la memoria herida

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LA MEMORIA HERIDA. Mª Luisa de la Peña Fernández.

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Bella historia que rescata el mundo perdido de la segunda república.

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Page 1: La Memoria Herida

LA MEMORIA

HERIDA.

Mª Luisa de la Peña Fernández.

Page 2: La Memoria Herida
Page 3: La Memoria Herida

PRÓLOGO

Hace ahora setenta años un grupo de

mujeres valientes y luchadoras fundaron en

Valencia la Federación Nacional de Mujeres

Libres. Mi abuela Carmen Martín Gago fue

una de aquellas mujeres anónimas que

formaron parte de un innovador proyecto

que por sus ideas avanzadas no fue

suficientemente comprendido en aquella

España de los años 30. Mujeres como Lucía

Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada,

Consuelo Berges, Suceso Portales, Conchita

Liaño o Lola Iturbe se lanzaron a defender

en aquellos tiempos convulsos, los

derechos básicos que debía tener toda

mujer. Las pocas veces que mi abuela

rompía su silencio, al que le habían

obligado tantos años de represión, siempre

era para hablarme con vehemencia y

emoción de su experiencia en Mujeres

Libres. A pesar de haber sido diezmadas,

Page 4: La Memoria Herida

dispersadas, silenciadas y olvidadas, sus

ideas siguen vigentes. Sólo hay que

asomarse a algunos de sus escritos, para

comprobar cuánto les debemos cuando

disfrutamos de cosas tan obvias como la

libertad sexual, la libertad de opinión, el

derecho a la enseñanza y el acceso a la

cultura o al mundo laboral.

Mujeres como Pilar Molina Beneyto o Marta

Ackelsberg han hecho una estupenda labor

de estudio y recuperación de la memoria

histórica de estas mujeres, pero a mí me

gustaría rendirlas un pequeño homenaje

literario, y rescatarlas así del olvido al que

las condenaron setenta años de historia.

Si algo aprendí de mi abuela es que nunca

debemos renunciar a la utopía. Sus sueños

de un mundo mejor y más justo en el que las

mujeres recuperáramos el lugar que siempre

debimos tener, son el testigo entregado, la

antorcha de luz que debemos tomar las

mujeres de este nuevo siglo. Nosotras, las

nietas de aquellas mujeres libres,

Page 5: La Memoria Herida

pertenecemos a una estirpe de mujeres

luchadoras que, aun diezmadas, vencidas y

amordazadas, supieron sembrar en nosotras

la semilla de sus ideales, y sus enseñanzas

han conseguido germinar, tímidamente, a

través del tiempo y la memoria. Aún queda

mucho por hacer, pero las conquistas

conseguidas no deben ser silenciadas y

ninguneadas en la larga historia de la lucha

social de la mujer. En agradecimiento y

como homenaje a todas ellas, seguiremos

adelante. Porque otro mundo es posible,

para las que ya no están, para las que todavía

estamos y para las que un día estarán.

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Historias del corazón.

Page 7: La Memoria Herida

Cada acontecimiento deja una huella en

nuestro corazón que poco o nada tiene que ver con la duración, sino más bien con la intensidad de lo vivido. Hay episodios que, aun siendo muy breves, permanecen inalterables en nuestro recuerdo.

Son las historias del corazón, esas

que nos hacen ser quienes somos, que nos

marcan para siempre y que se empeñan en

regresar a nuestra memoria con una

palabra, con un olor, con una imagen o con

una canción…

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Represión

Page 9: La Memoria Herida

Cárceles, rejas, cadenas.

Muros, tapias, cementerios.

Niños escuálidos, tristes…

Hambre, miseria y silencio.

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Reencuentro…

Page 11: La Memoria Herida

Se abrazaron y lloraron…Lloraron por todo el

tiempo que habían permanecido separadas, por

todo lo que les había mantenido unidas a pesar

de la distancia, por todo lo que les habían

arrebatado…

No se habían vuelto a ver desde aquel triste

día del año 39. Era marzo y llovía. Sabían que

todo estaba perdido, o al menos lo intuían. Pero

apenas podían sospechar cuánto les quedaba aún

por sufrir, cuánto dolor tendrían que soportar,

cuánta desesperanza…

Para Julia el exilio, la soledad, el país

extraño. Otra lengua, otras gentes, otro cielo…

Caravanas de tristeza, campos de refugiados.

Madres que lloran, niños que lloran, hombres que

lloran – rabia, impotencia, locura. Y gritar, gritar,

gritarle al mundo: “¡No, no, nosotros no! ¡No nos

abandonéis! ¡No nos sacrifiquéis! ¿Por qué? ¿Por

qué? ¿Por qué?...”

Page 12: La Memoria Herida

Para Aurora otra clase de exilio, el exilio

interior. El silencio, el miedo. Las puertas

cerradas, las ventanas cerradas, las bocas

cerradas… Nunca mirar atrás, nunca mirar a

nadie, que nadie te mire, que no te reconozcan,

que no te delaten. Doblar la esquina, ¡El brazo en

alto! ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! El “viva España”,

el “oriamendi”, el “cara al sol”…Pero al final te

encuentran, te arrastran por los pasillos, no

puedes escaparte… Y luego los golpes, las celdas,

el frío… “¿Qué será de mi niño? ¿Qué será de mi

madre? ¿Qué será de nosotras?”

Y ahora, sesenta años después, han vuelto

a reencontrarse. Los nietos se empeñaron, las

buscaron, las “desamordazaron”, las “regresaron”,

y aquí están todas. “Un homenaje tardío, pero

necesario.” Eso habían dicho. “Tú fijate, ¡qué chicos

estos! ¡Con tantas historias como les hemos

contado…! Hablando y hablando tejimos nuestras

vidas en el inmenso tapiz de su memoria…”

¡Hay tanta gente! ¡Tantos rostros que un

día se quedaron atrás, detenidos, callados, en la

sombra fugaz, en el gris sempiterno de una

Page 13: La Memoria Herida

fotografía! “Rosita, ¡si eres tú! Soy Benigna, la

“Beni”. ¿No te acuerdas?” …” ¿Y qué fue de

Conchita? ¿Y Suceso? ¿Y Amparo? ¿Qué sabéis de

Teresa? ¿Y Lola? …Carmen murió… ¡qué pena!”

