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LA IMAGEN DE ORIENTE A TRAVÉS DE AMARO CENTENO María Dolores García Sánchez UNIVERSITÁ DI CAGLIARI En los primeros cien años transcurridos desde el descubrimiento del Nuevo Mundo, los horizontes que se presentaban ante el campo de la narración de he- chos históricos se habían ensanchado enormemente. 1 Las experiencias de con- quistadores y misioneros cuajaron páginas a través de las cuales los lectores del Quinientos pudieron acceder, al menos gracias al poder de la palabra escrita, a los nuevos caminos puestos a su disposición por intrépidos aventureros. 2 La vi- vacidaz e inmediatez de los numerosos testimonios directos acerca de las vici- situdes afrontadas no eclipsaron de manera absoluta, sin embargo, el peso de las autoridades clásicas y la sabiduría heredada desde la Antigüedad, por lo que, en estrecha unión a la experiencia, se manejaron los conocimientos derivados de otras fuentes procedentes del pasado. De ahí, que no resulte extraño constatar cómo la mirada asombrada de quien relata se filtra a través de experiencias li- brescas enraizadas en una tradición plurisecular, y cómo en su tarea descriptiva, la carga de la tradición casi empuje a contemplar lo que sólo exitía en los libros o en la imaginación. 3 Y de ahí también que, a medida que avance la centuria, aumente el número de quienes en nombre de la erudición escriben desde la Pe- nínsula y desde una distancia temporal que les fuerza a recurrir a documentación y relatos ajenos. 4 La convivencia entre unos y otros, protagonistas que narran las 1 Para abarcar el extenso panorama de la historiografía relacionada con el descubrimiento, conquista y colonización de América sigue resultando imprescindible el trabajo de Francisco Esteve Bar- ba, Historiografía Indiana, Madrid: Gredos, 1964. Pueden verse también, Carmen Bravo- Villasante, La maravilla de América: los cronistas de Indias, Madrid: Cultura Hispánica, 1985, y la ed. al cuidado de Germán Arciniegas, Historiadores de Indias, Barcelona: Instituto Ga- Uach-Océano-Éxito, 1986. 2 Cfr. las Actas del congreso VAmerica ira reale e meraviglioso: scopritori, cronisti, viaggiatori, al cuidado de G. Bellini, Roma: Bulzoni, 1990. 3 La urgencia de modelos a los que acomodar la nueva realidad explica tanto el recurso a la retórica y la épica tradicionales cuanto el hecho de que libros en boga en ese periodo, por ejemplo los relatos caballerescos, se erijan en fuente de inspiración. Cfr. Alejandro Cioranescu, «La con- quista de América y la novela de caballerías», Estudios de literatura española y comparada, La Laguna: Universidad, 1954, págs. 22-46 y Mario Hernández Sánchez-Barba, «La influencia de los libros de caballerías sobre el conquistador», Revista de Estudios Americanos, XIX, (1960), págs. 235-56. 4 Vid. a este propósito Walter Mignolo, «El metatexto historiográfico y la historiografía indiana», 546

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LA IMAGEN DE ORIENTE A TRAVÉS DE AMARO CENTENO

María Dolores García SánchezUNIVERSITÁ DI CAGLIARI

En los primeros cien años transcurridos desde el descubrimiento del NuevoMundo, los horizontes que se presentaban ante el campo de la narración de he-chos históricos se habían ensanchado enormemente.1 Las experiencias de con-quistadores y misioneros cuajaron páginas a través de las cuales los lectores delQuinientos pudieron acceder, al menos gracias al poder de la palabra escrita, alos nuevos caminos puestos a su disposición por intrépidos aventureros.2 La vi-vacidaz e inmediatez de los numerosos testimonios directos acerca de las vici-situdes afrontadas no eclipsaron de manera absoluta, sin embargo, el peso de lasautoridades clásicas y la sabiduría heredada desde la Antigüedad, por lo que, enestrecha unión a la experiencia, se manejaron los conocimientos derivados deotras fuentes procedentes del pasado. De ahí, que no resulte extraño constatarcómo la mirada asombrada de quien relata se filtra a través de experiencias li-brescas enraizadas en una tradición plurisecular, y cómo en su tarea descriptiva,la carga de la tradición casi empuje a contemplar lo que sólo exitía en los libroso en la imaginación.3 Y de ahí también que, a medida que avance la centuria,aumente el número de quienes en nombre de la erudición escriben desde la Pe-nínsula y desde una distancia temporal que les fuerza a recurrir a documentacióny relatos ajenos.4 La convivencia entre unos y otros, protagonistas que narran las

