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Elisabeth Badinter LA MUJER Y LA MADRE Un libro polémico sobre la maternidad como nueva forma de esclavitud Traducción Montse Roca

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Elisabeth Badinter

LA MUJER Y LA MADRE

Un libro polémico sobre la maternidad como nueva

forma de esclavitud

TraducciónMontse Roca

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ÍNDICE

Prólogo. La revolución silenciosa .............................. 11

PRIMERA PARTEESTADO DE LA CUESTIÓN

Capítulo I. Las ambivalencias de la maternidad ...... 19Los tormentos de la libertad ................................ 20Los efectos de la ambivalencia ............................. 29

SEGUNDA PARTELA OFENSIVA NATURALISTA

Capítulo II. La santa alianza de los «reaccionarios».. 47De la política a la maternidad ecológica ................ 48Cuando las ciencias redescubren el instinto

maternal ................................................... 60El giro inesperado del feminismo ......................... 72

Capítulo III. ¡Vosotras, madres, se lo debéis todo! ... 81Maternidad y ascetismo ..................................... 82La batalla de la leche ......................................... 86El balance ....................................................... 105

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Page 3: LA MUJER Y LA MADRE - La esfera de los libros · que el de la madre, y que los psiquiatras infantiles descu-bren continuamente nuevas responsabilidades con res-pecto al hijo que solo

Capítulo IV. El imperio del bebé ........................... 121La madre antes que el padre ............................... 122El bebé antes que la pareja ................................. 127El hijo antes que la mujer .................................. 132

TERCERA PARTEDE TANTO CARGAR LA BARCA...

Capítulo V. La diversidad de las aspiraciones femeninas ....................................................... 147La mujer madre ................................................ 148Del rechazo al perpetuo aplazamiento .................. 151Mujer y madre ................................................. 157

Capítulo VI. La huelga de los vientres .................... 161Allá donde los deberes maternales son

más pesados ............................................... 164La urgencia de un nuevo estilo de vida ................. 173En busca de una nueva definición de la feminidad .. 187

Capítulo VII. El caso de las francesas ...................... 191Madres «mediocres», pero madres… ..................... 193Una tradición ancestral: la mujer antes

que la madre .............................................. 198

Bibliografía............................................................ 211

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Prólogo

LA REVOLUCIÓN SILENCIOSA

1980-2010: se ha producido una revolución en nues-tra concepción de la maternidad, casi sin que nosdiéramos cuenta. Ningún debate, ningún grito ha

acompañado esta revolución, o más bien esta involución.Sin embargo, su objetivo es considerable puesto que setrata ni más ni menos que de devolver la maternidad alcentro del destino femenino.

A finales de los años sesenta, dotadas de los mediospara controlar su reproducción, las mujeres aspiran a laconquista de sus derechos esenciales, la libertad y la igual-dad (con los hombres), que ellas creían poder conciliarcon la maternidad. Esta última ya no es principio y finde la vida femenina. Ante estas mujeres se abre una di-versidad de modos de vida, desconocidos para sus madres.Pueden dar prioridad a sus ambiciones personales, dis-frutar de su celibato y de una vida de pareja sin hijos, obien satisfacer su deseo de maternidad, con o sin actividadprofesional. Por lo demás, esta nueva libertad se ha reve-lado fuente de contradicción. Por un lado, ha modificadosensiblemente el estatus de la maternidad, implicando unincremento de obligaciones con respecto al hijo que seha escogido dar a luz; por otro, al terminar con las antiguasnociones de destino y necesidad natural, coloca en primer

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plano la noción de plenitud personal. Un hijo, dos o más,si enriquecen nuestra vida afectiva y corresponden anuestra opción de vida. Si no, es preferible abstenerse. Elindividualismo y el hedonismo propios de nuestra culturase han convertido en los motivos principales de nuestrareproducción, pero a veces también de su rechazo. Parauna mayoría de mujeres, la conciliación de las obligacio-nes maternales, que cada vez resultan más pesadas, con suplenitud personal sigue siendo problemática.

Hace treinta años, todavía se confiaba en solucionarla cuadratura del círculo a través del reparto equitativocon los hombres del mundo exterior y del universo fa-miliar. Creíamos incluso estar en el buen camino, cuandolos años ochenta y noventa anunciaron el final de nuestrasesperanzas. Ellos marcan, en efecto, el inicio de una triplecrisis fundamental que ha puesto fin (¿momentánea-mente?) a las ambiciones de la década anterior: la crisiseconómica, sumada a otra identitaria, detuvo de formabrutal la marcha hacia la igualdad, como demuestra latendencia al estancamiento de los salarios desde ese pe-riodo.

