’s

Island.

El viernes 15 fue decisivo en varios sentidos.

Ni Cedras ni François renunciaron. La represión aumentó. Caputo reunió a los

observadores y les comunicó:

—He tomado una decisión, evacuaremos. Naciones Unidas no puede ser humillada

de esta manera por un grupo de pandilleros. El resto de la misión permanecerá en Santo

Domingo esperando instrucciones del Secretario General. Leandro y yo nos quedamos

con nuestro equipo administrativo.

—¿Es cierto que se alojará en la embajada argentina? —interrogó un observador.

—¡De ninguna manera! Represento al Secretario General de Naciones Unidas y a la

OEA. No es posible cambiar de residencia. Las amenazas de muerte no deben hacernos

perder de vista qué simbolizamos.

Los aprestos para evacuar las misiones de observación comenzaron entonces. La

situación se agravaba hora a hora.

1Chungo: sobrenombre afectivo de Leandro Despouy. 2DEA: Departamento Antidrogas Americano.

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JEANNE Y ALERTE, EL ADIÓS

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Jeanne recibió en su casa a sus amigos y compañeros de lucha.

—Amigos, hoy no renunciaron ni Cedras ni François, de manera que se traba el

regreso del padre Títit. Debemos salir a protestar. Debemos reclamar. Mañana hay una

manifestación. ¿Les parece que vayamos?

—Estoy de acuerdo Jeanne. Llevemos nuestra boleta de votación como manera de

mostrar a quién votamos y a quién queremos en el gobierno —respondió Alerte.

—¿Qué opinan ustedes? —indagó Jeanne, mirando al resto de los concurrentes.

—Lo que ustedes digan para mí está bien —comentó Shiela.

—Bien, votemos —levantaron las manos en señal de consentimiento unánime.

—Saldremos a media tarde. No cantaremos consignas. Sólo agitaremos nuestras

boletas. Los bendigo y que Legba nos proteja a todos.

De esta manera quedó resuelta la protesta de la que participarían al día siguiente.

El sábado Alerte preparó el almuerzo y habló con sus tres hijos sobre las

precauciones que debían tomar:

—Voy a ir a una manifestación. Papá llegará para quedarse cuidando la casa. No

salgan por ningún motivo y obedezcan en todo, ¿comprendido?

—¿A qué hora regresarás? —preguntó el mayor.

—Lo más pronto que pueda —respondió.

La hija menor le sonreía, en su carita se le dibujaban dos hoyuelos. Una ola de

ternura la invadió:

—¡Ven aquí pequeñita! —dijo abrazándola. Luego buscó en un mueble su boleta de

votación y salió.

En esos momentos, Shiela dejaba una nota sobre la mesa de la cocina. Explicaba que

volvería al atardecer, ya que se iba a la manifestación a favor de Aristide.

Jeanne oró fervorosamente. Pedía valor para los momentos que debía afrontar.

Acomodó los artefactos del altar con cuidado y colocó las ofrendas cada una en su

lugar. Cerró el templo con las precauciones habituales y se marchó al encuentro de los

manifestantes. Llevaba en el bolsillo de su falda la boleta de votación.

Se encontraron en la esquina convenida y se unieron al resto. Era una treintena de

personas. Caminaban muy juntos exhibiendo en alto sus boletas, dejaban en claro a

quién habían votado y a quién querían en el gobierno. Cuando habían avanzado unas

tres cuadras aparecieron los represores gritando: “¡Mueran los lavalas1, mueran los

comunistas!”. Cargaron contra los pacíficos ciudadanos. Sacaron los machetes y a

sablazos redoblados comenzó la masacre. La cabeza de Jeanne rodó por la calzada,

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Shiela recibió dos estocadas en el abdomen, cayó doblada en medio de un charco de

sangre.

Los gritos y aullidos eran impresionantes. Intentaron salir de la ratonera a tontas y a

locas. Alerte corrió ciegamente y consiguió eludir la represión. Un dolor insoportable la

invadía. Había visto morir a Jeanne. Unas cuadras después, se detuvo y sentándose en

cuclillas, apoyó su espalda contra la pared y lloró a borbotones. Un grito casi animal

escapó de su garganta. Vio todo negro, sintió que se asfixiaba. Cuando recobró un poco

de calma, se incorporó en forma lenta, muy lenta, y se echó a andar.

Las piernas le pesaban una enormidad y el cansancio le parecía insoportable.

La tarde caía. El cielo y las calles se teñían de rojo.

Golpeó la puerta de su casa y, ni bien su esposo abrió, se lanzó en sus brazos

diciendo:

—Jeanne ha muerto, ¡la mataron! ¡Dios! ¡La mataron! ¡Fue criminal! —explicó todo

el episodio entre hipos y lamentos.

—Debemos irnos. Estamos en peligro, seguro que nos tienen identificados. Pueden

venir por nosotros en cualquier momento.

—Tienes razón. Cariño, por favor, dales algo de comer a los niños, voy a preparar

nuestros hatos.

Mientras revolvía los canastos de ropa para seleccionar qué llevarían, no podía

apartar de su mente la imagen de Jeanne. Trajinaba juntando trastos cuando escuchó que

llamaban a la puerta.

—¿Qué se les ofrece? —interrogó su esposo.

—Aquí vive la ramera amiga de la bruja Jeanne, ¡hazte a un lado hombre! —exclamó

el jefe de la patota.

Alerte atravesó la estancia a zancadas y al ver a los hombres armados intentó huir a

ninguna parte.

—¡Ven aquí, desgraciada! —le gritó uno de los individuos desenvainando el

machete. El esposo de Alerte estaba paralizado por el estupor y los niños lloraban.

El primer sablazo cayó sobre la parte posterior de la cabeza, abriendo un profundo

tajo. Aturdida trastabilló dando contra el marco de la puerta. Quiso incorporarse y un

segundo mandoble le dio en un brazo. Se cubrió la cara. Los golpes siguientes le

arrancaron una mano y la falange de un dedo de la otra. Quedó tendida totalmente

ensangrentada.

—Ustedes vieron que quiso resistirse —comentó el criminal, sacando a empujones a

la calle al resto de la familia. Echaron una manta sobre el cuerpo de Alerte y cargándola

la arrojaron en la parte trasera del jeep en que se desplazaban. Partieron a toda velocidad

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profiriendo consignas. Momentos después aparecieron vecinos que auxiliaron al esposo

y a los niños, quienes continuaban abrazados mirando la pared, tal como se les había

ordenado.

El martes a media mañana se presentaron en la casa de Alerte dos miembros de la

Cruz Roja. Informaban que había sido encontrada con vida en una fosa común, la

habían arrojado allí, dándola por muerta.

Tiempo después, en un avión sanitario, bajo la protección de la ONU viajaría a los

Estados Unidos. Nueva York sería su exilio. Cuando pudo andar por sí misma, su

primera actividad fue llegarse hasta la iglesia de Saint Paul y encargar una misa para su

querida Jeanne. Durante la ceremonia prometió que cuando el padrecito Títit volviera a

gobernar su patria, ella auspiciaría un servicio para Jeanne. Y cumplió. Ese día se

despidió realmente de su amiga.

1Lavala: militantes del Partido La Avalancha de Aristide.

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EL BLOQUEO

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Al amanecer del martes 19, se podía ver desde Puerto Príncipe a seis destructores de los

Estados Unidos, tres buques de guerra de Canadá, uno de Francia, Venezuela, Holanda

y la Corbeta Granville de la Argentina. Comenzaba el bloqueo naval.

El día anterior, los Estados Unidos habían roto su línea de contacto con el régimen

militar y respaldaban la gestión de Caputo.

“(…) Apoyamos a Dante Caputo que es muy respetado como mediador de las

Naciones Unidas. No vamos a cambiar en eso”, señalaba el director del Servicio de

Información de la embajada. Para el presidente estadounidense, que prefería eludir la palabra bloqueo (debido a su

connotación bélica) se trataba de hacer cumplir a rajatabla la sanción económica,

financiera y petrolera. Motivo por el cual decretó el congelamiento de las 41 cuentas

bancarias que tenían los golpistas, entre quienes se encontraban militares y cómplices

civiles.

La OEA aprobó una resolución en la que instaba a la comunidad internacional a que

apoyara la sanciones de la ONU, y a la vez exigía a los militares: “(…) que adopten su

responsabilidad en el mantenimiento del orden público y el respeto por los derechos

humanos (…)”. De esta forma se reafirmaba el trabajo del ex canciller argentino.

Con el congelamiento de las cuentas personales, la reacción iracunda de Chambain,

dirigente del FRAPH, no se hizo esperar. Denunció un presunto complot de miembros

de diferentes embajadas para asesinar a ciudadanos estadounidenses residentes en Haití

e imputarle esos crímenes a su agrupación política. Una solapada amenaza de las tantas

que proferían en esos días.

La cadena CNN de televisión entrevistó a Cedras. Éste se mostró resignado ante el

inevitable embargo: “(…) Sólo agravarán los problemas ecológicos del país. Lo que de

por sí es muy grave. Firmamos un acuerdo y estamos dispuestos a cumplir. Hasta ahora

Aristide no ha convocado al Parlamento para aprobar la amnistía a la que se

comprometió”.

El Jefe Militar, empleando otra de sus maniobras dilatorias, hizo un llamamiento

para que el Vaticano nombrara a un mediador que reemplazara al emisario especial, el

argentino Dante Caputo.

El rechazo fue inmediato.

—El Secretario General de la ONU tiene plena confianza en Caputo y la labor que

desarrolla —declaró su portavoz, Joe Sills.

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“(…) Si alguien piensa que el 30 de octubre Aristide no regresa al país y que el

proceso se caerá, se equivoca (…)”, precisó el ex ministro de Relaciones Exteriores

argentino como respuesta a las argucias argumentales y agregó “(…) Por ahora no tengo

intenciones de abandonar Haití, donde la situación está tranquila pero tensa (…)”.

Mientras tanto, en las terminales de ómnibus se formaban largas filas de gente que

intentaba abandonar Puerto Príncipe. Su destino era el interior de la Isla como primera

escala, luego la zona montañosa que limita con Santo Domingo.

Temían al desabastecimiento que sobrevendría con el tiempo. La capital se provee de

comestibles por carretera y cuando comenzara a escasear el combustible, (aunque se

calculaba una reserva para cinco o seis meses) el alza de los precios se haría sentir.

Sumado a la represión, la vida se tornaría insoportable.

El día miércoles, la embajada de los Estados Unidos, a través de su vocero, reclamó a

las Fuerzas Armadas de Haití que hicieran una declaración a favor del regreso de la

MICIVIH. En su trote deportivo matinal, Clinton se mostró satisfecho por el triunfo

demócrata en el Senado. “(…) Dos a uno a nuestro favor, eso estuvo bien (…)”,

manifestó a la prensa, aludiendo a la votación sobre una moción de censura, para la

posibilidad de enviar tropas a Haití. El Senado había rechazado la moción 65 votos a 33,

dejando de este modo en manos del Presidente el empleo de la fuerza en caso de ser

necesario.

En el almuerzo que se celebró en el Banco Interamericano de Desarrollo, Aristide,

como invitado de honor, agradeció en tres idiomas (francés, inglés y español) la

preocupación de todos por la recuperación de la democracia en su país. “(…) Estamos

creando las condiciones para regresar el 30 de octubre. Hay que esperar la salida de los

golpistas (…)”.

El presidente electo ratificaba de este modo que sólo era posible su regreso, tal como

el acuerdo lo indicaba, con la previa renuncia de los militares.

La creación de un comité de crisis en el parlamento haitiano, que se proponía en

apariencia colaborar en la solución del problema político no hizo más que agravar los

desencuentros. En su primera reunión, donde no participaron los partidarios de Aristide,

estuvieron de acuerdo con el golpe de estado que había terminado con la democracia. El

diputado Duly Brutus, presidente del bloque socialista, comentaba que el Parlamento no

había podido funcionar de manera normal hasta el momento y que se intentaba

movilizarlo. A su vez, Joseph, el presidente de la Cámara, expresó mucha preocupación

por la inseguridad que se vivía en el país tras el asesinato del Ministro de Justicia, que

aún no había recibido sepultura, a una semana de su fallecimiento, por la violencia en

que estaba inmersa la ciudad.

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La tensión en la Isla repercutía directamente en la vida cotidiana de los dominicanos.

Desde el presidente Balaguer hasta el más humilde de los ciudadanos temía una

invasión de haitianos por la hambruna. De manera tal que las tropas comenzaron a hacer

maniobras en las fronteras para desalentar la entrada de más gente al territorio.

En una improvisada conferencia de prensa el mediador de la ONU comentaba: “(…)

Ahora va a comenzar a sentirse el impacto del embargo, cuya responsabilidad es la de

aquellos que violaron los acuerdos”.

La declaración de Caputo se producía horas después de que la compañía petrolera

estadounidense Esso, principal distribuidora de combustible de Haití, hiciera público el

cierre de todas sus estaciones de servicio. Era la primera empresa que acataba el

embargo, luego la seguirían la norteamericana Texaco y la anglo-holandesa Shell. Las

tres compañías, pese a ser multinacionales, tenían sus bases en países comprometidos

con el embargo decretado por las Naciones Unidas, a los que pertenecían siete de los

barcos que desde el principio de la semana patrullaban las costas para hacer cumplir la

sanción. Si la medida se llevaba a cabo con rigor podía suponerse el colapso total de una

de las naciones más pobres del mundo.

Cedras solicitó de inmediato al Primer Ministro que demandara a las multinacionales

en los tribunales para forzar a reabrir las gasolineras. El cierre de las bocas de expendio

provocó un literal asalto de ansiosos conductores en búsqueda de llenar los tanques de

sus vehículos antes de que se terminara el combustible. El mercado negro comenzó a

funcionar: un galón1 podía cotizar cuatro veces su valor real.

Por las noches, en la capital haitiana sin energía eléctrica, se podían oír disparos de

armas cortas y ráfagas de armas automáticas aumentando el pánico y la desazón.

Los militares volvieron a plantear su exigencia central: que Aristide convocara al

Parlamento para que éste aprobara una amnistía amplia que los convenciera, entonces

ellos estarían dispuestos a abandonar el poder. Entre tanto, el Ejército seguiría

mandando y el gabinete de ministros de Malval tendría que seguir escondido. Es que

desde hacía una semana los ministros temían salir a la calle. No acudían a sus

despachos, intimidados por correr la misma suerte que su colega de la cartera de

Justicia.

La embajada de los Estados Unidos en República Dominicana vigilaba dos puertos

de ese país desde donde se podría embarcar petróleo hacia Haití.

Reforzaban celosamente los controles para el cumplimiento del embargo. Las

negociaciones parecían estancarse en una crisis crónica donde el tiempo y los

acontecimientos se mostraban circulares.

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Helms, senador conservador norteamericano, declaraba que el presidente Aristide era

un “psicópata” y exigió que no se pusiera en riesgo la sangre de un solo soldado

estadounidense, salvo que estuviera en peligro la vida de ciudadanos norteamericanos.

Acusó al presidente haitiano Aristide de incitar a la violencia de masas, abusar de los

discursos de derechos humanos y mantener lazos con Cuba antes de ser derrocado. Esta

postura mostraba que el tema Haití había dejado de ser materia de política exterior para

pasar a ser una crítica de la oposición en los mismos Estados Unidos. De esta

confrontación casera se beneficiaban los golpistas y se perjudicaba el trabajo del

mediador.