Sonríen como muchachas, hablan, gritan, se

abrazan. Parece que no hubieran pasado tantos

años, tantas vicisitudes, tantas penas.

Entre la muchedumbre, los familiares, las

autoridades, la prensa; entre tantas y tantas caras

(nuevas, viejas, conocidas, reconocidas, algunas

incluso “irreconocibles”), al fin se han

reencontrado. “¡Aurora!”... “¡Julia!”.

Ahora están sólo ellas, el mundo se ha

parado, el tiempo se ha parado. Marzo del 39, la

lluvia, la tristeza. Y el mismo abrazo cálido, el

ruido de los coches, las bombas, los disparos… Y

su amistad sincera, su lealtad infinita. Incólume el

afecto, inalterable, sobreviviendo al tiempo, al

destino, a la infamia.

“Adiós”, te dije yo. “Adiós”, me contestaste.

Hice amago de levantar el puño y tú me lo bajaste,

y me abrazaste fuerte, y me besaste en ambas

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mejillas bebiéndote mis lágrimas. “Nos veremos

muy pronto”, me dijiste. “Muy pronto”, repetí. Y

luego te alejaste, y ya desde el camión, con gesto

sonriente, me levantaste el puño. “¡Salud,

compañera!”. “¡Cuídate mucho!” gritaba yo,

corriendo calle abajo con los pies empapados, la

chaqueta empapada, el rostro empapado… ¡el alma

empapada!

“Ven, abuela, vamos, que va a hablar el

presidente de la organización”. Pero a ellas no les

importa el presidente, ni las cámaras, ni nada.

Ellas sólo quisieran recuperar los años perdidos,

y regresar de nuevo a aquel aciago día. Y para ello

necesitan seguir así, abrazadas, llorando

lentamente todo el dolor guardado, todo el dolor

dormido, todo el dolor callado… Y no decirse

nada, porque no podían imaginar cuántas

lágrimas había dentro de ellas, cuánto dolor

guardaban todavía sus corazones heridos, qué

sima tan profunda asomaba en sus ojos ya

cansados…

“Nos veremos pronto”, dijo una. “Muy

pronto”, repitió la otra. Y se montaron en coches

Page 15: La Memoria Herida

diferentes, y pusieron rumbo a sus hogares, otra

vez en distinta dirección. Sabían que era difícil

que volvieran a verse (demasiados kilómetros,

demasiados achaques…), pero se sonrieron.

Porque ellas, las mujeres del 36 como ahora las

llamaban, habían perdido una guerra, pero no la

esperanza, ni la dignidad, ni la memoria.

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Madre ternura.

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“Mi niñito chiquito no tiene cuna.

Su mamá, que le quiere, le va a hacer una....”

Canción de cuna popular.

Mece, madre, a tu hijo,

en el rumor del sueño.

Envuélvele de amor,

protégele del mundo.

Mece, madre, a tu hijo.

Cobíjale en tu seno.

Escucha su silencio,

conjuro de la muerte.

Mece, madre, a tu hijo,

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en medio de los gritos,

en medio de la sangre,

en medio de las balas...

Mece, madre, a tu hijo,

y siente su latido,

como la única forma

posible de esperanza.

Campo de los Almendros. Albatera.

Alicante.1939.

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“Hoy quisiera llorar un llanto largo, como una

lluvia lenta y bienhechora. Una lluvia que lo

limpiara todo: el horror, el dolor… ¡Sí! Sobre todo

el dolor. El dolor de los vencidos, de los

desahuciados, de los sin patria, de los sin nombre,

de los “parias de la tierra”. Hoy quisiera llorar por

tantas cosas…Pero no tengo lágrimas. Todo a mi

alrededor es un cuadro dantesco: los hombres

mutilados, los niños ateridos, las madres

desoladas, las balas asesinas… ¡Me estoy

quedando ciega, deslumbrada, por tanto

sufrimiento!

Y sólo te veo a ti, mi niña, mi pequeña.

Abrazada a mi pecho te protejo del miedo, te

inundo de ternura. No sé cómo apartarte de

tantas penurias, de tanto infortunio. Yo quise un

mundo nuevo, para ti, para todas…Las mujeres

libres, dueñas de su destino, sonriendo al

mañana. El futuro era nuestro, ¡teníamos tantos

sueños, tantas esperanzas! Íbamos siempre

firmes, con el paso resuelto, con la cabeza alta…

Pero ahora, hija mía, ya no tenemos sueños, tan

sólo pesadillas. Nos lo han quitado todo, nos han

Page 20: La Memoria Herida

amordazado, nos han humillado. “Tendréis envidia

a los muertos”, nos dijeron. ¡Los muertos! ¿Y qué

somos nosotros? Muertos en vida, cadáveres

errantes, jirones, pedazos, restos…Rotos,

olvidados, abandonados a nuestra suerte, o mejor

dicho, a nuestra desgracia…”

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Palabras

Page 23: La Memoria Herida

“El don más preciado es la libertad…”

“Hoy apenas quedamos las veinteañeras de esa gesta.

Todas las mencionadas han desaparecido. Bastantes

somos las que les debemos mucho. Y la autora de estas

líneas, más que ninguna. Desde aquí quiero reiterar que

nunca las olvide y que las he llevado en mi corazón a

través de tantos años de ausencia física. ¡Ya ves

Mercedes, no hemos desaparecido!... Aquella semillita

que con tanta fe, ardor y esfuerzo sembramos, luchando

contra reloj, porque teníamos el tiempo contado, corto,

¡GERMINÓ!...”

Conchita Liaño.

“Vuelan las palabras, mas como las aves, para

hacer nido”

Díez Canedo.

Page 24: La Memoria Herida

Los domingos por la tarde eran siempre

especiales para Aurora: su nieta mayor, Irene,

venía a visitarla. Últimamente se veían menos,

porque Irene estudiaba en la universidad y

además trabajaba…Pero los domingos, a eso de

las cinco, buscaba un momento para pasarlo

juntas. Se sentaban allí, en la vieja salita, con café

y magdalenas. A veces venía con ella alguna

amiga, y se hundían en el sillón, y se reían porque

parecía que iba a tragárselas, y bromeaban sobre

la “solera” de los muebles… Y luego, entre risa y

risa, le pedían que les contara cosas sobre la

Revolución.

