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ISBN: 978-607-424-528-8

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ISBN: 978-607-424-528-8

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RECORRIDOS DE LA PRENSA MODERNAA LA PRENSA ACTUAL

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Universidad Autónoma de QuerétaroDr. Gilberto Herrera RuizRector

Dr. Irineo Torres PachecoSecretario Académico

Dra. Ma. Margarita Espinosa BlasDirectora de la Facultad de Filosofía

Universidad Michoacana de San Nicolás de HidalgoDr. Medardo Serna GonzálezRector

Dr. Jaime Espino ValenciaSecretario Académico

Dr. Sergio García ÁvilaCentro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita

Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en IberoaméricaConsejo AcadémicoDra. Adriana Pineda Soto (UMSNH)Dra. Laura Edith Bonilla de León (UNAM-FES-Acatlán)Mtro. Luis Felipe Estrada Carreón (UNAM-FES-Acatlán)Dra. Fausta Gantús (Instituto de Investigaciones Dr. José Maria Luis Mora)Dr. Sarelly Martínez (UNACH)Dr. Marco Antonio Flores (UAZ)Dr. Carlos Sánchez Silva (UABJO)Mtro. Francisco José Ruiz Cervantes (UABJO)

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Recorridos de la prensa modernaa la prensa actual

Adriana Pineda SotoCoordinadora

Universidad Autónoma de QuerétaroFacultad de Filosofía

Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en IberoaméricaUniversidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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LA HISTORIA POLÍTICA Y LA HISTORIA DE LA PRENSA:LOS DESAFÍOS DE UN ENLACE

PAULA ALONSOGeorge Washington University

All language is historicallyconditioned, and all history

is linguistically conditioned.1

Estas reflexiones se inician con un punto de partida que es simple pero que vale la penasubrayar, y es que el enlace entre la historia política y la historia de la prensa tiene unahistoria relativamente corta. Hasta las décadas de 1980 y 1990, cada una había corridopor carriles relativamente separados. La prensa era utiliza principalmente como insumoo fuente de la historia política, y la política era, por lo general, el contexto referencialde una historia de la prensa focalizada en temas de tiradas de diarios, circulación,autoría, etc. Hoy, esto ha cambiado de tal modo que resulta improbable que el análisisde la historia política no incluya un análisis de la prensa como aspecto constitutivo dela misma, o que un análisis de la prensa en el pasado no se entrelace con el mundopolítico sobre el que actuó, modificándolo. Para decirlo en forma algo simplista: mien-tras la prensa hacía política, la política hacía prensa, por lo que resultaría imposibleanalizar a una desligada de la otra.

Naturalmente, hay varios factores que obedecen a dicha transformación. El sur-gimiento en los años ochenta de lo que se llamó la “Nueva Historia Política”, eviden-ció sus principales renovaciones al señalar el peligro de reducir el comportamientopolítico a determinantes sociales, al tiempo que resaltaba la relativa autonomía de lapolítica y subrayaba el rol crucial del lenguaje y los conceptos en moldear los compor-tamientos y dotarlos de sentido. La matriz de análisis de la historia política se vioexpandida de las instituciones, los sistemas representativos y los actores, hacia un área

1 Reinhart Kolleleck, “Linguistic Change and the History of Events”, Journal of Modern History, vol. 61,Nº. 4 (diciembre 1989) p. 649.

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de estudio sin límites precisos ni metodologías preestablecidas genéricamente llamada“cultura política”.2 Por esta última, según sus principales mentores, debía entenderseaquellas arenas en que distintos grupos compiten por apropiarse o imponer sus propiasdefiniciones.3

La historia de la prensa, no es necesario decirlo, también se vio renovada, yentre sus cambios pueden subrayarse el viraje de enfoque de estudios sobre tiradas,características e inventarios de los diarios o panfletos hacia: i) un análisis de sus conte-nidos; ii) a estudios sobre los entornos o grupos que producen y regulan la prensa; y iii)a temas variados que incluyen el periodismo como empresa; la vida de los periodistas,los periodistas como intelectuales. La historia de la prensa ha sido redescubierta comoun área que ofrece varios atractivos: es un campo fértil para el trabajo comparativo ypara el trabajo en equipo (zonas generalmente ríspidas para historiadores empiristas);puede ser abordada desde una variedad de disciplinas (historia de las ideas, culturapolítica, lingüística, comunicación), y susceptible de ser escudriñada por una variedadde métodos, tanto cuantitativos como analíticos.4 El auge de los estudios de la prensa,del que este Congreso es testimonio, es incluso cuantificable. Se ha estimado, por ejem-plo, que ha habido más estudios de la prensa en Francia desde 1969 que para todo elperíodo entre 1789 y 1969.5 Lo mismo podría decirse para América Latina.6

2 Wharman, Dror, “The New Political History: A Review Essay”, Social History, vol. 21, Nº. 3, octubre1996, pp. 343-344.3 Entre los principales mentores de la “cultura política” cabe citar a Francois Furet, Interpreting the FrenchRevolution, Cambridge, Cambridge University Press, 1981; Lynn Hunt, Politics, Culture and Class in theFrench Revolution, Berkeley, University of California Press, 1984; y su “Introduction: History, Culture andText”, en Lynn Hunt (ed.), The New Culural History: Essays, Berkeley y Los Angeles, University of CaliforniaPress, 1989; Mona Ozouf, Festivals and the French Revolution, Cambridge, MA, Harvard UniversityPress, 1988. Para un análisis de la “nueva historia política” en America Latina, véase Guillermo Palacios(coord.), Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, s. XIX, México, El Colegio de Méxi-co, 2007. Para el caso argentino, véase en dicho volúmen el capítulo de Hilda Sabato, “La política argentinaen el siglo XIX: notas sobre una historia renovada”; Tulio Halperín Donghi, “El resurgimiento de la historiapolítica: Problemas y perspectivas”, en Beatriz Bragoni (ed.) Microanálisis: ensayos de historiografíaargentina, Buenos Aires, Ed. Prometeo, 2004; Paula Alonso, “La reciente historia política de la Argentinadel ochenta al centenario”, Anuario iehs, Nº. 13, 1998, pp. 393-395.4 Jack R. Censer y Jeremy D. Popkin, “Historians and the Press”, en su Press and Politics in Pre-Revolutionary France, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, 1987, pp.11-13; JeremyPopkin, “The Press and the French Revolution after two Hundred Years. Review Article”, French HistoryStudies, vol. 16, Nº. 3, primavera 1990, p. 671; y Joan B. Landes, “More Than Words: The Printing Pressand the French Revolution. Review Essay”, Eighteen Century Studies, vol. 25, Nº. 1, otoño, 1991, pp. 87-88. Un excelente ejemplos de trabajo comparativo puede verse en Stephen Botein, Jack R. Censer y HarrietRitvo, “The Periodical Press in Eighteen-Century English and French Society: A Cross-Cultural Approach”,Society for Comparative Studies in Society and History, vol. 23, Nº. 3 (julio 1981), pp. 464-490.5 Jack R. Censer, The French Press in the Age of Enlightment, London and New York, Routledge, 1994, p. 2.6 Mientras que las publicaciones son muchas como para hacer una mención exhaustiva, puede verse amodo de ejemplo los trabajos coleccionados en los siguientes volúmenes: Adriana Pineda Soto, Plumas ytinta de la prensa Mexicana, (Universidad Michoacana de San Miguel de Hidalgo), 2008; Adriana Pineda

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También es conocido que estos cambios, tanto en la historia política como en lahistoria de la prensa, obedecen a transformaciones más generales experimentadas enlas ciencias humanas, los cuales pueden pensarse como una combinación de nuevasepistemologías y metodologías desarrolladas, así como también de modas temáticas.Los principales resortes de dichas transformaciones provinieron, como es sabido, delpost-estructuralismo y los llamados giros lingüístico y cultural, que aunque disímiles,generalmente se colapsan en las discusiones historiográficas. Dentro del giro lingüísti-co hoy se engloban una diversidad de cuestiones, como ser, “la investigación filosóficadel lenguaje; las exploraciones antropológicas de la cultura, los interrogantespsicoanalíticos de la formación del sujeto; y afirmaciones radicales sobre las posibili-dades y límites del conocimiento”,7 cuyo impacto, ha naturalmente afectado a las dis-tintas disciplinas en forma desigual. Junto a dichos desafíos, a veces en forma paralelay otras en función de los mismos, temáticas como sociabilidad, asociacionismo, crimi-nalidad, esfera pública, ciudadanía, imaginarios, irrumpieron en esos años.8

