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LA INCRUSTACIÓN EN LA ESCULTURA ABORIGEN ANTILLANA (*) Ricardo E. Alegría El uso de incrustaciones de diversos materiales en la escul- tura constituye uno de los refinamientos de esta manifestación ar- tística. El mismo se inicia casi siempre cuando el hombre, libre ya de las presiones socio-económicas que le impone la vida nómada de recolector y cazador, se convierte en agricultor y, este nuevo medio de subsistencia, le proporciona el tiempo y las facilidades para hacer artefactos más elaborados y complejos, a tono con sus nuevas necesidades socio-culturales. La incrustación no solo sirve para enriquecer y hacer mas dramáticos los objetos rituales, sino que también se usa para adornar objetos de uso doméstico. Entre los objetos rituales so- bresalen los ídolos hechos de barro, madera, piedra y hueso, los cuales son con frecuencia enriquecidos con incrustaciones de di- ferentes materiales: la incrustación sirve, a menudo, para resal- tar aquellos aspectos de la imagen que se consideran de especial significación. Sobresalen entre éstos, los ojos y la boca. En estos casos las correspondientes cavidades en la escultura se re- llenan con materias que por su color y textura hacen resaltar y destacar dichas áreas. El uso de la incrustación como elemento decorativo en la es- cultura precolombina llegó a su máxima expresión entre las cultu- ras mesoamericanas con las elaboradas máscaras de madera cubiertas de mosaicos de piedras semi-preciosas de diversos colores. Las culturas andinas también utilizaron con frecuencia esta práctica y en algunos casos la incrustación se hacía sobre esculturas de oro. En las Antillas, al igual que en casi todas partes, el uso de la incrustación en la escultura surge con las primeras culturas agroalfareras. Estos indios, que en la arqueología antillana se conocen como saladoides o igneris , llegaron a las Antillas, desde las costas suramericanas, pocos siglos antes de la Era Cristiana. Ya para el año 120 A.D., los indios saladoides vivían en la costa noreste de Puerto Rico, en el sitio conocido como Hacienda Grande, en la región de Loiza. (Alegría 1962). Los Indios saladoides trabajaban poco la piedra, siendo sin embargo, los mejores alfareros de las Antillas. Es en pequeñas ca- becitas modeladas en barro, usadas como adornos en sus vasijas, donde aparecen las primeras incrustaciones. Uno de estos adornos excavados en el depósito saladoide de La Monserrate, Luquillo, Puerto Rico, muestra una cabecita antro- pomorfa pintada y bruñida. En la misma se han modelado cuidadosa- mente, la nariz, los ojos y la boca mostrando estas últimas, in- *Este trabajo es una síntesis de un estudio más extenso que será publicado próximamente por el Centro de Estudios A-vanzados de Puerto Rico y el Caribe y la Fundación García Arévalo de Santo Domingo.

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LA INCRUSTACIÓN EN LA ESCULTURA ABORIGEN ANTILLANA (*)

Ricardo E. Alegría

El uso de incrustaciones de diversos materiales en la escul­tura constituye uno de los refinamientos de esta manifestación ar­tística. El mismo se inicia casi siempre cuando el hombre, libre ya de las presiones socio-económicas que le impone la vida nómada de recolector y cazador, se convierte en agricultor y, este nuevo medio de subsistencia, le proporciona el tiempo y las facilidades para hacer artefactos más elaborados y complejos, a tono con sus nuevas necesidades socio-culturales.

La incrustación no solo sirve para enriquecer y hacer mas dramáticos los objetos rituales, sino que también se usa para adornar objetos de uso doméstico. Entre los objetos rituales so­bresalen los ídolos hechos de barro, madera, piedra y hueso, los cuales son con frecuencia enriquecidos con incrustaciones de di­ferentes materiales: la incrustación sirve, a menudo, para resal­tar aquellos aspectos de la imagen que se consideran de especial significación. Sobresalen entre éstos, los ojos y la boca. En estos casos las correspondientes cavidades en la escultura se re­llenan con materias que por su color y textura hacen resaltar y destacar dichas áreas.

El uso de la incrustación como elemento decorativo en la es­cultura precolombina llegó a su máxima expresión entre las cultu­ras mesoamericanas con las elaboradas máscaras de madera cubiertas de mosaicos de piedras semi-preciosas de diversos colores. Las culturas andinas también utilizaron con frecuencia esta práctica y en algunos casos la incrustación se hacía sobre esculturas de oro.

En las Antillas, al igual que en casi todas partes, el uso de la incrustación en la escultura surge con las primeras culturas agroalfareras. Estos indios, que en la arqueología antillana se conocen como saladoides o igneris , llegaron a las Antillas, desde las costas suramericanas, pocos siglos antes de la Era Cristiana. Ya para el año 120 A.D., los indios saladoides vivían en la costa noreste de Puerto Rico, en el sitio conocido como Hacienda Grande, en la región de Loiza. (Alegría 1962).

Los Indios saladoides trabajaban poco la piedra, siendo sin embargo, los mejores alfareros de las Antillas. Es en pequeñas ca-becitas modeladas en barro, usadas como adornos en sus vasijas, donde aparecen las primeras incrustaciones.

Uno de estos adornos excavados en el depósito saladoide de La Monserrate, Luquillo, Puerto Rico, muestra una cabecita antro­pomorfa pintada y bruñida. En la misma se han modelado cuidadosa­mente, la nariz, los ojos y la boca mostrando estas últimas, in-

*Este trabajo es una síntesis de un estudio más extenso que será publicado próximamente por el Centro de Estudios A-vanzados de Puerto Rico y el Caribe y la Fundación García Arévalo de Santo Domingo.

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crustaciones de pequeños fragmentos de nácar cuyo color blanco brillante contrasta con el rojo obscuro de la cabecita. El ná­car, obtenido a veces de la coucha del Cittarium pica, fue usa­do con frecuencia por los indios saladoides (igneris) para in­crustaciones en objetos de barro, madera y quizás algodón.

