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E scribo estas reflexiones al cumplir treinta años de vivir en México, la mayor parte de ellos en el estado de Chiapas. Llegué al país en 1973 y en ese mismo año pisé por primera vez tierra chiapaneca inte- grándome como agente pastoral en la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Desde este mirador muy particu- lar descubrí pronto lo que son, sin duda, las tres caracte- rísticas sobresalientes de la sociedad de ese profundo sur mexicano que es Chiapas: una prodigiosa diversidad na- tural, una marcada división entre indígenas y no indíge- nas, y la extrema necesidad que padece la mayoría de la población, incluido en ella un gran número de mestizos urbanos y rurales. Tampoco perdí mucho tiempo para comprobar que en esa muchedumbre de pobres los indí- genas ocupan el estrato más bajo. Tomé partido por ellos, no sólo movido por mi convicción ética de cristiano sino también debido a mi identidad étnica de flamenco. En Bélgica los flamencos habíamos sido ciudadanos de segunda clase durante siglos. Sólo en fecha muy reciente hemos conquistado nuestra autonomía frente a un go- bierno francófono centralista, muy despectivo de nues- tra lengua. Era, pues, natural que me identificara con aquellos chiapanecos que, además de ser pobres, se en- contraban marginados de la vida nacional y estatal por ser “indios”. Tuve la suerte de acercarme a los campesinos mayas en la misión jesuita de Bachajón. Lo hice bajo la inspi- ración de la teología de la liberación, entonces en boga entre los agentes pastorales de la diócesis. Empujado por esta corriente ideológica eclesial, busqué mi propia ma- nera de ayudar a los tzeltales en la tarea de convertirse, de objetos, en sujetos de su propio destino. Restringido por mi condición de extranjero, decidí sacar provecho de mi formación de historiador recibida en la Universidad Católica de Lovaina y dedicarme a la investigación del pasado indígena de la región. Ahora, seis lustros más tar- de, puedo observar con satisfacción que mi trabajo no ha sido en vano. Sin embargo, soy consciente del valor muy relativo de mis indagaciones, debido en primer lu- gar a mis limitaciones personales y en segundo lugar al modesto alcance que tiene, de por sí, el oficio de histo- riar. Hay una buena dosis de ficción en la interpretación que los historiadores hacemos del pasado ya que nos acercamos a él a través de unos pocos documentos que, 222 La memoria interrogada* Jan De Vos jan de vos: CIESAS-Sureste. Desacatos, núm. 15-16, otoño-invierno 2004, pp. 222-236. * Bajo el mismo título, este texto fue publicado en una edición de autor en San Cristóbal de las Casas, 2004.

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E scribo estas reflexiones al cumplir treinta añosde vivir en México, la mayor parte de ellos en elestado de Chiapas. Llegué al país en 1973 y en ese

mismo año pisé por primera vez tierra chiapaneca inte-grándome como agente pastoral en la diócesis de SanCristóbal de las Casas. Desde este mirador muy particu-lar descubrí pronto lo que son, sin duda, las tres caracte-rísticas sobresalientes de la sociedad de ese profundo surmexicano que es Chiapas: una prodigiosa diversidad na-tural, una marcada división entre indígenas y no indíge-nas, y la extrema necesidad que padece la mayoría de lapoblación, incluido en ella un gran número de mestizosurbanos y rurales. Tampoco perdí mucho tiempo paracomprobar que en esa muchedumbre de pobres los indí-genas ocupan el estrato más bajo. Tomé partido por ellos,no sólo movido por mi convicción ética de cristianosino también debido a mi identidad étnica de flamenco.En Bélgica los flamencos habíamos sido ciudadanos desegunda clase durante siglos. Sólo en fecha muy recientehemos conquistado nuestra autonomía frente a un go-bierno francófono centralista, muy despectivo de nues-tra lengua. Era, pues, natural que me identificara con

aquellos chiapanecos que, además de ser pobres, se en-contraban marginados de la vida nacional y estatal porser “indios”.

Tuve la suerte de acercarme a los campesinos mayasen la misión jesuita de Bachajón. Lo hice bajo la inspi-ración de la teología de la liberación, entonces en bogaentre los agentes pastorales de la diócesis. Empujado poresta corriente ideológica eclesial, busqué mi propia ma-nera de ayudar a los tzeltales en la tarea de convertirse,de objetos, en sujetos de su propio destino. Restringidopor mi condición de extranjero, decidí sacar provecho demi formación de historiador recibida en la UniversidadCatólica de Lovaina y dedicarme a la investigación delpasado indígena de la región. Ahora, seis lustros más tar-de, puedo observar con satisfacción que mi trabajo noha sido en vano. Sin embargo, soy consciente del valormuy relativo de mis indagaciones, debido en primer lu-gar a mis limitaciones personales y en segundo lugar almodesto alcance que tiene, de por sí, el oficio de histo-riar. Hay una buena dosis de ficción en la interpretaciónque los historiadores hacemos del pasado ya que nosacercamos a él a través de unos pocos documentos que,

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La memoria interrogada*

Jan De Vos

jan de vos: CIESAS-Sureste.

Desacatos, núm. 15-16, otoño-invierno 2004, pp. 222-236.

* Bajo el mismo título, este texto fue publicado en una edición de autor en San Cristóbal de las Casas, 2004.

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de manera muy sesgada, representan sólo una pequeñaparte de la realidad. Además, no podemos evitar leerloscon la distancia que impone el presente en que vivimosy que nos condiciona social y mentalmente. Esta falta deconsistencia ha llevado a los profesionales de las cienciasduras a ubicarnos a veces muy cerca de los novelistas.

Die Lust zum Fabulieren1 llamaba Goethe a ese gustode reconstruir los sucesos según nuestro punto de vistapersonal. Pero ese proceder constituye por fortuna sólouna cara de la medalla histórica. En el otro lado está elafán de averiguar, con la mayor precisión posible, wie eseigentlich gewesen,2 como lo dijo otro alemán famoso.En efecto, los historiadores también pretendemos hacerciencia, aunque sea sólo interpretativa. Afirmamos que

disponemos de una disciplina que lleva casi 25 siglos deexistencia y que ha recibido no pocas aportaciones y afi-naciones a lo largo del camino. He sido formado en estavenerable escuela de “ciencia-ficción” y he seguido apli-cando sus enseñanzas a lo largo de mi carrera profesional.En la medida de mis posibilidades he tratado de cultivarsiempre una actitud crítica, no sólo frente a los documen-tos disponibles sino también hacia mi manera personalde interpretarlos. Igual de constante ha sido mi afán deaplicar un tipo de escritura donde la seriedad académicano estuviera reñida con la amenidad propia de la narra-tiva. Aun la pesquisa más seria sólo tiene sentido y valorsi sus hallazgos son comunicados después a un públicoamplio, dispuesto a ponerles atención y capaz de enten-derlos.

Durante las últimas tres décadas el objeto de mi inves-tigación ha sido el pasado lejano y reciente de Chiapas.

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Jan de Vos / Archivo personal.

1 “El gusto por fabular”.2 “Como ha sido realmente”.

