la isla de las voces

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La Isla de Las Voces

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PAGE 12Librodot La isla de las voces Robert Louis Stevenson

LA ISLA DE LAS VOCESROBERT LOUIS STEVENSON

Digitalizado por http://www.librodot.comKeola estaba casado con Leha, hija de Kalamake, el sabio de Molokai, y viva con su suegro. No haba hombre ms sagaz que aquel profeta; lea en las estrellas, adivinaba mediante los cadveres y con ayuda de los demonios, poda subir solo a las partes ms altas de la montaa, a la regin de los trasgos y all conjuraba a los espritus de la antigedad.

Por este motivo no haba nadie a quien en todo el reino de Hawai se le consultase tanto como a l. Gran nmero de personas compraban y vendan, y se casaban, y disponan sus vidas por sus consejos; y el Rey le llam dos veces a Kona para buscar los tesoros de Kamehameha. Tampoco haba hombre ms temido: de sus enemigos, algunos haban contrado enfermedades en virtud de sus maleficios, y algunos haban desaparecido en alma y cuerpo, de tal modo que en vano poda buscar la gente un hueso de ellos. Corra el rumor de que tena el arte o el don de los antiguos hroes. Le haban visto algunos por las noches sobre las altas montaas, subiendo de peasco en peasco; paseando en los altos bosques, y entonces, sus hombros y cabeza sobrepasaban la altura de los rboles.

Kalamake era un hombre extrao. Proceda de la mejor sangre de Molokai y Maui, de un linaje limpio; y sin embargo era ms blanco que cualquier europeo; su pelo era de color de la yerba seca, y sus ojos rojos y muy cegatos, de modo que en la isla haba el proverbio siguiente: Ciego como Kalamake que puede ver a travs del siguiente da.

De todas estas cosas de su suegro, Keola saba un poco por los comentarios de la gente, un poco ms lo sospechaba, y lo dems lo ignoraba. Pero una cosa le intrigaba: Kalamake era

hombre nada tacao, ni para beber ni para comer ni para vestir; y todo lo pagaba en dlares brillantes. Brillante como los dlares de Kalamake, era otro dicho en las Ocho Islas. Y con todo, l ni venda ni plantaba ni cobraba rentas -slo de vez en cuando algn emolumento por sus brujeras- y no haba un manantial concebible para tanta moneda de plata.

Ocurri un da que la esposa de Keola fue a visitar a Kaunakakai, en la costa de sotavento de la isla, y los hombres salieron al mar de pesca. Pero Keola era un perro perezoso, y se qued tendido en el balcn contemplando las olas chocar contra la costa y las aves volar sobre las rocas. Los dlares brillantes no se le iban nunca del pensamiento. Cuando se acostaba consideraba cmo era posible que fuesen tantos, y cuando se levantaba por la maana se asombraba de que todos fuesen nuevos; de modo que aquel pensamiento no se le iba nunca de la cabeza. Pero aquel da estaba l seguro de descubrir algo. Porque parece que haba descubierto el sitio donde guardaba Kalamake su tesoro, que era una mesa escritorio fuertemente sujeta a la pared del saln bajo el retrato de Kamehameka V y una fotografa de la Reina Victoria coronada; y parece que la noche antes haba tenido ocasin de mirar a su interior y cosa extraa! el saco estaba vaco. Y esto fue el da del vapor; l vea el humo frente a Kalaupapa, y deba llegar pronto con cosas para comer, salmn en conserva y toda clase de alimentos para Kalamake.

-Pues si puede pagar hoy estos gneros -pensaba Keola- ser cierto de que es un brujo y que los dlares salen del bolsillo del demonio.

Mientras pensaba as apareci detrs suyo su suegro, con aspecto preocupado.

-Aquello es el vapor? -pregunt.

-S -respondi Keola-, primero har escala en Pelekunu y en seguida estar aqu.

-Pues si puede pagar hoy estos gneros -pensaba Keola-, a falta de otro mejor, debo hacerte una confidencia, Keola; ven dentro.

Entraron los dos al saln que era un aposento hermoso empapelado y cubierto de cuadros y amueblado con una mecedora, una mesa y un sof de estilo europeo. Adems haba un estante con libros, una Biblia sobre la mesa y un escritorio cerrado y sujeto a la pared; de modo que cualquiera poda comprender que el dueo de la case era hombre de importancia.

Kalamake hizo que Keola cerrase los postigos de las ventanas mientras que l cerraba las puertas y abra la mesa escritorio, de la que sac un par de collares llenos de amuletos y conchas, un manojo de hierbas secas y una gran rama de palma.

-Lo que voy a hacer -dijo- es una cosa maravillosa. Los antiguos eran hombres de sabidura; hacan maravillas, y entre otras sta; pero era de noche, en el desierto y al fulgor de las estrellas propicias. Pero yo har lo mismo en mi propia casa y a la luz del da.

Diciendo esto puso la Biblia bajo el cojn del sof de modo que no se viese, sac del mismo sitio un petate de un tejido muy fino y amonton las hierbas y las hojas sobre arena en una olla de estao. Y despus l y Keola se pusieron los collares y se tocaron en los extremos opuestos del petate.

-Ya es hora -dijo el brujo-. No temas.

