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1 La historia revela lo que la palabra esconde Palabras pronunciadas por Nelson Acosta Espinoza en el acto de conferimiento del doctorado honoris causa al Dr. Ramón J. Velásquez Valencia, noviembre, 1987 Honramos hoy a un investigador, a un analista en el campo de las ciencias humanas. Al Dr. Ramón J. Velásquez, a tono con su personalidad, lo distinguimos igualmente hoy en nuestra ilustre casa de estudio, en su quehacer como escritor, periodista, político, editor y divulgador de nuestro acervo histórico, en fin, lo honramos con aprecio y dignidad como un apasionado que se sustancia en sangre y palabra con la patria que lo vio nacer. Bienvenido usted al claustro de nuestra universidad. Es un júbilo espiritual para toda la comunidad universitaria. Júbilo que comparto yo con la voz y el acento de representante de las nuevas promociones de investigadores en el campo de las ciencias. Usted ha hecho suya la generosa obligación de darle siempre su entusiasmo y vida de nuestras universidades de provincias, en las cuales, como usted muy bien las ha escrito, “se dispone de más tiempo y curiosidad por remontar el río del pasado”. Ello significa el comienzo escalonado para penetrar a conciencia en el conocimiento de nuestro proceso histórico. Consideramos que historia y antropología están unidas por la misma premisa epistemológica; la construcción de lo real en su componente central. El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra. Jamás es inmediata y plena. La historia como un “todo” no preexiste al historiador. Este a partir de un largo y especialísimo proceso de creación debe construirla. Esta premisa nos señala que investigar, indagar, conocer lo que aún no se conoce, constituye la argamasa que le da unidad y sentido al quehacer académico. Sólo así podremos darle el contenido real y ejercicio constructivo a la definición de la universidad como una “comunidad de intereses espirituales en búsqueda de la verdad”. Con esta razón debemos salirle al paso a cierta concepción desnaturalizada y deformante que pretende empobrecer la riqueza del acto académico reduciéndolo al ejercicio de una docencia simple, rutinaria y reduciéndola al ejercicio de una docencia simple, rutinaria y desprovista de creatividad al servicio de una supuesta formación de recursos humanos sin dimensión y horizonte: pobre y empobrecedora. Nos angustia y duele que en los albores del tercer milenio no se haya formado conciencia y juicio crítico sobre la importancia de incorporar entre nuestras dimensiones pónticas la creación, manejo y transmisión del conocimiento. El histórico es de relieve fundamental para elevar la enseñanza universitaria a su sitio como forjadora de la cultura del hombre y de los pueblos. En escritura del Dr. Uslar Pietri se señala con acierto que: “Quien no conoce la historia de memoria colectiva, no sólo no sabe quién es, no dónde viene, sino no podrá explicarse la presencia y razón de casi todo lo que lo rodea y que determina su existencias y

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Discurso en ocasión del conferimiento del doctorado honoris causa al Dr. Ramón J. Velásquez

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La historia revela lo que la palabra esconde Palabras pronunciadas por Nelson Acosta Espinoza en el acto de conferimiento del doctorado honoris causa al Dr. Ramón J. Velásquez

Valencia, noviembre, 1987

Honramos hoy a un investigador, a un analista en el campo de las ciencias humanas. Al Dr. Ramón J. Velásquez, a tono con su personalidad, lo distinguimos igualmente hoy en nuestra ilustre casa de estudio, en su quehacer como escritor, periodista, político, editor y divulgador de nuestro acervo histórico, en fin, lo honramos con aprecio y dignidad como un apasionado que se sustancia en sangre y palabra con la patria que lo vio nacer.

Bienvenido usted al claustro de nuestra universidad. Es un júbilo espiritual para toda la comunidad universitaria. Júbilo que comparto yo con la voz y el acento de representante de las nuevas promociones de investigadores en el campo de las ciencias. Usted ha hecho suya la generosa obligación de darle siempre su entusiasmo y vida de nuestras universidades de provincias, en las cuales, como usted muy bien las ha escrito, “se dispone de más tiempo y curiosidad por remontar el río del pasado”. Ello significa el comienzo escalonado para penetrar a conciencia en el conocimiento de nuestro proceso histórico.

