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LA MEMORIA DEL DESASTRE (1921) LAS PRINCIPALES NARRACIONES DE ÁFRICA COMO FUENTE HISTÓRICA Ignacio Vázquez Moliní, licenciado en Derecho Tesis doctoral dirigida por los profesores Dr. D. Francisco Abad Nebot y Dr. D. Francisco Gutiérrez Carbajo

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LA MEMORIA DEL DESASTRE (1921)

LAS PRINCIPALES NARRACIONES DE ÁFRICA

COMO FUENTE HISTÓRICA

Ignacio Vázquez Moliní, licenciado en Derecho

Tesis doctoral dirigida por los profesores

Dr. D. Francisco Abad Nebot y Dr. D. Francisco Gutiérrez Carbajo

Universidad Nacional de Educación a Distancia, Facultad de Filología,

Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura

Curso 2007-2008

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Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura

LA MEMORIA DEL DESASTRE (1921)

LAS PRINCIPALES NARRACIONES DE ÁFRICA

COMO FUENTE HISTÓRICA

Ignacio Vázquez Moliní, licenciado en Derecho

Tesis doctoral dirigida por los profesores

Dr. D. Francisco Abad Nebot y Dr. D. Francisco Gutiérrez Carbajo

Lisboa, Septiembre de 2008

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LA MEMORIA DEL DESASTRE (1921):

LAS PRINCIPALES NARRACIONES DE ÁFRICA

COMO FUENTE HISTÓRICA

1- Justificación, límites, extensión y propósito de la presente

tesis: página 11

2- Análisis literario de las novelas escogidas. Apuntes

biográficos de los autores. Resúmenes argumentales.

Estructura. Personajes principales. Temas principales.

Técnica y estilo:

2.1- Notas marruecas de un soldado, de Ernesto Giménez

Caballero, (1923): página 41

2.2– El blocao, de José Díaz-Fernández (1928): página 75

2.3– Imán, de Ramón J. Sender (1930): página 101

2.4– La ruta, de Arturo Barea, (1940): página 175

2.5– Historia del cautivo, de Juan Antonio Gaya Nuño

(1962): página 233

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3- Contexto histórico: del Desastre de Annual y el

establecimiento de la República del Rif (1921) a la dictadura

de Primo de Rivera (1923) y el sometimiento del territorio

(1927): página 269

4- Contexto geográfico:

4.1- El territorio del Alto Comisariado en Marruecos: pg. 309

4.2- La Comandancia de Melilla: página 329

4.3- Las cábilas, los poblados y aldeas: página 335

4.4- Los blocaos: página 341

4.5- Las comunicaciones: el yate “Giralda” página 349

4.6- El problema de la cartografía: página 361

5- Elementos sociales:

5.1- La población civil: españoles, musulmanes y hebreos:

- página 369

5.2- Las minas del Rif: página 377

5.3- Las “moscas”: taberneros, aguadores, prostitutas:

página 383

5.4- El asunto de las responsabilidades: página 393

6- Elementos militares:

6.1- El ejército colonial: página 403

6.2- La oficialidad africanista: página 415

6.3- El Tercio de extranjeros: página 425

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6.4- La tropa: página 437

6.5- Las fuerzas rifeñas: página 449

6.6- Armamento convencional y químico: página 457

7- Elementos lingüísticos:

7.1- Recurso a expresiones en chelja: página 473

7.2- Recurso a arcaísmos: página 485

7.3- Recurso a coloquialismos: página 489

7.4- Expresiones en otros idiomas: página 493

8- Narraciones francesas:

8.1- Narraciones del entorno de Lyautey: página 503

8.2- Narraciones de operaciones sobre el terreno: pg. 511

9- Narraciones marroquíes:

9.1- Abdelkrim mitificado: página 535

9.2- Otras narraciones: página 547

10- Las nuevas narraciones: de Vázquez Montalbán a Lorenzo

Silva: página 559

11- Conclusiones: página 579

12- Bibliografía: página 603

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Las referencias que se indican a lo largo del texto siguen el sistema de

autor y año. Asimismo, en lo que se refiere específicamente a las cinco obras

estudiadas con más profundidad, se ha recurrido a las siguientes

denominaciones seguidas entre paréntesis por el número que indica las

páginas correspondientes de cada uno de los libros:

- Giménez Caballero para Notas marruecas de un soldado, de

Ernesto Giménez Caballero;

- Díaz Fernández para El blocao, de José Díaz-Fernández;

- Sender Garcés para Imán, de Ramón J. Sender;

- Barea Ogazón para La ruta, de Arturo Barea;

- Gaya Nuño para Historia del cautivo, de Juan Antonio Gaya

Nuño.

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1- JUSTIFICACIÓN, LÍMITES, EXTENSIÓN Y PROPÓSITO DE LA

PRESENTE TESIS:

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Aunque la historia militar de España esté cuajada de muchos y variados

episodios desastrosos, desde el naufragio de la airosa armada que desde el

Mar de la Paja zarpó a la conquista de las Islas Británicas, hasta la pérdida de

Cuba y de las Filipinas, sólo uno de ellos alcanza esa rara y suprema categoría

que es el Desastre con mayúscula.

Annual es el Desastre por antonomasia: una perfecta conjunción de

ineficacia castrense, desidia administrativa, corrupción política, latrocinio militar

y dejadez humana que transforma lo que hubiera sido una mera cadena de

reveses militares fácilmente superables en una tragedia de magnitudes

espectaculares.

El Desastre de Annual nos recuerda la trama de una tragedia griega. Al

cabo de los años se nos antoja caracterizada, sobre todo, por el hecho de

anunciar el drama que inexorablemente se aproximaba a la confiada sociedad

española de 1921 que, lejos de apercibirse del peligro que se cernía sobre ella

a grandes zancadas, casi a saltos, se embriagaba torpemente con la alegría y

el desenfado propio del que asiste a una corrida de toros y luego termina la

noche en la verbena1.

Precisamente, las demás potencias europeas nunca sospecharon que la

magnitud de la derrota española pudiera alcanzar una dimensión semejante.

Sin embargo, existen indicios que demuestran la “internacionalización” del

1 Montherlant se refirió muy gráficamente a esa decadencia propia del carácter militar español : « ce peuple se bat mal pour conquérir le Maroc, il se battait bien pour conquérir le monde. Sans nul doute elle fût morte un jour, en tant que « puissance » européenne. » (Montherlant, 1963 : 618).

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conflicto y el apoyo material evidente de ciertas potencias a las fuerzas de

Abdelkrim2.

Resulta dramático, en efecto, comprobar cómo las trapacerías de un

régimen corrupto como el del período de la monarquía liberal alfonsina pasan

aparentemente desapercibidas cuando no admitidas con total desparpajo por la

sociedad que los padece. De la misma manera, la perpetuación de una

presencia militar española en la zona del Protectorado, justificada únicamente

como instrumento de enriquecimiento ilícito y de progresión fulgurante de las

carreras militares, resulta casi natural al compararla con la permisividad de la

corrupción de los estamentos más elevados del Estado, desde el propio

Alfonso XIII hasta muchos de sus ministros, entre los que destaca sin ninguna

duda la figura del Conde de Romanones, o con las maniobras especulativas de

una burguesía incapaz de llevar a cabo otros proyectos industriales que

aquellos que aseguraban su éxito mediante el soborno y la maquinación

fraudulenta del precio de las cosas.

Annual es también una cifra inverosímil de muertos y heridos3, cada uno

de ellos con nombre y apellidos. Cifra que, además de tremendamente

abultada, incluso aceptando los cálculos más optimistas llevados a cabo tras el

Desastre o mucho más recientemente por parte de determinadas corrientes

revisionistas, por desgracia tan de moda en los últimos años, por la forma en la

2 En este sentido, podemos reproducir la elocuente frase de Lyautey : «…le danger n’était encore que potentiel, car on pouvait espérer, et on espérait à Rabat, que les espagnols sauraient limiter leur recul, faire tête et reprendre l’initiative des opérations » (Catroux, 1952 : 162).3 Las cifras oficiales de bajas, heridos y prisioneros, pueden consultarse en los anexos del libro de Federico Villalobos, “El sueño colonial. Las guerras de España en Marruecos”, Ariel, Grandes Batallas, Barcelona, 2004, 336 pp.

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que se alcanza, representa la banalización de la violencia extrema que al cabo

de pocos años se repetirá en muchos episodios de la guerra civil.

Es en este contexto en el que surge una importante corriente literaria,

aunque tal vez no demasiado abundante, que a lo largo de estas páginas

hemos englobado bajo el título de la presente tesis. En efecto, las principales

obras que nos han ocupado, de Díaz-Fernández, de Giménez Caballero, de

Sender, de Barea y de Gaya Nuño, constituyen una auténtica memoria de lo

que fue el Desastre de Annual.

Se ha querido limitar el presente trabajo al análisis de determinadas

novelas y narraciones de África tomadas como fuente histórica desde la

perspectiva de la historia de las mentalidades, siguiendo muy especialmente

las enseñanzas del doctor Francisco Abad Nebot. Asimismo, una vez iniciada

la redacción de la tesis, las certeras indicaciones del doctor Francisco Gutiérrez

Carbajo permitieron completarla.

Conviene recordar que, de hecho, prestigiosos historiadores, como Paul

Preston, recurren al contenido de estas narraciones, aunque sin indicar que se

trata de obras literarias, para fundamentar determinados aspectos concretos de

sus investigaciones.

Así, teniendo en cuenta la naturaleza propia de un trabajo de

investigación como la presente tesis, la extensión del mismo se ha limitado

doblemente: por una parte, únicamente se ha recurrido a cinco narraciones y,

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por otra, se han pospuesto para mejor ocasión muchos elementos de carácter

militar y político, junto con los antecedentes históricos necesarios, cuya mera

evocación somera nos habría ocupado un espacio a todas luces excesivo.

De esta manera, a lo largo de las páginas que siguen, nos ocuparemos

en profundidad sobre todo de las siguientes narraciones4:

i. E. Giménez Caballero: Notas marruecas de un soldado

(1923);

ii. José Díaz-Fernández : El blocao (1928);

iii. Ramón J. Sender: Imán (1930);

iv. Arturo Barea: La ruta (1946);

v. Juan Antonio Gaya Nuño: Historia del cautivo (1962).

Aunque muchas otras obras, ya sea por su escasa calidad literaria, ya

por su falta de rigor histórico, hayan quedado apartadas voluntariamente, se ha

recurrido a otras que completan los distintos capítulos de esta tesis.

Ya reconocía López Barranco en 1999 que tan sólo algunas de las obras

que se refieren a las dramáticas circunstancias históricas de las guerras de

Marruecos, debido a su mucha mayor calidad estética, artística y literaria, han

alcanzado una difusión notable, mientras que las demás han quedado

4 Las ediciones que hemos manejado son las siguientes: « Notas marruecas de un soldado », Ernesto Giménez Caballero, Planeta, Barcelona, 1983, 187 pp.; « El blocao », José Díaz-Fernández, Viamonte, Madrid 1998, 122 pp.; “Imán”, Ramón J. Sender, Cénit, Madrid, 1930; Arturo Barea, “La Ruta”, Barcelona, Debate; « Historia del cautivo », Juan Antonio Gaya Nuño, Obras Completas, Biblioteca Castro, Madrid, 1984, 873 pp.

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relegadas al olvido, o como mucho, al recuerdo erudito que les brinda las

páginas de tesis doctorales como la del propio López Barranco. En esta línea,

este autor cita expresamente los casos de Imán y de El blocao, “dos de los

títulos más celebrados y paradigmáticos de esa corriente. A los que habría que

añadir otros cuantos de factura menos acabada pero con el común sustrato de

una decidida oposición a la guerra. Dualidad de lo artístico que reproduce la

polarización social española ante la campaña.” (López Barranco, 1999: 1059).

Para la elaboración de su tesis, ante la maraña de narraciones que

sobre el tema descubre y clasifica, López Barranco establece una serie de

criterios o de pautas que le servirán de guía para llevar a cabo un esfuerzo

nada desdeñable de catalogación. Se centra, de esta manera, en examinar

cuál es el motivo principal de cada una de las narraciones para adscribirla, de

esta manera, a una y otra categoría.

La primera de ellas sería la que engloba todas aquellas narraciones

cuyo tema central o eje narrativo es la Legión. López Barranco señala que en

un primer momento se vivió entre los autores, sobre todo, una tendencia a la

exaltación y al enaltecimiento de este nuevo cuerpo militar. Se trataba en esa

primera época, de relatos breves, casi de meros cuentos para, paulatinamente,

crear obras de mayor extensión. Entre las obras que cita y analiza López

Barranco, destacan Memoria de un legionario, Bajo el sol enemigo, El camillero

de la Legión, Los del tercio en Tánger, caracterizados todos por un desmedido

elogio de este cuerpo militar.

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Dentro de esta misma categoría destaca únicamente por una mejor

calidad literaria la obra Tras el águila del César, de Luys Santa Marina. Años

más tarde, aparece el relato de Asenjo Alonso Los que fuimos al Tercio, y una

novela muy concreta desde el punto de vista político, con un marcado carácter

de denuncia, como es la de Fermín Galán, La barbarie organizada. Por último,

cita otras dos obras mucho más recientes, una de 1955 y otra de 1981, como

son La legión desnuda, de Antonio Maciá Serrano, y Del breviario de Juan

Morena, de Francisco Canós Fenollosa.

La segunda gran categoría a la que recurre López Barranco es la que

englobaría aquellas obras que tratan principalmente del amor. Entre éstas, qué

duda cabe, sobresalen las historias en las que el amor une a un gallardo oficial

español y a una hermosa y cautivante mora de hechizante belleza. Aquí la lista

de obras que recoge López Barranco es impresionante. Por citar tan sólo

algunas, mencionaremos ¡Kelb rumi!, Luna de Tettauen, Aixa, Neima la sultana

de Alcazarquivir, Amores africanos, Así aman las africanas, ¡Mektub! e incluso,

a juicio de este autor, Una hoguera en la noche, de Sender, de la que en su

momento oportuno nos ocuparemos con cierto detalle.

La tercera gran categoría de narraciones es la constituida por aquellas

obras cuyo eje central son las vivencias de un soldado individualizado. Se trata

de “narraciones que ponen el acento en las vivencias y repercusiones que la

guerra acarrea al hombre. Un tipo de obras cuya urdimbre esencial está

formada por la contienda y el mundo de la milicia.” (López Barranco, 1999:

1062).

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Dentro de esta categoría, los relatos más certeros son aquellos que

apuntan al “corazón de la tragedia”, que no es otro que la degradación sin

límites de la dignidad humana. Cita como más representativas Notas

marruecas de un soldado, que “ejercita una censura de baja intensidad”, hasta

Imán, “alegato antibélico”, pasando por obras de escasa relevancia literaria,

como Pacazos, o ¡Los muertos de Annual ya son vengados!, hasta “el estilista

que cincela prosa y sentimientos con primor, cual José Díaz Fernández en El

blocao.” López Barranco añade también dentro de esta categoría La ruta, de

Barea, “título en absoluto desdeñable aunque no alcance la altura de las

anteriores.”

La siguiente categoría es la que engloba los relatos que se refieren a los

entresijos del mundo militar mediante el retrato del oficial profesional. De entre

este tipo de obras, López Barranco destaca como de mayor altura literaria e

interés histórico aquellas escritas pasados algunos años de las hostilidades. De

esta manera, menciona expresamente Once oficiales en torno a una mesa,

Ceuta en el umbral y Todo por la patria.

A continuación nos encontraríamos con aquellas narraciones que se

ocupan principalmente del rifeño. Frente a las figuras muy secundarias de los

rifeños que aparecen en la mayoría de las obras, existen otras que se detienen

con mucho mayor detalle en los indígenas y su universo particular. López

Barranco menciona La sed y Mohammed, dos relatos breves publicados en los

mismos años del conflicto que “atestiguan la maldad intrínseca de la raza”. En

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época contemporánea, menciona Kábila, publicada en 1980, y de la que nos

ocuparemos más adelante con el detalle necesario, como un relato que pone

de relieve una nueva visión más objetiva de los nativos rifeños. También se

enmarca dentro de este grupo la obra Quebdani, publicada en 1997, para

ilustrar “desde el punto de vista del nativo, la venganza de un pueblo orgulloso,

que aun vencido no admite resignarse ante la prepotente humillación del

poderoso.” (López Barranco, 1999: 1064).

Otra de las categorías que sirven para poner un orden relativo en el

maremagno de las narraciones de África es la que se refiere, siguiendo los

pasos de Pérez-Galdós, a la recreación de nuevos Episodios Nacionales.

Como no podía ser menos, se mencionan aquí las obras de Francisco Camba y

del matrimonio formado por Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March.

López Barranco asevera que Annual, de Camba, “constituye una realidad poco

verosímil, desde el punto de vista constructivo, y una falaz, desde el punto de

vista argumental, reconstrucción del suceso, donde el presunto heroísmo del

ejército colonial se antepone a cualquier atisbo de veracidad.” En lo que se

refiere a la segunda obra, El desastre de Annual, a pesar de la minuciosidad de

los datos, no alcanza un nivel notable desde el punto de vista narrativo.

También incluye en este mismo epígrafe La historia del cautivo, de Gaya Nuño,

para asegurar que engarza “con acierto el referente histórico de la derrota con

la tradicional figura literaria del pícaro, el autor ofrece un encuadre satírico

unido a una de las más crudas recreaciones novelescas de aquella desdichada

hora.” (López Barranco, 1999: 1065).

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Una categoría especialmente llamativa es la que engloba las obras de

carácter satírico, humorístico o grotesco. Dentro de este grupo, cuya calidad

literaria deja mucho que desear, se menciona expresamente el ejemplo de El

señor Feliciano en la República del Rif o El alférez Membrillete, o incluso Las

aventuras del caballero Rogelio de Amaral, de Wenceslao Fernández Flórez,

de la que un capítulo se sitúa en la guerra de Marruecos, “en sus páginas lleva

a cabo una desmitificadora ridiculización de la campaña y una descarnada

sátira contra ésta o cualesquiera otras guerras.” (López Barranco, 1999: 1965).

Para López Barranco existe también una categoría específica de obras

dedicadas principalmente a Melilla, “convertida, merced a su situación

geográfica, en escenario urbano por excelencia durante el conflicto, ha sido

lugar de frecuente presencia en esta narrativa, pero incluso en unos cuantos

títulos ha llegado a alcanzar estatus de protagonista” (López Barranco, 1999:

1066).

A modo de ejemplos para ilustrar esta categoría narrativa, cita el caso de

La hija de Marte, y también el de Melilla la codiciada, ambos de 1930. En las

dos obras la extensión y el desarrollo urbano de la ciudad, con su particular

ensanche modernista, es objeto de atención narrativa. De la misma manera,

menciona una novela mucho más reciente, de 1991, El cañón del Gurugú, “una

novela de factura muy tradicional y cierta proclividad al folletinismo pero con

más consistencia fabuladora que las anteriores.” (López Barranco, 1999: 1066).

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Otra categoría específica es la que se refiere de manera principal a las

biografías noveladas de determinados personajes de la época. De esta

manera, podríamos mencionar el caso de al-Raisuni, cuyas peripecias vitales

aparecen en Del Marruecos feudal, publicado en los años inmediatamente

previos al desastre de Annual. López Barranco incluye también dentro de esta

categoría la obra de Vázquez Montalbán Autobiografía del general Franco,

aunque en esta obra voluminosa tan sólo se dediquen una serie de capítulos a

los episodios de África, como tendremos ocasión de detallar más adelante en

su momento oportuno. De la misma manera, se menciona el caso de El sable

del Caudillo, publicada, al igual que la obra de Vázquez Montalbán, en los años

noventa. El caso de la novela Etxezarra, de la que nos ocuparemos

oportunamente más adelante, se caracteriza, además de por su carácter

biográfico, por la descripción de toda clase de aventuras. Por último, López

Barranco incluye en esta categoría la obra de Todo por la patria, “si bien en

este caso la trayectoria personal se amplifica y deviene paradigma de la

amoralidad de todo un grupo social: los antiguos jefes y oficiales fogueados en

Marruecos y más tarde vencedores de la guerra civil.” (López Barranco, 1999:

1067).

Por último, nuestro autor recurre a una especie de cajón de sastre que le

permite incluir todos aquellos relatos que, de una u otra manera, no ha podido

clasificar dentro de ninguna de las distintas categorías mencionadas. De esta

manera, López Barranco habla de una “miscelánea temática”, para agrupar

desde las novelas breves publicadas en la década de los años veinte, “que hoy

ya nadie recuerda, similares por su forma y su planteamiento a la mayoría de

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las ya mencionadas”, como puedan ser las escritas por autores que también

publicaron obras de importancia mayor relativa, como pueden ser Bajo el sol

africano y Águilas de Acero, de Rafael López Rienda, o El milagro, de Fermín

Requena. Otras obras mucho más recientes también encuentran acomodo en

esta categoría, como Prisiones del Rif, Raisuni, Hermanos mayores, o incluso

Días de luz, de la que tendremos ocasión de ocuparnos más adelante.

Para concluir el esfuerzo clasificador llevado a cabo por López Barranco,

podríamos recordar sus propias palabras que resumen de manera certera las

conclusiones a las que él mismo llega, señalando que nos encontramos ante:

Una producción, en suma, tan abundante como variada en

temáticas y formas de entender lo novelesco, si bien es verdad que,

según ha ido revelando los análisis sobre modo del relato y

características del discurso literario elaborados en el cuerpo del presente

estudio, predomina una generalizada mediocridad sobre cualquier otra

valoración. Pero entre esta escasa altura artística, se hace obligado

destacar la presencia de no pocas obras valiosas, algunas hoy

injustamente olvidadas u oscurecidas, e incluso un reducido grupo de

títulos que por derecho propio han entrado a formar parte de la mejor

novela española de su época. (López Barranco, 1999: 1069).

En la tesis de López Barranco se lleva a cabo también un considerable

esfuerzo clasificatorio en lo que se refiere a los autores que dedicaron su

esfuerzo creativo a las narraciones de África:

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La curiosidad induce a preguntarse acerca de otro de los asuntos

sobre el que este trabajo ha ido arrojando luz: quiénes escribieron sobre

la materia, en qué tipo de plumas fructificó esta literatura. Un nutrido

grupo de autores estuvo integrado por gentes vinculadas por una u otra

razón al conflicto: soldados, militares con graduación, periodistas,

testigos directos en cualquier caso de aquellos sucesos (…) plumas

neófitas en no pocas ocasiones, al menos dentro del terreno de la

ficción, que habiendo realizado su servicio militar en aquellas tierras se

estrenaron en el mundo de la creación con relatos evocadores de su

reciente pasado. A algunos de ellos corresponden los mayores logros de

esta novelística, pues lejos de ajustarse a modelos de repertorio cada

uno buscó dejar su impronta personal en su obra.” (López Barranco,

1999: 1069).

De esta manera, como no podía ser de otra forma, reconoce el papel

precursor jugado por Pedro Antonio de Alarcón, en campañas anteriores, pero

ciertamente inspirador común de todos los demás narradores de África,

recurriendo en dosis adecuadas a la reconstrucción literaria y a la estricta

enumeración de hechos relevantes desde el punto de vista histórico. A

continuación, destaca la figura de Ernesto Giménez Caballero, “certero

observador del ambiente que le envolvió durante su servicio militar”; luego

menciona a Antonio Espina, “que comenzó a forcejear con la corriente

deshumanizada imperante en la narrativa culta de los años veinte”; después

menciona a José Díaz-Fernández, de quien afirma que “no se quedó en

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forcejeos, sino que asentó un golpe mortal a esa forma de entender lo literario,

al irrumpir en el panorama novelesco español de la época con un título

innovador en asuntos y temáticas”; después incluye a Ramón J. Sender, “cuya

trayectoria de escritor ha ido desvelándose en parte a través del relato sobre la

guerra marroquí”. También incluye en este primer grupo de autores a Luys

Santa Marina, a Tomás Borrás, y a Arturo Barea.

El segundo grupo de la clasificación es el que incluiría a aquellos

autores de la “denominada narrativa popular.” Menciona en este apartado a

autores de la literatura por entregas, tan habituales en la época de O’Donnell,

como Rafael del Castillo, Cubero o Antonio Redondo. Otros escritores

posteriores dentro de esta misma categoría son Antonio de Hoyos, Emilio

Carrere, Luis Antón, Cristobal de Castro o José María Carretero. De estos

autores, así como de otros posteriores, López Barranco afirma que “cabe

hablar con absoluta propiedad de una narrativa de repertorio sin innovación

alguna (…) algunos, no obstante, gozaron de cierto renombre en su momento.

Efímera fama, pues el tiempo con su certero olvido les ha devuelto al lugar que

les correspondía.” (López Barranco, 1999: 1071).

El tercer grupo de autores es el constituido por aquellos de mucha más

reciente aparición en el panorama literario español. Autores que no vivieron

personalmente ni los hechos mismos ni sus consecuencias sociales y políticas.

Sin embargo, muchos de estos autores tienen algún tipo de vínculo personal

con los escenarios de la guerra de Marruecos. Así, cita expresamente a David

López García, “estudioso y teórico de la cuestión”, a Severiano Gil Ruíz,

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“nacido en el Protectorado y residente después en Melilla”, Eduardo Valero,

que fue profesor en Alhucemas, o Antonio Abad, nacido en Melilla.

López Barranco establece un último grupo de autores con aquellos que

denomina “plumas consagradas y de reconocido prestigio interesadas en el

asunto”. (López Barranco, 1999: 1073). Cita, en lo que se refiere a los tiempos

más remotos, a Fernán Caballero, Galdós o Clarín. Luego, a Francisco Umbral

y a Manuel Vázquez Montalbán, sin olvidar a Ricardo León o a Wescenlao

Fernández Flórez.

Por nuestra parte, hemos tenido también que reducir el recurso a las

fuentes históricas. Así las cosas, se ha decidido acudir únicamente a las

informaciones recogidas en el expediente Picasso5, y en mucha menor medida

a las interesantísimas pistas que pueden descubrirse recurriendo, entre otras, a

las propias conclusiones elaboradas por el Ministerio fiscal. Desde un punto de

vista histórico, se han completado esas informaciones con las aparecidas en la

prensa de la época, especialmente con las de Indalecio Prieto publicadas en el

diario “El Liberal”.6

Otro aspecto que ha quedado forzosamente limitado es el que se refiere

al estudio de los aspectos geográficos que aparecen en las narraciones

escogidas. Si bien es cierto que se ha recurrido a un mínimo de elementos

cartográficos para ofrecer una mejor exposición, no ha podido llevarse a cabo

el estudio que en un trabajo de naturaleza más específica se hubiera

5 La versión del expediente Picasso que se ha manejado es la publicada por Carrasco Díaz.6 Se ha recurrido a la edición de las crónicas de Indalecio Prieto publicadas por la editorial Algazara.

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pretendido llevar a cabo, recurriendo al análisis comparativo de elementos

narrativos y geográficos basados en determinados elementos cartográficos

militares, y sobre todo, mediante una visita in situ al escenario de los

enfrentamientos.

Ya ha quedado de manifiesto que una de las principales intenciones de

la tesis de López Barranco consistía en llevar a cabo una investigación

bibliográfica con la intención de desempolvar los textos que dentro del campo

de la narrativa de ficción han recreado de una u otra manera las guerras de

España en Marruecos. Este esfuerzo enorme realizado por López Barranco nos

ha permitido llegar a un terreno desbrozado previamente, facilitando

enormemente, qué duda cabe, parte de nuestros propios objetivos.

Sin embargo, el esfuerzo que no hemos podido evitar en modo alguno,

es el que se refiere a la adquisición de una base histórica para permitirnos

avanzar sobre el análisis de las obras seleccionadas desde la perspectiva de la

Historia de las Mentalidades.

De igual manera, hemos recurrido a la clasificación de los diferentes

títulos establecida por López Barranco ya que, en efecto, nos ha parecido que

se lleva a cabo mediante criterios intachables y cuyo resultado supone un

avance considerable que facilita enormemente nuestra labor.

Nuestro esfuerzo se ha centrado, por tanto, en aportar nuevos

elementos que aclaren lo que las principales narraciones de África aportan

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entendidas como fuente histórica. Se trata, qué duda cabe, de los grandes

episodios que se sucedieron en Marruecos y en España desde el inicio de la

década de los años veinte del siglo pasado hasta la caída de la monarquía

Alfonsina, pero también de los distintos acontecimientos que cada uno de los

cinco autores seleccionados aporta a través de su propia narración para el

conocimiento completo de la realidad. De esta manera, la tesis se ocupa de los

siguientes capítulos que esperamos puedan contribuir a alcanzar el objetivo

pretendido:

En primer lugar, defendemos el criterio selectivo, justificando las razones

que nos han llevado a optar por estas cinco obras principales que son objeto de

un estudio detallado. Dentro de este mismo capítulo procedemos al análisis

literario de las novelas escogidas, exponiendo los apuntes biográficos de cada

uno de los autores de tal manera que podamos obtener una mejor comprensión

de sus respectivas obras enriquecida con el conocimiento de las experiencias

vitales de nuestros autores. En este mismo epígrafe, no podemos eludir

establecer un resumen argumental de cada una de las cinco obras, subrayando

los aspectos que desde el punto de vista elegido para la elaboración de esta

tesis, permita que el lector de sus tediosas hojas pueda seguir más fácilmente

lo argumentado. De la misma manera, se establece la estructura de cada una

de las narraciones, se perfilan y analizan los principales personajes, se

establece y estudia una lista con la temática compartida por todas ellas y, por

fin, se analiza la técnica y el estilo de cada una de las obras.

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A continuación, se establece, recurriendo a las fuentes históricas y

apoyándonos en lo descubierto y analizado en las páginas de cada una de las

cinco obras principales, el contexto histórico, referido a un período muy

concreto, que es el que se extiende desde el Desastre de Annual, ocurrido en

julio de 1921, y el establecimiento de la República del Rif, hasta la instauración

de la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, y el sometimiento completo del

territorio, acaecido tras las operaciones conjuntas franco-españolas en 1927.

Se trata, por tanto, de un período histórico perfectamente delimitado y

relativamente breve. Únicamente tendremos que remontarnos a períodos

anteriores, o extendernos hasta épocas posteriores, cuando así lo justifique la

marcha de nuestras exposiciones, como por ejemplo cuando nos refiramos a

los orígenes de la presencia española en el territorio del Protectorado, o las

consecuencias políticas de las operaciones militares marroquíes, que

culminarán inevitablemente con la caída de la monarquía Alfonsina y la

proclamación de la República y, en último lugar, con la guerra civil y la

dictadura del general Francisco Franco.

El siguiente gran capítulo que nos ha ocupado es el que se refiere a la

presentación y análisis de las circunstancias geográficas que sirven de

escenario a las narraciones. En este sentido, esperamos que el esfuerzo

realizado nos haya permitido establecer un intercambio de informaciones entre

los datos obtenidos del estudio de las propias obras narrativas y del de fuentes

históricas y geográficas, de tal manera que unas y otras se complementen para

ofrecernos una visión doblemente interesante: por una parte, la comparación

de las informaciones geográficas con las descritas en cada una de las obras

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permite juzgar sobre la verosimilitud de los escenarios de las mismas. Por otra

parte, llegado el caso, el nivel de detalle descriptivo en las obras analizadas

aporta elementos nuevos que sirven para identificar determinados elementos

geográficos someramente indicados, o completamente ausentes, en las fuentes

históricas. Así las cosas, nos hemos centrado en primer lugar en analizar el

territorio del Alto Comisariado en Marruecos. A continuación, hemos estudiado

el territorio de la Comandancia de Melilla. Luego, nos hemos centrado en el

examen de los territorios de las diferentes cábilas, sobre todo en al zona del

Rif, aunque, inevitablemente hemos tenido que adentrarnos también por la

Yebala. Más adelante, hemos estudiado los asentamientos poblacionales,

estudiando las ciudades, así como también los principales poblados y las

aldeas del territorio. En este capítulo hemos dedicado no poco esfuerzo a

describir y analizar los blocaos, esto es, las fortificaciones que a menudo se

erigieron sobre alturas imposibles de mantener, rodeadas de fuerzas enemigas.

Unido a este mismo punto, hemos estudiado el problema de las

comunicaciones, tanto entre las dos zonas del Protectorado, comunicadas

únicamente por mar, como dentro de cada una de ellas, y de toda la zona con

la Península. En este sentido, hemos dedicado algunas páginas de nuestra

exposición al caso del yate Giralda, buque oficial del Alto Comisario en sus

desplazamientos entre las dos zonas y entre éstas y España, cuya aparición en

uno de los relatos, junto con la leyenda que todavía hoy le acompaña, conlleva

un interés evidente. Por último, a modo de colofón, hemos estudiado el

problema fundamental de la ausencia de cartografía antes, durante y después

de las hostilidades, así como sus consecuencias prácticas en el curso de las

operaciones, tal y como se refleja en algunas de las obras escogidas.

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El siguiente capítulo se ha dedicado fundamentalmente al estudio de los

elementos sociales que aparecen en las obras. Nos hemos ocupado de la

población civil, distinguiendo entre españoles, musulmanes y hebreos. Una

parte importante del capítulo se ha consagrado al estudio y análisis de las

minas del Rif, en cuanto origen causal de las intervenciones españolas en

Marruecos y en cuanto elemento fundamental para el entendimiento completo

del papel de denuncia de explotación y sometimiento a las presiones

económicas puesto de relieve por determinadas narraciones. A continuación

hemos analizado el papel desempeñado en las narraciones, y en el contexto

histórico en general, por toda una masa de personajes secundarios que viven o

sobreviven gracias a la presencia militar en Marruecos. Nos hemos referido, de

esta manera, a los personajes parasitarios que, como aguadores, taberneros o

prostitutas, o incluso a la propia oficialidad africanista, se nutrían de todo

cuanto podían extraer del ejército. Para concluir este apartado, hemos

analizado el asunto de las responsabilidades, tanto desde el punto de vista de

las propias narraciones como a través de la visión que puedan ofrecernos las

fuentes históricas.

El siguiente capítulo se refiere a los elementos militares. Hemos

analizado el papel desempeñado por el ejército colonial en Marruecos y en la

sociedad española. Hemos dedicado nuestros esfuerzos al análisis de la visión

de esa oficialidad africanista, eminentemente parásita, que ofrecen las

narraciones. Como no podía ser de otra manera, hemos estudiado con el

detenimiento necesario, el caso específico del Tercio de extranjeros y de su

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papel en el marco de las narraciones escogidas. También se han analizado las

fuerzas rifeñas, desde el punto de vista de las obras y desde la perspectiva de

las fuentes históricas de que disponemos. El capítulo concluye con el examen,

siempre desde las dos fuentes citadas, narrativa e histórica, del armamento

convencional disponible por ambas partes contendientes. Se ha llevado a cabo

un análisis pormenorizado del caso particular del armamento químico.

A continuación, se ha dedicado un capítulo específico al análisis de los

elementos lingüísticos de cada una de las narraciones. De esta manera,

además, se ha estudiado el papel que en cada una de ellas corresponde al

recurso a expresiones en los dialectos locales, esto es, en chelja y en rifani. Se

han estudiado, asimismo, los arcaísmos a los que recurren los autores y se ha

analizado el papel que desempeñan dentro de las narraciones. De la misma

manera, se han puesto de relieve los coloquialismos que aparecen, en muy

diversa medida, en cada una de las obras estudiadas. Por último, se han

estudiado también las expresiones en diferentes idiomas a las que recurren

nuestros autores.

El siguiente capítulo se ha dedicado a examinar y analizar las

narraciones francesas surgidas a raíz del mismo conflicto, completando,

creemos que por primera vez, una visión excesivamente unívoca, esto es

meramente española, de las narraciones de África. Cierto es que la

disponibilidad de este tipo de obras referidas a la zona francesa es más bien

escasa. Sin embargo, su aportación puede resultar más que interesante. De

esta manera, hemos analizado en primer lugar las narraciones surgidas en el

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entorno del mariscal Lyautey, Residente General de Francia. A continuación

hemos estudiado las narraciones de operaciones sobre el terreno. Buscando

un intento de equilibrio entre estas narraciones y las españolas, hemos incluido

también en este capítulo el análisis de una de las narraciones de operaciones

sobre el terreno en la zona española.

El siguiente capítulo se ha centrado, siempre en un intento de completar

la perspectiva ofrecida por las principales narraciones estudiadas, en aportar

nuevas visiones, en este caso desde el lado marroquí. Creemos que también

aquí es la primera vez que se ofrecen estas narraciones como herramienta

complementaria para el análisis de las españolas. Hemos estudiado las

descripciones de la guerra que llevan a cabo las fuentes marroquíes. También

nos hemos centrado en analizar la visión de la figura de Abdelkrim que ofrecen

estos relatos, en comparación con la misma imagen proyectada por las

narraciones españolas. Hemos concluido este capítulo con el examen de otras

narraciones disponibles.

El capítulo que nos ha servido para culminar la tesis antes de presentar

las conclusiones de la misma, es el que se centra en la exposición y análisis de

las obras narrativas posteriores que, ya sea por su calidad literaria, ya por su

importancia documental, merecen una mención específica. En este capítulo,

que hemos titulado de Vázquez Montalbán a Lorenzo Silva, nos hemos

apartado considerablemente de las indicaciones y opiniones de López

Barranco.

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Por último, el esfuerzo realizado para redactar la presente tesis culmina

con la elaboración de unas conclusiones que esperamos sirvan de apoyo para

ulteriores estudiosos de ésta y otras materias.

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2- ANÁLISIS LITERARIO DE LAS NOVELAS ESCOGIDAS. APUNTES

BIOGRÁFICOS DE LOS AUTORES. RESÚMENES ARGUMENTALES.

ESTRUCTURA. PERSONAJES PRINCIPALES. TEMAS

PRINCIPALES. TÉCNICA Y ESTILO:

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Son numerosísimas las narraciones de los acontecimientos del Desastre de

Julio de 1921 y de los acontecimientos posteriores. En la tesis doctoral de Juan

José López Barranco, dirigida por el profesor Santos Villanueva, se establece

un catálogo completísimo de las diferentes narraciones. Sin embargo, en ese

catálogo falta la definición de un criterio tan sencillo como es el que nos anima

a lo largo de estas páginas, que intenta seleccionar las obras objeto de estudio

basándose única y exclusivamente en un doble criterio que combina la calidad

literaria y el rigor histórico de las narraciones.

Cierto es que, con toda razón, podrá argumentarse muy válidamente

que tal o cuál obra habría podido también incluirse entre las estudiadas. Sin

embargo, lo que nos parece seguro es que, en sentido contrario, ninguna de

las narraciones que nos han ocupado hubiera podido descartarse.

En efecto, las obras de Giménez Caballero, Díaz-Fernández, Sender,

Barea y Gaya Nuño, cada una desde su propia perspectiva, e incluso

adoleciendo cada cuál de las distorsiones inevitables fruto de las experiencias

vitales de sus autores, estudiadas como si de un conjunto narrativo coherente

se tratara, aportan no pocos elementos, tanto literarios como históricos, que

permiten empezar a imaginar, tal vez, la existencia de una cierta corriente

literaria de carácter específico.

Las vivencias personales de los cinco autores seleccionados, al margen

de las de la propia guerra de África, que, lógicamente no son experimentadas

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directamente por Gaya Nuño, constituyen también un elemento fundamental

que añade todavía más interés, si cabe, a las obras seleccionadas.

De esta manera, para resaltar la importancia de esas vivencias,

compartidas muchas de ellas, al moverse en un principio todos nuestros

autores en círculos intelectuales muy similares, subrayemos ahora muy

brevemente dos o tres apuntes históricos de cada uno de ellos:

- Ernesto Giménez Caballero fue profesor y articulista brillante.

Estuvo condenado a la cárcel. Co-fundador de Falange

Española, jugó un papel social y militar relativamente activo

durante la guerra civil. Posteriormente, comprobada la

imposibilidad de integrarle en el régimen, se le aleja de España,

nombrándole Embajador, casi vitalicio, en Paraguay;

- José Díaz-Fernández fue periodista de mérito y Diputado de la

República. Durante la guerra civil ocupa puestos de importancia

política. Muere, prácticamente de inanición, en el exilio;

- Ramón J. Sender, fue también profesor y activo periodista, muy

comprometido políticamente. Ocupa cargos importantes durante

la República y la guerra civil. El exilio le lleva a Estados Unidos,

donde morirá;

- Arturo Barea fue también periodista y profesor, muy

comprometido con el Partido Socialista. Durante la guerra

también ocupa cargos de responsabilidad política. Se exilia en

el Reino Unido, donde fallecerá prematuramente;

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- Juan Antonio Gaya Nuño, es hijo de un médico republicano

fusilado por los sublevados en 1936. Fue periodista de mérito y,

sobre todo, profesor y crítico de arte. Combatió, como oficial, en

defensa de la República. Fue condenado a veinte años de

cárcel. Falleció prematuramente.

Se trata, por tanto, de cinco autores cuyas vivencias personales

discurren, en ocasiones, por vías paralelas. Las obras seleccionadas, aun

difiriendo en muchísimos aspectos, comparten toda una serie de características

comunes, entre las que destaca, sin duda, el rigor histórico y la sinceridad

personal. Son estos elementos los que intentaremos poner de relieve a lo largo

de las páginas que siguen.

_________________________

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2.1- “NOTAS MARRUECAS DE UN SOLDADO”, DE ERNESTO GIMÉNEZ

CABALLERO, (1923):

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Ernesto Giménez Caballero (1899-1988) es suficientemente conocido

tanto de los sectores especializados como del público en general. Estudió

letras en la Universidad de Madrid y posteriormente también Filosofía. Su

estrecha relación con Américo Castro le sirvió para relacionarse con las

principales personalidades intelectuales de la época y para acceder a un

puesto académico en la Universidad de Estrasburgo, en 1920. En esta ciudad

conoció a la que sería su mujer, la italiana Edith Sironi, hija del cónsul de Italia,

y figura clave para comprender su temprano acercamiento a Italia y al fascismo

mussoliniano.

Precisamente, hay que recordar que Giménez Caballero se incorpora a

la Universidad de Estrasburgo tras una entrevista con Américo Castro, quien

había pensado en un principio enviarle a la de Washington, descartando esta

opción, -que hubiera cambiado radicalmente la percepción vital y la apuesta

ideológica de Giménez Caballero-, al encontrarle demasiado joven.

Las relaciones con Américo Castro se iniciaron en época temprana,

mientras Giménez Caballero todavía estudiaba Letras y frecuentaba en la calle

Almagro el Centro de Estudios Históricos, “germen del futuro Consejo de

Investigaciones Científicas”. (Giménez Caballero, 1985: 152). De las relaciones

con Castro destaca:

“Fui, gracias a Castro, compañero de Carmen, su hija; de

Gimena, la de don Ramón; de Carmen Laforet; de Zubiri…

Mientras él, por una temporada se hacía Embajador “de los que

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sabían escribir”, como le dije en mi Robinsón Literario. Y hasta

increpar en correcto alemán a los nacientes nazis de Berlín donde

tenía su puesto (Giménez Caballero, 1985: 152).

Tuvo que incorporarse a filas a raíz del desastre de Annual, siendo

destinado a Marruecos donde permaneció durante dieciocho meses. A su

regreso publicó “Notas marruecas de un soldado”, que le abrieron las puertas

de la fama literaria.

Sobre este episodio, el propio Giménez Caballero relata que se

incorporó nada más regresar de Estrasburgo, en 1921, para hacer el servicio

militar de “cuota” en Infantería de Saboya nº 6, Cuartel de la Montaña, con el

que luego sería Presidente de la Real Academia Española, Dámaso Alonso,

“más pacífico que yo”. La descripción de esos momentos continúa de la

siguiente manera:

… ante el Desastre de Annual partí hacia Marruecos.

Donde un buen día de 1922 me llegaría don Américo, con el que

me trasladé a Xauen para ayudarle a recoger romances

sefardíes. Y de donde hubimos de salir milagrosamente en un

vehículo militar para que no nos machacaran los moros en un

ataque que afrontamos impávidos, él como lingüista y yo como

infante ya veterano y su guardaespaldas y guardapapeletas.

(Giménez Caballero, 1985: 152).

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Dirigió varias publicaciones periódicas, entre otras “La gaceta literaria”,

fundada en 1927, auténtico órgano de expresión de lo que luego sería la

generación del 27. También fundó el primer cine-club de España, donde se

estrenó la película “Un chien andalou”, de Buñuel y Dalí.

Fue también Catedrático de Literatura del Instituto Cardenal Cisneros de

Madrid, tras ganar unas oposiciones en 1935 cuyo tribunal presidía Miguel de

Unamuno. Ocupó el cargo de Agregado Cultural y posteriormente, durante

muchísimos años, el de Embajador de España en Paraguay.

Es autor de una extensísima bibliografía de carácter y mérito muy

variable, entre la que se podría destacar “Amor a Cataluña”7, “Amor a

Portugal”8, y “Memorias de un dictador9”.

“Notas marruecas de un soldado” es la primera narración de Ernesto

Giménez Caballero, escrita en 1921. Fue publicada en 1923, en la imprenta

que tenía su padre en Madrid, nada más regresar de cumplir el servicio militar

en Marruecos. Por este libro, Giménez Caballero fue procesado y condenado a

dieciocho años de reclusión, durante el Gobierno liberal de Romanones, siendo

absuelto por la dictadura de Primo de Rivera.

_____________________

7 Giménez Caballero, Ernesto, « Amor a Cataluña », Ruta, Madrid, 1942.8 Giménez Caballero, Ernesto, « Amor a Portugal », Cultura Hispánica, Madrid, 1949.9 Giménez Caballero, Ernesto, « Memorias de un dictador », Planeta, Espejo de España, 49, Barcelona, 1979.

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2.1.1- ESTRUCTURA:

Esta narración, en la segunda edición de 1983, tras la única de 1923,

está precedida de un Prólogo, titulado “Hoy” y culmina con una “Nota final en

Madrid”. Se divide en seis unidades narrativas perfectamente diferenciadas,

que llevan los siguientes títulos: “Notas de campamento”, “Notas de hospital”,

“Un viaje en el Giralda”, “Notas de Tetuán”, “La judería” y “Notas de otros

lugares”.

En el Prólogo “Hoy” el autor recapitula sobre la génesis del libro y las

peripecias tanto del propio proceso creativo como del de la auto-publicación de

aquella primera edición en la imprenta propiedad de su padre. Nos dice

Giménez Caballero que se trataba de “un libro escrito en campamentos y

hospitales”, (Giménez Caballero, 1983:5). Relata cómo su maestro Américo

Castro, tras leerlo, le auguró todo tipo de problemas. Asimismo, solicitó un

prólogo a Azorín, quién con palabras un tanto bruscas se excusó de asumir

semejante tarea.

Recuerda también el autor que el primer libro de aquella pequeña tirada

de 500 ejemplares fue para don Miguel de Unamuno, quien a vuelta de correo

le felicitó por su narración y le prometió ocuparse de tan meritorio libro tanto en

la redacción de “El Liberal”, como en el Ateneo: “…me daba un gran

espaldarazo de escritor nacional,… abriéndome las puertas de la fama”

(Giménez Caballero, 1983: 5).

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También señala que Indalecio Prieto, entusiasmado, publicó entera la

narración en las páginas de su periódico de Bilbao “El liberal”. Luis de Oteyza

hizo lo mismo con varios capítulos en “La Libertad”, diario que dirigía en

Madrid. Ramiro de Maeztu publicó comentarios muy positivos en las páginas de

“El Sol”, al igual que Eugenio d’Ors en “Nuevo Mundo”, Salaverría en “ABC”, o

Castrovido en “La Voz”.

En una de las postales políticas que Ernesto Giménez Caballero

escribiría mucho más adelante, se refiere de nuevo a Prieto y a cómo recibió la

publicación de su libro. Afirma que en “Prieto había blanduras,

sentimentalismos y prejuicios que no se sospechaban. Fundamentalmente,

Prieto resultó un liberal. Un alma del Bilbao unamunesco. De la España

pasada. Un corazón de oro”. Un poco más adelante añade:

Yo le conocí cuando publiqué mi primer libro sobre Marruecos, en

1923. Fue de las primeras personas que me felicitaron y me revelaron al

gran público. Y ello me hace guardarle un afecto instintivo de gratitud.

Escribió sobre mí extensamente. Dio, mi libro, en folletones, en su

Liberal de Bilbao. Me presenté una tarde en el café Regina de Madrid a

darle las gracias, tímidamente. –Yo creí que era usted mucho más viejo-

me dijo con su brusquedad simpática y distraída. Luego me lo encontré,

a los dos o tres años, tras el golpe de Estado, en la Carrera de San

Jerónimo. –Me han dicho que se interesa usted por el fascismo- me dijo

severamente. –Por éste de aquí no, -le contesté-, Por el de Italia, sí

(Giménez Caballero, 1985: 198).

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El libro se publicó en el mes de febrero. “Bastó un mes para mi fama”,

(Giménez Caballero, 1983: 6) mientras que al mes siguiente, en marzo de

1923, el autor se encontraba ya detenido en las prisiones militares. Nada más

consumarse el golpe de Estado del general Primo de Rivera, en septiembre, el

dictador comunica al abogado defensor de nuestro autor que le permitía

regresar a su puesto de lector en la Universidad de Estrasburgo, ya que “lo que

yo pedía en mi obra para Marruecos lo iba a realizar él” (Giménez Caballero,

1983: 6).

Tras elogiar al dictador y a su hijo José Antonio, escribe Giménez

Caballero:

En el libro había -hay- algunas irreverencias influidas por

un Pío Baroja y un Indalecio Prieto, mis ídolos. Pero lo que

suscitó fundamentalmente mi condena fue el Manifiesto final a las

juventudes ex combatientes de España al tornar de Marruecos,

que por el momento resultó incomprensible y revolucionario al ser

la primera proclama de lo que entonces germinaba en Europa

aunque yo lo desconociera: el nacionalismo social de antiguos

combatientes reunidos en haz. Mi anticipo clarividente de nuestra

guerra civil. (Giménez Caballero, 1983: 7).

Concluye nuestro autor subrayando que “fue como un prólogo todo ese

libro mío a mi Genio de España, el libro que resucitó el alma nacional y ganó

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una guerra que de otro modo hubiera terminado en un decimonónico

pronunciamiento militar” (Giménez Caballero, 1983: 7).

El primer bloque temático, como ya ha quedado apuntado, lleva el título

de “Notas de Campamento”. Tiene una extensión de veintiocho páginas e

incluye los siguientes subtítulos: “Desembarco”, “Diana”, “Tiritos”, “Cogiendo

higos”, “Kif y cigarrillos”, “La cantina”, “Noche de luna”, “Nuestro soldado

desconocido”, y “Nota funeral”.

El segundo se titula “Notas de hospital”. La extensión es de veintidós

páginas. Los títulos que componen este segundo bloque son: “Tormenta, “El

convoy”, “Un médico militar”, “Legionarios”, y “La monja de la 2ª”.

El tercero se llama “Un viaje en el Giralda”, esto es, en el yate oficial del

Alto Comisario en Marruecos10. La extensión es de nuevo de veintiocho

páginas. Incluye los siguientes títulos: “Río Martín”, “Travesía a Melilla”, “El

teatro Alcántara”, “El encanto de la Melilla vieja”, “Un paseo provinciano”, “Las

ruinas de Nador”, “Otra vez en el barco”, “Málaga”, y “Retorno”.

“Notas de Tetuán” se extiende durante treinta y dos páginas. Los

apartados que conforman este bloque temático son los siguientes: “Los

terrados”, “Lógica de sueño”, “Zoco”, “Perfumes”, “La sala de espera”, “Una

cofradía danza”, “Tamuda”, “Una oficina”, “El santo del Rey”, “Un hotel del

ensanche”, “Un limpiabotas”, “Noche de organillo” y “Los gatos”.

10 Téngase presente que la comunicación por tierra entre la zona de la Comandancia Militar de Ceuta y la de Melilla no fue posible hasta el sometimiento completo del territorio en 1927.

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El siguiente bloque temático se articula bajo el título de “La judería”.

Ocupa tan sólo dieciocho páginas y los títulos que lo componen son: “La casa

de un banquero”, “Hay un muerto en la calle”, “Una ramera” y “Romances

castellanos”.

El último bloque, titulado “Notas de otros lugares”, se extiende a lo largo

de veintiséis páginas. Los títulos que componen este bloque son: “Ceuta”, “San

Amaro”, “Palmera”, “Un moro loco”, “Xauen”, “Tánger”, y “Una visita a

Gibraltar”.

La narración culmina, como decíamos al principio, con una “Nota final en

Madrid”, que, a pesar de su breve extensión, -tan sólo tres páginas-, según lo

ya apuntado por el propio autor, constituyó el detonante de todas las

persecuciones del Gobierno dirigido por el conde de Romanones.

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2.1.2- PERSONAJES PRINCIPALES:

A pesar de la gran variedad de situaciones y lugares en los que se

redactan las Notas, intentaremos a lo largo de las siguientes páginas identificar

someramente aquellos personajes que nos resultan más relevantes tanto

desde el punto de vista de la propia narración como del contexto histórico de la

misma.

En primer lugar, en el propio Prólogo, aparecen los grandes nombres

intelectuales de la España de los años veinte: Américo Castro, Azorín,

Unamuno, Oteyza, Maeztu, Baroja o d’Ors. En segundo lugar, surgen una serie

de figuras políticas especialmente relevantes: el conde de Romanones, el

general Primo de Rivera, y su hijo José Antonio, Indalecio Prieto o Sáinz

Rodríguez. También se menciona, aunque sólo sea para indicar cómo escapa

a sus obligaciones militares, a Dámaso Alonso.

En las “Notas de Campamento”, los principales personajes que se

presentan al lector son los siguientes: el Mohamed: es el campesino rifeño por

antonomasia, celoso vigilante de un mísero huerto, incapaz de impedir que los

soldados hambrientos le roben los higos aprovechando el sopor de la siesta

(Giménez Caballero, 1983: 17); Juanito es el niño moro al que se recuerda con

afecto por haberles servido, al narrador y a sus compañeros de desdichas,

tantos vasos de té azucarado y perfumado con hojitas de menta (Giménez

Caballero, 1983: 25); Fernández: era un soldado alto, quijotesco, con una cara

pálida y sonriente, de dulzura semítica, muy modesto y tímido. En la defensa

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de Magán le acribillaron un ojo, desfigurándole la cara. Cargado en un mulo,

chorreando sangre, terminó Fernández su vida (Giménez Caballero, 1983: 33);

Santiago: es el señorito de provincias, jaranero, con el que el narrador

comparte todo tipo de juergas. Muere de tifus (Giménez Caballero, 1983: 34);

Pepe Díaz murió en la primavera y por un motivo romántico, dejando una

aureola luminosa de juventud, de simpatía y de ímpetu (Giménez Caballero,

1983: 35);

En el segundo bloque temático, “Notas de hospital”, los personajes

principales que podrían traerse a colación son los siguientes: los

convalecientes lastimosos: uno que ni tan siquiera nombre tiene, tan sólo un

número, el 58; un corneta moro, que gime sin descanso, José María, el

legionario (Giménez Caballero, 1983: 39); Don Eduardo, es un viejecito, médico

militar, que se ocupa con admirable devoción de atender a sus innumerables

pacientes. Ha sufrido la pérdida de una hija en la flor de la vida. Se refugia en

el trabajo para olvidar su propio dolor; se salva todavía gracias a la lectura y a

unos pocos ratos de conversación (Giménez Caballero, 1983: 44); el legionario

alemán que padeciendo una heredo-sífilis fatal, simula que ha sido un mulo el

que le ha dejado en ese estado de invalidez (Giménez Caballero, 1983: 50);

surgen también toda una serie de extranjeros que se han alistado en el Tercio

de la Legión: así, americanos, portugueses, checoslovacos, (Giménez

Caballero, 1983: 51). Millán Astray aparece sin ser nombrado, en una escena

propia de su carácter impulsivo (Giménez Caballero, 1983: 53); la monja de la

2ª, es una monja anciana, de continente claro y positivo que, cuando los

médicos ya habían desahuciado a un pobre herido, se pasa las noches y los

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días rezando a los pies de la cama del moribundo, quien, a los pocos día se

recupera por completo (Giménez Caballero, 1983: 57).

En “Un viaje en el Giralda”, esto es, a lo largo del bloque temático

basado en las notas tomadas por Giménez Caballero a bordo del yate oficial

del Alto Comisario en Marruecos, en el que, ante la imposibilidad de

desplazarse por tierra entre las dos zonas del protectorado, el general Dámaso

Berenguer navegaba de Ceuta, o el puerto de Tetuán, en Río Martín, a Melilla,

y viceversa, el narrador presenta los siguientes personajes que hemos

considerado dignos de mención: el Alto Comisario, general Berenguer, con “su

cara de tártaro” (Giménez Caballero, 1983: 64); el asistente del general, un

galleguito llamado Pacífico, “nombre paradójico para servidor de un general”

(Giménez Caballero, 1983: 64); una dama de la Cruz Roja, “siempre

compuesta y empolvada, con su traje de primera comunión y pareciendo

esperar siempre el “clas” de una fotografía ante unos enfermos hechos de

encargo”, (Giménez Caballero, 1983: 69); el portero o conserje del pabellón

contiguo a la residencia oficial del Alto Comisario, con el que el narrador

intercambia opiniones y ácidas críticas a la incompetencia militar que provocó

los acontecimientos de julio de 1921 (Giménez Caballero, 1983: 71); un

egipcio, hach, esto es, un musulmán que ha realizado al menos una vez en su

vida la preceptiva peregrinación a La Meca, enfermo y cansado, antiguo oficial

de Regulares, relativamente ilustrado, con el que el narrador, en una travesía

desde Melilla a Málaga, y de allí a Tetuán, intercambia diversas opiniones

sobre Marruecos, España y Europa (Giménez Caballero, 1983: 79).

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En el capítulo “Notas de Tetuán”, podrían destacarse los siguientes

personajes: una muchacha descalza y temblorosa, vestida con una simple

túnica ceñida a su cintura, que entra en trance al ritmo de los tambores:

Se arrimó al muro de la casa sagrada y, sin esperar a más,

comenzó a bailar una danza desencajada, brutal, en la que, sin

separar un hombro de la pared, ni los pies del suelo, sacudía todo

su dorso convulsivamente, su cabeza y sus brazos”, (Giménez

Caballero, 1983: 94);

El encantador de serpientes que “tiene una cara bestial, feroz,

acentuando este aspecto su cabellera larga y enmarañada, que arranca desde

la mitad de la cabeza hacia atrás”, (Giménez Caballero, 1983: 98); un teniente-

coronel de Caballería, ayudante del general Berenguer, risueño y gordinflón,

aficionado a la Historia y a la arqueología, que es el encargado de mostrar las

ruinas de Hamuda cuando hay visitantes ilustres (Giménez Caballero, 1983:

108); un chiquillo lleno de gracia, oriundo de Vilches, limpiabotas que “maneja

el cepillo con esa soltura de los maestros en el arte, que consiste en hacerlo

brincar de mano en mano, con cierto ritmo, y acompañándolo de un golpe seco

en la palma que lo recibe”.( Giménez Caballero, 1983: 121).

En el bloque temático titulado “La judería”, podríamos señalar los

siguientes personajes: una ramera, “moza equívoca… semejante a esas

criadas madrileñas que van dando barquinazos por los burdeles”, (Giménez

Caballero, 1983: 138); una vieja judía, llamada Ister, que es la última que

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todavía recita los viejos romances castellanos, antigua celestina, “está ya

paralítica, ya no puede trotar por las calles, entrar en las casas, vender sus

randas y brocados con el billete de amor o el filtro mágico entre ellos”,

(Giménez Caballero, 1983: 140).

Por último, los personajes que destacamos del capítulo “Notas de otros

lugares”, son los siguientes: la mora Ramona, propietaria de una cantina

situada extramuros, viuda de un oficial de Regulares (Giménez Caballero,

1983: 155); un moro, llamado Hamido, antiguo sargento también de Regulares,

enloquecido por haber perdido a su mujer y a sus hijos (Giménez Caballero,

1983: 158); y, por fin, un moro espía al servicio de los españoles, que se lanza

en Tánger a una vida alegre y disipada, nacido en Trípoli, “hombre fino, pulcro,

de puro perfil griego, vestido a la europea, tocaba su cabeza con un fez o

chechía”, (Giménez Caballero, 1983: 171).

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2.1.3- TEMAS PRINCIPALES:

El tema principal de la narración de Giménez Caballero consiste en la

exposición de una serie de experiencias personales, y de sus correspondientes

repercusiones, adquiridas durante la prestación del servicio militar en África.

Para comprender las razones por las que el autor se incorpora al ejército, hay

que tener en cuenta, en primer lugar, que Giménez Caballero, perteneciente a

una familia que gozaba de un cierto desahogo económico, nunca hubiera sido

llamado a filas si no hubiese ocurrido el Desastre de Annual. En efecto, el pago

de una cuota le había eximido de ese servicio, permitiéndole iniciar una carrera

dentro del mundo académico, en la que luego sería la primera cátedra de

español de la Universidad de Estrasburgo. En segundo lugar, como

consecuencia directa de ese descalabro militar, el Gobierno de Romanones, a

iniciativa del Vizconde de Eza, Ministro de la Guerra, anula las exenciones

procediendo al llamamiento masivo de todos los efectivos disponibles.

Como consecuencia directa de esas experiencias adquiridas sobre el

terreno, destaca también el tema de la incompetencia de las autoridades

militares y del desentendimiento de las civiles, responsables conjunta y

solidariamente del origen y de las consecuencias del Desastre de Annual.

En este sentido, son especialmente ilustrativos los comentarios del

narrador cuando charlando con el conserje o portero de la residencia en Melilla

del Alto Comisario, analiza las causas y las responsabilidades de la situación

que vive España en el Protectorado. Describe el narrador:

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Hablamos de los sucesos de julio. Todos ellos, como es

natural, los padecieron. Con verdadero interés escucho sus

pintorescas y fidedignas descripciones. Cómo fue llegando la ola

del desastre, esa descarga eléctrica que galvanizaba las

guarniciones. Por todas partes aparecían fugitivos. Yo me lo

imagino. Debió ser un fenómeno horrible de pánico, de ansia

irracional de huir, sin saber porqué ni adónde, algo igual a ese

fenómeno contrario en los que las multitudes, los ejércitos, se

sienten invadidos por una embriaguez de empuje, de arrollar al

adversario. Se cuenta del soldado que venía loco, corriendo, a

otra posición ya desmoralizada y presta a escapar, y matando al

oficial que había alcanzado un caballo, se montaba en la bestia

para salir galopando sin dirección y caer al poco rato en manos

de los moros. (Giménez Caballero, 1983: 71).

El tema de las responsabilidades es abordado de manera directa

especialmente en la descripción de una de las siniestras oficinas en las que se

llevan a cabo las tareas de la administración militar. También se expone con

toda la crudeza posible la inutilidad del ejército y de toda su organización.

El narrador nos relata cómo se archivan negligentemente los

expedientes que con un esfuerzo arduo va elaborando el general Picasso:

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Zaquizamí moruno, largo y estrecho, dando a un patio.

Calor, angostura e irritación… Cuatro mecanógrafos que se

tocan casi con los codos. Tic, tac; tic, tac, desesperante en tan

poco espacio. Dos escribientes de Oficinas militares que

vociferan y se irritan por todo. El uno encarpeta papeles y los va

colocando, un poco a la aventura, en una estantería

desvencijada, la cual ocupa el mayor sitio de la estancia. Un

hombre frailuno, torvo, seminarista fracasado y en el que

germinaron todos los brotes cobardes del hombre condenado a

aguantar malos tratos y prohibiciones. Su rostro parece un tratado

de las pasiones podridas. El otro es un fantoche, alto, esmirriado,

seco, destartalado, todo ira y bigotes, y que sigue en el mundo

por la ilusión de reventar a un inferior. (Giménez Caballero, 1983:

111).

La incompetencia y la corrupción generalizadas, que condujeron al

Desastre de Annual, ocupan un espacio propio de especial relieve. Así, en la

“Nota final en Madrid”, el narrador exhorta a los propios soldados, compañeros

repatriados y por repatriar, a denunciar todos los excesos cometidos por los

mandos y oficiales: “Intervenir en la depuración de las responsabilidades, no

sólo de las antiguas, que motivaron esta campaña, sino de las recientes, de los

mil errores y canalladas que hemos visto.” (Giménez Caballero, 1983: 186).

La incompetencia del estamento militar se pone de relieve una y otra vez

a lo largo del texto. A título de ejemplo, citaremos los siguientes casos:

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Ya que no hay otro heroísmo en puertas, se dedican al del

juego. Aunque el juego no sea propiamente un heroísmo. Yo le

tengo por una masturbación del heroísmo. Esta inactividad, esta

infecundidad de los jefes –quizás como consecuencia de otras

más profundas- repercute en nosotros. Yo pienso muchas veces

lo que un millar, más de un millar de hombres, sujetos a una

disciplina severa como la militar, podríamos hacer aquí. (Giménez

Caballero, 1983: 28);

Hoy por hoy, Tamuda, como la carretera de Chefchauen,

como la luz eléctrica; que sólo se enciende una vez al año, no

pasan de ser unos laudables “especímenes” para justificar a la

galería el gasto ingente de los millones que llegan a África.

(Giménez Caballero, 1983: 110);

¡Qué negligencia para una cosa tan seria como debía ser

esa suma de responsabilidades! Pero en el fondo tiene que ser

así. Si no hubiera habido negligencia, las defensas de Annual

hubieran funcionado. Al funcionar, no hubiera ocurrido el

desastre, no hubiera habido responsabilidades, no hubiera habido

expediente Picasso. (Giménez Caballero, 1983: 112);

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La high-life de Tetuán está reputada como muy divertida.

Ya lo creo, tan divertida que es una comedia. (Giménez

Caballero, 1983: 115);

Dicen que la guerra no se termina por culpa de los militares

y sus pluses de campaña, y la pequeña importancia social que

adquieren vistiéndose esos uniformes ingleses que han visto en

las películas y en el Nuevo Mundo hace dos años (uniformes que

son ingleses porque han sido derrotados los alemanes, como dice

Baroja). (Giménez Caballero, 1983: 117-118);

No han sido las balas lo que ha causado nuestras mayores

bajas. Nuestra incuria, en todos los órdenes, sí, muchas.

(Giménez Caballero, 1983: 139);

La guerra actual, ésta que sostenemos hace meses y en la

que se nos consume, poco a poco, el oro allegado durante la gran

contienda europea… (Giménez Caballero, 1983: 173).

La vida cotidiana en el ejército es otro de los asuntos principales. Las

primeras páginas de la narración, nada más ocuparse de la llegada a

Marruecos, se centran en retratar no tanto las condiciones materiales dentro de

los acuartelamientos en el Protectorado como las impresiones que esas

mismas circunstancias provocan en el narrador.

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Así, en el capítulo titulado “Diana”, Giménez Caballero presenta al lector

la dureza en la que los soldados españoles prestaban el servicio militar,

condiciones añadidas de por sí al peligro constante representado por un

enemigo escurridizo y a veces omnipresente:

La fatiga, el duro lecho, los insectos nocturnos y otras molestias

han impedido conciliar el sueño hasta el amanecer. La imperativa

llamada viene a torturar, pues, a este sueño recién nacido. Únase a esto

la desagradable y áspera perspectiva que nos enseña el día entrante,

con sus listas, formaciones, trabajos y sudores, para que el toque

auroral resulte antipático. (Giménez Caballero, 1983: 13).

Las sensaciones que esas circunstancias penosas provocan en el

narrador adquieren a veces tonos dramáticos aunque sea envueltos en

expresiones ciertamente poéticas: “Hay noches en que las piedras están más

duras que otras veces.” (Giménez Caballero, 1983: 27).

El combate, y por tanto los peligros directos que conlleva, no se refleja

prácticamente a lo largo de la narración. En uno de los capítulos “Tiritos”, el

narrador se refiere a un episodio bélico con un distanciamiento tal que

desprecia en la práctica el peligro real que ha supuesto el enfrentarse a una

emboscada enemiga. “Es la madrugada. Completamente inquietos nos

incorporamos, sin que este movimiento, que sale tan unánime, haya sido

mandado por jefe alguno” (Giménez Caballero, 1983: 15). El lector descubrirá

al fin que el único cuerpo que aparece entre las alambradas defensivas cuando

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el sol se levanta es el de un pacífico borrico que, “paciendo en la noche cerca

de la alambrada, exaltó la calenturienta y bélica imaginación de los vigilantes”

(Giménez Caballero, 1983: 15), pero desafiando la puntería de los fieros

defensores, no aparece muerto, como sería previsible visto el gran número de

disparos, sino mordisqueando todavía hierbajos.

Otro de los asuntos que juegan un papel preponderante dentro de la

narración es el de la muerte y desaparición física de los compañeros de armas

del narrador. Un capítulo específico, titulado “Nuestro soldado desconocido”, se

centra en esta temática. Toda una serie de frases lapidarias introducen al lector

en el absurdo dramatismo que supone la pérdida de tantas vidas jóvenes: “Ya

que nuestra piedad nacional no le honre nunca, probablemente, dediquémosle

los compañeros un recuerdo, por lo menos”; “Recordemos, recordemos a

nuestro soldado desconocido, a quien todos conocemos.” (Giménez Caballero,

1983: 29). Asimismo, en otro capítulo especialmente dramático, titulado “Nota

funeral”, se prosigue en el mismo tono trágico: “Quiero evocar alguno de los

amigos que no vuelven conmigo a España. Sean estos recuerdos una piadosa

flor que en su sepultura dejo antes de partir de la tierra donde cayeron.”

(Giménez Caballero, 1983: 33). A lo largo de las siguientes páginas el narrador

evoca a los personajes de carne y hueso que han dejado la vida en Marruecos

y de los que ya nos ocupamos cuando mencionamos los principales personajes

de la narración.

El tema de la muerte en algunas ocasiones adquiere tintes fatalistas y

resignados:

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El mejor bien que se le puede hacer a uno de estos pobrecitos, a

uno de estos soldados infrahumanos, deleznables, que no les queda

más que sufrimiento, enfermedad y miseria toda su vida, es dejarlos,

piadosamente, que se mueran de un modo dulce, bajo el rezo de la

hermana de la Caridad, que les incita a pensar en la madre y a besar un

crucifijo. (Giménez Caballero, 1983: 45).

El exotismo orientalista juega un papel relevante dentro de la narración.

Por una parte, sirve para situar eficazmente la lejanía física de los hechos que

se narran dentro del relato, y por tanto, la falta de interés que para la acción

política y militar de España, en circunstancias normales, hubieran representado

los territorios teóricamente sometidos dentro del Protectorado, por otra parte,

pone de manifiesto el interés del narrador hacia una cultura lejana y diferente

de la propia, comparándola asimismo con otra muy distinta a la suya, como es

la recién descubierta en Estrasburgo.

Ese exotismo se pone de relieve, por ejemplo, al describir las danzas

rituales de una secta a las puertas de una “sauía”, que ya ha sido

oportunamente mencionada. También es el caso de la descripción detallada del

zoco, y sobre todo del encantador de serpientes, al que también ya se ha

aludido. En otra ocasión ese exotismo alcanza proporciones todavía más

descarnadas cuando el narrador describe los ritos de una secta en el capítulo

titulado “Una cofradía danza”. La descripción nos recuerda a los ritos que

todavía hoy en día practican los chiíes en Kerbala:

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Apenas el muchacho la tuvo (el hacha) en la mano adoróla, un

momento, intensamente, y, en seguida, dio principio a la ceremonia de

abrirse la cabeza lentamente, con golpes rítmicos y sin dejar de bailar la

sagrada danza. (Giménez Caballero, 1983: 106).

Otro de los grandes temas del relato es la preocupación del narrador

hacia cuestiones de índole cultural. Ya se ha mencionado el caso de las

excavaciones de Hamuda, que Giménez Caballero presenta no sin una cierta

ironía.

Mención más detenida merece el caso de los viejos romances

castellanos que a pesar de los siglos han pervivido en la memoria colectiva de

las judías de Xauen y, en mucha menor medida, de Tetuán. El narrador nos

presenta a la anciana tetuaní:

Está vestida como un dibujo bíblico. El pañuelo o merma ceñido

por la frente, rodeando la cabeza, como nuestras porteras se lo ponen;

una saya amplia y un blusón holgado. Su nombre es Macni. Macni ha

corrido mucho. Ha estado en Alejandría, en Turquía, quién sabe dónde

más, ya no se acuerda… Ya se interrumpe, a lo mejor, en la mitad de

una conseja, haciendo esfuerzos por detener el recuerdo que se

desmorona. Ya ignora un verso del cantar que tararea o le cambia la

asonancia absurdamente. Un cuántar, un cuantarsito, de los que recita

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Macni es nada menos que un romance castellano, alguno, de los viejos.

(Giménez Caballero, 1983: 141).

Estos romances de la anciana Macni fueron recogidos oportunamente

por don Manuel Manrique de Lara11. Sin embargo, los romances orales de las

viejas sefardíes de Xauen no habían sido nunca objeto de una trascripción. Nos

dice el narrador:

Los romances de las viejas de Xauen, de las hebreas xexuaníes,

estaban sin recoger. Las circunstancias han permitido que yo los

trascriba de los labios de la única vieja que aún puede recitarlos, la

anciana Ister. Fueron unos sesenta y tantos. Con mucho gusto copiaré

uno, de los más extraños y típicos. Uno que debe aludir a una escena de

hambre en algún sitio de guerra, a una escena de espeluznante

antropofagia, como las ha debido haber en la Rusia actual. (Giménez

Caballero, 1983: 142).

A continuación el autor trascribe el romance de tremendo contenido que

comienza “Y una madre comía vivo y a su hixo el más querido”.

Para concluir este apartado nos referiremos a otros de los temas que, a

nuestro juicio, adquieren un carácter fundamental en la narración de Giménez

Caballero. Ya hemos mencionado muy de pasada, al referirnos al Prólogo, el

evidente carácter totalitario del autor, que se pone de manifiesto a lo largo de

11 El músico Manuel Manrique de Lara, capitán de la Armada, fue autor de la trascripción de los romances orales de los judíos sefardíes de la zona de Tetuán. Fueron recogidos en 1911. Con anterioridad Menéndez Pidal le había solicitado que transcribiese los romances orales castellanos.

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las páginas de ésta y de muchas otras de sus obras. Así, señalábamos cómo el

autor renegaba de ciertas influencias de juventud claramente nefastas desde

su propia perspectiva política: Indalecio Prieto y Pío Baroja. Por otra parte, en

la “Nota final en Madrid”, el narrador se interroga sobre lo que se debería hacer

a raíz del Desastre de Annual y del regreso a España de los soldados

destinados en Marruecos: “¿Qué hemos hecho? Y sobre todo, ¿qué debemos

hacer ahora?” (Giménez Caballero, 1983: 185).

Como no podía ser de otra manera, el texto contiene toda una

serie de referencias personales del autor. Así, el lector descubre el desahogo

económico del que disfrutaba Giménez Caballero: “Nosotros, pues, quedamos

libres de servicio, y yo lo aprovecho para alquilar un automóvil y visitar Nador.”

(Giménez Caballero, 1983: 75). La influencia de la cultura francesa sobre el

autor es más que evidente, quedando de relieve, no sin cierta ironía, en el

siguiente pasaje: “Es nada menos que una excavación arqueológica fort

intéressant, que diremos los franceses.” (Giménez Caballero, 1983: 108).

También se emplea, con toda naturalidad, la expresión “savoir vivre” (Giménez

Caballero, 1983: 133). En el capítulo sobre la excursión a Tánger se mantiene

toda una conversación en francés (Giménez Caballero, 1983: 173-174).

Giménez Caballero, en la “Nota final en Madrid”, ofrece algunas claves

de su propia vida personal. Así, el lector descubre el ambiente familiar del autor

(Giménez Caballero, 1983: 185) al mismo tiempo que se reiteran las profundas

convicciones patrióticas del mismo mediante una exhortación final a la acción:

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Nosotros, que hemos presenciado de cerca la vergüenza de un

ejército numeroso, impotente ante una turba de salvajes,… nosotros,

que estuvimos unidos tantos meses por un acto de honor ante lo de

Annual, no nos desunamos ahora. (Giménez Caballero, 1983: 186).

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2.1.4- TÉCNICA Y ESTILO:

En la narración de Giménez Caballero aparece constantemente un

narrador en primera persona que, en no pocas ocasiones, se transforma en la

primera persona del plural. Ya desde las primeras páginas observamos ese

empleo: “Mientras uno a uno descendemos del vapor…”; Por grupos

comenzamos a caminar…; Tenemos hambre y sed…” (Giménez Caballero,

1983: 11).

El autor recurre a un lenguaje directo, cortante, casi seco,

cinematográfico para describir tanto sus impresiones personales como las

circunstancias en las que se desarrolla el relato. La concisión fotográfica queda

de relieve en numerosas ocasiones. Citemos, por ejemplo, el siguiente ejemplo:

El sol ha salido ya, claro y radiante, del mar; Los altos montes se

recortan precisos en el cielo azul, donde todavía queda un resto

traslúcido de luna. Por la ladera desciende un pastor de indumentaria

bíblica, con sus ternerillas a beber en el río (Giménez Caballero, 1983:

14).

La riqueza cromática se repite constantemente, arrastrando eficazmente

al lector a un espacio exótico inundado por la luz:

El campo está hermoso. Se siente inminente la primavera; una

primavera turbulenta y rápida. La tarde cae, inmensa, tarde de Sur,

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llenando el espacio de sombras violetas, sonrosadas y malvas, que

funden a los ásperos montes entre sí… (Giménez Caballero, 1983: 61).

Otro ejemplo es el siguiente: “Calor, mal olor, estrechez. Frases

envenenadas. Gritos, órdenes. Arbitrariedades. Y por dos ventanas, un trozo

pálido y sereno de cielo, donde los ojos se posan buscando una liberación.”

(Giménez Caballero, 1983: 113).

El lenguaje contribuye poderosamente a incrementar la sensación de

exotismo del relato. En numerosas ocasiones, se recurre a palabras arcaicas o

llenas de connotaciones islámicas. De esta manera, por ejemplo, en una sola

página se reúnen las siguientes palabras: “mozallón”, “bakkales”, “cordobanes”,

“zaragüelles” y “zabulas” (Giménez Caballero, 1983: 99).

El autor emplea metáforas e imágenes, en ciertas ocasiones muy de los

años veinte, que transmiten eficazmente las sensaciones de carácter personal:

“Contemplar así el zoco, es como haber tomado una localidad en un sueño

hermoso.” (Giménez Caballero, 1983: 100).

En otra ocasión se describe una melodía de la siguiente manera: “Los

hombres han roto a cantar una salmodia, ronca y triste, que se eleva por las

altas paredes como un humo melancólico.” En la misma página, la imagen se

hace aún más atrevida: “En todos los agujeros de la calle han aparecido

cabezas, con un efecto de reloj de cuco.” (Giménez Caballero, 1983: 136).

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Una característica particular del lenguaje de Giménez Caballero consiste

en la repetición de sustantivos y de adjetivos, en series de dos y de tres. Así,

podemos citar toda una serie de ejemplos:

…un espeso gusto en hacinar espejos, molduras, lámparas

complicadas. Se notaba una ausencia de sobriedad, de medida, de

equilibrio… era lujo, asiatismo, lo que había guiado la elección del

mobiliario… el cachivache de relumbrón, barato, grosero. (Giménez

Caballero, 1983: 133).

La estación del año se describe de esta manera: “…sus promesas de un

invierno suave, sedante, casi primaveral.” (Giménez Caballero, 1983: 151). Al

igual que un paisaje: “Breñas, zarzales, nopales.” (Giménez Caballero, 1983:

153). La palmera se retrata en una noche “tan azul y regia”, como “una reina,

una princesa de Saba,… en busca de la sabiduría o del amor.” (Giménez

Caballero, 1983: 154).

En otra ocasión, siempre con las mismas pautas, leemos una

descripción de una persona: “Tenía una figura maciza, poderosa. Su rostro era

ancho, dilatado, inquisitivo; un rostro de hombre de negocios, de hombre de

presa.” (Giménez Caballero, 1983: 134).

De igual manera, se describe la dejadez de la iniciativa privada: “…se

podía esperar de las iniciativas individuales, privadas, de empresas

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particulares. Una organización amplia, higiénica, numerosa, sería un gran

negocio.” (Giménez Caballero, 1983: 139).

Por último, indicaremos que las reiteraciones se multiplican

excesivamente en algunas ocasiones para acentuar el carácter de marcha

militar del relato: “El triunfo de la bravura y la belleza, de la Verdad y la

Justicia.” (Giménez Caballero, 1983: 144). En otra ocasión se señala: “los

romances son caballerescos, amatorios, burlescos, líricos…” (Giménez

Caballero, 1983: 145). Asimismo, se describe a las mujeres sin velo: “¡caras

tumefactas, verdosas, podridas, descompuestas!”, y a sus hijos: “…estos tíos

tan bestias, tan ágiles y duros.” (Giménez Caballero, 1983: 156). De un moro

se indica: “Era esbelto, arrogante, fuerte.” (Giménez Caballero, 1983: 157).

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2.2- “EL BLOCAO”, DE JOSÉ DÍAZ-FERNÁNDEZ (1928):

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José Díaz-Fernández (1898-1941) nació en Aldea del Obispo,

Salamanca. Estudió Derecho en Oviedo, donde comenzó su labor periodística

en el periódico asturiano “El Noroeste”. En 1921, tras el desastre de Annual, es

llamado a filas, permaneciendo en las fortificaciones de la zona de Tetuán y de

Beni Arós hasta agosto de 1922.

Su primera novela data de 1923, “El ídolo roto”. A partir de 1925 trabaja

en la redacción del diario “El Sol”, de Madrid y colabora con la “Revista de

Occidente”, dando inicio a su carrera política. En 1927 fue cofundador de la

editorial “Ediciones Oriente”, dedicada fundamentalmente a la traducción y

publicación de las grandes obras de la literatura europea de aquellos tiempos.

Díaz-Fernández alcanza el éxito literario definitivo con la publicación de “El

blocao”, en 1928.

Durante los últimos días de la monarquía, su activismo republicano le

valió una condena de tres meses de cárcel y otros ocho meses de destierro,

que cumplió en Lisboa, donde escribió su tercera novela “La Venus mecánica”,

publicada en 1929.

Desde 1930 fue codirector de la revista quincenal “Nueva España”, que

luego sería semanal, donde se dieron cita los principales escritores de la

izquierda inmediatamente anterior a la proclamación de la República.

Ese mismo año publica una serie de ensayos sobre la crisis de la

vanguardia artística y el compromiso social necesario para hacer de los

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escritores un instrumento de cambio social, bajo el título “El nuevo

romanticismo. Polémica de arte, política y literatura”.

Participa en el levantamiento republicano de Jaca y publica en 1931

“Vida de Fermín Galán”. Es elegido diputado por Asturias dentro de las filas del

Partido Radical-Socialista, siendo inmediatamente después nombrado

Secretario Político del Ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés.

En 1936 es reelegido Diputado, esta vez en las filas del partido de

Manuel Azaña, Acción Republicana. Durante la guerra ocupará varios altos

cargos dentro de la sección de prensa del Ministerio de Estado (Asuntos

Exteriores).

Al concluir la Guerra Civil se exilió en Francia junto con su mujer y su

hija. Fue internado en un campo de concentración hasta 1941. Al salir de esa

reclusión intenta emigrar a Cuba, muriendo sin embargo en Toulouse,

prácticamente de inanición.

“El blocao” es una novela que demuestra la apuesta decidida de su autor

hacia las nuevas formas expresivas. Díaz-Fernández reniega de las formas

tradicionales de la novela concentrándose en un esfuerzo narrativo dentro de

unos límites eminentemente vanguardistas.

La novela de Díaz-Fernández fue acogida por la crítica con una enorme

simpatía. En la edición de Turner, Víctor Fuentes ha tenido el acierto de incluir

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no pocas valoraciones muy positivas sobre esta obra, firmadas desde Luis de

Tapias, en “La Libertad”, hasta Gómez de Baquero, en “El Sol”, Luis Calvo en

“ABC”, pasando por Ramón Pérez de Ayala o Luis de Oteyza. Reproduciremos

los comentarios de éste:

Y a más de todo esto –limpio estilo, amenidad en el relato, interés

siempre reciente y emoción jamás disminuida-, a más de todo esto, que

es sólo literatura, hay algo superior a los méritos literarios en este libro

admirable, tanto por su forma como por su fondo. El autor de El blocao

se inspiró para escribir su obra, en la guerra, en la práctica de la

“grandeza y servidumbres militares”, atendiendo mejor a la servidumbre

que a la grandeza. Y ello ya está bien, pues verdaderamente –y, a la

verdad, ha de honrar primero el fiel narrador- en las empresas guerreras

es tan real la servidumbre cual la grandeza fingida. Pero aún hay algo

mejor entre las páginas de la obra que alabo: ternura. El sentimiento

más noble del hombre hacia la condición humana. Y ese sentimiento

¡qué bien nace en el espíritu de Díaz-Fernández y qué bien brota de su

pensamiento! No canta al soldado que corre feroz contra el enemigo, ni

al que desfila en arrogante formación siquiera, sino al que se arrastra

rendido por el peso del equipo y de las armas. Rasgos así denotan una

sensibilidad refinada, opuesta por completo a las groseras que laten a

compás de los clarines o que se estremecen al estrépito de los cañones

(Díaz-Fernández, 1998: 131).

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Enmarcadas en similares postulados aparecen muchas otras opiniones

contemporáneas sobre la obra de Díaz-Fernández. Una de las más recientes,

la de Ana Rueda, señala expresamente que “la vertiente que subraya el

compromiso político de la novela social se ha considerado, de modo no

descaminado, una posición ideológica opuesta a la orientalista, que en su

manifestación extrema se desentiende del conflicto bélico para fabular sobre

amoríos africanos y escenarios que parecen sacados de las Mil y Una noches.

De esta manera, Ana Rueda añade lo siguiente:

El Blocao (1928) de José Díaz Fernández se estudia

normalmente como novela vanguardista, por su novedosa estructura

compuesta a base de una secuencia de relatos y como novela social,

por el mensaje anti-bélico que sugiere el escepticismo del soldado ante

una guerra sin sentido. Pero hay más: la novela deja traslucir toques

exoticistas, como por ejemplo, el tratamiento de la joven mora, difíciles

de encajar ideológicamente con la postura anti-colonialista que la novela

parece defender. La presencia de este “orientalismo” (…) revela que la

novela social es una categoría porosa que puede amalgamarse (Rueda:

2005: 177).

