la misión y la renovación de la iglesia, según...

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1 La misión y la renovación de la Iglesia, según Evangelii Gaudium P. Fidel Oñoro, cjm “Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu” (EG 261) Me pide nuestro Superior General, que presente a este Consejo de Congregación de 2017 las líneas de la exhortación Evangelii Gaudium (EG) 1 , del Papa Francisco, en cuanto llamada a una profunda renovación de la Iglesia en esta etapa de la historia que estamos viviendo. El propósito es ayudar a captar el sentido y la estrada de este camino de renovación de modo que, en esta etapa de la vida de la Congregación, también nosotros le demos toda nuestra recepción a este llamado y contemos con algunos elementos para reflexionar mejor sobre nuestra contribución desde el carisma que se nos ha dado. Reconociendo que la cuestión es más amplia, en este abordaje nos enfocaremos en la estrecha relación que hay entre la misión y la renovación de la Iglesia, intentando rescatar los puntos clave que diseñan una ruta interesante para el camino comunitario. En el vocabulario de la EG, “renovación” y “misión” son dos esfuerzos que, si bien no son idénticos, se correlacionan entre sí como vasos comunicantes, se reenvían el uno al otro: la misión renueva a la Iglesia y toda renovación se hace en función de una mayor fidelidad a la misión. Se comprende que, cuando nos referimos a la Iglesia, no pensamos tanto en esta institución necesitada de ajuste continuo y en su dinámica organizativa, pensamos más bien en un cuerpo viviente que crece y camina. En este sentido, una renovación no es en primer lugar una reforma institucional sino una aventura del Espíritu que regenera todo desde dentro, que consiste en atravesar de forma cualitativamente ascendente los imperativos del crecimiento en la vida en Cristo, sabiendo que, para ello, como ocurre con todo organismo vivo, se requiere admitir las crisis, afrontar los puntos dolientes o muertos o los caminos agotados y, lo más importante, tomar fuertes decisiones. Crecer, lo sabemos bien, implica también asumir con lucidez las contingencias y los límites, las contradicciones internas y los riesgos que implica el andar en una ruta en la que no contamos con un mapa ni con un seguro anti-fracaso. Nuestra Congregación también vive junto con la iglesia esta búsqueda a tientas de los caminos del Espíritu. 1 SS. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. La alegría del Evangelio, Roma, 24 de noviembre de 2013.

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La misión y la renovación de la Iglesia, según Evangelii Gaudium

P. Fidel Oñoro, cjm

“Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu” (EG 261)

Me pide nuestro Superior General, que presente a este Consejo de Congregación de 2017 las líneas de la exhortación Evangelii Gaudium (EG)1, del Papa Francisco, en cuanto llamada a una profunda renovación de la Iglesia en esta etapa de la historia que estamos viviendo. El propósito es ayudar a captar el sentido y la estrada de este camino de renovación de modo que, en esta etapa de la vida de la Congregación, también nosotros le demos toda nuestra recepción a este llamado y contemos con algunos elementos para reflexionar mejor sobre nuestra contribución desde el carisma que se nos ha dado. Reconociendo que la cuestión es más amplia, en este abordaje nos enfocaremos en la estrecha relación que hay entre la misión y la renovación de la Iglesia, intentando rescatar los puntos clave que diseñan una ruta interesante para el camino comunitario. En el vocabulario de la EG, “renovación” y “misión” son dos esfuerzos que, si bien no son idénticos, se correlacionan entre sí como vasos comunicantes, se reenvían el uno al otro: la misión renueva a la Iglesia y toda renovación se hace en función de una mayor fidelidad a la misión. Se comprende que, cuando nos referimos a la Iglesia, no pensamos tanto en esta institución necesitada de ajuste continuo y en su dinámica organizativa, pensamos más bien en un cuerpo viviente que crece y camina. En este sentido, una renovación no es en primer lugar una reforma institucional sino una aventura del Espíritu que regenera todo desde dentro, que consiste en atravesar de forma cualitativamente ascendente los imperativos del crecimiento en la vida en Cristo, sabiendo que, para ello, como ocurre con todo organismo vivo, se requiere admitir las crisis, afrontar los puntos dolientes o muertos o los caminos agotados y, lo más importante, tomar fuertes decisiones. Crecer, lo sabemos bien, implica también asumir con lucidez las contingencias y los límites, las contradicciones internas y los riesgos que implica el andar en una ruta en la que no contamos con un mapa ni con un seguro anti-fracaso. Nuestra Congregación también vive junto con la iglesia esta búsqueda a tientas de los caminos del Espíritu.

1 SS. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. La alegría del Evangelio, Roma, 24 de noviembre de 2013.

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En términos del Papa Francisco, la Iglesia avanza cuando realiza el proyecto del Padre, cuando “camina, edifica y confiesa” su única gloria, que es Cristo crucificado2. La Iglesia avanza cuando se ocupa de aquello que le es propio, cuando se sacude la tristeza y el miedo para emplear todas sus energías con valor y audacia en lo que es su razón de ser: “La dulce y confortadora alegría de evangelizar”3. Mensaje y estilo, como siempre, van de la mano. A partir de la exhortación EG, nos preguntamos entonces, ¿en qué consiste la propuesta del Papa Francisco para una profunda renovación de la Iglesia? Sabemos que será siempre una obra del Espíritu Santo (EG 261), sí, pero, de nuestra parte, ¿qué requiere? ¿sobre qué “puntos de giro” o “palancas” habría que enfocar y emplear energías para ayudar a hacer posible esta renovación? ¿qué implicaciones tiene aceptar este llamado? ¿las aceptaríamos? Para responder, comenzamos con una primera ponderación del valor programático de la EG, donde ya va señalado el horizonte de este camino; luego señalamos algunos datos de tipo contextual para apreciar tanto la genética como la novedad de la propuesta, dejando alguna puntada sobre el universo teológico que lo produce; enseguida nos detenemos en el punto central, que es el cauce, denominado “pastoral en conversión”; finalmente señalamos algunas implicaciones a las que vendría bien poner atención. 1. Una exhortación de carácter programático 1.1. El valor programático Lo primero que hay que señalar, y esto nos sirve de premisa para nuestras consideraciones, es el hecho de que, para todos los efectos, la EG puede ser considerada como el manifiesto programático del Papa Francisco, quien escribe expresamente: “Destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes” (EG 25). Ya desde el inicio del documento el Papa avisa su propósito de “indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (EG 1)4. El referente indiscutible es ante

2 El 14 de marzo de 2013, en su primera homilía como Papa, escuchando la Palabra de Dios, Francisco destacó este llamado a avanzar: “En estas tres lecturas veo que hay algo en común: es el movimiento. En la primera lectura, el movimiento en el camino; en la segunda lectura, el movimiento en la edificación de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio, el movimiento en la confesión. Caminar, edificar, confesar”. Notemos que lo que inspira al Papa proviene de la escucha de la Palabra de Dios. 3 Esta expresión de Pablo VI, en la exhortación Evangelii Nuntiandi 80, que habla de la razón de ser de la Iglesia e invita a pasar de una actitud de tristeza y desaliento a otra de valor y audacia, aparece entre las preferidas del Papa Francisco: comienza y termina con ella en su intervención en la Congregación General de los Cardenales antes del Cónclave (jueves 7 de marzo de 2013) y la retoma en la EG 9-13. Curiosamente EN 80 ocupa un numeral completo del documento de Aparecida (DA 552). 4 No es exagerado decir que lo que para el pontificado de Juan Pablo II fue la “Redemptor Hominis” (del 4 de marzo de 1979, con apenas seis meses de pontificado) y para Benedicto XVI la “Deus Caritas est”