Samuel Milord, partidario de Aristide y diputado de la Asamblea Nacional fue

sacado de su residencia por desconocidos armados. Había sido secuestrado en el distrito

de Debussy. El legislador había denunciado el Golpe en septiembre de 1991 y se negó a

participar en las sesiones parlamentarias en la que los legisladores fueron obligados a

punta de pistola a declarar vacante la presidencia. Milord, al igual que muchos

partidarios de Aristide, tuvo que esconderse luego del Golpe y había reaparecido

recientemente. Unas semanas atrás cuando el Primer Ministro había presentado su

política general en un discurso, preguntó al auditorio: “(…) ¿Qué va a hacer con este

ejército que mata y saquea? (…)”.

Coherente con su vocación democrática, audaz a la hora de expresarla, había pagado

un alto precio por sostener sus principios.

Al mismo tiempo que la opinión pública se conmovía por la desaparición del

diputado, una militante de L’Avalal2 fue asesinada y decapitada. De esta manera, de

acuerdo al rito vudú, los muertos no se transforman en zombies. Estos y otros actos

aberrantes practicados a diario por los attaches, que ocupaban las calles de Puerto

Príncipe, tenían como objetivo desconocer no sólo los acuerdos firmados sino de ir más

lejos, ignorar la existencia de Naciones Unidas y las exigencias de los Estados Unidos.

El diario El País de España publicaba el sábado 23 que el Comandante en Jefe de las

Fuerzas Armadas había recibido una invitación para ocupar el cargo de embajador en

España. Al Jefe de Policía Michel François se lo tentó con el puesto de agregado militar

en Chile. Ambos rechazaron las propuestas. Esta posibilidad hubiera significado

destrabar las negociaciones.

Mientras se agotaban las oportunidades de que los golpistas abandonaran el poder, la

CIA que había jugado siempre para ese bando, largaba un informe que sembraba dudas

sobre el equilibrio mental del presidente Aristide. Lo definían como una persona

inestable y depresiva. Agregaba además que había sido instigador de un presunto

crimen político y que animaba a sus seguidores a hacer uso de un cruel sistema de

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tortura conocido como “collar”, que consistía en colocar un neumático alrededor del

cuello de un opositor, rociarlo con gasolina y prenderle fuego. Esta maniobra tenía por

objetivo el descrédito de Aristide para entorpecer el envío de tropas norteamericanas. El

experto de la CIA leyó el informe a puertas cerradas ante una docena de legisladores

republicanos y demócratas. El presidente haitiano desmintió enfáticamente estas

acusaciones en una entrevista publicada por el diario USA Today:

“(…) Es falso, es basura, yo sé que es la guerra psicológica. Se dijeron cosas peores

de Martin Luther King.”

Era evidente que el lobby duvalierista en los Estados Unidos había logrado meter una

cuña en las altas esferas de decisión de ese país.

“Lo único que les podemos poner en el tanque son balas. Vayan a pedirle la nafta a

Aristide”, rugió uno de los cuatro attaches que encañonaron a una fotógrafa

norteamericana, a un periodista británico y al enviado especial del diario argentino

Página/12 en una estación de servicio. Cargar combustible se había convertido en una

tarea riesgosa, sobre todo si se era extranjero y blanco.

“Han escogido el peor lugar en el peor momento. Mejor váyanse antes de que sea

demasiado tarde”, le recomendó amenazante otro, mientras sus compañeros, a punta de

pistola, cargaban combustible en inmensos barriles.

Los navíos norteamericanos que participaban del bloqueo habían interceptado varios

barcos y abrieron fuego contra uno que no acató las órdenes de cambiar de rumbo.

Escenas como éstas se vivían a diario, en esos días se evidenciaba la imposibilidad

para cualquier extranjero de permanecer en Haití.

1Un galón equivale aproximadamente a cuatro litros y medio. 2L’Avalal: partido de Aristide.

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TIEMPO DE DESCUENTO

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En tanto realizaba su cotidiana caminata matutina, Clinton, al ser interrogado por la

prensa, expresó: “(…) No sé. Esperaba que Aristide estuviera de vuelta el 30 de

octubre”, de esta forma ponía en duda que efectivamente el presidente constitucional

tomara el gobierno en la fecha prevista en el acuerdo.

Faltaba una semana para el plazo pactado y si bien el embargo parecía poner en

apuros a los golpistas, no menos cierto es que estos estaban resistiendo más de la

cuenta. Para Michel François, resultaba bastante fácil resarcirse de inmediato de la

pérdida de disponibilidad por el congelamiento de sus cuentas en los Estados Unidos.

Vendía “protección” a la elite que manejaba el monopolio de la harina, el azúcar, el

arroz y el cemento.

El cobro de “peaje” al narcotráfico era un negocio compartido con Cedras y Biamby.

De manera que, tal como sospechaba el Departamento del Tesoro estadounidense, estos

individuos en sólo unos pocos días podían recuperar fondos con nuevos ingresos.

—¿Durmió bien anoche? —interrogó el enviado especial del diario Clarín al

representante de la ONU.

—¿Por qué? —se sorprendió Dante Caputo.

—Porque le hicieron una sesión de vudú.

—¿Pincharon un muñequito mío? Sería muy reconocible. Lo cierto es que anoche

tuve bastante acidez —respondió entre escéptico y mordaz.

Cerca de la embajada norteamericana un grupo del FRADH había organizado una

sesión de magia negra, donde los tambores sonaron con frenesí y una mujer en trance

bailó desvestida, se quitó la camisa y quedó en corpiño. Cuando el reportero del diario

Clarín los interrogó, aclararon que la ceremonia estaba destinada a hacerles un maleficio

a Dante Caputo y a Aristide.

Mientras charlaban, Dante Caputo, Leandro Despouy y el periodista fueron llegando

a la oficina que el ex canciller argentino tenía organizada en uno de los cuartos del hotel

Montana. Cruzaron un pequeño parque del hotel, acompañados de cuatro gigantes: un

jamaiquino, un egipcio, un francés y un sueco con caras de pocos amigos. Eran los

guardaespaldas que le había asignado la ONU a Caputo. Caminaban en círculo mirando

hacia arriba para chequear que no apareciera algún francotirador. Cuando el ex canciller

llegó a la puerta, cedió el paso al jamaiquino, no se trataba de un gesto de cortesía, unos

días atrás habían descubierto que la puerta de la habitación había sido forzada, desde

entonces querían evitar sorpresas explosivas.

El jamaiquino volvió tras revisar la habitación y con el pulgar en alto anunció que

todo estaba bien. Tomaron asiento, y mientras los guardaespaldas se encargaban de

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preparar el café (que ellos probarían primero) continuaron charlando. Leandro Despouy,

que hasta ese momento no había hecho comentario alguno, se animó y contó:

—Hace una semana, al correr las cortinas de mi ventana vi parado enfrente de mi

habitación a un hombre que miraba fijamente. Bajé las cortinas y no le di mayor

importancia. A la noche, cuando volví a mirar, estaba allí en la misma posición y con la

misma mirada. Con sol y con lluvia, de día y de noche, el hombre no se movía. Durante

tres días estuvo allí.

—¿Y usted qué hizo? —preguntó intrigadísimo el periodista.

—No lo comenté antes con nadie porque me iban a tomar por loco, pero me compré

libros sobre vudú para saber de qué se trataba, y lo más importante, me cambié de

habitación.

Se miraron entre todos y soltaron una carcajada. Había prevalecido la razón práctica

muy occidental. El reportero retomó la entrevista, interrogando a Caputo:

—Dicen que el problema es que usted es un mediador odiado.

—Es que yo no soy un mediador. Tengo un mandato preciso en el sentido de

negociar para restaurar la democracia y los derechos humanos en Haití. Tengo enfrente

a quienes no quieren que eso suceda. Mi función es ser objetivo, no neutral.

—Otra crítica es que su gestión representa una intervención extranjera en los asuntos

internos de otro país.

—Vea, acá los sectores más duros y más nacionalistas ayer produjeron una frase que

es para la antología: “(…) Preferimos dar el país a los norteamericanos, que recibir la

ocupación extranjera (…)”. Los actos de esta gente son con la bandera norteamericana.

La idea de ellos es que Naciones Unidas son extranjeros. Buscan pagar menos costos

con los Estados Unidos. Pero cuando estuvo la misión de militares canadienses se veía

en la calle que la gente estaba contenta. Se liberaban de las bandas de attaches.

El periodista escuchaba con toda atención y asentía con la cabeza. Días antes,

investigando sobre el fenómeno de los attaches, previo pago de 30 dólares, había

logrado conversar con uno de ellos. Si a los ton-ton macoutes se los reconocía por sus

anteojos negros, por decisión de François, a los attaches se los distinguía por sus

echarpes rojos en el cuello.

Reneé era un attache analfabeto de 29 años. Cuando se encontró con el periodista en

un café de Puerto Príncipe, le contó que se incorporó al grupo parapolicial porque “(…)

Aristide quiere vender el país a los extranjeros (…)”. Cuando se le acabaron las

respuestas ensayadas y aprendidas de memoria, Reneé confesó que hasta hacía un mes

había estado desocupado pero que ahora le pagaban entre 40 y 50 dólares por semana

para “(…) proteger la soberanía de la Nación (…)”. Recordando estas declaraciones, el

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periodista no pudo menos que convenir absolutamente con los puntos de vista de

Caputo. Durante esa entrevista, el ex canciller comentó que un grupo de parlamentarios

opositores al presidente Aristide estaban dispuestos a arbitrar los medios legales que

permitieran su retorno. Significaba entonces que sesionarían tratando dos puntos

cruciales: la separación de la Policía del Ejército y la Ley de Amnistía solicitada por

Cedras. Había que esperar la reacción de la cúpula golpista.

Con el comunicado emitido por François en el que expresaba: “(…) Mercenarios en

componenda con el terrorismo internacional proyectan ejecutar un plan macabro

destinado al asesinato de una personalidad extranjera (…)” podían leerse sus

intenciones. Una vez más intentaban intimidar a los dignatarios residentes en Puerto

Príncipe.

La novedad que se producía con el anuncio de los parlamentarios era que en

apariencia se abría una grieta en el frente militar. Sin embargo había que ver si lograban

su propósito, habida cuenta de los sucesos pasados. Por lo pronto, un número impreciso

de diputados cercanos a Aristide vivía en la clandestinidad y algunos otros en el exilio.

Cinco de los ochenta y tres en ejercicio habían sido asesinados.

En tanto el bloqueo se cumplía, los precios subían rápidamente.

Se aproximaba el momento de la trascendental sesión parlamentaria y el enviado de

la ONU pidió ayuda a varios líderes para garantizar la vida de los legisladores. James

Carter (Estados Unidos), Raúl Alfonsín (Argentina), José Sarney (Brasil) y Julio

Sanguinetti (Uruguay) recibieron la solicitud de Caputo. Pretendía llamar la atención

sobre la gravedad de lo que estaba en juego con la sesión parlamentaria del miércoles

27. Si se lograba vencer el miedo de quienes estaban en la clandestinidad y aún en el

exilio, habría quórum, entonces podría pensarse en un principio de solución a la crisis.

Faltó un solo diputado para obtener el quórum.

Ese día, con la decepción marcada en el rostro y notoria en la voz, Joseph declaraba:

“(…)Algunos señores diputados dijeron que no había seguridad suficiente y otros que lo

que no había era gasolina (…)”. Entonces convocó de nuevo a sesión para el día

siguiente.

La radio Metropol informaba que habían hallado el cadáver de un hombre y de una

mujer, que fuerzas de seguridad golpearon y violaron a una vendedora en el barrio de

Petiónville, como así también la detención de tres periodistas por apoyar a Aristide.

Al otro día de la frustrada reunión parlamentaria, Caputo anunciaba que para el día

30 el presidente haitiano no regresaría a su país. No obstante, eso no significaba que él

viajara en los próximos días: “(…) Si me voy, sería tomado como una señal de que

abandonamos todo (…)”.

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Robert Malval, quien alguna vez había soñado que si todo se arreglaba en esos días

le pediría a su amigo Aristide ser embajador en la Argentina, le comentó a la prensa:

“(…) No existen condiciones objetivas para avanzar (…)”. Reconocía el fracaso de las

gestiones para el regreso del Presidente. Perdían el primer round, no la pelea. La nueva

sesión parlamentaria también fracasó, esta vez concurrieron menos diputados partidarios

del presidente electo que la reunión anterior.

Los días siguientes estuvieron signados por reuniones y declaraciones que sólo

servían para ratificar para sí y para el mundo la inquebrantable voluntad de recuperar la

democracia y quien la representaba: Aristide en el gobierno.

Los attaches eran dueños y señores de las calles de Puerto Príncipe. Cantaban el

himno nacional con el brazo derecho en alto, tal como saludaban los fascistas de

Mussolini o los de la Alemania nazi. Gritaban a la prensa: “Caputo maricón” y

continuaban con todos los actos de vandalismo que se les ocurrían.

El presidente haitiano habló ante la Asamblea General de Naciones Unidas, y en un

dramático discurso solicitó un bloqueo total y completo para obligar al Jefe del Ejército

a renunciar. Aclaró además que su gobierno se guiaría por la justicia, dejando de lado

cualquier sentimiento de venganza.

Llegó el día 30 y el FRADH ordenó una huelga general. Los pocos comercios que

intentaban abrir sus puertas eran obligados a cerrar por los attaches acompañados por

algún policía. Ya no se molestaban en ocultar su innegable sociedad.

La templanza demostrada por el Primer Ministro y el representante de Naciones

Unidas fue notable.

Esa noche, en las calles desiertas, unos 200 individuos miembros del FRADH

bailaron y bebieron hasta caer extenuados.

Celebraban su aparente triunfo.

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TIEMPO DE INCERTIDUMBRE

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La situación política parecía estancada. El viernes, cuando se tuvo la certeza de que

Aristide no regresaría en la fecha prevista, Caputo lanzó un llamamiento a las partes a

iniciar negociaciones para el cumplimiento del acuerdo. El representante de la ONU

agregó como punto de discusión las disposiciones de la Ley de Amnistía en favor de los

golpistas y el retorno de la MICIVIH. Debido a una serie de amenazas, la conferencia

de prensa que en forma habitual se hacía en el hotel Montana, se realizó en otro sitio.

Flanqueado por los embajadores de Estados Unidos, Canadá, Francia y Venezuela leyó

la declaración del Secretario General, Boutros Boutros-Ghali, en la que se

responsabilizaba a las autoridades de la violación de los acuerdos.

Seguidamente denunció: “(…) Tenemos información de que determinados sectores

quieren impedir el proceso acordado en Governor’s Island, pretenden formar un nuevo

gobierno amparándose en el artículo 149 de la Constitución haitiana (…)”. Explicó que

si esa maniobra se llevaba a cabo, quien encabezaría el gobierno sería el Presidente de la

Suprema Corte. Éste debía llamar a elecciones en un plazo de 90 días, desbaratando así

todos los acuerdos.

Los Estados Unidos aplazaron nuevas sanciones contra Haití frente al llamamiento

del ex canciller argentino. “(…) No descartamos la posibilidad de sanciones más duras,

en el futuro. Hay que dar tiempo a las actuales sanciones económicas. Los efectos de

sanciones más severas es que se tornen más duras para el propio pueblo haitiano, que ya

ha pagado un elevado precio por la obstinación de los militares (…)”, declaraba el

portavoz del Departamento de Estado, McCurry.