A principios de los años noventa la crisis económicadevolvió a un gran número de mujeres al hogar, y enparticular a las menos formadas y a las más débiles eco-nómicamente. Francia propuso una prestación por ma-ternidad para aquellas que se quedasen en casa y seocupasen de sus hijos pequeños durante tres años. Al finy al cabo, se decía, la crianza es un trabajo como otrocualquiera, y a menudo incluso menos valorado queotros, ¡hasta el punto de que se estimó en la mitad del sa-

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lario mínimo interprofesional! El paro masivo que afectóa las mujeres con mayor dureza aun que a los hombres,tuvo como consecuencia que la maternidad volviera denuevo al primer plano: era un valor más seguro y recon-fortante que un trabajo mal pagado, que se puede perderde la noche a la mañana. Y tanto más en cuanto que siem-pre se ha considerado más destructivo el paro del padreque el de la madre, y que los psiquiatras infantiles descu-bren continuamente nuevas responsabilidades con res-pecto al hijo que solo incuben a esta última.

Del mismo modo, la crisis económica tuvo conse-cuencias negativas sobre la esperada evolución de loshombres. Su resistencia al reparto de las tareas y a la igual-dad se vio incrementada. Los inicios prometedores quehabíamos creído constatar se quedaron en eso. La crisisigualitaria, que se mide por la diferencia de los salariosentre hombres y mujeres, tiene su origen en el repartodesigual de los trabajos familiares y domésticos. A día dehoy, igual que hace veinte años, siguen siendo las muje-res quienes asumen siempre las tres cuartas partes de esastareas. Sin embargo, la crisis económica no es la únicacausa del estancamiento de la desigualdad. Otra, aún másdifícil de resolver, ha venido a reforzarla: una crisis identi-taria, probablemente sin precedentes en la historia de lahumanidad.

Hasta ayer mismo, los universos masculinos y feme-ninos estaban estrictamente diferenciados. La comple-mentariedad de los roles y de las funciones nutría elsentimiento de identidad especifica de cada sexo. A partirdel momento en que hombres y mujeres pueden asumir

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las mismas funciones y jugar los mismos papeles —en lasesferas públicas y privadas—, ¿qué queda de sus diferen-cias esenciales? Si la maternidad es privativa de la mujer,¿es concebible atenerse a una definición negativa delhombre, como aquel que no concibe al hijo?

Como para provocar un profundo vértigo existencialen el aludido… La cuestión se hizo más compleja todavíapor la posible disociación del proceso maternal, y quizásla necesidad de una redefinición de la maternidad. ¿Lamadre es aquella que da el ovocito, la que engendra alhijo o la que lo educa? Y en este último caso, ¿qué quedade las diferencias esenciales entre paternidad y materni-dad?

Ante tantos cambios radicales e incertidumbres, latentación de volver a poner en su lugar a nuestra viejaMadre Naturaleza, y fustigar las aberrantes ambiciones dela generación precedente es poderosa. Tentación reforzadapor el surgimiento de un discurso ungido con el velo dela modernidad y de la moral, que lleva el nombre de na-turalismo. Esta ideología, que preconiza simplemente lavuelta al modelo tradicional, carga con todo su peso sobreel provenir de las mujeres y sobre sus opciones. ComoRousseau en su época, hoy se las quiere convencer deque se reconcilien con la naturaleza y vuelvan a los fun-damentos, cuyo pilar sería el instinto maternal. Pero adiferencia del siglo XVIII, ellas tienen hoy tres posibilida-des: adherirse, negarse o negociar, dependiendo de sipriorizan sus intereses personales o su función maternal.Cuanto más intensa es esta última, incluso exclusiva, másposibilidad tiene de entrar en conflicto con otras reivin-

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dicaciones, y más difícil deviene la negociación entre lamujer y la madre. Junto a las mujeres que descubren surealización plena en la maternidad y a las que, cada vezmás y más numerosas, voluntariamente o no le dan la es-palda, están todas aquellas sensibles a la ideología mater-nalista dominante, que se preguntan sobre la posibilidadde conciliar sus deseos de mujer y sus deberes de madre.De manera que, visto cuánto pueden divergir sus intere-ses, la ilusión de un frente común de mujeres ha estalladoen pedazos. Lo cual, también en este caso, vuelve a poner encuestión la definición de una identidad femenina…

