la necesidad de trascender

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TÍTULO

LA NECESIDAD DE TRASCENDER

DERECHOS RESERVADOS

MONCAYO VARÍAS, Enrique Eliseo

CORRECCIÓN DE ESTILO

VEGA REQUEJO, Stanley

CARÁTULA Y DIBUJOS INTERNOS

CAMPOS BALAREZO, Jorge

1ª ed., Abril 2016

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca

Nacional del Perú Nº 2014-19476

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ÍNDICE

DEDICATORIA

INTRODUCCIÓN

I El exilio II De descartable a destacado III De ayudante del ayudante a principal IV ¡Si no nos convences, nos salimos! V Los grandes escudos VI El gran crimen que cometí VII Los diablillos VIII La gran promesa

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Dedicado a Luz

mi esposa, a

mis hijos

Camila y Oscar.

A todas las

personas que se

esfuerzan por

alcanzar la

trascendencia.

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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INTRODUCCIÓN

Existen muchas necesidades esenciales y

vitales en cada uno de los individuos:

alimentarse, vestirse, aparearse, protegerse.

Trascender en la vida es una necesidad

importante pues permite demostrar que cada

uno de nosotros puede dejar en este mundo

una huella imborrable, impronta que sin duda

será recordada por aquellos que siguen el

sendero del éxito.

Reúno ocho relatos en que narro diversas

experiencias y recreo variados escenarios por

donde anduve, tomando como base mis

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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vivencias personales. Es el testimonio de un

hombre que en su afán de superación atraviesa

por innumerables situaciones y que gracias a

su perseverancia supera las dificultades

halladas en su tránsito y logra convertirse en un

profesional.

Intento humildemente promover una

constante motivación para aquellas personas

que deseosos de superación no desmayan en

cristalizar sus metas trazadas.

El autor.

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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Sentado en una de las bancas centrales

de la acogedora plaza de armas de la tierra que

ha sido y será la cuna de los ronderos, emergía

de mi espíritu la mayor y más profunda alegría.

Por un lado evocaba mis andanzas, aquellas

que cuando era un joven impetuoso,

enamoradizo, juguetón, pletórico de energía,

realizaba. Por otro, el haber cumplido una

promesa que hasta ese momento había

tardado veinte años en hacerla realidad, y que

fue -y es todavía- uno de los prodigiosos

sueños que el universo me ha permitido

cristalizar. Promesa que en el camino me

había impuesto con el propósito de trascender

personal y profesionalmente.

Esta historia empezó así, hace muchos años…

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Cuando cursaba el quinto de secundaria

en la escuela pública de la ciudad evocadora,

mi tierra natal, me atrajo el curso de Biología.

No era para menos. El año anterior había

obtenido un excelente puntaje. Todo ello

obviamente eran los méritos de mi sabia

maestra. Ella trasmitía una proverbial dulzura al

instante de enseñar y trasmitir los

conocimientos. Me convirtió en su pupilo

indoblegable, un amante de aquella magnífica

e iluminadora disciplina científica. Tuve la

certeza que por fin hallaba mi derrotero, mi

futura carrera profesional.

Me atreví incluso a pensar el lugar

donde estudiaría. Sería en Trujillo, ciudad

impecable y primaveral. Postularía a la

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Universidad Nacional que lleva su mismo

nombre, reconocida por brindar la mejor

formación en el área de ciencias. Presumí que

era mi destino, justo y luminoso. No

descansaría hasta convertirme en un gran

biólogo.

Por lo demás, mi hermana Laura, una de

las más cariñosas, residía en esa ciudad. Las

circunstancias me favorecían. Entusiasmado,

decidí contarle a mi madre este anhelo.

–Si te portas bien, desde luego que te

envío –me repitió durante todo el año, a

manera de almibarada amenaza y cada vez

que mostraba un díscolo comportamiento.

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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Por entonces, mi padre sufría de

diabetes y había adquirido una malhadada

costumbre: insultarme o pegarme con lo que

hallaba a su alcance.

A fines de aquel año, él me envío a

comprar una cajetilla de cigarrillos. La tienda no

estaba lejos. Distaban cinco cuadras desde

nuestra casa. Para que me apurara siempre

escupía en el piso y decía:

–¡Si se seca te reviento!

Para mi padre las órdenes se cumplían

marcialmente. Sin dudas ni murmuraciones. Y

como ya estaba hastiado de sus exabruptos me

demoré más de lo razonable.

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Al llegar observé su desaforado enojo. Y

ni bien estuve cerca me ametralló con insultos.

No satisfecho de hacer uso de frases hirientes

cogió un palo y trató de estamparlo en mi

cuerpo. Le agarré del brazo y forcejeamos

hasta que mis hermanos aparecieron y nos

separaron.

A consecuencia de ese altercado, mi

padre sufrió un coma diabético. Tuvieron que

llevarlo de emergencia al hospital. Mis

hermanos mayores no tardaron en

amenazarme:

–¡Si muere nuestro padre, te matamos!

Sus dedos los sentía en mis narices,

atemorizantes. Tenían los rostros encendidos.

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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Gracias a Dios no fui sacrificado. Mi

padre salió del coma. Sin embargo, el

problema continuaba. Pero ya en menor

intensidad. Evité encuentros conflictivos. Cada

vez que hubo la posibilidad de prender la

hostilidad salía de casa. Me sentaba por horas

en una huaca ubicada a siete cuadras de la

casa. Por ello mis amigos del barrio me

apodaron sin misericordia “El loco huaca”.

El conflicto con mi padre cambió mi vida.

Era un tema latente. Motivó a que mis

hermanos decidieran alejarme de él.

Obviamente quería evitar un problema mayor.

La salud de nuestro progenitor corría riesgo.

Tampoco compartían la idea que fuera a

estudiar en Trujillo. Cada fin de semana

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regresaría a casa. Era una ciudad cercana. A

tres horas en bus.

En junta de hermanos, dieciséis, de los

dieciocho que vieron la luz, habían acordado

enviarme a Chota, cuna de los ronderos,

pujante provincia de Cajamarca. Allí podría

estudiar una carrera profesional. Ni siquiera me

consultaron. De manera que cierto día cuando

ingresaba a mi casa, uno de mis hermanos me

abordó:

–Hermano, deseo conversar contigo.

–Claro, tú dirás –le respondí.

–Entremos al cuarto de nuestra mamá.

Ingresamos. Allí estaban los demás,

sentados en círculo, como si me fuesen a

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juzgar por un crimen de lesa humanidad. Me

ubicaron en una silla que habían dispuesto

para apreciar al tribunal. Tito, el mayor, dijo:

–Mira hermano, deseamos lo mejor para

ti. Por eso José María desea llevarte a Chota,

para que estudies una carrera profesional.

–¿Chota? ¿Dónde queda ese lugar?

Se esforzaron por explicarme con lujo de

detalles las bondades del lugar, pero mi mente

estaba en Trujillo. De tanta insistencia y

sabiendo que no podía lograr revertir tal

decisión opté por pensar inteligentemente y

pactar con ellos. Convenimos en que si no

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ingresaba a la universidad de tal ciudad (no

sabía que solo existía un instituto pedagógico)

regresaría a postular en Trujillo.

En el mes de enero del siguiente año

enrumbé a la desconocida y misteriosa ciudad.

Fue entonces que conocí a una guapa mujer.

Desde un primer momento me impresionó.

Digamos que nació un amor a primera vista.

Sus padres tenían un pequeño negocio.

Con el pretexto de comprar algo aproveché

para frecuentarla y tener mis primeros

encuentros amorosos. De este modo fue

cambiando mis perspectivas. Decidí entonces

postular e ingresar en el único centro de

estudios superiores que existía en la ciudad, el

Instituto Superior Pedagógico “Nuestra Señora

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de Chota” que por cierto siempre ha sido

considerado como uno de los mejores en el

Perú. Pero ser profesor nunca pasó por mi

mente. Pero como dicen, “el fin justifica los

medios”.

Comencé a prepararme con tal

convicción que en mi perspectiva no existía el

“no ingresé”. Tenía que logarlo a toda costa,

contra viento y marea.

Al momento de comprar mi carpeta de

postulante solo existían tres opciones:

Educación Inicial, Educación Primaria y

Educación Física. Hubiera deseado estudiar

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Biología y Química, especialidad relacionada

con lo que siempre me agradó. Pero nada. Con

desánimo opté por la carrera de profesor de

Educación Física.

Pasé mis exámenes físicos con la mayor

soltura y en el examen escrito ocupé el quinto

lugar. Algo curioso. Ya tenía un motivo para

quedarme: el amor.

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Alimentado por los sublimes momentos

que me brindaba el amor e inundaba todo mi

ser, asistí a las clases del instituto. Pero no le

prestaba mucho interés a las diferentes

actividades pedagógicas propuestas por los

docentes. Estaba más preocupado por resolver

los conflictos con mi flamante pareja. Tratar de

comprenderla. Empecé a sentir que a mi

enamorada la habían contratado para hacerme

la vida imposible.

Ambos aspectos me ayudaron a ser un

estudiante irresponsable. No estudiaba ni

cumplía con las tareas. Me expulsaban del aula

a causa de mis pesadas bromas y como

consecuencia, desaprobé en el primer ciclo tres

cursos. En el segundo uno, y dos en el tercero.

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En tan poco tiempo tenía un récord de seis

cursos. ¡Qué tal mérito!