En Hacienda Grande, Loiza, uno de los yacimientos saladoi­des más antiguos de Puerto Rico, hasta el presente, (120 A.D.) encontramos numerosos discos y óvalos muy diminutos (1-1.5cm.) tallados en piedras verdes (serpentinas, jadeitas, nefritas) y azulosas, perforadas y sin perforar, con una cara convexa y la otra plana, que indudablemente habían servido como incrustacio­nes en ídolos o utensilios de piedra y madera. En el mismo ya­cimiento abundaban pequeños discos de nácar o madreperla que tam­bién pudieron haber servido como incrustaciones en ídolos y otros objetos de madera o hueso, así como cosidos en telas o en figu­ras tejidas de algodón.

En el yacimiento de Sorcé, en Vieques, que también parece corresponder a la más antigua manifestación de los Indios sala­doides (Hacienda Grande), Chanlatte (1979) encontró, numerosas piezas similares a las anteriormente descritas, tanto en piedra como en madreperla. Con este último material, los pobladores de Sorcé hacían pequeños discos dentados, así como diversas formas figurativas. Estas últimas, además de incrustaciones, también pudieron haber estado adheridas a vestimentas de algodón.

En Guayanilla (Puerto Rico), en el yacimiento saladoide de Tecla, Chanlatte (1976), encontró pequeños rectángulos (2cm.) ta­llados en concha de carey (Chelonia imbricata) que muestran una cara convexa y la otra plana. Estas piezas debieron haber sido usadas como adornos incrustados en algún ídolo o en un utensilio de madera.

Habría de ser con las manifestaciones culturales de los in­dios subtaínos y tainos de las Antillas Mayores que el uso de la incrustación llegaría a su mayor auge. Entonces, serán más varia­dos los materiales utilizados par obtener el efecto decorativo: concha de caracol, oro, piedras de colores, hueso y resinas, se han de usar como incrustaciones en las esculturas y utensilios de estos indios. Es posible que paralograr el mismo efecto se hubie­sen empleado también semillas, resinas y otros materiales fungibles.

Los materiales arriba enumerados se adherían a la escultura con resinas (goma de cupey) o mediante presión. En su descripción del árbol de cupey (Clusia rosea Jacq.) al referirse a sus frutas, indica el Padre las Casas (1909:36) que "lo de dentro es pez negro, con que se puede cualquiera cosa, como con pez, empegar..."

En el yacimiento arqueológico de La Monserrate, Luquillo, Puerto Rico, excavamos en 1947 una pequeña (6 cm.) figurita de ba­rro muy esquematizada, que parece representar un idolillo de fecun­didad. En esta escultura sólo se destaca la cabeza con los ojos y la nariz, y en el extremo inferior dos pequeños apéndices hacen re­cordar los pies. Ninguna otra parte del cuerpo es representada. En esta figurita sólo se ha hecho uso de la incrustación en los ojos, representados por dos pequeños caracoles del género Nerita L. Aunque profundamente enterrados en la cabeza de la figura, los cara­coles sobresalen lo suficiente para hacerse muy llamativos.

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Otro ejemplo del mismo tipo lo proporciona un pequeño adorno modelado en una vasija de barro que representa la ca­beza de un perro. En este caso como en los anteriores, pro­fundamente incrustados en las Órbitas de los ojos, hay dos pe­queños caracoles, también del género Nerita L. Esta también fue excavada en La Monserrate cuyo depósito arqueológico os-tionoide (Monserrate) corresponde al año 710 A.D.jRouse-Alegría, 1978).

El uso de la incrustación entre los indios tainos que habitaban las Antillas Mayores al momento del Descubrimiento no sólo se limitó a los ídolos, sino que también enriqueció otros objetos rituales tallados en mdera, piedra, hueso y con­cha de caracol.

En algunos casos como en el de los ídolos de algodón, la incrustación ya preparada con pequeños orificios, era cosi­da al ídolo o aprisionada en el propio tejido.

En las colecciones antillanas se observan ídolos y otras esculturas de piedra, muy finamente pulimentadas que en los orificios de los ojos y de la boca así como en otras cavida­des, muestran una superficie que no recibió el mismo tratamiento del resto de la pieza. Estas superficies rugosas y ásperas per­mitían fijar las incrustaciones e indudablemente facilitaban su adhesión. En los ídolos de tres puntas o trigonolitos de Puerto Rico y del este de La Española, se observa, con frecuencia, esta situación.

En los yacimientos sub-taínos de Puerto Rico, las Islas Vírgenes, La Española, Jamaica y Cuba, se encuentran con frecuen­cia pequeñas piezas talladas en concha de caracol, que posible­mente estuvieron adheridas a esculturas. Entre estas incrusta­ciones de concha se destacan los discos perforados o sin perforar, que a veces, erróneamente, se ha creído que eran únicamente usados como cuentas de collares. El tamaño de los discos varía desde los que sólo tienen 3 milímetros hasta los que llegan a los 10 centímetros de diámetro. La concha del caracol más usada era la del Strombus gigas. Los discos también se hacían de nácar y de hueso de tortuga. El diametro de su orificio central varia consi­derablemente y en algunos casos su tamaño hace que los discos pa­rezcan anillos. Estos discos se usaban con frecuencia como in­crustaciones en los ojos y en otras partes de los Ídolos y oca­sionalmente estaban grabados con sencillos diseños geométricos. Menos frecuentes son los pequeños ovales de concha de caracol que parecen representar ojos. Algunos presentan una incisión central que hubiera permitido ver a través de ellos. Es posible que los mismos formasen parte de antifaces y máscaras de madera, paja o algodón (Pons Alegría 1979).

En concha de caracol o nácar se grababan también las den­taduras de los ídolos, tallándose casi siempre en una sola pie­za de material. En estos casos se destaca, por lo acentuada la curvatura de la boca. Las piezas utilizadas para garbar los dientes están cortadas en finas planchas (Fig. 1). A veces se

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hacían dentaduras más gruesas y angulares, con el proposito de adherirlas firmemente a la boca del ídolo. En algunos casos, la dentadura se compone de dos piezas que se unen en la parte central de la boca.

Las dentaduras que muestran un orificio en cada uno de sus extremos parecen indicar su propósito de adornar ídolos hechos de algodón. Los orificios servían para coser aquellas al ídolo.