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La entidad así llamada no se reduce al estado que lleva elmismo nombre y menos aún al territorio físico adminis-trado por él. Chiapas es para mí ante todo una realidadsocial, es decir, un conglomerado de seres humanos, fluc-tuante y polifacético, que escapa de los moldes impues-tos por los regímenes que lo gobernaron sucesivamente.En este universo humano he tratado de identificar y resal-tar los diversos comportamientos regionales. Mi interésha consistido en seleccionar y estudiar sucesos que se pro-dujeron o en espacios más pequeños que el estatal o encomarcas situadas a caballo sobre la frontera que une aChiapas con otros estados mexicanos del sureste o con elvecino país de Guatemala. De nuevo, estoy consciente deque las regiones así descubiertas por mí son en parte en-tidades producidas por la información objetiva encontra-da en los documentos y en parte construcciones mías.

Llevo un buen rato indagando el pasado chiapaneco.Ha sido una labor de largo aliento, comparable al oficio

de un psiquiatra que dedica años a escuchar las confesio-nes de una paciente que viene a pedir ayuda. Digo: unapaciente, porque es una sociedad la que he recibido duran-te todos estos años en mi consultorio de historiador re-gional. Al principio ella me habló sólo de sus problemasrecientes, utilizando un lenguaje poco articulado. Sin em-bargo, poco a poco fuimos, ella y yo, poniendo orden ennuestras conversaciones y empezamos a desempolvar re-cuerdos más profundos. Con el tiempo la señora Chia-pas llegó a confiarme cosas íntimas que le habían suce-dido en su niñez y en su juventud, pero que no habíaquerido mencionar antes. A veces se trataba de experien-cias dolorosas que ella mantenía almacenadas en el sóta-no de su inconsciencia. Tuve que poner mucha atencióny armarme de mucha paciencia para sacarlas a la super-ficie. Aún no está concluida la terapia, pero después detanto tiempo de observar el pasado de mi cliente puedodecir que tengo una idea bastante completa y coherente desu vida. Considero que ha llegado el momento de ponerorden en mis anotaciones dispersas y formar un texto apartir de ellas que rescate las confesiones que más me hanimpresionado. Las presentaré en la forma de una secuen-cia de ensayos que espero serán de fácil lectura, pero cu-ya elaboración estará sujeta a las reglas que rigen todainvestigación seria.

Pero, ¿cuáles son estas reglas y de qué manera orientanel proceder del historiador? Existen sobre el tema variosmanuales excelentes, entre los cuales destaca El oficio dehistoriar, de Luis González y González. Desde su apariciónen 1988, este texto ha sido mi libro de cabecera en cuantoa la metodología que he tratado de aplicar en mis propiaspublicaciones. Inspirado por él, tracé mi propio derrote-ro, al que titulé El decálogo del historiador. Este escrito esun modesto folleto y de ninguna manera comparable conla erudita y amena síntesis de don Luis. Presenta, en for-ma de mandamientos, los pasos que en mi opinión debeseguir cualquier historiador que se respete. La idea me vi-no de las doctrinas cristianas elaboradas por los misio-neros españoles del siglo XVI. A la manera de aquellostratados sencillos y didácticos, explico —a los demás y amí mismo— que mi oficio incluye diez preceptos que hayque obedecer en su totalidad si se quiere obtener unbuen resultado. Sólo que en este caso ya no es el profeta

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judío Moisés el que baja del monte Sinaí cargando sus dostablas de piedra, sino la musa griega Clío la que descien-de del Olimpo con un códice doblado bajo el brazo. Y yano es el pueblo creyente el destinatario del mensaje di-vino, sino un cenáculo de discípulos ávidos de aprenderla esencia de una disciplina que desde los tiempos de He-rodoto llamamos Historia.

El pergamino que Clío abre para nuestro conocimien-to contiene una declaración programática que consta delos siguientes diez puntos:

1. Elegirás el campo2. Definirás el tema3. Planearás el trabajo4. Buscarás la información5. Almacenarás los datos6. Interrogarás las fuentes7. Explicarás los sucesos8. Estructurarás los apuntes9. Compondrás la obra

10. Comunicarás el resultado

Creo haber hecho un esfuerzo para cumplir con ese decá-logo mandado a lo largo de los treinta años que he inte-rrogado la memoria chiapaneca. Recapitulo aquí —frentea mis lectores y frente a mí mismo— el camino transitado.Así hago el balance de mi desempeño como historiadorregional y de paso abordo algunos problemas que arro-ja la investigación del pasado de Chiapas.

¿ELEGÍ EL CAMPO?

Al igual que el campesino maya que en su parcela buscael terreno más idóneo para el año venidero, el historiadortambién debe elegir de antemano el campo donde desa-rrollará el estudio. Son cuatro los elementos que tieneque tomar en cuenta en ese esfuerzo inicial de delimita-ción: el espacio, el tiempo, el área y la posición desde la cualobservará los tres primeros. Para hacer esta selección ten-drá razones personales.

En mi caso tomé las cuatro decisiones hacia 1973, en lamisión jesuita de Bachajón. Recibí entonces del padre

superior el encargo de indagar las causas del atraso quepadecían las comunidades de la región tzeltal. Me sentí co-mo el aprendiz de médico al que habían pedido elaborarla historia clínica de un enfermo. Me tocó, pues, la parteinicial de un diagnóstico más amplio que mis compañe-ros en el trabajo pastoral se encargarían de completar. Elespacio que escogí fue, obviamente, la zona habitada porlos indígenas de habla tzeltal, y el tiempo, por razonestambién obvias, la época colonial y los dos siglos poste-riores a ella. Llegué a identificar estos últimos 200 añoscomo “época neocolonial”, ya que para los indígenas deChiapas ni la independencia de 1821 ni la revolución de1917 habían producido un cambio real en su vida. Comoárea de preferencia se impuso el mundo de los indígenas,no sólo observados en sí mismos sino también en rela-ción con los kaxlanes, como llaman ellos a los mestizosde Chiapas y a cualquier persona que viene de fuera. Fi-nalmente, tomé como mirador el lugar donde se ubica elcampesino pobre y menospreciado: el de abajo. Con estacuádruple decisión descarté todo un abanico de alterna-tivas igualmente válidas. He sido fiel a aquella limitacióninicial que me puse entonces. A lo largo de los 30 añosposteriores no he querido escribir ni historia nacional nihistoria estatal ni aún menos “historia del poder”. El cul-tivo de estos campos, y muchos otros más, lo he dejado

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a los colegas que los han preferido. En ello no hubo de miparte ningún juicio de valor, sino la simple decisión deseguir una inclinación y vocación personal.

¿DEFINÍ EL TEMA?

Antes de lanzarse a la investigación conviene al historia-dor in spe elegir un tema que cumpla con cinco requisi-tos: que sea posible, original, actual, útil y del gusto de uno.Un tema es posible si las fuentes son suficientementeabundantes y de fácil acceso. Es original si aún no ha si-do trillado por otros estudiosos. Es actual si se relacionacon algún problema que en el presente ocupa y preocu-pa a la gente. Es útil si hace avanzar el conocimientohistórico como tal o ayuda a esclarecer desde el pasadoalgún proceso que se vive hoy. Finalmente, es del gusto deuno cuando le nace de manera espontánea en vez de serinducido o impuesto por personas ajenas. El aprendizque da sus primeros pasos en el terreno de la investiga-ción puede pedir consejo a sus maestros en lo referido a

los cuatro primeros puntos, pero sería fatal si aceptaraun tema por ser de la conveniencia de algún profesor y node su propio interés.