Consideramos que historia y antropología están unidas por la misma premisa epistemológica; la construcción de lo real en su componente central. El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra. Jamás es inmediata y plena. La historia como un “todo” no preexiste al historiador. Este a partir de un largo y especialísimo proceso de creación debe construirla. Esta premisa nos señala que investigar, indagar, conocer lo que aún no se conoce, constituye la argamasa que le da unidad y sentido al quehacer académico. Sólo así podremos darle el contenido real y ejercicio constructivo a la definición de la universidad como una “comunidad de intereses espirituales en búsqueda de la verdad”. Con esta razón debemos salirle al paso a cierta concepción desnaturalizada y deformante que pretende empobrecer la riqueza del acto académico reduciéndolo al ejercicio de una docencia simple, rutinaria y reduciéndola al ejercicio de una docencia simple, rutinaria y desprovista de creatividad al servicio de una supuesta formación de recursos humanos sin dimensión y horizonte: pobre y empobrecedora. Nos angustia y duele que en los albores del tercer milenio no se haya formado conciencia y juicio crítico sobre la importancia de incorporar entre nuestras dimensiones pónticas la creación, manejo y transmisión del conocimiento. El histórico es de relieve fundamental para elevar la enseñanza universitaria a su sitio como forjadora de la cultura del hombre y de los pueblos.

En escritura del Dr. Uslar Pietri se señala con acierto que: “Quien no conoce la historia de memoria colectiva, no sólo no sabe quién es, no dónde viene, sino no podrá explicarse la presencia y razón de casi todo lo que lo rodea y que determina su existencias y

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su situación”. Igualmente el maestro de las letras venezolanas agrega: “Unas de las peores enfermedades mentales es la pérdida de la personalidad”. “Ese hombre no conoce lo esencial de la historia de su país, no pertenece en rigor a una colectividad nacional, no es en verdad lo que entenderíamos por un español, un ruso o un chino, sino un mero habitante transitorio exento de raíces y memoria”. Ese hombre, refiriéndonos al habitante nacional, agregamos nosotros, seria un desarraigado, empantanado en la anonimia social, apresado en una inmovilidad circular que lo haría ir de ningún lado a ninguna parte.

Estos principios sirven de hilos conductores para comprender el sentir y la acción que podríamos llamar de pedagogía social que han guiado gran parte de la obra del Dr. Velásquez como historiador. Velásquez, como lo asienta en el título de uno de sus libros, ha transitado con vehemencia los pasos de nuestros héroes.

“De la correspondencia de Bolívar y del examen de sus actuaciones como estrategia y caudillo, como pensador y gobernante, sin agregar adjetivos, ni caer en la alabanza, surge todo un tratado de moral política y administrativa de indudable vigencia, así como ahondando en los conflictos que confrontó en el manejo y en la tarea de constructor de repúblicas, se sabias advertencias sobre los interrogantes del presente”.

Así como interpreta la obra de nuestro máximo héroe el Libertador Simón Bolívar, Velázquez pasa revista crítica y doctrinaria a las principales figuras de nuestra historia como el Dr. Cristóbal Mendoza, a quien considera como “uno de los auténticos héroes civiles de la emancipación”; a José Antonio Páez, héroe que se “constituye en Venezuela en el único centro de poder político y militar a partir del año 1821”.

Su pasión de historiador lo lleva a intentar subsanar el escandaloso desconocimiento del paisaje Venezolano por parte de las nuevas generaciones en su obra “Aproximación a la Historia Rural de Venezuela”, la cual escribió por insinuación del ingeniero Guillermo Zuloaga, Zuloaga le decía a Velásquez “que el automóvil y el avión han hacho del nuevo Venezolano un mal turista en su patria. Y aseguraba que el olor del monte, el perfume de los rosales, la sombra de los árboles frutales, la paz penumbrosa de los cafetales, el canto de las chicharras, y el grito de los alcaravanes eran para los jóvenes Venezolanos algo extraño, remoto, films de televisión igual que los paisajes de Etiopía e Irlanda, condenadas como estaban esas generaciones, a percibir como únicos olores urbanos los de la humareda que despiden los vehículos colectivos y el perfume artificial de los atomizadores”. Con inusitada apreciación Velásquez comprueba la ausencia de testimonios venezolanos con respecto a la descripción del paisaje rural venezolano y señala que “con excepción de Francisco Michelena y Rojas, de Ramón Páez, a partir de Humboldt, la pintura del paisaje, la descripción de la actividad campesina, los pasos descubridores de nuestro paisaje son de alemanes, italianos, españoles, franceses. Deponds, Semple, Appuun, Codazzi, Santiesteban, como antes los legionarios británicos de la independencia asumen la tarea de salvar el recuerdo campesino de aquella época, en su valiosa referencia”.

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Este drama de desconocimiento de nuestra realidad persiste en la ausencia de una enseñanza cabal de nuestra historia en el sistema educativo desde sus niveles primarios hasta los estrados universitarios.

La historia debe ser una disciplina abierta, donde los métodos y la preocupación del historiador estén implicados con los de los otros niveles de o real. Esta es la dialéctica de la interdisciplinaridad.

