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118 CIENCIAS 113-114 ABRIL SEPTIEMBRE 2014 118 La investigación científica y sus reglas de juego Alfredo de la Lama García CI E NCIAS 113-114 ABRIL SEPTIEMBRE 2014

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La investigacióncientífi ca y sus reglas

de juego

Alfredo de la Lama García

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El hombre creativo juega, ésta es al me-nos la idea que la psicología tiene de la actividad humana más abstracta que la sociedad ha desarrollado para la satis­facción personal, más allá de las gratifi ­caciones materiales, de autoestima o de cualquier otra índole que como susti ­tu tivo se hubiera podido desarrollar. El juego del adulto, no obstante, es cualita ti­vamente diferente al del niño, como Erik-son lo señala: “el juego infantil no cons­tituye el equivalente del juego adulto, [ya] que no se trata de una recreación. El adulto que juega pasa a otra realidad; el niño que juega avanza hacia nuevas etapas de dominio”.

Johan Huizinga, destacado historia­dor interesado en el papel del juego (el ludens) en la cultura humana, a su vez a ­firmaba: “resumiendo, podemos decir, por lo tanto, que el juego, en su aspecto formal, es una acción libremente ejecu­tada ‘como si’ y sentida como situada fue­ra de la vida corriente, pero que, a pe sar de todo, puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún in­terés material ni se obtenga en ella pro­vecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado espacio, que se desarro­lla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterio o a disfrazarse pa­ra destacarse del mundo habitual”.

Si aceptamos que el juego adulto exis­te, entonces tiene un orden y se somete a sus propias reglas, sin ellas el “como si” no tendría sentido y, en consecuen­cia, la realidad nos abrumaría y quitaría el significado de las cosas. Un jugador de ajedrez que no respetará las reglas del movimiento de las piezas arruinaría el

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juego. Un miembro de una familia que no respetara las reglas del juego acaba­ría segregándose y en última instancia desmembraría el núcleo familiar.

Dentro de la comunidad científi ca también hay reglas de juego. Éstas, co­mo muchas en otros ámbitos, no siempre son claras ni explícitas. En particular, en la ciencia pocos son los que perci ben con claridad tales circunstancias, pero existen porque gracias a éstas se desa­rrolla la capacidad humana para mane-jar la experiencia mediante la creación de situaciones modelo y para dominar la realidad mediante la planeación y el experimento. Al reflexionar sobre su la­bor, algunos científicos han señalado la existencia de ellas. Pérez Tamayo coinci­de con Feyerabend en que en la inves ti­gación científica no hay método, es de cir, “todo se vale”, porque la heterogeneidad de las ciencias así lo demanda. Sin em­bargo, reconoce que lo que sí hay son re­glas generales del juego y enumera seis de ellas, agregando que “las anteriores reglas del juego son las que, de hecho, se ­guimos la mayor parte del tiempo la ma­yor parte de los investigadores”. A pe­sar de tal afirmación tan concluyente y am plia, el autor termina su idea con una afirmación ambigua: “si se exami­nan las reglas del juego señaladas arriba, es obvio que no son exclusivas de la ciencia, sino que se siguen en forma más o menos ri gurosa cuando en la vi­da cotidiana se quiere averiguar algo que se desconoce e informar sobre ello a otras personas”. El autor de estas pa­labras, sin embargo, no cae en cuenta

que al reconocer que sus reglas de jue­go se aplican a muchas otras activida­des se invalidan automáti camente, da­do que las normas de un juego deberían ser privativas de dicha ac ti vidad para que efectivamente fueran representa­tivas del juego que dice jugar —esto a pesar de que el científi co men cionado es un eminente patólogo e inmu nólogo, con muchísimas publicaciones inter­nacionales y con más de cuarenta años de trabajo en el laboratorio.

Esta primera aproximación a las re­glas del juego de la ciencia tiene por ob­jeto invitar al lector a refl exionar sobre la dificultad para identifi carlas, lo cual se debe a que por lo general esta clase de juegos no tienen reglas explícitas. En las comunidades científicas, como en mu­chas otras, se aprende por imitación y mu chas veces su significado no se acla­ra, sólo se espera que el indiciado cum­pla con ellas. Esta paradoja ha sido ob­jeto de muchas reflexiones, por parte de numerosos científicos. El físico Spirin lo reseña así: “[en] la juventud, los es tu dian­tes distinguen con toda nitidez quién es quién [entre sus profesores]. Más aún, creo que la personalidad, las (cualida­

des humanas) del dirigente infl uyen so bre los alumnos y colaboradores siem­pre más que los problemas científi cos a que se dedica”.