Hoy el giro lingüístico se ha dado por superado (para muchos con alivio) y lamirada se ha puesto en los nuevos “giros”, que ya se han asomado, muchos de ellos,como los anteriores, con aspiraciones hegemónicas sobre la disciplina.9 Así, el giroimperial, el trasnacional, el internacional, el del medio ambiente, se presentan comolos componentes del nuevo horizonte historiográfico, aunque en dicho listado se con-fundan muchas veces, como ha sido notado, desafíos epistemológicos y metodológicoscon modas temáticas.10 Mientras que el posmodernismo ha tenido una muerte máslenta que la anunciada repetidamente en los últimos años, balances retrospectivos so-bre sus aportes y/o sus acechos a la disciplina de la historia nos han ayudado a com-prender más claramente su significado e impacto que cuando se encontraban en sumomento de esplendor. Genealogías sobre sus orígenes y desarrollo, sobre la incohe-

Soto y Fausta Gantús, Miradas y acercamientos a la prensa decimonónica, Morelia, (Mich.: UniversidadMichoacana de San Nicolás de Hidalgo), 2013; Fausta Gantús y Alicia Salmerón (Coords.), Prensa yelecciones. Formas de hacer política en el México del siglo XIX, (México, Instituto Mora), 2014; FranciscoA. Ortega Martínez y Alexander Chaparro Silva (eds.), Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultu-ra política, siglos XVIII y XIX, (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia), 2012; Paula Alonso, Construc-ciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Lati-na, 1820-1920, (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica), 2004. Ensayos historiográficos para el casoArgentino puede verse en Hilda Sabato, “Los desafíos de la República. Notas sobre la política en la Argen-tina pos Caseros”, Estudios Sociales, Nº. 46 (primer semester 2014), pp. 77-116.7 Judith Surkis, “When Was the Linguistic Turn? A Genealogy”, The American Historical Review, vol. 117,Nº. 3, junio 2012, p. 703.8 Véase, John E. Toews, “Intellectual History after the Linguistic Turn: The Autonomy of Meaning and theIrreductibility of Experience”, The American Historical Review, vol. 92, Nº. 4 (octubre 1987), pp. 879-907.9 Véase, por ejemplo, James T. Kloppenberg, “Thinking Historically: A Manifesto of ProgramaticHermeneutics”, Modern Intellectual History, 9, 1 (2012), pp. 201-216.10 Gary Wilder, “From Optic to Topic: The Foreclosure Effect of Historiographic Turns”, The AmericanHistorical Review, vol. 117, Nº. 3, junio 2012, pp. 723-745.

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rencia de algunas de sus propuestas, sobre la diversidad que invocamos y a la vezaplanamos bajo el rótulo de “giro lingüístico”, así como evaluaciones sobre el concep-to mismo de “giro”, han colaborado en esclarecer tanto su naturaleza como sus efec-tos.11

Las actas de defunción de este movimiento epistemológico, ahora en ocaso, nosha permitido contemplar que la versión más extrema del giro lingüístico no ha tenidomayores seguidores entre los historiadores. La idea de que no existe un universo obje-tivo independiente del lenguaje que puede ser “conocido”, encontró escasos adeptos.Aún así, resulta innegable que el desafío semiótico dejó profundas marcas en la formaen que pensamos la historia, en los reclamos que hacemos o nos animamos a hacersobre su “realidad” y posible aprehensión, y sobre las metodologías que empleamos.12

Y uno de los efectos más significativos, a mi entender, ha sido la forma en que lasviejas fronteras entre la historia social, la historia intelectual, la historia política y (enmenor medida) la historia económica han sido desdibujadas. El giro lingüístico afectóen forma diferenciada a cada una de ellas pero el resultado es que hoy resulta difícildefinir marcos precisos.

¿De que forma estas transformaciones se relacionan con el título de mi ponen-cia? A modo general cabe afirmarse que si las subdisciplinas de la historia han sidoafectadas en sus temáticas, en sus metodologías, y en sus bordes, dicho proceso le haofrecido tanto a la historia política como a la historia de la prensa un amplio ámbito deposibilidades, fortaleciendo en el proceso los vínculos entre ambas. Naturalmente, notodos los que se sentían parte de la “Nueva Historia Política” se interesaron por lasposibilidades que ofrecía reparar en sus aspectos discursivos y simbólicos. Por logeneral, sin embargo, la historia política se acercó a la historia cultural e intelectualaunque sus precursores no constituían un grupo homogéneo. La llamada Escuela deCambridge, y la escuela alemana de historia de los conceptos, corrieron por vías para-lelas por varias décadas, si bien más recientemente se trazaran puentes entre ellas.13

Los precursores de la historia cultural francesa, por su parte, decían diferenciarse de laAmericana, mientras que en la academia Americana se ligaba a los cultores del giro

11 Véase Gabriel M. Spiegel, “The Task of the Historian”, The American Historical Review, vol. 114, Nº. 1,febrero 2009, pp. 1-15; y The American Historical Review Forum: Historiographic “Turns” in CriticalPerspective”, vol. 117, Nº. 3, junio 2012, particularmente, Surkis, “When was the Linguistic Turn?”; GaryWilder, “From Optic to Topic”; James W. Cook, “The Kids Are All Right: On the “Turning” of CulturalHistory, pp. 746-771; y Nathan Perl-Rosenthal, “Comment: Generational Turns”, pp. 804-813.12 Spiegel, “The Task of the Historian”, p. 2.13 Véase, por ejemplo, Quentin Skinner, “Retrospect: Studying rhetoric and concept change” en su Visionsof Politics, vol. 1, (Cambridge, Cambridge University Press), 2002, pp, 175-204; Kari Palonen, The Strugglewith Time. A Conceptual History of “Politics” as an Activity”, LIT Verlag Hamburg, 2006; Samuel Moyn(eds.), “Imaginery Intellectual History” en Darrin M. McMahon y Samuel Moyn, Rethinking ModernEuropean Intellectual History, Oxford University Press, Oxford, 2014, pp. 112-130.

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cultural con los intelectuales franceses, como muestran los debates sobre el texto deRoger Chartier, “Al borde del acantilado”.14

Cabe recordar, sin embargo, que las discusiones epistemológicas relacionadascon los giros lingüístico y cultural, si bien contribuyeron a la revitalización de la histo-ria política, su principal objeto de estudio no era la prensa, sino textos extensos, gene-ralmente producidos por un solo autor, libros que por diferentes razones son escogidoscomo referencia, aunque su análisis demanden que sean contextualizados (a la manerade Skinner) o se consideren parte de un determinado campo semántico (a la manera deKoselleck).

Un segundo aspecto del relativamente reciente enlace de la prensa con la “nue-va historia política” y relacionado con el primero, se relaciona con el rol o impacto dela prensa en “la política”. Cabe en estas páginas solamente brindar algunoscuestionamientos a como pensar dicha relación. Más allá de elucidar las ideologías enpugna, las cuales se emplean para hacer política, pensar en la relación entre la prensa yla política no se agota en su mera reconstrucción. ¿Qué se entiende por “política” alvincularla con la prensa? ¿Cómo pueden pensarse las diversas formas en que dichoenlace tuvo lugar? Para ello nos remitiremos a conceptos ya clásicos pero aún vigentes,como ser las distinciones entre “lo político” y “la política”, así como la relevancia de lanoción habermasiana de “esfera pública” para este tipo de análisis.

Las siguientes páginas, por lo tanto, son algo eclécticas. En ellas se mezclan, enprimer lugar, una reflexión sobre el momento historiográfico que se inició en los años1980 cuando comenzó a enlazarse intencionalmente a la historia de la prensa con la“Nueva Historia Política”. Lejos de ser un análisis de la producción llevada a cabodesde entonces, estas reflexiones intentan abordar algunos aspectos de las metodologíasempleadas en dicho enlace. Dado que el giro lingüístico y el cultural se encuentranpara muchos ya “superados”, este es un momento oportuno para sopesar cual ha sido elimpacto de dichas metodologías para el análisis de la prensa. ¿Cuál han sido sus alcan-ces y también sus limitaciones? ¿En que forma han podido emplearse para el estudiodel contenido de la prensa metodologías destinadas a otro tipo de textualidad? Comobien ha dicho, David Hollinger, uno de los principales legados del giro lingüístico (ypodría agregarse también del giro cultural) es que nos ha hecho metodológicamentemás rigurosos.15 ¿Pero como se ha manifestado dicha “rigurosidad” para el análisis dela prensa?

La relevancia de dichas cuestiones para los historiadores de la prensa va a estarmarcada por nuestros propios objetivos, y por la naturaleza de nuestro objeto de estu-

14 Véase, por ejemplo, el vol. 21, Nº. 2 (primavera 1998) de French Historical Studies, en especial lostextos de William H. Sewell Jr., “Language and Practice in Cultural History: Backing Aways from the Edgeof the Cliff, pp, 251254; y Jonathan Dewald, “Roger Chartier and the Fate of Cultural History”, pp. 221-242.15 Toews, “Intellectual History”, p. 893.

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dio en un determinado tiempo y lugar. Al fin y al cabo, uno de las principales objecio-nes a la historia cultural se destina a destacar que, dada su naturaleza, la misma quedasujetada a espacios y temporalidades de pequeña dimensión.16 En estas reflexiones,por lo tanto, ofreceré ejemplos de mis propios trabajos, no como “modelos”, sino comoreferencia a casos particulares y concretos en los que me he enfrentado a los desafíosde unir ambos elementos —la política y la prensa. Los utilizo, por lo tanto, únicamentepara ejemplificar algunas de las cuestiones metodológicas a las que hago mención.