Entonces peg fuego a las hierbas y empez a murmurar y a agitar la rama de palma. Al principio haba poca luz, porque los postigos estaban cerrados; pero las hierbas prendieron pronto y las llamas iluminaron a Keola y a todo el cuarto; despus el humo le mare y oscureci la vista y oy el zumbido de los mascullados rezos de Kalamake. Y de pronto, sobre el petate en que ambos estaban descargaron unas rfagas o llamaradas ms rpidas que un relmpago. En el mismo momento desapareci de los ojos de Keola el cuarto y la casa y l perdi el aliento. Columnas luminosas giraban sobre su cabeza y en torno de su vista y se encontr transportado a una playa del mar, bajo un sol abrasador y ante unas olas imponentes; l y el brujo estaban sobre el mismo petate, murmurando y gesticulando el uno hacia el otro y pasndose las manos por los ojos.

-Qu ha sido esto? -exclam Keola, que volvi en s el primero por ser ms joven-. Me pareca que iba a morir. -Bah -respondi Kalamake-, ya no tiene importancia, ya est hecho.

-Pero en nombre de Dios -grit Keola-, dnde estamos?

-Tampoco importa -replic el hechicero-. Aqu tenemos la cosa entre las manos y a ello debemos atender. Mientras recobro el aliento ve al lindero de ese bosque y treme estas hierbas y estas ramas, que vers all en abundancia: tres manojos de cada cosa y date prisa; debemos estar de vuelta antes que llegue el vapor, pues parecera extrao que hubisemos desaparecido -y se sent en el suelo jadeando.

Keola avanz por la playa que era de brillante arena y coral, sembrada de extrao conchas; y pens para s:

-Cmo es que no conozco esta playa? Volver a recoger conchas de stas.

Frente de l se elevaba una hilera de palmas, no conocidas y hermosas y dejando pendientes anchas ramas marchitas y amarillas como oro entre el verde follaje; y pens en su interior:

-Es extrao que yo no haya encontrado este bosque. Cuando haga calor me vendr aqu a dormir. Pero qu calor se ha levantado de pronto! -pues se ha de notar que en Hawai era invierno y el da haba sido fro. Y pens tambin-: Dnde estn las montaas grises? Y dnde los altos peascos con aquel bosque pendiente y las aves que giran encima?

Y cuanto ms lo pensaba, menos poda imaginar en qu parte de las islas haba ido a parar.

En el borde del bosque, donde ste se juntaba con la playa, creca la hierba; pero las ramas del arbusto pedido crecan ms adentro. Mientras Keola se acercaba al rbol vio a una joven completamente desnuda, excepto que llevaba un cinturn de hojas.

-Caramba! -pens Keola-, en esta parte del pas no se preocupan mucho por la ropa. -Y se detuvo, suponiendo que la joven le vera y escapara; pero viendo que ella segua impvida, l empez a tararear en voz alta. Al orlo, ella dio un salto, se puso plida y mir hacia el lado donde estaba Keola, y su boca qued abierta de espanto; pero lo raro es que su mirada no se fijaba en Keola.

-Dios mo! -dijo ste-. No se espante usted tanto, que no me la voy a comer! -pero apenas haba abierto la boca, cuando la joven huy bosque adentro.

-Costumbres raras! -pens Keola; y sin pensar en lo que haca corri tras ella.

La joven iba corriendo y gritando en una lengua que no se usa en Hawai, aunque algunas palabras eran idnticas y l comprendi que llamaba y avisaba a otros. Y de pronto vio a ms personas corriendo y gritando, como gente que huye de un incendio: hombres, mujeres y nios, gritndose unos a otros. Y entonces l tambin se llen de temor y volvi al lugar donde esperaba Kalamake y le llev las hojas refirindole lo que haba visto.

-No hagas caso -dijo Kalamake-. Todo esto es como sueo y sombras. Todo desaparecer y ser olvidado. -Pareca que nadie me vea -dijo Keola.

-Y nadie te ha visto -replic el brujo-; podemos andar aqu a la luz del sol completamente invisibles por virtud de estos amuletos. Con todo, ellos nos oyen y por esto es bueno hablar bajo, como yo lo hago.

Despus se levant y form con piedras un crculo en torno del petate, y en el centro puso las hojas.

-Ahora -le dijo-, debers mantener las hojas ardiendo, alimentando el fuego poco a poco. Mientras que hacen llama, que slo es un momento, yo har mi diligencia y antes que negreen las cenizas, el mismo poder que nos trajo nos llevar de nuevo. Preprate con el fsforo y llmame a tiempo, no sea que las llamas se apaguen y yo me quede abandonado.

Tan pronto como prendieron las llamas el brujo salt fuera del crculo como un ciervo y comenz a correr por la playa como un galgo recin salido del bao. Mientras corra se detena ligeramente para recoger conchas y a Keola le pareci que al tomarlas relumbraban. Las hojas ardan con brillante llama que las consuma de prisa; y pronto Keola slo tuvo un manojo, y el brujo estaba lejos corriendo y detenindose.

-Vuelve -grit Keola-; vuelve, las hojas estn acabndose.

Entonces Kalamake volvi, y si antes corra, ahora volaba; pero por mucho que corra, las hojas se consuman ms aprisa. La llama ltima iba a extinguirse, cuando de un gran salto, fue a caer al centro del petate. El aire del salto la apag, y entonces desapareci la playa, el sol y el mar y se hallaron de nuevo en la oscuridad del cerrado saln estremecindose y cegados; y en el petate, entre ellos, haba un montn de brillantes dlares.

Keola corri a abrir los postigos y vio al buque cabeceando majestuosamente cerca ya de tierra.

