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Felipe Bustillo Medina José María Aguirre Oraa Facultad de Letras y de la Educación Grado en Lengua y Literatura Hispánica 2014-2015 Título Director/es Facultad Titulación Departamento TRABAJO FIN DE GRADO Curso Académico La libertad volitiva y el fundamento de la moral en Schopenhauer Autor/es

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Page 1: La libertad volitiva y el fundamento de la moral en ... · Arthur Schopenhauer, como son la libertad de la voluntad y el fundamento de la moral, recogidas en su obra Los dos problemas

Felipe Bustillo Medina

José María Aguirre Oraa

Facultad de Letras y de la Educación

Grado en Lengua y Literatura Hispánica

2014-2015

Título

Director/es

Facultad

Titulación

Departamento

TRABAJO FIN DE GRADO

Curso Académico

La libertad volitiva y el fundamento de la moral en Schopenhauer

Autor/es

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© El autor© Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2016

publicaciones.unirioja.esE-mail: [email protected]

La libertad volitiva y el fundamento de la moral en Schopenhauer, trabajo fin degrado

de Felipe Bustillo Medina, dirigido por José María Aguirre Oraa (publicado por laUniversidad de La Rioja), se difunde bajo una Licencia

Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden solicitarse a los

titulares del copyright.

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Resumen

En el presente trabajo se examinan dos cuestiones desarrolladas por el filósofo alemán

Arthur Schopenhauer, como son la libertad de la voluntad y el fundamento de la moral,

recogidas en su obra Los dos problemas fundamentales de la ética. Del primer tratado

de dicha obra se extraen conceptos clave de su filosofía tales como voluntad, necesidad

o carácter, que resultan imprescindibles para entender posteriormente su

fundamentación moral y la crítica que realizará a la ética racional de Kant en su

segundo tratado. Asimismo, se exponen los móviles morales y antimorales que llevarán

al filósofo a situar la compasión como el eje central de su filosofía moral.

Palabras clave: ética, voluntad, libertad, compasión, moral, sufrimiento.

Abstract

This study examines two questions posed by the German philosopher Arthur

Schopenhauer, regarding freedom and will, and the basis of morality in his work The

Two Fundamental Problems of Ethics. Schopenhauer’s first treatise draws on key

concepts of his philosophy such as will, necessity, or character. These concepts are

essential for the understanding of Schopenhauer’s basis for morality, as well as his

critique of Kant’s rational ethics in his second treatise. Additionally, Schopenhauer

presents the moral and anti-moral motives that lead him to consider compassion as the

central axis of his moral philosophy.

Key words: ethics, will, freedom, compassion, moral, suffering.

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Índice

1. Introducción, objetivos y metodología ......................................................................... 5

2. Planteamientos fundamentales de la ética de Schopenhauer ........................................ 9

3. Sobre la libertad de la voluntad .................................................................................. 13

3.1. Conceptos básicos ........................................................................................ 13

3.2. Voluntad y autoconciencia ........................................................................... 14

3.3. Voluntad y conciencia externa ..................................................................... 16

3.4. Consideraciones finales ................................................................................ 19

4. Sobre el fundamento de la moral ................................................................................ 21

4.1. Introducción al problema ............................................................................. 21

4.2. Crítica a la fundamentación moral kantiana ................................................ 23

4.2.1. Consideraciones previas ................................................................ 23

4.2.2. Acerca del fundamento ético de Kant ........................................... 24

4.3. Fundamentación de la ética de Schopenhauer ............................................. 27

4.3.1. Observaciones preliminares .......................................................... 27

4.3.2. Móviles morales y antimorales ..................................................... 28

4.3.3. Acerca de las virtudes de justicia y de caridad .............................. 29

5. Conclusión y valoración ............................................................................................. 31

6. Bibliografía ................................................................................................................. 33

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1. Introducción, objetivos y metodología

Desde el momento en el que en mi adolescencia topé por primera vez con el alemán

Friedrich Nietzsche, he sentido una particular atracción por los filósofos cuyas ideas

tratan de escapar al predominio de la razón y conferir valor al individuo y a la noción

que éste posee de su propia existencia. Toda reflexión crítica de la realidad debe

suponer, desde mi punto de vista, la aceptación de que el mundo se encuentra inmerso

en una constante vorágine que no obedece a nuestra interpretación subjetiva, sino que es

inmanente a la propia esencia de las cosas. Tensiones como las existentes entre el dolor

y el placer, el caos y el orden, o el bien y el mal, son las que posibilitan y dan valor a la

vida y al arte, pues resulta difícil atribuir algún valor a lo bello sin tener en

consideración a su opuesto. Mi interés por todas estas cuestiones me hizo descubrir más

tarde a Arthur Schopenhauer (1788—1860), autor cuyas ideas influyeron profundamente

en el pensamiento de Nietzsche y de muchos otros filósofos, artistas y escritores de los

siglos XIX y XX, como fue el caso de, en lo tocante a nuestra literatura, algunas de las

personalidades que componen la nómina de la Generación del 98. No obstante, y como

apuntan Ortega y Mínguez (cf. 2007: 119), Schopenhauer ha distado de ser en todo este

tiempo un filósofo recurrente en las aulas universitarias, y más aún en las de nuestro

país, ya que a menudo el verdadero sentido de su filosofía no ha sido del todo

comprendido; es por ello que, junto al admirable valor literario que poseen sus textos,

he creído oportuno rescatar y exponer, dentro de la brevedad que demanda un trabajo de

estas características, algunas de las ideas que constituyen el pensamiento del alemán, en

particular aquellas que conciernen a su ética, dado que ésta supone el mar al que van a

parar todos los ríos de un sistema en el que constantemente surgen implicaciones

morales. Es por esta razón que no debemos considerar su ética como un breve episodio

más de su filosofía, sino como el total mismo de un pensamiento que tiene como

estandarte el concepto de voluntad, del que hablaré posteriormente. Y es que, como

sostiene López de Santamaría (2007: VII) en su introducción a Los dos problemas

fundamentales de la ética, “la producción específicamente ética de Schopenhauer es

muy exigua en relación con el conjunto de su obra […] Pero la cosa cambia

sustancialmente si nos trasladamos a una consideración cualitativa o de contenido”. 1

1 Rábade (cf. 1995: 206) no se muestra de acuerdo con esta afirmación ya que considera que, antes de atender a criterios cuantitativos, es preciso tener en cuenta la escasa producción a nivel general de

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La relevancia de la temática elegida queda de sobra justificada si atendemos a la enorme

importancia que desde siempre ha supuesto para el hombre la búsqueda de un

fundamento de la moral, de aquellos patrones o ideales de comportamiento a los que

atenerse con el fin de, ya no solo liberarnos de parte del peso que supone nuestra

existencia, sino de hacer algo más favorable la vida a los demás en un mundo como el

actual en el que imperan con frecuencia el más descarado egoísmo e individualismo.

Dicha razón, sumada a la anteriormente mencionada influencia que el idealismo de

Schopenhauer ha ejercido sobre personalidades de nuestra literatura como Miguel de

Unamuno o Pío Baroja en una España que, al igual que la de hoy en día, precisaba de

una fuerte regeneración moral, es la que sitúo como principal impulsora del trabajo que

propongo a continuación.