1 Para abarcar el extenso panorama de la historiografía relacionada con el descubrimiento, conquistay colonización de América sigue resultando imprescindible el trabajo de Francisco Esteve Bar-ba, Historiografía Indiana, Madrid: Gredos, 1964. Pueden verse también, Carmen Bravo-Villasante, La maravilla de América: los cronistas de Indias, Madrid: Cultura Hispánica, 1985,y la ed. al cuidado de Germán Arciniegas, Historiadores de Indias, Barcelona: Instituto Ga-Uach-Océano-Éxito, 1986.

2 Cfr. las Actas del congreso VAmerica ira reale e meraviglioso: scopritori, cronisti, viaggiatori, alcuidado de G. Bellini, Roma: Bulzoni, 1990.

3 La urgencia de modelos a los que acomodar la nueva realidad explica tanto el recurso a la retóricay la épica tradicionales cuanto el hecho de que libros en boga en ese periodo, por ejemplo losrelatos caballerescos, se erijan en fuente de inspiración. Cfr. Alejandro Cioranescu, «La con-quista de América y la novela de caballerías», Estudios de literatura española y comparada, LaLaguna: Universidad, 1954, págs. 22-46 y Mario Hernández Sánchez-Barba, «La influencia delos libros de caballerías sobre el conquistador», Revista de Estudios Americanos, XIX, (1960),págs. 235-56.

4 Vid. a este propósito Walter Mignolo, «El metatexto historiográfico y la historiografía indiana»,

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propias circunstancias vitales y estudiosos que beben en fuentes variopintas, se-rá larga y fructífera, y no afectará sólo a las rutas inauguradas a través del Océa-no Atlántico. Del mismo modo afectará a otros caminos, no por menos novedo-sos mejor conocidos.

Si bien es cierto que durante todo el siglo XVI la proliferación de las noticiasprocedentes de América acaparó en gran medida el terreno de crónicas, relacio-nes y libros de viajes, también lo es que la curiosidad intelectual del hombre re-nacentista por realidades distantes no se sació por completo con la lección ame-ricana. Otros espacios ya explorados con anterioridad, concretamente la llamada«vía oriental»,5 se desplegaron a la atención del lector curioso, fomentada, qui-zás, a resultas de algunos de los sucesos vividos en el ámbito del imperio hispá-nico. Es el caso de la explosión de conflictos religiosos internos protagonizadospor minorías nunca asimiladas y que el inconsciente colectivo relacionaba conel enemigo externo representado por el poder turco, siempre al acecho;6 o el ca-so de la posterior anexión a la corona española de Portugal, que incorporaba,junto a las disputadas conquistas de ultramar, sus correspondientes territorios enel continente asiático. Todo ello contribuiría en cierta medida al incremento, enel último tercio del siglo, de la inclinación por sintetizar cualquier aspecto refe-rente a la información sobre las rutas orientales. Anheladas en vano por Colón,no habían dejado de ser frecuentadas por vía terrestre con relativa regularidaddesde más de trescientos años antes como meta de objetivos religiosos y comer-ciales, aunque su pérdida de protagonismo al correr del siglo resultara inexora-ble. Y, sin embargo, las viejas tierras tampoco cesaron de interesar por completoa los doctos, como demuestra la aparición de publicaciones de muy diversa ín-dole, desde relaciones enviadas por religiosos7 a la recuperación de textos me-dievales,8 que emprendían así nueva vida.