En la misma línea, Rueda defiende que nos encontramos ante una serie

de consideraciones de carácter humanístico, esto es, de carácter anti-bélico,

que se centran en la dura condición del soldado y sus extremas condiciones de

vida provocadas por la desidia y la corrupción de la clase política y de las

castas militares, que se juntan con enfoques políticos de muy diversa índole,

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que en el caso de Díaz-Fernández se enmarcan claramente en la necesidad

imperiosa de provocar una revolución proletaria que ponga fin a los abusos de

la guerra colonialista.

Antes de acabar este apartado, hemos de recordar que otro de los

grandes escritores que nos ocupa, Ramón J. Sender, se refiere, en no pocas

ocasiones, al que fuera compañero de redacción del periódico Díaz-Fernández.

Por ejemplo, recuerda que los dos escritores frecuentaban la misma tertulia

presidida por el gran y célebre Valle-Inclán en la granja El Henar. También

acudía a esta misma tertulia el poeta León Felipe, junto con otros escritores

como Luis Bello, o el escritor de la revolución mexicana Martín Luis Guzmán, y

en ocasiones, el militar Millán Astray, del que luego tendremos ocasión de

ocuparnos como mucho detenimiento, quien, según relata Jesús Vived Mairal,

el futuro fundador de la legión admiraba al autor de los Esperpentos, y además

contaba a los contertulios todo tipo de secretos militares. El caso fue que Díaz-

Fernández fue recordado en la tertulia, a raíz de una aparición del poeta Rafael

Alberti, que había recibido de nuestro autor una sonora bofetada.

Cuenta también que hubo una fiesta de homenaje a Díaz-Fernández en

la redacción del periódico El Sol. Ocurrió el día dieciocho de abril de 1927. Se

celebró, sobre todo, el éxito literario en un concurso de cuentos convocado por

El imparcial. “El día 23 de julio de 1928, el propio Díaz-Fernández, fue

homenajeado en un banquete en la terraza del Hotel Nacional para celebrar su

triunfo con El blocao, (Vived Mairal, 2002: 158). Recuerda Sender que además

de muchos escritores, asistieron también muchos políticos de la izquierda

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comprometida. En esa ocasión tomó la palabra, entre otros muchos, Ramón

Gómez de la Serna, para alabar la calidad literaria de la obra recién publicada.

Parece ser que aunque no asistieron personalmente al banquete, firmaron la

convocatoria de homenaje, personalidades tan ilustres en esa época como

Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala o Francisco Ayala.

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2.2.1- ESTRUCTURA:

La novela se articula en torno de una serie de relatos aparentemente

inconexos cuyo nexo de unión no es otro que la narración de las miserias y

peripecias de los soldados obligados a combatir en un territorio extraño a unos

enemigos con los que comparten más de lo que aparentemente el lector podría

pensar en un primer momento, en defensa de unos intereses que les resultan

completamente ajenos.

La guerra, o mejor, el enfrentamiento con una sociedad que se limita a

defender su propia tierra frente al invasor español, se hace omnipresente a lo

largo de las páginas del relato. El autor plantea, asimismo, los principales

temas humanos y sociales de la época: las desigualdades económicas y

culturales, la explotación de los hombres en pro de un sistema económico que

sólo busca perpetuar en el poder político a una minoría satisfecha, el

enfrentamiento entre los pueblos como elemento de subyugación imperialista

por parte de las clases dirigentes que se apoyan en el ejército y en las

confesiones religiosas.

La narración se articula, por tanto, en torno a siete capítulos

prácticamente independientes, en los que se demuestra cómo esa guerra, al

igual que todas las demás, embrutece a quienes participan en ella, sin

excepción, a todos y cada uno de los implicados en la gran farsa. Se ha dicho

muy acertadamente que sus víctimas no son tanto los muertos como los

supervivientes. De hecho, el propio Díaz-Fernández recurre a una metáfora

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que resume perfectamente esta idea: somos “cadáveres verticales, movidos

por un oscuro mecanismo”, (Díaz-Fernández, 1998: 36), según también señala

José Esteban; de la misma manera, ya en el primer capítulo el lector descubre

una sentencia premonitoria: “algo así como estar vivo y metido en una caja de

muerto” (Díaz-Fernández, 1998: 33).

Teniendo en cuenta tanto su peculiar estructura como el recurso a

elementos claramente vanguardistas, se ha discutido si la narración puede

definirse como una auténtica novela. De hecho, el propio autor sale al paso de

este espinoso asunto y aclara que su obra, desde una perspectiva

decididamente futurista, lo único que hace es adaptarse al cambio de las

formas vitales. Dice Díaz-Fernández: “Vivimos una vida sintética y veloz,

maquinista y democrática. Rechazo por eso la novela tradicional”.

Añade el autor:

Yo quise hacer una novela sin otra unidad que la atmósfera que

sostiene a los episodios. El argumento clásico está sustituido por la

dramática trayectoria de la guerra, así como el personaje, por su misma

impersonalidad quiere ser el soldado español.

Conviene también subrayar que el autor refuerza el evidente carácter

autobiográfico de lo narrado al indicar que “pretendo interesar al lector de modo

distinto al conocido: es decir, metiéndolo en un mundo opaco y trágico, sin

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héroes, sin grandes individualidades, tal y como yo sentí el Marruecos de

entonces”.

Por otra parte, José Esteban ha insistido muy acertadamente en poner

de relieve una serie de elementos que refuerzan, más si cabe, el carácter

novelesco del relato que nos ocupa. Así, señala como hilo conductor de toda la

narración “el yo del autor mismo, a veces silencioso pero siempre presente en

todos y cada uno de los episodios y una estructura común entre las diferentes

historias”.

Se ha insistido en que en “El blocao” se dan cita influencias

evidentísimas de determinados escritores defensores de la libertad del

individuo como bien absoluto. Se ha citado expresamente a Gorki y a

Remarque, en opinión que compartimos.

También se ha señalado acertadamente que la importancia de esta

novela radica precisamente en haber sido capaz de acabar de una vez por

todas con la inconsistencia social típica de la novela deshumanizada y

vanguardista para llevar el relato a un terreno mucho más firme resultado de

las tensiones políticas y sociales de su época.

La ideología del autor queda todavía más de relieve en uno de los

capítulos, “Magdalena roja”, en la que se pone de manifiesto la apuesta por la

implicación política como motor que impulse cambios en una sociedad

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eminentemente corrompida, como lo era la de los últimos años del reinado de

Alfonso XIII.

El primer capítulo se titula “El blocao”. El asunto principal es la ausencia

completa de expectativas dentro del recinto cerrado de la fortificación perdida

en medio de un territorio hostil. El tedio se hace insoportable. La llegada del

relevo es aguardada por parte de todos, soldados y oficiales, como un

momento lejanísimo que alcanza prácticamente dimensiones míticas.

El segundo capítulo, “El reloj”, retrata sobre todo la personalidad de uno

de los soldados, gañán de aldea, propietario de un reloj fabuloso de bolsillo, de

los llamados de cebolla, que dentro de la interminable monotonía de la posición

fortificada, terminará siendo el único objeto de afecto de ese personaje,

salvándole además la vida al parar la bala de un francotirador.

El siguiente capítulo “Cita en la huerta”, se sitúa en la capital del

protectorado, en Tetuán, donde la tragedia diaria del frente se olvida por

completo para lanzarse a una vida disoluta de placeres fáciles. La posibilidad

de una auténtica aventura erótica con una mujer local, favorecida además por

el propio hermano de la apetecida hembra, parece por un momento romper la

monotonía del discurso tedioso de la narración. Sin embargo, el fracaso de la

pretendida aventura devolverá el discurso narrativo a sus angostos cauces

dentro del más insoportable aburrimiento vital.

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El cuarto episodio “Magdalena roja”, al que ya hemos aludido, pone de

relieve las inquietudes políticas y las reivindicaciones sindicales del narrador,

subrayando el paso decisivo desde la adolescencia a la juventud, mediante el

descubrimiento de la sexualidad. Se trata sin duda del elemento central de la

novela, caracterizado asimismo por una acción y vitalidad incomparablemente

mayores que las del resto de capítulos.

El siguiente episodio lleva el título de “África a sus pies”, se sitúa

también en las calles de Tetuán. El tema principal es de nuevo la dicotomía

entre el drama permanente que sucede en el frente bélico y la perversión de

costumbres de la capital del Protectorado. Se trata de una ciudad “feliz con la

muerte que a diario manchaba de sangre sus flancos.”

El sexto capítulo se titula “Reo de muerte”. Se sitúa la narración de

nuevo otra vez entre los estrechos límites de un blocao, nada mas producirse el

tan ansiado relevo. El protagonista será esta vez un pobre perro abandonado

por los felices soldados que acaban de marcharse y los humanos que le

adoptarán o ejecutarán, según el nivel de miseria moral de unos y otros.

Por último, la narración concluye con un episodio sobrecogedor titulado

“Convoy del amor”. Se mezclan en este capítulo los dos elementos

fundamentales de toda la narración: la sexualidad reprimida y el efecto

devastador desde el punto de vista moral de una guerra absurda sobre unas

masas desfavorecidas. La bestialidad del soldado, la frustración sexual, la

corrupción de los oficiales, el acecho de los enemigos, la dureza del paisaje y

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el clima insoportablemente tórrido, se mezclan magistralmente hasta crear un

escenario de pesadilla angustiosa. De hecho, Díaz-Fernández inicia su relato

con una declaración suficientemente expresiva:

Lo que voy a contar es mil veces más espantoso que un ataque

rebelde. Al fin y al cabo, la guerra es una furia ciega en la cual no nos

cabe la mayor responsabilidad. Un fusil encuentra siempre su razón en

el fusil enemigo (Díaz-Fernández, 1998: 112).

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2.2.2- PERSONAJES PRINCIPALES:

Ya se ha indicado que en la novela, al no encajar en los moldes

tradicionales de la narrativa, los personajes principales son el ambiente de

guerra, el tedio, la corrupción y la dejadez generalizada.

Sin embargo, aparecen a lo largo de los siete capítulos que componen la

narración una serie de personajes específicos que sí conviene recordar aunque

sea brevemente.

De esta manera, en el primer capítulo, el personaje principal

corresponde con el narrador en primera persona. Se trata de un joven de

veintidós años, sargento recién llegado desde Tetuán, “ciudad de amor más

que de guerra” (Díaz-Fernández, 1998: 33) para asegurar la defensa del blocao

perdido en medio de la agreste cordillera del Rif. Se pone de relieve el

contraste entre los soldados todavía civilizados y los que han de ser relevados,

auténticos “robinsones”, desesperados por escapar cuanto antes de la ratonera

en la que han pasado meses interminables.

El personaje sufre progresivamente las consecuencias del aislamiento,

con la añoranza dramática de un cuerpo de mujer. “Mis veintidós años

vociferaban en coro la preciosa ausencia” (Díaz-Fernández, 1998: 38).

El segundo personaje es Aixa, una morita de unos quince años que

vende higos y alguna que otra verdura a los soldados españoles. Será el

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señuelo que permita a los moros acechantes dar un audaz golpe de mano que

casi acaba con la defensa de la posición fortificada. El ataque es rechazado

pero la morita Aixa queda prisionera en manos de los españoles.

Al final del capítulo el personaje principal, desoyendo la rabia de sus

propios hombres, decide liberar a la morita Aixa.

Aparece por primera vez el personaje de Pedro Núñez, también

sargento, compañero de armas, de aventuras y de desdichas del propio

narrador.

En el segundo capítulo, el personaje principal es un soldado llamado

Villabona, de la localidad asturiana de Arroes. Se trata del feliz e ingenuo

propietario de un reloj mítico de los llamados de cebolla, de proporciones

desmesuradas. Se trata de “un alma tan sencilla que es capaz de comprender

la vida de las cosas” (Díaz-Fernández, 1998: 45).

En el tercer capítulo se muestra al lector el ambiente desesperado en el

que, en el laberinto de las calles de Tetuán, se busca la aventura erótica fuera

de los recintos cerrados de los burdeles. El narrador en primera persona sigue

las indicaciones de un moro amigo, Haddú, que propone a su propia hermana,

Aixa como objeto sexual. Esta mujer se aparece en el jardín familiar “sin velos y

era una chuchería recién comprada a la que acababan de quitar la envoltura de

papel de seda” (Díaz-Fernández, 1998: 57).

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En el cuarto capítulo, del que ya se ha hablado, aparece el personaje de

Angustias, Magdalena Roja, la activista obrera que se lanza a cometer lo que,

de no haber mediado el azar, hubieran podido acabar como tremendos y

sangrientos atentados de corte anarquista. Se contrapone este personaje al del

propio narrador, intelectual de clase media, de cuya sincera adhesión al

movimiento obrero siempre se desconfía. Angustias reaparecerá en Marruecos

como una nueva Matta-Hari, amante de altos oficiales, al servicio de la causa

independentista de la República del Rif, para terminar detenida al comprobarse

sus manejos de peligrosa espía y agente que desde Tánger compraba armas

para los moros12.

En el quinto episodio aparecen los muertos con nombres y señales. En

primer lugar surge el personaje Riaño. Se trata de “un muchacho rico, alegre y

voluntarioso, recién ascendido a segundo teniente” (Díaz-Fernández, 1998:

95). Es asesinado por su amante, África, que en realidad resulto llamarse

Axuxa o Zulima, a la que había conocido en un cabaret de Tánger, “recién

abandonada por un diplomático de Fez” (Díaz-Fernández, 1998: 97).

Luego el lector descubre a Pereda, “el soldado de las gafas de concha”

(Díaz-Fernández, 1998: 98), abogado que, a pesar de las presiones de sus

superiores, prefiere permanecer como simple soldado raso, pero no para

abandonar cuanto antes Marruecos y olvidar todo lo que estaba viviendo, sino

para lanzarse voluntario hacia una muerte segura en socorro de sus

camaradas sitiados en una posición indefendible.

12 La importancia del papel desempeñado por el servicio de información de Abdelkrim es fundamental para comprender muchos de los éxitos militares y políticos de la República del Rif. Más adelante trataremos este asunto.

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En el sexto capítulo, los personajes principales son, además del

narrador en primera persona y de su compañero Pedro Núñez, del que ya se

ha hablado, un pobre perro abandonado por el destacamento que deja el

blocao, un soldado de Badajoz, Ojeda, que comparte su rancho con el animal,

y un teniente salvaje, llamado Compañón, que matará a sangre fría al

desgraciado animal. La desesperación del soldado Ojeda al descubrir los

despojos del perro, se describe dramáticamente por el narrador siguiendo el

testimonio directo de Pedro Núñez: “tuvo que despojarle violentamente de la

querida piltrafa y tirar al barranco aquel montón de carne infecta” (Díaz-

Fernández, 1998: 109).

En el último episodio aparece en primer lugar el cabo Manolo Pelayo, a

quien sucedió el dramático acontecimiento que presenta el narrador, quien “a

punto estuvo de terminar en presidio por aquello” (Díaz-Fernández, 1998: 111).

Luego surge Carmela, la mujer del teniente López, arquetipo de la mujer que

hará que enloquezca el destacamento del cabo Pelayo, que terminará “hollada,

pisoteada… muerta de un balazo en la frente” (Díaz-Fernández, 1998: 122).

________________

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2.2.3- TEMAS PRINCIPALES:

Uno de los temas que se repiten a lo largo de los siete capítulos es el de

la sexualidad, sobre todo en los casos en los que las circunstancias bélicas

reprimen y amordazan los instintos más básicos del hombre.

El tedio, el aburrimiento extremo de la tropa, es también otro de los

asuntos centrales de la narración. La presencia española en Marruecos fue

primero un desastre y luego un largo e inacabable fastidio.

Se trata de ese aplatanamiento progresivo de los soldados que

aguardan, encerrados en el exiguo espacio de una fortificación perdida en

medio de una naturaleza agreste y hostilizados por un enemigo invisible. Su

única esperanza consiste en aguardar lenta y pacientemente, evitando caer en

la locura, la llegada del relevo. Este es el asunto primordial del primer capítulo,

titulado precisamente como toda la narración, “El blocao”.

Sin duda alguna, otro de los temas principales de la narración es el

enloquecimiento que experimentan los jóvenes soldados por la ausencia

completa de mujeres. De esta manera, a lo largo de los siete capítulos que

componen la novela se contrapone Tetuán, la ciudad fácil para el amor, con la

sequedad total de las posiciones en el frente.

Ya se ha dicho, asimismo, que la guerra en cuanto tal es, más que un

tema, uno de los personajes principales de la obra que nos ocupa. Las páginas

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de “El blocao” denuncian tanto el absurdo de una campaña bélica de carácter

nítidamente imperialista al servicio exclusivo de una casta militar y económica

ajena a las realidades sociales de la España de aquellos años, como la propia

incapacidad militar, desde un punto de vista técnico, de un ejército voraz,

incapaz de enfrentarse adecuadamente a un enemigo muy inferior tanto en lo

que se refiere a los medios estrictamente militares como desde el punto de

vista del número de efectivos.

Otro tema que se repite también a lo largo de los capítulos, en ocasiones

de una manera explícita y en otra de una forma mucho más solapada, es el

argumento del compromiso político del narrador frente a la decadencia de la

monarquía de Alfonso XIII. Este aspecto es de carácter central sobre todo en el

episodio titulado “Magdalena roja”, como ya hemos tenido ocasión de señalar

anteriormente.

_______________

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2.2.4- TÉCNICA Y ESTILO:

Ha quedado ya apuntado que “El blocao” es una novela en la que se

aúnan dos componentes principales. Por una parte, una apuesta decidida en

favor de los aspectos narrativos más vanguardista, y por otra, la asunción del

carácter comprometido, desde el punto de vista político y sindical, de la

producción literaria.

Esta última característica se ha puesto de relieve sobre todo al tratar del

cuarto capítulo, “Magdalena roja”, y al analizar la trayectoria vital del propio

Díaz-Fernández.

En lo que se refiere a los aspectos y recursos de vanguardia que el

lector va descubriendo a lo largo de la narración, nos limitaremos de momento

a mencionar una serie de aspectos más llamativos. Así, el recurso a imágenes

y metáforas deslumbrantes recuerda en no pocas ocasiones los escritos más

representativos de la generación del 27. Veamos una serie de ejemplos:

En la imagen que ya habíamos mencionado anteriormente, “nuestra

semejanza era una semejanza de cadáveres verticales movidos por un oscuro

mecanismo” (Díaz-Fernández, 1998: 36), se refleja perfectamente la

transformación de los soldados en meros instrumentos de muerte.

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Poco más adelante Díaz-Fernández emplea una bella imagen para

describir el uso del heliógrafo que transmite un triste mensaje: “escribir con

alfabeto de luz un aviso de sombra” (Díaz-Fernández, 1998: 38). Ese sol, que

tan pronto permite la utilización del heliógrafo como reduce al aislamiento más

profundo las alejadas posiciones, se describe como “la naranja del sol

naciente” (Díaz-Fernández, 1998: 81).

El novelista describe el trazo de la chimenea encendida con la siguiente

imagen: “el columpio del humo sobre la choza gris”. Del mismo modo, se

retrata a sí mismo paseando por las calles de Tetuán con una señorita de

alterne, como “náufrago en el arenal de la acera, con mi alga rubia y escurridiza

en el brazo, cogida en el océano de un comedor de hotel” (Díaz-Fernández,

1998: 39).

El descomunal reloj del soldado Villabona recibe una sucesión de

epítetos atrevidos: “ojo de cíclope, rueda de tren, cebolla de acero”, (Díaz-

Fernández, 1998: 45).

De las callejuelas del barrio moro de Tetuán nos dice que “iban como

sabandijas bajo arcos y túneles hasta sumirse en la boca húmeda de un portal”.

La ciudad en el anochecer se transforma como una mujer coqueta: “acababa

de prenderse los alfileres de sus focos para entrar, brillante y dadivosa, en una

tibia noche de mayo” (Díaz-Fernández, 1998: 68). De las ventanas abiertas

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nos dice que “eran ojos atónitos por donde manaba el llanto de la ciudad”

(Díaz-Fernández, 1998: 82).

La marcha del rápido vehículo en el que viaja el protagonista se refleja

brillantemente al indicar “nuestro automóvil traga carretera como un

prestidigitador metros de cinta” (Díaz-Fernández, 1998: 53). El fluir de los

coches por las avenidas se refleja indicando que “los guardias, con gesto de

domadores, detuviesen el rebaño de bestias mecánicas” (Díaz-Fernández,

1998: 69).

La mirada embrujadora, no exenta de peligro, de una mujer se perfila

indicando que: “sus ojos me parecen los dos cañones de una pistola que me

apunta” (Díaz-Fernández, 1998: 55). Poco más adelante, el autor recurre a la

imagen antes señalada para describir a una mujer musulmana que aparece

descubierta a los ojos del narrador: “estaba sin velos y era como una chuchería

recién comprada a la que acababan de quitar la envoltura de papel de seda”

(Díaz-Fernández, 1998: 57). En otra ocasión el narrador lleva el recuerdo de

los ojos de la mujer “como dos alhajas en el estuche de la memoria” (Díaz-

Fernández, 1998: 59).

En otra ocasión, la fortificación en la que se encuentra el narrador se

define como “un nido sobre un picacho”, enfrentada a los peligros de las

fuerzas moras “como un mar ondulante” (Díaz-Fernández, 1998: 58). La

vigilancia se extrema en esos casos: “apoyando el oído en el pecho de la

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noche africana” (Díaz-Fernández, 1998: 83). El disparo del francotirador puede

alcanzar al centinela como “el pájaro de acero de un paco que llegaba silbando

desde la montaña indócil” (Díaz-Fernández, 1998: 90), mientras la noche se

hace especialmente dura: “los hombres en los parapetos sentían el enorme

pulpo del frío agarrado a su carne hasta el alba” (Díaz-Fernández, 1998: 96).

En otras ocasiones la noche se hace insoportable, añorando a la mujer:

“algunas noches la luna venía a tenderse a los pies de los centinelas, y daban

ganas de violarla por lo que tenía de tentación y de recuerdo” (Díaz-Fernández,

1998: 106).

En general, la narración se articula en torno de frases breves y

contundentes que, junto con el recurso a las expresiones que acaban de

señalarse, confieren al texto una enorme vivacidad pictórica. El autor también

emplea con la maestría de su técnica narrativa enriquecida por el conocimiento

personal del medio geográfico, social y militar que describe, una serie de

elementos que transportan al lector eficazmente tanto al teatro de operaciones

como al ambiente, entre colonial y sórdido, del Tetuán de aquellos años.

De esta manera, se emplea, como no podía ser de otra forma, el término

“paco” para definir los disparos aislados realizados por los moros (Díaz-

Fernández, 1998: 36, 52, 98). El origen de este término parece provenir de la

reproducción onomatopéyica de los dos sonidos que producían los máuseres al

disparar aisladamente. El término daría posteriormente incluso lugar a un

verbo, “paquear”, que se popularizó tristemente a lo largo de los años de la

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guerra civil española, referido sobre todo a los francotiradores agazapados en

azoteas y balcones de las ciudades13.

No son pocas las referencias a los “cuotas”, o en expresión todavía más

coloquial, a los “cotas” (Díaz-Fernández, 1998: 45, 52), esto es, aquellos

mozos de familias lo suficientemente acomodadas como para, mediante el

pago de determinada cantidad, librarse del servicio militar. Sin embargo, a raíz

del Desastre de Annual se procedió a una movilización de tropas y reservistas

sin precedentes que incluyó también a esos mozos exentos previo pago de la

cuota. De ahí que, por ejemplo, Giménez Caballero fuera llamado a filas.

En cierta ocasión, por ejemplo, se recurre al empleo de la expresión

“maula” (Díaz-Fernández, 1998: 99), en el sentido peyorativo de hombre flojo,

sin voluntad, precisamente para definir a Pereda, uno de los muertos conocidos

del narrador y caracterizado por todo lo contrario.

Díaz-Fernández también recurre a términos arcaizantes, tal vez todavía

utilizados en su Aldea del Obispo natal. Tal es el caso, por ejemplo, de

“jamuga”, a la que nos referiremos más adelante, esto es, la silla de montar

especialmente concebida para permitir que Carmela cabalgue una mula a

mujeriegas.

______________________________

13 Unas referencias expresas al « paqueo » en las calles del barrio de Salamanca, o en los combates de la sierra del Guadarrama, pueden descubrirse, por ejemplo, en  “Contraataque”, de Ramón J. Sender.

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2.3- “IMÁN”, DE RAMÓN J. SENDER (1930):

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La biografía de Ramón José Sender es de sobra conocida. Nació en

Chalamera el día 3 de febrero de 1901 y falleció en San Diego, la noche del 16

de enero de 1982. Su padre era secretario del Ayuntamiento y su madre,

maestra, del mencionado lugar donde nació. Poco después de un año, la

familia regresa de nuevo a su lugar de origen, Alcolea de Cinca, y

posteriormente, se instalará en Tauste14.

La familia de Sender pertenecía, por tanto, a una clase acomodada en la

que las necesidades básicas estaban cubiertas. Además de los dos sueldos

que los padres recibían por el ejercicio de sus profesiones, disponían del

rendimiento de las tierras familiares.

En cuanto al apellido paterno, con intención de aclarar malentendidos

muy extendidos, el propio escritor habría escrito, en palabras retomadas por

Jesús Vived Mairal:

Como mis lectores saben me llamo Sender –la vocal tónica es la

segunda-. Pero muchos me llaman Sénder. Es más cómodo poner el

acento en la primera. Luego, tras señalar que ese apellido podría ser de

origen judío o sánscrito, añade que él cree que es una palabra catalana

correspondiente al castellano “sendero”; lo que está apoyado por el

hecho de haber vivido mi familia en la frontera catalano-aragonesa. En

varias ocasiones se ha referido a su apellido. En “Libro armilar de poesía

y memorias bisiestas”, apela al verso: “Algunos me dicen Sénder/ y otros

14 La mayoría de los datos biográficos han sido extraídos de la obra de Marcelino C. Peñuelas, « Conversaciones con Ramón J. Sender », así como de la excelente biografía establecida por Jesús Vived Mairal.

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me dicen Sender, / yo atiendo por los dos nombres/ no hay gran cosa

que atender”. (Vived Mairal, 2002: 20).

El joven Sender no padeció, como veíamos antes, gracias a la situación

económica de sus padres, durante su infancia las estrecheces características

de la España rural de principios de siglo. Pudo estudiar el bachillerato,

lógicamente como alumno libre, ayudado por el capellán del convento de Santa

Clara de Tauste, para posteriormente examinarse en el Instituto de Segunda

Enseñanza de Zaragoza. Más adelante, continuó sus estudios en el colegio de

San Pedro Apóstol, en Reus, hasta que la familia se trasladó a Zaragoza,

donde prosiguió el bachillerato durante dos cursos más.

El propio Ramón J. Sender ha contado no pocas anécdotas y episodios

de su época de Tauste. Como describe Vived Mairal, Sender ha hablado de

sus idas y venidas en tiempo de labor o festivo. Así se ha referido a la

impresión que le produjeron, por ejemplo, los cabezudos de esta localidad, las

fiestas patronales o las fiestas con toros y vaquillas. (Vived Mairal, 2002: 43).

De la misma manera, también Reus se ve reflejado en no pocas páginas

de Sender. De esta manera, por ejemplo, vemos cómo nuestro autor siente una

cierta admiración por el trazado rectilíneo de las calles de Reus, en una de las

cuales se levanta la estatua del general Prim, y se deja deslumbrar por la

variedad y la cantidad de los comercios, equiparables a los de Zaragoza.

(Vived Mairal: 2002: 46).

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La siguiente etapa en la formación de Sender es la que acontece en

Zaragoza, donde llegará procedente de Reus en 1914 para reunirse con su

familia que ya se había instalado previamente en la ciudad del Ebro. Sender

también se refiere a Zaragoza y a las impresiones que le causa esta ciudad en

muchas de sus páginas. Así, el hecho de ya no estar interno le provoca un

ansia de movilidad callejera, dedicándose casi por completo durante sus

primeras vacaciones en la ciudad a recorrerla de cabo a rabo. Precisamente,

en esa época, Zaragoza era conocida como la ciudad de los cafés, por la

cantidad y la categoría de estos establecimientos públicos. Sender se admiró al

descubrir el Café de Ambos Mundos, considerado durante mucho tiempo el

mayor café de Europa. También le atraía el cine, que por entonces causaba

furor. Existían tres salas a las que Sender acudía regularmente (Vived Mairal,

2002: 54-57).

También sabemos que el adolescente Sender crecía en medio de

contradicciones tal vez insalvables. Por una parte se mantenían dentro de la

familia las tradiciones de carácter rural. Por otra, la ciudad se le ofrecía como

un campo sin límites donde explorar las nuevas sensaciones y experiencias

que iba descubriendo a medida que se hacía hombre. Se trataba, como muy

acertadamente señala Vived Mairal, de dos mundos contrarios y opuestos. Su

padre era un hombre de prácticas devotas diarias y de rigurosa disciplina en la

educación de sus hijos. Era, además, desde un punto de vista político, un

hombre conservador y tradicionalista, casi carlista. (Vived Mairal, 2002: 61).

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Debido a los enfrentamientos con su padre y a los malos resultados

obtenidos en el colegio de frailes, tuvo que proseguir los estudios en Alcañiz,

combinándolos con el trabajo como mancebo de una farmacia, hasta obtener el

grado de bachiller, a los diecisiete años, y escaparse a Madrid. Según describe

Vived Mairal, Sender quiso hacer realidad su deseo de ir a Madrid con el fin de

huir de su familia y ver de cerca a las grandes figuras: Rey, jefes políticos,

grandes responsables de lo bueno y lo malo. Según Concha Sender, la madre

estaba muy apenada porque el hijo se marchaba lejos. “No te preocupes por

mí, -dijo éste-, con un kilo de cuartillas y un litro de tinta sabré ganarme la vida

en cualquier parte.” (Vived Mairal, 2002: 79).

Durante los primeros años en Madrid, pasó todo tipo de apuros

económicos. Dormía en un banco de El Retiro, aseándose como podía en los

servicios del Ateneo. Consiguió de nuevo un puesto de mancebo de farmacia.

Antes de cumplir los dieciocho años ya era colaborador esporádico de diversos

medios periódicos de aquellos años. Así, publicó en “El Imparcial”, “El País”,

“La Nueva España” y “La Tribuna”.

La referencia al Ateneo merece una pequeña pausa. En efecto,

sabemos que esta institución era un lugar familiar para Ramón J. Sender ya

desde ésta su primera estancia en Madrid. Vived Mairal narra cómo el joven

Sender consumía horas interminables en la biblioteca del Ateneo, apenas

descansando unas pocas horas y sacrificando las indispensables para las

necesidades del cuerpo. Cuenta cómo había solicitado que se comprara la

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Historia de Roma, de Mommsen, y que, en cuanto llegó, la devoró sin

descanso, “de tal forma que estuvo varios días sin salir del Ateneo”.

Siempre siguiendo los datos de Vived Mairal, descubrimos que Ramón

J. Sender ingresó en el Ateneo en condición de socio el 10 de junio de 1924.

En aquella época vivía en la calle de San Marco, número 30. Conviene

recordar lo que respecto a la relación entre Unamuno y Sender, con el

escenario del Ateneo de fondo, señala este mismo autor:

Continuaban siendo famosas las tertulias de aquella casa. Miguel

de Unamuno era centro de alguna de ellas, donde mostraba su agudeza

en las etimologías y en sus recursos didácticos, nunca aplaudidos por un

joven Sender, siempre reticente con él. Unamuno llegó un día, se acercó

a un grupo de ocho o diez personas. Se levantaron todos menos

Sender. Unamuno le miró de reojo y desde entonces le consideró como

un discrepante pugnaz, actitud que se acentuó al enterarse de que era

amigo de Valle-Inclán. No era fácil el diálogo entre el escritor gallego y

Unamuno. Mientras peroraba éste, Valle-Inclán se mantenía callado con

aire distraído (Vived Mairal, 2002: 154).

En esa misma época, Sender se matriculó en la Universidad, en la

Facultad de Filosofía y Letras, aunque parece que el ambiente académico no le

atrajo demasiado. Ya en aquellos años, el joven Sender prefería los medios

anarquistas y las conspiraciones revolucionarias de corte obrero. Esa

prematura temeridad política hizo que el padre de Sender se presentara en

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Madrid y, ejerciendo la patria potestad sobre su hijo todavía menor, se lo

llevara de nuevo a Aragón.

Una vez en Huesca, se concentró en lanzar uno de sus primeros

proyectos públicos, mediante la creación de un periódico, que se llamaría “La

Tierra”, órgano de expresión de la Asociación de labradores y ganaderos del

Alto Aragón.

En 1922, una vez cumplidos los veintiún años, fue llamado a filas.

Intervino, hasta 1924, en la campaña de Marruecos inmediatamente posterior

al Desastre de Annual. Ingresó en el ejército como simple soldado,

ascendiendo a cabo, sargento, suboficial y, por último, alférez de complemento.

Veamos con un poco más de detalle cómo fue la incorporación a fila de Ramón

J. Sender.

Sabemos que el padre de Sender estaba dispuesto, y en condiciones

económicas, de satisfacer la cantidad estipulada para ser soldado de cuota,

aunque el escritor se negara a aceptar esta dádiva paterna (Vived Mairal, 2002:

131).

De esta manera, en 1922, Ramón J. Sender fue incorporado a la Caja

de Reclutas de Huesca número 66- La hoja de filiación indica que era

estudiante, soltero, de religión católica, apostólica, romana, de 1’58 de estatura,

perímetro torácico 83 centímetros, de pelo negro, de cejas al pelo, ojos negros,

nariz pronunciada, barba saliente, boca regular, color sano, frente espaciosa,

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aire marcial, producción buena y sin señas particulares que merecieran ser

señaladas (Vived Mairal, 2002: 131).

Según indica Vived Mairal, también sabemos que en el sorteo celebrado

el día 27 de enero de 1923, Ramón J. Sender figura con el número 74 en el

cuarto grupo, que es el que correspondía a Intendencia, con destino a África,

siendo destinado al Regimiento de Ceriñola número 42. Precisamente será

este mismo Regimiento, en lo que tiene de datos autobiográficos la novela

“Imán”, al que pertenecerán tanto el sargento Sender como el personaje

Viance, llegando el número 42, como cifra obsesiva, a desempeñar un papel

fundamental en el relato, según se verá en su momento oportuno.

Sender lleva a cabo el juramento de la bandera, ya como cabo gracias a

su condición de estudiante, en Melilla el día 26 de marzo de 1923. Fue

destinado a la cuarta Compañía del tercer Batallón del Regimiento de Infantería

de Ceriñola número 42. Según señala Vived Mairal, el día 18 de julio salió de

Melilla para incorporarse a la posición de Kandussi. Veamos cuáles fueron

desde entonces las evoluciones de su carrera militar:

Aquí se quedó como miembro de la 3ª columna de operaciones.

Dos meses después, tras superar el reglamentario examen, fue

promovido al empleo de sargento de complemento con antigüedad de 1

de septiembre en la misma Compañía. Más tarde, tras el obligado

examen, ascendido a suboficial de complemento con antigüedad de 1 de

diciembre, fue destinado a la Plana Mayor. En esta situación fue

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licenciado y causó baja en la fuerza con haber de la Plana Mayor, y alta

en la de sin haber, de la 1ª del 2º de este Batallón del Regimiento de

Infantería de Ceriñola número 42 hasta fin de enero, cuando en situación

de licencia ilimitada se trasladó a Huesca, donde fijó su residencia. El 27

de enero se le autorizó a cambiar su domicilio a Madrid, para que

pudiera incorporarse a la redacción de El Sol. (Vided Mairal, 2002: 132).

Pero conviene que hagamos un breve inciso antes de avanzar de nuevo

en la trayectoria vital de Ramón J. Sender, para referirnos a las actividades

literarias desarrollados por nuestro autor durante su tiempo de permanencia en

África. Nos referiremos, en primer lugar, a los artículos publicados en El

Telegrama del Rif, y luego, a una de sus narraciones de tema africano, Una

hoguera en la noche.

Como señala Vived Mairal, Sender publicó en El telegrama del Rif un

total de diez artículos. El acceso a las páginas de este periódico fue facilitado

por Francisco de las Cuevas, a quien Sender conocía de Aragón, y que era

Presidente de la Cámara Agrícola de la ciudad de Melilla. De esta manera, los

artículos de Sender se describen de la siguiente manera:

El primero apareció el 28 de Abril de 1923; el último, el 29 de

enero de 1924. Los ocho primeros llevan el título general de “Arabescos”

y los restantes “Impresiones del carnet de un soldado”. Se trata, en

realidad de unas notas frescas y agudas, con pretensiones de ensayo en

algún caso -“unas cosas entre filosóficas y poéticas”, que dirá un alter

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ego en Crónica del alba- en las que el joven escritor anota sus

impresiones y las incidencias de la vida cuartelera y del campamento

que merecían su consideración. Curiosamente, en uno de esos artículos

escribe una cita del Tratado de Química de Pedro Marcoláin, profesor

suyo en el Instituto de Zaragoza que, como vimos, no sólo le suspendió,

sino que, como director del centro fue el responsable de que el

estudiante Sender tuviera que buscar otro instituto para terminar el

bachillerato. En este artículo también hay un recuerdo para José Ortega

Munilla. (Vived Mairal, 2002: 135).

De la misma manera, también Seco Serrano se detiene en el análisis de

los artículos de Sender publicado en El Telegrama del Rif, refiriéndose al

contraste entre éstos y la novela Imán, según indica el propio Vived Mairal

citando el artículo titulado “Un Sender insólito”, publicado el 2 de agosto de

1990, en el diario madrileño El País. Así, para Seco Serrano, al contrario de lo

que se reflejará posteriormente en las páginas de Imán, en los artículos

publicados en Melilla podemos ver “la visión de un joven con clara vocación

militar, iluminado por el espíritu de aquella reconquista”. Sin embargo, conviene

no olvidar los condicionamientos obvios a los que se enfrentaba Sender a la

hora de publicar en Melilla, en un ambiente de lógicas restricciones en su

facultad de expresión impuestas por las circunstancias castrenses, frente a los

que vivirá posteriormente de regreso a la Península. De esta manera,

pensamos que la afirmación de Seco Serrano puede resultar excesiva. De

hecho, en apoyo de esta afirmación nuestra, también podríamos recordar lo

que Arturo Barea relata sobre los consejos paternales de su Coronel para que

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no publique determinado relato, al considerarlo incompatible con su condición

de sargento dentro de una estructura militar en tiempos de guerra.

Por su parte, Vived Mairal añade un elemento que nos parece

fundamental para comprender cuál pueda ser el alcance del pretendido

militarismo de un Sender incorporado a filas dentro de un ejército colonial. De

esta manera, señala lo siguiente:

Pienso que al condicionamiento de su situación militar hay que

añadir la línea conservadora del diario en el que Sender publica esos

artículos. En cualquier caso, es conveniente recordar el clima que se

respiraba en Huesca respecto de la guerra de Marruecos antes de que

él la abandonara para incorporarse a filas. Tras la conmoción causada

por el desastre de Annual, el pueblo oscense miraba con inquietud y

solidaridad la suerte de los soldados. Así, cuando en la medianoche del

1 de septiembre de 1921 el Regimiento de Valladolid mandado por el

general Batet partió de la estación de Huesca con dirección a África, un

inmenso gentío salió a despedir a los expedicionarios, que marchaban

colmados de obsequios. Días después se celebró en el Teatro Principal

un festival con el fin de allegar fondos para costear un altar de campaña

y enviarlo al Regimiento de Valladolid. (…) El diario La Tierra organizó

una cuestación para comprar impermeables y recogió con grandes

titulares la destacada actuación del Regimiento de Valladolid en la

recuperación de Dar-Drius. (Vived Mairal, 2002: 136).

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Como habíamos anunciado, nos ocuparemos ahora del segundo bloque

productivo de nuestro autor durante su permanencia en filas, esto es, del relato

“Una hoguera en la noche”.

Este relato fue publicado por la revista Lecturas, en su número

correspondiente a los meses de julio y agosto de 1923. La narración obtuvo el

premio convocado por esta publicación, dotado con la cantidad de seiscientas

pesetas. Hay que tener en cuenta que, según indica Vived Mairal, visto que el

plazo de presentación de los originales se cerraba el día 30 de octubre de

1922, el joven Sender envió su narración, firmada con el pseudónimo El

tenientillo N., cuando todavía se encontraba en Huesca, aunque fuera

premiado y publicado mientras prestaba el servicio militar.

No obstante este hecho, Sender redacta la obra basándose en un

conocimiento profundo de la realidad vivida por los soldados españoles en

tierras marroquíes. De hecho, como muy acertadamente señala Vived Mairal,

además de las crónicas de agencia publicadas por el diario La Tierra,

aparecieron también en sus páginas otras como las de Ruíz Albéniz, autor de

“El Tebib arrumi”, o las de Lorenzo G. de Nantes, bajo el título de “Cartas de un

legionario”. También el periodista amigo de Sender, Jesús Gascón de Gotor

enviaba unas crónicas tituladas “Estampas marroquíes”.

Todas estas circunstancias explican el origen bien documentado de

“Una hoguera en la noche”, y también las palabras de Pepe Garcés en Crónica

del alba: “Cuando fui a Marruecos había leído tanto sobre aquel sombrío y

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árido país y sobre las condiciones de la vida militar en las colonias que no me

sorprendió nada en absoluto”, según cita de Vived Mairal, refiriéndose al tomo

segundo de aquella obra.

Siempre siguiendo los pasos de Vived Mairal, sobre la génesis y la

elaboración de esta novela corta, el propio Sender reconocía que se trataba de

una obra escrita a los quince años de edad antes de entrar en el ejército y

mucho antes de ir a Marruecos. Añade, que la obra “se publicó en España y

obtuvo un premio, aunque era una auténtica tontería”.

El día 18 de julio de 1923, el mismo Telegrama del Rif informó sobre la

concesión del premio:

En el concurso de novelas cortas, convocado por la revista

Lecturas de Barcelona, ha obtenido el primer premio (600 pesetas) la

titulada Una hoguera en la noche, original de nuestro compañero en la

prensa de Zaragoza don Ramón J. Sender, que actualmente presta

servicio como soldado en el Regimiento de Ceriñola. Reciba el joven

literato señor Sender nuestra cariñosa felicitación por el honroso triunfo.

(Vived Mairal, 2002: 137).

Por su parte López Barranco se ha detenido con bastante detalle en el

análisis de esta novela breve de Sender. De hecho, subraya que en “Una

hoguera en la noche” tenemos todavía un escritor en el que todavía no se ha

dado la evolución ideológica que luego se pondrá de manifiesto sobre todo con

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Imán. De hecho, incluso en un momento anterior, observa López Barranco que

Sender comienza a retratar a tipos embrutecidos e insensibilizados por la

guerra. Se olvida de un cierto aire de “blando ternurismo”, característico de su

primera narración, para adentrarse en un tono brusco, de marcado carácter

irónico.

Esta mudanza de criterios y de rasgos estilísticos se debe sobre todo a

la propia experiencia vital del sargento Sender en el teatro de operaciones

militares en África. López Barranco muy acertadamente señala este fenómeno

con las siguientes palabras referidas a dos relatos menores como son “Ben-

Yeb” y “Tcho-Wak”:

La muerte ha perdido su condición de tragedia para convertirse

en algo cotidiano y de escasa relevancia, ya sea la de Ben-Yeb, o la del

vecino en Tcho-Wak; y los sentimientos humanos han dejado de

importar, ahora sólo suscitan mofa (“los áscaris arman zambra a costa

de Tcho-Wak y el oficial considera al soldado un imbécil por haberse

enamorado”). Pruebas todas ellas de que la vivencia directa del conflicto

marroquí modificó en gran medida la visión de Sender sobre la cuestión.

Una muda de convicciones a la que ya me referí en el apartado

dedicado a la novela de amor (…) Sin llegar a ese nivel de desgarro y

brutalidad ambos cuentos empiezan a prefigurar en esbozo parte de la

crueldad y del absurdo que refleja la gran novela senderiana. Sobre el

ya aludido desabrimiento general de ambos cuentos, y por mencionar

solo algunos rasgos de clara evidencia, este anticipo puede verse, por

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ejemplo, en el oficial español, en quien ya van perfilándose los negativos

rasgos definidores de militares posteriores, y por ende, claros indicios de

un sentimiento antimilitarista. Igual puede decirse del paisaje, donde

comienza a atisbarse algo de esa hostilidad que luego vernos en Imán

(López Barranco, 1999: 852).

Sender, una vez superado el servicio militar, se incorporó a la redacción

de “El Sol”, donde escribía toda clase de artículos. Esta actividad se prolongó

hasta 1930, cuando ya había alcanzado una gran notoriedad como novelista,

sobre todo por el éxito de “Imán”, publicado por la editorial Cenit ese mismo

año. Sin embargo, posteriormente siguió colaborando con otras publicaciones,

sobre todo con las de corte anarquista, como “Solidaridad Obrera”, la famosa

“Soli” y “La Libertad”, participando personalmente en toda clase de revueltas

anarquistas.

De hecho, ya en 1927 había pasado una temporada en la cárcel modelo

de Madrid como resultado de esas actividades en contra del régimen de Primo

de Rivera. El ritmo de la creación literaria de Sender se acelera desde

entonces. En 1931 publica “El verbo se hizo sexo” y “O.P.”. En 1932 publica

varios artículos importantes, como “La cultura y los hechos económicos”, o

“Literatura proletaria”, además de “Siete domingos rojos”. Otros artículos

posteriores, de 1936, son “El realismo en la novela” y “El novelista y las

masas”. En 1933 aparece “Casas viejas”, que posteriormente, en 1934, una

vez que Sender regrese de su viaje a Rusia, aparecerá como libro “Viaje a la

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aldea del crimen”, cuya repercusión obligó al Gobierno de Azaña a dimitir.

También de 1934 es “La noche de las cien cabezas”.

El año 1935 conlleva la obtención del Premio Nacional de Literatura por

su novela “Mr. Witt en el cantón”. Una vez iniciada la guerra civil, escribe

“Contraataque”15, obra apasionante destinada al público exterior, -se publicó en

inglés y en francés en 1937, y sólo al año siguiente en castellano-, donde

además de relatar con todo lujo de detalles los primeros meses de la guerra

civil, aporta toda una serie de vivencias personales que no aparecen en

ninguna otra obra. Creemos que esta obra, tanto por su carácter histórico como

por el testimonio militar que supone, y que comparte con “Imán”, justifica un

breve paréntesis.

En efecto, “Contraataque” no ha despertado entre los estudiosos de la

obra de Sender, ni con mucho, el interés que hubiera podido esperarse de una

obra tan singular, en la que se aúnan el valor del documento histórico con el

drama de la terrible expresión de la vivencia personal.

Cierto es que, si sólo se atiende al valor documental de lo narrado,

“Contraataque” resulta una obra en cierto modo menor, que no resistiría una

comparación con la mayoría de esa categoría de obras senderianas, como

pueda ser “Viaje a la aldea del crimen”.

15 Las menciones y referencias a « Contraataque » fueron ya objeto de uno de los trabajos de doctorado del autor de esta tesis, con el título “Algunas notas sobre Contraataque de Ramón J. Sender, con especial referencia a la versión francesa de 1937”, presentado en el marco de la disciplina “Historia de las Mentalidades”, dirigido por el profesor Dr. D. Francisco Abad Nebot en 2004.

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Tampoco saldría bien parada si la comparación se llevara a cabo

ateniéndose a criterios meramente literarios. No hace falta que cansemos al

lector recordándole ahora uno u otro título concreto.

De la misma manera, la expresión de los sentimientos del autor está

relatada con mejor detalle en otras obras, como “Réquiem por un campesino

español” y, por supuesto, “Imán”. Los dramáticos acontecimientos personales

que conforman el último capítulo de “Contraataque”, aunque espeluznantes, no

llegan a desmentir lo anteriormente afirmado16.

Sin embargo, es justamente la confluencia de tres elementos, el

documental, el personal y el literario, la que hace de “Contraataque” una obra

especialmente atractiva para su estudio desde la perspectiva de la disciplina

que nos ocupa.

No son muchos los estudios específicos sobre esta obra. Así,

destacaremos, al margen del excelente texto del propio Sender que precede la

edición de 1978, junto con la bibliografía y cronología de Pérez Bowie, las

certeras, aunque breves, referencias que José María Jover recoge en la

introducción de “Míster Witt en el cantón”.

Jover habla de “Contraataque” como de un “reportaje novelado

aparecido inicialmente en 1937 en ediciones inglesa, norteamericana y

francesa, y al año siguiente en edición española” (Jover: 43).

16 Además de en la “Noticia final”, en la novela aparecen unas breves referencias a la situación de los dos hijos del autor, Ramón y Andrea, y de su mujer, Amparo Barayón (Sender Garcés, 1978: 201-202).

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Precisamente es también Jover el que subraya la definición de esta obra

por parte de Francisco Carrasquer como “novela”, definiéndola asimismo de la

siguiente manera: “una obra de propaganda hacia el exterior en favor de la

causa de la República Española, con muchos datos autobiográficos y

objetividad ejemplar para un escritor comprometido como Sender en esta

causa”.

En el prólogo de “El rey la reina”, José Carlos Mainer se ocupa con un

cierto detalle del caso de “Contraataque”. Subraya la importantísima buena

acogida internacional que tuvo esta obra de Sender, recogiendo las mismas

citas de artículos y reseñas que los citados por Jover. Indica asimismo:

Cuando en plena contienda, Sender había escrito y publicado

Contraataque había seguido punto por punto la vulgata del Partido

Comunista de España acerca de los motivos y el desarrollo de la guerra

civil: fue, a su entender, la respuesta popular espontánea a una

conspiración fascista que pretendía prolongar las lacras de una sociedad

casi feudal y que se transformó paulatinamente en revolución al

improvisar su propia organización. (Mainer: XVIII).

Señala también que Sender había roto con el comunismo; fue anarquista

de corazón pero le ganó, aunque efímeramente, la alianza de utopía y

disciplina de los comunistas de 1931(Mainer: XII).

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Sobre la evolución del pensamiento de nuestro autor a propósito de la

guerra civil, remite Mainer a un trabajo de Jean Pierre Ressot, “Les espagnols

face à leur guerre: la solution négativiste de Ramón J. Sender”, publicado en

Imprévue, 2 (1986), pp. 87-98.

Mainer subraya que “El rey la reina” es un relato en la guerra civil,

mucho más que un relato de la guerra civil (Mainer: XVII). La obra que nos

ocupa, tal vez sea, justamente, lo contrario17.

Regresando de nuevo a la edición de Pérez Bowie, se reafirma la

escasez de estudios específicos sobre esta obra. Del propio año de la

publicación inglesa se citan un total de ocho reseñas, publicadas en siete

periódicos y revistas británicas y norteamericanas y una sola en una española,

precisamente en Blanco y Negro18. Asimismo, se indica que existen varios

artículos, tres en lengua inglesa, de 1937, y uno más en castellano, de 193819.

Por último, tres artículos adicionales también en inglés, siempre de 1937, se

publicaron sin firma20.

17 El artículo de Julián Marías, “La literatura de guerra”, Madrid, Blanco y Negro, de 1° de Noviembre de 1938, reflexiona sobre esta cuestión, subrayando, por ejemplo, que “lo que se escribe sobre la guerra suele ser muy vago; casi siempre se trata de generalidades; de tono excesivamente encomiástico, y además, antes político que militar”. 18 Las reseñas recogidas por Pérez Bowie, todas de 1937, salvo la de James Swain en Books Abroad, del invierno de 1939, son las de W.H. Carter en el Manchester Guardian, el 13 de agosto, E.R. Curtis en el Boston Evening Transcript, el 11 de diciembre, Antonio Dorta, en Blanco y Negro, en mayo, David Garnett, en New Statesman, en julio, G.L. Steer, Spectator, el 13 agosto, Leland Stowe, en el New York Herald Tribune, el 21 de noviembre, y T.R. Ybarra en el New York Times Books Review, el 6 de febrero.Ralph Bates, brigadista con la Brigada Lincoln, es definido por Felix Morrow como “notorious stalinist agent” (Morrow: 5). G.L. Steer fue corresponsal de guerra, primero en Abisinia, y luego en España. Tiene algunas crónicas sobre el bombardeo de Guernica.19 Los artículos son los de Mildred Adams “Memoirs of a fighting writer”, publicado en Nation, vol. 145 en noviembre, el de Nicholson B. Adams, “Some recent novels of revolutionary Spain”, en Hispania, vol. 20, el de Ralph Bates, “Counter-attack in Spain”, en Saturday Review of Literature, vol. 17, de noviembre. El artículo de 1938 es el de Alejandro G. Gilabert, “Los escritores al servicio de la verdad. Carta abierta a R.J.Sender”, editado por Solidaridad Obrera, la célebre “Soli”, órgano de expresión de la C.N.T.20 Todos de 1937, están en: Catholic World, de diciembre, en el Christian Science Monitor, el 31 de diciembre, y en el Times Literary Supplements, con el título « Behind the Spanish conflict », el 31 de

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Las ediciones de “Contraataque” son las ya conocidas en español, de

1938, Ediciones Nuestro pueblo, Madrid-Barcelona, y la de 1978, de Almar,

“Colección Patio de Escuelas”.

La edición de Londres, “The war in Spain” de 1937, corresponde a Faber

& Faber Ld., traducida y prologada por Sir Peter Chalmers Mitchell. Del mismo

año es la edición norteamericana “Counterattack in Spain”, editada en Boston

por Houghton Miffin Co., empleando la misma traducción. Recordemos, por

otra parte, que es también Chalmers Mitchell el traductor al inglés de “Míster

Witt en el cantón”, también en 1937 (Jover: nota 83)

La edición francesa se publicó en 1937 y lleva el título de “Contre-

attaque en Espagne”. Según indica Pérez Bowie, que asegura desconocer la

referencia editorial, tanto Ponce de León como Peñuelas se limitan a

especificar el año y el lugar de la edición: París, 1937 (Bowie: 9)21.

Sin embargo, Jover indica con total precisión la referencia editorial, al

igual que, como no podía ser de otra forma, la autoría de la traducción (Jover:

nota 84). De hecho, sorprende que Pérez Bowie no solventase esa duda, ya

que al menos existen dos ejemplares en el catálogo de la Bibliothèque

Nationale de France (figuran con las siguientes referencias: FRBNF35680654 y

FRBNF31351307).

julio.21 Las dos obras en las que se basa son: Peñuelas, Marcelino: La obra literaria de R.J.S. Madrid, Gredos, 1971 y Ponce de León, José Luis: La novela española de la guerra civil 1936-1939. Madrid, Ínsula, 1971.

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Podría añadirse que esa casa editorial estaba domiciliada en el 24 de la

Rue Racine. El texto salió de la imprenta Floch, de Mayenne, el 10 de

septiembre de 1937. El precio de cada ejemplar, en rústica, era de 25 francos.

Añadiremos, por último, que las Editions Sociales Internationales ya

habían publicado en esa fecha varios volúmenes relacionados con la guerra

civil española. Así, “Le romancero de la guerre civile”, “Panorama de la culture

espagnole”, “Le partage des terres”, o “Espagne, Espagne”.

Terminado este paréntesis sobre “Contraataque”, señalaremos que

Sender, a finales de 1938, pasó de nuevo a Francia para ya no volver a España

hasta 1976. Tras un breve período en Orsay, cerca de París, consiguió salir,

junto con sus hijos, hacia México, en marzo de 1939. En 1942 se trasladará

definitivamente a los Estados Unidos, donde se casó en segundas nupcias.

Alternó la docencia en varias Universidades con la producción literaria, con el

mismo ritmo desenfrenado que siempre le había caracterizado.

En lo que se refiere a las etapas y ciclos de la trayectoria creativa de

Sender, tal y como se deduce de lo apuntado hasta ahora, suele delimitarse

claramente un primer ciclo caracterizado por un marcado “compromiso

político”22, desde 1928 hasta 1938, incluyendo las obras que también se han

calificado como “pre-exile novels”.

22 Los ciclos de la trayectoria senderiana han sido expuestos con total claridad por Jover Zamora: « Historia, biografía y novela en el primer Sender », pp. 21 y ss.

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El segundo ciclo, que se inicia a partir del final de la guerra civil, es el

que Jover denomina de “reflexión autobiográfica”, en el que destacan, como no

podía ser menos, “Crónica del alba” y “Los cinco libros de Ariadna”, aunque sin

olvidar otras grandes obras, como son “El rey la reina” o “Réquiem por un

campesino español”.

El tercer y último ciclo es el que Jover engloba dentro de la expresión

“fecundidad narrativa de los años de destierro”, en los que se encuadran todas

las obras senderianas aparecidas hasta la desaparición física del autor en

1982.

Por su parte, Juan Carlos Ara Torralba ha escrito que “la escritura de

Sender alcanzó a recorrer la realidad de su tiempo con idéntica clarividencia

que la de Cervantes y Galdós respecto de los suyos” (Ara Torralba, 2003: 2).

También ha subrayado que “los críticos señalan al autor de “Imán” como el

cuarto gran novelista español, tras Cervantes, Pérez Galdós y Baroja”.

En lo que se refiere más específicamente a “Imán”, Riesgo Pérez-Dueño

ha indicado:

Al releer la áspera, dura, trágica y terrible novela siempre se

descubren ideas y sensaciones nuevas. Tal es la explosión de

sugerencias, hechos y descripciones ambivalentes que allí se

encuentran, muy superior a la exposición de las bombas mismas que

con tanta riqueza de matices se describen hasta el extremo de sentir el

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lector encontrarse en mitad del combate” (Riesgo Pérez-Dueño, 1992:

1).

También subraya este mismo autor que la obra que nos ocupa tuvo un

tremendo impacto en la sociedad española de su época –y personalmente creo

que hay que añadir que también en épocas incluso muy posteriores-, como lo

demuestra el hecho de que se agotase rápidamente la primera edición,

saliendo casi inmediatamente una segunda edición de treinta mil ejemplares.

Vived Mairal ha señalado que Imán es una obra no ajena a la influencia

pacifista alemana de la que es una espléndida muestra Sin novedad en el

frente, de Remarque, y vino a engrosar una lista de libros sobre la guerra de

Marruecos como son los de Giménez Caballero y de José Díaz Fernández

(Vived Mairal, 2002: 196).

Nada más acabar de imprimirse la primera edición, en marzo de 1930,

Díaz Fernández, Luis Bello y Luis Fernández-Cancela, todos pertenecientes al

diario El Sol, escribieron artículos sobre el libro. Según cita Vived Mairal, Luis

Bello escribía que “pertenece a esa serie, no muy numerosa, de libros que se

escribieron porque debieron ser escritos” (Vived Mairal, 2002: 197).

No podemos concluir esta sección sin referirnos a otro relato senderiano

en el que, al cabo de muchos años, volverán a rememorarse los

acontecimientos marroquíes de aquellos años. Nos referimos, qué duda cabe,

a una breve novela que, como muy adecuadamente señala López Barranco,

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primero apareció como un relato independiente, con el título de“Cabrerizas

altas”, en México en 1965, para integrarse después en “Crónica del alba”, a

partir de 1971, dentro del séptimo cuaderno de memorias de José Garcés,

titulado “Los términos del presagio”.

Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con “Imán”, el relato se centra

ahora no tanto en los episodios bélicos o coloniales como en el desarrollo de

una historia amorosa, entrelazados con la vida cuartelera. Siguiendo las

palabras de López Barranco observamos que:

Encontramos al personaje, en la presente novela, como cabo

veterano y reenganchado del regimiento de infantería número 42, el

conocido como Ceriñola, con acuartelamiento en Melilla, unidad ya

familiar, por cuanto a ella pertenecía también el protagonista de Imán, y

que al decir de Madrigal, ha sufrido los envites de la contienda con

especial crudeza, pues ha sido reconstruida un par de veces tras perder

en otras tantas ocasiones la casi totalidad de sus efectivos. No sabemos

cómo el personaje ha sobrevivido cuatro años en Marruecos; no

obstante, más que sinónimo de fortuna esto hay que entenderlo casi

como una prolongación de sus penurias (López Barranco, 1999: 854).

En opinión de López Barranco, el principal tema de esta novela es, como

ya decíamos al principio, no tanto el ambiente bélico como la redención de un

paria a través del amor. De esta manera, “Cabrerizas altas” aporta una visión

un tanto más optimista que la de “Imán”, conllevando, eso sí, un parecido más

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remoto con el primer relato marroquí de Sender, esto es, con “Una hoguera en

la noche”. López Barranco resume esos contrastes de esta manera:

Viance representa el paradigma de la derrota absoluta, del

hombre aplastado por el medio. En tanto que ahora, al individuo le

queda una posibilidad, aunque remota, de elevación. Madrigal aún

alberga un ideal: la búsqueda de la mujer, de un amor imposible que se

ha convertido en su motor para seguir adelante, afán que se antoja inútil,

pero no hay otro (López Barranco, 1999: 857).

Siguiendo la excelente exposición de Ana Rueda sobre la obra de

Sender, señalaremos también que su postura creativa se resume en un

expresivo párrafo de “sintaxis taquigráfica y de indudable entronque

vanguardista”:

Civilización de Occidente, trenes mineros, sociología de piedad

cristiana y, detrás del ejército, la vida joven y poderosa con tres palabras

vacilantes en los labios: patria, heroísmo, sacrificio. Según los tres ejes

esbozados, veremos que Imán pone este vanguardismo estético al

servicio de un compromiso social de posible efecto revolucionario, pero

aún anclado en mitos que revelan valores de la burguesía (Rueda: 2005:

179).

Más adelante, Rueda recuerda que, como señalaba Roland Barthes, las

denuncias de vanguardia se fundan en una separación de lo ético y de lo

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político, poniendo en jaque a la burguesía, “en épatant les bourgeois”, si se nos

permite la expresión, tanto en el ámbito artístico como en el moral, sin

amenazar, de momento, el statu-quo meramente burgués. De esta manera, se

pregunta Ana Rueda si en el caso concreto de Imán estaríamos ya ante una

transgresión o no de esa barrera. Así las cosas, esta autora señala:

El acierto y hondura de Imán como texto que testimonia la

crueldad de la guerra marroquí y que se solidariza con las víctimas es

una verdad sobre la que no cabe objeción alguna. Mas veremos que, sin

restar alcance a este compromiso, Imán participa de un viejo mito

burgués de la antropología filosófica, el mito del Hombre Eterno, o

Eterno Retorno, que organiza el contenido y el discurso de la novela. La

novela propone una conciencia mítica, y no científica, como una manera

de entender e interpretar el mundo. En la conciencia mítica el hombre es

parte del universo. Mientras que en una visión científica del mundo el

hombre se distancia del mundo a su alrededor y lo observa como ser

aparte del mundo que observa y analiza. (…) El recurso del mito nos

permite apreciar algunos de los pasos seguidos por Sender en la

construcción de su alegato antibelicista y también la supuesta trayectoria

del género novelesco español en su tránsito de la novela

deshumanizada de los años veinte a la llamada novela de avanzada. Por

extensión, invita a una reconsideración de las aspiraciones “rebeldes”,

artísticas, sociales y políticas, de la novela de avanzada en torno al tema

marroquí (Rueda, 2005: 180).

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Concluiremos este apartado indicando que Ana Rueda también

defiende, en una visión que podrá ser todo lo criticable que se quiera, sobre

todo teniendo en cuenta sus fuentes ideológicas, un tanto ancladas en el

tiempo, pero eminentemente lúcidas a las que recurre, que Sender convierte a

su protagonista principal, el soldado Viance, en el arquetipo antropológico del

Hombre Eterno, lo cual deshumaniza al hombre al desligarlo de sus

contingencias históricas (Rueda, 2005: 189).

Concluye Ana Rueda aseverando que los críticos, de esta manera, se

enfrentan a la difícil tarea de aseverar si Imán, y la novela de avanzada en

general, son absolutamente contrarias a la “deshumanización” en el sentido

defendido por Ortega y Gasset.

Concluiremos este apartado refiriéndonos a las interesantísimas

observaciones que Arturo Barea expuso sobre la obra de Sender en general, y

sobre Imán en particular. Se trata de uno de los artículos recogidos en la obra

“Palabras recobradas”, editado por Nigel Townson, con el título “La tercera

dimensión del realismo social”, que fuera publicado por primera vez en inglés

en 1946 con el título “Realism in the Spanish novel” (Barea Ogazón, 2000: 66 y

ss.).

Después de ocuparse con no poco detalle de la obra de Pío Baroja y de

Valle-Inclán, Barea afirma que en la obra de éste último “los movimientos

sociales, que eran las causas subterráneas de la erupción, quedaban ajenos

tanto a su arte como a su entendimiento. Otro escritor, más joven, estaba

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tratando de captarlos en una forma distinta de fantasía realista: Ramón J.

Sender”.

Cuenta que Sender comenzó a publicar sus obras hacia 1925.

Recuerda, asimismo, que una de las primeras solapas de su novela Siete

domingos rojos califica su técnica de “anti intelectual y anti literaria”. En opinión

de Barea, esta calificación demuestra que Sender surgió como creador al

margen de grupúsculos surgidos alrededor de ningún maestro, sin rendir, por

tanto pleitesías vergonzantes. Señala que Sender “se abrió camino al margen

de las capillas y peñas que dominaban la vida intelectual de España”. En lo que

se refiere a la trayectoria vital de Sender, escribe:

Hijo de hacendados aragoneses, vino a Madrid a estudiar

derecho, abandonó sus estudios, trabajó para ganarse la vida y se

escapó por un pelo de ser encarcelado por sus actividades políticas.

Hizo su servicio militar en Marruecos, en los años peores de la guerra

del Rif. Después de su regreso a la vida civil, permaneció en contacto

con los anarquistas y trabajó por un tiempo como corresponsal de

Solidaridad Obrera de Barcelona, órgano de la CNT. Estuvo en la cárcel

por ofensas contra la dictadura de Primo de Rivera. Su novela Imán trata

de la guerra de Marruecos (Barea Ogazón, 2000: 73).

Recuerda, asimismo, que en los primeros años de la República, Sender

estaba obsesionado con el problema humano y social del obrero español, que

tuvo su más violenta expresión en los movimientos anarquistas y

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anarcosindicalistas, en la FAI y en la CNT. Añade que Sender “escribía sobre

ellos, ya en forma de crónica, ya en forma de novela”.

Arturo Barea trae a colación el episodio de Casas Viejas. Cuenta al

público británico el caso de aquel anarquista andaluz que “creía que la Guardia

Civil debería entregar sus armas y que todos deberían labrar la tierra, antes

propiedad de los ricos, en una comunidad fraternal”. Narra cómo el Gobierno

de entonces, temeroso de ver cómo se extendía la rebelión, mandó soldados y

guardias de asalto contra el pueblo:

Veinticinco obreros fueron muertos; sus casas fueron quemadas.

El conflicto social sacudió la nación, se convirtió en un lema y en un

símbolo. Sender se fue a Casas Viejas para investigar lo ocurrido y

publicó una relación apasionada bajo el título Viaje a la aldea del crimen.

En dos novelas Siete domingos rojos y La noche de las cien cabezas,

escribió sobre las fuerzas individuales y colectivas, materiales y

anímicas, que arrastran a hombres y mujeres poseídos por el generoso

sueño de la libertad hacia la “acción directa”: la violencia (Barea Ogazón,

2000: 74).

A continuación, Barea describe, siempre sabiendo que se dirige al

público británico, poco familiarizado con este tipo de distinciones ideológicas,

cómo Sender, buscando “la verdad de la humanidad viviente”, se aparta del

anarquismo, al menos desde el punto de vista intelectual. Narra el viaje de

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Sender a la Unión Soviética y la influencia que éste tuvo sobre su formación

ideológica.

Señala que Sender publicó dos libros sobre la Unión Soviética,

calificándolos de “periodismo social”. También indica que escribió un ensayo

sobre Santa Teresa, que Barea dice desconocer, y una novela histórica Mr.

Witt en el cantón, que le valió el Premio Nacional de Literatura en 1935. A

continuación, Barea señala que estalló la guerra civil:

Mientras Sender estuvo en las trincheras republicanas, su mujer

fue ejecutada por el otro bando. Todavía durante la guerra escribió un

libro de crónica y propaganda, Contrataque, que parece sin vida interior,

como si él hubiera quedado paralizado por el choque. En su exilio de

México ha estado escribiendo novelas de nostalgia sobre su niñez entre

los labriegos del Alto Aragón: El lugar del hombre y Crónica del alba

(Barea Ogazón, 2000: 74).

En una escueta nota a pie de página, Barea reconoce que sólo después

de haber escrito el presente ensayo ha tenido ocasión de leer otra novela

escrita por Sender en el destierro, Epitalamio del prieto Trinidad, que “parece

señalar el retorno al realismo emotivo y simbolista de una etapa anterior de su

obra”.

Arturo Barea emite un juicio de valor decidido sobre la calidad literaria de

la producción de Sender. Así, afirma que sus obras “son las primeras novelas

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modernas de un realismo imaginativo que han surgido en España. En ellas, la

superficie de las cosas y los seres está observada y transmitida con claridad

fiel, pero no es más real por eso que las emociones de los individuos”.

En lo que se refiere explícitamente a la novela Imán, Arturo Barea se

detiene largamente. Afirma de ella que es muy “conmovedora”, especialmente

para todos aquellos que han compartido las mismas o similares vivencias en el

sinsentido de las campañas africanistas. Para Barea, la sustancia del libro

deriva de las notas que Sender tomó durante el período de servicio en filas. De

hecho, también recuerda, como hará el propio Sender en la solapa de la

primera edición, que la imaginación poco ha tenido que agregar en la

elaboración del libro. No obstante, Barea observa al mismo tiempo que muchas

escenas en que “las cosas son “reales”, las cosas vistas y sentidas por los

personajes, no son sino continuación de su vida interior y símbolos de una

realidad más honda”.

La descripción que lleva a cabo de la trama de Imán no puede ser más

sencilla:

La novela es simple. Es la historia de un herrero de pueblo al que

dan el apodo de Imán porque en su fragua parece atraer

magnéticamente todos los trocitos de hierro al rojo vivo que pudieran

herirlo, y más tarde, porque en el ejército de Marruecos igualmente

parece atraer disgustos, desdichas y penas. El pobre Viance, el Imán,

anda a tropezones entre la mugre, el peligro y el dolor, entre la batalla y

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la huida. Se escapa vivo y entero de cuerpo, pero magullado y llagado

en lo más profundo de su alma. Cuando vuelve a casa, después de los

tres (sic) largos años de servicio militar, encuentra en lugar de su

pueblecito un lago artificial, la nueva presa. Ha perdido su último refugio,

sus tenues raíces en la única vida que tiene sentido para él. No le queda

más remedio que marcharse a la gran ciudad, como tantos otros obreros

sin hogar, sin saber cómo ni cuándo tendrá trabajo. Impotente y

humillado, se queda escuchando a una cancionista que se menea sobre

el escuálido tablado de la cantina, con la medalla del mismo Viance

prendida a un pecho, y que canta un cuplé patriótico cuyo estribillo

termina con un ¡Viva España! (Barea Ogazón, 2000: 75).

Como no podía ser de otra manera, Barea subraya el dato fundamental

de haber sido Imán la única novela de esas características publicada cuando

todavía se encontraban en el poder tanto los generales como Alfonso XIII.

De cara al público británico, recuerda que la editorial que llevó a cabo la

primera edición era pequeña, casi artesanal, de corte o tendencias anarquistas,

“fundada por tres revolucionarios sin un céntimo, en un momento en que dos

de ellos estaban en la cárcel cumpliendo una sentencia por delitos contra el

régimen”. Señala también que las ediciones posteriores de Imán, siempre

realizadas en ediciones baratas y casi marginales, fueron sin embargo las que

provocaron su auténtico impacto social. De hecho, los principales blancos de la

crítica por las campañas de Marruecos, que ponen en evidencia sus páginas,

habían desaparecido de la actualidad española junto con la Monarquía. En

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esos momentos, recuerda Barea a su público británico, la sociedad española

creyó que la República aboliría definitivamente el poder de las castas militares.

Varios son los elementos que subraya Barea para sustentar esta aseveración:

“Marruecos estaba pacificado, la guerra colonial era un asunto de tiempos

pasados, un mero factor histórico en la caída de la monarquía”.

Concluye Barea asegurando que Imán se transforma en un símbolo de

los esfuerzos de los hombres para escapar del fondo del pozo social. Sender,

de esta manera, habría puesto de manifiesto el estado de alma de las gentes

que, de alguna forma, se encontraban “predestinadas a hundirse en la apatía si

no buscaban amparo en el sueño de la hermandad de los hombres, escape a

través de la violencia desesperanzada, y calor en la comunidad del movimiento

anarquista.” (Barea Ogazón, 2000: 76).

___________________

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2.3.1- ESTRUCTURA:

Siguiendo las palabras del propio Sender, publicadas en la solapa de la

primera edición del libro, se trata de “Observaciones desordenadas, a veces

demasiado prolijas, a veces sin forma literaria, recogidas durante mi servicio

militar en Marruecos, a raíz del desastre del 21”. A continuación, añade que se

las ha pedido la editorial “Cenit” y que las da “apenas ordenadas”. De hecho,

Sender es muy claro en lo que se refiere a la génesis del libro:

La imaginación ha tenido bien poco –nada, en verdad- que hacer.

Cualquiera de los doscientos mil soldados que desde 1920 a 1925

desfilaron por allá podía firmarlas. Y, desde luego, su protagonista se

puede “comprobar” en la mayor parte de los obreros y campesinos que

fueron allá sin ideas propias, obedeciendo un impulso ajeno y admirando

a los héroes que salen retratados en los periódicos. El libro no tiene

intenciones estéticas ni prejuicios literarios. Sencillo y veraz, trata de

contar la tragedia de Marruecos como pudo verla un soldado cualquiera

de los que conmigo compartieron la campaña.

La novela divide sus doscientas setenta y dos páginas en dieciséis

capítulos, a lo largo de los cuales, el narrador, esto es, el sargento Sender,

presenta al lector las desdichas vividas por el soldado Viance. En el primer

capítulo se introduce el ritmo de la vida militar, dentro del cuartel, así como las

primeras descripciones de las acciones bélicas y la aparición de las también

primeras víctimas del conflicto.

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En el segundo capítulo aparece asimismo la explicación del origen del

mote de Viance, que será imán, justamente, de todo tipo de desgracias.

Descubre así el lector, que Viance, ya antes de incorporarse a filas, cuando

trabajaba en su lugar de origen como ayudante de un herrero, atraía sobre él

cualquier tipo de acontecimiento desgraciado:

Pero, chico, ¿estás imantao? Caían unas tenazas y había de ser

cuando él estaba debajo. Saltaba una brizna de hierro y le daba en las

narices. Se enfadaba el amo, el hijo del amo, y le volaba el martillo a las

piernas. Cuando el jefe decía la frase sacramental para que acudieran

todos a sostenerle una viga –“zarpas aquí”- llegaba el último; pero

siempre llegaba a tiempo de recibir un trastazo de alguien. En broma

comenzaron a llamarle “Imán”. No había hierro en el taller que no

hubiera chocado alguna vez contra sus huesos.”(Sender Garcés, 1930:

30).

Se va delimitando ante el lector el carácter del soldado Viance (“Un tal

Viance, un tontaina” (Sender Garcés, 1930: 31), quien sin embargo dispone de

la astucia que le permitirá sobrevivir a lo largo de los terribles acontecimientos

que le esperan.

Sirva el siguiente ejemplo como muestra de esa astucia que caracteriza

su carácter. Viance ha sido arrestado y para no cargar con el peso del fusil,

declara que al no estar de servicio no debe cargar con el arma: “-Como no voy

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de servicio, sino arrestao… Bien, son unos kilos menos. El cabo mueve la

cabeza condolido…” (Sender Garcés, 1930: 32).

En el tercer capítulo se presentan los rasgos de la vida frente a un

parapeto. Los tiempos muertos, que no hacen desaparecer la angustia de la

espera de un ataque fulminante, propician el intercambio de confidencias. De

esta manera, el lector descubre la familia del soldado Viance, las penurias

pasadas en el perdido lugar en Aragón donde, a pesar del esfuerzo constante

de todos los miembros de la familia, apenas consiguen sobrevivir. “-Entonces,

éramos tres. Una hermanica y un hermano más pequeño que yo. Ella tendría

ahora veinte años. El ha debido cumplir dieciséis; pero tuvo una enfermedad de

pequeño y ha quedao un poco alelao…” (Sender Garcés, 1930: 42). Al poco de

fallecer la madre, la hermana cae también enferma y desaparece: “–Ya ve

usted: era la única satisfacción de mi padre. ¿Querrá usted creer que se murió

también?” (Sender Garcés, 1930: 46).

El padre fallecerá prácticamente de inanición, cuando Viance se

incorpore a filas y deje de enviarles el pobre fruto de su trabajo:

Una tarde encontraron a mi padre muerto en la linde del campo.

Me escribieron que de un mal al corazón; pero fue de hambre. No me lo

decían porque se tiene por vergüenza para un pueblo dejar que un

vecino se muera así. (Sender Garcés, 1930: 51)

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El cuarto capítulo anuncia la inminente tormenta que se avecina para las

tropas españolas. El lector descubre más pormenores de la vida militar junto

con una serie de casos en los que se pone de relieve el desprecio por la vida

ajena y el sinsentido de las operaciones emprendidas. Así, los oficiales pasan

el tiempo encerrados en las tiendas jugándose los haberes mientras que los

soldados y ellos mismos se embrutecen con el alcohol. En este escenario,

Sender describe la reacción de un grupo de soldados que, a pleno sol y

cargados con el equipo completo, tienen que conducir a un sospechoso para

que comparezca ante los mandos en Ras Faruin:

Había que subir cuatro kilómetros muy accidentados con el sol a

plomo y el equipo completo encima. Todo porque el aquel tío vaina

había sido sorprendido con el fusil cargado y cuatro cartas en árabe. El

cabo y los soldados se entendieron en caló. No habían andado aún un

kilómetro cuando la emprendieron a empujones con el prisionero hasta

sacarlo fuera de la carretera. Más allá, junto a un altozano, alguien le

disparó a quemarropa. (Sender Garcés, 1930: 60).

Las primeras señales del Desastre van apareciendo:

-¿Sabes lo que pasa? Han copao la protección de carretera. ¿Tú

has visto volver a las fuerzas? Se quedaba de emboscada una sección,

treinta hombres. ¿Y el escuadrón? ¿Y las dos compañías del 98? Los

han copao. Pues que toquen diana antes de media hora.” (Sender

Garcés, 1930: 58). En seguida son los propios oficiales los que se

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alarman: “- Avise a los cabos que pasen revista de municiones a los

refuerzos. El que no tenga los cinco paquetes, que los complete.”… “En

el puesto próximo disparan dos tiros. Me acerco. – ¿Qué hay? - La

misma luz de antes. Algo como una linterna que aparece allí sobre la

colina y se mueve. Le sacudo y se va. Pero al poco rato vuelve. (Sender

Garcés, 1930: 59).

El quinto capítulo se inicia con los recuerdos de Viance que, dos años

después, esto es, en 1923, rememora el desastre de Annual: “La posición

nuestra estaba dos leguas delante de Annual, hace dos años pa esta época”.

(Sender Garcés, 1930: 63). No sin un cierto alarde poético, el soldado Viance

se refiere de esta manera al gran número de bajas entre la oficialidad: “Los

moros hicieron buena cosecha de estrellas.” (Sender Garcés, 1930: 65).

Viance es enviado a una posición avanzada, la posición “R.”23, en la que

se promete llevar mejor vida que en el campamento de Annual. El lector

descubre las características de una de estas posiciones a través de una

detallada descripción:

La posición no era ni pequeña ni grande. El parapeto describía un

rectángulo del cual salían los rincones ochavados de la Artillería y de la

Policía indígena. Bajaba un poco por una vaguada muy pendiente, tanto

que los piquetes de la alambrada estaban casi horizontales. Allí había

dos puestos y una ametralladora. En el centro, a lo largo, siete tiendas,

el chozo del teléfono, el de los víveres de la reserva, mitad cavado en

23 Esto es, la posición de Igueriben.

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tierra. Un metro encima del suelo habían hecho la techumbre con

piedras y sacos terreros. La posición adquiría cierto aspecto de cubierta

de barco. (Sender Garcés, 1930: 66).

Especial mención merece el episodio de la salida de la posición de las

tropas que acaban de ser relevadas por las que integra Viance:

Los moros se están moviendo en silencio. Saben que van a salir

las fuerzas… Suena dentro el cañonazo consigna. Desde Annual

disparan con gran precisión. Sale una patrulla de vanguardia, dos

secciones desplegadas en flanco. Los soldados trotan y trotan, sacando

fuerzas de flaqueza, con un ruido de estribos y enjalmas que recuerda a

los caballos de las plazas de toros. Las piezas nuestras tiran también

más cerca y a los pocos disparos se ven siluetas que se desplazan y

que las ametralladoras quieren pespuntear. (Sender Garcés, 1930: 73).

El sentimiento de impotencia generalizada se apodera también de

Viance:

Por primera vez desde que está en Marruecos, Viance pierde la fe

en los jefes. Ha visto ya fracasar dos veces al general S.24 Los moros

tienen caballos abundantes, buenas ametralladoras, y bombas de mano

mejores que las nuestras, porque llevan lo menos kilo y medio de clavos

y balas rotas de las que recogen en el campo. Esto ya no es como

antes. Todo flaquea y falla. (Sender Garcés, 1930: 75).

24 Evidentemente, se trata del general Fernández Silvestre.

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El sexto capítulo está precedido por un subtítulo que figura en una

página independiente: “Annual –La catástrofe”. La narración se inicia

describiendo pormenorizadamente la situación desesperada que se vive dentro

de la posición “R.” La falta de agua es el problema fundamental al que se

enfrentan los defensores. No olvidemos que las posiciones, e incluso algunos

campamentos, carecían de pozos y de aljibes. De esta manera, la provisión de

agua debía efectuarse periódicamente mediante expediciones a los pozos.

Estaban éstas formadas por un reducido número de soldados que conducían

varios mulos sobre los que se cargaban los toneles de madera necesarios.

Estas expediciones, que eran llamadas “aguadas”, al exponer completamente a

los soldados españoles, constituían una auténtica prueba de fuego frente a la

proverbial puntería de los rifeños. La sed ataca a los defensores:

Es el agua, el agua, el agua. Sin ella da lo mismo comer que no,

dormir que velar. Hace tres días que dieron el último cuartillo. A medida

que se bebía se sudaba, de modo que no quedó una gota en el

estómago.”...;”La sed produce un amodorramiento lleno de visiones.

(Sender Garcés, 1930: 87).

Descubre también el lector que las tropas indígenas se han pasado al

enemigo, sin que los españoles puedan fiarse de los que permanecen dentro

de la posición: “Pero, de momento, el gran problema lo constituyen los

indígenas desfallecidos de sed y de desesperanza. La falta de agua, el ataque

que hay que rechazar desde el parapeto día y noche, todo se subordina a esa

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preocupación de los indígenas.” (Sender Garcés, 1930: 88). Más adelante la

situación se agrava todavía más:

Llegan apresuradamente dos sargentos: “Cargarse a los áscaris”.

Dentro de la choza de los cadáveres se han hecho fuertes tres indígenas

sublevados y disparan sobre nosotros. Los oficiales andan a tiro de

pistola con todo el que lleva chilaba. (Sender Garcés, 1930: 100).

Para paliar la sed, se ordena a los soldados que orinen en cubos. El

líquido obtenido luego será también racionado. Un soldado pregunta a Viance:

-¿Tienes sed?- y febrilmente añade- Yo, no. He bebido orines.

Creo que los sargentos y los oficiales los beben con azúcar, porque ha

quedao bastante en el depósito de víveres. Están muy agrios, pero

quitan la sed. (Sender Garcés, 1930: 97).

El séptimo capítulo se inicia con el alba tras una noche de ataques y la

desesperación de saber que la posición está irremisiblemente perdida. El

pensamiento del propio Viance resulta evidente:

Nosotros somos lo que en la Prensa y en las escuelas llaman

héroes. Llevar sesos de un compañero en la alpargata, criar piojos y

beber orines, eso es ser un héroe. ¡Un héroe! ¡Un hé-ro-e! La palabra, al

repetirla, pierde sentido y llega a sonar como el gruñido de un animal.

(Sender Garcés, 1930: 111).

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El comandante de la posición manda sacar el heliógrafo y transmitir un

último mensaje al acuartelamiento de Annual:

El comandante arranca una hoja del cuaderno, escribe en ella, y

el telegrafista transmite, con los ojos clavados en el horizonte: “Imposible

resistir. Cuando oigáis el cañonazo número doce, disparad sobre la

posición.” Al poco rato se recibe respuesta de Annual: “…tiembla la

estrella azul de Annual. ¿Qué dicen? Nada. Acusan recibo. Pero

entonces, ¿todo ha terminado? Cuando de Annual no dicen nada es que

no hay salvación. (Sender Garcés, 1930: 112).

Se han terminado las municiones del cañón. El asalto directo a la

posición ha comenzado. Las baterías de Annual, una vez contados los doce

disparos del cañón español, disparan ahora directamente contra la posición

“R.”:

El parapeto ha desaparecido en un largo trecho. Llegan nuevas

avalanchas de moros y se acuchilla, en una horrible confusión, el aire y

cuanto aparece ante los ojos… Viance, herido en una mano, no puede

sacar el fusil con la otra de un extraño revoltijo de arpillera, tierra y

chilaba. Entre el humo, la sangre, el ruido –los estampidos son densos y

corpóreos y echan a uno atrás- Viance salta, retrocede. Huye, no de los

asaltantes, a los cuales no ve, sino del universo que afluye contra la

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posición y salta en pedazos a ras de las cabezas. (Sender Garcés, 1930:

115).

A partir de entonces, toda la energía vital de Viance se concentra en un

único objetivo: llegar a Annual. Va recorriendo la distancia entre cadáveres de

su propio regimiento, con el número “42” bordado en los cuellos del uniforme.

Se provee de un fusil y de una gran cantidad de cartuchos de los muchos que

aparecen abandonados en el campo. Busca desesperado una última gota de

agua en las cantimploras de los cadáveres esparcidos en posiciones grotescas.

Se oculta como puede, acurrucándose en el fondo de los barrancos, de las

mujeres y de los jinetes moros que recorren entre furiosos alaridos todo el

territorio. Por fin, después de rodear todo el campamento, consigue alcanzar

las tropas españolas:

-Agua, ¿tienes agua? Alguien le da una cantimplora y hasta que

la ha agotado no se da cuenta de que son también orines. Estos

soldados son de San Fernando. - ¡Eh, 42! –Le dice uno- ¿Vienes de R.?