La misma noche Kalamake llam aparte a su yerno y, dndole cinco dlares, le dijo:

-Si eres hombre prudente (cosa que dudo bastante) pensars que dormiste esta tarde en el balcn y que soaste. Soy hombre de pocas palabras y quiero que los que me ayudan tengan poca memoria.

Kalamake no dijo ms palabras, ni se refiri ms el asunto; pero Keola se ergua a s mismo que, si antes era ya perezoso, cmo iba a trabajar entonces.

-Para qu trabajar-se deca- cuando tengo un suegro que hace dlares de las conchas del mar?

Muy pronto gast los cinco que le dio su suegro; pues se compr ropas finas y despus se entristeci.

-Mejor -pensaba-, hubiera sido comprarme una concertina, con la cual me hubiese entretenido todo el santo da -y empez a estar de morros con Kalamake.

-Este hombre tiene alma de perro -pensaba-. Puede amontonar dlares cuando le viene en gana, en la playa, y deja que yo carezca de una concertina. Pues que tenga cuidado; yo no soy ningn chiquillo, soy tan listo como l y poseo su secreto -despus se quej a su esposa Leha de la conducta de su padre.

-Yo no me enfrentar a mi padre -respondi Leha-; es hombre peligroso para hacerle la contra.

-Pues a m no se me da de l ni esto -replic Keola triscando la ua-; le tengo por las narices. Puedo hacer que l ejecute lo que yo quiera -y cont a Leha la historia.

Pero ella mene la cabeza.

-Puedes hacer lo que quieras -dijo ella-; pero de seguro que en cuanto te opongas a mi padre desaparecers. Mira lo que le pas a fulano y a mengano; piensa en Ha, que era un noble de la Cmara de Representantes y que iba a Honolulu cada ao; pues no se encontr de l ni un hueso ni un cabello. Acurdate de Kamau y cmo adelgaz hasta quedar convertido en un hilo, de modo que su esposa le poda levantar con una mano. Keola, en las manos de mi padre, eres una criatura; te coger con el pulgar y el ndice y te comer como a un camarn.

Keola recibi, pues, gran temor hacia Kalamake; pero como era tambin fanfarrn, estas palabras de su esposa le excitaron.

-Perfectamente -respondi-, si eso es lo que piensas de m, te demostrar que te equivocas completamente.

Y se dirigi directamente al saln donde su suegro estaba sentado en el saln.

-Kalamake -dijo-, necesito una concertina. -De veras? -pregunt aqul.

-S -respondi Keola-, y te digo que quiero tenerla. Un hombre que puede recoger dlares en la playa, puede ciertamente proporcionarme una concertina.

-No crea yo que fueses tan osado -replic el mago-. Me pensaba que eras tmido, y no puedes imaginarte el placer que experimento al ver que me he engaado. Ahora empiezo a pensar que me hace falta un ayudante y sucesor en mi difcil negocio. Una concertina? Tendrs la mejor que haya en Honolulu. Y esta noche, en cuanto oscurezca, iremos t y yo en busca del dinero.

-Volveremos a la playa? -pregunt Keola.

-No, no -replic Kalamake-; debes empezar a conocer otros secretos mos. La ltima vez te ense a recoger conchas; esta vez te ensear a pescar peces. Tienes bastantes fuerzas para echar al agua el bote de Pili?

-Creo que s -replic Keola-. Pero por qu no llevamos el tuyo que est ya a flote?

-Lo entenders todo antes de maana -dijo Kalamake-. El bote de Pili es el ms a propsito para mi intento. De modo que si quieres nos encontraremos all en cuanto anochezca; y, entretanto, silencio, porque no hay motivo para que nadie de la familia se entere de nuestro negocio.

Ni la miel es ms suave que era la voz de Kalamake, y Keola apenas pudo contener su satisfaccin.

-Hace semanas -pens-, que poda yo haber tenido ya mi concertina; en este pcaro mundo lo que hace falta es un poco de nimo.

De repente vio que Leha lloraba y estuvo a punto de decirle que todo iba bien.

-Pero no -pens-; esperar hasta ensearle la concertina; veremos qu har entonces; quizs comprenda que su marido es hombre de pesquis.

En cuanto anocheci, suegro y yerno echaron al agua el bote de Pili y se hicieron a la vela. Haba mar de fondo y un fuerte viento de sotavento, pero el bote era rpido y ligero y cortaba las olas. El brujo tena una linterna, que encendi y meti por una cuerda; y ambos se sentaron en la popa y fumaron cigarrillos de los que Kalamake siempre tena una gran provisin, y hablaron, como amigos, de la magia y de las grandes sumas de dinero que podan hacer mediante su ejercicio, y de lo que haban de comprar primero y de lo que haban de comprar en segundo lugar y Kalamake hablaba como un padre.

De repente mir en torno suyo y a las estrellas de encima y detrs a la isla, que apenas se vea ya en lontananza, y pareci considerar maduramente su posicin.

-Mira -dijo-, ah est Molokai ya lejos detrs de nosotros, y Moui parece una nube; y por la orientacin de esas tres estrellas conozco haber llegado al sitio que deseaba. Esta parte del ocano se llama Mar del Muerto. Es muy hondo y el fondo est cubierto de huesos de hombres y en las profundidades de esta parte habitan dioses y duendes. La corriente del mar se dirige hacia el norte tan fuerte que ni un tiburn puede remontarla, y cualquier hombre que cae aqu desde un navo va hacia el interior del ocano con ms rapidez que galopa un caballo desbocado. Luego cae al fondo, sus huesos quedan esparcidos con los de los otros, y los dioses devoran su espritu.