Casi al final del tercer ciclo, el profesor de

Teorías de la Educación planteó un trabajo en

equipo e invitó a que cada coordinador forme

su grupo y presente la nómina de sus

integrantes. Al ser yo un modelo de alumno

indisciplinado nadie deseó integrarme a su

equipo. Y no era la primera vez. De todos

modos pasé de grupo en grupo pero nada. Los

alumnos del penúltimo equipo me dijeron que

ya estaban completos. Isadora era mi última

esperanza, una gran amiga, las más destacada

en el aula. Inteligente, responsable,

preocupada y que gracias a ello le habían

otorgado la banda de coordinadora de su

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grupo. Ella se hallaba ubicada cerca a la

pizarra, a un costado de la ventana. Me

acerqué por detrás y le golpeé su hombro:

–Isidora, ingrésame a tu grupo por favor.

Tú eres mi salvación.

–Sabes, basura, no te quiero en mi

grupo –replicó.

Me pareció uno de aquellos golpes al

alma de los que habla Vallejo. Un tremendo

puñetazo que me arrojó hacia el piso. E incluso

sentí que mi propia alma tenía los huesos

rotos. Saqué fuerzas de flaqueza e insistí.

–Pero por qué me agredes, Isidora.

–Porque eres basura. No estudias, no

sabes, eres un vago.

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Estas elogiosas palabras magullaron mi

orgullo.

–Amiga, no es lo que parece. Ser

maestro no me agrada. No es lo mío. No soy

vago ni bruto.

–Entonces, ¿por qué pierdes tu tiempo?

¿Por qué no te retiras? ¡Estás haciéndole un

daño a la educación, a la sociedad!

–Mira Isidora, te voy a demostrar que

estás equivocada y te prometo que llegará el

día en que verás lo que en verdad valgo. Que

en realidad soy más inteligente de lo que jamás

imaginaste.

–Ojala esté viva para poder ver ese

milagro, aunque dudo que pueda cumplirse.

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Ese día terminé haciendo y exponiendo

mi trabajo solo.

A partir de ese incidente sufrí una

transustanciación que me marcó con fuego.

Una huella imborrable quedó tatuada en mí. En

esta nueva faceta de estudiante surgió una

historia azarosa, relumbrante.

Al empezar el cuarto ciclo cambié la

ubicación de mi asiento en el aula. De

sentarme al final, con el perverso propósito de

fastidiar a los maestros y compañeros, me situé

en las carpetas de adelante con la firme

decisión de escuchar con atención a los

maestros y refutar con argumentos a mis

compañeros. Me volví un lector compulsivo.

Desarrollé la gran habilidad de comprender los

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textos con el simple hecho de darle una sola

lectura. Exponía con mayor fluidez y

coherencia. Respondía pertinentemente toda

interrogante formulada por los docentes y

condiscípulos. Mis exámenes no bajaban de

dieciocho de nota. Fue tan brusco el cambio

que los docentes, incrédulos de mi capacidad

cognitiva, se ubicaban cerca de mi carpeta al

momento de rendir los exámenes. Pensaban

que para obtener notas destacadas plagiaba.

Los comentarios en la sala de profesores no

cesaban.

–¿Qué mosquito le habrá picado? ¿Han

visto el cambio? ¿No le habrán hecho brujería?

Los coordinadores de equipo empezaron

a mirarme de otra manera. Me invitaban a

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formar parte de sus grupos de estudio. Empecé

a elegir el equipo con el que deseaba trabajar.

Cuando llegó el quinto ciclo, era ya un

alumno destacado. Gracias a ese mérito me

convertí en coordinador. Mi mentor y gran

maestro de carrera, Víctor, cariñosamente

llamado “Vitucho”, se había convertido casi en

mi padre. Seguía de cerca mis cambios.

Siempre resaltaba mis virtudes como

estudiante modelo. Y es que cada vez que

lanzaba al aire una pregunta la terminaba

respondiendo yo. Constantemente decía:

–No sé si él lee mucho, o tiene una gran

memoria.

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Me encantaba que mi maestro me

pusiera como ejemplo, aunque claro, algunos

de mis compañeros trataban de ofenderme

tildándome de sobón. Nunca entendí aquella

actitud. Lo único que hacía era responder las

interrogantes que nadie quería o no podía

resolver. Más cólera e impotencia les

provocaba cuando el profesor pedía a cualquier

compañero que diga un número para tomarle a

aquel o aquella alumna el tradicional y famoso

examen oral. Como todos mis discentes sabían

mi número de orden, a propósito lo

mencionaban, para salir al frente y responder

las interrogantes. El maestro convencido de mi

capacidad solemne decía:

–Allí nomás. Tú sabes las respuestas.

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Y la pica se difundía por los poros de los

compañeros.

En el séptimo ciclo había consolidado mi

posición en el aula, siendo un referente

principal. Como coordinador intentaba

conformar el mejor grupo humano. La

excepción era mi mejor amigo Gato Balta.

Todos lo querían fuera del equipo. Sin

embargo, lo defendí a capa y espada. Su

función en los trabajos se limitaba a traer los

sanguchitos de pavo y el cuarto de ciento de

papel bond. Nunca se sentaba a trabajar. Todo

lo contrario. Se quedaba a ver televisión en su

casa. Lo más curioso, es que hoy en día, Gato

Balta tiene un Doctorado en Educación. ¿Habrá

hecho lo mismo estos últimos años?

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Con el paso de los ciclos, Isidora

empezó a bajar su rendimiento académico.

Resulta que se había enamorado de un tipo

comprometido. Vivía constantemente

enfrentándose a la esposa de aquél. Y por

último, la furiosa y adolorida mujer la amenazó

con acusarla ante las altas autoridades del

Instituto. Esto implicaba que las propias monjas

podían expulsarla de manera definitiva.

Cuando llevamos el curso de

Tecnologías Educativas III, prerrequisito para el

siguiente curso del mismo nombre, el profesor

Galvecino nos dio la última tarea, un tema que

habría de ser investigado y expuesto. Además,

tenía un gran peso en el puntaje acumulativo

para el promedio final del curso. Isidora tenía

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muy bajas notas en este curso. Es por ello que

el profesor se le acercó y manifestó que la

única forma de aprobar la asignatura era con

una buena nota en esa nueva tarea. Ella nos

quedó mirando. Desde luego pensó que

nuestro grupo era su salvación.

Nosotros estábamos cerca a la pizarra, a

un costado de las ventanas cuando sentí un

golpe en el hombro y descubrí cerca de mí el

rostro preocupado de Isidora.

–Amigo, necesito aprobar este curso y el

profesor me ha dicho que solo lo lograré si

hago una buena exposición. Tu equipo es el

mejor. Inclúyeme, por favor.

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En ese momento me acordé de una

escena similar, cuando estábamos cursando el

tercer ciclo, aquella vez en que le pedí que por

favor me incorporara a su equipo y ella me dijo

que en su equipo no quería basuras. Entonces

le respondí.

–En mi grupo no queremos basura. Tú

no estudias, no sabes, eres una vaga.

–¿Por qué me dices ello? –me respondió

sorprendida.

-Porque eres basura. No estudias ni

sabes. Eres una vaga. Pierdes tu tiempo. ¿Por

qué no te retiras? Estás haciéndole un daño a

la educación, a la sociedad.

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Me di cuenta que jamás había olvidado

su ofensa.

–Amigo, te desconozco, ¿por qué me

dices eso? –replicó sin salir de su sorpresa.

–¿No te acuerdas cuando tú me dijiste

eso hace tiempo? Aquella época cuando para ti

era un estudiante mediocre. Esa vez te prometí

que cambiaría y te demostraría que no era lo

que pensabas. Hoy, gracias a Dios veo

cristalizada mi promesa. Me siento más aliviado

por sacarme un gran peso de encima y

demostrarte lo contrario.

Isidora, con el rostro apenado se dio

vuelta y dio tres pasos. En ese momento le jalé

de su brazo y ella volteó, cabizbaja.

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–Mira, hermana, conozco de los

problemas que te aquejan últimamente y que

ha sido la causa de este gran bajón en tus

estudios. Tú eres una persona muy inteligente.

No eres lo que te he dicho. Discúlpame por

hacerte recordar tus propias palabras.

Simplemente quiero que recapacites y vuelvas

a ser la misma de antes.

Tomé un poco más de aire y proseguí.

–Alguien te puso en mi camino para que

seas la persona que me haga entender mi mal

comportamiento. Te agradezco, pues. Gracias

a ti ahora soy como soy. Por ello viviré

eternamente agradecido. Desde luego que te

apoyaré para que apruebes el curso.

Bienvenida a nuestro equipo.

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Isidora se quedó mirándome. Por lo visto

no recodaba nada. Ni bien se integró al grupo

le exigí a cada integrante desarrollar el mejor

trabajo. Lo logramos y por lo consiguiente ella

aprobó el curso. Sin embargo, Isidora no logró

resolver su problema sentimental y no pudo

seguir estudiando el siguiente ciclo.

A partir de ese momento comprendí que

el estudio y la responsabilidad sería mi mejor

arma para alcanzar mis metas a pesar de los

obstáculos y superarme como persona y como

profesional, actitud positiva que mantengo y

que me ha servido para asumir y emprender

nuevos y dificultosos retos en la vida.

Entendí que el cambio puede ser motivado

por alguien pero es impulsado por uno mismo.

