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SUPLEMENTO CULTURAL No. 180 - 12 DE ENERO DE 2015 - AÑO 4 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN Fotografía: Alejandra Celis Almanza Ni somos todos los que estamos, ni estamos todos los que somos… porque hay muchos más colaboradores en diferentes partes del país y del extranjero que semana con semana generosamente alimentan las páginas de esta publicación, pero en esta imagen aparece una parte funda- mental de la familia gualdreña de Zacatecas. Así iniciamos actividades, con alegría y con la firme intención de hacer de este 2015 un buen año. Ojalá que así sea, que las cosechas sean abundantes, sobre todo para los que con ahínco y honestidad siembran cosas buenas. Paz y justicia para todos.

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La Gualdra 180

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Page 1: La Gualdra 180

SUPLEMENTO CULTURAL No. 180 - 12 DE ENERO DE 2015 - AÑO 4 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Fotografía: Alejandra Celis Almanza

Ni somos todos los que estamos, ni estamos todos los que somos… porque hay muchos más colaboradores en diferentes partes del país y del

extranjero que semana con semana generosamente alimentan las páginas de esta publicación, pero en esta imagen aparece una parte funda-

mental de la familia gualdreña de Zacatecas. Así iniciamos actividades, con alegría y con la firme intención de hacer de este 2015 un buen año.

Ojalá que así sea, que las cosechas sean abundantes, sobre todo para los que con ahínco y honestidad siembran cosas buenas. Paz y justicia

para todos.

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LA GUALDRA NO. 180 / 12 DE ENERO DE 2015 / AÑO 4

180 El último combate

Por Gabriel Luévano Gurrola

MorirPor Maco Antonio Flores Zavala

Desayuno en Tiffany’s, mon kuPor Carlos Belmonte Grey

Ataque terrorista alsemanario Charlie HebdoPor Carlos Belmonte Grey

La fiebre blanca o lasalud de un libro oscuroPor Juan Manuel Malda Barrera

Reflexiones literarias VPor Carlos Flores

Cuando leer no importaPor Eduardo Campech Miranda

Cierro mi blogPor Edgar Khonde

Castillo de sal si puedesPor Ester Cárdenas

El Templo de las MusasPor Violeta Tavizón Mondragón

Inconsistencia del uno al nosotrosPor Roberto GalavizMauricio Magdaleno, para intrusosIII. Marchita el alma. Los años de la Soberana ConvenciónPor Conrado J. Arranz

Cinco, surtidosPor Alberto Huerta

La petaquilla verdePor Pilar Alba

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La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Carmen Lira SaadeDir. General

Raymundo Cárdenas VargasDir. La Jornada de [email protected]

Jánea Estrada LazarínDir. La Gualdra

[email protected]

Roberto Castruita y Enrique MartínezDiseño Editorial

Juan Carlos VillegasIlustraciones

[email protected]

Con el día 12, que de acuerdo a las cabañuelas predice el clima del mes de enero, regresamos después de dos semanas de vacaciones para dar inicio con las publicaciones gualdreñas de este año. De acuerdo a la tradición popular, las cabañuelas son un antiguo método que de predicción climatoló-gica para todo el año: del día 1 al 12 de enero se pronostica el clima de enero a diciembre; del 13 al 24, de diciembre a enero. Posteriormente, del 25 al 30, los meses están representados en bloques de 12 horas (de manera ascendente); y el día 31 hora por hora se pronos-tica primero de enero a diciembre y las últimas 12 horas de diciembre a enero. Esta tradición continúa vigente sobre todo en las comunidades rurales del país, en las que los campesinos se pueden dar una idea clara de cómo estará el clima durante el año y si “los tiempos de aguas” serán propicios para sembrar. Ojalá que así sea, que el campo florezca y que las cosechas sean abundantes para todos, sobre todo para los que con ahínco y honestidad siem-bran cosas buenas.