Citemos la famosa idea de Bloch: “Los hechos históricos son psicológicos por excelencia. Por lo tanto encuentran generalmente sus antecedentes con otros hechos psicológicos. El destino humano se articula por supuesto con el mundo físico, el que a su vez le hace sentir su fuerza. Sin embargo, incluso allí donde la intrusión de esas fuerzas exteriores aparece brutalmente, se trata de una acción que no se ejerce sino orientada por el hombre y su espíritu”.

Velásquez como historiador, en su libro “Confidencias Imaginarias de Juan Vicente Gómez”, plantea implícitamente, la variable psicológica del comportamiento humano. El mismo lo dice en la introducción de la obra: “Siempre he tratado de explorar los vericuetos humanos, culturales y económicos del mundo campesino tachirense de finales del siglo XIX, interesado en conocer el régimen de vida y precisar el alcance de los conceptos fundamentales que rigieron en la existencia de aquellas comunidades, conservadoras en sus costumbres y creencias”.

En el juego de espejos que se desarrolla a lo largo de este libro observamos el desdoblamiento del autor: Ramón J. Velásquez y Juan Vicente Gómez intercambian ricas confidencias que por igual nos introducen en la intimidad espiritual del entrevistado y del periodista. Nos encontramos con el “yo” que habla es la proyección de un ”yo” que escribe desde la perspectiva de quien ha explorado hondamente los “vericuetos humanos, económicos y culturales del mundo campesino tachirense de finales del siglo XIX”. Velásquez en su escritura de una forma imaginaria objetiviza una de las dimensiones de su ser.

En esta obra manifiesta su interés de comprender el carácter y la idiosincrasia del caudillo rural de la Venezuela del siglo XIX. Me parece interesante su interpretación “Confidencial” de Juan Vicente Gómez, para arribar al estudio del inconsciente colectivo del pueblo Venezolano. Sin lugar a dudas, en esa interpretación podrían verse algunos de los parámetros psicológicos que modelan nuestro carácter nacional.

Podríamos apreciar en las siguientes interrogantes que se hace el Dr. Velásquez en su libro en referencia, un concepto muy cercano a lo antes expuesto.

“¿Quién puede asegurar que esos hábitos mentales, que esa conducta social, que ese comportamiento frente a la ley y ante la fuerza que constituyeron la fisonomía tradicional de Venezuela, han sido derrotadas definitivamente por la simple razón de haber tenido que acumularse la población campesina en verdaderos “campamentos de peregrinos” alrededor

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de las ciudades? ¿En el desprecio y colectiva transgresión de la ley, en el propósito constante y deliberado de violar toda norma reglamentaria, en el afán de burlar prohibiciones y de amenazar a los funcionarios que quieren hacer cumplir el ordenamiento legal con la destitución por obra de la protección arbitraria de poderosos personajes, en todos estos hechos diarios, palpables y crecientes no existe acaso el traslado al medio urbano de la tradición de arbitrariedad y capricho que domina nuestro siglo XIX? ¿Y la actitud amenazante, desafiadora y grosera del ciudadano convertido en simple guardián, en portero, en agente de policía o en fiscal de tránsito, actitud que oscila entre la vulgaridad vulgaridad y la incitación del soborno, no refleja la manera como el hombre de la calle ha entendido tradicionalmente el ejercicio de la función publica y la forma muy criolla de sentirse mandado? ¿y no se estimula acaso la tradición caudillista cuando se convierte al democrático Presidente de la República en un dispensador casi divino del bien y el mal, dueño de todos los poderes y capaz de sustituir en sus funciones a los ministros, a los gobernadores, a los alcaldes y a las municipalidades? ¿Esas masas campesinas transplantadas por mandato de la necesidad económica han recibido acaso el beneficio de una educación que efectivamente las adapte a una nueva realidad democrática y urbana? ¿Y acaso el arbitrismo o la iluminación del elegido que legisla desde el Sinaí del poder, el amiguismo, los seudocaudillismos provincianos, el peculado, el tráfico de influencias, el celestinaje han desaparecido?”.

Velásquez lo señala con dramático acento: “Derrotada la escuela tradicional, la televisión es la única cátedra válida para las multitudes abandonadas a su suerte y maestra en la formación del carácter para la violencia y el delito”.

La fuerza de las interrogantes leídas nos permiten formular una pregunta de carácter psicoanalítico. ¿Qué perseguimos cuando hacemos historia? ¿A que deseo primario se refiere nuestra ansia de saber?

Una lectura sintomática de la obra de Velásquez, probablemente nos revelaría la atracción que este autor siente por una ética heroica y un sentido arcaico de la aventura que se encuentran anclados en lo mas profundo del inconsciente colectivo del Venezolano.