En este contexto es interesante dar noticia, bien que con brevedad, de unejemplo curioso de esa recuperación, entendida como síntesis de conocimientos

Modern Language Notes, XCVI, (1981), págs. 358-402.5 Francisco López Estrada, «La vía oriental en la encrucijada sevillana de la época de Carlos V» en

Sevilla en el Imperio de Carlos V: encrucijada entre dos mundos y dos épocas, (Actas del Sim-posio Internacional celebrado en la Facultad de F.a y Letras de la Univ. de Colonia [23-25 dejunio de 1988], Sevilla: Univ. de Sevilla-Univ. de Colonia, 1991, págs. 139-49).

6 Vid. cuanto explica a este propósito, y en relación a la rebelión de las Alpujarras, J. H. Elliott, LaEspaña Imperial. 1469-1716, Madrid: Vicens-Vives, 1980(6"), págs. 253 y ss.

7 Cfr. Antonio Rodríguez Moñino, Fray Diego de Mérida, Jerónimo de Guadalupe, Viaje a Oriente(1512), Barcelona: Sociedad General de Publicaciones, 1946 y, también del mismo estudioso,Viaje a Oriente de fray Antonio de Lisboa (1507), Badajoz: Imprenta Provincial, 1949.

López Estrada, aludiendo a la vena orientalista de un personaje del calibre de Argote de Molina,herredero del Humanismo que le precedió en el tiempo, recuerda algunos de los textos queformaban parte de la biblioteca del sevillano (el viaje de Pero Tafur, por ejemplo), así como elempeño en impulsar la edición de manuscritos medievales «con los honores y cuidados de untexto antiguo», como en el caso de la embajada de González de Clavijo, impresa en 1582 (art.cit., pág. 147).

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históricos que contribuyen a fomentar la imagen de Oriente difundida en el mo-mento. Se trata del libro, publicado en 1595 por las prensas cordobesas de Die-go Galván, titulado Historia de cosas del Oriente, de Amaro Centeno.9

Lejos de pretender como objetivo primordial un acercamiento a la actuali-dad, al modo establecido en las relaciones y crónicas, especialmente en aquellasescritas a partir de las cartas de sacerdotes encargados de la propagación de la fecatólica en tierras de Asia,10 Centeno retrocede en el tiempo hasta situarse en unpasado que tal vez se antojase ya demasiado remoto para muchos de sus con-temporáneos, pero desde el que trataba de compendiar saberes acumulados a lolargo del paso de los años en relación al mundo oriental," haciéndolos de estamanera más asequibles y poniéndolos al alcance de los apasionados por el tema.Se convirte en traductor y recopilador, como él mismo confiesa, al considerar lanecesidad de dar a la luz una sola obra que reuniese las noticias al respecto quese encontraban demasiado dispersas en distintos autores:

Ninguno dellos lo escriuió de principal intento sino siguiendo el curso de susHistorias, e interpolando y entremetiendo otras cosas en medio, y dexando algu-nas por no ser de su propósito. Así que por esto, y porque las Historias referidasson de grande volumen y que no todos las pueden tener por ser costosas, me mo-vió a escreuir este breue discurso.12

La suya es, por tanto, una intención fundamentalmente práctica y divulgati-va, entroncada con el espíritu humanista de la primera mitad del siglo, que lelleva a reunir en un pequeño volumen noticias sobre la descripción de los reinosde Asia, la historia de los tártaros, y los reinos de Egipto y Jerusalem. La vo-luntad de Centeno no obedece, pues, como decíamos antes, a la obligación detransmitir conocimientos de primera mano, fruto de una experiencia viajera13 dela que él careció, sino que actúa impulsado por una concepción clásica de la

9 Zamorano de origen, aunque trasplantado a Córdoba, Centeno había publicado con el mismo im-presor un pliego en el que se narraba el terremoto sufrido por la ciudad andaluza en el otoño de1589. Cfr. J. Simón Díaz, Bibliografía de la Literatura Hispánica, VII, Madrid: CSIC, 1967,págs. 779-80. Vid. también José María Valdenebro, La imprenta en Córdoba, Madrid: Suceso-res de Rivadeneyra, 1900, págs. 26-28.