–Sí, y voy a Annual. Ya debe estar cerca. (Sender Garcés, 1930: 123).

Es entonces cuando Viance se da cuenta de la magnitud y del alcance

del desastre: “-¡Ah, rediós! Annual ya no está en ningún sitio. El general S. se

ha levantado la tapa de los sesos y los que quedaban del 42 han salido hace

poco en guerrilla escalonada para proteger la evacuación de los heridos.”

(Sender Garcés, 1930: 124).

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El octavo capítulo representa, una vez derrumbada la resistencia de

Annual, la huida desesperada hacia cualquier lugar seguro. Viance avanza

como un autómata entre los sobrevivientes que como espectros se aventuran

por inciertos caminos, sin saber si les llevarán directos hacia algún lugar seguro

o hacia las zonas controladas por las tropas enemigas. Viance es consciente

que debe dirigirse hacia Dar Dríus, luego a Tistutín y de allí, a Nador para luego

alcanzar el refugio de Melilla. Sin embargo, y este es uno de los puntos débiles

que luego analizaremos con mayor detalle, las tropas españolas carecían de

los apoyos cartográficos indispensables que les permitieran reconocer el

terreno por el que avanzaban, primero, y luego se replegaron.

La soledad de Viance, completamente perdido en un terreno dominado

por los enemigos se manifiesta con toda su crudeza:

Se asoma, subiendo por una rampa, afuera. Una llanura gris,

desierta, poblada sólo por manchas alargadas que a veces forman

racimos de tres o cuatro. A la espalda, las crestas de Tizza. Esto ayuda

a formar un juicio. Allá está el desfiladero donde cayeron tantos de San

Fernando y del 59. “Sí, está camino de Dar Dríus”. Ha andado unos

treinta kilómetros a la espalda de Annual. (Sender Garcés, 1930: 126).

Viance avanza penosamente entre los cadáveres españoles, que se

aparecen por doquier: “Muertos, muertos por todas partes. La estadística dará

luego cifras: doce mil. No huelen tanto como los del barranco de Annual, pero

hay que tener en cuenta que aquí el aire se expansiona.” (Sender Garcés,

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1930: 129). A veces se cruza con algún compañero, prácticamente enajenado,

o incluso con un oficial, que ha cambiado su elegante uniforme con la guerrera

piojosa de cualquier cadáver: “Lleva una guerrera de soldado, sucia y

descolorida a trechos; pero el pantalón es de corte irreprochable.” (Sender

Garcés, 1930: 129). La justificada indignación de Viance se hará en seguida

patente: “¿Un oficial? ¿Tú un oficial? ¡Una mierda eres! Te has quitao la

guerrera pa que no te vean las insignias. ¡Confiésalo, hombre!” (Sender

Garcés, 1930: 130).

Es entonces cuando sucede uno de los acontecimientos que mejor

ponen de relieve la miseria moral de esos mismos oficiales. Suena un motor y

aparece un automóvil a toda velocidad. El vehículo se detiene y Viance, subido

al estribo del coche, explica la situación al joven comandante que va

acompañado por dos oficiales y el chofer. Éstos se impacientan y con las

pistolas amartilladas amenazan a Viance para que no les entorpezca la huida:

Viance suplica con los ojos, balbucea: -Hay una plaza junto al

chofer; llevo tres tiros, mi comandante. Pero éste sigue empujándole, y

al ver que Viance continúa en el estribo con la culata de la pistola le

golpea los dedos furiosamente. Viance, con un dedo roto, suelta los

dedos y cae junto al camino. (Sender Garcés, 1930: 131).

Enfebrecido, sacando fuerza de flaqueza, desoyendo las voces del

oficial disfrazado de soldado que, desesperado, le suplica que le pegue un tiro,

Viance prosigue su dramática jornada hasta que por fin consigue llegar a Dar

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Dríus. Sin embargo, lejos de alcanzar refugio, descubre que el campamento ha

sido abandonado. “Dríus tiene el mismo aspecto inánime, sombrío de Annual”.

(Sender Garcés, 1930: 135).

La distancia desde Dar Dríus a Tistutín es de de unos treinta kilómetros.

Viance se aventura en la oscuridad en la que se ha sumergido la llanura.

Suenan tiros sueltos. Relámpagos fugaces iluminan la escena. Los truenos se

multiplican en la distancia. Una fugaz visión le permite identificar a unos jinetes

de la caballería española. Uno de ellos, cerca de Viance, cae al suelo como un

pesado fardo: “-¡El caballo! ¿Quién eres tú? Anda a buscar el caballo.” (Sender

Garcés, 1930: 137). Se encontrará todavía con muchos más compañeros

desesperados que, muchas veces heridos fatalmente, gastan sus últimas

fuerzas en huir sin rumbo fijo. También se encuentra con el cantinero que,

aterrorizado, intenta salvar sus ganancias disfrazado de moro: “Viance conoce

la voz. Es un viejo cantinero de Dríus. Se ha vestido de moro para poder huir;

pero, acosado, ha venido a este refugio con sus ahorros, que guarda en una

bolsa de trapo contra el pecho.” (Sender Garcés, 1930: 144).

El noveno capítulo se inicia con la constatación de que Viance ha corrido

tanto durante la noche que ha rebasado Tistutín, también en poder de los

moros. Contrastando con Annual y Dar Dríus, en este campamento el drama

adquiere tintes todavía más sobrecogedores. En efecto, no se trata ahora sólo

de un acuartelamiento militar sino que, junto a esas instalaciones, había un

importante establecimiento civil, San Juan de las Minas, desarrollado gracias a

la explotación de la riqueza minera. “Había también polvo rojizo, ferruginoso, en

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el suelo, en la cara y en las ropas, y merced a él algunos cadáveres de obreros

españoles tenían buen color.” (Sender Garcés, 1930: 148).

La huida de Viance prosigue con su ritmo desesperado. Aparecen

sobrevivientes desperdigados y perdidos en la inmensidad de las llanuras

sembradas de cadáveres de hombres y despojos de animales. Al amanecer,

los jinetes enemigos dan caza despiadada a los aterrorizados soldados

españoles, rematando entre risas y gritos de alegría a los heridos. Viance se

refugia, literalmente, dentro de un caballo medio devorado por los chacales:

Está dentro del vientre del caballo, y una abertura entre dos

costillas hace de atalaya y de respiradero. Huele como en las

carnecerías y los muladares. A medida que avanza el sol, el olor es un

hedor de sentina espeso y fétido. Pero el calor no es excesivo. Los

contactos con el cadáver son más bien fríos. (Sender Garcés, 1930:

152).

Viance consigue que los numerosos moros que pasan cerca del caballo

no se percaten de su escondrijo. Al fin el campo queda desierto y Viance se

adormece en su refugio hasta que le despiertan los movimientos que

experimenta el cuerpo del caballo. Un anciano de venerables barbas blancas

arranca las herraduras de los caballos muertos para revenderlas en el zoco. No

se trata, sin embargo, de un moro, sino de un español renegado, llegado en las

campañas de O’Donnell: “Vine en el año 60 a la otra parte de la morería, a

Tetuán.” (Sender Garcés, 1930: 157). En medio de una serie de reflexiones

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sobre la inutilidad de la guerra y del absurdo de la obediencia a unos intereses

que no son los suyos, el anciano conduce a Viance hasta su choza donde le

limpia con vinagre las numerosas heridas, manteniendo un diálogo en el que su

insania mental queda de manifiesto. Prosigue al poco la huida: “Quiere hacer

cálculos. Ha andado unos 70 kilómetros y le quedan todavía más de 50, a los

cuales la muerte ha trasladado su aduana infranqueable.” (Sender Garcés,

1930: 162).

El décimo capítulo se inicia con la llegada, tras haber caminado toda la

noche, a Monte Arruit, cercado por los moros. Viance se deja vencer por sus

terrores. Se ve incapaz de recomenzar la lucha de nuevo. Se queda paralizado

cuando ya escucha las voces y los pasos apresurados que se le acercan, hasta

que alguien le sacude el brazo: “- ¿Qué haces, pasmao?" Es Rivero, uno de su

misma compañía, que al oír el estrépito cercano lanza una mirada en torno y

echa a correr. Viance le sigue.” (Sender Garcés, 1930: 166). Al poco,

descubrirán más moros, hombres, mujeres y niños, que roban las pertenencias

de los cadáveres. La brutalidad se pone cada vez más de relieve: Rivero da

una tremenda patada en el vientre a un niño de unos siete años que, al

descubrirles, había comenzado a gritar. Se encuentran a dos viejas que chillan:

Viance dispara sobre una de ellas… Rivero aplasta con el pie las

fauces del indígena para sacar la bayoneta del pecho; pero cuando

Viance va a encañonar a la otra vieja, ésta ha caído sobre Rivero con un

puñal de los de la mejala y después de herirle huye gritando. Viance la

caza de dos tiros. (Sender Garcés, 1930: 168).

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El agonizante Rivero, a la vez que le pide que le ahorre sufrimientos, da

los últimos consejos a Viance: “- Pégame un tiro en la cabeza y vete hacia allá,

lo más lejos posible de la vía, sin perder de vista Monte Arruit y Zeluán.”

(Sender Garcés, 1930: 168). Viance es incapaz de terminar con la vida de su

compañero, quien, además, dedicará sus últimas fuerzas a cubrir la huida de

Viance ante la llegada de unos jinetes moros. Todavía Viance, sintiendo una

gran gratitud pensará: “- Todos piden lo mismo. ¡Un tiro en la cabeza! Eso no

es pa pedirlo a un hombre.” (Sender Garcés, 1930: 170).

Al cabo del tiempo, encuentra un nuevo refugio en el fondo de un

barranco sembrado de cadáveres españoles. Los cuervos se ceban en ellos,

disputando a los cerdos las sobras del festín. Viance sabe que ni los moros ni

los judíos comen cerdo, pero que los crían para después venderlos al ejército

español: “Los alimentan ahora con carne humana.” “Un cerdo huye gruñendo

con medio antebrazo humano en la boca.” (Sender Garcés, 1930: 171).

Llegados a este punto, conviene recordar que a medida que las tropas

en retirada se alejan de las posiciones abandonadas, la población de los

territorios que atraviesan, hasta entonces relativamente sometida a las fuerzas

españolas, cambia decididamente de bando. Podemos imaginarnos la amplitud

de este fenómeno teniendo en cuenta que incluso los miembros de la policía

indígena y los demás miembros rifeños de las fuerzas españolas se habían

pasado previamente al enemigo con armas y bagajes. De esta manera, los

soldados fugitivos “ya no sólo eran acosados desde la retaguardia sino también

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desde ambos lados del camino. Se atribuye la mayoría de las bajas sufridas

por los españoles a la hostilidad de los habitantes de la zona hasta entonces

sometida” (Villalobos, 2003: 227).

El capítulo decimoprimero se inicia con Viance llegando a las puertas de

Nador. Descubre la brisa fresca del mar: “Las olas chascan a la espalda de la

casa donde se han refugiado algunos en la desbandada de Nador. Un viejo

paisano, algunos guardias civiles y hasta veinte o treinta soldados.” (Sender

Garcés, 1930: 179). Se van relatando ejemplos concretos de los horrores de la

guerra: un soldado desmenuza el estiércol del patio, separando

cuidadosamente los granos de cebada sin digerir; un guardia civil explica a

Viance que a uno de los heridos los moros le han machacado las mandíbulas

con unas piedras para sacarle el oro que llevaba en la dentadura:

No tiene boca. Todo es un amasijo de carne y huesos rotos.” “Yo

voy a venir voluntario para las operaciones que se hagan después,

porque se la tengo jurada a unos cuantos bandidos de Nador que

pasaban por amigos nuestros y yo los he visto en la iglesia crucificar los

soldados igual que a Cristo, contra la pared.” (Sender Garcés, 1930:

181). “Viance pudo llegar a Nador no sabe cómo. Montó un caballo que

tuvo que dejar a poco porque estaba loco, y cerca ya de la población

pequeña, nueva y simétrica como un balneario americano, vio cadáveres

colgados de los postes, clavados contra las puertas, tendidos por tierra.”

(Sender Garcés, 1930: 186).

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El proceso de embrutecimiento que Viance experimenta avanza

progresivamente a medida que se prolonga la defensa desesperada de la casa

en la que se han refugiado los sobrevivientes españoles. El hambre se hace

cada vez más insoportable. Aparece entonces la idea de saciar el hambre con

un trozo de alguno de los cadáveres: “Llegará uno a ser peor que las fieras,

porque ellas no comen la carne de sus semejantes… Aunque, en el fondo, bien

pensado, lo primero es salvarse.” (Sender Garcés, 1930: 190).

También es sobrecogedor el relato de la rendición de la casa. Los

soldados se pasan la consigna de no inutilizar los fusiles y de no quitarles el

cerrojo. Los moros van preguntando a los soldados si están enfermos o

heridos. Algunos, aunque no lo estén, buscando alguna ventaja, dicen que sí.

El grupo así formado es conducido a un corral donde son asesinados.

Trasladan a los demás a los calabozos de Nador, donde, al menos, les

entregan unos mendrugos de pan negro.

El duodécimo capítulo va precedido de un nuevo título que aparece en

hoja aparte: “Salvación. – La guerra. – Licenciamiento. – La paz de los

muertos.”

Viance tiene preparada la fuga, antes de que los moros se los lleven de

nuevo hacia Annual. Se encuentra a diez kilómetros de Melilla. Sabe que

seguramente no llegará vivo, pero prefiere la muerte a la incertidumbre de una

lenta agonía: “Viance corre con todas sus fuerzas; no tarda en oír tiros a su

espalda; pero tan inciertos, tan a la ventura, que ni siquiera siente el paso de

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los proyectiles.” (Sender Garcés, 1930: 202). Consigue llegar, tras dos horas de

carrera desenfrenada, a las puertas de la ciudad. Grita hacia las alambradas

hasta que le indican una manera de penetrar tras las líneas españolas. Una vez

dentro, los defensores le piden novedades del avance de los moros. Le

preguntan si el general S. se ha suicidado y si Monte Arruit se ha entregado.

Luego, enseguida se redescubre la rigidez propia de la organización militar:

Un oficial, en mangas de camisa, sentado de espaldas, lee a la

luz de su lámpara de bolsillo. -¡A la orden, mi teniente! (…) Se levanta

enfurecido. -¡Qué teniente ni ocho cuartos! No me mires con esa cara

estúpida, que te parto el alma. ¿Tú no me conoces? ¿No conoces al

capitán Arnáu? (Sender Garcés, 1930: 205).

Viance consigue llegar al hospital, donde le preguntan por qué no se

hace curar en el botiquín de su batallón. Apenas se ocupan superficialmente de

curar sus heridas, sin molestar al médico de guardia. Luego, cuando interroga

dónde puede dormir, la monja encargada le pregunta si lleva el volante. Sin ese

documento no puede pernoctar allí y tiene que volver a la calle. Pasa la noche

tirado en un polígono. Al amanecer llega por fin al cuartel que corresponde a su

regimiento.

Exhausto, pasa revista médica. El teniente médico certifica que Viance

sigue apto para el combate. Sin embargo, Viance se aventura en una tímida

protesta que enmascara su profunda ira: “-Tendrá que oírme antes, mi teniente.

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Yo no puedo tenerme en pie, estoy herido.” (Sender Garcés, 1930: 216). Este

conato de rebelión le valdrá un arresto y la apertura de un expediente.

El capítulo decimotercero se inicia con una charla con el narrador, que

aparece de nuevo tras el paréntesis de los dramáticos acontecimientos vividos

por Viance desde su salida de la posición “R.”. Le pregunta el narrador en qué

acabó la historia del expediente: “Me recargaron dos años. Debía licenciarme

aquel invierno, seis meses después de la retirada de Annual.” (Sender Garcés,

1930: 219). Esos dos años han pasado casi por completo. Se narran las

operaciones que se emprenden, con mayor o menor éxito, para recuperar el

terreno perdido desde Annual. La vida militar se caracteriza cada vez más por

las corruptelas y por la desidia generalizada.

El capítulo decimocuarto se inicia con el retrato de un Viance aniquilado

bajo el correaje, con un sombrero demasiado grande, que le oculta la mitad de

las orejas. El narrador describe la mezcla de sentimientos que le produce ver a

Viance:

Me molesta pensar que lo que siento por Viance es un gran

respeto; pero un respeto unido al desprecio que su falta de carácter, su

aspecto físico, aniquilado por cinco años de atonía de espíritu, suscitan.”

(Sender Garcés, 1930: 237).

Parecidas descripciones de un Viance cada vez más acabado irán

sucediéndose a lo largo del capítulo.

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Las operaciones militares cuentan ahora con grandes medios, incluido el

apoyo de la aviación que bombardea sin descanso no sólo a las tropas

enemigas sino también a los poblados y, muy especialmente, sobre los lugares

en los que se reúnen los zocos semanales. En muchas ocasiones, las bombas

y las ráfagas de ametralladora de los aviones caen sobre las mismas tropas

españolas. También ocurre que, con demasiada frecuencia, las armas

químicas se desvían, o sus gases mortíferos, impulsados por un viento

contrario, afectan de lleno a las posiciones españolas.

En un episodio de confusa retirada, Viance recoge el cadáver de un

comandante y le carga sobre sus espaldas hasta que, agotadas las fuerzas,

tiene que abandonarlo. Al final del capítulo descubrimos que Viance ha

regresado con dos fusiles. Sin embargo, ninguno de ellos es el suyo. Este

hecho, unido al de haber abandonado el cadáver del comandante hará

exclamar a su sargento: “Me parece que la has hecho buena.” (Sender Garcés,

1930: 256).

El capítulo decimoquinto presenta a un Viance todavía más demacrado.

El narrador aparece de nuevo para preguntarle novedades. Viance va a

licenciarse. Lleva una guerrera que, en sus tiempos, debió haber sido de buen

corte: “Su elegancia almibarada desentona y da a Viance un aire afeminado.”

(Sender Garcés, 1930: 259). Lo que efectivamente supone el regreso a España

es descrito con toda su crudeza: “-No se licencia ninguno de los que vienen

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acá. Ni yo. El que viene se queda aquí, y luego echan pa España un pelele, un

tío ya exprimido, sin jugo.” (Sender Garcés, 1930: 260).

Viance, buscando un botón en el vertedero del cuartel, ha encontrado

una medalla, pisoteada, aplastada. “Es una condecoración sin ningún valor,

que se da a todo el que la pida.” (Sender Garcés, 1930: 260). Se la cose al

uniforme por regresar a España con alguna recompensa.

El último capítulo, narra la llegada de Viance, tras un larguísimo viaje por

mar y en tren, a lo que debiera haber sido su pueblo, Urbiés, desaparecido bajo

las aguas de un pantano recién construido. Llega a una serie de barracones de

madera, que ha acogido a lo que queda de su antiguo pueblo, y entra en una

taberna donde es objeto de todo tipo de burlas por parte de los obreros que

concluyen los trabajos del pantano. Viance se derrumba física y psíquicamente.

No se le ofrece ninguna salida: “Peones no quieren ni uno. Sobra personal en

todas partes, y solo admiten a los que vienen con una mula y un carro, por lo

menos.” (Sender Garcés, 1930: 271). La narración concluye con la aparición de

una cupletista que, con la medalla de Viance prendida sobre el pecho

izquierdo, canta un cuplé patriótico, entonces muy de moda: “El corazón de las

mujeres y las trompetas de la Fama al ver pasar a los soldados, repiten

siempre: ¡Viva España!” (Sender Garcés, 1930: 272).

_________________________

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2.3.2- PERSONAJES PRINCIPALES:

La obra de Sender se caracteriza, como no podía ser de otra manera, al

igual que todas las demás que nos ocupan, por mezclar personajes históricos y

de ficción. Así, aparecen de nuevo los principales sujetos del Desastre. Éstos

se encuentran tanto a un lado como a otro de la barrera. Esto es, los que

sufren las consecuencias de las decisiones políticas y militares se mezclan con

los personajes responsables de esas mismas decisiones. También aparecen

los que defienden su tierra frente a unos invasores que no respetan su forma

de vida, sus creencias y su acerbo histórico, y los que, por el contrario, en pos

de una quimera histórica, se lanzan a la expansión colonialista.

Cierto es, sin embargo, que, al contrario de lo que ocurre en las demás

novelas que nos ocupan, en la de Sender los personajes marroquíes aparecen

únicamente de una manera marginal. El moro no pasa de ser ahora el enemigo

por antonomasia, mientras que en las demás narraciones el indígena ocupa

posiciones de mucha mayor trascendencia.

Lógicamente, este hecho obedece, en nuestra opinión, al menos a dos

circunstancias principales: así en primer lugar, el carácter del protagonista

Viance, cuya evidente limitación de miras ha ido quedando suficientemente

demostrada a lo largo de la enumeración y análisis de los capítulos que

componen la obra senderiana. En segundo lugar, el tiempo de la narración, en

la que salvo detalles y episodios muy puntuales, como puedan ser el encuentro

con el anciano renegado de las campañas de O’Donnell, el breve interludio del

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cautiverio del protagonista principal en los calabozos de Nador, o el trueque de

productos básicos que efectúa con los ancianos del zoco ambulante, la relación

con los moros es prácticamente inexistente.

Podríamos incluso afirmar que en “Imán” no existe ningún contacto con

la población indígena. Es más, tampoco se encuentra el más mínimo interés

hacia esos habitantes. Se trata, tan sólo, de matar para no ser matado o, al

menos, de escapar cuanto antes de su fatídico alcance.

El personaje principal es, como ya ha ido viéndose, el soldado Viance. El

propio Sender, como hemos dicho, dejó escrito que Viance hubiera podido ser

cualquiera de los doscientos mil soldados españoles que en aquellos fatídicos

años pasaron por África. Viance es aragonés, como Sender, y procede de una

humilde familia que no pudo sobrevivir al hambre al faltar los escasos recursos

que un Viance aprendiz de herrero enviaba puntualmente a casa hasta el

momento de incorporarse a filas. Así hemos visto cómo primero desaparece la

madre, luego la hermana, y el hermano prácticamente disminuido psíquico, y

por último también el padre, de hambre física mientras espera la promesa de

una cosecha extraordinaria.

Juan M. Riesgo Pérez-Dueño se ha ocupado con bastante detalle de

analizar los principales personajes de “Imán” (Riesgo Pérez-Dueño, 1992). En

las próximas líneas seguiremos sus acertados pasos.

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De esta manera el propio, Riesgo Pérez-Dueño, citando a Juan

Modesto, nos indica:

Sender construye el personaje de Viance basándose en sus

propias experiencias, por una parte, y en las vivencias de Juan Modesto,

fundador del quinto regimiento de Milicias Populares y jefe de un cuerpo

de Ejército en la batalla del Ebro. Modesto, como Barea y Sender,

también fue mando procedente de soldado de haber en Marruecos.

Como Viance también se enfrenta a un comandante y llega a más, pues

se pelea con él y acaba detenido por las bayonetas del Tercio. Modesto,

de un culatazo descrismó, como él decía, a un sargento achulado que le

derribó intencionadamente y tuvo que ir voluntario a África: allí fue

recargado en el servicio como Viance y se le llegó a prohibir durante

cuatro meses el uso de las armas.

Otro de los personajes que destaca en el estudio mencionado, como no

podía ser de otra forma, es el del propio Sender, que aparece en la obra como

narrador y amigo de Viance. Se trata de un sargento observador, benévolo con

el carácter retraído y con la simpleza del personaje principal, que en ocasiones

interviene para solucionar alguno de los desaguisados que éste provoca. De

hecho, como él mismo nos cuenta:

Yo fui soldado con Viance en la misma compañía. Luego a mí me

ascendieron, y me trataba con cierto recelo, a pesar de que le decía que

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siguiera tuteándome como antes. La preocupación de los galones desvía

y entorpece su confianza. (Sender Garcés, 1930: 41).

Podríamos destacar, entre los personajes históricos que aparecen en la

obra, a los generales S. y N. Se trata, qué duda cabe, de Fernández Silvestre y

Navarro. Del primero se relata en diversas ocasiones que se ha suicidado en

Annual. Del segundo, se afirma sin reparos que se ha comportando como un

cobarde, incapaz no sólo de defender la posición en la que se refugia, Monte

Arruit, sino llegando incluso a rendirla y a entregarla a las tropas asaltantes,

que cometerán una de las mayores carnicerías con los dos mil soldados

desarmados.

En las páginas de la novela son pocos los oficiales que se libran de un

duro juicio. Así, por ejemplo un teniente coronel que antes de abandonar a un

herido incapaz de caminar, o de pegarle un tiro para que no acabe vivo en

manos de los marroquíes, ofrece su propio caballo. La pregunta que le dirige el

comandante es elocuente: “- Con su permiso, ¿puedo pegarle un tiro a un

soldado de la segunda que no puede seguirnos? Si lo dejamos ahí, lo

martirizarán los moros.” (Sender Garcés, 1930: 75).

Como muy acertadamente señala Riesgo Pérez-Dueño:

Hay un Comandante “X” que parece González Tablos, el jefe de

Regulares, también trágicamente muerto… Personaje curioso es el

Comandante que en un automóvil se niega a reconocer a Viance y a un

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oficial camuflado con guerrera de soldado (ya que los rifeños mataban

primero a los oficiales).

Este Comandante, como ya se vio en su momento, se comporta como

un auténtico canalla, desentendiéndose de la suerte que espera a Viance y al

oficial y, además, partiendo con la culata de su pistola los dedos que intentan

aferrarse al estribo de su automóvil. De hecho, recordemos que este

Comandante:

Descrito en 1930, y aunque no sea tan famoso como su hermano

Ramón todavía, podría corresponder a Franco, a Mola… pero Franco se

encontraba en ese momento trasladándose con la legión por mar, de

Ceuta a Melilla… De todas formas, la insinuación es suficiente, también

podría ser Yagüe.

Por nuestra parte, nos inclinamos, sin embargo, por suponer que, a

pesar de la imposibilidad física de encontrarse en ese preciso momento allí

presente, la descripción corresponde más a Franco: “Un jefe, joven aún, con

una expresión taciturna casi siniestra.” (Sender Garcés, 1930: 130).

Uno de los oficiales que merecen mención específica es el teniente Díaz

Ureña, que se ensaña con Viance hasta convertirse para éste en una obsesión

que no se superará hasta la muerte del oficial: “Viance sueña, naturalmente,

con lo único que sigue ligándole a la vida: el odio al teniente Díaz Ureña.”

(Sender Garcés, 1930: 53). Más adelante, cuando Viance descubre el cadáver

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de su enemigo, el narrador refleja los sentimientos del protagonista: “Viance se

tambalea entre los muertos, haciendo equilibrios para no pisarlos. Podía caer y

quedarse ya con ellos. El odio a Díaz Ureña, lo único que lo ligaba a la vida, no

tiene ya objeto.” (Sender Garcés, 1930: 61).

El respeto ridículo a las normas se refleja en la anécdota que relata el

narrador:

También huyo del capitán N., que con cierto retintín mientras fui

soldado y cabo me llamaba “don” Antonio. Parte esto de un incidente

pintoresco. Al hacernos la filiación de llegada, el sargento preguntaba a

cada cual su oficio. -¿Y tú?, - periodista, - ¿De los que venden

periódicos? – No señor. De los que los escriben. – Pero, ¿eso es carrera

u oficio? –Como se quiera, -Vamos a entendernos, ¿tienes algún título

académico? (Sender Garcés, 1930: 57).

Las prostitutas son personajes que aparecen repetidamente, tanto

ejerciendo abiertamente su oficio, como las que se compadecen de Viance

cuando al fin consigue medio muerto llegar a Melilla y deambula por las

oscuras calles en busca del hospital militar, como aquellas otras que en teoría

son cantineras ambulantes, como la Blanca del inicio del relato o la que el

sargento narrador comparte fraternalmente con otros compañeros.

Una de las descripciones del prostíbulo de campaña es bastante

detallada:

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Más abajo está el prostíbulo con tres chicas, una de ellas mora. Si

en las repúblicas bien organizadas –según el concepto tradicional- estos

establecimientos no deben faltar, más necesarios aún son en los

campamentos. Como las demás barracas, ésta tiene paredes de tablas

claveteadas, unidas a la buena de Dios –o del diablo- con planchas de

latón, trozos de estera y de lona. Dentro tienen varios compartimentos

pequeños como gabinetes de barco, y uno mayor que llaman salón. El

suelo es el del campamento, lleno de altibajos. Los camastros, unidos a

las tablas de los tabiques, transmiten el ritmo del trabajo a toda la casa

con un crujido isócrono, que por la noche se percibe desde muy lejos.

(Sender Garcés, 1930: 59).

También desempeña un importante papel simbólico la que ejerciendo de

cupletista en los barracones que han suplantado la aldea natal de Viance

sumergida por las aguas del nuevo pantano, culmina la obra cantando un cuplé

patriótico:

La cupletista sale ahora entonando “La cruz del mérito”, cuplé

patriótico muy popular, que habla del soldado ciego acogido por los

brazos de su novia. La cupletista lleva sobre la teta izquierda, prendida

en la camisa, la medalla de Viance. (Sender Garcés, 1930: 272).

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2.3.3- TEMAS PRINCIPALES:

Como ya ha sido apuntado, en las breves y certeras palabras que

Sender escribe para la solapa de la primera edición de “Imán” se describe el

propósito principal de la narración. Así, el libro “trata de contar la tragedia de

Marruecos como pudo verla un soldado cualquiera de los que conmigo

compartieron la campaña.”

La tragedia de los obreros y soldados obligados a convertirse en

soldados es el núcleo principal de la novela. Todas las innumerables penurias

que se viven a lo largo de sus páginas sirven para poner de manifiesto esa

tragedia.

La falta de preparación militar de los soldados, la improvisación y desidia

de los oficiales, las corruptelas de los mandos y de los políticos, la pasividad de

la sociedad española, son elementos que acentúan, todavía más si cabe, los

aspectos dramáticos de la narración.

La ausencia completa de horizontes personales dentro de la opresión de

la vida militar es uno de los muchos temas que aparecen a medida que avanza

el relato. De esta manera, vemos cómo el narrador describe la vida cuartelera:

“Las obsesiones son tenaces en los campamentos. La imposibilidad de

desarrollar cada cual su vida nos encauza por estrechas manías.” (Sender

Garcés, 1930: 15).

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La vida carece de cualquier sentido. Cuando se pierde de una vez, no

acarrea mayores problemas que el pensar donde enterrarán el cadáver propio:

Nosotros, además, los que no somos oficiales, llevamos la

ventaja de que se nos entierra habitualmente en el campo abierto, al

margen de los campamentos, en esas sepulturas comunales señaladas

por un rectángulo de piedras, cuyo único ornamento son dos viejos

proyectiles de artillería de medio metro de altura, vacíos. En lo hondo

conservan casi siempre un poco de lluvia, muy poca, pero la suficiente

para reflejar una estrella. (Sender Garcés, 1930: 34).

En otra ocasión, el narrador es lacónico: “Efectivamente; los verdaderos

valientes hubieran debido comenzar por no venir. Todos han venido por esa

cobardía difusa a la que el soldado alude y de la cual él y yo debemos

olvidarnos. Le aconsejo prudencia.” (Sender Garcés, 1930: 37).

A veces, el destino de todos, soldados y oficiales resulta igualmente

absurdo: “Se siente en algunos oficiales desengañados –los malos oficiales- la

tristeza de confesarse que mueren por un poco de dinero mensual y la envidia

de la muerte desinteresada y romántica del soldado.” (Sender Garcés, 1930:

72).

La corrupción a todos los niveles está presente en muchas páginas. Por

ejemplo, se menciona explícitamente el caso de las irregularidades en el

suministro del material, muchas veces básico para la supervivencia de los

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soldados, como puede ser el caso de las municiones, la comida o los

uniformes:

He ido al suboficial porque ya hace tres meses que mis

alpargatas cumplieron… -Con suboficiales así, da gusto. A mí me tienen

que durar las alpargatas mis buenos cinco meses, y me duran, si no

tengo la desgracia de pisar una mierda, porque entonces se quema la

suela. (Sender Garcés, 1930: 20).

Se menciona también, por ejemplo, el truco de reemplazar el aceite de la

tina por agua: “Abrió la tapadera. El aceite llegaba hasta los bordes; sin duda

estaban los cincuenta litros; pero por la llave de abajo no salía aceite, sino

agua. Los sargentos se miraron con seriedad.” (Sender Garcés, 1930: 67).

Sobre la precariedad del material de guerra se indica:

Los moros tienen caballos abundantes, buenas ametralladoras, y

bombas de mano mejores que las nuestras, porque llevan lo menos kilo

y medio de clavos y balas rotas que recogen en el campo. Esto ya no es

como antes. Todo flaquea y falla. Ayer tumbaron a un avión. (Sender

Garcés, 1930: 75).

Lógicamente, la corrupción también afecta a los destinos que esperan a

unos y a otros, marcando la diferencia entre la muerte casi segura y la

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posibilidad de pasar el servicio militar de una manera más o menos agradable,

sobre todo a partir del Desastre, cuando se llama a filas también a los “cuotas”:

Los hospitales están llenos de emboscaos. No hay plazas. Las

camas hacen falta pa los señoritos. El hijo del duque de mi pueblo está

en el Docker como un príncipe, rasurándose tos los días y dándose agua

de olor. ¡Maricas! (Sender Garcés, 1930: 45).

El comentario que hace uno de los sargentos sobre la corrupción

generalizada es suficientemente elocuente:

Pero aquí lo que, pa entre nosotro, te digo e que esta retirá ha

sarvao a mucho intendente de prisione militare. ¡Borrón y cuenta nueva!

Y yo sé, ya ve; a mí me costa, ya ve, que má de un oficia de Intendencia

ha venío con er culo tapao con er Telegrama del Rif, ya hora tiene tres

casa que le rentan un Perú. (Sender Garcés, 1930: 183).

El problema del agua merece especial mención dentro del doble

apartado de la corrupción y de la pésima organización de las operaciones

militares. El agua escasea dentro de los campamentos, y sobre todo, en las

posiciones avanzadas. Asimismo, el agua es escasísima en las largas marchas

bajo el ardiente sol del mes de julio. La elección de las posiciones en alturas

teóricamente inexpugnables conllevaba la obligatoriedad de organizar turnos

periódicos de aguadas, ya fuera desde los campamentos hacia esas posiciones

alejadas, ya desde éstas hacia los lejanos pozos vigilados en todo momento

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por avezados y excelentes francotiradores agazapados entre las rocas. Como

ya indicábamos en otro momento, el narrador describe la situación: “Es el agua,

el agua, el agua. Sin ella da lo mismo comer que no, dormir que velar. Hace

tres días que dieron el último cuartillo.” (Sender Garcés, 1930: 88). “Desde hoy

se bebe orina. Viance no la quiere probar.” (Sender Garcés, 1930: 88).

Volveremos a ocuparnos de este asunto en el momento oportuno.

De la misma manera, como un elemento que refuerza todavía más la

incapacidad profesional de los militares españoles, a lo largo del relato, que en

definitiva podría también ser la narración de una huida, se pone de manifiesto

la tremenda dificultad que tanto Viance como sus compañeros experimentan

para orientarse adecuadamente. Ante la carencia de puntos de referencia, y

sobre todo de una cartografía adecuada, como veremos en su momento

oportuno, el protagonista recurre a su propia experiencia de campesino: “A la

espalda las crestas de Tizza. Esto ayuda a formar un juicio. Allá está el

desfiladero donde cayeron tantos de San Fernando y del 59. Sí, está camino de

Dar Dríus.” (Sender Garcés, 1930: 126). Los mismos cálculos aproximados se

repiten en varias ocasiones: “Quiere hacer cálculos. Ha andado unos 70

kilómetros y le quedan todavía más de 50…” (Sender Garcés, 1930: 162). El

soldado Rivero, ya agonizante, le ofrece a Viance, como si de su postrer tesoro

se tratara, consejos de cómo orientarse para llegar vivo a Melilla: “Vete hacia

allá, lo más lejos posible de la vía, sin perder de vista Monte Arruit y el camino

de Zeluán. Por ahí te salvarás.” (Sender Garcés, 1930: 168).

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2.3.4 TÉCNICA Y ESTILO:

Sobre la lectura de “Imán”, Riesgo Pérez-Dueño ha escrito que siempre

se descubren ideas y sensaciones nuevas. Muy acertadamente indica:

Tal es la explosión de sugerencias, hechos y descripciones

ambivalentes que allí se encuentran, muy superior a la explosión de las

bombas mismas, que, con tanta riqueza de matices se describen, hasta

el extremo de sentir el lector encontrarse en mitad del combate.

También afirma que “Imán” es un estallido de ideas. Citando a Marcelino

Peñuelas, en el prólogo de la novela en la edición manejada por Riesgo Pérez-

Dueño25, esta obra de Sender se adelanta a la novela “nueva” de nuestros días.

De hecho, queda señalada la ambigüedad plenamente consciente de la

descripción de los hechos, mediante la cual se mezclan y confunden las

secuencias de tiempo, espacio y punto de vista.

Esta aparente confusión provoca que en no pocas ocasiones el lector

desconozca quién es el que habla, si el protagonista principal, Viance, o si el

narrador el Sargento Sender.

Pensamos que “Imán”, sobre todo, es una crítica certera, llena de

aspectos pacifistas. De esta manera, el estilo y la técnica de toda la obra se

dirigen, precisamente, a subrayar una y otra vez este aspecto.

25 Se trata de la edición publicada por Destino en Madrid en 1976.

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También compartimos las observaciones de Ara Torralba en lo que se

refiere a la descripción del modo compulsivo de la escritura senderiana que

“hunde sus raíces en toda una forma de ser y de entender, y que dio a la luz de

la imprenta decenas de títulos, entre novelas y relatos breves.” (Ara Torralba,

2003).

La creación senderiana surge “al calor del tecleo congestionado de la

máquina de escribir”. Es más, Sender crea la narración articulando recuerdos y

documentos, junto con experiencias compartidas con otros miembros de la

vanguardia literaria y política con los que convive posteriormente en Madrid,

como el ya citado Modesto, para reflejar una “intensidad desnuda” y sin

artificios añadidos.

La que fue su primera gran novela, que, como ya ha sido indicado,

causó un gran revuelo social y una admiración generalizada, “todavía nos deja

perplejos por su perfección y novedad.” Asimismo, según señala asimismo Ara

Torralba, el éxito de “Imán”, no radica tanto en el carácter de documento de

una crudeza asombrosa sobre los abusos y excesos de unos hechos ocurridos

nueve años antes en Marruecos, como en la perfección técnica de la escritura:

Sedujo la capacidad de creación del primer protagonista solitario y

perseguido (el soldado Viance) que Sender eleva del anonimato cronístico (un

soldado más del desastre) a arquetipo humano (el héroe inocente que asiste a

un espectáculo de horror y tragedia). Sin embargo, como ya ha sido descrito en

más de una ocasión, la aseveración del propio Sender asegurando que su obra

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contribuyó decisivamente a la caída de la monarquía alfonsina, al destapar los

ingentes escándalos que se habían producido en las campañas rifeñas, resulta

sin duda exagerada.

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2.4- “LA RUTA”, DE ARTURO BAREA (1940):

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Como muy acertadamente ha señalado Gregorio Torres Nebrera en su

excelente obra, “reconstruir la vida del hombre Arturo Barea equivale a intentar

una glosa de su obra cumbre, escrita totalmente sobre el material de su propia

vida.” (Torres Nebrera, 2001: 17 y ss.)

Arturo Barea nació en Badajoz el 20 de Septiembre de 1897, en un

medio social precario. En efecto, era hijo de viuda y sólo el apoyo de un tío

suyo, José, permitía vislumbrar el futuro con moderado optimismo. Sin

embargo, el fallecimiento de este pariente provoca que Barea tenga que

abandonar el colegio para buscar empleo en una tienda de bisutería cercana a

la Puerta del Sol. Su madre, mientras tanto, contribuirá al sostenimiento de la

familia gracias al fruto de su trabajo como lavandera a orillas del Manzanares.

Barea cambiará de oficio en varias ocasiones hasta incorporarse a filas

en 1921. Trabajará en una oficina de patentes y será también representante de

una casa de diamantes destinados a joyerías de España y Francia.

Posteriormente, junto con su hermano, montará una fábrica de juguetes

que terminará en estrepitoso fracaso. De hecho, esta experiencia patronal, en

un momento en el que Barea ya está afiliado al Partido Socialista, pondrá de

relieve la dualidad dramática del carácter de nuestro escritor que se debate

entre sus propias convicciones sociales y la necesidad de actuar conforme con

su papel de patrono de una fábrica.

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La génesis de esta primera experiencia patronal de Barea es

recogida con cierto detalle por Nigel Townson quien afirma que la empresa se

puso en marcha con los ahorros del trabajo como agente comercial y el legado

de treinta mil pesetas de su tío José, añadiendo:

Barea montó, a los 18 años, su propia fábrica de juguetes en

colaboración con sus hermanos. Arturo, quien tenía devoción por su

madre Leonor quería hacer dinero para liberarla de sus privaciones

económicas. En este período Arturo se enfrentó con la UGT debido a su

“estrechez de criterio”: él era, de todas formas, un patrón, pero, como

reflexionaría más tarde, su “individualismo rebelde” le impedía aceptar

una “disciplina organizada”. Planteado de una forma idealista, el negocio

de los juguetes fracasó debido al desfalco provocado por un pariente

suyo, un asunto tocado de forma discreta en La forja. En ese momento,

Arturo consideró la posibilidad de ingresar en un circo, aunque

finalmente optó por un trabajo más convencional como secretario del

administrador de Hispano-Suiza, una empresa situada en Guadalajara

que fabricaba aviones y de la cual eran accionistas importantes tanto el

conde de Romanones como el rey Alfonso XIII. Este puesto provocó que

renacieran las aspiraciones de Barea de llegar a ser ingeniero, a la vez

que le descubrió la corrupción que llenaba tanto la industria como el

ejército en la España de entonces (Barea Ogazón, 2000: XV).

En 1918, empieza una nueva experiencia laboral como secretario de

Tomeu, el administrador de la fábrica de automóviles Hispano-Suiza, en

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Guadalajara. Es aquí donde descubrirá la corrupción que imperaba en los

medios políticos de la España de aquellos años. Como señala Torres Nebrera:

La actitud de denuncia de negocios turbios, de manejos

inmorales, que Barea mantuvo toda su vida, vuelve por sus fueros, y

reconoce que en aquel trabajo en la multinacional automovilística, en

donde había invertidos capitales de grandes prohombres españoles,

incluso del propio Alfonso XIII, tuvo sus primeras evidencias de la falta

de limpieza, moral y material, con la que iba a toparse muchas veces

(Torres Nebrera, 2001: 75).

A partir de su incorporación a filas, en la Comandancia de Ingenieros

de Ceuta, Barea experimentará todos los sinsabores de la campaña militar. Es

nombrado sargento y destinado a las labores de construcción de una carretera

entre Tetuán y Xauen, para luego unirse a los efectivos que luchaban contra las

fuerzas de el-Raisuni. Barea, fue herido de cierta gravedad y, tras ser

nombrado oficial de reserva, es repatriado a la península en 1923, donde

tendrá que convalecer, además, por una terrible infección tifoidea que le afectó

tan seriamente al corazón como para provocarle la muerte al cabo de los años,

recién cumplidos los sesenta.

En sus notas autobiográficas, el propio Barea se refiere con un cierto

detalle a la época marroquí. Cuenta cómo en 1920, al tener que cumplir el

servicio militar, fue destinado por sorteo a Marruecos, para añadir:

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(…) ingresando en la Comandancia de Ingenieros de Ceuta.

Permanecí en las oficinas de la Comandancia hasta mi ascenso a

sargento; entonces pasé destinado a la construcción de la carretera de

Tetuán a Xauen, donde permanecí hasta la primavera de 1921, en que

me incorporé al ejército de operaciones contra el cabecilla el Raisuni. En

plena campaña, en el mes de julio, se produjo el derrumbamiento de la

Comandancia de Melilla por la acción de Abd-el-Krim y fui destinado con

las primeras fuerzas de socorro que se enviaron desde una zona a la

otra. Tomé parte en las primeras operaciones de reconquista y a los dos

meses regresé a la Oficina Topográfica y de Información de Tetuán. Fui

herido levemente y condecorado con la Cruz del Mérito Militar roja. En

1923 me licenciaba y regresaba a Madrid (Barea Ogazón, 2000: 656).

Precisamente, la situación de Raisuni no era ni mucho menos envidiable

en aquellos días del verano de 1922. Se encontraba huido en las montañas

tras las campañas de Beni Arós, únicamente acompañado por un puñado de

fieles y por su propia familia. Sin embargo, las Autoridades españolas deciden

llevar a cabo unas conversaciones directas con el dirigente de la Yebala,

enviando al coronel Castro Girona y al antiguo cónsul de España en Larache,

amigo personal de Al Raisuni, el señor Zugasti, para llevar a cabo unas

conversaciones de paz (La Porte, 1997: 548). De esta manera, el

prácticamente derrotado Raisuni se convierte, a los ojos de las tribus de la

Yebala, en un importante jefe miliar que trata directamente con las máximas

autoridades españolas. Esta decisión se justifica únicamente por el deseo de

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alcanzar cuanto antes una rápida pacificación de las zonas de las

Comandancias de Ceuta y de Larache, en las que Barea está destinado.

Más adelante se refiere Barea, siempre en las notas autobiográficas, a la

sensación personal que la situación militar despierta en su conciencia, más allá

de la propia crueldad de la guerra y de las privaciones y sufrimientos que

conlleva:

Durante estos años tuve una ocasión extraordinaria de ver los

diferentes aspectos internos de la guerra de África, tanto en lo que

respecta a la corrupción e ineptitud de la oficialidad como a la vida

interna de la población mora, entre la que logré amistades, y la vida del

soldado español. Conocí personalmente a la mayoría de los que

constituyen hoy el grupo militar que se ha apoderado del Gobierno de

España. La visión de la catástrofe en los campos de Melilla, que tan bien

ha tratado Sender en Imán, me produjo un choque físico que se tradujo

en una repulsión irresistible a la visión de carne muerta y

psicológicamente una rebelión contra toda destrucción (Barea Ogazón,

2000: 656).

Durante la etapa marroquí aparecen los primeros trabajos literarios de

Barea. Se trata de una narración sobre la guerra, elaborada para un concurso

organizado por el diario “La libertad”, de Indalecio Prieto, cuyo título era “El

moro ciego”. Este cuento no llegó a su destino porque fue intervenido por el

general Álvarez del Manzano, quien “paternalmente”, indicó a Barea que no

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debería colaborar con un periódico “revolucionario”. Posteriormente, ese

mismo cuento fue publicado por la propia Comandancia de Ingenieros, junto

con una poesía, en un folleto editado con motivo de la fiesta de San Fernando,

patrón del Cuerpo.

La segunda creación literaria de la que tenemos noticia es también otro

cuento, ambientada igualmente en la campaña militar, que lleva el título de “La

medalla”. Sin embargo, como muy atinadamente se pregunta Torres Nebrera,

lo importante sería conocer en qué momento Barea se plantea iniciar una

actividad literaria. El propio Barea indica que “en Guadalajara, durante mi

trabajo en la Hispano, bajo el nombre de un compañero, envié un cuento de

Reyes a un concurso de la revista Blanco y Negro, que fue premiado”.

Una vez recuperado de su convalecencia, en 1924, Barea consigue una

posición económica de cierto desahogo, gracias a un nuevo empleo en una

importante agencia de patentes. De esta manera, su madre no tendrá que

seguir lavando ropa a orillas del Manzanares. Se casa con Aurelia Grimaldos,

con la que tendrá cinco hijos y de la que se divorciará en 1938.

Según apunta Barea, los años de la dictadura transcurren dedicados a

su trabajo en la agencia de patentes. En 1931 fallece su madre. Con la

proclamación de la República, renueva su compromiso político dentro del

Partido Socialista y del sindicato UGT, donde lleva a cabo la tarea de

desarrollar la rama del sindicato de empleados de oficinas. La época del bienio

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negro, junto con la represión de la revolución de Asturias en 1934, acentuaron

todavía más el compromiso social y político de Barea.

En 1936, se inclina desde el primer momento por la defensa de la

República, luchando en la toma del Cuartel de la Montaña. A las tres semanas

del inicio de la guerra civil ingresa en la Oficina de Prensa Extranjera del

Ministerio de Estado, puesto en el que se mantendrá incluso cuando el

Gobierno abandone Madrid, dependiendo entonces directamente del general

Miaja. Ejercerá sus funciones en un despacho del edificio de la Telefónica en la

Gran Vía, junto con la intérprete austriaca Ilsa Kulcsar, con la que mantendrá

una relación decisiva.

Por encargo directo del general Miaja, compagina sus labores en el

Ministerio de Estado con “la organización de las emisiones de radio para el

extranjero y una serie de charlas aleccionadoras para la población madrileña, y

sobre todo, para los oyentes de América Latina, charlas que pronunciaba bajo

el seudónimo de “Una voz de Madrid”. Tras una serie de discrepancias entre

las autoridades de Valencia y las de Madrid, unidas a un delicado estado de

salud, Barea abandonará sus funciones radiofónicas en noviembre de 1937,

marchando junto con Ilsa, para disfrutar de un merecido descanso, primero a

Alicante y luego a Barcelona.

Nuestro autor aprovechará ese breve período de descanso para redactar

y poner orden en sus notas radiofónicas sobre la vida cotidiana en el Madrid

sitiado. Una vez divorciado de su mujer, se casa con Ilsa y obtiene el permiso

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de las Autoridades para salir a Francia, “en razón de mi incapacidad física”.

Sin embargo, antes de salir de España, entrega a las Publicaciones

Antifascistas de Cataluña el original de “Valor y miedo”, impreso casi cuando

Barcelona cae en manos de las tropas sublevadas.

El nuevo matrimonio se instala en París, donde sobreviven a duras

penas, gracias a unas pocas traducciones y a unos pocos artículos sueltos

pagados a precio de miseria. Barea comienza en esta época la redacción de

“La forja”.

En marzo de 1939 se trasladan a Londres. Se instalarán en un pequeño

pueblo situado en las afueras, al norte de la gran ciudad, llamado Puckeridge.

El matrimonio se adapta paulatinamente a su nueva vida, Barea dedicado a la

literatura e Ilsa trabajando en el servicio de escuchas del Gobierno británico. Al

poco tiempo, los dos se trasladan al condado de Worcestershire, donde Barea

empezará a trabajar, aprovechando la experiencia radiofónica adquirida en el

Madrid en guerra, en el Servicio Mundial de la BBC, encargado de redactar

comentarios destinados al público de América Latina. A pesar de reiteradas

críticas de los Barea sobre la forma manipuladora con la que la estación

radiofónica británica trataba al Gobierno de Franco, seguirán trabajando en ella

hasta el fin de la Guerra Mundial.

Antes, en 1944 había concluido la redacción de “La forja de un rebelde”.

Según la correspondencia mantenida con Ramón J. Sender, sabemos que

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Barea planeaba ya desplazarse a Estados Unidos “para dictar algún curso en

Universidades o colleges.” Posteriormente, en 1951, Sender escribirá:

Sobre su posible viaje aquí no es posible arreglar nada antes de

1952 (otoño) porque los presupuestos se hacen siempre con un año y

medio de anticipación y las invitaciones también. Claro es que si viniera

a Alburquerque se le podrían encargar unas conferencias y se le

pagarían, pero muy poco, de los fondos imprevistos del departamento,

que no son muchos. Cuando esté en Pennsylvania hablaremos (Barea

Ogazón, 2000: 713).

A comienzos de 1952 Barea se desplaza a Estados Unidos, sin su

mujer, donde dará una serie de conferencias sobre la literatura española de los

siglos XIX y XX. Poco antes, había publicado una novela escrita originalmente

en inglés, “The broken root”, que sería publicada en castellano, ya en 1955, con

el título de “La raíz rota”. También en 1951 aparece en América la versión

española de su trilogía, “retrotraducida al castellano”.

A raíz del éxito alcanzado por esa versión castellana, Arturo Barea

saldrá de nuevo de Inglaterra en 1956, para realizar una gira americana. Visita

Argentina, Chile y Uruguay. Esta gira, financiada por la propia BBC, nos

muestra a un Barea “anglofilizado, nacionalizado inglés y con aires de

gentleman. Andando el tiempo, casi podríamos decir que Blanco White tuvo su

reflejo en el autor de La forja de un rebelde.” Por su parte, el entonces

Embajador de España en Buenos Aires, José María Alfaro, describía así a

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Barea: “persona ultraizquierdista, de formación completamente liberal y como

clásico representante de la intelectualidad de izquierda acatólica”.

Este comentario se inscribe en la lógica terrible de aquellos años, sin ser

incompatible ni con la propia personalidad de Alfaro Polanco ni con su obra. En

efecto, recordemos que este Embajador, -destinado casi veinte años en

Buenos Aires-, junto a algunos otros ex falangistas formó un núcleo intelectual

de vocación liberal, al que se pueden adscribir personalidades como Ridruejo o

Laín Entralgo. Nacido en Burgos, fue poeta y ensayista desde la más tierna

edad. Ganó el Premio Nacional de Literatura en 1933.

Arturo Barea falleció la Nochebuena de 1957, a consecuencia, como ya

se ha dicho, del mermado estado de salud que arrastraba desde su época de

Marruecos, “cuando su capacidad como escritor, conferenciante, charlista,

crítico literario, etc., estaba en plena madurez y con una buena cantidad de

proyectos por delante”.

En lo que se refiere más específicamente a la obra que nos ocupa,

conviene recordar que la primera edición, en inglés, aparece en 1943, con el

título “The track”. Fue publicada por la editorial Faber and Faber, dirigida por

Eliot, “con una deficiente versión inglesa de Sir Peter Chalmers-Mitchell”.

En 1946 aparece la edición norteamericana publicada por Reynald and

Hitchcok, integrando toda la trilogía, y que dio una gran popularidad a Barea.

Se realizaron pronto traducciones al noruego, danés, holandés checo, polaco,

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italiano y finlandés. La versión francesa se llevó a cabo por Gallimard. Como

señaló Guillermo de Torre, “he ahí por donde un libro escrito en castellano fue

conocido por los lectores de tan múltiple diversidad lingüística antes que por los

de su propio idioma”.

El prologuista y traductor de la primera versión inglesa, según señala

Torres Nebrera, dice:

El libro había empezado a escribirse en el extremo de una mesa

del Hotel Montparnasse, en París, y que el título elegido para el mismo

implicaba la conformación de las condiciones innatas del individuo por la

incidencia de factores externos que van golpeando y construyendo un

carácter como el mazo moldea el hierro en el yunque, lo va forjando. Por

ello uno de los personajes pintorescos que Barea hace comparecer en

su entorno es un herrero, alguien que se complace en moldear y forjar el

hierro candente en el yunque, y que pasa de personaje complementario

a la concreción de la idea central de la novela: hacerse a sí mismo, con

férrea voluntad, aun cuando el entorno te ayude, o te dificulte –como el

mazo sobre el hierro- a mejorar esa forja26.

La trilogía de Barea pretende realizar “el friso de una época”. Junta,

mediante el hilo conductor de su propia experiencia, las experiencias vividas

por la generalidad de los que formaron su generación, para poner de relieve las

vicisitudes de un período histórico, como fueron las tres primeras décadas del

26 Precisamente, esa misma figura e imagen del herrero es a la que, con fines y resultados muy distintos, recurre también Ramón J. Sender en “Imán” para elaborar a su personaje Viance.

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siglo XX, determinantes para el futuro de España y de toda Europa. Torres

Nebrera, sobre esta observación, señala que en la propia obra “La ruta”, en el

capítulo VIII, se indica lo siguiente:

Los libros de historia (…) dan lo que se llama los hechos

históricos. No sé nada de ellos, con excepción de lo que leí después en

estos libros. Lo que yo conozco es parte de la historia nunca escrita, que

creó una tradición en las masas del pueblo, infinitamente más poderosa

que la tradición oficial.

Más adelante, siempre en las páginas de la propia novela, Barea

escribe: “La guerra –mi guerra- y el desastre de Melilla –mi desastre- no tenían

semejanza alguna con la guerra y con el desastre que estos periódicos

españoles desarrollaban ante los ojos del lector”.

Es más, siempre tal y como recoge Torres Nebrera, nuestro autor:

Quiso seguir la racha y la huella de los “episodios nacionales”

galdosianos, prologados en cierto modo por la obra de su admirado

Baroja, y abriendo un largo camino a la literatura de la memoria por

donde transitarán en los años sucesivos Alberti, Moreno Villa, Sender,

Corpus Barga, Rosa Chacel, María Teresa León o Francisco Ayala.27

27 Esa preocupación e interés por el precedente galdosiano de los Episodios Nacionales se pone de relieve directa y explícitamente también en la obra de Gaya Nuño, ya desde las mismas páginas del prólogo. La admiración por Baroja fue común a todos nuestros autores. Recordemos que Giménez Caballero renegará más tarde de esa admiración, calificándola, junto a la de Prieto, como nefasta.

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Además de los comentarios específicos sobre ese galdosianismo al que

recurre también Gaya Nuño, conviene recordar que esa misma sensación de

crónica realista, y por tanto, inevitablemente dura, ya aparece en “Aita

Tettauen”, inspirando, por tanto, a unos y otros autores de los que venimos

ocupándonos.

Sobre la aparición de la vocación literaria de Barea, cabría añadir al

menos unos comentarios sobre uno de los hechos más llamativos de la misma,

como es su aparición tan tardía, al margen de los primeros intentos un tanto

balbucientes que ya hemos señalado. Así, Nigel Townson señala certeramente:

Aunque Barea no publicó ningún libro hasta los cuarenta años, “el

microbio literario” como subraya en las notas autobiográficas recogidas

en este volumen, le había contagiado desde muy joven. De niño era “un

lector furibundo” que se inspiraba en “una mezcolanza terrible” de libros.

Publicó sus primeros cuentos y poemas en la revista del colegio,

teniendo éstos “forzosamente” como tema “el niño bueno y obediente y

la Purísima Concepción”. Los primeros síntomas de su ambición literaria

aparecieron alrededor de los dieciséis años. Junto con un amigo, Alfredo

Cabanillas, asistió a las peñas literarias en el Fornos y en el Lion d’Or.

Barea descubrió con horror que había que dedicar más tiempo “a

halagar y dar coba” al maestro elegido que a escribir (Barea Ogazón,

2000: XVI).

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Por su parte López Barranco trae a colación toda una serie de artículos y

de críticas elogiosas de la obra de Barea, indicando que la valoración literaria

de este autor, referida sobre todo a “La forja de un rebelde”, ha gozado desde

su presentación de los más fervorosos elogios. Cita, por ejemplo, a Emilio

González López, en un artículo publicado tempranamente, en 1953, en el que

califica a Barea de excelente novelista. También recuerda que Marra López

juzga a esta obra como “maestra”. Rafael Conte la considera “uno de los libros

más conmovedores de la historia de la literatura española de todos los

tiempos.” (López Barranco, 1999: 1127).

_________________________

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2.4.1- ESTRUCTURA:

“La ruta” comparte con las otras dos obras de la trilogía una misma

estructura simétrica que la divide en dos partes y, cada una de éstas, en diez

capítulos. La división entre esas dos partes está delimitada por la irrupción de

un episodio especialmente significativo para el desarrollo del relato que

supone, de alguna manera, una pausa del ritmo narrativo. Así, en el caso de

“La ruta”, ese receso se consigue con el regreso temporal del protagonista

herido para un período de convalecencia en Madrid.

Desde un punto de vista temporal, la acción de La ruta” se enmarca

entre los años 1920 y 1924. Los primeros diez capítulos que componen la

primera parte se centran en la narración de la campaña de África, la herida de

guerra y el período de convalecencia. La segunda parte, dividida de nuevo en

otros diez capítulos, refleja el regreso a África, la puesta de manifiesto de la

corrupción del Ejército y, por último, el regreso definitivo a Madrid y la

instauración del directorio militar de Primo y de su régimen dictatorial.

El propio Arturo Barea, tal y como señala Torres Nebrera, nos ha dejado

una valiosísima serie de reflexiones sobre la génesis de su obra en el ensayo

literario sobre “Novela y autobiografía”, dentro del prólogo a la primera edición

inglesa de “La ruta”. Cierto es que posteriormente se publicaron también en

castellano, en el libro “Palabras recobradas”, en el artículo “Novela y

autobiografía”, (Barea Ogazón, 2000: 17). De esta manera, podemos destacar

las siguientes palabras:

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Lo que he registrado en este libro sobre la guerra de Marruecos y

la dictadura de Primo de Rivera, preludio a la caída de la monarquía, es

de estricta verdad histórica dentro de los límites de una experiencia

puramente personal. Con los escasos materiales de que dispongo, he

hecho lo mejor para verificar los datos, intentando comprobar lo que mi

memoria me decía. Me doy cuenta de que lo que había visto era la etapa

embrionaria en el desarrollo del autoritarismo castrense, y en particular

los comienzos de la carrera política del general Franco.

Para reforzar el carácter de documento colectivo, Barea intenta evitar los

episodios y escenas excesivamente personales. De esta manera, agrega:

Hay incidentes que no he incluido en este libro, incidentes

verídicos que me gusta contar a mis amigos (…) Y en una autobiografía

anecdótica, de esas que concentran toda la luz sobre lo sensacional y lo

divertido, tales historietas hubieran estado en su lugar. Pero para mí no

tenían ninguna significación más profunda, ya personal, ya general, y

por lo tanto las dejé fuera.

Se concentra, por tanto, en los elementos que fueron comunes a la

generalidad de los que participaron en aquella campaña:

En cambio, la mugre del hospital, la sangrienta pesadilla de las

máscaras, la técnica del estraperlo en pequeña escala, el aburrimiento

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de las interminables marchas forzadas, la batahola de las tabernas, la

recia camaradería del ejército, el olor del mar al alba y el brillo cegador

del sol africano, todo eso nos hizo lo que somos, y eso es lo que he

puesto en mi crónica.

Los principales temas que trata la novela pueden agruparse de la

siguiente manera, según la tesis de Kern L. Lundsford, de la Universidad de

Michigan, de 1990, citada por Torres Nebrera:

a) perfil de la guerra de Marruecos;

b) anticlericalismo cada vez más definido;

c) intensificación de las diferencias entre las dos Españas;

d) el despertar de Barea al problema político y social;

e) persistencia de la ambigüedad ideológica en el autor-

personaje.

En la primera parte de “La ruta” aparecen más frecuentemente las

escenas y descripciones de campaña. De esta manera, el lector se familiariza

con los campamentos, las cábilas, los blocaos. Se describen las fuerzas de uno

y otro bando, los combates, en ocasiones cuerpo a cuerpo, y aparecen los

personajes militares que más tarde serán los protagonistas de la sublevación

militar contra el Gobierno legítimo de la República Española.

Un capítulo entero se dedica a la narración pormenorizada del Desastre

de Annual. La narración de Barea se recrea en la descripción detallada de los

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hechos y de los ambientes. Así también, cuando en otro capítulo describe las

calles de Xauen, como si de una nueva Toledo medieval de las tres culturas se

tratara.

En esta primera parte de la novela, señala que Barea:

Rechaza hacer historia externa, fría, convencional de algo en lo

que fue interviniente de primera mano. Nos enseña el desastre desde

dentro, con las limitaciones de quien sólo sabe de lo que ha

presenciado, pero con la ventaja de quien lo transmite desde las tripas y

la sangre, desde la propia carne doliente y quemada; hay limitación

como crónica, pero hay verdad y proximidad como testimonio.

La confesión de Barea en este sentido es especialmente valiosa:

Yo no puedo contar la historia de Melilla de julio de 1921. Estuve

allí, pero no sé dónde; en alguna parte, en medio de tiros de fusil,

cañonazos, rociadas de ametralladora, sudando, gritando, corriendo,

durmiendo sobre piedra o sobre arena, pero sobre todo vomitando sin

cesar, oliendo a cadáver, encontrando a cada nuevo paso un nuevo

muerto, más horrible que todos los vistos hasta el momento antes28.

28 Como se verá en su momento oportuno, esa sensación de encontrarse perdido, tanto en los combates como sobre todo en la huida, es compartida por varios autores. De hecho, como se verá también en su momento, el desconocimiento del terreno de operaciones, junto con la ausencia de una cartografía mínimamente fiable, fueron factores decisivos que aumentaron la amplitud del Desastre. Otro apunte que en este mismo sentido adelantamos ahora y que se desarrollará oportunamente, es el de la simbología del título de la obra de Barea, “La ruta”, como camino, ya sea real, la carretera que se construye desde Tetuán a Xauen, o figurado, el avanzar hacia un destino de lucha decidida a favor de la libertad de la República Española.

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La opinión de Barea sobre el despropósito que para España suponía la

aventura de Marruecos queda reflejada desde los primeros capítulos de la

novela. El lector descubre de esta manera: “Durante los primeros veinticinco

años de este siglo Marruecos no fue más que un campo de batalla, un burdel y

una taberna inmensos”. Torres Nebrera también subraya un comentario del

sargento Barea cuando llega a su casa de Madrid para el período de

convalecencia: “Marruecos es la mayor desgracia de España, un negocio

desvergonzado y una estupidez inconmensurable”.

La segunda parte de la novela se centra en descripciones más

detalladas de las acciones militares y del ritmo de vida de los componentes de

las fuerzas españolas en Marruecos. El sargento Barea se encuentra ahora,

recuperado parcialmente, aunque todavía sufriendo las consecuencias que

serán vitalicias de la infección tifoidea, destinado en las oficinas de la

Comandancia de Ceuta. El narrador relata entonces los acontecimientos y el

curso de las operaciones militares a través de lo que otros personajes le van

contando.

En opinión de Torres Nebrera, que no compartimos, “lo cierto es que

esta segunda mitad adquiere a veces un tono mucho más teórico y tedioso”.

Cierto es que aparecen momentos en los que el vacío de la vida cuartelera se

llena de la mejor manera posible ante las limitaciones evidentes de ese tipo de

existencia. Así, la narración se aventura por episodios de carácter

personalísimo, contradiciendo de alguna manera las propias observaciones del

autor expuestas en el prólogo ya mencionado de la primera edición en lengua

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inglesa, cuando, por ejemplo, evoca la pesca magnífica de un ejemplar

extraordinario de morena. Este episodio es contemplado por Torres Nebrera,

tal vez exagerando un tanto, como “una reacción instintiva en la que Barea ve

un emblema de la rebeldía vital en defensa de la dignidad de la libertad tanta

veces defendida.”

En lo que sí coincidimos por completo es en el análisis comparativo que

Torres Nebrera efectúa de las dos partes de la novela. En efecto, en la primera

parte el autor procura ante todo presentar la incompetencia y la falta de

preparación de un ejército condenado a ser carne de cañón para justificar un

imperialismo de capa caída y satisfacer los apetitos de una oficialidad deseosa

de recuperar un lugar destacado dentro de la sociedad española que le era

cada vez más ajena. En la segunda parte, por el contrario, la narración se

centra en denunciar los turbios asuntos y corruptelas generalizadas en las que

se ha transformado la organización militar. Se relatan cómo funcionan el

estraperlo, el tráfico de influencias y la malversación de fondos públicos.

De hecho, para ilustrar el terrible estado de la situación que todas esas

conductas delictivas habían ido provocando a lo largo de los años, Barea

escribe: “Una de las cosas que me impresionaban profundamente era el

hambre de tantos reclutas; la otra, su ignorancia.” Torres Nebrera selecciona

asimismo otro comentario de Barea, cuando añade: “Sólo con mi experiencia

personal podría escribir un libro con relatos nimios o épicos sobre la

putrefacción interna del ejército español de Marruecos entre 1920 y 1924”.

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Arturo Barea es meridianamente claro en lo que se refiere al alcance y a

las consecuencias de la corrupción de los militares, cuando afirma que la

derrota de Annual se debió “a la tremenda negligencia, frivolidad e

incompetencia del mando del ejército español”.

El resto del contenido de los capítulos de la segunda parte es objeto de

dura crítica por parte de Torres Nebrera, quien juzga duramente su calidad

narrativa, en comparación con la del resto de la trilogía:

Es indudable que estos diez capítulos de la segunda parte de “La

ruta” tienen escasa fuerza narrativa, y por tanto menor interés en el

conjunto de toda la trilogía; largas tiradas de discusión histórica para

explicar el proceso que lleva a la llegada del dictador Primo de Rivera,

su posición ante el grave problema de Marruecos y el ambiente de

enfado y de protesta en el Ejército y sus jefes, que sería la semilla de la

rebelión del 36. Secuencias bien resueltas, como la del encuentro del

protagonista con el propio Presidente del Directorio en un colmao

madrileño (cap. IX) no compensan multitud de páginas bastante

tediosas.

Diremos únicamente, de momento, que son precisamente todas esas

observaciones tediosas las que incrementan el interés de la obra desde la

perspectiva principal que nos ocupa.

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Por último, los dos capítulos finales de “La ruta” suponen el abandono

definitivo de Marruecos por Barea, que regresa licenciado del ejército a Madrid

e inicia las actividades que se desarrollarán con mayor profundidad a lo largo

de las páginas de la última novela de la trilogía.

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2.4.2- PERSONAJES PRINCIPALES:

Como no podía ser de otra manera debido a su carácter autobiográfico,

en la narración de Barea el personaje principal es el propio autor, quien, desde

la perspectiva personalista definida por su carácter, formación y compromiso

político y social, describe al lector no sólo las peripecias vividas en África sino

sobre todo, como ya ha sido apuntado en varias ocasiones, la situación de

miseria moral, social, profesional y material que provocó la aventura colonialista

en la zona del Rif.

Desde un punto de vista cronológico, los primeros personajes que se

aparecen al lector son los que también descubre el propio Barea al

incorporarse a su nuevo destino tras llegar de Ceuta. Se trata de los otros tres

sargentos que compartirán la tienda de campaña, Córcoles, Julián y Herrero,

además de Manzanares, el machacante que se pone a su servicio, esto es, el

asistente espabilado y eficaz que contribuye a resolver las penurias materiales

de los sargentos, sirviendo una botella de vino frío, una comida o resolviendo el

problema del abrigo.

Aparecen a continuación los primeros oficiales. El capitán Blanco, que

presenta al nuevo sargento a toda la compañía formada especialmente para la

ocasión. Luego, el teniente Arriaga y el alférez Mayorga. Este capitán terminará

siendo expulsado del Ejército por cobardía ante el enemigo (Barea Ogazón,

2004: 456).

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Sin ninguna interrupción narrativa, una vez completada la descripción de

los personajes militares, aparece el personaje del señor Pepe, un civil

gordinflón, contratista corrupto, que comparte la propia tienda destinada a los

sargentos. Desde este instante narrativo, queda meridianamente claro el

sistema de corruptelas generalizadas que imperaba en todos los niveles del

ejército, en el que participan los oficiales y los sargentos. El asistente es,

cuando menos, cómplice de la situación: “Manzanares entró con la merienda y

otra de sus botellas tapizadas de vapor de agua. Tras la espalda del gordinflón

me guiñó un ojo” (Barea Ogazón, 2004: 270)

El carácter del ordenanza se describe con no poco detalle. Así:

“Manzanares tiene su propia filosofía. Dice que como es el único ladrón

acreditado que existe aquí, le harán responsable de todo lo que falte. Y no sé

cómo se las arregla, pero desde que él está no falta un botón en la compañía”

(Barea Ogazón, 2004: 285).

El contratista gordinflón apenas espera que Manzanares salga de la

tienda para exponer claramente sus condiciones:

En cinco minutos nos ponemos de acuerdo. Como ya le he dicho,

yo soy el contratista de la piedra. Tengo una punta de moros trabajando;

unos hacen barrenos en la cantera y otros machacan la piedra. Usted

tiene que anotar la dinamita que gasto y los metros cúbicos de piedra

que les doy. A fin de mes, liquidamos cuentas. A veces, los moros que

yo tengo les ayudan a ustedes a desmontar el terreno y entonces es lo

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mismo: tantos metros cúbicos de tierra, tantas pesetas. – Pues, me

parece que la cosa no es muy difícil; no creo que vamos a tener

discusiones. – No, hombre. Hay para los dos. Yo acostumbro a dar una

tercera parte de los beneficios. - ¿A quién? – Se me quedó mirando muy

extrañado: - ¿A quién va a ser? En este caso a usted. - ¡Ah! Vamos.

Usted pretende que las cuentas no sean claras, ¿no? – Las cuentas son

clarísimas. Ni Dios las puede tocar. Claro que para ello hace falta que

usted lo apruebe. El capitán se lleva la otra tercera parte. -¿Así, el

capitán está en la combinación? – Sin él no se podría hacer nada.

Pregúntele. (Barea Ogazón, 2004: 271).

Otros personajes similares, que al igual que el señor Pepe viven

parasitariamente de lo que extraen del Ejército, son los cantineros, algunos de

los cuales llegaban a hacer una gran fortuna. Uno de éstos es el llamado El

Malagueño:

Había comenzado como un cantinero que seguía a las columnas

en marcha con un borriquillo cargado con cuatro damajuanas en

pellejos y el burro en mulo. Después levantó una barraca de tablas en la

posición de Regaia. Ahora tenía un gran almacén en Ben-Karrick, lleno

de jamones, chorizos, latas de sardinas, cerveza alemana, leche

holandesa en lata, licores de todos los orígenes, vinos finos andaluces y

una cocina en la que se podía hacer comida a cualquier hora. (Barea

Ogazón, 2004: 328).

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Los primeros moros del relato aparecen a renglón seguido. Se trata de

los que, de momento, colaboran con las tropas españolas que están

construyendo la carretera entre Tetuán y Xauen:

Abdella, el capataz de los moros, venía hacia nosotros en aquel

momento. Era un hombre espléndido, de tipo beréber, con una barbita

negra, ojos rasgados, con las facciones correctas desfiguradas por la

viruela. Llevaba no un albornoz o chilaba, sino un uniforme con las

insignias de Ingenieros –una torre de plata- en el cuello. Antes de que

pudiera hablar en su perfecto español, lento, de palabras escogidas, el

corneta le llamó la atención. (Barea Ogazón, 2004: 277).

Otros moros que también colaboran con los españoles surgirán a lo

largo de páginas posteriores. De esta manera, un anciano llamado Sidi Jussef

“venía a veces a buscarme al pie de la higuera y charlaba, durante horas;

frecuentemente me invitaba a tomar té en su casa.” (Barea Ogazón, 2004:

306). No son pocos los moros que comercian con los soldados: “El propietario

era un moro envuelto en una chilaba astrosa color café, que fumaba su pipa de

kiffi y no hacía nada más. Sentado sobre sus ancas tras su exposición

permanecía mudo, mientras todos a su alrededor gritaban a cuello herido sus

ofertas.” (Barea Ogazón, 2004: 310)

Otros moros forman parte de las propias fuerzas españolas. Tal es el

caso de la Mehalla, o policía nativa, que Córcoles, regateador experimentado,

no duda en utilizar como elemento de presión para obtener los productos a

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precios más rebajados: “Cuando volví, Córcoles tenía al lado suyo a un soldado

de la Mehalla, la policía nativa. Los tres estaban empeñados en una discusión

acalorada.” (Barea Ogazón, 2004: 312).

Lógicamente, muchos de estos indígenas desempeñan un papel de

agentes dobles, pasando información a los futuros rebeldes, o vendiendo datos

falsos a los españoles. Algunos de estos espías recelan sobre todo de que sus

correligionarios puedan verlos en compañía de los españoles. Recurren

entonces a artimañas más o menos astutas. Así, la cita puede tener lugar en el

ambiente disimulado y forzosamente discreto de un prostíbulo:

-Tenemos que tener agentes para toda clase de informaciones.

Pero muchos de ellos no quieren por nada del mundo que les vean

entrar en la comandancia general. Ahora bien, a casa de la Luisa todo el

mundo puede ir y a nadie le llama la atención. ¿A qué se va allí? A

acostarse con una mujer. Así, es el mejor sitio para charlar un rato con

alguien. (Barea Ogazón, 2004: 323)

El comandante Castelo, responsable último de las obras, es “un hombre

bajo, corpulento, con la atrayente agilidad infantil de algunos hombres gordos

que parecen sentarse de culo a cada instante” (Barea Ogazón, 2004: 280). Se

trata, sin embargo, de un ingeniero con la adecuada formación técnica, que

destaca frente a la incompetencia manifiesta del capitán Blanco, incapaz

siquiera de manejar un simple teodolito. De hecho, es el propio José Blanco

quien admite su completa incompetencia técnica: “La verdad es que yo no

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entiendo una palabra de estas cosas. Se me ha olvidado todo. De todas

manera, para lo que sirve...” (Barea Ogazón, 2004: 282).

Otro ejemplo de la corrupción imperante a todos los niveles es el que

queda de manifiesto cuando el lector descubre el caso de un teniente de

regulares que se dedica profesionalmente a la compraventa de bisutería y

joyería. De hecho, este teniente, al conocer a Barea en un tugurio de Tetuán, le

entrega una tarjeta suya en la que se lee: “Pablo Revuelta. Teniente de

Regulares. Joyería fina de todas clases. Plazos y contado” (Barea Ogazón,

2004: 290). Los negocios de este teniente han alcanzado tal amplitud que le

impiden ejercer función alguna de carácter militar. A pesar de ocupar

teóricamente un cargo en la oficina de Mayoría, debe dedicarse en cuerpo y

alma a sus negocios particulares, sobre todo a la usura disfrazada de

transacción comercial:

Nunca aparece por allí. Su casa es un almacén de joyería y

vende a plazos a toda la guarnición desde sargentos a generales, desde

estilográficas hasta joyas de dos mil duros. Pero éste no es un gran

negocio. Tú vas allí y le compras la joya que te guste más o lo que te dé

la gana. Pero no te lo llevas y él te paga lo que vale, menos un

descuento del veinte por ciento. Es decir, si te hace falta dinero le firmas

un contrato según el cual le has comprado una sortija por valor de mil

pesetas y él te da ochocientas. Lo pagas a plazos y no te puedes

escapar de pagar, porque el regimiento acepta sus recibos y también

porque la sortija la tienes en depósito hasta que terminas, y él tiene el

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derecho de perseguirte por estafa si pretendes evadir el pago. (Barea

Ogazón, 2004: 291).

Las prostitutas de Tetuán desempeñan un papel importante a lo largo de

la narración. De esta manera, Luisa, el ama de uno de los burdeles juega al

ratón y al gato con un Barea derrotado:

¡El ama era ella! Podía ser el ama de la casa, pero no iba a ser el

ama de mí. No era más que una zorra como las otras, sin más privilegio

que ser su ama. Pero yo no había ido allí a dormir con nadie, menos a

someterme a nadie. Si una mujer me hubiera gustado, lo habría

aceptado y me hubiera ido a la cama con ella. Pero no me daba la gana

de aceptar que si yo le gustaba al ama, me tenía que acostar con ella.

(Barea Ogazón, 2004: 295).

Más adelante descubrirá el lector que la prostituta es hebrea:

- ¿Tú sabes que soy judía? Mi nombre verdadero es Miriam. Mi

padre es platero. Cincela la plata con un martillo pequeñito. Mi abuelo

era platero y el suyo también. Mis dedos son la herencia de

generaciones de hombres que han manejado y tocado el oro y la plata.

(Barea Ogazón, 2004: 295).

Para vengarse de la altivez de Barea, la prostituta le jugará una mala

pasada. Le dice que han llegado unos amigos y que quiere presentarle:

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Me llevó a la sala reservada para los oficiales. El cuarto estaba

lleno de mujeres riendo y alborotando, la mesa cargada de botellas y

vasos. Luisa, colgada de mi brazo, me arrastró al borde de la mesa.

Oficiales y prostitutas nos dejaron pasar y todo quedó en silencio. Luisa

se detuvo delante del general. – Mi novio, le dijo. Cogido de sorpresa,

tartamudeé ridículamente, bajo su mirada: - A sus órdenes, mi general.

El general, con la cara roja de repente, se enderezó. (Barea Ogazón,

2004: 298).

Otros generales surgen a medida que la narración avanza. El Alto

Comisario en Marruecos, el general Dámaso Berenguer, es:

Macizo y pesado, con una voz untuosa. El general Mazo, también

de la familia de los generales gordos, con un corsé bajo el uniforme,

sanguíneo y apopléjico, con un genio explosivo. El coronel Serrano,

rechoncho y valiente hasta la temeridad, un hombre paternal a quien

adoraban sus soldados por su buen humor y su carencia absoluta de

miedo. El teniente coronel González Tablas, alto enérgico, una autoridad

entre los moros de Regulares, de quien era el jefe, con mucho del

aristócrata entre los demás jefes, que la mayoría parecían campesinos

acomodados y quienes le odiaban cordialmente, o al menos a mí me lo

parecía. Y finalmente el general Castro Girona, amabilísimo pero

extraño, con su piel tostada, su cabeza rapada y su interés genuino por

los moros. (Barea Ogazón, 2004: 324).

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Uno de los principales jefes, el comandante general de Ceuta, Álvarez

del Manzano, se caracteriza por su carácter paternalista: “Pesado y paterno, le

gustaba hablar a los quintos más asustados y palmearles cariñosamente la

espalda” (Barea Ogazón, 2004: 420). Recordemos también que el general

Álvarez del Manzano es el que aconseja a Barea no tener trato alguno con el

periódico “El Liberal”.

La narración se detiene en la descripción pormenorizada del teniente

coronel Millán Astray cuando arenga sus soldados del Tercio. La aparición de

este personaje provoca un completo silencio en la multitud. Se dirige a los

soldados con una voz fuerte y firme que apaga los ruidos de las otras unidades

hasta convertirlos en meros susurros. La expectación teatral que Millán Astray

sabía provocar tenía en vilo a más de ochocientos soldados.

El discurso que entonces dirige a sus tropas es especialmente

significativo, poniendo de relieve el carácter brutal tanto del jefe como del

auditorio:

- ¡Caballeros legionarios! Sí. ¡Caballeros! Caballeros del Tercio de

España, sucesor de aquellos viejos Tercios de Flandes. ¡Caballeros! ...

hay gentes que dicen que antes que vinierais aquí erais... yo no sé qué,

pero cualquier cosa menos caballeros; unos erais asesinos y otros

ladrones, y todos con vuestras vidas rotas, ¡muertos! (...) Como

caballeros eran aquellos otros legionarios que, conquistando América,

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os engendraron a vosotros. En vuestras venas hay gotas de la sangre

de aquellos aventureros que conquistaron un mundo y que, como

vosotros, fueron caballeros, fueron novios de la muerte. ¡Viva la muerte!

(Barea Ogazón, 2004: 334)

Tal vez sea éste el momento oportuno para hacer un inciso y reflexionar

sobre el origen del desaforado enaltecimiento de Millán Astray de la muerte.

Muchas veces se ha recordado el lamentable episodio del enfrentamiento de

este siniestro personaje con un Miguel de Unamuno derrotado físicamente pero

intelectualmente triunfante en el claustro de la Universidad de Salamanca en

1936. En efecto, la única réplica que frente a la intervención lapidaria del rector

se le ocurre a Millán Astray es lanzar de nuevo su grito de guerra, ¡Viva la

muerte!, precedido por un rotundo ¡Abajo la inteligencia!

De esta manera, podría pensarse que el origen del ¡Viva la muerte! se

situaría temporalmente justo en 1936, de tal manera que Barea, al redactar su

trilogía una vez iniciados sus largos años de exilio, se habría limitado a

adelantar unos años la aparición de la tan funesta y definitoria exclamación de

Millán Astray.

Sin embargo, conviene recordar ahora una obra de Pío Baroja,

publicada en 1909, como es “Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre

Paradóx”, que obtuvo desde ese mismo año un éxito y repercusión notables.

En efecto, Silvestre, el personaje de Baroja se ha lanzado ya por la pendiente

de la decadencia definitiva, una vez fracasados todos sus intentos por escapar

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de la mediocridad gracias a su propio ingenio y a la tenacidad de su amigo

Avelino, que les permitiera descubrir por fin algún invento sensacional, cuando

se ven envueltos en una francachela organizada por otro amigo, Labarta, autor

de un tremendo poema en prosa, lleno de frases terribles. El caso es que una

vez concluida la lectura completa de tan singular obra, que culmina con una

exaltación absoluta de la muerte, sin que falten los símbolos más llamativos de

la misma, desde los esqueletos bailando, o incluso montando en bicicleta,

hasta la figura de la Muerte, coronada de hojalata, seguida por una turba de

esqueletos de médicos y farmacéuticos tocados con sombrero de copa,

seguidos por una jauría de perros flacos y sarnosos, con la apertura de las

sepulturas liberando una legión de esqueletos carcomidos, el aquelarre culmina

con la apertura súbita de una fosa descomunal donde desaparecen todos

sepultados mientras el último siniestro personaje exclama: “Mors melior vita”.

De esta manera, Silvestre exclama:

-Es verdad, es verdad. La muerte mejor que la vida –dijo

Silvestre.

-Avelino ¡Viva la muerte! ¡Hip! ¡Hip! ¡Hurra!

-¡Viva la muerte! –gritaron unos cuantos en broma. El pianista

comenzó a tocar la Marsellesa. Pero el relojero alemán, que

había oído hablar de Nietzsche, no estaba por eso y defendió la

Vida, el sentido trágico de la vida, y a Bismarck y a Prusia, como

si alguien atacara todas aquellas cosas. (Baroja, 1909: 282).

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El cuadro de la descripción de Millán Astray se completa con el

enfrentamiento, primero verbal y luego físico, justo a continuación de tan

memorable discurso, que mantiene con uno de sus legionarios, un mulato

patibulario que tiene una mala contestación cuando es preguntado por su lugar

de origen. El mulato, al preguntar al teniente coronel qué es lo que Millán

Astray tiene más que él mismo, recibe antes de una brutal paliza, la siguiente

respuesta: “Yo soy más que tú. ¡Mucho más hombre que tú!” (Barea Ogazón,

2004: 335).

No podía faltar una descripción pormenorizada del comandante Franco.

A través del relato ofrecido por otro de los amigos de Barea, el legionario

Sanchiz, el lector descubre en pocas pinceladas los principales rasgos del

carácter del “embrión de dictador” (Barea Ogazón, 2004: 432). Se pone de

relieve el odio existente entre Millán Astray y Franco, los dos enfrentados por

hacerse con las riendas del control completo de la Legión.

Sobre el carácter del futuro dictador, el siguiente texto es

suficientemente esclarecedor:

Mira, Franco... No, mira: el tercio es algo así como estar en un

presidio. Los más chulos son los amos de la cárcel. Y algo de esto le ha

pasado a este hombre. Todo el mundo le odia, igual que todos los

penados odian al jaque más criminal del presidio, y todos le obedecen y

le respetan, porque se impone a todos los demás, exactamente como el

matón de presidio se impone al presidio entero. Yo sé cuántos oficiales

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del tercio se han ganado un tiro en la nuca en un ataque. Hay muchos

que quisieran pegarle un tiro por la espalda a Franco, pero ninguno de

ellos tiene el coraje de hacerlo. Les da miedo de que pueda volver la

cabeza precisamente cuando están tomándole puntería. (Barea Ogazón,

2004: 436).