Esta evolución observable en todos los países de -sarrollados experimenta, sin embargo, importantes maticessegún la historia y la cultura de cada uno. Anglosajonas,escandinavas, mediterráneas, pero también germanas o ja-ponesas, se plantean los mismos interrogantes, a los queresponden cada una a su manera. Curiosamente, las fran-cesas forman una especie de grupo aparte. No porque ig-noren totalmente el dilema que se plantea a las demás,sino porque su concepción de la maternidad se deriva,volveremos sobre ello, del estatus particular de la mujerelaborado hace más de cuatro siglos.1

Es posible que gracias a eso sean hoy las más fecundasde Europa. ¡Cabe preguntarse si esa invocación siemprerenacida del instinto maternal, y de los comportamientosque de él se derivan, no es el peor enemigo de la mater-nidad!

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1 Elisabeth Badinter, ¿Existe el amor maternal? Historia del amor maternal(s. XVII-XX), 1992.

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PRIMERA PARTE

ESTADO DE LA CUESTIÓN

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Capítulo I

LAS AMBIVALENCIAS DE LA MATERNIDAD

Antes de los años setenta, el hijo era la consecuen-cia natural del matrimonio. Toda mujer apta paraprocrear lo hacía sin plantearse demasiadas pre-

guntas. La reproducción era a la vez un instinto, una obli-gación religiosa y otra debida a la supervivencia de laespecie. Se daba por sentado que toda mujer «normal»deseaba hijos. Evidencia tan poco discutida, que aún re-cientemente se podía leer en una revista: «El deseo delhijo es universal. Nace del fondo de nuestro cerebro rep-tiliano, del para qué estamos hechos: prolongar la espe-cie».1 Sin embargo, desde que una gran mayoría demujeres utiliza anticonceptivos, la ambivalencia maternalsurge con mayor claridad, y la fuerza vital surgida denuestro cerebro reptiliano parece un tanto debilitada…El deseo de hijos no es ni constante ni universal. Algunasquieren, otras ya no quieren y finalmente hay otras, queno han querido nunca. Desde que existe la posibilidadde escoger, existe la diversidad de opciones y ya no sepuede hablar de instinto o de deseo universal.

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1 Revista Psychologies, mayo de 2009. Dossier «Vouloir un enfant».

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LOS TORMENTOS DE LA LIBERTAD

La elección de ser madre

Toda elección supone una reflexión sobre los moti-vos y las consecuencias. Traer un hijo al mundo es uncompromiso a largo plazo, que implica otorgarle priori-dad a él. De todas las decisiones a las que un ser humanose enfrenta en la vida, ésta es la que conlleva un cambiomás radical. La prudencia exigiría pues, que uno lo piensedos veces y se pregunte muy en serio sobre sus capacida-des altruistas y el placer que puede obtener. ¿Es así siem-pre?

Philosophie Magazine ha publicado hace poco un son-deo muy instructivo.2 A la pregunta: «¿Por qué tenemoshijos?», los franceses (hombres y mujeres) han respondidoen estos términos (los encuestados podían dar diversasrespuestas):

—Un hijo hace que la vida cotidiana sea más bella y más feliz 60%

—Te permite perpetuar la familia, transmitir tus valores, tu historia 47%

—Un hijo proporciona afecto, amor y alivia la soledad de la vejez 33%

—Supone hacerle a alguien el regalo de la vida 26%—Hace que la relación de pareja sea más intensa y más sólida 22%

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2 Publicado en el nº 27 de marzo de 2009. Sondeo realizado por TNS-Sofres del 2 al 5 de enero de 2009 sobre una muestra representativa de milpersonas.