Oscar Camillón, ministro de Defensa de la Argentina, se encontraba en Washington

desde hacía una semana y en rueda de prensa realizada en la embajada argentina

declaraba: “(…) Argentina no ejercitará la fuerza en Haití. Pienso que sería un grave

error. La imposición por la fuerza de estructuras de Estado en América Latina no tiene

ningún futuro, aunque se realice de forma multilateral. Hace falta persistir en el esfuerzo

diplomático”.

El Ministro se había reunido con el secretario de defensa estadounidense, Les Aspín,

quien durante la charla que sostuvieron preguntó:

—¿Cuál sería la postura de Buenos Aires sí se realizara una acción multilateral para

reponer a Aristide como presidente?

—La participación se limitará al bloqueo, no formaremos parte de acciones de

fuerza.

Camillón no era ajeno a la preocupación que circulaba por el continente: una posible

intervención armada.

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Aun si fuera aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU, y aunque contara con

el visto bueno de la OEA, los pueblos latinoamericanos sienten una profunda

desconfianza por cualquier medida de fuerza en la que intervengan los Estados Unidos.

No es un sentimiento arbitrario. Por el contrario, está basado en los múltiples atropellos

sufridos a lo largo del tiempo. Con su política de protección de “nuestros intereses en el

exterior”, entendiendo por este eufemismo los intereses de sus empresas, sostuvieron

económica y militarmente sangrientas dictaduras.

En el mismo sentido, la prensa mexicana publicaba las aseveraciones del premio

Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez: “(…) La solución a la crisis política por

la que atraviesa Haití deben buscarla los países de Latinoamérica. Para resolver los

problemas de Latinoamérica la mejor solución es la unión y la integración y eso no lo

inventé yo, sino Simón Bolívar (…)”.

Comenzaba un debate que frente a circunstancias muy dramáticas inauguraría un

tiempo nuevo en la diplomacia mundial: la intervención armada en defensa de los

derechos humanos.

Un recorrido por Puerto Príncipe dejaba la sensación de que la ciudad había sido

arrasada por un tornado. Las montañas de basura se acumulaban en los frentes de las

casas donde las mujeres cocinaban ignorando la suciedad y el mal olor. Los cerdos y

gallinas (que luego eran sacrificados a la vista de todos) estaban sueltos y se

alimentaban de los desperdicios.

El pavimento, donde lo había, estaba destrozado como si sobre él hubieran caído

bombas. Los taxistas se encontraban, tramo a tramo, en las calles con civiles armados a

los que debían explicarles a dónde se dirigían sus pasajeros.

La estatua de bronce del Fugitivo Esclavo Desconocido (en la plaza llena de malezas

ubicada frente al Palacio Blanco) lucía un brazalete rojo, el escudo de la antigua policía

secreta militar. A la vuelta de la esquina, al lado de los Tribunales, montones de

hombres armados se pavoneaban a la salida de un bar que hacía las veces de oficina. Un

dibujo vudú de Aristide en un ataúd era el motivo de tanto festejo. Esperando órdenes

de sus líderes gritaban: “¡Lo mataremos y lo comeremos!”, “¡Aristide no, Norteamérica

sí!”.

Como bien marcaba el ex canciller argentino, el nacionalismo de estos grupos

fascistas era bien curioso. Consideraban invasores extranjeros a los miembros de la

ONU y compatriotas a los estadounidenses.

El martes los haitianos habían rendido homenaje a Guède, Dios de los cementerios.

No hubo celebración en el más importante camposanto de la ciudad. Estaba sucio, con

los ataúdes y los esqueletos arrancados de las tumbas violadas por los pobres o por

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aquellos buscadores de cráneos con oscuros propósitos. Entre las fosas se veían armas

depositadas como ofrendas. Cada tanto, se podía observar a francotiradores apostados

en los techos de las casas y edificios.

Una vez más se frustraba el intento de reunir a las partes involucradas para destrabar

las negociaciones estancadas.

Los militares boicotearon el encuentro al que había convocado el representante de la

ONU y de la OEA con el gobierno de Robert Malval.

En conferencia de prensa, Caputo leyó la carta que el general Cedras le había

enviado, donde le comunicaba que no participaría de ninguna nueva instancia

negociadora. Algunos diplomáticos consideraron esta actitud como una forma de

provocación para humillar al ex canciller. Provocación que podía tomarse como

infligida directamente a la ONU.

Dante Caputo abandonó Haití rumbo a Nueva York, donde rendiría un informe al

Secretario General, en tanto el Consejo de Seguridad barajaba la hipótesis de ampliar el

embargo contra los militares, que hasta ese momento se limitaba al petróleo y las armas.

El congelamiento de las cuentas bancarias era una exclusiva resolución de los Estados

Unidos.

En esos días hubo declaraciones de ambas partes en conflicto. Continuas consultas

con las máximas representaciones de Naciones Unidas, la OEA y el gobierno

estadounidense. La maniobra de los golpistas había llevado la situación a un punto

muerto.

“(…) Si yo pidiera una intervención militar, estaría violando la Constitución haitiana,

si por otra parte, el pueblo haitiano pudiera, estaría encantado de ello. Estoy seguro de

que si el pueblo haitiano se ve libre de estos criminales, más que preguntar cómo

hacerlo estarían encantados de lograr lo que desean (…)”, señalaba Aristide a la prensa

luego del fracaso por las truncadas negociaciones.

La empresa Shell Oil liberó la distribución de gasolina que le quedaba de reserva en

Haití. El juez Hénock Voltaire había ordenado a las tres multinacionales de petróleo que

restablecieran la venta de gasolina. Aunque las empresas se habían negado, Shell

decidió sólo permitir la distribución de gasolina.

En una declaración de su presidente, el embajador de Cabo Verde en el Consejo de

Seguridad, se mostró resuelto a garantizar la aplicación plena y efectiva de la sanciones

petroleras y estaba dispuesto a considerar mecanismos y medidas prácticas adicionales.

Esta amenaza tenía poco peso porque las opiniones sobre posibles sanciones

adicionales, como el embargo comercial total pedido por Aristide, estaban divididas. El

desconcierto sobre qué debía hacerse para obligar a los militares a retirarse tenía

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paralizados a los diplomáticos. Que se hubieran desbloqueado las reservas de

combustibles les daba un respiro a los golpistas.

Antes de ir a pasar unos días a la Argentina, Caputo se reunió con los representantes

de los países que integraban el grupo de amigos: Canadá, Venezuela, Francia y Estados

Unidos. Allí se despachó a gusto. Se quejó de la poca colaboración para hacer cumplir

los acuerdos. También se discutió la propuesta francesa para incrementar las sanciones.

Al cabo de la reunión se impuso la idea de mantener y reforzar las ya impuestas.

Promediaba el mes de noviembre cuando el Consejo respaldó la decisión de Boutros-

Ghali para el envío de un grupo de personal de ayuda humanitaria adicional.

El Primer Ministro preparó su carta de renuncia, tenía intenciones de dimitir el 15 de

diciembre. Su desaliento era evidente. Veía alejarse la posibilidad de una rápida

solución al conflicto, después de que se hubiera liberado a la venta el combustible de

reserva.

El FRADH hacía pública su oposición al regreso del representante de la ONU y de

los miembros de la MICIVIH. Anunciaban además que someterían el acuerdo firmado a

una acción legal para invalidarlo.

Los observadores políticos haitianos tomaron la amenaza seriamente. Recordaron la

invalidación del protocolo del acuerdo firmado el 23 de febrero de 1992 en Washington

por el presidente Aristide y un grupo de parlamentarios, que establecía su regreso al

gobierno y la designación de René Theodore como Primer Ministro. El 27 de marzo, la

Corte Suprema haitiana adoptó una resolución invalidando ese acuerdo.

La última semana de noviembre, el portavoz de la ONU anunciaba el retorno del

director de la MICIVIH a la Isla, Collin Grandenson. Cuando los periodistas lo

interrogaron acerca de si con él volvían los miembros de la misión, su respuesta fue

negativa, aunque aclaró que se trabajaba en ese sentido.

El portavoz comunicó además el regreso de Caputo al país. Para la ONU era de vital

importancia mantener su presencia en Haití.

Desde que los observadores se habían retirado se multiplicaron los crímenes y

sufrieron crueles represalias quienes tuvieron el coraje de hacer denuncias ante la

Misión. A todos los latrocinios cometidos se comenzó a sumar, como forma sistemática

de tortura y maltrato, una manera impensada hasta el momento: la violación.

Primero hubo casos aislados. En los mercados periféricos de Puerto Príncipe,

golpeaban a las vendedoras que se resistían a abandonar sus puestos cuando los attaches

se lo ordenaban, luego algunas de ellas eran violadas. A fines del mes de noviembre

comenzaron a llegar noticias del interior del país. Las campesinas: esposas, hermanas e

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hijas de partidarios de Aristide o sencillamente opositores del régimen, eran vejadas

como una forma más de sembrar el terror y la venganza.

Otra de las preocupaciones de la ONU era observar de cerca los efectos del embargo.

De modo tal que, con la mayor discreción posible —por razones de seguridad— viajó a

Puerto Príncipe un pequeño grupo de técnicos.

El anuncio lo hizo el embajador de los Estados Unidos, William Swing que

comentaba: “(…) Aunque se acepta que las sanciones empeoran la situación en Haití,

sabemos todos que la crisis haitiana no empezó ayer, no había crecimiento económico

desde hace por lo menos diez años en este país. Esta situación se debe a la ausencia de

democracia (…)”. Recordó la promesa de los Estados Unidos de ayudar en la educación

sobre planificación familiar y en la creación de empleos a corto plazo.

Aunque hacía una semana se había liberado la venta de las reservas de combustible,

la situación en el transporte público y privado no mostraba ninguna mejoría. Los

automovilistas se pasaban, a veces, todo el día haciendo cola para tratar de obtener

gasolina, sin resultado. Muchos de ellos dormían en los vehículos para lograr un buen

lugar cuando la gasolinera comenzara a operar. Era muy difícil conseguir un taxi u otro

tipo de transporte por las peripecias que se padecían para abastecerse de combustible.

En Cité Soleil, una bomba casera estalló y dejó como saldo a cuatro personas

muertas y otras tantas heridas. Los testigos decían que las víctimas eran recién llegados

al vecindario y estaban manipulando el artefacto explosivo cuando estalló. Sin embargo,

los heridos sostenían que iban caminando por el lugar cuando se produjo el hecho. Lo

cierto fue que ese día y los siguientes la desconfianza logró que los vecinos evitaran

reunirse unos con otros.

Otra Navidad llegaba sin el padrecito Títit, ahora se sumaba la ausencia de Jeanne.

Para Papaloa Octave fue muy duro. Cerró sus ojos y se echó a descansar. No podían

darlo por muerto, pero tampoco estaban seguros de que estuviera vivo. Los hougan que

lo hallaron tendido en su camastro, inmóvil como una momia, no sabían muy bien qué

hacer con él.

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CITÉ SOLEIL

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Febrero de 1994 Las idas y venidas diplomáticas lograron por fin el lento retorno de los observadores de

la MICIVIH.

Para el mes de febrero, en Puerto Príncipe ya habían retornado 26. Con la esperanza

de poder denunciar la situación, Pascal y Tizo organizaron un encuentro con los pocos

compañeros que quedaban en la barriada. En la reunión decidieron armar un listado de

las víctimas y el tipo de atropello sufrido. Pensaban que de esa manera sería más

sencillo que los miembros de la misión les recibieran la denuncia.

Tomaron varios recaudos, pero de alguna forma se filtró la información.

De manera que cuando Pascal caminaba tranquilamente rumbo al mercado fue

detenido por policías uniformados. Tuvo suerte. Sólo lo golpearon hasta quedar sin

sentido y lo tiraron a un calabozo hacinado donde convivían otros presos que habían

pasado previamente por la tortura; a uno que otro le faltaban los dientes.

Tizo no fue tan afortunado. Allanaron su casa, golpearon a su esposa y a sus dos

hijas en su presencia. Lo sacaron a la calle y lo fusilaron allí mismo.

Pascal recuperó la libertad el día que Aristide volvió al gobierno. Su salud se había

deteriorado demasiado en los días de encierro. Murió una semana después.

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LA MATANZA DE RABOTEAU

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Abril de 1994 Desde su regreso, Amios Metayer se plegó a las protestas de sus vecinos. Originales por

cierto. Habían encontrado una forma de manifestar a favor de la democracia que según

creían implicaba pocos riesgos.

Se reunían varias personas, en grupos no mayores de 20, corrían hasta las cercanías

del cuartel, gritaban consignas contra los militares y cuando éstos intentaban reprimirlos

a toda velocidad se subían a sus botes, y seguros de estar mar adentro, se reían de ellos.

La iracundia y el autoritarismo de los burlados llegaron al colmo. El comandante del

destacamento de Artibonite reunió a sus subordinados y discutió con ellos un plan para

acabar con lo que consideraba una inconcebible ofensa a su status y autoridad. Estaba

resuelto a escarmentar a los vecinos.

Esa tarde dos policías militares junto a un pequeño grupo de attaches se apersonaron

en la casa de Metayer. Al preguntar por él, la respuesta de su esposa fue:

—No está en casa. Fue a trabajar. ¿Los puedo ayudar en algo?

—Señora, sólo queríamos hacerle algunas preguntas. ¿Quiere usted decirle que pase

por el destacamento a conversar con nosotros?

—Así lo haré, no se preocupe usted.

La esposa de Metayer supo entonces que estaba marcado.

En cuanto llegó al anochecer le dijo:

—Amios, te vinieron a buscar, creo que esta noche no debes ir a la protesta.

—Sabes cariño que no puedo faltar. Si me toca caer, Legba sabrá porqué. No temas,

si hasta ahora hemos salido con bien, así seguirá siendo.

La tomó por la cintura y le estampó un sonoro beso en la frente. Ella se sintió

perturbada. Siempre que él quería obtener su consentimiento la sobornaba con mimos y

entonces cedía. A decir verdad le fascinaba ese juego. Seguía tan enamorada de su

marido como el día en que se conocieron en el comité. Los años de convivencia y

militancia habían reforzado esos lazos de profundo afecto.

Metayer se reunió con su grupo y partieron para el destacamento militar.

Ignoraba que intentando capturarlo, habían ido a la casa de su padre, y que lo habían

golpeado a él y a sus hermanos, para luego prenderle fuego a la casa.

Como todas las semanas, ese día protestaron frente a las puertas del cuartel. En

cuanto los guardias salieron a reprimirlos corrieron a los botes. Ahí se toparon con el

desastre.

Los represores los habían perforado a machetazo limpio.

Desesperados, algunos se tiraron al agua y a nado trataron de tomar distancia. Otros

corrieron en desbandada hacia el poblado.

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Entonces se produjo la tragedia. Los persiguieron en jeep y los attaches entraron casa

por casa indiscriminadamente. Invadían golpeando, violando y matando.

En un intento de ocultar los crímenes cometidos arrojaron los cuerpos al mar. Éste se

los devolvía, en una siniestra ironía. Al día siguiente, la playa estaba sembrada de

cadáveres y la espuma del agua que besaba la orilla aparecía sanguinolenta.

Prohibieron retirar los cuerpos que se pudrían al rayo del ardiente sol tropical.

Los homicidas emitieron un comunicado en el que manifestaban: “(…) En el intento

de captura de un subversivo criminal llamado Amios Metayer, alias el cubano, sus

cómplices fueron sorprendidos tomando por asalto el cuartel y condignamente

reprimidos (…)”. La versión oficial sería desbaratada casi de inmediato. Los diarios

publicaban dos versiones diferentes, la oficial y la voz del pueblo representada en la

palabra del obispo de Gonaives, monseñor Constant quien declaraba: “(…) En Raboteau

corrió sangre. Haitianos como nosotros, jóvenes y menos jóvenes, fueron muertos por

balas, sin proceso, sin interrogatorio, sin ningún procedimiento legal. Hirieron a

hombres y mujeres con balas, en el momento que huían sin saber a ciencia cierta lo que

ocurría. ¡Sólo el azar o la Providencia han querido que algunos permanecieran con vida!