Un segundo ángulo en estas páginas eclécticas se refiere a la prensa y la políticaen otro sentido. Mientras que en el primer análisis se ofrece una reflexión sobre lasposibilidades de análisis del contenido de la prensa como forma de construir las ideo-logías de quienes la utilizaran para esgrimir en la arena política, en esta última sección,en cambio, la reflexión se encuentra dedicada a pensar a qué nos referimos con eltérmino de “política” al pensar su vinculación con la prensa. Nuevamente, trayendo acolación el caso de la prensa en la Argentina de fin de siglo XIX, en esta sección se hacereferencia a la distinción de la política como “actividad” de “lo político” y a las distin-tas posibilidades que nos ofrece dicha diferenciación al relacionarla con la prensa.

En la intención de estas páginas se anida el anhelo de que sirvan para reflexio-nar, cuestionar, y, en lo posible, producir nuevos interrogantes.

La “prensa política” de la Argentina de fin de siglo XIX

¿Cómo utilizar a la prensa para reconstruir las disputas ideológicas entre diferentespartidos políticos a fines del siglo XIX en la Argentina? Siguiendo a Clifford Geertz, unaideología es definida en estos trabajos como una vaga asociación de ideas destinada agenerar apoyo, promover entendimiento, e inspirar acción. Su relevancia radica en quelas mismas definen funciones, jerarquizan valores, crean identidades y adjudican roles.Naturalmente, influida en la década de 1980 por un nuevo entendimiento del discursocomo un elemento constitutivo y a las vez constituyente de la política, la prensa se mepresentaba en los inicios de mi investigación, como una fuente hasta el momento pocoexplorada en la forma en que me proponía hacerlo, es decir para discernir a través deella las batallas llevadas a cabo por los distintos partidos políticos por imponer unadeterminada representación de la sociedad, compitiendo con representaciones rivales.

Además, me interesaba principalmente el período de las dos últimas décadasdecimonónicas en la Argentina, porque allí tenía lugar conjuntamente la “moderniza-ción” de los partidos políticos y la “modernización” de la prensa. Por modernizaciónde lo los partidos cabe entenderse un proceso ni lineal ni uniforme en que los partidospolíticos intentan darse una organización democrática, con comités, elecciones inter-

16 Véase, por ejemplo, Lynn Hunt Writing History in the Global Era, W.W. Norton & Company, 2014.

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nas para la elección de candidatos, etc. En el caso de los partidos opositores de ladécada de 1890, dicha modernización se vinculaba a la vez con una lucha por movili-zar a la población para incitarla a participar del ámbito público, representada por laformación del la Unión Cívica Radical, la Unión Cívica Nacional y poco más tarde elPartido Socialista. Por el contrario, el partido en el gobierno, el Partido AutonomistaNacional, desechó la idea de modernización partidaria, negando darse unainstitucionalidad interna, o incluso acordar informalmente la selección de candidatos apuestos electivos, invistiendo a su partido de un discurso desmovilizador en el que elejercicio ciudadano debía limitarse al momento electoral para luego dejar tranquilo algobierno para ejecutar su obra.

En dicho contexto mi foco de atención estuvo centrado en la reconstrucción delas disputas ideológicas que tuvo lugar a través de la prensa partidaria en los años 1880y 1890, entre el PAN, la Unión Cívica Radical y la Unión Cívica Nacional.17

¿En qué consistía la prensa sobre la que trabajaba para reconstruir dichos deba-tes? La definición de “prensa política”, si bien es la utilizada comúnmente para estetipo de prensa, en realidad explica poco sobre su naturaleza ya que toda prensa era, pordefinición “política”, y como tal, se trataba de uno de los principales componentes enla vida pública Argentina (y también latinoamericana) del fin de siglo XIX. Sin embargohabía distintos tipos de “prensa política”. En su estudio pionero sobre la prensa Argen-tina, Ernesto Quesada definía al diario político como “los diarios que tienen vozdelibernante en las cuestiones del momento” y estimaba que de las 214 publicacionesdel país en 1882, 146 correspondían a esta categoría.18 Para mis propósitos, sin embar-go, adopté una categoría más restringida ya que me interesaba principalmente aquellaprensa que pertenecía a cada partido o agrupación política. Ellas eran el principal me-dio a través del cual cada facción o partido político lanzaba sus ideas, combatía aladversario y se defendía de los ataques de la oposición.

El objetivo de esta prensa partidaria distaba de ser el de informar al lector sobrelos eventos del día, locales e internacionales, reclamando mantener cierta independen-

17 Estas preocupaciones se plasmaron en “En la primavera de la historia’. El discurso político del roquismode la década del ochenta a través de su prensa”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana“Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, Nº.15, pp. 35-70, 1er semester 1997; Entre la revolución y lasurnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años noventa,(Buenos Aires,Ed. Sudamericana/Universidad de San Andrés, 2000); “Tribuna Nacional, Sud-América y la legitimacióndel poder (1880-1890)”, Entrepasados, año XII, Nº. 24/25, 2003; “La Tribuna Nacional y Sud-América:tensiones ideológicas en la construcción de la Argentina Moderna en la década de 1880”, en Construccio-nes impresas; “Ideological Tensions in the Foundational Decade of “Modern Argentina”. The PoliticalDebates of the 1880s”, Hispanic American Historical Review, vol. 87, Nº.1, febrero 2007; “Los lenguajesde oposición en la década de 1880: La Nación y El Nacional¨, Revista de Instituciones, Ideas y Mercados,Nº. 46, XXIV, mayo, 2007; Jardines secretos, legitimaciones públicas. El Partido Autonomista Nacional yla política argentina de fin del siglo XIX, (Buenos Aires, Ed. Edhasa, 2010).18 Ernesto Quesada, El periodismo argentino”, La nueva revista de Buenos Aires, año III, 1883, pp. 84-86.

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cia u objetividad. Tampoco era este el caso de una prensa semi-independiente que enperíodos electorales se inclinaba abiertamente por uno u otro partido. Y tampoco setrataba de emprendimientos comerciales privados. Por el contrario, La Tribuna Nacio-nal, el diario del partido en el gobierno, explicaba a su público: “No somos simplesespectadores que, en el teatro del mundo político, juzguemos tranquilamente los he-chos que pasan, como el sabio los fenómenos sometidos a su observación”.19 Los miem-bros de la prensa política eran actores importantes del mundo político y por lo tanto laparcialidad en los juicios y la arbitrariedad en los comentarios constituían un aspectoesencial de su naturaleza. Esta característica se agudizaba aún más en el caso de laprensa partidaria ya que era el partido político el que les daba vida con el único fin deser su portavoz en el batallar de la vida pública. Era el partido político (o para ser másprecisos los directivos superiores de cada partido) el que les daba origen, los financia-ba, los proveía con el personal de redacción y les impartía las directivas sobre la mate-ria y el tono de los editoriales.20 En su nacimiento, supervivencia y muerte, el diariopolítico estaba atado al partido o facción que le había dado origen. “Los diarios no sonsino instrumentos de propaganda” afirmaba abiertamente LTN, y la propaganda queejercían era, exclusivamente, la de su propio partido.21

La prensa partidaria de los años 1880 y 1890, por lo tanto, estaba compuestapor un pequeño número del enorme caudal de periódicos que circulaban en el BuenosAires del fin de siglo, estaba geográficamente concentrada en Buenos Aires y, por susobjetivos, estilo y contenido, era un híbrido en transición entre el panfleto político y eldiario “moderno”. El adjetivo de ‘pequeño número’ solo es aplicable si se tiene encuenta que el Buenos Aires de las últimas décadas decimonónicas poseía, a nivel mun-dial, una de las mayores circulaciones de periódicos por habitante. En las décadas de1880 y 1890 se imprimían entre 25 y 28 diarios cada día, que sumaban una circulacióntotal de 17,000 ejemplares, constituyendo un promedio de 23 ejemplares por cada 100habitantes.22 Es necesario aclarar que de estos 25 o 28 diarios que circulaban en Bue-nos Aires en estos años solo 18 cumplieron los requisitos necesarios para calificar

19 “Programas y hechos”, La Tribuna Nacional, 14 de enero de 1886.20 Duncan, “La prensa política”, p.763.21 La opinión pública”, La Tribuna Nacional, 13 de julio de 1887.22 M.G. y E.T. Muhall, Handbook of the River Plate, Londres, 1885, p. 11. Ernesto Quesada estimaba quela Argentina se ubicaba en 1887 en el cuarto lugar mundial en la relación de cantidad de periódicos porhabitante, para escalar al tercer puesto en 1882. “El periodismo argentino”, La nueva revista de BuenosAires, año III, 1883. Sobre las tiradas de los diarios véase además, J. Navarro Viola, Anuario de la prensaargentina, 1896, Buenos Aires, 1897; Ema Cibotti, “Periodismo político y política periodística, la cons-trucción pública de una opinión italiana en el Buenos Aires finisecular”, Entrepasados, Nº.7, 1994,pp.7-25, Eduardo Zimmermann “La Prensa y la oposición política en la Argentina de comienzos de siglo: elcaso de la ‘La Nación’ y el Partido Republicano”, Estudios Sociales, año 8, Nº. 15, 1998; Adolfo Prieto,El discurso criollista en la formación de la argentina moderna, (Buenos Aires, Ed. Sudamericana), 1988,pp. 26-82.