“La revolución, la revolución… ¡Pues claro

que queríamos hacer la revolución! El pueblo

sufría, pedía a gritos un cambio: PAN, JUSTICIA,

LIBERTAD…Y la República hacía lo que podía.

Pero las cosas iban demasiado lentas, y las fuerzas

conservadoras no querían que nada cambiase. ¡A

Page 25: La Memoria Herida

ver! ¡Con lo bien que les había ido a ellos durante

siglos! No estaban dispuestos a acatar la voluntad

del pueblo. ¡El Frente Popular! ¡Menudos eran ellos,

los oligarcas, los curas, los patronos, para dejarse

gobernar por el Frente Popular!

Y luego nosotras, las mujeres, para más

“inri”. Dispuestas a reivindicar nuestro papel en la

sociedad, la igualdad real. Queríamos

emanciparnos, liberarnos, adquirir plena

conciencia de nuestra condición. Ser dignas, útiles,

cultas…No queríamos depender de los hombres,

sino ir junto a ellos, codo a codo. Caminando sin

complejos, sin sumisión, sin miedo.

Queríamos decidir sobre nuestras vidas:

decidir en el amor, decidir en el trabajo, decidir en

la política, decidir en la maternidad…”

Cuando hablaba así sus ojos se iluminaban,

y parecía tener de nuevo veinte años. En su

rostro ajado por las penas y los años asomaba una

fuerza del pasado, un viento arrollador, un

Page 26: La Memoria Herida

entusiasmo venido de otros tiempos…De un

tiempo de utopías, un tiempo donde habitaban

palabras como solidaridad, bien común,

generosidad, libertad…Y eran palabras pájaro,

palabras mariposa: unas volaban alto, libres,

majestuosas… y otras aleteaban suavemente,

como un leve rumor . Y eran suyas, las había

atesorado todos estos años, las había resguardado

en su memoria, ocultas, a salvo de la censura, de

la infamia, de la mediocridad a la que la habían

condenado cuarenta años de silencio. Eran suyas,

suyas y de todas las que quisieran escucharlas y

llevárselas consigo, como una semilla preparada

para germinar…Porque aquellas “divinas

palabras” eran su herencia libertaria, y podían

plantarse en los corazones de otras mujeres

jóvenes dispuestas a recoger el legado, a no

olvidar, a no claudicar, a no acomodarse.

Cuando daban las siete, a veces siete y

media, Irene se marchaba. Ella la despedía desde

la ventana y sonreía feliz: “Ella es libre”, pensaba

mientras la veía correr calle abajo camino de su

casa. Y allí, con la frente apoyada en el cristal,

Page 27: La Memoria Herida

miraba también al resto de las mujeres que

caminaban por las calles. Solas, acompañadas,

serenas, firmes, decididas, animosas, dueñas de

sus destinos y de sus decisiones… Y un orgullo

secreto crecía en su interior, y escuchaba una voz

que le decía: “¡Germinó! ¡Germinó!”

Page 28: La Memoria Herida

Visita al penal

Page 29: La Memoria Herida

Todas las mañanas un grupo de mujeres de

diferentes edades, con niños en brazos o

agarrados fuertemente de sus faldas,

embarazadas, enfermas o simplemente cansadas,

emprendían el camino hacia las cárceles. Como

una caravana de infinita tristeza, caminaban

dispuestas a ver a sus hombres (padres, maridos,

hermanos, hijos...) En sus cestas y bolsas llevaban

lo que habían podido conseguir: tabaco, cerillas,

algo de comida, una camisa limpia, unos

pañuelos… Recorrían los senderos cabizbajas,

tirando de sus cuerpos, arrastrando los pies,

soportando el calor, el frío, la lluvia, el polvo. Pero

nada de aquello importaba si ellos estaban vivos,

si las dejaban verlos.

Aurora formaba parte de aquellas mujeres

que un día creyeron que todo cambiaría, y ahora

se arrastraban por los caminos con el único afán

de sobrevivir.

Creían que si no se dejaban ver, si no

hablaban más de lo necesario, si pasaban

desapercibidos… Pero todo fue inútil; una vecina

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habló, se había quedado viuda con tres bocas que

alimentar y una sola cartilla de racionamiento. ¡Al

menos le habían conmutado la pena de muerte

por la de treinta años!

Parecía mentira que toda una generación de

hombres jóvenes, idealistas, dispuestos a empujar

la historia, a no quedarse atrás, estuviera

pudriéndose en los penales. Carne de presidio, eso

eran para los vencedores. De los que habían

conseguido sobrevivir muchos se vieron

empujados a la diáspora del exilio; otros

agonizaban entre rejas, se consumían en los patios

grises de las cárceles. Y otros eran utilizados como

esclavos, construyendo mausoleos para mayor

gloria del régimen.

Cuando no podía ir a verlo mandaba algún mensaje

con el paquete que otras mujeres llevaran. Entre

ellas funcionaba una red de ayuda mutua y

Page 31: La Memoria Herida

solidaridad que las dignificaba en medio de tantas

humillaciones. Se sentían parte de un mismo tejido,

de una macabra tela de araña que asfixiaba sus

vidas y las de sus seres queridos. Cuando había un

indulto lo celebraban juntas, y cuando alguno de

ellos era ejecutado o moría en su celda, también

lloraban juntas.

Al caer la tarde se disponían a regresar a sus

casas por el mismo camino. Volvían sobre sus

pasos, un poco más tristes, un poco más solas, un

poco más cansadas. Inmersas en sus pensamientos

(“a mis soledades voy/ a mis soledades vengo”),

envueltas en su pena. Huecas, secas, macerando en

su mente las palabras que no se atrevieron a

decirles, para no hacerles más daño, para no

arrebatarles la poca esperanza que aún les

quedaba. ¡Que no las vieran tristes, ni hundidas, ni

desesperadas! “Todo bien, muy bien, no te

preocupes”. “Estamos moviendo papeles, ya verás

como pronto estás en casa”.