Por tanto, los objetivos que guiarán el recorrido de esta exposición son, en primer lugar,

el examen de uno de los conceptos clave del pensamiento schopenhaueriano como es el

de la voluntad y su supuesta libertad. Esta cuestión surge a raíz de la pregunta planteada

por la Real Sociedad Noruega de las Ciencias, que dice así: «Num liberum hominum

arbitrium e sui ipsius conscentia demonstrari potest?». 2 La respuesta que ofrece el

filósofo se encuentra en el ensayo titulado Sobre la libertad de la voluntad humana, el

cual fue premiado por la Real Sociedad en 1839. En segundo lugar, abordaré el segundo

de los ensayos de título Sobre el fundamento de la moral que Schopenhauer presenta

con motivo del concurso que convoca la Real Sociedad Danesa de las Ciencias en 1840

con la pregunta: «Philosophiae moralis fons et fundamentum utrum in idea moralitis,

quae immediate conscientia contineatur, et ceteris notionibus fundamentalibus, quae ex

illa prodeant, explicandis quaerenda sunt, an in alio cognoscendi principio?». 3 Ambos

ensayos se hallan en la obra traducida al español por Pilar López de Santa María Los

dos problemas fundamentales de la ética, la cual usaré como guía para este trabajo.

Aunque introduzco brevemente los aspectos fundamentales de su filosofía, mi intención

no es la de ofrecer una completa exposición de su ética — para ello remito al lector al

cuarto y último libro de la obra clave del filósofo El mundo como voluntad y

representación, en el cual encontrará una extensa visión del conjunto—, sino analizar

estos dos ensayos como respuestas a cuestiones éticas (aunque aisladas) de su filosofía, Schopenhauer, además del hecho de que el filósofo no centra algunas de sus obras en un tema concreto, sino que trata varias cuestiones a la vez. 2 «¿Puede demostrarse la libertad de la voluntad humana a partir de la autoconciencia?» 3 «¿Hay que buscar la fuente y fundamento de la [filosofía] moral en una idea de la moral ubicada inmediatamente en la conciencia (o en la conciencia moral) y el análisis de los restantes conceptos morales que surgen de ella, o en otro fundamento cognoscitivo?»

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pero de las cuales se puede extraer todo el jugo del pensamiento del alemán. Ya el

mismo Schopenhauer, en su prólogo a la primera edición de Los dos problemas

fundamentales de la ética, advertía que su filosofía es “como la Tebas de cien puertas:

desde todos lados se puede entrar y a través de todos se puede llegar, por un camino

directo, hasta el punto medio” (Schopenhauer, 2007: 4). Así pues, aunque dicha obra

sea la conductora principal de esta exposición, no pierdo de vista todas aquellas obras

del pensador que contienen cuestiones de carácter ético, como la ya mencionada El

mundo como voluntad y representación (1818/1819), Parerga y Paralipómena (1851) y

algunas otras ediciones extraídas de sus textos, como Ensayos y aforismos,

Eudemonología, El arte de ser feliz o el recopilatorio Metafísica de las costumbres,

elaborado por sus alumnos de la Universidad de Berlín. Al mismo tiempo, dado que el

objetivo no es realizar un mero transvase de las palabras del filósofo, sino llevar a cabo

un análisis crítico de las ideas que trata, haré uso de fuentes secundarias que también

han examinado los fundamentos morales de la obra de Arthur Schopenhauer, para

finalmente y a modo de conclusión aportar mis propias consideraciones al conjunto de

lo expuesto.

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2. Planteamientos fundamentales de la filosofía de Schopenhauer. Perspectiva

general centrada en su ética.

Arthur Schopenhauer4 desarrolla su sistema filosófico a partir de un núcleo metafísico

en el que convergen el resto de sus ideas y cuya mayor expresión y tratamiento se

encuentran en la obra que reescribió una y otra vez a lo largo de su vida: El mundo

como voluntad y representación. Este centro metafísico se basa en la idea de que el

mundo, tal y como lo conocemos, no es más que la objetivación de nuestra voluntad, la

forma en la que pasa de ser una realidad originaria e incognoscible a objetivarse y

aprehenderse por el individuo mediante su representación. “El mundo entero es una

mera representación del sujeto que lo conoce y, por otra parte, todo el universo es la

manifestación de la voluntad primigenia” (López de Santamaría, 2007: VIII). A su vez,

esta voluntad es el motor de todos nuestros actos y el principio sobre el que se

fundamenta la moral del hombre. Dicha voluntad se halla gobernada por el placer o el

dolor, dado que todo acto volitivo encuentra su causa en alguno de estos dos conceptos;

así, cuando el individuo actúa deseando su propio placer como fin último (egoísmo),

decimos que tales actos carecen de validez moral, ya que, según el filósofo, este interés

de bienestar debe ubicarse en otras personas (compasión).

El interés que cobra su sentido ético se basa, como ya hemos dicho, en que se encuentra

cimentado sobre la base de un pensamiento único, el de la voluntad, en el que la

metafísica se entremezcla con la ética. El propio Schopenhauer, en uno de sus escritos

de juventud, confirma estas palabras:

“Entre mis manos, o por mejor decir dentro de mi espíritu, va cobrando cuerpo

una obra, una filosofía donde la ética y la metafísica serán una sola cosa, siendo

así que hasta el momento se las disociaba tan erróneamente como al ser humano

en alma y cuerpo”. 5

La ética de Schopenhauer no comienza, no obstante, llevando a cabo regla moral alguna

o prescribiendo un cierto tipo de comportamiento en las personas, sino que trata de

4 Si bien no creo conveniente exponer aquí la biografía de Schopenhauer, sí puede ser interesante que el lector tenga en cuenta ciertos sucesos acontecidos en la vida del filósofo que influyeron en la configuración de su pensamiento y que podrá encontrar en la acertada obra de Luis Fernando Moreno titulada Schopenhauer: vida del filósofo pesimista (Madrid: Algaba, 2005). 5 (Cf. La carta de Schopenhauer a Goethe del 11.11.1815, en Epistolario de Weimar)

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“explicar y reducir a su fundamento último la muy diversa conducta humana en su

dimensión moral” (Ortega y Mínguez 2007: 117) intentando hallar acciones a las que

podamos dotar de validez moral. Lo que podríamos calificar de “filosofía práctica”

sigue siendo un conocimiento teórico para Schopenhauer, pues a la hora de abordar

dicho conocimiento se actúa siempre desde una posición exclusivamente contemplativa.

El filósofo refuerza estas palabras en el libro cuarto de El mundo como voluntad y

representación mediante un contundente ejemplo: “Aguardar que nuestros sistemas

morales y éticos dieran pie a virtuosos, nobles y santos sería tan descabellado como

pretender que nuestras teorías éticas forjasen poetas, pintores y músicos”

(Schopenhauer, 2013: 494). Pero además de intentar buscar una fundamentación de la

moral, nos invita a hacernos partícipes del sufrimiento de otros con el fin de que

podamos aplacar o remediar dicho sufrimiento, pues el mundo es esencialmente injusto

y toda tentativa de cambio resultaría utópica dado que supondría atentar contra la propia

naturaleza del mundo: la voluntad de vivir empuja a todo ser vivo a un enfrentamiento

eterno con el resto en una lucha por la supervivencia. El dolor que experimenta el

individuo surge de la tensión existente entre sus anhelos y los desasosiegos con los que

le golpeará la vida —aun cuando éste vea saciados sus ansias e intereses,

automáticamente la propia naturaleza volitiva del ser humano le encaminará hacia otros

fines y deseos, perpetuando así su dolor existencial—. ¿Cómo es posible, entonces,

escapar a la interminable condena a la que nos somete nuestra voluntad? La respuesta

del filósofo es que la contemplación estética, el disfrute de aquello que calificamos

como bello, es lo que, al menos momentáneamente, nos liberaría de esa presión de la

voluntad para sumergirnos en un estado de pura embriaguez contemplativa.