En mi caso ningún mentor influyó en mi elección, másbien al contrario. Mis compañeros en el trabajo pastoralconsideraban mi labor de poca relevancia, ya que no veíanen qué pudiera ayudar a solucionar la problemática lace-rante que soportaban los campesinos tzeltales. Tuve, pues,entera libertad para resolver no sólo la cuestión de migusto sino también los otros cuatro asuntos.

Así, escogí los dos objetos de estudio que ahora, tresdécadas después, siguen cautivando mi atención: la sel-va Lacandona y las comunidades mayas. No lamento midecisión. Indagar el pasado de ambos mundos ha sidouna aventura que resultó sorpresivamente fructífera y queme ha procurado enorme satisfacción personal. Graciasa ella pude dominar poco a poco las dos disciplinas enlas cuales me fui especializando sobre la marcha: la his-toria regional y la etnohistoria. Los resultados están a lavista. Escribí no menos de cuatro libros sobre la selvaLacandona: la antología Viajes al Desierto de la Soledad

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Quinientos años de rezar a los santos / Foto: Pavel Hroch, tomada del libro de Jan de Vos, Nuestra raíz (Clío-CIESAS).

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(primera edición: SEP-CIESAS, 1988; segunda edición co-rregida y aumentada: Miguel Ángel Porrúa-CIESAS, 2003)y la trilogía publicada por el Fondo de Cultura Econó-mica bajo los títulos La paz de Dios y del rey (primera edi-ción: Fonapas, 1980; segunda edición: FCE-SEC, 1988),Oro verde (FCE-ICT, 1988) y Una tierra para sembrar sue-ños (FCE-CIESAS, 2002). Por otra parte, de mi preocupa-ción por los indígenas de Chiapas hablan sobre todo dostextos: Vivir en frontera (INI-CIESAS, 1994, 1997) y Nues-tra raíz (Clío-CIESAS, 2001).

Escribí todos estos libros con pasión, y el hecho de ha-ber encontrado no sólo editores sino también lectores meconfirma que los temas elegidos respondieron a las cua-tro condiciones de posibilidad, originalidad, actualidad yutilidad mencionadas arriba. La trayectoria de la selva La-candona y el destino de la población indígena de Chia-pas cobraron especial importancia en la segunda mitaddel siglo XX. Por varias razones ambos procesos ocupanun lugar de excepción en la historia reciente de México.La colonización campesina, la organización indígena, laformación de una iglesia autóctona, el refugio guatemal-teco y el movimiento zapatista que allí se dieron, o bienson exclusivos de la región o bien se verificaron allí conmayor intensidad que en otras partes del país.

¿PLANEÉ EL TRABAJO?

Con el fin de no perderse en el camino, al historiadorle conviene trazar con anticipación la ruta, fijando el rum-bo y el derrotero del viaje. En otras palabras, debe pla-near el trabajo. Son cuatro las exigencias que aquí han detomarse en cuenta. En primer lugar, está la obligaciónde “hacer ciencia”, lo que significa en este momento ini-cial convertir el tema escogido en problema. Sólo así esposible formular las hipótesis que darán aquella miradaalerta y crítica, tan indispensable en cualquier indagaciónseria. Si no se toman estas dos medidas previas, el histo-riador no pasará de ser un simple contador de cuentos,pero sin la gracia del cuentero, especialista en ese oficio.La formulación de hipótesis es un acto que exige una bue-na dosis de imaginación creativa, pero no puede darse enel vacío. Depende de un paso previo, el estudio exhaustivo

de lo que ya ha sido escrito y discutido en torno al temaelegido. Los académicos antiguos daban a ese escrutiniopanorámico el nombre latín de status quaestionis o “esta-do de la cuestión”. Una vez presentado el tema como pro-blema de investigación, enriquecido con la elaboraciónde las hipótesis y observado a la luz de opiniones pre-vias, es posible dar el último paso de la planeación: el di-seño de un esquema de trabajo provisional, anticipaciónde lo que un día será el índice del libro acabado. Sin eseproyecto es difícil mantener el rumbo y entonces se per-derá mucho tiempo durante la investigación por venir.

¿Cómo he tratado de cumplir con ese tercer manda-miento? No tuve que desarrollar mucha imaginación pa-ra convertir en “problemáticos” mis dos temas. En 1973

buena parte de la selva Lacandona fue objeto de una in-tervención agraria por parte del gobierno federal. Por unadesatinada resolución presidencial, más de 600 000 hec-táreas de selva fueron adjudicadas a un grupo indígenaque no llegaba a 600 personas. La medida unilateral exclu-yó de ese reparto populista a otras treinta comunidadescuyos miembros rebasaban los 3 000 individuos. Surgióasí un problema social y político que no dejaría de cre-cer en las décadas posteriores. No es exagerado afirmarque aquel funesto decreto fue la causa lejana del alza-miento zapatista que en esa misma región tomó cuerpoa partir de 1984 y aún persiste. En cuanto a la poblaciónindígena en general, ella también por sí sola se habíavuelto “problemática” desde el momento en que empe-zó a organizarse y a exigir sus más elementales derechosfrente al gobierno estatal y los demás sectores pudientesde la sociedad chiapaneca.

Reconozco que me vi obligado a renovar y corregircontinuamente mis hipótesis iniciales al ver multiplicar-se las investigaciones sobre Chiapas en las diversas cien-cias sociales. Al principio era yo uno entre pocos, despuéstuve que hacer todo lo posible para no desaparecer entreel montón. El acervo de libros y artículos ha crecido enor-memente en cantidad y calidad, de manera que el “estadode la cuestión” se ha vuelto extremadamente complejo.También la sociedad bajo escrutinio se fue diversificandoy por esta razón se hizo cada vez más difícil de analizar,como lo ilustran de manera elocuente dos fenómenos queafectaron a la gente común y corriente —el primero— y

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al selecto mundo de la academia —el segundo. En 1950

la abrumadora mayoría de los chiapanecos eran feligre-ses católicos y afiliados al PRI.Ahora, medio siglo después,sus hijos y sus nietos confiesan una multitud de credosreligiosos y se pelean el poder político desde una decenade partidos y un número aún mayor de movimientos po-pulares. Igualmente en 1950, Chiapas carecía por comple-to de universidades y centros de investigación científica.Ahora, medio siglo después, los jóvenes pueden escogerentre más de cincuenta instituciones de educación su-perior. En medio de esa inusitada efervescencia social ycultural la reflexión pausada es más que nunca una exi-gencia. ¡Razón suficiente para no cansarse de seguir for-mulando hipótesis originales y elaborar nuevos proyectosde investigación!

¿BUSQUÉ LA INFORMACIÓN?

