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La historia es la historia de la lucha de clases

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La historia es la historia de la lucha de clases

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Esbozo para un cuadro histórico de los progresos de la alienación social

Historia de diez años

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Título original: Histoire de dix ans.Encyclopédie des Nuisances

Maquetación, correción y diseño gráfico: Editorial Klinamen.

Traducción a cargo de unos aficionados revolucionarios.

Primera edición en castellano: junio de 2005

Edición a cargo de: Editorial Klinamenwww.klinamen.orge-mail: [email protected]

Impreso en: Publidisa.

ISBN: 84-609-4914-1

Coste de producción por unidad: 1,60€

· Invitamos a la reproducción total o parcial del presente textopara su debate y/o difusión no comercial.

Depósito legal: SE-3952-2005 European Union

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Índice

Historia de diez años ...................................................................

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Postfacio a la Historia de diez años ........................................

ApéndiceInforme sobre el movimiento asambleario ................................

III

IIIIVV

VIVII

VIIIIXX

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N. del E:Recomendamos la lectura de ‘Los incontrolados’ para una mejor compresióny como complemento histórico-conceptual de lo sucedido durante dichos años.El apéndice de este libro dará una base general para la mejor comprensióndel presente texto.

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Historia de diez años

Cuando pensamos en estos diez años, en la forma quehan dado al espíritu del tiempo, en la trama que han tejido,sobre la que las figuras de la inconsciencia bordan sus previ-sibles entrelazamientos, pensamos primero en la impotencia,después en la inquietud. Impotencia de los individuos cuyavida entera está más que nunca sometida a las delirantesexigencias del presente sistema de producción, y cuyalamentable charlatanería justificativa, su falso cinismo y sufingida euforia no hacen sino volver más manifiesta.Inquietud que se apodera de ellos cuando ven, y lo ven casia cada instante, que las compensaciones que han creídoencontrar a cambio de su renuncia, resultan, incluso comoínfimas satisfacciones materiales, extremadamente precarias,porque están completamente envenenadas por la realidaddel trabajo alienado que es su origen, y cuya proliferación noha hecho más que extender la miseria y la nocividad.

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A pesar de esa descomposición objetiva del soportematerial de la ilusión, la inquietud que corroe a la inmensamayoría de nuestros contemporáneos, y ante todo a esosfalsos ricos que son los verdaderos ‘nuevos pobres’ (los quela inversión de la mentira oficial denomina así son, encambio, los pobres de siempre), a los empleados del sistemaque acceden a su falsa riqueza, esa inquietud no les impulsade ninguna manera a la rebelión. Parece que, al contrario, leshace aferrarse todavía más desesperadamente a las realidadessintéticas distribuidas por la producción mercantil, como elneurótico se aferra a los síntomas de su enfermedad, susti-tutos de una satisfacción que no ha tenido lugar. Muy gene-ralmente, desde hace diez años hemos visto reforzarse lasligaduras que mantienen a los hombres amarrados a sudesgracia; las cuales, aunque no llegaron a romperse enninguna parte, se habían aflojado por un momento. Y almismo tiempo hemos visto esa desgracia, la desgraciahistórica de la alienación social, universalizarse hasta elpunto de no quedar fuera de su alcance nada de lo queconstituía en otro tiempo la vida inmediata, con sus limita-das satisfacciones.

Este mundo, pues, no se ha hecho de ninguna maneramás amable, pero ha logrado restaurar la idea de que es el únicoposible. Para romper la complicidad de los hombres con loque les mata, su preferencia por lo que existe en su detri-mento, es necesario que exista y sea percibida una alternati-va práctica que presente a cada cual la posibilidad de unincremento de fuerza, de riqueza directamente vivida. Elmiedo a la libertad no es una fatalidad suprahistórica, estádeterminado por una situación precisa en la que lo que

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quedaría liberado por la ruptura de la adhesión neurótica almecanismo de la desgracia no tiene empleo directo, por faltade un proyecto colectivo que cristalice los deseos de laépoca, y retorna entonces contra el sujeto, para separarlo delos otros, como locura. El pensamiento dialéctico es el másallá de esa locura, pero, para franquear esa oscura encrucija-da, el ‘punto nocturno de la contradicción’, es necesario quela conciencia se conozca y sea reconocida en la comunica-ción con otras conciencias. La razón dialéctica es, en princi-pio, sinrazón en relación con la razón dominante: Tiene quedesenmascarar el carácter parcial de esta última, y formularexactamente, en función de condiciones dadas, el proyectode su superación para llegar a ser ella misma plenamenterazón. La victoria del viejo orden consiste precisamente enimpedir eso, en contener al pensamiento crítico en launilateralidad de la pura denuncia o de la interpretaciónarbitraria, y en contaminarlo así de su propia irrealidad: Lapositividad sin historia y la negatividad sin proyecto se hacenfrente entonces como dos espejos que se devuelven indefi-nidamente el vacío que los separa, y los llena.

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I

Consideraremos la degradación de las condicionessubjetivas de la revolución, y el progreso de la alienación queha permitido, centrando nuestro análisis sobre algunosmomentos decisivos de ese proceso en Europa. En efecto,es ahí donde esta sociedad se enfrenta con el punto de vistacrítico más avanzado, porque ahí han nacido, a través de losconflictos de la ciudad, y, después, de la sociedad de clasesmoderna, el pensamiento histórico y su heredero, el proyec-to de apropiarse totalmente la historia, de someter todas lascondiciones existentes a la potencia de los individuosunidos. Es, por tanto, igualmente en Europa, donde lasvictorias de la sociedad dominante toman cada vez su formacontrarrevolucionaria más caracterizada: Bonapartismo,socialdemocracia, fascismo, estalinismo, terrorismo deEstado. Las industrias que proporcionan los medios de laalienación más moderna bien pueden encontrarse enCalifornia o en Japón, su potencia se mide en Europa, conEuropa, porque ahí ha actuado siempre la contestación másmoderna, la que se trata de neutralizar y recuperar: Larestauración de la alienación no sigue otro camino que lastentativas de desalienación.

Así, en los años sesenta, el desarrollo de la alienaciónmodernizada, ha podido ser comprendido y combatido apartir del terreno europeo de la memoria —memoria delproyecto proletario de una sociedad sin clases, memoria delproyecto de emancipación individual formulado por el artemoderno— y no en ese suburbio del pensamiento que es lametrópoli americana del espectáculo mercantil. Tan verdad

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es esto que las pocas formulaciones críticas parciales produ-cidas en los Estados Unidos después de la segunda guerramundial fueron esencialmente resultados del marxismorevolucionario de los años veinte confrontado por el exilio ala realidad de la sociedad de clases más avanzada, pero queasí desplazados y cortados de su medio viviente no pudieronresistir frente a la recuperación universitaria. Una teoría críti-ca de la sociedad no puede existir y desarrollar su verdadsino calculando exactamente su uso social: Debe combatirsu integración y su falsificación por la cultura dominantepara estar ahí en su integridad cuando el movimiento real dela crítica en actos la necesite y pueda usarla. Esto es lo quenadie supo hacer en estos años, a excepción de laInternacional situacionista.

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II

En el movimiento de Mayo, la crítica social de lasnuevas condiciones del capitalismo moderno consiguió,gracias a la práctica coherente de sus portadores, encontrar-se con la subversión de esas condiciones por la acciónautónoma del proletariado. Pero la unificación de estos dosaspectos complementarios no fue duradera: Estuvieronpresentes al mismo tiempo, relacionados mediante lacomunicación a través de los actos instaurada por elmomento revolucionario, pero demasiado separadostodavía, al haber logrado en lo esencial las burocracias sindi-cales aislar a los trabajadores dentro de las fábricas. Lo quese jugaba en la época que comenzó entonces era la realiza-ción de lo que había quedado en suspenso en el mes demayo, la apropiación por el movimiento real de ‘su propiateoría desconocida’.

La revolución de Mayo constituía para el proletariadomundial un nuevo punto de partida de importancia históri-ca universal, y su fracaso no bastaba en absoluto para asegu-rar una restauración duradera del viejo orden: Todavíafaltaba que este consiguiera vencer lo que comenzaba enton-ces. Es bastante fácil constatar que ha obtenido notablesresultados en ese sentido, pero semejante constatación sólotiene interés para quien se preocupe por comprender cómolo ha logrado: Al contrario que todos los ex-izquierdistasacomodados que se han adherido incondicionalmente a laobjetividad del mundo existente y no quieren ver en sus anti-guas veleidades críticas más que un error de juventud, unailusión subjetiva, se trata de comprender, desde el punto de

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vista del proceso mismo, qué ocasiones se han perdido,cómo han prevalecido ciertas posibilidades a expensas deotras que habrían podido ser mejor defendidas, y lo quehabría podido intentarse y con qué diferentes resultados.Para quien considere, sin dejarse llevar por ilusiones, lahistoria de estos años, la primera constatación que se impo-ne es que los responsables de la clase en el poder han logra-do invertir la baja tendencial de su tasa de control sobre lasociedad. Y no queda más remedio que ver que la evidentedescomposición de la sociedad no desmiente este reforza-miento del control estatal y mercantil: Lo expresa. Felicitarsepor ello estaría fuera de lugar, cuando de lo que se trata esde la destrucción de todo lo que existía todavía independien-temente de la mediación del espectáculo y del Estado.

A poco que se encare fríamente la cosa, se puede verque, durante estos años que las clases propietarias han dedi-cado a reorganizar su dominación, no han estado durmien-do ni jugando. Pero antes de considerar lo que han hecho,cómo han recuperado la iniciativa, hay que considerar lo queno han hecho sus enemigos, cómo les han dejado recuperar-la. Pues eso ha sido, en efecto, antes que ninguna otra cosa,lo determinante, y también es el lado que mejor podemoscomprender nosotros, ya que lo hemos conocido de bastan-te cerca. Nos toca entonces, una vez más, decir, junto con lanuestra, la verdad del poder.

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III

En el curso de los años que siguieron a la revolución deMayo, mucha gente creía que la sentencia pronunciadaentonces contra la organización social existente estaba apunto de ser ejecutada. Pero la verdad es que la cuestión delos medios de esa ejecución apenas había sido formulada: Sedaba por hecho que una autonomía sin freno y una libertadtotal se encargarían de todo. Este mundo iba a acabar. Laúnica razón por la cual había podido durar era que existía. Yesta razón parecía débil comparada con todas las que anun-ciaban lo contrario. La rebelión, nacida de una insatisfacciónque abarcaba la totalidad de la vida, se generalizaba; y todaslas condiciones dominantes de existencia estaban comoatacadas de irrealidad. Los mismos dirigentes no hablabanmás que de cambiarlas lo más rápido posible.

Sin embargo, en un enfrentamiento de esta naturaleza,las fuerzas se miden en magnitudes relativas, y no desde elpunto de vista de un saber absoluto al que le cuesta dema-siado poco hablar de decadencia ojeando las páginas deldiccionario histórico. Siempre se puede ironizar sobre lastaras de los dirigentes; pero, con todas sus taras, aún se lessoporta, conservan el poder, y eso es lo único que les impor-ta. Esa débil razón de durar en que consistía la existenciamisma del sistema ha resultado ser suficientemente fuerte,ya que no hay más remedio que admitir que las razones quese le han opuesto se han revelado más débiles todavía.

En Francia, la corriente de crítica social que se habíadesarrollado a partir del rechazo vivido en Mayo no supo

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organizarse para romper duraderamente el monopolioespectacular de la explicación. Es verdad que la teoría de unaorganización semejante era tan nueva como las condicionesrevolucionarias que la hacían necesaria. Era bastante fácilsaber lo que ya no podía servir (partidos, sindicatos, militan-tismo), pero este rechazo de los intermediarios hacía que fueraaún más vital la inteligencia de las mediaciones necesarias. Losque habían encontrado en Mayo un uso directo a su rebeldíaen confluencia con la primera huelga general salvaje de lahistoria, tenían que aprender ahora lo que no habían tenidotiempo ni necesidad de aprender anteriormente: A emplearbien sus fuerzas, a calcular su punto justo de aplicación, enpocas palabras, a pensar estratégicamente. La mayor parteno lo consiguieron, y fueron numerosos los que no solamen-te perdieron el hilo de la inteligencia histórica, sino que seperdieron ellos mismos en las diversas variantes de la resig-nación. La puesta en práctica continuada de lo que se habíasentido inmediatamente sobre todo como voluntad total—bastante desarmada— de subversión, más que compren-dido realmente en todas sus determinaciones, era ciertamen-te una tarea inmensa. Pero el programa de la revoluciónmoderna, formulando el proyecto de una presencia históricatotal de los individuos, en todo caso, no podía ser defendidopor medio de la abstención, ni siquiera entonces, cuando tantagente intentaba por doquier intervenir contra lascondiciones de existencia que les habían sido impuestas.

En definitiva, la principal debilidad de la corrienteradical de después de Mayo fue no conocerse a sí misma,con sus límites y sus tareas precisas. Identificándoseabstractamente con el ‘proletariado’, perdía a la vez, en esta

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indeterminación radical de una noche de la totalidad dondedesaparecían cómodamente las dificultades reales de unaactividad que en lo esencial todavía era una actividad devanguardia, la inteligencia de lo que hacía y de lo que podíahacer y la de lo que hacían y podían hacer los trabajadoresen lucha contra su representación autonomizada. En esemomento en que tantas cosas eran posibles, los que seencontraban en las posiciones revolucionarias más avanza-das dejaron así en manos de las diversas facciones delizquierdismo el terreno de las luchas particulares que selibraban en todas partes, contra cada aspecto de la aliena-ción. Sin duda, estas luchas hablaban todavía a menudo unlenguaje mistificado, pero el desprecio de lo ‘parcelario’, delque alardeaban los puristas que se retiraban orgullosamentebajo la tienda de la totalidad, era más bien un desprecio dela totalidad viva, que no es un resultado adquirido sino unproceso práctico, una lucha a través de la particularidad decada contradicción vivida, por alcanzar condiciones deunidad y conclusiones generales.

Los Estados y las diversas fuerzas de la contrarrevolu-ción, por su parte, no tenían, como de costumbre, ningunanecesidad de comprender todo el alcance histórico de lo quehacían, y encontraban fácilmente en su situación amenazadael contenido y la materia de su actividad: Les bastaba conrematar bajo la presión de la contestación lo que habíanempezado a hacer en la euforia de la paz social, y todas sustareas represivas particulares confluían espontáneamente enesta empresa de someter el conjunto de la vida a los impera-tivos de la economía desarrollándose por sí misma. Mientrasla coherencia opresiva de la mercancía, como relación social

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universal, no sea cuestionada, la astucia de la razón mercan-til garantiza a sus servidores la inteligencia suficiente:Realizando sus intereses se produce esa otra cosa escondidade la que su conciencia no se daba cuenta y que no entrabaen sus planes ¡Ved, por ejemplo, como los estalinistas,enemigos conscientes del proletariado donde los haya,rompiendo las huelgas para conservar su poder, han abiertoel camino a la ‘reestructuración industrial’ que suprime labase de ese poder!