Al or aquello, Keola se llen de pavor y mir; y a la luz de las estrellas y de la linterna vio que el brujo se desnudaba. -Qu le duele a usted? -pregunt Keola acongojado. A mi nada-replic el brujo-, pero hay uno aqu que est muy enfermo.

Mientras deca esto cogi mano a la linterna, y, cosa admirable, al tocar con el dedo la cuerda que la sujetaba, la cuerda se quem y la mano creci hasta tener el tamao de un rbol.

Al ver tal cosa, Keola grit y se cubri el rostro. Pero Kalamake levant la linterna.

-Mrame a la cara! -dijo; y su cabeza pareca un tonel; y no obstante an sigui creciendo y creciendo, como crece una nube sobre una montaa; y Keola segua sentado ante l gritando y el bote se deslizaba rpido sobre las enormes olas.

-Pues bien- dijo el brujo-, qu opinas ahora de tu concertina? No querras mejor una flauta? No? Est bien, no quiero que los de mi familia sean inconstantes. Pero empiezo a creer que hara mejor en salirme de este podrido bote, porque crezco de manera extraordinaria y si no tenemos cuidado naufragar.

Diciendo as ech sus piernas al mar y todava creci unas treinta o cuarenta veces el tamao de un hombre, tan rpidamente como la vista o el pensamiento, de manera que estando de pie en el fondo del mar, el agua de la superficie le llegaba a los sobacos, y su cabeza y espaldas surgan como una isla alta y las olas le golpeaban el pecho y se rompan contra l, corno azotan y baten un acantilado. El bote corra an hacia el norte, pero l alarg su mano, tom la borda entre el ndice y el pulgar y quebr el costado como una galleta, y Keola cay precipitado al mar. Los trozos del bote los hizo aicos el brujo en la palma de su mano y luego fueron arrastrados por la corriente.

-Me disculpas -dijo l- que me lleve la linterna, porque tengo an mucho que vadear y la tierra est lejos, y el fondo del mar es desigual y siento los huesos de los muertos bajo mis talones.

Y se volvi y se alej a grandes zancadas, y al sumergirse Keola en el agua y al salir de sta al momento, le vio ir a lo lejos con la linterna levantada sobre su cabeza y las olas rugientes en torno suyo.

Desde que las islas surgieron del mar jams hubo hombre tan asustado como Keola. l nadaba, ciertamente, pero nadaba como los gozquejos que se arrojan al agua para que se ahoguen, sin saber en qu direccin. No poda pensar en otra cosa que en el enorme crecimiento del brujo, en su rostro tan grande como una montaa, en aquellos hombros tan anchos como una isla, y en las olas que le golpeaban en vano. Pensaba tambin en la concertina y se avergonz; y en los huesos de los muertos, y le entr an ms temor.

De pronto se dio cuenta de una masa oscura que se balanceaba contra el cielo; vio una luz baja, el resplandor del mar hendido y oy voces de hombres. Grit y le respondieron; y al momento vio sobre s la proa de un navo que se balanceaba sobre las olas. Se agarr con ambas manos a una cadena y pas en un momento del abismo a bordo, levantado por los marineros.

Le dieron ginebra y galleta y ropa seca y le preguntaron por qu accidente le haban encontrado y si la luz que haban visto era la del faro de Lae o Ka Laau. Pero Keola saba que los blancos son como los nios y slo creen sus propias historias; de modo que, respecto de s, les dijo lo que bien le pareci, y respecto de la luz, que era la linterna de Kalamake, les dijo que l no haba visto ninguna.

Aquel barco era un bergantn que iba a Honolulu, y, por suerte de Keola, haba perdido un hombre que haba cado de la proa en una turbonada. No convena hablar. Keola no se atreva a seguir en las Ocho Islas. La palabra se escapa tan rpidamente, y a los hombres les gusta tanto charlar y contar noticias, que aunque l se escondiese en el extremo sur de Kau, el brujo oira hablar de l antes de un mes y lo hara perecer. De modo que hizo lo que le pareci ms prudente y se qued como marinero en vez del hombre que se haba ahogado.

De algn modo el barco era un buen escondite. El alimento era muy abundante y sustancioso, con galleta y cecina cada da, y sopas de guisantes y pudines de harina y grasa dos veces a la semana, de manera que Keola engord bastante. El capitn era un buen sujeto, y la tripulacin no era peor que otros blancos. Lo peor era el contramaestre, el hombre ms difcil de contentar que haba visto jams Keola, y que le pegaba y maldeca diariamente y a toda hora, por lo que haca y por lo que dejaba de hacer. Los golpes eran muy duros, porque el contramaestre era hombre fuerte; y las palabras que usaba eran groseras, y Keola, que vena de buena familia y estaba acostumbrado el respeto, no las poda sufrir. Y lo que era peor de todo, siempre que Keola tena ocasin de reposar y dormir un poco, el contramaestre iba a despertarlo en seguida con un cabo. Keola comprendi que no podra aguantar aquello, y se determin a escapar.