El 2015 inició llevándose a uno de los grandes personajes del periodismo mexicano, don Julio Scherer García, fundador de la Revista Proceso, cuyo ejemplo de disciplina y esfuerzo per-durará por mucho entre el gremio de los periodistas. A propósito, de acuerdo a la más reciente información publicada por la organización Reporte-ros sin Fronteras (RSF), México es el sexto país del mundo con más homici-dios de periodistas, con tres comuni-cadores asesinados durante el 2014; a ellos hay que sumar ahora el asesinato de una periodista en Nayarit y uno más desaparecido en Veracruz en lo que va del año que recién comienza. México ocupa además en el quinto lugar del ranking de comunicadores secuestra-dos en el mundo. Así de peligroso es ejercer el periodismo en nuestro país. Acontecimientos lamentables como el asesinato de los colaboradores del semanario francés Charlie Hebdo nos hacen reflexionar, sin embargo, en la gran diferencia en cuanto a la actua-ción eficaz de las autoridades francesas para dar con los culpables, en com-paración a las nuestras; no olvidemos que el estado mexicano está obligado a

garantizar la seguridad de los periodis-tas y de todos los ciudadanos. Que así sea este año, ya que estamos con los buenos deseos.

Este 2015, conmemoraremos y ce-lebraremos acontecimientos importan-tes en el mundo del arte y la cultura. El mes de abril se cumplen 100 años del nacimiento de Tadeusz Kantor, pintor, director de teatro, escenógrafo, es-critor, actor y teórico del arte polaco, cuyas obras La Clase Muerta (1975) y Wielopole, Wielopole (1981) son quizá las más significativas de su repertorio por su contribución estética al mundo del teatro. En diciembre celebraremos los 150 años del nacimiento del genial músico ruso Johan Julius Christian Si-belius, cuya Quinta Sinfonía, Op. 82 cumplirá también 100 años de haberse estrenado. En diciembre también con-memoraremos el 25 aniversario del fallecimiento del compositor de origen ruso-judío de música clásica y de cine estadounidense Aaron Copland, autor de obras como El Salón México (1936), Danzón Cubano (1942), Appalachian Spring (ganadora del Premio Pulitzer en 1945) y la música para la película La heredera (1949, de William Wyler) con la que ganó un Oscar a la mejor banda sonora.

En el área de la literatura, este año, el 29 de mayo, celebraremos los 750 años del nacimiento de Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia; los 100 años de la publicación de La metamorfosis, de Kafka; los 150 años de la publicación de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, novela de Charles Lutwidge Dodgson, mejor conocido como Lewis Carroll.

Finalmente, este año conmemora-remos también los 75 años de falleci-miento del pintor suizo Paul Klee; y en Zacatecas, el 30 aniversario luctuoso del pintor Pedro Coronel.

Como verá usted, tenemos un año para recordar y celebrar grandes obras e ilustres personajes. Esperemos que este año 2015 venga cargado de más buenas noticias que malas, y que haya paz y justicia. Para todos.

Que disfrute su lectura. Comenza-mos.

Jánea Estrada Lazarí[email protected]

La G

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ra No

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y alemanes, las penurias de la clase trabajadora, las deportaciones, los hastíos burocráticos, las torturas físi-cas y mentales, los ríos en llamas, las amistades y enemistades, las medita-ciones, los asesinatos, miedos y espe-ranzas fallidas. Y los ejemplos que no cesan, las imágenes que pasan como si uno estuviera montado en un vagón oscuro: la granada que cayó cuando el batallón estaba comiendo conservas, el menchevique tuerto que con su cuenca vaciada precipita a los que ve en las dubitaciones de partido, la madre que fue quemada junto su hijo, atados a un poste. Una sensación de panteísmo recorre la obra. Grossman lo vio, y lo no directo, para vivirlo, lo imaginó. De la simultaneidad de sus entes regala una nueva épica.

Hay en los personajes de Vida y destino una sensación conflictiva, la repentina toma de consciencia del tiempo como un sino que da y quita. Se retrotraen en sí mismos para re-cordar lo que fueron antes de ser tra-tados como reses o basura: humanos.

En contraste, hay quienes se entregan al destino y le sacan provecho a la tragedia: los presos comunes que vi-gilan a los políticos, los pequeños bu-rócratas que esconden su estatura en la noción del Estado, los que disparan defendiendo tiranías. Entre estos úl-timos, los soldados, abundan aquellos que se pueden ubicar en los reflexi-vos, los que no aceptan el destino y se aferran a la vida, los que recuerdan que pueden amar y se enamoran bajo el cielo enrojecido. No hay mejor título para una obra de más de un mi-llar de páginas que uno corto: Vida y destino. Toda la novela gira alrededor de esa dicotomía. El soldado dispara y luego llega a visitar a la aldeana que no abraza desde hace años, y llora. Fenómeno curioso que es superado, empero, por otro, el de los niños.

