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LA METEOROLOGIA, UN MODELO DE COOPERACION INTERNACIONAL Podemos decir sin temor a equivocarnos que el ejercicio de la Meteorología ha sido la primera actividad científica práctica que ha sentido la necesidad de extenderse por encima de las fronteras para poder desarrollar plenamente sus fines específicos. El conocimiento del medio. ambiente en que se desenvuelve su vida ha sido siempre vital para el hombre de todos los tiempos, y la predicción de cómo serán las circunstancias mañana, dentro de unos días, semanas o meses, es un objeti- vo ideal difícil de alcanzar, pero un fin que siempre se ha perseguido con todos los medios disponibles. El primer paso consistió en la instalación adecuada de un lugar de observa- ción regular para obtener secuencias temporales que sirviesen de base para vaticinar el tiempo venidero. Pronto se vio la dependencia o relación del tiempo en un lugar determinado con el tiempo en otros puntos, a veces muy alejados. Era necesario conocer la situación en otras estaciones de observación, cada vez más alejadas, para poder predecir el tiempo en un lugar determinado. Los científicos dedicados a la Meteorología advirtieron seguidamente que la escala de las grandes estructuras atmosféricas -sistemas frontales- superaba en Europa la extensión de muchas naciones; era preciso adquirir los datos y la experiencia de otros estados, inclusive al otro lado del océano. Era preciso ex- tender las redes de observación más allá de las fronteras de los países; había que aprovechar los medios de comunicación modernos para concentrar un nú- mero creciente de observaciones en algún centro de aprovechamiento de datos, y en un tiempo cada vez menor, cosa necesaria dada la rapidez de propagación de los fenómenos atmosféricos. La invención del telégrafo eléctrico, por Samuel Morse en 1843, revolucionó · las posibilidades de la predicción meteorológica. Los primeros mapas del tiempo fundados en datos meteorológicos transmitidos por telégrafo se mostraron al público en Washington D. C. en 1850 y en Francia en 1855. La rapidez que el telégrafo imprimió a las comunicaciones despertó el interés del público por las predicciones, signo evidente de las necesidades de aquella época. Era preciso ponerse de acuerdo los distintos estados interesados, que eran todos, aunque sólo, en principio, los más desarrollados estaban en condiciones de hacerlo. La seguridad y eficacia del transporte marítimo requerían información precisa, segura y regular sobre el tiempo. Existían, pues, las condiciones necesarias para una aplicación masiva de la ciencia y de la tecnología. Por tanto, no fue puro ac- cidente que la Primera Conferencia Meteorológica Internacional, celebrada en Bruselas en agosto de 1853, dedicase gran parte de sus trabajos a los proble- mas de meteorología maritima. Aunque la Conferencia de Bruselas fue un feliz comienzo de colaboración in- ternacional en meteorología marina, aún quedaban por resolver los principales problemas de la meteorología. Gracias al estímulo provocado por el éxito de la reunión de Bruselas, durante la década de los años sesenta, se llevaron a cabo numerosas gestiones para convocar otra conferencia que se encargase de algu- nos de estos problemas. El profesor H. W. Dowe, director del Instituto Meteoroló- gico Prusiano de Berlín y autor de la célebre «Ley de las tormentas», propuso que los meteorólogos se reunieren durante el Congreso Suizo de Naturalistas, en 1863, para establecer una organización que se ocupase de las observaciones meteorológicas terrestres. 175

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LA METEOROLOGIA, UN MODELO DE COOPERACION INTERNACIONAL

Podemos decir sin temor a equivocarnos que el ejercicio de la Meteorología ha sido la primera actividad científica práctica que ha sentido la necesidad de extenderse por encima de las fronteras para poder desarrollar plenamente sus fines específicos.

El conocimiento del medio. ambiente en que se desenvuelve su vida ha sido siempre vital para el hombre de todos los tiempos, y la predicción de cómo serán las circunstancias mañana, dentro de unos días, semanas o meses, es un objeti­vo ideal difícil de alcanzar, pero un fin que siempre se ha perseguido con todos los medios disponibles.

El primer paso consistió en la instalación adecuada de un lugar de observa­ción regular para obtener secuencias temporales que sirviesen de base para vaticinar el tiempo venidero.