Piezas similares, se han encontrado en excavaciones arqueo­lógicas en Cuba: Harrington, 1921; Rouse, 1942; García Castañeda, 1945; Morales Patino, 1946; Pichardo Moya, 1949; Guarch,1978f Tabio-Rey,1966; Rivero de la Calle, 1966, y otres. En La Española Krieger,1929, 1932; García Arévalo y Chanlatte,1976, y otros re­portan su hallazgo. En Puerto Rico: Fewkes,1909; Hostos,1940; Rouse, 1952,y otros arqueólogos también han encontrado estas denta­duras. Hostos (1940:44), describe estas, dentaduras de concha de caracol y su uso en los ídolos tainos. En la Colección Former Anderson, de las Islas Vírgenes, hay numerosas dentaduras así como discos y otras piezas de concha de caracol que debieron haber sido usadas como incrustaciones de ídolos y otros artefactos de madera y hueso. En las Antillas Menores también se han encontrado algunas dentaduras de ídolos y discos . Allaire (1973:122)muestra una de Paquemar, Martinica, cuya asociación cultural no está determi­nada, aunque nos recuerda el material arqueológico de los depósi­tos ostionoides o sub-tainos de las Antillas Mayores.

Entre los objetos recogidos por Colón en 1484 en La Españo­la se encontraba "una purgadera con veinte y nueve pintas de oro" (Alegría, 1980). Esta "purgadera" era, indudablemente, una espá­tula vómica, instrumento usado por los caciques y chamanes pa­ra purificarse, provocándose el vómito antes de inhalar el polvo alu-cinógeno de la cohoba.

Algunos fragmentos de láminas de oro que se usaron como in­crustaciones en ídolos y utensilios de los indios subtaínos, se han encontrado durante excavaciones arqueológicas en Cuba, La Espa­ñola y Puerto Rico.

En yacimientos sub-tainos y tainos de La Española, Puerto Rico e Islas Vírgenes se han descubierto espátulas vómicas talladas en hueso de manatí (Manatus Americanus) que muestran figuras antro­pomorfas y zoomorfas en las que los ojos y la boca tienen pequeñas in­crustaciones de concha de caracol y nácar. En el Museo del Indio Americano de Nueva York, se exhibe una interesante espátula vómica de hueso de manatí excavada en Santa Cruz por De Booy (1919), que representa una figura antropomorfa con incrustaciones de concha en los ojos y la boca.

En el Museo de la Fundación García de Santo Domingo, se exhi­be una espátula vómica de hueso encontrada en Punta Macao, Repúbli­ca Dominicana, con representación ornitomorfa, en la cual las órbi­tas de los ojos muestran pequeños discos de caracol, con una perfora­ción central (Fig. 2). En el mismo Museo se exponen otras espá­tulas vómicas de hueso y madera con representaciones antropomorfas, que también debieron haber estado enriquecidas con incrustaciones

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de oro o concha de caracol.

Recientemente, en un abrigo rocoso de Vega Baja, Puerto Rico, dos niños, accidentalmente, descubrieron diversos objetos asociados al rito de la cohoba, y entre éstos, se destacan dos espátulas vó­micas de madera, representando serpientes enroscadas. Estas mues­tran evidencia de haber tenido incrustaciones de concha u oro en los ojos, la boca y en varias depresiones circulares en el cuerpo del reptil. Desgraciadamente, estas incrustaciones se habían per­dido cuando las espátulas llegaron hasta el Instituto de Cultura Puertorriqueña (comunicación personal del arqueólogo Ovidio Dávila, mayo, 1980).

Las máscaras, característica de la cultura taina, también muestran evidencia de haber sido decoradas con incrustaciones. En algunas de estas máscaras de piedra, las órbitas de los ojos así como la cavidad de la boca con frecuencia no están debidamente pulimentadas, lo cual hace creer que estas áreas estaban cubertas con ojos y dentaduras de lámina de oro o de concha de caracol.

Las propias máscaras, a su vez, en muchas ocasiones, debie­ron haber estado adheridas a otras materias como madera o tejidos. La parte posterior de las mismas es casi siempre convexa y de pobre pulimento. Algunas pequeñas esculturas tainas muestran el uso de máscaras en la parte superior de los antebrazos. Es posible que las mismas fuesen adheridas a las bandas de algodón tejido que usa­ban en la ornamentación de los brazos e incluso en los cinturones ceremoniales. Quizás las mismas eran parte del atuendo de los ju­gadores de pelota.

En el inventario de los objetos recogidos por Colón entre los indios tainos de La Española, se mencionan 45 guayzas o más­caras . (Alegría, 1980).

La costumbre de usar incrustaciones de oro en estas guayzas o máscaras, es descrita por el Padre Las Casas al referirse a una de éstas que el cacique Goacanagarí de La Española, había regalado a Colón durante el primer viaje. Dice Las Casas (1957, I: 197):

"Trujeron al Almirante una gran carátula que tenía unos grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras par­tes, la cual le dio con otras joyas de oro, y el mismo se la puso al Almirante en la cabeza y al pescuezo ..."

Entre las cuarenticinco guayzas recogidas por Colón durante su segundo viaje en La Española, se incluyen máscaras hechas de algodón tejido o de madera, enriquecidas con adornos de concha de caracol o láminas de oro. Ventisiete máscaras tenían adornos de hoja de oro. Algunas de éstas las aportó un hermano del cacique Caonabo.

En los cinturones monolíticos, característicos de los tainos de Puerto Rico y que eran parte de la parafernalia de los jugadores de pelota, aparecen áreas sin pulimento que sugieren el uso de in­crustaciones (Fig. 3). En algunos de estos cinturones se ha tallado

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una máscara antropomorfa cuyos ojos y boca parecen haber estado cubiertas de incrustaciones. La misma situación se repite en los llamados "codos de piedra" que no eran otra cosa que la par­te principal de un cinturón ceremonial, el resto del cual era hecho de madera. Fewkes (1909: 161) llama la atención al panel en bajo relieve, algo convexo, que se observa en los cinturones monolíticos de Puerto Rico. El cree que el hecho de que esta parte del cinturón no tiene el mismo pulimento que el resto de la pieza, se puede explicar a base de que aquella servía para adherir a ella algún adorno de concha u oro.