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Es así como terminé mis estudios con

altas calificaciones. La mayoría de mis

compañeros me decían que por poco y

ocupaba el primer puesto en el aula. No lo hice

por los cursos desaprobados en los primeros

ciclos. Pero eso nunca me importó. Me bastaba

con ser el orgullo de mi excelente maestro. La

estima hasta hoy se mantiene.

Lo que sí me costaron tiempo fueron los

cursos jalados en los primeros ciclos. Tuve que

llevarlos en las vacaciones de verano. Uno a

uno tuve que aprobar. Así pude nivelar mis

estudios y concluir mi carrera en el tiempo

dado. Ahora estoy en mi edad de oro…

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Después de diez años de intentar ser un

profesional competitivo en las grandes ligas de

entrenadores locales y nacionales me di cuenta

que no era lo mío. Durante todo ese tiempo

llevaba a cuestas muchos fracasos.

Comencé a leer el contexto. Entonces

me percaté que existían muy pocos maestros

de mi área dedicados a estudiar e investigar la

didáctica en la Educación Física, materia en la

que destacaba cuando era estudiante.

Con muchas ganas y ahínco empecé a

investigar y practicar nuevas propuestas

pedagógicas en los procesos de aprendizaje

con mis estudiantes del nivel secundario.

Comprobé desde un primer instante que

aquello era lo que me agradaba y sin duda

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significaba el norte magnético a seguir. Me

decía: vas a ser especialista en didáctica y

planificación. Yo lo vaticinaba como si me

estuviera viendo en el ojo de Thundera, de los

famosos dibujos animados ThunderCats. Solo

era cuestión de seguir con rigor y dedicación, y

esperar la oportunidad para explotar

intelectualmente.

Luego de dos años de investigación, una

institución de Lima me invitó a formar parte de

su equipo de capacitadores, que se presentaba

ante el Ministerio de Educación para participar

en un concurso para el Programa Nacional

Nueva Secundaria, cuya finalidad era capacitar

a los docentes de varias regiones en el Perú.

Esta institución se presentó para la región de

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Lambayeque y Tumbes. Todo el equipo nos

preparamos para rendir el examen, que era

obligatorio aprobar para poder ejercer la

función de capacitador. Por otro lado, la

institución tenía que ganar la buena pro con su

mejor propuesta económica y pedagógica.

Llegó el examen y muy tranquilo procedí

a resolverlo. Curioso fue que al terminar me

hallé con un docente de mi equipo. Lo noté

preocupado. Me resultó extraño pues él fue

quien nos había preparado. Luego me enteré

que no logró aprobar el examen.

Yo pertenecía al equipo que postulaba a

Lambayeque. La institución no logró ganar la

pro en esta región pero sí había logrado ganar

en Tumbes. Para mi suerte, los candidatos a

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capacitar en Tumbes no habían aprobado el

examen y yo sí en la mía. El Ministerio de

Educación me permitió trabajar como invitado

en Tumbes. Luego de ser capacitado en

Chiclayo enrumbé a la tierra de los manglares,

a mi nuevo y prometedor destino.

Viajé pues a Puyango, distrito del

departamento fronterizo, lugar donde se

ubicaba la oficina de la institución capacitadora.

Todo el equipo nos reunimos con el propósito

de planificar las rutas de capacitación.

Cierto día, sentado frente a la mesa de

trabajo, el coordinador, en su afán de

diagnosticar la capacidad de su equipo,

comenzó a realizar algunas preguntas sobre

los temas que se tratarían en los primeros días

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de capacitación. Por mi parte, previamente ya

había leído todos los temas, materia de la

capacitación.

–¿Qué son capacidades? –preguntó y

señalando con su dedo me dijo– ¿Qué dices

tú?

Supuse que desconfiaba de mí. Todo

porque era docente de Educación Física.

Resulta que muchos tienen la errónea idea que

es una especialidad menor, la última rueda del

coche. Sin embargo olvidan que la Educación

Física es vida, el mayor bien jurídico y derecho

humano.

Le respondí en forma jocosa. Me esmeré

en que el concepto relacionado a ese tema sea

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entendido por mis colegas. Pero eso no bastó

porque el coordinador al momento de formar

los equipos me dio la función de ser el

ayudante de la ayudante. O sea que mi trabajo

consistiría en apoyar a la expositora principal.

Cargar y entregar los papelotes, plumones y

demás cosas.

Llegó el primer día de capacitación.

Afortunadamente a nuestro equipo le tocó la

Institución Educativa más problemática, aquella

que se había preparado con exclusividad para

tumbarse a cualquier capacitador que se le

ponga al frente, costumbre inveterada que es

necesario erradicar.

Mis colegas capacitadoras,

experimentadas en procesos de capacitación

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en anteriores programas del Ministerio de

Educación, habían preparado la famosa bolsita

ecológica (un papel sábana doblado y pegado

por los costados y adornados con florecitas de

distintos colores). Procedieron a pegarla a un

costado de la pizarra. A todos los presentes les

pareció muy cursi. Eran del nivel secundario y

al parecer no les gustó que los trataran, según

su percepción, como a niños de inicial.

La expositora empezó la jornada

saludando a todos y luego procedió a explicar

su tema.

De pronto, un profesor interrumpe la

exposición y pide que le responda una

pregunta (desde luego que él sabía la

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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respuesta pero se notó que su intensión era

probar a la docente).

Ella, muy sagaz, respondió

cómodamente.

Pero su respuesta a nadie le agradó y

comenzó la avalancha. Dijeron que su

respuesta no les convencía y que era de otra

manera y que cómo era posible que dijera

aquello, que era impertinente y que por aquí y

por allá.

La colega expositora se puso muy

nerviosa. La agresividad de los participantes

flotaba en la atmósfera. Ella decidió continuar

desarrollando las ideas propuestas en la ruta

de trabajo, sin embargo la abordaban

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insistentes, con otra pregunta y al tratar de

responder se le adelantaban con la respuesta.

La capacitación se tornó inviable. El aula era un

caos. Puro bulla. Pobre expositora. Deseaba

que la tierra le tragase.

El coordinador, observando desde la

puerta del aula y señalando con sus pulgares

hacia abajo mostraba su total disconformidad

con el trabajo que estábamos realizando.

Yo seguía sentado, impertérrito, al lado

del pupitre, muy cómodamente observando

cómo maltrataban de manera injusta a la

colega. Ella, vacilante se acercó y le pidió a la

ayudante principal que continúe con la charla.

Esta última, en un principio se resistió, pero

como si la hubieran empujado por una fuerza

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mayor a su voluntad, fue a parar en el centro

del ruedo, enfrentando a las fieras sedientas de

sangre capacitadora.

Procedió a exponer y de igual manera,

se repitieron las escenas abrasantes.

Preguntas con trampa. La asistente principal,

muy nerviosa, respondía. Pero igual. No se

salvó de los palos. Arrastrándose por el piso,

con el alma hecha tirones, abollada de tanta

paliza inquisitiva y necia, me pidió auxilio y

ordenó trémula:

–Te toca.

–Mi labor es entregar papelotes y

plumones.

–No amigo, es tu hora, te toca, enfrenta

a la bestia de siete cabezas –insistió.

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Procedí a ubicarme al centro del aula,

con firmeza y voz fuerte saludé.

–Buenos días colegas. Mi nombre es

Enrique y voy a tratar el siguiente tema.

Un profesor levantó la mano y queriendo

hacer la misma jugada tramposa realizó una

pregunta.

–Muy interesante su pregunta. Guárdela.

Ya le responderé en su debido momento.

Permítame primero explicar el tema para luego

poder discutir los hechos. De esta manera

discerniremos sobre todas las interrogantes

que puedan hacer.

Diserté con solvencia. Usando verbo

pertinente y dando luces sobre el tema de los

valores, que era un eje temático de la famosa

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

49

emergencia educativa de ese año. Los

profesores interesados en el tema realizaron

preguntas y uno por uno los iba peinando. Les

ponía sus lacitos en la cabeza y los dejaba

quietecitos en cada una de sus sillas. Un

silencio aprobatorio de aquellos que revelaban

la atención e interés me llevaron a la

conclusión que ese día dominé con solvencia a

la respetable asistencia.

Nuestro coordinador, quien observaba

todo mi desenvolvimiento, cambió rápidamente

de actitud y levantó los pulgares hacia arriba,

en señal de satisfacción y aprobación del

trabajo desplegado.

Terminó mi exposición y con la

satisfacción del deber cumplido, me tomé la

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50

licencia de formular la siguiente interrogante:

¿Hay más preguntas? Bueno, como no las hay,

muchas gracias a todos y no se olviden que

mañana hay tres funciones más. Todos

contentos y felices se retiraron del aula.

Al salir me abordó y me preguntó:

–¿Has trabajado como vendedor de

libros alguna vez?

–No, nunca –le respondí.

–¿Y cómo encantador de serpientes? –

vuelve a interrogarme.

Medito.

A partir de esa experiencia comprendí

que tenía habilidades para desarrollar esta

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

51

función, y que esta era mi verdadera vocación:

ser maestro de maestros.

Mi coordinador, gracias a esa heroica

acción, por salvar aquel barco que estuvo a

punto de encallar, me ascendió en mis

funciones. Me convertí en uno de los

principales capacitadores y cada vez que me

asignaba un colegio, me enviaba con mis

ayudantes.

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

52

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

53

Me convertí en un experto veterano.