Los manuales de historiografía distinguen por lo generalcuatro tipos de fuentes que nos hablan del pasado y porende están disponibles para su interpretación: escritas,orales, monumentales y rituales. Como bien se sabe, losdocumentos escritos siempre han ocupado un lugar deprivilegio, a grado tal que muchos libros de historia seapoyan exclusivamente en aquéllos. La clásica distinciónentre fuentes primarias (documentos manuscritos) y se-cundarias (textos publicados) se refiere sólo a esa primeraclase de información. Ese amor desmedido por las letrasse entiende si nos damos cuenta de dónde y cuándo na-ció la historia como ciencia moderna: la Europa del sigloXIX. Sin embargo, no es justificable en obras que preten-den indagar el pasado de sociedades o sectores socialesen buena parte ágrafas. A pesar de que México es un paísque sólo es conocible incluyendo el uso de las otras tresvariantes documentales, poco o nada se ha hecho al res-pecto en sus universidades. ¿Dónde existe una cátedrade crítica histórica que capacite a los alumnos a manejarlas fuentes orales, rituales, monumentales? ¿Cuánta gen-te leída e instruida sigue confundiendo tradición oral conhistoria oral? ¿Quiénes entre los historiadores se atrevena abrir el desconcertante abanico de ritos e incluir susmensajes cifrados en la reconstrucción del pasado? ¿Quié-

nes están dispuestos a imitar a los arqueólogos en su afánde reconstruir procesos sociales, económicos y políticosa partir de algún artefacto, edificio, imagen? ¿Existe entrenosotros disposición para dejarnos ayudar por los an-tropólogos, lingüistas y folcloristas en el desciframientodel lenguaje hablado, cantado y figurado?

Por mi parte confieso que no he cumplido a cabalidadcon el cuarto mandamiento. Formado a la antigua, pensédurante mucho tiempo que bastaba el documento escri-to para la reconstrucción del pasado. Comencé la búsque-da de datos, como debe ser, en las fuentes secundarias,tanto las crónicas coloniales como las obras decimonó-nicas y más recientes. Pronto descubrí que las bibliote-cas públicas en Chiapas eran casi inexistentes. En cambio,un pequeño número de instituciones académicas habíanhecho, o estaban haciendo, un esfuerzo loable para cons-truir acervos dignos de consulta. Pasé, pues, largos ratosleyendo libros y folletos en la Casa Na Bolom, el Centrode Investigaciones Ecológicas del Sureste, la FundaciónArqueológica Nuevo Mundo y el Centro de Estudios In-dígenas, todos ubicados en la ciudad de San Cristóbal delas Casas. Al mismo tiempo empecé a comprar a diestray siniestra las publicaciones más importantes que se ha-bían escrito sobre Chiapas. No hubo entonces otra mane-ra de tener acceso a la materia prima indispensable paraponer la base de cualquier investigación futura. El ham-bre y la sed de conocimiento me llevaron varias veces alas ciudades de México, Guatemala y Villahermosa, don-de conseguí libros que aún conservo como reliquias. Entreellas destacan las ediciones primas de las obras de Ma-nuel Trens, Emeterio Pineda y Marcos Becerra. Una visi-ta a la Academia de Historia y Geografía de Guatemalame proporcionó la oportunidad de adquirir la crónicade fray Francisco Ximénez. En cambio, la Historia de frayAntonio de Remesal la conseguiría años más tarde depaso por Madrid, en el camino a Sevilla y su Archivo Ge-neral de Indias.

¡El Archivo de Indias de Sevilla! Pasé más de medioaño en esta Meca de la historia colonial iberoamericana.Cumplí así con creces el mandamiento moral y acadé-mico de peregrinar, por lo menos una vez en la vida, aese imponente depósito documental. Tuve la fortuna depoder trabajar aún en los documentos mismos, antes

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de la computarización posmoderna que también allí seestá imponiendo. Ha sido, sin duda, una de las experien-cias más positivas en mi vida de investigador. La búsque-da de información documental es la fase más gratificantede nuestro trabajo, porque raras veces transcurre un díaen que no aparezca en los folios hojeados algún datonuevo y fresco, con posibilidades de ser utilizado des-pués. Recorrí con la energía propia del neófito los diver-sos fondos que la administración de la corona españolahabía creado a lo largo de tres siglos. Encontré la infor-mación más abundante en Audiencia de Guatemala, yaque la mayor parte del Chiapas actual había formado par-te de aquella jurisdicción durante casi 300 años. Datosadicionales fueron apareciendo en Contaduría para losasuntos económicos, en Justicia y Escribanía de Cámarapara los judiciales, en Patronato para los civiles, militaresy eclesiásticos, y en Indiferente General que, como dicesu nombre, alberga documentos de toda índole. Resul-tado de esa exploración fue un acervo de más de mediocentenar de microfilmes y un catálogo mimeografiadoen dos tomos que fueron a parar a cuatro centros deinvestigación, dentro y fuera de Chiapas. Esta selección,a pesar de no ser exhaustiva, ha facilitado el trabajo a va-rios colegas míos, aunque esta ayuda no siempre ha sidoreconocida públicamente por ellos. Comprendí así elescaso valor que en nuestro medio se sigue atribuyendoa la ardua cuanto indispensable labor de la catalogaciónarchivista.

¿Por qué emprendí la trabajosa expedición a Sevilla envez de quedarme a buscar y revisar primero lo que hu-biera podido encontrar en casa? La razón es muy simple.Chiapas es tal vez el estado mexicano que menos docu-mentación conserva en sus archivos locales. Los acervosque en Oaxaca y Mérida, por ejemplo, constituyen ver-daderos monumentos coloniales, en Tuxtla Gutiérrez ySan Cristóbal han sido o bien destruidos casi por com-pleto (el civil) o severamente mutilados (el eclesiástico).Se trata de una pérdida irreparable, no sólo en cantidadsino también en calidad. La administración local es laúnica que refleja de manera directa y orgánica a la reali-dad procesada. En cambio, la información enviada a lalejana España es, salvo pocas excepciones, la que la au-toridad provinciana debía o quería despachar. Es decir,

que respondía no pocas veces al interés, por parte de susemisarios, de omitir, minimizar o exagerar los hechos.

Este problema de credibilidad afecta asimismo a la do-cumentación que sobre Chiapas se guarda en el ArchivoGeneral de Centroamérica. En él, igual que en el de In-dias, puede hallarse documentación de las diversas ramasadministrativas, tanto en el fondo llamado Chiapas co-mo en el titulado Guatemala. Del primero hice de nuevoun catálogo, esta vez exhaustivo que, asimismo, acompa-ñado de los microfilmes correspondientes, se encuentratambién en las instituciones arriba mencionadas. Sinembargo, han quedado en mi fichero más de dos mil re-ferencias recopiladas del fondo Guatemala. Esperan serrescatadas por algún colega más joven y dinámico queyo, dispuesto a ordenarlas y así ponerlas también a dis-posición de los estudiosos.

Diácono tzeltal acompañado por su mujer / Foto: Pavel Hroch, to-mada del libro de Jan de Vos, Nuestra raíz (Clío-CIESAS).