Por nuestra parte, creemos que es ne cesario —como dice el sociólogo de la ciencia Gerald Holton— esforzarnos por adquirir una noción más clara de cómo [los científicos] han logrado aplicar esas facultades [ya que] podemos esperar que tal conocimiento sea de uso práctico en un tiempo en que nuestra especie pare­ce depender de aprovechar todos los re ­cursos de la razón para generar nuevas ideas que sean, a la vez, imaginativas y efi caces”.

El propósito del presente trabajo es la búsqueda de un enfoque que, sin re­nunciar al aspecto racional, muestre los procesos informales que dan sentido a la práctica de la investigación científi ca. Por tales motivos trataré de explicar lo

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que, según los propios científi cos, cons­ti tuyen las normas generales de su pro­pio trabajo; dicho de una manera más lúdi ca, se trata de descubrir cuáles son las reglas del juego de la investigación cien tí fi ca.

Para poder generalizar las opiniones individuales de los científicos sobre cuá­les son las reglas del juego del trabajo cien tífico, formularemos dos ideas que con sideramos facilitan el entender cómo estos hombres efectúan sus des cu bri ­mien tos científicos: la primera plantea que un investigador exitoso de sa rro lla previamente un compromiso exis ten cial con la materia investigada. Este pacto emocional, muchas veces lú dico, es el me canismo psicológico que le permite involucrarse de manera au tén tica y pro­funda en los procesos in ves ti ga dos, es decir, en el juego. La segunda conjetura sostiene que existe un con jun to de a cuer­dos sociales (los cuales tienen su o rigen en actitudes y conductas indi vi duales que se generalizan en el resto de la socie­dad mientras sean efi caces para resolver

problemas que enfrenta la mis ma comu­nidad), es decir, de reglas de jue go gene­radas de manera informal por la comu­nidad científica que, si son inte rio rizadas por el practicante —“como si”— le per­miten acoplar el interés personal por la materia investigada a las exigencias de la investigación cientí fica y, por tan­to, aumentan las posibili dades de que su búsqueda existencial de semboque en una investigación fructífera que arranque los secretos a la na turaleza y entonces sean incorporados a una cien­cia en particular.

Intrigado por los resortes creativos en la ciencia, Goldberg estimó, como no-so tros, que el acto creador es imposible

de reproducirse, pero que conocer los e ­le men tos personales, los procesos men­tales y el ambiente social que lo rodean ayu da al intelecto a formarse una idea de cómo se genera un pensamiento crea­tivo. Por tal motivo mostró algunas ca rac­terísticas biográficas de Albert Einstein: el hecho de que sea fútil tratar de descu­brir cómo piensa un genio creador como Einstein no quiere decir que no consiga­mos afirmar nada en absoluto acerca del proceso creador en términos de los há­bitos observables de los individuos o en términos de la relación con su credo epis­temológico con lo que producen.

Sin embargo, es necesario reconocer que tratar el tema desde esta inusual

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pers pec tiva no es tarea fácil, pues los científicos por lo común ofrecen rei te­radas excusas para no explicar cómo ha­cen lo que hacen. Decía el propio Eins­tein: “si quieren ustedes averiguar algo de los fí sicos teóricos, acerca de los mé­todos que emplean, les recomiendo ad­herirse es tre chamente a un principio: no creer en sus palabras sino fijar su aten­ción en sus actos”.

El déficit de reflexión sobre los ele ­men tos lúdicos del sistema que permite validar los resultados de la ciencia qui zá se deba, en parte, a los prejuicios ge ne ­rados por la propia ciencia. Eiduson, por

e jem plo, al hacer un estudio de la litera­tura sobre la materia concluyó que: “los cien tíficos como grupo parecen atrapa­dos en los mismos estereotipos que el públi co sostiene acerca de ellos y, en rea­lidad, los investigadores parecen haber sido a tra ídos a las ciencias por algunas de las mis mas fantasías y estereoti pos”. En tre di chos mitos suele minimizarse, por e jem plo, la relevancia del trabajo ma­nual, como Rabí, premio nobel de física, ad ver tía: “no enseñamos a nuestros a ­lumnos lo suficiente del contenido inte­lectual de los experimentos, acerca de su novedad y de su posibilidad de abrir nue­vos cam pos”.