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todo el Evangelio, claro está, pero también a la nueva etapa abierta por el Concilio Vaticano II y los esfuerzos recurrentes por concretar su prometida renovación5. Aunque la EG declara asumir las propuestas del Sínodo de 20126, la exhortación va mucho más lejos haciendo una ampliación de horizonte que este mismo Sínodo no había previsto. Por algo, el documento omite en el título el apellido de “post-sinodal”, que cabría esperar, precisamente porque el Papa se lo apropia como su documento programático. Y, de hecho, estamos más cerca de una encíclica que de una exhortación post-sinodal propiamente dicha. Para delinear caminos, el Papa hace gala de su estilo de veterano profesor de literatura y de curtido pastor que conoce la importancia del lenguaje. Hace sentir su lenguaje directo y llano, poblado por una serie de imágenes que configuran un universo antropológico, teológico y pastoral coherente y consistente, donde transitan imágenes y una terminología de efecto. La EG es muy rica, conviene decirlo, antes que por la densidad teológica a la que estamos habituados en el magisterio pontificio, por la gran cantidad de sugerencias, de cuestionamientos y de puertas abiertas para recorrer caminos; es todo un ideario que se va construyendo a medida que se avanza. Hay que notar la frecuencia con que suenan las mismas teclas. Algunas afirmaciones, como, por ejemplo, la del tiempo y el espacio como categorías “pastorales”7, o también la manera como se subraya el concepto de “periferia”, ya hacen parte del lenguaje eclesial. Francisco es consciente de que las deficiencias, en esta etapa que vivimos, no tienen que ver con asuntos de doctrina, ni se reducen a la necesaria reforma estructural de la curia, o al saneamiento de finanzas, sino de motivaciones, de actitudes y de comportamientos concretos. La cuestión es de ortopraxis: “Se desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las

(del 25 de diciembre de 2005, con ocho meses de pontificado), para Francisco es la “Evangelii Gaudium” (2013). Juan Pablo II encontraba la respuesta al llamado de renovación en la vocación misionera de la Iglesia (RH 21). cf. A. Scola, “Redemptor Hominis: El programa de un pontificado”, en Humanitas 31 (2003). 5 En todos los pontificados, desde Juan XXIII hasta Francisco ha sido tema recurrente. Sólo como ejemplo, en el caso de Benedicto XVI, en su primera homilía después del Conclave fue directo al asunto y expresó su interés en avanzar en la renovación del Concilio Vaticano II: “proseguir en el compromiso de realización del Concilio Vaticano II, siguiendo a mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición bimilenaria de la Iglesia” (20 de abril de 2005); si bien unos días después, en la Misa de Inauguración del pontificado expresó que su programa era ponerse “a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él” (24 de abril de 2005). 6 La misma redacción de la exhortación es respuesta a la solicitud del Sínodo (EG 16) y como tal es respetuosa. Los grandes acuerdos sobre conceptualización de la evangelización se mantienen (por ejemplo, EG 14) y gran parte de sus proposiciones están incorporadas a lo largo del documento: EG 14 (prop.7), 19 (prop.16), 28 (prop.26, 44), 29 (prop.26), 30 (prop.41, 42), y así… 7 Los famosos cuatro principios provienen de escritos anteriores a la EG: (1) El tiempo es superior al espacio, (2) La unidad prevalece sobre el conflicto, (3) la realidad es más importante que las ideas, (4) el todo es superior a la parte. Principios que la EG no pertenecen a las líneas generales sino a la construcción de la paz social, la justicia y la fratenidad (EG 221, 222-236).

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opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida” (EG 80; el subrayado es nuestro). Por eso apela a una alta dosis de carga motivacional, dando prioridad al lenguaje exhortativo (por ejemplo, EG 261, que leímos para comenzar). El discurso de la EG se permite descender con frecuencia al ámbito de las motivaciones humanas y espirituales que delatan nuestras intenciones, activan nuestras búsquedas y mueven nuestros comportamientos, al tiempo que apela a la apertura y a la generosidad de cada uno de nosotros. En otras palabras, busca formar desde el corazón. Además, ante la melancolía del mundo de hoy, Francisco intenta infundir un soplo de gozo y de entusiasmo. 1.2. El centro del programa Es el anuncio del Evangelio. Y la tesis de Francisco es: para que la Iglesia pueda constituirse cada vez más en anunciadora gozosa y fervorosa de este mensaje de vida y de gozo, tiene que transformarse, renovarse, reformarse. Valga una aclaración. La misión de la Iglesia es evangelizar, pero hay que tener presente que en este documento no se está hablando de la evangelización en general sino del “anuncio del Evangelio”, si bien todas sus implicaciones deban repercutir en la misión en general8. Lo primero que hay que notar, entonces, en la EG es que en el núcleo central de este anuncio está la persona del Cristo. El eje es la centralidad del Evangelio de Jesucristo y del Reino (Mt 6,33), en el cual se configura la vida de la Iglesia y quien es el motivo, el tema y el estilo de su misión. “El centro y esencia es siempre el mismo”, afirma Francisco, “el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado” (EG 11). Ese es el anuncio, presentado con su doble efecto salfívico de “liberador de los vacíos y el aislamiento humano”, por una parte, y de “plenificador del corazón y de la vida entera”, por la otra (EG 1). En el centro está, por tanto, una realidad vital, la fuerza productora de vida que está escondida al interior de la semilla vivificante del Evangelio del Reino (Mc 4,1-34). La vida, por naturaleza, se hace tal germinando, como parto, como salida. Anunciar el Evangelio es engendrar: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” de la vida (EG 1), que es plenitud de vida (EG 4-5), “vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (EG 2). Anunciar el Evangelio es facilitar el encuentro con él (EG 7; retomando a Benedicto XVI, DCE 1), en quien nos reencontramos con el amor de Dios, amor “que nos lleva más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero”, amor que hace brotar “el manantial de la acción evangelizadora” (EG 8). Y así se hace presente el Reino, porque “Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios” (EG 176).

8 La evangelización como tal es más amplia y requeriría afrontar otros temas más específicos de la vida de la Iglesia. Tampoco el tema son las enseñanzas de la Iglesia.

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Esto es volver al Evangelio. Y volver al evangelio es volver a escuchar la llamada y recibir el envío. La alegría es la naturaleza misma del Evangelio. A esto alude el título de la exhortación (de Evangelii Nuntiandi a Evangelii Gaudium), pero con un nuevo matiz: en lugar de decir “anuncio”, que es el medio, dice “alegría” que es el efecto salfívico, el resultado del anuncio cuando es acogido en el corazón e incorporado vitalmente. Evangelio, “eu-aggelos”, buena o alegre noticia, matiz último al que esta exhortación le saca el máximo provecho, porque cuando el anuncio llega, eso es lo que debe producir, un giro radical de la existencia hacia su plenitud. Y esta explosión de alegría es el detonante del impulso misionero9. Una renovación no se lleva a cabo con “restauracionismos” (volver atrás) ni con “utopismos” (un futuro ideal), sino con el tomarse en serio el hoy del Evangelio, a cuya fuente acudimos y cuyo mensaje proclamamos y hacemos realidad en el compromiso10. Curiosamente en este movimiento del volver a la fuente, la EG va a encontrar pista para perfilar su planteamiento de fondo, tomando como paradigma el movimiento mismo. Y lo hace con un oxímoro (una figura retórica que funciona por contradicción de términos, como por ejemplo “un instante eterno”): volver a la fuente del evangelio es salir. En el Reino se entra saliendo11. En la acogida del don del Señor y en su consecuente salida de sí, cada persona experimenta un acto liberador de las clausuras internas y resignifica su existencia (EG 8). “El amor el Cristo nos apremia” y “Ay de mí si no evangelizo”, había dicho san Pablo (2 Cor 5,14; 1 Cor 9,16; cf. EG 9). La entrada de Jesús y de su Reino en la existencia de una persona la empuja contemporáneamente a la salida de sí. De estas convicciones implicadas en el anuncio del Evangelio, resulta la correlación entre la renovación, entendida como transformación por la acogida de esta semilla de vida, y la misión, en su connotación particular de salida de sí. Sólo saliendo de sí misma, la Iglesia se renueva, ¡y cómo! Citando a Juan Pablo II, Francisco sostiene que “toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial” (EG 27, citando la EO 19). La Iglesia no se renueva con ninguna estrategia particular ni recomponiendo sus estructuras de gobierno (eso es consecuencia), se renueva anunciando el evangelio, comunicando esa vida que le ha sido dada y que, al acogerla, ha hecho de la suya una existencia creyente; es la vida nueva de su Señor que da plenitud y gozo a la existencia. Con cierta ironía y toque de humor, el Cardenal Bergoglio le pintaba a los Cardenales antes del Cónclave que lo eligió, una imagen gráfica basada en Ap 3,20: “Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice

9 El mismo tono que se quiso imprimir en el Documento de Aparecida desde la primera línea. Cf. CELAM, Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Aparecida (13-27 de mayo de 2007), Celam Publicaciones, Bogotá 2007. 10 Decía Francisco a la reunión de Coordinación del CELAM: “Toda proyección utópica (hacia el futuro) o restauracionista (hacia el pasado) no es del buen espíritu. Dios es real y se manifiesta en el ‘hoy’… El “hoy” es lo más parecido a la eternidad” (Rio de Janeiro, 28.07.2013). 11 Se ilustra con diversas imágenes, una de ellas la de EG 15, donde la imagen la del pastor que sale a buscar para traer y reincorporar (Lc 15,7).