¿Cuántas muertes? ¿Cuántos heridos? No lo sabemos con exactitud. Pero el hecho es

fehaciente, hay muertos y heridos: testigos oculares o hasta víctimas que han prestado

testimonio. ¿Qué pasa con los demás? Los que no están ni muertos, ni heridos, sus casas

en la mayoría de los casos, fueron saqueadas y tomadas. Muchos abandonaron el barrio

de Raboteau dejando allí sus pertenencias. ¡Un éxodo que engendró nuevas personas sin

hogar y una flota de inmigrantes de su propio país! El sufrimiento es significativo(…)”.

Una vez más la familia Metayer era puesta a prueba. Ya no tenían tiempo para las

lágrimas, sólo pensaban cómo cuidar sus vidas. Permanecieron ocultos los siguientes

seis meses, hasta el derrocamiento de los opresores.

El crimen de Raboteau mereció la condena de toda la comunidad internacional.

El Consejo de Seguridad adoptó entonces por unanimidad la Resolución 917,

ampliando las sanciones. Establecieron que: todos los Estados deberían negar permiso a

cualquier aeronave con destino o procedente de Haití para despegar, aterrizar o

sobrevolar su territorio. La resolución instaba a los Estados parte a prohibir el ingreso a

sus territorios a los militares y policías haitianos, también a todas las personas que

hubiesen ocupado posiciones de gobierno en las administraciones de facto y a sus

familiares.

El endurecimiento de las sanciones fue seguida de declaraciones del presidente

estadounidense: “(…) No descartamos la intervención armada si los militares haitianos

insisten en permanecer en el gobierno (…)”. Empezaba lentamente a organizar un lobby

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para obtener una opinión favorable de la comunidad internacional sobre lo que

consideraba la única salida: la invasión territorial.

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LA MICIVIH: SEGUNDA EVACUACIÓN

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El lento retorno de los observadores de la MICIVIH fue concretándose en la apertura de

oficinas y lugares de trabajo. A fines del mes de enero se volvió a abrir la primera

oficina, que se encargó de investigar las violaciones que se produjeron en la ciudad

central, en Carrefour y Pétionville.

El 24 de mayo, la misión abrió una segunda oficina en Puerto Príncipe. Abarcaba el

norte de Puerto Príncipe, incluida Cité Soleil. Si bien estaban concentrados en la zona

metropolitana, viajaban muy seguido a las provincias para evaluar la situación o para

investigar los casos concretos que les habían hecho llegar. Todo el tiempo fueron objeto

de amenazas y sufrieron intimidaciones de todo tipo por parte de los attaches. Los

militares trataban de obstaculizar la labor, sobre todo cuando se trataba de acceder a

algún centro de detención. El 7 de junio dos oficiales de seguridad de la ONU fueron

detenidos por un grupo de civiles armados que habían construido una barricada en el

camino que va de Puerto Príncipe a Pétionville. Los obligaron a entregar sus radios

portátiles, sus armas de servicio y uno de los attaches destruyó el transmisor de radio

que estaba montado en el vehículo. En esos momentos dos empleados locales de la

MICIVIH que regresaban a sus casas después del trabajo fueron rodeados por el mismo

grupo —eran alrededor de 20— y amenazados de muerte.

Para mostrar que el acuerdo de Governor’s Island estaba definitivamente muerto, los

legisladores adeptos al régimen, nombraron al presidente de la Suprema Corte, Émile

Jonassaint, presidente interino de la Nación. Así negaban en forma contundente que

hubiera alguna posibilidad de que Aristide volviera al Palacio de Gobierno.

El repudio internacional fue categórico.

Sin embargo, avanzaron en un camino que no tendría retorno. El día 11 de julio, el

presidente de facto firmó un decreto en el que declaraba “indeseable” al personal de la

MICIVIH y le concedía 48 horas para abandonar el territorio haitiano. El Director

Ejecutivo de la misión recibió la comunicación, transmitió la situación al Secretario de

la ONU y éste con la urgencia del caso, al Secretario General Interino de la OEA.

Adoptaron una decisión conjunta: teniendo en cuenta la seguridad del personal de la

misión, evacuarían. En ese momento había un total de 101 observadores.

El retiro de la Misión hacia la isla de Guadalupe tuvo lugar el día 13 de julio.

Clinton estaba participando de la Cumbre del Grupo de los Siete, armó una rueda de

prensa y expuso su opinión: “(…) La expulsión de Haití de la Misión Internacional de

Derechos Humanos constituye un acto de desesperación que da validez a mi decisión de

considerar el uso de la fuerza militar para devolver la democracia a la isla caribeña.

Tenemos que poner fin a esto (…)”.

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A pocas horas de conocerse las declaraciones del mandatario estadounidense, el

régimen advirtió: “(…) Todos los que llaman a una invasión podrán ser castigados de

acuerdo con la ley (…)”, en clara alusión a Aristide que venía haciendo un llamamiento

en ese sentido.

El Departamento de Defensa dijo que 14 buques de guerra norteamericanos estaban

en ese momento en el Caribe y en el Golfo de México, cerca de Haití. El Pentágono

precisó que ocho de esas naves, con apoyo de quince barcos exploradores del servicio

de guardacostas, ya estaban directamente involucrados en la aplicación del embargo.

El Consejo de Seguridad amenazó con una “solución definitiva”.

Los habitantes de Puerto Príncipe reaccionaron con mucho temor ante el anuncio de

los golpistas, cerraron negocios y casi no se veían vehículos en circulación.

Se fueron todos los integrantes de la MICIVIH, menos uno.

Fue una decisión rápida, en caliente. Un par de llamados telefónicos, un fuerte

abrazo entre amigos, una ratificación de confianza y lealtad a la causa y el anuncio:

Leandro Despouy se quedaba como único representante de la ONU.

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ENSAYO GENERAL

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Las declaraciones de Clinton y las maniobras que los infantes de marina

norteamericanos iniciaron en una isla de Bahamas, despertaron en el continente un

controvertido debate. ¿Es legítimo invadir una nación soberana en defensa de los

derechos humanos y la democracia?

La respuesta no parecía entonces, y tal vez nunca parezca, única.

El Parlamento Latinoamericano se reunió en Caracas, Venezuela, entre los días 22 y

24 de julio, allí lanzaron el llamado “Acuerdo de Rechazo” a cualquier invasión a la

República de Haití por fuerzas militares y/o policiales del exterior. El Parlatino aprobó

además una moción contra el bloqueo a Cuba. De este encuentro surgía en forma muy

clara la diferencia conceptual entre el continente y la ONU en materias tan sensibles

como medidas de coacción a naciones soberanas para el efectivo cumplimiento de

convenciones y pactos internacionales.

Esta postura estuvo precedida por una ardua discusión de todas las naciones

involucradas.

En la Argentina la polémica se dio en varios ámbitos, en el seno del gobierno, en los

partidos políticos, en las usinas culturales y en los diarios más importantes.

Oscar Camilión afirmaba que la Argentina se limitaría al efectivo cumplimiento del

bloqueo: “(…) No vamos a participar de una operación que signifique el empleo de la

fuerza contra haitianos (…)”, entendiendo que se trataba de un conflicto interno. El

canciller Guido Di Tella, por el contrario, aseguraba que la Argentina podría participar,

siempre y cuando se tratara de una intervención multilateral aprobada por el Consejo de

Seguridad de Naciones Unidas y la OEA. En una jugada rápida, destinada a cancelar el

debate a fuerza de hechos consumados, la cancillería emitió un comunicado que

comprometía: “(…) su más pleno y activo apoyo a todas las medidas que conduzcan a

reinstalar la democracia en esa Isla (…)”, dejando trascender además que una fuerza

militar de alrededor de mil efectivos estaba lista para participar de una invasión. Cuando

en realidad tal resolución dependía del Congreso de la Nación, por tratarse de fuerzas de

combate. Es que el canciller no era hombre de gestos timoratos. Su fama devino de

declaraciones tales como “(…) sostenemos relaciones carnales con los Estados Unidos”.

El jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas Mario Cándido Díaz,

respondiendo a una invitación del titular de la Junta de Jefes de Estados Mayores de los

Estados Unidos, viajó a tratar una agenda de temas que incluía la eventual participación

argentina para mantener la paz en Haití.

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Brasil reafirmaba su adhesión al embargo y agregaba que no apoyaría una

intervención militar de los Estados Unidos, también condicionó su participación en el

marco de una fuerza multilateral.

La Casa Blanca intentaba justificar su posición pro invasora con argumentos que

daban cuenta de varias cuestiones. Se publicó una encuesta según la cual la mayoría de

los norteamericanos apoyaría el envío de tropas a la Isla como parte de una fuerza

internacional, pero que el 75% se oponía a que los Estados Unidos fueran solos. Se dijo

además que seis países latinoamericanos —entre ellos la Argentina— apoyarían una

acción militar de Washington. El gobierno norteamericano reiteraba en cuanta ocasión

era posible que todas las opciones estaban abiertas. El Secretario General de Gobierno

comentaba: “(…) nuestros intereses nacionales están en juego allí. No es posible que los

Estados Unidos sigan aceptando la represión y la llegada de un flujo de refugiados a su

patio trasero (…)”.

Bill Clinton dio a conocer en forma pública sus verdaderas intenciones. El día 20 de

julio dijo: “(…) Sería una locura creer que la simple destitución de dos o tres personas

dará a Haití la oportunidad de superar sus dificultades. No hay nada que discutir con los

militares, salvo la fecha de su partida del poder. El plazo para que renuncien vence el

próximo l° de octubre (…)”.

Mientras los gobernantes de facto buscaban ganar tiempo, una andanada de

declaraciones desde Washington los perseguía. Así, al día siguiente de los comentarios

del presidente estadounidense, su asesor especial William Gray sostenía: “(…)

Esperamos que los tres chiflados no estén en el poder en octubre. La puerta para nuevas

conversaciones con los militares está cerrada, excepto para que digan cuándo se van. Lo

único que discutiremos con ellos son cuestiones técnicas, como el avión en que se

marcharán ellos y sus familias. No queremos el total deterioro de la economía haitiana,

pero ha llegado el momento en que hay que decidir (…)”.

Los norteamericanos los ridiculizaban y les advertían en tanto seguían buscando

consenso en el seno de Naciones Unidas para una resolución que autorizara el uso de la

fuerza militar.

Basándose en el informe periódico que el Secretario General realizaba sobre Haití, se

comenzó a elaborar un borrador: “(…) El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas

autoriza a los Estados miembro a formar una fuerza multinacional de intervención para

restablecer la democracia en Haití y a las autoridades legítimamente elegidas (…)”,

rezaba en su punto dos. Había sido preparado por el grupo de países amigos, de modo

que se descontaba que en sus aspectos esenciales no sería modificado, quedaba entonces

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salvar una dificultad: bajo qué aspecto de la Carta Fundacional de la ONU se

encuadraría la resolución.

A un año de la firma del acuerdo de Governor’s Island, el ensayo general para la

invasión alcanzaba su etapa culminante.

Obtusamente, Cedras y sus acólitos especulaban con los plazos. Se negaban a creer

que Clinton tomaría la resolución de enviar tropas estando cercana la fecha de

elecciones presidenciales en su país. Por otra parte, si seguían prolongando esa

situación, tenían la oportunidad de convocar a elecciones generales con Aristide ausente

y bajo el control de sus attaches.

El 30 de julio partió un pequeño DC-8 de Air France, rumbo a la República

Dominicana. Era el último avión de pasajeros. Llevaba a bordo 150 personas.

Cientos de periodistas se habían agolpado en el aeropuerto para intentar, en vano,

conseguir un pasaje, que en ventanilla costaba ida y vuelta 120 dólares y llegó a costar

1200 dólares. Los periodistas que no obtuvieron un lugar en ese vuelo (entre los que se

encontraban los enviados especiales de Clarín y equipos de canal 13 de Argentina, Eco

de México y tres televisoras colombianas) debieron intentar salir por el lugar más

peligroso: atravesar la frontera dominicana, luego de cruzar Haití durante tres horas por

carretera.

Haití quedó aislado del mundo.

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TIEMPO DE SOLEDAD

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Desde la terraza del hotel Montana vio sobrevolar rumbo a Dominicana el último nexo

con el mundo exterior. Experimentó una vaga sensación de desamparo pero se

sobrepuso rápido y pensó que tenía una grave responsabilidad por delante: insistir de

todas las formas posibles para una salida negociada, antes de la intervención armada.

Caminó lentamente a su habitación. Iba tan ensimismado que no escuchó que lo estaban

llamando:

—¡Leandro! ¡Oye Leandro! —quien así lo nombraba era Myriam, una niña de 12

años que trabajaba en la recepción del hotel.

—¡Bonita! ¿Cómo estás? ¿Alguna novedad? —le respondió sonriente.

Leandro Despouy había trabado una entrañable amistad con esa niña que en los

próximos tres meses sería casi su única compañía en el lugar.

A ella la llenaban de admiración y curiosidad los relatos que él hacía del mundo

exterior. A él le despertaba ternura esa niña parlanchina y vivaz, le recordaba a sus

sobrinos ausentes. Por un momento se evaporaron sus preocupaciones y se dispuso a

conversar.

—Mañana, en cuanto tenga tiempo te leeré un poema y a cambio tú me lees lo que

has escrito y que todavía no me has mostrado.

—¡Trato hecho! ¡Mira que has dado tu palabra! —dijo la niña muerta de risa.

Conocía muy bien la debilidad de Despouy. Le gustaba leer poesía. Su voz se

tornaba dulce y grave recitando poemas en francés y español. Asintió con un gesto y se

despidieron en el pasillo del hotel. Quedó pensativo, le prometió a Myriam algo que le

gustaba a ambos, sin embargo su estado de ánimo difícilmente respondiera. Debía

concentrarse en transmitir una imagen de confianza en la posibilidad de negociación,

una confianza de la que él mismo carecía.

“Conociendo el paño, no creo que estos tipos cedan”, pensó mientras abría la puerta

de su habitación. Se dirigió al guardarropas y extrajo su traje de baño. Iría a nadar un

poco, eso siempre lo había ayudado a poner en orden sus ideas.

Al expulsar al contingente de la MICIVIH, se habían ido los custodios de la ONU,

por lo que ahora dependía de la poca y, más que nada, simbólica seguridad que le

pudieran proporcionar las embajadas amigas y sobre todo su propia habilidad para

desplazarse con el mínimo de exposición para su vida.

Los días siguientes, hasta la invasión, transcurrieron como en una partida de ajedrez

con el gobierno de facto.

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Estos lo empujaban a irse, él insistía en dialogar. Aparentaba mucha paciencia y buen

humor. Se lo podía ver leyendo o escribiendo poesía, nadando, charlando por teléfono,

pero cada día enviaba un mensaje a Cedras: conversemos, aún hay tiempo.

Fue una experiencia vital inolvidable. Tuvo espacio para pensar en su relación con

las cosas: su misión, su pasión por la aventura, su inestabilidad amorosa, su vocación

por el arte y sobre todo se interrogó por el sentido de sus más caras banderas: la libertad

y los derechos humanos.