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como prensa partidaria y solo algunos pocos entre ellos existieron en forma conti-nua.23 Durante períodos no electorales, el elenco de la prensa partidaria apenas sobre-pasaba la media docena.

Si Buenos Aires era el centro de la prensa política, esto se debía a una serie derazones. La ciudad gozaba de un largo linaje de liderazgo político que arrancaba desdela colonia, habiéndose formalmente convertido en capital federal de la República en1880; disfrutaba de una mayor concentración de población alfabeta que otras ciudadesy, siendo el hogar de los partidos políticos porteños y de las autoridades nacionales, eraun centro de constante agitación de la vida pública. Y aunque las principales ciudadesprovinciales contaban con sus propios diarios, la prensa política que se imprimía en laCapital Federal era distribuida en las provincias. En el caso de los diarios “oficiales”,es decir, los del partido en el gobierno, esta distribución se realizaba a través desuscripciones hechas por los gobernadores leales al partido a cuenta del gobierno na-cional o provincial, mientras que en caso de los partidos de oposición y de los gober-nadores no pertenecientes al partido del presidente, la distribución se realizaba a travésde suscripciones hechas por los miembros provinciales de cada partido, ya sea con elfin de estar al día en los últimos chimentos políticos, como para demostrar apoyo por lacausa partidaria.

Este tipo de prensa era de tirada diaria en el Buenos Aires de fin de siglo, sepublicaba por la tarde, y principalmente se destinaba a dar la opinión “del partido”sobre los asuntos del día. Eran de dos o tres páginas, la primera se dedicaba a “anali-zar” la política ofreciendo la visión del partido, y a debatir entre ellos mismos; la se-gunda ofrecía algunos avisos publicitarios de estudios de abogados o algún comerciorelacionado generalmente con los amigos políticos. Por lo general, estos diarios parti-darios no incorporaban caricaturas en sus impresos, ya sea por disminuir costos comopor desear aparecer como diarios serios de debate, a través del uso de la palabra enlugar de la imagen, habiendo en Buenos Aires otro tipo de impresos que utilizaron lacaricatura efectivamente.24 La relevancia de la prensa partidaria, abocada al debate notiene paralelos cuando se trata de reconstruir las ideologías de los partidos políticos, yaque, a diferencia de los discursos presidenciales, los debates en el Congreso, o loslibros, ellas eran la voz oficial de cada partido o facción política.

Por lo tanto, el aspecto que más me interesaba de este híbrido en transiciónentre el puro panfleto político y el diario moderno, era justamente su arista panfletaria,es decir aquellas características que no sobrevivieron a la transición al diario modernoe incluso no se interesaron en afrontarla. Este tipo de prensa es hoy un fenómeno extin-

23 Duncan, “La prensa política: Sud- América, 1884-1892”, en Ferrari, La Argentina del ochenta, p.773.24 Sobre este tipo de publicaciones en la Argentina y en México, véase Andrea Matallana, Humor y Políti-ca: Un Estudio Comparativo de Tres Publicaciones de Humor Político, (Buenos Aires, Eudeba), 2000;Fausta Gantús, Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la ciudad de México, 1876-1888, (México, El Colegio de México), 2009.

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guido, habiendo sido gradualmente reemplazada desde los primeros años del siglo XX

por una prensa que se decía ‘independiente’ que, como muestra de su ‘objetividad’proclamaba ser apolítica —o, mejor dicho, no apoyar demasiado abiertamente o conindiscutible lealtad a un determinado partido político— y cuya principal fuente definanciamiento estaba compuesta por avisos publicitarios. Por el contrario, la prensapartidaria de fin de siglo no cumplía prácticamente con ninguno de los requisitos de lallamada prensa “moderna”, y es justamente el tratarse de un periodismo muy distinto yya extinguido lo que la convierte en un atractivo objeto de investigación. A su vez,estas mismas características eran las que habían alejado por mucho tiempo a los histo-riadores que buscaban en la prensa “datos fácticos” ya que, al ser diarios del partido,no proporcionaban “veracidad” y no eran considerados una fuente fidedigna para ha-cer historia.25

Las posibilidades que ofrece un análisis de esta prensa son innumerables, ytambién lo son sus frutos. Volviendo a los ejemplos de la Argentina decimonónica,según las palabras de Tulio Halperín Donghi, la Argentina es un país nacido liberal, esdecir, donde los antagonismos oposiciones entre liberales y conservadores, republica-nos y monárquicos, unitarios y federales, no tuvieron cabida en este horizonte ideoló-gico, generalmente descripto como relativamente homogéneo luego de los acuerdos degobernabilidad alcanzados en la segunda mitad del siglo.26 Dicha homogeneidad pare-cía aún más acentuada llegada la década de 1880, caracterizada por una relativa tran-quilidad y desmovilización partidaria, interrumpida en 1890 con la organización de laoposición. Pero aún con el surgimiento de una oposición, una mirada a las proclamaspartidarias de estos grupos, con la excepción del Partido Socialista, parecía confirmarla ausencia de diferencias ideológicas significativas entre el gobierno y la oposición.Sin embargo, un análisis de la prensa partidaria en estos años, arrojó una interpretacióndistinta. No solamente estos análisis mostraron en cuales cuestiones diferían los queestaban en el gobierno y los que estaban fuera de él, sino que también iluminó impor-tantes diferencias ideológicas dentro del partido oficial.27

25 Con estos diarios ocurrió algo similar a la renovación historiográfica que tuvo lugar sobre el rol y lanaturaleza de las elecciones del siglo XIX. Consideradas tradicionalmente como la “leyenda negra” de lapolítica decimonónica por no acercarse a los parámetros democráticos del siglo XX, habían permanecidoignoradas, consideradas irrelevantes como objeto de estudio. Así como en las últimas décadas las eleccio-nes han pasado a constituir un foco indispensable para el análisis de la política del siglo XIX, justamente porsus propias características, una transformación similar ha ocurrido con la prensa política.26 Tulio Halperín Donghi, “Argentina: Liberalism in a country born liberal”, en J. Love y N. Jacobsen(eds.), Guiding the Invisible hand. Economic liberalism and the State in Latin American History, NewCork, Praeger, 1988. Un análisis del liberalismo en estos años puede verse en Paula Alonso y MarcelaTernavasio, “Liberalismo y ensayos políticos en el siglo XIX argentino”, en Iván Jaksic y Eduardo PosadaCarbó (eds.), Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX: Ensayos de historia política e intelec-tual, (Santiago de Chile, Fondo de Cultura Económica), 2011.27 Véase, Alonso, Jardines secretos.

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Los “giros” y sus posibilidades

En parte dichas reconstrucciones ideológicas fueron posibles por las herramientas y loshorizontes metodológicos desplegados por el giro lingüístico y cultural en boga enaquellos años. Si las ideologías sirven para legitimar acciones o políticas, me interesa-ba el “speech-act”, es decir la perfomatividad de los vocablos, las luchas por imponerciertos significados a los conceptos, las formas en que se emplean los lenguajes y sonmanipulados con el fin de convencer y/o descalificar al oponente. Las batallas por la(re)conceptualización se me presentaban como la esencia no sólo de los debates ideo-lógicos sino de la política misma.