Había hecho del soliloquio su válvula de

escape. Y al llegar a la casa, cuando todos dormían,

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despertaban las palabras y, a solas, daba rienda

suelta a su dolor:

“Te vi entre los barrotes. Acaricié tus manos, tu

rostro macilento, tu dolor infinito…Y no poder

besarte, no poder abrazarte, no poder consolarte, no

poder restañarte las heridas.

Me llevo la sonrisa que intentaste esbozar con los

labios partidos, llagados, doloridos. Me llevo tu

sonrisa, prendida en el ojal de la solapa de mi vieja

chaqueta…Me llevo tus caricias, prometidas,

soñadas. Me llevo tu ternura, tu mirada llorosa. Me

llevo lo que puedo, para seguir viviendo en esta

soledad que compartimos ambos.

Y te dejo mi sombra, cuanto queda de mí, lo poco que

resiste, lo que nos han dejado…

Y me vuelvo a la nada de nuestra pobre casa, de

nuestra pobre mesa, de nuestra pobre cama. Y me

vuelvo al silencio de las mañanas frías, de las

eternas tardes, de las noches insomnes. Vuelvo a mi

vida gastada, desperdiciada, absurda…Apartada de

ti.”

Page 33: La Memoria Herida
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La Maestra.

Page 35: La Memoria Herida

“No tememos lo: queremos hombres cuya

independencia intelectual sea la fuerza

suprema, que no se sujeten jamás a nada;

dispuestos siempre a aceptar lo mejor, dichosos

por el triunfo de las ideas , que aspiren a vivir

vidas múltiples en una sola vida. La sociedad

teme tales hombres; no puede, pues, esperarse

que quiera jamás una educación capaz de

producirlos.”

Fco. Ferrer i Guardia.Escuela

Moderna.

Cuando llegó a aquel pueblo de Badajoz tan sólo

tenía veinte años y una maleta llena de ilusiones y

proyectos. No estaba segura de poder llevarlos a

cabo todos, pero al menos lo intentaría.

Entró en la vieja escuela de muchachas,

limpió su mesa y los pupitres; luego, puso un jarrón

con flores y abrió las ventanas para que entrara un

poco de aire fresco… ¡Aire fresco! ¡Cuántos aires

nuevos esperaban llevar a las escuelas aquellos

Page 36: La Memoria Herida

jóvenes maestros y maestras de la República! Y si

hubiesen tan sólo imaginado cuánto odio se

generaba entorno a ellos, cuánto horror se les

avecinaba, cuánta venganza…

Los preceptos de la escuela moderna se los

había enseñado su padre, que estudió a principios

de siglo con los más avanzados pedagogos del

socialismo utópico y libertario. Habían llegado a

Madrid en los años veinte, huyendo de la purga y la

persecución a la que se habían visto sometidos

después de la Semana Trágica, y de la injusta

muerte de Francisco Ferrer. Ella se había formado

en la Institución Libre de Enseñanza, y se sentía

parte de un proyecto común que buscaba sacar a

España de su oscurantismo y su retraso a través del

la alfabetización y la cultura.” No enseñes,

entrégate.” Esa fue la consigna.

Ahora afrontaba su primer destino con

coraje, pero también con incertidumbre. Estaba

lejos de casa, de la civilización, de todas las cosas y

las personas que le eran cercanas y conocidas. Y

estaba allí sola, en mitad de la nada, en un mísero

pueblo de la España profunda y clerical.

Page 37: La Memoria Herida

“¡La maestra! ¡Ha llegado la maestra!”

gritaban los chiquillos que la seguían desde la plaza

.Desde las casas, algunas mujeres enjutas y

avejentadas miraban recelosas tras los visillos. El

alcalde, que era socialista según le dijo luego, la

recibió con los brazos abiertos y la atosigó a

preguntas sobre la capital, el nuevo gobierno, los

rumores de una conspiración militar, el fascismo

europeo…”¡Parece mentira que llevemos sin maestra

desde diciembre! Pero claro, ya se sabe, aquí, donde

da la vuelta el aire, lo que menos importa es si hay o

no maestra. La gente no se queja porque así las niñas

se ayudan en la casa o en las tareas del campo, y

cuando Juan, el maestro, y un servidor les

propusimos lo de la coeducación, pues se puede

imaginar… ¡pusieron el grito en el cielo! ¿Escuela

mixta? ¡Lo que faltaba! Pues menudos se pusieron

los terratenientes y don Anselmo, el párroco,

cuando estuvieron por aquí los de las misiones con

su camión de libros y su cine ambulante…A ellos no

les hace ni pizca de gracia que los niños de los

campesinos aprendan. Por ellos, todos analfabetos, y

pobres, y embrutecidos, y…” “Marcelino, por dios, no

hace falta que grites, que la vas a asustar...Y,

Page 38: La Memoria Herida

además, parece cansada. Lo que tiene que hacer es

echar una cabezadita y reponer fuerzas”. Doña

Luisa, la mujer del alcalde, debía de tener treinta y

muchos años. Era una mujer alegre y regordeta que

en nada se parecía a la mayoría de las mujeres de

su pueblo. “Es que, en realidad, yo soy andaluza, de

Huelva; pero conocí a Marcelino y ya ves, acabé aquí,

anclada a la tierra. Y eso es lo que peor llevo: no

poder ver el mar…”Junto a ella pasó los mejores

momentos de su experiencia pedagógica. Desde el

primer momento apoyó sus iniciativas más

arriesgadas, y juntas hicieron la exposición sobre

“salud sexual e higiene”, con el material que le

mandó desde Madrid Julia, una compañera del

sindicato. “¡Y vaya si se lió! ¡Que hasta el cura, el

boticario y toda la derechona del pueblo se

presentaron allí con el Cristo de las procesiones

para ver si así nos sacaban el demonio de dentro!...”

Y las dos se reían aquella tarde de verano del 36,

después de decidir que no volvería a Madrid al

terminar el curso, sino que se quedaría para poder

ayudar a alguna de las niñas más rezagadas; y

aprovecharía para conocer la zona y hacer un

Page 39: La Memoria Herida

estudio de las necesidades y los problemas que

podría enviar luego al ministerio.