Considero que en la conjunción del historiador, periodista, escritor, divulgador, político y editor que proyecta la personalidad de Ramón J. Velásquez, se refleja y vibra principalmente en sus libros una pulsión que encuentra su explicación en el origen raizal de este ilustre tachirense. Las ansias de saber del Dr. Velásquez, se asientan sobre una andinidad que forma la pasión de su ser Venezolano.

Podemos decir al respecto que medio siglo de su existencia ha dedicado el Dr. Velásquez a forjar en el ámbito sustancial de su Venezolanidad, el acervo histórico de la República. Ahí están los títulos de sus obras, suman cerca de treinta volúmenes. Para los estudiosos, analistas dentro y fuera de nuestras universidades, resulta inestimable, de invalorable apreciación la labor editorial llevada a cabo por el Dr. Velásquez. Desde el “Boletín del archivo histórico de Miraflores” hasta las colecciones “Pensamiento político

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Venezolano del siglo XIX y XX” Y “Primer congreso del pensamiento político latinoamericano” dirigida desde la Presidencia de la Comisión Bicameral Especial para la celebración del Bicentenario del Natalicio del Libertador, hasta creación y realización de la “Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses” que suman mas de ochenta y siete volúmenes, además de sus conferencias, foros, entrevistas, artículos de prensa y ensayos políticos, se extiende el gran paréntesis de su trayectoria como un notable hombre de letras del Estado Táchira.

El estudio del pensamiento nos permite ver lo que a veces oculta el análisis del presente. He ahí una de las funciones que cumple la historia.

El libro del Dr. Velásquez “La caída del Liberalismo Amarillo (tiempo y drama de Antonio Paredes)”, en un excelente punto de partida para la comprensión de los tiempos que han modelado la vida política de la contemporaneidad Venezolana.

Es una obra para meditarla en los actuales momentos en que el país se debate en una honda crisis moral y ética, donde la trivialidad y banalidad del debate político (cursilería ideológica) pareciera que marca el final de toda una época de nuestra historia.

¿Con qué figuras políticas o luchadores democráticos actuales podemos equiparar la personalidad de Antonio Paredes, hijo ilustre de Valencia, de quien en su obra Velásquez dice: “Para él la vida es pelea, lucha sin tregua contra quienes maltratan la patria”.

Insisto en la función que cumple la historia. No es nueva la idea y urgente la necesidad de reformar el Estado Venezolano con su pesada carga centralista, absorbente y antidemocrática. En la Asamblea Nacional Constituyente del año 1892, ya el General José Manuel Hernández, asomaba la iniciativa de comenzar reformas en el Estado Venezolano. En este año de 1987, aún no hemos logrado alcanzar las reformas que el país nacional reclama con insistencia a través de sus más representativos estamentos sociales. Contrasta la actividad desplegada por la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), la cual presidió hast hace poco el Dr. Velásquez, con la ausencia por parte de la clase dirigente de una verdadera voluntad política que materializaría las reformas democratizadoras de nuestra actual democracia. El Dr. Velásquez con énfasis en su apreciación, en entrevista en un diario de Caracas dijo: “hace un año le dije a un redactor que un nuevo país estaba tocando las puertas de la fortaleza y que frente a esa situación, los amos del poder político se enfrentaban a una disyuntiva dramática: o abrían esas puertas o serían derribadas”.

Ciertamente como lo expresa el Dr. Velásquez existe un nuevo país. Un nuevo país que ha tocado techo en el tiempo histórico que le ha correspondido vivir. El peso de los hechos empuja al país nacional hacia los bordes de la desesperación. Las comunidades organizadas comienzan a rechazar la actual forma de organización de la sociedad Venezolana. Hoy día no es suficiente prometer; hace falta querer y hace falta poder. Este

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sistema no quiere ni puede porque sus fundamentos son incompatibles con una organización diferente, más justa y más humana de nuestra sociedad.

Hago mías estas palabras del Dr. Velásquez: “el único camino que tiene la democracia es el de rectificar en sana paz, porque es el único sistema que rectificando se fortalece y adquiere credibilidad”.

Le ratifico Dr. Velásquez, el júbilo que me colma al recibirlo en el claustro de la Universidad de Carabobo. Su incorporación reafirma la definitiva vocación humanista de nuestra Universidad. Yo soy de los que creen que las Universidades deben sentar en áreas especificas del saber. En el caso de la Universidad de Carabobo soy un convencido de que el cultivo de las ciencias humanas debe definir el perfil futuro de esta Universidad. Ojalá que este suceso que hoy celebramos contribuya a robustecer el estudio de las ciencias humanas de nuestra Universidad.

El Doctorado que usted va a recibir de manos de nuestro rector, Dr. Gustavo Hidalgo, es una distinción justa y digna que hace honor a su trayectoria de intelectual que ama y le duele su país.