Aunque no fuese necesariamente una novedad del giro lingüístico, su propuestanos hizo particularmente consientes del peligro de realizar lecturas literales del lengua-je o apartadas de sus contextos, invitándonos a desentrañar la forma en que los voca-blos son utilizados en determinado tiempo y lugar, así como sus transformaciones a lolargo del tiempo. Asimismo, también nos alertó (o revitalizó alarmas ya existentes)sobre los peligros de realizar lecturas lineales de las narrativas construidas por losactores. En el caso de la prensa partidaria, dichos recaudos son particularmente rele-vantes. En la reconstrucción y difusión de sus propias versiones del pasado para defen-der posturas del presente y para definir sus propias identidades, estos diarios llevabana cabo un proceso dinámico y constante de apropiación, selección, reconstrucción ydifusión de dicho pasado. Mientras que algunos representantes de la Nueva HistoriaPolítica llevaron al extremo la idea de que toda tradición es “inventada” o deliberada-mente construida, no puede perderse de vista que detrás de las versiones del pasadodifundidas por esta prensa partidaria yacen decisiones estratégicas no solo sobre quéseleccionar de aquel pasado y cómo reconstruir una “tradición” para su propio partidoo facción, sino también sobre cómo presentar a la audiencia la selección realizada y laslecciones que de él debían extraerse.28

Trayendo nuevamente a colación los ejemplos de la prensa que he trabajado,cabe mencionar los arduos intentos de La Nación, el diario de Bartolomé Mitre, porreconstruir en los años 1880 un pasado para su propio partido que lo uniera con elPartido Unitario de la década de 1820. Y también, en el otro extremo, los intentos delpartido en el gobierno, el Partido Autonomista Nacional, por presentarse así mismo en1881 como un partido nuevo, sin conexiones con el ayer, aunque sus directivos fuesenveteranos de las luchas políticas, la mayoría con participación relevante en administra-ciones anteriores.29

28 En este sentido comparto la irritación de Frank O´Gorman sobre la exageración de la “invención” de lastradiciones, un concepto que si bien puede ser útil, ha sido utilizado muchas veces sin demasiada reflexiónsobre sus implicancias. Véase su reseña a William M. Kuhn, Democratic Royalism: The Transformation ofthe British Monarchy, 1861-1914, (New York, St. Martin’s Press), 1996, The Journal of Modern History,vol. 71, Nº. 3. (septiembre 1999), pp. 687-689.29 Alonso, “En la primavera de la historia”.

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Al mismo tiempo, tanto la reconstrucción histórica que los partidos llevaban acabo a través de la prensa, así como los conceptos que esgrimían en su batallar diario,debían convencer y volverse aceptables para tener alguna utilidad en las luchas políti-cas.30 Nuevamente, los orígenes de la Unión Cívica Radical (UCR) pueden servir deejemplo. La UCR fue fundada en un contexto de crisis política y económica signadospor la renuncia del presidente Juárez Celman en agosto de 1890, luego de haber enfren-tado una revolución el mes anterior, y en momentos en que lo que se conoció como laCrisis Baring ponía fin a una década de acelerado crecimiento económico sumiendo alpaís en una de las más agudas crisis financieras de su historia. Con el fin de deslegitimara la nueva oposición, el gobierno los tildó de radicales, retratándolos como aquellosquienes en un afán desenfrenado agudizaban la crisis del país arriesgándolo todo.La oposición recogió el guante y desde su periódico aceptó llamarse Radicales, defi-niendo sus posturas en los siguientes términos:

Hoy han cambiado los tiempos y con los tiempos el valor de las palabras, a tal punto quepedir ahora lo elementar en materia de libertad y de garantías electorales es una intran-sigencia tan grande y una temeridad tan impertinente, que ya no puede hacerse con lasencillez de los viejos tiempos. Para tan poca cosa es necesario llamarse radicales.31

Ambos, gobierno y oposición, se disputaban el término conservador para definirsea si mismos, pero cargándolo de distinto significado. Mientras que el gobierno decíarepresentar la paz y el orden, los Radicales lo acusaban de haber subvertido la consti-tución, violando su espíritu. En contraste, se presentaban públicamente como los ver-daderos conservadores que aspiraban a restituir el imperio de la constitución en larepública.

Una manipulación similar de los conceptos puede verse en la defensa que hicie-ron los Radicales del recurso revolucionario. Mientras que para el gobierno toda insu-rrección armada era ilegítima, los Radicales defendían la revolución como el deber detodo ciudadano por restaurar las leyes y la constitución, socavadas por el partido ofi-cial. “Cuando un poder extralimita sus funciones”, los Radicales denunciaban, “cuan-do quiebra por su base el sistema político que rige los pueblos, sistema que ellos mis-mos se han dado para garantía de sus derechos y de sus libertades, ese poder ha perdidosu autoridad, ha salido de la fuente de la ley, y por consiguiente se ha colocado en lascondiciones de un verdadero agresor”. El objetivo del partido, decían, era defender “ennombre de las gloriosas tradiciones de la Nación (…) el orden constitucional profunda-

30 Sobre la importancia de la credibilidad de los relatos, aunque pensado para el análisis de otro tipo defuentes, véase Natalie Zemon Davis, Fiction in the Archives: Pardon Tales and Their Tellers in Sixteenth-Century France, (Stanford, California, Stanford University Press), 1987.31 El Argentino, 5 de Julio de 1891. Citado en Alonso, Entre la revolución y las urnas, p. 135.

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mente perturbado”. Rechazando abiertamente la experiencia de la Revolución France-sa, la cual “conmovió la sociedad entera y llevaba una innovación profunda en el ordenpolítico, en el orden social y en el orden económico”, su misión, decían, “se reduce aobtener el restablecimiento de las instituciones sin pedir la reforma de ninguna de ellas”.Los Radicales acusaban al gobierno a través de su diario de ser los verdaderos revolu-cionarios. “Han anarquizado todo”, denunciaban, “nociones de política honrada, ideasde administración honesta, doctrinas y enseñanzas sobre decoro personal, todo ha des-aparecido bajo su influencia perniciosa”. Por lo tanto, preguntaban, “¿Quién puedenegar que en estas circunstancias la revolución significa el ejercicio de un derechosancionado ya por el juicio filosófico de la historia del mundo?”32

Un segundo desafío en este tipo de análisis es el de evitar investir los contenidosde la prensa de una excesiva coherencia, tergiversando así su propia naturaleza. JohnPocock se refirió al peligro de otorgarle al análisis de un texto un grado de abstracciónexcesivamente superior al otorgado por su autor.33 En forma similar, Quentin Skinnerse refirió a la mitología de la coherencia, es decir a exigirle coherencia a un texto sinatender a sus contradicciones. Dichas advertencias son aún más necesarias para el aná-lisis de la prensa. Escrita por varias plumas, siguiendo la coyuntura, esta prensa bata-llaba por un fin inmediato, y en un ámbito como la política en donde la coherencia yconsistencia no son pre-requisitos del lenguaje político y del simbolismo. BenedettoCrocce la definió con desdén como escritos sin ninguna originalidad ni profundidad,producidos por mentes superficiales y de un rango inferior al de otros géneros. “Losperiodistas crean e improvisan filosofía e improvisan historia”, denunciaba, “y todaimprovisación requiere de hombres con escasos escrúpulos mentales y sin ningunasensibilidad estética”.34 Las palabras exageradas de Crocce remiten a la irritación dequienes, cooperando con la “Leyenda Negra” sobre el periodismo decimonónico, juz-gan a la prensa por lo que no es, en lugar de analizar su naturaleza. Aún así, aunqueexageradas o incluso desacertadas, sus palabras son al mismo tiempo útiles paraalertarnos cuando realizamos la reconstrucción ideológica de un periódico o de undebate entre distintos periódicos, sobre los peligros en exagerar la coherencia de unlenguaje estratégico, diverso y simbólico, desvirtuando o incluso destruyendo la natu-raleza misma de nuestro objeto de estudio.

En la reconstrucción textual que realizamos de la prensa política y/o partidaria,debemos tener presente, por lo tanto, que estamos “creando” un texto a través delrecorte de distintos fragmentos, y además ponemos dichos “textos” reconstruidos por

32 Véase, Alonso, “Entre la revolución y las urnas, pp. 154-156.33 John Pocock, “Languages and Their Interpretations”, en Pocock, Politics, Language and Time, (Londresy Nueva York, University of Chicago Press), 1972, p. 6.34 Citado por Brendan Dooley, “From Literary Criticism to Systems Theory in Early Modern JournalismHistory”, Journal of the History of Ideas, vol. 51, Nº. 3, julio-septiembre, 1990, pp. 461-462.

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nosotros mismos en dialogo con otros. Antes de “desconstruir” un texto nosotros loconstruimos, y lo hacemos siguiendo nuestras propias pautas e intereses. Nuestra “in-tervención” como historiadores es mucho más aguda, creativa y quizás hasta violentade la que puede hacerse sobre textos canónicos u otro tipo de géneros. Mientras queeste tipo de prensa es una prensa guerrera, interesada en lo contingente, debemos tenerpresente que al hacer una reconstrucción ideológica de sus fragmentos estamos reali-zando una “intervención” particular.