Sentía que las niñas la habían cogido

aprecio, que comprendían con cuanta vocación se

había entregado a ellas. La lectura, el dibujo, los

paseos por el campo recolectando hojas y bichos ,

para clasificarlos luego en aquellos cuadernos de

hojas amarillas…Su caligrafía torpe había ido

dando paso a trazos más perfectos, más firmes, más

legibles” Vosotras habéis nacido mujeres, pero no

por ello esclavas” Eso les había dicho. Y las niñas la

miraban con los ojos muy abiertos y las manos muy

sucias. . No, definitivamente no era sólo un trabajo:

era una forma de vivir, de cambiar el mundo.

Lo que ella no sabía es que todo su mundo

se vendría abajo aquel verano. Que todo a su

alrededor se teñiría de sangre… Sangre en las

tapias, en los caminos, en las cunetas, en las plazas

de toros.

Vinieron a por ella una noche. Echaron la

puerta abajo y se la llevaron a empujones hasta un

camión aparcado al fondo de la calle. Allí, apiñados,

Page 40: La Memoria Herida

asustados y silenciosos, vio los rostros de un grupo

de hombres y mujeres que le resultaban familiares.

Poco a poco fue reconociendo sus rostros uno a

uno: Marcelino, el alcalde; Juan, el maestro; su

amiga Luisa, la mujer del alcalde; varios miembros

de la Casa del Pueblo, un hombre y dos mujeres,

cuyos nombres no conseguía recordar; el hijo

mayor de Luisa y Marcelino, que no tendría más de

catorce años; Don Pedro, el veterinario y Ángel, el

peluquero, que había escrito cuentos y poemas en

la revista Castilla Libre. Sabía que aquello no

presagiaba nada bueno. Se sentó al lado de Luisa y

agarró sus manos temblorosas.

Nadie volvió a verlos. Todo el mundo en el

pueblo sabía que habían sido fusilados en alguna

cuneta. Pero, ¿en cuál? ¿En qué lugar preciso

reposaban sus cuerpos? Todos supieron siempre

quién se los había llevado aquella noche, pero

nadie habló nunca. Se impuso el silencio, el olvido,

la muerte.” Ahora España es una, y grande, y libre.

Eran unos traidores, y unos agitadores, y un peligro

para el pueblo y para la patria. Aquí se ha hecho lo

Page 41: La Memoria Herida

que se tenía que hacer y punto.” Eso fue todo. Ni una

tumba, ni una lágrima, ni un lamento público.

Han pasado los años. Al borde de un camino

una anciana menuda señala con el dedo hacia un

punto de la nueva carretera. “Es allí”, les ha dicho,

“Si excavan el terreno encontrarán los cuerpos.” Los

jóvenes arqueólogos y los tres periodistas quieren

estar seguros. “¿No tiene usted la menor duda?” Ella

los mira con sus ojos de piedra, duros, grises,

sabios. “Es allí. Mi hermano me lo dijo. El conducía el

camión.”

Se ha quedado esperando mientras ellos

trabajan. Mira a la lejanía intentando traer de

nuevo aquel recuerdo hermoso de su infancia. Y,

con fuerza, aprieta contra el pecho un cuaderno

gastado con tapa de cuero y hojas amarillas.” ¡Aquí!

¡Venid! ¡Hemos encontrado algo!...Son los restos de

una mujer. Debía de ser joven, veinte años a lo sumo.

De complexión menuda. A su lado hay unos zapatos

en bastante buen estado, seguramente fueron

bonitos en su momento. Desde luego eran de buena

calidad… Hasta me atrevería a añadir que

comprados en la ciudad.” La anciana ha conseguido

Page 42: La Memoria Herida

llegar hasta el lugar con no pocos esfuerzos. Intenta

decir algo pero respira con dificultad. Por fin

consigue recuperar el aliento, y en un supremo

impulso, como si liberara una pesada carga, un

oscuro secreto que ha llevado consigo casi setenta

años, las palabras salen de su cavernosa garganta:

“Esa era mi maestra”, jadea, “mi maestra”.

Cuando acabó la guerra un familiar llegó al

pueblo preguntando por ella. Nadie le supo decir

nada. Nadie le dio razones, ni pistas de su posible

paradero.

Ahora, en lo que queda del viejo colegio,

han puesto una placa que reza así:

“Doña Elena Puig, maestra de primaria,

desaparecida el 14 de agosto de 1936. Encontrados

sus restos mortales en una fosa común setenta años

después. ¡Que la tierra le sea leve!”

Page 43: La Memoria Herida
Page 44: La Memoria Herida

Escríbeme a la tierra

Page 45: La Memoria Herida

A mi tía Eloísa, que no tuvo una tumba donde llorar…

“(…) escríbeme a la tierra

que yo te escribiré”

Miguel Hernández

Page 46: La Memoria Herida

(I)

Los álamos han traído los nombres de los muertos.

Son muertos olvidados, sepultados…

sin nombre y sin memoria.

(II)

Aquella noche soñé mucho. Me costó conciliar el sueño

y cuando por fin lo hice, imágenes extrañas poblaron

mi mente. Vi a Domingo y a Julián vestidos de traje,

repeinados y perfumados dispuestos a salir. Yo estaba

cosiendo, como siempre, sentada en la salita, mientras

madre- de riguroso luto- contaba las cuentas del

rosario. Nos dijeron adiós y al darse la vuelta para

salir, comprobé que sus chaquetas estaban manchadas

de tierra. Intenté avisarles para que no salieran así,

pero no podía moverme ni articular palabra alguna. La

siguiente escena que recuerdo fue la de dos lápidas sin

Page 47: La Memoria Herida

nombre en el viejo cementerio del pueblo. Mi madre y

yo arrodilladas, llorando sin consuelo. Me desperté

sobresaltada, bajé a la cocina presa de una profunda e

inexplicable angustia que oprimía mi pecho. Allí

estaban todos, desayunando tranquilamente, como si

nada fuera a pasarles nunca, como si mis terribles

sueños y mis presagios oscuros no fueran más que

tonterías… Domingo reía, con esa risa suya que lo

inundaba todo. “Que no madre, que no. Que son

miedos infundados que tiene usted. Nosotros no le

hemos hecho daño a nadie. Es verdad que tenemos

nuestras ideas y que nuestras ideas no les gustan a

todos los del pueblo, pero eso es todo. Ya verá como

no llega la sangre al río.” Y ahora, con el tiempo

pasado, yo me pregunto: ¿cuánta sangre puede llegar a

contener un río sin desbordarse?, ¿cuánta sangre

puede regar la tierra?, ¿cuánta sangre en las tapias, en

las cunetas, en los escombros, en los caminos?