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—Ayuda a convertirse en adulto, a adquirir responsabilidades 22%—Permite dejar una parte de uno en la tierra al morir 20%—Ofrece al hijo la posibilidad de realizar lo que uno

no ha podido 15%—Tener un hijo es una experiencia nueva, aporta novedad 15%—Para complacer a la pareja 9%—Es una elección religiosa o ética 3%—Otras respuestas (no sugeridas) 4%—Han tenido un hijo sin motivo concreto, de forma

accidental 6%

Total—Tienen hijos, desean o habrían deseado tener 91%—No tienen hijos y no desean tenerlos 9%

Philosophie Magazine señala con toda la razón que siel 48 por ciento de las respuestas están relacionadas conel amor y el 69 por ciento con el deber, el 73 por cientolo están con el placer. El hedonismo accede al primerpuesto de las motivaciones, sin que se hable en ningúnmomento de sacrificios ni de entrega personal.

En realidad, la razón tiene poco peso en la decisiónde procrear. Probablemente menos que en la de negarsea tener hijos. A parte del inconsciente, que pesa tantosobre una como sobre la otra, hay que añadir que la ma-yoría de los padres no saben por qué tienen hijos 3 y que

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3 Son raras las mujeres que lo reconocen. Es pues la ocasión de salu-dar a las que lo dicen, como la quebequesa Pascale Pontoreau en Des en-fants, en avoir ou pas (2003) o la filósofa Éliette Abécassis en su novela Un feliz acontecimiento (2007). Tras una honesta introspección, su heroínaconcluye que engendramos hijos «por amor, por aburrimiento y por miedoa la muerte».

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sus motivos son infinitamente más oscuros y confusos quelos aludidos en el sondeo. De ahí la tentación de apelar aun instinto que prevalece por encima de todo. De hecho,la decisión emana en mayor medida de lo afectivo y delo normativo, que de la toma de conciencia racional de las ventajas y los inconvenientes. Si bien se alude a me-nudo a la influencia de la afectividad, se habla poco dealgo que no es menos importante: las presiones de la fa-milia, de los amigos y de la sociedad, que pesan sobretodos nosotros. Una mujer (y en menor medida un hom-bre) o una pareja sin hijos, siempre son vistos como unaanomalía y dan lugar a la problemática. ¡Qué ocurrenciano tener hijos y apartarse de la norma! Ellos se ven cons-tantemente obligados a explicarse, mientras que a nadiese le ocurriría preguntarle a una madre por qué lo ha sido(y exigirle razones válidas), aunque fuera la más infantile irresponsable de las mujeres. En cambio, aquella quecontinúa voluntariamente infecunda tiene pocas posibi-lidades de escapar a los suspiros de sus padres (a quienesprohíbe ser abuelos), a la incomprensión de sus amigas(que desean que se haga lo mismo que ellas) y a la hosti-lidad de la sociedad y del Estado, defensores de la natali-dad por definición, que disponen de múltiples y sutilesformas de castigaros por no haber cumplido con vuestrodeber. Es necesaria pues, una voluntad a toda prueba yun carácter valiente, para reírse de todas esas presiones, eincluso de cierta estigmatización.

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El dilema hedonista, o la maternidad contra la libertad

Por lo demás, el individualismo y la búsqueda de larealización personal llevan a las futuras madres a hacersepreguntas que no se planteaban ayer. Al no ser ya la ma-ternidad el único modo de afirmación personal de unamujer, el deseo de tener hijos puede entrar en conflictocon otros imperativos. Aquellas que tienen una profesióninteresante y sueñan con hacer carrera —una minoría—no pueden evitar plantearse las preguntas siguientes:¿Hasta qué punto el niño va a ser un lastre en su recorridoprofesional? ¿Podrán simultanear una carrera profesionalexigente y la crianza de un niño? ¿Qué consecuenciastendrá en su relación de pareja? ¿Cómo reorganizar lavida doméstica? ¿Podrán conservar las ventajas de su vidaactual y qué parte en concreto de su libertad deberánabandonar?4 Esta última pregunta afecta no solo a lasprofesionales, sino a una cantidad mucho mayor de mu-jeres.

En una civilización en la que «yo primero» se haconvertido en un principio, la maternidad es un desafío,e incluso una contradicción. Lo que es legítimo para unamujer cuando no es madre, deja de serlo en cuanto apa-rece el hijo. La preocupación por una misma debe cederel puesto al olvido de una misma, y al «yo lo quiero todo»le sucede el «yo se lo debo todo». Desde el momento enque una decide traer un hijo al mundo por propio placer,

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4 Preguntas inspiradas libremente del libro de Marian Faux, Childlessby choice, 1984.