Pronto se vio la dependencia o relación del tiempo en un lugar determinado con el tiempo en otros puntos, a veces muy alejados. Era necesario conocer la situación en otras estaciones de observación, cada vez más alejadas, para poder predecir el tiempo en un lugar determinado.

Los científicos dedicados a la Meteorología advirtieron seguidamente que la escala de las grandes estructuras atmosféricas -sistemas frontales- superaba en Europa la extensión de muchas naciones; era preciso adquirir los datos y la experiencia de otros estados, inclusive al otro lado del océano. Era preciso ex­tender las redes de observación más allá de las fronteras de los países; había que aprovechar los medios de comunicación modernos para concentrar un nú­mero creciente de observaciones en algún centro de aprovechamiento de datos, y en un tiempo cada vez menor, cosa necesaria dada la rapidez de propagación de los fenómenos atmosféricos.

La invención del telégrafo eléctrico, por Samuel Morse en 1843, revolucionó · las posibilidades de la predicción meteorológica. Los primeros mapas del tiempo fundados en datos meteorológicos transmitidos por telégrafo se mostraron al público en Washington D. C. en 1850 y en Francia en 1855. La rapidez que el telégrafo imprimió a las comunicaciones despertó el interés del público por las predicciones, signo evidente de las necesidades de aquella época.

Era preciso ponerse de acuerdo los distintos estados interesados, que eran todos, aunque sólo, en principio, los más desarrollados estaban en condiciones de hacerlo.

La seguridad y eficacia del transporte marítimo requerían información precisa, segura y regular sobre el tiempo. Existían, pues, las condiciones necesarias para una aplicación masiva de la ciencia y de la tecnología. Por tanto, no fue puro ac­cidente que la Primera Conferencia Meteorológica Internacional, celebrada en Bruselas en agosto de 1853, dedicase gran parte de sus trabajos a los proble­mas de meteorología maritima.

Aunque la Conferencia de Bruselas fue un feliz comienzo de colaboración in­ternacional en meteorología marina, aún quedaban por resolver los principales problemas de la meteorología. Gracias al estímulo provocado por el éxito de la reunión de Bruselas, durante la década de los años sesenta, se llevaron a cabo numerosas gestiones para convocar otra conferencia que se encargase de algu­nos de estos problemas. El profesor H. W. Dowe, director del Instituto Meteoroló­gico Prusiano de Berlín y autor de la célebre «Ley de las tormentas», propuso que los meteorólogos se reunieren durante el Congreso Suizo de Naturalistas, en 1863, para establecer una organización que se ocupase de las observaciones meteorológicas terrestres.

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En su informe anual al Gobierno ruso en 1871, el profesor Heinrich Wild, un científico de Zurich que fue director del Observatorio Geofísico Central de San Petersburgo (ahora Leningrado) desde 1868 a 1895, señalaba la urgencia de celebrar un Congreso Meteorológico Internacional. Heinrich Wild mantuvo el año siguiente correspondencia y discusiones con el profesor Jelinek de Austria y con el profesor Bruhns de Alemania. Los profesores Bruhns, Jelinek y Wild, apoyados por sus respectivos gobiernos, invitaron a todos los meteorólogos a una confe­rencia preparatoria que se celebró en Leipzig el 14 de agosto de 1872.

El primer Congreso Meteorológico Internacional se reunió en Viena, del 2 al 16 de septiembre de 1873. Participaron en él representantes de 20 gobiernos que celebraron constructivas y armoniosas sesiones presididas por los distingui­dos meteorólogos Bruhns, Buys Ballot, Jelinek, Scott y Wild.

El orden del día del Congreso, preparado en su mayor parte en la Conferencia de Leipzig, comprendía puntos relativos a cuestiones prácticas, tales como la calibración y verificación de los instrumentos, horas de observación, escalas y unidades, e intercambio mutuo de información por telégrafo. En todas las discu­siones se tuvo presente siempre la necesidad de crear un organismo permanente que garantizase la continuidad de las actividades en la organización internacio­nal de la meteorología. El Congreso creó un instrumento, el Comité Permanente, y le asignó tareas fundamentales, pero al mismo tiempo formidables. Los trabajos de aquel Comité, llevado a cabo con rigor por un reducido número de eminentes y entusiastas científicos, fueron la base de la cooperación internacional en me­teorología.

