la lengua de los mil colores
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La lengua de los mil colores Publicado em La VANGUARDIA, 11.02.07
El mayor núcleo urbano de América Latina y una de las mayores capitales
internacionales se erige en lo que, hace escasos 450 años, fue una zona
pantanosa infestada de mosquitos a orillas de dos pequeños ríos, el
Anhangabahu y el Tamanduatehy. En 1935 la ciudad de São Paulo crecía a un
ritmo de una casa por hora y hoy en día sigue creciendo a una velocidad
vertiginosa, inmuebles enteros aparecen y desaparecen cada semana. De
nada sirve comprar un callejero, hoy compramos un mapa que mañana ya no
sirve.
En poco menos de cinco siglos, São Paulo, la tercera ciudad del mundo más
poblada, con 17 millones de habitantes, se convirtió en un imperio de cemento,
una urbe cosmopolita, indómita como la mayoría de ciudades latinoamericanas.
Siendo todavía niño, recuerdo mi impresión al bajar del avión por primera vez
en el aeropuerto Charles de Gaulle de París y percibir la fuerte diversidad
cultural en comparación con las otras ciudades que había conocido y donde
había crecido. São Paulo es sin duda, en este sentido, la “ciudad del futuro”. Un
cóctel humano impresionante en el que el color de la piel o el rasgo de los ojos
parecen sólo una pequeña variable en la gran mayoría de paulistas.
Sólo a mediados del siglo XIX, São Paulo empezó a ser una de las economías
más competitivas del país, absorbiendo un enorme flujo migratorio desde
países Europeos como Italia o Alemania, o desde países asiáticos como Japón
y posteriormente China. Y a principios del siglo XX, la primera guerra mundial
supuso una caída de las importaciones que provocó un definitivo desarrollo
industrial y demográfico sin precedentes. São Paulo, en menos de 100 años, se
había convertido en el motor de uno de los países más grandes del mundo.
Hay un dicho en este país: “Brasil sobrevive porque São Paulo trabaja de
noche”. Esa construcción apresurada, hecha a base de mil historias diferentes,
fue a la vez el ingrediente y la sal para crear el centro cultural, industrial e
heterogéneo que conocemos hoy. Si se coge el metro, escaso en líneas pero
especialmente limpio, rápido y seguro, uno puede bajar a Liberdade, el barrio
japonés de São Paulo. Allí los supermercados venden los fines tallarines
“yakisoba”, hojas de alga de importación, arroz del archipiélago y los platos
acordes para cada uno de los comensales. Los ideogramas japoneses del
“hiragana” han substituido el alfabeto latín en los rótulos de las tiendas y las
pocas estatuas en el barrio honran las primeras colonias de inmigrantes que se
implantaron en la ciudad.
La ciudad de los mil colores habla sin embargo, casi en su totalidad, una única
lengua. Inaugurado en marzo de 2006, el Museo de la Lengua Portuguesa,
situado en la “Estação da Luz”, es un fascinante recorrido por la sexta lengua
mundial. Miquel Martí i Pol dijo que la lengua es nuestra “patria más profunda”. El portugués hablado en Brasil tiene un acento propio, palabras creadas a raíz
de los flujos migratorios europeos y con una amplia literatura que abarca
grandes escritores como João Guimarães Rosa –expuesto estos días en el
primer piso del museo- u otros tan brillantes como Machado de Assis, Mario de
Andrade o Clarice Lispector.
Una lengua que además consigue crecer en los nuevos medios como Internet,
sobreviviendo al constante avance del inglés. Los brasileños fueron por
ejemplo los que más tiempo navegaron por Internet en el mundo en 2005 y
2006. Los internautas dedicaron un promedio de 21 horas mensuales por
persona, cuatro horas más que los franceses, los estadounidenses, los
australianos, los japoneses y los españoles que, según el último informe
IbopeNetRatings, dedicaron un promedio de entre 17 y 18 horas.
El etnólogo Claude Lévi-Strauss, en su libro “Tristes trópicos”, comenta que
para las ciudades europeas el paso de los siglos es sinónimo de “promoción” y
que sin embargo para las nuevas ciudades latinoamericanas el transcurso de
los años acaba significando “decadencia”. Fueron ciudades nuevas,
reformadas, blancas, que con el paso de los años requieren la misma celeridad
y espíritu de renovación y de progreso para que no se vuelvan grises. En cierto
modo, allí reside la debilidad, pero también la fuerza de muchas de las urbes
latinoamericanas. A veces me parece que hay algo de precario en aquellas
ventajas adquiridas por el tiempo en las ciudades del viejo continente europeo.
Escondido, ese pequeño reflejo inconsciente que nos hace creer que son
ventajas indestructibles.