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En la Isla del Medio existe una piedra que tiene hijos. En pleno ciclo Wen lou, un hombre recogió la piedra, que por aquel entonces era pequeña. La dejó en una esquina. Al cabo de ochenta años había crecido mucho y había dado a luz a un millar de piedras pequeñas: su descendencia.* En el pritaneo de Cícico se conservaba la piedra figu- rativa que sirvió de ancla a los argonautas. Se escapa- ba tan a menudo que hubo que sellarla con plomo.* La obsidiana es negra, transparente y mate. Con ella se hacen espejos que reflejan la sombra más que la imagen de los seres y las cosas.* En el poema órfico Litgicá, se habla de una piedra que Febo da a Héleno. Se la trata como si fuera un niño pequeño al que se viste, se lava y se arrulla hasta que hace escuchar su voz. * El sabor de la piedra hiong-hoang resulta frío y am- argo. Es una panacea. Cura las úlceras malignas, las fístulas; espanta a los fantasmas, los malos espíritus. Repele los miasmas. Neutraliza el veneno de los reptiles. Constituye el antídoto perfecto. Disipa todas las malas esencias. Si alguien la lleva consigo, los genios hostiles no se le acercan; si entra en una selva los tigres y las bestias feroces se arrastran a sus pies; si atraviesa un río no puede herirlo ningún animal maléfico. La piedra hiong-hoang convierte a las niñas en niños: cuando una mujer se da cuenta de que está encinta, le es suficiente con colocar un fragmento en una bolsita de seda, que se introduce en la vagina. En- tonces el feto toma fuerza y se vuelve macho.* LA LENGUA DE LAS PIEDRAS CAMILA MONTALVO

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Page 1: LA LENGUA DE LAS PIEDRASfiles7.webydo.com/90/9058750/UploadedFiles/d8ba195... · luz del sol brilla continuamente en esa esquina magnética. Entonces el rayo se apaga lentamente y

En la Isla del Medio existe una piedra que tiene hijos. En pleno ciclo Wen lou, un hombre recogió la piedra,

que por aquel entonces era pequeña. La dejó en una esquina. Al cabo de ochenta años había crecido

mucho y había dado a luz a un millar de piedras pequeñas: su descendencia.*

En el pritaneo de Cícico se conservaba la piedra figu-rativa que sirvió de ancla a los argonautas. Se escapa-ba tan a menudo que hubo que sellarla con plomo.*

La obsidiana es negra, transparente y mate. Con ella se hacen espejos que reflejan la sombra más que la

imagen de los seres y las cosas.*

En el poema órfico Litgicá, se habla de una piedra que Febo da a Héleno. Se la trata como si fuera un

niño pequeño al que se viste, se lava y se arrulla hasta que hace escuchar su voz. *

El sabor de la piedra hiong-hoang resulta frío y am-argo. Es una panacea. Cura las úlceras malignas, las fístulas; espanta a los fantasmas, los malos espíritus.

Repele los miasmas. Neutraliza el veneno de los reptiles. Constituye el antídoto perfecto. Disipa todas

las malas esencias. Si alguien la lleva consigo, los genios hostiles no se le acercan; si entra en una selva los tigres y las bestias feroces se arrastran a sus pies; si atraviesa un río no puede herirlo ningún animal

maléfico. La piedra hiong-hoang convierte a las niñas en niños: cuando una mujer se da cuenta de que está encinta, le es suficiente con colocar un fragmento en

una bolsita de seda, que se introduce en la vagina. En-tonces el feto toma fuerza y se vuelve macho.*

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Referentes

*Piedras de Roger Caillois

**The Crystal World de J.G. Ballard

***Cinema 2: The Time Image de Gilles Deleuze

Aion: Cosmos Life Art Unity de Kobayashi Kenji

Electronics in the World of Tomorrow de Erkki Kurenniemi

Herz aus glas de Werner Herzog

The Lady from Shangai de Orson Wells

The Writing of the Stones de Roger Caillois

Los cristales de Italo Calvino

La soledad sonora de Emily Dickinson

Ken Price Sculpture: a Retroespective de Lauren Bergman, Fredrik Nilsen and Frank O. Gehry

La lengua de las piedras de Andre Breton

The Role of Symmetry in Fundamental Physics de David J. Gross

Who really invented the Transistor? de Andrew Emmerson

Space-Time Crystals of Trapped Ions de Tongcang Li, Zhe-Xuan Gong, Zhang-Qi Yin, H. T. Quan, Xiaobo Yin, Peng Zhang, L.-M. Duan, and Xiang Zhang