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que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir”12. De aquí parte la EG. 2. Algunas consideraciones sobre la genética de la EG La EG no nació de la noche a la mañana, fue gestada en los primeros nueve meses de este pontificado, y en ella encontramos de forma explícita muchos de los elementos que le distinguen. Dejando de lado la cuestión de las fuentes del documento, vamos a fijarnos solamente en cuatro aspectos que contribuyen fuertemente a perfilarla y que son útiles para captar algunos elementos novedosos de la propuesta. 2.1. El horizonte del Concilio Vaticano II Ha sido el “caballito de batalla” de los últimos 50 años. Francisco entiende su tarea como un ayudar a avanzar en esa misma ruta. En lo aquí respecta, vale recordar que el Concilio aportó no sólo una rica documentación, sino que hizo opción por una actitud que era muy diferente a la inculcada por ciertas corrientes de la Iglesia en períodos anteriores, de defensiva ante el cambio social. Fue lo que señaló Juan XXIII en el discurso de apertura: “En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia” (Citado por EG 84). Se trata de una comprensión positiva, aunque no ingenua, del cambio de época. Y esto es lo que retoma Francisco, agregando: “Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña” (EG 84). El punto es que el Concilio Vaticano II esbozó un horizonte de pensamiento que orienta la reforma de la Iglesia13. Su primer efecto está en el hecho de que nos ha llevado a aceptar que se acabó el tiempo de cristiandad y que estamos ante un nuevo ordenamiento social que interpela nuestra manera de ser Iglesia y de evangelizar, ya que lo adverso no se puede afrontar simplemente con el anatema. De ahí que la Iglesia deba re-verse, ¿cómo?

12 Card. J.-M- Bergoglio en las Congregaciones previas al Cónclave (Roma, 9 de marzo de 2013). 13 Como anotación marginal, cabe recordar lo que había señalado el Cardenal Ratzinger en una intervención en el año 2000. Decía que para entender el Concilio y su camino de renovación hay que atender a la arquitectura de sus grandes documentos: al inicio está la adoración, Dios (Sacrosanctum Concilium), sigue la Iglesia que es el Pueblo de Dios que hace alianza y camina en oración (Lumen Gentium), siendo la Palabra de Dios la que convoca a la Iglesia y la renueva en todo tiempo (Dei Verbum) y hace de ella portadora de luz en el mundo (Gaudium et Spes). El Concilio no encerró la Iglesia, buscó una nueva manera de entender la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo. Cf. “Intervento del Cardinale Joseph Ratzinger sull’ecclesiologia della Costituzione ‘Lumen Gentium’”. Convegno Internazionale sull’attuazione del Concilio Ecumenico Vaticano II, promosso del Comitato del Grande Giubileo dell’anno 200. Roma, 27 Febbraio 2000.

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La renovación de la Iglesia se entiende como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo. Para explicarlo, Francisco echa mano de dos textos luminosos. El primero proviene de Pablo VI: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio [...]” (Ecclesiam Suam 3; citado en EG 26). El segundo, de las mismas palabras del Concilio: “Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación” (UR 6; citado en EG 26). Es en función de ella, que la Iglesia puede y debe preguntarse si sus estructuras, en cuanto instituciones temporales, están cumpliendo con su función de facilitar o, por el contrario, están obstruyendo la evangelización (EG 26). La renovación toca, entonces, la fibra más profunda de la Iglesia, su identidad. Y sobre esta identidad, Pablo VI había dicho que la Iglesia “existe para evangelizar” (EN 14), luego Juan Pablo II fue enfático en afirmar que esta es su “tarea primordial” (RM 280). Afirma ahora Francisco que “La salida misionera es el paradigma de toda la obra de la Iglesia” (EG 15; el subrayado es de él). En el encuentro con el otro y en la percepción que tenemos de él, de alguien que nos interpela y por cuyo medio el Señor nos convoca, se comprende mejor esta fidelidad a la identidad. El desafío está en saber responder a estas voces, a las preguntas existenciales, que vienen desde la periferia. El Concilio Vaticano II no sólo dejó la “Lumen Gentium”, también enseñó a la Iglesia dialogar con el mundo actual con la “Gaudium et Spes”: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1)14. ¿Cómo entablar este diálogo? Todos sabemos que esto no es fácil, el dilema se remonta a los orígenes mismos del cristianismo, al primer “concilio” (Hch 15), cuando ya se confrontaba el modelo paulino de tipo centrífugo con el modelo santiaguino de tipo centrípeto; un dilema que se resume en pocas palabras: si es la gente la que debe venir y adaptarse sin más, o somos nosotros los que debemos salir a buscarla facilitando el camino (sin imponer la circuncisión). En los días del cónclave del 2005, algunos usaron la imagen del castillo para retratar a los promotores de una Iglesia a la defensiva (sobre los muros de su doctrina y su moral), del tipo “somos pocos pero somos los que somos”; contraria en su dinámica a una de puentes, que, sin hacer concesiones en lo fundamental e identitario, prioriza la búsqueda, el salir al encuentro de cada persona, allanando el camino. En 2013, con la elección de Francisco se escogió el de los puentes como criterio de renovación. Él mismo los había expuesto a los cardenales estos dos modelos y se apoyó, para ello, en el Concilio Vaticano II: “Hay dos imágenes de la Iglesia: la iglesia evangelizadora que sale de sí; la ‘Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans’ [‘Escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola confiadamente’], o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y

14 Texto sobre el que vuelve Francisco en su discurso a la Reunión de Coordinación del CELAM para hablar de la renovación de la Iglesia (Rio de Janeiro, 28.07.2013).

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reformas que haya que hacer para la salvación de las almas”15. Se trata de abrir horizontes nuevos, en vez de cerrar. 2.2. Un camino sinodal en proceso Esta segunda anotación es, en realidad, prolongación de la primera: la Iglesia que se renueva lo hace discerniendo “juntos” los caminos. Una de las mejores creaciones del Concilio fue el Sínodo de los Obispos, porque –de alguna manera– lo ha prolongado a lo largo de sus catorce asambleas generales. Se ha venido desarrollando un principio de sinodalidad, que es un tema tan delicado como inacabado, y que implica el aprender a caminar juntos. Esto se lo toma a pecho Francisco, ya de forma programática en la EG, consciente de que es uno de los logros, y al mismo tiempo, una de las tareas pendientes. En ese sentido, habla de una “saludable ‘descentralización’”: “No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios” (EG 16), “una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG 32). Llegando a sugerir que se podría aprender algo de las Iglesias ortodoxas en su “sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad” (EG 247). Pero quizá el mayor desafío sea el del estilo de una Iglesia, que para ser más evangelizadora saliendo de sí, deba volver a aprender a todos los niveles lo que significa el caminar juntos en fraternidad. Esta es una tecla que se toca fuerte en la exhortación de Francisco, con un lenguaje siempre cálido: “sentimos el deseo de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos… de participar en esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación” (EG 87). Pues bien, esta es la manera como la sinodalidad desciende para construir la comunidad eclesial “desde abajo”, renovando las estructuras parroquiales para que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión” (EG 28). Y no es extraño que se urja a todos los niveles de la Iglesia, sobre todo a nivel diocesano, la maduración de los mecanismos de participación, cuyo objetivo no debe ser solamente “la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos” (EG 31). Tengamos presente que en el camino sinodal de la Iglesia post-conciliar el tema de la evangelización ya había sido tema de estudio dos veces a nivel de la Iglesia universal16 y muchas veces a nivel de las Conferencias Episcopales y de las Iglesias locales. Como testimonio de sinodalidad, en cuanto acogida participativa y del “juntos”, la EG incorpora reflexiones que vienen de episcopados nacionales, como los de Congo (EG

