la guerra

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La guerra, la xenofobia, el maltrato, el salto infinito sobre las leyes humanas, la opresión y el engaño, son reglas que ni los antiguos griegos en aquella, su estridente retórica habrían podido concebir. Las pestañas se rompen, la garganta se deforma, los pulmones caducan, el cuerpo, aquel templo infame lleno de ideas y esperanzas se contrae, en una pequeña y furtiva nube de colapso; en cuanto el primer disparo hace añicos la caridad y la sonrisa, aquella necesidad de aire se hace presa de la virilidad del revólver y nosotros, seres tortuosos, dignos de cualesquiera de los círculos de lucifer corremos indignos y acongojados al alero de alguna deidad imaginaria. Es inconcebible, irrefutable, imperdonable e incluso indescriptible sentirse humano, persona, sujeto, etc., pero lamentablemente se asume como una necesidad, peor aún, como una realidad. Mira tú pared, mira tu cuarto, mira tú televisor, tu cine, escucha tu receptor, qué sientes, qué crees, qué puedes ver, tan solo un sin número preciso de indeseables corrupciones, una previsional sentencia que ha de cumplirse a gotas, en donde el voraz y humeante deseo de vida, corroe un lapsus del tiempo al que llamamos existencia. El mal de la vida es la vida misma, graficada en la evolución y desdichadamente está correlacionada de forma inexplicable a nuestra raza, lo que deriva innecesariamente

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Page 1: La guerra

La guerra, la xenofobia, el maltrato, el salto infinito sobre las leyes

humanas, la opresión y el engaño, son reglas que ni los antiguos griegos en

aquella, su estridente retórica habrían podido concebir.

Las pestañas se rompen, la garganta se deforma, los pulmones caducan, el

cuerpo, aquel templo infame lleno de ideas y esperanzas se contrae, en una

pequeña y furtiva nube de colapso; en cuanto el primer disparo hace añicos la

caridad y la sonrisa, aquella necesidad de aire se hace presa de la virilidad del

revólver y nosotros, seres tortuosos, dignos de cualesquiera de los círculos de

lucifer corremos indignos y acongojados al alero de alguna deidad imaginaria. Es

inconcebible, irrefutable, imperdonable e incluso indescriptible sentirse humano,

persona, sujeto, etc., pero lamentablemente se asume como una necesidad, peor

aún, como una realidad.

Mira tú pared, mira tu cuarto, mira tú televisor, tu cine, escucha tu receptor,

qué sientes, qué crees, qué puedes ver, tan solo un sin número preciso de

indeseables corrupciones, una previsional sentencia que ha de cumplirse a gotas,

en donde el voraz y humeante deseo de vida, corroe un lapsus del tiempo al que

llamamos existencia.

El mal de la vida es la vida misma, graficada en la evolución y

desdichadamente está correlacionada de forma inexplicable a nuestra raza, lo que

deriva innecesariamente hacia nosotros mismos. Qué ha de consignar todo

aquello, simplemente que la raza ha de desaparecer, desprovista y carente de un

alma, con el fin último de perdurar ante las demás especies, que es lo que

realmente una deidad imaginaria debería desear.

Son éstas palabras conocidas, dichas, mil veces escritas, pero que en la

conciencia, en el espíritu y en la realidad del ser mismo, de esta esencia

repugnante, les hemos plantado una maldita semilla que refunde en miles de

millones de años de una triste y pútrida verdad.

Son dichos desprovistos de lectura, de simplemente alguien que pretenda

recibirlos, sin ninguna intención especial más que su existencia misma, es un

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deseo vacío, una creciente, ya dicha necesidad, que coexiste con el resto, así

como nacer, crecer, respirar, “tirar”, es parte de lo mismo, de esa lógica

inconsecuente que representamos.

Qué tal si fuésemos seres sin conciencia, eso conllevaría a sentirnos de

otra forma, ¿animales tal vez? O más animales de lo que ya somos, o bien no

otorgaría un perdón divino, quien sabe, puede que solo sea otra verdad a medias,

en la que la capacidad de escritura y de comunicación nos sigue engañando.

Vendiendo un circulo de vicios, en los que el ego y esa supuesta pasión por la

supervivencia y la evolución nos han acorralado.

Dichos sin sentido, palabras románticas o boludeces de borrachos. Así tal

vez, sería más preciso denominar nuestras capacidades, en el sentido que

otorgan a la contrariedad que expresa nuestra propia vida. Evidentemente sería

alucinógeno pensar que todos podríamos asumir que el desastre es la mejor

solución, que el holocausto es la salida perfecta ha tanto desgano, pero quién

podría negar que el vicio que representa nuestra raza, ha de exterminarse algún

día así mismo por nuestras propias manos. Sería parte de la crisis, la salida

extrema pero concreta, la única evidencia que realmente nos amamos una

miserable onza de todo aquello que decimos sentir.

Una evidencia más, que la vida, el aire, la comida y la libre expresión, son

regalos inventados, dádivas colapsadas por la egocéntrica idea, de que nuestra

posición en el mundo, no es otra cosa que una falacia expresada por un tiempo

que no nos pertenece y que tan solo hemos ganado en el primer round de nuestra

pedante guerra.