Afortunadamente, existen científi cos que se involucran con su trabajo con ma­yor realismo y humildad y por ello han sido capaces de difundir algunos secre­tos de su profesión. De ahí han surgido comen tarios inesperados sobre la forma en cómo efectivamente hacen investi­

gación científica. Un pionero de esta for­ma de proceder es Brezinski, ingeniero en o pe raciones, quien escribió el libro El ofi cio de investigador y señalaba lo si ­guiente: “[deseo ofrecer] muestras del ca­mino que han seguido sus pensamien ­tos hasta lle gar al descubrimiento. Del mismo modo es posible describir el mé­todo científico (o su ausencia). Así po de­mos llegar po co a poco, si no a compren­der todo, al me nos a entender cómo se con struye el pensamiento científi co, có­mo se elabora lo que François Jacob lla-

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ma ciencia noctur na en contraposición de la ciencia diurna, que figura en los ma­nuales y artícu los”.

Continuando el camino trazado por Brezinski y otros, hemos recogido va ria-dos testimonios de científi cos naturales con el objeto de entender su trabajo. De­cidimos crear nuestros supuestos con el objeto de ordenar, clasifi car, y analizar crí ticamente dichas experiencias y así es tablecer si, además de los aspectos per­sonales irreproducibles del acto creador, hay indicios de la existencia de procesos psicosociales que hayan sido subestima­dos cuando se intenta explicar cómo se elaboran las investigaciones científi cas. Consideramos que para los jóvenes in­vestigadores conocer la cara oculta de la ciencia —como dice Jacob— o las reglas del juego, como aquí decimos, es impor­tante porque permitirá difundir y quizás practicar una de las actividades más vi-tales para esta época, la era del conoci­miento.

La relevancia del compromiso auténtico

Aunque existe una gran reticencia por parte de los científicos a manifestar lo que realmente sucede en el proceso de confeccionar las investigaciones, mu­chos están convencidos de que las bue ­nas ideas no se deben al azar, ni a un chis pazo irracional, ni a una necesidad his tórica, ni a una mente superior. Cur­tis, por ejemplo, al reflexionar sobre es te asunto, se preguntaba si no era nece sa­rio explorar las íntimas preferencias de los investigadores para entender el pro­

ceso de la creación científi ca: “¿Dónde deben iniciar el relato retrospectivo —si no introspectivo— de su labor y sus su­posiciones profesionales durante los úl ­timos años? ¿Cuánto o cuán poco debe contar?”.

Que el arranque de una vida dedica­da a la investigación científica sea tan variada, original, inesperada y personal, como cualquier biografía, no parece ser específica de una disciplina en particu­lar. En realidad, este tipo de inspiración es el motor elemental del conocimiento incluso para las ciencias más desarro lla­

das, como podrían ser las naturales. Así lo descubrió Bernstein, físico y divulga­dor de la ciencia, quien cuenta: “ingresé a Harvard en 1947, a la edad de diecisie­te años, sin tener una idea clara de lo que pretendía hacer en mi vida. Sabía o cre­ía saber que escribir era una de las cosas que hacía bien y, por tanto, pensé en pe­riodismo. Llegar a ser científico era el úl timo de mis pensamientos”. En cam­bio Rabí, destacado físico, famoso por la excelencia de sus experimentos relacio­nados con la estructura magnética del núcleo atómico, tuvo el convencimiento de que sería científico desde niño, cuan­do descubrió la astronomía, a pesar de que su familia judía era fundamentalis­ta. Entre ambos extremos —no saber qué estudiar al ingresar a la universidad o sa­berlo desde que se es niño— se encuen­tran multitud de experiencias diferen tes, producto de las vivencias, inclinaciones, gustos, preferencias e intereses perso­na les, resumida esta convicción por Rei­chenbach, físico y filósofo de la ciencia, en la sencilla frase: “es que lo deseamos así”, y por Levy en un contraejemplo: “no se realiza un buen trabajo intentando for­zar la mente”.

El estudio de estas particularidades nos lleva a un mismo resultado: la pro­duc ción científica no nace ni mecánica ni lógicamente. Lo que debemos enten­der es que el arranque o el origen del de­seo de hacer investigación científi ca y e fectuar descubrimientos se encuentra

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den tro de las inquietudes personales de quienes lo hacen. Esta conclusión nos lleva por un camino diferente al tradicio­nal, mucho más personal e intuitivo y por tanto nos sumerge en el universo de lo psicosocial.

