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La metáfora prohibida del hombre intuitivo.
Reflexiones en torno a “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” de Friedrich Nietzsche
Pamela Sepúlveda [email protected]
Universidad Católica del MauleFacultad de Ciencias Religiosas y FilosóficasMagíster en Ciencias Religiosas y Filosóficas
Profesor: Miguel González
Presentación: El presente artículo se enmarca dentro del problema estético-psicológico nietzschano, entendido desde su propuesta epistemológica del sujeto en relación con la verdad, en donde el uso de metáforas y la construcción del lenguaje cobran un rol fundamental al momento de develar los engaños presentes en todas nuestras construcciones conceptuales del mundo. En este marco, la verdad surge como problema, pues se reduce a ser entendida e identificada con los conceptos que se utilizan convencionalmente para designarla. Frente a esto, el autor plantea la verdad como un concepto vacío, cuyo conocimiento es imposible para el ser humano, que solo debe contentarse con generar, de manera intuitiva, creativa y artística, constantes y cambiantes metáforas –prohibidas convencionalmente – que manifiesten justamente la contradicción y absurdo que se presenta al momento de querer vincular dos esferas absolutamente distintas: la del sujeto y el objeto.
Palabras Claves: Nietzsche, verdad, metáfora, lenguaje, epistemología, hombre racional, hombre intuitivo.
Presentation: The current article is part of the aesthetic and psychological nietzschean problem understood from his epistemological proposal of the subject in relation to the truth; where the use of metaphors and the construction of language take on a key role when unveil the deceptions present in all our conceptual constructions of the world. In this setting, the truth emerges as a problem, as it is reduced to be understood and identified with the concepts that are conventionally used to describe it. Against this, the author proposes truth as an empty concept, whose knowledge is impossible for humans, it should just be content to generate, in a sense intuitive, creative and artistic, constant and changing metaphors. Conventional metaphors –prohibited conventionally- that express precisely the contradiction and absurdity arises when wanting to link two quite distinct areas: the subject and object.
Keywords: Nietzsche, truth, metaphor, language, epistemology, rational man, intuitive man.
INTRODUCCIÓN
El presente artículo se enfoca en la reflexión en torno al ensayo “Sobre
verdad y mentira en sentido extramoral”, con respecto al conocimiento de la verdad en la
propuesta nietzscheana. En su propuesta epistemológica, existe una doble
problematización: en primera instancia, el sujeto posee un conocimiento limitado con
respecto a la naturaleza – relacionada con el concepto de verdad – “La "cosa en sí" (esto
sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable”
(Nietzsche, 2010, 26)
Un segundo problema se da en la medida en que la verdad aparece como un
concepto vacío, indeterminado e indefinible conceptualmente, en donde el uso de
designaciones metafóricas que designan las relaciones humanas establecidas generan
reglas y clasificaciones convencionales que se presentan como la verdad misma, olvidando
el hecho de que sólo son designaciones, “metáforas de las cosas que no corresponden en
absoluto a las esencias primitivas” (Nietzsche, 2010, pág. 27).
Frente a esta panorámica epistemológica, el uso de metáforas y la construcción del
edificio de los conceptos – lenguaje – cobran un rol fundamental al momento de develar los
engaños presentes en todas nuestras construcciones conceptuales del mundo.
En este marco, la verdad surge como problema, pues se reduce a ser entendida e
identificada con los conceptos que se utilizan convencionalmente para designarla. Frente a
esto, el autor plantea la verdad como un concepto vacío, cuyo conocimiento es imposible
para el ser humano, que solo puede generar, de manera intuitiva, creativa y artística,
constantes y cambiantes metáforas –prohibidas convencionalmente – que manifiesten
justamente la contradicción y absurdo que se presenta al momento de querer vincular dos
esferas absolutamente distintas: la del sujeto y el objeto.
Preliminarmente, se postula la formulación de la metáfora prohibida, entendida
como la elaboración de discursos siempre cambiantes y en movimiento, absurdos e
discordantes con el discurso común – o convencional – como la mejor manera de
relacionarse con la verdad.