El general Picasso aparece descrito “como un pobre infeliz que no ve

más allá de sus narices” (Barea Ogazón, 2004: 445).

A raíz de la herida recibida en el frente, junto con la infección tifoidea, de

la que ya hemos hablado al comentar la biografía de Barea, el relato sufre una

cierta interrupción para pasar del escenario bélico, primero, al hospital militar

de Ceuta, y después a Córdoba y a Madrid, donde aparecen de nuevo como

personajes del relato los familiares del autor.

En el paréntesis de Córdoba, el lector descubre al tío Juan, el hermano

mayor de la madre de Barea, dueño de un próspero negocio de paños y padre

de siete hijas y cuatro hijos. Se trata de una familia ultraconservadora, marcada

por las devociones y fanatismos religiosos, que había acogido a José, el

hermano de Barea, cuando éste todavía era un niño de once años. De hecho,

José Barea estaba destinado a ser el sucesor del importante negocio ya que

los hijos varones habían muerto. El relato discurre presentando la doble moral

de aquella familia, incluidos los parientes sacerdotes, que culminará con una

juerga flamenca en un tablao de la peor especie. El encuentro con su hermano

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termina de mala manera, recordando viejas rencillas y con Barea saliendo

precipitadamente de Córdoba.

En el período de convalecencia que narra el episodio de Madrid

aparecen sobre todo los personajes familiares, su madre, su hermano Rafael,

que el lector ya conoce en detalle por la lectura de “La forja”. Asimismo, a lo

largo de numerosas páginas que, en opinión de Torres Nebrera, no tienen la

misma fuerza narrativa que el resto de las que componen la novela, el autor

describe las consecuencias políticas y sociales de la aventura colonialista.

Aparece “el Narizotas”, esto es, Alfonso XIII, como uno de los principales

implicados en la trama, junto con el conde de Romanones, testaferro alfonsino

en muchos de los negocios turbios relacionados con las operaciones militares,

y don Miguel Mateu, de la Hispano-Suiza. Barea expone una serie de detalles

que demuestran la corrupción de todos estos personajes.

El regreso de Barea a Ceuta supone también la aparición de nuevos

personajes, desde el que será su superior en la oficina que ocupa, un

bondadoso comandante llamado don José Tabasco, miembro activo de las

Juntas de Oficiales de Ceuta, hasta Chuchín, una hermosa joven granadina

con la que Barea mantiene amoríos y llega a transformar en querida oficial,

con piso montado.

El protagonista se hace amigo de uno de los músicos del casino de

suboficiales, apellidado Alcalá-Galiano, “con un apellido heroico y un estómago

vacío”. (Barea Ogazón, 2004: 412) Barea se corre varias juergas en compañía

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de su nuevo amigo que, a pesar de sus limitados recursos, goza de gran

predicamento en el mundillo de las artistas de cabaret en Ceuta. De hecho,

incluso montan a medias un negocio que consiste en que uno componga la

música y el otro la letra de nuevos y patrióticos pasodobles.

De nuevo Barea en Madrid, una vez obtenida la licencia absoluta, el

lector descubre nuevos personajes, la mayoría civiles. El golpe de estado ha

impuesto la dictadura de Primo de Rivera. Uno de los encuentros que se narran

entonces es el que tiene lugar con el propio dictador, en un reservado de Villa

Rosa, “uno de los colmados andaluces más conocidos de Madrid, en una

esquina de la plaza de Santa Ana.” (Barea Ogazón, 2004: 489), que todavía en

nuestros días sigue abierto al público. Manolo, el camarero intrigante, presenta

al protagonista a don Miguelito: “El general Primo de Rivera estaba repantigado

en un sillón de mimbre y tenía a su lado una mujer de tipo agitanado.” (Barea

Ogazón, 2004: 492). Entonces, don Miguelito, al descubrir que Barea había

sido sargento en Ceuta, le pregunta por su opinión sobre el problema de

Marruecos y qué es lo que haría si estuviera en su puesto de Presidente del

Directorio. La respuesta de Barea es contundente:

Yo he servido en filas y he visto mucha miseria y muchas cosas

peores que miseria. Creo, mi general, que el hombre que quiera

gobernar España debe abandonar Marruecos, que no es más que un

matadero. (Barea Ogazón, 2004: 492).

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La respuesta del dictador también es transparente, tanto como había

sido la de Barea: “- El general Primo de Rivera opina lo mismo, muchacho. Y si

puede lo hará. Y podrá, aunque el diablo se empeñe.” (Barea Ogazón, 2004:

493).

El último personaje que aparece en la narración es el de un anciano

moro ciego que Barea rememora entre las sombras de los pinares de la

Moncloa. Recuerda el protagonista cómo apareció este anciano un jueves,

camino del zoco, cuando trabajaba a la sombra de la gran encina para construir

la carretera que uniría Tetuán con Xauen. Al escuchar la explicación de Barea

sobre las ventajas de la futura carretera, el anciano exclama:

-¿Un camino llano? Yo siempre he caminado por la vereda.

¡Siempre, siempre! No quiero que mis babuchas se escurran en sangre

y este camino está lleno de sangre todo él. Y se volverá a llenar de

sangre, ¡otra vez y otra y cien veces más! (Barea Ogazón, 2004: 508).

______________________

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2.4.3- TEMAS PRINCIPALES:

Una vez más, debemos subrayar el hecho evidente del carácter

autobiográfico de “La ruta” como elemento determinante en la elección de los

principales temas narrativos. Precisamente, el principal tema que trata la obra

de Barea no es tanto la guerra colonialista como la corrupción de la sociedad

militarista de la época alfonsina.

El mismo título de la novela predetermina también uno de sus

principales temas narrativos. En efecto, la narración presenta al lector el

sendero que recorre el protagonista, o la trayectoria vital si se prefiere, en su

camino hacia el compromiso político y social como única opción opositora

frente a la decadencia de la sociedad militarista y capitalista del reinado de

Alfonso XIII.

En este sentido, conviene retomar la certera reflexión que Torres

Nebrera lleva a cabo en torno de la simbología de la carretera o la ruta

conjugado con el simbolismo atávico representado por la añosa higuera que se

alza imponente sobre el trazado teórico de la futura carretera que unirá la

capital del Protectorado, Tetuán, con Xauen, la capital mítica de los rifeños y

entonces sede de la corte de el-Raisuni. (Torres Nebrera, 2001: 124 y 125).

La novela se inicia con la llegada del sargento Barea a ese territorio

virgen que deberá ser sometido, mediante el trazado de una carretera, al

dominio de las modernas comunicaciones permitiendo el paso de camiones

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que trasladarían no sólo tropas españolas sino también mercancías y población

civil, tanto autóctona como colonizadora. Nos encontramos, por tanto a Arturo

Barea:

Estrechamente vinculado a dos símbolos: el de la carretera que

se está construyendo y el de la higuera que es preciso arrancar, porque

crece en medio del trazado de esa carretera, so pena de que se desvíe,

rodeándola, dejándola en medio, arraigada, fértil, sombreando una

fuente que calme la sed del nuevo camino.

La higuera, desde el punto de vista de la experiencia vital de Barea, con

sus profundas raíces y su tronco retorcido, anclado con firmeza en el terreno,

adquiere una importancia simbólica todavía mayor. No olvidemos, en efecto, el

factor desenraizado de la juventud de nuestro autor, con la ausencia de la

figura paterna y el desmembramiento del núcleo familiar, como factor

determinante en la génesis de su propia narrativa de carácter autobiográfico.

De hecho, el título de otra de sus obras, “La raíz rota”, resulta más que

evidente.

Desde este punto de vista, Torres Nebrera ha escrito muy

acertadamente:

No podía por menos que valorar y potenciar en su obra lo que –

de ser cierto en la realidad referenciada- no hubiese pasado de una

anécdota irrelevante: en un espacio en el que planea lo desnortado, lo

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que carece de fundamento, lo que es como un gran sinsentido

manchado de sangre y sufrimiento, algo –la higuera- tiene razón de ser,

algo tiene la raíz –el sentido- bien seguro y sujeto en medio de la ruta, y

prevalece ante ella.

Por nuestra parte, convendría añadir que la importancia simbólica que el

autor otorga a esta higuera dentro del armazón de todo el relato se acentúa,

todavía más si cabe, al culminar el mismo con una historia como la del anciano

ciego que deambula hacia el zoco tanteando torpemente el camino a los pies

de la misma higuera.

Un análisis del simbolismo de la carretera que se está construyendo nos

conduce, al menos, a tres conclusiones fundamentales, siguiendo la brillante

exposición de Torres Nebrera:

La misma guerra es como un camino incierto, inseguro, como un

laberinto de arena; el camino que sigue el propio sargento protagonista,

sin saber todavía muy bien ni por qué ni para qué; y en tercer lugar, -y

en esta simbolización sí es más explícito el autor- la ruta, el camino

equivocado y sangriento que se ha empeñado en seguir el país hacia

una guerra que pronto será intestina, autodestructora.

El último episodio de la narración, ya mencionado, en el que el

anciano invidente se niega a transitar por esa nueva carretera, también

refuerza esta misma visión pesimista del destino al que conduce la ruta. Según

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afirma Torres Nebrera, el anciano rechaza la carretera porque “intuye –sabe-

que esa ruta será antes causa de discordia que camino de encuentro”.

Sin embargo, en nuestra opinión, el gran tema de la narración de Barea

es el de la corrupción generalizada del ejército, en particular, y de la clase

política, de toda la sociedad alfonsina, en general. Son numerosísimas las

referencias concretas a la corrupción, tanto a uno como a otro de esos dos

niveles. Sin pretender resultar exhaustivos, nos limitaremos a subrayar una

serie de ejemplos que nos parecen suficientemente ilustrativos.

Ya conocemos a uno de los primeros personajes que aparecen en la

narración, el gordinflón señor Pepe, contratista de piedra en las obras de la

carretera que unirá Tetuán con Xauen. Disgustado por la poca receptividad del

protagonista al favorable acuerdo económico que le propone, y tras una gestión

que el contratista efectúa ante el capitán José Blanco, Barea es llamado a

capítulo, donde se le explica cómo funciona el sistema:

Le voy a explicar cómo están las cosas. Usted sabrá que el

Estado español realiza todas sus obras por uno de dos procedimientos:

por contrata o por gestión directa. En las contratas se saca a subasta la

obra a realizar y se paga lo convenido a un contratista. En la gestión

directa, se calcula el importe y la administración lleva la dirección de las

obras y paga los jornales y los materiales. Claro es que esta carretera no

podría hacerse por contrata, a través de un territorio que es territorio

enemigo. Así que se hace por gestión directa: nosotros pagamos los

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jornales y compramos los materiales. Trazamos el proyecto y llevamos a

cabo las obras totalmente. Para esto está la Comandancia de Obras de

Tetuán, que se encarga de la parte técnica y administrativa. Cada uno

tiene su jornal: los soldados ganan 2,50 pesetas, usted seis, nosotros los

oficiales, doce. Este es un gran beneficio para todos. A los soldados se

les da 1,50 en dinero y el resto se les mejora en comida. Así, no hace

falta robarles nada ni en el rancho ni en la ropa. Y lo demás, es

sencillo... –Alargó una pausa y sacó de una caja una botella de coñac y

dos copas-. No he querido llamar al ordenanza. Ahora, continuó, le voy a

hablar claro, para que nos entendamos bien: la compañía tiene un fondo

particular, que se nutre de las economías que se realizan sobre lo

presupuestado. Así, tenemos ciento once hombres, pero no todos

trabajan; unos están enfermos, otros con permiso, otros tienen un

destino, etc. Pero como el presupuesto son ciento once, los jornales son,

naturalmente, ciento once. Pero como el que no trabaja no cobra, el

sobrante de jornales pasa a la caja de la compañía. Con los moros es

igual: el presupuesto son cuatrocientos, pero nunca se les puede tener

completos; en realidad son trescientos cincuenta. Pero como tienen que

ser cuatrocientos, se agregan cincuenta nombres árabes y en paz.

¿Quién va a venir a contarlos? Los moros ganan cinco pesetas al día. Y

se les da el pan que quieren a cuenta. Pero ésta es una cuestión de

usted. En cuanto a Pepe, pues, es una cosa parecida; él saca la piedra y

nosotros se la pagamos. Cada kilómetro de carretera necesita tantos

metros de piedra. Pero... si la carretera tiene cinco centímetros menos

de piedra... bueno, calcule usted: cinco centímetros menos son unos

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doscientos metros cúbicos en kilómetro. En realidad –agregó cínico-

ponemos algo más en la cuenta. (Barea Ogazón, 2004: 271).

La generalización de la corrupción es prácticamente total. En esas

circunstancias, los personajes buscan justificaciones más o menos coherentes,

como pueda ser el intentar diferenciar el hecho de robar, en sentido restringido,

de lo que ellos practican: “Robar es quitar el dinero a alguien. Pero esto no es

robar. ¿Quién es el Estado? Si robamos a alguien, es al Estado, y bastante nos

roba él a nosotros.” (Barea Ogazón, 2004: 273). De la misma manera, se

justifican esos robos por las duras condiciones en las que los militares

desempeñan sus funciones, recibiendo a cambio salarios de miseria: “¿Tú

crees que un sargento, con noventa pesetas al mes puede vivir? Y aun aquí, en

África, con ciento cuarenta por estar en campaña, ¿se puede vivir?” (Barea

Ogazón, 2004: 273).

Lógicamente, dependiendo del cuerpo o la unidad en la que se esté

destinado, la corrupción se dirigirá hacia distintos objetivos. Así, como ya ha

quedado apuntado, el cuerpo de Ingenieros se aprovecha de las contratas para

sacar pingües beneficios. Otros cuerpos del Ejército, se ven obligados a

descubrir triquiñuelas más modestas:

¿Por qué un sargento de cazadores? – Porque es de lo único de

donde pueden robar, de la comida. Pagan cinco o diez pesetas por una

cabra o un carnero que esta medio podrido, lo meten en el rancho de los

soldados y lo ponen en la cuenta en treinta pesetas. Es de lo que

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chupan. No tienen paga extra como nosotros, ni pueden hincharse de

comer grava de carretera. (Barea Ogazón, 2004: 313).

De la misma manera, el destino en cocinas era especialmente

apetecido:

- Y usted, ¿cómo lo pasa por aquí? – No muy mal. La cocina me

da diez pesetas al día: y siempre se saca algo de la ropa, aunque haya

que dejarle su parte al suboficial. Y la comida me sale gratis; donde

comen dieciséis comen diecisiete. (Barea Ogazón, 2004: 318).

Otro ejemplo que ilustra perfectamente la corrupción generalizada es el

siguiente:

De sargento no sacas nada más que cuando te nombran de cocina o

cuando te mandan a un blocao. Pero de suboficial, eres tú quien te encargas

del vestuario de la compañía. Imagínate, lo menos mil pesetas al mes y me

quedo corto. Y con un poco de suerte en operaciones. -¿Qué suerte? ¿Otro

tiro? – No, hombre, no seas idiota. Si yo soy el suboficial y me toca una de

esas operaciones en que las cosas se ponen serias y me matan la mitad de

la compañía, me pongo las botas. Al día siguiente doy parte de la pérdida del

equipo de la compañía completo. Figúrate: doscientas mantas, doscientos

pares de botas, doscientas camisas, doscientas guerreras... (Barea Ogazón,

2004: 329).

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Por otra parte, la corrupción de la clase política, empezando por el propio

Alfonso XIII y siguiendo por sus principales ministros, sobre todo Romanones,

ocupa un espacio muy importante dentro de la narración. Ya hemos

mencionado el caso de la fábrica Hispano-Suiza, con los enredos financieros

de Mateu, que Barea, como secretario del Consejo de Administración conoce

perfectamente.

El caso de Motores España S.A. merece una explicación detallada por

parte de Barea. Se trató de la aventura descabellada que, so pretexto de

transformar la aviación española, buscaba la realización de beneficios de

carácter especulativo mediante la subida disparatada del precio de las acciones

cotizadas en la bolsa de Madrid por el prestigio de las personalidades públicas

que formaban parte de su accionariado y por las importantísimas cantidades

teóricamente desembolsadas. Arturo Barea, con tan sólo diecinueve años

desempeñaba las funciones de asistente de don Juan de Zaracondegui. La

fábrica se instaló precisamente en unos terrenos de Guadalajara, el feudo de

Romanones. No sin cierta ironía, el narrador explica cuál era el propósito

perseguido:

Motores España era una empresa patriótica que iba a liberar a

España de su dependencia de otros países y le iba a dar su aviación

propia. El conde (Romanones) y el industrial (Mateu) eran grandes

patriotas. (...) Se emitieron cinco millones de pesetas en acciones

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liberadas y yo abrí el libro mayor de la sociedad, encabezando las

siguientes cuentas con mi mejor letra gótica: S.M. Don Alfonso XIII,

1.000.000, Don Miguel Mateu, 2.000.000, El Conde de Romanones,

1.000.000, Don Francisco Aritio 500.000. (Barea Ogazón, 2004: 381).

Otro ejemplo de la corrupción de Alfonso XIII queda patente en el

siguiente ejemplo:

Toda la porquería del Narizotas está saliendo a relucir: los

millones que le pagó Marquet para abrir las casas de juego, el Palacio

de Hielo y el casino de San Sebastián, ¿te acuerdas? También en el

Círculo de Bellas Artes dicen que está pringado el Narizotas. Está en las

minas del Rif con Romanones y en el suministro de camiones para el

ejército con Mateu; y para colmo de todo el lío de Marruecos. (...) Una

historia sucia porque resulta que él es el responsable del desastre. Le

escribió a Silvestre, a escondidas de Berenguer, y le dijo que siguiera

adelante. Dicen hasta que, cuando Annual acababa de ser conquistado,

le mandó un telegrama a Silvestre que decía. “¡Vivan tus cojones!”. Y

cuando le habló de la catástrofe y de los miles de muertos que había,

dijo: “la carne de gallina es barata”. (Barea Ogazón, 2004: 376).

Por último, señalaremos un tema al que Barea dedica sin duda una

atención menor, como el de la internacionalización del conflicto, sobre todo en

lo que se refiere a la implicación de las Autoridades francesas en la venta de

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armas a los sublevados, o la ausencia de controles eficaces en su zona,

primero, así como la implicación directa de las tropas francesas, incluyendo

graves derrotas. Sin embargo, este tema, como se verá con mayor

detenimiento en su momento oportuno, adquiere una importancia capital para

comprender la magnitud del desastre, así como la proyección exterior

alcanzada por Abdelkrim.

De esta manera, por ejemplo, el tráfico de armas, junto con el origen

etimológico del paqueo, posteriormente tan tristemente célebre durante la

guerra civil, se describe de la siguiente manera:

Los viejos fusiles Remington que el Gobierno francés vendía a

comerciantes poco escrupulosos venían a parar aquí. La gruesa bala de

plomo producía un sonido peculiar cuando salía de la boca del fusil, un

ruido que sonaba en los cerros: Pa...co. Y por este nombre, Paco, los

conocíamos todos. (Barea Ogazón, 2004: 280).

La situación complicada en la que a la postre Francia se verá inmersa y

que, tras las sucesivas derrotas del ejército francés, conllevará que un acuerdo

militar entre el Directorio militar y las autoridades francesas sea ineludible,

como única vía para evitar la pérdida completa de las dos zonas de influencia

en el norte de Marruecos, también es objeto de atención por la narración de

Barea:

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Pero esto me parece serio. Con la retirada les hemos dejado a los

franceses con el culo al aire. Lo primero, se les ha acabado el negocio

de vender fusiles y municiones a los moros; y lo segundo, Abd-el-Krim

les está dando un mal rato con sus propagandas en su zona. Pero lo

peor para ellos es que si nos vamos de Marruecos, se van a meter allí

los ingleses o los italianos o los alemanes, y esto Francia no lo aguanta.

(Barea Ogazón, 2004: 504).

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2.4.4.-TECNICA Y ESTILO:

Toda la trilogía de Barea se caracteriza por una redacción rápida,

apresurada, muchas veces incluso coloquial, marcando un estilo que en

ocasiones adolece de una falta evidente de cuidado literario. Las páginas de

“La ruta” no constituyen, ni mucho menos, una excepción. Antes bien, los

numerosos diálogos entre personajes de muy baja extracción social, la

angustia de muchas de las situaciones narradas o la rapidez de las

descripciones, incrementan, tal vez conscientemente, esa misma sensación de

un autor que otorga escaso interés a las cuestiones meramente formales.

En el conciso pero excelente prólogo de Nigel Townson, se indica

claramente este aspecto que acabamos de mencionar:

Se ha criticado La forja de un rebelde por sus errores

gramaticales, por sus le-ismos, la-ismos y por el uso de esto en vez de

eso. Sin embargo, como ha subrayado Michael Eaude, muchos de estos

fallos constituyen coloquialismos intencionados. Los errores que

permanecen se deben a la curiosa historia de la publicación.

La curiosa historia a la que se refiere Townson, ya mencionada, es la de

la publicación del texto primero en una traducción inglesa y retraducida

posteriormente al castellano al haber perdido Barea el original en español. De

hecho, las versiones posteriores a la de Losada ya han sido convenientemente

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corregidas. Así, se eliminaron hasta diecinueve anglicismos, junto con otros

errores materiales de edición.

Según señala Torres Nebrera, la mayoría de los críticos que se han

ocupado de la obra de Barea, aunque bastante escasos, han coincidido en

atribuir a la escasa formación intelectual de nuestro autor el estilo poco cuidado

de sus narraciones. En palabras de este autor, nos encontraríamos ante “una

prosa de escasa calidad, desmañada, torpe en muchos momentos, a fuerza de

ser excesivamente espontánea.” (Torres Nebrera, 2001: 41). Citando a Alborg,

al que considera uno de los críticos más duros en el mencionado sentido,

señala:

Barea no suele poner mucha diligencia en resolver dificultades

expresivas, y escribe frecuentemente como Dios le da a entender, sin

andarse por las ramas. No trabaja el lenguaje, no ya con arte, sino ni

siquiera con corrección. Tropezamos a cada paso con expresiones

ramplonas, que hubieran podido mejorarse con un pequeño esfuerzo –

con un mínimo de gusto también-; con multitud de incorrecciones

gramaticales que el escritor no se detenía a remediar mediante la

búsqueda de la fórmula justa. (Alborg, 1968: 213).

Sin embargo, el propio Torres Nebrera reconoce explícitamente que

esta serie de críticas negativas no devalúan el valor de la creación de nuestro

autor.

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No puede generalizarse en la trilogía de Barea, -escribe-, la

creencia de que era un pedestre escritor sin estilo. La calidad estética de

muchas de sus descripciones, sobre todo de los espacios y tipos del

Madrid que tan bien conocía, lo pone muy en duda. (Torres Nebrera,

2001: 43).

El estilo de toda la trilogía se caracteriza por una sencillez y una

economía narrativa muy llamativa. De hecho, el propio Barea, resume el

sentimiento que le embarga una vez concluida la obra:

Cuando estuvo terminada la primera versión cruda de “La forja”,

me descorazoné (...) Había luchado por fundir forma y visión, pero mis

frases eran crudas porque había tenido que salirme de los ritmos

convencionales de nuestra literatura, para poder evocar los sonidos y las

imágenes que me habían formado a mí y a tantos de mi generación. ¿Lo

había conseguido? No estaba seguro. (Torres Nebrera, 2001: 104).

Las dos partes en las que se divide “La Ruta” se diferencian

considerablemente, tanto por la temática tratada como por el estilo. En la

primera parte son muy numerosas las escenas estrictamente militares. La

atención del narrador se centra en la vida militar, ya sea en campaña, en

acciones bélicas, o en las obras de la carretera por parte de la compañía de

ingenieros. En esta primera parte hay muchas escenas excelentes desde un

punto de vista narrativo. Por ejemplo, la ya mencionada, que trata de la

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aparición de Millán Astray y del magnetismo histérico que provoca entre los

legionarios, o el capítulo dedicado a la narración del Desastre de Annual.

De hecho, el propio Torres Nebrera declara abiertamente:

En medio de tan dramáticas circunstancias renace el buen

descriptor de ambientes exóticos que es Barea, en especial el núcleo

urbano de Xauen (“cuando aún no estaba prostituida, cuando pasear por

sus calles era aún una aventura”), una ciudad que a Barea le recuerda el

Toledo de las tres razas y de las tres religiones del pasado medieval.

(Torres Nebrera, 2001: 120).

La segunda parte de la narración se centra sobre todo en la descripción

de las corruptelas de la vida militar en Marruecos. Barea recurre al artificio de

sacar a colación relatos de terceras personas que son los que narran el

episodio concreto, ya que el protagonista no puede asistir personalmente a los

mismos al ocupar un puesto de carácter administrativo en la Comandancia de

Ceuta. En opinión de Torres Nebrera, esta segunda parte adquiere “a veces un

tono mucho más teórico y tedioso.” (Torres Nebrera, 2001: 121).

En la segunda parte salen a relucir toda clase de abusos y desmanes

dentro de un escenario esperpéntico justificado tan sólo por esas mismas

corruptelas y por el afán de ascender en el escalafón militar por méritos en

campaña. Asimismo, la narración abandona esa espontaneidad de la que

hablábamos respecto de la primera para recurrir cada vez con mayor

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frecuencia a la inserción de largos párrafos en los que salen a relucir los

negocios de la clase política y las corruptelas del sistema político. De esta

manera, se rompe la linealidad para introducir elementos ajenos al relato

propiamente personal o autobiográfico.

Creemos, sin embargo, que esas pausas narrativas, aunque sean la

causa de que la lectura pierda en cierta medida viveza y frescura, contribuyen

sin embargo poderosamente a incrementar el interés histórico de la novela. De

esta manera, el recurso a la exposición de los negocios del “Narizotas” que

lleva a cabo un tercer personaje, y del que ya hemos hablado en su lugar, o el

deterioro del clima político madrileño, preludio del golpe de Estado que

conducirá a la dictadura de Primo de Rivera, por no hablar del encuentro

personal de Barea con el dictador en un reservado del Villa Rosa, constituyen

herramientas narrativas del todo imprescindibles para que el lector pueda

obtener una composición de lugar amplia tanto de las circunstancias en las que

España se encontraba en los años veinte del pasado siglo como del clima de

confrontación que se va gestando y que será principal tema narrativo de la

tercera parte de la trilogía.

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2.5- “HISTORIA DEL CAUTIVO”, DE JUAN ANTONIO GAYA NUÑO (1962):

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Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976) fue en su época, sobre todo, uno

de los más importantes historiadores y críticos de Arte. Publicó toda una serie

de estudios monográficos sobre las obras de los pintores españoles más

destacados, tanto del período clásico, Murillo, Velázquez, Zurbarán y Goya,

como de los vanguardistas del siglo pasado, Gris, Picasso y Cossío29.

Asimismo, es autor de una “Historia del Arte Español”30, de “Arte del siglo XIX”31

y de la “Historia de la Crítica de Arte en España”32.

La faceta de narrador de Gaya Nuño, frente a su obra como crítico de

arte, había quedado hasta cierto punto relegada. Además, la ausencia de

reediciones y, sobre todo, de una edición recopilatoria de la globalidad de sus

obras, hasta la llegada en 2000 de las Obras Completas en la Biblioteca de

Castro, ha hecho muy difícil el acceso no especializado a la mayoría de sus

narraciones, salvo en el caso de su obra más conocida por el público lector, “El

santero de San Saturio”33, reeditada varias veces en la colección Austral.

Gaya Nuño nació en Tardelcuende, Soria, en el seno de una familia

prestigiosa, -su padre fue médico-, marcadamente intelectual. El doctor Gaya

Tovar, conocido republicano, fue fusilado nada más iniciarse la Guerra Civil.

29 La vida y obra de Gaya Nuño ha sido detenidamente estudiada por José María Martínez Laseca e Ignacio Río Chicote, (1987) “J.A. Gaya Nuño y su tiempo: literatura y arte”. Valladolid: Consejería de Cultura y Bienestar Social, colección Villamar. 30 Gaya Nuño, J.A. (1957) « Historia del Arte Español ». Madrid: Plus Ultra. 31 Gaya Nuño, J.A. (1958). “Arte del siglo XIX”. Madrid: Colección Ars Hispanie, vol XIX, Plus Ultra.32 Gaya Nuño, J. A. (1975). “Historia de la Crítica de Arte en España”, Madrid: Ibérica Europea de Ediciones.33 Gaya Nuño, J. A. (1965) « El santero de San Saturio ». Madrid: Editorial Espasa-Calpe, Colección Austral.

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Desde un punto de vista biográfico, conviene recordar que Gaya Nuño

fue profesor, siendo apartado de la docencia por la dictadura del general

Franco, aunque posteriormente continuaría su labor docente como profesor

invitado de la Universidad de Puerto Rico. El profesor Raúl Morodo, que

coincidió con Gaya Nuño en esta Universidad, ha recordado oralmente el

interés y la erudición de esas intervenciones académicas y, sobre todo, la

amenidad de las numerosas charlas mantenidas con nuestro autor.

La imagen de Gaya Nuño, en palabras de Martínez Laseca y del Río

Chicote es una especie de don Quijote, alto, flaco, violento y señorial, lleno de

fe en su verdad y de cólera hacia la mentira ajena, siempre ferviente y a

menudo tonante (Martínez Laseca, 1987: 7).

También lo retratan como una especie de lobo solitario, pero lobo

dispuesto siempre a defender no su pitanza sino su propia independencia. De

hecho, el abandono de la Universidad, al negarse a jurar los Principios

Fundamentales del Movimiento, en 1963, es buena prueba de esta afirmación.

La familia Gaya Nuño se trasladó a la capital, Soria, hacia 1920, donde

el padre ejercerá, además de la medicina, como profesor del Instituto Técnico.

En aquellos años de la posguerra europea, toda España se encuentra inmersa,

tras unos años de bonanza económica, en una profundísima crisis no sólo

material sino también social.

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Ese clima de intranquilidad se pone especialmente de relieve con el

asesinato del Presidente del Consejo, Eduardo Dato, el 8 de marzo de 1921, en

la línea de los atentados previos contra otros Presidentes, como Canalejas,

Cánovas y Prim, y contra el propio Alfonso XIII.

Las circunstancias políticas encumbrarán a un personaje soriano, bien

conocido de los Gaya, hacia altas funciones dentro del Gobierno. Como ya se

verá en su momento, Luis Marichalar y Monreal, Vizconde de Eza, es

nombrado Ministro de la Guerra por el nuevo Presidente del Consejo, Manuel

Allendesalazar. Esta nueva situación, incluyendo la cada vez más complicada

tesitura africana, es descrita de la siguiente manera:

… la agitación social y la ofensiva de los nacionalismos venía a

repercutir sobre el reducto colonial marroquí en el que tras del

premonitorio desastre del Barranco del Lobo en 1909 se había sostenido

una relativa calma que duró hasta 1919 en que Francia amenazó con

excluir a los españoles del protectorado si no apaciguaban los ánimos

de los revoltosos cabileños. En la accidentada zona del maldito Rif, las

tropas españolas avanzaban con dificultad con el propósito de alcanzar

Alhucemas para neutralizar las resistencias en esta última zona. Pero

las cosas se estaban poniendo feas. La violenta réplica del insurrecto

Abd-el-krim en aquel caliente verano de julio (de 1921) daba en abrir el

“viacrucis” de un dolor inolvidable, mojonado en los desastres de

Igueriben, Annual y Monte Arruit, que computó más de 10.000 bajas en

el censo de las tropas españolas y otros tantos entre heridos y

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prisioneros (entre ellos varios generales), lo que es igual a un ejército

deshecho. África se había convertido de este modo en la gran

protagonista de la historia de España de 1921. (Martínez Laseca, 1987:

22).

Gaya Nuño vivirá de cerca los acontecimientos posteriores, desde la

instauración de la dictadura del general Primo de Rivera hasta la proclamación

de la República. En 1932 concluirá sus estudios de filosofía y letras, cursados

en la Universidad de Madrid.

Ese mismo año participará en una serie de actos desarrollados con

ocasión de la visita de La Barraca a la provincia de Soria. Poco antes, había

conocido, durante una excursión a Numancia, al Ministro de Instrucción

Pública, don Fernando de los Ríos. Según relata Martínez Laseca, poco

después Gaya Nuño fue nombrado profesor ayudante del Instituto de Soria,

dando también inicio a sus primeras publicaciones, con la aparición de un

estudio sobre la torre árabe de Noviencas, en la revista “Archivo español de

Arte y Arqueología”.

El inicio de la guerra civil sorprende a casi toda la familia de Gaya Nuño

en Soria. En los años previos a la contienda, su padre se había caracterizado

por una defensa pública cada vez más enaltecida de la República y de los

valores civiles que este régimen encarnaba. En esas circunstancias, cuando

Soria es ocupada por la columna navarra del coronel Escámez la represión,

durísima, no tardaría en hacerse notar contra los sectores de izquierda,

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incluyendo, lógicamente, al doctor Gaya Tovar, quien es detenido el día 22 de

julio y asesinado el 16 de agosto.

Estas terribles noticias llegan a Juan Antonio Gaya Nuño que se

encuentra en Madrid, realizando los cursillos de acceso a cátedra. Podemos

imaginarnos cuál fue la reacción ante esta pérdida.

Gaya Nuño, siguiendo el llamamiento de los socialistas sorianos, se

alista en lo que luego será el Batallón Numancia, llevando a cabo diversas

operaciones militares en la zona de Guadalajara. En plena guerra civil, en

1937, se casa con Concepción Gutiérrez de Marco.

Los años de la posguerra no serán, ni mucho menos, fáciles para la

joven pareja. Un Consejo de Guerra condena a Gaya Nuño a veinte años y un

día de prisión, al considerar que se había alistado voluntariamente en el

Ejército de la república y que había alcanzado el grado de oficial. Nuestro autor

recorrerá varias de las prisiones madrileñas de la época, pasando por las de

Santa Rita, en Carabanchel bajo, San Antón y Yeserías. Luego será trasladado

a otras cárceles alejadas de la capital, como las de Santander o Las Palmas de

Gran Canaria, hasta que, debido a su buena conducta, en 1943, se ve redimido

de su condena.

El matrimonio se establece algún tiempo en Bilbao, acompañando a su

hermano que había ganado una cátedra de griego, luego en Barcelona, donde

regentará una galería de arte con escaso éxito, y por fin, de nuevo en Madrid,

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donde con grandes penas podrá ir dedicándose a su vocación literaria y de

crítica de arte.

En los años sesenta Gaya Nuño se había convertido en uno de los más

reputados críticos de arte del mundo hispánico, prodigándose también en

numerosas charlas, conferencias y clases magistrales tanto en España como

en el extranjero.

A modo de brevísima reseña de su extensa obra narrativa,

recordaremos que “El santero de San Saturio”, escrito en 1953, es un excelente

libro de estampas de la ciudad y los personajes de la Soria de entonces.

“Tratado de mendicidad”, ya de la década de 1960, es un ensayo sobre la

pobreza y la vida bohemia, desde una perspectiva literaria. “Los gatos

salvajes”, de la misma época, reúne una variada serie de relatos breves sobre

la Guerra Civil y la posguerra. Otra parte muy importante de la obra de Gaya

Nuño se articula en torno de cuentos cortos, entre los que podríamos destacar

“Los monstruos”.

La “Historia del Cautivo” es una novela tradicional que, aunque no

careciendo de determinados recursos estilísticos vanguardistas, supone una

importante labor de investigación y adaptación histórica del autor que lleva a

cabo su labor creativa en un momento histórico muy posterior al de los hechos

narrados. Se trata de una novela de altísima calidad literaria que de existir

ediciones más asequibles gozaría indudablemente de los favores del gran

público lector.

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Añadiremos que, según lo expuesto por Martínez Lacuesta, resulta harto

complicado englobar a Gaya Nuño dentro de una u otra generación o corriente

literaria. Sin embargo, de un manera que refleja un cierto esfuerzo académico,

teniendo en cuenta razones de edad, retraso en dar a conocer sus

producciones literarias, visión crítica de la sociedad y de su momento histórico,

podría situarse a Juan Antonio Gaya Nuño dentro de lo que pudiera definirse

como “realistas de la primera promoción de posguerra”, que englobaría también

a nombres como puedan ser Ángel María de Lera, José Suárez Carreño, Luis

Romero o Dolores Medio (Martínez Lacuesta, 1987: 72).

Por último, señalaremos una observación de carácter general sobre la

globalidad de la obra literaria de Gaya Nuño expresada certeramente por

Martínez Lacuesta:

… en Juan Antonio Gaya Nuño cobra razón el dicho de que la

literatura es la infancia al fin recuperada ya que vemos se hace nítida la

querencia de la tierra, cuando no físicamente por medio de sus

protagonistas marginales, y por lo que fuera su propia razón de ser: la

palabra, empleando un clásico lenguaje castellano, crisol donde se

funden acertados procedimientos expresivos –fónicos, morfosintácticos y

semánticos –de todo tipo, con voces, giros, refranes y modismos

campesinos debidos todos ellos a su origen soriano, siempre por él

proclamado y afirmado. (Martínez Lacuesta, 1987: 93).

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Por su parte, mencionaremos que López Barranco traza un cierto

paralelismo entre la novela de Gaya Nuño y el “Annual”, de Francisco Camba,

basándose, qué duda cabe, en el subtítulo de la obra de Gaya, y en los veinte

años que separan las fechas de la publicación de ambas, en México en 1966,

para el caso de “La historia del cautivo”, y en Madrid en 1946, en el caso de

Camba.

Así las cosas, afirma López Barranco que un aire bien distinto recorre el

episodio de Gaya Nuño, donde a pesar de que el autor declare en el prólogo

que haya limitado el recurso a la fantasía, por entender que su exceso

estorbaría en una narración como la suya, se afirma:

Se amalgaman con acierto para ofrecer un resultado final cercano

a la novela de aventuras, por cuanto de amenidad y peripecia personal

tiene, pero sin que esto suponga menoscabo para a la vez dejar cruda y

fidedigna constancia de todo el horror que acompañó a aquel capítulo de

la historia de España (López Barranco, 1999: 669).

También señala López Barranco que los comentarios que ha recibido la

obra de Gaya Nuño son unánimemente elogiosos, aunque, la crítica haya sido

escasa debido, fundamentalmente, a la todavía mucho más escasa difusión de

“La historia del cautivo”. Sin embargo, todos los comentarios han coincidido en

subrayar sus cualidades narrativas y literarias. Recuerda especialmente las

elogiosas palabras de Lawrence Miller, quien afirma que “sobresale por su

calidad literaria, su verosimilitud y su facultad creadora. También Santos Sanz

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Villanueva considera esta obra una de las que tiene “uno de los argumentos

más duros, desencantados y corrosivos de toda la postguerra”.

Para concluir, señalaremos que muy recientemente tuve la oportunidad

de comentar con el profesor Raúl Morodo algunos aspectos de la obra de Gaya

Nuño. Llama la atención que, al menos en la etapa en la que coincidieron en la

Universidad de Puerto Rico, a mediados de la década de los setenta, y según

señala Morodo, Gaya Nuño otorgaba un valor muy residual a su obra narrativa

frente a la valoración mucho más positiva que hacía del resto de su obra, sobre

todo de la relativa a la crítica de arte.

____________________

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2.5.1- ESTRUCTURA:

La “Historia del cautivo” se divide en diez capítulos que se presentan al

lector precedidos de un “Preliminar” en el que el autor, a la vez que justifica el

subtítulo galdosiano elegido, “Episodios Nacionales”, enmarca someramente el

relato dentro de un contexto histórico bien definido.

Esa breve introducción va a su vez precedida de una cita cervantina,

tomada de la primera parte del Quijote, capítulo XXXVIII, relativa precisamente

al ruego que en la venta de Maritornes dirige don Fernando para que el cautivo

proceda a relatar su propia historia y que efectivamente aparecerá en el

capítulo siguiente:

Don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida,

porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso... A lo cual

respondió el cautivo que de muy buena gana haría lo que se le

mandaba, y que sólo temía que el cuento no había de ser tal que les

diese el gusto que él deseaba; pero que, con todo eso, por no faltar en

obedecelle, le contaría.

El Quijote está presente a lo largo de todo el relato. El recuerdo

cervantino es evidente desde el propio título de la narración hasta el de

determinados capítulos, como el XL, “Donde se prosigue la historia del cautivo”.

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La influencia quijotesca se acentúa todavía más cuando el principal

protagonista se encuentra inmerso en una situación paralela a la que el propio

Cervantes vivió cuando su cautiverio en tierras del norte de África. Sin

embargo, no es necesario recordar que el cautivo cervantino, Rui Pérez de

Viedma poco o nada comparte con el carácter mezquino y taimado de

Clemente Garrido, el personaje de Gaya Nuño.

El relato se interrumpirá en diversas ocasiones para reproducir

determinados documentos que varían enormemente en extensión e

importancia. Así, desde el acta de nacimiento del principal personaje hasta

recortes de prensa en los que el lector, por ejemplo, descubre la culminación

de la impostura llevada a cabo por el mismo, pasando por ciertas epístolas que

explican la evolución del destino militar de ese personaje.

El relato se desarrolla, desde un punto de vista cronológico, desde unos

meses antes del nacimiento del protagonista principal, en 1900, hasta 1923,

poco antes del golpe militar del general Primo de Rivera y de la instauración de

la dictadura.

Desde un punto de vista geográfico, el relato se enmarca entre dos

espacios principales: Sauqueñuela, en la provincia de Soria, pueblo natal del

protagonista, Clemente Garrido Mallén, y Marruecos, tanto Melilla como el

teatro de las distintas operaciones, Annual, Monte Arruit, y lógicamente, Axdir,

donde sobreviven a duras penas los prisioneros capturados por Abdelkrim.

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Otros espacios secundarios son Zaragoza, donde terminará casándose nuestro

protagonista, o los despachos ministeriales y el Palacio Real de Madrid.

El argumento central del relato se articula en torno de una explicación

novelada, pero perfectamente factible, de la desaparición del general

Fernández Silvestre tras la pérdida de la posición de Annual. El hecho de que

nunca apareciera el cadáver de Silvestre ya en su día abonó la leyenda con

múltiples desenlaces. Gaya Nuño parte de la fabulación de que, ante la

sinrazón del general y justo antes de que haga de nuevo fuego sobre ellos, son

los miembros de su propia escolta los que acaban con su vida. De esta

manera, Clemente junto con otros dos personajes, Santos y Delfín, ante la vista

de un cuarto, Contreras, acaban con la vida de Silvestre34. Existen otras

muchas versiones relativas al final del general Fernández Silvestre, que

podemos comparar con la que figura en la narración de Gaya Nuño. Más

adelante volveremos a referirnos con mayor detalle a la que Indalecio Prieto

recoge en una de sus crónicas basándose en la versión que le transmite uno

de los notables rifeños. Además de ésta, Federico Villalobos reproduce la de

Pérez Ortíz, publicada en 1923, según la cual “de pie junto a su tienda, al lado

de la puerta del campamento, Silvestre asistió con el ceño fruncido, pero muy

sereno e impasible, a la salida de las tropas” (Villalobos, 2004: 225).

Sin embargo, existen otros testimonios que perfilan una imagen mucho

menos serena y tranquila del general Fernández Silvestre. Según señala el

mencionado Villalobos, Francisco Bastos Ansart describe al general subido en

34 La viuda de Gaya Nuño habría confirmado el carácter meramente novelesco de este episodio. Bernardino González Pérez, página. 309, nota (3): “pura novelación sin base documental”.

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el parapeto gritando a sus propias tropas, invitándolas a huir del campamento

diciendo “huid, huid soldaditos, que viene el coco”.

A partir de este asesinato, Clemente centrará principalmente sus

actuaciones en ocultar su responsabilidad y en eliminar, incluso físicamente a

los otros tres testigos del suceso. La narración, a lo largo de las páginas, hará

confluir la historia de los personajes ficticios con la de otros personajes

históricos, con numerosas referencias a la realidad española de los primeros

años veinte, de manera que se incrementa eficazmente la verosimilitud de todo

el relato.

Gaya Nuño recurre a un narrador omnisciente en tercera persona, que

relata los acontecimientos en pasado, aunque en no pocos casos recurra a la

primera persona del plural, sobre todo para poner de relieve el dramatismo de

determinados episodios. En otras ocasiones, el narrador omnisciente deja

paso a la primera persona, como ocurre en varios episodios en los que el

protagonista principal se lanza a una serie de soliloquios en los que analiza su

propia situación y los pasos que mejor le convendría dar para conseguir

escapar con el menor daño posible. También desaparece ese narrador

omnisciente cuando se trata de presentar los documentos, cartas y recortes de

prensa a los que antes hemos aludido.

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2.5.2- PERSONAJES PRINCIPALES:

A lo largo de la narración aparecen numerosísimos personajes, tanto

históricos como de ficción. Ya ha quedado apuntado que el principal personaje

es Clemente Garrido Mallén. El lector descubre sus rasgos a través de la

descripción detallada que figura en la propia cartilla militar del personaje. Así,

descubrimos que es de frente ancha, pelo y cejas negros, ojos pardos, nariz

mediana, boca grande, labios regulares barbilla redonda, de 1.74 metros de

altura y de 910 centímetros de perímetro torácico (Gaya Nuño, 1984: 361).

A lo largo de las páginas, el lector irá descubriendo el carácter de

Clemente, cobarde, cínico, orgulloso y, en no pocas ocasiones, astuto y

taimado.

Don Hermógenes Frías Tello es uno de los personajes secundarios. Se

trata del párroco del pueblo natal de Clemente, que caracterizado por la

bondad y mansedumbre, prohíja al bastardo sin recursos, nacido “in praesepe,

sicut Dominus Noster”, pero también “in peccato conceptus est” (Gaya Nuño,

1984: 355), llegando incluso a darle los recursos necesarios para que consiga

ser maestro nacional.

Tres de los personajes secundarios ya han sido mencionados como

coautores y cómplices, respectivamente, del asesinato del general Fernández

Silvestre. El cabo Delfín Fernández Ríos morirá al poco tiempo, en la huida

desde Annual hacia Monte Arruit. Pedro de los Santos Martín fallecerá en esta

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última posición, justo el día antes de que las tropas españolas la retomen,

cuando ayudaba a unos moros a identificar el lugar donde podría estar

sepultado el teniente coronel Primo de Rivera. Por último, Segundo Contreras

Castro fallecerá estando muy debilitado físicamente, con una tisis que le

consumía, tras recibir en el pecho los certeros puñetazos de Clemente.

Otro personaje secundario que desempeña un papel fundamental en el

relato es el aventurero inglés Gordon Bennet, inspirado por otros personajes

históricos35.

El relato se complementa con toda una serie de personajes secundarios,

como puedan ser el hipócrita don Miguel, substituto de don Hermógenes en la

parroquia de Sauqueñuela, o los numerosos soldados compañeros de

Clemente que aparecen tanto en Melilla como en el teatro de las operaciones

militares. Al final de la narración, el principal personaje secundario es Pilar

Gascón Fernández, viuda de un teniente, que se casará con Clemente en

Zaragoza.

En lo que se refiere a los personajes históricos, numerosísimos como no

podía ser de otro modo, destaca en primer lugar el ya mencionado general

Manuel Fernández Silvestre, Comandante General de Melilla, seguido del

también general Dámaso Berenguer Fusté, Alto Comisario en Marruecos,

aunque éste último desempeñe un papel marginal en el relato.

35 Bernardino González Pérez señala que el correlato histórico de ese personaje sería el también capitán inglés Robert Gordon-Canning, citado por V.D. Woolman, “Abdelkrim y la guerra del Rif” (ed. Oikos-Tau, B. 1971, p. 142), p. 313.

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El general Navarro, superviviente de Monte Arruit y cautivo de los moros

hasta la liberación de todos los prisioneros, es presentado al lector en términos

poco brillantes.

El general Juan Picasso, autor del informe sobre las responsabilidades

del desastre, se caracteriza por su honradez e independencia frente a las

numerosísimas presiones.

Un militar histórico que desempeña un papel central en la parte del

relato concentrada en el cautiverio en Axdir, es el sargento Basallo, quien junto

con el personaje principal ocupa una especie de portavocía de los prisioneros

junto al entorno más cercano a Abdelkrim.

El rey Alfonso XIII aparece repetidamente a lo largo del relato,

poniéndose de relieve la fatuidad de su carácter y la autosuficiencia de su

persona, alentador de Silvestre y, por tanto, responsable último del Desastre,

movido además por siniestros intereses personales de carácter material.

En el bando rifeño destacan en primer lugar los dos hermanos

Abdelkrim. Mohamed es el caudillo de la revuelta, mientras que su hermano

Mehmed, antiguo estudiante de la escuela de Ingenieros de Minas de Madrid,

asesor de su hermano e incluso Ministro de la República del Rif, se caracteriza

por una cierta visión humanista del conflicto.

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Ben Chelal es uno de los negociadores de la rendición de Monte Arruit.

Será quien favorezca la salida del general Navarro junto con su pretendida

escolta, entre la que en el último momento consigue infiltrarse Clemente.

Mohamed Azerkan, llamado “El Pajarito”, es uno de los personajes más

próximos a Abdelkrim, y cuñado de éste, llegando a ser Ministro de Asuntos

Exteriores de la República del Rif.

El comandante del campo de prisioneros es Ben Hamú, que en

ocasiones es presentado como un personaje sanguinario y en otras como uno

que no carece de ciertas cualidades humanitarias.

Los rifeños encargados de negociar las condiciones del rescate de

prisioneros son Abd Selam, El Maalem, Bennunera y Azerkam.

La mayoría de los principales políticos de la época aparecen

mencionados, algunos desempeñando un papel relativamente relevante a lo

largo de la narración. Así, el vizconde de Eza, Luis Marichalar y Monreal, ocupa

el Ministerio de la Guerra en el Gobierno presidido por Manuel Allendesalazar.

El propio Marichalar presentará al lector, con términos no demasiado amables,

a sus compañeros de gabinete, Juan de la Cierva, Lizárraga, Aparicio o

Argüelles.

El siguiente Gobierno, formado en 1922, presidido por el liberal García

Prieto, en el que aparecen Santiago Alba como Ministro de Estado y Niceto

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Alcalá-Zamora, como Ministro de la Guerra, juega un papel de primer orden

como encargado del asunto de la liberación de los prisioneros de Marruecos y

también como personajes que certifican la implicación de Alfonso XIII en el

golpe militar en un intento de dar carpetazo al asunto de las responsabilidades.

Aparecen también dos personajes españoles que llevan a cabo sus

buenos oficios para facilitar el rescate de los prisioneros. Al padre Revilla,

enviado por las damas de la alta sociedad madrileña, se le ve como un hombre

de cierta buena fe pero incapaz de avanzar lo más mínimo en sus gestiones en

pro de los detenidos. Luis de Oteyza es presentado como un elemento clave

para resolver tan delicado asunto36.

__________________

36 Según menciona Bernardino González Pérez, Oteyza publicó un libro con sus experiencias tras visitar a los prisioneros, incrementando el clamor popular para que se encontrara una solución. Se trataba de “Abdelkrim y los prisioneros”, Ed. Mundo Latino, M, s.a, 318 pp.

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2.5.3- TEMAS PRINCIPALES:

El tema principal es sin ninguna duda el Desastre de Annual y la

incapacidad del ejército español para enfrentarse a la rebelión rifeña. El relato

se articula en torno de las opiniones enormemente críticas del narrador frente a

las causas, las consecuencias y las responsabilidades de una acción militar

que conlleva la desaparición de cerca de 25.000 soldados.

De esta manera, el lector descubre paulatinamente la total ausencia de

moral de la tropa y la corrupción generalizada de jefes, oficiales y suboficiales.

De manera expresa, Gaya Nuño ofrece al lector el calendario del Desastre,

enumerando asimismo las principales consecuencias de la cadena de errores

dramáticos cometidos por los responsables militares en Marruecos. Así,

además de la desmesurada cifra de muertos y desaparecidos, ya apuntada, el

narrador incide en la pérdida de un ingente arsenal que servirá para que

Abdelkrim arme a sus seguidores con un material moderno y eficaz, y en la

pérdida de todo el territorio conquistado en la zona del Protectorado desde

1909.

Otros dos temas que derivan directamente del ya apuntado son el de los

prisioneros españoles de Axdir, junto con sus peripecias para sobrevivir frente

a la mezquindad de los responsables políticos que regatean el precio que

España estaría dispuesta a pagar por su liberación, y el de las

responsabilidades políticas, militares y criminales imputables a los jefes y

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oficiales directamente implicados en la concatenación de tan dramáticos

acontecimientos.

El tema de las responsabilidades será analizado con mayor detalle

cuando nos ocupemos en el lugar oportuno del expediente Picasso.

En lo que se refiere al tema de los prisioneros, Gaya Nuño retoma con la

crudeza necesaria un asunto que tuvo en vilo a la población española desde

que llegaron las primeras noticias de su existencia, al poco de certificarse el

Desastre de Annual, hasta su liberación en el verano de 1922. El narrador

presenta dos perspectivas totalmente distintas. La primera, que sigue el clamor

popular y defiende la absoluta necesidad de liberar a los cautivos, y la

segunda, liderada por Alfonso XIII, que no sólo no mueve un dedo en favor de

los prisioneros sino que incluso se indigna ante el desmesurado precio

pretendido por Abdelkrim, cuatro millones de pesetas, y juzga como cobardes a

los escasos sobrevivientes de un desastre del que él mismo, como inductor de

Silvestre, es responsable (“¡Pues no vale poco cara la carne de gallina”) (Gaya

Nuño, 1984: 483).

Las condiciones exigidas para el rescate de los prisioneros ya eran

conocidas por el Alto Comisario a mediados de agosto de 1921. El general

Berenguer “afirmó que los emisarios enviados por Abd el Krim pedían una

suma cercana a los 3 millones de pesetas, y se mostraba contrario a abonarla

en aquellos momentos” (La Porte, 1997: 298).

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Sin embargo, a pesar de esa oposición de Berenguer, partidario de

llevar a cabo antes de cualquier negociación una importante operación militar

que cercase a las tropas rebeldes, el entonces Ministro de la Guerra, La Cierva,

comenzó a plantearse la posibilidad de negociar abiertamente una solución que

permitiera el canje de prisioneros. Los motivos que impulsaron a La Cierva,

según señala La Porte, fueron forzados por la multitud de gestiones privadas

que se estaban llevando directamente a cabo, así como “la atención que

despertaba su suerte en la plaza de Melilla y el peligro de que pudieran sufrir

represalias al iniciarse el avance militar español” (La Porte, 1997: 299). De

esta manera, el Ministro de la Guerra autorizó que el pago del rescate se

llevase a cabo “siempre y cuando se hiciera individualmente por cada

prisionero, de modo que el curso de las negociaciones no permitiera al

enemigo reunir prontamente una elevada cantidad de dinero” (La Porte, 1997:

300).

Ante estas opiniones, también el general Berenguer cambia de postura y

considera adecuado efectuar el pago del rescate. En un telegrama dirigido a

Madrid, el general señala lo siguiente:

Este asunto tiene dos aspectos, como V.E. muy bien aprecia: el

sentimental, por las desgracias que puedan ocurrirles y el materialista

por las ventajas que a la harka pueda proporcionar el disponer de los

cuantiosos recursos metálicos que pretende. No cabe duda que

disponiendo Abd-el-Krim de la importante cantidad que pide podrá

proporcionarse elementos de guerra que aumenten la energía de su

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actuación, pero hay que reconocer que si eso ocurriera nunca podrá ser

en tal extensión que llegue a colocarnos fuera de la potencia de nuestros

medios que después de todo se pueden aumentar proporcionalmente

por lo que creo que nunca la situación que esto pudiera crear nos

colocaría en situación de inferioridad que no pudiéramos vencer. El otro

aspecto de la cuestión, el sentimental, es quizás en estos momentos el

más importante, el que más debe preocuparnos, pues ¿qué efecto

produciría en la Nación la noticia de haber sido muertos o martirizados

esos prisioneros a la vista de nuestra plaza de Alhucemas? Yo creo que

es muy de meditar la exposición de someter a nuestro pueblo a tan dura

prueba. (La Porte, 1997: 300).

Como no podía ser de otra forma, el asunto de los prisioneros ocupa un

espacio destacado en las crónicas de Indalecio Prieto. “En el ánimo del Mando

debe pesar como losa de plomo las situación de los prisioneros” (Prieto Tuero,

2001: 23), señala, a la vez que reconoce que no existe una cifra ni siquiera

aproximada del número de españoles retenidos por Abdelkrim. Indica,

asimismo, que el espectáculo más angustioso que ofrece Melilla es el de los

padres, madres e hijos peregrinando tras noticias de los seres queridos:

Es la misma incertidumbre terriblemente dolorosa que aprisionaba

el espíritu del hijo de Fernández Silvestre. Pero respecto del trágico fin

de Silvestre, a pesar de las noticias de estos días, ya no cabe duda (…)

Los rifeños se resisten al rescate de prisioneros. Saben que,

conservándolos, tiene la mejor prenda, y aunque les corroe la avaricia,

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no la truecan por dinero. ¡Qué penalidades las de esos hombres,

temerosos de que un éxito de sus compañeros de armas les cueste a

ellos la vida! (Prieto Tuero, 2001: 23).

Sobre el asunto del rescate, Indalecio Prieto asegura, en la crónica de

20 de octubre de 1921, que las negociaciones están rotas y su comunicación

cortada. Es más afirma también que Abdelkrim se ha llevado a los prisioneros

tierra adentro, alejándoles de Axdir. Añade:

Al parecer, el Gobierno últimamente se ha colocado en la actitud

irreductible de no dar por los prisioneros una peseta. Antes las

divergencias eran por la forma de pagar el rescate, ahora no se acepta,

ni la forma ni la cantidad. Nada. ¿Se prefiere el sacrificio? (Prieto Tuero,

2001: 111).

De hecho, como señala La Porte, “las noticias que llegaban de los

prisioneros tras el inicio de la campaña eran enormemente fragmentarias” (La

Porte, 1997: 358). Los familiares y amigos de los prisioneros presionaban al

Gobernador Civil de Melilla para que se llegara a un acuerdo lo antes posible.

En Madrid, la Federación de Empleados y Obreros del Ayuntamiento asumió la

responsabilidad de llevar estas reivindicaciones “hasta los aledaños del

Gobierno” (La Porte, 1997: 358). Esta Federación, un poco más adelante, abrió

una subscripción pública para conseguir el rescate exigido por Abd el Krim por

la liberación de los prisioneros. Al poco, se unieron a esta iniciativa las

Asociaciones de Valencia y Córdoba, la Asociación de Vecinos de Madrid, los

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empleados del Banco de Vizcaya. El movimiento popular alcanzaba cuotas

inesperadas:

Las esposas, madres e hijos de los jefes, oficiales, clases de

tropa, soldados y paisanos prisioneros de los moros dirigieron un

manifiesto a la Nación en el que pedían ayuda para evitar la muerte

pronta y segura de sus familiares. El Gobierno, sin embargo, desautorizó

cualquier intento de suscripción nacional, que tuviera como fin el rescate

de los prisioneros (La Porte 1997: 359).

Esta prohibición provocaría que los esfuerzos de las diferentes

Asociaciones se dirigiera a la obtención de fondos y recursos destinados a

paliar, al menos, la triste situación material en la que se encontraban los

soldados españoles en campaña. Así las cosas, se organizaron en casi todas

las capitales de provincia unas suscripciones denominadas “El aguinaldo del

soldado”, destinadas a agasajar a los soldados originarios de cada una de esas

provincias. De hecho, “la campaña del aguinaldo del soldado no suponía ya

una adhesión a la campaña militar ni a la actuación del gobierno en el norte de

África, sino más bien “el reconocimiento a la valiente labor de los soldados y el

Ejército en el protectorado español. A finales de 1921, la campaña de

Marruecos dejaba de ser un motivo de entusiasmo para empezar a convertirse

en un problema” (La porte, 1997: 363).

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Todo el proceso negociador es descrito con mucho detalle en el capítulo

III, mientras que las condiciones de vida en el campo de prisioneros de Axdir se

detallan en los capítulos V y IX.

El narrador relata el rescate final en el capítulo X. Gaya Nuño se ciñe

rigurosamente a lo históricamente acontecido, detallando el regateo del precio,

la cuantía finalmente pagada, la organización del transporte naval desde Axdir

hasta Melilla primero y luego hacia la Península, la elaboración definitiva de las

listas de supervivientes, en la que participan tanto el sargento Basallo, al que

ya nos hemos referido, como Clemente Garrido.

Merece la pena detenerse en un tema al que recurre Gaya Nuño para

desarrollar una idea antigua que, al compartir el pueblo español y el rifeño unos

orígenes comunes, defiende el carácter de guerra civil del enfrentamiento

vivido.

Los rasgos de la geografía rifeña se ponen de relieve para compararlos

con los de muchas provincias españolas y constatar así su similitud. De la

misma manera, los rasgos físicos del rifeño se hacen coincidir con los de

muchos de los campesinos españoles. El narrador también subraya las

similitudes entre la música rifeña y determinadas formas del cante andaluz. De

hecho, uno de los personajes secundarios al que también se ha aludido

anteriormente, Gordon-Bennet, se expresa sobre la coincidencia de los

caracteres nacionales del Rif y España, sobre todo en lo que se refiere al gusto

por la fábula y la admiración ante el cuento y el que lo narra.

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Todo esto no es óbice para que el narrador presente la crueldad del trato

de los rifeños hacia los vencidos, en ocasiones con una meticulosidad excesiva

que no hace sino redundar en un aspecto tan conocido como es el de la

generalización de la violencia extrema.

En algunos casos, y no sólo en la obra de Gaya Nuño, se ha llegado a

hablar de “tremendismo” de las descripciones, (González Pérez, 1989: 322).

Este calificativo conviene perfectamente no sólo al teatro de operaciones

militares, sobre todo en Monte Arruit, de donde disponemos además de

abundantes testimonios fotográficos, sino también al propio campo de

prisioneros en Axdir (Carrasco García, 2005).

De la misma manera, la crueldad muchas veces gratuita de las tropas

españolas en su avance para reconquistar el territorio perdido queda también

de manifiesto en las páginas de Gaya Nuño, como por ejemplo cuando los

soldados juegan al fútbol con las cabezas de unos rifeños, en una fotografía

que el propio Abdelkrim mostró a un periodista del diario francés Le Matin37.

____________________

37 Bernardino González Pérez recuerda muy acertadamente que tanto Mola como Micó relatan este episodio en su respectivas obras, « Dar Akkoba », y « Los caballeros de la legión », p. 323, nota 14.

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2.5.4- TÉCNICA Y ESTILO:

La principal característica del relato consiste en la constante visión

múltiple que de los acontecimientos recibe el lector. Así, son distintas las

perspectivas de unos mismos hechos, tanto históricos como novelescos, que el

narrador ofrece.

Uno de los ejemplos más significativos de esta técnica es el que nos

ofrece la lectura de dos de los recortes de prensa que figuran dentro del relato.

Por una parte, como ya hemos tenido ocasión de señalar anteriormente,

Abdelkrim es entrevistado por un periodista del diario francés “Le Matin”. En

esta entrevista, el dirigente rifeño explica su propio punto de vista sobre el

origen, las causas y las consecuencias del conflicto. Abdelkrim llega incluso a

perfilar todo un programa de gobierno para lo que podría haber sido la

República del Rif, insistiendo, además, en el gran interés que la nueva nación

independiente tendría en desarrollar unas relaciones amistosas y de fructífera

cooperación con el pueblo español, quien, a su manera de ver, nunca ha

buscado un enfrentamiento con el Rif, sino que es también, en gran medida,

víctima de las circunstancias históricas y de los intereses corporativos del

ejército español.

El dirigente rifeño también se refiere con términos muy razonables a la

solución que desde su punto de visita tendría el asunto de los cautivos. Alude a

la cifra solicitada, los ya mencionados cuatro millones de pesetas, como una

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cantidad irrisoria comparada con lo que al Estado español le cuesta cada

semana de contienda en el norte de Marruecos.

Por su parte, el Ministro Sánchez Guerra hace unas declaraciones al

“Times” de Londres. Aunque no sea necesario subrayarlo, de puro evidente, la

dicotomía de opiniones queda todavía más patente por la elección de los

medios de comunicación elegidos, uno francés y liberal, otro británico y

conservador.

Sánchez Guerra ofrece al lector una visión conciliadora en lo que se

refiere a los cautivos, mientras que mantiene una prudencia tal vez excesiva

frente al posible éxito de las operaciones militares en curso. El Ministro

subraya, eso sí, el compromiso de España para mantener sus obligaciones

internacionales en la zona del Protectorado.

Otros muchos ejemplos de estas constantes dicotomías podrían ponerse

de relieve. Sin querer cansar al lector, podríamos recordar únicamente la

disparidad de versiones que el narrador nos ofrece en relación a la asunción de

responsabilidades tras el Desastre, con la elaboración del expediente Picasso y

las maniobras políticas para frenar su llegada a buen puerto, o también el

contraste entre el caos en el que se lleva a cabo la desbandada de la posición

de Annual y las cargas ordenadas en las que la caballería de Alcántara intenta

llevar a cabo un último esfuerzo desesperado por garantizar una retirada

ordenada.

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El estilo general de Gaya Nuño también se caracteriza por el recurso

habitual, aunque comedido, a una cierta ironía frente a los hechos relatados.

Tal es el caso, por poner un mero ejemplo, de la salida de Annual del hijo del

general Fernández Silvestre, ordenada por éste en cuanto comprende lo

irreversible de su situación desesperada.

De una manera general, podríamos asegurar que en el relato predomina

la narración de los distintos acontecimientos, con largos párrafos dedicados a

la descripción de espacios, personajes y situaciones. El espacio que Gaya

Nuño dedica a los momentos dialogados es incomparablemente menor, pero

adquiriendo, eso sí, una importancia nada desdeñable desde el punto de vista

de la construcción narrativa.

Las descripciones, tanto de personajes como de paisajes y ciudades,

alcanzan un detalle sorprendente. De esta manera, a modo de ejemplo

podríamos citar las descripciones de la ciudad de Melilla (Gaya Nuño, 1984:

365) y también en (Gaya Nuño, 1984: 387) o de los personajes Delfín (Gaya

Nuño, 1984: 404) y Santos (Gaya Nuño, 1984: 461).

Sin embargo, el nivel de detalle que alcanzan las descripciones es

todavía más llamativo en el caso de los personajes históricos. De esta manera,

el lector se familiariza con el Vizconde de Eza, Ministro de la Guerra (Gaya

Nuño, 1984: 371-372), padre de Amalito de Marichalar, “que ha sacado

excelentes notas” (Gaya Nuño, 1984: 374), con el Ministro de la Cierva (Gaya

Nuño, 1984: 375), con los generales Berenguer (Gaya Nuño, 1984: 376-377)

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Fernández Silvestre (Gaya Nuño, 1984: 379-380) y Navarro (Gaya Nuño, 1984:

407), el teniente Frómesta (Gaya Nuño, 1984: 392), Abdelkrim (Gaya Nuño,

1984: 442), Mohamed el-Jattabi (Gaya Nuño, 1984: 444 y 591), Manolo García

Prieto, el confidente del Rey (Gaya Nuño, 1984: 483), Alfonso XIII (Gaya Nuño,

1984: 483), el padre Revilla (Gaya Nuño, 1984: 488) , don Luis de Oteyza

(Gaya Nuño, 1984: 488), el financiero don Horacio Echevarrieta (Gaya Nuño,

1984: 601), o Luis Silvela, “¿Todavía un Silvela?” (Gaya Nuño, 1984: 629 y

ss.).

Gaya Nuño también describe con no poco detalle las distintas posiciones

que, como piezas de dominó, caen una tras otra, formando el escenario en el

que se desarrollan los dramáticos acontecimientos. A modo de ejemplo, y sin

pretender ser exhaustivos, podríamos mencionar las siguientes: Abarrán (Gaya

Nuño, 1984: 388), Buafit (Gaya Nuño, 1984: 389), Igueriben (Gaya Nuño, 1984:

391), Annual (Gaya Nuño, 1984: 393), Ben Tieb (Gaya Nuño, 1984: 394), Dríus

(Gaya Nuño, 1984: 405), Batel (Gaya Nuño, 1984: 410), Tistutín (Gaya Nuño,

1984: 411), Monte Arruit (Gaya Nuño, 1984: 413), Isen Lasen (Gaya Nuño,

1984: 436) o Bu Sbáa (Gaya Nuño, 1984: 480).

La descripción detallada también incluye una serie de elementos

estrictamente militares que contribuyen poderosamente a incrementar la

sensación de realismo de la narración. De esta manera, Gaya Nuño recurre al

heliógrafo (Gaya Nuño, 1984: 392), al máuser (Gaya Nuño, 1984: 400), al fusil

(Gaya Nuño, 1984: 402), la Caballería de Alcántara (Gaya Nuño, 1984: 405), la

policía indígena (Gaya Nuño, 1984: 412), el número de bajas (Gaya Nuño,

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1984: 421), el de prisioneros (Gaya Nuño, 1984: 434), la descripción de la

bandera de la República del Rif (Gaya Nuño, 1984: 473)38, o la de uno de los

barcos de la Armada española, el “Juan de Juanes”, hundido frente a las costas

del Rif (Gaya Nuño, 1984: 485).

Dentro de los elementos estrictamente militares del relato también

conviene recordar aquellos que se refieren a la jerarquía dentro del ejército

como reflejo de las clases sociales y a las ventajas que conlleva para unos

pocos. Son muchas las referencias que se reiteran a lo largo de las páginas.

Por mencionar tan sólo unos ejemplos, citaremos el caso de “las duquesas de

la Cruz Roja” (Gaya Nuño, 1984: 386 y 494), los oficiales que huyen (Gaya

Nuño, 1984: 401), o el hijo del general Fernández Silvestre (Gaya Nuño, 1984:

396).

Como no podía ser menos en un relato de estas características, se

menciona el famoso telegrama de Alfonso XIII al general Fernández Silvestre:

Porque un día recibió un telegrama cuyo texto todo el mundo

conoció, pero que nunca se ha encontrado. En él se adulaba su virilidad

y se jaleaban sus bríos. El telegrama venía de una casa muy grande en

Madrid. (Gaya Nuño, 1984: 391).

Por último, indicaremos que junto al género epistolar ya indicado, con el

intercambio de cartas entre Don Hermógenes, el Vizconde de Eza, el general

38 Gaya Nuño indica que la bandera de Abdelkrim es verde. Sabemos, sin embargo, que no era así, como se comentará en su lugar oportuno.

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Berenguer y el general Silvestre, aparecen los también ya referidos artículos y

recortes periodísticos, completados con una nota final que, publicada en “El

Heraldo de Aragón” bajo el significativo título de “Boda de un héroe”, relata el

enlace matrimonial del principal protagonista con la viuda de un teniente.

La sensación de estar leyendo un relato histórico se incrementa

mediante el recurso de la publicación de determinados documentos que

tendrían ese carácter. Así, el acta de la reunión entre los jefes de las cábilas

designando a Abdelkrim como jefe de la rebelión39, el acta de nacimiento de

Clemente Garrido o su cartilla militar, a la que antes nos hemos referido en el

momento de identificar los rasgos físicos del protagonista principal del relato.

_____________________________

39 Bernardino González Pérez sostiene que se trata de un documento histórico, p. 325. Independientemente de su existencia, lo que es indudable es que el contenido de los acuerdos de la reunión de notables convocada por Abdelkrim son perfectamente conocidos.

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3- CONTEXTO HISTÓRICO: DEL DESASTRE DE ANNUAL Y EL

ESTABLECIMIENTO DE LA REPÚBLICA DEL RIF (1921) A LA DICTADURA

DE PRIMO DE RIVERA (1923) Y EL SOMETIMIENTO DEL TERRITORIO

(1927):

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La serie de acontecimientos que comúnmente se enmarcan bajo la

denominación genérica de Desastre de Annual se inician con la noticia del

derrumbamiento de la Comandancia General de Melilla el día 21 de Julio de

1921.

Las noticias relativas a la amplitud del desastre comienzan a circular en

la Península a partir del día 23 de Julio, definiendo la mayoría de los periódicos

los acontecimientos como un mero “rumor”. El día 24 ya se confirman los

peores pronósticos. Así:

Triste jornada: el desastre de Igueriben y de Annual y el suicidio

del general Silvestre”; “España en Marruecos: una harka importante de

Beni-Urriagel ha obligado a evacuar nuestras posiciones avanzadas en

la zona de Alhucemas. Muerte del general Fernández Silvestre y su

estado mayor. Serenidad”; “El ministro de la guerra, Vizconde de Eza,

confirma que el combate de Annual fue muy sangriento”, “El general

Silvestre sacrifica su vida”, “Dolorosa operación en Marruecos.

(Francisco, 2005: 3).

Sobre la situación de la posición de Igueriben, La Porte recuerda que el

día 17 de julio los rifeños, que habían comenzado a operar con una disciplina y

precisión desconocidas hasta el momento, efectuaron dos disparos de cañón.

Se trataba de un hecho totalmente novedoso, que fue posible únicamente

gracias a las indicaciones recibidas por parte de algún desertor, seguramente

francés o alemán, de la Legión Extranjera. De hecho, el cañón que los rifeños

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utilizaron contra la posición de Igueriben era uno de los que tomaron en el

asalto a la posición de Abarrán (La Porte, 1997: 184). Además, con bastante

detalle el mencionado autor relata los acontecimientos ocurridos en Igueriben el

día 17 de julio de 1921. De una manera sucinta, podríamos resumirlos de la

siguiente manera:

La harka ya había rodeado casi completamente la posición de

Igueriben desde las lomas y barrancadas próximas. Mostraba

claramente su determinación de impedir el abastecimiento de la

población. El día 17, el convoy que salió de Annual en dirección de

Igueriben estuvo varias horas detenido por el fuego en las montañas,

aunque finalmente el capitán Cebollino, jefe de escuadrón de Regulares,

logró introducirlo en la posición. Unas cien bajas costó aquella operación

(…) El convoy que entró en Igueriben iba muy mermado de víveres y

con escasa agua (…) Los mulos que llevaba el convoy quedaron en

Igueriben, pues el jefe de Regulares no respondía de su seguridad en el

retorno de Annual y fueron dispuestos entre las alambradas exteriores y

los sacos terreros de protección. Allí fueron pacientemente disparados

por los harqueños a lo largo de toda la noche, llegando a arrancar

algunos de ellos en su caída parte de la alambrada exterior (La Porte,

1997: 184 – 185).

En realidad, la primera derrota de las tropas españolas tiene lugar el día

19 de Julio, perdiéndose la posición de Abarrán40, situada por encima de la de

40 Una cronología detalladísima de los acontecimientos a partir de la ocupación y pérdida de Abarrán figura en Villalobos, Federico (2004). “El sueño colonial. Las guerras de España en Marruecos”, Barcelona: Ariel, Grandes Batallas, páginas 215 y ss.

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Igueriben. Sin embargo, los militares españoles no prestan una atención

excesiva a este acontecimiento. A continuación, el detonante de la cadena de

acontecimientos que se saldará casi con la caída de Melilla en manos de las

tropas de Abdelkrim tuvo lugar el mismo día 21 de Julio con la toma de la

posición de Igueriben, que había opuesto una resistencia admirable al cerco de

las tropas moras. Gracias a los numerosos mensajes que el Comandante

Benítez transmitía a la posición de Annual se conoce perfectamente cómo

fueron las últimas horas de la defensa numantina de una posición que se sabía

perdida de antemano. El heliógrafo informó de que tan sólo quedaban doce

municiones para el último cañón que todavía no había sido inutilizado por los

propios defensores para evitar que cayesen en manos de los asaltantes. Se

pidió que, una vez disparado el decimosegundo obús, la posición de Igueriben

fuera bombardeada desde la de Annual (Francisco, 2005: 36 y ss.).

Todos los esfuerzos del general Silvestre para socorrer la posición de

Igueriben no sólo resultaron baldíos sino que supusieron, además, tremendas

pérdidas en vidas humanas y en material de guerra, sobre todo por el pánico

que como un reguero de pólvora se extendió entre las tropas auxiliares cuando

los escasísimos supervivientes de Igueriben alcanzaron las líneas españolas.

Este radical cambio de la situación de fuerzas fue percibido rápidamente por

las harkas amigas y por las tropas de la policía indígena, que en muy pocos

instantes se cambiaron de bando, atacando desde un nuevo frente a las tropas

de Silvestre, que se verá obligado a replegarse en el mayor desorden hacia la

posición de Annual.

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La posición de Annual no ofrece refugio seguro a las

desmoralizadísimas tropas que allí se apelotonan. “Completamente

descubierta, la posición es indefendible, carece de cualquier principio táctico,

está dominada por cotas altas y frecuentemente queda aislada por las lluvias.”

(Francisco, 2005: 38).

El día 21 de julio había llegado el general Fernández Silvestre a la

posición de Annual. Se calcula que junto con el Comandante General de Melilla

llegaron unos tres mil hombres a la posición. Se iniciarían de esta manera, casi

de inmediato, las infructuosas operaciones tendentes a socorrer la posición de

Igueriben. La situación es descrita por La Porte de la siguiente manera:

La operación se había iniciado con cierta facilidad, consiguiendo

las columnas españolas un primer avance sobre el terreno. Sin

embargo, conforme se fueron internando en el mismo con dirección a

Igueriben, el enemigo opuso cada vez mayor resistencia hasta levantar

una barrera de fuego que dejó a las tropas españolas clavadas en el

terreno, sin posibilidad de avanzar ni de retroceder. El general Silvestre

contemplaba desesperado desde Annual los inútiles intentos de las

columnas por progresar entre las lomas y las barricadas que conducían

a Igueriben. Mientras tanto, el heliógrafo de Igueriben, sometida a fuego

continuo, transmitía los cada vez más angustiados llamamientos del

coronel (sic) Benítez (La Porte, 1997: 196).

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En medio de los continuos ataques de las tropas asaltantes, el general

Silvestre decide ordenar la retirada de Annual y de las posiciones próximas de

Talilit y de Buymeyan. Las posiciones intermedias, denominadas A, B y C, ni

siquiera reciben la orden de evacuación y sólo consiguen unirse a la

desbandada cuando ya ésta es general. El caos se adueña de las tropas, no se

respeta ningún orden de salida. En palabras del Teniente Coronel Pérez Ortiz,

se describe la estampida:

La acumulación de fuerzas es tal que éstas se atascan, se

atropellan por pasar. Mulos, unos montados, otros con carga, en su

precipitada carrera, rompen y separan las filas y formaciones obligando

a los que van a pie a salirse del camino, arrojándose al barranco por

donde, buscando la desenfilada ya van muchos soldados. (Francisco,

2005: 41).

El Alférez Maroto, en su diario inédito irá todavía más lejos cuando

describe la llegada de las avanzadillas de los que escapaban: “los primeros

fugitivos completamente desmoralizados, gritando y llorando, arrojando el

armamento, confundidos en vergonzosa huida Jefes y Oficiales y tropa.”

(Francisco, 2005: 42). De la misma manera, La Porte indica que la decisión de

Fernández Silvestre de abandonar la posición de Annual “se llevó a cabo de

una manera acelerada, sin planificarla exactamente, con el desconocimiento de

muchos mandos y en medio de un estado moral de abatimiento. La penosa

imagen de la columna en retirada provocó en la cabilas más próximas al frente

avanzado un levantamiento general” (La Porte: 1997: 215).

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Conviene señalar, por otra parte, que la harka de los Beni Urriaguel no

persiguió a la columna que escapaba de Annual, sino que se concentró en el

saqueo de la posición recién abandonada. De esta manera, resulta evidente

que la persecución y durísimo castigo que se inflinge a los soldados españoles

es provocado directamente por las tribus hasta entonces sometidas a España,

según afirma, entre otros muchos, La Porte (La Porte, 1997: 217).

Las posiciones van cayendo arrastrándose una a otra, como las piezas

de un dominó. Ben Tieb, Tafersit, Yebel Uddia, Zayuday, Azur, Halaut, Nadir de

Beni Ulixech, y finalmente Dríus, que el general Navarro ordena abandonar e

incendiar con todo el material de guerra allí acumulado, a pesar de haber sido

la única posibilidad para ofrecer una resistencia en condiciones al enemigo.

El pánico se extiende todavía más. Sólo algunas tropas del regimiento

de Ceriñola y la caballería de Alcántara ofrecen una resistencia organizada a

las tropas de Abdelkrim, que tan sólo servirá para retrasar, al precio de sus

vidas, el desastre que ya era inevitable.

Las piezas del dominó siguen cayendo inexorablemente: Batel, Dar

Quebdani, Zoco de Telatza, Tistutin. Los supervivientes, inmersos en el caos

de una huida desesperada se refugian en Monte Arruit. Es el día 29 de Julio.

Las últimas tropas indígenas que permanecían fieles se pasan al enemigo.

Desde las fortificaciones de Monte Arruit, sin agua y con escasos víveres que

los sacos lanzados desde los aeroplanos apenas incrementa, los sitiados

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observan las columnas de humo que se elevan indicando que las posiciones de

Zeluán y Nador también han caído el 3 de agosto:

Los oficiales procuraban a todo trance convencerles de que lo

que veían no era la Alcazaba, sino el aeródromo o, a lo más, algunas

casas del poblado. Pero los moros se encargaron de echar por tierra la

labor de los oficiales; a grandes voces decían desde la estación y desde

las trincheras que rodeaban Arruit: -Paisa: ya no tener Zeluán; ya estar

todos, soldados y oficiales por plaza; no pasar nada; ya ser amigos; ya

beber agua, ya comer…(Francisco, 2005: 66).

El 4 de agosto la situación en Monte Arruit es desesperada. El general

Berenguer informa en un telegrama que no es posible enviar ningún socorro a

la posición sitiada, indicando que unos emisarios se aproximarían para hacer

posible una capitulación. El texto del telegrama es el siguiente:

Ante la imposibilidad de enviar a V.E. columna socorro con toda la

premura que desearía, he gestionado del Jattabi envíe allí emisarios con

los que va nuestro amigo Idris Ben Said41, a quien V.E. conoce, para que

se le faciliten evacuación esa columna. Con Idris irá guía con bandera

blanca. Le participo haber ocupado por nosotros la Restinga, a donde

41 Giménez Caballero menciona a Idris ben Said: « Por este hotel han desfilado tipos curiosos y notables. Moros como Dris ben Said, a quien tanto bombo han dado por eso de los prisioneros, sin que haya hecho nada, en el fondo, ni él sea más que un morazo de instintos feos y muy turbios, cubiertos por una capa ligera de urbanidad. » (Giménez Caballero, 1983: 119). Gaya Nuño, también: “Era uno el moro Dris ben Said, con importantes negocios en Melilla y Tetuán.” (Gaya Nuño, 1984: 601). Indalecio Prieto le hace una entrevista en casa del representante del Jalifa en Melilla, publicada en “El liberal” el 15 de septiembre de 1921.

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podrá dirigirse de acuerdo emisarios, teniendo en cuenta que Zeluán y

Nador están en poder del enemigo. (Francisco, 2005: 68).

La situación degenera rápidamente. La posición es sometida a un duro e

incesante bombardeo, causando numerosas bajas. El hambre y la sed se

engañan con los despojos de los animales reventados por las granadas

enemigas. El día 8, un nuevo telegrama del general Berenguer autoriza la

capitulación:

Si no han llegado emisarios le autorizo para tratar con el enemigo

que le rodea, aún a base de entrega de armamento, pues mi principal

deseo, una vez extremada la defensa al punto que lo han hecho, es

salvar vidas de esos héroes, en los que tiene puesta la vista España,

que los admira.” (Francisco, 2005: 74).

El telegrama de respuesta del general Navarro dice así:

General Navarro a Alto Comisario, 9 de agosto de 1921, dos

quince tarde: En este momento y según instrucciones de V.E., acabo

pactar con enemigo entrega posición, a base entrega de armamento y

ser escoltados hasta plaza. Oficiales conservan pistola. Esta noche

pernoctaré campamento enemigo, situado cerca aguada antigua.”

(Francisco, 2005: 75).

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Sin embargo, las condiciones de la rendición pactada no sólo no se

cumplieron sino que los asaltantes ni siquiera respetaron una sola vida, aparte

de las de los que acompañaban al propio general Navarro, esto es, el

comandante Gómez Zaragoza, el capitán Aguirre, et teniente Gilabert, el

intérprete Alcalde y el capitán Sainz Gutiérrez, a quienes aguardaría una larga

espera como prisioneros de Abdelkrim en el campamento de Axdir.

Peor suerte corrieron los demás. Dos mil seiscientos cuatro cadáveres

que se enterrarían una vez recuperada la posición, en el mes de Octubre,

según relataría el general Cabanellas. (Francisco, 2005: 77). Por su parte,

Indalecio Prieto no llegaría a entrar en Monte Arruit, ya que regresa a España

justo antes de la recuperación de la posición. No obstante, su última crónica,

fechada el 21 de Octubre de 1921 es elocuente ya en su propio título, “El

osario”, donde describe la situación de la carretera desde Nador a Tauima: “hoy

van por la carretera de Zeluán mujeres y hombres vestidos de luto, entregados

a dolorosas investigaciones, queriendo descubrir en el osario el cadáver del ser

querido.” (Prieto Tuero, 2001: 15).

Por su parte, sobre la llegada de las tropas españolas a Zeluán, el día

14 de octubre, la Porte señala que fue una de “las posiciones en las que se

consumó la traición de los moros tras el acuerdo de desarme de las tropas

españolas” (La Porte, 1997: 345). De hecho, el espectáculo que verían las

tropas españolas sería una especie de anticipo del que les esperaba al llegar a

Monte Arruit:

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Trescientos cadáveres –afirmaba el periodista Francisco Osuna-,

descuartizados unos, quemados otros, por sus extremidades… el

camino que hemos seguido está jalonado de cadáveres en actitud de

sufrimiento, explicaba el entonces comandante del Tercio, Francisco

Franco, y en el poblado de la casa de La Ina nos ofrece uno de los

espectáculos más horrendos de crueldad… en su recinto hallamos más

de cien cadáveres, describía otro periodista, abiertos en canal, otros

clavados en la pared, muchos con los atributos sexuales carbonizados, y

todos con la mueca de dolor más agudo en la lividez de sus rostros (La

Porte, 1997: 346).