Los cernís o ídolos de tres puntas (trigonolitos), repre­sentativos del arte escultórico taino de Puerto Rico y el este de La Española, fueron en muchos casos enriquecidos con incrus­taciones. En algunos cernís, aparecen ciertas depresiones circu­lares en el cono central. A veces se trata de sólo una depre­sión a cada lado y en otros de dos. Las mismas parecen ser res­tos de diseños de brazos y piernas. Estas depresiones servían indudablemente, para incrustar en ellas un disco de concha de caracol o de algún otro material. En las órbitas de los ojos, así como en la cavidad de la boca del cerní también se adherían incrustaciones de concha de caracol o quizás de lámina de oro (Fig. 4).

En el Museo de la Universidad de Puerto Rico se encuentra el único cerní o trigonolito que aún retiene sus dientes de con­cha de caracol. En este caso la dentadura se compone de dos piezas grabadas, que se unen al frente, en el centro de la boca (Fig. 5).

Los propios cernís parecen haber estado adheridos a otros objetos o a bases de madera. La mayor parte de estos ídolos tienen una base cóncava que por lo general no está debidamente pulimentada, lo que parece indicar el proposito de facilitar la adhesión del mismo a otro objeto .

En una de las más bellas piezas del arte taino, la lla­mada "Cabeza de Macorix", perteneciente a la colección Hostos, hoy en el Museo de la Universidad de Puerto Rico, el fino puli­mento y brillo que la caracteriza, está ausente de las órbitas de los ojos, así como en la cavidad de la boca y en los lóbulos de las orejas. Esto claramente indica que esas áreas estaban cubiertas por algún material como concha de caracol o lámina de oro.

Las pequeñas esculturas sub-tainas, talladas en hueso de manatí y en madera, con frecuencia, eran también enriquecidas con incrustaciones de concha de caracol, nácar y lámina de oro. En la colección de Efraín Irizarry de Lajas, Puerto Rico, hay una bella figurita antropomorfa en hueso de manatí, cuyo cuerpo está decorado con diseños incisos. Los ojos y la boca muestra incrustaciones, de madreperla (Fig. 6). En la misma colección hay un raro recipiente-inhalador tallado también en hueso de manatí, que parece representar un pez o quizás un reptil. Los ojos del animal están representados por dos pequeñas cuentas de piedra verde.

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Una de las pequeñas esculturas de madera existentes en el Museo del Indio Americano de Nueva York, aún muestra restos de la resina usada para sostener las incrustaciones de los ojos. Otro pequeño ídolo antropomorfo de madera (21.0 cms), encontrado en una cueva en la Sierra de Neiva (República Dominicana), junto a tres espátulas vómicas, también de madera, conserva en las órbitas de los ojos, restos de la resina que sostenía las incrustaciones de oro o concha de caracol (García Arévalo y Chanlatte, 1976).

En el Museo de la Fundación García Arévalo, en Santo Domingo, se destaca una figurita antropomorfa, tallada en hueso de manatí, que aún retiene una pupila, hecha de oro, adherida a una de las órbitas de los ojos. La otra se ha perdido. En la boca se muestra una den­tadura de concha de caracol. En la misma colección hay otra figuri­ta, también de hueso de manatí, en las órbitas de cuyos ojos hay dos pequeños discos de concha que muestran una perforación central.

En el Barrio Coto, de Isabela, Puerto Rico, Rainey (1940: 74) encontró una pequeña figurita antropomorfa hecha de un material negro que él no identifica, pero que parece ser madera o hueso quemado. En los ojos y en la boca hay incrustaciones de concha de caracol (Fig. 7).

Otros objetos característicos de los indios tainos de La Es­pañola, los ídolos de la cohoba, casi siempre tallados en madera de guayacán (Guayacum officinalis) y por lo general antropomorfos, i-gualmente muestran evidencia de haber sido enriquecidos con incrus­taciones de oro y concha de caracol. Algunos de ellos aún muestran restos de la resina que sujetaba las incrustaciones en las órbitas de los ojos y la boca. Uno de los más bellos ejemplos de estos í-dolos de la cohoba tallado en madera, descubierto en Jamaica y hoy en la sección de Arte Primitivo del Museo Metropolitano de New York, retiene su dentadura tallada en concha de caracol. Las órbitas de los ojos están vacías, pero sugieren que originalmente también es­taban cubiertas con incrustaciones (Fig. 8).

En la Colección de la Fundación García Arévalo, en Santo Do­mingo hay otro ídolo antropomorfo de la cohoba, tallado en madera de guayacán, encontrado en Puerto Plata, República Dominicana. En las órbitas de los ojos, así como en la boca, aún le quedan restos de la resina usada para adherir las incrustaciones de concha de caracol u oro que tenía originalmente. En los lóbulos de las orejas hay ori­ficios que debieron usarse para introducir una orejera de piedra o de algún otro material.

El principal ídolo de la cohoba hasta ahora descubierto es el que representa a "los gemelos", héroes culturales de la mitología taina, acuclillados sobre un dujo de cuatro patas, cuyo espaldar cul­mina en un disco sobre el cual se colocaban los polvos alucinógenos. El ídolo, tallado en madera de guayacán, fue encontrado en la Repú­blica Dominicana y recientemente ha sido depositado por el Smithso­nian Institute de Washington en el Museo del Hombre Dominicano, en Santo Domingo. La pieza muestra evidencia de que ambas figuras te­nían incrustaciones de concha de caracol u oro en los ojos y bocas.

Otros ídolos de la cohoba muestran evidencia del uso de in­crustaciones. Uno de ellos es el de la Colección Malagón, encontrado en la República Dominicana, que también demuestra haber tenido incrus-

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taciones en las órbitas de los ojos, la boca y orificios en los lóbulos de las orejas. El ídolo antropomorfo de la Colección Im-bert de la Repúhlica Dominicana, aún muestra parte de la dentadu­ra de concha de caracol que tenía. Este ídolo de madera también tenía incrustaciones en los ojos y en las orejas.

