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La herida ocultaPilar Adón

Álvaro ColomerEspido Freire

Fernando MaríasGustavo Martín Garzo

Ricardo Menéndez SalmónRicard Ruiz Garzón (ed.)

José Carlos Somoza

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Primera edición: febrero de 2011Prólogo y Bucles: © Ricard Ruiz Garzón, 2010Bipolar: © José Carlos Somoza, 2010Vida de Henry J. Darger: © Ricardo Menéndez Salmón, 2010El dios de los vacíos: © Pilar Adón, 2010Follar con la muerte: © Fernando Marías, 2010El cuaderno de Jacobo Mora: © Gustavo Martín Garzo, 2010Hambre: © Espido Freire, 2010El hombre del alféizar: © Álvaro Colomer, 2010© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2010

Diseño de colección y cubierta: EstudioIDEE

Publicado por Principal de los LibrosC/Galileu, 333, 6º 2ª08028 Barcelonainfo@principaldeloslibros.comwww.principaldeloslibros.com ISBN: 978-84-938316-5-3Depósito Legal: B-XXXXX-2010Preimpresión: Anglofort, S.A.Impresión y encuadernación: Romanyà – VallsImpreso en España – Printed in Spain

El contenido de este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

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Índice

El abismo ante el espejo ......................................... 7

Bipolar, de José Carlos Somoza .............................. 13Vida de Henry J. Darger, de Ricardo Menéndez Salmón ............................ 35El dios de los vacíos, de Pilar Adón ........................ 51Follar con la muerte, de Fernando Marías ............. 75Bucles, de Ricard Ruiz Garzón .............................. 93El cuaderno de Jacobo Mora, de Gustavo Martín Garzo .................................. 123Hambre, de Espido Freire ...................................... 141El hombre del alféizar, de Álvaro Colomer ............. 161

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El abismo ante el espejo

Para hablar de la locura, habría que tener el ta-lento de un poeta

Michel Foucault

En el principio fue el Verbo; y de la mano del verbo, el desvarío; y de la mano de ambos, la eterna fascinación humana por las historias sobre los abismos de la mente, sobre la ruptura del contacto con la realidad, sobre las frágiles fronteras entre los mal llamados locos y los pre-suntamente considerados cuerdos. Prueba de ello es que todo el mundo conoce la historia de Ulises, el mítico hé-roe de Ítaca que, según Homero, decidió amarrarse al mástil de su nave para escuchar a las sirenas sin sucumbir a sus cantos. Prueba de ello es que los dos personajes más admirados de la literatura universal, el Quijote de Cer-vantes y el Hamlet de Shakespeare, son a su vez los más grandes locos jamás inventados por el ser humano. Lo-cos lúcidos, sí, locos poéticos, pero locos al fin y al cabo. Aquellos que, según el diccionario, han perdido la razón.

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Sin necesidad de ser experto en la materia, además, cualquiera intuye, al recordar los nombres de Raskól-nikov, Emma Bovary o Joseph K., que el tema de la men-te al límite resulta indisociable de la historia de la crea-ción literaria. Los más avisados, incluso, sabrán que decenas, cientos de escritores de todas las épocas y luga-res, incluidos Friedrich Hölderlin, August Strindberg, Guy de Maupassant, Robert Walser, Fernando Pessoa, Antonin Artaud, Hermann Hesse, Virginia Woolf o Phi-lip K. Dick, han padecido en carne propia los estragos de la demencia. ¿Por qué, entonces, La herida oculta? ¿Por qué sus ocho ficciones sobre los trastornos de la mente? ¿Por qué esta nueva aproximación al tema?

Por grandilocuente que pueda parece la pregunta, la respuesta es muy sencilla: porque, en el siglo xxi, la lo-cura ya no existe. Existen, sí, los trastornos mentales, las psicosis, las depresiones, los ataques de ansiedad, las mil y una patologías que psicólogos y psiquiatras tratan de combatir junto a los propios afectados y sus entornos. Existen, desde luego, enfermedades aún tan estigmatiza-das como la esquizofrenia, y existen prejuicios tan en-quistados en nuestra sociedad como para que los medios de comunicación sigan extendiendo sin reparos la falsa asociación entre enfermedad mental y violencia, o entre dos tipos de personas tan alejadas como un psicópata y un psicótico (sólo este último está enfermo, pero aún se confunden). Sabemos, por tanto, mucho más sobre los desequilibrios de la mente de lo que nunca se ha sabido,

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y ese conocimiento promete incrementarse de forma ge-nerosa en las próximas décadas. Y a pesar de ello, calla-mos. Guardamos silencio, lo ocultamos todo ignorando que, según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas padecerá algún tipo de trastorno mental a lo largo de su vida. Tratamos de olvidar, por miedo o por vergüenza, que nadie es inmune al asalto de la cordura. Y con todo ello, aumentamos sin necesidad el dolor de los afectados.