El pensamiento salvaje de Lévi-Strauss

The Voice of the Crystal de H. Peter Friedrichs

Arqueología de los medios de Siegfried Zielinski

La fuerza de los imanes de Tróade es casi nula: es que son negros y hembras. Los de la Magnesia asiática son

los peores de todos. Son blancos y a duras penas at-raen el hierro. Los mejores son los de color azul, que

son machos. Proceden de Etiopía y se paga su peso en plata. Es también en Etiopía donde se encuentra, no

lejos del lugar donde se halla el imán, la piedra teame, que repele y aleja todo tipo de hierro.*

La piedra criphius del monte Ida solamente es visible cuando se celebran los misterios de los dioses. Herá-clides se Sición lo alaba en su segundo libro De las

piedras.*

En el monte Tmolus, dice Citofón, hay una piedra que se confundiría con la piedra pómez, pero que

es difícil de detectar, ya que cambia de color cuatro veces al día. Sólo la ven las niñas muy jóvenes que

no tienen todavía uso de razón. Protege del ultraje de las núbiles. *

Según Nicanor de Samio, en el Eurotas se encuentra la piedra Thrasydile, que tiene forma de casco. Al oír el sonido de la trompeta, salta al río, pero se esconde en el fondo si se pronuncia el nombre de los ateniens-es. Se pueden ver varias de estas piedras en el templo

de Atenas en Calcis.*

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La pequeña industria local usa la basu-ra de las minas y muchas de las tallas de piedra están decoradas con pedazos de pirita y calcopirita recogidos de los montones de basura, ingeniosamente trabajados para formar coronas y collares para las estatuas. Hay muchas figuras hechas con pedazos de jade y los artesanos ya no tienen ninguna pretensión de recrear la imaginería cristiana para tallar ídolos acurrucados con caras sonrientes. Una estatuica de un superhombre indígena que tiene los ojos tallados en cristal de sal que es fosforescente a la luz del sol.

Hay algo brillando bajo la luz del sol que se parece a una orquídea crista-lina tallada en un material similar al cuarzo. Es una reproducción de la estructura de la flor completa, que después incrustaron en una base de cristal, casi como si hubieran querido que se pareciera a un espécimen vivo en el centro de un gran colgante de cristal tallado. Las caras internas del cuarzo están cortadas perfectamente, para que una docena de imágenes de la orquídea reflejen unas sobre las otras, como si se vieran a través de un laberinto de prismas. Al lado de la orquídea hay un grupo de hojas unidas a una ramita, talladas en un mineral traslúcido parecido al jade morado. Cada una de las hojas ha sido reproducida con una técnica muy fina. Las venas forman una huequito hondo debajo el cristal. La rama de siete hojas, en la que aparecen reproducidas las yemas en las uniones y la curvatura del tallo, parecen la obra de un joyero japonés medieval, no el futuro de la rudimentaria escultura colombiana. Al lado de la pieza todavía más rara, hay un árbol chiquito tallado que parece una gran esponja enjoyada. El árbol y la ramita brillan en una docena de imágenes reflejadas en las caras de la estructura. La estatuica, hermana de la orquídea enjoyada, aunque un poquito más rudimentaria, está tallada en una piedra de color amarillo pálido, pareci-da al crisólito. Si se agita la estatuica, los cristales parecen licuarse, y la luz que sale de ellos se parece a la de una

llama ardiendo. Esas tallas indígenas no son adornos corrientes, ni sólo tallas bonitas: algo pasa con la luz que emiten, esa luz parece que viniera de adentro de ellas, no del sol. Es una luz dura, intensa.

Cuando se llega por primera vez todo parece oscuro, pero después se ven la tierra y las estrellas que se encienden en las hojas. Son puras divisiones entre luz y oscuridad.

Un rayo potente deja a la vista un es-condite de joyas cristalinas, iluminado por el fuego. Las partes carboni- zadas arden en el aire oscuro. A pesar de su brillo intenso por la noche, de día, todo vuelve a ser nublado, es como si todo se recargara con el sol. Es todo un juego de sombras.

Hay un cuerpo caido de un hombre muerto. Las articulaciones y los tejidos son elásticas, la piel dura y caliente. Desde el codo hasta la punta de los de-dos está cubierto o más exactamente, parece que le brota una masa de cristales transparentes, a través de la cual puede verse el contorno prismáti-co de la mano y de los dedos en una cantidad de reflejos multicolores. Si ese guante enjoyado que es como una armadura, se acerca al sol, los cristales empiezan a emitir una luz viva e in-tensa. Es el dorado, el hombre de oro y joyas, con una armadura de diamantes. El final que muchos desearían. Yo creo que a eso se refieren cuando dicen “cu-bierto no sé si es la palabra adecuada. Mi diente es todo de oro”.