Hara un mes que haban salido de Honolulu cuando vieron tierra. Era una noche tranquila y estrellada y el mar estaba tan sosegado y bello como el cielo; soplaba un alisio continuo y la isla se ergua por barlovento presentando hacia el mar una faja de palmeras en toda la extensin de la costa. El capitn y el contramaestre la observaron y hablaron de ella cerca de la rueda del timn en la que se encontraba entonces Keola de guardia y siguiendo el rumbo que le haban marcado. Pareca que era una isla a la que no se acercaban barcos mercantes. Segn el capitn no viva nadie en ella; pero el contramaestre opinaba lo contrario.

-Yo -dijo- no creo en las noticias que insertan las cartas; porque respecto de esta isla asegura que est deshabitado y yo pas una noche cerca de ella con el bergantn Eugenia y haba mucha gente pescando a la luz de hachas y en la playa haba tantas luces como en una ciudad.

-Bueno, bueno -respondi el capitn-; lo ms importante es que es demasiado acantilada; y la carta no marca ningn peligro, de modo que pasaremos a la costa de sotavento. Evita el cabeceo! No te lo he dicho bruto? -grit a Keola que los estaba escuchando con tal atencin que se olvid del gobernalle.

El contramaestre le maldijo y jur y perjur que el canaco no vala para nada, y que si agarraba un Keola se haba de acordar de l.

Y as el capitn y el contramaestre se echaron juntos en el castillo del puente y Keola se qued solo.

-Esta isla me va muy bien -pens- si no se acercan a ella buques mercantes, el contramaestre no vendr nunca a ella y lo que es Kalamake, no puede ser que venga tan lejos.

Tal como lo pens lo hizo el bergantn hacia la playa, pero de sesgo. Tena que llevar aquella operacin con cuidado, porque con aquellos blancos y, sobre todo, con aquel contramaestre, todas las precauciones eran pocas; puesto que dorman o fingan dormir, y si una vela se encoga se levantaban y espabilaban con un cabo al canaco. Por esto Keola desvi el rumbo del bergantn poco a poco hasta que de pronto la tierra estuvo cercana y el ruido del mar junto al buque se hizo ms intenso.

Entonces el contramaestre se sent de repente en el castillo, gritando:

-Qu haces? Vas a estrellar el barco?

Y salt hacia Keola y ste dio otro por cima de la borda y se lanz al estrellado mar. Cuando subi a la superficie, el bergantn segua ya la ruta verdadera, yendo en el gobemafle el contramaestre en persona, a quien oy todava Keola maldecir. El mar estaba tranquilo a sotavento de la isla; adems estaba templado, y Keola llevaba su cuchillo de marino, de modo que no tema a los tiburones. Un poco enfrente de l cesaban los rboles y en la lnea de tierra haba una abertura como la entrada de un puerto y la marea que suba entonces, le arrastr por ella. En un minuto se encontr fuera y dentro: haba nadado en una agua espaciosa y somera, brillante con el reflejo de millares de estrellas; y en torno de l vio un cinturn de tierra con su faja de palmeras. Y qued asombrado, porque la isla era tal que l no haba odo jams hablar de ella.

La estancia de Keola en aquel paraje tuvo dos perodos; el perodo en que estuvo solo, y el perodo en que vivi con la tribu. Al principio busc en todas direcciones y no encontr ser humano; slo una pequea aldea abandonada en que haba varias casas, y algunos restos de hogueras. Pero las cenizas estaban fras y esparcidas por la lluvia; y algunas de las casuchas estaban destechadas por el viento. All estableci Keola su morada; prepar el fuego y pesc y cogi los pescados, y trep a las palmeras y cogi cocos-mudas y bebi su agua, porque en toda la isla no la haba natural. Con una cscara de coco hizo una lmpara y extrajo aceite de los cocos maduros y de la fibra hizo una torcida; y cuando se haca de noche se encerraba en su casita y encenda su lmpara y acostado estaba temblando hasta que amaneca. Muchas veces pens en su interior que habra estado mejor en el abismo del mar, mezclados all sus huesos con los de los otros.

Todo este tiempo vivi l en la parte interior de la isla porque la pequea aldea estaba a orillas de la laguna y en sta haba abundante y buen pescado. Y a la parte exterior slo fue una vez y miro a la playa del mar y se volvi temblando; porque el aspecto de aquella playa con su arena brillante y las conchas de que estaba sembrada y el ardiente sol y la resaca le produjeron terrible aprensin.

-No puede ser -pensaba-, y, sin embargo, es muy semejante. Y yo qu s? Esos blancos, aunque pretenden saber dnde navegan, se pueden equivocar como todo el mundo. Despus de todo puede ser que hayamos navegado en crculo y tal vez est cerca de Molokai y esta playa sea en la que mi suegro coge sus dlares.

De modo que desde entonces fue prudente y vivi en el interior de la isla.

Cosa de un mes despus lleg la gente de aquel lugar, en seis grandes botes. Eran hombres de hermosa raza y hablaban una lengua de muy diferente sonido de la de Hawai, aunque tena muchas palabras idnticas, de modo que no era difcil entenderse con ellos. Adems los hombres eran muy corteses y las mujeres muy complacientes; y saludaron a Keola y le hicieron una casa y le dieron una esposa; y, lo que ms le sorprenda fue que nunca le enviaban a trabajar con los jvenes.

Y la vida de Keola tuvo ahora tres etapas: primero estuvo muy triste, despus muy alegre, y luego, en el tercer perodo, fue el hombre ms asustado de la tierra.