Una semana después se los llevaron. Fue una mañana

plomiza de septiembre. No volvimos a verlos nunca. Ni

siquiera sus cuerpos. Para reconocerlos, para

llorarlos, para poder descansar en paz… La guerra

acabó, pero nosotras no pudimos enterrar a nuestros

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muertos. Habíamos perdido, eso podíamos asumirlo.

Pero la ira, la rabia, la venganza, el terror generalizado

bajo el beneplácito del nuevo régimen, eso no

podíamos comprenderlo. Estábamos solas. Enterradas

en vida. Condenadas al silencio, a la humillación, a la

infamia.

Han pasado los años y todo el mundo parece haberse

empeñado en olvidar, o en hacer como que olvida.

Pero cada septiembre los álamos del bosque que

rodea nuestro pueblo, mecidos por la brisa que

presagia el otoño, traen el eco lejano de sus nombres:

Domingo… Julián…Domingo…Julián…Y como una

plegaria, elevan al cielo sus ramas y dejan caer algunas

hojas… como un llanto suave sobre la tierra.

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El regreso.

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Abrió la puerta y lo encontró esperando. Perdido,

desolado, hambriento, exhausto. No llevaba

equipaje, tan sólo un sobre descolorido con una

dirección: Bravo Murillo, 132. 1º derecha. Reconoció

su letra; le había escrito esa carta hacía ya tres

años. ¡Pensaba que había muerto! Lo miró

desolada. ¡Estaba tan delgado, tan cansado, tan

triste! No supo qué decir… ¡No dijo nada! Lo

abrazó, y la certeza de ese abrazo pareció

devolverles de nuevo la esperanza.

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Pero fue una ilusión, un brillo pasajero: la

realidad se impuso- habéis perdido, necios, ¿es que

no oís? ¡Vencidos! Callad, callad, desterrad las

palabras, ¡cortaos la lengua si hace falta! Pero,

¡silencio! Escondeos en vuestras catacumbas, que

nadie pueda oír vuestro inútil lamento. No quería

que él sintiera su miedo, que pudiera olerlo,

intuirlo siquiera. Intentó no pensar, no recordar.

Cerró la puerta. Se quedó fuera el frío. ¡Qué

largo estaba siendo aquel invierno! Para ellos tardó

mucho en llegar la primavera… El tiempo se detuvo

en aquel dormitorio, entre sábanas blancas y

cajones vacíos. Sobraban las palabras. El amor es

experto en silencios oportunos.

Aprendieron a vivir en el mutismo, en el

sigilo, en la cautela. El tiempo de los ideales había

pasado. Ahora era el tiempo de la supervivencia.

Encogidos, larvados, agazapados, quietos…

Esperando, si acaso, que alguien les anunciara el

esperado regreso de la primavera.

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Un día de verano.

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Habían hecho muchos planes para aquel 18 de julio.

Conchita y su hermano Guillermo llegarían a buscarla

pronto, y juntos irían al Retiro. Era una pena que no

viniera Elena, la catalana; pero la joven maestra había

preferido pasar el verano en el pueblo donde tenía su

destino. Allí los estarían esperando Rafita y Fernando,

que ya tendrían cogido el sitio en la cola para alquilar

las barcas. Después comerían unos bocadillos y se

reunirían con el resto en el Ateneo. Era un estupendo

plan para un cálido sábado de verano.

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Pero nada salió como habían planeado: Rafita, con

sus alpargatas y su camisa blanca se fue a tomar el

cuartel de la Montaña con otros compañeros del

sindicato; Fernando pasó todo el día en la sede del

partido, en Fuencarral; Guillermo y Conchita no

salieron de casa porque su padre, monárquico

convencido, cerró la puerta con llave y dijo que una

cosa era jugar a ser revolucionario, y otra muy

distinta, irse a serlo de verdad.

¡Que insólito día de verano! Tenían veinte años y toda

una vida por delante…Pero aquella mañana el aire trajo

un extraño olor a muerte. En tan solo unas horas, el

verano dejó de ser verano y un viento gélido heló sus

corazones.

Sus vidas se precipitaron al vacío. Fueron engullidos

por el vertiginoso túnel de la historia: la hoz, el martillo,

el puño, la bandera rojinegra, los panfletos, las

proclamas, las reuniones… Soldados improvisados,

enfermeras improvisadas, resistentes improvisados…

“A las barricadas”, “Ay Carmela”, “El ejército del Ebro”,

“Puente de los Franceses”… ¡No pasarán!, ¡No pasarán!...

¡Y vaya si pasaron! Llegaron con sus báculos, sus

Page 58: La Memoria Herida

águilas, sus yugos y sus flechas. Todo se oscureció. Se

acabaron los ateneos, las casas del pueblo, los libros, las

revistas, las discusiones políticas, los sueños de

libertad. Iban a pagar cara su osadía, sus deseos de

cambio, sus ventanas abiertas.

Había llegado la hora de la venganza. Algunos

habían conseguido huir, pero ella, con un niño de pecho,

una madre enferma y su compañero desaparecido,

¿dónde podía ir? No podía sino aguardar, dejar pasar el

tiempo, aferrarse a la esperanza y al instinto de

supervivencia. Tal vez no fuera suficiente, pero era lo

único que le quedaba.

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Poema de amor a mi amado esposo

Un poema de amor.