La maleza brota entre los hierros y sube a los subterráneos. En el aire caliente, todo cuelga inmóvil por todas partes, y la velocidad casi ni existe, es como una visión temblorosa a través del obturador dañado de una cámara de cine. Pasan flotando árboles arran-cados y pedazos de corteza terrestre. Lejísimos, hay una casita en ruinas con las enredaderas subiendo por las vigas de los edificios vecinos. Los helechos inundan el jardín de la casa, subiendo hasta las puertas saliendo entre las uniones de las maderas. Los grandes árboles siguen oscuros e inmóviles. Mucho más lejos, todo empieza a subir en montañas de la zona minera. Más abajo, los techos brillan bajo la luz del sol.

Parece que se trata de una serie de mutaciones porque un pedazo de corteza ya se parece a una piel cris-talizadoa y emite una luz. Parece una proliferación subatómica de la materia. Es como si la refracción a través de un prisma produjera una secuencia de imágenes desplazadas pero idénticas de un mismo objeto, con el elemento tiempo sustituyendo a la función de la luz. Los cristales parecen nieve húme-da. Parece que el mundo se divide en dos sectores; uno el de acá y el otro, desde el punto más allá se entra en un mundo donde las leyes normales del universo físico no sirven.

El cielo está despejado e inmóvil, y la luz del sol brilla continuamente en esa esquina magnética. Entonces el rayo se apaga lentamente y las imágenes de los árboles vuelven a aparecer, cada uno envuelto en su envoltura de luz, y los árboles brillan como si estuvieran cargados de joyas derretidas. Es una caverna de joyas. Fuera de acá todo parece polarizado. Dividido en blanco y negro.

Los helechos cristalinos brotan de las grietas del suelo. La superficie de la tierra parece dura y tiene agui-jones chiquitos de tierra fundida que salen de la corteza recién formada. El proceso de cristalización avanza más. Las vallas están tan densamente incrustadas que forman una barrera con una capa de escarcha blanca muy gruesa. Las pocas casas que hay entre los árboles brillan como ponqués de matrimonio, con los techos y las chimeneas blancos se han transforma-do en cúpulas barrocas. En un jardín de aguijones de cristal verde, el triciclo de un niño resplandece como una joya de esmeralda, las ruedas parecen brillantes coronas de jaspe.

Por todas partes la capa de escarcha envuelve los árboles y la vegetación se ha vuelto más oscura y opaca. El piso de cristal es más denso y gris y las agu-jas parecen puntas de roca. Alrededor todo acumula una densa escarcha que acelera el proceso de cristalización.

Los pedazos de musgo que están pega-dos de los árboles son más gruesos y transparentes, como si los troncos hubieran se hubieran compirmido

hasta quedar como unas columnas delgaditas. El pasto si tiene su brillo como si se hubiera conservado intacto, como una isla.

Hay un huerto chiquito con matas de cristal verde como esculturas de esmeralda que llegan hasta la cintura. Hay una caverna subterránea sin fin, donde unas rocas enjoyadas surgen de la oscuridad como algas marinas gigantes y el polvo de cristal se pega al pasto formando fuentes blancas.

Los árboles cristalinos cuelgan en las cavernas luminosas, las hojas cristalizadas sobrecargadas se derriten formando un entramado de prismas a través del cual brilla el sol en miles de arcoíris. Los gatos y los perros con-gelados en posturas grotescas como animales heráldicos tallados en jade y en cuarzo.

Todas esos milagros como parte del orden natural del las cosas, como parte del escondite del universo. El resto del mundo parece monótono e inerte, es un reflejo de una imagen, que forma un espacio de oscuridad. La ausencia de sorpresa, confirma mi creencia de que éste espacio iluminado refleja de alguna manera un período anterior de nuestra vida, depronto es una memoria arcaica con la que nace-mos, como un recuerdo de un paraíso ancestral donde la unidad del tiempo y el espacio es la esencia de cada hoja y cada rama. En éste espacio la vida y la muerte tienen un significado diferente del que tienen en nuestro mundo oscuro donde siempre hemos asociado el movimiento con la vida y el paso del tiempo. En éste espacio todo movi-miento conduce inevitablemente a la muerte y el tiempo es solo su sirviente. Ese es de pronto, el único logro como habitantes del mundo, que ha provo-cado la separación tiempo y espacio. Sólo nosotros hemos dado a cada uno de ellos un valor independiente, que ahora nos define y nos encierra como la longitud de un ataúd. Resolverlo es el mayor objetivo de la ciencia natural, con esa existencia cristalina, medio adentro y medio afuera, de nuestro propio curso del tiempo.

El Mundo de Cristal

Éstas transfiguraciones aleatorias en todo el mundo son el reflejo de pro-cesos cósmicos lejanos de dimensiones enormes. Ahora se sabe que el tiempo es el responsable de la transformación.