Por el contrario, el movimiento social que llevaba alproletariado a combatir su miseria modernizada y a reencon-trarse con su historia perdida no podía extraer su coherenciamás que de la conciencia de su proyecto. Su marcha teníaque ser larga y difícil, ya que se encontraba ante la necesidadde comprenderse a sí mismo, y de crear entonces, a partir denada, los medios prácticos de esa comprensión. Lo quevolvía así al orden del día era la organización autónoma delproletariado, los Consejos de trabajadores, redefinidos por elconjunto de sus tareas modernas, puesto que el mismomovimiento de la economía, llegando a ser cada vez másvisiblemente la negación de la vida, destruía la ilusión de unaautogestión parapetada en la producción existente. Lacorriente radical de los partidarios de una crítica socialmoderna, principalmente desarrollada entre la juventud,defendía sin duda esta consigna de los Consejos. Pero, impo-tente para precisar su contenido por su propia actividadcombatiendo eficazmente allí donde se encontrara lo que unpoder de Consejos debería abolir definitivamente (urbanis-mo, cultura, ocio, etc.), se veía llevada a esperarlo todo, conun irrealismo creciente convertido a veces cómicamente en

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despecho crítico, de luchas obreras que, sin embargo, no eracapaz de sostener ni de comprender, negando mágicamentelo que le separaba de ellas. En Francia, esa separación resul-tó reforzada, junto con el poder de los burócratas sindicalesque eran sus guardianes, por el hecho de que numerososjóvenes obreros escogieron después de 1968 abandonar lasfábricas sobre las puertas de las cuales habían escrito hacíapoco: ‘Aquí acaba la libertad’. Así, el movimiento que sehabía detenido en 1968 ante la creación de organizacionesautónomas que invirtieran la lucha antisindical en proyectopositivo de democracia total, lejos de reforzarse por mediode la memoria de las tentativas proletarias del pasado, sedebilitó hasta olvidar lo que él mismo había hecho.

En Italia, el proceso de las luchas cada vez más abier-tamente antisindicales del ‘mayo rampante’ que llevaba irre-sistiblemente a un enfrentamiento abierto, fue interrumpidopor las bombas policiales de Milán en diciembre de 1969. Yen todas partes, en aquella Europa atravesada en todos lossentidos por las huelgas salvajes, se veía que el proletariado,tras su primera victoria, tras su reaparición como sujetohistórico, no lograba llevar su ofensiva más lejos. Podíaponer en crisis el sistema existente, pero después se detenía,como si no estuviera convencido de su capacidad para reor-ganizar el mundo según sus deseos. Y en estos asuntos bastaque los hombres crean no poder lograr una cosa para queefectivamente no puedan.

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IV

En Portugal, más que en ningún otro sitio, esa debili-dad subjetiva se manifestó claramente como límite interno,pues la crisis revolucionaria que se desarrolló desde abril de1974 a noviembre de 1975 vió una casi desaparición delEstado y una impotencia de la represión de la cual lahistoria ofrece pocos ejemplos de tanta duración. Esa extre-ma lentitud del proceso revolucionario se explica por ladebilidad de las fuerzas enfrentadas, que les ahorrómutuamente durante mucho tiempo la obligación deconcluir: Si la dualidad de poder duró tanto fue porquenunca acabó de cristalizar.

Al principio, el contenido universal de la revoluciónquedó oculto por la extrañeza de su génesis, que lo disimu-ló en parte a sus principales protagonistas, los trabajadores,los cuales habían aprovechado la brecha abierta por el ejér-cito, y permitió tanto más fácilmente ocultarlo a sus posiblesaliados en Europa, y en primer lugar en España. El vacío depoder creado por esos soldados que, cuando debían lucharen ultramar para que nada cambiara en Portugal, eligieroncambiarlo todo en Portugal para no tener que luchar más enultramar, agravado después rapidísimamente por la subver-sión proletaria, explica que este movimiento revolucionariopudiera fácilmente llegar más lejos, en ciertos aspectos, quesus predecesores franceses e italianos: Crítica de los partidospolíticos, exigencia de la democracia directa, rechazo de lamanipulación de las asambleas, desprecio del Estado, críticaen actos de la propiedad estatal y privada, apropiación de losmedios de comunicación por los trabajadores, y en fin,

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movimiento antijerárquico en el ejército que lo volvía inuti-lizable para las veleidades represivas que tenían lugar en elEstado. Pero esta facilidad explica igualmente lo que fuehasta el final la debilidad de una revolución que debía susvictorias menos a su consciencia organizada en fuerza prác-tica que a la inconsistencia de sus enemigos y a la neutrali-dad benevolente de la fracción populista izquierdista delejército que por entonces era el único poder en el país. Y,como se pudo ver una vez más el 25 de noviembre de 1975,cuando la izquierda militar fue eliminada finalmente por losoficiales moderados, nada es tan débil e inestable como elrenombre de un poder que no se apoya sobre su propia fuer-za: Ese movimiento proletario que había llegado tan lejosdesapareció casi de un día para otro, sin haber esbozado tansiquiera la menor lucha defensiva.

Esta conclusión no era más que el último de una seriede golpes de fuerza por los cuales se habían enfrentado enel seno del ejército los diferentes proyectos de restauracióndel Estado y de neutralización del proletariado. Al final, elmotín abierto de los paracaidistas el 24 de noviembreproporcionó el pretexto legal al desencadenamiento de unaoperación preparada durante varios meses y lista desde hacíasemanas. Con ayuda de una sola unidad militar de una graninferioridad numérica, pero con una decisión extrema, el alamoderada del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas.) redujosucesivamente a todas las unidades izquierdistas o rebeldes,cuyos oficiales se dejaron arrestar sin resistencia, demostran-do por este legalismo que su izquierdismo, aunque armado,no era más que una parodia anacrónica del leninismo. Estaderrota sin combate fue igualmente una derrota para los

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trabajadores revolucionarios en la exacta medida en queellos mismos no supieron emancipar su movimiento de latutela de sus incompetentes protectores y pasaron con elmismo irrealismo de un exceso de confianza a un exceso dedesaliento. Evidentemente, cualquier crítica abstracta de estapusilanimidad sería ridícula, pero, aún así, hay que constatarque cuando se deja de ser actor en la historia no se está porello al abrigo de sus golpes: Siguen recibiéndose en unalucha no escogida.

Si la revolución portuguesa fue, a pesar de todo, y enprimer lugar del arcaísmo de la dominación contra la cualcomenzó, una revolución moderna es porque estuvo presen-te y activa la organización autónoma sin la cual los proleta-rios no pueden empezar a comunicarse sus necesidadesreales. Esta intervención autónoma hizo que la lucha princi-pal no se desarrollara entre la conservación del pasado y sucambio revolucionario, sino entre dos concepciones genera-les del cambio. La una positiva, efectiva, ya que son los amosde la sociedad quienes la aplican cotidianamente, constru-yendo con medios cada vez mayores, el marco y las condi-ciones de vida necesarias al desarrollo de la economía y delEstado; la otra espontánea, indecisa, negativa, sin lenguaje ysin proyecto al principio, pero empujada por la misma luchacontra lo que rechaza a redescubrirse como el enemigohistórico de la economía y del Estado. La demarcación deestas dos concepciones del cambio no alcanzó nunca enPortugal una claridad semejante, pero se aproximó lo sufi-ciente para que fueran movilizados contra ella todos losrecursos de la confusión espectacular. Así, el caráctermoderno del movimiento revolucionario portugués se

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manifestó menos en lo que él mismo hizo que en lo quehicieron las fuerzas levantadas contra él.

En esta ocasión, se pudieron medir los progresos reali-zados en la producción de la inconsciencia desde la época enque Rosa Luxemburgo, la víspera de su asesinato por lasocialdemocracia, descubría en esa representación obrerarevuelta contra la autonomía proletaria el secreto de lasnuevas condiciones donde la cuestión central de la revolu-ción ya no puede ser planteada abierta y honestamente pormedio de una lucha a cara descubierta, la acumulación primiti-va del espectáculo moderno que, habiendo expropiado a loshombres de toda intervención en la historia, puede darlesahora a contemplar la versión elegida por él. Las conexionesinternacionales ocultas del golpe del 25 de noviembre(habiendo heredado los oficiales moderados el apoyo quehabía recibido primero Spínola) tuvieron por contrapartidavisible, y tanto más visible cuanto se trataba de que no se laviera más que a ella, la colaboración universal de los agentesde información y del monopolio de la aparición (políticos,expertos de los medios de comunicación, etc.) que demos-traron las lecciones que habían conseguido sacar por suparte de 1968 batiendo records de falsificación y censura;hasta tal punto que el movimiento profundo de la autono-mía obrera apenas si afloró en la información, mientras, porcontra, el izquierdismo armado de los capitanes, principalrémora de la revolución portuguesa, aparecía bajo la mejoriluminación. Claro está que esta Santa Alianza no es en símisma más moderna que los intereses a los que sirve, perosus medios, sus procedimientos y su campo de acción sí quelo son plenamente. Definían, pues, a la contra, lo que debe

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hacer un movimiento revolucionario para romper suaislamiento y encontrar a sus aliados. En efecto, la informa-ción espectacular no es solamente la vieja mentira burguesatécnicamente equipada, sino un momento necesario de laedificación de una realidad que escapa tanto al control y a lacomprensión como a la corrección histórica. Igualmente,hay que comprender desde este punto de vista la opción delos estados modernos por evitar mientras puedan una repre-sión sangrienta. Porque, en efecto, están en condiciones desaber que necesitan ante todo disimular la línea de demarca-ción que traza la guerra social, disimular la realidad de laelección y de la intervención posibles e impedir que esteenfrentamiento que concierne la totalidad de la prácticasocial haga estallar la imagen-pantalla de la actualidad mani-pulada, donde la realidad de los hechos es siempre la delhecho consumado, y el hecho consumado la reconducción alos viejos modos jerárquicos. Así, los comentaristas autoriza-dos, delirando sobre sus propias mentiras, han podidohablar del carácter ‘surrealista’ de la revolución portuguesa,al hacerse su desarrollo, en efecto, perfectamenteincomprensible desde el momento en que quedaba oculta laamenaza proletaria que determinaba la acción de todos losotros protagonistas.

Pero, incluso en Portugal, el efecto de espectáculo, ladesposesión que vuelve extraña a los hombres su propiahistoria, y que permite que lo que piensan aún con las pala-bras del poder les oculte lo que hacen en su contra, pesaexcesivamente sobre el desarrollo del movimiento autóno-mo de los trabajadores. Aquellos que hubieran debido ypodido combatir ese retraso de la conciencia, los partidarios

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de un programa de subversión total, ilustraron hasta la cari-catura el defecto revolucionarista de una identificacióncontemplativa con el proletariado, cuyo radicalismo absolu-to, postulado por su impotencia, les permitía ahorrarse elesfuerzo de hacer vencer sus perspectivas. En el momentoen que el movimiento de las asambleas era confrontado a lanecesidad de inventar su propio lenguaje para comunicarselo que hacía y lo que podía hacer, no hicieron nada paraayudar a su autodefensa contra el bombardeo ideológico alque era sometido, desde la falsificación estalinista hasta elconfusionismo izquierdista. Esta vergonzosa dimisión influ-yó ciertamente sobre el desarrollo de los acontecimientos,aunque no explique por sí sola que la coordinación directaesbozada por las asambleas fuera ahogada y neutralizada tanfácilmente, encontrándose así el movimiento cada vez másdependiente de órganos de información exteriores (RadioRenascença y República) parcialmente controlados por lostrabajadores y más vulnerables desde todos los puntos devista; pero sobre todo no formulando en su verdad losproblemas prácticos que había llegado a afrontar el movi-miento de las asambleas, y que son los que se han planteadosiempre a todo movimiento proletario, los extremistas inac-tivos permitieron que este movimiento fuera vencido ydesapareciera sin haber dejado tras él un máximo de conclu-siones generales utilizables por una lucha más consciente.

Ciertamente, no son las teorías las que hacen la histo-ria, y no son ellas las que incitan a los proletarios a intentarabatir una organización social: De eso se encarga ella mismaa la perfección, porque, si no, nadie puede hacerlo en sulugar. Pero cuando unos cuantos individuos se lanzan a una

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empresa tal intentando combatir una ignominia particular, elhecho de disponer de una concepción histórica general,concebida y formulada con ese fin, puede facilitarles grande-mente el acceso a la inteligencia de su propia acción. Y esetiempo ganado puede ser decisivo, en un enfrentamientodonde generalmente todo sucede muy deprisa. Mientrastanto, sea cual sea el resultado de la lucha, si el partido prole-tario ha sabido proclamar audazmente sus fines y los intere-ses universales en juego, habrá logrado con ello una victoriaconsiderable sobre la organización de la pasividad y de laamnesia histórica. De otro modo, si no ha afirmado clara-mente su perspectiva autónoma tendrá que perder junto conel recuerdo de lo que ha hecho la conciencia de lo queefectivamente era posible.

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V

La amplitud de las tareas de un movimiento proletariomoderno apareció otra vez en España en la crisis social cuyaprofundidad quedó revelada por el agotamiento del fran-quismo y de las políticas de recambio. El movimiento de lasasambleas que se generalizó entre 1976 y 1978 a través de lashuelgas obreras marcó la intervención autónoma del prole-tariado en la guerra de sucesión abierta por la muerte deFranco. Este movimiento, aunque reencontraba la mejortradición libertaria de acción directa en la lucha de clases, noalcanzó a conocerse a sí mismo conociendo a todos susenemigos. Es verdad que le faltaban el proyecto de emanci-pación total y la experiencia orgánica que poseyó en el másalto grado el movimiento libertario antes de la guerra civil.Pero, en cambio, era menos proclive a la retórica, menosantiintelectualista y más exigente frente a los compañerosdirigentes y a los ‘prestigiosos militantes’. En pocas palabras,era, para bien y para mal, más moderno: Sin ideología, perotambién sin lenguaje y sin memoria.

En un primer momento, por su existencia misma, elmovimiento de las asambleas desmintió a todos los embus-teros que, hablando en nombre del proletariado reducido alsilencio, daban por descontada su sumisión ante los sectorescapitalistas interesados en el cambio —que se daban cuentade que el franquismo había perdido el control de la sociedadespañola—, discutiendo solamente con ellos sobre supropio papel en una gestión renovada. Pudo verificarse asíen los hechos que la democracia representativa, bajo suforma acabada, no es una aproximación a la democracia real,

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sino su exacto contrario: Es necesario que los hombresdejen de hablar directamente de sus propios asuntos paraque tenga lugar, con el monopolio de la palabra que es sucondición, el espectáculo político. La construcción de sumentira pasa por la destrucción del medio práctico de laverdad, donde todos los problemas de la sociedad seplantean de manera que puedan ser resueltos.

Al contrario que en Portugal, en España el proletaria-do no se benefició de un debilitamiento del Estado causadopor un intento reformista desconsiderado. El partido de lacontrarrevolución moderna —los que por permanecer en elEstado estaban dispuestos a aceptar a los que queríanentrar— había aprendido, sin duda, algo de las desventurasde sus vecinos: Sacrificó lo que debía serlo, pero nada más,y supo impedir que su retirada se transformara en derrota,retrocediendo paso a paso hasta el punto en que se restable-ció el equilibrio, debido, principalmente, a la dispersión delas fuerzas proletarias. Sin embargo, teniendo que avanzardesde el principio contra todo y contra todos, el movimien-to de las asambleas dio prueba de un espíritu de decisión yde una determinación notables. Como se oponían a lamodernización del Estado en el momento en que loscuadros postuniversitarios —aquí todavía más dependientesdel Estado que en otros lugares, dada la debilidad del capita-lismo privado— esperaban el desarrollo del aparatoadministrativo, político y cultural apropiado para crear porfin los empleos que codiciaban, las luchas obreras suscitaroninstantáneamente la hostilidad feroz de todo este personalsubalterno del control social; los estalinistas, en cambio,encontraron ahí, como es normal, sus más firmes partidarios.