La magnitud del Desastre fue tal que, a pesar de ciertas maniobras

promovidas desde el entorno más próximo de Alfonso XIII42, el Ministro de la

Guerra, el Vizconde de Eza, no tuvo otro remedio que encomendar al general

Aguilera, Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, que abriese

una investigación para aclarar las causas de lo acaecido. El general Aguilera

encomendó esta tarea al general Juan Picasso González, dando origen al

famoso expediente conocido popularmente como “Expediente Picasso”.

Como se verá en su momento oportuno, el general Picasso llevó a cabo

la labor que le habían encomendado con una completa dedicación. Se trasladó

a Melilla junto con un escogido grupo de colaboradores y desde allí examinó

42 Como no podía ser de otra manera, Vicente Blasco-Ibáñez acusa directamente a Alfonso XIII de incitar a Silvestre a lanzarse a las aventuras que terminaron en desastre completo : « Comme tous les artistes médiocres, dont la vanité est chatouilleuse, il était convaincu que son plan était magnifique et que, s’il avait échoué, la faute en était aux éxecutants », (Blasco Ibánez, 1924 : 45).

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toda la documentación disponible e interrogó a cuantos testigos le parecieron

relevantes. (Carrasco García, 2003: prólogo).

Sin pretender de momento entrar siquiera someramente en las múltiples

pistas que ofrecen las voluminosas páginas del “Expediente Picasso”, sí

pasaremos aunque sea rápidamente por las excelentes conclusiones que el

propio general instructor redactara a modo de resumen. Así, de la posición de

Abarrán, aquella primera pieza desencadenante del derrumbamiento de todas

las demás posiciones como si de piezas de dominó se tratara, escribe: “de

manera unánime se juzga en el conjunto de las declaraciones la temeridad y

falta de preparación de la operación llevada a cabo e influencia fatal en el curso

de los sucesos que dio origen” (Carrasco García, 2003: 22).

Sobre las negligencias del sistema defensivo, el general Picasso

escribe:

El mando, ya se ha dicho, y lo corroboran otras declaraciones que

es ocioso aducir, se consideró siempre desentendido de la observancia

de prescripciones reglamentarias en cuanto a la asistencia de informes

técnicos llamados particularmente a asesorarle, en cuanto suponían

trabas; y la confianza, rayana en la ofuscación y el descuido de aquellas

medidas de natural previsión… (Carrasco García, 2003: 51).

Asimismo, las aseveraciones sobre las inmoralidades administrativas

son muy elocuentes. Igualmente, la incongruencia de las órdenes, sobre todo

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de las relativas al abandono de posiciones que eran perfectamente defendibles

y el desorden y caos provocado en Annual y el desastre provocado en la

retirada por la incapacidad de los Jefes y Oficiales. (Carrasco García, 2003:

96).

De la misma manera, las conclusiones del Fiscal son especialmente

reveladoras, solicitando las penas máximas para un alférez, diez tenientes,

entre los que destacan apellidos de cierto lustre militar, como Vara del Rey, o

Méndez de Vigo, ocho capitanes, siete comandantes, tres tenientes coroneles,

entre los que destaca Núñez de Prado, siete coroneles, incluyendo un

Fernández de Córdoba, y tres generales, Navarro, Fernández Silvestre en caso

de seguir con vida, y Berenguer. (Carrasco García, 2003: 369 y ss.).

No podemos acabar este rápido apartado sin referirnos a unos párrafos

del fiscal especialmente significativos:

No ha de terminar su informe el fiscal sin someter a la

consideración y resolución del Consejo una cuestión que este Ministerio

entiende que no puede más que indicarse, sin proponer siquiera

solución sobre ello, no sólo por la gravedad que puede encerrar, sino

porque acaso no sea atribución de sus funciones tal propuesta. Nos

referimos a las dos Reales órdenes del 24 de Agosto y 1 de Septiembre

de 1921, por las que el Ministro de la Guerra limitaba las funciones y

atribuciones del juez instructor. Desde el punto de vista estrictamente

legal, forzoso es confesar que el Ministerio podía dictar esas Reales

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órdenes e imponer esas restricciones. No se puede decir lo mismo si se

considera el aspecto moral, social y el del mantenimiento de los buenos

principios militares. (Carrasco García, 2003: 371).

El propio Abdelkrim se refirió a tan sangrientos sucesos en sus

memorias, justificando la crueldad de sus tropas ante la ausencia de una

auténtica organización militar de carácter disciplinado. También es elocuente

en lo que se refiere a su decisión de no tomar Melilla, completamente

desguarnecida:

Después de la batalla de Monte Arruit me encontraba cerca de las

murallas de Melilla. Decidí parar. Mi organización militar seguía muy

embrionaria. Se imponía la prudencia. Sabía que el gobierno español,

después de un patético llamamiento al país, se disponía a enviar a

Marruecos todos los refuerzos de que disponía. Por mi parte, me

preocupaba más incrementar y reagrupar mis fuerzas y así lo hice saber

a todos los habitantes del Rif occidental. Con energía, encomendé a mis

tropas y a los nuevos contingentes incorporados no exterminar ni

maltratar a los prisioneros; lo que no lamento. Pero también les

encomendé no ocupar Melilla para no crear complicaciones

internacionales. De esto sí que siento un amargo arrepentimiento. Fue

mi gran error. (Francisco, 2005: 75-76).

Efectivamente, el gran error estratégico de Abdelkrim fue sin duda no

haber ordenado la toma de Melilla en los días inmediatamente posteriores al

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Desastre de Annual. Sobre la indefensión de la plaza en esos momentos,

podemos recordar las palabras de Indalecio Prieto:

Todos reconocen que Melilla estuvo, uno, dos o tres días, a

merced de los moros. Éstos no entraron porque no se les ocurrió o no se

les antojó. No había en la plaza fuerzas materiales ni morales con que

oponerles resistencia. Las fuerzas materiales estaban dispersas o en

poder del enemigo, las morales habían sido derruidas por el espectáculo

de los fugitivos que, no considerándose seguros en la ciudad, asaltaban

los buques y pedían a los capitanes que encendieran las calderas y se

hiciesen a la mar. (Prieto Tuero, 2001: 20).

Ya el 18 de septiembre de 1921, Abdelkrim proclama la independencia

del Rif, junto con toda una serie de medidas que fueron adoptadas por

aclamación de la asamblea de notables reunida expresamente. Entre los

puntos aprobados, figuraba también el nombramiento de Abdelkrim como Emir,

otorgándosele la suprema autoridad, tanto política como militar. Se autorizó la

creación de un ejército regular, la constitución de un Consejo de Notables, la

evacuación de la zona rifeña por los españoles y el pago de una indemnización

por los once años de ocupación así como de un rescate por los prisioneros.

También se acordó el establecimiento de relaciones amistosas con todos los

Estados y la solicitud de ingreso en la Sociedad de Naciones. (Salafranca,

2004: 58).

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El Consejo Nacional Rifeño celebró numerosas reuniones, alcanzando

un acuerdo definitivo y proclamando una Constitución de 40 artículos. La

denominación adoptada para la nueva entidad es ( )

Estado Republicano del Rif. Los principales cargos que se aprueban son los

de Presidente ( ) para Abdelkrim; Vicepresidente para el hermano de

Abdelkrim, Mohamed; Ministro de Asuntos Exteriores, para “Pajarito”, el cuñado

de Abdelkrim; Ministro de Hacienda, para Abdeslam el Jatabi, tío de Abdelkrim;

Ministro de Defensa, para Ahmed Budra, de los Beni Urriaguel; Ministro de

Justicia, para Mhamed ben Amar Tensamani; Ministro de Interior, para El Yazid

ben Abdeslam, de los Beni Urriaguel. (Salafranca, 2004: 60).

La acción de gobierno experimentó un auge importante. Se adoptaron

toda una serie de medidas que demuestran la vocación de permanencia de la

joven república. Así, desde la creación de tribunales especializados en las

diferentes causas hasta la recaudación de impuestos y la obtención de

ingresos para la hacienda pública43. Las autoridades rifeñas crearon también,

además de los símbolos inherentes a todo Estado como es una bandera

específica, roja con un diamante blanco en punta, en cuyo interior figura en

verde una estrella de seis puntas rodeada de una media luna verde, y también

una moneda propia denominada riffani44.

43 La partida más importante de ingresos procedía del producto del canje de prisioneros. Conviene recordar en su versión francesa, tal vez más elegante, la frase que Blasco Ibáñez pone en labios de Alfonso XIII al conocer éste el importe exigido por Abdelkrim para el rescate de los casi mil quinientos prisioneros de Axdir: «-Elles coûtent cher, ces poules mouillées ». (Blasco Ibáñez: 1924: 45). La expresión que utiliza Gaya Nuño es la siguiente: “¡Pues no vale poco cara la carne de gallina!” (Gaya Nuño, 1984: 483).44 Es digno de mencionar que los riffanis sobre papel moneda estaban redactados, además de en árabe, en inglés, ya que la impresión corrió a cargo de un aventurero inglés, el capitán Gardiner. «Los rifeños no los aceptaban y el riffani se convirtió en papel mojado, pero papel mojado en el más estricto sentido de la palabra pues fueron arrojados al mar. Así acabó la aventura del Banco del Estado Rifeño ». (Salafranca, 2004: 79). Lógicamente, este personaje es el que envía sobre el terreno al capitán Gordon Bennett de Gaya Nuño.

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Otras acciones de gobierno consistieron en el intento de organizar un

sistema sanitario moderno. Abdelkrim solicitó desde un primer momento la

intervención de la Cruz Roja Internacional para paliar la total ausencia de

médicos y hospitales. Las autoridades españolas, sin embargo, opusieron una

feroz resistencia ante esta pretensión rifeña, provocando, de esta manera, por

inatención médica, la muerte de muchos de los prisioneros españoles en Axdir,

así como de los afectados por los bombardeos del gas mostaza. (Salafranca,

2004: 83).

Conviene mencionar, siquiera sea muy de pasada, ya que nos

volveremos a ocupar de este asunto más adelante, el caso de la utilización del

gas mostaza por parte del Ejército español. En un primer momento, se

emplearon tan sólo los gases comprados secretamente a la Alemania

derrotada. A partir de 1923 se puso en funcionamiento, con el asesoramiento

alemán, la fábrica de armas químicas de La Marañosa, cerca de Getafe, en

Madrid. El empleo de este tipo de armas contra los rebeldes fue constante.

Actualmente, una Proposición no de Ley se ha presentado en las Cortes para

que España reconozca sus responsabilidades por esa utilización y repare los

daños provocados. (Bonàs i Pahisa, 2005: 3).

En el campo educativo, el gobierno rifeño estableció diferentes escuelas,

tanto de niños y niñas como de alfabetización de adultos. “La infraestructura del

sistema rifeño fue frágil pero evidenció un afán y un anhelo de superación y de

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modernidad como nunca se había manifestado en el septentrión africano.”

(Salafranca, 2004: 86).

Un capítulo que merece ser mencionado es el relativo a la protección

que Abdelkrim brindó a los judíos rifeños. Se generó, de esta manera, una

corriente de simpatía y de apoyo hacia las nuevas autoridades que se

materializó en dos vertientes. Por una parte la colaboración en la fabricación de

armamento y municiones, por otra, la ayuda en el propio campo de batalla,

integrando las fuerzas del ejército rifeño.

La imagen de los hebreos es relativamente explícita en algunas de las

narraciones que nos ocupan. Así, por ejemplo, Giménez Caballero dedica un

importante esfuerzo a los judíos sefardíes de Tetuán y, sobre todo, de Xauen,

conservadores de los viejos romances castellanos (Giménez Caballero, 1983:

140 y ss.). Por su parte, Díaz-Fernández se refiere a los judíos en varias

ocasiones, por ejemplo, al relatar las aventuras amorosas con las prostitutas

hebreas: “…sobre todo Raquel, la hebrea, en su callada alcoba de la Sueca,

desde donde oíamos abrazados, las agudas glosas que el Gran Rabino hacía

del Viejo testamento.” (Díaz-Fernández, 1998: 84).

Por último, recordaremos que Abdelkrim desarrolló un más que eficaz

Servicio de Información, incluyendo agentes secretos que operaron no sólo en

la zona rifeña sino también en las ciudades españolas de Melilla y Ceuta, y

seguramente también en Madrid, así como en la ciudad internacional de

Tánger, en Fez, y en varias capitales europeas, sobre todo en Londres y en

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Berlín, con Lisboa como punto neurálgico de transmisión de las informaciones.

(Salafranca, 2004: 121). La descripción de estos espías, así como de la oferta

para convertirse en agentes dobles, figura en la narración de Giménez

Caballero (Giménez Caballero, 1983: 171 y ss.).

El servicio postal rifeño funcionó con una eficacia admirable, sobre todo

utilizando la vía de Tánger, desde donde se remitían las misivas destinadas a

otras ciudades de Marruecos, o por vía aérea, hacia Londres y París. Sabemos

que Abdelkrim recibía en su cuartel general de Axdir los periódicos franceses

en unas escasas ocho horas. También recibía cada día un periódico español

que le llegaba por vía terrestre. (Salafranca, 2004: 123).

Sobre la cuestión del establecimiento de la República del Rif,

salvaguardando las posiciones ideológicas y las distorsiones que produce la

defensa de los intereses de casta propias, el autor cuya personalidad se oculta

tras el pseudónimo de Juan de España, merece la pena contrastar lo antes

señalado frente a las descripciones detalladas que este militar lleva a cabo. Es

interesante, sobre todo, lo que se refiere a la génesis del pacto a favor de la

independencia rifeña, trama ideada, según Juan de España, en los más

siniestros despachos del Gobierno británico, tal y como escribe en su opúsculo

“La actuación de España en Marruecos”, publicado en 1926 y escrito “en los

comienzos el año1926”. (España, 1926: 291).

De esta manera, el autor relata con no poco detalle el papel

desempeñado por un antiguo militar británico, el capitán Mr. Gordon Canning,

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fundador del Comité Pro-Rif, “residenciado en Londres y portavoz en infinidad

de ocasiones de las proclamas de Prensa, a las que tan aficionado se mostró

en los últimos tiempos el singular Jatabi.” (España, 1926: 292 y ss.).

Se afirma que el capitán Gordon Canning, “como tantos otros que le

precedieron y que sin duda le seguirán”, pretendió tratar, en calidad de

Embajador, con las autoridades tanto españolas como francesas. Antes de ese

intento, había llevado a cabo una serie de entrevistas de Abdelkrim que publicó

en la prensa francesa y británica. En este sentido, podemos recordar las dos

entrevistas, ya señaladas, que Gaya Nuño incluye en su relato, una de “Le

Matin”, más conservadora, y otra en “The Times”, mucho más radical en su

apuesta por la causa rifeña.

El origen de este emisario de Abdelkrim es descrito con todo lujo de

detalles por parte de Juan de España. Recuerda que desde hacía no poco

tiempo venía funcionando en Londres un grupo de presión, constituido por

industriales y hombres de negocios que, codiciando los supuestos grandes

recursos naturales de la zona rifeña, pretendía constituir un “sindicato minero

para la explotación de esas riquezas”. De esta manera, encargaron a una serie

de aventureros que iniciasen una exploración directa del terreno y se pusieran

en contacto con los principales notables de la región, en especial con el propio

Abdelkrim. El principal cabecilla de estos aventureros sería “un titulado

periodista y ex militar llamado Gardinier junto con el capitán en situación de

excedencia del Ejército inglés, Mister G. Gordon Canning”45.

45 Gaya Nuño les llama respectivamente Gardiner y Gordon Bennet.

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Estos dos emisarios de los poderosos industriales británicos

consiguieron establecer una Convención, firmada por “el Ministro de Negocios

Extranjeros, y a la par de Comercio, de S.M. Mohamed Abd-el-Krim, y por

Alfredo Gardinier, armador, residente en Londres y capitán del ejército inglés ”.

Mediante el artículo primero de la mencionada Convención, se estipula que las

dos partes se encuentran unidas y determinadas para obrar a favor de la

independencia administrativa y conseguir la plena soberanía del Rif. Una vez

alcanzado este objetivo, se aplicarían las demás cláusulas de la Convención.

Entre éstas, podemos destacar el derecho que se le reconoce a Gardinier para

fundar un Banco del Estado del Rif, con el consiguiente derecho para emitir

papel moneda y contratar empréstitos. Como contrapartida, “Gardinier

depositaría en un banco de París, a favor del Gobierno del Rif, la cantidad de

trescientas mil libras esterlinas”.46

De la misma manera, se estipula que “todas las concesiones son

transferidas al señor Gardinier”. También se le reconoce “el monopolio para la

instauración de establecimientos de todas clases, construcción de vías férreas

y explotación de las mismas con derecho de expropiación de terrenos,

explotación de todas las minas del Rif y líneas de navegación, correos,

teléfonos, telégrafos, control aduanero, tranvías, teatros, cines, instalaciones

eléctricas, etc., etc.”

Según se indica también en el mismo opúsculo, Gardinier se

comprometía a entregar a las autoridades rifeñas, a cambio de toda esa serie

46 Gaya Nuño retoma esta suma: “La petición de Abd el Krim se elevaba a la no pequeña suma de trescientas mil libras esterlinas. Las cuales no se veían juntas todos los días.” (Gaya Nuño, 1984: 539).

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de ventajas, el cuarenta por ciento de los beneficios obtenidos. Juan de

España, una vez descritos en detalle todos estos acuerdos, escribe que así se

explica que el jefe de la rebelión hay podido disponer de recursos y dinero tan

abundantes como para enfrentarse y resistir a las tropas españolas. Sin

embargo, en un alarde patriótico, también declara que:

La famosa Convención ha caducado ya, en vista de que el

primero (Gardinier), no ha podido cumplir determinadas demandas,

hechas por el Gobierno del Rif con todo el apremio y la angustia natural,

dada la mala marcha que lleva la causa de la rebeldía. (España, 1926:

295).

También añade una explicación detallada de cómo se intentaba dar una

apariencia de solidez a la colaboración entre determinados súbditos británicos,

y los rebeldes rifeños, mediante la creación en Londres, el 4 de Julio de 1925,

“de una entidad titulada Rif Committee”. Los fines declarados por esta

asociación consistían fundamentalmente en difundir entre la opinión pública

británica e internacional la simpatía hacia la causa del Rif, apoyando su afán

independentista, así como “el reconocimiento de los rifeños como beligerantes

y la libre entrada de una asistencia médica y quirúrgica en el Rif para aliviar los

sufrimientos de los combatientes y de las mujeres y niños que son víctimas de

los bombardeos aéreos”. También se indica en los estatutos del Rif Committee

que se llevarían a cabo acciones en la prensa internacional, se plantearían

preguntas en el Parlamento y se desarrollarían gestiones ante la Sociedad de

Naciones.

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Juan de España describe asimismo cómo las maquinaciones de Gordon

Canning no conocían límite, llegando incluso a imprimir, efectivamente, el papel

moneda al que le daban derecho las disposiciones de la Convención firmada

por Abdelkrim. Con esos billetes se quisieron:

Pagar no menos que las concesiones mineras que el grupo de

agiotistas y negociantes ingleses querían obtener de Abd-el-Krim,

emisión que apareció un buen día en nuestras costas andaluzas, porque

Abd-el-Krim, percatado del bluff, la había mandado arrojar íntegramente

al mar... y si no hizo lo mismo con los proveedores del pintoresco papel-

moneda rifeño, ello se debió, seguramente, a que éstos se apresuraron

a poner a buen recaudo sus personas. (España, 1926: 298).

El tono que utiliza Juan de España va encendiéndose paulatinamente a

medida que expone los verdaderos intereses que animan a los extranjeros que

apoyan la causa de los sublevados rifeños. De una descripción pausada, que

se pretende lo más objetiva posible, se llega pronto a la exclamación airada del

que se sabe ofendido por la perfidia de los intereses ajenos. De esta manera, al

hablar de las minas del Rif, esto es, de las riquezas teóricas que encerraría el

territorio, y que no despertarían apetito ni codicia alguna en las Autoridades

españolas, dedicadas en cuerpo y alma a la labor protectora del territorio

encomendada por los tratados internacionales, el autor se lanza a la diatriba:

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¿Entiendes, lector...? ¡Ya apareció aquello! ¡Ya surgieron las

célebres minas, cuestión capitalísima para Abd-el-Krim y que,

naturalmente, no podía echar en el olvido su colaborador del Rif

Committee! ¿Se da cuenta exacta el lector de la clase de aventureros

que se mueven en torno de esta cuestión? La constante preocupación

de Abd-el-Krim y de sus mandatarios no es otra que las determinaciones

del Tribunal arbitral de Minas de París; ese Tribunal, que seguramente

echaría abajo las concesiones del grupo inglés que tiene por brazos y

por piernas, y aun puede que por cabeza, a los románticos y

desinteresados Gardinier, Canning y demás abnegados defensores de

los atropellados rifeños... (España, 1926: 300).

Más adelante, siempre desde la lógica del enfado que despiertan las

inadmisibles pretensiones de los sublevados, el autor se detiene en una

detallada exposición de un artículo publicado por el “Times” de Londres:

Evacuación por España de todas las posiciones ocupadas

después de 1912, Tetuán inclusive, Larache, Alcázar y Arcila;

reconocimiento de la independencia del Rif (que España se

comprometería a garantizar ante las demás potencias); una

indemnización por la liberación de los nuevos prisioneros, y

reparaciones por los daños causados por la aviación. (España, 1926:

302).

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Otras exigencias posteriores de Abd-el-Krim, hechas ante el señor

Sostoa, incluían las siguientes:

Indemnización de guerra de 20 millones; entrega de 12 aviones;

entrega de una batería de 120 y de 10.000 fusiles con sus cartuchos;

evacuación inmediata de todos los territorios que España ocupa,

retirándose las fuerzas detrás de los muros de Ceuta y Melilla.

Juan de España advierte, asimismo, de los peligros que el astuto Abd-el-

Krim representa para todas las demás potencias coloniales, ya que se presenta

como un libertador del Islam sometido a los infieles:

Y respecto a sus planes imperialistas y sus intenciones de

conmover a todo el Islam en una guerra contra los occidentales, ¿cómo

dar al olvido aquellas famosas cartas publicadas por la Neue Frie Press,

de Viena, cartas dirigidas a los estudiantes de Buenos Aires, la víspera

del centenario de Ayacucho, por las que declaraba que tras la derrota de

franceses y españoles en Marruecos y su liberación, habrá sonado la

hora de la redención de los demás pueblos islámicos del África del

Norte? Nuestros hermanos de Egipto han dado ya su primer paso. El

mundo verá bien pronto que no nos quedaremos a la zaga de ellos. La

hora sonará entonces para Argelia, para Túnez y la Tripolitania, donde el

pueblo se arma ya, preparándose para el gran momento que llevará a la

liberación a todos los árabes de los países del Mediterráneo y de Asia.

(España, 1926: 303).

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Otra de las acusaciones que este autor vierte contra el caudillo rifeño es

el de haberse convertido en una marioneta de los revolucionarios rusos, no

tanto porque apoyaran una independencia del Rif como por sembrar cizaña en

un escenario internacional cada vez más complicado en detrimento de las

grandes potencias capitalistas:

Así, en Rusia alcanzaron eco las demandas del caudillo de la

rebelión rifeña, y en otros países, como Turquía, Egipto y, en fin, en

todos los de origen islámico, especialmente del Norte de África y parte

de Asia, cuajaron las semillas, merced al calor del fanatismo, y cuando

no, merced a la incubación preparada por los elementos comunistas y

bolchevistas, ganosos de no desperdiciar la ocasión que les deparaba la

suerte de aplicar aquella inyección despertante del panislamismo,

representada por las supuestas victorias de los jefes rifeños, claro es

que propaladas con absoluto imperio de la fantasía y divorcio completo

de la verdad. (España, 1926: 311).

Un poco más adelante se añade que: “Prestamente Abd-el-krim recibió

instrucciones para el buen desarrollo de sus planes; todo un programa

bolchevizante le fue impuesto y por él aceptado sin discusión”.

Por último, reproducimos sin otros comentarios una de las

aseveraciones finales de Juan de España, precursora de otras de similar

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calibre que justificaron, a los ojos de sus propios autores, la comisión de

muchos otros excesos:

No se engañe nadie: Francia y España no están en lucha con

Abd-el-krim, ni menos con las cabilas del Norte marroquí; si así fuera, el

problema, en realidad, sería minúsculo, y no fijaría la atención mundial ni

más ni menos que otras veces de las muchas que los dos países

protectores tuvieron que hacer hablar a los cañones y los fusiles en el

Mogreb para cumplir su mandato de imponerle un régimen de paz y de

prosperidad. No; la lucha está empeñada entre las dos potencias y una

extensa organización revolucionaria de varias raíces y muy diferentes

apoyos, que, de triunfar, a todos daría que sentir: a los países que tienen

extensos dominios coloniales, base de su prosperidad, porque la

hoguera libertadora encendida en el Rif no se detendría a buen seguro

entre los montes del atlas, sino que se correría, envolviendo en su

vorágine quién sabe qué suelo y qué latitudes; y a los países que, quizá

por no poseerlos, abominan de los dominios coloniales, porque hasta

ellos saltarían las chispas de ese incendio, que se incrementó, no

precisamente con la yesca de un ideal de independencia o irredentismo,

sino que tomó proporciones gigantescas con propagandas

revolucionarias e ideales anarquizantes, contra los que todo esfuerzo

será vano si no tiene la cautela de irlos combatiendo y neutralizando

antes de que entre ellos se establezca un pacto de solidaridad y un

frente único. (España, 1926: 314).

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La dictadura de Primo de Rivera, en 1923, provocó un cambio radical en

el enfoque del problema marroquí seguido por los gobiernos liberales. Así a

pesar de un pretendido interés por acabar cuanto antes con la presencia

española en Marruecos, como Primo de Rivera había declarado en más de una

ocasión, por ejemplo al abogado de Giménez Caballero, o al mismo Arturo

Barea en la conversación del Villa Rosa, el Directorio se concentra en un

primer momento en acallar las protestas internas de la población frente a lo

ocurrido en el Rif.

Se crea, de esta manera, un nuevo clima de forzada “unanimidad” social

que permitirá el despliegue de las energías necesarias para imponerse

militarmente a los rifeños. Así, el desembarco de Alhucemas supuso el principio

del fin de la República del Rif. Sin embargo, no será sino hasta 1927 cuando la

Dictadura conseguirá controlar todo el territorio de la zona española (Martín

Corrales, 1999: 143-158). De esta manera, las responsabilidades quedarán

definitivamente diluidas. Las páginas del “Expediente Picasso” junto con las

conclusiones del fiscal, sin que impongan las penas solicitadas, se archivarán

definitivamente47.

Por su parte López Barranco dedica un análisis certero a la evolución de

las posiciones pretendidamente abandonistas de Primo de Rivera para

lanzarse a la ofensiva que, al cabo de cuatro años de combates durísimos,

permitan la pacificación del territorio. De hecho, también recuerda el famoso

47 Gaya Nuño pone en labios de Alfonso XIII una expresión significativa en cuanto al futuro que aguardaba a la clarificación de responsabilidades: «… ¿Qué hay por los madriles? ¿El cuento de las responsabilidades? ¡No me digas!” (Gaya Nuño, 1984: 483). El asunto de la responsabilidad específica de Alfonso XIII se describe también con todo detalle (Gaya Nuño, 1984: 497-498).

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almuerzo que los oficiales africanistas ofrecen al dictador, cuyo menú estaba

elaborado en todos y cada uno de sus platos a base de huevos. López

Barranco afirma que, tras este incidente, el general Primo de Rivera

reconsideró en parte sus planes de abandono. Dice así:

Se mantendrían las posiciones españolas hasta donde se

encontraban en la zona de Melilla, mientras que en la zona occidental,

donde el número de pequeñas posiciones y la dispersión era mayor, se

retirarían de la mayor parte de ellas para situarse tras una línea

defensiva sólida, la que recibiría el nombre de “Línea Primo de Rivera” o

“Línea Estella” (López Barranco, 1999: 60).

La puesta en marcha de estos planes despertó la animadversión de lo

oficiales africanistas que pensaron que se estaba ante el inicio de una retirada

completa conforme con los planes previamente anunciados por el dictador. De

hecho, es en estos momentos cuando surgen una serie de conspiraciones

militares cuyo objetivo último consistiría en deponer a Primo de Rivera. El

general estaba al corriente de los planes que se urdían en su contra en los

cuartos de banderas de Marruecos. De esta manera, una de las primeras

decisiones que adopta es precisamente la destitución de Queipo de Llano y su

traslado a la Península.

Otro síntoma que demuestra el nerviosismo del general Primo de Rivera

es la orden dictada en la que decretaba consejo de guerra sumario para todo el

militar que criticara las órdenes recibidas. En este ambiente, la retirada de la

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primera zona se lleva a cabo dentro de una calma relativa, controlando el

número de bajas y evitando en todo momento que se repitiera la desbandada

que originó el desastre de Annual en julio de 1921. Como señala López

Barranco, dentro del orden impuesto, se consigue desalojar Xauen y los

pequeños puestos que aseguraban su defensa, abandonándose

definitivamente la zona de Beni-Arós.

A medida que aumentan los rumores relativos a un abandono completo

del territorio, Primo de Rivera desconfía cada vez más de la oficialidad

africanista. Destituye, de esta manera, al general Aizpuru y se nombra a sí

mismo Alto Comisario en Marruecos.

La segunda fase de las operaciones de retirada adquirirá tintes mucho

más sombríos. Las tropas mandadas por el general Castro Girona se dirigen

hacia Tetuán bajo unas lluvias torrenciales. López Barranco refleja el

dramatismo de la nueva situación de la siguiente manera:

Ese fue el momento aprovechado por la harca que desde días

antes venía acechando la columna, formada tanto por yebalíes como por

rifeños, para emprender un enérgico ataque contra las fuerzas

españolas. Sólo la vanguardia logró llegar a lugar seguro, el resto

padeció un acoso continuo en mitad del fango, entorpecidos por el gran

número de heridos y por el peso de la impedimenta y del material. Las

posiciones fueron cayendo y gran parte de las tropas corrieron en

desbandada para refugiarse en Zoco el-Arbá, a medio camino de Xauen

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y de Tetuán, donde permanecieron, sitiadas y hostilizadas

constantemente, durante días esperando una mejoría atmosférica que

les permitiera continuar el repliegue (López Barranco, 1999: 62).

La salida de esta posición se producirá repitiendo exactamente todos y

cada uno de los errores acaecidos en julio de 1921. No se tratará de una

operación militar sino de una enloquecida huida. Una vez más, se abandonarán

por el camino a los heridos y a todo el material. Las pérdidas fueron, al igual

que en Annual, cuantiosísimas. A pesar de que, una vez más no se disponga

de las cifras reales, se estima que el número de bajas alcanzó los 16.000

hombres.

Así las cosas, como señalan tanto López Barranco como la generalidad

de los historiadores, los únicos que podían de momento estar satisfechos de

los resultados de las campañas de Primo de Rivera en Marruecos eran

precisamente todos y cada uno de los responsables del desastre de Annual. El

asunto de las responsabilidades se había resuelto mediante todo tipo de

triquiñuelas. La mayoría de los jefes y oficiales encausados fueron absueltos,

incluido el propio general Navarro. Aquellos que fueron condenados, sólo

recibieron penas leves. De hecho, el general Berenguer fue apartado del

servicio activo, únicamente. Como señala López Barranco, “no fue mucho

castigo, sobre todo teniendo en cuenta, además, que a los pocos días dictó una

amnistía general perdonando las faltas cometidas por militares desde el inicio

de la dictadura.” (López Barranco, 1999: 63).

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A modo de conclusión podríamos recordar las palabras de Indalecio

Prieto sobre el asunto de las responsabilidades, en un artículo aparecido el día

15 de Septiembre de 1921:

Y ya en su altar la verdad, quizá se apague la sed de sangre de

los revanchistas de ahí, de España. Muerto Silvestre, si él no puede

hablar, podrán hablar sus órdenes escritas, ya que no hablen los

documentos que destruyó él, por sí mismo, en Annual, después de

evacuada la posición, al quedarse allí con una veintena de regulares

indígenas y Kaddur Naamar, el jefe de Beni Said y Beni Ulixek. Cuando

Silvestre creía ser el único europeo que estaba en Annual, se encontró

con su asistente. “¿Qué haces tú aquí?” –le preguntó casi con enojo-

“Esperarle, mi general” –contestó el soldado fiel-. “No quiero que me

esperes, ni tú. Ni nadie. ¡Vete con los demás! ¡Vete!” – Ordenó

Silvestre-. Y cuando el asistente se fue el general echó camino adelante,

a pie, sin más compañía que la de Kaddur Naamar. Una granizada de

balas les separó. Más adelante, ya yendo completamente solo, se

encontró Silvestre con el coronel Manellas y varios oficiales que

aguardaban ocultos. Reanudaron la marcha, y a poco el fuego de

fusilería, hecho desde una casa próxima, los tumbó a todos en pelotón

sobre la tierra. ¿Estaban en aquel pelotón los principales responsables?

(Prieto Tuero, 2001: 54).

Por su parte, Pablo La Porte, en relación a la República del Rif indica

que existe, evidentemente, una multitud de interpretaciones que se deben “a

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las escasa fuentes directas que sobre ella existen” (La Porte: 1997: 452).

Señala este autor, muy acertadamente, que las fuentes directas sobre el

establecimiento, funcionamiento y desaparición de la República del Rif se

encuentran muy esparcidos. De esta manera, indica que las fuentes

marroquíes son prácticamente inexistentes, mientras que un estudio de las

fuentes existentes en Francia, donde se conservan los papeles de Abdelkrim,

daría frutos más que interesantes. De la misma manera, los estudiosos de las

actividades desarrolladas por la joven república rifeña, deberían también

dirigirse, al menos a “otros archivos europeos, como el Public Record Office o

el Archivo de la Sociedad de Naciones”. Sin embargo, el propio La Porte

advierte que la veracidad de muchos de los documentos custodiados en estos

archivos debería ser analizada con todo tipo de cautelas por parte de los

estudiosos, ya que “la última finalidad era presentar el territorio del Rif como un

lugar pacífico, estable y a Abdelkrim como un hombre moderno”.

En lo que se refiere a las fuentes secundarias, tales como las

memorias y recuerdos dejados por determinados protagonistas del conflicto,

Pablo La Porte se muestra desconfiado en lo que se refiere a su credibilidad

desde el punto de vista de la veracidad de las informaciones que el estudioso

puede extraer de las mismas. Dentro de este grupo de fuentes, se enmarcarían

tanto las memorias del propio Abdelkrim, incluyendo las dos versiones

existentes, esto es, las dictadas en la etapa del exilio de La Reunión y las de El

Cairo, como las de algunos de sus más estrechos colaboradores,

especialmente las de Azergán, uno de los cuñados de Abdelkrim, y las de

Muhamad al Qadi, uno de los cronistas del propio Abdelkrim.

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Además de estas fuentes, La Porte identifica el interés que podrían

conllevar otras fuentes indirectas, como puedan ser las obras y trabajos

desarrollados por antropólogos y sociólogos “que visitaron el Rif en momentos

cercanos a las campañas de 1921-1923 o que han tenido contacto con

materiales de la época” (La Porte, 1997: 453). En la misma línea, sitúa también

los informes existentes elaborados por las policías indígenas española y

francesa sobre los acontecimientos del Rif.

De esta manera, ante la disparidad de fuentes y de sus interpretaciones,

la conclusión a la que llega La Porte en lo que se refiere al estudio de la

República del Rif y a su acción de Gobierno es que se trata de un debate que

“estará abierto todavía mucho tiempo” (La Porte, 1997: 454). Hecha esta

advertencia, el historiador establece una serie de grupos en los que encuadra a

los estudiosos que se han ocupado del asunto.

En primer lugar incluye a aquellos historiadores que defienden que “la

República del Rif es la primera experiencia del nacionalismo marroquí

moderno”. Según estos historiadores, Abdelkrim buscaba la emancipación

completa de todo Marruecos de la opresión colonial europea, siendo, de alguna

manera, un precursor del Marruecos actual. Esta tesis, lógicamente, es la

defendida por los autores más cercanos a las Autoridades marroquíes actuales.

En segundo lugar aparecen los historiadores que defienden un

Abdelkrim ferviente defensor de una “renovación del Islam para hacer frente al

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colonialismo europeo, y a la vez, para modernizar su religión de cara a las

nuevas circunstancias que atravesaba Marruecos a comienzos del siglo XX.”

(La Porte, 1997: 456). Esta interpretación, sin embargo, choca frontalmente con

los intentos de Abdelkrim por verse reconocido por las potencias europeas

como uno más dentro del concierto de los Estados civilizados que formaban

parte de la Sociedad de Naciones.

En opinión de La Porte, otro grupo de autores se inclina por defender

que la República del Rif fue “un verdadero modelo de Estado democrático, que

contó con sus propias instituciones, en la que existió una división de poderes y

un gobierno representativo” (La Porte, 1997: 460). Sin embargo, estos autores

parecen exagerar un tanto el alcance de las medidas de Gobierno puestas en

marcha por Abdelkrim. De hecho, como muy bien señala el propio La Porte, y

tal y como hemos podido comprobar en otras páginas de la presente tesis, “la

República del Rif se basó en el predominio de la tribu de los Beni Urriaguel

sobre el resto de las tribus”. Abdelkrim impuso su poder, en no pocas

ocasiones recurriendo a la fuerza, a los demás notables rifeños.

Hay otros autores que pretenden que la República del Rif fue un primer

intento revolucionario de carácter marxista. En apoyo de esta tesis aparecen

las declaraciones de simpatía hacia la causa rifeña expresadas por las

Autoridades soviéticas. Sin embargo, sin que sea necesario traerlas de nuevo a

colación, el ejercicio del poder y las medidas adoptadas por Abdelkrim, ponen

en entredicho esta interpretación de corte marxista.

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A modo de conclusión el propio Pablo La Porte, ante todas las

consideraciones expuestas que llaman a la prudencia antes de emitir un

veredicto definitivo sobre el auténtico alcance y naturaleza de la República del

Rif afirma:

Podría parecer, a la vista de todas estas apreciaciones que, como

han afirmado diversos historiadores, Abd el Krim fue, sobre todo, un

modernizador que intentó mejorar las estructuras del Rif para adaptarlas

a las nuevas condiciones que exigía el mundo moderno, Siendo

indudablemente cierto esto en algunos aspectos, hay que hacer notar

que Abd el Krim no renunció en absoluto a emplear las antiguas

tradiciones rifeñas cuando ello convenía para sus fines. Abd el Krim

enarboló la bandera de la jihad para intentar ganarse a Abd el Kader al

poco tiempo de producirse el desastre de annual, y lo mismo hizo con

las tribus de Gomara en octubre de 1921. No intentó en absoluto

liberalizar las relaciones entre las tribus, sino que, incluso en aquellos

lugares donde la organización interna de las tribus respondía a una

relación con los españoles, envió sus harkas para establecer su poder.

(…) Considerar las diferencias que surgieron entre Abd el Krim y el resto

de las tribus del Rif como la diferencia entre el afán modernizador del

caudillo rifeño y el carácter aferrado a las costumbres tribales del resto

de las cábilas no refleja la realidad de los hechos históricos de la

República del Rif (La porte, 1997: 463).

__________________________

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4- CONTEXTO GEOGRÁFICO: EL TERRITORIO DEL ALTO COMISARIADO

EN MARRUECOS. LA COMANDANCIA DE MELILLA. LAS CÁBILAS. LOS

POBLADOS Y ALDEAS. LOS BLOCAOS. LAS COMUNICACIONES: EL

YATE “GIRALDA”. EL PROBLEMA DE LA CARTOGRAFÍA:

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4.1- EL TERRITORIO DEL ALTO COMISARIADO EN MARRUECOS:

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La presencia española en la zona del que más tarde sería el

Protectorado se acentúa rápidamente a partir de 1830, con el desarrollo de

unas relaciones comerciales cada vez más importantes junto con el rechazo de

acciones bélicas contra las posesiones españolas en la costa de Marruecos,

Ceuta y Melilla, así como los peñones de Alhucemas y Vélez.

Posteriormente, la guerra de África de 1859 y 1860 constituye el punto

de partida hacia una presencia militar constante. Pocos años antes España

ocupó las islas Chafarinas, en 1848. La sociedad española, impulsada por

determinados intereses económicos, como los del Marqués de Comillas, fue

otorgando un interés creciente hacia los territorios marroquíes. Así, van

apareciendo las primeras Instituciones colonialistas españolas, como la

Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, en 1876 o la Liga Africanista

en 1913.

La Conferencia de Algeciras, en 1906, sirvió de impulso a esas

aspiraciones colonialistas y protectoras españolas, limitadas por los propios

intereses de otras potencias europeas. Determinados acontecimientos bélicos,

como el desastre del Barranco del Lobo, en 1909, pusieron en serio peligro la

viabilidad de todo el proyecto. Sin embargo, el Protectorado español se

instaura definitivamente en 1912.

Llama la atención que en el momento de la instauración del Protectorado

se desconociera casi todo acerca de Marruecos:

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Ni siquiera se sabía con exactitud la extensión de la zona

sometida a la tutela española (unos 20.000 km²), en los que las zonas

montañosas y las áridas llanuras dejaban poco espacio para las tierras

cultivables. (Martín Corrales, 1999: 7).

El proceso de establecimiento del protectorado fue el resultado del

acuerdo entre Francia y España, mediante el tratado firmado por Poincaré y

Romanones, tras el asesinato de Canalejas:

España adquiría libertad absoluta dentro de su zona –para que

ésta no se convirtiese en un “subprotectorado”- Francia conseguía en

cambio una línea de tránsito, salvando así la interposición de las

aduanas españolas para aquellos productos que no iban a la zona de

España. Tánger era sustraído a ésta al quedar internacionalizado

(realmente en beneficio de Inglaterra). (Seco Serrano, 2002: 296).

Las principales ciudades de la zona del norte de Marruecos eran, junto

con Ceuta y Melilla, Tetuán y Tánger. De esta última ciudad se ha dicho que

era:

El lugar donde se dan cita las clases decadentes, una compleja

sociedad internacional hastiada que busca únicamente sensaciones

nuevas. Es una ciudad abierta, poblada por personajes misteriosos y

aventureros de todo tipo, una especie de Sodoma y Gomorra de andar

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por casa que atrae a los que buscan huir del hastío, a los catadores de

peligrosas sensaciones. (López García, 1994: 86).

De Tetuán, por el contrario, se afirma que:

Es la ciudad antigua y enigmática de calles intrincadas a las que

dan pequeñas ventanas y puertas por donde se vislumbran un retazo de

patio o una figura femenina. Es, pues, un lugar propicio para la

ensoñación, para llevar a cabo un viaje al pasado o para la aventura

amorosa. (López García, 1994: 87).

Respecto de Tetuán merece la pena que nos detengamos siquiera

brevemente ya que, como capital del Protectorado, representa un papel de

importancia dentro de las narraciones estudiadas. Recordemos que, entre las

muchas particularidades de Tetuán, destaca la de haber sido la única ciudad de

todo Marruecos erigida desde la nada por la población musulmana llegada

desde la Península ibérica tras el avance de las fuerzas cristianas y la toma de

Granada. Tetuán vivió su momento de gloria, en cuanto ciudad prácticamente

independiente, en los siglos XVI y XVII, con el control del paso marítimo y el

auge de las actividades corsarias, que se prolongan hasta bien entrado el siglo

XVIII. A mediados del siglo XIX, en el momento de las guerras de O’Donnell, la

decadencia de la ciudad es evidente. La ocupación de España, provisional en

1862, y definitiva a partir de 1860, perfilará el carácter de la ciudad, que todavía

pervive. De hecho, las reformas urbanas del Protectorado, y en especial de su

ensanche, constituyen una huella permanente de la presencia española en esta

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ciudad. Sin embargo, se ha afirmado en muchas ocasiones, que el ensanche

de Tetuán, conocido como el barrio español, es un ejemplo de lo que desde el

punto de vista del urbanismo habría que evitar siempre.

Esta afirmación se basa en que las nuevas calles y avenidas, en lugar

de extenderse hacia la zona más plana del valle, se dirigen hacia las montañas.

Las calles del barrio español se asemejan a las de una ciudad andaluza de

principios del siglo XX. Se levantaron los edificios para satisfacer las

necesidades administrativas, militares y sociales de la que estaba destinada a

ser la capital del Protectorado. Se consiguió, de esta manera, dar un impulso

de modernidad a la aglomeración, poniendo de relieve desde un punto de vista

arquitectónico, sobre todo, el equilibrio entre las necesidades residenciales y

meramente administrativas, con una armonía evidente entre el volumen

edificado y los espacios públicos representados por calles y plazas. En los

años del Desastre, el perfil de Tetuán estaba marcado sobre todo por edificios

de tres alturas que se extendían a lo largo de las avenidas delimitadas por tres

ejes centrales, que eran los correspondientes a los cuarteles de infantería,

artillería y caballería.

De los cinco autores cuyas narraciones hemos estudiado con más

detenimiento, es sin duda Giménez Caballero el que más esfuerzo dedica a

describir la capital del Protectorado. De hecho, recordemos que uno de los

grandes capítulos de Notas marruecas de un soldado lleva por título

precisamente Notas de Tetuán. De esta manera, describe la visión de la ciudad

desde las alturas próximas a la medina:

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Siempre que me es posible subo a los descampados de la

Alcazaba, al pie de esta fortaleza que, atalayando la lejanía con sus

prestos cañones, protege la ciudad a sus pies tendida. Desde allí se

contempla todo el paisaje tetuaní y se puede seguir la carrera solar

completamente, hasta el punto de que los moros transeúntes, sin azotea

propia, eligen este sitio para ver el ocaso, llenos de religiosidad y buen

gusto (Giménez Caballero, 1983: 89).

Nuestro autor describe asimismo con bastante detalle las calles

sinuosas y estrechas de la medina, “pero tan sabiamente iluminadas de la

ciudad moruna” (Giménez Caballero, 1983: 92). Señala también que paseando

por tales calles “va uno con algo de pájaro o mariposa” por lo versátil y

caprichoso de las paradas. En otra ocasión, se lanza a una descripción poética:

“¡Oh calles de ensueño esas estrechas, silenciosas, cubiertas con una larga

parra, por donde el sol se cuela a goterones de oro y en las que el aire es de

color violeta! ¡Calles de los babucheros, calles de las sederías! Y también,

plaza de los tintoreros o de los alfayates con su árbol secular en el centro”

(Giménez Caballero, 1983: 126).

Para Díaz-Fernández, Tetuán es, “ciudad de amor más que de guerra”

(Díaz-Fernández, 1998: 33). Lógicamente, como ya tuvimos ocasión de

señalarlo en su momento oportuno, el espacio de la ciudad moruna que más

llama la atención de Giménez Caballero, por lo colorista y oriental, es el del

zoco. “La sola palabra, nos dice, sugiere ya algo de pintoresco y exótico. Sin

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embargo para nosotros los españoles, no nos sugiere, en realidad, más que

recuerdos” (Giménez Caballero, 1983: 96). La descripción de las mercancías

del zoco y sus vendedoras es especialmente colorista:

Entre los grupos más característicos se ven aquellos de las

vendedoras de granos. Son moras puestas en hilera como ante una

mesa petitoria. Están arropadas en sus sábanas imponentes, tapadas

hasta los ojos. Y con un sombrero enorme de paja, de anchas alas

sujetas a la copa cónica, con unos cordones azules de borlas. Un

sombrero parecido al mejicano. Delante de ellas, en unos trapos

extendidos, duerme la mercancía, las pequeñas pirámides de mijo, de

trigo, de cebada, de maíz y de avena. La luz inmensa del cielo refulge en

estos ropones blancos, como en paredes de cal. Por la ranura que dejan

en el rostro, centellean los ojos como saetas” (Giménez Caballero, 1983:

97).

Por su parte, también Arturo Barea dedica un espacio importante a la

descripción del zoco de Tetuán. El sargento Córcoles habla con el sargento

Barea y le recuerda cómo es el emplazamiento físico del zoco, “Está en lo alto

de un cerro, y si vas de allí a Tetuán, lo primero que tienes que hacer es bajar

una cuesta empinada con un bosque a la derecha” (Barea Ogazón, 2000: 501).

Díaz-Fernández describe la medina de Tetuán: “el barrio moro, los

soportales de la alcazaba, las callejas que iban como sabandijas bajo arcos y

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túneles hasta sumirse en la boca de un portal, me aburrían inexorablemente”

(Díaz-Fernández, 1998: 53).

Dentro de la medina, la judería despierta el interés de Giménez

Caballero. Llama la atención que, según señala, se trata de una mezcla

asombrosa de arcaísmo y de modernidad. En lo que se refiere a su arcaísmo,

subraya la suciedad legendaria que se acumula por todos los rincones de la

judería. En este sentido, indica, esta judería de Tetuán no se diferencia en

nada de las demás que existen prácticamente en todas las ciudades

marroquíes:

La arquitectura del barrio es arqueológica. El barrio es una

fortaleza con tres puertas sólo de relación al exterior. Las calles son

estrechas y sin recovecos, como no sean estratégicos. Las casas muy

altas, con enrejados ventanillos abiertos en las alturas. Todo da allí la

sensación de defensa, de encastillamiento contra un ataque, contra

algún pueblo más fuerte e irrespetuoso. En efecto, hasta no hace

mucho, relativamente, en Tetuán se daban escenas de asaltos y

saqueos contra los judíos (Giménez Caballero, 1983: 131).

En lo que se refiere al aspecto de modernidad de la judería, Giménez

Caballero señala, fundamentalmente, la relación que mantienen estos judíos

con otros países. Están suscritos a periódicos ingleses y revistas francesas,

técnicas, de medicina, por ejemplo. “La mayor parte de las familias tienen

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miembros en Norteamérica, en Alemania, en la Argentina, donde ocupan,

muchos, excelentes puestos” (Giménez Caballero, 1983: 132).

Algunos puntos principales del ensanche tetuaní son descritos con cierto

detalle. Así, por ejemplo, cuando se refiere a las celebraciones con motivo del

santo del Rey, Giménez Caballero describe el ambiente que se vive en la Plaza

de España, que:

(…) estaba pintoresca al anochecer, después que retumbaron los

cañonazos de rigor. Sobre el cielo tibio de Mayo había luminarias

numerosas. La Residencia, vestida de gala con rojas colgaduras y una

guirnalda de bombillas eléctricas. El Círculo Israelita había levantado

unas arcadas de madera, iluminadas profusamente, y con un letrero muy

patriótico, de esos que ponen los judíos a todos los reyes bajo cuya

dominación están, expresando su devoción, amor, etc. (Giménez

Caballero, 1983: 114).

Menciona también que en el centro de la Plaza de España se encuentra

un estanque con pececillos que, a la luz lechosa de las farolas, hace las

delicias de soldados y moros que contemplan cómo se desplazan entre las

aguas limpias. En el fondo de la plaza se encuentra el palacio señorial del

Jalifa. En otra ocasión, la imagen que le produce esta plaza es mucho más

siniestra: “Noche polvorienta de verano, lleno el cielo negro, inmenso y

transparente, de estrellas. Noche de verano aquí en la Plaza de España,

mortecina, con su aire mediocre y triste de provincia, con su jardincillo de

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palmeras enanas en los macizos de césped seco y de geráneos descoloridos”

(Giménez Caballero, 1983: 123).

Como ya se mencionó en su lugar oportuno, Giménez Caballero se

refiere despectivamente a la high-life de Tetuán, formada por los jefes y

oficiales que, lógicamente no piensan ni remotamente abandonar nunca el

Protectorado. Nos informa que las mujeres e hijas de estos oficiales frecuentan

“el tennis, la hípica y el cotillón” (Giménez Caballero, 1983: 115). También se

refiere nuestro autor a uno de los hoteles de la capital del Protectorado,

moderno y equiparable al de cualquier capital europea, sin que recuerde a los

tristes establecimientos que se encuentran en cualquiera de las capitales de

provincia españolas. Nos indica también quiénes son los clientes de este

establecimiento:

En este hotel tetuaní reside, principalmente, el militar de postín: el

General, el Inspector de Servicios, todos esos jefes que cobran una

atrocidad de pesetas por levantarse tarde, dar un paseo hasta algún

parque e inspeccionar las cosas de modo que ocurran bicocas como la

de Larache. Viven también otros militares de menor categoría que, o son

solteros, o tienen fortuna para sostener la pensión largas temporadas.

En general, los oficiales suelen ser transeúntes que bajan con licencia a

la plaza unos días (Giménez Caballero, 1983: 118).

La lista de personajes que Giménez Caballero menciona como habiendo

sido clientes de este hotel es larga e instructiva. Por citar tan sólo a algunos,

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señalaremos a Dris ben Said, del que ya hablamos en su momento oportuno, al

fraile Revilla, a Ruíz de Albéniz, del que afirma que dicen “ser muy entendido

en cosas africanas” y que “su aspecto es el de un estudiante juerguista”, el

periodista Manuel Aznar, la baronesa de Alcahalí, “que revolvió todo Tetuán

con sus originalidades algo traducidas del francés”, Américo Castro, Salaverría,

el duque de Alba, personajes, en definitiva, que “reunidos en un salón hispano-

morisco bien puesto, charlando y comentando, daban ene este hotel una nota

de cierta civilidad e importancia, quizá la única nota espiritual que se ha visto

por esta zona” (Giménez Caballero, 1983: 119-120).

En uno de los relatos de El blocao, Magdalena Roja, este hotel tetuaní,

del que sabemos que se llamaba Alfonso XIII, aparece como escenario del

encuentro de Barea con Angustias, su antigua amante, ahora experta espía,

disimulada bajo el papel de querida del coronel Villagomil (Díaz-Fernández,

1998: 84 y ss.).

Por su parte, Arturo Barea, nada más incorporarse a filas en Tetuán

descubre las calles del ensanche de la ciudad, acompañado de su colega el

sargento Córcoles. Se pasea por la calle de la Luneta, donde se mezclan los

diferentes colores y distintivos de los diferentes uniformes con alguna mancha

blanca de los albornoces de los moros. Predomina el color caqui, aunque

surgen de vez en cuando los entorchados de algún general acompañado por

sus ayudantes. Se ven los fajines, rojos y azules, del Estado Mayor. “Tan pocas

mujeres había en la calle de la Luneta que el paso de una de ellas, si no era

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vieja y gorda, producía un murmullo que la acompañaba a lo largo de toda la

calle” (Barea Ogazón, 2000: 292).

La impresión que el barrio español de Tetuán provoca en Díaz-

Fernández no es, ni mucho menos, buena. “La belleza de Tetuán no me

impresionaba. Me parecía un pueblo sucio, maloliente, tenebroso aún en los

días de sol. Al sol debía sucederle lo que a mí, puesto que se vertía

alborotadamente en todos aquellos lugares que, según los artistas, carecían de

interés y de sugestión: la Plaza de España, la calle de la Luneta, la carretera de

Ceuta” (Díaz-Fernández, 1998: 52).

La segunda gran ciudad que aparece en las narraciones que hemos

analizado con mayor detalle es Ceuta. Se trataba de un “pueblo pequeño,

donde todo el mundo se conoce.” Las distracciones, además del paseo, se

limitan a ir a la playa o al cine. La vida de noche, como indica Barea,

comenzaba en unos cuantos restaurantes, “de los cuales el más famoso era

Los Corrales” (Barea Ogazón, 2000: 411). El Café Cantante estaba en una

placita diminuta que formaba parte de un callejón retorcido llamado La Barría,

“en el cual todas las casas eran burdeles”. Para Gaya Nuño, Ceuta, “con su

Revellín y sus viejas murallas portuguesas, es un escaparate” (Gaya Nuño,

1999: 387).

La ciudad de Ceuta es también objeto de atención por parte de Giménez

Caballero. Narra cómo descubre un rincón cerca de la ermita de San Amaro:

“yo me pude dar unos largos paseos por este delicioso rincón ceutí (…)

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Jardinillo de los más melancólicos y admirables que he visto” (Giménez

Caballero, 1983: 151).

Siguiendo este pequeño periplo por las ciudades africanas, tenemos que

referirnos ahora a Melilla. En la década de los años veinte del pasado siglo, se

trataba de una ciudad que había experimentado un fuerte crecimiento de la

población, con la consiguiente expansión urbana que, al igual que en el caso

de Tetuán, se había materializado en el diseño de un ensanche modernista,

muy similar, desde el punto de vista conceptual, al de Barcelona.

En la Historia del cautivo se describe la ciudad: “con su barrio Real, con

sus merenderos semejantes a los de la Bombilla, con sus comercios de traza

andaluza, no es más que un falso escaparate” (Gaya Nuño, 1999: 387).

También la describe a través de las primeras impresiones que recibe Clemente

Garrido cuando desembarca tras la travesía desde Málaga:

Y Melilla. Una ciudad bonita, clara, como una prolongación de

Andalucía. Una ciudad que parecía no tener otro destino en su vida que

la de ser base militar, base cuartelera, quintaesencia de las virtudes y

defectos de un regimiento. Se diría que el que mandaba en Melilla no

era un alcalde, sino un general. (…) Por las calles había tantos

generales y coroneles como soldados. Éstos, renegridos y secos, como

si el clima de África convirtiera al español en algo muy uniforme

físicamente, a poquísima distancia del moro. Porque moros se veían

también muchos, y, a no ser por las chilabas y las barbas de los más, su

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tipo discrepaba poco del de los soldados españoles (Gaya Nuño, 1999:

365).

La ciudad de Melilla desempeña un papel muy relevante en la narración

de Sender. Ya hemos analizado en su momento correspondiente cómo esta

ciudad representa para el fugitivo Viance la única vía de salvación. Todo su

periplo desde Igueriben se justifica para alcanzar las líneas defensivas de la

ciudad de Melilla. La descripción de la ciudad se lleva a cabo desde los

arrabales, nada más cruzar los primeros puestos defensivos, hasta el centro:

Durante media hora cruza la ciudad espeluznada bajo los

disparos de la artillería española cogida por los moros. Es una artillería

eficaz; no hay más que oírla ahora y ver cómo se entierran los

proyectiles en los desmontes, junto al Docker, junto al Alfonso XII. (…)

En la explanada, a mano izquierda, hay una gran fuente monumental de

azulejos árabes hechos con moldes alemanes (Sender Garcés, 1931:

213).

Los bombardeos sobre Melilla son evocados también, por ejemplo, en

los artículos de Indalecio Prieto. Así, el día 18 de Septiembre de 1921 describe

cómo la tertulia en la que participa se ha instalado en la Peña, “un quiosco

circular que se levanta en la plazoleta formada por las dos calles principales de

Melilla, Alfonso XIII y O’Donnell”. Señala que a treinta metros de esa plazoleta

asoman las palmeras de la que califica como magnífica Plaza de España.

Estando la noche anterior en el quiosco mencionado, escuchando las

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“magníficas paradojas sobre la verdad y la mentira” que exponía Rafael

Sánchez Mazas, asegurando que para él “en las crónicas de guerra siempre la

verdad es la mentira y la mentira la verdad”, y que, de esta manera, “la suma

de mentiras de cronistas e historiadores constituye la verdad”, mientras se

escuchaban los zumbidos de los cañonazos, cuyas explosiones sonaban cada

vez más cercanas cuando:

De pronto se advirtió como el estampido una pequeña

trepidación. Púsose la concurrencia en pie, y enseguida los más

curiosos fuéronse hacia la Plaza de España. En ella acababa de caer un

proyectil de cañón, enterrándose debajo de los raíles del ferrocarril, a

media docena de metros de un depósito de municiones. Poco después

otro en el mismo sitio. Tiraban los moros y tiraban bien. Sus granadas

llovían en un espacio pequeño entre la tierra y el mar, junto a las

gabarras en que se están montando baterías flotantes para meterlas en

Mar Chica (Prieto Tuero, 2001: 59).

La población más peculiar de toda la zona era, sin duda, Tánger. El

carácter internacional de esta ciudad, donde se paseaban libremente tanto los

oficiales españoles como los franceses, así como los agentes de Abdelkrim, se

caracterizaba por un cosmopolitismo que no tenía ninguna de las demás

ciudades de la zona. Para los oficiales españoles, Tánger representaba el lugar

al que, después de largos y duros períodos en campaña, había que llegar para

escapar de los horrores de la guerra, la monotonía de la administración militar,

o el desinterés de los destinos sin pena ni gloria. Tánger era, como afirma

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Giménez Caballero, el destino “con que sueña todo militar que ha reunido unas

pesetas en el destierro de los campamentos, o de las plazas de guerra”

(Giménez Caballero, 1983: 169). Esta ciudad era el escenario perfecto para la

disipación completa, la “ciudad de placer”, donde se daban cita las mujeres, el

champán, la ruleta, los grandes hoteles, la playa lujosa y los espectáculos

exóticos.

Pero existía también otro Tánger, tal vez más misterioso y atractivo que

el que acabamos de mencionar. En efecto, existía también un Tánger

escenario de las intrigas y las conspiraciones de las grandes potencias. En la

narración de Giménez Caballero, este atractivo se describe de la siguiente

manera:

Creo que me ha interesado más contemplar de cerca otro Tánger,

el Tánger cosmopolita de las luchas europeas, el Tánger político. Ese

Tánger donde coinciden las más fuertes garras del mundo como sobre

una presa preciosa y en el que nosotros, los españoles más o menos,

todavía contamos algo (Giménez Caballero, 1983: 169).

Como en las demás ciudades de la zona, en Tánger coexistían dos

poblaciones claramente diferenciadas, la europea, establecida en la parte

nueva de la ciudad, y la autóctona que ocupaba, junto con la población judía, la

alcazaba o la medina. Giménez Caballero reconoce que para los que vengan

de Europa, el principal atractivo de Tánger se encontrará lógicamente en la

parte árabe, en el zoco grande y en las callejuelas que discurren sinuosas entre

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los lienzos de las antiguas murallas, donde se encuentra la cárcel, el palacio

del Sultán y la antigua Tesorería. Sin embargo, lo que interesa a nuestro autor

se encuentra en la parte europea:

A mí me interesa más lo europeo; así que gasto mis horas en

sentarme en el Zoco chico, ir a la playa, hacer vida de hotel, concurrir al

Kursaal y al Palmarium, y dar una ojeada a los chalets del Merchan. El

zoco chico es una cosa sí como la Puerta del Sol de Tánger. Una Puerta

del Sol reducida, más íntima, pero que es también el ombligo de la

ciudad. Allí es el rendibú de los negociantes, de los judíos, de los que

quieren ver sólo pasar la gente, de los comentadores de sucesos

políticos. Por allí desfilan las cocotas de postín que van a los Kursaales;

los oficiales franceses o españoles, el agente inglés, el pastor

protestante, el franciscano de Castilla, el hebreo clásico, el moro rico

(Giménez Caballero, 1983. 171).

Para concluir estas notas sobre Tánger, podemos recordar que el papel

que desempeña la ciudad internacionalizada dentro de las distintas

narraciones, al igual que en la acción política española de la época, es el de un

elemento claramente distorsionador de los esfuerzos militares españolas en su

zona marroquí. Esto es, Tánger es el centro en el que se ponen en marcha las

intrigas a favor de los sublevados rifeños, el marco en el que se negocian sus

apoyos y el eje por el que se transmiten sus continuos mensajes al resto de

potencias europeas.

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Hay que recordar, asimismo, que Tánger a pesar de su peculiar estatuto

internacional, era sobre todo una ciudad marcada por una enorme influencia

española. La lengua más utilizada entre la colonia extranjera era el español, a

pesar de los ingentes esfuerzos llevados a cabo por las autoridades francesas

para desarrollar la presencia cultural de su país en la ciudad y en su territorio

adyacente. Como muy acertadamente indica Mimoun Aziza:

La influencia hispana en la vida económica y social de la ciudad

era mayor que la de los demás países europeos, gracias a la

superioridad numérica de los elementos hispanos que vivían allí (…) Los

franceses eran conscientes de la preponderancia de la colonia hispana

(…) En Tánger la colonia española es sensiblemente más numerosa que

la colonia francesa. En 1930, Tánger tenía 62.000 habitantes, de los que

17.000 eran europeos y, de éstos, 14.000 procedían de España (Aziza,

2003:58).

Por otra parte, en lo que se refiere al ámbito económico, la presencia

europea fue determinante. La vida económica en Tánger dependía

completamente, desde la década de los años veinte del pasado siglo, del

movimiento económico europeo. “Todos los negocios y todas las industrias

están en manos de los europeos y de los judíos y los indígenas musulmanes

no desempeñan más que un papel subalterno” (Aziza, 2003: 59). De la misma

manera, esta situación económica tan particular, hizo que Tánger se

caracterizara durante mucho tiempo por ser la única ciudad marroquí en la que

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existía un proletariado, formado por campesinos emigrados fundamentalmente

de la zona del Rif, y también por españoles.

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4.2- LA COMANDANCIA DE MELILLA:

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El territorio del Protectorado, a cargo del Alto Comisario, se dividía en

tres zonas, la de la Comandancia Militar de Larache, la de Ceuta y la de Melilla.

Ésta última estaba a cargo del general Fernández Silvestre desde 1920. Este

general ocupa su nuevo cargo con un acuerdo previo con el Alto Comisario, el

general Berenguer, para romper el aislamiento de la ciudad mediante una serie

de operaciones en la zona de Alhucemas que contribuyeran al éxito de las

emprendidas en la Yebala conjuntamente por las otras dos Comandancias

Militares (Seco Serrano, 2002: 602). El resultado de las operaciones iniciadas

en Agosto de 1920 por el general Fernández Silvestre no será otro que el

Desastre de Annual.

La zona en la que se llevan a cabo esas operaciones militares se

caracteriza por su difícil acceso. Se encuentra enmarcada por altas montañas y

no ofrece condiciones para el establecimiento progresivo de las distintas

posiciones, sobre todo por la escasez de puntos de agua.

Todas y cada una de las narraciones son bastante detalladas en lo que

se refiere a la descripción física del territorio, ya sea en una zona o en otra del

Protectorado. En el caso del territorio de la Comandancia General de Melilla, el

relato que mayores datos geográficos aporta es el de Sender.

Los ejemplos que se citan a continuación, sin pretender ser ni mucho

menos exhaustivos, nos parecen sin embargo suficientemente ilustrativos como

para permitir que el lector se haga una idea clara del nivel de detalle aportado

por “Imán”:

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Después de andar toda la noche (...) llega a las llanuras de Monte

Arruit. Sabe que, al final, la primera prominencia es la colina, no muy

alta, de suaves laderas, de Monte Arruit. Encima, la posición, a la

derecha, el río; a la izquierda, la estación del ferrocarril, pequeña,

blanca, con ventanas ajimerezadas, mitad fortín y mezquita. (Sender

Garcés, 1930: 165).

Vete hacia allá, lo más lejos posible de la vía, sin perder de vista

Monte Arruit y el camino de Zeluán. Por ahí te salvarás. (Sender Garcés,

1930: 168).

Zeluán lo han tomado y lo mismo Nador. Yo me voy hacia Cabo

de Agua y allí me paso a las islas. (Sender Garcés, 1930: 174).

Hacia allá, todo es morería salvaje. Si llega la de tomar soleta, ¿tú

por dónde irías?... ¡No, hombre! Te meterías en el degolladero. Hay que

saber siempre por dónde escapar. Por allá, a Dríus. Que el sol te salga

siempre a mano derecha y se ponga a la zurda. Siguiendo esta ley, te

das de morros en el doble tono, en Melilla. (Sender Garcés, 1930: 78).

(...) allá está el desfiladero donde cayeron tantos de San

Fernando y del 59. Sí, está camino de dar Dríus. Ha andado unos treinta

kilómetros a la espalda de Annual (...) (Sender Garcés, 1930: 126).

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El camino de Dríus está señalado por los cadáveres, por los

postes telefónicos, encaperuzados por el charol de los cuervos. Quedan

detrás las crestas de Tizzi Asa, con sus fumarolas de guerra. (Sender

Garcés, 1930: 131).

Intenta salir y reanudar su camino. Treinta kilómetros más hasta

Tistutín. (Sender Garcés, 1930: 136).

¡Hay tanto que andar aun hasta rebasarlo y cruzar el río, seco

casi en esta época! Pero el río sólo será el primer peldaño para llegar a

Tistutín (...) (Sender Garcés, 1930: 142).

Quiere hacer cálculos. Ha andado unos 70 kilómetros y le quedan

todavía más de 50, a los cuales la muerte ha trasladado su frontera

infranqueable. (Sender Garcés, 1930: 162).

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4.3- LAS CÁBILAS, LOS POBLADOS Y LAS ALDEAS:

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La zona se encontraba dividida en territorios controlados por las distintas

cábilas, cada una de las cuales gozaba de una total independencia respecto de

las demás y, por supuesto, frente a la autoridad del Majzén.

En la zona oriental de Protectorado, esto es, la más cercana a Melilla, se

encontraban las siguientes cábilas principales: Beni Sicar, justo a las puertas

de la ciudad, y rodeando a ésta, las de Beni Bu Gafar, Beni Sidel y Beni Bu

Ifrur. En la zona de Nador, se encontraban las de Quebdana y Ulad Settut, a

orillas de la Mar Chica. A continuación, se extendían los territorios controlados

por las siguientes cábilas: Beni Bu Yahi, al sur, y Beni Said, Mtalsa, Bel Ulixek,

Tafersit, Beni Tuzin y Temsaman, al oeste.

En la zona del Rif propiamente dicha, situada todavía más hacia el

oeste, se encontraba la cábila más importante, la de Abdelkrim, esto es, la de

Beni Urriaguel, rodeada por las de Beni Ammart, Beni Iteft, Bocoya, Zarkat,

Senhaya, Ketama y Beni Seddat48. Todavía más al oeste se encontraban las

zonas de Gomara, con Xauen como principal punto de población, y las otras

dos zonas del Protectorado, la Yebala, dentro de la cual se encuentra Tetuán, y

la zona occidental, articulada alrededor de Larache y, en menor medida,

Alcazarquivir.

Una mención específica merece el caso de la cábila de Beni Arós, que

sin ser de las principales, sí desempeñó un papel importante en los

acontecimientos militares de 1921. Recordemos, por ejemplo, lo que escribe

48 Estas informaciones han sido extraídas del Mapa 4, anexado en: Villalobos, Federico (2004). “El sueño colonial. Las guerras de España en Marruecos”. Barcelona: Ariel, Grandes Batallas, 336 pp.

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Díaz-Fernández: “Cuando a nuestro batallón lo distribuyeron por las avanzadas

de Beni Arós, y a mí me destinaron, con veinte hombres, a un blocao, yo me

alegré, porque iba, al fin, a vivir la existencia difícil de la guerra.” (Díaz-

Fernández, 1998: 34).

Por otra parte, aprovecharemos esta oportunidad para señalar que,

etimológicamente Beni Arós equivale a Vinaroz, o Vinaròs, y también a

Benarés, poniendo en duda el pretendido origen latino del topónimo levantino

que se ha querido hacer derivar de Viña de Alòs. Por otra parte, conviene

también señalar que la etimología del topónimo es eminentemente híbrida ya

que al Ibn ( ) arábigo se complementa con la arabización Ar-Rus ( )

derivada del romance Roch, al igual que ocurre en el caso del nombre de

Averroes. Podríamos concluir esta breve digresión etimológica señalando que

no es por casualidad que en la ciudad de Vinaroz existan todavía hoy no pocas

familias apellidadas Roca.

Asimismo, como ya se ha indicado, los núcleos poblacionales de la zona

del Protectorado eran relativamente escasos. Al margen de las ciudades, Ceuta

y Melilla, además de Larache, Alcazarquivir y Xauen, existían pequeños

poblados y aldeas controlados por cada una de las cábilas que antes hemos

mencionado.

El resto de la población sedentaria se articulaba en núcleos limitados a

las propias familias, como en el que Clemente, el personaje principal de Gaya

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Nuño, cree encontrar refugio tras su huida para ser finalmente entregado de

nuevo a sus captores (Gaya Nuño, 1984: 573).

Una mención especial merece el caso de Axdir, capital de la República

del Rif, situada en la zona controlada por los beniurriagueles y también presidio

de los mil quinientos cautivos españoles en poder de Abdelkrim tras el

Desastre de Annual. La descripción de Gaya Nuño es muy detallada (Gaya

Nuño, 1984: 423-459). Señalemos, por otra parte, que se han conservado

numerosos documentos gráficos de Axdir, así como dibujos y croquis

elaborados por algunos de los prisioneros, y también un plano realizado en

perspectiva desde el Peñón de Alhucemas, reproducido en su integridad en un

desplegable que enriquecía la obra de Juan de España. En este mapa se

aprecia, entre otras muchas, el lugar exacto que ocupaba la casa de Abdelkrim.

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4.4- LOS BLOCAOS:

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Las defensas establecidas por los españoles consistieron en toda una

serie de posiciones independientes, muchas veces indefendibles, normalmente

situadas en la cima de riscos aislados, conocidas como blocaos. Este término

deriva directamente de la denominación empleada durante la primera guerra

mundial por las tropas alemanas para referirse a un tipo de construcción militar

dentro de la guerra de trincheras, el “blockhaus”, término que en la vida civil

también se emplea para referirse a una simple cabaña de madera.

Según vemos en las fotografías de que disponemos, los blocaos se

construían normalmente erigiendo una edificación rectangular de mediano

tamaño, capaz de albergar a toda la guarnición, que era rodeada por una

muralla de piedras y sacos terreros, a su vez rodeada también por varias filas

de alambradas de alambre de espino, completando la defensa, en algunas

ocasiones, un pequeño foso.

La descripción de un blocao figura perfectamente detallada en el

capítulo homónimo de la narración de Díaz-Fernández (Díaz-Fernández, 1998:

33 y ss.). También Gaya Nuño dedica no pocas páginas a describir este tipo de

fortificaciones, por ejemplo en la descripción de la posición de Ben Tieb:

Era una buena posición, establecida en una altura pasablemente

estratégica. Todavía estaba en nuestras manos la noche del 22. Todavía

quedaba allí un residuo de organización y de disciplina. Se ha colocado

a la entrada del parapeto una fila de cuencos y baldes de agua para que

beban los fugitivos. (Gaya Nuño, 1984: 405-406).

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Arturo Barea dedica un capítulo completo de su obra, el quinto, a la

descripción de la vida en uno de estos blocaos. Aporta, de esta manera,

numerosos datos que nos servirán para reconstruir fielmente cómo eran este

tipo de construcciones militares. Así, lo primero que descubrimos es que los

blocaos, “como entonces los conocíamos”, eran barracas de madera, de unos

seis metros de largo por cuatro de ancho, protegidas hasta la altura de un

metro y medio por sacos terreros y muy raramente por planchas de blindaje.

Estaban rodeadas por fosos protegidos por alambre de espino (Barea Ogazón,

2004: 314).

En cada uno de estos blocaos se amontonaba una compañía completa,

al mando de un sargento. Se trataba, por tanto, de veintiún hombres que

quedaban durante el período de servicio en el blocao, completamente aislados

del resto del mundo. Barea indica que “tan sólo en casos excepcionales se

destinaba junto con la compañía a un soldado telegrafista, que era el

encargado de comunicarse con el exterior –esto es, con el blocao contiguo-

gracias al heliógrafo y una lámpara Magin.” (Barea Ogazón, 2004: 314).

Cuando los sargentos Barea y Córcoles llegan a uno de estos blocaos,

situado en la zona de Beni-Arós, les recibe un sargento desgreñado y en los

huesos. La descripción que del espacio hace Barea resulta especialmente

interesante:

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En el rincón de la derecha, detrás de la puerta, el sargento había

puesto un tabique de tablas para hacerse una alcoba. El resto de la

barraca era una simple habitación con la tierra desnuda como piso. Las

camas de los hombres estaban en dos hileras a lo largo de las paredes

laterales, dejando un pasillo estrecho en medio. Encima de cada cama,

en una repisa, estaba el macuto y una caja de madera. La mayoría de

los hombres estaban tumbados fumando. Alrededor de una de las

camas del fondo un pequeño grupo jugaba a las cartas. A la altura de los

ojos, las paredes estaban perforadas por troneras. El sol entraba a

través de ellas en chorros de luz que dibujaban rectángulos

deslumbrantes sobre el piso y sumergían todo lo demás en la oscuridad,

hasta que los ojos se acomodaban a la penumbra. Había un olor que no

sólo le saltaba a uno a las narices, sino que parecía agarrarse a la piel y

a los vestidos y depositarse allí en capas como pintura. Un olor

semejante al olor de ropa sucia dejada por semanas en un rincón

húmedo, sólo que cien veces peor. (Barea Ogazón, 2004: 315).

En un espacio tan reducido, rodeados de enemigos que disparan a todo

el que asoma fuera del parapeto, la eliminación de los excrementos se

convierte en un auténtico problema. Barea describe este asunto de la siguiente

manera:

En un rincón había una lata de petróleo. Más tarde me contaron la

historia: los hombres la usaban para orinar, porque si no tenían que salir

afuera. Cuando los ataques del enemigo eran muy frecuentes, la usaban

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para todo. Cuando la lata estaba llena, tenía que vaciarla fuera de la

alambrada el que le tocaba el turno. Esto, frecuentemente, provocaba un

tiro, algunas veces una baja, y entonces se perdía la lata. El primero que

tenía necesidad de aliviarse podía elegir entre salir por la lata, que era

seguro que estaba cubierta por un “paco”, o evacuar en alguna parte

fuera de la alambrada, a su propio riesgo. (Barea Ogazón, 2004: 316).

En otro capítulo de “La ruta”, el octavo, titulado “Desastre”, Barea relata

la técnica precisa para construir uno de esos blocaos en medio de fragor de la

batalla. Mientras las fuerzas del Tercio combaten en la misma cima del cerro

donde se levantará la futura posición, la compañía de Barea es la encargada

de las labores necesarias:

En el lado descubierto del cerro, nuestros muchachos cavan a

toda prisa y llenan sacos terreros. Las piezas de madera numeradas que

son el blocao yacen sobre la tierra en haces ordenados para que el

rompecabezas pueda armarse sin dificultad. Los rollos de alambre de

espino se desatan y sus extremos libres restallan como látigos con

zarpas. Lo primero que ha de hacerse es levantar un parapeto frente al

enemigo; de otra manera, no se podría trabajar. Los hombres se

arrastran a la cima del cerro arrastrando los sacos terreros llenos frente

a su cabeza, pero cuando llegan a la cima quedan al descubierto y

ponen los sacos en línea llevándolos como si fueran niños dormidos,

corriendo a gatas después, más rápidos que lagartos asustados,

mientras las balas silban sobre sus cabezas o se estrellan en la tierra o

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en los sacos repletos con un golpeteo sordo. (Barea Ogazón, 2004:

339).

Señalemos por último que también tiene un cierto interés la descripción

de posiciones más importantes, como la de Monte Arruit, tal y como se

encuentran en la actualidad, que lleva a cabo Lorenzo Silva (Silva, 2001: 77 y

ss.).

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4.5- LAS COMUNICACIONES: EL YATE “GIRALDA”:

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Uno de los problemas fundamentales de la defensa del territorio del

Protectorado español en Marruecos consistió en que la Comandancia de Melilla

nunca tuvo comunicación por tierra con las demás zonas españolas. En esas

circunstancias, cualquier asistencia, desde Ceuta, y por supuesto desde la

Península, sólo podía llegar por mar.

En lo que se refiere a las comunicaciones terrestres dentro de los límites

físicos de cada una de las Comandancias, la situación era muy diferente entre

la de Ceuta, la sede del Alto Comisario en Tetuán, la de Larache y la de Melilla.

De hecho, Pablo La Porte señala como uno de los factores que

dificultaron extraordinariamente el avance de la acción política en todo el

Protectorado la situación lamentable de las comunicaciones, que “dejaban

mucho que desear aún a finales del año 1922” (La Porte, 1997: 566).

Menciona, de esta manera, cómo en aquellas fechas se habían recuperado las

tres líneas de ferrocarril existentes antes del Desastre en la zona de la

Comandancia de Melilla. Es más, “en abril se inauguró un tractocarril que unía

Tistutín con Dar Drius, con lo que la columna vertebral de las comunicaciones

en la zona oriental del Protectorado español quedó reconstruida”.

La escasez de las comunicaciones, unida a la inseguridad de las

mismas, condicionaba la actuación de las fuerzas españolas, y por tanto

también de las actividades en el ámbito civil, de manera que obligaba a

“mantener un sistema de posiciones casi invariable y a actuar según un modus

operando muy similar, concentración de columnas, preparación para el avance,

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avance, ocupación, repliegue, con todos los inconvenientes que llevaba

consigo, aguadas, blocaos…” (La Porte, 1997: 567).

Ya se vio en su momento oportuno, cómo el sargento Arturo Barea, a las

órdenes del incompetente capitán Blanco, participa en la construcción de la

carretera que hubiera tenido que enlazar Tetuán con Xauen, tras la toma de

esta ciudad mítica y que, después del fracaso de las operaciones de 1924,

quedó en mero proyecto.

Teniendo en cuenta unas condiciones orográficas más favorables, las

comunicaciones entre Ceuta y Tetuán fueron más que aceptables. Lo mismo

podría decirse de las vías que unían Larache con el norte.

En el caso de Melilla, sin embargo, tan sólo hubo caminos

medianamente aceptables hasta Nador, por una parte, y hasta Dríus, por otra.

El resto del territorio era accesible únicamente por caminos de herradura. De

esta manera, las operaciones ofensivas del general Silvestre, que conllevan la

extensión en un frente ininterrumpido a lo largo de los más de 130 kilómetros

que separan Annual de Melilla, representan un peligro evidente y

desmesurado. Es por este motivo por el que, en un intento de alcanzar el mar y

abrir así una vía rápida de comunicación entre Annual y Melilla, el general

Silvestre ocupa los altos de Abarrán, dando el pistoletazo de salida al Desastre.

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Las comunicaciones por ferrocarril se limitaban a los treinta kilómetros

escasos que separan el poblado de San Juan de las Minas del mar, con varias

estaciones intermedias, como en Monte Arruit.

El Alto Comisario en Marruecos se veía, de esta manera, obligado a

desplazarse constantemente entre Ceuta, o el puerto de Tetuán, en Río Martín,

hasta Melilla. Para esas travesías, el general Berenguer disponía de un yate

oficial, el “Giralda”, al que Giménez Caballero presta cierta atención en las

páginas de su obra.

En efecto, en “Notas marruecas de un soldado” figuran dos capítulos

dedicados a este buque. El primero de ellos se titula “Un viaje en el Giralda” y

ocupa desde la página 29 hasta la 63. El segundo se titula “Otra vez en el

barco” y se extiende desde la página 78 hasta la 81.

El relato de la primera travesía a bordo del “Giralda” comienza con la

descripción del trayecto entre Tetuán y su puerto, situado en Río Martín.

Giménez Caballero aprovecha para, muy en su estilo, describir los

innumerables colores del paisaje: “...sombras violetas, sonrosadas y malvas.”

(Giménez Caballero, 1983: 61). Una vez en cubierta, llega el Alto Comisario

con su séquito: “Va saludando a todo, con una sonrisa, de bigotes grandes,

cuidadosamente desparramados por su cara de tártaro.” (Giménez Caballero,

1983: 64).

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Giménez Caballero comparte la travesía con el asistente del general

Berenguer, “un galleguito simpático que se llama Pacífico, nombre paradójico

para servidor de un general.” (Giménez Caballero, 1983: 64), con el cocinero,

“tarambana y borrachín”, un escribiente “de esos que tienen la psicología del

lacayo” y un asistente de un teniente coronel “muchacho serio e inteligente”.

No está previsto camarote para todo este personal subalterno. Duerme

cada uno donde puede. Al amanecer Giménez Caballero va descubriendo los

principales puntos de referencia de la costa: “el Peñón, Sidi Dris y, al fondo, la

Sierra Nevada.” (Giménez Caballero, 1983: 65). El narrador se percata que

“vamos a una marcha lenta, tan lenta, que estamos aún por la mitad, cuando

debíamos estar llegando.” Es entonces cuando, antes de que suban a cubierta

los oficiales, el marinero de guardia le abre los ojos:

Explica que el yate está hecho una carraca, que necesita lo

menos un año de reparación: ¿qué no necesitará reparación en nuestro

país? Hasta esto, un barco ligero, cómodo, que debía ser, por la

importancia que tiene... (Giménez Caballero, 1983: 65).

La propia figura del general Berenguer tampoco escapa a la observación

crítica del narrador: “la tendencia de este Alto Comisario a rodearse de

pequeñeces para resaltar en tal fondo.” (Giménez Caballero, 1983: 66).

La segunda travesía en el “Giralda” lleva a Giménez Caballero desde

Melilla hasta un pueblecito de la costa malagueña, Pizarra, donde tendrá lugar

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una entrevista del Alto Comisario con el Gobierno. Una vez más, el autor es

extremadamente crítico sobre la eficacia de estas acciones: “Es muy probable

que para las consecuencias que resulten de ella y la importancia de sus

mutuos discursos podrían haber elegido una mesa de café.” (Giménez

Caballero, 1983: 78). De nuevo, la descripción de la salida del puerto de Melilla

permite a Giménez Caballero dar unas pinceladas coloristas: “El Giralda se

aleja del muelle tranquilo, reposado, humeando tenuemente, como un viejo

burgués que va a dar un paseíto fumando su pipa.” (Giménez Caballero, 1983:

78).

El último viaje de Giménez Caballero a bordo del yate es para regresar

desde la costa malagueña hasta Río Martín: “El Giralda sigue haciéndolo tan

mal como antes, tan cacharro como siempre, y las olas, unas olas

insignificantes, le hacen cabecear lamentablemente.” (Giménez Caballero,

1983: 84).

Al margen de las narraciones de África, sobre el yate “Giralda” conviene

detenernos, siquiera brevemente, para aclarar definitivamente algunas

cuestiones que nos parecen importantes, como se verá a continuación.

Recordemos que, como atestiguan las fotografías de que disponemos,

localizadas gracias a la amabilidad del personal investigador del Museo Naval

de Madrid, y según corroboran los expertos, (Coello Lillo, 2001: 212), y la

maqueta que del mismo se conserva en la Torre del Oro de Sevilla, el

imponente yate fue uno de los buques comprados a toda prisa por el Ministerio

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de Ultramar de cara al entonces inminente conflicto bélico con los Estados

Unidos de Norteamérica.

El yate, efectivamente, era imponente:

Fue proyectado por los diseñadores Cox y King y construido en

Glasgow en 1894 por la Fairfield Shipbuilding & Engineering Co. Por

encargo del célebre millonario norteamericano Harry McCalmont. Lo

más característico del “Giralda” era su gran chimenea, tres palos y

escaso francobordo. Destacó en el momento de su construcción por su

lujoso acabado interior, elevado tonelaje y gran velocidad, cifrada en

20.5 nudos gracias a dos máquinas de triple expansión con 420 caballos

nominales de potencia. (Coello Lillo, 2001: 253).