Cuando una partícula se estrella contra una antipartícula no solo se destruyen sus propias identidades físicas, sino que sus valores temporales opuestos se eliminan el uno al otro, restando al universo otro quantum de su depósito de tiempo total. Son estas descargas aleatorias, provocadas por la creación de antigalaxias en el espacio, las que han disminuido el depósito de tiempo destinado a la materia de nuestro propio sistema solar.**

A medida que se escapa más y más tiempo el proceso de cristalización sigue. Los átomos y las moléculas ori- ginales producen réplicas espaciales de sí mismas, sustancia sin masa, en un intento de engancharse a la existencia. En teoría, ese proceso no tiene fin, y es posible que un átomo llegue a produ-cir un número infinito de copias de sí mismo hasta llenar el universo entero, del que a la vez ha expirado todo el tiempo, un cero final macrocósmico que va más allá de los sueños de Platón.

El absoluto silencio de los árboles enjoyados y el comienzo del ruido de las piedras parecen confirmar que el tamaño del área afectada ha aumenta-do muchísimo. Una calma congelada se extiende hasta donde alcanza la vista, como si se estuviera perdido en algún lugar de las grutas de un inmen-so glaciar. La cercanía del sol se refleja en una corona de luz universal. Es un enredo de cuevas de cristal, aislado del resto del mundo e iluminado por lámparas subterráneas.

Las piedras preciosas no son una rareza.

**J.G. Ballard. The Crystal World.

Una legión de piedras doradas se refleja en los espejos, todas con sus facciones. Son carnosas. Como si fueran seres vivos, tienen cabeza, cola y cuatro extremidades. Están adosadas a piedras más grandes o rocas. Existe una variedad que recuerdan al coral; las blancas recuerdan a la grasa, las negras al barniz, las amarillas al oro.

Son más imágenes de rocas de colores de las que nunca creí que vería, imá-genes de rocas vestidas de luz. Brillan como estrellas. Entre las imágenes prismáticas, refractadas por la luz, hay unas rocas más oscuras. El perfil y los rasgos quedan en la oscuridad, pero su superficie es de un color de piedra gris casi negra, y refleja los verdes pintados del lado opuesto del espectro. En las puntas tienen un filo de luz plateada. Por alguna razón amenazadora en ese ambiente de luz, la roca oscurecida está quieta, con la cabeza volteada hacia otro lado. Su propia sombra, proyectada por el reflector y su silueta oscura manchada por la luz enjoyada.

Es una formación de una imagen en dos caras, como si una imagen en espe- jo, una fotografía o una postal cobraran vida, se independizaran y pasaran a lo actual sin perjuicio de que la imagen actual vuelva en el espejo, recobre su sitio en la postal o en la fotografía, se- gún un doble movimiento de liberación y captura.*** La imagen óptica actual cristaliza con su propia imagen virtual sobre el circuito pequeño viviéndose una imagen-cristal. La imagen-cristal tiene dos caras que no se confunden porque la confusión de lo real y lo imaginario es un simple error que está solamente en la cabeza de alguien, por eso, ésta imagen-cristal es una ilusión objetiva que no suprime la distinción de las dos caras sino que las vuelve imágenes mutuas en las que existe un intercambio.

Cuando la imagen virtual se vuelve actual, entonces es visible y límpida, como en el espejo. Pero la imagen actual se hace virtual por su cuenta, se ve re-mitida a otra parte, es invisible y opaca como un cristal apenas desprendido de la tierra.*** El cristal ya no se reduce a la posición exterior de dos espejos enfrentados, sino a la disposición interna de un germen (entendiendo el germen como un origen) con respecto al medio. Es el mismo gran circuito pasando por cuatro figuras: lo actual y lo virtual, lo límpido y lo opaco, el germen y el medio, la vida y el arte.

Se trata de una imagen-cristal y no una imagen orgánica que contiene en sí misma el límite interior de todos los circuitos pequeños relativos, pero también es la envoltura última, vari-able, deformable, más allá incluso de los movimientos del mundo.*** El pequeño germen cristalino y el inmenso uni-verso cristalizable están comprendidos en la capacidad de amplificación del conjunto constituido por el germen y el universo, pues los mundos no son más que circuitos relativos que dependen de las variaciones de ese Todo. Lo actual y su virtual sobre el circuito pequeño, las virtualidades en los circuitos más grandes. Y desde adentro, el circuito pequeño interior se comunica con el circuito más grande, directamente, a través de los circuitos relativos. En cuanto a la reverberación interna, nunca puede hacer otra cosa más que desdoblarla y someterla al re-lanzamiento infinito de agrietamientos siempre nuevos. Por eso, lo que se ve en el cristal es el tiempo en persona, un poco de tiempo en estado puro, la dis-tinción incluso entre las dos imágenes que no acaba de reconstruirse.***

*** Gilles Deleuze. Cinema 2: The Time Image, The crystals of time.

Una cobija muy grande de luz plateada brilla en el cielo de la tierra. Doscien-tos metros por encima, el aire parece irradiar continuamente, como si los átomos que se cristalizan estuvieran licuándose con el viento y fueran reem- plazados por los que se elevaban.