Una filosofía existencial como la de Schopenhauer cuya máxima es la experiencia del

dolor no puede cimentar su mirada al mundo desde la racionalidad, pues tanto ésta

como el conocimiento “se fundan sobre aspectos vitales previos a la racionalidad”

(Rábade, 1995: 210). Esto ilustra la creencia del filósofo de que el sufrimiento no es

fruto de la subjetividad, sino que existe bajo unas condiciones objetivas anteriores al

individuo. Sin embargo no es la vertiente teórica y metafísica del mal, sostiene Rábade

(1995: 209), el verdadero problema por el que se origina su filosofía, sino “el problema

vital, sentido y existencial del dolor”. Para Schopenhauer, solamente la experiencia del

dolor, la muerte y la angustia existencial son capaces de conducir al hombre a la

reflexión filosófica. Es por ello que su pensamiento consiste en un constante

recordatorio de que el dolor es inherente a la vida, y por ello no debemos engañarnos

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con componendas que nos hagan mirar a otro lado y olvidar su presencia, ya que

ninguna acción, bien sea individual o colectiva, puede cambiar “la realidad que consiste

en una repetición sin fin de lo siempre igual” (Ortega y Mínguez, 2007; 120). En este

sentido, Schopenhauer califica de inmoral el optimismo ante una vida plagada de dolor,

puesto que dicho optimismo no haría otra cosa sino legitimar el sufrimiento y

proporcionarle una mayor duración; la moral pesimista, por el contrario, cobra validez

al denunciar el dolor y rechazar su justificación.

El último concepto a presentar en esta breve perspectiva general de la ética de

Schopenhauer es el de la negación de la voluntad, vía por la cual asistimos al fin último

propuesto por el filósofo y en el que la voluntad misma, afirma Rábade (1995: 210),

“dado que es libre frente a la determinación de lo fenoménico”, puede negarse para

rechazar así el sufrimiento que conlleva todo impulso volitivo. Pero, ¿cómo es posible

una negación de la voluntad cuando ésta constituye la naturaleza de todo ser viviente?

Según Schopenhauer, negar la voluntad constituiría el camino hacia una nada relativa,

y decimos relativa porque supone renunciar al mundo tal y como lo percibimos con el

fin de abrirnos camino hacia una nueva realidad: no es el sujeto cognoscente el que

desaparece, sino que pasa de querer a no querer. Para él, el mundo no acabaría con

todos los modos del ser, sino que dejaría sitio para lo que calificamos de forma negativa

como la negación de la voluntad de vivir. Podemos hablar, como dice Rábade (1995:

2010), de un “querer de otra manera”, algo que aún dejaría ver aún cierta esperanza en

el amargo pesimismo del autor.

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3. Sobre la libertad de la voluntad humana

3.1. Conceptos básicos

Antes de preguntarnos si la voluntad misma es libre, es preciso hablar de lo que nuestro

filósofo entiende por libertad, así como dar una definición más detallada del concepto

de voluntad. En primer lugar, Schopenhauer considera la libertad como un concepto

negativo, pues es visto como la inexistencia de todo aquello que imposibilita o dificulta.

En función de la clase de dificultad se pueden distinguir tres subdivisiones de libertad:

física, intelectual y moral. Con la primera nos referimos a la ausencia de cualquier clase

de estorbo material que vaya en contra de la voluntad del sujeto; así, hablamos de un

ave libre cuando no está sometida a restricciones que imposibiliten su vuelo, o de un

pueblo libre cuando está regido por las propias leyes que han nacido de la voluntad del

mismo sin habérsele sido impuestas. En segundo lugar tenemos la libertad intelectual,

aquella que permite al hombre ser libre porque sus actos se corresponden con su propia

voluntad, y sólo en aquellos casos en que su capacidad de conocer se ve afectada (como

con la locura o la enajenación, por ejemplo) o factores externos desvirtúan el resultado

de determinados actos volitivos (como aquél que ingiere veneno pensando que es un

medicamento), se verá suprimida dicha libertad intelectual. Por último, la libertad

moral, aquélla que más nos interesa aquí, es la que se encuentra condicionada por

motivos externos que logran influenciar al individuo aun cuando no existan

impedimentos físicos que le limiten. Schopenhauer (2007: 42) alude en este punto a lo

que con frecuencia es el motivo más fuerte que existe, la conservación de la vida, y la

posibilidad de que ésta se vea afectada por el suicidio o el sacrificio por alguien debido

a motivos externos como la depresión o el amor que conducirían a alguien a atentar

contra su propia vida. Tras haber analizado este último tipo de libertad, la cual puede

entrar en conflicto con la voluntad, y dado que normalmente se dice que alguien es libre

en caso de que pueda hacer lo que quiera, cabe preguntarse si es la voluntad misma

libre.

Al dejar clara la idea de que el mundo es la objetivación de la voluntad, la cual no es

fenoménica, sino que es cosa en sí o nóumeno, es decir, existe de manera independiente

a toda forma de representación, se deduce automáticamente que no está sometida al

principio de razón, siendo por lo tanto incognoscible e inabordable por el hombre, de lo

que extraemos a su vez que no posee necesidad alguna y es libre. No obstante, que la

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cosa en sí no pueda ser fruto del conocimiento puede parecer una contradicción ya que,

según Kant, no podemos hablar acerca de aquello que no conocemos, ni siquiera de

manera intuitiva. Pero la crítica que el idealismo alemán hace a Kant es que ya el simple

hecho de hablar sobre nóumeno hace avanzar al hombre en dirección a este

conocimiento, por mucho que sea imposible unificarlo de manera estricta (González,

1999: 362).

Lo que Schopenhauer entiende por libertad de la voluntad es una ausencia de necesidad,

la cual se consigue abstrayendo el concepto de libertad hasta su sentido puramente

empírico, quedando desligado del querer. Con aquello que es necesario nos referimos a

lo que “se sigue de una razón suficiente dada”, es decir, que no es casual y por lo tanto

depende de algún motivo. Si esto es trasladado nuevamente a la voluntad del individuo,

nos ayudará a entender que una voluntad auténticamente libre no depende de la Razón,

sino que es totalmente casual. 6

Por último, antes de adentrarnos en la pregunta que la Real Sociedad formula y a la que

Schopenhauer trata de dar respuesta (¿Puede demostrarse la libertad de la voluntad

humana a partir de la autoconciencia?), debemos definir qué entiende Schopenhauer

por este último concepto de autoconciencia. La respuesta es simple: la conciencia del

propio yo, pero sin incluir aquí el impulso moral, el cual relega al ámbito de la

conciencia moral o de la razón práctica kantiana. Pero la conciencia del yo precisa de

unas formas como el tiempo, el espacio o la causalidad que nada tienen que ver con la

conciencia de otras cosas, por lo que dicha autoconciencia no resulta ser más que lo que

permite el conocimiento externo, facultad que ocupa la mayor parte de nuestra

conciencia. La conciencia de otras cosas se postula pues como el verdadero motor de

nuestros actos volitivos, mientras que la voluntad en sentido estricto la debemos situar

junto a la autoconciencia, conceptos ambos mucho más abstractos pero cuya relación

será tratada a continuación.

3.2. Voluntad y autoconciencia

El acto volitivo, a pesar de que en origen es solo objeto de la autoconciencia, se

manifiesta mediante algo que pertenece a la conciencia de otras cosas, también

6 Schopenhauer confiesa que lo absolutamente casual es un concepto “altamente problemático” y no garantiza su inteligibilidad, pero afirma que prácticamente es esto lo que entendemos por libertad.

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denominado motivo. Pero este motivo, dice Schopenhauer, influencia a la voluntad solo

hasta cierto límite:

“Pues tan pronto como hemos otorgado causalidad a una fuerza dada, es decir,

hemos sabido que actúa, en caso de eventual resistencia solo se precisa

intensificar la fuerza de acuerdo con la medida de la resistencia, y aquella

ejercerá su efecto.” (Schopenhauer, 2007: 51)

Si dirigimos de nuevo nuestra mirada a la autoconciencia, es preciso averiguar qué

datos nos puede aportar ésta acerca de los actos de voluntad a los que todo individuo

atiende; la respuesta no parece ser muy complicada, ya que dicha autoconciencia se

limita a afirmar que el sujeto puede actuar de acuerdo a su voluntad, es decir, asiente “la

libertad del hacer bajo el supuesto del querer”, pero no aclara las razones por las que

esto es así, ya que de ello se encargaría el entendimiento puro o razón reflexiva.