Por lo anterior, la pretensión de este esfuerzo intelectual apunta a
identificar el uso y sentido que tiene la construcción de “metáforas
prohibidas” – para la convención – en la elaboración del lenguaje, entendidas
desde la relación epistemológica del ser humano con la verdad. Por ello, se busca,
principalmente detectar el sentido de la verdad y su relación con el lenguaje y las
metáforas, y la crítica que establece Nietzsche con respecto a la convención, su engaño y
olvido de la verdad. En un segundo momento, se espera identificar la relación
epistemológica del sujeto con la verdad para luego distinguir el modo de conocimiento o
acercamiento a la verdad por parte de dos tipos de sujetos: del hombre racional y del
hombre intuitivo, desde el horizonte lo apolíneo como fuente de orden e individuación. A la
luz de lo anterior, se comprende la crítica nietzscheana a la construcción del edificio de los
conceptos por el hombre racional y su propuesta de la creación de metáforas prohibidas por
medio de la poesía y el arte, propias del ser intuitivo.
En una última instancia, el desarrollo anterior lleva a algunas breves
consideraciones finales, en donde el planteamiento de las metáforas prohibidas encuentra
una conexión entre el poder creativo del hombre intuitivo y la construcción artística de
metáforas, en conjunto con el uso de aforismos, en la producción literario-artística de
Nietzsche.
LENGUAJE, METÁFORA, VERDAD
Nietzsche establece una intrínseca relación epistemológica entre lenguaje y verdad a
través de la metáfora. A un tiempo, critica esta relación por ser un manifiesto engaño para
el sujeto cognoscente. A grandes líneas este problema surge a partir del apetito natural que
tiene el hombre por conocer (aunque no precisamente la verdad)1 y la limitación de su
propio conocimiento, además del ocultamiento y misterio con que se presenta la naturaleza
para él:
“En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su propio cuerpo(...) ” (Nietzsche, 2010, pág. 24)
1 Esta idea será desarrollada más tarde, en este mismo apartado.
Con ello queda manifiesta la limitación del conocimiento humano,
atendiendo a la idea de que la naturaleza e, incluso, su propio cuerpo, se
presentan ocultándose de su espíritu racionalizador. Frente a esto, el sujeto
genera metáforas del mundo, a modo de designaciones lingüísticas de la verdad que, luego
y a través del olvido humano, terminan por reemplazar a la verdad misma e ilusionan al
hombre de ser poseedor de la verdad de las cosas, de aquí que el lenguaje se presente como
un constructo humano destinado a engañar a su propio creador, que lo asume como lo
verdadero. Radicalmente, Nietzsche menciona, [los hombres]
“se encuentran profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños; su mirada se limita a deslizarse sobre la superficie de las cosas y percibe "formas", su sensación no conduce en ningún caso a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos, como si jugase a tantear el dorso de las cosas” (Nietzsche, 2010, pág. 23)
Este contentarse con tantear la verdad es el acercamiento más próximo al que puede
acceder el sujeto con respecto a la verdad de las cosas. Empero, el hombre no busca la
verdad en sí, sino sólo análogamente en la medida en que “ansía las consecuencias
agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento
puro y sin consecuencias” (Nietzche, 2010, pág. 25). De ello procede el lenguaje como una
fijación o convención de lo que “ha de ver verdad”, para establecer lógicamente leyes
obligatorias que indiquen lo que se ha de entender con respeto a la relación con los objetos.
El problema que surge con la convención, Nietzsche lo manifiesta por medio de dos
preguntas: ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión
adecuada de todas las realidades? (Íbid.)