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La ofensiva alcanzó su punto culminante en Vitoria(febrero-marzo de 1976). Si las huelgas madrileñas de enerohabían convencido a los patronos de la necesidad de sindi-catos que controlasen a los trabajadores, la huelga general deVitoria torpedeó definitivamente el proyecto de renovaciónestalinista del sindicato vertical y desveló el pacto embriona-rio entre el régimen y la oposición. Esto fue el fin de la rela-tiva tolerancia de la que había dado prueba el gobierno parahacer creíbles sus promesas de reforma. Los obreros deVitoria fueron ametrallados, encargándose la oposición deaislar su levantamiento. A partir de este momento, con elfracaso de la reforma franquista, la burguesía, allí donde noestaba ligada por sus intereses vitales a las instituciones de ladictadura, tenía que resignarse a la legalización de los parti-dos y sindicatos; y la oposición unificarse para negociar unareforma política y un pacto social con un nuevo gobiernoque liquidara los aspectos menos presentables de la herenciafranquista y preparase las elecciones.

Por supuesto, ningún arreglo político podía satisfacerrealmente a un movimiento que era una crítica en actos de lapolítica y de toda representación separada. Pero para unifi-car sus fuerzas tenía que unificar ahora sus reivindicaciones,resumirlas en una consigna simple que, conteniendo la supe-ración de las luchas dispersas, les diera la forma de un obje-tivo general en el cual el conjunto de los trabajadorespudiera reconocer una necesidad esencial, para imponer susatisfacción. Con el fin de combatir verdaderamente para símismas, las asambleas tenían que combatir contra la oposición,sacar todas las consecuencias de lo que habían aprendido enla lucha y tratar a la burocracia político-sindical como enemigo,

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tanto como al franquismo. ‘O las asambleas o los sindicatos’,tal era la alternativa que plantearon los proletarios más cons-cientes, y esta era, sin duda, la necesidad táctica que concen-traba en ella las posibilidades de unificación en un proyectorevolucionario coherente. La necesidad de autoorganizaciónera experimentada vivamente, y, por consiguiente, los sindi-catos fueron ampliamente boicoteados, pero la coordinaciónno sobrepasó casi nunca, de forma duradera, el medio local.La ausencia de una corriente asambleísta organizada que seexpresara como tal formulando claramente la crítica de lossindicatos que estaba en la mente de todos, contribuyó a quese impusieran la dispersión y la confusión. Y las huelgas delotoño de 1976, aunque más organizadas y más duras, notuvieron más resultado que la manifestación del 12 denoviembre, en la cual, a cambio de la posibilidad de expre-sar su entusiasmo combativo, los trabajadores aceptaron ladirección de las burocracias sindicales, convirtiéndose así lademostración antifranquista en una demostración de disci-plina sindical. El retraso de la conciencia resultante no sepudo ya reparar, quedando a partir de ahí cada vez mejorreprimido por la organización de las apariencias democráti-cas lo que no supo hacerse visible entonces. El movimientode las asambleas había dejado pasar ese momento decisivoen el cual una iniciativa audaz hubiera podido alterarcompletamente la correlación de fuerzas, conseguir que lascondiciones cambiaran a partir de ese momento para todos,al hacerse tangible la perspectiva revolucionaria obligando acada uno a determinarse en relación con ella.

No es este el lugar adecuado para analizar en detalle elmecanismo de la derrota subsiguiente ni sus principales

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resultados. Tenemos que discernir, en cambio, cómoactuaron las fuerzas modernas de la contrarrevolución queya se había visto obrar en Portugal.

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VI

De hecho, los hombres no se ponen jamás en movi-miento de forma duradera para abatir una organizaciónsocial sólo porque detesten lo que existe: Es necesario queademás tengan, de una manera u otra, una concepción posi-tiva de la vida que quieren vivir. Esto es lo que tuvo elantiguo movimiento obrero revolucionario, sobre todo en sufacción anarquista, que es justamente la que llevó más lejos,durante la revolución española de 1936, la liquidación delviejo orden de cosas. Desde luego, los proletarios puedenadquirir esa concepción positiva en la lucha misma, la comu-nidad que sirve de medio para dibujar los contornos del fin.Pero todavía hace falta que los valores prácticos así produci-dos se transmitan en un lenguaje autónomo y se unifiquenen un proyecto histórico.

Los diversos éxitos de los que en estos años ochentanos habla complacientemente la propaganda de las mercan-cías y de los Estados —éxitos que confluyen todos en laprofundización de la separación y el equipamiento supera-bundante de la pasividad— fueron posibles gracias a unéxito más profundo del cual, en cambio, no dice absoluta-mente nada, ni mencionarlo siquiera: La represión y el ocul-tamiento del proyecto de actividad histórica superior,contenido latente de los movimientos proletarios a partir de1968. La cristalización de un proyecto colectivo que unifiquelas necesidades revolucionarias de la época ha sido siempreuna tarea de larga duración, pero hoy en día es aún más difí-cil porque las contribuciones, teóricas o prácticas, a suformulación se ven confrontadas inmediatamente con la

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capacidad de falsificación y ocultación sin precedentesadquirida por la sociedad de clases. La cual no solamentelogra en tiempo normal que ningún problema pueda serplanteado y debatido socialmente en sus verdaderos térmi-nos, sino que, cuando eso llega a suceder —y para ello hacefalta nada menos que un movimiento revolucionario— obien consigue impedir su reconocimiento exacto o bien haceque este se olvide muy pronto.

El movimiento de las asambleas en España planteó ensu simple verdad la cuestión de una liquidación histórica delfranquismo que conectara verdaderamente con la voluntadde emancipación revolucionaria que había sido tan marcadaen este país: Evidentemente, tal liquidación sólo podía serefectiva e irreversible con la abolición de la dominación declase que los políticos de la oposición aspiraban a servir, y delos medios estatales que esperaban heredar para la tarea. Afalta de lo cual se vería de nuevo una de esas monstruosida-des híbridas que produce espontáneamente un sistema deopresión que desanima a la crítica haciéndose cada día másinnombrable. Este envite pasó prácticamente desapercibido enuna Europa donde, durante casi cuarenta años, la falsaconciencia de izquierdas se explayaba hipócritamente sobreel franquismo, y más todavía, sobre la imagen que leconvenía hacerse de todo lo que no combatía en su propiacasa. Y tampoco en España la verdad de la que era portadorel movimiento de las asambleas logró imponerse tan irrever-siblemente como para proporcionar una base práctica aljuicio del mundo que deben emprender quienes locombaten. Ciertamente, el sucedáneo de democracia instala-do en España es una mentira particularmente grosera y

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repugnante, con su rey, sus policías y militares franquistas,sus estalinistas y sus socialistas gobernando bajo la tutelamilitar como cuando eran ministros de Primo de Rivera,pero, según el principio que rige el conjunto de las realida-des producidas por el sistema espectacular, ese sucedáneono ha sido hecho tanto para ser creído como para ocupartodo el terreno de la expresión social. Y para ser admitidoasí, sin comparación posible, como cualquier alimento falsi-ficado. Entonces es cuando la verdad se convierte en unaextravagancia y un escándalo. Como es amarga hay queescupirla: El aniversario de la revolución de 1936 será conme-morado tranquilamente por todos sus vencedores reconcilia-dos, lo que entonces se intentó no tendrá ya sentido para losciudadanos satisfechos de la neodemocracia, como tampocolas cualidades reconocidas tradicionalmente al puebloespañol: orgullo, independencia o coraje.

Para quebrar el monopolio de la aparición que confie-re fuerza a la producción autoritaria de la mentira, no basta,como vemos cada día, con que se acumulen los hechos quedesmienten las verdades oficiales: Es necesario además quese manifiesten en la sociedad, por todos los medios al alcan-ce un punto de vista crítico unificado y una perspectiva desuperación que sepan reconducir hacia ellos la verdad de loshechos y hacer así aparecer las mentiras y los descaradossofismas como lo que son. Mientras los hombres no sepropongan hablarse sin intermediarios de sus necesidades yaspiraciones, dando un nuevo sentido a los hechos a travésde su diálogo, por las posibilidades históricas que descubrenen él, los hechos no hablan por sí mismos, más que pararepetir los inalterables postulados de la sumisión. La nueva

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concepción de la vida real que ha sido el contenido latentede todas las tentativas revolucionarias modernas se ve obli-gada ahora por el desarrollo mismo de los mecanismosdominantes de falsificación y ocultación, bien a manifestar-se, bien a quedar reprimida de forma que lo que venga en labarbarie de la abundancia no se distinga en nada de ella.

Con la desaparición del antiguo movimiento obrero,aplastado o integrado, los proletarios perdieron también lasformulaciones ideológicas de un proyecto autónomo deorganización de la sociedad. Pero dicha pérdida no bastópara enseñarles a formular por sí mismos ese proyecto.Cuando han de reconstruirlo sin ninguna ilusión de garantíahistórica, necesitan, ahora y siempre, obtenerlo de un reco-nocimiento del sentido total de su propia acción, porqueesta acción es la única verdad que pueden poseer que seaverdaderamente suya. Y, como no se trata de una únicaacción no duradera, la necesidad a la que Lenin pretendíaresponder —con su modelo de partido jerárquico deposita-rio de la memoria y de la experiencia acumulada— no puedequedar insatisfecha. Los movimientos revolucionarios dePortugal y de España fueron, después de Mayo de 1968,importantes contribuciones prácticas a la construcción deun proyecto de emancipación capaz de atraer hacia él a lainmensa mayoría presentando a cada cual la posibilidad deun cambio profundo, inmediato. Su derrota en el aislamien-to, sin que hayan sido obtenidas por su lucha ni conclusio-nes generales irreversibles ni nuevas líneas de demarcacióncon el enemigo —ante todo con los estalinistas y el conjun-to del personal político-sindical de izquierda—, marca unumbral y un límite a la ofensiva revolucionaria empezada en

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1968. La organización de una corriente revolucionaria inter-nacional no ha tenido lugar, y el vasto e informe partido dela subversión que actúa todavía en Europa está perdiendosin saberlo la iniciativa en el curso de estos años. Porque ‘dosejércitos que luchan el uno contra el otro pueden resultarigualmente maltratados; la victoria será en este caso para elprimero en informarse del estado en que se encuentra suenemigo’ (Maquiavelo).

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VII

La subversión proletaria, cada vez que se desplega-ba, se mostraba seguramente capaz de desorganizar la super-vivencia, pero no de organizar la vida. Esta debilidad yaestuvo presente en el origen de la nueva época, en 1968,pero, en general, fue olvidada o minimizada. Sin embargo, elmovimiento de las ocupaciones no había empezado a reali-zar más que una de las dos tareas de la revolución proletaria:La crítica en actos de todos los aspectos de la vida alienada.La otra, la reorganización de la vida social por la democraciadirecta de las asambleas de trabajadores, apenas fue encara-da, y por muy poca gente. Así que el movimiento de Mayono legó a la época revolucionaria que él mismo habíainaugurado nuevos principios prácticos, apropiados paradesarrollar unas necesidades y deseos más plenos queexcedieran todas las satisfacciones autorizadas, sinosolamente el recuerdo de un rechazo total, cada vez menosfácilmente practicable por sí mismo. Esto parecía suficienteentonces: Porque, al principio, aún está allí, presente al espí-ritu y en el corazón de tanta gente, todo lo que acaba deconmocionar el orden establecido. Se cree que pronto sereemprenderá el combate donde se ha detenido. Pero cuan-to más va pasando el tiempo más difícil se hace recuperar laocasión que parecía tan próxima. El gusto por la crítica sepierde, pues su empleo mismo se vuelve insípido. Lo que fuevivido tan intensamente se aleja en una deprimente repre-sentación. Tanto más deprimente cuanto la extensión de lacontestación a todos los aspectos de la vida, la difusión de laonda de choque del rechazo, en ausencia de una perspectivade superación, tiene por principal efecto modernizar la falsa

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conciencia y los roles distribuidos por el consumo mercan-til, sofisticar la aceptación. Un momento de la vida acaba deenvejecer, y no se deja rejuvenecer por los colores abigarra-dos de su recuperación espectacular.

Lo que faltó inicialmente al nuevo movimiento revolu-cionario no ha sido conquistado en el curso de ulteriorestentativas. Su verdadera derrota está menos en su propiaconclusión que en el hecho de no haber dejado tras ellasnada que sirva para volver a apasionar un programa de subver-sión total precisando sus medios cualitativos, los que contie-nen el movimiento del fin porque son ya el ejemplo de unuso más libre de la vida. Un potencial tan amenazante comopara exasperar a sus enemigos debe procurar no cansarinútilmente a sus partidarios. El principal fracaso de unmovimiento de crítica social que podía contar con el despre-cio del trabajo practicado por numerosos proletarios es,pues, no haberse convencido a sí mismo por sus actos de sucapacidad de organizar la vida sobre otras bases, y no habersabido mostrar así al conjunto de los trabajadores lo quepodían ganar dejando de serlo. Ciertamente, para poseer laconciencia de un cambio posible de la vida, hace falta recha-zar ya radicalmente la organización existente. Pero parapracticar este rechazo, también hace falta poder apoyarse yasobre la consciencia de otra vida posible. Lo que en la reali-dad arruina esta circularidad tan formal, es el movimiento dela superación, la práctica revolucionaria, ‘coincidencia de latransformación de las circunstancias y de la actividad huma-na o autotransformación’, que es a la vez crítica práctica yproducción de los valores positivos que la fundan. Es estatensión entre exigencias aparentemente contradictorias la

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única que puede constituir la fuerza cualitativa, la racionali-dad pero también la poesía, de una actividad que tiene querevelar ante todos la existencia en la sociedad de la basematerial para una vida más plena.

La superación de la economía mercantil era puestaindiscutiblemente en el orden del día por la crisis objetiva dela misma, igual como forma general de las relaciones socia-les que como apropiación de la naturaleza. Sin embargo, nollegó a ser subjetivamente una perspectiva positiva en lapráctica de un movimiento revolucionario: Las aspiracionesque se expresaban en el rechazo del trabajo (por medio de lahuelga, el sabotaje, etc.) no llegaron a plantear, a partir deellas mismas, de su verdad subversiva, el conjunto de losproblemas de la sociedad, a fin de romper los términos falsi-ficados que impedían su solución. Han quedado, por tanto,prisioneras en el terreno del chantaje económico, en laconfusión de este terreno. Si la cuestión de un nuevo empleode la vida no es violentamente planteada por los trabajado-res, la del empleo de los trabajadores por la organizaciónexistente de la vida está ahí para reprimirla. Así que la famo-sa ‘crisis económica’, tan traída y llevada, ha de ser compren-dida, más profundamente, como un momento de la guerrasocial, en el que se desnudaba la base misma del funcionamien-to de las leyes de la economía: ‘La inconsciencia de los queforman parte de ella’. Es el medio por el cual todas las fuer-zas de la inconsciencia, incluidas las que actúan en las cabe-zas de los proletarios, han buscado la perpetuación de sumundo. También es, por tanto, en términos de fijaciónneurótica, la repetición de una desgracia antigua, destinada aconjurar la incertidumbre del presente, los riesgos y lasposibilidades de una realidad desconocida.