Schopenhauer recalca que debemos distinguir entre querer y desear, pues alguien puede

desear cosas contrarias pero solamente puede querer una de ellas, ya que el querer

camina junto a la acción, es lo que eventualmente se exterioriza, el resultado a

posteriori; y dado que estas acciones volitivas se llevan a cabo en el mundo intuitivo,

aun habiendo sido fruto de la voluntad que se encuentra en el fondo de nuestra

autoconciencia, la conciencia se sitúa aquí como un vínculo entre ambos mundos: el

interno y el externo. Hemos dicho por tanto que nuestros actos dependen del querer,

pero es preciso examinar cómo funciona ese querer, si es posible querer cosas opuestas

y de qué depende ese querer mismo, pues corremos el peligro de caer en una tautología

si relacionamos al querer con nuestro propio yo, ya que este yo quiere querer (y así

hasta el infinito). Por consiguiente, debemos apartar a la autoconciencia si queremos

hallar la respuesta a esta cuestión, pues ella no nos dará ninguna información al respecto

ya que es el fundamento último de nuestra conciencia, y tratar de averiguar si podemos

llegar a querer de otro modo —querer varias cosas a la vez, por ejemplo—, sería lo

mismo que preguntar a la autoconciencia si podría llegar a ser de un modo diferente, a

cambiar su naturaleza, algo para lo que no existe respuesta. Volvamos pues nuestra

mirada a la experiencia, a nuestra capacidad de reflexionar a priori y al análisis de los

acontecimientos del mundo externo, pues son estos los que nos aportarán mayor

claridad a las cuestiones arriba planteadas.

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Schopenhauer (2007: 60) resume todo su planteamiento en que el poder hacer lo que

uno quiere, afirmación principal de la autoconciencia, no nos dice nada acerca de la

libertad de la voluntad, pero además dice que “en cada instante dado de tu vida, solo

puedes querer una cosa determinada, y absolutamente nada más que esa”. Así pues, la

pregunta de si puede demostrarse la libertad de la voluntad a partir de la autoconciencia

ha sido abordada de manera directa, pero es preciso tratar el problema de forma

indirecta a través de nuestra facultad de conocer de manera externa ya que, como he

dicho anteriormente, ayudará a clarificar el fondo del “yo quiero” que sigue a todas

nuestras acciones.

3.3. Voluntad y conciencia externa

Hemos dicho, entonces, que nuestra capacidad de conocer apunta fundamentalmente

hacia las cosas externas, mientras que la voluntad misma es objeto de la autoconciencia;

así pues, para el conocimiento de esos objetos de la experiencia haremos uso del

entendimiento, el cual se manifiesta esencialmente mediante la ley de la causalidad. A

través de esta ley de la causalidad, que se establece a priori, intuimos el mundo externo

gracias a los cambios que percibimos sensorialmente y que Schopenhauer denomina

efectos, es decir, cambios que se producen en el mundo real objetivo y que a su vez

derivan de otros cambios producidos anteriormente —y así hasta el infinito—. Existen

tres tipos de causalidad: causa, estímulo y motivación. La causa es aquel cambio que

precede al siguiente (efecto), y Schopenhauer nos dice que este efecto se produce de

forma necesaria al existir una causa. Además, la causa presenta dos características: en

primer lugar se encuentra dominada por la tercera ley de Newton en la que “acción y

reacción” son iguales, esto es, el cambio que atraviesa la causa será equivalente al

cambio que experimenta el efecto. Su segunda característica es que la intensidad con la

que se produce dicha causa es siempre proporcional a su efecto, por lo que en función

de la intensidad de la causa podemos predecir la intensidad del efecto. El segundo de los

tipos de causa de los que habla Schopenhauer es el estímulo, el cual también presenta

dos características que le distinguen del primer tipo de causalidad: primero, no se

encuentra sometido a reacción alguna por parte de la acción, por lo que no se puede

predecir su efecto; segundo, tampoco existe una relación proporcional entre dicho

efecto y el estímulo, pudiendo así un diminuto estímulo provocar un efecto enorme. El

estímulo es propio de la vida vegetativa: vemos por ejemplo que estímulos como la luz,

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el agua o el aire provocan cambios en el desarrollo de las plantas. Por último, el último

tipo de causalidad corresponde a la motivación y constituye el carácter de los animales.

La motivación surge cuando la respuesta a un simple estímulo ya no es suficiente y es

preciso hacer uso de una inteligencia que puede presentarse en muy diversos niveles,

pero que se materializa mediante un sistema nervioso y un cerebro. El conocimiento es,

por lo tanto, lo que genera el motivo, por eso solo hace falta conocer este motivo para

que se dé la acción, es decir, para que actúe la voluntad.

En el caso de las personas, observamos cómo, a parte del conocimiento intuitivo que

compartimos también con el resto de animales, poseemos la capacidad abstracta de

razonar y obtener representaciones a las que denominamos conceptos, algo de lo que

carecen los animales. Llegados a este punto surge una cuestión importante porque, si

bien el hombre es capaz de reflexionar acerca de los motivos que le han llevado a tomar

decisiones determinadas, no puede, no obstante, modificar el carácter necesario de

dichos motivos ya que, como hemos dicho anteriormente, los motivos son causas —y

por consiguiente indefectiblemente necesarios—. Esto nos hace pensar en una relativa

libertad de la voluntad, ya que por mucho que cambie el modo en el que se presentan

los motivos, nunca cambiará la necesidad de estos. Por eso nuestra autoconciencia cae

en el error de considerar que existe una cierta libertad en nuestra voluntad simplemente

porque podamos actuar de un modo u otro. Ahora bien, si echamos la vista atrás y

analizamos nuevamente los tipos de causalidad que ofrece Schopenhauer, comprobamos

que la causa y el efecto se tornan más distinguibles entre sí si hablamos de motivación

que si hablamos de causa o estímulo: nuestros motivos a menudo poco o nada tienen

que ver con nuestras acciones, por lo que a veces puede darse un punto en el que uno

incluso ponga en tela de juicio la existencia de motivos y por lo tanto la necesidad de

sus acciones. Este es el gran error de una autoconciencia que afirma poder hacer lo que

quiere, nos dice el filósofo.

“Bajo el supuesto de la libertad de la voluntad, cada acción humana sería un milagro

inexplicable, un efecto / sin causa. Y si uno se atreve a intentar hacerse

representable un tal liberum arbitrium indifferentiae, se percatará enseguida de que,

en realidad, el entendimiento se detiene ahí: no tiene forma de pensar algo así”

(Schopenhauer, 2007: 83).

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Mediante este análisis de la conciencia externa hemos llegado de manera indirecta a la

misma conclusión que obtuvimos preguntando a la autoconciencia, esto es, que nuestra

voluntad nos proporciona una falsa esperanza de libertad a la hora de decidir, por lo que

queda nuevamente resuelta la pregunta formulada por la Real Sociedad Noruega. Pero

cabe analizar brevemente una última cuestión que nos ayudará a entender cómo

reacciona el hombre ante diferentes motivos, y cuya respuesta reside en los rasgos de su

carácter.

Cada individuo presenta una voluntad característica sobre la que actúan diferentes

motivos, es decir, está provisto de un carácter. Toda su conducta se encuentra dirigida

por su carácter, el cual determina a su vez los fines que dicho individuo persigue.