Esta situación, para Garrido, “esboza un retrato de la condición humana en el que
se subraya la efímera irrelevancia del animal cognitivo en el cosmos y su necesidad
biológica de fingir para sobrevivir” (2010, pág. 13). Si la limitación cognoscitiva humana
es de carácter ontológico, la función de la racionalidad en la supervivencia humana se ve en
la necesidad de tener que pensarse a sí misma como omnisciente con respecto al mundo,
aunque realmente esto no sea así, resulta cómodo pensarlo así. Aquí es en donde radica,
entonces, el engaño humano, que se sirve del lenguaje para generar discursos de la realidad
que no pretenden ser verdaderos, pues está imposibilitado de generarlos así, pero sí veraces,
en la medida en que colectivamente se determine que todos los hombres lo consideran del
mismo modo. Aquí es, entonces, donde se genera, según Garrido, esta “provocativa tesis de
que la verdad es una mentira colectiva y el impulso de verdad un olvido y
represión inconsciente de esa mentira” (2010, pág. 13), en donde el olvido es
el que permite al ser humano fantasear que está en posesión de la verdad con
respecto a las cosas y dejar en el inconsciente la idea de que lo que se versa acerca de la
verdad son solamente metáforas creadas por el ser humano, que poco tienen que ver con las
esencias de las cosas. Categóricamente, para Nietzsche la verdad es inalcanzable, “la “cosa
en sí” (esto sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable
y no es deseable en absoluto para el creador del lenguaje” (2010, 26), quien sobrepone a la
esencia real de las cosas una nueva “verdad lingüística” (que es, a todas luces, una ficción)
creada por él mismo.
Desde lo anterior, la verdad2 queda definida como una realidad lingüística inventada
por el intelecto humano. En palabras de Nietzsche es:
“Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal”. (2010, pág. 28)
Con ello, el autor expresa una profunda crítica a la idea realista de la verdad que
hace corresponder al sujeto cognoscente con el objeto, pues no existe la posibilidad de
verificar la efectividad de tal correspondencia, ya que no es posible salirse de la realidad ser
sujeto cognoscente para comparar sus frutos con la realidad misma. (Garrido, 2010, pág,
14). Ahora, la gran consecuencia de esta generación de metáforas para designar la verdad,
es el lamentable hecho del olvido de éstas como lo que son – metáforas – y ser
consideradas como verdades.
Resaltando el carácter positivo, el hombre se presenta como un “poderoso genio
constructor” (Nietzsche, 2010, pág. 30) que construye todo su aparataje conceptual desde la
2 En el texto “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, el autor trata la verdad dentro del ámbito del lenguaje y no refiere explícitamente a la verdad fundamental de las cosas en sí, entendida en su identificación con el Uno primordial en su relación con lo dionisíaco. Estas ideas son desarrolladas en otros escritos, como “El nacimiento de la tragedia”, por lo que no se considera relevante el trato de las mismas en este artículo, que pretende reflexionar en torno al texto mencionado en principio y no a la temática en el transcurso en las obras del autor.
realidad nebulosa de las metáforas, como cimientos de todo su constructo
racional y elaborando el lenguaje como metáfora de la realidad.
EL HOMBRE RACIONAL V/S EL HOMBRE INTUITIVO: DOS FORMAS DE
RELACIONARSE CON LA NATURALEZA.
Nietzsche supone dos formas en las que el hombre entabla una relación con la
naturaleza, correspondientes a la distinción entre dos fuerzas: la de la razón y la de la
intuición. Ambos movimientos, según el análisis de José Romero de lo apolíneo y lo
dionisíaco del primer Nietzsche (2001, págs. 13-19), son parte del aspecto apolíneo de la
vida humana, entendido como “un principio generador de apariencias” (Romero, 2001,
pág. 19), que corresponde la instinto artístico de la naturaleza por medio del cual se crea el
mundo de las apariencias en el que el hombre puede obrar de manera coherente3. Dentro de
este principio artístico,
“lo apolíneo constituye lo sensible como soporte del entramado experiencial que posibilita la existencia de los individuos humanos y su acción coherente: <<el mundo de la representación es el medio para mantenernos en el mundo de la acción y para forzarnos a actuar al servicio de los instintos>>” (Romero, 2001, pág. 21).