Existe un conocimiento sobre la dife- rencia fundamental entre la luz y la oscuridad, que heredamos de las pri- meras criaturas vivas. Después de todo, la respuesta a la luz es una res- puesta a todas las posibilidades de la vida misma, entendiendo la luz en esencia, como sonido en frecuencias particulares de vibración. Cualquier cosa que sea perceptible por los senti- dos físicos o por la mente, puede ser conocida en su esencia a través de la vibración que le es propia y por eso, la realidad última es esencialmente consciencia más allá del espacio y el tiempo. Y es por ésto, que la división entre luz y oscuridad es la más poderosa que existe, reforzada a diario durante el transcurso de millones de años. Lo que lo mueve todo, en el sentido más simple, es el tiempo, y ahora que el tiempo se está agotando empezamos a ver los contrastes de todas las cosas con más claridad pero no es una cuestión de identificar los conceptos morales del lado oscuro y de la luz. Porque ahora, aislados, ambos son grotescos, aunque unidos acá en este lugar de arcoíris, ya nada se distingue de nada.

El último cristal de la esfera del reloj se deshace con un corto rayo de luz, y de pronto, con un movimiento brusco, las flechitas empiezan a girar. Los marcos y las maderas de los balcones están adornados con escudos heráldicos de una arquitectura barroca muy ex-travagante. En las ventanas se forman espirales de cristal, que también ador-nan las barandas del techo. El techo está erizado de astillas, que parecen las barbas de una ballena congelada. La fachada alargada y las columnas derrumbadas parecen unas ruinas iluminadas por reflectores.

Los Cristales del Tiempo

Juego de Sombras

L A L E N G U A D E L A S P I E D R A S ∙ C A M I L A M O N T A L V O

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Por algún fenómeno óptico o elec-tromagnético, el intenso foco de luz que producen las piedras preciosas producen también una compresión del tiempo, de manera que la descarga de luz que emite sus superficies invierte el proceso de cristalización. De pronto es el regalo del tiempo el que expli-ca el eterno encanto de las piedras preciosas, igual que el de la pintura y la arquitectura barrocas. Sus intrin-cadas y elaboradas ornamentaciones, que ocupan más espacio que su propio volumen, parecen contener el tiempo, proporcionando esa inconfundible sensación de inmortalidad que se siente en el interior de la catedral de sal de zipaquirá, por ejemplo. Por el contrario, la arquitectura del “nuevo mundo”, se caracteriza por fachadas rectangulares sin adornos, por un sencillo espacio-tiempo euclidiano, porque en el mundo moderno el espa-cio y el tiempo son cada vez más caros, y la arquitectura moderna, segura de su paso firme hacia el futuro es indife- rente a los dolores de mortalidad que rondan la mente de las piedras. Éstas, las piedras, parecen seguir erizándose y casi explotar por todos los lados desgarrados, por todos los lados agre-sivos y rebeldes. Fijan los sobresaltos de una materia furiosa que lucha, que se rebela como y donde puede. Las estructuras cristalinas seducen por otro hecho todavía más misterioso: unos planos nítidos como las abstrac-ciones divinas, y a la vez cargados con el peso de la piedra o del metal, se cortan, se atraviesan en todos los sen-tidos, como si se hubiera alimentado por un momento, a las sustancias más impenetrables con un extraño poder de una permeabilidad en arquitecturas complejas.

Como el cristal nunca es puro y perfec- to, tiene fallas, puntos de fuga, defectos, está siempre astillado, algo huirá por el fondo, en profundidad, por la tercera dimensión, por la fisura. Por eso, la tridimensionalidad preserva siempre en el circuito un fondo por el que algo puede escapar: la fisura, la fractura del circuito: si se estalla el cristal astillado dejando escapar su contenido a tiros,

algo saldrá del cristal, un nuevo real surgirá más allá de lo actual y de lo virtual: una realidad decantada.***

Y ya todo lo real, la vida entera, se vuelve un espectáculo, se vuelve arte, de acuerdo con las exigencias de una percepción óptica y sonora pura; y como el arte es un medio para actualizar una misma imagen virtual, entonces la vida se vuelve arte pero ¿dónde acaba el arte cuando empieza la vida? Se nace en un cristal, pero el cristal no retiene más que la muerte, y la vida debe salir de él, después de haberse ensayado.