Por su vigorosa y dinámica manera de realizar sus trabajos, que no se ajusta­ba en absoluto por aquel entonces a la imagen que el público tenía de los cientí­ficos, el Comité Permanente estableció su autoridad inmediatamente. Se puede decir que de aquella reunión, desarrollada casi a un ritmo atlético en Viena en la tarde del 16 de septiembre de 1873, data la creación de un sistema por el cual los directores de los Servicios Meteorológicos controlan las actividades de la organización, característica que ha sido inscrita, en la medida de lo posible, en el actual Convenio de la OMM.

El Segundo Congreso Meteorológico Internacional tuvo lugar en Roma, el día 14 de abril de 1879. La apertura de esta reunión, a la que asistieron eminentes meteorólogos y científicos en representación de 18 países, fue presidida por el primer ministro italiano. Lo que se logró durante el Congreso de Roma fue la creación de una amplia estructura, un esquema del programa de dicha estructura y un método de trabajo que se fundaba esencialmente en la cooperación inter­nacional y en las actividades voluntarias.

El Congreso adoptó su resolución fundamental en su tercera sesión. Por esta resolución se creaba un Comité Meteorológico Internacional integrado por nueve miembros con responsabilidades análogas a las del ahora desaparecido Comité Permanente. El nuevo Comité debía elegir sus propias autoridades y repartir las tareas que le habían sido encomendadas entre sus miembros con carácter vo­luntario. Aunque en principio se había previsto que informase de sus actividades al tercer Congreso, no pudo hacerlo, ya que éste nunca se convocó. Durante casi setenta años, la cooperación internacional en meteorología estuvo firme y eficaz­mente en manos de un comité integrado por un grupo de expertos no guberna­mentales y en las de sus sucesores. Hubo que esperar hasta la creación de la OMM, en 1950, para que el modelo de cooperación internacional en meteorología creado en Viena en 1873 y en Roma en 1879 a nivel intergubernamental adqu i­riese de nuevo este rango.

La estructura que el Congreso de Roma dio a la cooperación internacional en meteorología no sufrió ninguna modificación durante un periodo de doce años. El

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programa de trabajo elaborado por el Congreso se realizó durante este periodo bajo la dirección general del Comité Meteorológico Internacional (CMI}, que cele­bró reuniones en Berna (1880), Copenhague (1882), París, (1885) y Zurich (1888).

Un reflejo interesante del carácter mundial de la meteorología fue el cambio en cuanto a la composición geográfica del CMI. Mientras que hasta el año 1891, los miembros procedían de paises europeos, después de dicha fecha siempre hubo en el CMI meteorólogos de Australia, Canadá, India, Japón y Estados Uni­dos de América.

Durante el periodo comprendido entre las dos guerras, los progresos en mate­ria de cooperación internacional en meteorología fueron diversos y de gran alcance. Al estallar la guerra en 1914, el presidente del CMI era el meteorólogo británico Napier Shaw. Apenas se habían callado los cañones cuando, a princi­pios de 1919, este gran humanista y científico convocó, en Londres, una reunión oficiosa de meteorólogos de los paises aliados y neutrales para estudiar las medidas que debían adoptarse a fin de reavivar la Organización.

La Organización no gubernamental bajo cuya égida se había desarrollado la cooperación internacional en meteorología desde el Congreso de Viena de 1873 cesó de existir en 1951, siendo sustituida por una Organización interguberna­mental, es decir, el organismo especializado de las Naciones Unidas denominado Organización Meteorológica Mundial.

La cooperación internacional en materia de meteorología será, en el futuro, más necesaria que el pasado. Tanto su naturaleza como su alcance tendrá que ampliarse a tenor de las nuevas circunstancias.

REFERENCIAS

Manuel Huerta Laborda Meteorólogo jefe del Servicio de

Relaciones Internacionales

Muchos de los párrafos de este artículo han sido tomados literalmente de la excelente reseña histó­rica Cien años de cooperación internacional en meteorología, publicada por la Secretaria de la Organiza­ción Meteorológica Mundial con el número 345 y que se debe al señor HOWARD DANIEL.

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