15 Intervención de del Card. J.-M- Bergoglio en las Congregaciones previas al Cónclave (Roma, 9 de marzo de 2013). 16 Entre ellas, dos en particular se han ocupado de la evangelización, la de 1974 (La Evangelización en el mundo contemporáneo) y la del 2012 (La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana). De la primera proviene la exhortación apostólica post-sinodal “Evangelii Nuntiandi” (Pablo VI, 1975), y en el contexto de la segunda viene el documento que ahora nos ocupa. Con todo, no hay que olvidar que los Sínodos continentales, las Conferencias regionales y tantos sínodos diocesanos, también se han planteado la cuestión.

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230), Oceanía (EG 118), India (EG 250, 251), Filipinas (EG 215), y otros; también cita a los laicos de la acción católica italiana (EG 77); y hasta un evento continental como el de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida). La eclesiología de Pueblo de Dios ocupa un lugar importante en la EG, en cuanto fundamento teológico de la sinodalidad. Las imágenes eclesiológicas de la madre y de la esposa quedan subordinadas a la de Pueblo. No sólo es sólidamente bíblica, no sólo responde a lo más genuino del Concilio Vaticano II, se trata de la autocomprensión de Iglesia que mejor puede expresar fuerza del “todos” para lo cual fue convocada: la unidad de todos en alianza con el único Señor, que se encarna en todos los pueblos de la tierra y sus culturas, la solidaridad en la salvación (porque “nadie se salva solo… ni como individuo ni con sus propias fuerzas”, EG 113), la corresponsabilidad de todos al asumir el compromiso de la misión, la comprensión entre todos dentro de una rica multiculturalidad, el servicio de todos y a todos desde la diversidad de carismas (EG 111-134). Sólo un pueblo de “todos” puede ponerse en actitud de ser “para todos” (EG 113) y presentarse como “lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado, alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 114). Como “pueblo santo de Dios”, la Iglesia siempre está en peregrinación: el “sujeto de la evangelización es más que una institución orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo que peregrina hacia Dios… pueblo peregrino y evangelizador… que trasciende toda necesaria expresión institucional” (EG 111). (3) Adelante con la Evangelii Nuntiandi y Aparecida La EG ya estaba incubada en la EN. Ya vimos antes cómo Francisco parte de ella, no sólo busca una asonancia entre los dos títulos, sino que retoma de allí el llamado a la alegría. Era convicción de la EN que la evangelización debía partir de la alegría: “No a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo…” (EN 80, citado por Aparecida 552 y por EG 10; el destaque es nuestro). De la EN provienen igualmente convicciones como la de que “Jesús es el primero y el más grande evangelizador” (EN 7, cit. EG 12), la gran revalorización dada a la religiosidad popular (EN 48, cit. EG 123), el “culto a la verdad” que se ejercita en la preparación de la predicación (EN 78, cit. EG 146), la figura del evangelizador como “testigo” (EN 76, cit. EG 150), la importancia que tiene la forma de predicar (EN 40, cit. EG 156), la riqueza comprimida en la definición de la evangelización (EN 17, cit. EG 176) y la relación entre el “Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre” (EN 29, cit. EG 181). Todo esto muestra cuándo la EG asume la EN, pero quizás la repercusión intertextual, más que en las citas explícitas, se percibe mejor en el colorido de sus ecos (alusiones, vocabulario, frases enteras y hasta títulos como el EG 9-13). Más notable aún es la manera como se retoma el documento conclusivo de la V Conferencia de los Obispos latinoamericano en Aparecida (Mayo 2007), del que el Card. J.-M. Bergoglio fue el coordinador de la redacción. La expresión “discípulo

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misionero”, que recorre todo el documento, proviene de allá. Pero, sobre todo, su concepción de la misión. En Aparecida, además, era claro que los nuevos caminos pasarían por una “misión continental” con intención de desacomodar a todos (DA 548, cit. EG 15; DA 12, cit. EG 83) y que esa misión no sólo se ocuparía de importantes iniciativas evangelizadoras, sino que tendría también un carácter de paradigma de renovación porque pasaría por una “conversión pastoral”, que no es otra cosa que entrar en la misionariedad (DA 201, cit. EG 27)17. Además de esta manera de entender la renovación pastoral, algunos puntos madurados en Aparecida sirven de insumo, o mejor, se prolongan en la EG. Por ejemplo, para Aparecida la misión es una comunicación de vida que se lleva a cabo dentro de la moción clave del discipulado que es “dar la vida” con y como el Maestro, renunciando a las seguridades (DA 360, cit. EG 10). Otro ejemplo, Aparecida también le da a la religiosidad popular el estatus de lugar teológico, pensamiento que prolonga Francisco (DA 262-264, cit. EG 124), y desarrolla una teología del Reino que se ocupa de la obra de Dios en todo lo que está destinado a crecer, esto es, la vida humana y todo lo creado (DA 380, cit. EG 181). Podría decirse que la EG relanza el documento de Aparecida y afina sus grandes líneas maestras, al tiempo que se sirve de él para pintar para toda la Iglesia nuevos y sugestivos horizontes de la misionariedad. En una entrevista realizada pocos meses después de la Conferencia de Aparecida, el cardenal Bergoglio la resumía desde la imagen de la “salida”: “El documento de Aparecida no se agota en sí mismo, no cierra, no es el último paso, porque la apertura final es sobre la misión. El anuncio y el testimonio de los discípulos. Para permanecer fieles hay que salir. Permaneciendo fieles se sale, este es el corazón de la misión, y es lo que en el fondo dice Aparecida”18. (4) La categoría del “discípulo misionero” Cuando uno se pregunta cómo avanza Aparecida con relación a las cuatro Conferencias Generales anteriores, un dato que hay que tener en cuenta en la posible respuesta es que, de todas maneras, en ella emerge con fuerza y claridad la cuestión del sujeto (Primer doc. Preparatorio No.40). Este sujeto es el que Aparecida llama “discípulo misionero”19. Desde las primeras etapas de la preparación de este evento, se tenía ya la percepción de que el mayor desafío para la nueva etapa de

17 En los mismos días en que se estaba “cocinando” la EG, el Papa Francisco hizo una intervención ante el Comité de Coordinación del CELAM, en la que abordó “la renovación interna de la Iglesia” desde la perspectiva de Aparecida y distinguió entre la misión programática” y la “misión paradigmática”. La propuesta de Francisco en la EG irá en la línea de la misión paradigmática: “el cambio de estructuras… es consecuencia de la dinámica de la misión. Lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los cristianos, es precisamente la misionariedad” (Rio de Janeiro, 28.07.2013). 18 J. Bergoglio, “’Quello che avrei detto al concistoro’. Intervista di Stefania Falasca”, en 30Giorni 11 (2007). 19 El tema del discipulado fue propuesto en el encuentro de Presidentes de las Conferencias Episcopales, en febrero de 2004, en Puebla (México). Los documentos preparatorios (Primer documento, 2005; Documento de participación, 2006; Documento síntesis, 2007), con sus diversos abordajes del discipulado y la misión, allanaron la estrada de la reflexión y nutrieron las estimulantes conclusiones de Aparecida.