Entonces se sale del arte para alcanzar la vida, pero se sale imperceptible-mente al río del agua corriendo, es decir, del tiempo. Solo saliendo se procura el tiempo un futuro. El tiempo en el cristal se ha diferenciado en dos movimientos, pero es uno de los dos el que se encarga del futuro y de la li- bertad, a condición de salir del cristal. Buscando la salida del cristal, debemos saber que nunca hay cristal acabado pues todo cristal es infinito, todo cris- tal está haciéndose, y se hace con un germen que incorpora el medio y lo fuerza a cristalizar y entonces, el problema no es saber qué es lo que sale del cristal y cómo, sino al contrario, cómo entrar en él. Pues cada entrada es un germen cristalino, un elemento componente. Cada vez se tratará más de entrar en un nuevo elemento, y de multiplicar las entradas entre las que existen psíquicas, históricas, arqueoló- gicas, geográficas, etc.

El cristal siempre está en formación, en expansión, que hace cristalizar todo lo que toca y al que sus gérmenes dotan de un poder de crecimiento infinito. Entonces, es la vida como espectáculo, la vida como arte, y sin embargo espontánea; pues ciertos gérmenes abortan y otros triunfan, ciertas entradas se abren, otras se cie-rran como borrándose ante la mirada y volviéndose oscuras. *** Gilles Deleuze. Cinema 2: The Time Image, The crystals of time.

Hay una nueva entrada en el circuito cristal, una puramente sonora. Con un ruido blanco, una piedra invoca a la otra desaparecida, la otra piedra responde. A través de la muerte hay un comienzo en el mundo, un cristal sonoro, éstas dos piedras sola cada una y sin embargo las dos en espejo, en eco. Al rodear al germen, tan pronto le comunica una aceleración, una precipitación, a veces un saltico o una fragmentación que construirán la cara oscura del cristal; y pronto le confiere un brillo que es como la prueba de lo eterno. Lo que se ve en el cristal es siempre el brotar del tiempo, en su desdoblamiento y su diferenciación.

Y el espectáculo se torna universal, no finaliza de crecer; precisamente porque no tiene otro objeto que las entradas en el espectáculo, que las entradas en el arte, que en este sentido son otros tantos gérmenes. Ahora el movimiento del mundo, nos hace pasar de una vidriera a otra, de una entrada a otra a través de los tabiques.

Ésta imagen-cristal no es menos so-nora que óptica y por eso, el cristal del tiempo es un ritornelo por excelencia. Es un ritornelo melódico que se opone y se mezcla con otra componente rítmica. Lo que se oye en el cristal es el ritmo y el ritornelo como las dos di-mensiones del tiempo musical, siendo el uno la precipitación de los presentes que pasan y el otro la elevación o la re-caída de los pasados que se conservan.

El tiempo mismo se vuelve sonoro.

Una púa de cobre, con su carácter afilado, delgado, propio del metal; viene a cortar el cristal, desorganiza su substancia, apresura su oscurecimien-to, bajo una presión muy poderosa. La oscura tierra abre sus venas de sulfuro que permite la extracción humana de su sangre metalúrgica. Dividida a través de movimientos alquimistas, la tierra crudamente es procesada en dispositivos de comunicación. La electricidad se ha reintegrado por medio de ésta. La señal es enviada di-rectamente por un circuito construido con el oro de los bobos. Éstas señales son sutiles y ambiguas recordándonos a través de todo tipo de filtros, que debe haber una preexistente belleza en general más vasta que la que percibe la intuición humana en la que el hombre se deleita, y que a su vez se siente orgulloso de crear.

Las señales están en el nivel de solu-ciones minerales internas que realizan transferencias iónicas provocando tormentas de relámpagos eléctricos disparados a través de las células. Las piedras minerales cristalizadas están disparando como una ametralladora espasmódica lanzando chillidos incan-descentes y gritos de ruido blanco. La zincita está inmovilizada por afiladas púas de cobre que como unas amíg-dalas enfermas, rasgan las paredes del cristal entre la oscuridad de la tierra y el más allá, agregando el rigor del la muerte a lo que nunca estuvo vivo, con la esperanza de una comunicación bidireccional transdimensional.