En consecuencia, lo apolíneo entrega la plataforma en la que el sujeto actúa en el
mundo, sentando las bases para la creación artística del “mundo aparente”, manifestado por
la elaboración del lenguaje. En este último punto, se genera una apertura a dos modos de
generar estos discursos. Nietzsche resalta que es absolutamente necesario que estas
metáforas o esta elaboración del mundo aparente sea sin engaño, vale decir, que no se
pierda la conciencia de su ser, que es fundamentalmente un engaño o apariencia;
“la conciencia de su ser apariencia es la <<delicada línea>>, ese límite definido, que lo apolíneo no puede transgredir sin que varíe de forma radical su sentido y su valor (…). Este es el gran peligro que amenaza a lo apolíneo: que se pierda de vista es carácter apariencial de sus productos y sean tomados como auténtica realidad” (Romero, 2001, pág. 20)
En este punto se introduce la diferenciación de lo apolíneo entre el hombre racional y
el hombre intuitivo: el hombre racional ha degenerado la función artístico-creativa de la
naturaleza al olvidar que las metáforas creadas son sólo apariencia de la verdad y las ha
considerado la verdad misma. Con ello, el sano engaño apolíneo (el de generar una realidad
3 A diferencia de la realidad verdadera, caótica en esencia, que puede llegar a conocer sólo el hombre dionisíaco.
aparente) se transforma en una perversión lastimosa para el intelecto humano,
cuyo conocimiento es diminuto frente al mundo.
“Ese orgullo, ligado al conocimiento y a la sensación, niebla cegadora colocada sobre los ojos y los sentidos de los hombres, los hace engañarse sobre el valor de la existencia, puesto que aquél proporciona la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño” (Nietzsche, 2010, 23)
El hombre racional, sumido en el engaño, confecciona un mundo aparente de
designaciones lingüísticas de la realidad y las toma por verdad, generando un compromiso
social en el cual, por convención, se designan las metáforas más usuales para referirse al
mundo verazmente.
Por el contrario, el hombre intuitivo o despierto tiene conciencia del engaño y partir de
ese conocimiento genera nuevas formas lingüísticas, “metáforas prohibidas” que
manifiestan el carácter dinámico, contradictorio y absurdo del conocimiento de la verdad,
en oposición al carácter estático e impositivo del edificio de los conceptos
convencionalmente aceptado como verdad. “Entonces, en cada momento, como en sueños,
todo es posible y la naturaleza entera revolotea alrededor del hombre como si solamente se
tratase de una mascarada de los dioses, para quienes no constituiría más que una broma el
engañar a los hombres bajo todas las figuras.” (Nietzsche, 2010, 35)
Analógicamente, Nietzsche plantea el mundo de los sueños como elemento
clarificador del funcionamiento de la elaboración del lenguaje y del nacimiento de
metáforas del hombre intuitivo, “en el sueño el durmiente actúa como auténtico artista que
genera un mundo apariencial” (Romero, 2001, pág. 19). En este despliegue artístico-
creativo, el hombre intuitivo tiene completa libertad al momento de generar nuevas
metáforas de la realidad, libre de las ataduras que implica la instauración de las viejas
metáforas del edificio de los conceptos. Estas metáforas tienen como característica
fundamental el hecho de que son rupturistas con respecto al engaño establecido
convencionalmente, por lo que cumplen con el carácter positivo del hombre apolíneo
creador, la reconfiguración del entramado conceptual de la experiencia, que posibilita una
reconstitución, siempre cambiante, de la realidad aparente, en un juego dinámico con la
seriedad impuesta por la construcción del hombre racional.