Ahí, en el rincón más caliente del infierno, (como definió a la Isla el enviado especial

del diario argentino Clarín) fue donde una mejor visión del mundo pudo obtener.

Hubo momentos de dolor y desasosiego, como cuando a pesar de todos los recaudos

tomados, ingirió comida envenenada.

Ocurrió después de que evacuaron las embajadas de Argentina y Colombia. Una

noche después de la cena comenzó a sentirse mal y se desmayó. Cuando se despertó

estaba rodeado por el médico y personal del hotel. Sentía fuertes dolores abdominales,

incontenibles nauseas y una desagradable sensación de irrealidad.

—Sufrió una grave intoxicación —informó lacónicamente el médico, mientras lo

observaba.

—¿A qué lo atribuye doctor? —preguntó tratando de no vomitar.

—Parece que comió algo en mal estado. Espero que no se alarme, pero dígame, ¿qué

cenó?

Le comentó que había ingerido pescado y cómo se lo habían preparado. Entonces,

con un gesto de preocupación, el profesional le habló de una enfermedad: la ciguatera,

provocada por la ingestión de un pescado de la región contaminado con cobre. Este pez

consume cobre y es inmune a él, pero los humanos que lo comen pueden llegar a perder

la vida por el efecto del cobre en el sistema neurológico.

Estuvo mal. Pasó varios días descompuesto, luchando contra todos los síntomas,

empeñándose en sostenerse sin producir algún tipo de alerta que agregara más

elementos de conflictos a los ya existentes.

Nunca sabrá con certeza si fue un atentado o simplemente descuido, en momentos

donde la selección y preservación de alimentos era muy precaria.

Lo cierto es que los cuidados del médico y las tisanas que le daba Myriam hicieron lo

suyo. Al cabo de dos semanas se lo podía ver nadando de buen humor nuevamente.

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APRESTOS FINALES

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La reunión del Consejo de Seguridad para tratar la intervención militar a Haití fue

precedida de una carta enviada por el presidente Aristide, donde solicitaba una rápida

intervención de una fuerza multilateral que pusiera fin a la intolerable situación de

sufrimiento que estaba padeciendo su pueblo. Este gesto fue dimensionado en su

verdadera magnitud por los miembros remisos del Consejo de Seguridad dado que, de

acuerdo a la Constitución haitiana, el presidente tiene expresamente prohibido solicitar

la invasión de tropas extranjeras en su territorio.

De manera tal que en su reunión del 31 de julio, el Consejo de Seguridad trató la

carta enviada y se pasó a leer el borrador de resolución para autorizar el envío de una

fuerza multilateral a la Isla.

El debate fue extenso y la resolución auspiciada por Estados Unidos, Argentina,

Canadá y Francia fue aprobada por doce votos a favor, ninguno en contra y las

abstenciones de Brasil y China.

Algunos analistas marcaron su preocupación por el hecho de que en el Consejo de

Seguridad no estaban representados los países latinoamericanos considerados clave para

que la medida tuviera un decidido apoyo regional; tanto México como Uruguay,

Venezuela y Cuba se habían manifestado con vehemencia contrarios a una invasión.

Sólo la Argentina y el gobierno en el exilio de Haití habían respaldado la propuesta.

La resolución que aprobaron allanaba el camino para una invasión que encabezarían

los Estados Unidos: “(…) Éste es un llamado muy fuerte y muy claro para que los

militares haitianos abran los ojos. El momento de la decisión está a la mano. Es el

momento de que ellos se vayan pronto y voluntariamente. Pero si no lo hacen se tendrán

que ir pronto e involuntariamente (…)”, declaraba a la prensa la embajadora

estadounidense en la ONU Madeleine Albright.

La disposición autorizaba a los estados miembro de la ONU a “(…) formar una

fuerza multinacional bajo un comando y un control unificados, y en el marco a utilizar

todos los medios necesarios para facilitar la partida de los líderes militares (…)”. La

expresión “(…) de todos los medios necesarios (…)” fue clave para la intervención

militar en la resolución sobre la guerra del Golfo Pérsico en 1990, que durante los dos

primeros meses de 1991 permitió que las tropas de la alianza multilateral, liderada por

Washington, expulsara a las fuerzas de Irak que habían invadido Kuwait. Con este

antecedente no quedaban dudas sobre el accionar de las fuerzas que se preparaban para

enviar a Haití. De acuerdo a este mandato deberían ocuparse de establecer y mantener

“(…) un ambiente estable y seguro” que garantizara el “pronto retorno” del presidente

democráticamente electo. Establecía una fuerza de paz de la ONU de 6000 miembros

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para asumir los trabajos de intervención una vez que el Consejo de Seguridad certificara

la creación “(…) de un ambiente estable y seguro”.

Esa misión asistiría al gobierno en la conversión de las fuerzas armadas de Haití en

una fuerza profesional y la creación de un cuerpo separado de policía. La tarea debería

ser completada, a más tardar, en febrero de 1996.

“Un día de oración”, así definió Cedras la jornada que estaba viviendo. Mientras que

el Consejo de Seguridad votaba la invasión, él y su familia se dedicaban a una

prolongada ceremonia religiosa en la Iglesia Metodista, en cuyo portal de ingreso un

cartel azul con letras doradas decía: “Si tú crees, tú verás la gloria de Dios”.

Ese día Cedras se negó a hablar en inglés con la prensa. Súbitamente parecía que sus

simpatías por los Estados Unidos habían sufrido un brusco cambio. “(…) Lo único que

puedo decir es que estamos preparados para resistir y pelear para defender nuestro país

(…)” dijo en español.

El régimen decretó el estado de sitio y juró a los cuatro vientos resistir la invasión

hasta la muerte.

—¡Van a pagar bien caro por lo que están haciendo! —dijo la voz cargada de

amenaza al embajador argentino Carlos Carrasco cuando contestó al llamado telefónico.

No era la primera vez que recibía este tipo de advertencias. Los 14 miembros de la

embajada, incluidos el cuerpo de gendarmería, estaban atravesando momentos muy

difíciles a partir de la decisión de Argentina de enviar tropas a la Isla. Tenían pocas

posibilidades de salir de Haití y a diferencia de la embajada estadounidense, que tenía

un edificio blindado, los argentinos estaban muy expuestos. Las fronteras estaban

selladas y el embajador se había negado a hacer la correspondiente denuncia ante las

autoridades haitianas por tratarse de un gobierno ilegítimo y que la Argentina no

reconocía.

“(…) Estamos inmersos en medio de un clima político hostil, con permanentes

provocaciones por parte de las fuerzas de seguridad. En particular los attaches que se

encargan del ‘trabajo sucio’ —asesinatos, amenazas, golpizas— en este país. Las

presiones distan mucho de ser sutiles. Vigilan permanentemente los hoteles Montana y

Holliday Inn donde estamos la mayoría de los cronistas, camarógrafos y reporteros

gráficos. Desde hace unos días ya no respetan la prohibición de ingresar”, comentaba un

periodista de un medio argentino. Era parte del casi centenar que se había quedado

luego de la partida del último avión antes del bloqueo total.

Un periodista francés se había olvidado la credencial que otorgaba el Ministerio de

Informaciones y al intentar ingresar a su hotel fue detenido por una docena de attaches

quienes lo tiraron al piso apuntándolo con armas largas automáticas. Antonio Fernández

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Llorente de Canal 13 y Pablo Biffi del diario Clarín debieron pagar alrededor de 30

dólares para evitar que los mataran.

Al embajador Carrasco le cortaban el teléfono de su casa particular cada tanto. Una

manera de ejercer presión que lo dejaba indefenso frente a cualquier contingencia.

Desde la aprobación de la resolución 940/94 de la ONU, que autorizaba la invasión,

los actos represivos al pueblo se intensificaron. En Cité Soleil, un chico de 12 años fue

golpeado hasta quedar desvanecido acusado de “colaboracionista” con los extranjeros

por conversar con periodistas estadounidenses. Dos jóvenes de no más de treinta años

fueron encontrados ahorcados y con un tiro en la nuca, en las afueras de la ciudad.

Estaban sin zapatos, sin relojes ni cadenas. Los dejaron allí colgados, bajo el sol, a

merced de los perros y chanchos famélicos.

Los reportes de esta situación a la cancillería argentina, obligaron al Ministerio de

Relaciones Exteriores a tomar una decisión: evacuar la embajada argentina en Puerto

Príncipe.

Se cursó al Vaticano un pedido de ayuda, a fin de que el nuncio apostólico de Puerto

Príncipe acompañara al embajador Carrasco, al personal de la Embajada y a los

periodistas argentinos que aún se encontraban en la Isla hasta la frontera dominicana.

Fueron tensas horas de espera hasta la entrega de los salvoconductos que les permitieron

abandonar Haití. En la madrugada del 5 de agosto, los choferes haitianos de los

enviados especiales argentinos y de la cadena WTW norteamericana desaparecieron. Al

día siguiente, escoltados por el Embajador dominicano y el Nuncio Apostólico, en una

caravana de siete automóviles, los 19 argentinos cruzaron la Isla rumbo a la frontera.

En una entrevista con una emisora argentina, el embajador Carrasco había

manifestado: “(…) Estamos muy preocupados, deseando terminar esta agonía que

comenzó hace 20 meses pero que se acentuó el domingo pasado. Es fatigante en

extremo (…)”.

Mientras los argentinos abandonaban el territorio haitiano, alrededor de 2500 civiles,

en formación militar frente al Palacio Nacional, desfilaban hacia la Plaza de la

Independencia, donde hicieron prácticas de entrenamiento. Era un mensaje para la

televisión extranjera que los estaba filmando. La marcha había comenzado a las 8 de la

mañana, cantaron el himno nacional de Haití y una tanqueta, junto a una camioneta con

soldados, se abrieron paso entre la gente que coreaba consignas contra “los blancos”,

afirmando que estaban listos para la invasión. Hizo su aparición una unidad de elite.

Eran seis hombres vestidos de negro, con la cara cubierta también con una máscara

negra y fusiles Galil, Pal y subametralladoras Uzi.

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En las prácticas podían observarse unas dos docenas de mujeres y civiles armados a

los que fácilmente se los reconocía como attaches. La demostración de fuerza tenía una

reminiscencia de “los batallones de la dignidad” formados en Panamá por el ex general

Noriega antes de la intervención militar.

Cedras, vestido con su uniforme oficial de comandante en jefe de las Fuerzas

Armadas, dijo a la cadena CNN estadounidense: “(…) Estados Unidos será responsable

de las consecuencias de una invasión; habrá un baño de sangre. Nosotros tenemos un

ejército pequeño, pero un pueblo grande (…)”. De acuerdo a las versiones oficiales la

gente se presentaba “espontáneamente” a los cuarteles a inscribirse como voluntaria

para defender a la patria.

El asesor de Clinton para asuntos haitianos, William Gray, respondiendo a las

provocaciones de los golpistas, restó importancia tanto a las declaraciones como a los

desfiles y recordó que Saddam Hussein había hecho lo mismo en Irak, y usando un

lenguaje fuerte, espetó: “(…) Eso no significa mucho, tendrán que pagar un tremendo

precio por las violaciones a los derechos humanos. La comunidad internacional está

lista si los líderes golpistas no se retiran (…)”.

Aclaró además, que no tenía mayor importancia la oposición del Capitolio para el

envío de tropas, enfatizando que eso no detendría al presidente para hacer lo que

correspondiera.

Ante la pregunta sobre la posibilidad de reabrir las negociaciones, tal como lo había

insinuado Cedras, fue contundente: “(…) En este punto la única discusión que resta es

técnica: cuándo, a qué hora y adónde irán (…)”.

Los Estados Unidos seguían concentrando tropas de asalto y en el continente el

debate sobre la invasión dividía aguas. Las izquierdas, antimperialistas por definición,

se oponían, convencidas que cualquier intervención estadounidense es un

avasallamiento a la libre determinación de los pueblos. Las derechas se mostraban

indecisas. No veían el beneficio económico que se podría obtener al tratar de poner fin

al caos y latrocinio que padecían los haitianos, un pueblo fuera de la economía de

consumo, carente de cualquier atractivo en el cenit de la libertad de mercado.

La Iglesia Católica también estaba dividida. Así la Conferencia Episcopal de Haití

condenó con dureza la resolución del Consejo de Seguridad: “(…) está mancillada de

ilegalidad, porque Haití no constituye una amenaza para la paz y la seguridad en la

región (…). El mensaje estaba firmado por todos los miembros, menos uno: el obispo

Willy Romélus, el más comprometido políticamente.

A pocas horas de conocerse la carta de los obispos, el Vaticano dio difusión oficial al

mismo documento, respaldando así a la Conferencia Episcopal.

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El Vaticano había tenido serias diferencias con Aristide. Lo habían expulsado de la

congregación salesiana en 1988 por propugnar la lucha de clases. La Santa Sede

reconoció al régimen militar, por lo que el presidente en el exilio rechazó toda

posibilidad de que fuera el Vaticano quien actuase como mediador en el conflicto.

Frente a la posición de la cúpula eclesiástica, la iglesia de base —que reprochaba a

los obispos no sólo no haber condenado el Golpe de Estado, sino que se hubiera callado

frente a los atropellos a los derechos humanos— declaraba: “(…) Desde 1986 la

jerarquía católica no ha condenado nunca como debe los abusos cometidos por los

detentores del poder, hasta el punto de que hoy en día, la imagen de los obispos está

definitivamente empañada en tanto que se enreda en la exageración y la mentira. ¿Qué

cosas peores pueden pasarnos en una intervención que las que nos inflige el ejército

puesto en pie por los Estados Unidos entre 1915 y 1934? (…)”. En tanto la iglesia de

base refugiaba perseguidos políticos, la jerarquía apañaba a la dictadura. Nunca habían

levantado la voz para criticar los salarios miserables que recibían los obreros haitianos,

sobre todo en las empresas norteamericanas. Cuando Aristide asumió el gobierno, invitó

a cientos de chicos de la calle y gente sin vivienda a desayunar en el palacio

presidencial, ese gesto le causó no poca incomodidad, pero decididamente se puso en

contra cuando a siete meses de gobierno democrático, Washington, a través de la

Agencia Norteamericana para el Desarrollo se opuso con toda energía a la suba del

salario mínimo de 1,76 a 2,94 dólares diarios.

James Cheek, embajador norteamericano en Buenos Aires, le acercó una carta al

presidente Carlos Menem. Bill Clinton “invitaba” al gobierno argentino a “coordinar” la

intervención multilateral a la Isla. Para entonces, la presión de la amplia mayoría de la

población y el poco entusiasmo del ejército en participar en una acción directa, había

hecho su efecto. El gobierno retiró el pedido de autorización del Congreso de la Nación

y declaró que prefería tener un papel de apoyo logístico, en sintonía con el resto de

América Latina.

Argentina solicitó a la ONU que enviara a Dante Caputo a Haití, en un último intento

para que la dictadura posibilitara una salida incruenta a la crisis. El Enviado Especial

tendría como misión acordar los detalles de retiro de los jerarcas militares del gobierno.

La propuesta no prosperó y a mediados de septiembre, los aprestos finales para la

invasión llegaban a su punto culminante.

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DIOS SALVE AMÉRICA

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Para el 14 de septiembre, más de 20 países habían aceptado integrar la fuerza

multilateral que ocuparía la Isla en la primera fase después de la invasión. Quedaba

claro que las tropas de desembarco serían estadounidenses. Las gestiones oficiosas para

que los jerarcas militares aceptaran un exilio dorado fueron rechazadas públicamente.