10 Vid., a modo de ejemplo, los Avisos de la China y Japón, Madrid: Viuda de Alonso Gómez,1589, vol. en el que se recopilan las misivas dirigidas por un grupo de jesuítas a sus superiores,con objeto de ponerles al tanto de sus progresos en las tierras que tratan de evangelizar; así co-mo el compendio, de incalculable valor para los especialistas en sinología, reunido por JuanGonzález de Mendoza, Historia de las cosas más notables del gran reyno de la China, Valen-cia: Viuda de Huete, 1585.

" López Estrada, en el artículo citado, hace un recorrido por los libros que desde la Edad Media,con El Millón de Marco Polo, difunden los saberes sobre la vía oriental hasta el Renacimiento.

12 Fol. 2r. En las citas, transcribo el texto, modificando el uso de las mayúsculas y la acentuación,para lo que sigo criterios ortográficos modernos.

13 Cfr. E. Scarin, Le conoscenze e le esplorazioni dell'Asia dalle origini al XVII secólo, Genova:Mario Bozzi, 1953 y K. M. Panikkar, Storia della dominazione europea in Asia, Turín: Einaudi,1958.

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historia como luz y guía de la Humanidad, imprescindible para conocer el pasa-do y poder juzgar el futuro. «Sin ella» -afirma en la «Carta a los lectores»-«fuera el mundo una ciega confusión». Por tanto, afronta los eventos que narracon el empeño de colmar la curiosidad de aquellos, sin olvidar por eso un in-tento evangelizador, tal y como se corrobora en la Aprobación firmada por elfraile Rodrigo Nieto: «Con la relación de los successos que en ella se contienen,servirá de mucho entretenimiento y de causar deseo a los que la leyeren de re-duzir a la obediencia de la Christiandad la tierra sancta donde nació y padeciónuestro Redemptor».

Nótese, en este punto, cómo sobrevive en nuestro autor el viejo espíritu decruzada contra el infiel, que tiene muy en cuenta todavía las relaciones con unpueblo que había permanecido en el interior de la Península hasta 1492, y que apesar del tiempo transcurrido, la pérdida de libertad política y el menosprecio dela mayoría, seguía, no obstante, planteando problemas en la España torturadapor las desviaciones religiosas de finales del siglo XVI.

En la primera de las dos partes de que consta la Historia de cosas del Orien-te, Centeno asegura traducir la Historia de cosas de Levante de fray HaytónArmenio. Hethoum o Haitón,14 señor de Gorigos o Corycos, según las transcrip-ciones, era sobrino del rey de Armenia. Sabemos de él que a principios del sigloXIV se encontraba en una abadía de Chipre, a la que es posible que hubiera lle-gado buscando refugio por motivos políticos. Por instancia del papa ClementeV, redactó (parece ser que primero en francés y luego en latín) una Historiaorientalis, obra de propaganda, convincente y sugestiva, a través de la cual pre-tendía reprochar a Occidente la ocasión perdida de obtener una derrota definiti-va ante el poder musulmán. Consideraba que no se habían establecido oportu-na-mente alianzas eficaces, más allá de los reinos cristianos, sobre todo, con elpueblo mongol, que también estaba por entonces empeñado en combatir al co-mún enemigo.

El libro de Haitón conoció gran fortuna y amplia difusión, primero manus-crita y luego impresa, a través de diversas épocas, por toda Europa. A lo largodel siglo XVI, en concreto, no dejan de registrarse ediciones, en Francia, enfrancés y latín (París, 1517 y 1529; Haguenau, 1529), en italiano (Venecia,1559)15 y de nuevo en latín, en Alemania (Helmstedt, 1585).16 De hecho, paraAmaro Centeno, la abundancia de impresiones en otras lenguas es la causa prin-cipal que justifica la oportunidad de la traducción que él ofrece, presumible-mente a un público poco experto, ante la exigencia de colmar el vacío creadopor la carencia de una versión en lengua castellana.