El hecho es que, independientemen­te de las circunstancias y los incidentes específicos que rodean las buenas ide as, quizás sea la capacidad del hombre pa­ra involucrarse de manera auténtica en una problemática lo que permite vis ­lumbrar, así sea mediante aproximacio­nes poco ortodoxas, las intuiciones ge nia­les que producen los mejores resultados, como lo explica Manuhhim: “no se pue­

de alcanzar la perfección más que si la investigación llega a ser forma de vida”; o como lo dice de manera más especí fi ­ca Brezinski: “sólo se hará una buena in­ves tigación en la medida que guste el te ­ma, que debe convertirse en el objeto, la propiedad del investigador [y agrega sa ­biamente] es difícil que pueda imponer­se un tema de investigación a alguien”. En otras palabras, el interés por trabajar intensamente una problemática especí­fica nace del compromiso genuino, au­tén tico, entre el científico y el problema que desea resolver, o sea, es el deseo de una persona por jugar un juego particu­lar, por el mero placer de hacerlo, sin es­perar ninguna ganancia personal.

Mas si el compromiso individual por la materia investigada une a los científi ­cos, ¿qué los distingue entre sí? La res­puesta a esta interrogante radica en el tipo de problemas que el investigador pre fiere explicar mediante los procesos de investigación. Los problemas que la ciencia aborda son totalmente variados, heterogéneos y diferentes para cada in­dividuo. Así pues, el objeto se minimiza

frente al compromiso existencial desa­rrollado por el individuo, como lo ex pre-sa el profesor Hadamard al estudiante que comienza a hacer su tesis: “espero ha cer le com prender que existe un gusto cien tí fico, co mo hay un gusto literario o ar tís ti co”. Cabe añadir que los problemas cien tí ficos pueden abarcar casi cualquier cues tión que involucre procesos na tu ­rales y sociales.

Sólo si el científico se involucra de ma nera auténtica en el problema esco­gido podrá, además de incentivar pode­rosamente la imaginación, perseverar en uno de los procesos más complejos, tar-dos, inciertos y angustiosos de la acti vi-

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dad humana; como lo reconoce Brezinski: “en la investigación los periodos don de no se encuentra nada son mucho más nu merosos que los periodos de excita­ción donde las ideas fluyen. El joven in­vestigador deberá aprender a no desani­marse. La investigación es una escuela de perseverancia”. De otro modo nos lo recuerda el célebre físico Boltzmann: “la simplicidad y la evidencia de todos los resultados son increíbles una vez que se han encontrado; lo mismo son increíbles las dificultades para resolverlo”; y Bufón rememora: “la invención depende de la paciencia; es preciso ver, mirar durante un tiempo un tema: entonces se aclara y se avanza un poco”. Hasta que en un momento dado, quizás de un chispazo, se percibe con toda claridad el des cu­bri miento. Como lo describe con acier­to el físico y premio Nobel, Louis de Bro­glie: “des pués, de repente, generalmente con una gran brusquedad, se produce

una clase de cristalización: el espíritu del investigador percibe en un instante, con una gran nitidez y de una manera desde entonces perfec tamente consciente, las grandes líneas de las nuevas concepcio­nes que se habían formado oscuramente en él”.

Potencial para el descubrimiento y ca pacidad para la perseverancia acadé­mica son las riquezas que aguardan a a quellos que logran establecer un com­pro miso existencial, personal, in trans­fe rible y auténtico con la materia es co gi­da. Este compromiso será la condición que abrirá la posibilidad de desentrañar los secretos de la naturaleza y de la socie­dad. El profesor que desee que sus alum-nos realicen investigación científi ca de-be con vencerlos de la importancia de este compromiso existencial.

Jugar el juego de la ciencia

Si aceptamos que la investigación sue-le originarse en los momentos más in-es pe rados y bajo las inspiraciones más di sí miles y originales, entonces ¿qué es lo que dis tin gue al científico del artista genuino? Porque podrá afirmarse, y con razón, que casi todos ellos tienen ideas geniales de vez en cuando y en las si ­tua ciones más sorpresivas y singulares. Paul Valéry co rrobora esta sensación de seme janza: “mi convicción, desde mi juventud, fue que en la fase más viva

de la investigación in telectual no hay otra diferencia que la del nombre entre las maniobras interio res de un artista o un poeta y las de un sa bio”. Igualmen­te lo percibe Isaac Rabí: “uno debe sen­tir la cosa en sí mismo, sen tir que eso podría cambiar tu pers pec ti va y tu ma­nera de vivir, uno debe volver a la con­dición humana, a la expre sión hu mana, mucho más cercana a a que llo que se supone siente el artista”. Henri Poinca­ré, excepcional matemáti co, se une a esta clase de opiniones cuando dice: “el sabio digno de ese nombre, el geómetra sobre todo, experimenta con su obra la misma impresión que el artista; su go­ce es tan grande y de la misma natura­leza”.