Nunca lo había pensado. Participé en varios

programas de capacitación organizado por el

Ministerio de Educación. Poco a poco fui

ganando más experiencia. El hecho de

compartir con otros maestros capacitadores me

proporcionó bagaje.

Había adquirido pues un importante

currículo, fruto de mi esfuerzo. Además de

compartir experiencias con aquellos maestros

que habían capacitado en todo el norte del

Perú, no dejaba de estudiar e investigar.

Durante ese tiempo noté que los

maestros que participaban en los programas de

capacitación propuestos por el Ministerio de

Educación, le tenía tirria a cualquier

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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capacitador. En muchas ocasiones esta actitud

se justificaba debido a sus malas experiencias

ocurridas con funcionarios sin nivel ni

capacidad. Sin embargo, esta aversión se

hacía extensiva, de manera también injusta,

hacia la nueva generación de capacitadores, de

quienes aún no conocían su capacidad.

Siempre pensé y estoy convencido que

aquel gesto resultaba un mecanismo de

defensa. Los participantes, en realidad,

evitaban que otros conozcan sus modos de

trabajar, o que exhiban algunas de sus

debilidades al momento de desarrollar sus

procesos de enseñanza aprendizaje en el aula.

O tal vez, el docente no soportaba estar en el

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

55

papel de estudiante, sentado frente a otros

docentes.

Se presentó un nuevo proyecto de

capacitación, y esta vez, me habían

seleccionado para trabajar en Chepén,

provincia importante de Trujillo, más cerca de

Chiclayo que de la capital liberteña.

Como siempre, o por obra del azar, me

asignaron la institución más conflictiva. Nunca

supe la razón de tener tremenda suerte. Por

un lado, pensaba que lo hacían porque

confiaban en mi capacidad, y por otro, creía

que era una forma inteligente de retrasar, por

envidia, el avance vertiginoso que demostraba

en el campo de la formación docente.

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

56

Entré al aula llena de docentes que me

miraban con una actitud sospechosa y

desconfiada. Ni bien los saludé, inicié mi

discurso. El tema a tratar fue el proceso de

diversificación del Diseño Curricular Nacional,

que por ese tiempo estaba en boga. Estaba

hablando sobre el proceso de contextualización

cuando un docente se puso pie y me

interrumpió con mucho desenfado.

–Mire maestro, nosotros no tenemos

nada contra usted pero (siempre el “pero” por

delante, como valla mental contra cualquier

intento por mejorar la educación), esa cuestión

de contextualizar el currículo del DCN acorde a

las necesidades del contexto del estudiante es

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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ajeno a nuestro principios, acciones, formas de

trabajar de nuestro currículo institucional.

–Le explico –continuó- el porqué: el 80%

de los estudiantes que egresan de nuestras

aulas ingresan a las universidades nacionales

de Lambayeque y Trujillo. Eso quiere decir que

nuestros logros son óptimos. Tenemos una

gran cantidad de estudiantes en nuestra

escuela. Los padres hacen cola para matricular

a sus menores hijos pues confían en nuestro

trabajo y esa es la necesidad que estamos

cubriendo tanto para el estudiante como para

los padres de familia. ¿No cree usted que

nuestro currículo sea pertinente a las

necesidades que se requieren?

Tomó aliento y prosiguió:

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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–¿Por qué negar la importancia del

contexto, conocer nuestras costumbres,

tradiciones, nuestra literatura, nuestros

personajes locales? Pero (otra vez el “pero” por

delante), ¿de qué nos sirve tratar de la

literatura del señor Arbildo Cosavalente,

personaje ilustre de Chepén, si en los

prospectos de admisión de las universidades ni

siquiera aparece, ni tampoco lo conocen? ¿No

cree usted que en verdad al estudiante lo

estamos descontextualizando de sus

necesidades?

Y finalizó:

–Así que profesor, por favor, y esto es

un pedido de todos los maestros, salvo mejor

parecer, nos gustaría que nos explique una

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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forma coherente donde se inserte de una forma

pertinente el currículo. Algo que combine

nuestras intenciones pedagógicas y las del

Ministerio de Educación. Y eso sí, maestro, en

caso no logre convencernos, nos retiramos del

aula. ¿Sí o no compañeros?

–Síííííííííííí –respondieron todos, al

unísono.

Se presentaron dos situaciones. Uno, las

ideas del docente eran muy coherentes, tenía

razón. Y dos, la verdad no sabía qué decir ante

tal pedido. Mas aún ahora que habían

amenazado con irse del aula. Nunca estuve en

una situación tan difícil. No tenía respuesta

alguna.

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60

Pensé, calmadamente y comencé a

darme fuerzas. “Siempre hay una respuesta”,

me decía.

-Con desfachatez les dije:

–Siempre hay una respuesta, pero (me

tocó a mí jugar con ello) primero deseo conocer

más la forma de enseñar de todos ustedes. Los

principios que desarrollan, sus acciones. Todo

ello me permitirá dar la propuesta coherente

que ustedes exigen. Por ejemplo, usted,

colega, ¿que me dice al respecto?

Y así fui preguntando a cada participante

del taller. Cada cosa que decían lo iba

apuntando en la pizarra. Era una estrategia que

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

61

me servía dilatar el tiempo y encontrar la

respuesta idónea.

Después de jugar con varios maestros,

un docente exasperado por la demora se pone

de pie y dice:

–¡Ya basta maestro, deseamos que nos

dé la respuesta!

–Muy bien, les daré la respuesta –

respondí.

En el fondo no tenía ninguna. Esa

situación se parecía al paredón. Todos ellos a

punto de fusilarme.

Di la media, miré la pizarra por unos

segundos y como si la divina providencia, o mi

madre, que hacía un par de años había

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fallecido, acudieron en mi apoyo. Mi mente se

esclareció y surgieron innumerables ideas.

Comencé a explicar:

–Muy bien, ustedes desean un currículo

pertinente, ¡muy fácil! Para ello haremos lo

siguiente: De las ocho horas libres que ustedes

tienen y que destinan a Matemática,

Comunicación y CTA, ahora lo van a destinar a

crear una nueva área que la llamaremos

“Ingresando a la Universidad”. Para ello

construiremos un currículo. Nos nutriremos de

los prospectos de las universidades donde con

mayor frecuencia postulan nuestros

estudiantes. De este modo abarcaremos la

literatura nacional e internacional, el álgebra, la

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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geometría, trigonometría, biología, química,

como asignaturas específicas.

Con más seguridad continué:

–Vamos a seleccionar a los docentes

que construirán este currículo y, por ende, sean

los que dicten esos cursos. Como me han

repetido reiteradamente que ustedes se deben

a sus estudiantes y los aprecian -todo lo he

anotado en la pizarra-, vamos a demostrar que

eso es cierto. Para fortalecer el área

“Ingresando a la Universidad” vamos a

aumentar una hora de trabajo diario. Ya no

vamos a salir a la una de tarde sino a las dos.

En este sentido ya no tendremos ocho horas

sino trece para tal área. Los días sábado

vamos a hacer simulacros de exámenes que

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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permitan formar habilidades en nuestros

estudiantes en la resolución de las

interrogantes. Allí les daremos unos tics o

truquitos.

Y ya con los participantes

escuchándome atentos, seguí:

–Por otro lado, es preciso que el

estudiante desarrolle su identidad. Debe

relacionarse con su acervo cultural, sus

costumbres, tradiciones, literatura local, sus

comidas, su fauna, su flora. No debemos

descontextualizarlo. Debemos ayudarlo a que

se apropie de un conjunto de saberes que le

permitan desenvolverse con soltura en su

realidad y de esta manera le ayuden a resolver

los problemas que se le presenten en la vida

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cotidiana. Las áreas de Comunicación,

Matemática, CTA, Historia y Geografía deben

ser integradoras. Este fin se halla en el DCN

propuesta por el MED. Aprovecharemos pues

para transversalizar el currículo de acuerdo a

las necesidades del estudiante acorde con la

realidad.

Hice una breve pausa:

–Dicho de otra manera, mientras que en

el área de Comunicación hablamos de los

poemas del señor Arbildo Cosavalente,

personaje ilustre de Chepén y de sus obras,

por otro lado en el área de “Ingresando a la

Universidad” hablaremos en Literatura

Universal de Rubén Darío, Gabriel García

Márquez, entre otros grandes de la lengua

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española. Concluyendo mis estimados colegas,

esta es la respuesta más sensata, coherente y

pertinente que por el momento les propongo. Si

eso no les convence, ustedes me dirán con

argumentos más sólidos, cuál creen, según su

perspectiva, sería la correcta.

Se sintió en el ambiente un silencio

absoluto. Durante unos segundos todos me

miraron sorprendidos. Esperaba el veredicto

final: sus disparos o la absolución.

Un profesor se puso de pie y manifestó:

–Realmente me ha dejado impresionado.

Esa es la respuesta que deseaba escuchar.

Creo que esa es la forma de lograr ambos

propósitos. Lo que realmente me preocupa es

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si en verdad estamos preparados para lograr

ello. Pero eso ya no depende de usted sino de

la convicción de cada uno de nosotros los

maestros quienes aún podemos reaprender

para lograr los fines que usted tan claramente

nos ha explicado.

–Entonces –repliqué–, primero hay que

aprender a contextualizar el currículo nacional

a las necesidades regionales y locales de

nuestros estudiantes para luego crear nuestra

área particular. ¿Cómo vamos a crearla? Se

seleccionará al equipo de docentes que

construirán el currículo y enseñarán el área de

“Ingresando a la Universidad”. Vamos a

trabajar hasta las dos de la tarde y los sábados

también, ¿de acuerdo?