La principal pieza de la arqueología cubana es el ídolo tubu­lar de madera de guayacán, encontrado en una cueva de Maisí y el cual se conserva en el Museo Montané de la Universidad de La Habana. En el ídolo se ha tallado, en alto relieve, un cuerpo muy estili­zado, del cual se destaca la cabeza, ovalada, con un adorno radial. Los ojos grandes y en forma de almendras, la boca, profunda y ova­lada y los extremos del adorno de cabeza, estaban rellenos de incrus­taciones de concha de caracol de las cuales aún queda una en el ojo izquierdo.

El Museo del Indio Americano de Nueva York tiene otro ídolo tubular de madera, muy poco conocido, procedente de Haiti, y el cual muestra una figura masculina tallada en alto relieve. En los ojos y la boca de la figura aún hay huella de las incrustaciones que te­nía.

Un ídolo antropomorfo tallado en madera, descubierto en Jamai­ca y que se conserva en el Museo Británico muestra una elaborada dentadura de concha de caracol. El extraordinario ídolo de madera con cuerpo humano y cabeza de pájaro, también de Jamaica y hoy en el Museo Británico, aún retiene una gran dentadura de concha de eâ-racol en cada lado de su grueso pico.

En Cuba, Harrigton (1921.1:225) informa del hallazgo de una bandeja ovalada de madera de guayacán. La misma tenía una agarra­dera en forma de cabeza antropomorfa cuyas órbitas así como otras cavidades, colocadas simétricamente, parecen haber estado rellenas con alguna incrustación de concha de caracol o lámina de oro.

En los dujos o asientos ceremoniales de los tainos, y uno de sus objetos más preciados, es donde el uso de incrustaciones, especialmente de laminillas de oro,es más frecuente. Los du jos eran tallados en madera o piedra y en muchas ocasiones representan figuras antropomorfas o zoomorfas. Aunque en todos los du jos que han llegado hasta nosotros, con una sola excepción, el oro había desaparecido, en muchos de ellos se observan zonas que origi­nalmente estaban enriquecidas con finas laminillas de oro. Las áreas del dujo donde principalmente se fijaba el oro eran los ojos, la boca y la parte superior de las patas del ser mitológico que se representaba.

Fernando Colón (1892,1:120) describe de la siguiente manera los dujos o asientos ceremoniales de los indios de Cuba:

... Los hicieron sentar en unos asientos hechos de una pieza de extraña forma, y semejantes a un animal que tiene brazos y las piernas cortas y la cola un poco levantada para apoyarse, la cual no es menos larga que el asiento, para estar con más conveniencia, con una cabeza en la facha y los ojos y orejas de oro.

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A estos asientos llaman los indios "duchi" (dujos) ...

En el Museo Británico se encuentra el único dujo o asiento cremonial antillano que aún conserva las incrustacio­nes de oro. Descubierto en Santo Domingo, perteneció a la colección Oldman hasta el año 1949, en que la misma pasó al Mu­seo Británico. El dujo está tallado en madera de guayacán y tiene la forma de un animal con cuatro patas cortas cuya cola o parte posterior se levanta para formar el espaldar. En la parte delantera se destaca la cabeza, con grandes órbitas ovoides, una gran boca curva y dos orejas con aros u orejeras. La cabe­za está entre dos protuberancias circulares que representan los hombros. Las depresiones que forman los ojos, la boca, los hom­bros y una de las orejeras están rellenas con lámina de oro La incrustación de la orejera derecha se ha perdido. (Fig. 9)

En la República Dominicana, en la región del Higuey, re­cientemente se descubrió en una cueva, un dujo de madera, antro­pomorfo, con una cabeza en la parte delantera del asiento, que aún conserva su gran dentadura de concha de caracol. En el es­paldar formando parte de un artístico diseño figurativo, hay dos depresiones que indudablemente eran para incrustaciones de con­cha u oro.

La decoración de los dujos con incrustaciones debió ser una antigua costumbre de las culturas de las selvas tropicales de América del Sur. Im Thum (1883:298) al tratar sobre los asien­tos ceremoniales de madera de los indios de la Guayanas expresa que a veces éstos se decoraban con incrustaciones de semillas de colores y piedras.

La incrustación también servía para enriquecer pequeños amuletos y adornos <, Según Vega (1973) el amuleto antropomorfo de concha de caracol que es la pieza central, en el collar del mis­mo material que se conserva en el Museo Etnográfico de Florencia, debió haber tenido alguna incrustación en las órbitas de los ojos, pues en éstos aún hay huellas de la resina que sostenía las mis­mas, quizás de oro. Vega (1973:221) informa de otro valioso co­llar de cuentas alargadas de concha de caracol, que se conser­va en el Museo de Ulm, Alemania, el cual tiene como pieza central una cabeza antropomorfa con una gran boca en donde los dientes aparecen cuidadosamente grabados. Las órbitas circulares de los ojos aún están rellenas con cierta resina negra , lo que demues­tra que sobre ellas se colocaba una incrustación, quizás de oro.

Vega(1973:217) describe un precioso plato ovalado de ma­dera, conservado en el Museo Etnográfico de Florencia (Núm. 308), que en uno de sus extremos tiene una pequeña figura antropo­morfa. La figura muestra una dentadura curva de concha de ca­racol. Las órbitas de los ojos y los grandes adornos de las orejas dejan ver que originalmente estaban cubiertas con incrus­taciones de concha de caracol o de oro.

Los inhaladores de madera y hueso, usados para aspirar los polvos alucinógenos de la cohoba también eran con frecuencia

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decorados con incrustaciones. El inhalador antropomorfo, tallado en hueso de manatí, encontrado en La Cucama (República Dominicana) y conservado en el Museo de la Fundación García Arévalo en Santo Domingo, muestra evidencia de incrustaciones, quizás de oro, en los ojos y la boca. En el resoro recogido por Colón en La Española en 1494 (Alegría, 1980) se mencionan" quatro perfumadores de narices con once pintas de oro'.' Estos "perfumadores" no eran otra cosa que inhaladores de la cohoba . Es posible que éstos fuesen de madera y similares al que se descubrió en la Gonaive, Haití, hace unos años, y que se conservan en la Colección Maximilien, de ese país. En las Antillas se han encontrado otros de barro y hueso, pero ninguno tan rico como los obtenidos por Colón.