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evangelización en América Latina no estaba en las opciones (Medellín), ni en una rica doctrina (Puebla), ni en afirmar de nuevo la centralidad de Jesucristo (Santo Domingo), sino en las personas mismas: el sujeto creyente que lleva a cabo la evangelización, aprendiendo a ser discípulo de Jesús y recibiendo de él el estilo y el soplo misionero con un claro compromiso por el cuidado de la vida. Es un sujeto personal y comunitario que ve, discierne y actúa (DA 19; EG 50). Así la expresión llega a la EG como una de sus categorías centrales20. La imagen del discipulado misionero es dinámica, “no existe el discipulado estático”, dirá el Papa, “no admite la autorreferencialidad: o se refiere a Jesucristo o se refiere al pueblo a quien se debe anunciar. Sujeto que se trasciende. Sujeto proyectado hacia el encuentro: el encuentro con el Maestro (que nos unge discípulos) y el encuentro con los hombres que esperan el anuncio” 21. En estrecha relación con esta viene otra intuición: esta atención a la persona del discípulo misionero no lo pone en el centro sino en movimiento hacia la periferia. En tono coloquial confiesa Francisco, “me gusta decir que la posición del discípulo misionero no es una posición de centro sino de periferias: vive tensionado hacia las periferias… En el anuncio evangélico, hablar de ‘periferias existenciales’ des-centra, y habitualmente tenemos miedo a salir del centro. El discípulo-misionero es un des-centrado: el centro es Jesucristo, que convoca y envía. El discípulo es enviado a las periferias existenciales”22. Con estos datos ya podemos pasar a la cuestión central de la EG: ¿Cómo hacer de la Iglesia una comunión misionera, que se renueva en esta misionariedad y que extiende con alegría y fervor el anuncio del Reino para formar hombres nuevos, nuevos sujetos de la vida y de la historia según el proyecto del Padre? 3. El camino de renovación propuesto por la EG El dilema está entre la conservación y la transformación. La dinámica misionera apuesta por una Iglesia en camino que, para ello, se sacude, se desinstala. Se trata de pasar de “una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (EG 15, citando Aparecida 370). Francisco quiere que todos dejemos de lado “el cómodo criterio del ‘siempre se ha hecho así’”, y dice: “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG 33). Entusiasmo e intrepidez, pasión de corazón y creatividad, ¿Nos suena familiar? ¿Qué misión para cuál transformación? 23.

20 Atención especial el campo semántico de la expresión en EG 21, 24, 50, 119, 120, 127, 173, 229, 248, 266 y 287; igualmente la explicación bajo el título “Todos somos discípulos misioneros” (EG 119-121). 21 Discurso al CELAM, 2013, cit. 22 Ibid. 23 Al respecto conviene mirar EG 16 y 17: no se quieren abordar todos los temas sino enfocarse: “líneas que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo”.

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Al interior de este movimiento renovador se entiende la “nueva evangelización”, que no es otra cosa que el darle rueda a dicho movimiento. Por naturaleza, toda acción evangelizadora, si es auténtica, siempre es “nueva” porque está rehaciendo su dinamismo fundante, que es de por sí regenerador. Lo “nuevo”, matiz semántico ya incorporado en la palabra “evangelio”, es una realidad vital, semilla portadora de una carga vital destinada a expandirse. Es nueva vida. Y esto se capta mejor cuando se ejerce la evangelización: “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre nueva” (EG 11; subrayado nuestro). 3.1. Evangelizar como engendrar Ahora bien, si la Iglesia se renueva mediante la misionariedad, ¿cómo la entendemos? Aquí llegamos a un punto que ha madurado en el corazón del Papa y que, como ya fue dicho, viene de Aparecida: la evangelización se entiende como una comunicación de vida, como un engendrar. Se trata de una vida que se engendra desde el amor, amor recibido y amor dado24. En términos paulinos, es un “formar a Jesús” (Ga 4,19). En el documento queda claro que la misión proviene del mandato de Jesús (Mt 28,20; cf. EG 19), pero para exponer la teología de la misión, notemos que el punto de partida no es el tradicional, que el discurso no pone el acento, en primer lugar, en las misiones trinitarias: el Padre envía al Hijo y el Hijo envía a la Iglesia dotándola del Espíritu Santo. Esto está presente, obviamente, es siempre la idea de fondo, pero se va a recitar en otra dirección. El dato revelado en el que se extiende la EG es el de que el Dios que “sale de sí” es el Dios que “hace salir”. Contamos con modelos paradigmáticos. Nuestro Padre en la fe, Abraham (Gn 12,1-3), cuya salida es un acto creyente; Moisés, a quien el Dios revelado llama haciéndolo “ir” (Ex 3,10.17), y lo mismo Jeremías quien es parido para la misión desde el vientre materno (Jr 1,7). En la misión, como el mismo término lo indica, el envío se realiza por una salida desde sí mismo, una salida desde los egoísmos individualistas hacia el encuentro vivificante. Es un acto de desinstalación de toda inercia o comodidad. Como pasa con la semilla, que, sólo perdiéndose, reventando en la tierra, germinando tímidamente hacia fuera, cumple su cometido de portadora de vida y entrega toda su potencialidad (EG 22). Un movimiento del cual el mismo paradigma es Jesús (EG 21). Lo contrario al dinamismo de misión es el individualismo, con el consecuente aislamiento de la vida fraterna, la irresponsabilidad social y comunitaria, y hasta la

24 Dice el Documento de Aparecida: “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás” (DA 360).

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injusticia. Una actitud de introversión que puede darse no sólo a nivel personal sino también eclesial (EG 27). Plantea Francisco: “El gran riesgo del mundo actual con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría del amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo cierto y permanente” (EG 2). Atención con lo último: “los creyentes”. La cuestión de la fe no está planteada desde las doctrinas que hay creer sino desde el acto mismo del creer, en cuanto acto generado desde el interior de la persona, quien se auto-trasciende, sale de su inmanencia, para arrojarse con confianza en los brazos de su Señor. El acento, pues, está puesto en la estructura fundamental de la fe, en la manera como toma cuerpo una existencia creyente, cuyo pivote es la salida de sí. Esto es lo primero que hay que transformar, porque la cuestión es de “sujeto”. Es verdad que la misión debe llevar a la fe de los evangelizados, pero fijémonos que más que dar curso a las reflexiones sobre la “transmisión de la fe” (título del Sínodo: “Una evangelización para la transmisión de la fe”; cf. EG 14), el real desarrollo de la EG va por la línea de la “transmisión del Evangelio” la cual suscita el acto de fe en cualquier circunstancia, y de la fuerza transformadora e irradiadora que ella contiene. Desde esta savia del acto generador de vida que es la “salida”, la misión tiene lugar, no en singulares actividades distintivas sino como “misionerariedad” que hace de todo una misión, que ramifica desde sus principios fundamentales e impregna todas las dimensiones, munus, ministerios, funciones y actividades de la vida de una Iglesia que, en cuanto cuerpo viviente que es, pasa por todas las contingencias propias del crecimiento: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG 27). Si se da este giro, la evangelización podrá ser más fiel al mandato del Señor y más estimulante. Así lo muestra la estructura del documento, que conviene revisar desde su índice, cuyos subtítulos valen como sumario. En una mirada de conjunto vemos que los tres primeros capítulos sientan las bases de esta transformación del sujeto eclesial y de cada uno de sus miembros, que el cuarto apunta (siempre en la línea conciliar) a las consecuencias sociales del anuncio del Reino (la inclusión de los pobres, la paz y el diálogo social), y que el último toca las teclas motivacionales (se trata de un sujeto) de carácter espiritual que activan la misionariedad. Los grandes acentos, que luego se vuelven plan de trabajo, están sumariados en EG 17, así: (1) La reforma de la Iglesia en salida misionera; (2) las tentaciones de los agentes pastorales; (3) la Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza; (4) la homilía y su preparación; (5) la inclusión social de los pobres; (6) la paz y el diálogo social; (7) las motivaciones para la tarea misionera.