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Todos miraban al techo, al piso, a su

cuaderno. Se miraban entre ellos. Nadie

respondía. Un docente se manifestó.

–Desde luego profesor, pero primero la

contextualización.

Me habían hecho perder media mañana

para regresar al inicio de mi ruta de trabajo.

Pero todo salió bien.

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70

Ser un joven capacitador era una gran

desventaja. Frente a mi solía tener una buena

cantidad de maestros mayores que yo. Esto a

ellos les parecía un insulto a su vasta

experiencia y años de servicio en la docencia.

Todo ello se evidenció en algunos

procesos de capacitación bajo una serie de

comportamientos que parecerían poco creíbles.

He aquí algunos:

● “El agrio”. Apodo con que habían rebautizado

a un joven maestro debido a la actitud muy

peculiar. Siempre andaba molesto, avinagrado

y parecía que todo lo que le decían le

incomodaba sobremanera. Una de sus tantas

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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ocurrencias lo empujó a desacreditar un

concepto que explicaba sobre estrategias. En

mi exposición pragmática afirmé que las

estrategias son acciones que uno diseña y

pone en práctica para lograr un fin. Sin

embargo, interrumpió y cogiendo un libro que

estaba leyendo, manifestó: Eso es mentira.

Aquí en el libro dice que las estrategias son un

conjunto de procedimientos, técnicas, métodos

que de forma integrada permiten el logro de los

aprendizajes en nuestros estudiantes.

–Claro que sí, mi estimado maestro, me

imagino que cuando usted conquistó a su

esposa planificó cómo conquistarla. Pensó

primero en llevarla al cine, luego a cenar. La

invitó a bailar y allí se le declaró. ¿Lo hizo así?

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¿Logró que su esposa lo aceptara como su

enamorado? Me respondió, ¡Sí! Entonces usted

utilizó una estrategia para lograr su fin. Eso no

te lo explica el libro mi estimado amigo, pero yo

sí. Este gracioso ejemplo les pareció a todos

muy divertido y empezaron a reírse.

● En una charla sobre evaluación. De espaldas

a los maestros estaba escribiendo en la pizarra

las ideas más resaltantes cuando de pronto

escucho una tremenda carcajada y la voz de un

participante: ¿Qué cochinada nos está

explicando? Eso no sirve. Me doy vuelta y

observo a un maestro que se encontraba en la

primera fila, mirando a sus compañeros,

agitando sus brazos. Los motivaba a que me

hagan cargamontón.

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Regresé la vista a la pizarra y pensé:

Cálmate y busca rápidamente una solución

ante tremenda situación. Me acordé de algunas

frases muy importantes que tenía guardaditas

en el cofre de mi mente. Estas brotaron frescas

para ser utilizadas en una situación

problemática como aquella. En un extremo de

la pizarra escribí:

Ante una idea no te burles. Si

tienes una mejor, proponla.

Esta frase calmó por unos minutos al

maestro. Aproveché para seguir explicando:

–Me parece muy complicada su

propuesta –volvió a interrumpir el mismo

colega.

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–La evaluación debe ser objetiva y

sistemática, mi estimado colega –respondí–, de

lo contrario estamos evaluando, como siempre,

al ojímetro. Pero veo que usted, profesor,

conoce de evaluación.

–Sí –me responde orgullosamente.

–A ver, lo invito a que nos explique un

ejemplo –le dije a la vez que señalaba la frase

escrita en la pizarra.

Tremendo error.

–Bueno, compañeros –dijo el orgulloso

docente mientras escribía en la pizarra– Si el

estudiante hace muy bien su trabajo le pongo

18. Si lo hace bien 16; regular, 14, y muy

pobre, 12.

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La risa de sus compañeros no se dejó

esperar. Empezaron a burlarse y al mismo

tiempo refutaban.

–Oiga compañero, o sea que no existe

notas impares –dijo uno.

–¿Entonces, no existe la escala

vigesimal? –preguntó otro.

–Colega, esa sí es una verdadera forma

de evaluar al ojímetro

y su propuesta no tiene ni pies ni cabeza

–saltó un tercero.

Yo estaba al otro extremo de la pizarra,

observando el cargamontón que le hacían al

colega soberbio. Por su parte, él no sabía qué

responder. Me miraba como diciéndome, ¿qué

hago? Me quedé mirándolo fijamente,

esperando que su atrevimiento le sirva de

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76

lección. Diciéndole con el alma, aprende a ser

humilde y respetuoso de las ideas de los

demás. Al no hallar salida se acercó y me

entregó el plumón. Luego se dirigió a su

asiento donde permaneció muy quieto y sobre

todo, completamente humillado.

Me acerqué a la pizarra y continúe con

mi exposición, sin que nadie en adelante

interrumpa ¡La humildad engrandece al ser

humano!

● En cierta época percibí en mis estudiantes

cierto cansancio y apatía. No disfrutaban el

estudio. Deduje que podría ser un problema de

estrés. Entonces decidí llevar al aula una

grabadora y una hoja donde estaba escrita la

secuencia de una técnica de relajación. Invité a

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una estudiante que lea el texto. Ella poseía una

bonita voz. Sus demás compañeros,

cómodamente sentados en sus carpetas,

escuchaban. La música clásica flotaba

arrulladora en el aula, mezclándose con la

dulce voz de la narradora. En el proceso me di

cuenta que no funcionaba bien. Faltaba algo. A

los estudiantes les pregunté sobre aquella

experiencia y ellos poca o nula satisfacción.

Preocupado por el resultado e

investigando sobre programas para desarrollar

audios, descargué de la Web algunos sonidos

ambientales, música ideal para relajación y le

pedí a mi gran amiga Doris, de mirada dulce y

alma transparente y seráfica, que grabe con su

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espléndida y cándida voz, la lectura propuesta

para tal fin. Se produjo un audio hermoso.

Volví a experimentar con los mismos

estudiantes. Esta vez la respuesta fue

satisfactoria. Tanto así que pidieron repita el

audio. No solo ocurrió en un aula de la misma

institución secundaria, sino en varias. Esta

propuesta lo llevé a varios colegios. La

respuesta fue la misma: pedían repetición. Lo

importante era que la actitud de los estudiantes

cambiaba en los procesos de aprendizaje. Se

mostraban más atentos y laboriosos al

momento de desarrollar sus tareas en clase.

En un proceso de capacitación,

explicaba a los maestros la experiencia

desarrollada y que lo ideal sería hacerlos

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escuchar en alguna parte de la escuela donde

hubiera un ambiente natural, acogedor.

Un profesor, que en mi mente lo apodé

“El no pero”, debido a la muletilla que siempre

usaba no solo al momento de exponer sino

también cuando interrumpía. Él trabaja en el

cercado de Chiclayo. Su escuela tenía

espacios ambientales muy acogedores.

–No, pero no se puede aplicar profesor

su propuesta (refiriéndose al audio de

relajación) en mi colegio. –intervino dicho

colega.

–¿Por qué, maestro? –pregunto.

–Porque no habría tomacorrientes donde

enchufar el minicomponente.

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Al escuchar esta respuesta los colegas

soltaron sus sonrisas. Me quedé pensando

sobre aquella dificultad. Una colega intervino.

–Profesor, no se haga problemas.

Compre pilas, pues.

“El no pero” la mira y mueve la cabeza

hacia los costados, como diciéndole no ayuda

tu intervención.

Me dije, pensativo, tanto esfuerzo en

investigar y construir un material digital para

que digan, de manera infantil, no se puede

aplicar porque el tomacorriente está lejos.

● En otra oportunidad me tocó trabajar las

famosas GIAs (grupos de inter aprendizaje) con

un equipo de docentes muy complicados.

Existían. Estas concentraciones se

desarrollaban en horarios fuera de las jornadas

normales de capacitación. Muy difícil pedirles a

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los maestros que den más de su tiempo para

desarrollar los temas propuestos en el

programa.

Logré, en unas semanas y con mucho

esfuerzo, convencer a los docentes para

desarrollar el GIA. Les propuse un horario

nocturno. Me preparé y llegó el día. Por la

mañana recibí la terrible noticia que mi madre

había muerto. Sentado frente al féretro de mi

madre estuve toda la mañana y tarde,

acompañándola en su sepelio, y recordando

todo lo bueno que me había enseñado, muchos

de los valores que ahora intentaba promover

entre los docentes. Pensaba todo el tiempo si

era necesario dar o suspender la charla esa la

noche. Sería muy difícil volver a congregarlos.

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Por un momento sentí que ella me decía: Hijo,

anda y trabaja a favor de tus colegas, no

desmayes. Te comprendo y no te preocupes

por mí. Ya más tarde me vienes a acompañar.

Yo estaré a tu lado en todo momento. Mi madre

siempre fue comprensiva. Estoy seguro que

eso es lo en verdad deseaba para mí.

Llegó la noche y como si fuese un artista

me dije, la función debe continuar. Expuse mi

charla. Concluí con mucha satisfacción mi

trabajo y regresé a acompañar a mi madre en

sus momentos de descanso eterno. Nunca les

comenté a los docentes, que mientras realizaba

mi exposición, mi madre estaba velándose, que

había sido recogida por el arquitecto del

universo.