La calcopirita, la zincita y la pirita llaman de regreso a los alquimistas pues la búsqueda del corazón y del secreto alquímicos, no es separable de la búsqueda de los límites cósmicos, como la más elevada tensión del espíritu y el grado más profundo de la realidad. El vidente es aquel que ve en el cristal, el brotar del tiempo como desdoblamiento.Pero será preciso que el fuego del cristal se comunique a toda la manufactura para que el mundo, por su lado, deje de ser un medio amorfo achatado que se detiene al borde un abismo y revele en sí potencialidades cristalinas infinitas.***

Éstas piedras están muy serias, tienen algo último que no quieren cambiar ni perder. Atraen a través de una infalible belleza inmediata que es responsable ante nadie, necesariamente perfecta pero con exclusión de la idea de la perfección, excluyendo así mismo la aproximación, el error, y el exceso. Su belleza espontánea precede y va más allá de la noción real de la belleza, que es a la vez promesa e institución. Es la victoria del reino mineral. Algo tan básico e indestructible, que el hombre nunca pudo vencer. Esta perfección amenazante, basada en ausencia de vida es la quietud visible de la muerte que nunca ha sido alcanzada por los esfuerzos ni estilos del arte humano.

Las piedras que suenan, a veces son grandes, otras veces chiquitas. Si alguien las rompe puede ver más co-lores y más formas por dentro, pero sonarán diferente. Quienes pasan entre ellas, evitan hablar de eso. Escuchan los ruidos lejanos que suenan como palabras quejumbrosas tan enjoyadas y adornadas como todo este mundo transfigurado. No todo el mundo escucha estos ruidos.

Para escucharlos, hay que buscar el circuito más chiquito o más bien, el cortocircuito. Pero si se detiene du-rante más de un minuto, las bandas de cristal se apoderarán de usted, comple-tamente del hombro y del cuello. Otra cosa entrará en usted, no humana. La superficie enjoyada resplandecerá a la luz del sol, como la costra translúcida. Todos los movimientos de sus siluetas serían recortados contra la luz. Y aunque los tejidos cristalinos estarán fríos como el hielo y no podrá mover los dedos ni la mano, si se arranca los cristales notará algo que más que dolor es una especie de sensación de calor. Su brazo en el suelo, brillará con cristalina vida propia y quedará en algún lugar de las calles cristalinas los pedazos de usted mismo. Ese pedazo no humano, con lo que ahora estamos en comunión.

*** Gilles Deleuze. Cinema 2: The Time Image

Los vapores pueden penetrarse: no tienen forma ni consistencia, completa-mente vagos e inasequibles, sin contor-nos ni firmeza. En cuanto a los sólidos, que ocupan de pleno su volumen, es inevitable, se hunde en una tabla separa la madera para abrirse camino. Una forma se altera, una materia se desplaza. Dos cuerpos tan maleables como pueda imaginarse, ceras o latones, con más razón si son duros y quebra-dizos, si son difíciles de cortar o de condicionar, dos cuerpos cualesquiera no pueden ocupar al mismo tiempo el mismo espacio. Los prismas, las esferas, los conos que la geometría imagina que se atraviesan son necesariamente inma-teriales, huecos, aéreos. Nada parecido podría ocurrir en realidad.

Lo mismo sucede con el cristal de roca, cuya estructura y transparencia pare-cen, sin embargo, encajar con la natu-raleza ideal de la geometría. Cuando dos agujas coinciden, la que llega más tarde al lugar de cruce, o quizá aquella cuya pujanza es menor, cede el paso a la primera o a la más potente, adapta su forma a la forma que la frena o la rodea o incluso se divide en dos ramas gemelas, horca relumbrante que se desarrolla a cada lado del obstáculo.

Pero sucede también en ocasiones que lo atraviesa de un lado a otro y, aunque un poco disminuida, cuando reaparece, no ha variado de forma ni de dirección, como si no hubiera tenido que interrum- pirse. Las dos agujas son igualmente puras. Nada llama la atención. En esta transparencia extrema, presencia y ausencia no son distintas. Los prismas parecen haber dejado pasar solamente la luz, y no también un mineral indócil, resistente donde los haya, que no se des-vía ni se apara, no cede ni se retrae. Sin embargo, es a la fuerza un cruce que las dos agujas ocupan al mismo tiempo.

No dudo de que la ordenación íntima de este espacio doblemente habitado no ha- ya recibido o no deba recibir la explica- ción conveniente por parte de la ciencia. Pero estoy seguro de que para dar cuen-ta del misterio es necesario o será nece-sario que recurra a las leyes más sutiles, las que presiden la repartición de las partículas que la observación mejor provista no alcanza y que requieren de ecuaciones para poder ser explicadas.

A ojos de quien dejan inseguro las pro-fundidades invisibles, la maravilla no resulta sorprenderte más que a medias.

A estos cuerpos que apenas percibe les atribuye, sin ni siquiera sospecharlo, una naturaleza mágica, abstracta, que no revela más que especulación y cál-culo. Luz en sí mismos, como los rayos que los penetran, no parecen llenar el espacio, sino recortarlo en volúmenes imaginarios y vacíos, infinitamente permeables.