Más aún, en dicho proceso de “construcción textual”, no solamente investimosa su lenguaje de una coherencia que apenas esbozaba, sino que además intentamosclasificarlo dentro de genealogías y pertenencias ideológicas. Quizás el mejor ejemploque pueda ilustrar los riesgos de este ejercicio sea el debate que por más de treinta añostuvo lugar en la historiografía anglosajona denominado informalmente “liberalismo vsrepublicanismo”. La idea imperante, articulada principalmente por Louis Hartz, de unEstados Unidos nacido liberal bajo el predominio de las enseñanzas de John Locke, fuedisputada, por quienes propusieron en cambio que la ideología primordial en tiemposde la revolución fue la del “humanismo cívico” o republicanismo.35 Entre los promoto-res iniciales de esta segunda interpretación se encuentran Bernard Bailyn, Gordon Woody J. G. A. Pocock.36 Uno de los legados más significativos de ese debate es el de habermanifestado tan claramente las dificultades de enmarcar al liberalismo y alrepublicanismo dentro de definiciones precisas. Finalmente, no resultó convincentecompartimentar al primero como el defensor de derechos individuales, de la libertad ensu sentido moderno, y de las ideas de libre mercado, y contraponerlo al republicanismocomo el defensor de la virtud, de la libertad positiva, y temeroso de los efectos políti-cos y sociales del comercio.37

35 Louis Hartz, The Liberal Tradition in America: An Interpretation of American Political Thought sincethe Revolution, (New York, Harcourt, Brace), 1955.36 Bernard Bailyn, The Ideological Origins of the American Revolution, Cambridge Mass., Belknap Press,1967; Gordon S. Wood, The Creation of the American Republic, 1776-1787, (Chapell Hill, University ofNorth Carolina Press), 1969; J. G. A. Pocock, The Machiavellian Moment: Florentine Political Thoughtand the American Republic Tradition, Princeton, Princeton University Press, 1975. Una aguda crítica aestas interpretaciones puede encontrarse en Joyce Appelby, Liberalism and Republicanism in the HistoricalImagination, (Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press), 1992.37 Diversos trabajos han apuntado a señalar de que estas dos vertientes no son antagónicas y que la divisiónentre el liberalismo y el republicanismo ha sido exagerada. Esto se debe en parte a que el republicanismosajón es una versión suave del republicanismo clásico en el cual se entrecruzan los lenguajes de JohnLocke. Veáse Thomas L. Pangle, The Spirit of Modern Republicansim: The Moral Vision of the AmericanFounders and the Philosophy of Locke, (Chicago, University Of Chicago Press),1988; y Richrad Sinopoli,The Foundation of American Citizenship: Liberalism, the Constitution and Civic Virtue, (Oxford, OxfordUniversity Press), 1992; Issak Kramnick, Republicanism and Bourgeois Radicalism. Political Ideology inlate Eighteenth-century England and America, (Ithaca y Londres, Cornell University Press), 1990, pp.1-5.Así, por ejemplo, también se ha señalado que republicanismo norteamericano resultó compatible con unaeconomía comercial en expansión y que la virtud republicana pasó a ser asociada con la actividad económi-

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El legado de dicho debate historiográfico ha dejado tras de sí serias dudas sobrecuales pueden considerarse los elementos propios y exclusivos del liberalismo y delrepublicanismo. Más significativo aún, también ha dejado tras de si serias dudas sobresi en realidad se trataba de ideologías, paradigmas o grupos de ideas antitéticas entreellas. Muchos abandonaron la idea inicial de ideologías históricamente enfrentadas enfavor de una interpretación que argumenta que los enfrentamientos teóricos general-mente se desvanecen y son analíticamente poco apropiados cuando se trata de apreciarcontextos históricos donde los actores hablan lenguajes entrecruzados, sin advertir lastensiones lógicas entre ellos.38 Para ir, una vez más a los Radicales argentinos de 1890,a la vez que sostenían una idea de libertad en sentido republicano de participación,defendían también al libre mercado, un concepto generalmente vinculado al liberalis-mo.39 Por lo tanto, al analizar este tipo de prensa debemos enfrentar una serie de desa-fíos: evitar investir al leguaje de una excesiva coherencia e intentar insertar dicha re-construcción dentro de canales ideológicos de difícil precisión, sin atender al carácterpolíglota de los actores. Conceptos como liberalismo, conservadurismo, republicanismo,revolución formaban parte de las herramientas a utilizar en el batallar diario más quecomponentes de nítidas ideologías.40

Podríamos concluir que aunque pensado principalmente para otro tipo de géne-ro, el giro lingüístico ha iluminado posibilidades y también desafíos cuando se lo apli-ca a objetos tan particulares como fue la prensa. Pero una de las ventajas de analizareste tipo de impresos es que resulta más fácil descubrir la intencionalidad de sus auto-res y/o de sus principales dueños. Mientras que deducir de un texto canónico laintencionalidad de su autor ha sido uno de los aspectos más cuestionados de la pro-puesta de Quinten Skinner por la dificultad que ello implica, el objetivo o la

ca durante el siglo XVII a pesar de haber sido interpretada en su sentido clásico como una actividad peligrosay antagónica a ella. Véase Drew McCoy, The Elusive Republic. Political Economy in Jeffersonian America,(Chapel Hill, The University of North Carolina Press), 1980; Issak Kramnick, “Republic RevisionismRevisited”, American Historical Review, 87, Nº. 3, junio, 1982.38 Véase Richard E. Shalhope, “Republicanism and Early American Historiography”, Williamn and MaryQuaterly, vol. XXXIX, Nº. 2, abril, 1982, pp. 334-356; Daniel T. Rodgers, “Republicanism: the Career of aConcept”, The Journal of American History, vol. 79, Nº. 1, junio 1992, pp. 11-38; J.A.G. Pocock, “BetweenGog and Magog: The Republican Thesis and the Ideología Americana”, Journal of the History of Ideas,vol. XLVIII, Nº. 2, abril-junio, 1987, pp. 325-346; Lance Banning, The Jeffersonian Persuation. Evolutionof a Party Ideology, (Ithaca y Londres, Cornell University Press), 1978; Isaac Kramnick, “The Great NationalDiscussion: The Discourse of Politics in 1787”, en su Republicanism, pp. 261-295.39 Alonso, Entre la revolución y las urnas, pp. 245-247.40 Véase Erika Pani” Maquialvelo en el Septentrión. Las posibilidades del republicanismo en Hispanoamé-rica”. Prismas, Nº. 13, 2009, pp. 295-300; Elías Palti, “Las polémicas sobre el liberalismo argentino. Sobrevirtud, republicanismo y lenguaje”, José Antonio Aguilar Rivera, En pos de la quimera. Reflexiones sobreel experimento constitucional atlántico. (México, FCE-CIDE), 2000; Elías Palti, “Orden político y ciudada-nía. Problemas y debates en el liberalismo argentino en el siglo XIX”, en Estudios Interdisciplinarios deAmérica Latina y el Caribe, vol. 5, Nº. 2, 1994.

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intencionalidad detrás de esta prensa puede resultar más accesible para los historiado-res, tanto cuando la analizamos como emprendimiento editorial como cuando estudia-mos su contenido.

¿Prensa y política?

Sin embargo, definir la relación entre la prensa y la política y la intencionalidad de laprimera para impactar en la segunda, requiere primero reparar en qué pensamos cuan-do invocamos el concepto de política. Pierre Rosanvallon nos ha ofrecido en este sen-tido un punto de partida de utilidad al distinguir a “lo político” de “la política”. Por elprimero, se refiere a aquel ámbito en el que el poder da forma y jerarquiza la tramasocial. El análisis de “lo político”, se nutre a través de una historia de las mentalidades,“de la manera en que los grandes textos son leídos, de la recepción de trabajos litera-rios, del análisis de la prensa y los movimientos de opinión, de la vida de los panfletos,la construcción de discursos transitorios, de la presencia de imágenes, de rituales signi-ficativos, e incluso del trazado efímero de canciones”.41 Y distingue “lo político” de“la política” diferenciando los ámbitos del “poder y la ley, el estado y la nación, laigualdad y la justica, la identidad y la deferencia, la ciudadanía y la civilidad —ensuma, todo lo que constituye la vida política más allá del campo inmediato de la com-petencia por el poder político, las acciones diarias de los gobiernos y las funcionesordinarias de las instituciones”.42

En este último sentido, Kari Palonen nos propone distinguir el concepto de la“política como actividad” de la “esfera política”, posicionando el surgimiento de laprimera en el siglo XIX Europeo, facilitado por el proceso de democratización y deexpansión de la participación electoral, de la periodización regular de las elecciones,del desarrollo de los partidos políticos y de la emergencia del político profesional.43

Aunque quizás no sea sencillo distinguir históricamente la emergencia de la políticacomo actividad, distinta de la esfera política, podemos intentar desglosarlas cuando lasrelacionamos analíticamente con la prensa política.

¿Que pistas podemos seguir al pensar la relación de la prensa con “la actividadpolítica” o es decir, con el mundo de las elecciones, de los debates, de las diariasdisputas partidarias por una legitimidad que se percibía esquiva?

En 1883 Ramón J. Cárcano, cuando era todavía un joven cordobés en rápidoasenso en el mundo de la política, le daba el siguiente consejo a Miguel Juárez Celmancuando este último comenzaba su carrera hacia la presidencia en 1886: “He leído que

41 Pierre Rosanvallon, “The Study of Politics in History”, en Samuel Moyn (ed.), Democracy Past andFuture, (New York, Columbia University Press), p. 46.42 Rosanvallon, “The Study of Politics in History”, p. 36.43 Palonen, The Struggle with Time.