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La luz lechosa de la mañana luchaba por abrirse paso

a través del oscuro cubículo. Sentía frío, un frío húmedo

que le traspasaba los huesos y se quedaba allí, dentro,

muy dentro de su cuerpo, hasta congelar también su

mente y su corazón. Hacía varios días que ya no

pensaba nada coherente. Sus pensamientos eran un

vaivén de ideas inconexas, de imágenes, de rostros sin

nombre… Había perdido la noción del tiempo, y los días

se hicieron semanas, y las semanas meses, y los meses

años, años, años…

Primero pensó que saldría pronto, que todo se

aclararía, que la razón y la justicia se impondrían de

nuevo, que podría volver pronto junto a su marido y su

hijo. Pero los días se sucedían y no ocurría nada.

Preguntas, preguntas…Querían saber cosas que ella no

Page 62: La Memoria Herida

sabía: nombres, fechas, lugares. La golpearon mucho,

con rabia, con odio.

Luego se olvidaron de ella y no volvió a saber

nada más del mundo, de su mundo. Un mundo cada vez

más lejano y difuso en su memoria.

Presentía que iba a morir. La fiebre no remitía,

llevaba varios días sin comer y apenas podía tragar ni

siquiera el agua que reposaba nauseabundamente en

aquella escudilla. Se había acurrucado en una esquina

esperando la muerte.

La enterraron en el penal, en un improvisado

cementerio trasero en el que se acumulaban los cuerpos

de las presas ajusticiadas, o de las muertas “por muerte

natural”. Entre las pocas pertenencias que les

entregaron a sus familiares estaba un papel doblado

muchas veces; una hoja de cuaderno cuadriculada y

sucia, en la que estaba escrito, con una letra diminuta y

una esmerada caligrafía, un poema de amor fechado

cuatro meses atrás. Lo había escrito antes de caer

enferma, antes de perder la razón, antes de dejarse

llevar por la oscuridad absoluta, antes de renunciar por

siempre a la esperanza, a la vida, a la libertad.

Page 63: La Memoria Herida

Es lo único que les quedó de ella: un poema de

amor, un grito de esperanza en medio de la

desesperación, palabras engarzadas como cuentas

pequeñas de un collar ahora roto… Y ruedan las

palabras, como cuentas redondas sobre un suelo

brillante. Ruedan en el recuerdo de los que la quisieron.

Y siguen rodando ahora, setenta años después, cada vez

que alguno de sus nietos relee emocionado aquel

poema.

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Exilio

Page 65: La Memoria Herida

El camino del exilio implica dejar

atrás un armario lleno de vivencias y raíces, y arrastrar por tierras extrañas un baúl lleno de tristezas…

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Cartas

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“Hoy las nubes me trajeron

volando el mapa de España…”

Rafael Alberti

Querida Aurora:

Hoy me llegó tu olor. Un olor a jazmín y lavanda, a

torrijas con leche y canela, a almendros en flor…

A veces pequeñas cosas me recuerdan a ti. No sé si

habrás podido sobrevivir a tantas penurias, pero yo te

tengo muy presente. Tu recuerdo va siempre conmigo, y

una voz interior me dice que no has muerto, que aún

sigues luchando; que, como yo, no has olvidado quiénes

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fuimos, y que, como yo, aún sigues esperando que llegue

el día.

Es curioso, pero el cielo del exilio no es el cielo de

Madrid. Te parecerá extraño, pero aún me acuesto

pensando que, al despertar, iremos juntas al Retiro, o a la

Plaza Mayor y que, tal vez, veremos anochecer en la

Dehesa de la Villa…

Mi más íntimo deseo es morir en mi patria (“Si muero

en tierras extrañas / lejos de donde nací / ¿quién tendrá

piedad de mí?”). Yo, que siempre fui tan europea, tan

cosmopolita, tan “afrancesada”, siento que me han

arrancado el corazón, que me han negado la tierra de

mis antepasados, que me han robado el aire que siempre

respiré, que me han quitado el agua para dejarme sólo la

sed. Y ya no tengo tierra, no tengo aire, no tengo

agua…Tan sólo tengo un fuego que me devora por

dentro: el fuego de la rabia.

Hace unos días fui con mis nietos a ver la tumba de

nuestro querido poeta, Antonio Machado. “Murió el poeta

lejos del hogar / le cubre el polvo de un país vecino…”.

Cuando regresábamos a casa le dije a mis nietos: “Jean,

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David. ¡Escuchadme bien! Yo quiero morirme en España.

Nunca lo olvidéis”.

Para ellos tampoco es fácil. Han nacido aquí y nos

pasamos la vida hablándoles de allí. Incluso mi hija,

Paloma, se siente más francesa que española. Cuando

pasé la frontera ella sólo tenía unos meses. Fueron

tiempos terribles: campos de refugiados, hambre,

desolación. Creí que no podría soportarlo. El poco francés

que aprendí en la academia me sirvió para comprender

que estábamos perdidos, desahuciados. Fue un milagro

que pudiera cruzar la frontera. Creí morir en Alicante,

pero una compañera que tenía familia en Francia

consiguió que nos pasaran. A partir de ese momento

estuve sola. Tuve que trabajar en lo que me salía: limpié

casas, horneé pan, serví comidas…Al final encontré

trabajo como sombrerera y volví a involucrarme en la

política. Me reencontré con viejas compañeras pero no

supieron darme noticias tuyas. Empecé a escribirte cartas

a tu antigua dirección pero todas me las devolvían. No

conseguí encontrarte, no conseguí saber de ti.

A pesar de todo he seguido escribiéndote. Porque,

cuando lo hago, te siento más cerca, y me parece que te

estoy hablando allí, sentadas en el rellano de tu portal,

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compartiendo confidencias, y recortables, y caramelos…

O contándonos nuestros amores secretos camino de la

academia de costura.

No sé si algún día volveremos a vernos .Nosotras, las de

entonces, ya no somos las mismas… ¿O, tal vez, lo seamos?

Pensamos que sería para poco… ¡y ya van treinta años!

¿Qué nos espera si algún día volvemos? Extraños en tierra

propia, extraños en tierra extraña; desarraigados,

desubicados; ni de aquí, ni de allí; ni de entonces, ni de

ahora. Peregrinos sin rumbo, cargados de recuerdos y de

melancolía.