No sucede lo mismo con los cubos de los minerales de hierro o de plomo, con los poliedros imbricados de la galena, la pirita o la marcasita. Éstos eviden-temente, no pertenecen al universo potencial cuya ley es la compenetración. Ocupan un lugar irreductible del que no ceden un ápice. Su masa pesada y opaca no permite el recurso de conjetu-rar una serie de seudonecrosis que los volvieran solubles o volátiles de pronto, como la oruga se convierte dentro de la crisálida en un papilla que no tiene forma ni nombre. A duras penas puede imaginarse una materia tan rebelde súbitamente aligerada, ahuecada, dispersada, convertida en esponja o en vapor. El mineral se preserva mediante su rudeza hasta de los tratamientos sutiles en los que se acomoda la vida y la extenúan la condensan, la condensan en gérmenes y óvulos para resucitarla después con usura. Triturado, calci-nado, si el cristal pierde su forma, ya no la recupera si no es a través de la industria. En adelante es polvo, escoria y lluvia de cenizas, emblema sobrio que muestra el camino de todas las cosas, incluso de las piedras, y de todas las formas; imagen que acaba con el ardor de vivir y de crear.

No hay escapatoria. Los cristales son monumentos imperturbables y comple-tos. Pueden destruirse; no pueden ceder. Aunque se yuxtapongan, se enfrenten o se repartan la superficie en liza, la situación no mejora. Sigue siendo invi-able que coincidan en el mismo espacio. Ahora bien, la superposición imposible es común en los poliedros de las piritas.

Podría creerse que quedaron inmovili- zados cuando, con toda la facilidad del mundo, pasaban uno a través del otro, como los fantasmas que atraviesan mura- llas. Los cubos, los dodecaedros tienen una inexplicable parte común que es difí- cil considerar como resultado de una función: la estructura regular de estos sólidos permanece legible por completo. Los ángulos, las aristas, los lados que han quedado fuera proclaman una arqui-tectura flagrante y sencilla que la vista

se ve forzada a seguir y a completar in-cluyendo la parte oculta, desaparecida en el interior del otro cuerpo sin haber perdido su forma ni su materia.

En la pared de un cubo emerge, más o menos en el centro, de punta, como un as de diamantes, la cara anterior de otro cubo. Un imperceptible desajuste acusa el relieve de los dos planos rigurosamente paralelos, tan ligero que a primera vista parece que el cuadrado más pequeño está grabado encima de la superficie del más grande, pero basta con el desnivel para dejar claro que no se trata de un dibujo, sino del sur-gimiento de un cuerpo casi totalmente enterrado en uno más vasto, de igual sustancia, de igual forma, de igual tono, homogéneo, homólogo y que lo contiene sin disolverlo, que lo admite sin por ello concederle espacio.

En última instancia, puede ocurrir que un poliedro se encuentre suspendido y encastrado en otro. Solo se ven dos de las puntas que atraviesan las caras simétricas de su prisión consustancial. En ocasiones son cubos pegados oblicua- mente el uno al otro. Y en una parte muy reducida de sí mismos. La colusión es tan reducida que cada uno no ha perdi-do más que un solo ángulo, de manera que parece que se pueden separar sin dificultad. Cabe preguntarse cuál de los dos quedaría intacto y cuál presentaría la muesca inevitable. La hipótesis de que, reconstituidos a tiempo, aflorarían los dos sin mella ni deficiencia continua sin embargo presentándose como la úni-ca equitativa, la más conforme a alguna lógica absurda e imperiosa, indiferente a las propiedades de la materia o que las ignora con soberbia.

Toda macla es misterio y manifiesta el orden soberano que constituye la ley orgánica del universo mineral. La rigidez de los cuerpos no los hace rebeldes. Al contrario, les permite más exactitud en la obediencia. En la medida en que son duros e inalterables, pueden seguir los teoremas de la geometría con menos mar- gen, aplazamiento y derogación. Cuan- do hay conflicto, es la materia la que sede y en caso de necesidad se aniquila para que la forma y hasta las formas incompatibles perduren intactas, irrepro- chables, inscritas y expuestas, incluso por su ausencia, como ondas luminosas o sonoras que, al interferir, se anulan pro-duciendo con su redundancia un negro visible que el brillo o un silencia más au-dible que el clamor.* Un cortocircuito.

El Tiempo Sonoro

La Tierra Eléctrica

Un Circuito Muy Chiquito

L A L E N G U A D E L A S P I E D R A S ∙ C A M I L A M O N T A L V O

* Texto extraido de “Piedras: y otros textos Volume 30 de la Biblioteca Azul serie mínima” escrito por Roger Caillois, traducido por Daniel Gutiérrez Martínez, Ed. Siruela, 2011