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Bismarck suele mirar con glacial indiferencia los ataques de la prensa, sin rehusarrefutarlos por eso cuando cree llegado el caso. Por esta razón, le recuerdo que noabandone el propósito de tener un diario propio. Su utilidad es indiscutible y la empre-sa es fácil, porque hay muchísima gente dispuesta a dar dinero para eso. Un diario paraun hombre público es como un cuchillo para el gaucho pendenciero: debe tenerse siem-pre a mano”.44 La recomendación de Cárcano era innecesaria. En cada período electo-ral, se contabilizaban los diarios de cada candidato con la misma relevancia que secontabilizaban los apoyos de gobernadores, congresistas y power brokers de diversaíndole. “Hay tres diarios mitristas,” Julio A. Roca le escribía al mismo Juárez en 1878,cuando pensaba lanzar su campaña presidencial: “La Nación (el único importante),‘El pueblo argentino’, y ‘La libertad’ de Bilbao que agonizan. El resto de los diariosestá con nosotros. Sea habilidad o suerte, la verdad es que hasta ahora no ha habidoningún porteño que disponga o pueda disponer de tantos diarios como yo, en estemomento dado. Y Ud. sabe que este pueblo se gobierna y tiraniza con sus diarios”.45

Cada campaña electoral brindaba oportunidades para hombres de letras en bus-ca de empleo, quienes ofrecían sus servicios para dirigir o escribir en la prensa de loscandidatos.46 Mayormente, estos diarios/panfletos eran subvencionados por los mis-mos candidatos y sus partidarios, o dependiendo del caso, por el gobierno nacional olos gobiernos provinciales. Así el gobernador de Buenos Aires, Dardo Rocha, poseíaun listado de 13 diarios en la Capital y 21 en las provincias subvencionados por sucomité de campaña para apoyar su candidatura presidencial en 1886.47 La relevanciade esta prensa, por lo tanto, no estaba determinada por la demanda de lectores, sino porla demanda de los políticos. El rol de estos diarios no solo consistía en ser voceros delos candidatos sino además, en reflejar el poder de los mismos y sus chances para serelegidos. Era importante hacer saber al público con cuantos diarios contaba cada can-didato ya que formaban parte de su poder simbólico.

Pero aunque necesario, contar con un diario no era suficiente para alcanzar elpoder. Como reconocía Roca, La Nación era el diario más importante del país, y elúnico que navegó con éxito esa hibrides entre diario partidario y diario comercial.48

Pero a pesar del poder de su diario, el poder y prestigio de Mitre continuó en declivedesde su presidencia (1862-1866) hasta su muerte. Y mientras que poseer un diario no

44 Citado por Duncan, “La prensa política”, p. 761.45 Julio A. Roca a Miguel Juárez Celman, 17 de diciembre de 1878, Archivo General de la Nación (AGN),Archivo Miguel Juárez Celman, leg. 2.46 Véase, por ejemplo, Olegario Andrade ofreciendo sus servicios para la campaña de Roca en su corres-pondencia con Miguel Juárez Celman, 16 de agosto de 1879 en AGN, Archivo Miguel Juárez Celman, leg. 3,y años más tarde a Dardo Rocha, 1882 (sin mes o día); AGN, Archivo Dardo Rocha, leg. 31.47 AGN, Archivo Dardo Rocha, leg. 20848 Para una historia del diario véase, Ricardo Sidicaro, La política mirada desde arriba, las ideas deldiario La Nación, (Buenos Aires, Editorial Sudamericana), 1993.

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era suficiente para alcanzar el poder, el tener poder tampoco era suficiente para soste-ner un diario político y hacerlo crecer. Aunque su poder no fue uniforme a lo largo delos años, Julio A. Roca fue indiscutidamente el político más poderoso de fines de siglo,siendo particularmente talentoso en contrarrestar a sus opositores fuera y dentro de supartido.49 Una vez ganadas las elecciones presidenciales en 1880, Roca se preocupó dehacerse de un diario propio y La Tribuna Nacional apareció con tal fin dos días antesde su asunción, convirtiéndose en uno de los elementos fundamentales de su adminis-tración.

Roca debía gobernar desde una ciudad que se había alzado en armas en contrade su elección, desde una metrópolis que no conocía bien, en la que tenía pocos ami-gos, y en donde su apoyo político se basaba en un grupo de aliados porteños en los quedesconfiaba. Más importante aún, debía gobernar desde una ciudad en la que la opi-nión pública no podía ser ignorada, y donde desde La Nación Mitre había incitado a losporteños a resistir por las armas su elección presidencial, en lo que resultó ser la revo-lución más sangrienta del último cuarto de siglo.50 La Tribuna Nacional, por lo tanto,debía cumplir el rol crucial de crearle una legitimidad a un presidente cuyo rotundoéxito en las urnas no había alcanzado a otorgarle, trazándole la imagen pública, di-fundiendo su doctrina, y defendiéndolo “del desprestigio que pueden atraerle las opi-niones inconsistentes, apasionadas o alarmantes de la prensa opositora”.51

Dada la importancia de su rol, Roca se abocó personalmente a la conducción desu periódico, dirigiendo el tono de su contenido, e incluso escribiendo frecuentementeen forma anónima. Su correspondencia testimonia la dedicación con la que fijaba pau-tas sobre qué decir, cómo decirlo y cuando callar, así como su meticuloso seguimientode las finanzas del diario. Llegado el fin de su administración, y en la cúspide de supoder, Roca intentó convertir a su diario en algo más que un diario partidario, y poner-lo a la altura de su mayor competidor, “ese elefante blanco de La Nación, que nos haestado explotando con el tamaño, como el pigmeo del cuento”.52 Los objetivos deRoca se hicieron evidentes en el incremento del cuerpo de redacción, en anuncios so-bre la ampliación de corresponsales europeos (tanto voluntarios como remunerados),en la reorganización de una sección comercial, y en los inicios de construcción de unanueva casa para su imprenta. Pero sus ambiciones nunca se cumplirían. Aún con sus

49 Alonso, Jardines secretos. Legitimaciones públicas, pp. 180-183.50 Sobre la revolución véase Hilda Sabado, Buenos Aires en arms. La revolución de 1880, (Buenos Aires,Siglo veintiuno editores), 2008, pp. 14-19; Ariel Yablón, “Disciplined Rebels: The Revolution of 1880 inBuenos Aires”, Journal of Latin American Studies, 40, 2008, pp. 484-485, y sobre las tensiones en laselecciones de 1880 que desembocaron en dichos eventos, véase Paula Alonso, “The Argentine PresidentialElection of 1880”, presentado en ‘Contentious Elections And Democratization In The Americans DuringThe Nineteenth Century’, Rothermere American Institute, Oxford University, 17 March 2012.51 “Nuestra prograganda”, La Tribuna Nacional, 19 y 20 de marzo de 1889.52 Miguel Juárez Celman a Julio A. Roca, 1 de julio de 1886, AGN, Archivo Roca, leg. 53

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renovados bríos la tirada diaria de La Tribuna Nacional alcanzó un pico de 5.500ejemplares, muy por debajo de las 18.000 impresiones diarias de La Nación. La casade imprenta no pudo ser terminada, y dado su contenido, La Tribuna Nacional nuncadejó de sobrepasar su condición de diario partidario de la tarde. Finalmente el diariocerró en 1889 cuando sus rivales dentro del partido le cancelaron las subvenciones delgobierno.

Aún así, y dado que era el diario del hombre más poderoso del país, LTN sobre-vivió por más tiempo que la mayoría de los diarios partidarios, cuyos destinos estabanatados a los de su facción política. La empresa del periodismo partidario no era tanfácil como insinuara Cárcano en sus consejos a Juárez Celman en la cita ya menciona-da. Y ser el vocero de una facción o partido era no solamente una propuesta de corta eincierta vida, sino también un asunto peligroso. Aún en la década de 1880, una décadade relativa paz y estabilidad en comparación con años anteriores y posteriores, la pren-sa era frecuentemente víctima de la violencia. Así, Corvalán Gómez le enviaba untelegrama a Luis María Campos, jefe de la campaña presidencial de Dardo Rocha en1885, anunciándole desde la provincial de Santiago del Estero: “Anoche a las 11:30algunos particulares acompañados de agentes de policía asaltaron casa de comité eimprenta en la que penetraron rompiendo puertas. Imprenta ha sido empastelada y (sic)incendiada. Comandantes y ayudantes presenciaron todo y dejaron escapar a los culpa-bles, entre los que están David Beltrán, edecán y cuñado del vicegobernador y tambiénse cree que el comisario correa fue autor de los hechos. Beltrán andaba diciendo en elcafé que mataría a todos los directores de ‘El País’”.53

Sería un error, sin embargo, reducir a la prensa partidaria a un mero instrumentopara alcanzar el poder, y sus frecuentes referencias a ella como cuchillo o puñal de lapolítica, pueden ensombrecer otras intenciones. Para las élites, la prensa era más queun instrumento para hacer política, ella tenía un rol primordial en la construcción de “lopolítico”, ese mundo donde se creaban y editaban las ideologías con las que se preten-día articular el mundo social, político y económico. Más que en textos de largo aliento,era a través de la prensa política donde se forjaban los imaginarios con lo que se aspi-raba articular “lo político”. Sus principales dueños y editores veían en la prensa parti-daria una plataforma de “educación” en un país nuevo, cuya vorágine en ritmos decrecimiento, número de inmigrantes y transformaciones de todo tipo aceleradas al finaldel siglo, producían reacciones diversas en sus dirigencias. Mientras que las cifras decrecimiento eran festejadas como símbolo de modernidad y progreso, las elites intelec-tuales y políticas también sostenían que tal metamorfosis económica y social demanda-ba de la prensa un rol pedagógico.