Para Nietzsche ambos hombres buscan dominar la vida, empero “es tan
irracional el último como poco artístico el primero” (Nietzsche, 2010, 36). El
hombre racional está guiado por conceptos y abstracciones, mientras el
hombre intuitivo consigue un flujo constante de claridad, animación y liberación. La gran
diferencia radica en la concepción que ambos tienen del lenguaje: mientras el hombre
intuitivo crea metáforas con la conciencia de que son engaños, el hombre racional ha
olvidado esa conciencia de la apariencia de la realidad de las metáforas, tomándolas por
ciertas, cayendo así en la creencia de su propio engaño.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA FALSEDAD: EL EDIFICIO DE LOS CONCEPTOS
La naturaleza –identificada con la verdad de la cosa - se presenta como creación
altamente subjetiva, pues de ella es imposible hablar en términos de regularidad, ya que
afecta de manera distinta en cada individuo particular a modo de estímulo sensorial. Luego,
las leyes de la naturaleza son absolutamente inefables, de ellas solo se puede conocer por la
relación que establecen con otras leyes naturales, manifestándose así en relación y nunca
desde su propia esencia. La construcción del edificio de los conceptos se instaura desde el
olvido de la experiencia individual con lo real, esta supresión permite la formación de
conceptos por convención de experiencias subjetivas similares. Ahí se incurre en el primer
error: “toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto en tanto que justamente
no ha de servir para la experiencia singular y completamente individualizada a la que debe
su origen. (…)Todo concepto se forma por equiparación de casos no iguales” (Nietzsche,
2010, pág, 27). Esto implica imponer a la naturaleza reglas conceptuales propias del
intelecto, que en nada tienen relación con las leyes propias de la naturaleza, incognoscibles
para el intelecto humano. Éste, produce igualmente, designaciones lingüísticas de la verdad,
luego y a través del olvido, incurre en un segundo error: estas designaciones reemplazan a
la verdad misma e ilusionan al hombre de ser poseedor de la verdad.
Así es como se constituye el edificio de los conceptos como la necrópolis de las
intuiciones, pues el compromiso social de ser veraz con respecto al uso y designación de
metáforas cotidianas o convencionalmente aceptadas y legitimadas impide la creación de
nuevas metáforas, que cataloga de “prohibidas”. El hombre racional “miente de la manera
señalada inconscientemente y en virtud de hábitos seculares – y precisamente
en virtud de esta inconsciencia, precisamente en virtud de este olvido,
adquiere el sentimiento de la verdad –” (Nietzsche, 2010, pág. 28)
De esta manera, con el edificio de los conceptos, construye un nuevo mundo, que
sirve de fortaleza contra la verdad, atacando e invalidando cualquier concepto o metáfora
que sea nuevo y no esté contenida en la designación oficial de la convención. Éstas son las
llamadas metáforas prohibidas del poder creativo del hombre intuitivo.
LA METÁFORA PROHIBIDA DEL HOMBRE INTUITUVO.
Para Nietzsche el arte de fingir tiene una importancia fundamental en el despliegue de
la voluntad del individuo creador, el engaño es necesario, pues
“existe un antagonismo entre verdad y vida. Antagonismo que se concreta en el hecho de que la vida exige para su supervivencia el velamiento de la verdad de lo real y en la idea de que una apertura total a lo verdadero implicaría la aniquilación de lo vivo” (Romero, 2001, pág. 29)
Con lo anterior, la creación de metáforas es una acción necesaria para que el sujeto
pueda vivir y obrar. A eso Nietzsche lo llama “el saludable bálsamo de la apariencia”
(Romero, 2001, pág. 27) y se manifiesta como el engaño apolíneo que permite el orden y la
coherencia del sujeto cognoscente como individuo. Las metáforas que el hombre intuitivo
crea son estrictamente individuales y absurdas, pues no siguen un patrón racional lógico,
sino que se dejan fluir por la discordancia y contradicción propia de la verdad. Por esta
razón son llamadas “prohibidas”, pues son contrarias a las legitimadas por la convención
del hombre racional. En oposición a éste, el hombre intuitivo se plantea como sujeto
admirablemente creador, el cual, por medio del arte, expresa adecuadamente la
manifestación de un objeto EN el sujeto y no intenta levantar discursos acerca de la verdad
misma de la cosa en sí.