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En comparación con los acervos de Sevilla y Guate-mala, los demás archivos dentro y fuera de Chiapas de-ben considerarse de segunda opción. Entre ellos destacael Archivo Diocesano de San Cristóbal, a pesar de habersido seriamente mutilado al caer en manos de las tropascarrancistas en 1915. Muchos documentos fueron enton-ces destruidos junto con los libros de la valiosa bibliotecasobre la historia de Chiapas que había formado monse-ñor Orozco y Jiménez durante los 24 años que gobernóla diócesis de San Cristóbal de las Casas. Cuenta la genteque únicamente se salvaron aquellos legajos que el padreFlores, entonces cura de la catedral, logró sacar durantela noche anterior al saqueo. Si esa información oral escierta, el encargado no tenía gran interés en la documen-tación más antigua, porque son casi inexistentes los pa-peles que se refieren a los siglos XVI y XVII. Un segundoatentado archivístico fue perpetrado en fecha muy re-ciente al ser desmembrados legajos y expedientes. La pe-dacería así obtenida ha sido catalogada con base en unaclasificación absurda por inepta. Además, en el procesode restructuración varios documentos muy valiosos seextraviaron y siguen hasta la fecha en condición de desa-parecidos. El archivo civil, resguardado en el palacio degobierno de San Cristóbal, no fue víctima de igual atro-pello, sólo porque en 1863 ya había perecido en un incen-dio que destruyó el edificio que lo albergaba. La escasadocumentación producida después por la administraciónestatal en Tuxtla Gutiérrez fue destruida en 1915 por losmismos soldados que subieron más tarde al valle de Jovel.

Para infortunio nuestro el Archivo Diocesano de SanCristóbal no es el único monumento colonial de esta ín-dole que ha padecido “arreglos” que en realidad son ver-daderos atentados contra la archivonomía. Algo similarsucedió en el ya mencionado Archivo de Centroamérica(ACA) en Guatemala y en el Archivo General de la Na-ción (AGN) en México. Allí también se remplazó la orga-nización de procedencia, creada orgánicamente durantesiglos, por una ordenación, temática en el primer caso, yalfabética en el segundo. En el AGN de México, por ejem-plo, el estudioso debe recorrer los ficheros de la A a la Z,empezando con abastos y pasando por cabildos, caciquese indios, capellanías, censos, colegios, competencias, con-ventos, curas, diezmos, ejidos, encomiendas, fincas, mi-

nas, obras pías, pleitos civiles y criminales, poblaciones,policía, resguardos, residencias, testamentarias, tierras,hasta terminar con tributos. En el ACA de Guatemala leespera un desmenuzamiento aún mucho más rígido queroza a lo maniático. Joaquín Pardo, quien fue el encarga-do del archivo de 1935 a 1964, introdujo una clasificaciónque, además de ser numérica (lleva número de expe-diente y número de legajo), indica también el contenidode cada documento (indica su pertenencia a una de lastres grandes secciones del gobierno colonial —SuperiorGobierno, Mando Militar y Real Hacienda— y dentrode ellas a un tema y subtema) y el año de su redacción.

El archivo eclesiástico de San Cristóbal tiene el nombrede diocesano, y no de catedralicio, porque alberga tam-bién una buena cantidad de documentos que provienende las parroquias chiapanecas. Esta integración fue obradel obispo Orozco y Jiménez a principios del siglo XX.Sin embargo, varios pueblos conservaron sus expedien-tes in situ, no sólo los relativos a la administración ecle-siástica sino también los civiles. En general estos acervosse encuentran en un lamentable estado de conservación.Me consta que desde hace una década se están haciendoesfuerzos para rescatar lo que escapó del abandono y ladestrucción. Sin embargo, me acuerdo con amargura delas dos ocasiones en que pude presenciar personalmenteel desprecio de la autoridad local por la “vieja papelería”arrinconada en algún cuartucho oscuro de la casa mu-nicipal. En Chiapa de Corzo y Comitán traté en vano desalvar sendos lotes de documentos a punto de ser llevadosal basurero. Aún guardo como reliquia un expedientedel siglo XIX sobre la secularización de las fincas domi-nicas de la Frailesca que logré apartar subrepticiamentey salvar así del holocausto.

Admito que no me he esforzado lo suficiente para en-trar a otros archivos públicos resguardados en variosedificios gubernamentales de San Cristóbal y Tuxtla. Medesanimaba el difícil acceso a los acervos, su mal estadode conservación, su nulo ordenamiento y su escasa do-cumentación sobre la época colonial, al principio de miexclusivo interés. En aquellas décadas de los setenta yochenta aún no se había iniciado el proceso de rescate queahora conocemos y disfrutamos. Por esta razón dirigí mibúsqueda hacia colecciones privadas dentro y fuera del

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país. En San Cristóbal tuve la oportunidad de conocer elacervo de “libros raros” de la biblioteca de Na Bolom,antes de su saqueo. También me abrió las puertas de subiblioteca el profesor Prudencio Moscoso, aunque conla condición de dedicar primero buena parte de mi pre-cioso tiempo a conversar con él antes de poder teneracceso a los documentos. Pero fueron sobre todo algunascolecciones estadounidenses las que me proporcionaronuna cantidad nada despreciable de información adicio-nal. Las localicé y aproveché en Nueva Orleans (TulaneUniversity), Chicago (Newberry Library), Filadelfia (Phi-losophical Society), Berkeley (Bancroft Library), Austin(University of Texas Library) y, en menor grado, en Wa-shington (Library of Congress). En todas estas visitas hiceuna recopilación más o menos exhaustiva, cuyas referen-cias fueron a parar a un fichero que, una vez más, esperaser transformado algún día en catálogo ad usum omnium.Me faltaron el presupuesto y el ánimo para emprenderuna gira parecida a través de Europa, pasando por ciu-dades como París, Londres, Berlín y, sobre todo, Roma.Allí, en la capital italiana, el Vaticano y las sedes de lasórdenes religiosas que misionaron en Chiapas deben al-bergar documentación valiosa que aún está por localizary conocerse.

Ha sido, pues, digna pero incompleta mi labor de re-copilación de datos. Por esta razón creo que tarde o tem-prano todos mis libros serán corregidos y aumentadosen cuanto a la información procesada. Aún mayor defi-ciencia observo en mis trabajos en cuanto al uso de lasfuentes no escritas. ¿Merezco realmente llamarme etno-historiador si veo el poco espacio que supe abrir a lainterpretación de la tradición oral y ritual de las comu-nidades indígenas que pretendo haber estudiado? Reco-nozco que fue un grave error no haber aprendido algúnidioma maya de Chiapas. Ahora, con la memoria ave-riada por la edad, siento que ya no tengo la capacidad dehacerlo, aunque sé que es la única manera de penetrar ymoverse en el vasto y maravilloso mundo que se escon-de en el cuento, el rezo, la palabra casual y el discursofestivo. Tampoco tuve mayor preocupación por incluir enmis interpretaciones el análisis de imágenes, ni siquieraal abordar temas de historia reciente para los cuales laiconografía ya abunda. Es otro defecto más con el que

cargo debido a la formación que recibí en una escuelaexageradamente fascinada por las letras. Por fortuna,también en Chiapas aquellas fuentes, por tanto tiempodespreciadas, se están rescatando e integrando en el es-tudio del pasado y el presente de la población. Son sobretodo los indígenas, mucho más necesitados de ver sucultura afirmada y aceptada por propios y extraños, losque están dedicados a esa noble tarea.

¿ALMACENÉ LOS DATOS?