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Como se va viendo, la misión, en cuanto misionariedad que revierte los dinamismos de introversión personal y eclesial, no consiste en una actividad extensiva sino intensiva. Este dinamismo de “salida” regenerante se propone como fuerza de renovación y como actitud permanente que permea todas las actividades de la vida de la Iglesia sin excepción, no de unas cuantas. De ahí el planteamiento de una “misión permanente”, que es esta misionariedad siempre vigente de la Iglesia, que la lleva a no acostumbrarse ni instalarse como administradora de lo que ya hay: “Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘estado permanente de misión’ (EG 25, expresión que viene de Aparecida 551 y de su mensaje final). 3.2. Una renovación espiritual… La misión como salida es, en primer lugar, una renovación espiritual, porque consiste en abrirnos al amor del Señor y permitirle que nos conduzca más allá de nosotros mismos, para estar más cerca de todos y llenos de misericordia. Es el amor de Cristo el que nos apremia, como dijo Pablo (2 Cor 5,14). La vida se gana cuando se pierde (Mc 8,34-37), es el principio de Jesús. Un morir y vivir que son contemporáneos, renunciando ganamos. Es lo lógica del Dios del Reino narrado por Jesús en su propia existencia terrena, la de un Dios del verbo “dar” (Jn 3,16), que no retiene, da; que no quita, entrega; que no cobra, regala; y que nos invita a sumergirnos en esta misma historia de amor. En EG 9 se vuelve a la escuela de la vida repasando un viejo principio: “El bien siempre tiende a comunicarse”. Si uno se deja de verdad transformar por Dios, el bien recibido trata de llegar a otros, de comunicarse: “Toda experiencia de verdad y de belleza busca por sí misma expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien”. Si lo hacemos nos realizamos como personas, si no, perdemos la vida, frustramos nuestro proyecto, ahogamos la alegría y el camino de plenitud que son componentes fundamentales de nuestra vocación. 3.3. …Poniéndose en estado de conversión La renovación de la Iglesia como salida misionera, presupone activar una “conversión pastoral”. De esto se ocupa el primer capítulo (y no sólo) cuando pone como título “la transformación misionera de la Iglesia” y propone una “pastoral en conversión”. Retengamos primero el término fuerte: “conversión”, la reforma de la Iglesia se hace por la ruta de la conversión25, Francisco invita a la Iglesia a declararse en estado de conversión. En cuanto al uso del término “conversión”, habitualmente al cambio de una vida de pecado, hay que tener en cuenta que aquí se hace una expansión semántica en tres niveles: (1) El que aporta la etimología del término “metanoia”, tan usado en el Nuevo

25 Para un abordaje más amplio sobre el tema, cf. Fernández, Víctor, “Presupuestos de la propuesta de la conversión pastoral de Evangelii Gaudium”, en L’Osservatore Romano 20.09.2014.

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Testamento, en cuanto “cambio de mentalidad”, de manera de ver, sentir, ponderar y, en consecuencia, actuar. (2) Que hoy es admitido hoy que la conversión aplica al menos para cuatro dimensiones de la vida: conversión moral (del pecado a la rectitud), conversión religiosa (de la idolatría al verdadero Dios), conversión intelectual (de una comprensión de las cosas a otra), conversión espiritual (en cuanto salto cualitativo en la experiencia del mismo Dios, como el que narra Teresa de Jesús en su Vida 9); no será extraño, entonces, hablar también de una conversión pastoral. (3) Como el mismo Papa fundamenta, la conversión pastoral proviene del llamado del Concilio Vaticano II a la conversión eclesial (EG 26). Esto repercute en el magisterio latinoamericano, en el documento de Medellín, donde la expresión ya se usa, y sobre todo en Aparecida, donde se convierte en una de sus categorías centrales26. Ante todo, “conversión”. Es volver a Dios. Desde nuestra autocomprensión cristiana, la conversión a Dios es inseparable dela conversión a Jesucristo (1 Tes 1,9) y en el rostro de Jesucristo se nos revela Dios (Jn 14,6; 15,5). Viendo nacer, vivir y morir a Jesucristo podemos reconocer hasta dónde nos ama el Padre y desde el corazón del Resucitado de Jesucristo se derrama en nosotros la vida nueva del Espíritu. Conversión a Jesucristo es conversión al Reino (Mt 6,33). Al Reino porque no es sólo para la relación íntima y persona con Jesús, sino hacia todo un despliegue de dimensiones en los que se desarrolla la vida nueva en Cristo. Y esto ocurre a nivel personal, fraterno y social. Se trata de una conversión personal. Pero esta conversión a Jesucristo y al Reino es real cuando toca la dimensión fraterna y comunitaria. Esta es la medida de veracidad. El problema es que el desarrollo de las relaciones puede estar condicionado por una mentalidad muy arraigada, por una educación inadecuada, por costumbres culturales, por tradiciones familiares, por los límites sicológicos que todos tenemos y por nuestra historia personal de aprendizaje de la socialización. La conversión comienza con el reconocimiento sincero de los límites y la acogida de la misericordia de corazón abierto que levanta (brazos de la madre que levantan, es la imagen que usa el Papa, EG 46-49). Se trata de una conversión fraterna. Cuando una persona condicionada toma conciencia de sus límites y se deja transformar por un camino de liberación, entonces se produce una segunda conversión que se podría llamar “conversión fraterna”. En realidad, se trata de una “crecimiento extensivo” de la vida de la gracia, cuando, cada vez que uno supera algún condicionamiento subjetivo, esa vida de Dios que ya está en el corazón de uno puede explayarse y manifestarse en la existencia allí donde antes no podía brillar. Al fin y al cabo, un proceso lento y doloroso de sanación. Y eso es la gloria de Dios. Se trata de una conversión social, que supone un compromiso por el bien común social. Lo que distingue la conversión social de una más genérica “conversión fraterna” es el empeño para transformar situaciones donde reina la injusticia. Tiende a ser estructural, no se queda solamente con el intento aislado de cada persona por ser más generoso, fiel y justo.

26 El DA la propone específicamente en los números 365-372, pero su contenido lo encontramos prácticamente en todos los capítulos.

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Ahora bien, todo ello le está dando cuerpo a una “conversión pastoral” o “Pastoral en conversión”. Lo que se busca redireccionar de forma más específica en el mundo de la pastoral se podría desglosar en cinco líneas: (1) Conversión de pastores a Jesús pastor27. Por encima siempre la gloria de Dios y no la gloria personal o de una congregación. (2) Conversión hacia una conciencia decididamente pastoral, no de burócratas que administran la gracia o los proyectos. (3) Conversión de las tareas del pastor y del modo de hacerlas, a partir de los reclamos que Dios nos hace a través de lo que vive la gente. (4) Conversión de la comunidad entera, con su entramado de relaciones y acciones. Por ser fiel al Evangelio, es decididamente comunitaria. Desde esta concepción es una comunidad la que se vuelve sujeto de la conversión pastoral (suponiendo la personal), una comunión misionera. (5) Conversión que reforma las estructuras de la pastoral ordinaria para que sean más misioneras. Todo queda subordinado a la misión. Como criterio general de discernimiento: “Caduco” es lo que no facilita la expansión misionera, lo que desgasta tiempo y energía de la gente impidiendo llegar a todos28. Se trata de una perspectiva trasversal a partir de la cual se puede revisar todo. Todo lo que sea multiplicador está vivo, lo que no lo sea se vuelve caduco. Es como la batería del carro, cuando el carro está parado se descarga, y, al contrario, cuanto más avanza más energía tiene. Esta conversión sólo es posible cuando aceptamos “esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas” (EG 22). Este es precisamente el papel de la Animación Bíblica de la Pastoral (ABP): “Hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios ‘sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial’” (EG 174)29. Quizás la mejor manera de entender el alcance de esta “conversión”, en boca de Francisco, está en la lapidaria: “No podemos dejar las cosas como están”, una nueva opción misionera debe ser “capaz de transformarlo todo” (EG 27). Y para que esta nueva opción misionera no se quede en simple declaración de principios, se requiere de un camino de éxodo, un camino purificador y exigente. La “salida”, de hecho, no sólo es un movimiento de generación de vida, es un camino exodal. 3.4. El doloroso camino exodal

27 “La conversión pastoral es la conversión de los pastores”, refrendó el Papa Francisco en su mensaje a la reciente Asamblea del CELAM (San Salvador, 29.05.2017). 28 Para un estudio más extenso, cf. Fernández, Víctor, Conversión pastoral y nuevas estructuras: ¿lo tomamos en serio?, Ed. Agape, Buenos Aires, 2011. 29 En la EG la ABP tiene un nuevo impulso en los números 135-175. Un argumento que merece un estudio aparte.