La herida oculta busca arrojar luz sobre ese padeci-miento clandestino, secreto a veces, y busca hacerlo me-diante el espejo de la ficción literaria. Sus ocho autores han sido elegidos por su pericia narrativa, pero también por su implicación en el tema, por haberlo tratado en sus obras e incluso, en alguno de los casos, por su relación directa con él (aunque no ejerzan, entre ellos hay un psi-quiatra y un psicólogo, y también más de un paciente ocasional). A todos, en consecuencia, se les supone una atención, una sensibilidad y un conocimiento específi- co sobre los trastornos que desarrollan. Y todos, una vez leídas sus propuestas, demuestran que la célebre sen-tencia del neurólogo Oliver Sacks, según la cual «para situar de nuevo en el centro al sujeto (el ser humano que se aflige, lucha y padece), hemos de profundizar en un historial clínico hasta hacerlo narración o cuento», es algo más que una recomendación. Es, también, una do-ble oportunidad, terapéutica y creativa. Junto al del avance de la ciencia, es un acicate para lograr que los

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trastornos de la mente sean cada vez «heridas» menos graves y, menos ocultas.

Todo ello, por otro lado, se presenta aquí desde una estricta obediencia al deber de todo buen relato: intentar satisfacer estéticamente a los lectores.

De ahí que, en las páginas siguientes, se puedan ha-llar enfoques, técnicas y planteamientos narrativos di-versos, pero siempre con el hilo conductor de la mirada sobre el trastorno mental, y a menudo confrontando al sujeto afectado con su reflejo sano, al yo enfermo con el yo ileso, al personaje herido con la añoranza de su con-dición cabal. No es de extrañar que el deseo de paz y sosiego sea uno de los más repetidos en muchos de los relatos. Y tampoco que en ellos dominen los viajes de ida y vuelta entre la razón y el delirio. Se ha dicho ya: en este siglo, por fin, estamos dejando de pensar en tales trastornos como una condición unívoca del individuo. Empezamos a aceptar que se trata de accidentes, de do-lencias, de «heridas». Y, a diferencia de la antigua locu-ra, ya no tienen por qué ocultarse. No lo hacen, no al menos en este libro.

Así, José Carlos Somoza opta en «Bipolar» por reve-lar que, tras los síntomas del trastorno homónimo, cata-logados con precisión notarial, pueden esconderse secre-tos repletos de humor y fantasía. Más filosófico, Ricardo Menéndez Salmón propone releer la auténtica «Vida de Henry J. Darger», con su eterno debate entre lo genial y lo patológico, a partir de un personaje tan oportuno

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como inesperado. Sin nombrarla en ningún momento, pero desnudándola con una precisión poética demole-dora, la madrileña Pilar Adón retrata en «El dios de los vacíos» la tremenda herencia de las depresiones. Jugan-do al equívoco con la autoficción, Fernando Marías ana-liza en «Follar con la muerte» los trastornos asociados al alcoholismo. Quien esto escribe —por mantener el orden de lectura de los relatos— bucea mediante «Bu-cles» en la angustiosa, pero alucinada visión desde den-tro de la esquizofrenia. Gustavo Martín Garzo, a su vez, plantea en «El cuaderno de Jacobo Mora» un hermoso caso de mitomanía a través de un hombre que asegura poseer un don sin igual. Aprovechando su propia expe-riencia con valentía, Espido Freire narra en «Hambre», penúltimo relato del libro, la peripecia en primera perso-na de una joven aquejada de bulimia. Y en «El hombre del alféizar», por fin, Álvaro Colomer protesta de forma singular contra los silencios que envuelven a esa realidad tan próxima a los enfermos mentales que es la del suici-dio, también herida oculta, a su modo, y clandestina.

La última palabra, en cualquier caso, la tienen ahora ustedes. Pasen y lean, encaren el abismo y ofrezcan su dictamen. Por mi parte, sólo me queda, como coordina-dor del volumen, agradecer a Benito Olías y los labora-torios AstraZeneca su entusiasta implicación en el pro-yecto; a los autores, su ilusionada colaboración; y a los editores, Joan Eloi Roca y Claudia Casanova, su impe-cable trabajo a la hora de hacerlo realidad.

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Permítanme acabar parafraseando el popular adagio y decirles que en este libro tal vez no estén todos los que son, pero sí son todos los que están. Y me refiero, por supuesto, a poetas como los que señala Foucault en la cita que abre estas líneas. Me refiero a escritores comprometidos en la causa de la salud mental. Me refiero a exploradores del abismo.

Nada más desde el mundo real. Es la hora de la fic-ción.

Ricard Ruiz Garzón

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