Pero naturalmente, si la prensa del siglo XIX tenía un rol educativo a cumplir enla construcción de la república y la definición del ciudadano, como nos recuerda Ángel

53 Corvalán Gómez a Dardo Rocha, 13 de septiembre de 1885, AGN, Archivo Dardo Rocha, leg. 205.

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Rama, las lecciones a impartir no eran neutrales.54 Así, por ejemplo, Bartolomé Mitrehacía saber a través de su diario La Nación, que la república necesitaba de un ciudada-no activo, veedor del gobierno, dispuesto a alzarse en armas de ser necesario; mientrasque Roca, por el contrario, difundía a través de La Tribuna Nacional que la construc-ción de la República requería de un progreso material que solo el ciudadanodesmovilizado podía otorgarle. Los Radicales, sin repudiar el progreso, alertaban des-de El Argentino sobre los posibles efectos negativos del materialismo sobre la austeravirtud republicana; y por su parte, La Vanguardia, órgano oficial del Partido Socialista,se avocaba a la concientización y emancipación de la clase trabajadora.55

Cada uno de estos periódicos intentaba educar y moldear a la opinión públicadefiniendo los conceptos y los valores a defender. Y ese accionar, lejos de parecerincongruente con la función de la prensa, era percibido como el principal y legítimoobjetivo de la misma. Así, Miguel Cané, por ejemplo, contrastaba positivamente el rolque la prensa política se adjudicaba a si misma en la Argentina, con una visión peyora-tiva de la prensa de los Estados Unidos. Sus libros de Viajes, publicados en 1884,concluían con una lectura negativa de lo que percibía como los indeseados efectos dela masificación y del carácter “áspero y egoísta en sus formas de los yankees”. Cané noescondía su desprecio por el periódico como empresa comercial que según él caracte-rizaba al periodismo de los Estados Unidos. Allí, “es el anuncio y la información lo queles da vida y no la opinión política”, se quejaba, “Que le importa a un yankee lo quepiensa un diario? Lo compra, va a los telegramas y luego á los avisos.”56 Lo que máslamentaba Cané era que el periodismo yanquee renunciaba a ejercer la función princi-pal de la prensa: la de guiar y educar a la opinión. “El valor e importancia del Times”,se lamentaba, “consiste en su preocupación incesante de reflejar la opinión, con todassus aberraciones, en vez de pretender dirigirla”.57

Tanto por los objetivos que sus dueños y publicitas le adjudicaban, como por lanaturaleza de los mismos, la prensa partidaria de fin se siglo XIX en la Argentina distabamucho de formar la “esfera pública” habermasiana. Las condiciones que Habermasdescribe en su modelo que permiten el surgimiento de dicha esfera estaban dadas.58

Buenos Aires formaba parte de un sistema capitalista en expansión, ofrecía varios es-pacios de reuniones sociales, y no faltaron ocasiones en que ciudadanos privados se

54 Angel Rama, The Lettered City, (North Carolina, Duke University Press) 1985, pp. 47-66. Véase también,Duncan, “Sud-América”.55 Véase, Juan Buonuome, “La Vanguardia, 1894-1905. Cultura impresa, periodismo y cultura socialista enla Argentina”, Tesis de Maestría en Investigación Histórica, Universidad de San Andrés, 2014.56 Citado por Paula Bruno, “Lecturas de Miguel Cané sobre la función de la prensa en las sociedadesmodernas”, Cuadernos Americanos, Nº. 123, 2008, pp. 113-138.57 Bruno, “Lecturas”, p. 128.58 Jurguen Habermas, Historia crítica de la opinión pública. La transformación structural de la vidapública, (Barcelona, Gistavo Gilli), 1986.

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unieron para debatir asuntos del estado, que empresas periodísticas comerciales tam-bién discutieran los eventos políticos del día, o que hombres relativamente humildesparticiparan de debates públicos a través de los diarios. Sin embargo, la prensa políticaanalizada aquí estaba en manos de hombres públicos, y si bien algunos diarios conte-nían una sección comercial y otros intentaban expandirla para solventar los gastos,tanto por su naturaleza como por la labor a la que eran destinados escasamente reflejanla emergencia de una esfera pública, aun cuando uno pueda compartir el ideal norma-tivo de dicho concepto.

Quizás pudiera describirse mejor la participación de este tipo de prensa en laconstrucción de una esfera pública si la comprendemos en sentido laxo, como espaciopúblico, o lugar público. No es un dato menor que la traducción del libro de Habermasal español se titula Historia crítica de la opinión pública, en lugar de “esfera pública”como aparece en su versión inglesa. Y no es de extrañar que en la historiografía del usodel concepto habermasiano en América Latina, analizada por Pablo Picato, se subrayeque los historiadores latinomaericanos hemos apelado a un utilización menos rígida deestos vocablos para denotar genéricamente una arena de publicidad.59 A lo largo delsiglo XIX el concepto de opinión pública evidenció una trayectoria diversa. Según losanálisis de Elías Palti y de Noemí Golman para el Río de la Plata, la misma fue inter-pretada como “tribunal”, como sostén requisitorio del sistema representativo, comorazón pública o guía moral, o, hacia fin del siglo, como fuerza integradora y excluyentede una elite, con fines estratégicos y proselitistas”.60 Sin embargo, la prensa políticaanalizada en estas páginas, superponía todos estos roles. Se creía tribunal, se sabíaindispensable para construir la legitimidad republicana, ambicionaba unanimizar, guiar,moldear y educar, y era indispensable para la lucha partidaria.

Reflexiones finales

El resurgimiento de la nueva historia política, con su acento en la relativa autonomía delo político de determinismo sociales, y en definir a la política como una serie de prin-cipios en pugna que ambicionan ordenar a la sociedad en función de los mismos, abrió

59 Pablo Piccato, “Public Sphere in Latin America: A map of the historiography”, Social History, 35, 2,2010. Ejemplos recientes de un uso irrestricto del concepto puede verse en Hilda Sabato, “Nuevos espaciosde formación y actuación intelectual: prensa, asociaciones, esfera pública (1850-1900), en Historia de losintelectuales en América Latina, (Buenos Aires, Katz Editores), 2008, pp. 387-411.60 Elías Palti, “Las polémicas en el liberalism argentine. Sobre virtud, Republicanismo y lenguaje”, en JoséAntonio Aguilar Rivera y Rafael Rojas (Coords.), El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayos dehistoria intelectual y política México, Fondo de Cultura Económica), 2002, pp. 167-209; Noemí Goldmany Alejandra Pasino, “Opinión Pública”, en Noemí Goldman, Lenguaje y Revolución. Conceptos políticosclave en el Río de la Plata, 1780-1850, (Buenos Aires, Prometeo), 2008, pp. 99-114. Palti expandió dichosconceptos para México en El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, (Buenos Aires, Siglo XXI),2007.

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una serie de posibilidades para la incorporación de la prensa como un aspecto constitu-tivo de “lo político” y una herramienta de “la política”. El giro cultural, asimismo,enfatizó la relevancia del lenguaje y las representaciones, al tiempo que el giro lingüís-tico y las diversas escuelas relacionadas con el mismo brindaron un arsenal de herra-mientas de las que podemos disponer para el análisis del contenido de la prensa.

Como muestran algunos de los ejemplos mencionados en estas páginas, los cam-pos de análisis que abrieron estos cambios son diversos. Debates ideológicos, es decir,pugnas por la apropiación y definición de conceptos claves, pueden ser reconstruidos yanalizados para brindarnos un entendimiento de los mismos que vagas y homogéneasproclamas partidarias no lograban ilustrar. Y en momentos como el fin de siglo XIX enla Argentina (y en América Latina), cuando ciertas pautas sobre la organización delestado ya habían sido acordadas, resulta más relevante aún comprender la naturalezade dichos debates generalmente aplanados bajo una idea de consenso que no permitever dichas fisuras o comprender su relevancia.

La prensa política representa un pivote que articulaba la política como activi-dad con “lo político” y, como tal, resulta indispensable para iluminar las relacionesentre la esfera de la política y la de sus prácticas. Y mientras que los giros lingüístico ycultural nos han alertado que los desafíos de dicho enlace son varios y de dificultaddiversa, es difícil pensar en otro artefacto del fin de siglo XIX que pueda ofrecernos unmejor instrumento para comprender ambos mundos.

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