El motivo de su pesar fue la esposa que le dieron; porque si l dudaba de la isla y poda dudar del lenguaje de sus moradores, del que tan poco haba odo cuando haba estado en ella con el brujo, de aquella mujer no poda dudar, porque era cabalmente la misma que delante de l haba huido por el bosque. De modo que haba navegado en vano, y ms le vala haberse quedado en Molokai; y haba abandonado a la patria y la esposa y los amigos slo para escapar de su enemigo, y el sitio donde haba ido a refugiarse era el campo de caza del hechicero, y aquella playa era donde aqul caminaba invisiblemente. En este perodo fue cuando vivi con ms anhelo en el interior de la isla sin atreverse a salir del abrigo de su pequea casa.

La causa de la alegra fue la conversacin que oy de su esposa y de los principales isleos. Keola por su parte deca muy poco. No estuvo nunca muy seguro de sus nuevos amigos, porque los vea excesivamente corteses para que fuesen sinceros, y desde que haba trabado amistad ms profunda con su suegro, se haba vuelto prudente. Por esto no les dijo nada de s mismo, fuera de su nombre y familia y de que vena de las Ocho Islas, y que stas eran muy hermosas; y les habl del palacio del rey y de los misioneros. Hizo muchas preguntas y aprendi mucho. La isla en que se encontraban se llamaba Isla de las Voces; perteneca a la tribu, pero sta viva en otra isla a tres horas de vela hacia el sur, donde tenan sus casas permanentes, y era una isla rica, donde haba huevos, gallinas y cerdos, y adonde llegaban barcos mercantes, con ron y tabaco. All es donde haba llegado el bergantn despus que lo abandon Keola; y all haba muerto el contramaestre, como necio europeo que era; porque cuando lleg el bergantn empezaba la temporada enfermiza de la isla, cuando los peces de la laguna se vuelven venenosos, y cuantos los comen se hinchan y mueren. Dijeron esto al contramaestre; ste vio los botes preparados para la marcha, porque en dicha estacin la tribu abandona la isla y se dirige hacia la Isla de las Voces; pero era un blanco insensato, que no crea ms historias que las suyas, y pesc un pez, lo guis y lo comi, y se hinch y muri; esta noticia fue muy alegre para Keola. En cuanto a la Isla de las Voces, estaba solitaria la mayor parte del ao; slo de vez en cuando vena algn bote por copra, y en la estacin mala, cuando los peces se tornan venenosos en la isla principal, toda la tribu iba a vivir en ella. Su nombre era debido a algo extraordinario, porque pareca que el lado del mar de la isla estaba poblado de invisibles duendecillos; da y noche se los oa hablar entre s con lenguas extraas; da y noche se vean encenderse y apagarse pequeas hogueras sobre la playa; y nadie poda concebir cul era la causa de aquello. Keola les pregunt si suceda lo mismo en la otra isla donde vivan de asiento y le respondieron que no; ni tampoco en ninguna de las innumerables islas de aquel mar, sino que aquello era peculiar de la Isla de las Voces. Le dijeron que aquellas voces se oan siempre en la playa y en los linderos marinos del bosque pero que cerca de la laguna podra un hombre vivir dos mil aos (si tanto alcanzara su vida) sin sufrir ninguna molestia de aqullas y que aun en la playa los demonios no hacan dao si se los dejaba solos. Solamente una vez un jefe haba lanzado un venablo contra una de las voces y la misma noche se cay de una palmera y muri.

Keola reflexion durante bastante tiempo. Se dio cuenta que cuando la tribu regrese a la isla principal l no tendra nada que temer viviendo cerca de la laguna; no obstante quiso estar ms seguro y as dijo al jefe principal que l haba estado en cierta ocasin en una isla que padeca de semejante inconveniente y que el pueblo haba encontrado un medio de librarse de aquel mal.

-Creca all -les dijo- un rbol en el bosque y parece que los demonios iban a coger las hojas de l. El pueblo de la isla cort todos aquellos rboles y los demonios no acudieron ms a ella.

Le preguntaron qu rbol era aqul y l les mostr el rbol del que Kalamake haba quemado hojas; y aunque, les pareci increble, con todo se les grab la idea. Noche tras noche, los ancianos la discutan en sus consejos, pero el jefe principal, aunque era valiente, tena temor de aquel asunto y les recordaba cada da el jefe que arroj un venablo contra una de las voces y fue luego muerto, y aquel recuerdo les contena. Aunque no pudo todava conseguir la destruccin de los rboles, Keola estaba muy contento y comenz a disfrutar de la vida; y fue ms amoroso con su esposa, de modo que sta le cobr un gran amor. Un da al llegar l a la casita, la encontr en el suelo llorando.

-Qu te pasa? -la pregunt Keola. Ella le respondi que nada.

La misma noche, ella le despert. La lmpara apenas luca, pero l vio que el rostro de la joven denotaba un gran dolor. -Keola -le dijo-, pon tu odo en mi boca, para que te hable sin que nadie nos oiga. Dos das antes de que empiecen a disponer los botes para la partida vete a la costa y te escondes en el bosque. De antemano escogeremos ambos el sitio y esconderemos alimentos, y cada noche yo ir por all cerca cantando; de modo que cuando venga una noche en que no me oigas, podrs salir con seguridad, porque ser prueba de que nos habremos marchado ya de la isla.

Keola sinti un pavor terrible.

-Qu es esto? -dijo-, yo no puedo vivir entre demonios.