En 1898 fue armado en Barcelona para participar, como buque de aviso,

en una serie de operaciones navales en aguas de Cuba. Una vez concluida la

guerra, el “Giralda” fue utilizado como yate real hasta 1918.

Fue el primer buque de la armada española que dispuso de un equipo

de telegrafía sin hilos49, regalado por la Telefunken a Alfonso XIII. Una de las

misiones más relevantes del yate “Giralda”, una vez perdida Cuba, fue la de

trasladar los restos de Colón hasta Sevilla cuando llegaron a Cádiz.

Posteriormente, también sirvió de escenario para numerosos actos

protocolarios del Estado. Entre éstos, conviene recordar la célebre entrevista

49 El tema de la telegrafía es tratado por Barea: “En 1922, la radiotelegrafía estaba aún en sus principios. En un cuarto reducido del pabellón opuesto al cuartel había un transmisor-receptor Marconi, de los más primitivos (...)” (Barea Ogazón, 2004: 423).

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entre el káiser Guillermo II y Alfonso XIII en aguas de Vigo, tal vez germen

involuntario de todos los sinsabores españoles en Marruecos, cuando el

emperador alemán se dirigía, precisamente, a Tánger y Agadir.

Los autores a los que hemos recurrido señalan que:

En 1918 se sometió el yate a una profunda renovación en Ferrol.

(...) Fue buque escuela durante un corto período, para luego terminar

siendo buque planero50, tarea que desempeñó entre 1920 y 1934. A la

espera de su venta para chatarreo, el Giralda sería testigo inmóvil de la

Guerra Civil desde su fondeadero en los caños de La Carraca, (en

Cádiz) siendo finalmente desguazado en 1940. (Coello Lillo, 2001: 253).

Dicho lo anterior sobre el “Giralda”, respaldado con sus debidas fuentes,

comparemos con lo que, tomando como excusa el caso de este buque, afirma

Pío Moa sin rubor alguno (Pío Moa, 2006). Y no es que nos sorprendan ya los

disparates de Pío Moa, porque tales son, y por tanto así los calificamos, sino

que es importante aclarar conceptos en el ámbito que nos corresponde, que no

es otro que el académico.

En efecto, afirma este autor que el yate “Giralda” fue rebautizado por

Negrín con el nombre de “Vita” y utilizado para poner a salvo los “inmensos

tesoros robados al patrimonio artístico e histórico nacional y a los particulares.”.

Escribe también que:

50 Esto es, un buque destinado a establecer planos y cartas. Estaba adscrito a la Comisión Hidrográfica. Según el catálogo-guía del Museo Naval de Madrid, en su primera campaña oceanográfica llevó a bordo a un ilustre invitado: el entonces Príncipe Alberto de Mónaco.

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En marzo de 1939, poco antes del fin de la guerra, parte de lo

expoliado fue embarcado en Francia con rumbo a Méjico: El barco había

pertenecido a Alfonso XIII con el nombre de Giralda, y lo mandaba un

capitán relacionado con los separatistas vascos. Su carga debía recibirla

el doctor Puche, ex rector de la Universidad de Valencia y agente de

Negrín en Méjico.

Más adelante afirma que casi llegando a Méjico, Prieto burló a Negrín y

a los separatistas vascos, y de acuerdo con el Presidente Lázaro Cárdenas,

“conocido por su extrema corrupción”, se apropió del barco. Pío Moa concluye

su artículo afirmando “el asunto se presta como pocos a un buen documental o

una buena película.”

Antes de concluir este capítulo, dedicaremos unas palabras a los

esfuerzos llevados a cabo por parte de Abdelkrim para paliar o incluso vencer

los problemas de la falta de comunicaciones adecuadas dentro del territorio

dominado por sus propias fuerzas. En efecto, Abdelkrim se percató muy

rápidamente que uno de los factores que habían contribuido a la derrota de las

fuerzas españolas era la ausencia de comunicaciones rápidas y fiables dentro

del territorio ocupado. En un intento por evitar que, en un futuro no muy lejano

ese mismo problema se volviese en contra de sus propias fuerzas, Abdelkrim

desarrolla varias iniciativas, entre las que podríamos subrayar dos de carácter

más importante. La primera es la que se refiere a la puesta en marcha y

desarrollo de una red telefónica eficaz que pusiera en comunicación su cuartel

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general con la práctica totalidad del territorio controlado por la República del

Rif. La segunda, todavía más ambiciosa, es la que trata de dotar de un sistema

de comunicaciones terrestres aceptables, mediante la construcción de una red

viaria, primero dentro del Rif y luego, entre este territorio y la Yebala,

comunicando Axdir y Xauen.

De esta manera, la red telefónica de Abdelkrim se articuló en torno de la

estación central de Axdir, de donde salían tres líneas: una en dirección a

Melilla, otra hacia la Yebala y, la última, hacia la zona de Targist. De cada una

de estas líneas, a su vez, partían nuevas líneas secundarias, “con un recorrido

global de doscientos kilómetros, llegando hasta todas las líneas del frente y

sumando un total de setenta y siete estaciones” (Salafranca, 2004: 108).

Merece la pena señalar que todo el material necesario para la puesta en

marcha de esta red de comunicaciones telefónicas procedía del botín de guerra

tomado a las fuerzas españolas. El encargado de llevar a cabo las distintas

fases para el establecimiento de estas líneas fue el propio hermano de

Abdelkrim, M’Hamed, denominado “Pajarito”. Se apoyó, fundamentalmente, en

dos colaboradores principales, “un alemán llamado Klens, y sobre todo en el

mecánico español Antonio, que fue hecho prisionero en 1921, y

voluntariamente se unió a los rifeños, llegando a ser el verdadero jefe técnico

del Servicio de Transmisiones del Rif” (Salafranca, 2004: 109). La novedad de

esta red telefónica, frente a la española e incluso la francesa, consistió

precisamente en levantarla en unas circunstancias de enfrentamiento bélico

directo. Como muy acertadamente señala el autor mencionado:

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Lo más interesante fue el uso militar y político que hizo Abd-el-

Krim del teléfono. Políticamente, en minutos estaba informado de

cualquier incidente, disidencia, protesta o conato de rebelión. Con la

misma rapidez y por el mismo conducto dictaba sus órdenes. La rapidez

de la acción y el control que ejercía sobre todo el territorio de la

República del Rif, o mejor diríamos sobre todos los habitantes del

territorio, inquietó a algunos elementos que cortaron postes o hilos. En

menos de una hora fue reparada la línea y se ordenó que fueran

fusilados los autores del atentado, lo que sirvió de aviso a futuros

descontentos (Salafranca, 2004: 111).

El segundo gran esfuerzo de Abdelkrim por mejorar las comunicaciones

del territorio es el que se refiere al trazado de nuevas carreteras y pistas. Por

una parte, se trataba de garantizar el traslado rápido de sus tropas y, por otra,

de abrir las vías imprescindibles de comunicación que, a la larga, garantizaran

una mayor cohesión entre las tribus del Rif, primero, y luego entre éstas y las

de la Yebala. Hay que señalar que las pistas abiertas por Abdelkrim,

paradójicamente, sirvieron para facilitar el avance de los camiones y otros

vehículos automóviles de las fuerzas españolas a partir de 1926,

contribuyendo, de esta manera, a la derrota de Abdelkrim en 1927.

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4.6- EL PROBLEMA DE LA CARTOGRAFIA:

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El desconocimiento prácticamente total de la orografía de la zona

española en Marruecos no pudo ser superado sino hasta fechas relativamente

recientes. De hecho, incluso la extensión total del Protectorado fue una

incógnita hasta la culminación del enorme esfuerzo financiero y humano que

supuso, ya en la década de los cuarenta, la elaboración del mapa topográfico

del Protectorado de Marruecos.

De hecho, una de las causas de la amplitud del Desastre fue la ausencia

casi completa de mapas adecuados de las zonas conquistadas. La retirada

desordenada de las tropas incrementó el número de bajas debido al

desconocimiento completo del terreno y, por tanto, de las vías de retirada hacia

Melilla.

Podemos señalar algunas menciones específicas a esta situación en las

obras que nos ocupan. Tal es el caso de la huida desesperada del protagonista

de la obra de Sender hacia un lugar a salvo, buscando desesperadamente

puntos de referencia, que le permitan alcanzar las diferentes posiciones en el

camino de Melilla. De esta manera, se orientará, por ejemplo, dejando a la

derecha las crestas de Tizzi-Azza, seguirá las vías del ferrocarril sin perder de

vista las alturas de Dríus, o se dirigirá hacia el este en busca del mar. También

se menciona este problema en la obra de Arturo Barea, cuando el protagonista

está destinado en el regimiento de Ingenieros ocupándose de las obras de la

que hubiera sido la carretera de Tetuán a Xauen.

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El curso de los acontecimientos provocó que los topógrafos se

concentraran hasta 1927 en “la producción rápida de cartografía operativa para

atender las necesidades de una guerra cruenta y difícil.”(Nadal, 2000: 17). De

esta manera, el encargo para realizar lo que posteriormente sería el mapa

provisional del Protectorado, a escala 1:50.000, quedaría pospuesto hasta la

pacificación del territorio.

El levantamiento de la cartografía fue “expeditivo y de grandes

dificultades materiales por las características del relieve, el mal conocimiento

del territorio y la carencia de comunicaciones.” (Nadal, 2000: 18) Los trabajos

para la elaboración de la carta topográfica incluían tres tipos de operaciones:

“el establecimiento de la red geodésica, el levantamiento de la altimetría y los

trabajos planimétricos necesarios para la confección del mapa y para el

catastro.” (Nadal, 2000: 21)

La dureza y dificultad de este trabajo queda demostrada por el gran

número de bajas que sufrió la plantilla de topógrafos en Marruecos. En las

operaciones militares posteriores al Desastre de Annual “se emplearon por

primera vez métodos fotogramétricos para realizar levantamientos (...) el

Depósito de la Guerra había adquirido moderno instrumental.” (Nadal, 2000:

32). Con estas nuevas condiciones, se pudieron obtener planos con mucha

más rapidez y, además, se conseguían cartas de zonas relativamente alejadas,

incluso de aquellas en las que se producían los combates.

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Hay que señalar, asimismo, que el desembarco de Alhucemas, en 1926,

“estuvo precedido de un levantamiento del campo de Axdir, sobre una

extensión de unas 18.000 hectáreas, en escala 1:20.000 y equidistancia de 20

metros.” (Nadal, 2000: 33). Este mismo plano es el que, según hemos indicado

anteriormente, se reproduce en la obra de Juan de España. Qué duda cabe

que contribuyó al éxito de las operaciones contra el cuartel general de

Abdelkrim. A partir de esta acción militar, los topógrafos se adentran en el

territorio de los Beni-Urriagel, al mismo tiempo que las tropas españolas.

Mención específica merece el caso de los topónimos y el problema de

su trascripción que, en el caso de los topógrafos, se llevaba a cabo conforme

escuchaban la pronunciación de los nombres por parte de los nativos. Para

complicar todavía más la situación, en no pocas ocasiones se recurría a los

nombres popularizados entre las tropas españolas. De esta manera, la versión

definitiva de la cartografía del Rif, al reconocerse los tremendos errores que

estas prácticas acarreaban, se retrasó considerablemente.

A modo de ejemplo, podríamos citar algunos nombres de accidentes

geográficos que varían según se siga la pronunciación indígena o la acepción

común por parte de la tropa. Así, Monte Arruit es Yebel Arui; Axdir se transcribe

a veces como Achdir o Aidir; Abarrán es Uberán.

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5- ELEMENTOS SOCIALES: LA POBLACIÓN CIVIL: ESPAÑOLES,

MUSULMANES Y HEBREOS. LAS MINAS DEL RIF. LAS “MOSCAS”51:

TABERNEROS, AGUADORES, PROSTITUTAS. EL ASUNTO DE LAS

RESPONSABILIDADES:

51 Nos hemos permitido utilizar este término por parecernos perfectamente gráfico, siguiendo el título de la novela de Mariano Azuela en la que describe los individuos que siguen a los ejércitos y viven parasitariamente de éste.

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5.1- La población civil: españoles, musulmanes y hebreos:

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La población civil que se adentra en la zona del Protectorado fuera de

las ciudades es relativamente escasa. Sin embargo, sí existen una serie de

núcleos poblacionales que se establecen mediante la creación de factorías, por

ejemplo, en la zona de la Mar Chica, y, sobre todo, de explotaciones mineras.

También se encuentra población “extra muros”, en torno de las estaciones del

ferrocarril o del aeródromo de Zeluán.

Como muy acertadamente señala La Porte, a pesar de las disposiciones

del Gobierno tendentes al desarrollo de una estructura civil en la zona del

Protectorado, “el desarrollo de la misma se vio retardado por dificultades

nacidas no exclusivamente de los organismos militares” (La Porte, 1997: 647).

De hecho, se creó la figura de un Alto Comisario Civil del Protectorado, cargo

para el que sería designado el diputado liberal Miguel Villanueva, en el año

1922, “profundo conocedor de la realidad marroquí”, sin que, sin embargo,

llegara a tomar posesión del mismo. Los motivos que provocaron que

Villanueva no llegara a asumir las funciones civiles en la zona marroquí, según

La Porte, fueron los recelos que este nombramiento despertó entre el

estamento militar. De hecho, una vez que el Gobierno asumió la imposibilidad

de que un político civil ocupase ese cargo, se vio forzado a recurrir a un militar,

Luis Silvela, entonces Ministro de Marina del Gobierno liberal.

Silvela ocuparía su puesto en Marruecos en Febrero de 1923. Según

señala La Porte, la impresión que recibió al ocupar sus nuevas funciones no

podía haber sido menos alentadora. “En sus comunicaciones con el Ministerio

de Estado, hizo notar que los objetivos establecidos en el nuevo proyecto de

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protectorado civil no se habían conseguido” (La Porte, 1997: 659). Se refería,

fundamentalmente, a la sustitución progresiva del Protectorado militar por el

civil, a la pacificación indispensable del territorio, al refuerzo de las estructuras

civiles y a la progresiva reducción de tropas, con el consiguiente ahorro de

recursos militares.

De hecho, las opiniones de Luis Silvela al respecto, como reacción a la

cicatería de Madrid frente a la solicitud de fondos, expresadas en un telegrama

al Gobierno resultan esclarecedoras:

Sigo creyendo inaplazable implantación régimen intervenciones

militar y civil, aunque es mi criterio proceder de una manera gradual y

progresiva por regiones con el fin de poder presentar lo llevado a cabo

en unas como modelo a seguir en las demás. Por tal procedimiento

gasto real será bastante inferior al total que se solicitó, pero es

indispensable se me conceda éste para poder iniciar implantación

régimen esperado con ansia por elementos indígenas y españoles. No

pierdo de vista la conveniencia del tesoro por V.E. indicada de reducir el

nuevo personal al estrictamente necesario, pero considerando el

problema en conjunto me propongo prestar en su día preferente

atención a la preparación de un nuevo presupuesto. (La Porte, 1997:

660).

La cuestión presupuestaria adquiere una importancia cada vez mayor.

De hecho, la actuación española en marruecos provoca una escalada sin

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precedentes en el déficit presupuestario del Estado, Se ha calculado que el

volumen de la deuda en junio de 1923, se acercaba a los 16.000 millones de

pesetas, de las cuales, más de 3.500 millones “se debían a las Obligaciones

del Tesoro directa o indirectamente provocadas por la campaña africana” (La

Porte, 1997: 666).

En estas circunstancias, los esfuerzos llevados a cabo para desarrollar

los recursos de las estructuras de la Hacienda Jalifiana habían dado resultados

muy pobres. El total de los recursos obtenidos por ésta apenas llegaba en el

año 1923 a los 17 millones de pesetas, impidiendo, claro está, como señalaba

Luis Silvela a las autoridades de Madrid, liberar al Tesoro del Estado español

de las gravosísimas contribuciones necesarias para mantener una estructura

civil mínima en el territorio de Marruecos.

Los recursos que podían obtenerse de la explotación del territorio

marroquí eran muy escasos. De esta manera, la tributación minera, aun siendo

sin duda alguna la partida más importante, no permitía albergar optimismo

excesivo. Los permisos de explotación y de investigación de yacimientos

mineros en la zona del Protectorado dieron lugar a cifras ridículas, que desde

las escasas 6.000 pesetas del año 1914, se incrementaron hasta las 170.000

obtenidas en 1923 (La Porte, 1997: 667).

En lo que se refiere a la implantación de sociedades de capital español

en la zona, se observa una reticencia y una ausencia de confianza en las

posibilidades reales de pacificación que provoca la limitación importantísima de

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empresas civiles en el territorio. Así, en 1923 únicamente se constituyeron 11

nuevas sociedades en el territorio español en Marruecos. Tres eran de carácter

comercial, dos dedicadas a la explotación minera, una a la industria química y

cinco a negocios varios, con un capital total invertido de unos 25 millones de

pesetas (La Porte, 1997: 667).

Esta población civil huirá precipitadamente hacia Melilla en cuanto se

avisten los primeros fugitivos que aparecen tras el Desastre de Annual. Sin

embargo, algunos individuos, e incluso familias enteras, no tendrán otra

posibilidad que refugiarse en las posiciones españolas que serían asaltadas

posteriormente. De hecho, algunos civiles llegarán a sufrir el cautiverio en

Axdir.

Lorenzo Silva se refiere a estos colonos españoles:

Se internaron en el Rif a comienzos de siglo, antes que los

militares, con el fin de explotar las tierras fértiles. Los colonos pudieron

comprarlas sin dificultades a los rifeños, quienes después defendían los

derechos del comprador cristiano si algún representante del Majzén los

ponía en duda. Hay constancia de un par de catalanes de Gerona,

llamados Esgleas y Andreu, que alrededor de 1900 adquirieron tierras y

llegaron a tener prósperas explotaciones con aparceros locales. (Silva,

2001: 82).

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La población musulmana mantiene un contacto directo con los

españoles tanto en las zonas rurales como en las urbanas. En estas últimas

sobresale, sin ninguna duda, el zoco como espacio de encuentro. Según indica

Francisca María Magraner Frau:

Tal espacio provoca fascinación por su mezcla de aromas y

colores y el bullicio de los más variopintos personajes. El corazón

mercantil de la medina constituye, en efecto, un lugar de intercambio

para todos, pero los musulmanes se sienten especialmente seguros y

orgullosos en sus callejuelas y tiendas hasta el punto que, en ocasiones,

reafirman su hostilidad hacia los visitantes cristianos y les manifiestan

que “españoles irse de Marruecos (Magraner Frau, s.f.: 560).

Por otra parte, Giménez Caballero dedica uno de los capítulos a

describir la sensualidad del zoco (Giménez Caballero, 1983: 96-100).

Por su parte, la población hebrea de la zona del Protectorado era

relativamente importante. Se concentraba en las zonas urbanas, ocupando

barrios específicos adyacentes a las medinas. Ya se ha mencionado el

importante papel que estas poblaciones juegan a favor de Abdelkrim, así como

las inteligentes medidas que éste adopta con el fin de atraerse el favor de los

hebreos. También se ha mencionado el caso de las prostitutas hebreas,

señalado por Díaz-Fernández, y la importancia de las poblaciones judías de

Tetuán, Tánger y sobre todo Xauen, reflejadas por Giménez Caballero.

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5.2- LAS MINAS DEL RIF:

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Las riquezas mineras de la zona del Protectorado desempeñaron un

papel clave en el interés de los políticos españoles hacia esta región. De

hecho, no sin razón se ha afirmado que, entre otros muchos personajes de la

época, Romanones poseía intereses tanto particulares como en nombre y

representación de Alfonso XIII, en las minas del Rif. También es cierto que,

posteriormente, y teniendo en cuenta los medios técnicos disponibles en la

época, se comprobó que los yacimientos no eran, ni mucho menos, tan ricos

como se esperaba. De hecho, Germain Ayache, opina, tal vez cargando un

poco las tintas, que la sociedad española de la época llegó a pensar que el Rif

sería un nuevo Perú.

Entre los recursos mineros se encontraban numerosos yacimientos de

hierro, plomo, manganeso y antimonio. Para su explotación se constituyó, tras

la Conferencia de Algeciras, la Compañía Española de Minas del Rif, con la

participación, entre otros, de empresarios vascos y del Marqués de Comillas.

Hay que señalar que el mineral extraído se exportaba directamente

hacia otros países europeos, donde era transformado en metal. De esta

manera, apenas se construyeron hornos de desulfuración junto con unos muy

rudimentarios lavaderos de mineral. El ferrocarril, de unos treinta kilómetros, se

construyó específicamente para facilitar la salida del mineral a través del puerto

de Melilla.

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En “Imán”, se hace una referencia específica al tema de las minas al

describir por primera vez las consecuencias del Desastre fuera del ámbito

estrictamente militar. En efecto, Sender escribe:

Aquí la catástrofe ofrecía más contrastes, no tenía la cruda

monotonía de Annual, de Dríus. Aquí había un poblado, había cierta vida

civil reflejada, aunque débilmente, por la actividad civilizada de San Juan

de las Minas. Había también polvo rojo, ferruginoso, en el suelo, en la

cara y en las ropas, y merced a él, algunos cadáveres de obreros

españoles tenían buen color. (Sender Garcés, 1930: 147-148).

La descripción detallada de las minas que Sender lleva a cabo, a la vez

que en tono de denuncia, no deja de alcanzar niveles incluso coloristas:

Muelles de embarque en la plaza, operarios, cargadores y

mineros casi de balde; dos trenes de mineral diarios hacia el puerto;

todo gracias a nosotros. A ver dónde están ahora esos trenes cargados,

esas vagonetas y esos hormigueros de tíos en cueros (...) Viance llega a

sentir cierta satisfacción maligna y vengativa. (Sender Garcés, 1930:

148).

La narración que con mayor detalle se ocupa del asunto de la

observación de posibles minerales es sin duda “La historia del cautivo”. El

principal protagonista, Clemente Garrido, es puesto a disposición del capitán

Gordon Bennett que se dedica a recorrer los alrededores de Axdir en un

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flamante automóvil descapotable en busca de indicios de las riquezas

minerales del Rif.:

Cuando el inglés acabó el cigarrillo, se desvió un poco del auto,

se fijó en unas piedras negruzcas, las cogió, las tomó al peso, volvió al

coche y las dejó en el interior del mismo. –Está buscando minerales,

hierro, plomo, o lo que sea, ¡vaya un pájaro! –se dijo Clemente. (Gaya

Nuño, 1984: 552).

En la narración de Arturo Barea se describe cómo se iniciaron las

pesquisas en busca de los yacimientos de mineral:

Dos hermanos alemanes, los Mannesmann, encontraron que en

el Rif había minas de hierro y de algo más, manganeso o no sé qué. Y

cuando Abd-el-Krim el padre del actual, era jefe de Beni-Urriaguel, se

fueron a verle y le sacaron una concesión. (Barea Ogazón, 2004: 448).

También se cuenta explícitamente quién era el principal interesado en

los recursos mineros del protectorado: “el hombre que anda ahora detrás de las

minas es el conde de Romanones. Él es el propietario de todas las minas del

Rif.” (Barea Ogazón, 2004: 449).

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5.3- LAS “MOSCAS”: TABERNEROS, AGUADORES, PROSTITUTAS:

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Por último, nos referiremos a los individuos que, como “las moscas” de

la novela de Azuela, siguen a las tropas exprimiendo todo el jugo posible y

haciendo de ellas su medio de vida. Entre estos personajes destacan los

taberneros, los aguadores y las prostitutas.

Las cantinas, que siguen a las tropas en sus desplazamientos, incluso

hasta la línea del frente y a los blocaos más alejados de las zonas

relativamente seguras bajo control del grueso de las tropas españolas, son

descritas con cierto detalle por Giménez Caballero. Así descubre el lector:

¿Cómo se forma una cantina, una cantina militar? Investiguemos

su origen. ¡Ah, su origen! ¿Veis esa cesta vieja por donde asoma el

gollete de una botella de aguardiente y una pequeña bota de vinillo de la

tierra, y en cuyo fondo yacen unas cajetillas y unas pastillas de

chocolate ínfimo? Pues ésa es la célula madre, el germen de los más

suntuosos establecimientos de la prole. Esa semilla de cantina va

conducida por un hombre o una mujer, cuidadosamente, como un

tesoro… En la vida cuartelera de los regimientos, allá en las

guarniciones de España, durante los paseos militares, la instrucción de

los quintos, las prácticas de tiro, siempre existe un paisano o una

paisana que van al lado, cesta al brazo, como la sombra sigue al cuerpo,

al cuerpo militar en este caso… Más he aquí que llega una movilización,

una guerra. El cantinero, la cantinera –que orgullosamente se irrogan el

título de proveedores únicos del batallón tal o cual- se mezclan con los

jóvenes expedicionarios, sale pitando el tren y una buena mañana

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destapan su cesta detrás del Estrecho. (Giménez Caballero, 1983: 23-

24).

Este comercio se mantiene incluso entre los cautivos de Axdir y la

posición española del Peñón de Alhucemas. “Los cárabos moros y las lanchas

españolas casi se cruzaban en este conversar, traer y llevar cartas, trajinar

paquetes para los cautivos. No se trataba sólo de la Cruz Roja52, sino de algo

más complejo.” (Gaya Nuño, 1984: 466).

Las cantinas, cuando prosperan, se transforman en tabernas. Si el

negocio marcha excelentemente, llegan a convertirse en auténticos almacenes

donde pueden comprarse todo tipo de víveres, bienes de primera necesidad e

incluso objetos más suntuosos. Este el caso del almacén de Currito que

aparece en la obra de Sender. Se trata de un comerciante tan avispado que ha

conseguido formar parte de las propias estructuras del ejército. Provee con sus

productos, vendidos en cómodos plazos, las necesidades de los campamentos,

tanto de servicio como privadas. A cambio, ejerce funciones de mando sobre la

tropa, que se ve obligada a trabajar para él, descargando camiones, o

realizando cualquier otra tarea que se les mande.

La explicación sobre cómo se ha podido llegar a esta situación tan

peculiar es la siguiente:

52 Suponemos que, al haber vetado las autoridades españolas la intervención de la Cruz Roja Internacional, esta mención se refiere a las famosas damas de la Cruz Roja Española, entre las que se encontraba la Reina y las Infantas de España.

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-¡No sé qué coño pasa aquí con Currito! Es decir, sí que lo sé.

Los asistentes de los jefes que tienen la familia en la plaza y un paisano

mío que está de dependiente en casa de Curro, me lo han contao. To los

jefes hacen la compra en casa de Currito, y a cobrar pa la siega. Tanta

cuenta le trae este fiao que no lo reclama nunca. Luego nos meten a los

soldaos los garbanzos llenos de gusanos, el arroz hecho una pasta, que

no hay quien lo trague. Pero no es sólo eso. En sus almacenes tiene

Currito más de quince dependientes y criaos sacaos del regimiento que

trabajan como negros por la comida... y ¡qué comida! Mi paisano siente

cariños del rancho del cuartel. Un día que se había descargado tres

camiones él solo tuvo unas palabras con la mujer de Currito. Le

amenazó con enviarlo a la compañía, ni más ni menos que si fuera el

coronel, y como era de la tercera y estaba destacada por ahí arriba, se

calló. Cuando la compañía está en la plaza y los echa de su casa por

alguna falta, van al calabozo. Si están en el campo, ¡hale, a aguantar

pacos y a pelar parapetos! Eso es lo que pasa con Currito, y más que

me callo, porque la mili es la mili. (Sender Garcés, 1930: 224).

El problema del agua ya ha sido mencionado en varias ocasiones. Las

fortificaciones carecían de agua propia, de tal manera que ésta debía ser

transportada necesariamente por las aguadas sometidas al certero fuego

enemigo. De la posición de Igueriben dice Gaya Nuño:

No está defendida sino por diez soldados y un cabo. Para obtener

agua hay que hacer cada día una incursión de más de cuatro kilómetros

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de ida y otros tantos de vuelta. Víveres y municiones, los que puedan

llegar de Annual. Es decir, que Igueriben, como Abarrán puede caer

cuando deseen los rifeños. (Gaya Nuño, 1984: 391-392).

Ante esta escasez de agua, que obliga a que los sitiados beban su

propia orina, se dieron escenas espantosas, como la de aquellos soldados que

se bebieron el combustible de un motor o el de un grupo de oficiales que se

repartió el contenido de una botella de colonia. Algunos de los fugitivos que

consiguieron escapar de Igueriben y luego de Annual, fallecieron al beber

demasiada agua tras la espantosa sed padecida durante días.

La descripción del tormento de la sed es uno de los elementos

fundamentales en el relato de la defensa imposible de los blocaos y de las

posiciones más importantes. Como no podía ser menos, Sender reserva un

espacio fundamental a este elemento. En el caso de la posición “R”, esto es,

Igueriben, narra cómo Viance padece ese tormento:

Es el agua, el agua, el agua. Sin ella da lo mismo comer que no,

dormir que velar. Hace tres días que dieron el último cuartillo. A medida

que se bebía se sudaba, de modo que no quedó una gota en el

estómago. Fue una corta delicia, sin embargo, sentir al mismo tiempo la

humedad en la garganta y en la piel. Desde hoy se bebe orina. (Sender

Garcés, 1930: 87-88).

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El recurso a la orina permite a los soldados sitiados calmar la sed

espantosa. Para disimular el sabor, se mezcla con azúcar:

Le alarga la cantimplora. Viance bebe hasta que se la arrebata el

cabo. -¿Con azúcar?, pregunta el de al lado. Viance afirma con la

cabeza. El otro dice: - aunque tenga mejor paladar al final la azúcar da

más sed.” (Sender Garcés, 1930: 99).

En otra ocasión, el nivel de exigencia que provoca la pregunta sobre los

orines es todavía más reducido: “-¿Están calientes? – No, se han enfriado y

llevan azúcar. Viance bebe por segunda vez desde hace tres días.” (Sender

Garcés, 1930: 106).

Sender escribe toda una reflexión sobre el drama de la sed:

La angustia del agua pesa en la vida del campamento y la llena

como el sol de agosto, como el cansancio muscular o como el tedio. Los

primerizos sienten la obsesión del agua y pasan la vida imaginando

dónde podrán llenar la cantimplora y, una vez llena, dónde la

esconderán para que nadie se entere. Los veteranos no beben ya.

Como los camellos, tienen bastante con un buen trago en la cantina

cada cinco días, cuando les dan las sobras. A diario, con el café de la

mañana les basta. (Sender Garcés, 1930: 225).

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En situaciones menos dramáticas, los aguadores vendían agua a los

soldados. Muchas veces, las garrafas se rellenaban en el primer charco

estancado por el que las tropas habían pasado previamente. De esta manera,

fueron muy numerosas las bajas provocadas por envenenamientos de todo tipo

causados por el consumo de aguas residuales.

Por último, indicaremos que las prostitutas reproducen fielmente el

mismo esquema jerárquico que el existente dentro del Ejército español. Así,

existían casas de tolerancia especialmente reservadas a la tropa, otras a los

suboficiales y otras a los jefes y oficiales.

En “Imán” y en “La ruta” se narra cómo se instalan dentro de los

acuartelamientos y posiciones, junto a la taberna, la barraca que servirá de

prostíbulo. De hecho, Sender también relata la pretendida disputa de celos que,

por divertirse, mantiene con otro sargento, Delgrás, por no soportar el hecho de

compartir los servicios de “una amable pupila que hay en la barraca del amor.”

(Sender Garcés, 1930: 233).

Ya se ha indicado que en no pocas ciudades del territorio las prostitutas

eran hebreas. Díaz-Fernández menciona varios ejemplos. También se refiere

este narrador al caso de la querida de uno de sus compañeros, Riaño, que será

finalmente asesinado por ésta (Díaz-Fernández, 1998: 95-98). Por su parte,

Giménez Caballero, aprovechando la enumeración de las diferencias entre el

cigarrillo y el kif53, establece las que separan a la mujer oriental de la

occidental: “el kif recuerda a la mujer oriental en un ambiente entre sucio y

53 Sobre el cannabis en el Protectorado y la sociedad española, véase el artículo de Juan Carlos Usó.

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lujoso, practicando el amor súbitamente. El cigarrillo trae a la memoria la

coccotte europea, que sabe una técnica metódica del placer.” (Giménez

Caballero, 1983: 20).

___________________

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5.4- EL ASUNTO DE LAS RESPONSABILIDADES:

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Ante la magnitud del Desastre, tanto el vizconde de Eza como el general

Berenguer coincidieron en que era necesario poner en marcha algún

mecanismo que elucidara las responsabilidades militares y transmitiera un

mínimo de tranquilidad a la opinión pública. Ambos personaje coincidieron

también sobre el nombre de la persona que mejor podría desempeñar la

función de instructor del expediente: el general Juan Picasso González, por

entonces consejero togado del Supremo de Guerra y Marina (Seco Serrano,

2002: 618). El general Picasso había obtenido la laureada en Melilla, en la

campaña de 1893.

De esta manera, el general Picasso sería designado presidente de una

comisión encargada de fijar las circunstancias que provocaron el hundimiento

de la Comandancia de Melilla y el alcance de las responsabilidades atribuibles

a los mandos. Seco Serrano recuerda que el general Picasso, perteneciente al

estado Mayor, había sido subsecretario cuando el propio Berenguer ocupó la

cartera de guerra en 1918.

Hay que señalar que, tal vez contrariamente a lo que pensaban Eza y

Berenguer, el general Picasso desempeñó con todo rigor la tarea que le habían

encomendado. Se trasladó a Melilla con su equipo de colaboradores y recabó

toda la información posible entre la documentación de la Comandancia

General. Asimismo, entrevistó a todos los que, a su juicio, se encontraban en

posición de aportar cualquier dato útil para el esclarecimiento de los hechos.

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La tenacidad del general, en ocasiones enfrentada a las instrucciones

del Ministerio, permitió la elaboración de un muy voluminoso expediente de

varios miles de páginas. Con toda aquella información, el propio general

Picasso elaboró un resumen destinado al Consejo Supremo de Guerra y

Marina, que es el que ha sido publicado por Carrasco García.

El expediente completo sufrió no pocas vicisitudes a lo largo de los años.

Al producirse el golpe de estado, ya en septiembre de 1923, que abocó a la

dictadura de Primo de Rivera, fue retirado de los archivos, ante el temor de que

fuera destruido, y depositado en diversos lugares hasta que se perdió por

completo. Existen diversos rumores que lo sitúan en varias Instituciones del

Estado, pero hasta la fecha no ha podido ser localizado.

Aún así, el resumen que se ha publicado es muy voluminoso, unas

trescientas páginas. No obstante, como muy atinadamente señala Carrasco

García, debido a su propia génesis, “el expediente no está exento de errores e

inexactitudes que obligan a contrastar con otras fuentes la información que en

él se ofrece.” (Carrasco García, 2003: prólogo).

De hecho, Carrasco García señala, a modo de ejemplo, uno de los

casos en los que el general Picasso admite la versión oficial de unos hechos

frente a los acontecimientos reales. Se trata del caso de una posición

defendida por el cabo Arenzana, quien habría mantenido heroicamente una

posición, salvando a sus hombres, hasta llegar a la zona francesa y ponerles a

salvo a todos. Hoy, sin embargo, sabemos gracias al expediente de concesión

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de la Laureada al mencionado cabo, que los hechos no ocurrieron ni con

mucho de la manera pretendida.

El general Picasso también comete muchos errores materiales, como en

el caso de las fechas que admite para la rendición del general Navarro, con el

posterior asesinato masivo de sus tropas entregadas en Monte Arruit. Sin

embargo, en otras ocasiones se desmontan eficazmente leyendas fabricadas

desde el poder. En su momento tuvimos ocasión de comprobar el caso del

supuesto martirio del teniente Diego Flomesta Moya, que el general Picasso

desmantela al probar que murió en Abarrán y no torturado por los rebeldes

para que les enseñara el manejo de los cañones.

Sobre el expediente Picasso, Arturo Barea aporta no pocas

informaciones. Así, escribe que el general Picasso había terminado sus

investigaciones en el mismo año 1921:

Su informe estaba en manos del Parlamento; de un momento a

otro se esperaba el día del debate en la Cámara. La minoría socialista

había copiado e impreso el informe y unas pocas copias circulaban por

Madrid. Entre los papeles encontrados en el despacho del general

Silvestre, el general Picasso había descubierto un número de

documentos que probaban la interferencia personal de Alfonso XIII en el

curso de las operaciones militares. (Barea Ogazón, 2004: 476).

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En un momento dado, el comandante José Tabasco, superior del

sargento Barea en la oficina de Ceuta, opina abiertamente sobre el general

Picasso:

-El general Picasso es un pobre infeliz que no ve más allá de sus

narices. Le han echado arena en los ojos y se traga cada historia que le

cuentan. ¡Como si los papeles, que se supone haber encontrado en la

mesa de Silvestre, fuera posible, si hubieran existido, que Silvestre los

dejara a la vista de cualquiera! No importa, todos esos trucos no

conducen a nada, porque para eso estamos nosotros. Y si es necesario

un pronunciamiento, lo habrá. (Barea Ogazón, 2004: 445).

En uno de los capítulos del libro de Giménez Caballero, el titulado “Una

oficina”, se describe la confusión completa y las penurias materiales en las que

trabaja el equipo del general Picasso. El capítulo comienza de la siguiente

manera:

Zaquizamí moruno, largo y estrecho, dando a un patio. Calor,

angostura e irritación. Cuatro mecanógrafos que se tocan casi con los

codos. Tic, tac; tic, tac, desesperante en tan poco espacio. (Giménez

Caballero, 1983: 111).

Giménez Caballero también describe físicamente la elaboración del

expediente:

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Allí, en ese desvencijado estante, reposan los expedientes del

general Picasso. Van y vienen de unas manos a otras, cada vez más

abultados, con letras distintas, con innumerables decretos. Muchas

noches quedan allí abandonados, a merced de cualquiera o de una

ráfaga de viento. ¡Qué negligencia para una cosa tan seria como debía

ser esa suma de responsabilidades! Pero en el fondo tiene que ser así.

Si no hubiera habido negligencia, las defensas de Annual hubieran

funcionado. Al funcionar, no hubiera ocurrido el desastre. Al no ocurrir el

desastre, no hubiera habido responsabilidades. Al no haber

responsabilidades, no hubiera habido expediente Picasso. Y al no haber

expediente Picasso, no estaría aquí en esas tablas polvorientas y

melancólicas. (Giménez Caballero, 1983: 112).

El resto de la historia es conocido de todos. No se consiguió delimitar

responsabilidad alguna. Efectivamente, el pronunciamiento tuvo lugar, con el

beneplácito de Alfonso XIII. La dictadura de Primo de Rivera, quien en un

principio se inclinaba por abandonar Marruecos, terminó buscando la alianza

con Francia haciendo posible las operaciones iniciadas en la bahía de

Alhucemas que culminarían con la pacificación definitiva del territorio en 1927.

Arturo Barea se refiere a cómo ocurrió el golpe:

El Gobierno había dimitido, algunos de sus miembros habían

huido al extranjero, el Rey había dado su aprobación al hecho

consumado y España tenía un nuevo gobierno llamado Directorio, que

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suspendió todos los derechos constitucionales. (Barea Ogazón, 2004:

477).

La narración de Gaya Nuño incluye un sabroso diálogo entre Santiago

Alba y Niceto Alcalá-Zamora:

-Pero don Niceto, ¿es que todavía cree usted que se van a

discutir las responsabilidades? ¡Es usted un inocente! -¿Cómo que no?

¿Quién podría impedirlo? ¡Es un acuerdo nacional! –Le voy a responder

con otra pregunta: ¿Quién supone usted, mi querido don Niceto, que nos

agradece la principal labor de nuestra gestión, la liberación y rescate los

prisioneros? (Gaya Nuño, 1984: 636).

_____________________________

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6- ELEMENTOS MILITARES: EL EJÉRCITO COLONIAL. LA OFICIALIDAD

AFRICANISTA. EL TERCIO DE EXTRANJEROS. LA TROPA. LAS FUERZAS

RIFEÑAS. ARMAMENTO CONVENCIONAL Y QUÍMICO:

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6.1- EL EJÉRCITO COLONIAL:

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Como ya ha sido oportunamente indicado, desde un punto de vista

administrativo-militar la zona del Protectorado español en Marruecos se dividía

en tres Comandancias generales, Larache, Ceuta y Melilla. En Tetuán tenía su

sede el Alto Comisario. El ejército español desplegó durante los años previos al

Desastre unas fuerzas muy considerables en todas estas zonas. Después de la

derrota de Annual, los esfuerzos, tanto humanos como presupuestarios, se

incrementaron de una manera muy considerable. Como respuesta a la derrota

de 1924, esa misma tendencia a aumentar la sangría de los recursos del país

se incrementó todavía más, hasta alcanzar su mayor expresión en los meses

anteriores a las operaciones llevadas a cabo conjuntamente con las fuerzas

francesas en Alhucemas y hasta la pacificación definitiva del territorio en 1927.

Cada una de las Comandancias generales estaba a su vez dividida en

varias circunscripciones. En el caso de la Comandancia de Melilla, existían

cinco circunscripciones, cada una de las cuales se encontraba asignada a una

unidad de Infantería. Las cifras relativas al momento inmediatamente anterior al

Desastre de Annual que aporta el comandante Caballero Poveda en la revista

“Ejército” son las siguientes: 9.099 hombres repartidos en 76 posiciones,

incluyendo las cuatro posiciones de los peñones e islas; 1.671 hombres

integrando las tres columnas móviles de Cheif, Kandusi y Telatza; 2.593

hombres destinados en unidades de reserva, compuestos por el regimiento

número 2 de Regulares, el 10 de Alcántara y los miembros de la Policía

Indígena. Según estas cifras, nos encontraríamos con un total de 13.363

hombres, de los que 10.973 eran españoles y 2.390 rifeños.

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Disponemos, asimismo, de informaciones muy concretas sobre las

fuerzas específicas y las circunscripciones en las que estaban destinadas cada

una de ellas en el momento de desencadenarse el desastre. De esta manera,

la circunscripción de Annual tenía 18 posiciones asignadas al Regimiento

Ceriñola 4254. La circunscripción de Dar Drius disponía de 17 posiciones que

eran cubiertas por el Regimiento San Fernando 11, además de la columna

móvil de Cheif. La circunscripción de Kandusi estaba defendida por 17

posiciones asignadas al Regimiento Melilla 59 y a la posición móvil de Kandusi.

La circunscripción del Zoco el-Telatza tenía 11 posiciones encomendadas al

regimiento “África” 68 y a la columna móvil de ese mismo zoco. La

circunscripción de Nador disponía de 9 posiciones encargadas a la Brigada

Disciplinaria. Por último, las islas y peñones disponían de 4 posiciones más,

asignadas a los Regimientos de Ceriñola y África.

Estas cifras difieren considerablemente respecto de las que aporta el

estadillo elaborado con ocasión de la Revista de Comisario llevada a cabo el 1º

de julio de 1921. Se señalaba en esta ocasión una cifra de 24.776 hombres en

la Comandancia General de Melilla, de los que 19.756 eran españoles y 5.020

eran indígenas. La enorme disparidad de unas cifras y otras no puede

explicarse sólo por el gran número de efectivos emboscados55 en destinos de

54 En el relato de Sender, cuando se narra la huida desesperada de Viance a través de barrancos y quebradas plagadas de cadáveres españoles, la repetición constante del número 42 cosido en los restos de los uniformes alcanza niveles obsesivos.55 Por ejemplo: “solo pueden ir a la oficina los hijos de canónigo” (Sender Garcés, 1930: 55); También en:“El general Silvestre llegó hace pocos días de Melilla, arrastrando consigo su plana mayor, su escolta y todos los emboscados que pudo barrer, recoger y rapiñar de aquí y de allá”. (Gaya Nuño, 1984: 394)

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conveniencia, en el caso de las tropas españolas, o de incrementos ficticios y

fraudulentos en el número de soldados y policías indígenas56.

El mando y el cuartel general estaba integrado por el Comandante

General, general de división Manuel Fernández Silvestre, el General Segundo

Jefe, general de brigada de Caballería, Felipe Navarro y Cevallos, barón de

Casa-Davalillos, el Jefe de Estado Mayor, coronel de Infantería Gerardo

Sánchez-Monje Llanos, y el Jefe de la Oficina de Asuntos Indígenas, coronel

de infantería, Gabriel Morales Mendigutía.

Distinguiendo entre las unidades de Infantería, Caballería, Artillería,

Ingenieros, Intendencia, Sanidad, Unidades Aéreas y Guardia Civil y

Carabineros, las cifras específicas con asignación de las respectivas misiones

en la zona de la Comandancia General de Melilla son las siguientes:

- Infantería: Regimiento de San Fernando 11. Estaba compuesto por 3

batallones de 6 compañías de fusiles de 120 hombres cada una, así

como por una compañía de ametralladoras por batallón de 50

hombres. El coronel Salcedo Molinero estaba al mando de este

Regimiento, cuya misión consistía en la defensa de Dar Drius;

56 Ese es el caso, precisamente, de lo narrado por Barea, en lo que se refiere a la forma de incrementar el número de trabajadores indígenas en las obras de la carretera de Tetuán a Xauen, (Barea Ogazón, 2004: 271 y ss.)

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- Infantería: Regimiento Ceriñola 4257. Tenía la misma composición

que el anterior, y estaba a las órdenes del coronel José Riquelme

López-Bayo. La misión consistía en proteger la zona de Annual;

- Infantería: Regimiento Melilla 59. Igual composición que el anterior.

Estaba al mando del coronel Silverio Araujo Torres. Su misión

consistía en proteger la circunscripción de Kandusi;

- Infantería: Regimiento África 68. Idéntica composición. Estaba

dirigido por el coronel Francisco Giménez Arroyo. Su misión consistía

en proteger la circunscripción de Zoco el-Telatza;

- Infantería: Brigada Disciplinaria. Se componía únicamente de un

batallón formado por 223 hombres al mando del teniente coronel

Pardo Agudín. Estaba encargado de guarnecer la circunscripción de

Nador;

- Infantería: Grupo de Regulares 2. Estaba compuesto por tres tabores

de infantería (tres mías de fusiles de 110 hombres cada una y una

más de ametralladoras de cuatro máquinas y 50 hombres) y un tabor

de caballería (tres escuadrones de unos cien hombres cada uno).

Estaba al mando del teniente coronel Miguel Núñez de Prado

Sasbielas;

- Infantería: Policía Indígena. Estaba compuesta por quince mías de

unos 100 hombres cada una, divididas a su vez en tres rebás de

57 En un momento dado de la narración, alguien identifica con precisión al protagonista de “Imán” en su huida ciega: “-Tendré que decirte yo mismo que eres Viance, de la segunda del tercero y del 42.” ( , 1930: 173), esto es, Viance pertenecía a la segunda compañía del tercer batallón del regimiento 42 de Ceriñola.

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infantería y una de caballería58. Estaba a las órdenes del coronel

Gabriel Morales Mendigutia;

- Infantería: Compañía de Mar, compuesta por 139 hombres;

- Caballería: Regimiento Alcántara 1059. Estaba compuesto por seis

escuadrones de 150 jinetes cada uno, al mando del coronel

Francisco Manella Corrales;

- Artillería: Comandancia de Artillería, al mando del coronel Masaller,

repartida en posiciones fijas y en el grupo de talleres y

municionamiento;

- Artillería: Regimiento Mixto de Artillería. Estaba compuesto por dos

grupos de montaña a lomo (tres baterías de a cuatro piezas de 7 cm.

Schneider cada uno) y un grupo ligero hipomóvil (tres baterías de

cuatro piezas de 7.5 cm. Schenider. Estaban al mando del coronel

Joaquín Argüelles y de los Ríos;

- Ingenieros: Comandancia de Ingenieros, al mando del coronel José

López Pozas. El Jefe de Tropas y Fortificaciones era el teniente

coronel Luis Ugarte Sáinz. En Zapadores existían unos 800 hombres

encuadrados en seis compañías. En transmisiones se enmarcaban

58 En cuanto la derrota española se hizo evidente, fueron de estas tropas de las que primero recelaron los soldados españoles. Así, vemos como lo describe Gaya Nuño: “En un momento dado, y luego de cambiar con el enemigo señales luminosas, los últimos efectivos de la Policía Indígena montada se pasan al campo rebelde. Eran los moros pretendidamente afectos (...) ya han pasado a sus hermanos.” (Gaya Nuño, 1984: 412). 59 La caballería de Alcántara destacó frente al resto de las unidades del ejército por el cumplimiento de su deber, en algunas ocasiones heroico: “Por la tarde y por la noche, la desbandada es protegida por las cargas de los escuadrones de caballería de Alcántara, las únicas unidades que conservaron conciencia de su deber y contaron con jefes conscientes de su responsabilidad. Gracias a la caballería, pelotones informes de combatientes, deshechos, muertos de sed y de cansancio –el hambre era lo de menos- revueltas unas unidades con otras, los oficiales y sargentos sin la mas mínima voluntad de mando, llegaron a Ben Tieb.” (Gaya Nuño, 1984: 405). La lucha desesperada de los caballeros de Alcántara también es señalada por Sender, cuando describe la huida de Viance en la noche, adivinando sombras que surgen en la llanura mientras se desploman reventados los caballos.

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300 hombres divididos en dos compañías. En Automóviles,

Ferrocarriles y Parques, se encuadraban unos 300 hombres en total;

- Intendencia: se encontraban al mando del teniente coronel Fernando

Fontán Santamaría. Encuadraban siete compañías;

- Sanidad: Se componían de 410 hombres, a las órdenes del coronel

Triviño. Estaban encuadrados en una Compañía Mixta de Sanidad

que disponía de tres ambulancias automóviles;

- Unidades aéreas: 2ª Escuadrilla de Aviación60, formada por seis

aparatos y con una dotación de 42 hombres. Estaba a las órdenes

del capitán de ingenieros Pío Fernández Mulero;

- Guardia Civil y Carabineros: la Compañía de Melilla disponía de 112

hombres al mando del capitán José García Agulla61.

Conviene aclarar siquiera brevemente cuál era el carácter de varios

elementos fundamentales de las fuerzas españolas coloniales para mejor

comprender el alcance de la deserción masiva, en los primeros momentos del

60 El papel de la aviación, cuya base de operaciones y aeródromo se encontraba en Zeluán, muy cerca de Nador, dejó mucho que desear. Uno de los aparatos fue derribado por las tropas de Abd-el-Krim. Otros, capturados al abandonar a toda prisa el aeródromo. Mención a las fuerzas aéreas se hace, por ejemplo, por parte de Gaya Nuño en el momento del cerco de Monte Arruit: “Una mañana, gritos de alegría: ¡Aeroplanos, aeroplanos! ¡Vienen a salvarnos! En efecto, un aeroplano se acerca a la posición y deja caer unos sacos. La mayor parte de ellos en el exterior, en las líneas moras. ¡Mala puntería! Los oficiales se precipitan a los sacos que han tenido la buena ocurrencia de caer en la Alcazaba. Uno contiene pan. Otro municiones de fusil, casi todas deformadas al caer de golpe y, por tanto inservibles. Otros dos sacos guardan barras de hielo. Eso es todo lo que han podido arbitrar en Melilla para el socorro de Monte Arruit, un arbitrio perfectamente infantil y estúpido, pues serían necesarias muchas toneladas de hielo para que pudiera apagarse la sed de los sitiados.” (Gaya Nuño, 1984: 417). En otras ocasiones, el papel de los aeroplanos causa la risa de los sublevados, que, vista su escasa eficacia, les llaman “pájaros tontos”: “Al fin, las visitas de los aviones se toman a burla.” (Gaya Nuño, 1984: 418). Más tarde serán utilizados para el bombardeo de las poblaciones civiles con armas químicas, como se verá en el momento oportuno. De esta manera, Sender escribe: “El olor de humo de las jaimas recuerda el de la leña en las chimeneas del invierno. En seguida otro olor cáustico, agrio, y el boticario que aparece con sus barbas y sus gafas de concha, tapada la boca con un pañuelo mugriento: -Hiperita, coño, hiperita. Han tirado abajo con gases.” (Sender Garcés , 1930: 252)61 El papel desempeñado por efectivos de la Guardia Civil en la defensa de determinadas posiciones cercanas a Melilla, como la casa fuerte de Nador, se describe con no poco detalle en “Imán” (por ejemplo, en Sender Garcés, 1930: 181 y ss.)

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Desastre, de una parte considerable de las fuerzas del ejército español en el

Protectorado. Así, el caso de la policía indígena, el de los regulares y el de las

tropas auxiliares indígenas, resulta especialmente llamativo.

La policía indígena fue creada al inicio de la primera década del siglo

XX, a pesar de que hasta ese momento se hubiese descartado la posibilidad de

establecer, siguiendo el modelo de otras potencias europeas, un ejército

colonial. Se trataba de una fuerza mixta, que integraba elementos de caballería

y de infantería, cuyas funciones se limitaban en un primer momento a ejercer el

control policial en los territorios de las cábilas. Según señala Villalobos, los

miembros de la policía indígena “se reclutaban en las mismas cábilas en las

que debían prestar servicio, atendiendo a su conocimiento del terreno y de la

población” (Villalobos, 2003: 130). Muy pronto, la policía indígena asumió

funciones militares, al mando de oficiales españoles auxiliados por marroquíes

asimilados al rango de segundo teniente, modificación que se explica por el

hecho evidente de que el ejercicio de las funciones policiales era posible

únicamente en unas circunstancias relativamente pacíficas, mientras que el

territorio no llegó a pacificarse, como sabemos, hasta 1927.

Desde época muy temprana, la policía indígena era la encargada de

preparar la vanguardia de los avances españoles, manteniendo contactos con

las cábilas rebeldes e insumisas. Estas circunstancias, unidas a la práctica

cada vez más común conforme la cual se asignaba la defensa de posiciones

vitales enteramente a efectivos de policía indígena, en ausencia completa de

cualquier español, favorecieron la deserción masiva de estas fuerzas en los

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primeros momentos de la derrota de julio de 1921. A la ausencia de elementos

españoles, capaces de ejercer un mínimo control sobre las tropas indígenas, se

añadía el hecho de haber integrado entre sus filas una gran parte de los

hombres de las cábilas que hasta hacía bien poco habían luchado

abiertamente contra España. De esta manera, según afirma Villalobos, “durante

los sucesos de julio de 1921, la práctica totalidad de los efectivos de la zona de

Melilla se dispersó o se pasó al enemigo. En 1923, las compañías de policía

indígena existentes fueron absorbidas por el cuerpo de Intervención y Fuerzas

Jalifianas” (Villalobos, 2003: 131).

Por su parte las Fuerzas Regulares Indígenas fueron creadas por el

entonces comandante Dámaso Berenguer quien conoció de primera mano, a

través de una visita efectuada al Oranesado francés, las virtudes de este tipo

de tropas en el marco de las operaciones coloniales. En un primer momento,

los elementos que integraban estas tropas se caracterizaban por su origen

conflictivo, cuando no directamente delictivo. De hecho, los Regulares

comenzaron su instrucción bajo la atenta mirada de la brigada disciplinaria,

teniendo en cuenta lo poco fiable que parecía su lealtad. Sin embargo, a pesar

del recelo que despertaban, “los Regulares pronto se convirtieron en la primera

fuerza de choque del ejército colonial español. Su empleo como carne de

cañón en la vanguardia de todas las operaciones permitió reducir las bajas

entre las tropas peninsulares y disminuir los efectivos destinados a Marruecos”

(Villalobos, 2003: 132). Las unidades de Regulares estaban compuestas tanto

por tropas indígenas como españolas, siendo el servicio de las primeras

voluntario, y obligatorio el de las españolas. Hay que señalar, por último, que

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entre los mandos de estas unidades aparecieron casi todos los que más

adelante jugarían un papel fundamental en la guerra civil, como Franco,

Sanjurjo, Mola, Millán Astray, González Tablas, Yagüe o Varela.

Por último, el tercer grupo específicamente peculiar de las tropas

españolas en Marruecos era el compuesto por las Tropas Auxiliares Indígenas.

Estaban formadas por la mehala jalifiana y por los contingentes irregulares. La

mehala se fundó en 1913, con la única intención de prestar labores de escolta

al jalifa, aunque al poco tiempo comenzara también a desempeñar un papel

activo en las operaciones militares. Se ha explicado esta evolución por la

necesidad de las fuerzas españolas de mantener viva la ficción, dentro de la

lógica del Protectorado, de prestar únicamente labores de auxilio a las

autoridades marroquíes en su lucha por mantener el orden del territorio.

En lo que se refiere a las fuerzas irregulares, su origen se establece en

1911, cuando una serie de elementos indígenas, organizados en cuanto jarcas,

se ofrecen voluntariamente a las autoridades españolas para auxiliarlas en

determinadas operaciones de castigo llevadas a cabo contra otras tribus

rebeldes. Estas fuerzas irregulares se formaban según las necesidades, de una

manera más o menos espontánea, según el tipo de operaciones en las que

debían tomar parte. En numerosas ocasiones recibían la denominación de

“jarcas amigas” y, casi siempre, eran autorizadas a practicar el saqueo

sistemático de las jarcas a las que combatían.

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6.2- LA OFICIALIDAD AFRICANISTA:

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La oficialidad africanista es la que encuentra su perfecto caldo de cultivo

en la zona española desde 1909 hasta prácticamente el inicio de la guerra civil.

Podríamos definirla como aquella que hace de la perpetuación de la situación

bélica de la zona del Protectorado su peculiar modus vivendi. Éste supone un

excelente mecanismo de impulso hacia vías de ascensos inalcanzables en

otras circunstancias, fundamentalmente por méritos de guerra en acciones de

combate. La segunda gran ventaja consistía en la obtención de pingües

beneficios en negocios y manejos que iban desde las simples corruptelas hasta

la malversación directa de caudales públicos. Por último, y como muy bien

refleja Giménez Caballero al describir la high-life de Tetuán, finalmente, esa

oficialidad africanista consigue un ascenso social desproporcionado,

impensable por completo en los destinos militares tradicionales.

Desde dentro del propio ejército se alzaron voces muy críticas frente

a los excesos de esa oficialidad africanista. Al propio Fernando Primo de Rivera

se le atribuyen unas declaraciones suficientemente explícitas:

La situación en África, por efecto de la inmoralidad reinante y

sobre todo por haberse entregado al juego muchos oficiales allí

destinados, tiene que producir, y no tardando mucho, una verdadera

catástrofe. (Francisco, 2005: 244).

Esa inmoralidad se acentuaba todavía más al ser práctica habitual de

jefes y oficiales pasar escasos días en las zonas de operaciones, delegando el

mando en oficiales de menor rango.

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Aunque ya se ha tratado en profundidad el asunto de la corrupción

imperante en las filas del ejército, sí recordaremos, como señala el propio Luis

Miguel Francisco:

Al personal de Intendencia se le llegó a acusar de traficar y

vender al enemigo mejores armas que las que poseía España, de

amasar auténticas fortunas, o de realizar negocios paralelos de ventas

de oro, plata o cualquier tipo de artículo. A algunos de ellos y a otros

mandos de unidades se les culpó públicamente de darse al vicio en los

múltiples cafés-teatros, prostíbulos o los famosos Casinos Militares,

donde derrochaban, según algún escrito de la época, el doble de lo que

ganaban”. (Francisco, 2005: 245).

Por su parte, Sebastián Balfour, al analizar las motivaciones de la

oficialidad africanista, no se detiene tanto en los intereses mezquinos y

materiales, principal motor impulsor de sus acciones, como en la llamada

ineludible de un cierto mesianismo cuyo destino final sería devolver a España

la grandeza perdida. Balfour recalca que si bien es cierto que para algunos de

los africanistas de la generación anterior, sobre todo Mola, el desarrollo de sus

vidas y de sus carreras militares se había llevado a cabo prácticamente fuera

de España, para los más jóvenes, como Francisco Franco:

Los años más formadores fueron los que habían pasado en la

guerra contra Marruecos, que había moldeado su sentido de la

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identidad. Esta exclusividad colonial quedaba de manifiesto en la

Guardia Mora de Franco, por ejemplo.” (Balfour, 2002: 575).

El caso de las Juntas de Oficiales merece una mención detallada por

parte de Barea. En efecto, cuando nuestro protagonista está destinado en las

oficinas de Ceuta, el comandante José Tabasco le encomienda la tarea de

mecanografiar la lista de miembros que formaban parte de la Junta de Oficiales

de Ceuta, de la que este comandante era una especie de secretario general:

“Aparentemente, se planeaba una asamblea de representantes de todas las

juntas militares de España para la segunda mitad de 1923 en Madrid,

pendiente de acontecimientos imprevistos” (Barea Ogazón, 2004: 443).

Conviene señalar que, como indica La Porte en su tesis doctoral, a

medida que avanzaba la ocupación militar del territorio, esto es, en el período

posterior al Desastre de Annual, y en las mismas fechas en las que Barea

describe las actividades del comandante Tabasco, las divisiones en el seno del

Ejército entre los oficiales denominados “africanistas” y los conocidos como

“junteros” se hicieron cada vez más patentes.

De hecho, según señala La Porte, a las disensiones ya existentes entre

ambos bandos se añadieron, a medida que llegaban fuerzas de refuerzo desde

la Península, sentimientos enfrentados, ya que “la llegada de varios delegados

de las Comisiones Informativas, a mediados de septiembre, a Melilla, causó

cierto malestar en algunos mandos de la zona” (La Porte, 1997: 343). De

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hecho, este sentimiento respondía a la creencia de que la llegada de

determinados mandos respondía al intento de disminuir o incluso de solventar

las responsabilidades de algunos mandos de la zona. La situación creada por

este sentimiento es descrita por La Porte de la siguiente manera:

El día 29 de septiembre, con motivo del convoy a Tizza, se abrió

expediente a un general y dos coroneles. El parecer del Alto Comisario

sobre el asunto no ofrecía duda. En una comunicación telegráfica con el

general Cavalcanti, el general Berenguer, que había presenciado la

operación, responsabilizaba al general Tuero y a los coroneles Bacanal

y Sirvent de buena parte de los errores cometidos durante la misma:

“mostraron palpable ineptitud el general Tuero y el coronel Bacanal, jefe

el primero de la columna que marchaba a Tizza, y el segundo de la que

operaba por la posición de la Corona, que no se encontraba en su

puesto, no pareciendo estar tampoco a la altura debida en orden a

suficiencia en su cometido director, el coronel Sirvent. (La Porte, 1997:

344).

Sabemos que la decisión de expedientar al general y a los dos coroneles

levantó ampollas tanto en Melilla como, sobre todo, en Madrid. De hecho, el

mencionado coronel Bacanal era Presidente de la Junta Superior de Infantería.

De esta manera, hubo numerosas presiones sobre el Ministro de la Guerra

para que anulase las sanciones impuestas por el general Berenguer. También

indica La Porte que el propio Ministro de la Guerra reconocería más tarde que

resultaba evidente que tanto el Rey Alfonso XIII como el propio Presidente del

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Consejo de Ministros, Maura, en aras de evitar males mayores, eran partidarios

de disolver cuanto antes las Comisiones Informativas.

Sin embargo, resultaba también muy complicado, frente al tamaño del

Desastre y la magnitud de los horrores que se iban descubriendo, intentar dar

el paso que pretendían el Rey y Maura. Conviene recordar, por ejemplo, que el

propio general Cabanellas, que fue uno de los primeros en entrar en Monte

Arruit y encargado de las primeras labores de saneamiento de la posición,

dirigió una enérgica carta a las Juntas responsabilizándolas de la claudicación

de Zeluán y de Monte Arruit:

Aunque posteriormente negaría haber dado esas manifestaciones

a publicidad, lo cierto es que el general Cabanellas no se retractó

entonces ni de su forma ni de su contenido. La carta fue publicada por

todos los periódicos de Madrid y en los más importantes de las

provincias, adquiriendo una difusión enorme. La reacción de las

Comisiones Informativas no se hizo esperar, especialmente en Madrid,

donde volvieron a ejercer su influencia para que aquellas declaraciones

del general Cabanellas fueran sancionadas. En efecto, a finales de

noviembre, y bajo pretexto de una reorganización de las fuerzas de la

Comandancia de Melilla, se disolvió la Brigada de Caballería del general

Cabanellas, quedando el mismo en situación de disponible y regresando

poco después a Madrid (La Porte, 1997: 347).

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Recordemos, asimismo, que la hostilidad de las Juntas con La Cierva,

Ministro de la Guerra, resultaba cada vez más evidente a medida que

transcurrían los meses. A finales del año 1921, la hostilidad entre ambas partes

era más que notoria, como lo demuestra el incidente que señala La Porte:

Un nuevo incidente vino a corroborar el grado de hostilidad en las

relaciones entre algunos jefes y oficiales de la Comandancia General de

Melilla. El Ministro de la Guerra había decretado por reales órdenes que

reafirmaban lo expuesto en la de 21 de agosto, la prohibición de realizar

manifestaciones acerca de la campaña a los generales, jefes y oficiales

tanto de la Península como de las Comandancias Generales. El día 15

de diciembre, el general Cavalcanti fue destituido por unas

declaraciones realizadas a la Prensa que hacían referencia a la

organización del Protectorado español en el norte de África y, en

especial, al asunto de los prisioneros. El ministro de la Guerra nombró

como sustituto al general Sanjurjo, hecho que provocó indignación en

algunos sectores de la Comandancia, debido a la circunstancia de ser

Sanjurjo tan sólo general de brigada y existir otros generales de superior

graduación en la Comandancia. El día 28 de diciembre, el órgano

portavoz de las Juntas o comisiones Informativas rompió ya decidida y

claramente en contra del ministro de la Guerra, a quien acusaba de

todos los males militares que padecía el país (La Porte, 1997: 351).

El objetivo de las Juntas se expone concisamente en el mismo relato,

cuando el comandante Tabasco resume tanto su ideología como sus objetivos:

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Lo que nosotros queremos es evitar que las cosas sigan como

van. Estamos al borde de una revolución. La plebe se las ha manejado

para hacerle al Rey responsable de cada cosa que ha pasado en

Marruecos. Intentan proclamar la República y hacernos abandonar

Marruecos. Los ingleses estarían encantados. Se establecerían ellos

mismos en Ceuta y se saludarían de otra orilla. Pero las cosas no les

van a salir tan fáciles. (Barea Ogazón, 2004: 445).

Precisamente, ese mismo sentimiento de estar enfrentándose al inicio

de una revolución inspirada por los bolcheviques, que desde el Rif alcanzaría al

mundo entero, también era compartido por el propio Rey en cuanto máximo

jefe del ejército español. Sebastian Balfour reproduce los propósitos de Alfonso

XIII, manifestados en una entrevista con el agregado militar francés en Madrid:

(...) Encubriendo este racismo defensor del genocidio, había un

discurso de extrema derecha con el que la camarilla de militaristas

cercana a don Alfonso se mostraba cada vez más de acuerdo. El rey

añadió que la ofensiva de los rifeños no era más que “el borrador

(amorce) de una sublevación general de todo el mundo musulmán a

instigación de Moscú y de la judería internacional. (Balfour, 2002: 263).

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6.3- EL TERCIO DE EXTRANJEROS:

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Giménez Caballero dedica todo un capítulo de su libro al Tercio de

extranjeros, bajo el título de “Legionarios”, relatando, con bastante simpatía,

desde el primer encuentro con éstos hasta toda una serie de anécdotas.

Comienza el relato indicando que en el hospital ha conocido a no pocos

legionarios, “pasando muy buenos ratos a su costa” (Giménez Caballero, 1983:

48 y ss.). Según descubre el lector, a esos legionarios les han envuelto en una

tal aura romántica que despiertan atracción, “aunque muchos de ellos no sean

más que pobres diablos”. Aún así, para Giménez Caballero, esos simples

golfos que en la vida civil sólo se ocupaban de trabajos subalternos,

vagabundeando por las calles, a salto de mata buscando el sustento del día, ya

merecen un respeto por el hecho de haber tomado la decisión de incorporarse

voluntariamente a filas y hacer de este “modus moriendi” por las montañas

agresivas del Rif su peculiar e irrepetible“modus vivendi”.

Es más, para Giménez Caballero, estos legionarios casticísimos, que

son muy numerosos, representan el eslabón último de la cadena iniciada en el

siglo de oro, con la aparición de los primeros personajes de la picaresca

española. Son, según descubre el lector, “los Estebanillos González de hoy”.

De hecho, este autor afirma que la mayoría de los legionarios son españoles,

castizos de pura cepa, que al no solicitarse documento alguno en el momento

de enrolarse en la Legión, encuentran una vía de escape a unas vidas que ya

parecían definitivamente abocadas a los callejones sin salida de la cárcel y las

condenas a muerte. Giménez Caballero se permite incluso una broma: “En

realidad, más que Tercio de Extranjeros, se debería llamar a este Cuerpo el

tercio de extranjis”.

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El relato presenta también una serie de ejemplos concretos de

legionarios extranjeros. De esta manera, un alemán fornido que está ingresado

en el hospital, pretendiendo que había sufrido una caída de un mulo que luego

se ensañó con él, pisoteándole hasta dejarle medio muerto, para descubrir

luego que, en realidad, lo que padece es una heredo-sífilis que le condena a la

invalidez completa y busca, por tanto, conseguir los beneficios de ser declarado

inútil como consecuencia de un acto de servicio. Aparece también un

japonesito, ejemplo de entereza y hombría, que, al haber sido herido en un

hombro con una bala explosiva, soporta la terrible cura sin lanzar ni una leve

queja: “Sonreía. Con un aire de no dar la más mínima importancia a la cosa”.

Otro de los extranjeros es un checoslovaco: “Alto, fino, rubio, de facciones

puras”. Llevaba desde los doce años guerreando en todo tipo de luchas, ya en

un sitio ya en otro. “Había estado en Siberia. Y en la gran guerra con la Legión

Francesa. Había tomado parte en la revolución rusa. Y en la formación de su

nacioncita”.

También indica que conoció a una pléyade de portugueses, “gente muy

parlanchina y muy exagerada”. Entre los americanos, escribe que recuerda a

uno en especial: “un periodista de gafas de concha, herido en un pie, que

paseaba con unas muletas, buscando siempre el clas de una fotografía, la

mirada del visitante o de la visitante, la conversación del superior, del jefe” .

Otro americano era un tipo ya viejo, con pinta de presidiario evadido, tal vez de

estafador, que presumía de cultura y que no dejaba de quejarse por la

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explotación y las duras condiciones que padecían “los pobrecitos legionarios al

enrolarse en la tiranía y crueldad de este Tercio”.

Entre los legionarios españoles, Giménez Caballero recuerda

especialmente a un granadino, llamado José María, “hombre simpático, de

corazón, algo fantasioso y muy tarambana”. Había ejercido multitud de oficios,

a cuál más estrambótico, acumulando lo justo para correrse una juerga antes

de volver a empezar. Su oficio preferido era el de pañero:

Con trapos y retales había hecho prodigios de engaños, de

fantasías, de burlas. Era un cínico. Y, sin embargo, tenía un tiro en la

sien, que se disparó a causa de una chalaúra, por una mujer. (...) Ahora

estaba en el hospital, gracias a unas calenturas a voluntad que él se

producía. Su intención era escaparse, fuera como fuera. Algunos de

nosotros le proporcionamos alguna ropa de paisano y algún dinero. Un

día desapareció del hospital y no he vuelto a saber más de él.

Giménez Caballero lleva a cabo una descripción detallada de Millán

Astray, con ocasión de una visita que realiza al hospital para comprobar cómo

evolucionan sus legionarios heridos:

El jefe de los legionarios llegó una buena tarde a visitar sus

panteras africanas, heridas o enfermas. Vino en un Ford pequeñito,

acompañado de un ayudante, cargando con un cuaderno y una

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estilográfica, donde debía apuntar cuantas peticiones le hicieran los

muchachos. Como una tromba entró en la Sala de Cirugía. -¡A ver mis

legionarios! ¿Dónde están mis chacales? ¡Soy vuestro jefe! Legionarios:

¡Viva España! ¡Viva el rey! ¡Viva la legión! Los chacales fueron

apareciendo: uno, en camisa, otro, vendado; otro, se incorporaba en la

cama. -¿Tú qué tienes, hijo mío...? –Un balazo aquí... -¡Un balazo! ¿Y

tú? –Pues aquí, en la cabeza... -¡Otro balazo! ¿Y tú, muchacho? –Yo

tengo dos... -¡Dos balazos! Y así fue voceando toda la sala. Y luego

pasó a otra, donde se repitió el introito. A todos les iba preguntando qué

es lo que deseaban. Todos, invariablemente, le pedían de comer. El

ayudante apuntaba gallinas, jamón, botellas de vino. (...) Aquel hombre

sanguíneo, de cuello corto, de rostro violento y mirada algo

desequilibrada, con sus arreos bélicos, rodeado de multitud, haciendo

gestos plásticos, era todo un espectáculo. Parecía un condottiero

antiguo (Giménez Caballero, 1983: 53).

A pesar de lo minucioso de la descripción de Millán Astray que lleva a

cabo Giménez Caballero, tal vez sea la de Barea, en nuestra opinión, la más

acertada. De hecho, también Barea dedica íntegramente al Tercio un capítulo

de su obra, donde el lector comienza comprobando el trato de favor que esta

unidad especial recibe en comparación con las demás del ejército. Cuando la

unidad de Barea intenta acampar en un lugar especialmente apto para esos

menesteres, la respuesta que recibe es precisamente la de estar ya reservado

para el Tercio. Luego, cuando aparece el Tercio, Barea describe la esencia de

esta unidad en las siguientes líneas:

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El Tercio llegó por la tarde, una bandera completa que iba a

entrar en fuego por primera vez. Levantaron las tiendas rápidamente. En

el extremo más lejano del campo se alineaban barriles de vino entre dos

tiendas cuadradas: la taberna y el burdel. Los soldados del Tercio

comenzaron a agruparse alrededor de los barriles y de las tiendas para

beber y parodiar el amor. (Barea Ogazón, 2004: 330)

La bandera que acaba de instalarse está formada exclusivamente por

“americanos”, esto es, ciudadanos de las Repúblicas hispanoamericanas que

han firmado su compromiso con la legión por un período de cinco años.

Precisamente, ante las dudas de Barea sobre el hipotético hecho de que estos

legionarios hayan firmado por engaño, el sargento Córcoles es suficientemente

explícito:

Aún quedan idiotas en este mundo. Les han largado unos floridos

discursos sobre la Madre patria y sus hijas de América y los nietos se

han venido para acá. Bueno, me parece que no se van a divertir mucho

en los cinco años y se van a cagar en su puta madre miles de veces.

(Barea Ogazón, 2004: 331)

La descripción de Millán Astray, como decíamos, alcanza desde las

primeras líneas un nivel de realismo extraordinario. El entonces teniente

coronel sale de una de las tiendas acompañado por un par de oficiales. Su

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aparición provoca el silencio de la multitud, formada por ochocientos hombres.

El jefe de la Legión, con su estructura huesuda, descarga la tensión de la

espera antes de comenzar su alocución retorciendo un guante de piel

“volviéndose hasta mostrar su forro de pelo.” (Barea Ogazón, 2004: 334)

En su momento oportuno, cuando analizábamos “La ruta”, hemos

reproducido el discurso de Millán Astray, que es sin duda resultado de la

mezcla en la obra de Barea de un episodio real junto con los acontecimientos

posteriores que, ya en 1936, provocaría el militar en su célebre enfrentamiento

con Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Lo

que nos interesa ahora es destacar las dotes de exagerada interpretación

dramática que, en opinión de Barea, adornaban a Millán Astray, recordando,

qué duda cabe, a otras figuras del totalitarismo internacional de aquellos años

en sus apariciones públicas, especialmente Hitler en sus apoteosis de

Núremberg, que Barea habría contemplado gracias a los documentales de la

BBC.

De esta manera, escribe Barea:

El cuerpo todo de Millán Astray había sufrido una transformación

histérica. Su voz tronaba, sollozaba, aullaba. Escupía en las caras de

aquellos hombres toda su miseria, toda su vergüenza, su suciedad y sus

crímenes, y después los arrastraba en una furia fanática a un

sentimiento de caballerosidad, a un renunciamiento de toda esperanza

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fuera de la de morir una muerte que lavara todas las manchas de su

cobardía en el esplendor del heroísmo. (Barea Ogazón, 2004: 334)

A continuación, Barea relata el enfrentamiento brutal que el propio Millán

Astray provoca con uno de los legionarios, “un mulato de labios gruesos, de

ojos inmensos amarillentos de bilis, estriados de sangre.” (Barea Ogazón,

2004: 335), al que ya nos hemos referido en su momento oportuno.

Más adelante, cuando al día siguiente ha dado inicio el combate, surge

de nuevo la figura delirante del jefe de la Legión:

En medio del claro apareció un jinete galopando arriba y abajo; a

su lado, una figurilla corriendo incansable. Millán Astray y su cornetín.

Hubo un alto momentáneo en la fusilada. El caballo se detuvo en seco.

El jinete se enderezó sobre los estribos: -¡A mí la Legión! ¡A la bayoneta!

Levantó un brazo manchado de sangre, Los hombres saltaron el

parapeto de piedra en manojos. (Barea Ogazón, 2004: 337).

El comandante José Tabasco, responsable de la oficina de Ceuta,

describe al sargento Barea quién es en realidad Millán Astray:

Pero Millán Astray no es un militar, es un maníaco. ¿Tú no

conoces su historia? (...) Metieron en la cárcel al viejo Millán Astray. El

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hijo, que entonces era un chiquillo, se volvió loco. Dijo que su padre era

inocente y que él mismo iba a restaurar el honor de la familia. Entonces

la guerra de Filipinas estaba en su apogeo, y allá se hizo famoso por su

bravura. Le ascendieron y pusieron al padre en libertad, pero esto no

curó al hijo. En 1917 ametralló a los obreros en huelga, nos hubiera

ametrallado a nosotros también. (Barea Ogazón, 2004: 445).

La descripción de la brutalidad de los legionarios se completa con la

narración detallada de un caso de brutalidad especialmente llamativa:

Un legionario había dado un bayonetazo a un moro y le había

atravesado la tabla del pecho, pero con tal furia que el fusil había

penetrado en el hueso hasta el cerrojo. Era imposible arrancarle de allí

salvo que se serrara el cadáver en dos. Pero el fusil aún estaba útil. Así

que habían pensado en meter un explosivo dentro del fusil y destruirlo

(...) Las entrañas del moro se abrieron de par en par. El mulato se reía a

carcajadas. (Barea Ogazón, 2004: 337).

Arturo Barea es también quien define mejor el ascenso de Franco

gracias al Tercio. A la jefatura de Millán Astray al frente de la Legión había

sucedido la del teniente coronel Valenzuela, quien falleció en el ataque a la

posición fortificada de Tizzi-Azza. De esta manera, Franco pudo hacerse con

las riendas de esta potentísima unidad:

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Entre los “heroicos” estaba el nuevo jefe del Tercio. Y el Tercio

crecía rápidamente como un Estado dentro del Estado, como un cáncer

dentro del ejército. Franco no estaba contento con su ascenso y su

carrera brillante. Necesitaba guerra. Y ahora tenía en sus manos el

Tercio, un instrumento de guerra. Hasta el último soldado del Tercio

compartía esta creencia y se sentía absolutamente independiente del

resto del ejército español, como si fuera una raza aparte. Formaban su

sociedad aparte, voceaban sus hazañas y mostraban su desprecio hacia

los demás. (Barea Ogazón, 2004: 442).

_________________________

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6.4- LA TROPA:

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La primera distinción que podríamos establecer relativamente a los

soldados españoles en África consiste en diferenciar por épocas, esto es, antes

y después de los acontecimientos de julio de 1921. En efecto, en el período

anterior al Desastre, los soldados que cumplían el servicio militar eran aquellos

cuyas familias no podían costear el pago de una cuota en metálico, o presentar

un substituto62, para evitar ser enviados a filas durante un período de tres años,

que se iniciaba en el año en el que cumplían veintiuno de edad.

Hay que señalar, sin embargo, que ese período inicial era, en muchos

casos, objeto de una prórroga de carácter disciplinario. Tal es el caso, por

ejemplo, del soldado Viance, cuyo período de servicio se prolonga con un

castigo de dos años adicionales. El propio Viance, una vez licenciado

definitivamente al cabo de cinco años, se avergüenza de ese castigo y no duda

en ocultarlo a su interlocutor:

-¿Cuánto tiempo lleva en el moro? – ¡Vengo licenciao! -¿Eh? ,

Viance se esfuerza en alzar la voz. -¡Vengo licenciao! -¿Tres años? Dice

que sí. No se atreve a confesar los recargos sufridos, porque son

patente de mala conducta. (Sender Garcés, 1930: 265)

62 En realidad, más que presentar, lo que se decía era “comprar un sustituto”. Así lo escribe Barea, por ejemplo: “Ahora tenemos a nuestro hermano en casa. No ha ido, porque papá compró un sustituto para él, pero como ahora se están llevando a todos” (Barea Ogazón, 2004: 355). El aspecto económico de estas prácticas alcanza consecuencias incluso patéticas. Por ejemplo: “Todos los papás que soltaron los cuartos para que los hijos no fueran a África, se encuentran con que ahora se los están llevando y que encima han tenido que pagar el equipo. Naturalmente, se sienten estafados.” (Barea Ogazón, 2004: 373).

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El período de instrucción duraba normalmente unos cuatro o cinco

meses. Sin embargo, ante la premura provocada por el Desastre, los reclutas

fueron enviados a toda prisa a Marruecos. Arturo Barea los define afirmando

que “aquella masa de campesinos analfabetos, mandados por oficiales

irresponsables, era el espinazo del Ejército de España en Marruecos” (Barea

Ogazón, 2004: 426).

A raíz del Desastre, el sistema se altera completamente mediante una

decisión del Gobierno anulando la posibilidad de redención en metálico y

llamando a filas a todos los españoles en edad militar, incluidos aquellos cuyas

familias ya habían satisfecho el pago de la cuota. Tal es el caso, por ejemplo,

de Giménez Caballero quien debe abandonar su puesto en la Universidad de

Estrasburgo para incorporarse a filas.

Barea señala que:

Los hijos de buenas familias estaban entre los simples soldados

de cupo, y los hijos de las familias más aristocráticas entre los “oficiales

auxiliares”. Pero estas unidades no fueron más que un estorbo. Las

historias que corrían acerca de ellas eran incontables. (Barea Ogazón,

2004: 426).

Este es también el caso de Díaz-Fernández, quien se refiere

expresamente a la cuestión de la redención en metálico y a la orden del

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Gobierno llamando a filas a todos los posibles soldados, incluidos los

“cuotas63”:

El desastre de Marruecos me llevó al cuartel otra vez. Yo había

hecho cinco meses de servicio, comprando el resto por la módica

cantidad de dos mil pesetas. Pero al sobrevenir Annual me llevaron a

filas para que contribuyese a restaurar el honor de España en

Marruecos. (Díaz-Fernández, 1998: 80).

Sin embargo, esos jóvenes que habían pagado su cuota para no ser

soldados, como escribe Barea:

Y ahora se les obligaba a serlo, exigían privilegios sobre los

soldados de cupo. Esto llevaba a un descontento general, no sólo entre

los soldados sino también entre los oficiales, porque muchos de estos

expedicionarios llegaban con cartas de recomendación de diputados, de

obispos y hasta de cardenales. En los cuartos de banderas se festejaba

a los hijos de los aristócratas famosos, quienes, en pago de salvarse de

ir a las líneas de fuego, pagaban el vino –a veces las mujeres- y

mandaban a papá una lista de candidatos a futuro ascenso por méritos

de guerra o al menos a una condecoración (Barea Ogazón, 2004: 427).

63 Las menciones concretas a los “cuotas”, o incluso transcrito como “cotas”, son numerosísimas. En el caso de Sender, no dejan de ser blanco de un evidente desprecio, a veces explícito. Así, por ejemplo, se les exprime económicamente: “se va en busca de los cuotas de los batallones expedicionarios y se les lleva los cuartos con barajas floreadas.” (Sender Garcés, 1930: 258)

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Tenemos, por tanto, un primer período en el que la tropa se compone

casi exclusivamente de miembros pertenecientes a las clases más

desfavorecidas de la sociedad española, mientras que en el segundo asistimos

a una participación junto a éstos de otros jóvenes, eso sí, en número mucho

más reducido, debido a la propia lógica de la composición de la sociedad

española de la época, originarios de las clases económicamente más

favorecidas. Ejemplos de uno y otro tipo de soldados son, dentro del relato

senderiano, el protagonista principal del mismo, Viance, y el sargento narrador

de las desventuras del protagonista.

Tal es el caso también del personaje de Gaya Nuño, Clemente Garrido

que antes del Desastre “entró de soldado, y, como las cosas andaban

apretadillas en Marruecos, su quinta fue movilizada con rapidez nada común en

la historia de la burocracia militar española. La suerte le fue adversa. Su

número correspondía a Melilla.” (Gaya Nuño, 1984: 360)

Los sargentos Barea y Díaz-Fernández pertenecen también al cupo de

aquellos que son llamados a filas después del Desastre de julio de 1921. El

primero, que acaba de abandonar su puesto de trabajo en el Crédit Lyonnais

de Madrid, cuando se incorpora a filas, como ya se ha visto, es destinado a

Ingenieros, más concretamente a los trabajos de construcción de la carretera

que unirá Tetuán y Xauen. Por su parte, Díaz-Fernández, se incorpora a filas

en un regimiento de Infantería en Tarragona, para ser trasladado al poco

tiempo a Marruecos.

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En ocasiones, la diferencia de extracción social entre un tipo de

soldados y otros es flagrante. Los “cuotas” pertenecen a la aristocracia, a la

burguesía, o simplemente, como Barea, a una clase intermedia entre ésta y el

proletariado que, sin disponer de los recursos materiales que les permitan

escapar de la marginación, sí han conseguido acceder a una educación más

sólida.

La anécdota que relata Sender cuando, en el momento de incorporarse

a su destino en Marruecos, el sargento les pregunta por sus datos personales

es muy ilustrativa. En efecto, lo que interesa al sargento excesivamente

reglamentista es saber si el soldado dispone de un título académico y, por

tanto, si debe anteponer el tratamiento correspondiente al nombre del mismo.

De esta manera, una vez aclarada esta cuestión, el todavía soldado narrador

se convierte en don Antonio (Sender Garcés, 1930: 57).

Lógicamente, los mejores destinos se reservan para los soldados de

“cuota”. Las oficinas, los hospitales, o las excavaciones arqueológicas de

Tamuda están llenas de esos soldados que en el argot cuartelero se

denominaban “emboscados”. De esta manera, escribe Sender:

-Los hospitales están llenos de emboscaos. No hay plazas. Las

camas hacen falta pa los señoritos. El hijo del duque de mi pueblo está

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en el Docker como un príncipe, rasurándose todos los días y dándose

agua de olor ¡Maricas! (Sender Garcés, 1930: 45).