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Se trata de vencer los factores paralizantes de la vida de la Iglesia, que son contrarios al dinamismo de “salida”. Son factores que se detectan de manera especial en los responsables de la animación la Iglesia. Francisco los resume bajo el título “crisis del compromiso comunitario”30, lo cual vale tanto para la sociedad como para la Iglesia. Crisis que no sólo detectamos en las cuestiones existenciales de fondo, relacionadas con la manera de entender la vida y su realización, sino también en los acartonamientos institucionales, o mejor, en las culturas institucionales dentro de las cuales anidan vicios prácticos que retrasan el dinamismo de la misión. Entre los factores más destacados, podemos enumerar: (a) El miedo que “nos paraliza” (EG 129) y mata la audacia y la creatividad, peor aún, nos lleva a encerrarnos en muestras propias seguridades y espacios de confort logrados (EG 23, 24, 33, 43, 52). Lo contrario es salir “sin asco y sin miedo” para que nadie quede excluido (EG 23). Este miedo paralizante del entusiasmo y la intrepidez, delata un cristianismo sin pascua: “No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia delante!” (EG 3). (b) Estamos llamados a transformar la sociedad, como luz y fermento desde el Evangelio, pero es la sociedad la que parece transformarnos a nosotros cuando reproducimos los vicios institucionales de moda. Cuando se hace el repaso de los desafíos del mundo actual (EG 52-75, párrafos que hay que leer con mucha atención), la Iglesia también se pone ante el espejo. El “cambio de época” –como decía Aparecida- o el “giro histórico”-como dice Francisco-, no es ponderado en principio como un hecho negativo, es más, se valoran las grandes aportaciones; pero lo no se quiere desconocer es que también arrastra fuerzas negativas para la construcción social, como la economía de la exclusión (EG 53-54), la idolatría del dinero (EG 55-58) y la inequidad que genera violencia (EG 59), sobre todo, ese “cáncer social que es la corrupción” (EG 60); así mismo, siendo las culturas el lugar en toma cuerpo la fe, y por eso el nuevo llamado a la inculturación (EG 68-70), no se puede olvidar que, sobre todo en las culturas urbanas, se gesta también una serie de patologías (EG 52) que facilitan el aislamiento, la segregación y la marginalidad de vidas precarias(EG 71-75). Para revertir desde el dinamismo misionero que lleva sal y luz (EG 81) al interior de las culturas, Francisco invita a “vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial” (EG 75). ¿Es nuestra evangelización y nuestro estilo comunitario “signo de contradicción” de esto? (c) Una mala idea del trabajo pastoral: el activismo. Puede ser el activismo desordenado como también el demasiado ordenado que piensa que la misión es equivalente a una empresa en cual se maneja un personal, se diseña un plan con objetivos y estrategias, y que se pueden cosechar resultados siempre medibles. Le acompaña la sensación de que siempre estamos ocupados, pero ocupados en miles de

30 El capítulo 2 de la EG (“En la crisis del compromiso comunitario”), pone en paralelo el retrato de la sociedad y el de los agentes de pastoral, una yuxtaposición que no es inocente. Un capítulo digno de revisión de vida. Al respecto, como antecedente en la reflexión latinoamericana, cf. S. Galilea, Las tentaciones del apóstol.

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cosas secundarias, sintiendo por dentro el ansia por recuperar lo fundamental. Al respecto “el problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable” (EG 82). (d) El escepticismo, quizá el más común de los pecados clericales, que lleva a pensar que ya hemos ensayado todo, que nada funciona. Es la “acedia egoísta” (EG 81-83), la falta de diligencia que nos hace escapar de los compromisos. A esto se le suma el letargo que nos reduce a las tareas básicas que siempre hemos hecho, nos incomodan las nuevas tareas asumidas después del discernimiento pastoral y comunitario: “¿Otra cosa más?”, se escucha de vez en cuando. Muchas buenas iniciativas se han quedado paralizadas por la mala actitud de algunos pastores (EG 275). (e) Esta es la causa del “pesimismo estéril” (EG 84-86). Vemos en negativo y desde la parte vacía del vaso medio lleno. “Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre”, dice Francisco (EG 85), o en “seres resentidos, quejosos, sin vida” (EG 2). 3.5. El punto más doloroso en la conversión Por lo último que se ha dicho, la conversión, que es un camino de éxodo, es también un acto de redención. En listado de factores que habíamos comenzado todavía falta el que, para Francisco, es crucial. Es de ello que nos quiere libertar el Señor a introducirnos en el camino de su misericordia: “Somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de nuestra autorrefencialidad” (EG 8). Llegamos así al nuevo factor31 que se resume en estas dos realidades: “conciencia aislada” y “autorreferencialidad”; ambas desembocan en la denominada “mundanidad espiritual”. ¿A qué se refiere Francisco? Por “Conciencia aislada” se entiende el horizonte cerrado de la inmanencia de la razón y del corazón que clausura a una persona y no le permite dejarse tocar por el amor de Dios; es la actitud de quien se encierra en la propia insatisfacción, en las propias ideas y en la búsqueda de los propios intereses (EG 87, 94, 97, 170). Por otra parte, la “autorreferencialidad” consiste en ponerse en el centro, atrayendo la atención hacia sí, dando prioridad a las propias necesidades y a los propios proyectos, dejando en segundo lugar a los otros y a la gloria de Dios (EG 94, 95). La conciencia aislada y la autorreferencialidad confluyen en una triste realidad: la “mundanidad espiritual”, una expresión que el Papa toma del Cardenal Henri De Lubac32. En pocas palabras: nos creemos espirituales, pero somos egoístas y vanidosos; trabajamos mucho por los demás, pero en realidad nos estamos buscando a nosotros mismos. Se trata del gran peligro del fariseísmo, del cual había advertido Jesús a sus

31 Ver los cinco anteriores en 3.4. 32 De Lubac, H., Meditación sobre la Iglesia, ed. Encuentro, Madrid, 1988.

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discípulos (Mt 6,1-4; 23,1-36). Al final resultamos competidores, agresivos, y la gloria de Dios es sólo una cuestión de boca33. La conciencia aislada, la autorreferencialidad y la mundanidad espiritual se pueden reconocer en medio de las ansiedades y nerviosismos del activismo difuso, de la idolatría de la militancia o de la burocratización del ministerio. El llamado es para “volver a”, o mejor, para hacer el redescubrimiento del centro vital de la vida cristiana: la adhesión personalísima a Jesús y al mismo tiempo al hermano, la revitalización (o transformación) de la fe y del rico tejido de relaciones constructivas, fraternas. ¿Por qué se problematiza esto? ¿Es oportuno? Francisco advierte un “relativismo práctico” que es “todavía más peligroso que el doctrinal” (EG 80). Es como una larva que se está incubando: “Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión” (EG 80). En una cultura tan mediática como la nuestra, queda en mayor evidencia la avidez en la búsqueda de estatus; necesidad humana, sí, ¿pero por qué caminos? Detrás de todo está el inmanentismo, que no es otra cosa que el individualismo que pone en emergencia el real sentido de la fraternidad y el compromiso comunitario. Delata un estado de crisis cuyos indicadores son: la competición por el poder, la exclusión del más débil, la preocupación por el dinero, el consumismo, el anteponer el propio bienestar a las necesidades de los otros, y por tanto, la inequidad que hiere el sentido de la fraternidad (EG 53-75). Cuando esto contamina a los que estamos llamados a anunciar el Evangelio, resulta la acedia y el pesimismo, el activismo sin real fondo espiritual, carrerismo, dobles vidas, y peor aún, guerra entre nosotros (EG 76-109), actitudes que desmienten lo que anunciamos.