Si es cierto que no podemos distin­guir el sentimiento de autenticidad, ni el compromiso que existe en el científi co y el artista, debemos entonces in te rro-

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gar nos: ¿cuál es la diferencia entre ellos? Para responder, debemos suponer que la diferencia entre el científico y otro in dividuo creativo se basa en el tipo de pre disposición que se tiene para utilizar las intuiciones geniales. Por tanto, parece lí cito afirmar que la diferencia entre un individuo dedicado a cualquier actividad creativa y otro que se dedica a la investi­gación científica es la forma como ma­terializa su intuición.

La comunicación de la idea genial del individuo que no se dedica a la investi­ga ción puede ser extraordinariamen te variada, intuitiva e individual, como ya se apuntó, y la forma de manifestarse po­dría adoptar cualquier medio de expre­sión, como un poema, una obra de tea tro o una pintura; también podría mostrar­se como producto de una revelación y entonces hablaríamos de misticismo, de charlatanería y hasta de dogmatismo. Todas estas interpretaciones son válidas, pero tienen algo que las hace personales y no científicas: son productos subjeti­vos que no necesariamente coinciden con la realidad.

Por contraparte, el cien tí fi co tie ne ante sí el reto o desafío de e je cutar el paso entre lo que es una va lio sa capta­ción subjetiva de algún pro ce so real, a su concreción objetiva, ve ri fica ble y ge­neralizable. Martín Bonfil explica es ta diferencia: “el de la expresión de una idea o un sentimiento, en el caso del ar­tista; el de la formulación o confi rmación de una hipótesis que dé sentido a los da­tos, en el del científi co”.

La investigación científi ca, aunque par te del mismo origen que cualquier o ­tro acto creativo, no recorre los mismos ca minos, es decir, el investigador se in­tro duce en un juego particular y se di fe­rencia por seguir una vía que lo posibi­lita para establecer un sistema, inferido en buena parte de hechos particulares,

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y lo faculta para poder generalizar el co­nocimiento de la realidad.

Descubrimos pues un acuerdo ge ne­ralizado en los científicos, es la prime ra regla del juego de la ciencia, la cual re-vela la opción de dedicarse a compren­der —el mundo tal como es— mediante la ob servación cuidadosa. Ésta es la ac­tua li dad fundamental de la ciencia has­ta la ac tualidad, como lo expresa Pérez Tama yo: “des de luego todos [se refi ere a los miem bros de su laboratorio] creía­mos en la existen cia de un mundo real, cuyas ca racterísticas estábamos estu­diando de la mane ra más objetiva posi­ble, con el propósito de que nuestros re ­sul tados fueran el re flejo más cercano de la realidad”.

Esta creencia o actitud, creada por la escuela griega de los jonios, a veces se ol vida u obvia, como advierte de mane­ra aguda, el físico, también premio Nobel,

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Schrödinger: “actitud que para nosotros [los científicos] se ha convertido en ac ti­tud común, hasta el punto de olvidar que alguien tuvo que plantearla, hacer de ella un programa y embarcarse en él”. Des de el siglo XVII, las comunidades cien tí ficas críticas sostienen, creen y difunden es ta actitud o creencia básica —la in te li gibi­li dad del mundo— pero, como di ce Schrö­dinger, les parece tan obvia que pierden de vista que se trata de un pro gra ma de trabajo, aunque éste no se en señe de ma­nera formal. Empero, sin ella, la ciencia no existiría como tal. Por tan to, el creer que existe un mundo tal co mo es y que observarlo cuidadosamente permite co­

nocer sus regularidades puede ser consi­derado el primer a cuerdo social o la pri­mera regla del juego de la ciencia; y así deberíamos de enseñarlo a nuestros es ­tudiantes.