-No es posible que yo me quede abandonado en esta isla que tengo ansias de abandonar?-No la abandonars nunca vivo, mi pobre Keola -respondi la joven-; porque, para decirte la verdad, mi gente es antropfaga; pero esto lo mantienen en secreto. Y la razn de que te maten antes de que nos marchemos de la isla es porque a la isla principal van barcos, y hay all un comerciante blanco en una casa con un balcn, y un catequista. Oh, aqul es un paraje precioso en verdad! El comerciante tiene barriles llenos de harina; y una vez fue all un barco de guerra francs y entr en la laguna y dio a todos vino y galleta. Ah, mi pobre Keole, ojal que te pudiese yo llevar all, porque te tengo un gran amor y aquel pas es el ms precioso de todos los mares, excepto Papita!

A partir de entonces Keola fue el hombre ms aterrorizado del mundo. Haba odo hablar de los canbales de las islas del sur y siempre le haba causado horror el slo pensar que poda caer en sus manos, y hete aqu que en ellas haba cado. Adems por ciertos viajeros se haba enterado de sus costumbres y de que, cuando quieren comerse a uno, primero lo acarician y lo alimentan como una madre a su pequeo favorito. Y vio que esto era lo que haban hecho con l porque le haban dado casa, alimentos y esposa, prohibindole todo trabajo; y comprendi por qu los ancianos y los jefes discurran con l como con persona de autoridad. As se estir en su cama lamentndose de su suerte, y la carne se le volva de gallina.

Al otro da los de la tribu se mostraron con l tan corteses como de costumbre. Eran elocuentes y poetas, y durante la comida mantenan conversaciones ingeniosas y bromeaban tan ingenuamente, que un misionero se hubiera muerto de risa oyndolos. Pero a Keola maldito lo que le importaban sus finos modales; no vea sino sus dientes relucientes en las bocas, y aquella vista le haca estremecer, y cuando acabaron de comer, l se fue al bosque y se tendi desesperado en la maleza como un loco.

Al otro da ocurri lo mismo, y entonces su esposa lo sigui.

-Keola-le dijo-, si no comes te digo sencillamente que te matarn y guisarn maana, porque algunos de los principales ancianos murmuran ya, pues piensan que has enfermado y temen que pierdas carnes.

Entonces Keola se estir airado.

-Bueno -dijo-, tanto se me da lo uno como lo otro. Estoy entre el demonio y el profundo mar. Puesto que debo morir acabar lo ms pronto posible, y si he de ser comido prefiero que me coman los duendes y no los hombres. Adis. Y separndose de su esposa se dirigi a la playa.

Estaba sta inundada de sol ardiente; no se vean seales de ser humano, pero en la arena aparecan pisadas y en torno suyo, mientras l avanzaba, oa las voces hablar y murmurar y pequeas hogueras encenderse y apagarse. All se oan todas las lenguas de la tierra: francs, holands, ruso, tamul, chino. De todos los pases donde era conocida la hechicera haba gente all y Keola los oa murmurar. Aquella playa estaba ms animada que una feria, y con todo no se vea a nadie; y mientras Keola andaba vea que las conchas desaparecan ante su vista y no vea a los que las levantaban. El demonio en persona hubiese tenido miedo de estar solo con semejante compaa; pero Keola estaba ms que espantado con el otro peligro de la muerte a manos de los antropfagos, de modo que en cuanto vea una hoguera echaba a correr hacia ella como un toro. Entonces sonaban de un lado y de otro voces incorpreas, e invisibles manos vertan puados de arena sobre las llamas y desaparecan de la playa antes de que l las alcanzase.

-Es claro que Kalamake no est aqu -pens l-, o de lo contrario ya me habra muerto.

Se sent, pues, en el borde del bosque, porque estaba fatigado, y apoy su barbilla en ambas manos. Ante sus ojos continuaba la misma escena; la playa resonaba de voces y los

fuegos se encendan y se apagaban, y las conchas desaparecan y eran renovadas nuevamente aun estando l mirndolas. -El da que estuve aqu -se dijo- fue seguramente un da extraordinario, porque no o nada de esto.

Y su cabeza enloqueca de pensar en aquellos millones de millones de dlares y en aquellos centenares de personas que iban a buscarlos a la playa y que volaban luego por los aires ms altos y de prisa que las guilas.

-Y pensar -se deca- que me han engaado hablndome de casas de moneda cuando es evidente que todas las monedas nuevas del mundo salen de aqu! Pero otra vez ya lo sabr mejor!

Y por fin, no supo cmo ni cundo, Keola se durmi y se olvid de la isla y de sus penas.

Al amanecer del da siguiente, antes de que estuviese alto el sol, le despert un gran ruido. Sinti mucho miedo, porque pens que la tribu le haba descubierto; pero no era as. Solamente en la playa las voces incorpreas se gritaban unas a otras y pareca que todas pasaban junto a l, dirigindose hacia arriba por la costa de la isla.

-Qu pasa ahora? -se pregunt Keola; porque era evidente que ocurra algo extraordinario, pues no se encendan hogueras ni desaparecan al ser recogidas las conchas; pero las voces incorpreas seguan avanzando y gritando y extinguindose; y tras las seguan, y por el tono de ellas, se conoca que aquellos brujos deban de estar airados.

-Conmigo no estarn enfurecidos -pens Keola-, puesto que pasan cerca de m sin hacerme dao.