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se habla menos de don y más de deuda. Del don de lavida de otros tiempos, se ha pasado a una deuda infinita conrespecto a aquel que ya no nos impone ni Dios ni la na-turaleza, y que un día sabrá recordaros que él no nos pidiónacer…

Cuanto más libre se es de tomar las propias decisio-nes, más responsabilidades y deberes se tienen. Dicho deotra manera, el hijo que representa una fuente incontes-table de plenitud para unas, puede revelarse como unobstáculo para otras. Todo depende de su inversión en lamaternidad y de su capacidad altruista. Sin embargo, antesde tomar la decisión, pocas son las mujeres (y las parejas)que se dedican con total lucidez a calcular los placeres ylos sinsabores, los beneficios y los sacrificios. Al contrario,se diría que una especie de halo ilusorio cubre la realidadmaternal. La futura madre solo fantasea sobre el amor yla felicidad. Ignora la otra cara de la maternidad hecha deagotamiento, de frustración, de soledad, e incluso de alie-nación con su cortejo de culpabilidad. Leyendo declara-ciones recientes de madres5 puede medirse hasta quépunto están poco preparadas para ese cambio radical. Nome habían prevenido, dicen ellas, de las dificultades de laaventura. «Engendrar un hijo está al alcance de todos, ysin embargo pocos futuros padres saben la verdad, es elfinal de la vida,6 que hay que entender como el final demi libertad y de los placeres que ésta me procuraba. Los

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5 Marie Darrieussecq, El bebé, 2004; Nathalie Azoulai, Mère agitée,2002; Éliette Abécassis, op. cit., Pascale Kramer, L’Implacable brutalité du ré-veil, 2009.

6 Éliette Abécassis, op. cit. Subrayado por la autora.

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primeros meses del bebé son especialmente agotadores:«Así es imposible estar atractiva, es imposible que la ple-nitud pueda nacer de esta dependencia, de esta inquietudsin remisión ni escapatoria».7 O aún más: «Él mamaba yseguía mamando, a destajo, con sus dos neuronas, blo-queado en su programa como yo en mi televisión […].Yo me despertaba, me adormecía, se hacía de día, ano-checía, nadie me había prevenido de que esto sería tanaburrido, o yo no me lo había creído».8

Si, para Marie Darrieussecq, la felicidad se anteponeal aburrimiento, para otras lo que domina es la impresiónde vacío, y no ansían más que reencontrarse con elmundo exterior.

Es obligado constatar que la maternidad sigue siendola gran desconocida. Esta opción de vida que comportaun cambio radical de prioridades tiene algo de apuesta.Unas encuentran en ella una felicidad y un beneficioidentitario irreemplazables. Otras consiguen conciliar lasexigencias contradictorias, mejor o peor. Finalmente hayquienes no reconocerán jamás que no lo consiguen y quesu experiencia maternal es un fracaso. En efecto, en nues-tra sociedad no hay nada más indecible que esa confesión.Reconocer que una se ha equivocado, que no estabahecha para ser madre, y que ha obtenido de ello pocassatisfacciones os convertiría en una especie de monstruoirresponsable. ¡Y sin embargo, hay tantos hijos no queri-dos, mal educados y abandonados a su suerte, en todas lasclases sociales, que prueban esta realidad! De ahí el interés

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7 Pascale Kramer, op. cit.8 Marie Darrieussecq, op.cit.

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de una experiencia sobre el tema, citada a menudo porla literatura norteamericana: la de la cronista del ChicagoSun-Times, Ann Landers, que en los años setenta preguntóa sus lectores si repetirían la decisión de ser padres, sa-biendo lo que sabían. Ante la estupefacción general, Lan-ders recibió unas diez mil respuestas de las que el 70 porciento eran negativas.9 En opinión de esas personas, lossacrificios eran demasiado importantes en comparacióncon las satisfacciones que habían obtenido. Es verdad quedicha experiencia no tiene valor como encuesta cientí-fica. Solo sintieron ganas de responder los padres decep-cionados. Pero tuvo el mérito de sacar de su silencio a losignorados.10

La maternidad y las virtudes que implica no son evi-dentes. Ni hoy ni ayer, cuando era un destino obligado. Es-coger ser madre no garantiza, como se creyó en unprincipio, una maternidad mejor. No solo porque puedeque la libertad de opción sea un engaño, sino tambiénporque ésta incremente considerablemente el peso de lasresponsabilidades, en una época en que el individualismo yla «pasión por uno mismo»11 son más poderosos que nunca.