Sin embargo, para que sea efectiva, esta primera regla de juego se enfrenta a la dificultad de llevarla a la práctica. Durante cientos de años, quizás más de un millar, sólo fue una aspiración. Úni­camente cuando se desarrollaron otras tres reglas fue posible llevarla a la prác­tica, de adecuarla a un proceso denomi­nado investigación científica, que es un sistema de verificación o prueba de con­jeturas mediante el cual, si los resultados explican la realidad y se aceptan, tie nen la posibilidad de ser incorporados al cau­dal de conocimientos de una dis ciplina en particular. Denominamos ac titud crí­tica a la disposición personal que tiene el científico para aceptar que los descu­brimientos que realizó se sometan a ri gu­rosos ensayos y experimentos. Esta ac­titud es la segunda regla del juego. Su aceptación va más allá del mero asen­ti miento pasivo. Medawar, premio No­bel en fisiología, explica cómo opera la relación entre el compromiso existen­cial —la imaginación— y la actitud crí­

tica, y que sea así efectiva esta segunda regla del juego de la ciencia: “el razona­miento científico es un diálogo explica­tivo que siempre puede resolverse en dos voces o episodios de pensamiento, imaginativo y crítico, que alternan e in­teractúan”.

La genetista Gloria León describe con toda claridad la importancia de tener es­ta clase de actitud: “in du da ble men te la mejor forma de confirmar o refutar una teoría es la empírica [y agrega] con un profundo sentido crítico y autocrítico”. Para interiorizar esta segunda regla del juego, el científico precisa asumir una disposición similar a la de un deportis-

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ta amateur, es decir, alguien que desea practicar una actividad por gusto, por placer, por voluntad propia. Una libre e­lección, muchas veces lúdica, que tendrá que amoldarse y respetar ésta.

No obstante, sólo un espectador reco­noce la virtud de la regla sin practi car-la. Mientras que un científico en acti vo, a demás de tener una actitud crítica, debe obrar, es decir, pasar a la acción, a la eje ­cución, ya sea en el archivo, en el traba­jo de campo o en el laboratorio. En suma, debe llevar su actitud crítica a la prácti­ca, con el objeto de probar la validez de sus conjeturas. Pérez Tamayo lo expre­sa con claridad: “naturalmente [aunque

lo natural, en este caso, es ajeno para los que no están dentro del juego] también [hay] que dominar los aspectos técnicos del trabajo [científico], el uso correcto de los aparatos de registro, la ca li bración basal para cada experimento, el diseño de controles adecuados, y o tros cientos de detalles más que dependían directa­mente de nuestras habilida des”. Todas estas habilidades se desarrollan con la única finalidad de probar las con je turas hechas en la compleja realidad. A esta clase de habilidades y competen cias la llamaremos poseer aptitud cientí fi ca o metodológica, y representa la tercera re­gla del juego de la ciencia.

Practicar las habilidades científi cas con maestría y entrega, es decir, interio­rizarlas, permite la forja de un auténtico científico, dado que en este punto es don-de indefectible y disciplinadamente en­tra la cuestión de los procedimientos, los instrumentos, las técnicas y la me todo lo­gía. Como reflexiona Gloria León res pec­to de su mentor: “para el Doctor Ber ka la observación y participación personal, (con nuestros propios ojos y nues tras pro pias manos) en forma acuciosa y a ­nalítica en cada parte del proceso de un experimento, es el material más im por­tante e invaluable para un investi ga dor científico”. Aquella persona que de see hacer investigación científica deberá es-tar bien provista y entrenada para hacer uso de los elementos técnicos e instru­mentales de su propia disciplina y aun de otras; y si es necesario, ser capaz de diseñar nuevos, si el tipo de problemas que aborda tienen un carácter interdis­ciplinario o inédito.

Un profesor que enseñe metodolo­gía de la ciencia deberá tener presente el in teractuar que se produce entre el com­promiso existencial, la actitud críti ca y la aptitud metodológica. El biólogo Fran­cis co Ayala dice que: “las conjeturas ima­gi nativas y las observaciones em pí ricas son procesos mutuamente interdepen­

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dientes”; en el mismo sentido, Reichen­bach apunta: “la explicación científi ca exi ge amplia observación y pensamien­to crítico. Mientras más amplia sea la ge­ne ralidad a que se aspire, mayor debe ser la cantidad de material por observar y más agudo el pensamiento crítico”. El científico habrá de tener presente la inte­racción que se produce entre la imagi na­ción, la actitud crítica y la aptitud científi ­ca, porque cuando una de ellas se se para de las otras es posible esperar cualquier cosa, desde una novela de fi cción hasta una charlatanería pseudocientífi ca.