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Por supuesto, esta resistencia del inconsciente social es,ante todo la resistencia de las clases propietarias y de todoslos gestores de la inconsciencia. En el momento en que lasociedad descubría, a través de las luchas contra la mercan-cía abundante emancipada de las necesidades humanas, quela economía dependía de ella, se trataba de volverla a persua-dir de que ella dependía de la economía: Así es como todoslos dirigentes se han vuelto marxistas. Allí donde emergía elyo, el sujeto de la historia que juzga libremente su acción,había que restaurar la potencia del ello económico. La inteli-gencia que pueden poseer de esta necesidad los responsablesde la economía se inscribe evidentemente en el cuadro deldesarrollo espontáneo que induce a la tendencia fundamen-tal del capitalismo a hacer dominar cada vez más el trabajomuerto sobre el trabajo vivo. Pero esta materialización de laeconomía autonomizada, cuando franquea cierto umbral,llega a ser ella misma el objeto de una gestión burocráticaque programa su desarrollo; gestión que quiere tendencial-mente fusionar, a través de las contradicciones y azares delas políticas locales, la burocracia de los managers y la buro-cracia de Estado, en un compuesto de proporciones varia-bles, pero del cual el tecnócrata nazi al estilo de Albert Speerqueda como el ‘tipo ideal’. No es que la burguesía no puedaya manifestar la menor independencia en relación con elEstado, es que ya no tiene necesidad, porque la razón demercado ha llegado a ser íntegramente razón de Estado.

Esta gestión burocrática, con los fracasos desastrosos ylos resultados catastróficos que la acompañan, triunfa almenos en el aspecto de que reproduce y extiende sin cesarlas condiciones materiales de su dominación, porque no

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necesita para esto de ningún cálculo estratégico, le basta conseguir su pendiente natural impulsando siempre más lejos suverdadera razón de ser, la desertificación de la vida. El siste-ma de la producción mercantil, habiendo experimentado sufragilidad frente a la subversión proletaria moderna, frente alas primeras luchas por la vida histórica generalizada, ytambién frente a la ‘crisis de la energía’ que sólo era un efec-to particular de una gestión aberrante de los recursos natu-rales, ha reaccionado acelerando la edificación concreta desu reino independiente. Y, consecuentemente, la proletariza-ción de la vida real. El capital ya no es entonces el invisibleWeltgeist que empuja irresistiblemente a los hombres haciaalgo que ni conocen ni han querido, es, directamente, en lavida práctica de cada uno, la autonomía fantástica de todaslas condiciones materiales, ‘el aplastamiento de la individua-lidad por la contingencia’.

La nuclearización y la informatización son en estemomento los dos aspectos más manifiestos del desarrollotécnico determinado adoptado por una producción alienadaque ha llegado a ser estrictamente producción de la alienación.Tanto en un caso como en el otro se ven recreadas artificial-mente el equivalente de esas condiciones naturales que, conla necesidad del riego, favorecieron el nacimiento y desarro-llo del despotismo oriental. Lo que ahora riega la sociedaddesertificada y funda materialmente el poder de los especia-listas de la supervivencia monopolizada, es la circulación dela energía y la de la información, precondicionescomplementarias a la puesta en práctica del trabajo humanoen su última forma histórica. Y esta sociedad enferma tieneque admitir, por tanto, que ya no puede sobrevivir más que

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así, sometida a la maquinaria que hace latir el corazón de unmundo sin corazón, parecida en todos los aspectos a esostriunfos de la medicina moderna gracias a los cuales el orga-nismo humano no es él mismo más que una prótesis de susprótesis. Ya que no es la sociedad la que se ha emancipadode la economía, es la economía la que se ha emancipado dela sociedad.

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VIII

El cumplimiento de este proceso a través del cual lacosificación mercantil alcanza su concepto expulsando defi-nitivamente la actividad viva, y reduciéndola a la puracontemplación de su circulación, tuvo que tomar, en primerlugar, la forma de una reorganización en profundidad deltrabajo industrial, dirigida a introducir progresivamente laautomatización, neutralizando al mismo tiempo las energíashumanas así liberadas, planificando la ausencia de uso de esalibertad. La destrucción del medio obrero, es decir, de lasantiguas bases prácticas de una afirmación proletaria autó-noma, fue durante veinte años el Delenda Carthago de todoslos discursos innovadores del capitalismo tecnocrático; y,aunque haya sido tan abierta e ideológicamente afirmada(como fin del proletariado y de la lucha de clases), no corres-pondía menos a una necesidad real de la dominación capita-lista, necesidad que tenía en la mitología de la integración suversión idílica. El capitalismo continúa su existencia revolu-cionando sin cesar los medios de producción, o sea, las rela-ciones de producción, o sea, el conjunto de las condicionessociales; pero, al burocratizarse, intenta programar esta alte-ración permanente y planificar, con la ayuda de los sindica-tos y de todos los agentes del control social, sus umbrales detolerancia. Es forzoso constatar que, en Europa occidental haconseguido, por ahora, descomponer activamente el medioobrero, desmoralizarlo y dividirlo, sin que éste haya logradorecuperar su tradición revolucionaria autónoma (la organiza-ción de los Consejos), lo cual, evidentemente, hubiera sidoejemplar para todos los trabajadores, para el conjunto delproletariado. El tiempo así perdido por la revolución ha

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permitido al capitalismo continuar reorganizando el conjun-to del trabajo social en función de los imperativos de sudominación. Todos los progresos de la alienación social sederivan de este hecho.

Las revueltas obreras de los años sesenta fueron, esen-cialmente, un resultado de la llegada a las fábricas de jóvenesgeneraciones de proletarios desprovistos de todo ‘patriotis-mo de oficio’ y una primera respuesta a la descualificacióndel trabajo. Vieron esbozarse la confluencia de las reivindi-caciones tradicionales de la clase obrera en su resistencia a laexplotación, y del rechazo moderno del embrutecimientoasalariado. La correlación de fuerzas (el debilitamiento de lossindicatos, etc.) bloqueó durante cierto tiempo la continui-dad de la racionalización capitalista, pero, con el declive delas luchas, aquella recuperó su curso. Uno de sus aspectosprincipales es el traslado fuera de Europa, cuna del movi-miento obrero, de importantes sectores de la producciónindustrial, exportados a lugares donde regímenes burocráti-cos o dictatoriales entregan a la explotación enormes yaci-mientos de fuerza de trabajo, sin tradición de lucha niconciencia histórica. Otro, la institucionalización delturn-over1, ampliamente practicado por los trabajadores jóve-nes, quedando en cierto modo invertida la precariedad de lasumisión al empleador en sumisión a la precariedad delempleo. Es inútil entrar aquí a detallar una evolución cuyoprincipal resultado, en lo que concierne a la relación de

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1. Táctica contra el trabajo que consistía en trabajar justo lo suficiente paracobrar una indemnización o acogerse al seguro de paro, con la idea de estar elmayor tiempo posible sin trabajar. La falta de trabajo y el endurecimiento dela legislación laboral acabaron con ella.

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fuerzas en la guerra social, fue que el paro sirvió para dislo-car las bases de la resistencia obrera; y, ante todo, laconsciencia amenazadora de la crisis de la economía comocrisis de la vida para todos los hombres, consciencia censura-da bajo la presión de la crisis de la supervivencia impuesta alos trabajadores.

El primer efecto de esta presión del paro fue romperpara siempre la alianza, que se había anudado efímeramenteen los momentos más ofensivos de la subversión proletaria,entre los sectores obreros tradicionales, generalmente mássumisos a la influencia de las burocracias sindicales y de laideología estalinista, y los trabajadores, más jóvenes o menosintegrados, que expresaban una revuelta moderna. Estaacción de las separaciones dominantes (así sean socio-profe-sionales, raciales o se refieran a ‘clases de edad’) no ha detomarse, sin embargo, como una explicación unilateral de lano cristalización de un proyecto unificador: Es, más bien,una de sus principales manifestaciones. Sólo la conscienciade perspectivas comunes, sobrepasando prácticamente lasseparaciones para atacar al mundo en su totalidad, es decir,al trabajo asalariado que constituye su base, podía impedirque aquellos que tenían todavía un empleo en la explotaciónrecayeran para defenderlo bajo el control de los sindicatos,mientras los que no lo tenían caían, por una desastrosa fugahacia adelante ideológica, en todas las ilusiones de esa margi-nalidad más a menudo impuesta que elegida; y que, inclusocuando era elegida, no ponía en peligro al sistema de ningu-na manera, sino que constituía, más bien, una válvula deseguridad. Esas ilusiones, que van desde el uso alienado dedrogas al terrorismo difuso, pasando por todas las tentativas

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de construcción de un modo de vida sobre la base de lamiseria, habrán destruido finalmente la conciencia de unageneración rebelde, la que tenía veinte años al final de losaños sesenta. Así que los que, en las fábricas, podían encon-trar directamente los medios de su lucha, no los utilizaron olo hicieron mal, y los que, fuera de las fábricas, queríanluchar, no encontraron más que medios alienados: Los unos,que no supieron defenderse, fueron vencidos igual que losotros, que no supieron atacar.

Este resultado, enunciado así, toma el aspecto de unaconstatación esquemática, ya que, de hecho, se trata de unatendencia general cuya realización todavía se ha alcanzadodesigualmente en Europa; pero es, sin embargo, la tendenciaprincipal, la vencedora. Hemos visto desplegarse concreta-mente, en el espacio-tiempo de una sociedad, las contradic-ciones de la época en que la tentativa de construir elproyecto de una vida diferente había alcanzado la velocidadde la transformación efectiva del mundo que realizaba elmovimiento autónomo de la economía y los Estados que lasirven. Esta época está ahora a punto de acabar, porque latransformación de las condiciones objetivas, la trasmutaciónmercantil de cada cosa particular, ese talento particular delsistema gracias al cual este mejora lo malo produciendo lopeor, obtiene resultados tan monstruosos, que cada indivi-duo en su vida se ve, a propósito de las realidades mássimples, obligado a pronunciarse sobre lo que existe y ya nosobre lo que podría existir.

La última oportunidad de proclamar una perspectivade cambio revolucionario en Europa occidental, con

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bastante fuerza para contrarrestar la perspectiva de cambioopuesta, la de las clases propietarias, se produjo en Italia. Loque estaba en juego en esta primera época de la revoluciónproletaria moderna apareció allí bajo una forma particular-mente clara, con todos los problemas que acabamos deevocar planteados concretamente por un movimiento desubversión más largo y más profundo que en ninguna otraparte antes. Este movimiento, nacido en 1968 y brevementeinterrumpido por las bombas policiales de 1969, no hizomás que crecer en el curso de los años siguientes, sin queningún aspecto de la vida cotidiana quedara fuera del alcan-ce de su crítica práctica. Finalmente, fue vencido, y en granparte por la artimaña del terrorismo. Pero no se debe sobre-estimar el papel de las artimañas en los conflictos, porque noson útiles de forma duradera más que a los partidos vence-dores.

A mediados de los años setenta, el Estado italiano, quenunca había sido fuerte ni íntegro, se había debilitado ycorrompido aún más a fuerza de maniobras criminalesimprovisadas por sus servicios secretos, siguiendo la esteladel éxito obtenido con las bombas de Milán: Las del Italicusen 1970, Brescia y Bolonia en 1974, cómodamente puestasen la cuenta de los neo-fascistas, ya que los neo-fascistasestaban dentro de los servicios secretos, demostrando cómo ycon quién este Estado pretendía dominar todavía la sociedaditaliana. Afortunadamente para él no contaba solamente conprovocadores para luchar contra el partido subversivo de lostrabajadores radicales, sino también, y con mucha más efica-cia, con la ayuda indefectible de los estalinistas. Los cuales,comprometiéndose sin vacilar en esta historia sangrienta al

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hacerse cada vez cómplices de la mentira oficial, pretendíansacar algunos beneficios gubernamentales, pero, para queeso llegara, pasara lo que pasara, tendrían que combatir por símismos a un movimiento que escapaba ampliamente a sucontrol. Este vasto partido informal de la subversión, fuerteen las fábricas por una rica experiencia de lucha y un odiosocial que, atizado por las primeras tentativas de reestructu-ración capitalista, limitaba las posibilidades de recuperaciónsindical, era engrosado en la calle por todos aquellos quehabían sido ya marginalizados por el paro y la represión delabsentismo y de la indisciplina obrera. Avanzando al ritmode su conciencia práctica hacia sus medios radicales, hacíaplanear la amenaza de una escisión en la sociedad tanto másdesfavorable para los partidarios del poder cuanto que estese había vuelto, por sus excesos, más despreciable quetemible.

En semejante proceso de ofensiva prerrevolucionaria,todo el que se separa del movimiento social para practicar enel secreto jerárquico la violencia armada precipita la llegadadel momento en el que cesa la formación de los partidosantagonistas y ya no se trata para cada uno de ellos más quede la destruccción del otro. Por su parte, el Estado tiene inte-rés en provocar cuanto antes mejor la lucha violenta, porquedispone de todas sus fuerzas mientras las de su adversariohan de crecer. La rémora leninista, que no había sido sufi-cientemente denunciada y combatida, favoreció la emergen-cia de un terrorismo fácilmente infiltrable y manipulable, ypermitió providencialmente al Estado dosificar la tensiónpara sondear la capacidad de respuesta de su enemigo ypreparar la contra-ofensiva.

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La última ocasión de escapar de esta trampa la ofrecióel año 1977. La oposición irreconciliable de todos los rebel-des que habían producido diez años de luchas sociales semanifestó abiertamente, y los estalinistas fueron tratadosesta vez como lo que son: Los sostenedores más abyectos deesta sociedad repugnante. Este movimiento presentó atodos los obreros de Italia la posibilidad de una eleccióndecisiva, por la cual hubieran dejado de ser solamente malosobreros, pero, después de un momento incierto, retrocedie-ron: Sin embargo, sólo ellos podían, por la huelga general,abrirle su terreno de acción revolucionaria rompiendo deforma duradera la reproducción cotidiana del embruteci-miento asalariado y creando las condiciones del diálogo enque todo se vuelve tema de discusión, empezando por elbuen uso de la violencia. También las componentes másirrealistas y más desesperadas del movimiento se encontra-ron en la calle al descubierto. Al Estado todavía le era bastan-te fácil darles caza, pero lo que necesitaba era acabar contoda posibilidad de retorno de la agitación. Lo hizo con susmedios habituales, los estalinistas y el terrorismo, que encon-traron en el fracaso del movimiento y en el desconcierto quesiguió las condiciones de su eficacia.