El tipo de fuentes escogidas determina no sólo la mane-ra de recopilar la información allí encontrada sino tam-bién el modo de almacenarla. Si de documentos escritosse trata, hay que hacer anotaciones; si de documentosorales, grabaciones; si de documentos visuales, fotogra-fías y filmaciones. De nuevo, el historiador tradicionalrecurre principalmente a la primera vía de almacena-miento. Mi caso no fue la excepción. Ya mencioné másarriba los ficheros a donde fueron a parar las referenciasa los documentos que localicé en los diversos archivos ydemás acervos. La redacción de fichas bibliográficas, es-critas a mano o mecanografiadas, es el primer paso enesta quinta etapa de la investigación. Le sigue, como se-gunda fase, la elaboración de las llamadas fichas de tra-bajo, de tamaño media carta y de nuevo escritas a mano,mecanografiadas o computarizadas.

Confieso que llevo ya 30 años escribiendo mis fichascon lápiz y corrigiéndolas con goma sobre la marcha. Nosupe —o no quise— aprovechar el momento de subir altren expreso de la informática posmoderna. No acostum-bro llevar mi lap-top a los archivos y anotar allí en directolo que considero de importancia en algún documento.Sigo, pues, llenando por escrito infinidad de tarjetas y nodejo de colocarlas con esmero en cajoncitos de maderaque mandé fabricar especialmente para ese fin. Como de-be ser, pongo en cada ficha dos encabezados: el primero(a la izquierda) se refiere al asunto de interés, y el segun-do (a la derecha) indica el capítulo del libro en gestacióndonde pienso utilizar el dato. El hecho de haber elabo-rado de antemano ese índice provisional me da la posi-bilidad de seleccionar de inmediato el dato relevante y no

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perder tiempo en copiar todo lo que encuentro. Sin em-bargo, prefiero exagerar en la anotación en vez de serparco, porque más adelante me estará esperando un se-gundo filtro por el cual pasarán sólo los datos dignos deser integrados en el análisis posterior. La disposiciónde las fichas por capítulos revelará pronto si cada uno es-tá respaldado por suficiente documentación. En el casocontrario, elimino el apartado sin futuro y reestructuroel índice provisional sobre la marcha, en vez de dejar esaintervención para la redacción final.

De nuevo, llevo tres décadas haciendo fichas y no veola necesidad de cambiar una técnica que me ha dado bue-nos resultados. Todos mis libros y artículos están endeu-dados con ella y aun los datos de historia y tradición oral,captados en grabaciones, fueron después convertidos pormí en notas escritas. Muy recientemente, al tener quecambiar de casa y enfrentar el traslado de aquellos car-

toncitos pesados, decidí deshacerme de la mayoría deellos, junto con los libros que no había yo abierto en losúltimos cinco años. Procuré seguir así el ejemplo de Da-niel Cosío Villegas quien, una vez terminada una obra,acostumbraba eliminar de su biblioteca privada lo queél consideraba digno de ser trasladado a la naciente bi-blioteca de El Colegio de México.

¿INTERROGUÉ LAS FUENTES?

Este sexto mandamiento constituye, junto con el sépti-mo, el plato fuerte de toda investigación histórica. LuisGonzález, en su libro mencionado, llama ese paso “el pro-ceso a las respuestas de la fuente”. Yo prefiero poner elacento en el interrogatorio que es la primera fase del diá-logo entablado por el investigador con los documentos.

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Cinco años de gritar ya basta / Foto: Pedro Valtierra, tomada del libro de Jan de Vos, Nuestra raíz (Clío-CIESAS).

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Le toca en este momento preciso aplicar la famosa críticahistórica, explicada con tanta precisión en los manualesde los eruditos decimonónicos Ernst Bernheim, CharlesVictor Langlois y Charles Seignobos. Sin embargo, sonpocos los historiadores que siguen a la letra las cuatrooperaciones fundamentales allí establecidas y que respon-den a las siguientes preguntas: 1) ¿Quién es el autor de lafuente y dónde, cómo y cuándo la escribió?; 2) ¿pudo yquiso transmitir información verdadera?; 3) ¿cómo en-tender bien lo que dice?; 4) ¿su testimonio concuerda,completa o contradice otros testimonios? Luis Gonzálezes el primero en aconsejarnos tomar con un grano de salaquel requerimiento de autenticidad, credibilidad, signi-ficación y concordancia que debemos hacer a las fuentesque pasan por nuestras manos. Si lo tomamos demasia-do en serio, corremos el peligro de caer víctimas de unpositivismo que mata toda creatividad.

Me sentí, pues, respaldado por la autoridad del maes-tro michoacano, cuando opté por no dejarme quitar elsueño por los lineamientos severos que mi profesor dehistoriografía medieval, formado en la más ortodoxa lí-nea positivista, me había inculcado desde su cátedra enla Universidad de Lovaina. Sin embargo, no pude resis-tir la tentación de intentar, a guisa de divertimento, algúnejercicio de crítica histórica en relación con la historio-grafía colonial de Chiapas. La víctima de mi requisitorioresultó ser fray Antonio de Remesal al descubrirle unaserie de errores en la versión que sobre la conquista pre-senta en su Historia de 1619. Entre los más de veinte tro-pezones destaca su aceptación del suicidio colectivo delos antiguos chiapanecas en el cañón El Sumidero. Alsometer esa afirmación a un riguroso examen de críticainterna llegué a la conclusión de que estaba yo frente auna hermosa leyenda. El paso siguiente fue elaborar unahipótesis de trabajo capaz de cautivar mi interés y el demis futuros lectores. ¿Cuál podría haber sido el aconteci-miento que dio pie a la elaboración legendaria y cuándo,cómo y por quién fue creada esa grandiosa mitificación?Mis indagaciones tuvieron como primer resultado el en-sayo La batalla del Sumidero (Katún, 1985, e INI, 1990).La satisfacción que me había procurado su escritura fuede corta duración, ya que pronto fui acusado de agredirlos cimientos mismos de la identidad chiapaneca. De es-

te combate entre mi razón individual y los sentimientos detoda una comunidad era obvio quién iba a salir ganan-do. Ningún peso tuvo aquí el argumento de que un pue-blo que se suicida en su totalidad no deja descendenciay que por lo tanto los chiapanecos de hoy difícilmentepueden ser los herederos de aquellos que se tiraron delas peñas al río que dio nombre al estado.

Aprendí de mi desventura intelectual y ya no incluí eltema del suicidio colectivo en otro ensayo que publiquébajo el título Los enredos de Remesal (Conaculta, 1992).Confieso que fui demasiado severo con el fraile dominicoque sufrió la cárcel en Guatemala por haber osado escri-bir algunas verdades sobre los poderosos de su tiempo.El libro sigue gustándome porque considero haber logra-do un texto que une de manera satisfactoria dos temasque entonces eran de mi interés particular: la interpre-tación acuciosa de las fuentes coloniales y el nacimientode la sociedad chiapaneca. Junto con La batalla del Su-midero ha sido mi contribución, muy modesta por cierto,a la crítica histórica. Una vez hecho el ejercicio, me des-pedí de esta subdisciplina con la certeza de haber cum-plido ampliamente con sus exigencias poco gratas peroa veces indispensables si queremos dominar el oficio a laperfección. Ésta, sin embargo, tiene que ver, mucho másque con el escrutinio negativo de las fuentes, con el saberexplicar e interpretar los datos que ellas nos proporcio-nan. Eso me lleva al mandamiento que ocupa en mi de-cálogo el séptimo lugar. De su examen depende realmen-te si pertenezco o no al gremio de los historiadores. Yano puedo, pues, evitar hacerme la siguiente pregunta:

¿EXPLIQUÉ LOS SUCESOS?