El presidente norteamericano, en un discurso retransmitido por todas las cadenas de

televisión en la hora de mayor audiencia afirmó: “(…) El tiempo se ha acabado para los

militares. Los sacaremos por la fuerza en cuestión de días (…)”. Sin embargo, el ex

activista contra la guerra de Vietnam, no había cambiado de manera de pensar. Habían

cambiado sus circunstancias, de manera que deslizó una confidencia estando entre

amigos: “(…) Yo sé que los Estados Unidos no pueden y no deben ser los gendarmes

del mundo”.

20 mil soldados estadounidenses junto a una treintena de buques de guerra y dos

portaviones nucleares estaban dispuestos.

Dos días después de ese discurso, Bill Clinton realizó una arriesgada maniobra cuyo

éxito, dependía de la habilidad de un hombre a quien el presidente había confiado todo

el peso de la misión: James Carter.

Carter llegó el 17 al mediodía a Puerto Príncipe, acompañado del senador Sam Nunn

y el ex jefe del Estado Mayor, el general Colin Powell.

Los tres hombres eran contrarios a la invasión, de manera tal que nadie podía negar

que le estaban dando una genuina oportunidad a la diplomacia.

“(…) Nuestra misión en Haití es muy sencilla y muy importante: discutir con los

oficiales haitianos para confeccionar una puesta en vigor pacífica de las políticas del

gobierno de los Estados Unidos (…)”, dijo Carter poco después de llegar al aeropuerto

de Puerto Príncipe.

Desde Washington, Clinton describió la misión como “un buen último esfuerzo por

organizar un traspaso de poder pacífico y ordenado”. Los portaaviones USS Eisenhower

y USS América estaban en posición de combate desde el día sábado, comenzarían la

invasión ni bien Clinton emitiera la orden.

Carter había elegido a Powell y a Nunn para que su mensaje a los militares haitianos

tuviera mayor peso. Ambos hombres estaban vinculados al mundo militar y

públicamente se habían opuesto a una invasión para restituir a Aristide en el poder.

En la Argentina, en sintonía con la política estadounidense, el presidente Carlos

Menem ofrecía asilo político a Cedras, en medio de una fuerte crítica de la mayoría de

la población. La misma iniciativa tomaba Panamá.

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En tanto la Misión Carter arribaba a Puerto Príncipe, Dante Caputo presentaba su

renuncia indeclinable ante el Secretario General de la ONU.

—Me ha confiado usted su representación y espero haber estado a la altura de las

circunstancias. Me deseó éxito en el marco de las palabras y éstas se han agotado. Tiene

mi renuncia y quedo a su disposición.

—Usted estuvo todo el tiempo a la altura de mis expectativas. Su coraje e idoneidad

están fuera de toda duda. La Misión Haití entra en otra fase.

Un cordial apretón de manos selló el indudable respeto que ambos hombres se

profesaban.

La tarde caía en Puerto Príncipe y en la residencia del general Cedras se vivía una

escena impresionante. Jeannic discutía a viva voz con su esposo:

—¡Raoul, es hora de marcharnos! ¡Deja ya tus sueños de salvar a Haití! Has buscado

el oro todo este tiempo y sin resultado. ¡Mira adónde hemos llegado!

El reproche de la esposa del jerarca militar tenía su razón de ser. El hombre podría

haberse limitado a obrar con mano de hierro y a los negociados de sus cómplices,

François y Biamby. Sin embargo, considerándose a sí mismo un hombre de honor,

había encontrado una curiosa solución para resolver los problemas del país. En el mayor

de los secretos, sólo compartido con un reducidísimo núcleo de amigos, el general se

dedicó a buscar en el fondo del mar los restos de un galeón español cargado de oro que

se hundió en las aguas haitianas en el siglo XVI. La búsqueda de ese tesoro era uno de

los más íntimos y patrióticos motivos que lo llevaron a romper su palabra y no presentar

su renuncia tal como se había comprometido en el acuerdo de Governor’s Island.

Comenzó a interesarse por los tesoros marítimos de Haití a comienzos de los 80 cuando

servía como teniente en el staff personal del dictador Jean-Claude Duvalier. Una vez

que tomó el poder, confesó a sus amigos que el tesoro sumergido podría: “(…) resolver

todos los problemas de Haití y cambiar completamente la relación de fuerzas a nivel

nacional e internacional (…)”.

Después del Golpe se compró una propiedad en una tranquila bahía al norte de la

capital y cada fin de semana el único helicóptero en funcionamiento que poseía el

Ejército (los otros habían sido desguasados para obtener piezas de repuesto) lo

trasladaba a su casa costera donde junto a personajes de su entorno y de su más estrecha

confianza, y utilizando equipos sofisticados intentaba la aventura de localizar el oro.

Para esta empresa buscó como socio a Hubert Humprey, el multimillonario dueño de

una importante cadena hotelera, hijo del ex vicepresidente de los Estados Unidos.

La obstinación de la comunidad internacional por meterse en Haití, le estaba

haciendo añicos sus sueños.

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—¡Ya mujer!, estoy haciendo lo posible para salir con bien de esta situación. Los

gringos están aquí para negociar. Arreglaremos. Estoy harto y creo que debemos irnos

pero no puedo abandonar a mis amigos a su suerte, Michel y Philippe también deben

resolver.

Cedras se mostraba exasperado pero más contenido que su mujer. A ella sólo le

interesaba conservar sus privilegios de clase y la unidad familiar. Le era indiferente si

era en Haití o en otra parte. Para el general el compromiso con sus amigos y cómplices

era una cuestión de honor. Su suerte estaba atada a las de François y Biamby. Su primer

contacto con Jimmy Carter no fue muy alentador. En un intento desesperado para salvar

algo de sus sueños napoleónicos, Cedras insistía en arreglar la salida del poder

permaneciendo en Haití.

Las sombras del anochecer cubrían Puerto Príncipe; Carter y Cedras discutían en la

cocina de la mansión del general. Nunn y Powell eran mudos testigos de la escena,

cuando de pronto el radiocomunicador especial que portaba Carter comenzó a emitir

señales persistentes.

—Permítame un segundo por favor —dijo dirigiéndose a Cedras al tiempo que

encendía la radio.— Repítalo por favor —comentó mientras manipulaba el aparato para

que la información pudiera ser escuchada por todos los presentes.

—Han desplegado de Fort Bragg, Carolina del Norte, la 82a División

Aerotransportada rumbo a Haití. Comenzó la primera fase de la invasión.

La cara desencajada de Cedras, mostraba por primera vez una clara señal de percibir

la verdadera gravedad de la situación.

Carter estaba sorprendido pero no mostraba sus emociones. Guardó un segundo de

silencio y luego habló:

—Okey, hemos escuchado el mensaje, fuera. —Dirigiéndose a Cedras dijo— Aún

estamos a tiempo de impedir un baño de sangre.

61 aviones con miles de paracaidistas, similar a una nube de letales moscardones,

cubrían el cielo de Carolina del Norte en dirección a la Isla. Mientras las cañoneras a

toda máquina ponían rumbo al desembarco en Puerto Príncipe. Como si se tratara de un

programa de televisión anunciado, con toda puntualidad se iniciaba la operación

planeada desde días atrás cuando el Presidente había anunciado que los tiempos se

habían agotado. La política de: “A Dios rogando y con el mazo dando”, había resultado

exitosa.

Cedras hizo varios llamados telefónicos y cerró trato con Carter.

La luz del amanecer bañaba el muelle y los primeros pelotones de soldados

desembarcaban. La población se fue acercando. Con cautela primero, luego como un

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dique que rompe sus compuertas, muchas mujeres corrieron a abrazar a los soldados en

medio de gritos y llantos incontenibles.

Habían vivido un terror brutal y embrutecedor. En esos momentos estaban en plena

catarsis, más tarde los invadiría la tristeza: tomarían conciencia de sus propias

limitaciones. Una vez más sufrían una invasión por la imposibilidad de resolver sus

problemas sin derramar sangre.

“(…) Nuestro objetivo en los últimos tres años fue que los dirigentes militares dejen

el poder y que retornen los líderes democráticamente electos. Este acuerdo garantiza

ambos propósitos en beneficio de los Estados Unidos y de los haitianos. Maximiza el

traspaso de poder al presidente Jean-Bertrand Aristide”, y recordando las palabras del

presidente constitucional agregó: “No habrá venganzas ni violencias. La amnistía no

deberá concretarse más allá del 15 de octubre. El presidente Aristide llegará cuando los

dictadores se hayan ido. El acuerdo fue posible únicamente por la amenaza inminente de

la fuerza militar estadounidense y del resto de los aliados (…)”. Agradeció a las tropas

de su país por haber aceptado “(…) una misión crucial para el pueblo de este país. Las

tropas se encargarán ahora de garantizar que los dictadores haitianos cumplan con el

acuerdo alcanzado hoy. ¡Dios salve América!”, concluyó Bill Clinton su mensaje

transmitido en cadena desde el Salón Oval de la Casa Blanca.

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EL RETORNO

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Leandro Despouy vio el desembarco desde la terraza del hotel Montana y una vez más

experimentó ese sentimiento de extrañeza. La visión de una escena que un año atrás

hubiera tenido otro significado, luego de tanta sangre, sabía a fatalidad.

El nuevo Secretario General de la OEA lo llamó de inmediato. Le solicitaba que

viajara a Washington para una reunión, se le encomendaría una nueva misión: el

desmantelamiento ordenado de la cúpula del Ejército.

Las tropas de ocupación se estaban haciendo cargo del control, y estaban listas para

intervenir en cualquier tipo de delitos.

Las bandas de attaches se negaban a rendirse, replegándose en los barrios y hacia el

interior del país, resueltos a cobrar cara su retirada.

—Debo quedarme. Puede perderse un tiempo precioso de las negociaciones.

Recuerde usted que es importante para esta misión estar presente desde el primer

momento.

—Entiendo su postura, Leandro. Sin embargo necesito que hablemos personalmente.

Véngase a Washington, sólo serán cuatro días no más, se lo garantizo. Lo espero —

contestó el Secretario General de la OEA. Había cuestiones que prefería no tratar por

teléfono.

Despouy se despidió asintiendo al pedido. “Donde manda capitán no manda

marinero”, pensó. Estaba preocupado. Los rumores indicaban que François intentaba

fugarse por la frontera dominicana.

Entre tanto arribó a la Isla un contingente de mil policías militares; su principal tarea

era hacerse cargo del orden público. Dos días después se produjo una confrontación

entre marines y attaches; resultaron muertos diez haitianos.

Pronto comprendieron que poner “en caja” a las bandas de asesinos que habían sido

los dueños y señores de las calles no resultaba tarea sencilla si no se terminaba con la

madriguera. De manera tal que comenzaron a planear destruir el cuartel general del

FRAPH.

Los Estados Unidos decidieron suspender las sanciones económicas unilaterales,

exceptuando de la medida las cuentas personales de los jerarcas golpistas y su entorno.

Era una herramienta de presión valiosa de la que no podían darse el lujo de

desprenderse.

El 27 de septiembre la República Dominicana reabrió sus fronteras, si bien

continuaban muy vigiladas, frente a la posibilidad de que escaparan responsables

directos de los crímenes de la dictadura. Con mucho temor comenzaron a retornar

algunos haitianos, sobre todo partidarios de Aristide.

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El Consejo de Seguridad de la ONU empezó a elaborar el proyecto de resolución

para levantar las sanciones económicas y comerciales que pesaban sobre Haití, con el

fin de que entrara en vigencia con el regreso del presidente constitucional.

El día 28 el Parlamento inició las sesiones en medio de un impresionante dispositivo

de seguridad. No sin razón se temía a los francotiradores que aún podían quedar fuera

de control.

Al día siguiente, Paul Evans, el Alcalde de Puerto Príncipe fue restituido en sus

funciones. Sus partidarios organizaron una entusiasta manifestación, empañada por el

estallido de una granada que produjo siete muertos.

En apoyo al retorno de Aristide y repudiando el acto criminal que había costado siete

vidas, un grupo de ciudadanos realizó una marcha. Fueron atacados a balazos. Murieron

cinco personas.

Estos actos de vandalismo reforzaron la idea de que había que obrar pronto y dar un

golpe definitivo a las bandas de attaches. Tres días después, la policía militar, bajo las

órdenes de las fuerzas multinacionales, tomó por asalto el cuartel general del FRAPH,

en Cabo Haitiano, Puerto Príncipe, dispuestos a descabezar el comando de los

paramilitares. Al otro día, su mentor y máximo dirigente, Michel François huía por la

frontera dominicana mientras se nombraba en su reemplazo al coronel Lessage. Ese día

abrieron el aeropuerto de Puerto Príncipe y se reanudaron los vuelos comerciales.

Con el serio golpe infligido a su cuartel general y en plena desbandada los autores

del terrorismo, el líder político del FRAPH, Emmanuel Constant, anunció públicamente

que apoyaba el retorno de Aristide, que trabajaría para terminar con la violencia y que

su agrupación pasaría a formar parte de la oposición dentro de un sistema democrático

de gobierno.

Para el día 6 de octubre, el Parlamento había aprobado el decreto de amnistía por los

actos políticos que hubiera realizado la dictadura, exceptuando de esa medida a

cualquier acción considerada criminal. De esta manera quedaba abierta la posibilidad de

iniciar los procesos penales.

Leandro Despouy se había reunido en Washington con el Secretario General de la

OEA. Sostuvieron una larga conversación. Se esperaba de él una precisión de cirujano

para desmontar a los cabecillas del Ejército involucrados en los crímenes más aberrantes

y separar institucionalmente al Ejército de la Policía.

Cuando abandonó Washington para reunirse en Miami con los dirigentes haitianos en

el exilio, ya tenía una clara visión del trabajo que le esperaba.

Los cuatro días que permaneció con ellos fueron de intenso trajín. Con su regreso a

la Isla, pronto se verían los resultados de sus gestiones. Así, entre los días 9 y 10,

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renunciaban Biamby y Cedras, quienes fueron reemplazados por Lieutenant y Duperval.

Acelerando el trabajo de recuperación de las instituciones de la democracia, las fuerzas

de ocupación ingresaron al Palacio Presidencial. Debían desalojar a los funcionarios y a

sus matones que aún permanecían atrincherados allí. El presidente títere del régimen,

Émile Jonassaint, renunció, comprometiéndose a cooperar con las fuerzas de ocupación.

Al mismo tiempo que retornaba Robert Malval como Primer Ministro, Cedras y Biamby

con sus familias arribaban a Panamá como exiliados, y 23 personeros de la segunda

línea de los dictadores eran admitidos en los Estados Unidos.

En todo el territorio haitiano organizaron una campaña de desarme. Fueron detenidos

y requisados individuos y grupos a los que en su mayoría se les confiscaron sus armas.

Sólo en algunos casos se las compraron. En los operativos realizados durante los

primeros 15 días lograron retirar de circulación alrededor de 6000 armas que estaban en

manos de civiles.

Preparaban el “clima de tranquilidad” que solicitaba del Consejo de Seguridad de la

ONU. Un día antes de su retorno a la Isla, Aristide fue agasajado en Washington con

una ceremonia.

El día 15 estaba de regreso “en casa”, como le gustaba decir, bajo el lema: “Paz y

reconstrucción”.

Echaron a vuelo las campanas de todas las iglesias y en los mercados populares la

gente se abrazaba llorando y riendo a un mismo tiempo.

Los hougan que vigilaban el cuerpo de Papaloa Octave se sorprendieron gratamente.

