la narrativa del conocimiento vol. i no. 23

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La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. I No. 23 Enero de 2012 El Alma, anfitriona del Tiempo La sabiduría que renuncia con demasiada facilidad a alguna esperanza humana es incompleta y enfermiza. Cada persona tiene más de un de- seo legítimo al que nada importa la aprobación de una razón severa. Pero no hay que creerse desgraciado porque no se posea más que una felicidad que no parezca extraordinaria a quienes nos rodean. Mientras más sabio se es, menos trabajo cuesta persuadirse de que se posee una felicidad. Conviene convencerse de que lo más envidiable de una felicidad humana son sus momentos más sencillos. El sabio aprende a animar y a amar la sustancia silenciosa de la vida. No hay alegría fiel más que en esa sustancia silenciosa, y nunca son las dichas extraordi- narias las que se atreven a acompañar nuestros pasos hasta la tumba. Importa acoger y abrazar tan fraternalmente como a los demás, al día que se acerca y se aleja sin hacer un gesto no acostumbrado de alegría o de esperanza. Para llegar hasta nosotros ha recorrido los mismos es- pacios y los mismos universos que el día que nos encuentra sobre un trono o en el lecho de un gran amor. Tal vez esconda bajo su manto horas menos brillantes, pero más humildemente abnegadas. Cuéntase el mismo número de minutos eternos en una semana que transcurre sin decir nada, como en la que avanza dando grandes gritos. En el fondo, todo lo que parece decirnos una hora, nosotros mismos somos quienes nos lo decimos. La hora es una viajera vacilante y tímida, que se alegra o se entristece según la sonrisa o la mirada taciturna del huésped que la recibe. No es ella la que debe traernos la felicidad, nosotros somos los encargados de hacer dichosa la hora que viene a buscar refugio en nuestra alma. Sabio es aquel quien tiene siempre algo apacible que desearle a la entrada. Hay que acumular en uno mismo las causas de la felicidad más senci- llas. Por tanto, no despreciemos ninguna ocasión de ser dichosos. Trate- mos de experimentar primero la felicidad según lo humano, para preferir- le después, con conocimiento de causa, la felicidad según nosotros mis- mos. Ocurre con esto como en el amor. Se necesita haber amado pro- fundamente para saber de qué modo se necesitaría amar cuando ya no se ama. Conviene ser feliz por momentos, de manera visible, para aprender a ser feliz de manera invisible; y acaso no sea necesario pre- star oído a las horas que hablan alto en su embriaguez, sino para apren- der poco a poco el lenguaje de las que no hablan nunca más que en voz baja. Sólo éstas son numerosas, inagotables, incapaces de traicionar o de huir, a causa de su número, y el sabio sólo debería contar con ellas. Ser feliz es ejercitarse en ver la sonrisa oculta y los adornos misteriosos de las horas incalculables y anónimas, y esos adornos sólo se encuen- tran en nosotros mismos. En el reino de nuestro corazón, que es, para casi todos los humanos, el reino en el cual se cosecha la sustancia misma de la vida, no hay eco- nomías inútiles. Sería preferible no hacer nada en él a hacer las cosas a medias, y siempre es lo que no nos hemos atrevido a arriesgar lo que perdemos seguramente. Una pasión no nos quita, en realidad, sino lo que creemos robarle, y nosotros menguamos siempre en la parte que pensamos haber reservado para nosotros mismos. Hay, además, en nuestra alma, retiros tan profundos que sólo el amor se atreve a bajar sus peldaños, y el amor también es el que nos trae de ellos joyas impre- vistas, cuyo brillo sólo percibimos en el breve instante en que se abren nuestras manos para ofrecérselos a manos bienamadas. Un intelectual es parte de la conciencia de su patria durante los años de su vida mortal. Un pensador representativo posee en grado supremo, no sólo las virtudes, sino esas otras cualidades desconcertantes, inherentes a la jerarquía intelectual, que tanto suelen irritar a los enemigos sistemá- ticos del pensamiento. La crítica es la consideración imparcial o apasionada, de la vida; y en ella caben tanto los juicios favorables como los adversos. Esta crítica es un deber auténtico del intelectual; el deber de la conciencia es acusarle tal como es, con su anverso y su reverso, con lo bueno y lo malo, cual el espejo reproduce la belleza y las arrugas; sin limitaciones adulatorias ni artificiosos prejuicios. Conocemos los vicios y los defectos de los pueblos y las civilizaciones, por sus grandes pensadores. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2012 De mi Libreta de Apuntes De mi Libreta de Apuntes De ti Amanece en el candor de tu sonrisa, la emoción y el dulce canto de los días. Y entre el fresco manto, aroma, de tu pelo, reverdecen sin cesar mis emociones. Y en tus ojos matutinos, dos cristales, se reflejan presurosos los diamantes, que entre el grato brillo, manantial que los sostiene, se entretejen con pasión, con las estrellas. Un hechizo matizado es tu boca, que despierta con ternura una aventura; y reclama, a la vez, también que ofrece, el vivo néctar de pasión que la conmueve. El efluvio cardinal nace en tu cuerpo, donde vive virginal una enconada; como sirena, tu silueta delicada, canta un remanso tan sensual como la gaita. 1989 © Banco de Historia Visual Banco de Historia Visual La Luna Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©

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La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento

Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón

Nueva época - Vol. I No. 23 Enero de 2012

El Alma, anfitriona del Tiempo

La sabiduría que renuncia con demasiada facilidad a alguna esperanza humana es incompleta y enfermiza. Cada persona tiene más de un de-seo legítimo al que nada importa la aprobación de una razón severa. Pero no hay que creerse desgraciado porque no se posea más que una felicidad que no parezca extraordinaria a quienes nos rodean. Mientras más sabio se es, menos trabajo cuesta persuadirse de que se posee una felicidad. Conviene convencerse de que lo más envidiable de una felicidad humana son sus momentos más sencillos. El sabio aprende a animar y a amar la sustancia silenciosa de la vida. No hay alegría fiel más que en esa sustancia silenciosa, y nunca son las dichas extraordi-narias las que se atreven a acompañar nuestros pasos hasta la tumba.

Importa acoger y abrazar tan fraternalmente como a los demás, al día que se acerca y se aleja sin hacer un gesto no acostumbrado de alegría o de esperanza. Para llegar hasta nosotros ha recorrido los mismos es-pacios y los mismos universos que el día que nos encuentra sobre un trono o en el lecho de un gran amor. Tal vez esconda bajo su manto horas menos brillantes, pero más humildemente abnegadas. Cuéntase el mismo número de minutos eternos en una semana que transcurre sin decir nada, como en la que avanza dando grandes gritos. En el fondo, todo lo que parece decirnos una hora, nosotros mismos somos quienes nos lo decimos. La hora es una viajera vacilante y tímida, que se alegra o se entristece según la sonrisa o la mirada taciturna del huésped que la recibe. No es ella la que debe traernos la felicidad, nosotros somos los encargados de hacer dichosa la hora que viene a buscar refugio en nuestra alma. Sabio es aquel quien tiene siempre algo apacible que desearle a la entrada.

Hay que acumular en uno mismo las causas de la felicidad más senci-llas. Por tanto, no despreciemos ninguna ocasión de ser dichosos. Trate-mos de experimentar primero la felicidad según lo humano, para preferir-le después, con conocimiento de causa, la felicidad según nosotros mis-mos. Ocurre con esto como en el amor. Se necesita haber amado pro-fundamente para saber de qué modo se necesitaría amar cuando ya no se ama. Conviene ser feliz por momentos, de manera visible, para aprender a ser feliz de manera invisible; y acaso no sea necesario pre-star oído a las horas que hablan alto en su embriaguez, sino para apren-der poco a poco el lenguaje de las que no hablan nunca más que en voz baja. Sólo éstas son numerosas, inagotables, incapaces de traicionar o de huir, a causa de su número, y el sabio sólo debería contar con ellas. Ser feliz es ejercitarse en ver la sonrisa oculta y los adornos misteriosos de las horas incalculables y anónimas, y esos adornos sólo se encuen-tran en nosotros mismos.

En el reino de nuestro corazón, que es, para casi todos los humanos, el reino en el cual se cosecha la sustancia misma de la vida, no hay eco-nomías inútiles. Sería preferible no hacer nada en él a hacer las cosas a medias, y siempre es lo que no nos hemos atrevido a arriesgar lo que perdemos seguramente. Una pasión no nos quita, en realidad, sino lo que creemos robarle, y nosotros menguamos siempre en la parte que pensamos haber reservado para nosotros mismos. Hay, además, en nuestra alma, retiros tan profundos que sólo el amor se atreve a bajar sus peldaños, y el amor también es el que nos trae de ellos joyas impre-vistas, cuyo brillo sólo percibimos en el breve instante en que se abren nuestras manos para ofrecérselos a manos bienamadas.

Un intelectual es parte de la conciencia de su patria durante los años de su vida mortal. Un pensador representativo posee en grado supremo, no sólo las virtudes, sino esas otras cualidades desconcertantes, inherentes a la jerarquía intelectual, que tanto suelen irritar a los enemigos sistemá-ticos del pensamiento.

La crítica es la consideración imparcial o apasionada, de la vida; y en ella caben tanto los juicios favorables como los adversos. Esta crítica es un deber auténtico del intelectual; el deber de la conciencia es acusarle tal como es, con su anverso y su reverso, con lo bueno y lo malo, cual el espejo reproduce la belleza y las arrugas; sin limitaciones adulatorias ni artificiosos prejuicios.

Conocemos los vicios y los defectos de los pueblos y las civilizaciones, por sus grandes pensadores.

http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2012

De miLibreta de Apuntes

De miLibreta de Apuntes

De ti

Amanece en el candor de tu sonrisa,

la emoción y el dulce canto de los días.

Y entre el fresco manto, aroma, de tu pelo,

reverdecen sin cesar mis emociones.

Y en tus ojos matutinos, dos cristales,

se reflejan presurosos los diamantes,

que entre el grato brillo, manantial que los sostiene,

se entretejen con pasión, con las estrellas.

Un hechizo matizado es tu boca,

que despierta con ternura una aventura;

y reclama, a la vez, también que ofrece,

el vivo néctar de pasión que la conmueve.

El efluvio cardinal nace en tu cuerpo,

donde vive virginal una enconada;

como sirena, tu silueta delicada,

canta un remanso tan sensual como la gaita.

1989

“Tienes que reflexionar sobre ti mismo y hacer luego lo que verdaderamente surja de tu pro-pia esencia. No hay otro cami-

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