Para Nietzsche, la percepción correcta de la realidad, es decir, la relación sujeto-
objeto, sería a tientas y a través de la poesía, puesto que no hay ninguna exactitud, sino solo
“un traducir balbuciente a un lenguaje completamente extraño, para lo que, en todo caso,
se necesita una esfera intermedia y una fuerza mediadora, libres ambas para poetizar e
inventar”. (Nietzsche, 2010, pág. 31).
Esta fuerza mediadora es para el autor es “la capacidad originaria de
la fantasía humana” (Íbid.), como fuente primaria del lenguaje y el
conocimiento, cuyo principio no está en la lógica sino en la imaginación, en
tanto facultad creativa humana. Sobre esta facultad y su producción, se levanta el discurso
científico del edificio de los conceptos.
De esta manera, el hombre intuitivo reformula en mundo lingüístico por medio del
irracionalismo del arte, poseído por el placer creador,
“Busca un nuevo campo para su actividad y otro cauce y lo encuentra en el mito y, sobre todo, en el arte. Confunde sin cesar las rúbricas y las celdas de los conceptos introduciendo de esta manera nuevas extrapolaciones, metáforas y metonimias; continuamente muestra el afán de configurar el mundo existente del hombre despierto, haciéndolo tan abigarradamente irregular, tan inconsecuente, tan inconexo, tan encantador y eternamente nuevo, como lo es el mundo de los sueños”. (Nietzsche, 2010, pág. 34)
Con ello se instaura, a diferencia del proceder del hombre racional, la primacía de la
voluntad por sobre el intelecto, y el sujeto se transforma en artista de la naturaleza. Este
vitalismo es el fundamento de la vida humana y no la razón, que sirve al primero como
elemento de mesura y orden de lo que esencialmente es la realidad: caos y contradicción.
Esta realidad se ve bellamente ejemplificada en la experiencia de los sueños,
“el que sueña, se sumerge en un mundo fantástico de ilusiones que le hace olvidar las preocupaciones de la vigilia. Así, la existencia se reduce a dos mitades tan real una como la otra; la de los sueños, aunque parezca que está compuesta de ilusiones, es la que embellece y objetiva el dolor de la vigilia” (Suances y Villar, 2004, pág. 18)
Esta creación de una realidad aparente, propia de lo apolíneo, incita al sujeto a utilizar
su voluntad como modo de relacionarse con la realidad y a utilizar su razón como
instrumento generador de este mundo aparente que sirve para imprimir orden en el obrar
humano. En este punto surge la metáfora prohibida, como oposición al edificio de los
conceptos, que son símbolo manifiesto del engaño humano en el que hizo caer la ficción
que representa la creación del lenguaje. Estas metáforas prohibidas renuevan el edificio de
conceptos viejos que se han convertido en verdades; es absolutamente intuitiva, individual,
auténtica y única, pues tiene como elemento primordial el carácter subjetivo creador de la
naturaleza.
Categóricamente, Nietzsche plantea la verdad de la vida esencialmente
como un engaño, pues el sujeto está obligado a fingir para poder existir y obrar
en el mundo, ese es el modo que posee para asegurar su supervivencia como
especie y salvaguardar su condición de individualidad, puesto que la verdad en sí se plantea
como un cúmulo de “fuerzas terribles que constantemente le amenazan y que oponen a la
verdad científica "verdades" de un tipo completamente diferente con las más diversas
etiquetas” (Nietzsche, 2010, pág. 34). Esta “verdades” que se oponen a las verdades
científicas son el carácter nebuloso de la propia esencia primitiva de las cosas, que se
considera y abarca por parte del sujeto en el momento creativo en el que genera nuevas
metáforas –prohibidas – para la ciencia. Por esta razón, Nietzsche pone en un estatuto
superior los productos del arte en comparación a los productos de la ciencia. Mientras los
primeros se manifiestan expresamente como lo que son, metáforas de la realidad en el
sujeto que toman las más diversas formas y sentidos, los segundos se plantean,
engañosamente, como verdades manifiestas en la propia naturaleza misma de las cosas,
configurándose así como el gran engaño del hombre para con el hombre.