Schopenhauer nos dice que este carácter solo es conocido por la experiencia, ya que

son las acciones realizadas las que nos darán pistas sobre los motivos que han

impulsado a un determinado individuo a llevar a cabo dichos actos. Entre los rasgos del

carácter encontramos, como ya he mencionado, una individualidad en la que cada

carácter es propio y depende de las capacidades intelectuales de cada uno; en segundo

lugar, la propiedad de que dicho carácter solo se va revelando a través de las acciones

realizadas, es decir, es empírico, por lo que a pesar de que a priori creamos que somos

libres para decidir hacer lo que queramos, esta ilusión se ve pronto suprimida por la

fuerza del motivo que nos hará llevar a cabo la acción. Schopenhauer afirma además

que el carácter no cambia a lo largo de la vida y, si bien podemos experimentar falsas

modificaciones a través de las diferentes etapas de nuestra vida y los acontecimientos

que se suceden en ella, la esencia del carácter permanece inmutable; según el filósofo,

solo el conocimiento es lo que cambia, de ahí que se corrijan determinadas acciones

según se acerquen más a nuestro fin, aunque los motivos permanezcan inalterables. El

conocimiento se presenta como un mero “medio de esos motivos”. El cuarto y último

rasgo del carácter es que es innato, las circunstancias no tendrían cabida en su

influencia; aquí Schopenhauer propone un claro ejemplo: el de dos niños que, habiendo

recibido la misma educación y habiendo crecido en el mismo ambiente, presentan

caracteres totalmente distintos. Ya Aristóteles (Eth. Magna, I, 9) dice que “no depende

de nosotros el ser buenos o malos”, por lo que nuestros vicios y virtudes también

surgirían de nuestra propia naturaleza.

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3.4. Consideraciones finales

La falsa ilusión de libertad que posee nuestra voluntad ha quedado fundamentada, por lo

tanto, tanto a priori, mediante el análisis de la autoconciencia, como a posteriori, a

través de la experiencia que nuestra consciencia obtiene de lo externo. Así pues, tras

desechar el supuesto que nos conduciría a obrar libremente, sin ataduras, Schopenhauer

ha resaltado el concepto de necesidad, el cual nos conducirá a una posición vital para la

comprensión de la auténtica libertad moral, cuyo fundamento es tratado en el siguiente

capítulo. Pero antes es preciso destacar el sentimiento de responsabilidad que deriva de

todos nuestros actos, lo cual nos hace asimilar que, ante una determinada situación,

actuaremos de una manera única por el hecho de ser quienes somos —y no otro—, algo

que viene determinado por los motivos que a su vez ha dictado nuestro carácter innato.

Por ello, allí donde encontremos culpa, debe aparecer la consiguiente responsabilidad,

única pista que obtenemos para hablar de una libertad moral que se encuentra anclada al

carácter del hombre y al motivo de sus acciones, pues dicho carácter y motivo es lo que

determinará la acción. En resumidas cuentas, hacemos siempre lo que deseamos, pero lo

hacemos de manera necesaria, y esta ilusión de espontaneidad en nuestros actos la

compara Schopenhauer (cf. 2007: 138) con una aguja indicadora que apunta hacia un

objeto más distante que otro que se encuentra más cerca y en la misma dirección, pero

al que la aguja también apunta casualmente.

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4. Sobre el fundamento de la moral

4.1. Introducción al problema

En este segundo ensayo, presentado en 1840, Schopenhauer trata de hallar una

contestación a la pregunta formulada por la Real Sociedad Danesa de las Ciencias, la

cual reza: ¿Hay que buscar la fuente y el fundamento de la moral en una idea de la

moralidad ubicada inmediatamente en la conciencia (o en la conciencia moral) y el

análisis de los restantes conceptos morales fundamentales que surgen de ella, o en otro

fundamento cognoscitivo? A diferencia de su anterior tratado, éste no sería premiado

debido a, según comenta Schopenhauer (cf. 2007: 4) en su prólogo a la primera edición,

a una mala interpretación de la Real Sociedad en la que erróneamente se afirma que el

filósofo había entendido mal la pregunta, interpretando que la tarea era señalar el

principio de la ética y no lo que realmente se buscaba: la conexión entre la ética y la

metafísica. Efectivamente, Schopenhauer comienza presuponiendo que lo que busca la

Real Academia es el fundamento ético presentado de manera aislada, es decir, sin el

apoyo de la metafísica, e insta además a distinguir la investigación teórica que excluye

cualquier tipo de interés pragmático de una ética apoyada en dogmas y fes. No cabe

duda de que la forma más eficaz de cimentar una ética es recurrir a una base metafísica,

esto es, a una mirada al mundo y un intento de explicar en qué consiste, al igual que

hacen las religiones al recetar éticas basadas en dogmatismos. Schopenhauer coincide

con Kant, filósofo al que dedicará una crítica de su fundamento ético, en su afirmación

de que la metafísica tiene que situarse en un plano prioritario, ya que sin ella no puede

haber una filosofía moral, expuesta en su prólogo a Fundamentación para una

metafísica de las costumbres (cf. Kant, 2012: 70 y ss.). Una ética construida desde la

metafísica sigue un proceso de síntesis en su elaboración que garantiza la solidez del

sistema, sin embargo, fundamentar la moral sin tener en cuenta la metafísica fuerza a

seguir un camino analítico en el que únicamente a través de la observación de los

objetos externos por medio de la conciencia se puede lograr dicho propósito.

Schopenhauer advierte que, aunque en ocasiones se den honorables acciones entre los

seres humanos merecedoras de las más altas loas, solo una ínfima porción de ellas

estarán motivadas por razones puramente morales, y adelanta que lo que realmente

mueve esas acciones es el egoísmo:

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“El mayor defecto de las morales eudemonistas es ahincar sus raíces allá mismo

donde crecen también los actos amorales o inmorales: en el egoísmo, es decir, en

lo que Feuerbach llamaba anhelo de felicidad” (Savater, 1999: 507)

En efecto, para Schopenhauer la ética no deseará la búsqueda de la felicidad,

cualesquiera que sean sus formas, ya que dicha tarea es inalcanzable para el filósofo.

En las éticas basadas en dogmatismos religiosos de las que venimos hablando, otro de

los rasgos que presentan es que atribuyen la voluntad a un ser divino, por lo que el

individuo se limita a cumplir con dicha voluntad, liberándose así de parte de la

responsabilidad y limitando su libertad moral. Además, este código divino intenta

demostrar su validez basándose en su coincidencia con normas morales de tipo natural,

es decir, aquellas a las que se llega de manera intuitiva mediante la simple observación

de la realidad, pues tal y como cree Savater (1999: 508), “el único fundamento moral

válido, eso que alcanzan a veces instintivamente personas incapaces de complicados

razonamientos especulativos y sin afán de predicar nada a nadie, consiste en la

percepción intuitiva de la unidad radical que subyace a todos los seres”. Así, como

vemos, resulta fácil “fundamentar” una moral de estas características en la que los

individuos no tienen más que atenerse a unos mandamientos celestiales que, por otro

lado, también coinciden con conductas pertenecientes a otras éticas. Desde luego son

muchas las éticas que se han intentado vender a lo largo de la historia, pero todas han

fracasado a la hora de fundamentarse de manera sólida, pues en la mayoría de ellas el

objetivo es, eventualmente, la búsqueda de la propia felicidad del individuo, lo que

como consecuencia vendría a equivaler a la virtud.

Pero también han existido éticas basadas en razonamientos abstractos descubiertos tanto

a priori como a posteriori, las cuales además presentan unos primeros principios que

reúnen lo estrictamente esencial de todo el edificio moral, por lo que luego las

deducciones a partir de esos principios surgen de forma sencilla y son aplicables a la

gran mayoría de casos que nos proporciona la experiencia. Una de las éticas

fundamentadas de este modo es la kantiana, que junto al conocimiento de la literatura

sánscrita y religiones como el brahmanismo o el budismo, han invalidado los viejos

cimientos de la moral. Aun así, a pesar de que la ética de Kant constituye el proyecto

más cercano al intento de Schopenhauer de fundamentar la ética, éste se ocupará de

realizar una crítica a su planteamiento afirmando que tanto la razón práctica como el

imperativo categórico kantianos no presentan una justificación válida, preparando a su

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vez el terreno que nos llevará a su propia fundamentación moral. No obstante, no cabe

duda de que la filosofía kantiana hace alarde de un mérito que el propio Schopenhauer

reconoce, y es que se opone al eudemonismo, aunque para ello recurra a ciertos

planteamientos que sí tienen que ver, no obstante, con el eudemonismo religioso (cf.