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9 Chicago Sun-Times, 29 de marzo de 1976. Véase Marian Faux, op. cit.

10 La fundadora de Childfree, Leslie Lafayette, intentó de nuevo la ex-periencia en numerosas ocasiones durante los años noventa. En los programasde radio pedía a los oyentes, garantizándoles el anonimato, que contestarana la misma pregunta. El porcentaje de respuestas negativas varió entre el 60 y el 45 por ciento. Una vez más el único interés de dichas cifras es darvoz a las personas decepcionadas de su experiencia como padres. No danninguna indicación sobre el porcentaje real.

11 Expresión que tomo de Jean-Claude Kaufmann. Véase L’Inventionde soi, 2004, p. 276.

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La maternidad agrava la desigualdad en el seno de la pareja

Desde Durkheim sabemos que el matrimonio cuestacaro a las mujeres y favorece a los hombres. Un siglo mástarde deben aportarse matices al respecto, pero L’Injusticeménagère12 [La injusticia doméstica] subsiste: la vida conyugalsiempre ha tenido un coste social y cultural para las mujeres,tanto respecto al reparto de las tareas domésticas y la edu-cación de los hijos, como al desarrollo de su carrera profe-sional y su remuneración. Hoy no es tanto el matrimonio,que ha perdido su carácter de necesidad, como la vida enpareja y sobre todo el nacimiento del hijo lo que cargasobre las mujeres. El concubinato, muy extendido, no hapuesto fin a la desigualdad doméstica, aunque las encuestasmuestran que es más favorable para las mujeres que el ma-trimonio. Al menos al principio de la vida en pareja, ya quela llegada del hijo incrementa notablemente las horas dededicación doméstica de la mujer,13 mientras que el hom-bre, en cuanto padre, se dedica más al trabajo profesional.

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12 Título del libro publicado en 2007 bajo la dirección de François deSingly, veinte años después de Fortune et infortune de la femme mariée.

13Véase la encuesta americana de Shelton y John (1993) publicada porF. de Singly en el epílogo (2004) de Fortune et infortune..., op. cit., p. 218. Véaseigualmente un artículo muy reciente de Arnaud Régnier-Loilier, «L’Arrivéed’un enfant modifie-t-elle la répartition des tâches domestiques au sein ducouple?», Population & Societés, nº 461, noviembre de 2009. En él se constataque «la llegada de un hijo acentúa el desequilibrio del reparto de tareas» endetrimento de la madre, contribuyendo a su alejamiento del mercado laboral.Hoy, igual que ayer, las mujeres asumen lo esencial de las tareas domésticas,que son cada vez más pesadas a medida que van naciendo hijos. El autor su-braya que la insatisfacción de las mujeres aumenta después del nacimientode un hijo.

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Según F. de Singly, «la amplitud del trabajo domés-tico, y su justificación, deriva menos de los requerimientosde los hombres que de las exigencias, reales o supuestas, delos hijos. La marcha de los hijos demuestra de manera casiexperimental que el coste de la vida conyugal deriva engran medida del coste del hijo».14

Es verdad que cuantos más títulos académicos tienenlas mujeres, menos se encargan del trabajo doméstico ymás aumenta su trabajo profesional, sin que por ello sucompañero haga más cosas en casa.15 El capital académicode la mujer, apunta De Singly, sirve principalmente pararecurrir a la ayuda doméstica externa a la familia. Algoque no pueden permitirse las madres menos cualifica-das que tienen una actividad profesional. De ahí ese co-mentario del sociólogo, que no carece de consecuenciasrespecto a la maternidad: «La revolución de las costum-bres ha acercado a los hombres y las mujeres más cualifi-cados, mientras alejaba a las mujeres de sus iguales peorcualificadas».16 ¡Mientras las primeras tienden a dedicarseprincipalmente a su trabajo, hasta el punto de renunciaren ocasiones a la maternidad, las segundas hacen la elec-ción inversa, sobre todo cuando el trabajo es escaso y malpagado! La desigualdad social que se añade a la de géneropesa mucho sobre el deseo de hijos.

ELISABETH BADINTER

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14 Op. cit., p. 215. 15 Ibid., p. 221. Cuadro sobre la división del trabajo en función del sexo

y de la titulación (INSEE EDT, 1998-1999). 16 Ibid., p. 222.

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