“Ese enorme entramado y andamiaje de los conceptos al que de por vida se aferra el hombre indigente para salvarse, es solamente un armazón para el intelecto liberado y un juguete para sus más audaces obras de arte y, cuando lo destruye, lo mezcla desordenadamente y lo vuelve a juntar irónicamente, uniendo lo más diverso y separando lo más afín, pone de manifiesto que no necesita de aquellos recursos de la indigencia y que ahora no se guía por conceptos, sino por intuiciones. No existe ningún camino regular que conduzca desde esas intuiciones a la región de los esquemas espectrales, las abstracciones; la palabra no está hecha para ellas, el hombre enmudece al verlas o habla en metáforas rigurosamente prohibidas o mediante concatenaciones conceptuales jamás oídas, para corresponder de un modo creador, aunque sólo sea mediante la destrucción y el escarnio de los antiguos límites conceptuales, a la impresión de la poderosa intuición actual” (Nietzsche, 2010, pág. 38)
CONSIDERACIONES FINALES: “LA METÁFORA PROHIBIDA ESCONDIDA TRAS LAS MÁSCARAS NIETZSCHEANAS”
Este último punto tiene la pretensión de ejemplificar la acción creadora del hombre
intuitivo en la producción literaria nietzscheana. Claramente, para Nietzsche el hombre
despierto tiene conciencia del engaño que significa el lenguaje y, por esa razón, busca el
camino del arte y la intuición para relacionarse con la naturaleza. Con respecto a esta idea,
al parecer, el uso de aforismos y el estilo de escritura de Nietzsche manifiestan, justamente,
el uso que el hombre intuitivo haría del lenguaje. En otras palabras, la manifestación de la
creación artística de la metáfora prohibida.
Para Nietzsche, el ejercicio del intelecto liberado consiste, en un primer
momento, en la producción original y auténtica de metáforas que carecen de
lógica y, por tanto, son libres frente a la esclavitud de la razón que niega el
planteamiento creativo artístico, justamente por ello, se manifiestan como prohibidas:
“El intelecto, ese maestro del fingir, se encuentra libre y relevado de su esclavitud habitual tanto tiempo como puede engañar sin causar daño, y en esos momentos celebra sus Saturnales. Jamás es tan exuberante, tan rico, tan soberbio, tan ágil y tan audaz: poseído de placer creador, arroja las metáforas sin orden alguno y remueve los mojones de las abstracciones de tal manera que, por ejemplo, designa el río como el camino en movimiento que lleva al hombre allí donde habitualmente va. Ahora ha arrojado de sí el signo de la servidumbre; mientras que antes se esforzaba con triste solicitud en mostrar el camino y las herramientas a un pobre individuo que ansía la existencia y se lanza, como un siervo, en buscar de presa y botín para su
señor, ahora se ha convertido en señor y puede borrar de su semblante la expresión de indigencia”. (Nietzsche, 2010, pág. 35-36)
En esta caracterización, el autor distingue entre el hombre racional y el hombre intuitivo
asociado a la figura del filósofo que se mueve bajo viejas construcciones conceptuales
vacías y el artista, creador de nuevas formas, libre de designar y mostrar el carácter
subjetivo de la naturaleza bajo sus propias intuiciones.
Si hubiese que catalogar sa producción literaria bajo estos parámetros, se debería
declarar que Nietzsche fue un artista antes que filósofo. Para Fink, “Nietzsche lucha con
una entrega total, pero no realiza una destrucción conceptual de la metafísica, no la
desmonta con los mismos medios del pensar conceptual del ser, sino que repudia el
concepto, lucha contra el racionalismo, se opone a la violación de la realidad por el
pensamiento.” (1984, pág. 10).
Con lo anterior, la filosofía nietzscheana se esconde bajo máscaras, pues para el propio
autor, la verdad ama ocultarse. En ese sentido, es bastante coherente intentar explicar ese
enigma del mundo bajo las formas más exuberantes y originales, aforísticas y extremas.