Savater, 1999: 507). Por encima de todo, la mayor falta que un filósofo irracionalista

como Schopenhauer extrae de la ética kantiana es su estricto racionalismo, pues ninguna

razón teórica puede hacer frente al fuerte peso que el egoísmo representa en la práctica.

4.2. Crítica a la fundamentación moral kantiana

4.2.1. Consideraciones previas

Sin lugar a dudas, vemos que el mérito que posee la ética de Kant es el de un intento de

fundamentarse bajo supuestos que no obedezcan a la búsqueda de la felicidad, pues

hasta ahora la virtud siempre ha sido considerada como un medio para un fin. No

obstante, como señala Schopenhauer, en el concepto del Bien Supremo kantiano

aparece un nexo entre la virtud y la felicidad, cuando dicha virtud debería ser

independiente a la felicidad. Kant acaba por admitir que todo obrar humano lleva

implícito un significado que se extiende más allá de la experiencia, y es por ello que

aquí aparecerá la unión con su mundo inteligible y la búsqueda de un conocimiento a

priori, que junto con la claridad con la que se van deduciendo los resultados morales a

partir de ese punto, es lo que ha otorgado a su ética el mayor reconocimiento. Sin

embargo, en la crítica llevada a cabo por Schopenhauer, el filósofo encuentra el primer

gran error de la fundamentación kantiana en que ésta presupone leyes morales para

todas las situaciones, incluso aunque no se lleguen a dar nunca. Esto es un error, dice,

porque a la hora de analizar la realidad nos debemos conformar con los hechos y no con

preceptos que todavía no han sido demostrados; la única ley demostrable para

Schopenhauer es la de la motivación, pues es la única que responde a la voluntad del

hombre. Kant está dotando inconscientemente a su moral de un origen teológico, pues

como apunta Panea (1998: 409), “Kant en todo momento quiere distinguir la moral de la

religión […] pero al final afirmará que la moral conduce inevitablemente a la religión”.

Esto no es algo nuevo, pues a menudo la ética se ha basado en la teología para construir

sus formas y prescribir, ya que al ser la teología imperativa, también lo serán las éticas

que se basan en ella. Y desde luego, no seríamos capaces de pensar en una autoridad

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que crea obligaciones si no es a través de la recompensa o de la amenaza, por lo que se

deduce que tal obligación está carente de valor moral, ya que no surge de la propia

libertad moral del individuo. Otro de los conceptos kantianos mencionados antes y por

el que se refuerza la teoría de que Kant se apoya indefectiblemente en la religión es el

concepto de Bien Supremo, algo que sigue siendo un eudemonismo disfrazado del que

quiso librarse Kant al principio y que ahora “se cuela por la parte de atrás”

(Schopenhauer, 2007: 164). 7 No hablemos ya de la difícil tarea que sería alcanzar el

Bien Supremo sin contar con la existencia de Dios. Con todo esto, es sencillo

comprobar que una vez la ética se acoge a la forma imperativa de la religión, el resto

viene solo, pero para fundamentar una ética de manera independiente y sin la ayuda de

la metafísica es preciso librarse de supuestos como el de “es tu deber”: Kant acaba

convirtiendo en resultado la teología mientras toma como supuesto el mandato, cuando

debería haber sido al contrario.

Kant hablará también de deberes para con uno mismo, algo que Schopenhauer rechaza

alegando que, como ya hemos visto anteriormente en el capítulo tercero de esta

exposición, todo lo que hacemos es porque queremos (aunque sea necesario). En su

lugar, esos deberes hacia nosotros mismos de los que habla Kant no son más que

razones contra el suicidio, a las que Schopenhauer también criticará duramente

calificándolas de superficiales y ancladas en prejuicios; según él, la existencia o no de

motivos morales contra el suicidio ha de buscarse con una profundidad mayor a la que

nos tiene acostumbrados la ética habitual.

4.2.2. Acerca del fundamento ético de Kant

Schopenhauer reconoce que el gran descubrimiento de Kant es haber distinguido entre

el a priori y el a posteriori, logro que invita a que dicho método sea utilizado por Kant

en todos los casos, aun cuando no debiera ser así. El principal problema, insistimos, es

que la ley moral surge en la conciencia de Kant sin que pueda ser verificada

posteriormente mediante hechos; los fundamentos morales son creados a priori y se

basan, según Kant, en “conceptos de la razón pura” o “juicios sintéticos a priori”, por lo

que esto significa que toda metafísica queda excluida y no tenemos nada a lo que

agarrarnos según su planteamiento.

7 En su artículo, Panea (cf. 1998: 397) cree que este Bien Supremo no afecta a la coherencia teórica de la fundamentación kantiana, sino que más bien posibilita la eliminación del desánimo del escenario moral.

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Schopenhauer acusa a la moral kantiana de ineficaz puesto que la considera

incapaz de habérselas con la conducta real del hombre, al ser prisionera de

apriorísticos castillos de naipes, alejada de los graves apremios de la vida”

(Ortega y Mínguez, 2007: 123)

Dado que estas leyes morales se encuentran en la razón pura, automáticamente se

deduce que son válidas para todos los seres racionales que pudieran existir, no solo para

el hombre. Schopenhauer le contradirá diciendo que lo único que posee el ser humano

de carácter auténticamente metafísico es su voluntad, pues la razón no deja de estar

supeditada al organismo de cada individuo.

El valor moral que atribuye Kant a las acciones del hombre es otra de las cuestiones con

las que más en desacuerdo se mostrará Schopenhauer, pues según el primero, llevar a

cabo una acción por el simple hecho de que el concepto mismo del deber exige que así

sea, ya otorgaría a esa acción valor moral, aun cuando procediese del más despiadado

de los hombres; como consecuencia está descartando la intención con la que dicha

acción se lleva a cabo. Schopenhauer sostiene que el móvil moral debe surgir por sí

mismo y de manera empírica, ya que esa es la única realidad que existe para el hombre,

lo que nos lleva hasta el segundo de los defectos de la fundamentación kantiana: la falta

de contenido real. No obstante, es posible que esta falta de contenido se deba a que en el

fondo Kant no quiere dificultar el camino de la “decisión moral” con trabas propias de

la voluntad como el hastío, la apatía o la desesperanza (Panea, 1998: 414).

Respecto al principio superior de la ética de Kant, “obra sólo según la máxima de la que

puedas querer al mismo tiempo que valga como ley universal para todo ser racional”,

Schopenhauer se pregunta qué es exactamente lo que podemos querer y lo que no,

porque la voluntad no entiende por sí sola el sentido de la justicia, sino que simplemente

quiere. Sería entonces necesario que Kant aclare qué es lo que se puede querer, esto es,

que regule, pues el egoísmo siempre tomará las decisiones antes que la justicia. En este

sentido, vemos que incluso las leyes morales de las que nos habla Kant se nutren del

egoísmo, ya que están basadas en la reciprocidad: por ejemplo, yo no podría desear una

ley del mentir dado que jamás se me creería cuando hablo.