En Febrero de 1978, los sindicatos, condenando lashuelgas y el absentismo, se comprometieron en hacer volvera los obreros al trabajo. Hacía falta un pretexto para golpearpor doquier a la subversión fuera de las fábricas y proporcio-nar a los estalinistas la justificación que les permitieracumplir plenamente su papel de delatores: Este fue elsecuestro y asesinato en marzo de Aldo Moro por lasBrigadas Rojas. La ejecución de Moro ciertamente tuvo

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lugar por instigación de una fracción del Estado, la cualpudo aparecer a posteriori como la más lúcida en cuanto a lamanera de llevar a los estalinistas al huerto y no más lejos,pero no sólo le fue útil a esta fracción: Fue el poder delEstado como tal, y ninguno de sus partidarios se llamó aengaño en esto, quien sacó provecho de la nueva escalada enel espectáculo de la guerra civil posible, reduciendo a lapoblación a la condición de público, asqueado y escéptico,pero sobre todo pasivo, de una historia que se le escapaba.A este nivel, la cuestión del grado exacto de manipulación deun grupo como las Brigadas Rojas (cuya acción, sea cual seala parte de los fanáticos arqueoestalinistas y la de los agentesinfiltrados por el Estado, es íntegramente contrarrevolucio-naria) pierde interés: La manipulación más profunda y másverdadera es, en una escala completamente distinta, la quecontrola todos los medios de información, gracias a lo cualsólo aparece la explicación de la realidad autorizada por elEstado. La manipulación de la representación de la realidadcontiene, sin embargo, la manipulación de la realidad mismacomo uno de sus momentos necesarios. A este respecto, elnúmero de ‘arrepentidos’ entre los temibles brigadistas bastapara hacerse una idea de la seguridad de su organización.Incluso pueden terminar, cuando no vuelven al redil de laIglesia, como consejeros técnicos de una película sobre elcaso Moro; lo cual no les ayudará, sin duda, a volver másconvincente lo que en la realidad ya parecía una malapelícula.

Ciertamente, con el terrorismo, el Estado no consiguióde la población un apoyo positivo, pero, al menos, obtuvo suneutralidad en la lucha brutal contra la subversión que era su

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verdadero fin, y con eso le bastaba y le sobraba. Al precio dealgunos centenares de muertos (la bomba de Bolonia vinooportunamente a relanzar el espectáculo del horror) y dealgunos miles de presos políticos (las detenciones que empe-zaron con el asunto Moro continuaron durante los cuatroaños siguientes), el Estado no solamente consiguió vencer laofensiva que le amenazaba, sino también paralizar la capaci-dad de resistencia de los trabajadores, abriendo así el cami-no a la tan esperada reestructuración económica. Comodecía el mismo Moro durante su secuestro: ‘Después dealgún tiempo la opinión pública comprende’; pero para elespectáculo cualquier verdad vale si se dice cuando su tiempo hapasado: Puede entonces venir a integrarse en la reescritura dela historia sin que él deje de reinar sobre un eterno presente.Desde entonces, en Italia se sabe todo, sobre la logia P2, laMafia, el Vaticano o los servicios secretos, pero esta verdades inútil porque la única fuerza que podía aprovecharla parahacer de ella una verdad práctica, una exigencia concluyentesobre lo esencial, ha sido vencida.

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IX

El laboratorio italiano de la contrarrevolución hapermitido así demostrar experimentalmente qué inmensocampo de aplicación encontraban bajo el capitalismomoderno las técnicas de la mentira estatal puestas a punto enla Rusia estalinista, tanto más eficaces aquí, donde la pasivi-dad no se logra por el terror policial, sino por la mercancíay la información abundantes. Que no existe hoy en día nadasemejante a una opinión pública democrática, el Estadoitaliano lo ha probado irrefutablemente acumulando bastan-tes exacciones y abusos como para hartar al menos exigentede los ciudadanos de una democracia burguesa, y provocarel hundimiento electoral de todos los partidos comprometi-dos, es decir, de todos los partidos. Enunciar tal hipótesisbasta para demostrar su escasa realidad y para sacar a la luzla impunidad de la que gozan los dirigentes, la libertad ofre-cida a la arbitrariedad estatal por la descomposición de todojuicio y de todo debate político. La lección no ha dejado deser comprendida, y, después, hemos visto a todos los estadosrivalizar en audacia para recordar a sus administrados cuán-to ha simplificado la democracia moderna el uso de susderechos, liberándoles de la preocupación de tener quepronunciarse sobre cualquier cosa importante.

En el curso de esta estalinización del mundo hemos asisti-do igualmente a la dimisión vergonzosa de los intelectualesante el desarrollo totalitario de la mentira de la comunica-ción unilateral. De manera verdaderamente orwelliana, sudenuncia de un totalitarismo estalinista irreal ha sido laexpresión ideológica de su contribución a la estalinización

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real. Fue esta una lucha heroica que acosó hasta los rinconeshistóricos más desatendidos a los gérmenes de la peste tota-litaria: No se olvidó nada ni a nadie, y nuestros doctores enantiestalinismo establecieron que cualquier pensamiento oactividad revolucionaria (puede que hasta simplemente cual-quier pensamiento o actividad históricas) contiene eltotalitarismo, el Gulag y la GPU como consecuencia obliga-da. Platón, Saint-Just, Bakunin… vale cualquiera. La baseinquebrantable de todos sus silogismos es la identificaciónde la revolución con el terrorismo y por tanto con el estali-nismo. Y se puede decir, en efecto, que nunca se hancomprometido con la revolución, puesto que no hanenunciado nunca públicamente la más mínima duda sobre elorigen del terrorismo.

Lo que se expresa en esta especie de escritura automá-tica de la inversión espectacular es simplemente que elestalinismo —incluidas sus diversas variantes exóticas— hadejado por completo de poder aparecer como un modelorevolucionario, y hasta como un rival del sistema occidentalde explotación. Así pues, a un nivel vulgarmente sociológi-co, podemos contentarnos con ver, en la promoción de unanueva generación de intelectuales sumisos, el reciclaje de suarrivismo tras el fracaso del izquierdismo. Mientras tanto, larenovación ideológica en la cultura espectacular —con elreclutamiento como suplentes de la mentira de todos aque-llos que esperan desembarazarse de su mala concienciarompiendo con la imagen de la revolución—, esa confianzaganada por la apología indica más profundamente que elestalinismo, allí donde no es propietario de la sociedad, haterminado de cumplir su función contrarrevolucionaria en

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este siglo ayudando a vencer las primeras tentativas deafirmación autónoma del proletariado moderno.

En todos los países donde la transformación capita-lista del aparato productivo, y ante todo la de la más grandede las fuerzas productivas, el proletariado, está ya en marcha,la representación obrera que tenía en el estalinismo suideología y su modelo sólo puede representar a una fuerzade trabajo en liquidación. Y aunque debe defender los secto-res industriales condenados para salvar su base social, nopuede llegar a combatir realmente la racionalidad económi-ca que preside todo eso. En cuanto a los mismos obrerosque el capitalismo pone en liquidación junto con las fábricas,parece imposible que logren organizar una crítica prácticaabriendo nuevas perspectivas, cuando sus acciones desespe-radas están más aisladas que nunca. Su única oportunidadestaría en una alianza autónoma con los parados, ese ejérci-to de reserva de la revolución, y con los trabajadores de lossectores modernizados; pero las bases prácticas y teóricas detal unificación faltan hoy en día cruelmente.

La destrucción del medio obrero en los países dondereinan las condiciones del capitalismo más moderno nosignifica, evidentemente, salvo para los antiguos obreristasdecepcionados, la desaparición del proletariado: La expro-piación de la vida existe, la lucha de clases también. El siste-ma de la falsificación procede simplemente con este ladoconcreto de la crítica de la economía —el proletariado—como hace con otro, la polución: No pudiendo suprimirlo,lo maquilla, busca volverlo invisible, y en primer lugar, invisi-ble a sí mismo. En este proceso, el proletariado pierde algunas

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de sus ilusiones, pero adquiere otras. Corresponde a la críti-ca revolucionaria desesperar a todos los trabajadores a loscuales se pretende dar una ilusión de promoción jerárquicacuando se les hace pasar de una máquina a un monitor (esdecir, más a menudo todavía, cuando les ponen directamen-te en las condiciones de servidumbre a las máquinas de laeconomía independiente donde se pierden, ante los mismosmonitores, tanto la actividad del trabajo como el relax delocio). Pues son, desde luego, proletarios, esos asalariadosque no tienen ningún poder sobre la programación de suvida, aunque todavía no lo sepan. Aquí el hombre se haperdido a sí mismo más radicalmente que nunca, perotodavía puede adquirir la conciencia teórica de esa pérdida.

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X

Las burocracias estalinistas asociadas a la gestión dela primera fase del capitalismo moderno han combatido laautonomía obrera hasta el final; y como suele ocurrir habi-tualmente en estas circunstancias les llegó el turno de serbarridas. Por un ardid de la historia constituido por unamanifestación particularmente significativa de las contradic-ciones que continúan corroyendo el mundo de la mercancía,es allí, donde la clase burocrática está en el poder como rele-vo local del poder planetario del capital, donde la autonomíaobrera sigue activa y conserva sus perspectivas. Pero, asícomo ella es, para la nueva protesta que se reconstruirá enoccidente sobre el programa de la suspensión de la produc-ción antihistórica, el recuerdo vivo del pasado revoluciona-rio que esta ha de realizar, no podrá comprender su propioalcance ni poseer su conciencia total si no es apropiándosede la crítica de la economía más acá de la cual se ha deteni-do hasta hoy.

Durante el verano de 1980, los obreros polacoscomenzaron su revolución, que no podía llevarse a cabo másque con la destrucción definitiva del poder burocrático. Losprimeros en la historia de los países sometidos a la domina-ción totalitaria que han conseguido organizar los mediosautónomos de comunicación y de clarificación de su proyec-to sin ser inmediatamente vencidos en el aislamiento, y haninstalado en la sociedad polaca una línea de demarcaciónduradera entre el monólogo de la mentira estatal y los parti-darios de la verdad por el diálogo social. Desarmada comonunca frente al poderío militar del viejo invasor ruso,

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rodeada como siempre de la hostilidad de los Estados euro-peos unidos en el apoyo al statu quo y aislada en relación a losproletarios de otros países como ninguna insurrección pola-ca del siglo pasado, la revolución de 1980-1981 representa elpunto más alto alcanzado por la subversión proletaria denuestra época en la búsqueda de sus medios, aquel dondeestuvo más cerca de triunfar. Mediante el escándalo de susdieciséis meses de existencia, ha mostrado la verdad de lausurpación burocrática, y la fragilidad de un sistema de opre-sión donde la arbitrariedad se mide por la sumisión de aque-llos que está obligada a representar. Pero la más bella victoriadel proletariado polaco, ha sido restablecer en nuestro tiem-po la juventud del proyecto revolucionario de una sociedadsin clases, haber refrescado la memoria histórica de todospracticando la suya, que desde 1956 no había perdido nunca.No hay nada decidido, la suerte de este mundo todavía estáen juego.

La magnífica reacción en cadena de las huelgas deAgosto de 1980 tomó de tal modo la delantera al poder queen pocos meses la sociedad entera se sublevó contra surepresentación burocrática. La libertad de discusión sobretodo lo que merece ser discutido era el programa mínimo deeste movimiento social. Es este programa explícito el quehizo de la revolución polaca una revolución moderna situan-do en su centro la exigencia de verdad; y el medio que seempleó para realizarlo, la organización de los delegados deSolidaridad, fue el que la convirtió en heredera de todas lasrevoluciones proletarias del pasado. Solidaridad fue la orga-nización de la sociedad en revolución, como lo había sido laCNT en la España de 1936, para lo mejor y para lo peor. Y

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las críticas que se hagan a esta organización hay que hacér-selas al proletariado que la creó tal como fue y no de otramanera.

En esta revolución que ellos mismos llevaban acabo, los trabajadores tenían que reinventarlo todo a partirde nada. Al principio, no conocían más que un solo enemi-go, la burocracia estalinista, y tuvieron que aprender a cono-cer, en el curso de su lucha, a todos sus falsos amigos. Nohay que extrañarse pues de lo que pudo frenar desde dentroel avance de la revolución polaca, sino más bien de que, apesar de todo, consiguiera llegar tan lejos. Es cierto quesiempre se aceptó a la Iglesia como protectora de la unidaddel movimiento y que, a partir de esa posición, pudo apoyar,directamente o a través de sus ‘expertos’, a la tendenciareformista, esto es, derrotista, en Solidaridad. Cierto es quelos intelectuales opositores reunidos desde 1976 en el KOR2,cuando la victoria de 1980 había creado condiciones entera-mente nuevas, continuaron defendiendo una perspectiva decompromiso perfectamente irrealista. Sin embargo, todo esofue objeto de un debate permanente en el interior deSolidaridad, donde numerosos delegados tomaron posicio-nes más realistas y más radicales. Y los proletarios nopodían sacar la inteligencia histórica más que de esa expe-riencia directa de una lucha que les confrontaba cada vezcon las consecuencias de sus opciones.

Al principio del año 1981, el poder burocrático,habiendo tenido que renunciar a una intervención militar yno pudiendo ganar más tiempo mediante nuevas

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2. Comité de Defensa Obrera.

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concesiones, decidió sondear el estado de la correlación defuerzas: Fue la provocación de Bydgoszcz. En respuesta, lostrabajadores se prepararon activamente para la huelga gene-ral ilimitada prevista el 31 de marzo. Pero Walesa logró, en elúltimo momento, obtener su suspensión. Lo más grave nofue ese retroceso sino la manera en que fue arrancado,mediante negociaciones secretas y el abuso de poder carac-terístico de un delegado actuando sin mandato; y no impor-taba tanto que los trabajadores perdieran así la iniciativa ensu lucha contra la burocracia, porque siempre podríanreconquistarla, sino que la perdieran dentro de su propiaorganización. Walesa había sido, como todos los moderadosque encarnan ese primer momento de unidad eufórica deuna revolución, un bien pasajero y un mal inevitable del quecon el tiempo había que desembarazarse. El 30 de marzohabía llegado el momento de hacerlo y, al no reconocerlo,dejándole mofarse de las reglas democráticas que se habíandado ellos mismos, los trabajadores revolucionarios abando-naban una parte de su poder en manos de una delegaciónincontrolada cuyos intereses separados y la política llevadaen consecuencia iban a oscurecer posteriormente las necesi-dades de la lucha.

Porque todo continuaba: En otoño, un poco por todaPolonia, unos ‘comités sociales’ se encargaban de la produc-ción y la distribución, instalando una nueva legalidad contrala burocracia. Y los delegados de Lodz anunciaban que el 21de diciembre todos los trabajadores de la región entrarían enhuelga activa y organizarían guardias obreras para su autode-fensa. Esta decisión precipitó la prueba de fuerza y laconclusión provisional del 13 de diciembre: El orden

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burocrático fue restablecido al menor coste, porque laconfusión y el desconcierto provocados por las maniobrasdilatorias de la mayor parte de los responsables deSolidaridad impidieron que el pronunciamiento de Jaruzelskifuera vencido inmediatamente, pero con un resultado míni-mo, en vista de todo lo que tenía que reconquistar. Lostrabajadores escogieron la vía de la resistencia pasiva, perodespués continuaron avanzando, gracias a sus organizacio-nes y a sus publicaciones clandestinas, en la conciencia de sutarea histórica inalterada. Desde entonces la suerte de larevolución polaca depende más que nunca de lo que haga elproletariado ruso, pero lo que ha hecho ya constituye laconstrucción más importante de un movimiento antiburo-crático generalizado.