Precisamente, podemos recordar que también Giménez Caballero

convalece en ese mismo hospital de Ceuta, instalado en los famosos

barracones Docker, en unos antiguos almacenes del puerto: “Estábamos en un

barracón Docker tres o cuatro más enfermos con él. Y él era el que hacía el

gasto de la conversación.” (Giménez Caballero, 1983: 52)

Arturo Barea cuando es herido tiene la suerte de poder convalecer,

primero en un hospital militar, y luego, para superar las fiebres tifoideas, en su

casa en Madrid.

La narración de Díaz-Fernández se ocupa con cierto detalle del asunto

de los emboscados, al relatar su propio caso, aunque sea bajo el nombre de

sargento Arnedo, perteneciente al regimiento 78. Una tarde, en efecto, cuando

está destinado a proteger las pistas de Yebala, desde Beni Ider hasta Tetuán,

guarneciendo el Zoco-el-Arbaá, en el camino de Xauen, es llamado por el

capitán ayudante del batallón, quien le comunica que es reclamado por el jefe

del Estado Mayor y que debe presentarse ante él en Tetuán. Una vez allí, el

coronel Villagomil, amante de una Angustias ya transformada en espía a favor

de los rifeños, le pregunta:

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-Usted querrá venir destinado a la plaza, ¿no es eso? La

proposición era tentadora. Pero recordé mi escena con Angustias y el

atrevido designio de aquella mujer que todavía mandaba en mí. Hice un

gran esfuerzo: - No, mi coronel. Quiero seguir en mi batallón. (Díaz-

Fernández, 1998: 88).

La narración de Gaya Nuño también se refiere al asunto de los

“emboscados”. Don Hermógenes Frías, el sacerdote protector de Clemente

Garrido, escribe al Vizconde de Eza, Ministro de la Guerra, rogándole que se

interese por su paisano soriano recién incorporado al servicio en Melilla. Como

resultado de una auténtica cascada de gestiones que Eza provoca, en la oficina

del Alto Comisario y en la Comandancia de Melilla, Clemente Garrido Mallén,

soldado de segunda, será destinado a la escolta del general Silvestre, abriendo

de esta manera, sin saberlo, la puerta que le precipitará directamente hasta

Annual. El diálogo con el general Fernández Silvestre resulta significativo:

-A la orden de Usía. Se presenta el soldado de segunda

Clemente Garrido Mallén. El general Silvestre no miró hacia el

presentado sin haber dado un repaso al regularcillo expediente del

muchacho. Entonces, le clavó los ojillos penetrantes, ayudado por los

bigotes en gran curva. –Demasiados arrestos para que pueda nombrarte

ni siquiera soldado de primera. Estás muy recomendado, pero poco

puedo hacer si no te ayudas a ti mismo. ¿Sabes leer y escribir? –Sí, mi

general. Soy maestro. –Maestro. ¡Uff! –Silvestre no disimuló su asco-

Aquí no hay magisterio que valga. Bueno, te quedarás en la plana mayor

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a las órdenes del brigada Castañón. Te presentas a él. -¿Manda algo

más Usía? –Nada, retírate. (Gaya Nuño, 1984: 382).

La situación material en la que los soldados cumplen el servicio militar

es extremadamente severa. A los peligros inherentes a la situación bélica se

añaden las penurias físicas debidas a la desastrosa organización de la

intendencia, unida a una generalización constante de los latrocinios cometidos

tanto por los sargentos y suboficiales como por los mandos. En su momento

oportuno, al analizar algunos de los temas principales el relato de Arturo Barea,

tuvimos ocasión de analizar con cierto detalle el sistema de corrupción

imperante a todos los niveles dentro del ejército español.

Recordemos ahora tan sólo que esas corruptelas, lógicamente, se llevan

a cabo no sólo en perjuicio del erario público, como en el caso de las obras de

la futura carretera entre Tetuán y Xauen, ya mencionado en no pocas

ocasiones, sino también, en detrimento de las condiciones sanitarias y de

salubridad en la que los soldados prestan el servicio militar. Barea es rotundo

cuando afirma: “Una de las cosas que me impresionaban profundamente era el

hambre de tantos reclutas; la otra, su ignorancia” (Barea Ogazón, 2004: 422).

El caso de la alimentación es especialmente significativo. Los soldados

padecen hambre física. Los ranchos se substituyen por cualquier bazofia. Las

conservas están caducadas. El agua es insalubre. En estas condiciones, los

soldados que pueden permitírselo buscan alternativas en las tabernas

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ambulantes que siguen al ejército o compran el agua a los aguadores que,

previamente, han llenado sus depósitos en cualquier charca del camino.

También en el caso de los uniformes y demás pertrechos del equipo de

campaña, desde las mantas hasta los correajes y la munición, se aplica el

mismo sistema que permite a cualquiera que tenga una parcela de poder, por

mínima que sea, obtener un beneficio económico.

Por último, recordemos una vez más que las cifras relativas al número

de soldados, como ya hemos visto, varían considerablemente de una fuente a

otra. Sin embargo, una estimación intermedia entre unas y otras arroja unos

veinte mil soldados sólo en la Comandancia de Melilla, divididos en las

diferentes unidades que ya han sido indicadas.

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6.5- LAS FUERZAS RIFEÑAS:

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La característica principal de las fuerzas rifeñas consistía en que,

reproduciendo su forma tradicional de alianzas, no constituían un ejército

estable, y menos aún permanente, sino más bien un conjunto de fuerzas

independientes que, ante un objetivo común, se aliaban para alcanzar unos

fines de carácter temporal.

En efecto, cada una de las tribus del Rif actúa con plena independencia,

incluso con total soberanía, en el marco de su propio territorio. La articulación

de una fuerza unificada, la harka, se produce como resultado del acuerdo

alcanzado por la asamblea de notables formada por todas y cada una de las

tribus. Una vez constatada la debilidad extrema de las fuerzas españolas y la

imposibilidad para mantener las posiciones alcanzadas, que quedan al

descubierto con las operaciones de la toma de Abarrán, se decide el ataque.

La génesis de la harka da pie a Gaya Nuño para establecer un

paralelismo entre la agonía de un ejército y el nacimiento de otro:

Mientras un ejército enferma, otro nace en las condiciones más

saludables que puede permitir la improvisación. El reclutamiento se hace

en los zocos, de modo verbal, sin documentación, sin papeleo, sin

inútiles alardes de disciplina. La cosecha de este año va a ser excelente

y ya la recogerán las mujeres y los niños. Los hombres a luchar. (...)

¡Vamos todos, de verdad que sí! ¡Sí, por el nombre de mi padre! Hay

fusiles para todos. (Gaya Nuño, 1984: 390).

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Esos fusiles ya no eran los viejos Remington64 adquiridos en la zona

francesa. La harka dispuso a raíz del Desastre de julio de 1921 del armamento

de por lo menos diez mil soldados españoles, fundamentalmente máuser, y

también de bastantes ametralladoras y baterías de Artillería, con su

correspondiente munición.

La situación alcanza unos niveles tan preocupantes que hasta el

principal personaje de Sender, Viance, en un momento dado se hace esta

reflexión:

He visto fracasar ya dos veces al general S. Los moros tienen

caballos abundantes, buenas ametralladoras, y bombas de mano

mejores que las nuestras, porque llevan lo menos kilo y medio de clavos

y balas rotas de las que recogen en el campo. Esto ya no es como

antes. Todo flaquea y falla. (Sender Garcés, 1930: 75).

La toma del armamento de las tropas españolas es el elemento que

facilita la transformación de las fuerzas dispersas de las distintas tribus en algo

más parecido a un ejército, dotado de un mínimo de unidad y de disciplina, bajo

un mando relativamente unificado a las órdenes de Abdelkrim. Este proceso

provoca un interesante fenómeno que Germain Ayyache ha identificado

64 Barea es muy explícito sobre el origen de los Remington: “Los viejos fusiles Remington que el gobierno francés vendía a comerciantes poco escrupulosos venían a parar aquí. La gruesa bala de plomo producía un sonido peculiar cuando salía de la boca del fusil, un ruido que sonaba en los cerros: Pa... co.” (Barea Ogazón, 2004: 280).

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perfectamente. Esa ingente cantidad de armas, fruto del pillaje individual, es

puesta a disposición de toda la comunidad (Ayyache, 1996: 97). Por primera

vez, los medios individuales de cada una de las tribus se destinan

conjuntamente a la obtención de un bien común. En otras palabras, se están

sentando las bases de una organización estatal rifeña.

Germain Ayyache opina que es precisamente la obtención de los

cañones el elemento decisivo que provoca ese proceso:

¿Y qué decir de los cañones, cuya aparición era una novedad

extraordinaria? Cada uno representaba el aumento de poder que iban a

alcanzar. Pero su puesta en servicio, necesariamente colectiva, suponía

su cesión a la colectividad. De ahí que surgiera la necesidad,

espontáneamente sentida por todos, y por tanto admitida, de un órgano

de control y de mando que decidiera sobre el conjunto y que fuese

debidamente obedecida. (Ayyache, 1996: 98).

Según detalla La Porte, el artillero que por primera vez ayudó a las

fuerzas rifeñas no era un español, prisionero o desertor, como se ha pretendido

en no pocas ocasiones, sino un desertor de la legión extranjera francesa

llamado Listan, quien habría sido el que inició el ataque artillero contra la

posición de Igueriben. Sin embargo, el propio La Porte afirma que los rifeños

contaban con un instructor alemán llamado Kleums (La Porte, 1997: 184, nota

5).

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Podemos recordar que, sobre el asunto de los cañones, la leyenda

oficial mantenía que los oficiales artilleros hechos prisioneros en Abarrán y

también en Igueriben, se negaron a enseñar el manejo de estas armas a los

rebeldes rifeños, recibiendo entonces una muerte atroz. Tal fue el caso, sobre

todo, según la prensa oficial, del teniente Diego Flomesta Moya. Sin embargo,

sabemos que ya en el momento de incoar el expediente Picasso, se certificó

que este teniente falleció en la propia posición de Abarrán, sin llegar a ser

hecho prisionero. (Carrasco García, 2003: prólogo).

Es importante recordar que la organización política dentro de cada una

de las tribus, de manera totalmente independiente respecto de las demás

tribus, respondía a una cierta idea de democracia. Los aduares o núcleos de

población reducida y muy dispersos entre sí, formaban una comunidad

autónoma que estaba regida por una asamblea de notables que, a su vez,

designaba a un jefe, o sheik, encargado únicamente de poner en

funcionamiento o de aplicar las decisiones adoptadas por la propia asamblea.

Existía, es cierto, un nivel superior, en el que participaban los jefes de cada

asamblea de aduares para decidir una serie de temas de común interés,

especialmente aquellos que se referían a la celebración de los mercados

semanales, o zocos, la imposición de multas para reducir los delitos, o el

intento, siempre difícil de alcanzar, de evitar la sucesión de venganzas en

cadena.

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La opinión pública española de la época, y sobre todo las autoridades

militares, siempre pensó que, antes del Desastre, los rifeños recibían una

ayuda ingente que procedía directamente de la zona francesa. De hecho,

existía un sentimiento bastante generalizado entre los militares españoles de

encontrarse en guerra no tanto con las tribus rifeñas como con las fuerzas

francesas.

Susana Suerio Seoane es muy explícita sobre este asunto:

Adl-el-Krim cuenta en su cuartel general de Axdir con toda clase

de técnicos franceses a su servicio: especialistas en radiotelegrafía e

instalación de líneas telefónicas, mecánicos dedicados a la reparación

de cañones y automóviles, instructores que enseñan a los indígenas el

manejo de ametralladoras y otras armas y aparatos, pilotos, etcétera.

(Sueiro Seoane, 1993: 20).

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6.6- ARMAMENTO CONVENCIONAL Y QUÍMICO:

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En los momentos previos al Desastre de Annual el armamento del que

disponían las tropas españolas era claramente insuficiente, además de

anticuado. Como muy bien escribe Luis Miguel Francisco, aunque tal vez desde

otra perspectiva:

En 1921 las tropas españolas no poseían en Marruecos ni un solo

carro de combate, las peticiones, por parte de la milicia, de nuevas

armas y partidas bajo coste, fueron desatendidas por el Gobierno, que

recurriría con frecuencia a la frase hecha: grandes dosis de morfina,

como solución a las vicisitudes planteadas por el ejército. (Francisco,

2005: 241).

Este mismo autor llega a ser incluso más crítico:

Los soldados españoles no podían ser utilizados en primera línea,

el material era desastroso y el abastecimiento y los recursos dejaban

mucho que desear. España no enviaba soldados a África, éstos tan sólo

eran cifras, maniquíes, o lo que es peor, carnaza que con el tiempo se

pudriría en los alrededores de Monte Arruit (Francisco, 2005: 243).

El armamento consistía, fundamentalmente, en el máuser, del que

volveremos a hablar en su momento oportuno. Nos limitaremos ahora tan sólo

a indicar que este tipo de arma era de una eficacia muy considerable,

alcanzando un valor casi mítico entre los sublevados. En efecto, el conseguir

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una de estas armas era objetivo fundamental de los hombres rifeños para

reemplazar las viejas espingardas o los fusiles Remington.

Cada soldado español recibía su máuser individualizado, del que era

personalmente responsable. En caso de derrota, incluso de huída, el soldado

no debía nunca abandonar su arma. Es más, se le suponía que, llegado el

caso, debía recuperar los máuseres de otros compañeros caídos, o, cuando

menos, inutilizar sus cerrojos. A este respecto, el protagonista de la narración

senderiana se ve envuelto en una situación delicada cuando, en el curso de

unas operaciones, pierde su máuser. Al soldado Viance le entra un ataque de

auténtico pánico, incluso cuando ha recogido ya otras dos armas abandonadas:

Viance ve al sargento Lucas, que está con el capitán. Entrega sus

dos fusiles satisfecho. El sargento apunta los números: 72.340 y 8.211.

Después busca la lista de armamento, la ojea y pregunta: -¿Y el tuyo?

¿Dónde está el tuyo? Se quedó allí con los cadáveres. Ha perdido su

fusil, nada menos que su fusil. Si ha traído dos o doscientos es igual;

eso no tiene nada que ver con el hecho delictivo de haber perdido el fusil

propio. (Sender Garcés, 1930: 256).

La tropa disponía también de muy abundantes cantidades de bombas de

mano. Se trataba de unas granadas de fabricación francesa, marca Lafitte65, de

no excesiva eficacia.65 Sender escribe que algunos soldados se adosaban al cinturón una de estas granadas para hacerla explotar cuando iban a ser capturados. Tal era el pavor a caer vivo en manos de los moros. (Sender Garcés, 1930: 245).

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Las ametralladoras desempeñan un papel fundamental, sobre todo en la

defensa de los blocaos. Disponen como ya hemos indicado, de una dotación

específica de soldados relativamente especializados. En aquella época, uno de

los problemas fundamentales de este tipo de armas era la gran cantidad de

agua que necesitaban para enfriarse.

Las baterías de Artillería desempeñan un papel importante, equipadas

fundamentalmente, como ya hemos indicado, con las batería Schneider de 7 y

7.5 cm. También las baterías de los buques de guerra anclados frente a las

costas en poder de los rebeldes, causan una gran mortalidad entre los rifeños.

No hay noticias de que las fuerzas de Abd-el-Krim dispusieran de

baterías hasta el momento del Desastre, cuando se apoderan primero de las

abandonadas en la posición de Abarrán y, luego, en Igueriben y Annual. A

pesar de las leyendas existentes a este respeto, lo más probable es que los

rifeños aprendieran a utilizar las baterías de forma meramente experimental,

ayudados con las valiosas observaciones que los desertores de Regulares y de

la Policía Indígena les transmitieron. La pericia que alcanzaron con este

método fue tal que incluso consiguieron hundir uno de los buques de la armada

española, el “Juan de Juanes”.66

66 El episodio del hundimiento lo refleja Gaya Nuño: “El 18 de marzo, las baterías de Axdir hunden un buen barco español, el Juan de Juanes, que se dirigía a Melilla. Todos los prisioneros de Axdir y de la playa han podido ver el estrago. Del Juan de Juanes emergen nada más que los palos y la chimenea. Parece que los artilleros moros le acertaron en la popa, haciéndole un boquete decisivo”. (Gaya Nuño, 1984: 485)

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El papel marginal desempeñado por la aviación ya ha sido expuesto.

Mencionemos, eso sí, que además del bombardeo con gases tóxicos, la

aviación española jugaba un papel importante de reconocimiento del terreno,

descubriendo las posiciones enemigas a las fuerzas terrestres. Sender se

refiere a este papel de los aviones de la siguiente manera:

Los aviones vuelan sobre nosotros, y luego, al salvar el repecho

de la derecha y afrontar el valle, suben de pronto, casi verticales,

evolucionan a unos tres kilómetros y dejan caer sus granadas u orientan

los tiros de los barcos de guerra. (Sender Garcés, 1930: 242).

Otra mención de Sender al papel de la aviación es la siguiente: “Ayer

tumbaron a un avión, y han paseado al piloto muerto clavado en lo alto de una

estaca.” (Sender Garcés, 1930: 75).

Mención específica merece el caso de las armas químicas,

profusamente utilizadas a lo largo del conflicto. En el caso de la narración de

Sender, se mencionan explícitamente al menos en dos ocasiones:

Interviene un médico militar y les garantiza que el loco dormirá

pronto. –Es un desgraciado –añade-. Además de la locura tiene llagas

de hiperita. El viento llevó los gases del 5 de julio (de 1923) en Tizzi Asa

y resultaron con llagas casi todos los soldados de la línea de blocaos del

tractocarril. Alguien, celoso de los aviadores, dice al teniente coronel: -

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¡Qué torpeza, tirar gases con viento en contra! (Sender Garcés, 1930:

56)

La segunda vez que en la narración senderiana se mencionan los gases

asfixiantes, que ya hemos señalado oportunamente, es la siguiente:

En seguida otro olor cáustico, agrio, y el boticario que aparece

con sus barbas y sus gafas de concha, tapada la boca con un pañuelo

mugriento: -Hiperita, coño, hiperita67. Han tirado más abajo con gases.

(Sender Garcés, 1930: 252).

Aunque las descripciones de los bombardeos con iperita sean escasas

en las obras que nos ocupan, podemos recurrir a otras narraciones para

hacernos una idea de sus efectos. De esta manera, durante la Primera Guerra

Mundial, en el frente belga, el personaje principal de Erich María Remarque

describe minuciosamente este tipo de ataques y sus consecuencias:

Un ataque con gases llega por sorpresa, llevándose por delante a

una multitud. Ni siquiera se han dado cuenta de lo que les esperaba.

Encontramos un refugio lleno de cabezas azuladas y de labios negros.

Dentro de una zanja, se habían quitado las máscaras demasiado pronto.

No sabían que el gas se queda más tiempo abajo. Cuando han visto que

67 Señalemos, a título meramente anecdótico, la grafía a la que Sender recurre para escribir iperita. En otras ocasiones se escribía “hyperita”. Recordemos que esta palabra deriva del nombre de la ciudad belga de Ypres, o Yper en flamenco, donde en 1917 se utilizó el gas mostaza por primera vez.

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otros soldados situados por encima de ellos se quitaban las máscaras,

han hecho lo mismo, inhalando suficiente gas como para quemarse los

pulmones. Se encuentran en un estado desesperado; esputan sangre

ahogándose y tiene crisis de asfixia que les conducirán sin remedio a la

muerte. (Remarque, 1929: 141).

Ahora bien, conviene recordar cómo el ejército español consigue

hacerse con un importante arsenal de armas químicas. Las primeras gestiones

para la obtención de gases tóxicos por parte de España se llevaron a cabo

antes del final de la primera guerra mundial, por indicación directa de Alfonso

XIII, ante las autoridades alemanas. Sin embargo, la derrota alemana y el

Tratado de Versalles bloquearon la conclusión del acuerdo. Justamente, a raíz

del Desastre, en agosto de 1921, las negociaciones vuelven a cobrar un nuevo

impulso. Parece ser que un acuerdo secreto68, concluido a espaldas de los

aliados y del Comité Internacional de desarme del ejército alemán, permitió a

España adquirir el armamento químico alemán sobrante de la Gran Guerra y

enviar a Madrid una serie de asesores que pondrían en marcha la producción

española.

De esta manera, los bombardeos con gases tóxicos pudieron comenzar

en el Rif al poco tiempo de los acontecimientos de julio de 1921. Dos años más

tarde, se puso en marcha la fábrica nacional de armas químicas, situada en el

término municipal de San Martín de la Vega, en una finca denominada “La

Marañosa”. Esta fábrica, debido al gran empeño directo que el Rey puso en su

68 Así lo defiende Fernando Hernández Holgado.

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construcción, desde un principio se denominó coloquialmente “la fábrica de

Alfonso XIII”.

Los asesores alemanes aconsejaron que, teniendo en cuenta la especial

orografía del Rif, la sustancia que mejores resultados daría sería la iperita, esto

es, el gas mostaza. Se esperaba que, además de los efectos directos sobre la

población, se produjeran otros más persistentes al impregnarse el suelo y los

acuíferos. Además de esta sustancia fueron empleadas otras igualmente

tóxicas, como el fosgeno, el difosgeno y la cloropicrina. Las bombas se

lanzaron sobre la población rifeña tanto desde aviones, como hemos visto en el

relato de Sender, como desde baterías de artillería.

Según Hernández Holgado:

La campaña de bombardeos con gases tóxicos, que se

prolongaría hasta 1927, alcanzó su mayor intensidad en el período

1924-1926, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. La

estrategia consistía en lanzar las bombas de gas en las áreas más

pobladas y a las horas en las que más víctimas podían producir, de

modo que el bombardeo de los zocos de las aldeas se convirtió en

rutina.

Lógicamente, este tipo de actuación suponía una flagrante violación de

las nuevas disposiciones internacionales que prohibían expresamente la

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fabricación, la importación y el uso de las armas químicas. Fue por ello que

todo el proceso de las armas químicas españolas se envolvió en el mayor de

los secretos. De hecho, no es sino hasta fecha relativamente reciente,

prácticamente acabando el siglo XX, cuando una serie de estudiosos europeos,

se interesan en este asunto. Así, los datos más solventes salen a la luz en

1990, cuando dos historiadores alemanes publican una obra específica sobre

los gases tóxicos y la guerra del Rif69.

Por su parte, Sebastián Balfour dedica una importantísima parte de su

obra al estudio detallado de la guerra química en el Rif. Dentro del capítulo

titulado “La brutalización de la guerra colonial”, consagra un capítulo específico

a lo que denomina la historia secreta de la guerra química. De hecho, Balfour

señala muy acertadamente que en los partes y comunicaciones oficiales de las

autoridades militares españolas, nunca se menciona este tipo de armamento.

Se recurre, sin embargo, a términos codificados que como “las bombas

especiales”, o simplemente “esas bombas” (Balfour, 2002: 253), enmascaran la

utilización de las mismas.

Por último, una reciente iniciativa sobre este asunto ha sido presentada

en el Congreso de los Diputados. Se trata de una proposición no de ley del

Grupo Parlamentario de Esquerra Republicana, a instancia del Diputado Joan

Tardà i Coma y de la Diputada Rosa María Bonás i Pahisa, al amparo de lo

dispuesto en el artículo 193 y siguientes del vigente Reglamento de la Cámara, 69 Esta obra es citada por Hernández Holgado. Se trata de Kunz, Robert y de Müller, Rolf Dieter. El título español de la obra sería “Gas venenoso contra Abdelkrim. Alemania, España y la guerra del gas en el Marruecos español (1922-1927)”, editado en Friburgo con el título “Giftgas gegen Abd el Krim. Deutschland, Spanien und der Gaskrieg in Spanisch-Marokko 1922-1927”.

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de reconocimiento de responsabilidades del Estado español y reparación de

daños consecuencia del uso de armamento químico en el Rif.

La exposición de motivos se basa precisamente en los recientes

estudios de los dos autores alemanes ya citados, así como en la obra de

Sebastián Balfour. También se apoya en las investigaciones históricas de Juan

Pando, Carlos Lázaro, María Rosa Madariaga y Ángel Viñas.

Los dos Diputados de Esquerra Republicana reproducen fielmente lo

que Balfour ha publicado sobre el asunto. De esta manera, recuerdan que el

primer ataque químico tuvo lugar en noviembre de 1921, utilizando fosgeno.

Los bombardeos fueron masivos a partir de 1923, a raíz de la batalla de Tizi

Azza70, dentro del territorio de los Asht Tuzin. Se cita también al mariscal

Lyautey quien afirmaba que los bombardeos desde los aviones españoles “han

dañado gravemente los pueblos rebeldes, usando con frecuencia bombas de

gas lacrimógeno y asfixiantes que causaban estragos entre la pacífica

población”. Muchos de los heridos se dirigieron hacia Tánger en un

desesperado intento por obtener ayuda médica.

La proposición no de Ley refleja asimismo la intervención directa de

Alfonso XIII en todo este proceso. Así, siguiendo la argumentación de Balfour,

recuerda que en un intercambio de telegramas entre el Rey y el Alto Comisario,

70 Precisamente, es a este mismo episodio bélico al que se refiere Sender en su narración (Sender Garcés, 1930: 252). Por su parte, Barea describe el ataque contra la posición fortificada de Tizzi-Azza, donde muere el teniente coronel Valenzuela, sucesor de Millán Astray al frente de la Legión, dejando el paso expedito a las ambiciones de Francisco Franco (Barea Ogazón, 2004: 439).

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el primero se lamentaba de lo siguiente: “que no te hayamos podido mandar

una escuadra de bombardeo, para con gases llevar la desolación al campo

rifeño y hacerle sentir nuestra fuerza, rápidamente y en su territorio”. También

señala que en una audiencia al agregado militar francés, el rey afirmaba que “lo

importante es exterminar, como se hace con las malas bestias, a los Bani

Urriagel y a las tribus más próximas a Abd-el-Krim”.

Por su parte, Mustapha Allouh en su excelente bibliografía sobre las

guerras del Rif ha identificado cuatro obras que se refieren específicamente a

la utilización del armamento químico. Se trata, además de la que ya hemos

mencionado de Sebastian Balfour, de la escrita por Mimoun Charqi titulada

“Mohamed Abdelkrim el Khattabi: l’émir guerillero”, publicada en 2003 en Salé,

la también mencionada de Kunz y Rolf-Dieter, publicada en alemán, y la de

María Rosa de Madariaga y Carlos Lázaro Ávila, publicada en 2003, en la

revista Historia 16, bajo el título “Guerra química en el Rif, 1921 – 1927”.

Mustapha Allouh señala que este último artículo fue traducido y publicado al

árabe por Muhammad Daoudi para su publicación, en el mismo año 2003, en la

revista Tifraz.

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7- ELEMENTOS LINGUÍSTICOS: RECURSO AL CHELJA. ARCAÍSMOS.

COLOQUIALISMOS. EXPRESIONES EN OTROS IDIOMAS:

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7.1- RECURSO A EXPRESIONES EN CHELJA:

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En las tres novelas que nos ocupan, como no podía ser de otra manera, se

recurre con cierta frecuencia al empleo de términos en chelja, esto es, en el

dialecto propio tanto del Rif como de la Yebala, con objeto, fundamentalmente,

de acentuar el colorido y el exotismo locales de las narraciones.

Sin embargo, como veremos a continuación, la utilización de este tipo de

términos, que en ocasiones llega al de expresiones idiomáticas de cierta

complejidad, varía significativamente de una a otra narración.

Así, sin ningún género de dudas, la que recurre con mayor frecuencia al

empleo de expresiones en chelja es la de Ernesto Giménez Caballero. La de

Gaya Nuño se sitúa en segundo lugar, mientras que la de Fernández Díaz tan

sólo se apoya en este recurso en muy contadas ocasiones. La obra de Sender

recurre muy pocas veces a estas expresiones: únicamente aparecen en siete

ocasiones. Sin embargo, es la única obra en la que aparece una palabra escrita

en árabe, “teléfono”, aunque la grafía resulte ilegible “tlefon” [ ] y

seguramente hubiera resultado más verosímil recurrir a la palabra [ ].

Por último, en el caso de la obra de Arturo Barea, salvo la trascripción de

topónimos y nombres propios, no se hace ninguna mención a palabras en esta

lengua.

En “Notas marruecas de un soldado”, se ha podido contabilizar un total de

treinta y ocho expresiones o referencias tanto al chelja como arábigas en

general. En “La historia del cautivo”, el número se reduce a veintiocho, en

“Imán” figuran siete, mientras que en “El blocao” se limita únicamente a seis

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expresiones.

Por otra parte, podemos constatar desde un principio que en el libro de

Giménez Caballero, el recurso a palabras y frases dialectales marroquíes se

refuerza en no pocas ocasiones con determinadas expresiones francesas, y en

mucha menor medida, inglesas. Recuérdese, no en balde, la fortísima

influencia francesa tanto en la formación como en los inicios de la trayectoria

profesional de este escritor.

Siempre que ha sido posible identificar en árabe clásico el origen de cada

palabra en chelja, éste se ha indicado entre paréntesis.

Como decíamos un poco más arriba, el recurso al chelja refuerza

eficazmente el exotismo de las narraciones. De esta manera, en un primer

momento, el lector se sumerge en el universo exótico y colonial que le

presentan las páginas de nuestros autores mediante determinadas vestimentas

y accesorios, como puedan ser la “yodha” (Giménez Caballero, 1983: 132;

166), la chilaba de color blanco, y la “chechía” (Giménez Caballero, 1983: 171),

esto es, el tradicional gorro blando de fieltro. Por su parte, el “tabor” [ ]

(Gaya Nuño, 1984: 616) es el gorro cilíndrico de fieltro rojo, muchas veces

denominado con el galicismo “fez”, que lucían precisamente los soldados de

cada Tabor, esto es, la unidad de tropas indígenas que agrupaba a varias

“mías”, [ ] que a su vez indica una centena de soldados.

En otras ocasiones, son los sonidos de determinados instrumentos, como

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puedan ser las “derbukas”, (Giménez Caballero, 1983: 106), los tambores que

se tañen colocados entre las piernas del músico, los que trasladan al lector al

terreno de operaciones.

También juegan un papel importante las alusiones a los olores penetrantes

de los zocos y barrios musulmanes, en los que destaca el dulzón y

embriagante del [ ] “kif” (Díaz-Fernández, 1998: 95) (Giménez Caballero,

1983: 19) en los lánguidos crepúsculos de las estribaciones del Atlas.

En otras ocasiones se recurre al colorido implícito que supone la mención a

las “yodhas”, (Giménez Caballero, 1983:132) según acabamos de ver, o al

“debag”, (Giménez Caballero, 1983:165), de un rojo anaranjado que se obtiene

con la corteza del alcornoque.

Un dato que deberíamos también tener en cuenta y que explica tal vez por

qué es Giménez Caballero quien con más soltura recurre a expresiones de una

cierta complejidad en árabe dialectal, es el que este mismo autor reconoce

cuando escribe que, estando a bordo del yate Giralda, estudia las páginas de

una gramática argelina adquirida recientemente (Giménez Caballero, 1983: 78).

Asimismo, esta referencia nos dará también las claves del porqué en más de

una ocasión Giménez Caballero opta por las transcripciones del árabe a través

del francés y no del castellano, como podría haber parecido más lógico, incluso

teniendo en cuenta la forzosa influencia de las transcripciones de ciertos

sonidos no existentes en la lengua de Voltaire, adquirida en su estancia previa

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en Estrasburgo en calidad de lector de español en la Universidad de la ciudad

alsaciana.

El lector avisado se percata también que no pocas expresiones son

resultado del contacto directo de dos de los autores con las poblaciones

locales.

Así, cuando se describe a las “daifas”, (Giménez Caballero, 1983: 76; 138)

(Gaya Nuño, 1984: 521; 522), aunque sea éste ya también término

castellanísimo, se hace referencia al “flux” (Gaya Nuño, 1984: 423; 616)

necesario para cualquier transacción comercial, que, llegado el caso puede

llegar a alcanzar la fabulosa cifra de un “biliun”, [ ] (Giménez Caballero,

1983:93) o al inevitable “jalufo”, (Gaya Nuño, 1984:432) animal denostado, con

toda razón, por todo buen musulmán. El “jaluf” también es mencionado por

Sender (Sender Garcés, 1930: 229).

Un tratamiento que indica respeto es el de “hach” [ ] (Giménez Caballero,

1983:79) que, en principio debería reservarse a aquellos musulmanes que han

cumplido ya con el precepto de peregrinar al menos una vez a lo largo de su

vida a La Meca.

Los soldados españoles que tenían la suerte de contar con un mínimo de

recursos personales, se aprovisionaban en los “bakkales” (Giménez Caballero,

1983: 99; 101). Esta palabra, por cierto, se españolizó rápidamente y todavía

se utiliza en las ciudades españolas del norte de Marruecos, castellanizadas en

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su forma diminutiva como “bakkalitos”, designando cualquier tienda de

comestibles en la que se encuentran también a menudo los artículos de

primera necesidad.

En ese mismo plano se sitúan otras expresiones que o bien se refieren

directamente o están relacionadas con la organización social de las distintas

tribus rifeñas. Un buen ejemplo es la mención al cargo que el propio Abdelkrim

ocupa en el período en el que todavía coopera con las autoridades militares

españolas, esto es, el de “cadí koda” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 440), o

juez de jueces, en el sentido de instancia superior ante la que presentar

recursos contra decisiones judiciales previas.

De esta manera, el lector descubre que las facciones enemigas se

organizan en unidades denominadas “harkas”, (Gaya Nuño, 1984: 387) o

“jarkas”, (Díaz-Fernández, 1998: 58) según quien sea el autor que transcriba el

término. Las referencias territoriales son abundantes, como la “mehala” (Díaz-

Fernández, 1998: 100), esto es, la demarcación territorial asignada a una

compañía de la policía indígena. Qué duda cabe que el término también puede

traducirse como lo hace el diccionario de la RAE, en cuanto que campamento

de esas mismas fuerzas. Las demarcaciones territoriales básicas son los

“aduares” (Díaz-Fernández, 1998: 97).

Un papel preponderante dentro del sabor local que se nos transmite a

través de las locuciones en chelja es el desempeñado por los epítetos

injuriosos.

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El lector descubre que uno de los peores insultos que uno puede recibir en

tierras en las que conviven musulmanes y hebreos, es precisamente el de

“lihud”, [ ] (Díaz-Fernández, 1998: 98) vocablo que normalmente, cuando

se emplea con ánimo injuriante, se lanza reiteradamente: “lihud, lihud”.

También se emplea este vocablo conservando lo que parece un recuerdo de la

declinación propia del gentilicio como “lihudi” [ ] Esta expresión, utilizada

como insulto, sigue siendo común en todo el norte de África, desde el Atlántico

hasta Túnez, sin que al lector castellano deba sorprenderle en exceso.

Recuerda el autor de estas páginas, sin haber alcanzado todavía edad

venerable, que el mismo insulto se empleaba en no pocas ocasiones en las

abundantes riñas que surgían en el patio de su colegio en Madrid.

Otro insulto recurrente, compartido a ambos lados del Estrecho y tanto por

las lenguas latinas como por las semíticas, es el que se refiere al recuerdo no

siempre amable de la honra de la madre de aquel a quien el insulto se dirige. Al

igual que ocurre en castellano, semejante insulto en no pocas ocasiones se

concentra fonéticamente hasta llegar a mínimos tales en los que únicamente se

dice [ ] “imma” (Giménez Caballero, 1983: 16).

Dentro del mismo proceso de reducción minimalista, aunque esta vez el

autor de estas páginas no cree que exista un paralelismo similar dentro del

universo de las lenguas latinas, en ciertas ocasiones el lector verá que se

recurre al miembro masculino, obviando, por explícita, cualquier referencia a

que se trate del miembro del padre del receptor del insulto. Así, se emplea la

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expresión “zupo misiano”, [ ] (Gaya Nuño, 1984: 366). Aunque no venga

demasiado a cuento, tal vez valdría la pena investigar si el origen etimológico

de “cipote”, del que el diccionario de la RAE aun mencionándolo no da noticias,

tiene alguna raíz común con este término árabe.

Otras veces el insulto es suficientemente explícito como para que el lector,

aún lego por completo en chelja, pueda deducir con toda exactitud el alcance

del mismo.

Tal es el caso cuando Gaya Nuño pone en labios de un oficial la expresión

dirigida a un nativo indicándole que se vaya a “chapar pol cofa” (Gaya Nuño,

1984: 366).

Otra injuria especialmente vejatoria para los musulmanes es “kaleb” [ ]

(Gaya Nuño, 1984: 389), esto es, perro. Recuérdese que en no pocas

tradiciones islámicas se atribuye a los perros la profanación del cadáver del

Profeta.

El “mellah” (Giménez Caballero, 1983: 114) es el patio de las mezquitas en

los que los buenos musulmanes llevan a cabo las obligatorias abluciones

previas a la oración. La “sauía” [ ] (Giménez Caballero, 1983: 94) es un

lugar apartado en el que se levanta una construcción dedicada al retiro piadoso

de algún fiel especialmente devoto. En no pocas ocasiones este tipo de

construcciones se coronaban con una “kubba” [ ] (Giménez Caballero,

1983:104), esto es, una bóveda, palabra que ha pasado al castellano como

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alcoba.

Los cristianos, esto es, los españoles, quedan englobados en la categoría

genérica de “rumíes” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 616), palabra árabe que

significa cristianos y que deriva, lógicamente, de Roma. Indicaremos, sin

embargo, que en el norte de Marruecos el término habitual para designar a

cualquier cristiano hubiera sido el de “nazarí”.

Los españoles, en no pocas ocasiones, son designados como los “castilia”

[ ] (Gaya Nuño, 1984: 366), término arábigo antiquísimo que remite a la

época en la que desaparece en Alcazarquivir el buen rey don Sebastián,

cuando los caballeros portugueses y castellanos se disputaban el control de las

costas del hoy norte de Marruecos.

El término “fusila” (Gaya Nuño, 1984: 424) merece una mención específica.

Esta palabra, al igual que “mujera” (Gaya Nuño, 1984: 549), o “cofa” (Gaya

Nuño, 1984: 366), parece indicar no tanto el femenino como la castellanización

imperfecta de uno de los artículos indeterminados existentes en árabe clásico,

mediante el añadido de una “ta marbuta” [ ].

La fusila se refiere evidentemente tanto al fusil como a la escopeta y a la

espingarda. En las tres narraciones objeto del presente estudio la “ fusila” por

antonomasia es el máuser del ejército español, eficacísima arma de repetición

inventada por el armero Wilheim Mauser, que sigue utilizándose en nuestros

días. De hecho, prueba de su pervivencia, el máuser recibirá posteriormente

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una designación tanto dialectal como clásica específica [ ].

Un adjetivo dialectal que se repite con cierta frecuencia es el de “misiana”,

referido a algo de calidad. Así, podemos ver “cofa misiana” (Gaya Nuño, 1984:

366), “gallina misiana” (Gaya Nuño, 1984: 367) o “mujera misiana” (Gaya Nuño,

1984: 549).

En el capítulo de los nombres, llaman la atención el de “Sidi Míster” (Gaya

Nuño, 1984: 549), curioso híbrido de árabe e inglés, el masculino “Hamido”

(Giménez Caballero, 1983: 157), muy habitual en todo Marruecos, el femenino

“Muna” (Gaya Nuño, 1984: 616) o el de “Ben Yemel” (Gaya Nuño, 1984: 390),

que Gaya Nuño traduce literalmente, y por tanto con no demasiado acierto,

como “el hijo del camello”.

Las expresiones árabes que implican un grado mayor de complejidad son

las siguientes: “halua asel” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 367), es decir, muy

dulce; “ieh kanaatik el kelma diáli” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 468), que podría

traducirse algo así como “te doy mi palabra”; “¿fain maxi?” [ ] (Gaya

Nuño, 1984: 538), en el sentido de “¿lo has comprendido?”; [ ] “ hená,

hená” (Gaya Nuño, 1984: 575), dialectalismo para decir “aquí”; también

utilizado en “Alá hené” (Sender Garcés, 1930: 109), la cuenta desde el número

uno hasta el doce en chelja (Gaya Nuño, 1984: 584), no muy alejada del árabe

clásico; “uálo majanduchi” (Giménez Caballero, 1983: 79), que podría

traducirse como “de acuerdo por completo”; “salamaleks” [ ] (Giménez

Caballero, 1983: 93) “s’alam alicum”( Sender Garcés, 1930: 109), trascripción

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castellanizada en plural del saludo islámico por antonomasia; “alhamdu lilah”

[ ] (Giménez Caballero, 1983: 93), esto es, bendito sea Dios; “m’sa

el jeir, Hamido, ¿la bas alik?” [ ] (Giménez Caballero, 1983: 157),

que podría traducirse como “buenas tardes Hamid: ¿todo bien?”; “marra,

marra”, que se utiliza en el sentido de exhortar a alguien para que haga algo

rápidamente. (Sender Garcés, 1930:196 y 222).

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7.2- RECURSO A ARCAÍSMOS:

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No son poco frecuentes las ocasiones en las que determinados objetos se

citan recurriendo a arcaísmos medievales. Tal es el caso de la jamuga, que

Díaz-Fernández emplea como “jamufa” (Díaz-Fernández, 1998: 117), esto es,

la silla de montar diseñada de tal forma que facilitase lo mejor posible el viaje

de las féminas a lomos de caballerías, cabalgando a mujeriegas. Cabe

recordar, por cierto, que en no pocas provincias españolas sigue utilizándose

este término en la forma recogida por Díaz-Fernández. De esta manera, en la

provincia de Huelva es un vocablo relativamente corriente, como puede

comprobar cualquiera que sea asiduo de las romerías del Rocío o de Santa

Eulalia de Almonaster la Real.

Otro tanto podría indicarse referente a la palabra “alfar”, (Giménez

Caballero, 1983: 98), cuya etimología nos remite a la vajilla arábiga, entendida

como obrador donde el alfarero produce sus piezas. También es el caso del

término “jeique” (Gaya Nuño, 1984: 387), que, aunque no recogido por el

diccionario de la Real Academia Española, es una de las formas arcaicas, y

más próximas del árabe, para el término jeque.

Resulta llamativo el empleo del galicismo, derivado directamente del árabe,

“muslimín” (Giménez Caballero, 1983: 98), en lugar de muslín, resultado

seguramente de la ya mencionada influencia francesa en los años de

Estrasburgo de Giménez Caballero.

Otro galicismo que aparece es el de “muecín” (Giménez Caballero, 1983:

91), que se hace todavía más llamativo tras aparecer a renglón seguido de

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“alminar”, y no de “minarete”, sobre todo cuando el mismo autor emplea

también “almuédano” en otras ocasiones (Giménez Caballero, 1983: 97).

La “jiga” (Giménez Caballero, 1983: 91) es la omnipresente mano de

Fátima, la hija del Profeta, dibujada sobre cualquier muro, puerta o

contraventana, o fabricada en todo tipo de materiales, a modo de eficacísimo

amuleto capaz de desviar el mal de ojo.

La “meherma” (Giménez Caballero, 1983: 141) es esa especie de pañolón

de medidas respetables que las campesinas rifeñas se colocan en forma de

triángulo en la cabeza antes de tocarse con los sombreros de paja trenzada tan

típicos de todo el norte de Marruecos. Suele estar teñido de franjas paralelas

rojas o azules de diferente anchura.

Las “chambras” (Giménez Caballero, 1983: 166) son las chilabas cortas,

que llegan a media pierna, utilizadas a diario por los campesinos marroquíes.

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7.3- RECURSO A COLOQUIALISMOS:

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Sin duda alguna, la obra que recurre con mayor frecuencia a este tipo de

expresiones es la de Sender. De hecho, más que de un simple recurso, en no

pocos casos, el lector tiene la impresión de estar ante la trascripción directa de

un lenguaje específico perteneciente a las clases más populares de la sociedad

española de la época.

Una enumeración completa de todos esos coloquialismos resultaría

excesivamente tediosa, sin aportar en cambio mayores beneficios a esta tesis.

De esta manera, nos limitaremos a indicar tan sólo una pequeña muestra de

los mismos.

Así, podemos recordar las siguientes expresiones: “¡Ahí to cristo

chaquetea!” (Sender Garcés, 1930: 14); “semos nosotros” (Sender Garcés,

1930: 14); “pa vigilar a los cadavres” (Sender Garcés, 1930: 17); “no quié saber

nada” (Sender Garcés, 1930: 18); “Tiés una vena” (Sender Garcés, 1930: 24);

“Está chalao” (Sender Garcés, 1930: 25); “¡Eh, paisa!” (Sender Garcés, 1930:

28); “Zí, claro” (Sender Garcés, 1930: 29); “Este año paice que” (Sender

Garcés, 1930: 43); “Salú no falta” (Sender Garcés, 1930: 44); “Los hospitales

son pa los pijaitos” (Sender Garcés, 1930: 5); “la azúcar da más sed” (Sender

Garcés, 1930: 99).

Mención específica merece la utilización de “muñuelos” (Giménez

Caballero, 1983: 26), coloquialismo empleado todavía hoy con no poca

frecuencia, sobre todo en zonas rurales.

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Vale la pena referirnos, siquiera brevemente, al término “páisa” (Giménez

Caballero, 1983: 24), que carece de raíces árabes. El origen de esta expresión

es castellanísimo, por no decir castizo. Puede tratarse, según piensa quien esto

escribe, de una forma apócope de paisano, término empleado por los quintos

españoles no sólo en África sino en cualquier localidad española donde haya

acuartelamientos y no únicamente en el período de la acción de los relatos que

nos ocupan. El concepto de paisano puede aludir tanto al origen geográfico

común de quienes emplean el término como a la designación habitual del

militar cuando no luce el uniforme reglamentario.

Giménez Caballero apenas recurre a este tipo de expresiones. Así, por

ejemplo, emplea la palabra “extranjis” (Giménez Caballero, 1983: 48) o la

popularísima expresión entre los soldados que en lugar de “cuota” decían

“cota” (Giménez Caballero, 1983: 31). Por su parte, Gaya Nuño lleva a cabo un

esfuerzo digno de mención para reproducir el lenguaje inculto de los soldados.

Siendo innumerables los ejemplos que podríamos traer a colación, nos

limitaremos a indicar, como botón de muestra, los siguientes: “pero mal

comparao”, “igual qu’el bendito” (Gaya Nuño, 1984: 354); “que n’eres hijo’e

cura” (Gaya Nuño, 1984: 359); “desdichao”, “soldaos”, “humanidá” (Gaya Nuño,

1984: 511); “achantar la mui” (Gaya Nuño, 1984: 549).

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7.4.- RECURSO A EXPRESIONES EN OTROS IDIOMAS:

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El recurso a expresiones en otros idiomas, además del chelja, es

relativamente frecuente en las obras de Giménez Caballero y de Gaya Nuño,

siendo mucho más raro en la de Díaz-Fernández y prácticamente inexistentes

en las de Sender y Barea.

Díaz-Fernández recurre, por ejemplo a la expresión “goal-keeper” (Díaz-

Fernández, 1998: 34), seguramente no tanto por emplear un anglicismo como

por la novedad en 1928 del juego del fútbol, introducido unos años antes por

primera vez en España por los británicos de las minas de Río Tinto. También

emplea los términos “dancing” (Díaz-Fernández, 1998: 39), “diletante” (Díaz-

Fernández, 1998: 62), “nurses” (Díaz-Fernández, 1998: 66), “jazz-band” (Díaz-

Fernández, 1998: 70-71), o “cabarets” (Díaz-Fernández, 1998: 82).

En el caso de Giménez Caballero encontramos muchísimas más

expresiones en otros idiomas, sobre todo en francés, llegándose incluso a

conversaciones enteras en esta lengua (Giménez Caballero, 1983: 172-175).

Se refiere a la “tenue”, en el sentido de traje arreglado (Giménez Caballero,

1983: 117). Utiliza la trascripción “rendibú”, por “rendez-vous”, así como “ville

de plaisir” (Giménez Caballero, 1983: 171). De un moro dice que “tenía una

mirada farouche” (Giménez Caballero, 1983: 172). En inglés emplea varias

expresiones, como por ejemplo “high-life” (Giménez Caballero, 1983: 115).

Gaya Nuño recurre a términos como “Intelligence Service” (Gaya Nuño,

1984: 536), “flock” (Gaya Nuño, 1984: 551), “iron” (Gaya Nuño, 1984: 552), “all

right” (Gaya Nuño, 1984: 583), o a expresiones más complejas, como “-Vous

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avez des prisonniers… Quelque jeune homme, plutôt lettré…Pas un paysan de

la Galice ou de la Catalogne… » (Gaya Nuño, 1999: 540).

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8- NARRACIONES FRANCESAS. NARRACIONES DEL ENTORNO DE

LYAUTEY. NARRACIONES DE OPERACIONES SOBRE EL TERRENO:

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Las narraciones francesas sobre la zona del Protectorado en Marruecos,

al faltarles ese elemento fundamental de dramatismo que en el caso de las

españolas aportan unos desastres de la magnitud de las derrotas de 1921 y

1924, no constituyeron, ni mucho menos, una corriente narrativa

individualizada. Tampoco provocaron las reacciones de entusiasmo general

que sobre todo las obras de Sender y de Giménez Caballero despertaron en la

opinión pública española, que encontró en ellas un medio de manifestar su

rechazo, primero a una intervención militar que se le antojaba absurda y, luego,

al régimen político responsable de tamaño desatino.

No obstante existen una serie de narraciones que, ofreciendo un

evidente paralelismo con las que nos han ocupado hasta ahora, aportan

valiosos elementos que completan adecuadamente el estudio de las mismas.

Las obras francesas, surgidas en el entorno del mariscal Lyautey, hacen

de esta figura y de su ingente obra en Marruecos el eje central de las

narraciones. Como no podía ser menos, el atractivo y la importancia de Hubert

Lyautey eclipsan en gran medida las demás figuras que aparecen en las

narraciones.

La situación provocada por el Desastre de Annual, como no podía ser de

otra manera, hizo saltar todas las alarmas de las autoridades francesas en

Marruecos. No sólo se alteraba de golpe el precario equilibrio más o menos

conseguido entre las dos zonas de influencia en Marruecos, sino que de

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repente surgía un nuevo actor internacional que nadie habría esperado. Las

autoridades militares francesas vieron el Desastre como:

Un repliegue de las fuerzas españolas a sus bases en el este y en

oeste, dejando al descubierto nuestro frente norte, es decir, el frente sin

profundidad que discurre al norte de Fez y de Taza. (Catroux, 1952:

162).

Cierto es que, hasta 1924, el mariscal Lyautey no creyó que la situación

fuese excesivamente alarmante, ya que pensaba que las tropas españolas

serían capaces de contener a las de Abdelkrim, sirviendo de parapeto antes de

llegar a la zona francesa. Sin embargo, en noviembre de 1924, la derrota de las

fuerzas españolas vuelve a ser completa, con la toma por parte de rebeldes

rifeños de la ciudad de Xauen y, por tanto, dotándose de la posibilidad de

conseguir que las tribus de esa zona, la Yebala, hasta entonces más o menos

independientes y reacias a aceptar la autoridad de Abdelkrim, se uniesen a la

sublevación general.

Como ya sabemos, Primo de Rivera ordena el repliegue completo a las

ciudades fortaleza, Larache, Ceuta, Tetuán y Melilla, abandonando a las

fuerzas sublevadas todo el resto del territorio. Esta decisión provoca que el

mariscal Lyautey informe al Gobierno francés que “en sustitución del

protectorado español, se ha implantado un frente disidente a las órdenes de un

solo jefe, que es obedecido y respetado.” (Catroux, 1952: 164) Unos días más

tarde informará que:

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Un Estado musulmán procedente del nacionalismo norte africano

tiende a constituirse al norte del Marruecos francés (...) Por efecto de la

derrota española, se ha constituido un Estado rifeño del que Abdelkrim

es el Sultán. Las oraciones en la mezquita se hacen bajo su invocación y

se ha descubierto a sí mismo una genealogía que le legitima. Sus

ambiciones se extienden a todo Marruecos. (Catroux, 1952: 167).

El ataque a la zona francesa se produce en Abril de 1925. Las tribus que

hasta entonces se habían sometido a las autoridades francesas se suman a la

sublevación. A lo largo de los meses siguientes Abdelkrim lleva a cabo

incursiones cada vez más audaces, con el apoyo de numerosas piezas de

artillería tomadas a las fuerzas españolas, con el fin último de tomar Taza y

Fez.

Como es sabido, la imposibilidad de acabar con esta amenaza obliga a

Lyautey a buscar una alianza con las fuerzas españolas para atacar

conjuntamente Axdir, la capital de Abdelkrim, desde el norte, y Kiffane, desde el

sur. Sin embargo, esta alianza con las fuerzas españolas no dará su fruto hasta

mucho más tarde. Entre tanto, las fuerzas de Abdelkrim cercarán Taza. Como

relata el general Catroux, presente en las horas previas al posible abandono de

esta ciudad por las fuerzas francesas, el mariscal Lyautey propuso a sus

colaboradores, en un intento de salvar el resto del Marruecos francés y también

las demás posesiones en África del Norte, “ponerse de acuerdo cuanto antes

con España para reconocer la independencia del Rif.” (Catroux, 1952: 203).

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A la espera de esa decisión conjunta, Lyautey apostó por defender Taza

a cualquier precio, al considerar que esta ciudad era la llave de Argelia y el

último eslabón que necesitaba Abdelkrim para culminar la sumisión definitiva a

su autoridad de todas las tribus del Norte de Marruecos. El general Catroux

afirma que “esta decisión, de la que luego saldrá la victoria, pertenece

únicamente a Lyautey.” (Catroux, 1952: 208).

El mariscal Lyautey abandonará su cargo en Marruecos en Octubre de

1925, dejando paso al futuro mariscal Pétain, quien, recién llegado de Madrid y

Tetuán, donde había fijado de común acuerdo con las autoridades españolas

las futuras líneas de actuación conjunta contra Abdelkrim, asumirá el mando de

las fuerzas francesas en Marruecos (Benoits-Méchin, 1966: 262).

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8.1- NARRACIONES DEL ENTORNO DE LYAUTEY:

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Ya hemos recurrido en las líneas precedentes a la obra del general

Catroux “Lyautey le Marocain”, en la que describe, desde el punto de vista de

uno de los miembros de su Estado Mayor, los principales episodios políticos y

bélicos vividos por Lyautey durante su etapa en Marruecos. El general Catroux

dedica el capítulo VI al análisis de las decisiones de Lyautey frente a las

distintas crisis. El capítulo VII se centra en la figura de Abdelkrim y el capítulo

VIII está dedicado a los resultados de la actividad política y militar del mariscal.

El capítulo IX, aunque no tan directamente relacionado con el tema que nos

interesa, aporta interesantes datos sobre las relaciones entre Lyautey y Pétain,

ocupándose, entre otras, de sus discrepancias sobre las soluciones al

problema del Rif.

Por su parte, Benoist-Méchin publicó su libro, “Lyautey l’Africain ou le

rêve inmolé”, en 1966, presentando al mariscal Lyautey desde una perspectiva

mucho más novelada que la obra precedente. Las descripciones de las

distintas etapas incluyen, además, un marcado tono de relato de aventuras, en

los que el diálogo entre los personajes, recreando situaciones históricas,

desempeña un papel importante.

Por ejemplo, ante un pretendido ultimátum que Abdelkrim habría enviado

en julio de 1921 al general Sylvestre (sic) exigiendo la retirada inmediata de las

tropas españolas, el Comandante General de Melilla dice: “-¡Este hombre está

loco! exclama alzando los hombros. No voy a tomarme en serio las amenazas

de un cadi bereber al que tenía a mi merced hace nada. Su insolencia se

merece una nueva paliza.” (Benoits-Méchin, 1966: 244).

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La descripción del Desastre de Annual, aunque breve, es

eminentemente plástica:

Agazapado en el nido de águilas que le sirve de cuartel general,

Abdelkrim ha esperado la mejor ocasión para caer sobre sus

adversarios. Quince días más tarde, tras las operaciones desarrolladas a

toda prisa, el general Sylvestre ha llegado a Anoual, a cuarenta

kilómetros de Adjdir. Sin embargo, con una ligereza imperdonable, no ha

tomado ninguna precaución para proteger su retaguardia. Abd el-Krim se

ha percatado inmediatamente. El 20 de Julio, tras efectuar con sus

tropas un amplio movimiento envolvente, cae de repente a espaldas del

ejército español. En menos de veinticuatro horas, éste ha sido

aniquilado. El general Sylvestre se suicida en el campo de batalla,

mientras los despojos de su ejército se repliegan hacia Melilla. (Benoits-

Méchin, 1966: 262).

La situación provocada por el Desastre es descrita de la siguiente

manera:

Para los españoles, el desastre de Anoual no tiene parangón.

Para Abd el-Krim es un triunfo. No sólo se ha vengado de la afrenta que

le había infligido el general Sylvestre sino que la derrota española le ha

permitido obtener una enorme cantidad de armas y de municiones.

Además, ha capturado varios miles de prisioneros cuya liberación ha

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negociado con el Gobierno de Madrid previo pago de un rescate de más

de cuatro millones de pesetas. (Benoits-Méchin, 1966: 245).

El diálogo que el mariscal Lyautey mantiene con el Gobierno de París es

significativo:

¿Qué representa exactamente Abd el-Krim? ¿Podríamos llegar a

un acuerdo con él? –De momento no, responde el mariscal que conoce

demasiado el orgullo marroquí como para pensar que Abd el-Krim

aceptaría someterse antes de conocer una derrota militar. Los rifeños

son obstinados, megalómanos y completamente xenófobos. Se están

preparando para cambiar el frente y atacarnos. Han establecido frente a

nuestros puestos todo un sistema de puestos simétricos, dirigidos por

jefes bien escogidos, armados con ametralladoras. Están construyendo

carreteras y tendiendo líneas telegráficas (Benoits-Méchin, 1966: 241).

El periodista y escritor Max Leclerc, un amigo íntimo del mariscal

Lyautey, es autor de una de las narraciones que nos parecen más interesantes.

Estuvo invitado por Lyautey, siendo éste Residente General de Marruecos. De

esta manera, tuvo ocasión de describir tanto la personalidad del mariscal como

gran parte del territorio visitado. Las notas que figuran a continuación, referidas

a su libro publicado en 1927, intentan subrayar unos aspectos que nos parecen

más directamente relacionados con nuestro estudio.

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La narración de Leclerc adopta la forma de un diario de viaje en el que,

antes de cada jornada, se indican cuidadosamente la fecha y el lugar de

partida. Así por ejemplo, el jueves 12 de Mayo de 1921, la comitiva del mariscal

parte de Ouezzan en dirección al frente del Rif:

Hemos salido en siete vehículos de Had-Kourt con el general

Poeymirau, los comandantes Martinet, Blanc, Lefèvre y la casa militar

del mariscal (...) No hay carretera; una simple pista, y aún así. Pasamos

por donde podemos. Alcanzaremos el frente del Rif por el puesto de Aïn-

Defali y desde allí continuaremos a caballo hasta el puesto avanzado de

Teroual, a través de las montañas (Leclerc, 2004: 55).

La situación en la que las tropas francesas plantan cara a los rebeldes

rifeños no es, ni mucho, mejor que la de sus colegas españoles de la otra zona:

“Observo sobre el terreno la durísima vida de estas tropas excelentes cuyos

jefes se enorgullecen de la entrega que llevan a cabo en medio de estas

condiciones tan ingratas.” (Leclerc, 2004: 56).

Las comunicaciones entre Fez y Taza, ya en Mayo de 1921 se veían

cada vez más amenazadas por las fuerzas rebeldes. Max Leclerc relata un

accidentado viaje al que madame Lyautey tiene que enfrentarse en la carretera

entre las dos ciudades: “(...) el conductor ha tenido que detener el auto en

medio de la terrible tormenta. Un rebaño de ovejas ha sido aniquilado en un

instante por el tremendo granizo.” (Leclerc, 2004: 90).

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El domingo 22 de Mayo Max Leclerc llega a Oujda. Ha hecho el viaje

desde Fez en automóvil; unos cuatrocientos kilómetros, de los que la mitad,

poco antes de llegar a Taza, están protegidos por “blockhaus” (blocaos):

Taza domina la ruta bloqueando el paso que une el Marruecos

oriental y el occidental: se alza en la cumbre de un enorme promontorio

rocoso, recuerda a esas ciudades del Mediterráneo levantadas en

tiempos de las incursiones sarracenas a una cierta distancia del mar.

Desde lejos tiene un aspecto imponente (Leclerc, 2004: 94).

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8.2- NARRACIONES DE OPERACIONES SOBRE EL TERRENO:

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Las narraciones de operaciones sobre el terreno no son, en el caso

francés, tan numerosas como en el español. Recordemos, en efecto, las

observaciones de López Barranco sobre este tipo de narraciones en lo que se

refiere la zona española. Señala este autor que entre los años 1921 y 1925,

con un acusado pico en el año 1922, “este tipo de obras se multiplican a ritmo

frenético, en cuanto que a partir de 1926 pueden considerarse casi extinguidas”

(López Barranco, 2006: 340). Es más, en lo que se refiere a los autores de

estas narraciones no noveladas, indica:

Por lo que respecta a los autores, poco hay que decir sobre ellos,

ya que la mayoría no figura en ninguna nómina de literatos. Se trata de

nombres desconocidos: anónimos soldados y militares profesionales sin

más proyección que estas obras, o periodistas con predicamento sólo

dentro de su ámbito. Y aquellos otros que han alcanzado alguna

popularidad se la deben las más de las veces a dedicaciones distintas

de la pluma (López Barranco, 2006: 340).

Dentro de esta categoría, el autor mencionado incluye expresamente la

obra de Eduardo Ortega y Gasset, Annual, publicada en 1922, basada en las

experiencias contadas directamente al periodista por parte de uno de los

supervivientes del Desastre, el soldado Bernabé Nieto. De la misma manera,

López Barranco menciona la obra Igueriben, de Luis Casado y Escudero, único

oficial que logró sobrevivir al ataque a esta posición.

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Por otra parte, la obra De Annual a Monte Arruit y dieciocho meses de

cautiverio, firmada por el teniente coronel Pérez Ortiz, “ha de contarse entre las

más clarificadoras desde un punto de vista denotativo sobre aquellos sucesos.

En ella se aúnan un lúcido y bastante ecuánime relato de la derrota junto a los

padecimientos del cautiverio” (López Barranco, 2006: 342). En la misma línea

figura la obra del sargento Francisco Basallo Memorias del Cautiverio,

publicada sin fecha, aunque pueda ser probablemente de comienzos de 1924,

cuyas informaciones tan presentes se encuentran en la obra de Gaya Nuño.

En un apartado diferente se incluyen las beligerantes, cuando no

belicistas, obras redactadas por otros militares que más tarde, y por motivos

harto conocidos, alcanzarán una fama siniestra. Así, podemos recordar las

obras de Emilio Mola, Francisco Franco o Millán Astray. De hecho, en relación

a este tipo de obras, López Barranco señala:

Sus opiniones transcriben las de un amplio sector del ejército, los

denominados “africanistas”, aquellos oficiales que, según se ha visto en

páginas anteriores, habían hecho su carrera o buena parte de ella, en

las guerras marroquíes. Su valor no se presuponía, ya había quedado

contrastado en múltiples ocasiones, y los largos años de lucha y peligro

habían moldeado en ellos un carácter especial y diferenciado del de sus

colegas peninsulares o de quienes aun habiendo combatido en

Marruecos no compartían sus mismos puntos de vista. Esas ideas, tal y

como las vierte el entonces teniente coronel Mola en su libro, pueden

sintetizarse en una doctrina que postula un belicismo a ultranza: la

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guerra es un azote de la Humanidad, que acabará cuando el hombre

deje de habitar la Tierra. Creo por tal razón un soberano disparate

educar las generaciones en una engañosa teoría pacifista. (López

Barranco, 2006: 347).

Frente a esta relativa riqueza en lo que se refiere a las narraciones de

operaciones sobre el terreno en la zona española, en el caso de la zona

francesa nos encontramos tan sólo con un puñado de obras. Una vez más,

para explicar esta ausencia de narraciones disponibles relativas a la zona

francesa, debemos apuntar las mismas razones que señalábamos en el

epígrafe anterior.

De las narraciones existentes, algunas no pasan de meros apuntes

bélicos trazados a vuelapluma por los propios autores y protagonistas de los

hechos relatados. Al igual que en el caso español, la mayoría de estas obras,

tanto de un punto de vista histórico como literario, no conllevan excesivo

interés. No obstante, al igual que ocurría en el caso español, sí existen una

serie de ejemplos que pueden sernos útiles para completar el presente estudio.

Tal es el caso de dos obras localizadas en la Bibliothèque Nationale du

Prytanée National Militaire, de Francia. La primera es de René Pinon, titulada

“Au Maroc, fin des temps héroïques », publicada en 1935. La segunda, de la

que disponemos de un ejemplar con los sellos de la República Española

pertenecientes al Estado Mayor de la Comandancia General de Larache, fue

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escrita por el capitán Damidaux con el título “Combats au Maroc 1925-1926” y

publicada en 1928.

El relato del capitán Damidaux se inicia señalando que en 1925, entre

los oficiales que iban destinados a Marruecos para luchar contra Abdelkrim, no

había muchos que hubieran combatido fuera de Europa. Es más, muchos de

ellos, demasiado jóvenes, no habían entrado nunca en combate.

En la zona de las montañas del Rif, el armamento poderosísimo del

ejército francés no es efectivo. El enemigo, dice Damidaux, dispone siempre de

un sistema de desfiladeros por los que atacar y escapar a tiempo. La ausencia

de vías de comunicación hace muy difícil el aprovisionamiento de las fuerzas

destacadas.

El relato del capitán Damidaux se completa, además, con una serie de

croquis del terreno de operaciones, elaborados conjuntamente con el teniente

Larbalétrier, jefe de una sección topográfica del ejército (Damidaux, 1928: XV).

Damidaux aporta no pocos detalles del principal tipo de construcción

más habitual en el Rif, sirviendo tanto de abrigo como de defensa. Se trataba

de un simple cubo con espesas paredes de adobe cubierto de una terraza de

tierra batida. Los vanos se limitaban a una puerta y un ventanuco desde el que

hacer fuego hasta agotar las municiones. Los enemigos son muy aguerridos.

Además, en no pocas ocasiones, disponen de granadas y de morteros

(Damidaux, 1928: 3).

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Al igual que ocurría en el relato de Díaz-Fernández, los soldados

franceses han aprendido a desconfiar de los campesinos que, so pretexto de

vender algún producto, se aproximan de los puestos fortificados para facilitar su

inmediato asalto por parte de fuerzas hasta entonces ocultas. (Damidaux,

1928: 4). También como en el caso español, la peor decisión que las tropas

francesas pueden adoptar es la de batirse en retirada: es entonces cuando los

rifeños caen sobre los soldados para aniquilarlos sin piedad, muchas veces

pasando los prisioneros a cuchillo (Damidaux, 1928: 6).

La guerra es sin cuartel. Las fuerzas francesas no distinguen entre

enemigos. Las baterías del 65 y 75 disparan sin cesar contra todo lo que se

mueve, ya sean aldeas o rebaños. (Damidaux, 1928: 8). En cuanto el horizonte

está despejado, las fuerzas se disponen a avanzar, pero, al igual que en el

caso de las tropas españolas, la decisión sobre qué camino tomar es

complicada, por la ausencia de cartografía o por los errores que los mapas

disponibles contienen. (Damidaux, 1928: 18).

El capitán Damidaux describe varias operaciones en diferentes frentes.

Una de las que más nos interesa es la que inicia el 24 de marzo de 1926 el

recién nombrado general Doce, comandante de la 128º división de Ouezzan,

que se concentra en la región de Taza. Se trata de una de las operaciones

conjuntas acordadas con las autoridades españolas, en este caso, con el grupo

denominado de los Beni-Touzine, a las órdenes del general Carrasco.

(Damidaux, 1928: 68).

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El plan acordado es descrito con bastante detalle:

Se ha previsto que dos compañías españolas seguirían a las

tropas del coronel Reynies y empujarán más allá del Dromedario, una

montaña cuyo perfil recordaba la silueta de este animal, mientras que

una columna española llegará a su encuentro pasando al este de Bou

Inoud. Un ataque concomitante se llevará a cabo por las fuerzas

españolas de Azib de Midar, en dirección del Djebel Timegart y de Tlta

d’Azlef. Todos los objetivos deberán ser alcanzados antes de las 4 horas

del 8 de Mayo (...) El 8 de mayo por la noche, la columna del general

Carrasco, que había salido de Souk el Tleta d’Azlef, tras duros

combates, se aproxima del objetivo fijado. (Damidaux, 1928: 71).

La derrota que se infringe a los rebeldes rifeños es especialmente

importante ya que, además de dañar considerablemente su moral, hace que

comprendan que el acuerdo franco-español es definitivo, estableciendo las

primeras bases para operaciones de mucho mayor calado que, ya en 1927,

culminarán con la toma de Axdir, la capital del Rif y la derrota definitiva de

Abdelkrim.

Llegados a este punto, según lo que habíamos anunciado en las

palabras introductorias de esta tesis, nos parece oportuno, buscando un afán

de equilibrio, traer a colación un ejemplo de una de las narraciones de

operaciones sobre el terreno redactada por un oficial español, de tal manera

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que podamos comparar las notas del capitán Damidaux con las de un oficial

español. De esta manera, hemos recurrido al manuscrito del diario del capitán

Luis Vives Brau, cuyo original custodiamos, redactado en el período

comprendido entre el mes de agosto de 1924 y el de noviembre de 1925.

Recordemos, por otra parte, las certeras palabras de López Barranco

cuando al referirse a este tipo de narraciones, aun reconociendo las

limitaciones de que adolece, no duda en reconocer su pertinencia, cuando

afirma:

(…) también dio origen a un buen número de obras ligadas al

directo testimonialismo y sin voluntad fabuladora alguna: un tipo de

narrativa de carácter denotativo compuesta en la mayoría de las

ocasiones por los que combatieron en aquellas tierras o por privilegiados

testigos, corresponsales de prensa las más de las veces, a quienes las

circunstancias profesionales aproximaron a la inmediatez de los sucesos

(López Barranco, 2006: 339).

El manuscrito del capitán Vives se compone de dos cuadernos. El

primero, de puño y letra del capitán Vives, está escrito en un cuaderno de

formato pequeño, un poco a vuela pluma y recoge de manera general las

impresiones, tareas cotidianas y operaciones militares llevadas a cabo. Las

anotaciones se efectúan día a día. En los márgenes, delatando unas lecturas

posteriores, aparecen algunos comentarios de carácter personal, como puedan

ser la desaparición de un compañero, las duras condiciones materiales o la

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falta de algún pertrecho. Se aprecian, asimismo, algunas indicaciones que

aclaran el alcance de tal o cuál situación, dirigidas seguramente a su

ordenanza encargado de pasar a limpio el cuerpo del diario. En el segundo

cuaderno, de un tamaño algo mayor, se transcriben de puño y letra de ese

asistente de quien ignoramos el nombre, en una cuidada caligrafía y en

lenguaje mucho más administrativo y militar que en el caso del primer

cuaderno, las mismas jornadas clasificadas por meses.

El relato se inicia el día 23 de agosto de 1924, cuando el batallón

mandado por el teniente coronel Félix Molina Parcero parte del puerto de

Castellón, a bordo del vapor Tintoré, rumbo a Málaga. El batallón estaba

compuesto por el mencionado jefe, 4 capitanes, 11 subalternos, un capellán, un

armero, un herrador, 5 suboficiales, 21 sargentos, 30 cabos, 5 cornetas, 2

tambores, un educando, 7 soldados de primera, y 564 soldados de segunda.

El batallón permanece unos días en Málaga, asumiendo el mando un

nuevo teniente coronel, Jesús Velasco Echave, El día 2 de septiembre el

batallón se embarca en el vapor Vicente Puchol, rumbo a Larache. Una vez en

tierras marroquíes, el batallón se desplaza por ferrocarril hasta Alcazarquivir.

Más adelante, tras una serie de jornadas a pie, el batallón llega a la zona

de primera línea de fuego, donde quedará instalado, más concretamente en la

zona de Mexerah. Una vez en esta zona, los ataques de las tropas rifeñas se

suceden. El primer ataque al campamento del capitán Vives Brau provoca la

pérdida de 24 soldados. A lo largo del mes, se suceden las salidas para

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proteger las pistas de comunicación y el envío de convoyes, apoyados por

varios automóviles con ametralladoras.

En el mes de octubre se lleva a cabo una revisión del batallón por parte

del general jefe de la zona de Larache, José Riquelme López-Vago. El día 10

de octubre, el batallón es destinado a conducir un convoy a la zona de

Tabaganda, “sosteniendo nutridísimo fuego con el enemigo”. Se consigue

regresar al campamento sufriendo algunas bajas.

Días después, el batallón se traslada a T’Zenin, donde pasa unos días

para después proseguir en dirección a Rokba el Goralb, en cuyo campamento

general queda instalado. De esta manera, el batallón se incorpora a la columna

mandada por el Coronel Manuel González Carrasco, encargado de establecer

las posiciones en la zona de Beni-Redel, “sosteniendo nutrido fuego con el

enemigo y regresando al campamento a las 14 horas, logrado el objetivo”.

El día 16 de octubre, el batallón es encargado de levantar “una tienda

fortificada”, esto es un blocao, “que ocupó el sargento Doba, un cabo y 24

soldados del batallón”. Una vez levantado el blocao, la columna se retira,

siendo atacada a unos cinco kilómetros y sufriendo numerosas bajas. La

relación de bajas y heridos es muy completa. De esta manera, sabemos que el

teniente coronel Jesús Velasco Echave fue herido menos grave, el teniente

Antonio Marco tejedor, grave, el alférez Ildefonso Martínez, menos grave,

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Ante la baja del teniente coronel, asume el mando accidental el

comandante Gabino Otero, consiguiendo llegar al campamento al cabo de unos

días. Las operaciones, fundamentalmente para establecer una línea de

blocaos, prosiguen a lo largo del mes de octubre, en medio de una lluvia

torrencial. El batallón, a lo largo de todo el mes, es hostilizado por el enemigo

durante las horas nocturnas, hasta que el día 31 se decide abandonar las

posiciones, destruyendo “con la artillería propia y las de aviación” las

fortificaciones previamente erigidas con tanto sacrificio.

En el mes de noviembre, a partir del día 6, siempre a las órdenes del

coronel González Carrasco, el batallón mantiene numerosos combates en la

zona de Juma el Tolba, con la intención de levantar el cerco que mantenían los

rifeños sobre la plaza de Maraya. Una vez alcanzado este objetivo, el batallón

regresa a Alcázar. A lo largo de los días siguientes mantienen combates

constantes con el enemigo, sin conseguir establecer las posiciones defensivas

que se habían planificado. A mediados de mes, se consigue por fin establecer

una línea de blocaos. Se señalan ataques feroces durante el proceso de

retirada, hacia el día 24 de noviembre. Durante los últimos días del mismo mes,

la columna se ve forzada a resistir sin avanzar, debido a las grandes lluvias y al

lodazal que se ha formado.

Durante el mes de diciembre, una vez llegada la columna a la posición

de Mexerab, se suspenden las operaciones a la espera de una climatología

menos adversa. Sin embargo, a medida que las posiciones más avanzadas y

las líneas de blocaos van cayendo, el día 8 se hace necesario abandonar

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también la posición mencionada. El día 12, el batallón salió de protección de

carretera hasta el lugar conocido con el nombre de Bosque Sagrado,

sosteniendo combates con el enemigo y resultando heridos varios miembros

del batallón. En la retirada, el enemigo vuelve a atacar el convoy con toda la

impedimenta del batallón y perdiendo la vida uno de los cabos. Al día siguiente

pierden la vida uno de los capitanes y un alférez llamado José García Morato

Cánovas. También se da por desparecido a uno de los cabos. El día 18

consiguen iniciar de nuevo la marcha hacia Alcázar, donde consiguió llegar al

cabo de dos días.

El día 23 de diciembre se recibe una orden telegráfica “del Excelentísimo

Señor General Jefe y Presidente del Directorio Militar” otorgando el mando al

teniente coronel jefe del batallón Luis Pareja. Hacia el día 30 de diciembre, una

vez concluida la reorganización del batallón ante las mermas sufridas, se inicia

una serie de operaciones nuevas tendentes a establecer posiciones defensivas

en la zona de Gueshula y Bufzar, concluyendo el año 1924 en un lugar llamado

Hayera el Zuik.

El día 5 de enero de 1925, el batallón se reincorpora a la columna

González Carrasco hasta que el día 10 de enero forma columna conjunta con

el Tercio, de manera independiente del resto de la columna principal. Las

tareas asignadas, una vez más, consisten en levantar blocaos, esta vez en la

zona de Jemala.

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En el mes de febrero el batallón se encuentra en T’Zenin. Se prosiguen

las fortificaciones de las distintas posiciones defensivas junto con las tareas de

protección y apoyo a las unidades de artillería de montaña. El día 8 de febrero

el batallón se incorpora a la columna que estaba al mando del Comandante de

Regulares de Larache, número 4, Francisco Delgado, para incorporarse unos

días más tarde a la columna al mando del teniente coronel Manuel Romerales,

cuyo objetivo consistía en combatir las fuerzas enemigas que se habían

atrincherado en un lugar denominado Bume el Hedi.

El mes de marzo el batallón forma columna con unas fuerzas de

caballería de la Mehala para recuperar las posiciones de Hama el Maá y

relevar a las guarniciones de la línea defensiva de blocaos, construyendo,

además dos nuevos, que denominan “Tetuán” y “Tercio”. Todas estas

operaciones se llevan a cabo en medio de intensos combates con las fuerzas

enemigas. De una manera más señalada, se hace referencia a las operaciones

necesarias para ocupar y fortificar “la altura denominada Blockau del Viento”,

que luego se llamaría de Santa Bárbara.

Los días 22 y 23 de marzo se dedican a tareas que rompen la

monotonía del combate. Además de mantener las operaciones imprescindibles

para contener a las fuerzas enemigas, el batallón se concentra en las “tareas

de limpieza general de su armamento, equipo y campamento y aseo personal,

con motivo de la visita del Excmo. Sr. Presidente del Directorio Militar Alto

Comisario”, anunciada para el día siguiente. De esta manera, el batallón fue

revistado por “dicha superior autoridad, mereciendo su felicitación por el

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perfecto estado de policía y marcialidad en el desfile, según se hace constar en

la orden de la columna del día 27”.

El mes de abril se inició con las misiones de abastecimiento de

posiciones avanzadas. Al margen de éstas, el batallón se encargó de

acompañar un total de 50 áscaris de la Mehala con el fin de efectuar

emboscadas nocturnas, que se situaron en posiciones estratégicas que

asegurasen el ataque por sorpresa. El batallón se encarga también de erigir

nuevos blocaos en substitución de otros que son desmantelados o destruidos,

y a los que se identifica con el mismo nombre que los desaparecidos:

Navarrete y Handak Hamer. El mes concluye con el encargo de reforzar las

avanzadillas que luego permitirían el establecimiento de los blocaos llamados

del puente número 1 y número 2.

El mes de mayo se inicia para el batallón estando de servicio de

campaña en Alcázar. De nuevo se le encarga la construcción de blocaos, esta

vez sobre el río, que llevarán el nombre de Ulad Alí número 1 y 2. A mediados

de mes, el comandante Otero Gabino se ve obligado a ceder el mando, que es

asumido por uno de los capitanes, Jesús Díaz Miró.

El batallón comienza el mes de junio en Alcazarquivir. El capitán Miró

mantiene el mando de las fuerzas, que se integran en la columna formada por

las tropas del coronel de caballería Leopoldo García que es encargada de

establecer posiciones en Zabaganda y sus inmediaciones. La columna recibe

órdenes de lanzar una ofensiva de reconocimiento así como una “demostración

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ofensiva en el límite de la zona francesa” permaneciendo en esta zona hasta

mediados de mes.

El mes de julio el batallón está de servicio de campaña en Alcazarquivir.

En los primeros días recibe la orden de abastecer la posición de Gorra y las

que se encontraban en sus inmediaciones. A continuación se le asigna la tarea

de incorporarse a las posiciones de primera línea de fuego hasta los primeros

días de agosto. A partir del día 10 de este mes, el batallón se incorpora a las

fuerzas cuya misión consiste en cooperar con las tropas francesas para que

éstas alcancen sus objetivos. El batallón se establece, de esta manera, en la

posición asignada, defendiendo los pasos con una batería de obuses y

entablando combate con el enemigo. El día 12 se menciona que el batallón se

estableció, en tanto que columna de vigilancia, “en lo alto de las lomas

inmediatas a la posición, sosteniendo fuego con el enemigo y regresando al

campamento de Huati donde permanece hasta el 14 que terminadas las

operaciones el batallón regresó a Alcazarquivir donde continúa de servicio de

campaña”. El mes concluye con el cese del comandante Otero López, que es

substituido por el comandante Ernesto Morazo Monge y la recepción de un

telegrama de felicitación remitido por el General en Jefe en relación a la

actuación de la columna en la operación llevada a cabo el 11 de agosto en

colaboración con las fuerzas francesas.

Durante el mes de septiembre, el batallón participa en diferentes

operaciones integrado en la columna del teniente coronel Manuel Quiroga. El

día 6 sale hacia Demma con el fin de efectuar un reconocimiento ofensivo

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sobre Teffer, entablando en esa zona duro combate con el enemigo. A las

pocas semanas, el batallón se repliega sobre Alcazarquivir, para luego llegar,

esta vez en ferrocarril, a Larache, con objetivo de embarcarse. Se efectúa una

parada en Arcila. Desde allí, se dirigieron hacia el blocao “Puente el Hasef”,

con la misión de protegerlo y, caso necesario, “apoyar la retirada de fuerzas de

la Mehala que protegían los trabajos de fortificación”.

El mes de octubre discurre prestando todo tipo de servicios de campaña

en el campamento de Arcila. Se encomendó al batallón proteger el Fortín de la

Torreta. Para ello, se destacaron un sargento, 2 cabos, un tambor, 1 soldado

de primera y 2 de segunda. Otras fuerzas similares fueron adscritas a la

protección de los denominados Fortines números 1, 2 y 3. El resto de las

fuerzas del batallón, a las órdenes del entonces teniente Luis Vives Brau recibe

el encargo de proteger los convoyes de municiones que se dirigían

regularmente a la posición de Zoco el Had.

El mes de noviembre transcurre en el campamento de Arcila prestando

toda clase de servicios de campaña. De esta manera concluye el diario del

capitán Luis Vives Brau, según la transcripción de su ordenanza, que, como ya

ha quedado indicado, coincide con las anotaciones manuscritas de puño y letra

en la libreta personal del citado capitán.

Queda, por tanto, confirmar que tanto la narración del capitán francés

Damidaux, como la del español Luis Vives se refieren efectivamente a las

mismas operaciones, llevadas a cabo unas en zona francesa, otras en zona

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española, y otras más desarrolladas conjuntamente. El estudio, y también

seguramente la casualidad, ha querido juntar al cabo de más de ochenta años

dos textos que de no ser por la presente tesis nunca se habrían puesto en

relación.

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9- NARRACIONES MARROQUÍES. ABDELKRIM MITIFICADO. OTRAS

NARRACIONES:

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Las narraciones marroquíes sobre la guerra del Rif, sobre todo en lo que

se refiere a la figura de Abdelkrim, se caracterizan por una evidente tendencia

a una mitificación que incluye también no pocas dosis de melancolía. Esas

narraciones no son, ni mucho menos, abundantes. Las peculiares estructuras

sobre las que se basa el nacionalismo oficial marroquí, junto con las difíciles

relaciones del Trono con la zona rifeña, sobre todo durante los largos años de

los reinados de Mohamed V y de Hassan II, relegaron la guerra del Rif y su

principal héroe, a un ostracismo oficial del que apenas ha conseguido salir en

contadas ocasiones.

El texto de Germain Ayache demuestra esa tendencia a la mitificación:

En las esferas dirigentes de la época, se apercibieron

rápidamente de la naturaleza y la extensión del peligro, y se adoptaron,

en consecuencia, y sin regatear medios, todas las disposiciones de

auxilio que fueron necesarias, así como se acallaron de un país a otro

todas las divergencias y rivalidades tradicionales. A modo de ejemplo,

podemos señalar el miedo que siguió despertando Abdelkrim incluso

después de su derrota. Mientras que Abdelkader71 tras un período de

detención pudo establecerse y vivir libremente en el corazón del mundo

musulmán, el jefe rifeño fue deportado y mantenido durante veintiún

años en una isla alejada del océano índico. Salvo un precedente ilustre,

nunca un adversario, una vez desarmado, fue objeto de tales rigores ni

de tales precauciones. (Ayyache, 1981: 11).

71 Se refiere, naturalmente, al principal dirigente de la resistencia argelina frente a la ocupación francesa.

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Recordemos una vez más que, en efecto, las victorias de Abdelkrim

sobre las fuerzas españolas, primero, y francesas, después, se vivieron en todo

el mundo árabe, y en general en todas las colonias europeas, con auténtico

entusiasmo. El peligro identificado por las autoridades francesas consistía en

una extensión ilimitada de la rebelión anticolonial. Germain Ayache retrata esta

situación de la siguiente manera:

Era un entusiasmo delirante. De Argelia a Egipto, de la India

hasta China, de Argentina a los Estados Unidos, en cualquier lugar en el

que hubiera un pueblo entero, una minoría nacional o racial, se

reconocía más o menos en la causa de los rifeños, sus victorias militares

increíbles resucitaban las esperanzas decepcionadas de la época

wilsoniana, pero otorgándoles una consistencia completamente nueva.

¿Por qué esperar, suplicando, la dádiva que vendría de arriba, cuando

David, como se creyó hasta el último momento, estaba aterrorizando a

Goliat? (Ayyache, 1981: 11).

La percepción del mundo colonizado del inicio de una nueva era que

permitiera por fin liberarse, gracias únicamente a sus propias fuerzas, del yugo

imperialista, se acentúa no a partir de las primeras derrotas españolas, en

1921, que hubieran podido ser resultado de una serie de azares ajenos a las

fuerzas y a la voluntad de Abdelkrim, sino de 1923.

En efecto, la instauración de la dictadura en Madrid es percibida como

una consecuencia directa de las derrotas sufridas por los españoles en

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Marruecos y, por tanto, como una repercusión inmediata de las hazañas

bélicas de Abdelkrim en el corazón mismo de una de las potencias europeas,

aunque se tratara de una potencia menor, como era España, caracterizada por

una decadencia evidente de sus fuerzas militares.