Es necesario destacar una cuarta y última regla de juego, que la comunidad científica ha impuesto a cualquier resul­tado científico, que por ser menos es pec­tacular, y a veces obviada, no es menos relevante y esencial. Se trata de la capa­ci dad para comunicar de manera abier­ta los resultados en contrados. Esta regla del juego tiene la cualidad de exponer pú blicamente la actitud crítica y la apti­tud metodológica del investigador, como Reichenbach lo recuerda: “el mismo cien­tífico que descubrió su teoría por medio de conjeturas las comunica a los demás sólo después de que ha visto que su con­jetura se halla justificada por los hechos”.

Debe advertirse que algunas in ves ti­gaciones científicas no necesariamen te

son públicas, sino que buscan el regis ­tro de una patente o mejorar un pro ce­so tec nológico. En estos casos, aunque sea la publicación a bierta, en el sentido de que pue de reproducirse, se limita a una revi sión crítica para determinar si el des cu bri mien to es válido. En caso de ser po sitiva la respuesta, se confiere un pe­rio do de gracia para ser explotada ex­clusivamente por aquel laboratorio o persona que realizó la investigación.

El requisito esencial para cumplir el acuerdo de comunicar de manera a bier­ta los resultados de una investigación es mostrarlos mediante un informe es cri to,

en el cual priva el orden, la clari dad y la precisión en el uso del lenguaje. Nada de lata tanto una postura pseudocien tí ­fica como el desorden, el lenguaje de imá ge nes, el uso de analogías y oracio­nes os curas e intrincadas y la impreci­sión de las observaciones, así como los

desa rro llos matemáticos no explicados ca bal men te y el ocultamiento de datos o pro ce dimientos, que son las formas más comunes de cometer fraude en la cien­cia, aunque no las únicas. Los pro fe so res de metodología deberán hacer hincapié en la importancia del manejo adecua do del lenguaje castellano, orien tado de la manera que hemos descrito.

A lo antes dicho, cabe añadir que co­municar los resultados de forma idónea es tan importante como las otras tres re­glas de la investigación científi ca antes men cionadas, por dos importantes con-si de ra ciones: si un científico no ha pu bli­ca do o patentado su investigación, en-ton ces esa investigación no existe para la co mu nidad científica; en consecuen­cia, es te nuevo conocimiento se pierde o no se re conoce. La otra consideración es que los resultados de una investiga­ción no formarán parte del conocimien­

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to cien tí fico hasta que la comunidad científica que de convencida, de manera objeti va, ra cional y a veces verifi cable, es decir, crí ticamente, de que los re sul tados son confiables hasta cierto pun to. Como ad vierte el editor de temas cientí fi cos, Car los Vizcaíno: “investigar es crear, des­cubrir conocimiento nuevos (publicar co rrectamente) estos descubrimientos permite a los demás investigadores de un área en particular, de hoy y del ma ña­na, entender, reproducirlos y utilizar los para nuevos propósitos de investiga ción […] si esto no fuera así […] las re vistas de investigación no tendrían razón de ser”.

Por la razón anterior, el astrófísico Lyt tleton recomienda que al escribir el informe: “no se debe dejar bocabajo nin­guna de las cartas, ofreciendo ga ran tías (o excusas) de que tal o cual paso es (com­pletamente correcto) y que debe acep­tarse sin más [y agrega] muchos artícu­los, sin embargo, son deficientes en ese respecto”. Pérez Tamayo es todavía más incisivo: “cuando se oculta parte de los datos que han permitido alcanzar un re­sultado no se está mintiendo pero sí se está impidiendo que la ciencia ejerza sus

funciones críticas sobre las nuevas pro­posiciones”, lo que podría invalidar los resultados encontrados por violar una de las reglas fundamentales del juego de la ciencia.

En resumen, aquél que se acerque a la indagación de cualquier problema bajo la forma a la que hacemos referen­cia, deberá sentir un gran gusto por dicha problemática; pero, además, estará dis­puesto a sujetarla y a explicarla, inte rio ri­zando las reglas del juego desarrolladas por las comunidades científi cas críticas. Tales reglas se respetan porque los que juegan han encontrado que son útiles en el desempeño del juego que consideran más vital e importante: la ciencia.