En cuanto a Francia, país donde el internacionalismoes más fácil de practicar, la revolución polaca ha sido elmomento de la verdad para todos aquellos que se dicen partida-rios de la revolución moderna y de las ideas a través de lascuales ha comenzado a enunciar sus fines. Es verdad que lamayoría no han utilizado estas ideas más que para juzgar almovimiento polaco y no para intentar acudir en su ayuda.Pero de todos modos, han sido reducidos a la reacción delgolpe por golpe, sin poder romper el mecanismo espectacu-lar lo bastante bien instalado hoy en día como para manipu-lar la realidades como stimuli, acontecimientos que soncontemplados con indignación, entusiasmo o cólera, pocoimporta, pero siempre como exteriores. Esta dependenciavis á vis de las mediaciones espectaculares ha culminado enuna especie de perfección, y, cuando el olvido y el silenciohan sucedido a la conspiración del ruido, contemplábamos

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que una vez más no había habido ningún proceso acumula-tivo, que la ‘solidaridad’ con la revolución polaca no habíaproducido ninguna demarcación duradera, ningún terrenode acuerdo para un reagrupamiento antiburocrático, fueracual fuera.

Igual que pasan la época y la oportunidad, la posibleconfluencia entre el pasado de las luchas obreras (el ejemplaresbozo de los medios autónomos de la revolución proleta-ria) y la nueva revuelta nacida espontáneamente del suelo dela sociedad del espectáculo (la crítica del trabajo, de lamercancía y de toda la vida alienada), confluencia por unmomento cercana en algunos de los países desarrollados,deja de poder ser considerada y esperada como resultadoinevitable del proceso objetivo de las condiciones dominan-tes: Pasa a ser, en la memoria y en la conciencia, la tarea deuna nueva época donde la división mundial del trabajorepresivo recurre a todo para que prescriba como deseo ycomo posibilidad. Cuando la fuerza de unificación prácticapor ‘el movimiento real que disuelve las condiciones existen-tes’ desaparece de la vida social, reaparece entonces lanecesidad de una teoría crítica unificada.

La presente organización de la confusión y de la amne-sia, de la ignorancia por el bombardeo de informaciones, halogrado impedir que la revuelta empezada en la juventud seconvirtiera en un fenómeno acumulativo e incluso quepresentara un carácter cíclico; los adultos de hoy, si no sehan suicidado o desintegrado en la locura o en la droga,están, en general, resignados. Y quienes no son todavía adul-tos —si es que alguien puede serlo en esta sociedad del

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infantilismo prolongado— se dan por satisfechos, en suaplastante mayoría, con modos de expresión programadosde la insatisfacción. Por otra parte, y esto es para el enemigoun éxito de mayor alcance, la penetración intensificada de laproducción mercantil que determina y sostiene todo loprecedente está en camino de descomponer todo lo que enla vida de los individuos serviría aún de base para una reanu-dación de la crítica práctica: Lenguaje, comportamientos,terrenos urbanos, memoria, todo lo que era como una reta-guardia de la revolución en la clandestinidad de la experien-cia cotidiana es sometido metódicamente al tiro cruzado dela destrucción y la recuperación.

Sin embargo, en el mismo movimiento, la racionalidadmercantil, volviéndose totalitaria y cada vez más visiblemen-te, por tanto, sinrazón práctica, se hunde inexorablementeen el horror de sus resultados incontrolados. Y, para quienesya la combatían cuando tenía mejor cara, para quienes,desertando de las fábricas o de la cultura, se reencontraronen ese momento de la historia universal en que la perspecti-va de la revolución social volvía a situarse en el centro delmundo y servía de medida a cualquier cosa, para quienes hanvisto entreabrirse la puerta del palacio cerrado del tiempo, yno lo olvidarán nunca, los diez años transcurridos desde quela revolución portuguesa parecía anunciar la extensión a todaEuropa de la subversión de 1968, no habrán sido más que elprecio inevitable del conflicto en el que eligieron participarpersonalmente, precio que pagan también, y más duramen-te, quienes no lo hicieron.

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Le correspondía a Francia, donde nació esa nuevajuventud de la revuelta, ver realizarse su negación más explí-cita. El miterrandismo, presentado como la ‘victoria deMayo del 68’, es efectivamente la victoria de la contrarrevo-lución más moderna, la que en 1968 tuvo que dejar al gaullis-mo ejecutar el trabajo que todavía no era capaz de llevar acabo ella misma. En 1984, un recuperador tan avanzadocomo Attali es el pensador titular de Miterrand, un antiguoburócrata izquierdista como July dirige el diario oficioso dela izquierda tecnológica y un antiguo recogemigas del confu-sionismo maoísta como Castro es el encargado de humani-zar la lepra urbanística de los suburbios3. En 1984, los ‘situs’están en todas partes, pero son los ordenadores los queemiten las indicaciones sobre las condiciones de circulaciónen un París destruido, realizando así un programa exacta-mente inverso a aquel de la deriva que había propulsado aotros situs hacia un proyecto de reconstrucción del mundo.En 1984, el asesinato de Gerard Lebovici, editor de GeorgeOrwell, entre otros, y la campaña de delación lanzada en laocasión contra Guy Debord, muestran que la liquidación dela crítica social está en el orden del día, y pasa eventualmen-te por la de sus raros partidarios declarados. Aquí, como enmateria de alimentación o de hábitat, se trata de suprimir elpunto de comparación, para que el monopolio restaurado de laexpresión social no tenga que temer una reactivación deaquello que por un momento le hizo frente.

Sobre este punto como sobre todos aquellos donde serealiza su programa, el enemigo nos muestra suficientemente, en

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3. N del T: mirar en la página 70 .

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negativo, lo que tenemos que llevar a cabo para defender lasoportunidades de un pensamiento y una vida libres. Sihemos intentado hacer esta Historia de diez años, no es paradeshacernos del pasado, sino para salvar las posibilidadesque contenía. Hoy en día, muchos individuos que se habíanreconocido en esas posibilidades vagan, sin haber renegadode ello, en el ‘laberinto de turbación y de resentimientoscuyos rodeos prolonga indefinidamente la suspensión deuna revolución inacabada’.

Para salir de los laberintos hay momentos en los cualesse puede pasar a través de los muros, y hay otros en que losmuros son demasiado sólidos, y hace falta que la memoriaconsiga reanudar el hilo del tiempo, para recobrar el puntode vista central desde donde pueda descubrir el camino.

Más allá comienza la reconquista de una capacidad dejuicio crítico que responda, sobre todos los hechos constata-bles, al envilecimiento de la vida, y que precipite la escisiónen la sociedad, preliminar de una revolución, sobre la cues-tión histórica por excelencia, la cuestión del progreso. Sin duda,somos asombrosamente incompetentes para restablecer laverdad de los hechos sobre todos los aspectos de unaproducción que se nos escapa, justamente porque se nosescapa. Pero aquellos que poseen las competenciasnecesarias muestran suficientemente al servicio de qué las ponenpara que no nos sintamos obligados a tener demasiadosescrúpulos. Esperamos llegar a traer al mundo, a través deuna investigación metódica, la verdad de los hechos que hoyes totalmente escandalosa, pues no hay ningún detalle de laproducción material sobre el cual ésta no deba mentir para

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mejor ocultar que no domina en absoluto sus consecuencias.Considerando todo lo anterior, se comprenderá que nollevemos la modestia hasta creer de poca importancia nues-tra tarea.

Jacques Attali, consejero de Estado con Mitterrand.Serge July, director del diario ‘Libération’. Roland Castro,urbanista del poder, responsable del plan mitterrandista deremodelación del extrarradio de París, ‘Banlieues 80’.

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* Nota del traductor:

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Postfacio a la‘Historia de diez años’

La ‘Historia de Diez Años’, publicada por el grupo dela Encyclopédie des Nuisances (EdN) en febrero de 1985, quisoser el balance de la ‘primera época de la revolución proleta-ria moderna’ comenzada en 1968. Para la EdN el proletaria-do había logrado poner en crisis al sistema de dominaciónen varios países, pero se había detenido ante la magnitud dela tarea histórica que las consecuencias de su acción plante-aban, permitiendo que dicho sistema se modernizase y pasa-se a la carga, descomponiendo los medios obreros eimposibilitando el contraataque. La EdN trataba de analizara fondo esa derrota que tras de sí no dejaba ni líneas dedemarcación con el enemigo capitalista, ni ‘conclusionesgenerales irreversibles’. A medida que la dominaciónespectacular ocupaba el terreno social se degradaban las‘condiciones subjetivas de la revolución’ y la alienación hacíaestragos. Con el territorio del combate se perdía la memoria,y con la memoria, la misma idea de un proyecto de organi-zación social autónomo. Esa crítica sin concesionespermitió una lucidez con la que se pudo no sólo diagnosti-car el ‘mal’ de la época, sino buscar un antídoto. La EdNtomaba distancias con los grupúsculos izquierdistas y prosi-tus que, identificados con un proletariado abstracto y confí-ando en la próxima aparición de unas ‘condiciones objetivas’

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revolucionarias, creían ahorrarse el trabajo de conocerlo y deapoyarlo, manteniéndose en compás de espera. Pero tambiénlas tomaba, en ese punto al menos, con la I.S., que había justi-ficado su disolución de manera triunfalista: la I.S. no era nece-saria porque los situacionistas estaban en todas partes. LaEdN partía del extremo opuesto: como demostraba el reflu-jo post mayo 68, el proletariado situacionista que volviesesuperflua la reflexión teórica no existía. Es más, puesto que lafusión de conciencia histórica y revuelta contra la sociedaddel espectáculo ya no podía aguardarse como resultado inevi-table de las condiciones dominantes, había que incidir en lacitada reflexión y trabajar en pro de ‘un punto de vista críticounificado’ que abriese perspectivas de superación. Para ello laEdN actuaría del siguiente modo: en lugar de dar a conoceruna nueva teoría general crítica de la sociedad, procedería auna actualización de dicha crítica mediante su relación conhechos concretos de descontento, protestas contra la ‘nocivi-dad’. Así pensaba continuar la sentencia de este mundopronunciada por la teoría revolucionaria del periodo prece-dente, es decir, por la teoría situacionista.

Por ‘nocividad’ —nuisances— la EdN entendía no sola-mente los diversos excesos del sistema productivo, el carácternocivo de sus productos o los factores ‘técnicos’ que amena-zaban la vida de las personas, sino el hecho de la separaciónreal entre los individuos y los resultados de su actividad,responsable de la existencia execrable de especialistas1. Elorigen del concepto y el punto de partida enciclopedista hayque buscarlo en las ‘Tesis sobre la I.S. y su tiempo’, concreta-mente en la tesis 17:1.’Discurso preliminar’, Encyclopédie des Nuisances, nº 1, París, noviembrede 1984.

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‘La polución y el proletariado son hoy los dos lados concretos dela crítica de la economía política. El desarrollo universal de la mercan-cía ha quedado completamente verificado como realización de la econo-mía política, es decir, como ‘renuncia a la vida’. Cuando todo entra enla esfera de los bienes económicos, sea incluso el agua de las fuentes o elaire de las ciudades, todo se convierte en mal económico. La mera sensa-ción inmediata de nocividad [nuisances] y de peligro, más opresiva amedida que pasan los trimestres, al agredir principalmente a la granmayoría, es decir, a los pobres, constituye ya un inmenso factor derevuelta, una exigencia vital de los explotados, tan materialista como lofue la lucha de los obreros del XIX por la comida...’ 2

A lo largo de su trayectoria la EdN trataría de mante-nerse en esa línea marcada por la crítica situacionista tardíaal tiempo que rompía con el supuesto básico del obligadodevenir revolucionario de ‘la clase de la conciencia’. Si bienel carácter esencialmente nuevo de su trabajo crítico le aleja-ba del punto de vista de la I.S., el extremismo coherente dela teoría situacionista le devolvía a la ortodoxia. Algo quedisgustaba al excolaborador y enemigo oculto de la EdN,Guy Debord, quien escribía a su factotum Martos a propó-sito del número 12 de la revista: ‘En este número se cita a la I.S.más que en los once precedentes...’3 En esa tesitura, las viejasverdades de los sesenta a los ojos de la EdN continuaban2. ‘La Verdadera Escisión en la Internacional, circular pública de la InternacionalSituacionista’, París 1972. Existe una traducción española editada por Literatura Gris.3. Carta del 29 de febrero de 1988, en ‘Correspondance avec Guy Debord’, París, Lefin mot de l´Histoire, 1998. No deja de sorprender que Debord captase la novedad deltrabajo enciclopedista mejor que la EdN y la aprovechase para escribir sus‘Comentarios’, en donde partía de la victoria total del espectáculo olvidando su opiniónde 1972, totalmente opuesta. La afirmación no es nada gratuita y espero verla corrobo-rada algún día con la publicación íntegra de la correspondencia entre Debord y la EdN,representada por Jaime Semprún y Christian Sebastián.

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siendo válidas en los ochenta, posición no exenta de contra-dicciones, que se intentaban resolver en el plano teórico: Asípues, la destrucción de los ambientes obreros no significabala desaparición del proletariado, ‘la mayor de las fuerzasproductivas’, ya que ‘la expropiación de la vida existe, lalucha de clases también’. Tales conclusiones, puestas enentredicho por el desarrollo tecnológico y la atomizaciónsocial que remataron la derrota proletaria, y por el carácterirreversible de la misma derrota, eran nuevamente afirmadascinco años después en un texto similar a la ‘Historia de DiezAños’, titulado ‘Ab Ovo’4. El nuevo balance sin embargoadelantaba que el proyecto revolucionario del proletariadono podía basarse en la apropiación de los medios de produc-ción, sino en su detournement por los trabajadores, puesto queeran inservibles para la construcción de una vida libre, sinoen su íntegra transformación. Desde el mismo ‘DiscursoPreliminar’, es decir, desde el principio, la EdN se habíaadherido a la crítica antindustrial, y pregonaba el desmante-lamiento del aparato productivo como tarea histórica delproletariado revolucionario. Había sabido servirse de lectu-ras de algunos autores intelectualmente honestos, alejadosdel medio radical pero sagaces en el desarrollo de dicha críti-ca (Ellul, Charbonneau, Mumford, etc.). Siguiendo el cami-no señalado por Hannah Arendt5 , la EdN califica a lasociedad como sociedad de masas atomizadas y a lademocracia espectacular la tildaba de sistema totalitario de

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4.’Ab Ovo’ (‘En el Origen’), Encyclopédie des Nuisances, nº 14, París,noviembre de 1989. Existe en español una edición casera de la primeraparte hecha por mí que va circulando.5. ‘El Sistema totalitario’, Hannah Arendt, Nueva York, 1951.Publicado en España por Alianza Editorial.