Desde que había entrado en trance se turnaban esperando una señal. Mientras Aristide

ingresaba al Palacio Presidencial, Papaloa Octave se incorporó del camastro y

murmurando una oración bendijo a los presentes.

“El padrecito Títit está de vuelta en casa, démosle la bienvenida”, dijo luego con toda

tranquilidad.

La Misión llegaba a su fin. El día que el presidente constitucional de Haití regresó,

Leandro Despouy concluyó su trabajo.

El hombre que volvía a pisar su tierra abrazó al representante de la OEA, dejando

traslucir un sentimiento de inmensa gratitud. Para el argentino terminaba una de las más

apasionantes y difíciles tareas que había encarado hasta entonces.

Cuando volvió, un año más tarde, fue recibido con todos los honores y el cariño

ganado en casi tres años de tesonero trabajo.

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GOBERNANDO NUEVAMENTE

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El primer acto de gobierno del restituido presidente fue disponer la creación de la

Comisión Nacional “Verdad y Justicia”. Tendría por objeto el análisis del período

militar desde el 29 de septiembre de 1991 hasta el retorno a la democracia, el 15 de

octubre de 1994; y debería elaborar un informe final que serviría como documento para

la reparación histórica de las víctimas del terrorismo de Estado.

Se abrieron las cárceles para todos los presos de la dictadura. Largas filas de

personas rodeaban los cuarteles y las delegaciones policiales esperando a sus familiares

que recobrarían la libertad.

Esa noche, la Isla fue música a tambor batiente.

En los jardines del Palacio Presidencial, se podía ver bailar a una mambo vestida de

vivos colores. Algunos partidarios de Aristide que la observaron, reconocieron en ella a

Jeanne, o para ser más precisos, a su espíritu.

Al día siguiente, las multitudes que habían logrado sacudirse de encima la parálisis

generada por el miedo comenzaron a perseguir a los attaches dondequiera que los

identificaran.

En las barriadas pobres todos conocían a sus vecinos. De modo tal que sabían dónde

localizar a los terroristas y allí iban a capturarlos, previa paliza.

La agitación popular era tal, que empezaron a circular rumores de golpe de estado.

Con el fin de evitar cualquier intentona en ese sentido, arribaron a Haití 55 comandos de

elite de la policía polaca para hacerse cargo de la dirección de la nueva policía haitiana.

A la estación de la seca le sucedió la estación de las lluvias, pasó así un año de

intenso trabajo, donde día a día se esforzaban en la construcción de la democracia.

Durante 1995 la Ministra de Justicia estadounidense Janet Reno ofreció los servicios

del FBI al presidente haitiano, con el fin de colaborar con el esclarecimiento de los

asesinatos de la abogada Mireille Durocher Bertin y del piloto Eugène Baillergeau.

Aristide aceptó y solicitó en reiteradas oportunidades que el FBI se dedicara no sólo a

esos casos: “(…) La asistencia ofrecida por el FBI se debe extender a todas las víctimas

de crímenes violentos en Haití. Desde el Golpe de 1991, Haití perdió 5000 ciudadanos.

Como presidente de todos y cada uno no puedo dar más alto valor a la vida de un

ciudadano que a la de otros (…)”. El FBI se negó a brindar asistencia en ninguna otra

investigación. Su papel y el posterior informe brindado al Comité de Relaciones

Internacionales de la Cámara Baja estadounidense fue confuso y controvertido. No

encontraron ninguna prueba de que miembros del gobierno estuvieran involucrados en

los crímenes y el Ministerio de Justicia haitiano continuó investigando.

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Mildred Trouillot, una abogada haitiano-norteamericana que jugó un papel

instrumental en la lucha por el retorno al orden constitucional, y Aristide contrajeron

matrimonio el 20 de enero de 1996, en una sencilla ceremonia en el jardín de su

residencia.

—Cuando mires este anillo, piensa en mí y piensa que eres una defensora del pueblo

—le dijo Aristide a su mujer cuando intercambiaban alianzas.

—Cuando mires este anillo, recuerda que más vale fracasar con el pueblo que tener

éxito sin él, y con el pueblo no existe el fracaso —contestó ella.

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VERDAD Y JUSTICIA

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“(…) Reflejo de esta aspiración a la dignidad y a la libertad que hizo y hará Haití, este

informe es un gran grito no de odio sino de sufrimiento y de indignación; un llamado

vibrante no a la venganza sino a una justicia tan exigente hoy como fue pisoteada ayer

(…)”, dijo Françoise Boucard, presidenta de la Comisión Nacional Verdad y Justicia, el

5 de febrero de 1996, en el momento de entregar al presidente Jean-Bertrand Aristide el

informe final.

La Comisión estuvo integrada por un equipo de expertos haitianos y extranjeros con

la colaboración de varias instituciones internacionales tales como la MICIVIH, el

PNUD, el Centro de Derechos Humanos de la ONU, la CIDH, la Asociación para el

Avance de la Ciencia y el Centro Internacional para los Derechos de las Personas y el

Desarrollo Democrático.

Habían trabajado intensamente. Analizaron 5450 testimonios representando a 8652

víctimas que padecieron alrededor de 20000 violaciones.

Dejaron en claro que el informe representaba una pequeña muestra de las violaciones

cometidas contra los derechos humanos.

En ocho capítulos y dos anexos trazaban un rápido panorama de la historia de Haití,

la interpretación del mandato recibido, la metodología de trabajo utilizada. Un análisis

cronológico subrayaba la relación entre la intensidad de las violaciones de los derechos

humanos y eventos tales como las negociaciones.

El último capítulo presentaba las recomendaciones de la Comisión, entre las que se

encontraba el procesamiento inmediato de los supuestos autores de las violaciones para

terminar con la impunidad.

Unos días antes, Aristide le había enviado una carta al embajador estadounidense

William Swing, en la que reiteraba la posición de su gobierno acerca de la devolución

de los materiales secuestrados al FRAPH y FRAd’H (Fuerzas Armadas de Haití),

durante las tomas de los cuarteles y que fueron transportados fuera de Haití por las

fuerzas militares norteamericanas.

Consideraba que ese material era propiedad haitiana y que había sido sacado del país

sin el consentimiento o el conocimiento del gobierno, y por lo tanto esperaba que lo

retornaran tal como se lo habían llevado, insistiendo que al respecto no había nada para

negociar.

Esos documentos, alrededor de 150000 páginas, fotografías, videos y cassettes

resultaban de vital importancia para llegar a la verdad de lo ocurrido durante la

dictadura y consolidar la ley.

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En los Estados Unidos tanto periodistas como políticos arribaron a la conclusión de

que su país estaba evitando la entrega de información que podía llegar a conectar a

ciertas agencias del Estado con el golpe militar y con las fuerzas paramilitares. Pese a la

gran cantidad de comunicaciones de la embajada de los Estados Unidos en Haití a los

Departamentos de Estado y de Defensa, en los que se informaba que el FRAPH era una

sanguinaria organización ligada a los militares, con el retorno al orden constitucional,

estas agencias estadounidenses, comenzaron a referirse al FRAPH como: “(…) Un

partido político legítimo opuesto a Aristide (…)”.

El diputado John Conyers, en un documento entregado al Capitolio el 2 de enero de

1996 expresaba: “(…) si aceptamos que los documentos pertenecen a Haití y deben ser

devueltos, es absurdo y totalmente inapropiado que los Estados Unidos establezcan

condiciones de su retorno a una nación amiga. Deberíamos hacer todo lo que está en

nuestro poder para facilitar el proceso de desarme y la restauración de los derechos

humanos. Por el contrario, hemos producido una obstrucción internacional de justicia

(…)”.

El documento del diputado estaba basado en el estudio que el congreso

norteamericano concluyó el 12 de diciembre de 1995 donde consideraba que: “(…) bajo

la Ley Internacional, tal como es interpretada por el gobierno de los Estados Unidos,

estos documentos no pertenecieron al ex gobierno militar sino que siempre

pertenecieron al Estado haitiano y su retención por el gobierno de los Estados Unidos

viola los derechos de propiedad de Haití. Además, con la confiscación de los

documentos, los Estados Unidos pudo haber violado los términos del acuerdo del 22 de

diciembre de 1994 entre el gobierno de los Estados Unidos y el gobierno de la

República de Haití, especificando los términos de la misión militar de los Estados

Unidos en Haití (…)”.

El gobierno haitiano tenía la expectativa de obtener la documentación antes de que la

Comisión elaborara el informe final. No fue posible.

Finalmente Aristide lo recibió dos días antes de concluir su mandato. El 17 de

diciembre de 1995 se celebraron elecciones generales. Con la participación de un 30%

de la población, ganó René Preval con el 87,9 % del total.

Para los partidarios del gobierno significaba un gran triunfo, consideraban a Preval

un marassa1 de su líder y por lo tanto la continuidad de su benéfica política a favor del

pueblo.

En una entrevista del periódico en créole Libèrte, el nuevo presidente dijo que su

gobierno centraría su atención en la reducción del alto costo de vida, la

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descentralización de la administración pública, la alfabetización, la reforma agraria y el

establecimiento de estructuras para hacer cumplir la ley.

El 7 de febrero, el presidente Jean-Bertrand Aristide entregó el mando presidencial a

René García Preval. Era la primera vez que un gobierno legítimo sucedía a otro

gobierno elegido por el pueblo.

Preval solicitó seis meses más para la Misión de la ONU en su país. La nueva estaría

formada por 2000 miembros y alrededor de 300 monitores de policía. Quedaba de esa

manera reducida a un tercio de la composición que finalizaba su mandato el 29 de

febrero de 1996. La mayoría del contingente partió al momento de asumir el nuevo

presidente; los Estados Unidos, que contaban con 2400 soldados y varios cientos de

supervisores de policía para cumplir con la promesa de Clinton al Congreso

estadounidense, retiró toda su tropa. Sin embargo, bajo un arreglo bilateral, destacó

luego un reducido grupo de soldados e ingenieros militares. Canadá ofreció estar a la

cabeza de la nueva Misión con 1500 soldados y 300 entrenadores de policía civil,

esperaba la aprobación del Parlamento y el apoyo de al población.

Dos cuestiones vitales para el desarrollo de la democracia debía atender con rapidez

la nueva gestión de gobierno: el desempeño de la nueva policía y su relación con la

República Dominicana.

Desde el retorno de la democracia, la nueva policía tomó día a día nuevas

responsabilidades bajo el monitoreo de la ONU. Su desempeño recibía tanto críticas

como halagos. Se presentaron algunas quejas, tanto de parte de particulares como de

organismos de derechos humanos. Se los acusaba del uso excesivo de la fuerza en

interrogatorios, tiroteos ilegales y respuestas poco adecuadas para controlar multitudes.

Dos miembros fueron suspendidos y entregados al Ministerio de Justicia por incidentes

de esa índole. Otros casos se encontraban bajo investigación, de ahí que el período

Preval planteaba interrogantes. El desarme se había completado pero la fuerza policial

carecía de los instrumentos necesarios para hacer su trabajo. El 16 de enero el Senado

había rechazado la nominación que envió Aristide para Jefe de Policía, de manera que

tocaba a Preval proponer al nuevo Jefe. Los congresistas norteamericanos, disconformes

con la composición de la fuerza policial, intentaron retener cinco millones de dólares

para el programa de entrenamiento. Finalmente decidieron liberar la mitad de lo

acordado para la asistencia.

Una semana antes de finalizar su mandato, Aristide encomendó al canciller

Longchamp que visitará Dominicana con el fin de poner énfasis sobre la necesidad de

cooperación de parte de ese país vecino para impedir que los ex militares golpistas

exiliados allí desestabilizaran la situación política haitiana. También debía ponerlos en

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conocimiento de que la Comisión Verdad y Justicia había preparado una serie de

expedientes que probablemente llevaría a: “(…) que esos ex militares golpistas que

participaron en el Golpe de Estado de 1991 sean citados por la Justicia para que

respondan por esa acción (…)”. Morales Troncoso, canciller dominicano, aclaró que el

ex jefe de policía Michel François, se encontraba en el país con visa de turista y que no

se le había concedido status de exiliado político. Durante esa visita ambas naciones

acordaron formar una comisión mixta para la cooperación mutua, que tuviera la

capacidad de elaborar convenios en diferentes aéreas. Continuando con esta política,

Preval se proponía viajar a Dominicana el 18 de febrero.

Se retomaron las negociaciones entre el gobierno haitiano y las instituciones

financieras internacionales sobre los términos del ajuste estructural y la reanudación del

financiamiento internacional a la Isla. Representantes del Fondo Monetario

Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo viajaron a

Puerto Príncipe. Las discusiones sobre los programas de ajuste estructural se habían

interrumpido en octubre de 1995 porque el gobierno no aceptaba la exigencia de

privatizar nueve empresas estatales. Destino latinoamericano, los haitianos protestaban

ante la posibilidad de ser despojados de su patrimonio nacional. Hubo marchas y

manifestaciones, sin embargo los organismos internacionales insistían en la entrega de

la infraestructura del país a manos privadas a cambio de la supuesta ayuda de cien

millones de dólares.

1Marassa: alma gemela de acuerdo a la religión vudú.

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TRES AÑOS DESPUÉS

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García y Ballester El calor y la humedad impregnaban el aire de ese final de verano en Buenos Aires. En el

sexto piso de un edificio de la calle Libertad, dos hombres mantenían una animada

conversación, mientras un tercero los escuchaba atento.

El teléfono sonó varias veces hasta que, uno de ellos atendió en medio de las

carcajadas que le provocaban los comentarios satirizados del otro.

—CEMIDA1, hable, ¡hola! Che, ¡bajen la voz que escucho muy mal! ¡Hola! —dijo

mientras hacía señas con las manos— ¡Rodolfo Matarollo! ¡Qué gusto hombre! ¿Dónde

estás? Sí, ahora escucho perfectamente, contame. Un segundito que pongo la

conversación en conferencia, así escuchan los amigos aquí presentes, José Luis y Vasco.

—Bueno, entonces repito, les hablo desde Puerto Príncipe, hace unos días que llegué

y me entrevisté con el Ministro de Justicia. Están trabajando en el expediente para la

acusación de los autores de la masacre de Raboteau. Los propuse como expertos.

—¿Qué me decís, José Luis? —preguntó asombrado Horacio Ballester mientras

escuchaba a Matarollo.

—Bueno, creo que tenemos que saber las condiciones y sobre qué base vamos a

trabajar. También en el caso de que se llegue a juicio, si prestaremos declaración como

expertos.

—Les envío todo, muchachos. Tengan la seguridad de que no los convocaría si no

supiera que van a poder con la tarea.

—Esperamos tus noticias, un abrazo —le respondió Horacio Ballester.

Rodolfo Matarollo estaba a cargo de la MICIVIH, había recomendado a los expertos

militares del CEMIDA para determinar si en el caso denominado “La matanza de

Raboteau”, como asimismo en otros hechos, hubo un plan sistemático de extermino.

Cumpliendo con una misión de la ONU, se había encontrado con García, quien había

sido convocado por la orden de los jesuitas de El Salvador para hacer un peritaje en los

sucesos denominados: “La matanza de los jesuitas”.

El juicio terminó con la condena de los militares salvadoreños. Ese trabajo y las

luchas por los derechos humanos en las que habían participado juntos en Buenos Aires,

lo llevó al convencimiento que los miembros del CEMIDA eran los indicados para la

ardua tarea de demostrar que los militares haitianos (al igual que el resto de los militares

de América Latina durante las dictaduras) organizaron un plan sistemático de terrorismo

de Estado.