Existe un segundo modo más directo con el que Kant nos presenta el fundamento de su

ética y cuyas formas se derivan de su principio supremo del que he hablado en el

párrafo anterior. Este modo habla de los fines, es decir, de los motivos directos que

presenta un acto volitivo, distinguiéndolos de los medios, que serían indirectos. En

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primer lugar, Schopenhauer nos dice que la sentencia de Kant que dice: “el hombre y,

en general, todo ser racional, existe como fin en sí mismo” es altamente contradictoria,

puesto que el fin solo se entiende en relación a la voluntad, es algo que es querido, y

esta voluntad además no puede distinguir entre fines y medios —de ello se ocuparía el

conocimiento, algo que como ya hemos dicho se encuentra subyugado por la

voluntad—. Por otro lado, la expresión fin en sí no viene a ser más que otra obligación,

otro nexo más con el que se advierte la influencia teológica que posee la

fundamentación kantiana. Este fin en sí falla nuevamente al ser calificado por Kant de

“valor absoluto”, dado que todo valor siempre es relativo y se basa en la comparación.

Lo que en resumidas cuentas intenta el imperativo categórico kantiano es legislar desde

una voluntad que no quiere, es decir, no tiene interés, sino que simplemente prescribe

acciones por deber; es una voluntad con autonomía, lo que resulta contradictorio e

invalida el fundamento moral de Kant si tenemos en cuenta todo lo que hemos dicho

acerca de la voluntad hasta ahora, amén de los principios kantianos que han tomado

como base de las acciones un interés, bien sea propio o ajeno. 8 Es preciso además

distinguir el concepto de conciencia moral en Kant, ya que hasta el momento el

imperativo categórico, al prescribir, se situaba en el a priori, mientras que la conciencia

moral nos habla de la experiencia. El hombre sólo puede verse a sí mismo en los actos,

en su conciencia moral, puesto que todos somos capaces de los pensamientos más

crueles en casos hipotéticos, pero hasta no verse materializados no tendrían por qué

pesar sobre nuestra conciencia moral.

Por último, y antes de pasar a la fundamentación moral que propone Schopenhauer,

cabe destacar un logro del que sí puede presumir la filosofía kantiana: el de su teoría de

la libertad. El filósofo nos dice que tanto libertad como necesidad son compatibles, esto

es, afirma algo con lo que Schopenhauer estará de acuerdo: la estricta necesidad de los

actos de voluntad. Pero además distingue entre carácter empírico, con el cual nos

sentimos identificados con los actos que hemos llevado a cabo y su espontaneidad, o

sea, que hubiesen podido suceder de otro modo si hubiésemos querido, y el carácter

inteligible: fundamento interno desligado de la experiencia, el ser en sí de la cosa. Lo

que determinará el acto son los dos factores de los que venimos hablando y que

Schopenhauer ha mencionado previamente: el motivo y el carácter.

8 Por interés ajeno estoy haciendo referencia al segundo de los principios de la moral de Kant, el de “obra de modo que utilices a la humanidad, tanto en su persona como en la persona de todos los demás, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca como un medio”.

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4.3. Fundamentación de la ética de Schopenhauer

4.3.1. Observaciones preliminares

En este último apartado que pone punto y final a toda la exposición realizada hasta

ahora se agrupa la visión de Schopenhauer respecto a cómo ha de construirse una moral

verdadera, pues como hemos visto, la ética que ha ofrecido Kant, aun teniendo en

cuenta sus logros, no constituye en el fondo más que un artificio que carga con el peso

de la moral teológica. Schopenhauer nos dice que el requisito con el que debe cumplir

una moral es el de que sea sencilla y accesible para todos, sin importar el nivel de

instrucción intelectual, esto es, que sea intuitiva y se base en la vida de los hombres, no

en suposiciones apriorísticas. Su pensamiento otorga además el pleno derecho al

hombre y no a una voz legisladora externa, pues si tenemos siempre en mente su

concepto de la voluntad schopenhaueriano, el hombre será siempre el responsable de

sus actos y sobre el que recaerán las consecuencias futuras.

Recordemos que a lo largo de la historia la ética siempre había situado su punto de

apoyo en la religión, siendo ambas un necesario complemento a la legislación y al

Estado. No obstante, de todos los actos “buenos” y legales que dichas éticas instan a

llevar a cabo, tan solo un reducido número de ellos contienen verdadero valor moral,

pues la mayor parte se basan en dos exigencias externas: la del orden legal, por el cual

un poder como el del Estado se hace cargo de los derechos fundamentales de cada

individuo, y la necesidad del honor o el buen nombre. Por ejemplo, si el rico posee un

código de honestidad, al pobre, según Schopenhauer, le interesaría conservar su honor,

temeroso de que si lleva a cabo una acción ignominiosa acabe convertido en un paria

para toda su vida. Pero este tipo de necesidades, como hemos dicho, son opiniones

externas y escépticas que no tienen en cuenta la conciencia moral, esto es, están basadas

en el concepto de la obligación que encuentra sus raíces en la moral teológica. Así pues,

el objetivo buscado por Schopenhauer será el de establecer un fundamento último que

sirva para hallar todas aquellas acciones del hombre que posean un genuino valor moral,

como son las de la justicia ejecutada de manera voluntaria, la compasión y la nobleza

verdadera de las que hablaré más adelante.

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4.3.2. Móviles morales y antimorales

Recordemos que la voluntad del hombre tiende a afirmar la vida, esto es, a preservar la

existencia y buscar el bien propio. Su afirmación se refleja en el instinto sexual, que es

lo que alimenta la voluntad de vivir; sin embargo, al contrario de lo que se cree, la

expresión básica de la renuncia a la voluntad no es el suicidio. “Los suicidas demuestran

tanto apego a la voluntad de vivir por su temor a los dolores posibles de su existencia,

que eligen la autosupresión antes que continuar soportando la frustración” (Savater,

1999: 510). Respecto a esta voluntad, es el egoísmo el que se sitúa como principal

móvil del hombre; pero para llevar a cabo las metas que se propone esta voluntad, el

interés de cada individuo hace uso de la razón que, a través de la reflexión, permite

construir el puente hacia esos fines de manera planificada. La naturaleza del egoísmo es

ilimitada y hace que cada individuo haga de sí mismo el centro del universo —hay que

recordar que para Schopenhauer la realidad está mediada por la representación que el

sujeto se hace de ella, por lo que toda la experiencia que obtiene va a parar a la

autoconciencia—, hasta el punto de que a veces, según declara Schopenhauer en su

Metafísica de las costumbres, “uno llega a destruir toda la dicha o incluso la vida del

otro para incrementar su propio bienestar mediante una insignificante adición” (1993:

87). Sin embargo, no es el egoísmo el peor rasgo del hombre, sino la pura maldad, pues

ésta busca la desdicha y el sufrimiento ajenos de manera completamente desinteresada,

situando el dolor de los demás como un fin propio que provoca placer (sadismo),

mientras que el egoísmo al menos busca ventajas propias. Para evitar las consecuencias

del egoísmo tenemos al Estado, el cual se encarga de regular y prevenir posibles efectos

dañinos de este egoísmo mediante el temor, esto es, de manera negativa. En resumidas

cuentas, el egoísmo es el primer móvil antimoral que hay que combatir si se quiere

hallar acciones de valor moral y se encuentra directamente enfrentado a la virtud de la

justicia. Respecto a lo anteriormente dicho surge la pregunta de cómo podríamos hablar

de desinterés, o sea, lo contrario al egoísmo, cuando vivimos bajo la amenaza de un

castigo o de una recompensa que alimenta nuestra voluntad. Schopenhauer menciona

las recompensas de carácter divino a las que se atienen muchos que actúan de manera

desinteresada con la creencia de que en la siguiente vida se les bonificará por ese

desinterés, esto es, se atienen una vez más a la religión, hecho que queda

automáticamente descartado en la búsqueda filosófica de Schopenhauer. Así, cabe

preguntarse una vez más: ¿cuál es el motivo para el que el hombre aparque todo

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desinterés y lleve a cabo acciones de auténtico valor moral? Para demostrar dicho móvil

moral, Schopenhauer establece una serie de premisas que vienen a decir lo siguiente: lo

que mueve a la voluntad es el placer y el dolor en general, por lo que todo motivo, por

consiguiente, se encuentra necesariamente emparentado con el dolor o el placer. Si

hemos dicho que no podemos ubicar estos dos conceptos en el agente de la acción

puesto que estaríamos ante un acto de egoísmo en el que sería imposible encontrar valor

moral alguno, ¿dónde situamos este placer y dolor?