Conclusiones

Hemos señalado, al inicio de este texto, que el hombre creativo juega y al ha­cerlo se entrega a un proceso capaz de aislarlo y abstraerlo de la realidad coti­diana, con el mero fin de encontrar sa tis­facción y gusto. En el caso del investi ga­dor, cuando logra darle a la materia que desea investigar un significado tal que le permita considerarla como algo median­te lo cual se realiza como ser humano,

en tonces se acrecienta la probabilidad de que, gracias a la perseverancia acadé­mica y la imaginación, le sean entrega­dos los secretos más celosamente guar­dados por la naturaleza. A alcanzar este logro le hemos llamado poseer un com­pro miso existencial.

Por otra parte, para que dichos secre­tos revelados puedan ser comunicados y aceptados por otros colegas es necesa­rio que se sujeten previamente a cuatro reglas del juego, llamadas también a cuer­dos sociales, que son: 1) aceptar la inte­li gibilidad del mundo; 2) poseer actitud crítica; 3) tener aptitud metodológica; y 4) comunicar de forma abierta los resul­tados encontrados. Creemos que estas son las efectivas reglas del juego de la

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in vestigación científica por la sencilla razón de que no existe ninguna otra ac­tividad humana, léase juego, que tenga dichas reglas y porque jugarlo permite arrancarle los secretos más recónditos e interesantes al mundo que nos rodea.

Las reglas del juego para hacer in­vestigaciones científicas son complejas, creativas e interdependientes, y cada in­vestigador las mezcla y combina en fun­ción de sus propias necesidades imagi­nación y habilidades, para producir los mejores resultados. Además, muchas de estas reglas no son explícitas ni se ense­ñan formalmente, pero están íntima men­te ligadas a aspectos humanos esenciales que se mezclan e interactúan crea ti va­mente. Como Pérez Tamayo lo expresó: “otras partes, a veces tan importantes co­

mo la lógica y otras veces todavía de ma­yor importancia, son la imaginación, la intuición, la experiencia y el análisis crí­tico de los hechos”. Estas reglas del jue­go son la plataforma de lanzamiento que permite al científico llevar a cabo la in ­vestigación científica, es decir, resolver los complicados procesos de descubri­miento, prueba y comunicación, que son el único medio por el cual la ciencia a ­ce pta que el nuevo conocimiento se con­vierta en parte de ella misma.

En la actualidad, dichas reglas no se enseñan de manera formal, pero son, por así decirlo, la argamasa que da cohesión a lo enseñado formalmente; como el fí­sico Budker lo expresa, en los estableci­

mientos destacados académicamente, los conocimientos y las técnicas de cada disciplina científica son fundamentales, ya que: “sin poseer una buena escuela es imposible dominar los misterios del ar­te de la investigación. No es por casua­li dad que los buenos científi cos nacen ahí donde existe una buena escuela, a pe sar de que toda la literatura científi ca exis ten te en los países civilizados está prácticamente al alcance de todos”. Ha­cerlos explícitos en las prácticas de la­boratorio, de metodología, de trabajo de campo, de matemáticas, o sea, a lo lar­go de la carrera profesional, permite al alumno entender las causas por las cuales los cien tíficos obran de la mane­ra en que lo hacen y tal vez reproducir­las con mayor facilidad.

Alfredo de la Lama García

Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Union, 1980; Fulcrum 1987; Wake, 2004; Vortex, 2012; p.128: Band, 2006; pp. 128-129: Te tuhirangi contour, 1999­2001; p. 130: Triangle, 1974/2011; To lift, 1967.

SCIENTIFIC RESEARCH AND ITS GROUND RULES

Palabras clave. Investigación científica, ciencia, sociología de la ciencia, metodología. Key words. Scientific research, science, sociology of science, methodology.

Resumen. El presente artículo presenta un enfoque que, sin renunciar al aspecto racional, muestra los procesos informales significativos que dan sentido a la práctica de la investigación científica, a través de hacer manifiestas cuatro reglas del juego en las que creen implícitamente la mayoría de los científicos porque les ha permitido revelar los secretos de la naturaleza. Abstract. This article offers an approach which, without renouncing the rational perspective, shows the significant informal processes that give meaning to the practice of scientific research, by exposing four ground rules which most scientists implicitly accept because they have allowed them to reveal the secrets of nature.

Alfredo de la Lama García es Doctor en Sociología por la UNAM. Escribió el libro Estrategias para elaborar investigaciones científicas. Fue acreedor del segundo lugar del Premio Internacional de Investigación en Ciencias Sociales: Argumentos. Estudios críticos de la sociedad, convocado por la UAM. Actualmente es profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Iztapalapa.

Recibido el 8 de septiembre de 2010; aceptado el 5 de agosto de 2014.

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