14 Para su biografía puede consultarse la edición de C. Kohler de La Flor des Estoires de la Terred'Oríent en Recueil des Historiens des Croisades, París: 1906, VII, págs. XXV-XLVI.

15 Se encuentra incluida en el segundo vol. de la famosa edición de Giovambattista Ramusto, Nave-gationi et viaggi, Venecia: Herederos de L. A Giunti, 1559.

Cfr. Catalogue General des livres imprimes de la Bibliothéque Nationale, París: Paul Catin,1931, LXXI, fol. 811.

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Aunque en la «Carta a los lectores» no haga la más leve alusión a su existen-cia, el texto del fraile armenio había gozado ya con anterioridad de una ciertacirculación por la Península, durante la Edad Media, gracias a dos versiones ro-mances: una en dialecto aragonés y otra en catalán. La primera forma parte delas obras incluidas en un manuscrito, conservado hoy en la Biblioteca de El Es-corial,17 realizado por encargo del Gran Maestre de Rodas, Juan Fernández deHeredia.18 Al igual que la traducción catalana,19 la aragonesa fue elaborada apartir de manuscritos franceses, a los que ambas se mantienen fieles. Más allá depequeñas adiciones y mutilaciones no se detectan en ellas huellas dignas demención de intervenciones personales por parte de los traductores que impli-quen una actualización de la materia tratada.

Sucede, en cambio, algo muy diferente con la tarea que realiza nuestro autor.El tardío interés por la obra de Haitón20 adquiere valor en función del trato queotorga tanto a ésta como al resto de las fuentes que maneja. Centeno, pues, su-pera el anacronismo al que le condenaría un seguimiento exclusivo del original,gracias al modo de enfrentarse con sus materiales de trabajo, que depura, critica,compara y cita con gran escrúpulo. Introduce, además, bien al hilo del texto,bien en glosas aparte, una serie de comentarios personales que puntualizan yacercan a su presente los acontecimientos narrados. Él mismo, a propósito de sutraducción, nos anuncia donde podremos encontrar la originalidad de su labor,cuando afirma: «Añadíle en las partes que me pareció ser necesarias, algunasadvertencias de lo que ha sucedido después que escriuió Haytono, para mayorclaridad e inteligencia de los lectores». Pues bien, en esas advertencias radicauno de los principales atractivos que caracterizan esta edición cordobesa de laHistoria de cosas del Oriente.

Ya desde el comienzo, cuando se ocupa de la descripción de los territoriosde Asia mayor y menor, con sus reinos, provincias y riquezas, hace constar al

17 Se trata del códice Z-I-2, que incluye además, entre otros textos, la versión aragonesa del Librode Marco Polo. Cfr. Julián Zarco Cuevas, Catálogo de manuscritos castellanos de la Real Bi-blioteca de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial, 1919, III, págs. 98-60 y P. Miguélez, Ca-tálogo de los códices españoles de la Biblioteca del Escorial. Relaciones históricas, Madrid:Imprenta Helénica, 1917, I, págs. 1-4. El manuscrito aragonés de El Millón fue editado porJohn J. Nitti, Aragonese Versión ofthe "Libro de Marco Polo", Madison: Seminary of Hispa-nic Medieval, 1980.

18 Estudios ya clásicos sobre la vida y obra de esta ilustre figura, que desarrolló durante el siglo XVuna extraordinaria labor, comparable a la de Alfonso X (desde Herquet, en 1878 a Serrano ySanz, en 1913, pasando por Vives, en 1927), se han completado ahora con la reciente aparicióndel trabajo de Juan Manuel Cacho Blecua, El Gran Maestre Juan Fernández de Heredia, Zara-goza: Caja de Ahorros de la Inmaculada Aragón, 1997.