“Soy el más encubierto de todos los encubiertos”, dijo de sí mismo en una ocasión. Tal vez nos resulte tan difícil captar el filósofo precisamente porque éste es el Nietzsche auténtico. El ocultamiento de su esencia se convirtió en Nietzsche en una pasión; le gustan de una forma inquietante el antifaz, la mascarada, la bufonería. En cuantas “figuras” se revela, en esas, mismas se oculta: tal vez ningún filósofo haya encubierto su filosofar bajo tanta sofistería. Parece como si su ser cambiante, versátil, no pudiera llegar en absoluto a una expresión clara y definida, como si representara muchos personajes” (Fink, 1984, pág. 14)
Así, Nietzsche expresa sus pensamientos bajo máscaras y bajo el arte de fingir, propio
del intelecto; manifiesta sus pensamientos desde la intuición, apelando a la irracionalidad
que significa el mundo y el propio espíritu humano. Por esa razón, el uso de aforismos es
adecuado a la propuesta vital del autor, que niega la sistematización de la vida
bajo un modelo racional y se inspira en la lucha e inconexión, incoherencia y
fugacidad de la libre expresión de formulaciones nuevas y antagónicas a lo
convencional, en donde la subjetividad creativa es la piedra angular de cualquier
construcción conceptual, siempre en construcción y renovación.
Con ello, los escritos nietzschanos, más que simples producciones literarias son obras
de arte, cuya esencia se oculta bajo las palabras o máscaras, de significación siempre
movediza. Esto significa la coherencia entre su crítica al lenguaje como forma de engaño y
la operacionalización de su propuesta estética de la vida a través de su propia utilización del
lenguaje en sentido liberador, intuitivo y artístico, que están en completa sintonía.
Para Münnich, la pretensión de Nietzsche al escribir en un estilo aforístico es
manifiesta:
“Su meta era bastante ambiciosa. Quiso escribir de manera que sus lectores pudiesen levantarse sobre la punta de sus pies (ks. V.8.16(33). Pág. 293), en el puro disfrute de la libertad. Por ello sus escritos se dirigen a aquellos pocos que han logrado marginarse de toda prohibición (ks. V. 13.15(76).p.454)a y que tienen un alto grado de independencia y autonomía. (…) él escribe para espíritus libres, para los que se atreven a arriesgarse a las peores cosas, a las mujeres más peligrosas y a las ideas más peligrosas” (ks.V.11.p.403). (1994, pág. 26)
Nietzsche hace vida su propuesta estética y produce su filosofía en metáforas
prohibidas, alentando a la vida y a la libertad, movido por la voluntad y la intuición,
desprovisto de preocupaciones racionales de orden y sistematización, que son las formas
vulgares en la que se esclaviza el espíritu. En su arte literario se expresa la producción de
metáforas prohibidas del hombre intuitivo, que tiene conciencia del arte de fingir humano y
lo utiliza de manera artístico creativa pura, en un juego original y auténtico, muy lejos de la
seriedad que implica el trabajo sistemático del filósofo que se mueve en viejas metáforas,
atrapados y sumidos en el propio engaño humano, en su facultad de fingir por naturaleza,
que le miente a sí mismo sin que pueda darse cuenta del error.
BIBLIOGRAFÍA
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Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial
- Münnich, B. (1994) La verdad es mujer. Santiago de Chile: Editorial
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M. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otros fragmentos de filosofía
del conocimiento. Traducción de Luis Manuel Valdés. Madrid: Editorial
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- Romero, J. (2001) El caos y las formas. Experiencia, conocimiento y verdad en
F. Nietzsche. Granada: Editorial comares
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Bibliografía secundaria:
- Carrasco, E. (2010) El hombre y lo otro: ensayos sobre Nietzsche, Heidegger y
Sartre. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
- Cordua, C. (2010) Once ensayos filosóficos. Santiago de Chile: Ediciones UDP
- Vattimo, G. (1992) Más allá de sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica.
Traducción de Juan Carlos Gentile Vitale. Barcelona: Ediciones Paidós.