“Para Schopenhauer, la acción debe producirse únicamente en razón del otro,

entonces su placer y dolor tienen que ser inmediatamente mi motivo: igual que

en todas las demás acciones lo son los míos.” (Ortega y Mínguez, 2007: 124)

Así pues, en el placer o el dolor del otro encontramos la excepción, solo tomando este

fin podrán tener lugar acciones de auténtico valor moral. En otras palabras, la

compasión es el verdadero sostén de la justicia libre y de la auténtica caridad, y junto al

egoísmo y la maldad forman los tres móviles fundamentales del comportamiento moral

del hombre. Por último, la pregunta clave que surge inevitablemente y a la que quiere

dar respuesta Schopenhauer es: “¿cómo es en absoluto posible que el placer y dolor de

otro muevan mi voluntad inmediatamente? Sabemos que cuanta más felicidad

experimentamos, más en contraste nos encontramos con aquel que sufre, por lo que

nuestra receptividad para la compasión aumenta; Schopenhauer piensa que el proceso

por el que esto sucede no está carente de algo de misterio: la manera en que podemos

sentir como nuestro el sufrimiento del otro; cómo su dolor, su necesidad pueden

convertirse en motivo para nosotros. Y dice que se trata de un proceso misterioso

porque es algo de lo que la razón no puede dar ninguna cuenta inmediata y cuyos

fundamentos no se pueden averiguar por vía de experiencia, siendo, no obstante, un

proceso cotidiano.

4.3.3. Acerca de las virtudes de justicia y de caridad

Schopenhauer nos habla de cómo el sufrimiento que atraviesan otros nos incita a obrar o

dejar de obrar. Por un lado, podemos obrar a modo de contención para no infligir un

mayor daño del que alguien padece, lo cual se identifica con la virtud de la justicia, pero

también ese sufrimiento ajeno nos puede impulsar a adoptar un rol activo con el que

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aliviar ese dolor, lo cual toma el nombre de virtud de caridad. En cualquier caso, dicen

Ortega y Mínguez, “ambas virtudes tienen su origen en la compasión natural: no

ofender y ayudar para no hacer sufrir o aliviar y suprimir el sufrimiento del otro.”

(2007: 125) En este sentido, la compasión siempre se muestra en primer lugar con el

carácter de justicia, pues se opone de manera dominante al sufrimiento que experimenta

el otro. Schopenhauer, en su Metafísica de las costumbres, profundiza un poco más en

este concepto de virtud y afirma que su origen se encuentra en el conocimiento, pero no

en un conocimiento abstracto y teórico que sea expresado a través del lenguaje, sino en

un conocimiento más intuitivo. Los dogmas carecen aquí de validez, pues son los

hechos los que realmente cuentan:

“Ciertamente, los dogmas pueden ejercer un gran influjo sobre la conducta,

sobre los actos externos, al igual que lo ejercen la costumbre y el ejemplo, en la

medida en que el hombre corriente desconfía de su propio juicio, cuya debilidad

conoce, dejándose guiar siempre por la experiencia propia o ajena. Mas ese

influjo del dogma sobre los actos no modifica la intención.” (cf. Schopenhauer,

1993: 140 y ss.)

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5. Conclusión y valoración

Tras haber demostrado el carácter necesario de la voluntad, concepto cumbre en la obra

de Schopenhauer, inquiriendo tanto a la autoconciencia o conciencia del yo, como a la

conciencia de las cosas externas, y haber negado finalmente esa supuesta libertad de la

voluntad debido a la existencia de motivos que nos obligan a actuar de un modo u otro

queriendo cada vez una única cosa (que no deseando), Schopenhauer ha trazado el

camino necesario para comprender el carácter y libertad morales del hombre y poder

fundamentar así su moral. Dicho fundamento encuentra sus raíces en los actos

compasivos, pues son los únicos que, según el filósofo, poseen valor moral al ser

contrarios al resto de móviles antimorales como el egoísmo o la maldad. Esta

compasión de la que nos habla Schopenhauer encuentra sus motivos de manera intuitiva

sin necesidad de complicados razonamientos teóricos, por lo que uno de los puntos

fuertes de su moral es el carácter accesible de ésta, basado en una simple identificación

del sufrimiento ajeno con el fin de que la generosidad y la equidad se materialicen. No

obstante, cabe preguntarse por qué debe la compasión situarse como comportamiento a

seguir cuando el egoísmo parece ser la opción más lógica y “natural”. Viéndolo desde

otro punto de vista, ¿acaso no es la compasión otra forma más de egoísmo oculto en el

que se satisfacen nuestros deseos personales de una manera más sutil? Puede que la

compasión esté basada en una reciprocidad en la que el individuo actúa de manera

aparentemente desinteresada para así calmar inquietudes o deseos que anidan en lo más

profundo de su ser, o por la sencilla razón de que espera los mismos favores por parte

del otro individuo en el futuro. En cualquier caso, resulta un tanto contradictorio el

fundamento moral de un filósofo que desde el comienzo hace manifiesto su ateísmo y

su rechazo a todas aquellas morales que han estado basadas en dogmas de fe —

incluyendo a Kant y su inevitable parentesco con la moral religiosa que extrae como

conclusión tras haber realizado una crítica de sus principios morales —, para invitarnos

a comulgar con un comportamiento típico de la moral cristiana: la caridad.

Schopenhauer está actuando de manera inconsciente como un teólogo, como aquello a

lo que desde el principio había mostrado rechazo.

Otro de los puntos en los que el pensador no parece acertar del todo es en su afirmación

de que el carácter es innato y no puede ser modificado a lo largo de la vida. Cuesta creer

que esas desigualdades en el comportamiento de los hombres, las cuales guían y

motivan todos sus actos, se deban simplemente al fruto del azar, pues eso nos

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convertiría en autómatas para los que ya se ha fijado un destino que no puede ser

cambiado: el que es malo, continuará siéndolo toda su vida sin posibilidad alguna de

redención. Si esto fuese cierto, también quedarían suprimidos cualquier tipo de mérito o

culpa alguna en nuestras acciones, ya que todas ellas serían atribuibles única y

exclusivamente a los rasgos de nuestro carácter, algo que no depende de nosotros.

En cualquier caso, el ataque a la razón que realiza Schopenhauer marca las pautas para

una nueva aproximación a la comprensión metafísica de la realidad en la que se pone de

manifiesto el carácter absurdo de la existencia y nuestro inevitable sometimiento a los

caprichos de una voluntad que conduce sin piedad al sufrimiento y al dolor. No

obstante, este dolor es un precio a pagar razonable si tenemos en cuenta las otras

muchas virtudes que nos puede ofrecer la vida, pues creo oportuno insistir en que todo

conocimiento filosófico, al igual que apunta Schopenhauer, no deja de ser una mera

especulación teórica, y por ello debiera carecer del poder necesario para anular el

apetito de vivir. La propia voluntad de la que nos habla Schopenhauer es demasiado

arrolladora como para quedar sometida a ningún tipo de razonamiento. Por todo esto,

creo que el mayor mérito que debemos atribuir a Schopenhauer es el de haber sabido

cumplir perfectamente con el papel de educador, pues al señalar lo auténticamente

propio de nuestro ser ha abierto el camino para la superación del malestar de su propia

época.

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