En el abrigo rocoso de Vega Baja, Puerto Rico donde acciden­talmente se descubrieron varios objetos relacionados con el rito de la cohoba, se hallaron dos inhaladores de madera, uno de éstos era sólo un pequeño fragmento, pero el otro representa una figura antro­pomorfa que debió haber tenido incrustaciones en los ojos y la boca (comunicación personal del arqueólogo Ovidio Dávila, mayo 1980).

En la Española, Colón recogió una "tiradera" o propulsor de dardos, que estaba adornada con incrustaciones de oro. No todos los indios de La Española hacían uso del arco y la flecha, y el arma más usaso era la tiradera.

En el Inventario de Colón se registran diez tiraderas. Una de éstas se destaca por estar adornada con "nueve pintas de oro". En este un detalle interesante y hasta ahora no destacado.

El oro, el latón y el ámbar su usaban para enriquecer las ro­dajas o pesar de los husos de hilar algodón. En el Inventario de los objetos recogidos por Colón en La Española (Alegría,1980) se mencionan doce "torteruelos". Nos parece que este término se emplea como diminutivo de "tortero", vocablo usado en el siglo XVI por los españoles para refirse a la rodaja o contrapeso, en forma de disco, que se ponían en el huso de hilar algodón. Ocho de estos "torteruelos" se describen "con los suelos de hoja de oro", dos "de ámbar" y dos "de latón". Hasta ahora, en las investigaciones ar­queológicas de las Antillas, solo se han encontrado disos de barro y esferas de piedra con un orificio central que se usaban en los husos de hilar.

Los caciques tainos usaban unos distintivos de mando que por ser hechos de oro o de una aleación de este metal, los conquistadores denominaban guanín. En el Inventario de los objetos recogidos por Colón en La Española (Alegría ,1980) se registran veintidós "espejos de oro, uno de cobre y seis espejos de algodón, las lumbres de hoja de oro". Esta descripción parece indicar que en algunos casos el disco de lámina de oro era incrustado en una base de algodón tejido. Estos guaninas nunca han sido descubiertos en las inves­tigaciones arqueológicas realizadas en las Antillas.

Existe otro aspecto de la incrustación en la escultura anti­llana a la cual no se le ha dado la debida consideración. Nos re­ferimos al uso de pastas blancas y quizás de otros colores que po-

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siblemente se usaban para rellenar los diseños inisos de los ídolos, dujos y otros objetos tallados de madera, piedra y hueso, para en esta forma destacar más la decoración. Sabemos que en la más antigua cerámica saladoide de las Antillas aparecen dise­ños que en muchos casos eran rellenos con un pigmento blanco^.

Tenemos conocimiento de que grupos de indios aruacos de las Guayanas practicaban la costumbre de rellenar los diseños incisos de sus macanas de madera con una pasta blanca, hecha a base de barro. Esto permitiría que el diseño inciso de destacara en blanco sobre el color negruzco de la madera (Roth, 1929:10).

Los indios caribes de la isla de Guadalupe en las Anti­llas Menores, según el Padre Armand de la Paix, rellenaban los grabados que hacían en sus macanas de madera {batú) con muchacha • una pasta hecha de harina de yuca. (Segunda parte del manuscri­to anónimo Núm. 24974 atribuido a de la Paix, Biblioteca Nacional de Paris).

La diferencia que se observa en los diseños incisos de los ídolos y los dujos cuando éstos han sido rellenos con alguna pasta blanca o cuando ésta se ha perdido, nos hace creer que pastas con color debieron de ser usadas en las Antillas Mayo­res, como hoy hacen algunos grupos culturales del área tropical de América del Sur, en la decoración de sus artefactos de made­ra.

Esta práctica no se debió limitar a los ídolos y otros objetos, sino que también se usó en los petroglifos. En una cueva de Punta Maldonado, en Boca de Cangrejos (Puerto Rico) descubrimos en 1941 unos petroglifos cuyas inciciones rellenas con un pigmento rosado, hacía que los diseños se destacaran mas (Alegría, 1941). Es posible que esta técnica de rellenar las incisiones profundas de los petroglifos con algún material colo­rante fuese más frecuente de lo que se ha creído y que debido la lluvia y a otros factores, pocos ejemplos con el pigmento hayan subsistido hasta nuestros días. Algunos petroglifos tai­nos, como los que había en el lado oeste de la plaza principal del centro ceremonial de Caguana, en Utuado (Puerto Rico), que poco después de 1915 fueron parcialmente destruidos, mostraban grandes cabezas antropomorfas, en las que las órbitas de los ojos, muy profundas, hacen pensar que pudieron haber estado re­llenas con alguna pasta o con incrustaciones de otro material.

Los ídolos de algodón tejido que hacían los indios tai­nos, con frecuencia enriquecidos con incrustaciones, son des­critos en varios relatos etnohistóricos.

El Obispo Geraldini, (1977:183) en el siglo XVI envió desde la Española al Papa León X, varios de estos ídolos de algo­dón. Un ídolo de algodón, descubierto a fines del siglo pasado en una cueva de la República Dominicana, se conserva en el Museo Etno­gráfico de Turín^. Vega (1971:72;88), en la descripción que hace de dicho ídolo, al referirse a las órbitas de los ojos, dice: "uno

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de los hoyos ha sido adornado con lo que parece ser un pedazo de caracol labrado aungue podría ser también oro en forma de plancha". Según las fotografías y dibujos del ídolo, sólo la órbita del ojo derecho está rellena con una incrustación de tipo anular, que parece de concha de caracol. Esta pieza muestra una perforación circular que representa la pupila, rellena con otro material cuya identidad no se puede precisar en la fotografía.

Otra importante partida del tesoro reunido por Colón en La Española (Alegría, 1980), incluía siete "cintos" o cinturones de algodón tejido, con adornos de concha de caracol, cuentas de pie­dra, máscaras y hojas de oro. Estos cinturones, descritos por los cronistas de la conquista, eran usados por los caciques tainos.

Syllacio (Syllacio-Coma, 1967:255) cuenta como el cacique Goacanagarí, de La Española, dio al Almirante "mas de una docena de cinturones hechos com admirable arte y algunos de ellos enri­quecidos con delgadas láminas de oro entretejidas en la tela de algodón con maravilloso artificio".