A partir de la segunda mitad de 1924, con la sucesión de las victorias

impresionantes de Abdelkrim, esta vez también sobre las fuerzas francesas,

que conllevan la destitución de Lyautey y la llegada de Pétain, la rebelión rifeña

se transforma en una imagen mítica con la que todos los pueblos colonizados

se identifican.

Como decíamos anteriormente, esa admiración frente a las hazañas de

los rebeldes rifeños, personificada sobre todo en la figura de Abdelkrim, no se

generaliza sin embargo en el propio Marruecos. Hemos apuntado ya algunas

razones, entre las que destacan las rivalidades irreconciliables entre el Sultán y

Abdelkrim. Germain Ayache es muy claro a este respecto:

Abdelkrim, en efecto, no ha sido profeta en su tierra, pero ha

creado escuela al otro lado del mundo. En los países de Oriente, en

China o en Indochina, donde ya existían comunistas recién formados y

decididos a desempeñar su papel en la revolución universal, la guerra

del Rif representaba un poco lo que para Marx, medio siglo antes, había

supuesto la Comuna de París. (...) Lo que Abdelkrim había demostrado

con su ejemplo, era la potencia insospechada que las poblaciones,

incluso primitivas y sin ejércitos ni estructuras estatales, eran capaces

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de sacudirse la tutela colonial incluso cuando había sido previamente

aceptada por sus viejos jefes nacionales (Ayyache, 1981: 15).

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9.1- ABDELKRIM MITIFICADO:

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Una de las narraciones marroquíes más interesantes es la escrita en

francés por Abdelhak Serhane. En su novela “Les temps noirs”, publicada por

la prestigiosa editorial Seuil, de París, este profesor de literatura francesa de la

Universidad de Lafayette-Luisiana, nacido en 1950, presenta el aspecto más

mítico de la lucha de los rifeños, y de la figura de Abdelkrim que es rescatada

del olvido a medida que se narran las peripecias de los dos protagonistas

adolescentes en un momento histórico difícil para el Protectorado francés,

como fueron los meses inmediatamente anteriores al inicio de la Segunda

Guerra Mundial.

Las inquietudes de los dos protagonistas se alternan entre el respeto de

las restricciones impuestas por una sociedad eminentemente tradicionalista y

las promesas de apertura hacia una vida nueva representada por los valores

que aportan los colonizadores. En medio del torbellino universal que se

avecina, los protagonistas se diluyen entre la magnitud de los acontecimientos

históricos, rescatando antes, eso sí, para la memoria colectiva marroquí, la

figura de un Abdelkrim mitificado.

Tanto es así que Abdelkrim es equiparado a la figura de al-Mahdi al-

Mountadâr, aquel que vendrá algún día no muy lejano para restablecer el buen

orden entre los creyentes y castigar a los infieles. Se trata, de alguna manera,

de una transformación mesiánica del dirigente rifeño que, en una especie de

sebastianismo, volverá para redimir no ya sólo a las tribus del Rif, sino a la

totalidad de Marruecos. En este sentido, podemos por ejemplo señalar el

siguiente párrafo de la obra de Serhane:

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Esta tierra ha sido maltratada por los romanos, los portugueses,

los españoles, los franceses... ¡Ya basta! Al Mahdi Al Mountadâr no

tardará en aparecer. Ese día será un día nefasto para los impíos.

Mañana será otro día. (Serhane, 2002: 44).

Las esperanzas de una pronta liberación del yugo colonial se multiplican

a medida que llegan noticias del curso de la guerra mundial hasta la lejana

aldea donde viven los protagonistas: “Una cosa es segura. Francia ha

sucumbido al asalto de sus enemigos alemanes.” (Serhane, 2002: 51).

No se sabe qué pensar del curso de los acontecimientos. Apenas

se conoce la situación en la que se encuentra su propio país: “He oído

decir que el norte y el sur del país están ocupados por los españoles.

Estamos cercados entre dos fuegos.” (Serhane, 2002: 52).

En la pequeña aldea se reciben las noticias a cuentagotas. Sólo uno de

los habitantes principales dispone de un vetusto aparato receptor de radio, uno

de aquellos T.S.F. de los que ya hemos hablado al referirnos al problema,

veinte años antes, de la ausencia de comunicaciones en la zona española:

Desde el inicio de la guerra, nos habíamos acostumbrado a

reunirnos en casa de unos o de otros para informarnos de la situación.

El viejo receptor TSF de Si Hamza captaba Londres en lengua árabe.

(Serhane, 2002: 66).

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La situación en la aldea se complica cada vez más. La penuria se

extiende a ojos vista. Cada vez es más difícil satisfacer las necesidades más

básicas. Los jóvenes son llamados a filas para luchar en una guerra que no les

concierne. Nadie escapa a la desesperación completa. Las fricciones y peleas

se suceden entre unos y otros. Es entonces cuando surge un nuevo narrador,

un rifeño fuerte y rechoncho, precisamente de la tribu de los Béni Ouriaghel,

(Serhane, 2002: 125)72, que les transmite las primeras informaciones sobre

Abdelkrim:

Voy a deciros a qué se parece un hombre, uno de verdad. Vengo

de las montañas, de la región que llamamos el Rif. Allí nació un

guerrero. Se llama Mohamed ben Abdelkrim Al Khattabi... Escuchad la

historia de la esfinge de Anoual ya que queréis pareceros, cueste lo que

cueste, a hombres de verdad. (Serhane, 2002: 108).

A lo largo de la narración, mientras los protagonistas son enviados a la

metrópoli para servir de carne de cañón, el rifeño les seguirá instruyendo sobre

el mito de Abdelkrim:

Vengo de las montañas del Rif, dijo. Esas montañas áridas que

han dado a luz a los mejores guerreros que ha conocido la historia de

este país. Allí donde el suelo sólo produce piedras y donde el polvo se

eleva en el cielo para formar las nubes en invierno. Veis cómo son de

72 El lector descubrirá posteriormente que se trata, además, de un posible hijo, o tal vez sobrino, del jefe rifeño: “- ¡Gracias, hermano! ¿Cómo te ha llamado Dios? – me llamo Houcine Ben Mohamed Al Khattabi.” (Serhane, 2002:142).

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duras las condiciones en las que vivimos. Un suelo árido, sí, pero cuyos

hombres son tan sólidos como sus piedras y tan decididos como el

destino. (Serhane, 2002: 124).

El narrador rifeño continúa aleccionando a sus jóvenes oyentes que se

impacientan para que les cuente la historia de Abdelkrim y deje de hablarles de

la dureza física del Rif. Sin embargo, es precisamente esa dureza física del

paisaje rifeño el que hace posible que surjan guerreros tan intrépidos:

¿No comprendéis que los hombres son fruto de la naturaleza

donde han nacido? Abdelkrim es un producto del Rif. El hombre y la

naturaleza son inseparables. No podemos evocar al Emir sin hablar del

medio que ha hecho de él lo que ha representado para la historia...

(Serhane, 2002: 125).

De esta manera, el narrador consigue concentrar la atención de sus

oyentes y describe con todo detalle la figura de Abdelkrim. Señala que la

historia de este jefe rebelde se hace una con la de todo su país, Marruecos.

Describe a los españoles como unos hombres rubios y de ojos azules, ávidos

por adueñarse de las riquezas del Rif, que envenenaron al padre del jefe rifeño.

La determinación de vengarse, lanzándose a la lucha sin cuartel, es definitiva:

Abdelkrim sabía que, para lanzar una batalla contra los infieles,

hacía falta una estrategia precisa y muchas armas. Los guerreros rifeños

no tenían jefe y poseían tan solo unos cuantos fusiles viejos. Libre de la

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sombra asfixiante de su padre, Abdelkrim se transforma en un experto

jefe militar y afianza rápidamente su autoridad. Consigue movilizar

guerreros, compra armas y municiones, hace excavar trincheras, rodea

sus posiciones con alambre de espino y minas, aprisiona a los notables

pro españoles (Serhane, 2002: 126).

Para proseguir sus ataques, Abdelkrim necesita sin embargo muchos

más recursos materiales. La solución consistirá precisamente en atacar

frontalmente las principales posiciones españolas:

Extiende su mano en dirección de Anoual y dice: las armas están

muy cerca de nosotros. Están donde los españoles. Iremos allí y las

tomaremos. Los hombres se han quedado estupefactos. Nadie había

pensado en esta solución. La clarividencia y la temeridad de Abdelkrim

han seducido a los guerreros (Serhane, 2002: 126).

Más adelante, el narrador rifeño continúa su relato, detallando los

principales pasos que permitieron a Abdelkrim culminar sus victorias frente a

los españoles y franceses. La toma de la posición de Ouberrane se lleva a

cabo en ausencia del propio Abdelkrim, en un ataque audaz de sus guerreros

que constatan que el grueso de las fuerzas de la guarnición se encuentra de

permiso. Queda abierta, de esta manera, la vía para asaltar Annual. Al mismo

tiempo, el proceso de mitificación se acentúa progresivamente:

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Los guerreros del Rif avanzaban como gigantes, masacrando a

su paso. Dios les protegía con un velo invisible. Y cada hombre ya no

tenía solo dos brazos, sino seis, diez... y al final de cada brazo, un

mosquetón. La batalla de Annoual, la madre de las batallas (Serhane,

2002: 140).

La batalla es descrita como una bella victoria que, sin embargo, se

transforma rápido en una salvaje carnicería. Obnubilados por la magnífica

victoria, los hombres sucumben a una especie de locura asesina: “Uno de los

más grandes generales españoles murió durante esta batalla. España,

humillada una vez más, se encuentra completamente desorientada.” (Serhane,

2002: 140).

La magnitud de la victoria aporta, además, un botín gigantesco a las

fuerzas rifeñas:

Varios centenares de cañones, ametralladoras, miles de fusiles,

un gigantesco stock de obuses y millones de cartuchos, decenas de

automóviles, una red telefónica, camiones, un hospital de campaña,

material de transmisiones y de campamentos, ropas, una cantidad

ingente de víveres (Serhane, 2002: 147).

La toma de Monte Arruit colma la desesperación de las tropas

españolas:

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Tras la masacre de monte Aroui, España está de luto. Su orgullo

se ha derretido como la nieve al sol, en medio del pánico y de la

vergüenza. La vía a Melilla queda abierta a la Esfinge de Anoual que

rodea la ciudad. Los españoles comienzan su evacuación, destruyen

documentos y archivos, queman los depósitos de municiones... El

pánico es completo (Serhane, 2002: 148).

El narrador explica la decisión de Abdelkrim de no tomar Melilla, quien

temía que las masacres de Annual y de Monte Arruit se reprodujesen

multiplicadas hasta cotas dantescas. Las durísimas reacciones internacionales

que provocaría esa situación imponen la prudencia a Abdelkrim, quien, sin

embargo, a la postre consideraría que esta decisión había sido su más grave

equivocación política:

Nuestros mayores dicen que Abdelkrim cometió su error más

grave cuando decidió no tomar Melilla y que después se arrepintió

amargamente. Todo lo que ocurrió después fue consecuencia de ese

error fatal (Serhane, 2002: 156).

Los oyentes se interrogan sobre cómo es posible que ninguno de ellos

haya oído nunca hablar de las epopeyas de Abdelkrim. Es entonces cuando el

narrador rifeño asegura que esa historia es la de todos y cada uno de ellos,

silenciada por los poderosos del mundo entero:

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Nadie tenía interés en que la epopeya del Rif sea conocida. Las

fuerzas coloniales, ayudadas por los Sultanes, querían únicamente

súbditos sumisos a su autoridad. La guerra del Rif podía haberse

extendido a todo Marruecos y transformarse hasta alcanzar otros países,

otros continentes. (...) La guerra del Rif ponía en peligro la legitimidad

del Sultán. (...) Abdelkrim había comprendido cuál era el juego de las

grandes potencias, y por eso tenía embajadores que enviaba con

mensajes para la prensa extranjera y para los hombres influyentes

(Serhane, 2002: 141).

El resto de la historia de las luchas de Abdelkrim, condenadas esta vez

al fracaso por los ingentes medios que Francia y España movilizan en el Rif,

sume a los oyentes en la indignación: “Toneladas de bombas son lanzadas

sobre la región así como cantidades ingentes de gases asfixiantes. La

desproporción de fuerzas es tal que el resultado de la guerra está decidido.”

(Serhane, 2002: 156).

La descripción de la epopeya de Abdelkrim culmina afirmando que no

era un dictador. Las decisiones se tomaban en común por los representantes

de todas las tribus. Rechazaba la teocracia porque estaba convencido que un

Estado sólo puede construirse sobre la modernidad y la democracia:

Era un erudito. Leía periódicos y recibía periodistas del mundo

entero. Su casa estaba abierta a todos y hablaba a la gente sobre la

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situación. Era un jefe que vivía entre los suyos y no aislado de ellos

como los sultanes y los califas. Nuestros mayores nos han enseñado

todo lo que debemos saber de nuestra historia y es por eso que lo

conocemos. Nuestras mujeres siguen entonando el canto de los

guerreros el Rif: de nuestras montañas surge la voz de los hombres

libres. (Serhane, 2002: 157).

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9.2- OTRAS NARRACIONES:

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Sebastián Balfour ha llevado a cabo un interesante ejercicio de

reconstrucción de las versiones orales de la guerra de Marruecos en el que, a

través de numerosas entrevistas realizadas, entre 1998 y 2001, a participantes

de la misma, o a sus familiares directos, ofrece un cuadro bastante realista de

la visión del bando rifeño73. El resultado de estas entrevistas se concentra,

sobre todo, en la descripción de los ataques con armas químicas que las

fuerzas españolas realizaban contra poblaciones civiles, en especial, en los

días en los que se celebraba los mercados.

En una línea parecida, el periodista del diario “El País”, Ignacio

Cembrero, en 2002 realizó un reportaje en el que entrevistaba a varios

supervivientes rifeños de la guerra química. En el artículo (Cembrero, 2002), el

periodista entrevista a Mohammed Faraji, de noventa y un años de edad, en su

aldea cercana a Alhucemas. Este testigo asegura que las bombas con el

veneno (haraj) caían por todos lados. Los habitantes intentaron protegerse

construyendo grutas, en las que se refugiaban junto con el ganado. Otro de los

testigos entrevistados, Hadou El Kayid Omar Massoud74, de 102 años, describe

cómo, una vez ocupados de nuevo los poblados por las fuerzas españolas se

concentraban en eliminar las pruebas de la utilización de ese tipo de armas

prohibidas. Los españoles buscaban los restos de las bombas químicas,

pagando un buen precio por cualquier trozo que los habitantes les entregasen.

73 La lista completa de entrevistados se encuentra en: Balfour, 2002: 579.74 Conviene señalar que los testigos entrevistados por Cembrero fueron identificados previamente por Balfour. Lo que varía es la trascripción de sus nombres. Así, Balfour les llama Mohamed Saleh Faraji y Hadou El Kayid Omar Massaud.

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Por su parte, Zakya Daoud (Daoud, 1999) relata los aspectos más

mediáticos de la figura de Abdelkrim. Aunque su obra se centre sobre todo en

las actividades políticas de Abdelkrim en su etapa cairota, la visión que sobre la

guerra del Rif transmite es elocuente: las victorias rifeñas se dirigían a la

consecución de la liberación completa de todo Marruecos, del que el Rif forma

parte inseparable. España no abandonó su zona única y exclusivamente por

imposición de las Autoridades francesas, que temieron que el ejemplo de

Abdelkrim se extendiese como la pólvora por todas sus colonias africanas y

asiáticas.

El carácter mítico de la lucha del emir Abdelkrim contra la coalición

extranjera se pone de manifiesto cuando Daoud enumera las fuerzas que

fueron precisas para acabar con la revuelta rifeña: cerca de quinientos mil

soldados franceses y españoles, comandados por cuarenta y dos generales,

incluyendo diez escuadrillas aéreas.

La numerosa correspondencia y copias de documentos que el propio

Abdelkrim envía desde su residencia de El Cairo, y que, aunque entran de

manera clandestina en Marruecos, circulan abundantemente por toda la zona

del Rif75, contribuyen al desarrollo del carácter mítico de la lucha rifeña.

Podemos recordar, por ejemplo, la carta abierta de Abdelkrim a las potencias

75 Así lo atestigua, por ejemplo, Mohand Sillam Amezyane, uno de los principales biógrafos de Abdelkrim, quien compartió exilio en El Cairo, según la entrevista que reproduce como anexo de su libro Mustapha Aarab.

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europeas y a la Sociedad de Naciones en Ginebra, fechada el 6 de Septiembre

de 192276.

De esta manera, Abdelkrim señala lo siguiente:

Hoy hacemos un llamamiento a sus sentimientos humanitarios y

les pido que actúen a favor del bienestar de la Humanidad entera

independientemente de toda religión y de toda creencia. Es hora que

Europa, que ha proclamado en el siglo XX su voluntad de defender la

civilización y de elevar la Humanidad, haga que esos nobles principios

pasen del terreno de la teoría al de la práctica.

El objetivo que persigue la rebelión rifeña, “resultado de la opresión y de

los abusos de poder de jóvenes españoles destinados aquí en puestos de

responsabilidad”, consiste en alcanzar los principios de la propia Sociedad de

Naciones. Además:

El Rif ha llevado una existencia libre y sus hombres se sacrifican

actualmente en defensa de su libertad y de su religión. El Rif no se

opone a la civilización moderna; tampoco a los proyectos de reforma ni a

los intercambios comerciales con Europa. El Rif aspira a instaurar un

Gobierno propio.

76 La carta se reproduce íntegramente en la obra de María Rosa de Madariaga “España y el Rif: crónica de una historia casi olvidada”.

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Abdelkrim concluye su carta refiriéndose a los propios testigos

españoles de la guerra del Rif:

Si Europa no está dispuesta a escuchar las lamentaciones del Rif

y si considera que éstas se alejan de la realidad, que la descubra de

boca de los mismos españoles, por todos los que han declarado en su

Parlamento que es necesario retirarse por culpa de su derrota y de los

abusos cometidos por los soldados y por otros elementos, que les han

impedido calmar la indignación y la cólera del Rif.

Para concluir este capítulo, debemos referirnos a las narraciones orales

que en los años setenta recogió Germain Ayyache directamente de labios de

determinados protagonistas y personajes de los acontecimientos narrados. Ya

en aquella época, treinta años antes de que Sebastian Balfour reintentara llevar

a cabo un ejercicio similar, Ayyache reconocía que “pasado casi medio siglo

desde los acontecimientos los testimonios orales directos no pueden ser muy

numerosos” (Ayyache, 1981: 347). Subraya, sin embargo, que de todos los

pequeños relatos que pudo obtener, aunque tan sólo consiguiera establecerse

una narración muy parcial de los hechos, el resultado global pone de manifiesto

la visión que todos los actores compartían sobre los acontecimientos que

vivieron. Únicamente señala como excepciones, esto es, como visiones más o

menos completas de los sucesos de la guerra del Rif, los de un puñado de

personalidades con los que mantuvo conversaciones más o menos detalladas.

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Así, menciona el testimonio de Abdelkrim ben el Haj Ali Loh, con quien

se entrevistó en el mes de Abril de 1970 en Tetuán, donde residía, cuando ya

era octogenario. Se trataba de uno de los emisarios o embajadores rifeños que

durante el conflicto se desplazaron a varias capitales europeas. Más

concretamente, Abdelkrim ben el Haj Ali Loh se desplazó a Londres donde

mantuvo una activa presencia informativa en pro de la causa rifeña. Además,

participó activamente en el frente oeste, jugando un papel militarmente

relevante.

El segundo personaje mencionado es Mohammed Boujibar, cuñado de

Abdelkrim, que en la época de la entrevista con Ayyache, realizada en Mayo de

1972, residía en El-Jadida. Este personaje participó también en la embajada

rifeña en Londres, y, más adelante, en otra específica enviada a París.

Otro de los entrevistados es Mefeddel Benino, de la región de Xauen,

donde se llevó a cabo el encuentro con Ayyache en 1970. Se trataba de un

anciano que inició sus ofensivas contra los españoles como francotirador, esto

es, como “paco”, en el sector occidental. Cuando los rifeños ocuparon ese

sector, especialmente tras la evacuación de Xauen, fue nombrado Pachá de la

ciudad por el propio Abdelkrim.

Una de las entrevistas más interesantes es la realizada a Ahmed Hatimi

cuando tenía ochenta y ocho años, en Mayo de 1972, en su ciudad natal de

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Alhucemas, donde seguía residiendo. Se trataba de un compañero y amigo de

infancia de Abdelkrim. De hecho, fue asistente directo del padre de Abdelkrim,

hasta que falleció éste en 1922, y posteriormente uno de los principales

mandos militares de las fuerzas rifeñas.

De la misma manera, otro de los principales mandos militares del

ejército rifeño era Chaib Afellah, natural de Axdir, donde seguía viviendo

cuando Ayyache le entrevistó en Mayo de 1972. Parece ser que cuando la

guerra se inició, este joven era un simple aparcero, pero el propio Abdelkrim,

observadas las dotes militares de que daba muestras, le encargó papeles cada

vez más importantes dentro del dispositivo militar rifeño.

Otro de los entrevistados fue Caïd Bouhout, residente cerca de Nador y

mucho más que octogenario cuando se entrevista con Ayyache. Lo interesante

de este personaje reside precisamente en que, hasta el inicio de las

operaciones posteriores a Julio de 1921, fue teniente indígena de Regulares.

Se pasó a las filas rifeñas en los primeros momentos del Desastre donde

alcanzó un prestigio militar considerable.

Por último, el postrer personaje que en su día consiguió localizar el

prestigioso profesor Ayyache, fue Mohammed Boudra. Era mucho más joven

que todos los demás que acabamos de citar. Sin embargo, se trataba de un

personaje doblemente interesante, en primer lugar por sus propias vivencias y

en segundo lugar por haber retenido en su memoria las narraciones de otros

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actores directos de los acontecimientos. Como colofón de todos estos

personajes, Ayyache menciona también a Mohammed Hatimi, hermano

pequeño del ya señalado Ahmed Hatimi, quien fue asistente del hermano de

Abdelkrim, M’hammed, al que los españoles denominaban “Pajarito”, y quien

desempeña un papel de primer orden tanto en las estructuras de la República

del Rif como en algunas de las narraciones analizadas con mayor profundidad

a lo largo de esta tesis, como pueda ser Historia del cautivo. Es de señalar, sin

embargo, que a pesar de que Ayyache consiguió encontrarse con Mohammed

Hatimi, éste prefirió no pronunciarse sobre las cuestiones planteadas por el

estudioso marroquí, dejando sin respuesta, tal vez, algunos interrogantes que

una vez resueltos podrían haber resultado de grandísimo interés para aportar

luz, por ejemplo, al asunto de los prisioneros retenidos en Axdir.

No podemos concluir este capítulo sin referirnos a la excelente y

prácticamente exhaustiva bibliografía que sobre el conflicto de Marruecos

reunió y preparó Mustapha Allouh y que fue publicada en el año 2004 por la

Fundación Rey Abdelaziz de Casablanca. En efecto, el estudioso marroquí ha

reunido, además de muchísimas fuentes españolas, otras que, bien por su

lejanía geográfica bien por su idioma, no resultan tan fácilmente alcanzables ni

utilizables por los estudiosos españoles. Aunque la lista reunida por Allouh no

sea completa, como puede apreciarse al comparar la bibliografía utilizada para

la elaboración de esta tesis con la facilitada por el estudioso marroquí, sí

representa una contribución de primer orden para el estudio posterior de la

cuestión.

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En efecto, Mustapha Allouh no se limita sólo a establecer una lista

bibliográfica. Antes bien, establece asimismo una clasificación de la misma

conforme a los diferentes temas tratados. De esta manera, por ejemplo, el

interesado en la literatura no europea sobre la guerra del Rif descubrirá la

existencia de una narración argelina, como es la de Aly el Hammamy, o de

varias marroquíes, como la de Mohamed Bouissef Rekab, publicada en

español bajo el título “El dédalo de Abdelkrim”, la de Ahmed Beroho,

“Abdelkrim, le lion du Rif”, o la que nos ha ocupado de Abdelhak Serhane.

En lo que se refiere a estudios literarios, el esfuerzo de Allouh nos

permite identificar dos aportaciones principales de la órbita marroquí. La

primera es la de Atika el Menzhi, titulada “La bataille d’Annoual: source

d’inspiration littéraire”, publicada por la revista de la facultad de letras de

Tetuán, en 1993, con una extensión de diez páginas, y la segunda es la de

Hassane Yousfi, titulada “La guerre du Rif dans le théâtre Marocain à partir

d’une pièce de Mohamed Meskine”, que fue publicada en 2001, a raíz del

coloquio internacional de la asociación marroquí de literatura general y

comparada, de Meknes, que aunque no haya sido publicada, el lector

interesado puede conseguirla a través de una página de internet.

Aparece, asimismo, un estudio alemán que conviene recordar aunque

sea brevemente. Se trata del de Hubert Lang, publicado en 1997, con el título

traducido al francés de “La représentation de Abd el-Krim dans les Publications,

la littérature et la presse écrite allemande contemporaine”, redactado con

ocasión de un coloquio celebrado en Rabat, en la Facultad de Letras y Ciencias

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Humanas. El estudioso alemán se centra, entre otros temas, en el análisis de la

representación de Abdelkrim por parte de los alemanes de la Legión Extranjera,

la manera en la que se acogieron las memorias de Abdelkrim publicadas en

Alemania y el análisis de diferentes escritos alemanes específicamente sobre la

figura del caudillo rifeño.

En lo que se refiere a estudios franceses sobre la cuestión, Allouh

menciona especialmente las actas de un coloquio internacional celebrado en

Reims en 1983, cuyas actas fueron publicadas bajo el título “La guerre et la

paix dans les lettres françaises, de la guerre du Rif à la guerre d’Espagne, 1925

– 1939”, con una extensión de 287 páginas. El otro estudio que también

menciona es el de Ahmed el Gamoun, cuyo título es “L’image des berbères

dans la littérature coloniale: Víctor Ruíz de Albéniz et François Berger, 1880 –

1921”, que fue publicado en 1999 por la Facultad de Letras y Ciencias

Humanas de Rabat.

______________________

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10- LAS NUEVAS NARRACIONES: DE VÁZQUEZ MONTALBÁN A

LORENZO SILVA:

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Las narraciones de África se extienden y multiplican a lo largo del tiempo

llegando, en algunos casos, prácticamente hasta nuestros días. Ya se

mencionó en su momento oportuno que muchas de estas narraciones, a

nuestro juicio no disponen ni de la calidad literaria necesaria ni del rigor

histórico mínimo como para detenernos en un análisis pormenorizado. Por otra

parte, el listado completo de las mismas aparece en la ya mencionada tesis

doctoral de López Barranco y en su reciente publicación “El Rif en armas”.

Sin embargo, existe toda una serie de obras, aparecidas a partir de los

últimos años de la década del setenta, que reúnen las dos exigencias que

acabamos de mencionar. Sin pretender ser exhaustivos, las obras principales

que, a nuestro juicio, merecen una mención específica son las siguientes: “El

desastre de Annual”, de Fernández de la Reguera y Susana March, “Kábila”, de

Fernando González; “Etxezarra”, de María Charles. Existen también otras

obras, como “Días de luz”, de Eduardo Valero, que tiene, en palabras de Ana

Rueda, “clara influencia de Imán, pero con poca atención al Desastre”. (Rueda,

2005: 192).

La primera de las obras mencionadas se enmarca dentro del significativo

ejercicio narrativo emprendido por sus dos autores para redactar unos

“episodios nacionales contemporáneos”, cuya calidad y mérito varían

enormemente de uno a otro volumen. De hecho, conviene señalar que la propia

bibliografía en la que estos dos autores se han basado se caracteriza por ser la

más cercana al régimen de la época. Así, las dos primeras obras son

precisamente las de los generales Franco y Mola. Hechas por tanto estas

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advertencias, podemos también indicar que la narración escrita conjuntamente

por Fernández de la Reguera y March fue acogida por el público con enorme

interés, como lo demuestra el hecho de que 1968 y 1981 se editasen nueve

ediciones.

La narración se recrea en la descripción de la crueldad inaudita de los

rebeldes rifeños que se ceban cruelmente contra las tropas españolas batidas

en retirada. La cobardía de algunos jefes y oficiales, pocos, contrasta con los

muchos ejemplos de heroísmo extremo que se producen tanto entre la tropa

como entre los jefes y oficiales, para poner de relieve los valores oficiales de un

régimen como el de Franco.

Debemos señalar, no obstante, que la descripción de los diferentes

escenarios del Desastre se lleva a cabo con un innegable rigor histórico y

geográfico, respetando escrupulosamente la cronología de los acontecimientos.

De hecho, los distintos capítulos de la obra llevan por título los nombres de las

principales posiciones: Abarrán, Igueriben, Annual y Monte Arruit.

Por su parte, la narración de María Charles tiene la particularidad de

tratarse de un epistolario entre los miembros de la familia Etxezarra. La

correspondencia, supuestamente encontrada por los descendientes del

principal protagonista, Álvaro Etxezarra, se inicia en 1924 y se prolonga hasta

la segunda guerra mundial.

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La parte del relato que se relaciona más directamente con el presente

estudio es la que se enmarca desde la llegada del protagonista a África, en

1924, hasta el inicio de la guerra civil, cuando este mismo personaje se

encuentra destinado en Melilla.

Tenemos que señalar, una vez más, que el relato se ambienta

adecuadamente respetando tanto las circunstancias geográficas y sociales

como el contexto histórico. A modo de ejemplo, podemos subrayar la

descripción, tal vez demasiado detallada, de un blocao (Charles, 1993: 60). Sin

embargo, en otras ocasiones, el relato parece inspirarse muy de cerca en

relatos precedentes. Así, la anécdota del perro de una de las posiciones

(Charles, 1993: 64 y 73), la definición del “paqueo” (Charles, 1993: 80), o el

papel de las prostitutas, tanto en las posiciones como en la retaguardia

(Charles, 1993: 95 y 101). Tal parece también ser el caso de la descripción de

Millán Astray (Charles, 1993: 64 y 73).

Otras descripciones, como pueda ser el caso de las represalias

violentísimas que los legionarios llevan a cabo contra la población civil, tanto a

título particular como incitados por los mandos, alcanzan un nivel de

originalidad interesante (Charles, 1993: 87).

La novela de Fernando González, “Kábila”, está escrita como si se

tratara del diario de un rifeño. Temporalmente se extiende desde los años

inmediatamente anteriores a las operaciones militares del Desastre hasta la

década de 1960. En la parte de la narración que más nos interesa, el

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protagonista principal, Ahmed, relata desde su propio punto de vista sus

experiencias desde que era apenas un niño, encargado de ocuparse de un

rebaño, hasta su participación en la rebelión rifeña al mando de Abdelkrim.

La obra de Eduardo Valero, “Días de luz”, se inicia con la huida del

protagonista principal, uno de los soldados españoles del Desastre. Esta huida

recuerda poderosamente lo narrado por Sender. De hecho, coinciden en no

pocos elementos, como pueda ser la búsqueda obsesionante de puntos de

referencia, la descripción de las distancias o el acoso del que el soldado

protagonista es víctima por parte de mujeres y niños.

Nos detendremos con más detalle en el caso singular de Lorenzo Silva,

en dos de sus obras, “El nombre de los nuestros” y “Carta blanca”, y en menor

medida en una tercera, “Del Rif al Yebala”. A lo largo de las páginas siguientes

nos ocuparemos de las obras de este autor que parece haber descubierto en el

tema de la guerra de Marruecos una auténtica mina, ya que no del Rif, al

menos narrativa.

El caso de la obra de Manuel Vázquez Montalbán, “Autobiografía del

general Franco”, merece una mención específica. En efecto, esta importante

narración, con un marcado carácter cronológico, se ocupa de la cuestión de

Marruecos de manera detallada en uno de sus capítulos, el titulado “La llamada

de África”. La calidad de la narración, junto con la importancia literaria de su

autor, justifica desde nuestro punto de vista que nos detengamos en una

exposición más detallada de la misma.

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Como no podía ser de otra manera, Vázquez Montalbán narra con no

poco detalle la época africana del joven comandante Francisco Franco. Muy

especialmente se ocupa de la creación de la Legión Extranjera por parte del

“inconmensurable histrión que era Millán Astray” (Vázquez Montalbán, 1992:

114), y de la decisión de éste de encargar a Franco el mando de una de las

tres banderas del Tercio, incluyendo también el pelotón de castigo, donde el

joven oficial tuvo oportunidad de imponer una disciplina, no ya severa, sino

sobre todo desmesurada.

En esta primera etapa de la Legión es cuando se narra el episodio de los

supuestos méritos que justifican, en aquellos años, el inicio del expediente para

la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando que, sin embargo, sólo fue

incoado una vez terminada la guerra civil, cuando el propio Franco era ya Jefe

del Estado y Generalísimo de los ejércitos. Es decir, a pesar de que la petición

fuera formalmente presentada por la Diputación de Madrid en 1939, y el

decreto de concesión firmado por el general Dávila, en realidad Franco se

otorgó esta distinción a sí mismo.

En aquellos primeros años de África, el comandante Franco recuerda

que su fama había sido ganada en parte gracias a los numerosos

corresponsales de guerra. Vázquez Montalbán cita a algunos, como Corrochán,

o Ruíz Gallardón “Tebib Arrumi” (Vázquez Montalbán, 1992: 115).77, y Manuel

77 Sin duda, el hecho de citar a Ruiz Gallardón en lugar de Ruiz de Albéniz, se debe a un simple lapsus, que podría estar motivado, tal vez, por el parentesco de ambos personajes y que Vázquez Montalbán seguramente conocía.

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Aznar. También se refiere a Indalecio Prieto, al que encuadra, como no podía

ser menos, dentro de la categoría de los “periodistas antiespañoles”.

Se menciona a Ernesto Jiménez (sic) Caballero de la manera siguiente:

Uno de los corresponsales más de fiar, eminente escritor

vanguardista que descubrió en las guerras de África el sentido de

España y desde un originalísimo gracejo me comentaba que en mi

primera campaña africana hubo dos grandes vencedores: Sanjurjo, que

empezó a estrellarse demasiado y tuvo ascensos fulgurantes, y yo, que

empecé a enseñar mi buena estrella (Vázquez Montalbán, 1992: 116).

Una anécdota de la brutalidad de las campañas africanas queda

reflejada en un recorte de prensa, del diario “El Sol”, que pocas horas antes de

la boda de Francisco Franco, su futuro suegro enseña a Carmen Polo. El texto

dice así:

Esta mañana la duquesa de la Victoria, madrina de las tropas

africanas recibió de los legionarios una corbeille de rosas encarnadas.

En el centro lucían, con su morena palidez de alabastro, dos cabezas

moras, las más hermosas entre las cabezas de ayer (Vázquez

Montalbán, 1992: 132).

Vázquez Montalbán se refiere con todo detalle a la utilización de

armamento químico contra los poblados indígenas. Menciona al ingeniero

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militar Planell, futuro ministro de industria después de la guerra civil, como

artífice y director de todas estas operaciones, en las que la aviación arroja un

total de cien bombas de cien kilos cada una sobre las poblaciones indefensas.

Menciona asimismo a uno de los aviadores encargados de lanzar estas

bombas químicas, Hidalgo de Cisneros.

La brutalidad de los ataques químicos se justifica en la misma página

cuando el propio Franco relata la ferocidad de los sublevados indígenas,

mientras que, según él, los legionarios no serían más que una fuerza idílica

sabiamente dirigida por el futuro dictador:

A la crueldad implacable y artera del enemigo tuvimos que oponer

decisión y valor, pero la una y el otro serían inútiles sin los dones de la

observación y el análisis, fundamentales en los estrategas militares

completos. Del mismo modo que mi espíritu práctico supo solucionar

problemas de abastecimiento fundamentales para el correcto desarrollo

de la campaña como la organización de una granja entre Camilo y yo,

con el tiempo capaz de autoabastecernos de carne y leche y de cultivar

productos tan sofisticados como el té (Vázquez Montalbán, 1992: 138).

Franco, antes de referirse al Desastre de Annual, define a Abdelkrim

como “el nuevo hombre fuerte de las kábilas, un masón78 izquierdista y

ambicioso que había dado nuevos argumentos ideológicos a las tribus

indígenas en armas.” (Vázquez Montalbán, 1992: 139). La descripción de los

78 El narrador Franco vuelve a definir a Abdelkrim como masón en la página 152: “La masonería estaba en África a uno y otro lado de nuestras trincheras. Abd el-Krim, nuestro más duro y valioso enemigo era masón. Los masones eran apostólicos, pero sabían seleccionar.”

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sucesos que conducen a las tropas españolas a la mayor de las derrotas es la

siguiente:

Silvestre iba a por todo. Vencer a Abd e-Kkrim y llegar a

Alhucemas, enclave fundamental para nuestros propósitos estratégicos

en el flanco oriental. Avanzó hasta Annual, desoyendo los consejos

incluso del comandante Benítez, un valioso oficial al mando de uno de

sus batallones. Benítez, con gran sensatez, le aconsejaba retroceder y

afianzar la retaguardia, pero Silvestre le vino a decir que si tenía miedo

se fuera a retaguardia. Abd el-Krim rodeó con su harca a las tropas

españolas y empezó una auténtica cacería de nuestras tropas. Benítez

aguantó la posición de Annual, pero en condiciones tan desesperadas

que el propio Silvestre se dio cuenta de la catástrofe que se avecinaba y

le envió la orden de sálvese quién pueda. Benítez utilizó el heliógrafo

para contestarle: “Los jefes y oficiales y soldados, merced a la estulticia

de V.E. mueren, pero no se rinden.” Benítez murió defendiendo su

posición y no se supo nunca más del general Silvestre, ni si se suicidó o

murió a manos de sus enemigos. Su cuerpo no apareció y entre los

comentarios de las tropas circulaba como un sarcasmo la bravata de su

telegrama dirigido al rey: “Para el día de Santiago, estaremos en

Alhucemas.” Se dijo que el rey había contestado: “Olé, los valientes”,

pero esa respuesta de Alfonso XIII desapareció, como el cuerpo del

desdichado Silvestre (Vázquez Montalbán, 1992: 141).

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Sobre el asunto de la desaparición del cadáver del general Fernández

Silvestre, una de las crónicas de Indalecio Prieto, la fechada el día 7 de

Septiembre de 1921, aporta una serie de datos interesantes que, aunque

tomados con la prudencia que merecen, resultan llamativos:

Un policía indígena vio caer muerto a Fernández Silvestre entre

un pelotón de treinta o cuarenta soldados, jefes y oficiales. Este policía

fue prisionero. Abd-el-Kim le puso en libertad, y al retornar a su cabila,

pasó deliberadamente por el sitio en que vio caer a Silvestre, y, aunque

desfigurado, con el rostro magulladísimo, pudo reconocer el cadáver del

general, ya en franco período de descomposición (Prieto Tuero, 2001:

23).

El papel que Franco atribuye al general Berenguer después de estos

episodios no es, ni mucho menos, airoso. Así, señala que “Berenguer fue

conservado en el puesto para evitar dar carnaza al enemigo interior y a

nosotros, los del tercio, se nos dio carta blanca79 para actuar como vanguardia

de la totalidad del ejército.” (Vázquez Montalbán, 1992: 142).

El narrador Franco no escatima elogios de su audacia, valor y pericia

para enfrentarse a los rebeldes rifeños. Excluye, sin embargo, cualquier

mención al comportamiento valeroso de Fermín Galán, que le valió la

79 Conviene señalar que “carta blanca” es, precisamente, el título de una de las narraciones de Lorenzo Silva que nos ocuparán más adelante.

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concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a propuesta, según afirma

Vázquez Montalbán, del propio comandante Francisco Franco80.

Sobre Fermín Galán, el narrador Vázquez Montalbán afirma que su

experiencia legionaria le sirvió para abrir los ojos ante la barbarie del poder y el

papel que las oligarquías atribuyen a los cuerpos militares de élite:

El futuro mártir de la república describió en “La barbarie

organizada” el salvajismo desplegado en la Legión durante los combates

y esta vez no era literatura épico-imperial como la de Luis Santamarina,

sino simple descripción de lo que usted omite en su “Diario de una

bandera”; el aprovechamiento de los bajos instintos de los soldados

desarraigados para convertirlos en prototipo de comportamiento bélico y

patriótico. Para Galán, sus caballeros legionarios, general, eran simple

carne de cañón utilizada para una empresa imperialista (Vázquez

Montalbán, 1992: 143).

El narrador Vázquez Montalbán culmina la descripción de la barbarie

generalizada de la actuación militar española en Marruecos citando el abismo

que se estaba creando entre una oficialidad que hacía del lema “Ascenso o

muerte” su ideal vital, y la sociedad española, cada vez más extenuada por los

esfuerzos ingentes que esos oficiales le exigían. Cita, de esta manera, el papel

de denuncia pública de obras como “Imán”, de Sender, “Las aventuras del

80 En realidad, la concesión de la laureada de San Fernando tuvo lugar en 1934, a título póstumo. Fue a petición del propio Fermín Galán y no de Franco. De hecho, algunos autores opinan que, teniendo en cuenta la fecha de la apertura del juicio contradictorio, en 1931, la laureada más que premiar el valor demostrado en las acciones de Akkoba en 1924, pretendía premiar el carácter de mártir de la República tras la sublevación de Jaca. (Martínez de Baños, 2005: 90 y ss).

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caballero don Rogelio de Amaral” o “La familia Gomar”, de Wenceslao

Fernández Flórez. (Vázquez Montalbán, 1992: 157).

Por último, indicaremos que esa barbarie extrema se pone todavía más

de relieve cuando el narrador Vázquez Montalbán, recordando la siniestra

anécdota relatada por el aviador Hidalgo de Cisneros a bordo del “Dédalo”

anclado frente a la bahía de Alhucemas una vez culminadas las operaciones

del desembarco, describe cómo los oficiales contemplan divertidos por medio

de prismáticos cómo son arrojados al mar desde las alturas del Morro Nuevo

los prisioneros rebeldes:

Me dijeron que estaban viendo cómo los legionarios tiraban al

mar, desde lo alto del acantilado, a los moros que habían cogido vivos.

Me prestaron unos gemelos, y, efectivamente, presencié horrorizado la

caída de dos moros dando vueltas, desde una altura de unos cien

metros. (Vázquez Montalbán, 1992: 158).

Para concluir el relato de la brutalidad de la Legión, y del papel del

comandante Franco no sólo en la tolerancia sino también en el desarrollo de la

misma, recordemos que cuando Primo de Rivera visitó Marruecos en 1926 se

horrorizó al descubrir un batallón de la Legión en espera de ser inspeccionado

con cabezas clavadas en las bayonetas. (Preston, 1994: 49).

Cierto es que también Preston coincide con Vázquez Montalbán al

afirmar que Franco, adoptó un tono paternalista en su “Diario de una bandera”,

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olvidando éste y otros episodios igualmente escabrosos. Sin embargo, el

historiador británico afirma:

Cuando Franco estaba en los Regulares, un oficial algo mayor

que él, Gonzalo Queipo de Llano, que no destacaba precisamente por

su sensibilidad, se quedó impresionado ante la imperturbabilidad y la

satisfacción con que presidía la cruel violencia del castigo a las tropas

por faltas menores. (Preston, 1994: 49).81

Por otra parte, en el caso de las obras de Lorenzo Silva, lo primero que

conviene señalar es que se trata, como el propio autor indica en el prólogo de

“El nombre de los nuestros”, de narraciones que no tienen un carácter

meramente ficticio y cuya secuencia de acción se corresponde a grandes

rasgos con los de los acontecimientos reales, añadiendo, eso sí, una serie de

modificaciones que impiden que el relato pueda seguirse enteramente como un

fiel reflejo de lo acaecido. En algunos casos, añade Lorenzo Silva, sólo ha

abreviado o refundido experiencias, mientras que en otros ha recurrido lisa y

llanamente a la invención. El criterio para escoger una u otra posibilidad es

meramente literario. Gran parte del material en el que se ha basado para

construir el relato procede de los recuerdos personales del abuelo del autor,

sargento de Ceriñola, trasmitidos oralmente y conservados con gran celo por el

padre de Lorenzo Silva.

La acción de esta obra se desenvuelve desde unos pocos días antes de

la toma de Abarrán por las tropas españolas hasta prácticamente la

81 Preston cita fuentes de Franco Salgado-Araújo y de Mariano Aguilar Olivencia.

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pacificación definitiva del territorio, en 1927, con la visita de Alfonso XIII a la

bahía de Alhucemas.

Los temas principales, como no podía ser de otra manera, coinciden con

los ya analizados al referirnos en su momento oportuno a las principales

narraciones objeto de esta tesis. Así, el papel desempeñado por los oficiales, la

corrupción generalizada y el afán por los juegos de azar, el problema

irresoluble de las aguadas en las posiciones cercadas por el enemigo, los

personajes que, como los cantineros y las prostitutas, siguen y viven del

ejército, la ausencia obsesiva de la mujer y el mito de las amantes moras, la

brutalidad de los combates, el dramático final que esperaba a los prisioneros, o

la anunciada deserción de las tropas indígenas.

Además, aparecen de nuevo, las mismas descripciones geográficas

para delimitar el territorio escenario de las operaciones, las mismas

expresiones lingüísticas para resaltar el exotismo de lo narrado, presentando al

lector los mismos orígenes de expresiones ya conocidas, como pueda ser la de

los “pacos” o la de las famosas “fusilas”.

Algunas anécdotas narrativas parecen inspiradas directamente en las

páginas de las narraciones estudiadas. Así, por ejemplo, el caso del perro

Canuto (Silva, 2001: 98), recuerda poderosamente la historia narrada por Díaz-

Fernández, referida también a la mascota de uno de los blocaos. También el

apellido de uno de los sargentos, compañero del protagonista Molina, es Páez

(Silva, 2001: 214), al igual que en el libro de Díaz-Fernández.

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En el relato de Lorenzo Silva, algunas licencias históricas no parecen

tener una justificación demasiado clara. Así, por ejemplo, el caso de haber

sustituido el yate “Giralda” por el acorazado “Laya” (Silva, 2001: 40 y ss.) como

buque oficial del Alto Comisario en Marruecos, sobre todo cuando el autor

conoce los relatos de Giménez Caballero y confiesa en los agradecimientos

que ha dedicado varias visitas al Museo Naval de Madrid donde fue

pacientemente atendido, al igual que el autor de esta tesis, por un personal

atento y profundo conocedor de los fondos del museo.

De la misma manera la descripción de la etapa de cautiverio posterior al

Desastre de Annual recuerda poderosamente la narración de Gaya Nuño. Tal

es el caso, por presentar tan sólo un ejemplo llamativo, cuando, al igual que en

“La historia del cautivo”, el sargento Badía recibe el material sanitario de manos

de la Cruz Roja (Silva, 2001: 252), cuando sabemos que la intervención de esta

organización no fue autorizada en ningún momento por las Autoridades

españolas. Otro tanto podríamos señalar respecto de los grilletes (Silva, 2001:

266), con los que los moros de Axdir inmovilizan a este mismo personaje,

también explícitamente mencionados por Gaya Nuño y que, sinceramente, no

creemos que fueran utilizados nunca en la realidad.

El pago del rescate, con las mismas anécdotas de los sacos repletos de

monedas de plata, incluyendo el regateo final sobre el pago suplementario de

los gastos de manutención de los prisioneros, parece un reflejo fiel de lo

narrado por Gaya Nuño. Incluso el destino final de Clemente, el protagonista de

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“Historia del cautivo”, que termina ingresando en un banco de Zaragoza como

celador, se reproduce en el relato de Silva respecto del sargento Badía (Silva,

2001: 270).

Ana Rueda se ha ocupado con cierto detalle de esta narración de Silva,

en relación fundamentalmente con la de Sender. De esta manera, nos recuerda

que el factor temporal de la tesis mantenida por esta autora, permite ver que

Lorenzo Silva es heredero no sólo de Imán, sino también de novelas sobre la

guerra marroquí escritas posteriormente a la Guerra Civil:

(…) como Historia del cautivo (1969) (sic), de Juan Antonio Gaya

Nuño, quien combina el humanitarismo hacia el Otro (el rifeño) y hacia el

pobre campesino o trabajador español enviando a la guerra a otro

Viance reencarnado en la figura de Clemente Garrido Mallén, con una

fuerte denuncia de la política colonialista española y del papel de

Alfonso XIII; o de la famosa Morirás en Chafarinas (1989), de Fernando

Lalana, que cita Larequi, pues también se enfoca en los soldados de

reemplazo y la psicología individual que imprime la guerra. El que Silva

no hay escrito una sino varias obras sobre el tema de la guerra marroquí

en los albores del siglo XXI invita ciertamente a una revisión doble: de la

historia de España y la de su historia literaria (Rueda, 2005: 191).

La segunda obra de Lorenzo Silva es “Carta blanca”. Se trata de una

novela cuya trama discurre a lo largo de un período mucho más amplio,

iniciándose en los años veinte y llegando hasta el inicio de la guerra civil, con la

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toma de Badajoz por las fuerzas sublevadas. La novela se divide en tres

partes. En la primera se narran las peripecias de un legionario llamado Faura

durante los acontecimientos de 1921 en la zona de Zeluán, Segangan y Yebel

Harcha. La segunda parte se desarrolla en Alcira en la primavera de 1932. Por

último, la tercera parte narra los acontecimientos de Badajoz en el verano de

1936 y los intentos desesperados por defender la ciudad, cerrándose el ciclo

narrativo con la muerte del protagonista precisamente a manos de sus antiguos

compañeros legionarios.

Lorenzo Silva se recrea en determinados aspectos especialmente

salvajes de la represión legionaria contra las poblaciones civiles tras el

descubrimiento de los actos atroces que los rebeldes rifeños habían cometido

contra los soldados españoles en las zonas ocupadas. Así, por ejemplo, en

venganza por lo que los moros hicieron en Zeluán, los legionarios llevan a

cabo, con la aquiescencia de sus mandos, batidas privadas contra los aduares

cercanos a sus campamentos: “Quiero saber quiénes se vienen de caza esta

noche conmigo.” (Silva, 2004: 45). El grupo de legionarios, al mando del

sargento Bermejo se lanza en la oscuridad en busca de cualquier habitante al

que puedan sorprender. La aventura concluirá de mala manera, después de

violar a las mujeres y asesinar a una familia completa, incluyendo castraciones

previas, con los propios legionarios sorprendidos por los demás habitantes del

aduar y tratando de escapar a la venganza de los indígenas.

El relato prosigue con las peripecias de los legionarios hasta que por fin

sólo un puñado de los que formaban la expedición de castigo consigue ponerse

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a salvo en el campamento. Esta primera parte concluye con la orden oficial de

arrasar todos los aduares de la zona al considerar los mandos españoles que

sus habitantes eran responsables directos de las matanzas de Zeluán y Monte

Arruit.

El avance de las tropas españolas, sin embargo, no encontrará

obstáculo alguno, ya que las poblaciones han tenido tiempo de huir hacia

zonas más seguras: “ya no encontraron a nadie con quien desquitarse y

hubieron de conformarse con pegar fuego a las casas.” (Silva, 2004: 173).

Precisamente, idéntica situación es descrita por Sender en “Imán”.

Por último, la tercera obra de Silva es la titulada “Del Rif al Yebala; viaje

al sueño y la pesadilla de Marruecos.” En este libro, Lorenzo Silva describe sus

experiencias personales durante un viaje de ocho días por los escenarios

donde se desarrollaron las principales acciones bélicas desde 1921 hasta

1927. El interés de esta obra, aunque más limitado, consiste en la labor de

identificación que el autor lleva a cabo tanto en la zona del Rif como en la de

Yebala, guiándose por los recuerdos personales de su abuelo, las notas en las

que se basó para la redacción de las dos novelas mencionadas, y las lecturas

de varios autores, entre los que destaca Barea, y en menor medida Ruíz de

Albéniz, Indalecio Prieto y Francisco Franco.

Por su parte, López Barranco, en su reciente libro “El Rif en armas”, se

refiere con cierto detalle a las obras de Lorenzo Silva. Cita concretamente, en

tonos laudatorios, las obras “Del Rif al Yebala”, con las siguientes frases.

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El libro cuenta el periplo que el autor realizó por tierras

marroquíes durante el verano de 1997 con el propósito, entre otros

varios, de visitar los lugares donde combatió su abuelo paterno durante

la última campaña militar. Su enfoque combina las impresiones que las

gentes y los lugares van dejando en el viajero con la evocación histórica

que va surgiendo al encontrarse con los escenarios de aquella guerra.

Un repaso in situ de lo allí sucedido desde los preámbulos del desastre

de Annual hasta la pacificación final del Protectorado. Al socaire de los

sucesos y de los lugares la remembranza alcanza también a los

protagonistas de esos episodios y a algunas anécdotas bélicas

puntuales en las que se vio envuelto el ancestro del autor. Las

abundantes alusiones y citas librescas que trufan el texto dan al libro un

aire de esclarecedor viaje cultural hacia la historia próxima, oportuno

ahora que Marruecos está volviendo a filtrarse en la vida española por

bien distintos motivos. Incluso diríase que Silva, como poco antes había

hecho en su novela El nombre de los nuestros y luego ha vuelto a hacer

en la posterior Carta blanca, viene a refrescar la memoria colectiva de la

nación, revistando esos sucesos para quienes ya los conocían y

desvelándoselos a las nuevas generaciones (López Barranco, 2006:

358).

_____________

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11- CONCLUSIONES:

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Podríamos aventurar que el Desastre de Annual y sus consecuencias

más inmediatas son el detonante de una corriente narrativa cuyos autores más

representativos, a nuestro juicio, son los de las cinco obras estudiadas,

Giménez Caballero, Díaz-Fernández, Sender, Barea y Gaya Nuño.

Asimismo, esta corriente se enmarca dentro de una tradición literaria

española mucho más amplia que elige Marruecos como uno de los elementos

principales de su narrativa.

Así, podríamos recordar antecedentes lejanos como Cadalso, “Cartas

marruecas”, Alarcón, “Diario de un testigo de la guerra de África”, o Pérez

Galdós, “Aita Tettauen”, pasando por algunas obras de González Ruano,

“Circe”, o de Fermín Galán, “La barbarie organizada”. Mencionaremos también

toda una serie de obras que podrían englobarse dentro de una categoría

común, belicosa y de mérito muy relativo, como son las de Alfredo Carmona,

“Luna de Tettaouen”, Gregorio Corrochano, “Maktub”, Celedonio Negrillo,

“Yamina”, o de Asenjo Alonso, “Los que fuimos al Tercio”. En otro nivel se

sitúan obras relativamente recientes, como la de Vázquez Montalbán,

“Autobiografía del general Franco”, o las de Lorenzo Silva, “El nombre de los

nuestros”, “Carta blanca” o “Del Rif al Yebala”, sin olvidar tampoco las

meritorias obras “Etxezarra”, de María Charles, “Días de luz”, de Eduardo

Valero y “Kábila”, de Fernando González.

Por otra parte, en un ejercicio de literatura comparada, resulta

interesante explorar las posibilidades que para completar nuestro estudio nos

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ha ofrecido una narrativa de características similares, aunque indudablemente

menor en lo que se refiere tanto a su calidad literaria como a su repercusión

social, surgida a partir de experiencias vitales en la zona del Protectorado

francés. De la misma manera, el estudio de algunas narraciones marroquíes

también ha aportado interesantes datos que completan nuestro trabajo, junto

con el recurso a obras fundamentales de historiadores marroquíes que, a

nuestro juicio, nos permiten incrementar la perspectiva histórica para mejor

enfrentarnos a los episodios de África.

Las obras estudiadas, aun dentro de su evidente disparidad, comparten

toda una serie de elementos narrativos cuyo estudio pormenorizado conlleva

un interés evidente. Así, desde los propios personajes y las complejas

relaciones jerárquicas dentro de la estructura militar hasta el marco de la

sociedad multicultural de la zona del Protectorado.

De la misma manera, se han adelantado una serie de elementos

narrativos cuyo estudio nos ha parecido provechoso. De esta forma, ha

quedado subrayado el papel desempeñado por toda una serie de recursos

como puedan ser los paisajísticos, los colores, olores y sabores, que tan

poderosamente contribuyen a acentuar en el lector la sensación de exotismo

oriental.

Las obras estudiadas también comparten otra serie de recursos

narrativos como son la utilización de coloquialismos, de expresiones en

terceros idiomas y, sobre todo, en chelja. El examen llevado a cabo de estos

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elementos ha puesto de relieve nuevos e interesantes datos que, a nuestro

juicio, no había sido efectuado hasta ahora.

En menor medida, las obras comparten un marcado gusto por la

utilización de imágenes y metáforas sorprendentes, muchas veces

vanguardistas, cuyo análisis ha descubierto interesantes influencias de unos y

otros autores. De hecho, estas influencias se extienden hasta obras

prácticamente contemporáneas, como puedan ser las de Lorenzo Silva.

Las cinco obras aportan muchísima información cuando son estudiadas

como complemento de las fuentes históricas. Tal es el caso de las noticias que

el lector descubre a medida que avanza en su lectura, relativas a la línea de

fortificaciones, a las técnicas militares, a la vida en las ciudades del territorio, o

incluso respecto de los actores políticos y sociales de la época.

En este sentido, hemos visto cómo el estudio de las cinco obras llevado

a cabo desvela interesantes cuestiones históricas que complementan y

enriquecen lo ya publicado sobre el Desastre de Annual y sus consecuencias

más inmediatas. Lógicamente, también resulta de utilidad comparar la

información cartográfica actualmente disponible con la que se deduce de las

distintas narraciones. Por otra parte, si entre tanto se avanzase en la

catalogación de importantes fondos documentales que hasta ahora no han sido

prácticamente objeto de estudio, especialmente los de la Comandancia Militar

de Melilla y el fondo personal del general Fernández Silvestre, la comparación

podría adquirir todavía más relieve.

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Desde una perspectiva estrictamente histórica, la sociedad española, a

partir del mes de julio de 1921, se ve inmersa en una sucesión de episodios

bélicos desastrosos que ocuparán el centro de la vida política, social,

económica y, por su puesto militar, hasta la pacificación del territorio del

Protectorado en Marruecos, en 1927. Se trata, por tanto, de un largo período

en el que Marruecos se transforma en una obsesión para muchos españoles, y,

también, naturalmente, para gran parte de la intelectualidad de la época.

La literatura no podía permanecer al margen de los acontecimientos que

vivía el país. La gigantesca pérdida de vidas humanas, la dilapidación sin límite

de cuantiosísimos recursos económicos, o las implicaciones directas de la

clase política, comenzando por la figura del propio monarca Alfonso XIII y la

creación de una casta belicosa y beligerante, omnipresente entre las filas de la

oficialidad, se refleja en las distintas creaciones narrativas de los años

estudiados. Marruecos, y sus tristes consecuencias, se convierte, de esta

manera, en fuente de inspiración de una corriente narrativa que, aunque supere

el centenar largo de títulos, sus obras más sobresalientes se circunscriben a

las cinco analizadas con mayor detenimiento a lo largo de las páginas de esta

tesis.

Es más, atendiendo a las fechas de publicación de las cinco obras

principales, se aprecia que dos de ellas, las de Giménez Caballero y Díaz-

Fernández, salieron a la luz pública a los pocos años de acaecido el Desastre.

La obra de Sender se publicó en las postrimerías de la monarquía Alfonsina. La

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de Arturo Barea, una vez concluida la guerra civil, en el exilio británico del

autor. La de Gaya Nuño aparece a mediados de la década de los sesenta.

Esta constatación demuestra que la corriente narrativa, representada por

sus mejores obras, se extiende a lo largo de un período de casi cuarenta años.

Es más, otras narraciones igualmente meritorias desde el punto de vista

literario, como las de Vázquez Montalbán o de Lorenzo Silva, aparecen

publicadas en la década de los años noventa del pasado siglo. De esta

manera, podemos afirmar que las narraciones de África posteriores al Desastre

de Annual no son fruto de la novedad reciente de unos acontecimientos

históricos determinados, como bien podría afirmarse respecto de otras

narrativas que reflejan episodios prácticamente contemporáneos, para luego

desaparecer en el olvido más completo, sin haber sido capaces de generar

sucesivas aportaciones que enriquezcan las distintas visiones del episodio

bélico de que se trate. Así, podemos afirmar que las guerras de Marruecos, con

sus éxitos y derrotas anteriores a julio de 1921, como puedan ser las de las

campañas de O’Donnell, o las de 1909, no consiguieron despertar el interés

necesario en los años subsiguientes como para justificar el desarrollo de una

corriente narrativa, limitándose, en el mejor de los casos, a la aparición de unos

pocos títulos posteriores, cuya publicación va espaciándose hasta difuminarse

por completo.

Si, a pesar de sus enormes diferencias, hay algún rasgo que comparten

decididamente las cinco obras principales analizadas a lo largo de la presente

tesis, es su decidida apuesta por un antibelicismo militante. Como hemos

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tenido oportunidad de señalar a lo largo de los distintos capítulos, los cinco

autores comparten no pocos elementos que explican su temprana vocación

que les impulsará hacia una militancia y un compromiso político activo. Uno de

ellos, Giménez Caballero, evolucionará muy pronto hacia el fascismo militante.

Recordemos que, nada más aparecer su narración en 1922, fue encarcelado

por un Gobierno liberal, y puesto en libertad a los pocos meses por el Directorio

militar impuesto por el general Primo de Rivera tras el golpe de Estado. Los

otros cuatro autores también se caracterizan por un fuerte compromiso político.

Ese compromiso llevará a unos a la cárcel, como a Sender, a otros al exilio, al

ya citado, a Díaz-Fernández y a Barea, y al más joven de todo el grupo, Gaya

Nuño, a verse apartado de la enseñanza, ya en la época de la dictadura del

general Francisco Franco, para refugiarse en una especie de exilio interior

compaginando la crítica de arte con la creación literaria.

Las cinco obras se caracterizan también, al contrario de lo que ocurre

con muchas otras de las que nos hemos limitado a enumerar sucintamente en

las primeras páginas de esta tesis, por un conocimiento profundo de la

situación vivida en Marruecos. De la misma manera, también destacan todas

ellas por la minuciosa observación de los lugares, de los accidentes

geográficos, de las poblaciones e, incluso, de las costumbres ancladas en lo

más profundo de la mentalidad colectiva marroquí.

El contexto histórico en el que se enmarcan las narraciones estudiadas

queda reflejado con todo detalle a lo largo de sus páginas. Todas y cada una

de las cinco narraciones principales se elaboran a partir de la experiencia

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personal de los propios autores, cuatro de los cuales prestan su servicio militar

en Marruecos, y el quinto, Gaya Nuño, como resultado de las vivencias

personales durante su primera juventud, con el tema de África omnipresente

tanto en su marco familiar como en el proceso de su formación vital. De esta

manera, el Desastre de Annual es, de alguna forma, el desencadenante y

punto de partida de las narraciones escogidas, que pone de manifiesto la

incapacidad militar, la desidia generalizada, la corrupción extendidísima y la

resignación de la población española desanimada e incapaz de reaccionar

frente a una incapaz clase dirigente. En el caso de las narraciones de Giménez

Caballero, Díaz-Fernández y Sender, el Desastre de Annual supone el punto

de partida narrativo. Una vez sucedido el Desastre, estos autores elaboran sus

relatos basándose en sus propias experiencias adquiridas en la zona de

operaciones. En el caso de Arturo Barea, aunque la narración se redacta

posteriormente a las obras de los tres autores mencionados, sus experiencias

personales son anteriores y contemporáneas de aquel fatídico mes de Julio de

1921. De la misma manera, la parte marroquí de la narración de Gaya Nuño se

inicia en los momentos inmediatamente anteriores al Desastre para extenderse

a lo largo de un período posterior al mismo que se extiende a lo largo de varios

años.

Se ha analizado el contexto geográfico en el que se desenvuelven las

narraciones principales objeto de la presente tesis. Así, se ha puesto de relieve

cuál era el territorio del Alto Comisariado en Marruecos, estudiando las

referencias concretas que en las distintas obras pueden apreciarse. Díaz-

Fernández construye su narración en el marco de la zona occidental,

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intercalando episodios en la zona de operaciones con otros cuyo escenario es

la capital del Protectorado, Tetuán. Otra de las narraciones, la de Arturo Barea,

se refiere fundamentalmente a la zona occidental del Protectorado, en el

espacio geográfico comprendido entre Xauen y Tetuán. Otra de las obras, la de

Giménez Caballero, seguramente la más cosmopolita, se desarrolla en las dos

zonas del Protectorado, la occidental y la oriental, con incursiones a la ciudad

internacional de Tánger y varios viajes a bordo del yate Giralda. Las

narraciones de Sender y de Gaya Nuño, se circunscriben al territorio de la

Comandancia de Melilla.

De la misma manera, se han analizado las referencias geográficas

concretas que aparecen en las obras principales, sobre todo en lo que se

refiere a las distintas cábilas, a los poblados y a las aldeas. En este sentido, se

ha establecido una delimitación geográfica de los territorios aproximados que

cada una de las diferentes tribus ocupaba en la zona oriental del Protectorado.

En este apartado podemos subrayar que Imán, sobre todo en la parte que

narra la huida desesperada de Viance desde la caída de Annual hasta las

calles de Melilla, es la narración que con más detalle expone los accidentes

geográficos y los elementos poblaciones de los territorios que atraviesa el

personaje. También Historia del cautivo es especialmente cuidadosa al

describir con todo detalle los accidentes geográficos, los poblados y, sobre

todo, Axdir, la capital de la República del Rif.

En lo que se refiere a los blocaos y las líneas defensivas españolas,

todas las narraciones exponen una serie de descripciones detalladas. Hemos

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podido comprobar cómo se llevaba a cabo la construcción de uno de estos

blocaos, que llegaban desmontados en piezas, perfectamente ordenados y

numerados para poder erigirlos en el menor tiempo posible. Díaz-Fernández

expone con todo detalle este tipo de operaciones. De la misma manera, Gaya

Nuño describe las posiciones de Annual, y sobre todo, de Monte Arruit. Por su

parte, Sender se recrea en la descripción de la posición “R”, que, como ya fue

oportunamente señalado, encubre en Imán a la de Igueriben. Además, en la

narración senderiana aparece toda la línea de fortificaciones que desde la

mencionada Igueriben, defendía el territorio que va desde Annual hasta Melilla,

pasando por Monte Arruit y Zeluán.

Se ha analizado el papel que dentro de las narraciones representa el

problema de las deficientes comunicaciones. Hemos puesto de relieve la

imposibilidad de comunicar por tierra las dos zonas del Protectorado y, por

tanto, el aislamiento de la Comandancia de Melilla. En este sentido, en algunas

de las obras estudiadas, las comunicaciones entre el Alto Comisario en

Marruecos, Dámaso Berenguer, y el Comandante General de Melilla,

Fernández Silvestre, ya sea reflejando las entrevistas personales entre ambos,

o a través de los mensajes telegráficos, juegan un papel fundamental. Tal es el

caso, por ejemplo, en la de Gaya Nuño, en lo que se refiere a los telegramas, o

la de Giménez Caballero, en lo relativo a las visitas de Berenguer a la plaza de

Melilla. En este mismo sentido, hemos estudiado el caso particular del yate

Giralda como instrumento indispensable de comunicación entre la zona

occidental y oriental del territorio, y de ambos con la Península, transportando

tanto al general Berenguer como a los principales jefes y oficiales del ejército

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en Marruecos. Hemos subrayado el papel desempeñado por el yate Giralda en

la narración de Giménez Caballero y hemos llevado a cabo un estudio

detallado del mismo recurriendo tanto a fuentes escritas como documentales.

Íntimamente relacionado con este mismo problema de las deficientes

comunicaciones, aparece el problema de la ausencia de una cartografía

mínimamente fiable. En diversas ocasiones puestas de relieve en diferentes

capítulos de esta tesis, se ha subrayado que la magnitud del Desastre de

Annual se incrementó hasta alcanzar su terrible extensión debido, en no poca

medida, a la ausencia de una cartografía fiable en la que basar primero la

extensión de las líneas defensivas hasta Annual, y una vez acontecido el

Desastre, para organizar la retirada de los efectivos españoles. En este

sentido, la narración de Sender resulta especialmente ilustrativa. Hemos puesto

de relieve cómo para el fugitivo Viance el tesoro más preciado no es ni siquiera,

cuando desfallece de sed un sorbo de agua, sino una indicación geográfica, un

indicio que pueda servir para orientarle en medio de la interminable planicie en

uno de cuyos extremos se encuentra la ciudad de Melilla. También Arturo

Barea hace mención a este mismo problema. De esta manera, hemos

estudiado el proceso de elaboración fatigosa del mapa provisional del

Protectorado, que nos ha servido para comprender el alcance de la

desesperación no sólo de los soldados españoles, sino también, y en esto

creemos que hemos sido los primeros que llevamos a cabo un ejercicio de esta

índole, de los soldados franceses. Así, hemos recurrido a las notas de un oficial

francés, el capitán Damidaux, para comprender la extensión del problema

cartográfico. En este sentido, las notas y croquis sobre el terreno de otros

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oficiales españoles, como el capitán Vives Brau, cuyo manuscrito custodiamos,

al igual que determinados croquis a mano alzada que sirvieron para la posterior

elaboración del mapa provisional del Protectorado, representan un indiscutible

interés.

En lo que se refiere a los elementos sociales que se reflejan en las

narraciones, nos hemos detenido en el estudio y análisis de la población civil,

con especial mención a la población española, a la musulmana y a la hebrea.

En este sentido, algunas de las obras analizadas presentan detalladamente la

población de las ciudades. Así, en el caso de Melilla, Sender describe con

exactitud el ambiente de la plaza de soberanía en los momentos posteriores al

Desastre. En el caso de Tetuán, tanto Giménez Caballero como Díaz-

Fernández se detienen en descripciones detalladas tanto de los espacios

físicos como del ambiente que se vivía en la capital del Protectorado. Las

descripciones de Arturo Barea de los elementos civiles también ofrecen un

interés evidente. De esta manera, hemos puesto de relieve elementos

importantes en lo que se refiere a determinados personajes que viven

parasitariamente de las tropas españolas, como puedan ser las prostitutas, los

taberneros y los aguadores. En el caso de Barea, aparecen también con toda

su crudeza aquellos civiles que, aprovechándose de la corrupción

generalizada, llevan a cabo sus manejos y enredos para sacar suculenta

tajada. En este sentido, el caso más llamativo de los negocios que fueron

posibles gracias a la corrupción es el de las minas del Rif. Una vez más, es

Arturo Barea el que con más detalle pone de relieve el entramado corrupto que

provocó en la sociedad española la pretendida riqueza inagotable del subsuelo

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marroquí.

Dentro de la misma lógica, hemos podido comprobar que el asunto de

las responsabilidades a raíz del Desastre de Annual, tanto políticas como

militares, desempeña un papel fundamental en algunas de las narraciones.

Hemos profundizado en el examen del expediente Picasso, analizando los

avatares de su elaboración y las consecuencias políticas de la instrucción del

expediente. En el caso de la narración de Giménez Caballero hemos señalado

incluso la descripción física de los legajos que lo formarían, que se iban

amontonando sin cuidado alguno en unas tristes dependencias. Hemos tenido

también ocasión de poner de relieve que la narración de Arturo Barea describe

ese mismo proceso. Por su parte, el relato de Gaya Nuño llega a ser

sarcástico, poniendo en palabras del propio Alfonso XIII una exclamación

despectiva que resume el futuro que espera al esfuerzo llevado a cabo por el

general Picasso. Igualmente, hemos subrayado el desinterés de la clase

política respecto a las responsabilidades recordando la conversación entre

Alcalá-Zamora y Santiago Alba con la que Gaya Nuño concluye su narración.

Hemos dedicado no poco esfuerzo a analizar las informaciones que

sobre los elementos estrictamente militares aparecen en las cinco obras

principales con la intención de extraer cuanta información útil sobre el ejército

colonial se encontrara en sus páginas. De esta manera, hemos obtenido

numerosos datos sobre la oficialidad africanista, cuyos miembros no salen

excesivamente airosos de ninguna de las narraciones. Recordemos, el caso de

los oficiales, además de incompetentes, cobardes que aparecen reflejados en

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Imán, o el retrato que de ellos hace Giménez Caballero. También Gaya Nuño

dedica no pocas páginas a esta oficialidad africanista, entre los que destacan,

lógicamente, los generales Fernández Silvestre y Navarro. En el relato de

Arturo Barea, la oficialidad se caracteriza por ciertos tintes paternalistas,

mientras que en el de Díaz-Fernández, el carácter de algunos de los mandos

principales se caracteriza pura y simplemente por la estupidez completa.

Nos hemos detenido largamente analizando el papel que juega el Tercio

de Extranjeros, estudiando las informaciones que aparecen tanto sobre su

fundador, Millán Astray, como sobre el comandante Francisco Franco y sus

efectivos. Giménez Caballero retrata con certeras pinceladas el carácter

histriónico de Millán Astray. También Sender le hace aparecer como un actor

que se mueve a sus anchas en ese escenario que para él es el frente de

batalla. Hemos visto asimismo cómo muchos de los voluntarios de la Legión

son, en realidad, pobres diablos sin raigambre alguna que, atraídos por una

propaganda efectiva se alistan en el Tercio buscando una salida a sus vidas

carentes de horizonte. En este aspecto, son ilustrativas las descripciones de las

numerosas deserciones que se producen en las filas legionarias, como señalan

los relatos de Barea y Giménez Caballero. Destaquemos también el papel de

complicidad, en unos casos, y de encubrimiento de las deserciones, en otros,

que juegan respectivamente las autoridades francesas frente a las españolas,

cuando se trata de desertores del Tercio, y de éstas frente a las primeras,

cuando los desertores son miembros de la legión extranjera francesa.

Las condiciones en las que la tropa prestaba el servicio militar en

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Marruecos han centrado gran parte de nuestro esfuerzo. De esta manera,

pensamos que ha quedado aclarado que el período de servicio militar era una

auténtica pesadilla. Las narraciones señalan que hasta el Desastre de Annual

la parte más favorecida de la población española escapaba a la obligación de

prestar el servicio militar mediante el pago de la respectiva cuota o tasa. Díaz-

Fernández aclara que él mismo la había pagado. También sabemos que éste

fue el caso de Giménez Caballero y de Sender, no así de Barea.

Las condiciones materiales del servicio, al margen ya de la propia

peligrosidad que representaba el conflicto bélico, hacía que muchos de los

soldados fuesen víctimas de lamentables enfermedades infecciosas. De esta

manera, son numerosas las referencias al rancho infecto, cuando no podrido, al

agua estancada que se veían obligados a beber y a la impericia del personal

sanitario. El patético estado del equipo, incluido el del armamento, es objeto de

referencias continuas en los cinco relatos.

En esas condiciones, el enfrentamiento con unas fuerzas rifeñas

extremadamente ágiles, perfectamente conocedoras del terreno y fuertemente

motivadas, entre otros motivos por la perspectiva de un pillaje suculento, es

muy desigual. No se trata, como bien indican unánimemente los cinco

narradores, del enfrentamiento de un ejército europeo, moderno y eficaz con

unas tribus medievales, sino de la lucha entre miles de desharrapados

españoles y otros tantos miles de rifeños, cada vez más fuertes a medida que

se desmorona el frente defensivo español. Tanto Sender como Barea y Gaya

Nuño hacen menciones explícitas a ese incremento de fuerzas del ejército

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rifeño, que culminará, en el caso de Historia del cautivo, con el aprendizaje del

manejo de la artillería y el hundimiento del acorazado de la armada española

“Juan de Juanes”.

Ni que decir tiene que las referencias al armamento convencional han

sido objeto de una atención particular. Así, desde el mencionado estado

lamentable en el que se encuentra el armamento de los soldados españoles,

incluyendo las municiones, muchas veces caducadas, hasta las piezas

artilleras. El papel que desempeñan los fusiles Remington y Mauser es de

importancia considerable, sobre todo en Imán, en La ruta y en Historia del

cautivo.

Hemos llevado a cabo un estudio detallado del caso específico del

armamento químico empleado durante el conflicto. Las noticias que aparecen

en algunas narraciones, especialmente en Imán, se han completado

recurriendo a fuentes históricas así como al excelente estudio que sobre el

tema aparece en las obras de Paul Preston y de Sebastian Balfour. De la

misma manera, la descripción de los efectos que estas armas provocan en la

población rifeña, e incluso en los propios soldados españoles, según relata

Sender, se han comparado con los que describe con todo detalle Erich María

Remarque en su gran narración sobre la guerra europea de trincheras entre

1914 y 1918. Igualmente, hemos completado estas noticias con toda una serie

de datos referidos al origen del armamento químico español y del papel

desempeñado personalmente por Alfonso XIII en este tenebroso asunto, así

como sobre sus repercusiones incluso hoy en día en la esfera internacional y

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de política nacional.

Una parte considerable de la presente tesis se ha dedicado al análisis de

determinados elementos lingüísticos comunes a las cinco narraciones

principales. Así, se han examinado en detalle las expresiones en shelja, el

dialecto propio de la zona del Protectorado, que aparecen en todas ellas. De

esta manera, se ha establecido un auténtico inventario de las mismas, con

indicación, cuando así ha sido posible, de las raíces correspondientes en árabe

clásico. Mencionaremos que tan sólo una de las narraciones, Imán, llega

incluso a reproducir una palabra en grafía árabe, aunque sea con trazos un

tanto temblorosos y en un contexto, como es el del cartel dentro de un

campamento español anunciando que allí hay un teléfono, totalmente fuera de

lugar.

Otra parte importante del análisis lingüístico efectuado es el que se

refiere a la utilización de arcaísmos, bastante común en las narraciones

estudiadas. De la misma manera, cuatro de ellas recurren a coloquialismos

para resaltar el carácter poco instruido, cuando no analfabeto, de la tropa

española. La de Díaz-Fernández, sin embargo no utiliza este recurso. En lo que

se refiere a las expresiones en otros idiomas, sobre todo en francés e inglés,

hemos comprobado que las cinco narraciones las utilizan con cierta frecuencia.

La de Giménez Caballero, que como ya hemos apuntado, es la más

cosmopolita, es la que con mayor frecuencia y extensión recurre a estas

expresiones.

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En la presente tesis se ha llevado a cabo un esfuerzo considerable para

completar la visión ofrecida por las cinco narraciones principales mediante el

estudio, en un ejercicio de literatura comparada, de algunas narraciones

surgidas en la zona francesa. De una manera muy sintética, podemos resumir

el resultado de este ejercicio asegurando que existen dos clases de

narraciones muy dispares. Unas aparecen en lo que hemos denominado el

entorno de Lyautey, como resultado de la narración llevada a cabo por

personajes más o menos cercanos al célebre mariscal. Otras, sin embargo, son

el resultado de las experiencias militares vividas por los propios autores, como

la narración del capitán Damidaux, que hemos rescatado del olvido. Creemos

que ha sido la primera vez que se ha llevado a cabo este examen comparativo

de las narraciones surgidas en zona española y zona francesa, aportando

valiosos datos comparativos, tanto sobre la visión del conflicto como la del

enemigo común y de las fuerzas de la otra zona.

Es más, en un esfuerzo similar, hemos recurrido también al estudio de

las narraciones de escritores marroquíes sobre el conflicto. Hemos podido

comprobar las discrepancias que sobre el origen y la marcha de los

enfrentamientos existen entre estas narraciones marroquíes, por una parte, y

las españolas y francesas, por otra. De una manera forzosamente sintética

hemos dividido las narraciones marroquíes a las que hemos tenido acceso en

tres grupos, según se refieran a las descripciones de la guerra del Rif, a la

historia del caudillo Abdelkrim, que aparece como una figura mitificada, y otras,

más personales, de carácter incluso oral, que, sin embargo, aportan el

testimonio valiosísimo de individuos que vivieron en sus propias carnes la

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evolución del conflicto, ya sea directamente como combatientes de las harkas

rifeñas, ya como víctimas civiles de los bombardeos, incluidos los llevados a

cabo con armamento químico sobre los zocos y núcleos de población.

Hemos concluido la tesis estudiando determinadas nuevas narraciones

sobre el conflicto que han ido apareciendo a lo largo de los años. De una

manera muy especial se han examinado los textos de Vázquez Montalbán y de

Lorenzo Silva, llegando a la conclusión de que en éstos, al igual que en

muchos otros aparecidos en los cuarenta años posteriores a la publicación de

Historia del cautivo, se reproducen muchos motivos, situaciones, e incluso

personajes que ya aparecían, sea en una o sea en otra, en las narraciones que

nos han ocupado a lo largo de esta tesis.

Por último, recordaremos que para la elaboración de la presente tesis

nos habíamos marcado unos límites cuyo objetivo principal consistía en

contribuir al estudio de las principales narraciones de África aparecidas

después del Desastre de Annual y entendidas a su vez como fuente histórica.

Ha quedado demostrado que nos encontramos ante una corriente narrativa

extensa y valiosa desde el punto de vista de su calidad literaria. También

creemos que ha quedado demostrado que el contenido de las narraciones

analizadas aporta elementos interesantísimos para completar el estudio

histórico de una serie de actuaciones bélicas, políticas y económicas que

desembocaron en una cadena de acontecimientos que se inicia en las derrotas

españolas de 1921, en el establecimiento de la Dictadura de Primo de Rivera,

en las derrotas de 1924, en las campañas conjuntas franco-españolas de 1927,

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en la caída de la monarquía Alfonsina y la instauración de la República, en la

guerra civil y, culmina, en la larga dictadura del general Francisco Franco.

En el caso de haber alcanzado los objetivos fijados al inicio de la tesis,

sin pretender no obstante haber agotado las posibilidades que este tipo de

ejercicio ofrece, se habrán entonces sentado las bases para que ulteriores

investigaciones prosigan por los caminos desbrozados, poniendo de relieve

una vez más la importancia de toda una tradición narrativa que debería ocupar

un puesto de importancia dentro del conjunto de la narrativa española del

pasado siglo.

Para concluir las páginas de la presente tesis, nos permitimos señalar de

una manera muy sucinta las metas que creemos haber alcanzado, con la

esperanza, eso sí, que supongan puntos concretos en el avance del estudio de

la materia que nos ha ocupado a lo largo de estas páginas:

1ª- Hemos demostrado que las cinco narraciones estudiadas son

las más significativas, tanto por su calidad literaria como por el aporte de

elementos históricos que conllevan, dentro de una corriente específica

cuyos orígenes se remontan a las primeras campañas militares

españolas en el norte de Marruecos y cuyos frutos postreros llegan

prácticamente hasta nuestros días;

2ª- Hemos confirmado que las principales obras estudiadas,

incluso cada una de ellas dentro de sus evidentes disparidades,

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comparten toda una serie de elementos narrativos que abarcan desde

los propios personajes y las complejas relaciones jerárquicas de las

estructuras militares hasta el escenario de aquella compleja sociedad

multicultural de la zona del Protectorado. Ha quedado demostrado,

asimismo, cómo los diferentes autores comparten toda una serie de

recursos narrativos como son los paisajísticos o los que se refieren a la

descripción de colores, olores o sabores. De la misma manera,

comparten la utilización de coloquialismos y de expresiones en terceros

idiomas. En menor medida, comparten el gusto por la utilización de

imágenes y de metáforas sorprendentes, muchas veces vanguardistas,

cuya influencia se extiende en el tiempo, llegando hasta obras

prácticamente contemporáneas;

3ª- Hemos demostrado que el principal elemento ideológico que

comparten las obras estudiadas es el que pone de relieve su marcado

carácter antibélico. Las narraciones constituyen una feroz crítica tanto de

los acontecimientos como de sus responsables, ya sean directos o

mediatos. De la misma manera, hemos puesto de relieve el hecho de

que sus autores se caractericen también, aunque sea en bandos

antagónicos, por una decidida militancia política;

4ª- Hemos demostrado que el estudio de las principales obras

analizadas como complemento de las fuentes históricas permite poner

de relieve toda una serie de elementos poco conocidos, como pueden

ser los relativos a las líneas de fortificaciones, a las técnicas militares, a

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la vida en los núcleos urbanos del territorio o, incluso a datos relativos a

los actores políticos y sociales de la época. Hemos señalado cómo las

cinco obras principales se caracterizan por un exhaustivo conocimiento y

una detallada descripción del territorio del Protectorado así como de las

costumbres de sus habitantes. También hemos subrayado el interés de

los elementos e informaciones estrictamente militares que aportan todas

y cada una de las narraciones estudiadas;

5ª- Por último, hemos desbrozado las vías que permiten

completar el estudio de esta corriente narrativa, en un ejercicio de

literatura comparada, recurriendo a la identificación y al estudio de

narraciones relativas a los mismos acontecimientos expuestos desde

perspectivas radicalmente diferentes. En efecto, hemos completado el

estudio de las narraciones españolas recurriendo a narraciones tanto

francesas como marroquíes. Este ejercicio, en el que creemos haber

sido pioneros, nos ha permitido completar la visión de los

acontecimientos y de sus narraciones desde una óptica todavía mucho

más interesante, completando asimismo la identificación de las fuentes

secundarias trayendo a colación las riquísimas contribuciones de

estudiosos franceses y marroquíes.

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12- BIBLIOGRAFIA:

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Otras fuentes:

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- LÓPEZ RIENDA, Rafael (1925). “Bajo el sol africano”. Granada:

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Otros artículos:

- USÓ, Juan Carlos (2005). “Humo guerrero”. Madrid: revista

Cáñamo, número especial 2005, páginas 52-56;

- Sin firma (2001). “Historia de la fábrica de armas químicas de la

Marañosa”. Madrid: www.nodo50.org, 6 pp.;

- Sin firma (2005). “La guerre du Rif aux Cortes”. Rabat:

www.yabiladi.com, 13 Octubre, 2 pp.;

- Sin firma (2005). “José Díaz-Fernández (1898-1941)”. Madrid:

www.antorcha.org, 27 de Octubre, 8 pp;

- Sin firma (2006). “Annual – 1921. Posiciones,

telecomunicaciones, y tropas”. Madrid:

www.geocities.com/annual-1921;

- “Nuevo Mundo”, año XXVIII, julio y agosto de 1921;

- Varios autores (1981) “Historia de las campañas de Marruecos”,

Tomo III. Madrid: Servicio Histórico Militar;

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Elementos Cartográficos:

- "Yebala 3. Mapa provisional en E. 1:50.000";

- "Croquis manual E. 1:50.000, Caminos de herradura entre Dar-

Chani y la pista de Rgaia";

- Mapas a mano alzada de las operaciones francesas;

- Mapas de Gil Ayache;

- Planos de las operaciones del capitán Damidaux;

- Croquis de situación del Capitán Vives Brau.

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