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Estas experiencias, entre otras más,

fortalecieron mi espíritu de capacitador tenaz y

de vocación indestructible. Nunca me amilané

ante la adversidad. Se convirtieron en

fortalezas. Como profesa el dicho, lo que no

mata engorda.

Por lo demás, sentí la necesidad de

fortalecerme en otros aspectos que me

permitan solidez, firmeza. Hablar con mayor

propiedad y sabiduría. Publicar un libro, ganar

un concurso nacional o regional. Todo esto me

permitiría obtener más respeto.

A partir de allí comenzó mi obsesión por

desarrollar un conjunto de proyectos de

investigación desde el aula. Las experiencias

logradas con mucha satisfacción se

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sistematizaron y los envié a varios concursos

nacionales. El producto de ello: Primer puesto

en el concurso Nacional “Maestro Digital” en

dos años consecutivos; Maestro que deja

Huella Regional, primer puesto regional; y

quinto nacional en el concurso “Enseñamos

Contigo”, y a nivel internacional finalista en el

certamen EDUCARED España. Ya tenía

premios logrados.

Paralelo a ello inicié mi carrera como

autor de libros de consulta pedagógica.

Publiqué “Sesión de aprendizaje, evaluación de

los aprendizajes”, “7 pasos para Educar”, “7

pasos para diseñar una visión innovadora”,

entre otros.

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Mis libros fueron comprados por

docentes de distintas partes del norte,

nororiente y oriente del Perú. Me sentía

orgulloso de ello y pensaba, algún día estarán

por todo el país Perú. Solo es cuestión de

esperar la oportunidad. Ahora sí me sentí más

seguro. Comencé a comprender los

comportamientos de algunos docentes.

Siempre buscaban un pretexto para rechazar

las propuestas tanto del MED como las mías.

En ese momento lo veía tan natural que si no

intervenía un ocurrente maestro y se oponía a

cualquier planteamiento por el simple placer de

oponerse, comenzaba a extrañar esas

intervenciones.

Me embarqué en más proyectos de

capacitación. Sentí que estaba protegido por

una gran coraza.

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El MED convocó a profesionales para

desarrollar el Plan Nacional de Fortalecimiento

de la Educación Física. Al poco tiempo recibí la

noticia de que había sido seleccionado como

capacitador Regional de Cajamarca. Esta

propuesta de trabajo me llenó de alegría no

solo por el aspecto económico sino que

además tendría la oportunidad de apoyar y

compartir experiencias ya logradas en el área.

A todos los capacitadores,

coordinadores regionales, promotores de red

de todo el Perú, nos convocaron a una

capacitación de dos días en la ciudad de Lima.

En este tipo de evento que organiza el MED

uno gana experiencia, nos da cierta autoridad

para desempeñar esta labor, aunque

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lamentablemente abarca poco tiempo. No sé

en qué momento pensé: Esta es la oportunidad

que mis libros lleguen a todo el Perú.

Nos hospedaron en la campestre y

colorida Huampaní. Al día siguiente nos

trasladaron al auditorio del colegio Melitón

Carbajal. Los capacitadores expusieron

muchos temas, diría demasiados. Daba la

impresión que se les había dado poco tiempo

para disertar. Media hora a lo mucho. Por ello,

apurados cumplían sus participaciones.

Yo había llevado dos cajas pequeñas

llenas de dos libros recién publicados,

“Diversificación” y “Sesión de Aprendizaje”.

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Al terminar la jornada matutina nos

invitaron a almorzar. En una parte del coliseo

deportivo habían colocado unas mesas, donde

comeríamos. El almuerzo lo trajeron en tápers

descartables.

Aproveché ese espacio y comencé a

promocionar mis libros. Los docentes se

acercaban y compraban sin mayores

aspavientos. Se acabaron todos los

ejemplares. Los docentes que no llegaron a

comprar me pidieron que por favor mandara a

traer otro paquete. Llamé a mi esposa que me

enviara pronto otra remesa.

Al día siguiente, cargado con la caja que

había recogido de la agencia, me senté en una

de las butacas intermedias. Algunos docentes

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se acercaron con la intención de comprar mis

libros. Les dije que en el intermedio lo haría,

pero tanto fue sus insistencias que opté por

salir un rato con la caja y empecé a venderles.

Salían como pan caliente. Pasado una media

hora, salió del auditorio un señor, que parecía

trabajar en el equipo del MED y me llamó la

atención, diciéndome:

–Profesor, no puede hacer esto en un

proceso de capacitación. Así que guarde sus

libros.

Luego reingresó al auditorio. Mientras él

ingresaba al auditorio me retiré a unos veinte

metros con el propósito de acomodar, guardar

bien los libros. En ese momento salió otra

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profesora. Se me acercó y de igual manera

recalcó mi actitud.

–No puedes hacer este negocio. Estás

poniendo en peligro tu oportunidad de trabajo.

Fácil te podemos sacar.

Ya para ese momento estaba

desconcertado. Sentí que había cometido un

gran delito. Acomodé los libros y volví

nuevamente al auditorio. Llegó la hora de

almuerzo y todos recibimos los tápers

descartables. Se me había ido el apetito. Me

quedé en el auditorio pensando en las

consecuencias de la acción que había

provocado. Mi mente, siempre tratando de

buscar un equilibrio decía: Ve las cosas

positivas que has logrado. Has cumplido un

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gran sueño. Uno de tus libros ya está en todo el

Perú. Si te despiden por ello, es por algo; no te

preocupes.

Durante la jornada vespertina me ubiqué

en la parte final del auditorio, escuchando la

charla de unos de los capacitadores

nacionales. Se trataba de la Higiene. Lo

importante de lavarse las manos antes de

comer. Bañarse después de realizar cualquier

actividad física. Parecía que el tema lo habían

copiado y pegado del Rincón del Vago, en

Internet. Muchos de los ponentes no exponían

estrategias de aprendizaje ni tampoco

desarrollaban procesos de investigación a partir

de la necesidad de insertar la problemática.

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93

Con toda sinceridad y modestia, aquellos

profesionales no estaban a la altura del evento.

En ese momento se me acercó un

docente:

–Profesor, por favor véndame un par de

libros.

–No puedo mi estimado amigo. Me han

prohibido vender.

–Por favor, haga un excepción, véndame

dos –me quedó mirando y después se sienta a

mi costado.

–Mire, le voy a pasar la plata por debajo

y usted me pasa también por debajo los libros.

¿Le parece? –me propuso guiñándome.

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Así lo hicimos. Después de tener los

libros en sus manos comentó:

–Profesor, ni que estuviera vendiendo

drogas.

–Así es amigo –le respondí– Aunque esa

sensación es la que tengo.

Mi contertulio sonrió.

–No desmaye profesor, siga adelante.

Los del Ministerio no saben cuánto

necesitamos este tipo de material. En nuestro

medio no existen libros como los que ha

publicado. Antes de comprarle ya los había

visto, por eso le rogué que me los vendiera.

Se puso de pie y se ubicó en una butaca

donde estaba su equipo regional. En su rostro

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

95

se dibujaba la alegría. Yo me quedé pensando

en las bonitas palabras del colega.

Me dije, ¿no será que mi madre utilizó a

este profesor para ayudarme en este momento

difícil? Asumí que así era y le agradecí por el

acto. Esto permitió que vuelva a tener equilibrio

y pueda mirar con la frente en el alto, otra vez.

Terminada la jornada me acerqué a los

tres coordinadores y capacitadores más

importantes del Ministerio. Ellos sabían muy

bien de lo ocurrido con los libros.

–Soy consciente del error que he

cometido. Debí pedir permiso. Con hidalguía

acepto cualquier sanción que ustedes me

impongan. No es correcto lo que hice; pero

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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(utilizando la estrategia de siempre) quiero que

sepan que como investigador que soy, siento la

necesidad de compartir mis experiencias

pedagógicas desarrolladas producto de mi

constante estudio e investigación. Estoy seguro

que le han de servir a los docentes que tengan

mis libros. El precio ha sido muy módico. Está

al alcance de todos ellos. Además, lo que

recaudo es para seguir invirtiéndolo en mis

siguientes proyectos. Ustedes no saben

cuántos recursos necesitamos en estos

procesos. De allí que debemos buscar la forma

de generarlos.

Ellos me respondieron que el problema

lo tratarían en sus reuniones de coordinación y

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

97

que la respuesta me la comunicarían de todas

maneras.

Por la noche me embarqué a Chiclayo.

Al cabo de cinco días recibí un e-mail de la

coordinadora nacional del Plan manifestando lo

siguiente:

Profesor Enrique Moncayo:

En la Jornada de Capacitación Nacional del Plan de Fortalecimiento de la Educación Física y el Deporte Escolar realizada los días 25 y 26 de junio pasado, usted realizó una venta ambulante de libros cuando debió estar abocado estrictamente al desenvolvimiento del citado evento.

Dicha actitud evidenció que sobre los objetivos institucionales usted superpuso objetivos personales en perjuicio del Plan.

Hecho que usted ha reconocido personalmente con el equipo pedagógico durante la Jornada.

En tal sentido, hemos visto por conveniente no contratar sus servicios como CAPACITADOR REGIONAL.

Atentamente:

Coordinadora Nacional

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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías

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La sanción me pareció

desproporcionada e irrazonable. Vender libros

que puedan ayudar a los docentes para mi no

era un delito. Representaba una simple falta.