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nuevo cuño, sin terrorismo policial ni partido nazi, todo locual difícilmente ligaba con el concepto habitual de proleta-riado, elemento típico de una sociedad de clases, completa-mente diferente de la contemporánea. Pero la existencia delproletariado quedaba garantizada por una nueva definición:era el sujeto de las luchas contra la nocividad, aquellas quelos ideólogos de la dominación llamaban luchas ‘en defensadel medio ambiente’ o luchas ecologistas. Habiendo desapa-recido de las fábricas la lucha de clases, sobrevivía bajo estanueva forma. Los rescoldos de la contestación antinuclear yla crisis general de la burocracia, manifiesta en el derrumbedel sistema soviético, la revuelta china y los estimulantesretrocesos del partido estalinista polaco, incitaban aloptimismo, pero con eso o sin eso la EdN se mantenía ensus trece, confiando en la posibilidad de la formación colec-tiva de un punto de vista crítico en las luchas contra losfenómenos nocivos, y aunque ya no contemplara la teoríasituacionista como ‘la expresión general y nada más delmovimiento histórico real’, la consideraba ‘un mínimo’ alque había que reforzar y desarrollar. Ese ir y venir a la I.S.fue típico de la EdN en todos sus momentos. Era capaz deplantear la cuestión social en sus coordenadas históricasreales incluso de proporcionar a la época algunas ideasinaceptables, pero el prestigio de la teoría más radical de sutiempo podía más que su empeño. Para los miembros de laEdN la teoría situacionista no era un saber acabado propiode una época pasada, con méritos enormes pero en procesode recuperación por el sistema dominante, sino, como diríaHegel, una teoría válida que, al ser cronológicamente la últi-ma, resultaba de todas las precedentes y contenía todos susprincipios. Si bien pueden rastrearse en todos lo números de

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la revista elementos de una crítica objetiva distinta, y así locomprendieron y lo denunciaron sus enemigos, el únicoanálisis crítico que llegó a emitirse expresamente fue en granparte ad hominem; se refería a la práctica de la I. S. y no a laslógicas insuficiencias de índole teórica que podían hallarsefrente a una situación completamente nueva6. La nocividadquedó definida como la última contradicción entre las fuer-zas productivas y los medios de producción y la lucha contrala nocividad fue convertida en un trasunto de la lucha declases. Con esa operación de salvamento por transferencia sesoslayaba la evidencia de que si el movimiento obrero clási-co había periclitado, las luchas posteriores sufrirían lasconsecuencias de la derrota y serían necesariamente débilesy limitadas. No podía reconstituirse una clase casi ex nihilo ymucho menos convertirse en la fuerza central que pudieraparalizar a la sociedad. Lo que en ‘Historia de Diez Años’ erancontradicciones menores, en ‘Ab Ovo’ se habían convertidoen trabas ideológicas. Del error se saldría con la práctica (losenciclopedistas siempre fueron más activistas que teóricos),pues pronto se comprobó en directo que las luchas contra lanocividad eran fácilmente recuperadas por los ecologistas,los políticos locales y los representantes municipales, nopermitiendo sus protagonistas que la menor crítica revolu-cionaria se les acercase, prueba de la falta absoluta deconciencia de clase en la crisis territorial y ambiental. Porsupuesto que existía el proletariado, puede que más quenunca, sólo que no en forma de clase. Al estar disperso enuna sociedad de masas no existía ‘para sí’, desconocía suverdad y no estaba en condiciones de extraerla de ninguna

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6. ‘Abrégé’ (‘Resumen’), Encyclopédie des Nuisances, no 15, París, abril de1992. Hay una edición castellana de Literatura Gris.

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lucha. Los individuos proletarizados, expropiados, se halla-ban encerrados en las miserias de su vida privada, y esareclusión voluntaria era tan profunda que ningún interésgeneral, ni ningún interés de clase, podían cristalizar a partirde muchos particulares. El gran éxito de la dominación erala separación total de los individuos, la base del capitalismomoderno y del fascismo político. La nueva ‘clase obrera’, elproletariado que sufre la nocividad y lo sabe, no podía serotra cosa que la negación abstracta de la renovada y trans-formada clase dominante, pero de ningún modo un sujetohistórico real. No se había equivocado la EdN al postular lanocividad como la esencia de la producción de mercancíasy al indicar el carácter principalmente nocivo de la separa-ción; el error consistía en afrontar tales evidencias con laesperanza puesta en una recomposición proletaria. El enig-ma del proletariado fue resuelto tarde, cuando la EdN habíadejado de ser un grupo organizado y solamente se manifes-taba de modo ocasional. En los noventa, la nueva épocamanifestaba a plena luz el verdadero alcance de la despose-sión y de la miseria de los individuos, apenas en penumbradiez años antes. La subversión situacionista era impune-mente recuperada por el aparato cultural y mediático de ladominación y convertida en ‘la última forma del espectácu-lo revolucionario’7. Mediante el análisis de las huelgas dediciembre de 1995 en Francia la EdN se encontró con unproletariado espectador de sí mismo, cuyas luchas transcu-rrían en los medios de comunicación y eran administradaspor sus empleados. Póstumamente, la EdN rompió con latradición situacionista y la superó, denunciando una lucha

7. Carta de Debord ‘a todos los situacionistas’, 28-I-71, en el volumen 4 dela Correspondance editado por Fayard, París, 2004

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de clases virtual, un fenómeno mediático y un espectáculode masas8.

Con toda evidencia la sinrazón dominante ha seguidosu curso y ha acabado de edificar su mundo. El terrenosocial sobre el que podría nacer una reflexión crítica desapa-rece a pasos agigantados junto con la posibilidad de un suje-to histórico emergente que la lleve a cabo. La revolución,bien trabada por los mecanismos de recuperación, ya no esun escándalo. Desde que los gestos de la revuelta se convier-ten en valores mercantiles la revuelta es imposible. El terre-no es propicio para cualquier ideología aberrante y se nota lanecesidad de una teoría crítica radical que nos ayude a captarla realidad y a marcar una estrategia para cambiarla bien lejosde la ambigüedad y de los fundamentalismos, pero dado elestado lastimoso de los individuos sometidos a los imperati-vos de la economía, y dados los mecanismos de represión ycontrol puestos en marcha, lo elemental sería ya no la inter-pretación del mundo sino la supervivencia ante las condicio-nes alienantes extremas que lo gobiernan; cuando un barcose hunde interesa menos un tratado de navegación que saberconstruir una balsa. Para salvarse del rodillo uniformizadory destructor del capitalismo global, de momento, será másnecesario, como dice con cierto humor irónico JaimeSemprún, un manual de horticultura9. La degradación de losseres humanos ha llegado a tanto que es difícil pensar que el

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9. ‘El Fantasma de la Teoría’, Jaime Semprún, en Nouvelles de nulle part,nº 4, septiembre de 2003, París, Recientemente traducida y publicada porDDT, Bilbao.

8. ‘Observaciones sobre la Parálisis de Diciembre’, Encyclopédie desNuisances, París, 1996. Hay traducción publicada por Virus editorial.

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mundo pare en otra cosa que en la barbarie, cuando, si nosdetenemos a pensar, ya están instalándonos en ella. Lourgente son las tácticas de resistencia inmediata, la circula-ción de las ideas, la salvaguarda del debate público, lasprácticas de solidaridad efectiva, la afirmación de la voluntadsubversiva, la conservación de la dignidad personal, lasecesión del mundo de la mercancía, la preservación de lamemoria, el mantenimiento de un mínimo de lenguajecrítico autónomo... o sea, todo aquello que mantenga algo deluz en el caos y neutralice a los recuperadores. En el mejorde los casos, la crítica revolucionaria ya llegará, y en el peor,dará igual que llegue como que no.

Miguel Amorós, Noviembre de 2004.

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ApéndiceInforme sobre

el movimiento asambleario

El movimiento de las asambleas obreras que remo-vió España desde 1976 a 1978 no fue más que la apariciónindependiente del proletariado, y como consecuencia, laconfirmación de la existencia de la lucha de clases en un paísdonde, tanto la dictadura como las políticas de recambio,durante cuarenta años, habían luchado conjuntamente pordisimularla.

Es la respuesta espontánea del proletariado español alagotamiento político del franquismo, superpuesto a la crisisgeneral de la economía que recorría por entonces el mundocapitalista, en el momento en que aquél intentaba una adap-tación controlada de sus instituciones a formas seudodemo-cráticas, y este, una modernización de la economíaespectacular de mercado que disolviera sin traumas al segun-do asalto proletario contra la sociedad de clases. Pero ello nosignificó un simple rechazo de un régimen político retrógra-do, a saber, el franquismo, y mucho menos, una adhesión acualquier opción antifranquista de relevo. El movimiento delas asambleas fue una sublevación contra toda forma deexplotación que desbordó el estrecho marco políticoburgués donde se le pretendió encajonar y desenmascaró a

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la oposición antifranquista cuando ésta se disponía a nego-ciar unas formas de esclavitud social más europeas, es decir,más estandard, a cambio del acceso a su gestión.

Como constante exigencia de la democracia directa enla lucha, es el retorno de la organización de clase del prole-tariado, de la conciencia de clase, que recuerda en no pocosaspectos la tradición anarquista del viejo proletariado espa-ñol, como en el de la negación de la idea de las vanguardiasdirigentes, de la política, del reformismo sindical, en fín, detoda representación exterior a la clase, y en el de la utiliza-ción de la solidaridad, de la autodefensa, del diálogo directoy de la huelga general en tanto que métodos de lucha espe-cíficos. Y si bien el movimiento libertario poseía el proyectoemancipador y una experiencia orgánica de la que carecía elproletariado asambleario, en cambio este era menos retórico,más numeroso, englobando a sectores no industriales,menos antiintelectualista y más exigente con sus represen-tantes. Con un punto de partida más osado, hubiera llegadomás lejos. El movimiento asambleario es la prolongación delmovimiento obrero en el tardofranquismo y sucede en eltiempo al movimiento del proletariado portugués, manifes-tando un mayor contenido revolucionario: al revés dePortugal, donde el proletariado avanzaba sin enemigosdelante, aquí las asambleas obreras tuvieron desde el princi-pio a todos sus enemigos delante, formando una contrarre-volución compacta, y debieron de avanzar contra todo ycontra todos, incluido contra sus propias carencias, que tancruelmente hicieron sentir sus efectos desde el momento enque perdió fuerza y empuje. El movimiento tardó en serderrotado, e incluso continuó siendo peligroso después de

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haber desaparecido; no sólo porque la idea de las asambleasno fue nunca extirpada del todo, sino porque la democraciaespañola fue edificada contra el movimiento asamblearioobrero, y al extinguirse, todas las fuerzas políticas existentesque cobraban influencia precisamente luchando contra él—en primer lugar los estalinistas, boicoteadores sistemáticosde la organización independiente de las masas, y después elconglomerado de franquistas reformados, disidentes y jesu-ítas, capitaneado por Suárez, en tanto que partido directorde la ‘transición’— perdieron solvencia y entraron en unproceso de descomposición funesto para la misma transi-ción, que se resolvió en un golpe de Estado. Así se dio laparadoja de que, para el PCE, la UCD y los sindicatos, lasasambleas obreras fueron peores disueltas que presentes.Porque eran la causa de su importancia y de su necesidad, y,una vez desaparecida la causa, aquellos no tenían razón deexistir. Acabar con las asambleas obreras no significaba másque entregar pacíficamente el país a las clases dominantes ya sus proyectos políticos más convenientes.

En España, lo mismo que en Polonia, los proletarioslograron imponer sus medios de comunicación y de organi-zación sin ser inmediatamente aislados y aniquilados, peroen Polonia la lucha pudo darse objetivos generales unifica-dores, y traducirse en planteamientos radicales cotidianos, yen España, las formulaciones asamblearias radicales fueronmuy pocas, ciñéndose el movimiento generalmente a la soli-daridad y a reivindicaciones laborales. Pero este no contabacon las simpatías ni con la neutralidad de esas clases mediassecundarias que el capitalismo va creando a medida quetransforma el trabajo social, por ejemplo, los cuadros

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post-universitarios, principal área de reclutamiento de perso-nal dirigente, ni con los intelectuales, ni con la burocraciasindicalista, aunque solamente fuese en versión izquierdista,ni con los empleados de los medios de comunicación.

En España, un país de capitalismo débil, incapaz degrandes iniciativas, y mucho más incapaz de mantener a sualrededor un enjambre no directamente rentable de cuadros,periodistas, burócratas e intelectuales, el Estado suple a laempresa en cuantas tareas son de interés general para la clasedominante. El único medio de existencia y desarrollo detodo ese personal subalterno es el aparato administrativo,político y cultural del Estado; por lo tanto, los fines delEstado son sus propios fines. Y precisamente cuando elEstado se disponía a renovarse y ofrecer empleos a discre-ción, surgió un movimiento asambleario, antipolítico y anti-jerárquico, visiblemente enemigo del Estado. Así pues, elproletariado, apenas entrado en combate, no sólo tuvo queenfrentarse al dinero y al poder, sino a los políticos e ideólo-gos de todo pelo, a todos los arribistas, a los sindicatos, a laprensa, a la cultura, al folklore, incluso. En Polonia no seprodujo esa simbiosis de todas las clases y capas no proleta-rias en torno al Estado; el movimiento fue favorecido poruna complicidad generalizada de todas las capas sociales. EnEspaña el movimiento fue obstaculizado paso a paso poruna complicidad generalizada de todas las capas socialescontra él.

La situación produjo las asambleas. La dictadura, yainstitucionalmente residual, su equipo dirigente dividido, sinel incondicional apoyo de los sectores de poder que la justificaba

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históricamente, había perdido el dominio sobre la sociedadespañola, sin que nadie lo hubiese ganado en su lugar. Lamayoría de los franquistas se daban cuenta de que una vezmuerto Franco, su régimen había dejado de existir, de que elEstado era un cascarón vacío, aislado y desarbolado, y deque había de ser apuntalado con una reforma democrática.Pero el viejo franquismo, al intentar modernizarse, se diocuenta de que era incapaz de imponer sus propios cambios,y ni siquiera de dirigir el país hacia ellos. En 1976, el fran-quismo ‘democrático’ no tenía sentido. La reforma, nonegociada ni con la oposición ni con las familias franquistasrecalcitrantes, tuvo la virtud de disgustar a todo el mundo,polarizando las posturas. Los franquistas reformistas, obliga-dos por credibilidad a la tolerancia, pretendieron debutarcon una congelación salarial, en el preciso momento en quese negociaban multitud de convenios y en que los precios sedisparaban. El repentino agravamiento de las condicioneseconómicas de la ‘fuerza productiva máxima’ fue la gota quecolmó el vaso de la crisis social incubada en los últimos años,y la tolerancia que el régimen de ‘dictablanda’ se veía forza-do a ofrecer fue la brecha por donde se coló el movimiento.

Las huelgas comenzaron en enero en Madrid y seextendieron al poco por todo el país, sorprendiendo a todospor su combatividad y magnitud, y sobre todo por la gene-ralización de las asambleas obreras, decididas y conscientes,órganos de discusión colectiva y de toma de decisiones, queevidenciaba la voluntad de los trabajadores de manejar susasuntos por sí mismos, y de no dejarse manejar por otros.Las asambleas eligieron delegados, extendieron las huelgaspor doquier, muchas veces por simple solidaridad de clase,

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y salieron a la calle, haciendo saltar por los aires la legislaciónvigente, la estructura sindical oficial que los estalinistas espe-raban coger ‘con los ascensores en marcha’ y los planesconjuntos del gobierno, de los banqueros y de la oposición,en los cuales no figuraba el proletariado sino como vulgarmobiliario de sus transacciones. Su entrada en acción habíaalterado cualitativamente la situación, poniendo de manifies-to el antagonismo existente entre clases. Las asambleas,organismos de defensa del interés cotidiano, nacidas paradiscutir los problemas laborales y nombrar a los encargadosde negociar con el empresario, se convertían en todo unpoder, independiente, con una enorme fuerza, cargado deposibilidades de las que muchos obreros empezaban a serconscientes. En Vitoria, durante febrero y marzo de 1976, elmovimiento asambleario alcanzó su punto culminante. Si lashuelgas madrileñas habían descubierto el poco alcance de laapertura gubernamental y habían convencido a los empresa-rios de la necesidad de una central sindical fuerte quecontrolara a los trabajadores, la huelga general de Vitoriatorpedeó definitivamente cualquier reforma continuista ycualquier proyecto de renovación, aunque fuese el de lasmismas CCOO, de la Central Nacional Sindicalista, desen-mascarando el pacto cantado del franquismo postrero con laoposición. La huelga de Vitoria no solamente se servía de laasamblea como arma fundamental —’las armas no son másque la naturaleza de los combatientes’— sino que habíaconseguido imponer las comisiones representativas de delegados,elegidos y revocables, forzando al mismo tiempo la dimisióndel sindicalismo oficial y del oficioso. Los trabajadoresocupaban la calle y las asambleas se introducían en todas lasmanifestaciones de la vida de la población. El movimiento

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dejaba su carácter espontáneo para coordinarse y defender-se. Todos los enemigos del proletariado comprobaban estosrasgos revolucionarios tremendamente contagiosos, quepodían multiplicarse y desembocar en una verdadera revolu-ción si las condiciones seguían favoreciéndolos. Pero la tole-rancia se acabó y los obreros de Vitoria fueron ametrallados.Oposición y gobierno consiguieron que la revuelta provoca-da por los disparos de la policía fuera circunscrita al PaísVasco y que la solidaridad de los obreros del resto delEstado fuera dispersa y duramente reprimida.