Entre los siete cinturones de lagodón tejido recogidos por Colón, (Alegría, 1980) cuatro de ellos tenían máscaras y adornos de oro.

Muchas de las pequeñas máscaras antropomorfas de concha de caracol, tan frecuentes en los depósitos arqueológicos tainos y sub-taínos y que a veces adornaban los cinturones de algodón, tam­bién debieron haber sido enriquecidas con incrustaciones de lámi­na de oro.

Scheweer Hegel (1952) identifica como taino un cinturón ceremonial de algodón tejido, adornado con una máscara antropo­morfa, existente en el Museo de Etnografía de Viena (Núm. 10433) y un ídolo, también de algodón tejido, con máscara de madera, que se conserva en el Museo Etnográfico de Roma. Ambas piezas mues­tran el uso de la incrustación de distintas materias.

El cinturón de algodón está cubierto con minúsculas cuentas de concha de caracol cosidas al mismo. Las cuentas, agrupadas se­gún sus diferentes colores; forman diseños geométricos. Otros diseños están formados por semillas. En el centro del cinturón aparece una gran máscara de madera cubierta de cuentas de concha de caracol. Las principales incrustaciones aparecen en los grandes ojos circulares. En este caso se han usado espejos del tipo vene­ciano, de dos cm. de diámetro, que están sostenidos por un borde tejido (Fig. 10). El uso de estos espejos demuestra, como y lo ha señalado Vega (1973:224), que se trata de un ídolo hecho des­pués de la llegada de los españoles a las Antillas^. En la bo­ca abierta se muestran dos hileras de pequeños caracoles adheri­dos con una resina rojiza, que representan los dientes. En la boca también está incrustada una semilla tañida de rojo. La máscara presenta dos grandes orejeras circulares, tejidas de al­godón y recubiertas con cuentas de concha de caracol. El centro de casa orejera tiene una cuenta de vidrio, también de origen eu­ropeo. En la parte superior de la cabeza se han colocado dos

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fragmentos de latón que sujetan dos trozos de vidrio negro.

El ídolo del algodón tejido, con máscara de madera, iden­tificado por Schweeger Hegel (1952) como de origen taino, se encuentra en el Museo Etnográfico Luigi Pigorini, de Roma (Núm. 4190), donde se indica que llegó del Museo Cospiano de Bolonia, procedente de Santo Domingo, En este ídolo las incrustaciones aparecen en las grandes orejeras circulares que exhibe en ambos lados de la cara y las cuales, por medio de un borde tejido sostienen espejos cóncavos del tipo vene­ciano, similares a los usados en el cinturón ceremonial de Viena. La máscara de madera tiene en las órbitas de sus ojos unas piezas de concha de earacol de forma ovoide, en cuyo centro, como para representar la pupila, hay una resina negra, la misma que sostiene los ojos de la máscara (Fig.11).

En la parte posterior del ídolo hay otra cara antropo­morfa, en la que se destacan dos grandes orejeras circulares, en las que se han colocado espejos cóncavos del tipo veneciano. Los ojos están hechos con espejos circulares sobre los cua­les se ha querido representar una córnea amarilla y una pupila verde (Vega 1973:208). No se indican los materiales usados para estos efectos. Se cree que este ídolo, así como el cin­turón de algodón tejido formaba parte de los regalos que el emperador Carlos V acostumbraba enviar a los príncipes euro­peos durante los primeros años de la conquista española de las Antillas.

En las Antillas Menores, habitadas por los indios ca­ribes, la evidencia arqueológica no nos ofrece la misma evidencia que en Las Mayores. Se han encontrado, sin embargo, discos, óvalos y dentaduras de concha de caracol que debieron formar parte de ídolos de madera o algodón tejido. No se puede saber si los mismos fueron usados por los caribes o por algunos de los otros grupos culturales que con anterio­ridad a aquellos, habitaron las islas.

El cronista francés Dutertre (1667) refiere como en una cueva de la isla de Martinica se encontraron ciertos ídolos de algodón "con forma de hombres que tenían granos de jaboncillo (una semilla) en lugar de ojos"- Los indios caribes aseguraron que eran "los dioses de los igneri", los indios que vivían en la isla antes de ellos llegar y conquistarlos.

Según el cronista francés, Padre Labat (1722), los ca­ribes a veces se incrustaban piedras verdes en los agujeros que se hacían en el lóbulo de las orejas y el el labio inferior (Fewkes, 1922:231).

Los cronistas franceses también se refieren a los "ca­racoli", adorno que llevaban los caribes de las Antillas Menores colgado del cuello, que algunos autores, por su nombre, han creído que eran siempre hechos de caracol. Según Labat (1722) estos adornos, en forma de media luna, eran hechos de un me­tal que probablemente era una aleación de oro y cobre. El

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adorno metálico se usaba incrustado dentro de una plancha de madera.

La incrustación también se usaba, en todas las Antillas, en la fabricación de objetos utilitarios cimo los guayos usados para rayar la yuca. Estos guayos se hacían incrustando pequeños fragmentos de pedernal en un trozo de madera rectangular. En Cuba, Harrigton, (1921) encontró uno de estos guayos. Según Fernando Ortiz( 1922:24) en 1890 el Rector de la Universidad de Cuba, des­cubrió en el Caney (Oriente) "ciertos guayos o rayadores de yuca hechos hace siglos, en una tabla rectangular de madera dura, con dos asas a sus extremos y cubierta una de sus caras de multitud de pequeñas puntas afiladas de piedra dura, incrustadas en la made.-ra". En el Museo Montanë, de La Habana, se expone un guayo de la Colección Rasco. Hay otro en el Museo García Feria, de Holguín. Según Coll y Toste (1909:132) él encontró: uno en Arecibo, Puer­to Rico que más tarde fue llevado a España.

Los ganchos de concha de caracol que algunos coleccionistas de objetos arqueológicos de las Antillas a veces confunden con representaciones de pajaritos/ eran también incrustados en los propulsores de dardos para sostener el dardo.