A la semana siguiente recibían por correo un grueso dossier con toda la información

sobre el caso “Raboteau” y una documentación complementaria que los ayudaría a

ponerse en situación.

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Tres meses después emprendían el viaje a Puerto Príncipe.

—Esto de volar a Miami para ir a Haití nos dice algo, ¿eh, Horacio?

—Ya lo creo, Pepe, pensar que cuando creamos el CEMIDA teníamos la ilusión de

que otros camaradas de armas del continente nos seguirían y hasta ahora sólo logramos

—y en una pequeñísima parte— demostrar que fuimos formados para ser funcionales a

los planes del establishment de los Estados Unidos —contestó Ballester.

—Bueno, la verdad es que al parecer no es poca cosa. De todas maneras, como decía

el viejo Perlingher, la lucha en América Latina recién comienza después de avivarnos

para qué nos habían formado. ¡Menos mal que nosotros nos rebelamos! —contestó

riéndose, no sin un dejo de nostalgia. A su mente acudieron las imágenes de los

fundadores de la institución: Luis Perlingher, Edgardo Leal, entre otros que ya no

vivían.

Mientras charlaban el trayecto les resultó corto. Al transbordar rumbo a Puerto

Príncipe comenzaron sus primeras sorpresas. Eran los únicos pasajeros blancos y con

pullover, centro de atención del resto de los viajeros. Les pareció tan gracioso que no

podían parar de reírse. Esos dos hombres maduros estaban disfrutando el momento

como chicos yendo de campamento.

En Puerto Príncipe los estaba esperando un delegado de la ONU que en un vehículo

de la organización los trasladó hasta el alojamiento.

—Che, ¿te diste cuenta de que este aeropuerto parece más bien una base militar? —

interrogó en voz baja García a su compañero.

—¡Ajá! —le respondió Ballester, mientras observaba las instalaciones despojadas,

sin shoppings ni negocios con productos suntuarios libres de aduana, típicos de los

aeropuertos de las grandes capitales.

El sitio había sido construido por los Estados Unidos cuando pensaba invadir Cuba.

Luego de Bahía de los Cochinos y superada la crisis de los misiles abandonaron el lugar

y quedó tal como lo habían diseñado: poca estructura y una gigantesca pista de

aterrizaje.

Fueron 15 días intensos. Sus primeros pasos, después de entrevistarse con el Ministro

de Justicia fue dedicarse a conocer a los protagonistas: generales y coroneles retirados

que habían revistado en las filas del Ejército cuando Cedras era su comandante. Vivían

en las grandes mansiones de las montañas, donde el clima es más benigno. El poder

económico y los privilegios de clase seguían siendo evidentes.

Los dos argentinos, viejos zorros, supieron aprovechar la idea que circulaba por la

Isla: se iba a reestructurar el Ejército y esos militares creían que se los entrevistaba con

la posibilidad de encabezar el proceso. Con toda picardía no aclaraban el malentendido

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y de esa forma lograban una buena recepción con charlas distendidas de las que podían

obtener valiosos datos para sus informes: la estructura del Ejército, las cadenas de

mando por zonas y por región, y la administración de cada una de ellas, como asimismo

las operaciones de inteligencia y sus archivos.

Se reunieron además con funcionarios civiles que habían participado en la

administración de las fuerzas militares y policiales: intelectuales y defensores de los

derechos humanos.

Una vez que habían juntado el material que les interesaba, se trasladaron a Gonaives,

y de allí a Raboteau. No era la misma barriada de los sucesos de 1994. Si bien se habían

conservado las casas que ostentaban las puertas acribilladas a balazos, las alcantarillas a

cielo abierto habían sido reemplazadas por acequias, la calle principal lucía asfaltada y

un aspecto de digna pobreza embargaba el lugar.

Los vecinos contaron que por la fecha de los hechos el sitio se veía como el pantano

del infierno, para ellos la diferencia era abismal. Cooperaron con todo gusto con los

expertos. Les relataron los días previos a la tragedia y la noche en que Raboteau se

cubrió de sangre.

Los dos argentinos recorrieron la playa y se fueron arrimando al destacamento

militar. Calcularon tiempo y distancia entre el lugar y el amarradero de los botes. Con

todo el material reunido regresaron a Puerto Príncipe. De vuelta frente al Ministro de

Justicia, hicieron una extensa exposición de sus investigaciones. Luego, interrogados

acerca de si volverían para testimoniar en el juicio, respondieron que sí. Estaban

convencidos de que muy difícilmente llegara ese día. Tres jueces de instrucción se

habían excusado. El anterior al actual, después de recibir amenaza tras amenaza, se fugó

a Dominicana. Elaboraron un informe por escrito y se despidieron pensando que tal vez

nunca volverían como expertos. Se equivocaban.

1CEMIDA: Militares para la Democracia de Argentina.

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EL JUICIO

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La brisa sopló fuerte ese año. Arrastró pasto seco por los campos y agitó el agua de las

acequias. Los tiempos políticos eran igualmente turbulentos. Sin embargo, lenta e

inexorable, la hora de la Justicia iba llegando.

La Corte Suprema de Gonaives había reunido todas las pruebas necesarias para llevar

a juicio a más de treinta acusados. Con los testigos dispuestos a declarar, designaron

entonces a los miembros del jurado. Sólo faltaba fijar la fecha de inicio de las sesiones.

Convocados de nuevo, García y Ballester emprendieron el viaje a mediados de

octubre. El recibimiento fue diferente a la primera vez. En el aeropuerto los estaba

esperando un joven con el típico cartel con sus nombres. Sin decir palabra indicó que

los acompañara. Una vez que abandonaron la pista de aterrizaje, caminaron por un largo

pasillo hasta un salón vip donde una robusta mujer de color comenzó a dar órdenes

acerca de los equipajes. A los recién llegados les despertó desconfianza:

—Disculpe señora, ¿pero quién es usted? —preguntó García.

—Una funcionaria del gobierno haitiano.

—¿A dónde nos llevan? —insistió Ballester.

—Afuera hay una camioneta de la policía, los llevarán a un hotel.

—¿Qué hotel?

—Pues no sé —respondió la mujer mostrando poca simpatía por los viajeros.

Con la sospecha ganándoles el ánimo se acercaron a la camioneta. Observaron que el

vehículo no tenía ninguna identificación y que quienes los conducían eran dos hombres

fornidos vestidos de civil.

García tomó coraje y subiéndose al rodado, con voz marcial preguntó:

—¿A dónde vamos?

—Al hotel Las Palmeras —respondió uno de los individuos.

—¿Quién ordenó ese alojamiento? —inquirió Ballester, que no cejaba en sus dudas.

Al mencionar el nombre de la coordinadora del programa, ambos argentinos

respiraron más aliviados, aunque sus rostros no dejaban traslucir ningún sentimiento.

Esa noche durmieron mal. La tensión de todos los que los rodeaban se les contagió.

Mostraban rostros parcos y pocas palabras.

Al día siguiente, custodiados por dos jeeps con soldados que portaban armas largas,

partieron para Gonaives. Llegaron a las seis de la tarde. Cansados y muertos de hambre.

Pero como los alojaron en un hotel que estaba destinado sólo para los testigos, no estaba

habilitado el restaurante. De todas maneras no hubieran aceptado comida alguna,

sentían demasiados reparos. García sacó de su bolso un paquete de galletitas sin sal que

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había traído de Buenos Aires y dos botellitas de champagne que guardaron de la vianda

que les sirvieron en el avión. Fue todo lo que comieron ese día.

El lugar había sido alquilado por la parte querellante y estaba muy apartado, no se

veía edificación alguna en los alrededores. En el sitio se hallaban ellos y dos abogados

con los que se cruzaron brevemente. El silencio y la soledad eran abrumadores. Se

amoldaron a las circunstancias. García, apelando al humor, satirizaba la situación.

Ballester se dedicó a hacer control mental.

El día 20 de octubre fueron llevados al tribunal para declarar.

Gonaives tiene un peso único en la historia de Haití. De allí salió el primer grito de

libertad y su población tuvo siempre un especial apego a ella.

Respetando ese sentimiento, el Superior Tribunal dispuso que el juicio fuera público

en el cabal sentido del término. No existía en toda la comarca una dependencia con

dimensiones suficientes para que el pueblo pudiera seguir de cerca las alternativas del

juicio. Decidieron entonces armar una gigantesca carpa con los laterales abiertos.

Alfombraron el piso y en tarimas especiales se colocaron los estrados.

García y Ballester se encontraron con otros argentinos: el Equipo de Antropología

Forense. Ellos también habían sido convocados como expertos.

Todos los habitantes quisieron testificar, aunque había algunos que para el tribunal

revestían especial interés, como Amios Metayer.

El calor era intenso y las caras amenazantes de los acusados agregaban tensión al

ambiente. Sin embargo, ningún testigo se amedrentó.

Cuando le tocó el turno a los argentinos, estos se aseguraron de que además de la

traductora puesta por el gobierno haitiano, estuviera presente una de la ONU, habían

tenido una mala experiencia en la visita anterior cuando dieron su informe al Ministro

de Justicia. Ahora la situación no dejaba margen para enmiendas posteriores.

Expusieron detalladamente qué significaba la Doctrina de la Seguridad Nacional en

la que se formaron todos los militares de América Latina a través de la Escuela para las

Américas en West Point y cómo los militares habían organizado en Haití un plan

sistemático de terror a cargo del Estado. Describieron el organigrama de

responsabilidades y su funcionamiento en el destacamento militar de Gonaives.

Ni bien terminaron sus testimonios, los encargados de trasladarlos, les informaron

que se pondrían en marcha de regreso a Puerto Príncipe. Por razones de seguridad,

debían evitar que las sombras del atardecer los encontraran en el camino.

A poco andar se pinchó una goma. En la angosta ruta en la que estaban detenidos no

pasaba nadie. Dos horas, después la inquietud los tenía a todos a su merced. Ballester se

dijo a sí mismo que alterarse no tenía sentido, mejor se ponía a hacer control mental. Le

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dio resultado. Una hora más tarde pasó un viajero quien se detuvo al ver las señas

desesperadas que le hacían todos los ocupantes del vehículo. Le contaron el accidente y

lograron que fuera a avisar a Gonaives de lo ocurrido. Cuando consiguieron solucionar

el problema, el sol caía en el horizonte. Llegaron a Puerto Príncipe con noche cerrada.

Los dejaron en la puerta del hotel y de allí en más, ellos deberían arreglárselas solos.

De inmediato notaron dos cuestiones que les devolvieron las aprehensiones.

El lugar era apartado y les tenían reservadas habitaciones individuales.

—Mirá Tito, no sé que pensás vos, pero esto no es muy seguro. Creo que debemos

pedir una habitación para los dos.

—Tenés razón, Pepe —contestó Ballester y pasó a hacer la solicitud.

La sorpresa, al ingresar más tarde a la habitación, les hizo dar un respingo primero y

luego reírse a carcajadas. Como solicitaron una habitación única, les juntaron las camas

gemelas. Tendiéndoles las sábanas como si fuera un lecho matrimonial. Llamaron al

conserje y aclararon que querían camas separadas, en medio de un ataque de risa. La

situación les dio una excusa para liberar tensiones. Desde que habían llegado todo había

sido tan enredado que Ballester no tenía dudas: lo mejor era hacer control mental. Debía

despejar las malas ondas. Después todo marchó sobre rieles. Tres días más tarde

regresaban a Buenos Aires esperando el resultado del juicio que duraría unas semanas

más.

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LA SENTENCIA

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El 16 de noviembre de 2000 la Corte Judicial de Gonaives tenía su veredicto.

Escucharon a lo largo de casi un mes los testimonios de los sobrevivientes de la

tragedia, a los expertos internacionales y los descargos de los acusados: arribaron a un

fallo.

El pueblo entero rodeaba la carpa, esperaban que el presidente del jurado leyera las

sentencias.

En ese momento la brisa se aquietó. Un silencio rotundo invadió la escena, nada se

movía, ese instante parecía contener la eternidad.

Con voz grave, firme, con un tono bien alto, para que todos pudieran escuchar,

comenzó a nombrar a los imputados, siguiendo el orden de las jerarquías militares y los

cargos por los que fueron acusados.

Culpables de asesinatos premeditados y homicidios voluntarios in absentia

(ausencia) fueron condenados a trabajos forzados de por vida los tres líderes de la

dictadura militar: Raoul Cedras, Philippe Biamby y Joseph Michel François, así como

también el resto del alto mando y los dos cabecillas más importante de la organización

paramilitar del FRADH, Emmanuel Constant y Louis Jodel Chamblain, al igual que el

personal militar y paramilitar con base en Gonaives durante la dictadura. 37 individuos

que de presentarse en Haití o ser capturados en el Exterior tenían derecho a un nuevo

juicio, pero entre tanto estarían trabajando muy rudo de sol a sol.

Fue acusado de asociación ilícita, asesinato, heridas, golpes voluntarios, pillaje,

degradación y daños a bienes, Charles Theomat. Su sentencia: trabajo duro de por vida.

Fue acusado de asociación ilícita, cómplice de asesinato, intento de asesinato,

heridas, golpes voluntarios, arrestos ilegales y secuestros o detención de personas

seguida de torturas corporales, Orlando Tina, alias Fredi. Su sentencia: seis años de

prisión.

La voz del magistrado seguía leyendo los cargos, el nombre de los acusados y sus

sentencias. Amios Metayer, al igual que el resto, escuchaba con religiosa atención hasta

que un alias lo sobresaltó: Jean Pierre. Comprendió entonces que aquel policía que lo

había amenazado también estaba siendo condenado.

Un sentimiento de intensa paz lo invadió. ¡Por fin podría andar tranquilo por las

calles! ¡Nadie más lo amenazaría sin consecuencias!

“¡Legba es grande! ¡Ahhh! El padrecito Títit hizo justicia, ¡amén!”, pensó lleno de

gozosa felicidad, mientras apretaba arrobado la mano de su esposa.

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Su oración de gracias era oportuna. Tiempo después, uno de los reos, refugiado en

los Estados Unidos, ganó el Gran Tazón1. Su codicia lo traicionó. Fue a cobrar el

premio de tres millones de dólares personalmente. Entonces lo detuvieron.

Los ojos de Papaloa Octave brillaron como carbones encendidos.

—¡Legba es grande! —murmuró mientras tenía la visión de los sucesos.

1Gran Tazón: lotería de los Estados Unidos.

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MAR AZUL

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Octubre de 2001 Graciela dormitaba en la playa. Su cuerpo tendido boca abajo al borde del mar, era

rozado por las olas que se deshacían en la orilla.

Comenzaba un merecido descanso después de escribir sin pausa una historia que le

pareció dictada por una voz imperativa susurrándole a los oídos.

Edith Despouy caminaba por la arena húmeda charlando animadamente con Roberto.

Levantó la cabeza y murmuró:

—¡Qué raro!

Una mujer vestida con una túnica de tono neutro estaba parada al lado de Graciela y

la miraba sonriendo.

Edith pestañeó encandilada por la luz solar. Volvió a mirar colocando una mano

sobre su frente a modo de visera.

“Desapareció. Debió ser mi imaginación. El reflejo me jugó una mala pasada”,

pensó.

—¡Roberto! Por favor, alcánzame el sombrero. El sol está muy fuerte —dijo en voz

alta.

El mar se veía muy azul. La brisa soplaba suave. Graciela durmiendo en la playa

soñaba con una isla verde como una esmeralda, donde en el cielo muy azul el sol

brillaba intensamente.

Hasta que todo volviera a comenzar.