19 Vid. Aitó de Gongos, La flor de les histories d'Orient, ed. de Albert Hauf, Barcelona: Centred'Estudis Medievals de Catalunya, 1989.

20 Aunque Centeno no sería el último en demostrar interés por ella. De su larga existencia editorialdan prueba la aparición de otras dos ediciones más, en latín y francés, durante los siglos si-guientes; respectivamente, Colonia, 1671 y La Haya, 1735. Cfr. con el Catalogue General deslivres imprimes de la Bibliothéque Nationale, ed. cit.

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lector la presentación de novedades gracias a «la industria de los Portugueses».No deja escapar esta circunstancia que le ofrece la todavía reciente anexión dePortugal, y que podría limitarse en otros términos a aspectos puramente geográ-ficos, para lanzar una encendida defensa de la incorporación de los nuevos des-cubrimientos a los dominios de Felipe II:

La qual merced de Nuestro Señor se puede tener por cierto que a concedido alos reyes españoles, y no a otros por aver sido siempre tan obedientes a su yglesiacatólica romana, y por aver para este efecto, y para mayor servicio de Dios insti-tuyelo en sus reynos el Sagrado Officio de la Sancta Inquisición, que por la vezin-dad, de otros y maldad de los hombres se pudieran aver infincionado los suyoscomo se ha visto algunas vezes si no lo vuieran atajado con el cuchillo de la justi-cia y clemencia con que proceden.21

No puede ser más explícita la beligerancia con la que afronta el asunto, de-jando bien en evidencia la proximidad a aquella idea de cruzada de la que ha-blábamos más arriba. Con toda probabilidad, mientras escribía conservaba en laretina episodios de la rebelión de las Alpujarras en los que había visto brillar elacero. En el capítulo dieciocho de la segunda parte, por ejemplo, al detallar lastorturas inflingidas a los clérigos obedientes al Papa por mano de los partidariosde Federico Barbarroja, refiere:

[...] daua lugar a que forcasen las mugeres de toda suerte (y aun a los hombrescomo dizen algunos) y a los clérigos obedientes al Papa los abría a cruzes y que-maua [...]. Esta crueldad de persignar con nauajas a los clérigos resucitaron ennuestros días los moriscos del reyno de Granada, quando en el año de mil y qui-nientos y sesenta y ocho se rebelaron contra su Dios y contra su rey y señor natu-ral como malditos renegados apóstatas siendo baptizados primero.22

Tanto aquí como en otros episodios, recorre en continuación un camino deida y vuelta, del pasado a la actualidad y de las tierras lejanas a la proximidadhispana. La idea de divulgar conocimientos alejándose de una erudición elitistay costosa, al tiempo que busca correspondencias con el presente, se enlaza delleno con uno de los géneros que gozó de mayor fortuna editorial en época áu-rea, el campo de la miscelánea.23 Así en los capítulos dedicados a hablar «delImperio y principio de los sarracinos a quien llamamos Moros», del «principiodel señorío de los turcos» o de la historia de los tártaros, en los cuales no estámuy lejos de su admirado Pedro Mexía. En este sentido, cabe recordar que elsevillano, en su Silva de varia lección, también había dedicado alguno de loscapítulos a poner «el principio y origen del señorío del gran turco».24

22 Fol 124r.23 Vid. los estudios dedicados al tema por Asunción Rallo Gruss, «Las misceláneas: conformación y

desarrollo de un género renacentista», Edad de Oro, III, (1979), págs. 159-80, y Antonio Prieto,La prosa española del siglo XVI, I, Madrid: Cátedra, 1986.