La interpretación de los sucesos, una vez que éstos hanpasado el examen de su credibilidad y valor interno, es laverdadera esencia del quehacer histórico. Para realizarlaestán disponibles varios modelos que sólo en teoría exis-ten en estado puro y se aplican de manera exclusiva. Enla práctica se da generalmente una combinación de va-rios, aunque casi siempre uno de ellos predomina. Deesta manera han sido escritas las grandes obras de his-toriografía y hacemos bien en seguir el ejemplo de los

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maestros. Son cuatro los modelos explicativos más co-munes, cada uno de ellos inspirado por un enfoque dis-tinto que les da su forma y contenido especial. Operaaquí, además de una posición ideológica, la inclinaciónparticular de cada historiador. Unos prefieren explicarlos procesos desde una visión holística, otros por las in-tenciones de sus protagonistas, otros por sus anteceden-tes, otros por su inmersión en estructuras más ampliasque les dan sentido. Detrás de estas operaciones se es-conden cuatro corrientes que podrían asustar por sunomenclatura: totalitarismo, intencionalismo, positivis-mo y estructuralismo. Son los “ismos” que uno aprendióde joven en la universidad y vio aparecer en los clásicosque tuvo que leer. Pero una cosa es la escuela y otra el es-pacio que uno se abre después por gusto personal y se-gún las condiciones que ofrece la vida.

El gusto me llevó a preferir la segunda y la tercera vías,las circunstancias me llevaron a incluir en mis análisisinterpretativos también las otras dos. Confieso que meencanta armar un buen relato que avanza en el tiempo yrelaciona causas y efectos. Lo hice en la mayoría de mislibros, pero sobre todo en la trilogía de la selva Lacando-na. En efecto, en esa obra traté de llevar a mis lectorespor una larga travesía que se inicia con la conquista deaquella región por los españoles y termina en el umbraldel tercer milenio. En aquellos tres libros fui también enbúsqueda de los personajes clave que a mi modo de verdesencadenaron o padecieron los procesos. Llevado asus últimas consecuencias, este afán desemboca en la es-critura de una biografía histórica. Incursioné una solavez en este género, pero lo hice con enorme satisfacción.Allí está como testimonio el pequeño libro que dediquéa la memoria de un hombre excepcional que en la se-gunda mitad del siglo XVI recorrió lo más inhóspito deChiapas y Tabasco: Fray Pedro Lorenzo de la Nada (Co-naculta, 2001).

Narrar sucesos y verlos protagonizados por sujetoshumanos ha sido, indudablemente, mi ocupación pre-ferida. Sin embargo, pienso que no he descuidado endemasía los otros dos modelos. Nunca pudo convencer-me la receta holística de la interpretación marxista, perosí opino que cualquier proceso histórico, tanto globalcomo local, puede ser tratado como situación conflicti-

va. Una vez aceptada esa categoría universal del conflic-to, toca sin embargo detectar y reconstruir con muchafinura las muy diversas maneras en las que aquél se vivesegún el momento y el lugar. Puse mi grano de arena eneste sentido al introducir en dos ocasiones el conceptode frontera, que considero como una variante de la eter-na confrontación que opone y acerca a grupos o perso-nas. Nací en un país dos veces invadido por su vecinooriental en tiempos recientes y, además, dividido desdeel siglo V por una invisible pero muy real barrera lin-güística. Tal vez por eso desarrollé una sensibilidad espe-cial hacia las dos fronteras padecidas por la mayoría dela humanidad: la férrea frontera-límite, inmóvil y nítida,que divide drásticamente en dos un territorio o grupoétnico, y la no menos poderosa frontera-frente, móvil ydinámica ésta, que permite a personas o comunidadeshumanas crear espacios sobre los cuales después deci-den avanzar o retroceder. No cabe duda de que expe-riencias muy personales originaron la escritura de doslibros míos que abordan esa doble temática: Las fronte-ras de la frontera sur (UJAT-CIESAS, 1993) y Vivir en fron-tera. La experiencia de los indios de Chiapas (INI-CIESAS,1994 y 1997).

Es, sin duda, el modelo estructuralista el que menoratracción ha ejercido sobre mí. Sé que el hombre no seexplica sin tomar en cuenta los condicionamientos quele imponen la naturaleza, la geografía, la economía, lapsicología, la cultura, la ecología y otras situaciones más.Pero reconozco que siempre me ha costado ejercer esamirada, más horizontal que vertical, que identifica e in-terpreta los sucesos por su pertenencia a procesos de lar-ga duración o entornos de vasta extensión. No soy, pues,aficionado de los Annales, aunque aún admiro en varioscolegas míos su capacidad de escribir textos que aplicanlas enseñanzas de aquella venerable escuela francesa. Tam-poco me fascina demasiado la tentación braudeliana deexplicar los sucesos desde su inserción en algún sistemade alcance mundial. Siete años de estudios de filosofía yteología me causaron una indigestión especulativa quefui curando después con un tratamiento basado en unamayor atención a lo concreto y local. Sigo con esta dietahasta la fecha y confirmo que me he sentido bien al apli-carla más o menos disciplinadamente.

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¿ESTRUCTURÉ LOS APUNTES?

La opción por algún modelo explicativo está íntimamen-te ligada al empleo de cierto estilo de exposición. Si-guiendo al maestro Luis González, se pueden distinguircinco maneras de estructurar los apuntes: la investigan-te, la polémica, la narrativa, la estructural y la comparati-va. De nuevo, estos estilos nunca se dan en estado purosino en combinaciones más o menos ágiles donde unode ellos predomina. Es investigante una obra cuando suautor reproduce para el lector el camino que recorriópara obtener el resultado de su investigación. Es polémi-ca cuando contrapone su propia y nueva versión a otra te-sis ya establecida, pero considerada por él como inválidao insuficiente. Es narrativa cuando presenta los sucesosen forma cronológica, sin por ello reducir la exposiciónal simplismo de una crónica. Es estructural cuando seacerca al pasado como si fuera un presente observadocon método de sociólogo, economista, antropólogo o po-litólogo. Es comparativa, finalmente, cuando hace resaltarlas características de su tema de estudio contraponién-dolo a otro caso real o idealizado.