En síntesis, la conversión es una salida de sí que repercute positivamente la calidad de las relaciones. Quien lo genera es la experiencia del Dios como lo revela Jesucristo, a quien conocemos haciendo camino discipular. La conversión, en consecuencia, le da un nuevo brillo a nuestra manera de tratar a los demás, contribuyendo a la regeneración del tejido comunitario. La conversión, es el dejarse “sacar de” para “salir al encuentro de”. Dice Francisco que “Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espiritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacia de Dios” (EG 97).

3.6. Una gracia que rompe esquemas

33 Decía el Card. Jorge Bergoglio en 2007 que la “mundanidad espiritual es el peligro más grande para la Iglesia, para nosotros, que estamos en la Iglesia. ‘Es peor’, dice De Lubac, ‘más desastrosa que aquella lepra infame que había desfigurado a la Esposa predilecta en el tiempo de los papas libertinos’. La mundanidad espiritual es ponerse en el centro a sí mismos. Es lo que Jesús ve que ocurre entre los fariseos: ‘…Ustedes que se dan gloria. Que dan gloria a sí mismos, los unos a los otros’” (Entrevista en 30Giorni, 2007, art.cit.).

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La EG es una límpida confesión del poder de la gracia del Señor, del primado de Dios (EG 12). La EG lo tiene claro: no se comprende ningún cambio, transformación o reforma, fuera de la acción poderosa del Espíritu del Señor. Es él quien hace presente y real la obra definitiva de Dios que anuncia el kerigma cristiano y que hemos conocido en la Pascua de Jesús. El ir hacia delante no es otra cosa que andar bajo el impulso de la vida nueva del Resucitado: “¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia delante!” (EG 3); y siempre con “la acción liberadora del Espíritu Santo y su inventiva infinita” (EG 178). Esta gracia es la misericordia del Señor. La EG declara que a la raíz del impulso misionero está la misericordia34, la que nos libera de la lamentada autorreferencialidad porque es una experiencia total de la gracia del Señor. Y lo contrario de la autorreferencialidad y de la mundanidad espiritual es la “salida de si”. Quien se descubre abrazado por la misericordia, en el encuentro con el Señor y bajo su mirada, se vuelve misionero. El contacto genuino con la alegría más bella, que es el Evangelio, cura todas las parálisis:

“Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de nuestra autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” (EG 8).

Esta misericordia se experimenta en el perdón, punto de giro y momento cumbre en el camino de la conversión. Francisco es insistente en decir: “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia” (EG 3). Este es el punto decisivo de una renovación que, al fin y al cabo, partiendo de una revisión de vida realista y sincera, es obra del Señor. No nos sorprenda el lugar que ha ocupado el tema de la misericordia en este pontificado desde el primer día hasta hoy35.

34 Para la intertextualidad con el pensamiento de san Juan Eudes. Cf. “Alle fonti delle missione, la Misericordia”, en J.-M. Amouriaux – P. Milcent, San Giovanni Eudes attraverso i suoi scritti, San Paolo, Roma 2001, 96-100. 35 El énfasis en la misericordia, la divina y la nuestra, atraviesa toda la EG, sobresaliendo en los lugares clave, con afirmaciones de tipo teológico-kerigmático, como EG 3 (un Dios que perdona y levanta), 37 (“la mayor de las virtudes”… allí resplandece la omnipotencia de Dios al máximo), 112 (“La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia”), 285 (En la Cruz, “el dramático encuentro entre el pecado del mundo y la misericordia divina”), 164 (“El Espíritu Santo… nos comunica la misericordia infinita del Padre”), de modo especial la lista de citas bíblicas del 193; o de tipo eclesiológico, como EG 24 (“La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia”), 44 (en el acompañamiento del crecimiento en todas las etapas), 114 (“La Iglesia tiene que ser lugar de la misericordia gratuita”), 188 (“La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia”); o de tipo pastoral, como EG 179 (lo que hacemos con los demás “responde a la misericordia del Padre con nosotros”) y, sobre todo, 198 y 253 (como punto de partida de la opción por los pobres).

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En el camino de conversión propuesto lo que brilla al final es la misericordia del Señor en hombres nuevos y entusiastas de la belleza de la vida en el Dios de Jesucristo. Una vez más hay que recordarlo: para lograrlo hay que escuchar la Palabra de vida, el Evangelio. Para transmitir el Evangelio hay que vivirlo. Lo que jalona el camino exodal es el aceptar con realismo la condición en la que estamos y acoger la misericordia que “nos rescata de…”, para dejarnos levantar por la mano del Señor: “Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (EG 3). Aun cuando pueda sonar evidente hay que recordarlo, la renovación de la Iglesia, al fin y al cabo, consiste en dejar a Jesucristo ser el Señor, el Maestro y el Jefe. La ilusión de una nueva etapa más en sintonía con el evangelio y que sea más evangelizadora, será siempre la obra del sorprendente del Señor que todo lo hace nuevo: “Jesucristo puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina” (EG 11). 3.7. Fuego misionero en el corazón Es la gracia de la misericordia la que aviva el fervor misionero, ardor que comunican corazones enamorados. Se trata de una cuestión de celo. Atención con la voz de los laicos que nos sacuden y se quejan porque no nos tomamos en serio lo que el Espíritu Santo nos está pidiendo a través de la salida misionera. No siempre ven en nosotros la pasión y el entusiasmo de quien cada día tiene un nuevo sueño: “Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (EG 85). Es una cuestión de “fuego”, el fuego de pasión que nos hace salir a prisa a un encuentro (Lc 12,49). Es “el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel de Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo” (EG 271; Cf. EG 14, 164, 261)36. Es también un fuego purificador, como nos enseña el Evangelio (Lc 3,17). ¿También esto nos suena familiar? “Fuego, fuego”, decía ya san Juan Eudes, en 1969, a un joven hermano estudiante en París37.

36 En la entrevista que le hicieron después de Aparecida, el Card. Bergoglio presentaba como el mayor desafío de la Iglesia: “Difundir en el mundo la llama de la fe, que Jesús ha encendido en el mundo: la fe en Dios que es Padre, amor, misericordia… El método de la misión cristiana no es el proselitismo, sino el de la llama compartida que da calor al alma” (J. Bergoglio, “Quello que avrei detto al consistorio”, en 30Giorni, art. cit.). 37 Escribe san Juan Eudes: “Ciertamente, si me escuchara a mí mismo, iría a París a gritar en la Sorbona y en los otros colegios: al fuego, al fuego, al fuego…” (OC X, 432; aunque aquí se trata de apagar el fuego del infierno). Un paralelo intertextual entre las exhortaciones de san Juan Eudes para la misión y las de la EG, lo podemos hacer entre OC II, 207-208 y EG 49 (“Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”). El pobre, el marginado, el buscador de vida plena, el bautizado no formado o fuera de la comunidad, nos interpela.

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La EG quisiera encontrar más y más expresiones que estremezcan a todo cristiano para que se convierta en discípulo misionero ardoroso, sin embargo, deja claro que “ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu” (EG 261). Ser evangelizadores con fuego en el corazón es ser “evangelizadores con Espíritu Santo” (EG 261). Espíritu que deshace todas las falsas ilusiones, da el soplo a toda actividad con el pulmón de la oración (EG 262), infunde la alegría y el coraje (EG 363), nos comunica los sentimientos y el estilo de Jesús (EG 264-267), nos da el gusto de ser pueblo con el pueblo (EG 268-274), nos sostiene en los fracasos, desencantos y debilidades (EG 279-280) y sostiene el corazón orante en permanente intercesión (EG 281-283). Con autoridad testimonial, Francisco nos estremece con uno de sus párrafos más luminosos, que sugiero leer completo:

“Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ‘¡Dadles vosotros de comer!’ (Mc 6,37)” (EG 49).