Eso somos nosotros, barcos a la deriva. Navegamos en

círculos alrededor de Ítaca para no alejarnos demasiado,

esperando que un día alguien anuncie la muerte del

tirano, y podamos entonces desembarcar. Pero… ¿Nos

reconocerá Penélope después de tanto tiempo?

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Mirando a España.

Una vez al año, coincidiendo con el inicio de las

vacaciones de verano, Julia y su familia, junto con otras

familias de exiliados, viajaban a Hendaya.

Page 73: La Memoria Herida

No habían elegido aquel destino estival por sus

monumentos, ni por sus hermosas playas, ni por su

interés histórico o artístico. La razón era meramente

sentimental, incluso “estratégica”, según se mirara: era

el último pueblo de la frontera, ese muro invisible y

doloroso que les separaba de sus raíces, de su pasado,

de su identidad.

Desde allí podían ver las playas de Hondarribia,

mantener el vínculo, nutrirse de recuerdos y de

melancolías. Allí llevaban a sus hijos y a sus nietos para

que no olvidaran de dónde procedían y cuál era el lugar

al que debían volver. Porque ellos volverían, algún día,

no sabían cuándo, pero volverían. Nunca deshicieron

del todo su equipaje, nunca llegaron a echar raíces,

nunca renunciaron al regreso.

Aquella era su estrategia de

supervivencia: mirar a España; asegurarse de que

seguía allí, esperándolos, aguardándolos para acogerlos

de nuevo en su seno, para arroparlos en el supremo

trance de la muerte.

Después de tantos años, morir en España era la

única razón para seguir viviendo.

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La memoria herida.

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“Querida Irene:

No sabes cuán profundamente me ha afectado la

muerte de tu abuela. Fue una mujer extraordinaria que,

como tantas otras mujeres anónimas, tuvo que

ingeniárselas para sobrevivir a la barbarie de la guerra y

a la brutal represión que vino después. Fue una de las

muchas protagonistas de un tiempo que pudo ser y no

fue, de un sueño roto y de una pesadilla interminable.

Sufrió cárcel, cuidó de su madre enferma, y ambas, en un

esfuerzo supremo y mostrando un gran coraje,

consiguieron proteger a tu padre y evitarle el cruel

destino que tuvieron muchos de los hijos de los presos

republicanos. Sorteó el hambre, la enfermedad, la

desesperación, y se las ingenió para seguir caminando en

un mundo de sonámbulos sin nombre y sin memoria.

Cuando habían conseguido mimetizarse y pasar

desapercibidas en aquel Madrid en blanco y negro,

Page 76: La Memoria Herida

daguerrotipo cruel de la miseria y la ruina, apareció tu

abuelo. Había estado preso casi cuatro años y todavía le

parecía un milagro que lo hubieran soltado. Pero la

felicidad por su regreso les duró poco tiempo. Veinte años

en las cárceles de Franco minan cualquier salud, y antes

de que aquel infierno acabase murió de tuberculosis.

Aquellos fueron tiempos de silencio y cloacas, de ratas,

de hambre, de desconfianza y de rencor. Tiempos de

infamias y mentiras, de identidades falsas y vidas

reinventadas. “Larga noche de piedra” los llamó el poeta

Celso Emilio Ferreiro… ¿Acaso puede haber frase más

acertada? Oscura como la noche se volvió la esperanza;

duros como la piedra los corazones.

Ya vamos quedando pocos testigos directos de aquellos

aciagos días, y en esta amnesia colectiva en la que

estamos inmersos, me alegra saber que quieres escribir

un libro basado en las memorias de tu abuela. Nada me

hará más feliz que ayudarte a reconstruir su historia, que

es también la mía y la de todos aquellos que plantamos

las semillas de un árbol, cuyos frutos recogerán ahora

nuestros nietos.” La dictadura hizo demasiado daño a

nuestros hijos, hirió de muerte sus sueños y les arrebató

la infancia feliz que debieron haber tenido. Vivieron

Page 77: La Memoria Herida

rodeados de miedo y medias verdades, no conocieron otra

cosa que los yugos y las flechas y los principios del

movimiento, y tardaron demasiado tiempo en probar la

brisa fresca del pensamiento libre. En casa les

contábamos lo que podíamos, pero no era fácil. Quisimos

protegerlos de nuestras ideas, que no sufrieran más el

odio de los vencedores, la humillación de ser señalados,

insultados, vejados… Tuvimos que esperar a que llegaran

ellos, los nietos, que escuchaban nuestras historias con los

ojos abiertos y que recuperaron el orgullo

arrebatado”…Estas palabras me las escribió tu abuela en

la primera carta que recibí de ella estando en el exilio.

Era el año 70. Te proporcionaré todas sus cartas en las

que me fue desgranando todo lo que le había ocurrido en

aquellos treinta años. Como ya sabes, no volvimos a

vernos hasta el Homenaje a las mujeres del 36. Sé que con

nuestras cartas y lo que ella te contó podrás reconstruirlo

todo siguiendo el hilo de la memoria.

Porque eso es lo único que nos queda, lo único que no

pudieron arrebatarnos, lo que habéis heredado: nuestra

memoria herida.

Tuya siempre. Julia.”

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Irene dobló la carta varias veces. La guardó en

un bolsillo de su abrigo, miró alrededor, aspiró por

última vez el olor de su abuela, que aún impregnaba la

casa, y lloró. Lloró por ellas, por todas aquellas mujeres

dignas y valientes, por las que ya no estaban y por las

que pronto no estarían. Lloró de rabia, y de impotencia,

y de ternura… Lloró por lo que pudo ser y no fue, y por

lo que nunca sería, y por lo que tal vez otros lograran

que fuese. Lloró y supo que ya no había vuelta atrás:

tenía que contarlo antes de que el viento del olvido se lo

llevara todo a su paso, antes de que cayera la última

hoja del árbol…Antes de que no quedara nadie que aún

estuviera dispuesto a recordar.

Cruzó con paso firme la acera, y al mirar hacia

arriba, como siempre había hecho cuando se despedía,

creyó ver,- acaso sólo una imagen fugaz, una imagen

sacada de los sueños- , la silueta sonriente de su abuela,

muy joven , que le decía adiós vestida de miliciana.