Si observo el conjunto de mis publicaciones deboreconocer que en ellas predomina el gusto de narrar yque los demás elementos han sido aplicados con mu-cho menor frecuencia e intensidad. Lo polémico y loinvestigante están especialmente presentes en La batalladel Sumidero y Los enredos de Remesal, libros que debenmucho a las enseñanzas pioneras que dio EdmundoO’Gorman en su ensayo Destierro de sombras. Pero, cla-ro, hay una diferencia enorme entre su magistral cues-tionamiento del origen de la devoción a la Virgen deGuadalupe y mi modesta indagación sobre el mito delsuicidio heroico de los antiguos chiapanecas. Tambiénde polémico se podría calificar mi folleto El sentimientochiapaneco (Cecytech, 1998), ya que califica de “fraudeelectoral” el plebiscito por el cual en 1824 se decidió laagregación de Chiapas a la República Mexicana. En cuan-to al estilo comparativo, veo que éste se me ha dado másal yuxtaponer procesos similares, ocurridos no tanto enlatitudes diferentes sino en distintos momentos del mis-mo devenir histórico. Pienso, por ejemplo, en artículoscomo “La comunidad fracturada” (2000) y “Los indios

de Chiapas frente al poder establecido” (2001) dondellamé la atención sobre varios escenarios de violencia enel mundo indígena que se parecen tanto que dan la im-presión de repetirse, a pesar de una separación de siglosen el tiempo.

¿COMPUSE LA OBRA?

Ningún conocimiento científico nuevo vale la pena si nollega a comunicarse a los demás. Los últimos dos manda-mientos refieren a esa conditio sine qua non en el caso dela investigación histórica. El noveno se ocupa de los cri-terios que deben regir la comunicación; el décimo, delos diversos públicos a los cuales uno puede dirigirse yde los medios que están a su disposición para ese fin. Loscriterios se reducen, por experiencia propia y ajena, atres elementos fundamentales que no pueden faltar si noqueremos correr el riesgo de ver naufragar toda nuestraempresa. Nuestro libro o artículo de historia debe ser:1) riguroso en su contenido; 2) armonioso en su compo-sición, y 3) atractivo en su exposición. Es decir, que nobasta comunicar a secas, hay que tratar de hacerlo con se-riedad, elegancia y claridad. Hay en el mercado muchostextos que nos enseñan cómo no hacerlo, ya que son osuperficiales o mal escritos o aburridos. Pero también es-tán a la mano obras cuyos autores procuraron respondera las tres exigencias del canon clásico de la perfección:producir algo verdadero, bello y bueno.

¿Cumplí con este triple precepto al escribir mis librosy dar mis clases y conferencias? Sería muy presuntuosocontestar afirmativamente. Sin embargo, sí ha sido mipreocupación, desde el primer texto que escribí, respon-der a las tres condiciones mencionadas y establecer unequilibrio entre ellas. Pero son mis lectores y oyentes losque tienen aquí el derecho de emitir un juicio. ¡Que ellosdecidan si he sido serio, claro, interesante y didáctico alformular mis opiniones, hipótesis, deducciones y con-clusiones! Pero, ¿de qué público se trata realmente? Parasaberlo falta examinar mi compromiso con el últimoprecepto:

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¿COMUNIQUÉ EL RESULTADO?

Ya vimos más arriba que una investigación es vana si nollega a comunicar sus resultados. Ya vimos también aqué virtudes la comunicación debe aspirar para que seaaceptable. Pero aún falta ver cuál puede o debe ser el pú-blico al que se dirige y cuáles los medios disponibles parallevarla a cabo. ¿Hemos decidido seguir moviéndonosen el alto nivel académico que se nos exigió para la elabo-ración de nuestras tesis de grado o estamos dispuestos aescribir y hablar a un auditorio más amplio? En el pri-mer caso, nuestro público se reducirá al gremio de loscolegas y la comunidad, siempre muy reducida, de as-pirantes a investigadores o maestros. Pero si elegimosla segunda opción, se nos abre todo un abanico de gru-pos diferenciados según su edad, cultura y condiciónsocial. El tipo de público que entonces veremos enfrente—adultos, jóvenes, niños, campesinos, maestros de es-cuela, alumnos de secundaria y preparatoria, amas decasa, profesionistas de toda clase, etcétera— influirá po-derosamente en la manera en que iremos comunicandonuestros resultados. Y una vez convencidos de las bon-dades de la divulgación, buscaremos otros caminos, ade-más de la escritura, para llegar a nuestro público. No seexcluye, por supuesto, la elaboración de textos accesibles,como son, por ejemplo, un libro en una colección popu-lar o algún folleto ilustrado. Pero, ¿por qué no intentarcanalizar nuestro conocimiento hacia una obra de tea-tro, un programa televisivo, una serie de pláticas radia-les, un guión museográfico, un video, etcétera?

Admito que opté por la segunda opción desde el mo-mento en que me senté a escribir mi tesis de doctorado,en la misión de Bachajón. La batalla diaria con el idiomaescrito a través de un diccionario de bolsillo neerlan-dés-español me impuso la condición inevitable de expre-sarme en un lenguaje sencillo. No he podido ni queridodesviarme de ese camino que escogí hace 30 años; encambio he tratado de seguir fiel a la decisión, asimismotomada entonces, de poner mi trabajo al servicio de lacausa indígena, sin por ello olvidarme de la seriedad queexige la investigación. De vez en cuando algún lector uoyente me hace llegar señales de que tomé la decisión

correcta. Si he logrado dirigirme a un público amplio ydiverso, lo debo en buena medida a los años que aprendía predicar en el templo frente a los auditorios más di-versos y complejos. Allí también me inicié en el arte deutilizar imágenes y parábolas en vez de limitarme a con-ceptos abstractos, siempre con el fin de llegar mejor a lagente. He incursionado en los terrenos del video, del pro-grama de radio, de la entrevista televisiva, del guiónmuseográfico; pero han sido muy esporádicas estas ex-periencias. Sigo siendo un hombre de libros que pasa lamayor parte de su tiempo sentado en un escritorio. Misesfuerzos de divulgación han desembocado en varias pu-blicaciones, entre las cuales cuatro me agradan particu-larmente: Viajes al Desierto de la Soledad (1980, 2002),antología razonada de textos sobre la selva Lacandonaen los últimos dos siglos; Nuestra raíz (2001), introduc-ción a la historia de los pueblos indios de Chiapas encinco lenguas (español, tzeltal, tzotzil, chol, tojolabal);Fray Pedro Lorenzo de la Nada (1980-2001), homenaje aun excepcional defensor de los indios de su tiempo, y Elsentimiento chiapaneco, opus 1821-1824 (1992, 1998), en-sayo escrito con el fin de explicar, a través de la imagende un cuarteto de música de cámara, la decisión que to-maron los chiapanecos de independizarse de España yagregarse a la nación mexicana.

Aquí termina mi interrogatorio con base en el decá-logo del historiador. Con ello quise matar dos pájaros deun tiro. Formulé, en primer lugar, algunas inquietudesen torno a la memoria chiapaneca tal y como puede serrescatada a través del estudio de sus múltiples fuentes ylas obras que ya han sido escritas a partir de ellas. Y ensegundo lugar me hice algunas preguntas sobre el alcan-ce de mis propios intentos de historiar esa memoria.

Creo que el balance arroja, a pesar de los inevitableserrores y omisiones, un saldo positivo. Así llegué a pen-sar al ver mi nombre en la entrada de la biblioteca delCIESAS-Sureste, centro que vio nacer varias publicacio-nes mías. Gracias por esta distinción, que se me da cuan-do aún puedo disfrutar plenamente de ella. Los librosque con los años coleccioné y ahora conforman mi mo-desta biblioteca personal están ya con ganas de enrique-cer algún día el acervo que desde hoy lleva mi nombre.

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