Sin embargo, la sentencia estaba

echada. Me habían expulsado del programa

por ofrecer conocimientos. Ellos habían usado

mis disculpas. Consideraron que era un

antecedente para incriminarme. ¡Qué pena!

Me limité a responder el e-mail con el

siguiente texto:

Aunque en realidad me quedé con las

ganas de decirle muchas cosas más.

Mi estimada

Muchas gracias por su inmediata respuesta y

comprendo su gran decisión.

He aprendido una gran lección.

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100

Corrían los días del mes de enero. Una

importante universidad había publicado una

convocatoria para cubrir una plaza como

docente de educación superior. Sin pensarlo

me presenté con mi expediente en mano ante

el vicerrector de asuntos académicos. Él se

quedó observando mi hoja de vida y asintiendo

su cabeza manifestó:

–Interesante currículo. Preséntate al

concurso y allí veremos.

Después de dar el examen escrito, una

entrevista y una clase demostrativa, esperé a

que den los resultados del concurso. Grande

fue mi alegría al saber que había salido

seleccionado para cubrir dicha plaza.

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Empezaba mi carrera como docente

universitario en la escuela profesional de

Educación. La Directora de Escuela al

entrevistarme me dijo:

–Felicitaciones maestro. Desde ahora

forma parte del staff de docentes de nuestra

escuela y su primera tarea a lograr es

transformar a un grupo de estudiantes de un

ciclo superior que nadie desea enseñarles. Son

terribles, problemáticos. No podemos permitir

que en esas circunstancias se gradúen con ese

perfil.

Sonreí.

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–No hay problema señora Directora. Yo

también fui terrible cuando era un estudiante.

Sé cómo tratarlos.

Ella sonrío como diciendo, no sabes con

quién te estás enfrentando; terribles diablillos,

sin compasión alguna. Me dio la bendición.

Faltaba la cruz, la Biblia, la estaca y el manojo

de ajos.

Llegó la primera clase. Me acerqué al

aula. En el corredor los diablillos me

esperaban sosteniendo en sus rostros una

mirada de desconfianza.

–Jóvenes, por favor pasen a su aula.

Con apatía y desgano se demoraron en

ingresar.

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Antes de empezar con el tema de mi

clase saludé a todos y les dije mi nombre.

Dentro de mi discurso resalté dos palabras:

“respeto” y “comunicación”. Que de ahí en

adelante deberíamos practicarlo. Que si no

lo hacíamos y trasgredíamos esas normas

perderíamos todo.

–Todo lo que hagamos y discutamos se

queda en esta aula –resalté.

Había marcado mi territorio ante ellos.

Durante la primera semana visité a los

diablillos en los colegios donde realizaban sus

prácticas profesionales. Me sorprendieron al

mostrar interesantes propuestas pedagógicas

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ante sus niños. Tenían grandes

potencialidades.

Concluidas sus clases se acercaban

para asesorarles. Los invitaba a sentarse a mi

lado. Con un papel y su carpeta de trabajo

empezaba a manifestarles las acciones

observadas. Temiendo haber cometido muchos

errores me miraban como esperando las

frases: “Todo está mal”, “esta pésimo”, “cómo

es posible que un estudiante hasta estas

alturas no pueda lograr los propósitos

establecidos en su planificación”. Hasta creo

que esperaban el momento en el que rayara

sus diseños de clase.

Jamás ocurrió eso. Por el contrario.

Resalté sus grandes fortalezas y por allí muy

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disimuladamente las acciones que debían

mejorar.

Maira una de las estudiantes más

destacadas me observó con asombro y me hizo

una pregunta:

–Maestro, ¿qué ha comido?

–¿Por qué? –le pregunto.

–Porque hasta ayer sentía que me había

equivocado al elegir la carrera de ser profesora.

La maestra que nos enseñaba antes de usted

me decía que todo estaba mal. Me rayaba mis

documentos sin compasión. Me hacia leña

cuando cometía un error. Terminaba llorando

cada vez que llegaba a mi aula. Sin embargo,

usted me dice que estoy bien, que soy una

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buena maestra, que tengo tal potencial y que

debo de aprovechar mis fortalezas para

alcanzar la sabiduría deseada. Cuando me

corrige lo hace tan sutilmente que me ayuda a

entenderlo positivamente. Me motiva a que

busque mejorar mi práctica. Me ha dejado

perpleja.

–Bueno, creo que fue la leche y el huevo

frito que desayuné –le comenté con una

sonrisa.

El cuchicheo en el aula no se dejó

esperar. Que el profe por aquí, que el profe por

allá, que sí, que no. Mi presencia les había

llamado la atención. Más aún cuando se

enteraron que en una reunión que había tenido

con la Directora de Escuela, defendía las notas

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de dos estudiantes destacadas. Para todos los

demás no merecían tales notas elevadas.

Se acercó el aniversario de la

universidad y como de costumbre las escuelas

profesionales se preparaban para desarrollar

las actividades propuestas. Una de ellas,

presentación de estampas coreográficas. Era el

aniversario, toda una fiesta y algarabía.

La delegada de toda la Escuela de

Educación ingresó muy animosa al aula de los

diablillos y comunicó:

–Chicos, como ya sabemos, debemos

de participar en el concurso de estampas.

Necesitamos voluntarios para armar la

coreografía. Todos debemos comprar nuestro

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polo insignia. Colaborar para los materiales, la

vestimenta del grupo representativo y… –en

ese momento es interrumpida por Rocio, una

estudiante que destacaba por su buen

geniecito.

–Sabes que mamita, este año no vamos

a participar. Todos los años hemos gastado y

colaborado para ello, así que regresa por

donde entraste.

–Pero chicos, bien saben que tienen que

participar. Es la orden de la Directora de

Escuela –reiteró la delegada.

Se puso de pie Fabiola, impetuosa como

nadie:

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–¿Ah, sí?; entonces que ella venga acá

y nos diga en nuestra cara.

La delegada salió del aula y al poco rato

vino con la Directora, quien entró

envalentonada.

–Aquí estoy. Sabemos que tenemos que

tener representatividad en el aniversario de la

universidad, por lo tanto tenemos que

participar.

–Mire, señora Directora, estamos

gastados de tantos materiales que compramos

para nuestras práctica. Andamos prestando

para cubrir esa necesidad. ¿De dónde quiere

que saquemos dinero? –replicó Roxana.

Asombrada, la Directora preguntó:

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–¿Todos están de acuerdo en su

decisión de no participar, sabiendo que puede

haber consecuencias por su atrevida posición?

–Síiiiiiiiii –respondieron al unísono.

La delegada junto a la Directora salieron

echando chispas.

Al día siguiente también tenía clases con

los diablillos. Cuando ingresaba a la oficina a

firmar mi asistencia escuché la voz de la

Directora. Se acercó a darme las quejas sobre

el comportamiento de los estudiantes y en tono

impositivo me dijo:

–Estimado profesor, no sé lo que hace

pero sus estudiantes deben participar en el

evento. Es muy importante.

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–No se preocupe. El día sábado ellos

estarán con su polo y participando –le dije muy

seguro de lo que afirmaba.

Ese día entré al aula y les pregunto:

–Me comentan que ustedes no desean

participar, ¿es verdad ello?

–Sí, profesor, ya estamos cansados de

que todos los años tengamos que gastar para

participar y además, estamos sin recursos.

–Claro, pero es el último año que

estarán aquí y tienen que salir por la puerta

grande. Miren, chicos, he dado mi palabra que

todos ustedes participarán. Les comunico

simplemente esto. No hay problema conmigo si

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no desean participar. Es la voluntad de

ustedes. La respetaré.

Me senté en mi pupitre y cogí unos

folletos que me habían dado para entregarle a

cada uno de ellos.

De pronto Zuley, la delegada del aula

se puso de pie y mirando a sus compañeros

dijo:

–Bueno, chicos, podemos conseguir

unos polos más baratitos. Hagamos un

esfuerzo por colaborar con lo solicitado.

Veamos quienes podemos participar en la

coreografía. Además, el sábado lo tenemos

libre.

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El día que se realizó el evento la

Directora no terminaba de asombrarse al ver a

los diablillos bien uniformados y a otros

participando con algarabía en la coreografía.

–¿Qué hizo maestro para convencerlos?

–me preguntó si abandonar su sorpresa.

–Nada –le respondí–, simplemente les

dije que tenían que participar.

Sabía que no solo era ello. Había

logrado el reto que ella me propuso,

incentivando a ese grupo de jóvenes

incomprendidos, diciéndoles que ellos eran

MÁS GRANDES que sus problemas e

indiferencias. Que cada uno de ellos encerraba

un mundo de sorpresas, un mundo donde nos

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sorprendían sus virtudes y fortalezas. Mi

secreto consistió en trabajar con ellos bajo dos

importantes ingredientes: Comunicación y

respeto mutuo.

Lo anecdótico del caso es que al final los

diablillos hicieron las paces con la directora y

los demás profesores siendo considerados

como ejemplo de cambio para las demás

jóvenes de ciclos de estudios menores.

Este final me pareció conocido. Un

reflejo de mí cuando fui joven.

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Después de terminar mis estudios

pedagógicos, decidí regresar a mi tierra y

ejercer allí la docencia. Me había convertido en

un joven con mayor madurez, entusiasta.

Deseaba fervientemente ejercer el rol de

maestro.

Mis grandes amigos Víctor y Evaristo me

acompañaron a la empresa de transportes.