24 Pedro Mexía, Silva de varia lección, ed. Antonio Castro, Madrid: Cátedra, 1989, I, págs. 292-

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Insistiendo en el tema de las fuentes, conviene señalar dos aspectos intere-santes. De un lado, la enorme variedad de autoridades a las que acude, desde es-critores de la Antigüedad clásica a obras en italiano, portugués y español, mu-cho más próximas al momento en que elabora su Historia. Y esto porque, no loolvidemos, su objetivo primordial es unir en un solo texto lo que se encontrabadisperso en tantos otros, para facilidad del lector. Mantiene vivo, con su proce-der, el espíritu humanista, que ante los alardes de erudición prima la necesidadde confirmar y sostener las ideas transmitidas. La vigencia de las historias quese narran viene a corroborarse con un torrente de conocimientos, dispuestos enmodo condensado y preciso, sin abrumar, por muchos y variados que sean. Ci-temos, a modo de ejemplo, a Estrabón, Heródoto, Paulo Jovio, San Antonino deFlorencia, Marco Antonio Sabélico, Giovanni Leone Africano, fray JerónimoRomán, Luis del Mármol o el anteriormente mencionado Pedro Mexía. Entretodos ellos, como solitaria licencia, encontramos una incursión en el campo dela poesía: la cita de un fragmento del canto V de Os Lusiadas de Camóes.

Por otro lado, se observa en Centeno una incesante preocupación por actua-lizar sus fuentes, inquietud que no le abandona ni siquiera en la fase de impre-sión de la obra. Al hilo de la descripción de lo que llama «las dos Javas», inclu-ye una nota al margen que nos habla de su constante aggiornamento: «Estandoimprimiendo esta Historia oy biernes 7 de abril de 95 vide las Repúblicas delmundo de Fra Ierónimo Román impresas este mismo año y en ellas añadida laRepública de los Tártaros».25 Sabemos, en efecto, que la primera edición de laobra, de 1575, no incluía las páginas dedicadas a las repúblicas de los Tártaros,Turcos, China, Etiopía, etc, que sí aparecen en la segunda edición, de 1595.26

Centeno no resiste a la tentación de incluir un último dato en el que se apreciatodavía el olor de la tinta fresca. Puede decirse que su actitud ha superado ple-namente la tensión que caracteriza a buena parte del Renacimiento español en lacontinúa oscilación entre la fidelidad a viejos modelos y la apertura a nuevostestimonios.

El saber antiguo, el esfuerzo de viajeros medievales, junto a la tarea empren-dida por historiadores y compiladores de misceláneas, encuentran en la Historiade cosas de Oriente un crisol en el que fundirse en un momento en el que las

327. También se ocupó, algunos capítulos más adelante, del gran Tamorlán, págs. 699-709.Aunque en ningún momento se refiera a la Silva, no obstante, recurre explícitamente a su His-toria de los Césares, que es como Centeno denomina a la Historia imperial y cesárea. Encuanto al tema que aquí mencionamos, seguiría suscitando interés con el correr de los años; enla Biblioteca Nacional de Madrid se conserva, para demostrarlo, un manuscrito del siglo XVIIdebido al aposentador de la guardia del rey, Diego de Soto y Aguilar, que reza: Historia de losTártaros, Moros y Turcos con otras cosas particulares, cit. por Juan Gil, En demanda del GranKan. Viajes a Mongolia en el siglo XIII, Madrid: Alianza, 1993, págs. 19 y ss.

25 Fol. 52v.26 Jerónimo Román, Repúblicas del Mundo divididas en XXVII libros, Medina del Campo: Francis-

co del Canto, 1575; Repúblicas del Mundo divididas en tres partes, Salamanca: Juan Fernán-dez, 1595, 3 vols.

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novedades procedentes del nuevo continente copaban el mundo editorial. Nocabe duda que seguía siendo necesario reiterar el acercamiento a otras partes delmundo, y éstas podrían ser entendidas y asimiladas sólo a través de su equipara-ción a la realidad más cercana. La imagen que otros transmitirán a partir de ex-periencias más directas no podrá prescindir del saber resumido y actualizadoque se ofrece a la curiosidad del hombre de cultura de finales del siglo XVI.