Los tainos aunque carecían de instrumentos de metal, logra­ron dominar el arte de la talla en madera, piedra, hueso y concha de caracol. Su escultura siempre de pequeño tamaño, alcanzó tal ex­celencia y perfección que la hace una de las más representativas del arte aborigen americano.

El uso de la incrustación de lámina de oro, concha de cara­col, nácar, piedra, hueso y otros materiales en la escultura, fue como hemos podido ver, uno de los recursos artísticos más usados por los indios sub-taínos y tainos de las Antillas para enriquecer las piezas escultóricas vinculadas a sus complejas creencias mágico-religiosas. La incrustación contribuía a hacer resaltar aquellas partes de las representaciones antropomorfas y zoomor-fas que los artistas indígenas querían destacar como los ojos y la boca. Es posible que también se usasen pastas con color para rellenar los diseños incisos en los objetos de madera, piedra y hueso, así como en los petroglifos.

Con la conquista española de las Antillas mientras la socie­dad indígena subsisto, el uso de la incrustación en la escultura no despareció, sino que nuevos materiales europeos como espejos y vi­drios fueron usados para sustituir al oro, tan codiciado por los invasores europeos (Fig.12).

NOTAS

1. Alfredo Figueredo en "El hombre en las Islas Vírgenes" (Revista Dominicana de Antropología e Historia), Año IV, Vol. IV, Nos. 7-8, Santo Domingo, 1974; informa haber encontrado lo que él cree es una incrustación de concha de caracol en un depósito arcaico pre agrícola, de la Fase Arboretum, en el área de Magens Bay en St. Thomas, Islas Vírgenes.

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Otros depósitos arqueológicos de esta manifestación cultural se han encontrado en el Convento e Iglesia de los Dominicos en el Viejo San Juan, en el sitio denominado Tecla en Guaya-nilla (Chanlatte, 1976); en Sorcé, Isla de Vieques, así como en las estratas más antiguas de Cañas, Ponce; Las Flores, Coamo y otros lugares de Puerto Rico. El estilo Hacienda Grande de Puerto Rico también se manifiesta en las Islas Vírgenes y las Antillas Menores.

Harrington (1921) incluye una dentadura de caracol en el cuadro ilustrativo de las características de la cultura taina en Cuba. Pichardo Moya (1949: 39) ilustra varias de estas dentaduras de concha de caracol de la región de Banes, Cuba, en la colección Orencio Miguel. Ver lámina con dibujo de dentaduras de Cuba en García Castañeda, 1945; Guarch, 1978: 108 y Tabío-Rey, 1966: 267.

García-Arévalo y Chanlatte (1976: 39) ilustran varias dentadu­ras de concha de caracol encontradas en distintos yacimientos de la República Dominicana.

Ver los discos, rectángulos y semicírculos de concha de caracol encontrados en Guadalupe (Clerc, 1973: 130-131).

En el Inventario se usa el término "pintas", para indicar in­crustaciones .

Esto parece indicar que se les arrancó el oro a las máscaras y se fundió. Esta palabra, (Guayca) como con frecuencia ocure con los vocablos tainos, se ha escrito de distintas maneras. A veces se escribe guaicas o guayças (con cedilla). Las Casas, 1909: 157. También se ha escrito guaizas; Las Casas, Apologé­tica Historia, edición de 1967. En algunos casos la imprenta ha sustituido la cedilla por la c ó la z.

Clerc (1976: 43) llama la atención a los pequeños cernís de la isla de Guadalupe que muestran restos de brea (bitumen) que hace creer que servían para adherir estos a algún otro objeto. La brea pudo también haber servido como material para incrus­taciones.

En el estilo cerámico Hacienda Grande, el relleno de las incisiones con pigmento blanco es corriente. En un depósito arqueológico de la Isla de Vieques (Sorcé), Chanlatte ha encontrado vasijas con di­seños incisos rellenos de pigmento blanco y otros con pigmento rojo

El ídolo había sido dibujado y descrito por Fewkes (1891: 167) y Cronau (1892: 323).

No debe descartarse la posibilidad de que el cinturón fuese hecho antes del Descubrimiento y que más tarde dado el interés de los conquistadores por recoger todo el oro posible, hubiese sido al­terado y sus ojos de oro sustituidos por otros de espejo.

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Figura 4. Figura 3.

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Figura 7.

Figura 5.

Figura 6. Figura 8.

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Figura 9.

Figura 10. Figura 12.

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Leyendas

Fig. 1. Dentaduras de ídolos talladas en concha de caracol. República Dominicana. Fundación García Arévalo, S.D.

Fig. 2. Espátula vómica ornitomorfa, de hueso de manatí con incrusta­ción de concha de caracol. República Dominicana. Fundación García Arévalo, S.D.

Fig. 3. Cinturón monolítico con panel sin pulimentar para incrustacio­nes. Puerto Rico, Museo Universidad de Puerto Rico.

Fig. 4. Cernís o ídolos de tres puntas mostrando áreas sin pulimiento para incrustaciones. Puerto Rico. Museo, Universidad de Puerto Rico.

Fig. 5. Cerní o ídolo de tres puntas, de piedra con dentadura de caracol, Puerto Rico. Museo, Universidad de Puerto Rico.

Fig. 6. Figurita antropomorfa de hueso con incrustaciones de nácar. Puerto Rico. Colección de Efraín Irizarry, Lajas, Puerto Rico.

Fig. 7. Amuleto de hueso quemado con incrustaciones de concha. Barrio Coto, Puerto Rico. Según Rainey 1940.

Fig. 8. ídolo antropomorfo de la cohoba, tallado en madera con dentura de concha de caracol. Jamaica. Museo Metropolitano, New York.

Fig. 9. Dujo o asiento ceremonial de madera con incrustaciones de oro. República Dominicana. British Museum, England.

Fig.10. Cinturón de algodón tejido con máscara mostrando incrustaciones. República Dominicana. Museo de Etnografía, Viena.

Fig.11. ídolo de algodón con máscara de madera e incrustaciones en los ojos y orejas. República Dominicana. Museo Etnográfico de Roma. Según Vega, 1973.

Fig.12. Incrustaciones de láminas de oro. República Dominicana. Funda­ción García Arévalo, S.D.