Antes de subir les di un fuerte abrazo. Me

embargó cierta pena a tal punto que me detuve

en la puerta del vehiculo y dirigí la mirada hacia

el parque principal. Entonces me dije: Como un

gesto de gratitud por las grandes experiencias

que he tenido durante la mayor parte de mi

adolescencia, la formación personal y

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117

profesional que he recibido en este pueblo,

prometo regresar algún día con algo en lo que

pueda contribuir en beneficio de su gente. No

regresaré sino tengo algo que dar.

Al cabo de quince años de noviazgo me

casé con la mujer que fue el motivo para

quedarme en Chota. Ella, siendo natural de

aquel lugar, todos los años me invitaba a la

fiesta patronal de su querida tierra.

Siendo capacitador, gestioné la

realización de una capacitación en Chota pero

no se pudo efectuar. Los intereses de algunos

compañeros de estudios, que fungían de

funcionarios en la UGEL de aquella ciudad,

buscaron la forma de boicotear mi entrada. Lo

único que deseaba era que organicen el evento

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y paguen mi pasaje y estadía. Lo demás era

cuenta mía. En mi mente solo rondaba la idea

de cumplir mi promesa, hasta ese momento,

frustrada.

Pasaron veinte años. Publiqué mi tercer

libro denominado “Indicadores e instrumentos

de evaluación”. Con la UGEL de Chiclayo

realizamos un curso sobre el tema. Un taller

donde asistieron maestros de distintas

regiones. El evento se desarrolló con mucho

éxito. Logré llamar la atención de los

especialistas de la UGEL Chota que se habían

inscrito y participado en dicho evento. De

regreso a su ciudad, ellos propalaron las

bondades del curso y propusieron que se

desarrolle en la UGEL Chota.

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119

Al cabo de siete días, recibí

inesperadamente una llamada por teléfono. Era

el Director de Gestión Pedagógica de la UGEL

Chota y me invitaba a una reunión de

coordinación en Chiclayo para poder lograr

desarrollar el mismo curso para su comunidad

educativa.

Estaba feliz. Era la gran oportunidad que

desde hace buen tiempo ansioso estaba

esperando. Ya tenía algo que dar. Un buen

tema pedagógico y un libro que compartir.

En la reunión se fijó las fechas, los

distritos donde se congregarían los docentes y

se desarrollaría la capacitación, mi estadía y

demás detalles.

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Ya en Chota, me presenté en el auditorio

de la Municipalidad Provincial. Eran las 7:50 de

la mañana. No había nadie. Todos los

maestros se encontraban congregados en la

Plaza de Armas. Siendo las 8:00 abrieron las

puertas del auditorio y los docentes en tropel,

ingresaron y tomaron por asalto las sillas del

auditorio. Había más de 300 profesores de

distintas áreas pedagógicas.

Estaba sentado frente a ellos. Me

observaban con un extraño y cálido asombro.

Les parecía conocido.

A las 8:30 recién aparecieron las

autoridades de la UGEL, trayendo el equipo

multimedia y la laptop. Desde ese momento

empezó el desorden, los silbidos, los gritos:

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–Tardones, como siempre.

La animadversión se lo habían ganado a

pulso los propios funcionarios. Algunos

maestros apremiaban señalando su reloj.

–Compadrito, empieza ya. Para eso te

pagan.

–Avanza o nos salimos.

Observaba y pensaba. El gran sueño

que deseaba cumplir se estaba convirtiendo en

una gran pesadilla. Una voz resonó desde mi

interior: Busca una estrategia para calmarlos y

poder lograr el objetivo por el que has venido.

Me acordé de una estrategia que había

aplicado con éxito en Chiclayo, en el

emblemático colegio San Judas. Este plantel se

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caracterizaba por tener una gran cantidad de

maestros, muchos de ellos, conflictivos. Aquella

estrategia me había ayudado a establecer un

canal de respeto entre ellos y yo.

Uno de los especialistas se presentó

ante el auditorio. Dio la bienvenida y explicó

los objetivos del taller. Al cabo de unos minutos

me presentó. Leyó mi hoja de vida. Sentí que

ello calmó un poco a los maestros. Tenía

algunos interesantes méritos. El presentador

terminó invitándome a desarrollar el taller. De

pie, saludé de esta peculiar manera:

–Para mí, es un gran honor estar frente

a maestros chotanos. Tal vez ustedes no me

conozcan. Quien habla se formó en el Instituto

Superior Pedagógico “Nuestra Señora de

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Chota”. He pasado gran parte de mi

adolescencia en esta hermosa ciudad. Este

pueblo es mi segunda tierra. Antes de empezar

mi disertación, primero, permítanme contarles

la historia del Colibrí.

Y empecé a narrar:

–Cierto día se inició un incendio en el

bosque (señalé un lado del auditorio). Todos

los animales corrían despavoridos. La gacela,

el tigre, el elefante, la hiena (señalando el otro

lado del auditorio). En el trayecto observaron

que un colibrí iba y venía. El elefante, que

encabezaba la carrera lo detiene, y le pregunta:

¿Qué haces colibrí? Él responde: Se ha

iniciado un incendio en el bosque, vamos a

apagarlo. ¡Estás loco!, no sabes que ante un

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incendio hay que huir, le responde el elefante.

El colibrí seguía yendo y viniendo. De un lago

recogía un poco de agua en su piquito y lo

arrojaba en el incendio. Por segunda vez el

elefante lo detiene y le dice: ¿Tú crees que con

ese poquito de agua vas a apagar tremendo

incendio? ¿Hasta dónde te da tu sensatez,

colibrí? Él le responde: Yo hago mi parte. Hasta

allí me da mi sensatez y tú, ¿sabes cuál es tu

parte? El elefante se quedó pensando en lo

que le había dicho el colibrí.

Me detengo en medio del auditorio y

mirando a los asistentes les digo:

–Cuando les relato esta historia a mis

estudiantes pretendo desarrollar el aprendizaje

cooperativo. Deseo que comprendan que ante

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125

un problema no podemos huir. Muy por el

contrario. Debemos afrontarlo y la mejor

manera es en equipo. Por mínimo que sea el

aporte de cada uno no deja de ser importante.

Sin embargo, cuando les relato a los docentes

les doy otra connotación. En cualquier proceso

de transformación institucional o profesional

siempre se va a observar a profesores que

están buscando en otros los defectos, sus

debilidades, buscan saber de qué pie cojean

para hacerlos caer. Andan al acecho, sigilosos.

Al menor descuido saltan y con un zarpazo

tratan de tumbarlo. Este tipo de maestro

representa al tigre de la historia. Otros, te ven

en el piso tirado, lastimado, herido y en lugar

de darte la mano te chancan más. Son

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carroñeros. Tal como la hiena. Esperan que

estés muerto para comerte. Hay aquellos que

cuando se van a formar las comisiones, el

desarrollo de tareas, piden permiso para ir al

baño aprovechando para fugar velozmente

como la gacela y de esta manera evitar

involucrarse en sus responsabilidades.

También hay otros que viven bajo la cultura

“live”. Son permisibles, indiferentes, ni fu ni fa.

Representan al elefante blanco pues están de

adorno. Sin embargo, hay un maestro que se

involucra totalmente. Es proactivo. Da más de

su tiempo sin pedir nada a cambio. No le

interesa las críticas en su contra pues su buen

accionar (siempre le dicen que le van a poner

un monumento por su trabajo) contribuye a la

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transformación de la escuela. Es pequeño de

tamaño pero grande en espíritu, como el colibrí.

Estimados colegas, hoy día, después

de 20 años he regresado a este pueblo pues

hice la promesa de no regresar hasta que

tenga algo para darle a ustedes en gesto de

gratitud. Si en estos tres días de capacitación

encuentro un solo colibrí, habré cumplido con

mi promesa. De lo contrario simplemente he

cumplido con mi trabajo de capacitador.

Me di cuenta que había logrado llamar la

atención de todos. Y sobre todo logré que

identifiquen los diferentes comportamientos que

se podían dar en adelante (tigre, hiena, gacela,

elefante o colibrí). El respetado auditorio

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guardó silencio y me permitió dar mi

disertación.

–Muy bien colegas, ahora vamos a

empezar con nuestro tema, el cual nos ha

convocado…

Los tres días de trabajo con los maestros

fue un éxito total. Cada día los docentes

participaban con entusiasmo, responsabilidad,

compromiso y sobre todo se mostraban muy

satisfechos.

Al término del tercer día, los de la UGEL

clausuran el evento y me invitaron a dar mis

últimas palabras:

–Agradezco la invitación de los

especialistas. Para mi ha sido un gran honor

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trabajar con cada uno de ustedes. Gracias a

todos por permitirme cumplir mi promesa. No

saben la alegría que me embarga pues fue uno

de mis grandes sueños, que ha tardado

muchos años, y que hoy lo veo materializarse.

No solo he hallado uno sino muchos colibrís.

Muchas gracias a todos ustedes.

Más de un maestro se acercó y me

tendió la mano a la vez que me golpeaban el

hombro en un gesto de amistad y gratitud.

Había logrado mi gran promesa.

Terminó el evento. Me despedí de los

especialistas presentes y salí del auditorio. Me

dirigí hacia la Plaza de Armas y me senté en

una de las bancas centrales a gozar de la gran

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alegría que irradiaba. Recordé mis andanzas

cuando era un adolescente. Mi promesa se

había cumplido.

Después de todo ello, me enrumbé a

conseguir un nuevo objetivo en mi vida…