En Vitoria termina la primera etapa del movimien-to de las asambleas con importantes resultados: el fracaso dela reforma franquista y la asunción por parte del poder, de lainevitabilidad de los partidos y sindicatos, a los que se tendráque legalizar, ya que son los únicos amortiguadores válidosdel momento; la unificación de la oposición estalinista ysocialista en una plataforma común, la CoordinaciónDemocrática, que habrá de negociar la reforma política y elpacto social —a ‘ruptura pactada’— con un gobierno queconvoque elecciones. El poder estaba asustado, por lo quelos trabajadores habían de considerar el fin de la tolerancia,habían de coordinarse dotándose de una organización autó-noma sólida que superase las dificultades propias de loscomienzos y se enfrentase con éxito a sus enemigos coaliga-dos. Debían de encontrar la manera de reunir todos losproblemas en uno solo, el cual exigiese ser inmediatamenteresuelto, o dicho de otro modo, debían de unificar sus reivin-dicaciones en un proyecto revolucionario coherente.Algunas de las tareas necesarias eran vivamente sentidas,como la de la autoorganización, y en muchas fábricas los

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obreros se organizaron al margen de los sindicatos, pero lacoordinación nunca superó el área local de modo duradero.Solamente unos pocos ramos se coordinaban provincialmente, sinque se pudiese impedir que muchas asambleas manipuladaspor izquierdistas votasen por la constitución de sindicatosunitarios y muchas coordinadoras de delegados se transfor-masen en embriones de sindicatos. Sólo en Vizcaya pudocrearse una Coordinadora Unitaria de Asambleas de Fábrica,responsable de grandes movilizaciones. Las huelgas conti-nuaron pero ya no se extendían con tanta facilidad comoantes porque enfrente tenían a la C.O.S., una asociación decircunstancias de las principales centrales, ocurrida enseptiembre de 1976, para obtener un clima de paz social quefavoreciese las conversaciones entre la oposición y el gobier-no de Suárez. En cambio, eran huelgas más asamblearias ymás antisindicales, por razones evidentes, y también másduras, porque tienen que hacer frente a las fuerzas represi-vas. Seguros de la oposición, los patronos intentaron recupe-rar el terreno perdido en las huelgas anteriores, con ayudadel gobierno, que autorizaba la congelación salarial y losdespidos pasados. La represión causó nuevas muertes e hizoreaccionar de inmediato a los obreros, desencadenándose unotoño caliente. Esta segunda etapa del movimiento de lasasambleas termina con la jornada del 12 de noviembre, trasla cual, el punto de equilibrio de los proletarios asambleístasy burócratas sindicales se desplaza en favor de los últimos, yel movimiento entra en una fase de aislamiento y dispersión.

La alianza entre sectores liberales de la burguesía,socialistas y estalinistas no tenía otra razón de ser que lanecesidad de una evolución política pacífica del régimen

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franquista, y no buscaba otra cosa que el diálogo con él. Suestrategia se basaba en reforzar esa evolución, y lograr acuer-dos del tipo que fuesen. Todo lo que alteraba ese proceso,como por ejemplo, la lucha de clases, estorbaba los planes dela oposición, porque asustaba a los franquistas y ahuyentabaa los representantes burgueses. El proletariado tenía quelimitarse a jugar un papel auxiliar, de eco de las consignas delcónclave estalino-burgués y desfilar dócilmente tras susautonominados dirigentes. Entonces, la clase obrera teníaque sacar las obligadas conclusiones y tratar a la burocraciapolíticosindical sin contemplaciones, como enemigos de lamisma clase que el franquismo. Los obreros constituían unpoder al que todo le era hostil, y ante las perspectivas de lasituación, o afirmaba su autonomía o cedía a la usurpación:‘o asambleas o sindicatos’. Así lo plantearon los másradicales. El problema de la revolución española —y detodas las revoluciones modernas— reside en la raíz mismade esta controversia: reconocer o no reconocer el papelindependiente del proletariado, y actuar en consecuencia.Lo que nunca debieron hacer los proletarios fue llegar a latransacción del 12 de noviembre, cuando, a cambio decalmar su entusiasmo combativo con una masiva demostra-ción antifranquista, cedieron la dirección del movimiento, yla jornada se convirtió en un ensayo de disciplina sindicalcoronado con éxito. Todas las huelgas que sucedierondespués tuvieron a la policía delante y a los sindicatos a laespalda.

Las huelgas de la tercera etapa asamblearia, que alcan-za hasta la legalización de los sindicatos el 28 de abril de1977, transcurrirán aisladas en un ambiente de pacto

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secreto consolidado entre los empresarios y los sindicatos,entre la oposición y el gobierno, habiendo perdido los traba-jadores la iniciativa. Fueron luchas largas, totalmente aparta-das de los sindicatos, que terminan en derrotas. Sin embargofueron huelgas ejemplares, todas ellas capaces de invertir lacorrelación de fuerzas durante un cierto tiempo y de relan-zar el movimiento si se hubiera generalizado. Pero esto yaera muy difícil, y las pocas iniciativas que van en este senti-do, como el aniversario de los hechos de Vitoria y la celebra-ción del Primero de Mayo, fracasan. El régimenpostfranquista abría las puertas de la administración y lapolítica a los partidos y a las clases medias, gente que porprimera vez es consciente de sus intereses de clase específi-cos, que no pasan en absoluto por la revuelta obrera. El PCErepresentaba en esos momentos los intereses de tales clases,herederas del papel histórico jugado otrora por la pequeñaburguesía; había conseguido la adhesión de los sectoresobreros más retrasados políticamente, y había desarmadoideológicamente a los más radicales, convirtiéndose a princi-pios de 1977, en la vanguardia del partido del orden. Comojefe de ese partido, su secretario Carrillo sería presentadopor Fraga en el Club Siglo XXI, ante las élites capitalistasnacionales. La presencia del PCE y de los sindicatos, favore-cida desde el poder, se doblaba con la progresiva divergen-cia entre los intereses cotidianos de los obreros y losverdaderos intereses de clase, ocasionando que el proletaria-do no se enfrentase con unanimidad contra la clase domi-nante y que, en virtud del impacto de la crisis económicadesviada hacia los trabajadores, la solidaridad languideciese yse oscureciese la conciencia de clase. Entonces bastó que elfranquismo residual contraatacase fomentando reacciones

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antirreformistas entre los militares y recurriendo a la estrate-gia de la tensión, como los fascistas italianos, para que laoposición se lanzase en brazos del gobierno franquista reno-vador, desorientando y desmoralizando al proletariado. Esaunión sagrada fue remachada tras las elecciones del 15-J conun calamitoso pacto social.

El Pacto de la Moncloa, en septiembre de 1977, fueun frente común de todos los partidos con el gobierno, encontra de una posible ofensiva proletaria que el empeora-miento de las condiciones económicas hacía temer. Porprimera vez, los sindicatos son reconocidos públicamente encalidad de esquiroles y rompehuelgas, como responsables dela domesticación de la clase obrera y de su sometimiento alas leyes ‘naturales’ de la producción que sellan el dominiodel capital sobre el trabajo. Hasta entonces, sus victoriassobre las asambleas habían sido efímeras, porque no seacompañaban de mejoras materiales que les prestigiasen; locontrario era más cierto: cada intervención sindical habíasido nefasta para el nivel de vida de los obreros, y por tanto,todos sus pasteleos pendían siempre del hilo de una no dese-ada reactivación del movimiento asambleario. El movimien-to había sido preservado en el País Vasco, donde se le habíanañadido los abertzales. Entre julio y septiembre, los obrerosdel calzado de la provincia de Alicante dieron el mayor ejem-plo de organización asamblearia conocido. Con el Pacto dela Moncloa se daba la paradoja de que a pesar de haber sidoderrotado el movimiento asambleario, los sindicatos ypartidos no sacaban todo el provecho que querían y, cuandotrataban de hacerlo, antes perdían que ganaban. Todas lashuelgas importantes que ocurrieron a partir de entonces,

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eran, de un modo u otro, huelgas contra el pacto. Durante elmes de octubre de 1977, en Cádiz, la Coordinadora de trabaja-dores llegó a tomar la ciudad, como en Vitoria, y en noviem-bre se celebraron grandes manifestaciones contra el pacto engrandes ciudades, culminando el movimiento un mes mástarde con las huelgas generales de Vizcaya y Tenerife.Muchos empresarios tuvieron que olvidarse de los sindica-listas y aceptar a delegados elegidos en las asambleas. Peroesta cuarta etapa del movimiento asambleario contradicto-riamente no termina con un relanzamiento de la democraciadirecta en las fábricas y en la calle, sino con su casi desapa-rición, observable a partir del 16 de enero de 1978, fecha delinicio de las elecciones sindicales. Entonces irán terminandoel diálogo en la base y la representación directa. No se podráhablar ya de asambleísmo sino como una tendencia cada vezmás minoritaria entre los obreros, como un conjunto deprácticas cada vez más residual y criminalizado por susenemigos. En adelante, la clase obrera pintará muy poco enlos acontecimientos.

Las asambleas obreras hicieron retroceder a sus enemi-gos varias veces, pero no ocuparon el terreno que aquélloscedían. El movimiento, falto de cohesión, se fue agotando,sin objetivos generales, sin poder dar golpes decisivos. Laausencia de una corriente revolucionaria definida constituí-da por asambleístas, contribuyó más todavía a que la confu-sión se instalase. El movimiento de las asambleas habíallegado lo bastante lejos como para necesitar comprendersus obras y las consecuencias de sus obras. Para avanzardespués de haber librado batalla, había de protegerse contrala recuperación, progresando en la organización y en la

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definición de tareas. Cuando se presenta la oportunidad depasar a una fase superior de la lucha contra el Capital y elEstado, el instinto de clase no es suficiente: la conciencia declase es el factor decisivo. El conocimiento del conjunto delas condiciones de lucha, la comprensión clara de la realidad,el juicio exacto del orden social capitalista. El proletariadocombate a la sociedad de clases obligándola a enfrentarse aun conocimiento de sí misma. En paralelo con la luchaeconómica se desarrolla una lucha por la conciencia, por elconocimiento de la sociedad. Porque el conocimiento socialhistórico, la toma de conciencia social, significa también laposibilidad del dominio de la sociedad, la propia emancipa-ción social, si el proletariado sale triunfante en esa lucha.Ambas luchas se hallan imbrincadas, y cada una es real sólosi va acompañada de la otra. La única condición para queesto se cumpla es la acción autónoma del proletariado. Si elproletariado no consigue independizarse de representacio-nes exteriores a él, su proceso emancipador se detiene yacaba. Esa es la principal enseñanza del movimiento de lasasambleas.

Miguel Amorós, Octubre de 1984.

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‘Nota de 1995. El Estatuto de los Trabajadores, obra dela patronal CEOE y de la UGT, apoyada con reticencias porCCOO, fue promulgado el 10 de marzo de 1980. Introducíala flexibilidad de las plantillas y suprimía la práctica corrien-te de las asambleas, pero no para dar mayor protagonismo alos Comités de Empresa legales sino para darlo a las cúspi-des de las centrales, consagrando los acuerdos verticales (porarriba). El capítulo relativo al derecho de reunión establecíala periodicidad óptima de las asambleas ¡UNA CADA SEISMESES! Además, su celebración sucedería fuera del horariode trabajo, con un orden del día prefijado y con los asisten-tes de otras empresas (si los hubiere) previamente anuncia-dos.’

Miguel Amorós, Barcelona, 1996.

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Klinamen es un proyecto antiautoritario que nació con laidea de difundir y financiar distintas luchas que sellevaban a cabo dentro del estado español a través de laautoedición de textos anticapitalistas. Consta de unaeditorial, esqueleto y motor del proyecto y de un portalweb con el que buscamos potenciar la autoedición detextos y aportar recursos a quien no los tiene, aumentar ysolidificar los canales de distribución alternativa ya exis-tentes y contribuir a la autogestión y a la autonomía deproyectos anticapitalistas.

Experiencias ajenas nos han demostrado que no es posibleconjugar el proyecto político y la remuneración económi-ca: algo difícilmente puede ser negocio e instrumento delucha a la vez. Por eso este no es un proyecto editorialcomercial, sino autónomo y libertario. Cada euro conse-guido es reinvertido en una nueva propuesta de edición oen apoyar otras luchas revolucionarias.

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OS CANGACEIROS España en el corazón.

Desde el desembarco de la PrimeraInternacional en tierras hispanas hastalos preludios de la huelga-espectáculo del14 de diciembre del 88, se nos ofrece unaexcelente radiografía, tan exenta de lapachanga anarquista como de toscosdictámenes paleo-marxistas, de losrasgos que dieron su peculiar impronta ala revuelta de los pobres en España.

Edita: Pepitas de calabaza205 pag.| 10 €.

LAS ARMAS DE LA CRÍTICA

Esta breve selección de concisas exposiciones (pensadas y orien-tadas para ilustrar el debate interno de los colectivos anfitriones)muestra la actualidad del término ‘texto de combate’: escribirpara la práctica emancipatoria desde el compromiso social y el

posicionamiento en cada una de las polémicas que éste acarrea.Miguel Amorós.

Edita: Muturreko burutazioakISBN: 84-96044-45-9 | 5 €

ILUSIONES POLÍTICAS Y LUCHA DE CLASESdel antifranquismo al postfranquismo.

El reformismo obrero y el reformismo del capital se unieroncontra la autonomía obrera.Encarar la explicación de lo sucedido estos últimos cincuentaaños a partir de la evolución de la relación capital/trabajo, es elproposito de Cajo Brendel / Henri Simon coautores de estelibro.

Edita: Virus Editorial216 pag. | ISBN: 84-96044-32-7 | 13,20 €

Recomendaciones

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VIVIR EN EL ALAMBRE Y OTROS ESCRITOS

Selección de últimos escritos de RamónGerminal, que fueron concebidos comointervenciones y que quieren seguir siendoeso, un tomar parte en el conflicto del actuaren la inaplazable tarea de desasirnos de loslazos sociales de la dominación.

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gobiernan pretenden atajar la absurda espiral más delito, máscárceles, más delitos— damos en esta memoria razones para no

levantarlas.

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