Como cuando corre una jaura de galgos, o los caballos en una carrera, o la gente de una ciudad acude a un incendio, y todos los hombres se renen y siguen a los otros, as le sucedi entonces a Keola.

Y sin saber lo que haca ni por qu, ech a correr tras las Voces.

Dobl, pues, una punta de la isla y desde all vio otra que era donde crecan en un bosque los rboles que servan para los fuegos de los brujos. De esta segunda punta surga un alboroto indescriptible de voces; y aquellas con quienes Keola corra se dirigan hacia all. Cuando estuvo un poco ms cerca, oy entre la gritera el rumor de muchas hachas que cortaban los troncos de los rboles. Entonces comprendi que el jefe principal de la tribu haba por fin consentido lo que l haba propuesto; que los hombres de la tribu se haban puesto a talar los rboles, y que la noticia haba corrido de brujo en brujo por la playa, reunindose por fin todos para defender sus rboles. El deseo de presenciar cosas extraas se apoder de Keola, por lo cual, siguiendo a las voces, cruz la playa y lleg a las lindes del bosque y se qued asombrado. Un rbol haba ya cado; otros se tambaleaban; all estaba reunida toda la tribu; estaban los hombres espalda con espalda, y haba algunos cados y baados en sangre. Sus rostros denotaban un espanto indecible; sus voces se elevaban al cielo tan agudas como el grito de una comadreja.

Habis visto un nio cuando est solo y tiene una espada de madera y lucha saltando y acometiendo al aire? Pues eso hacan los antropfagos defendidos espalda con espalda; y algunos caan gritando y no se vea a nadie luchando con ellos; slo de vez en cuando Keola vea un hacha que se blanda en el aire, sin manos, contra ellos, y de vez en cuando un hombre de la tribu caa partido en dos o destrozado y su alma le abandonaba gritando.

Keola observ la escena durante un rato como si soara y despus se apoder de l un temor mortal y se dispuso a huir. En aquel mismo momento el jefe principal de la tribu le distingui y le llam por su nombre. Entonces toda la tribu le vio tambin y los ojos de todos relucieron y chasquearon los dientes.

-Estoy demasiado lejos aqu -pens Keola, y escap del bosque playa abajo sin mirar a dnde.

-Keola! -grit una voz muy cerca, en la desierta arena. -Leha! Eres t? -grit l; y abri ms los ojos para verla, pero en vano; porque no se vea a nadie.

-Te vi pasar antes -respondi la voz-, pero no me hubieses odo. Pronto: trae las hojas y las hierbas y huyamos. -Tienes el petate? -pregunt l.

-S, aqu, a tu lado -dijo ella, y le ech los brazos al cuello-. Pronto, las hojas y las hierbas, antes de que mi padre pueda volver!

Keola para salvarse corri a buscar el mgico combustible; y Leha le gui hacia el lugar y lo puso sobre el petate e hizo la hoguera. Durante el tiempo que sta ardi se estuvo oyendo el ruido de la batalla del bosque, en el que luchaban denodadamente brujos y antropfagos; los brujos, invisibles, rugan como toros salvajes en la montaa y los antropfagos, respondan con aterrados gritos que manifestaban su gran espanto. Keola estuvo escuchando y se estremeca, y vea cmo las invisibles manos de Leha echaban las hojas. Las ech con rapidez, y la llama subi alta y chamusc las manos de Keola, y ella apresuraba la combustin, soplando con su aliento. Se consumise la ltima hoja, se apag la llama, se sigui el choque, y Keola y Leha se encontraron en la habitacin de su casa.

Cuando Keola pudo ver a su mujer se alegr enormemente, tuvo gran placer de hallarse en su patria, en Molokai y de comer sus platos favoritos, porque en el buque no los hacan y tampoco los haba en la Isla de las Voces, y no caba en s de alegra de pensar que haba escapado de los antropfagos. Pero el otro asunto no estaba an claro y Leha y Keola hablaron de ello toda la noche y estuvieron con cuidado. En la isla haba quedado Kalamake. Si, por la gracia de Dios, no poda salir de all, todo ira bien; pero si poda escapar y volver a Molokai, su hija y el esposo de sta lo pasaran mal. Hablaron de su don de hincharse y de si podra atravesar caminando los mares. Pero Keola saba ya dnde estaba aquella isla, que era en el archipilago bajo o peligroso. As que cogieron un atlas y observaron en el mapa la distancia y les pareci que demasiado grande para que la pudiese salvar un anciano. Con todo, no poda uno estar seguro de un brujo tan taimado como Kalamake, por lo cual decidieron aconsejarse con un misionero blanco.

De modo que Keola narr todo lo sucedido al primer misionero que encontr, y ste le reprendi mucho por haber tomado una segunda esposa en la isla baja; pero de todo lo dems, le dijo que no poda decirle nada en concreto.

-No obstante -aadi-, si piensas que ese dinero de tu suegro es mal adquirido, te aconsejo que lo repartas entre los leprosos y el fondo de la misin. Y en cuanto a esta historia extraordinaria no podis hacer mejor cosa que guardarla para vosotros.

Keola y Leha siguieron su consejo y repartieron mucho dinero tanto entre los enfermos de lepra como a la iglesia. Y sin duda aquella decisin fue extraordinaria, puesto que desde aquel momento no se ha vuelto a or nada de Kalamake. Pero quin sabe si le mataron en la batalla junto a los rboles o si est an dando vueltas en la Isla de las Voces?

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