Uno de ellos fue sorprendido por la guerra lejos de su madre y es con-denado a viajar en un vagón pesti-lente, solo, donde también va una tía que no lo quiere. El niño, como los demás hombres y mujeres, se entrega a los recuerdos de sus días felices, cuando jugaba y era feliz. Ha enveje-cido con décadas de anticipación. El que piensa la felicidad ya no es feliz. El niño se entrega a la vida porque la ha perdido. Un último combate, una lucha desesperante en un muchachito que debería estar recorriendo las lar-gas estepas de Rusia.

El niño me hace pensar en el autor. Cuando digo que el artista se sale del bosque no me refiero necesariamente a una salida física. Grossman par-ticipó en los acontecimientos de la batalla de Stalingrado directamente como periodista y cronista. Ahí es-taba el germen. Lo que escribió desde el sitio generó avante en la novela. Es como si el intelectual o el artista no salieran del bosque caminando, hu-yendo, sino mentalmente. El alma es tan grande que supera las estrecheces del cuerpo y se eleva. Desde una roca, o una nube, admira, abstrae, inventa. Ora la lucha de Liudmila por hallar a su hijo, ora los debates internos del renuente bolchevique Mostovskói.

Por los ojos del alma tenemos Vida y destino, una gran novela que nos arroja siempre las mismas preguntas. ¿Cómo lo colectivo niega lo indivi-dual? ¿Dónde quedó la clave para unir los contrarios? ¿Qué es la vida final-mente? ¿Qué es el hombre? Han bus-cado la respuesta los que murieron, los que sobrevivieron, los testigos, los parientes, y ahora, los lectores.

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Es conocida la máxima (y sus va-riaciones) que dicta que para cono-cer y admirar el bosque en su justa medida se debe salir de él y, desde cualquier atalaya o terrón, sustraerse de la inmediatez, saberse lejos, tener una visión más amplia. Es cierto. Sin embargo, en esa consideración habría que reparar especialmente a la pala-bra “salir”. Para salir forzosamente se debió pertenecer, entrar en algo y ser consciente de ello. Ver las cosas sin haberlas sentido, ilusionarnos sin asideros, generan un vacío aterrador. Se necesita, al menos un poco, haber probado las sombras del bosque, ca-minado por sus galerías de nocturnos temores, por sus días que son una bri-llante herida verde, palpar los tron-cos muertos, envidiar los pájaros que tramontan las copas de los árboles, vivir, y dormir al raso. Luego salir, y preguntarse ¿por qué?

No creo que a alguien le sea ne-gado, por experiencia, conocer el bosque, o los sucedáneos, que son la carne de esta metáfora: todos los mundos de este mundo. Nacemos en un abigarrado espectáculo donde re-gularmente nos perdemos y descon-certamos. La existencia no escatima. Varía, pero no niega. El gran problema es que buena parte de los hombres de nuestro ya desastrado siglo veintiuno ha dejado de preguntarse con rigor y tesón, pareciendo que lucha menos por salir un rato y entregarse a su discurrir mental. Siguen, afortunada-mente, los dotados de un genio natu-ral para la abstracción, el pesimismo, la esperanza, el ánimo de levar anclas, y los habilidosos en construirse ese genio a base de trabajo y paciencia. Ambos salen, ven, crean. Los artistas, son un poco los dos. Tienen el genio y el talento como se tiene la expe-riencia y la imaginación para recrear nuevos bosques.

Es justo y lógico pensar, enton-ces, que Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, recorrió en la punta de la muerte el bosque, lo padeció, lo sobrevivió como actor inmediato, imbuido de lleno (igual que Tolstoi): la guerra, segunda y mundial. Tuvo que tener una cauda de experiencia enorme. Nadie saca de elucubracio-nes una novela de tal magnitud que nos da la ilusión de haber cubierto el mundo entero circunscribiéndose a una época específica. Pero el libro no es un libro de memorias o de historio-grafía a secas, también está, y a rauda-les, el ingrediente de la reflexión y la

inventiva.Los ojos del hombre, llenos de

hambre, son de una indiscutible le-gitimidad. Sin embargo, los ojos de escritor (y esos son los que trans-mutan el dolor en milagro) son más prodigiosos, porque enfrentado (y protegido) por la página que se ex-tiende como un campo libre de balas físicas (que será abatida por otras ba-las, poderosas, que son las palabras), puede desplegarse de tal forma que dé coherencia estética al horror y la ruina moral que nos han heredado esos años.

Nadie crea de la nada, es cierto, pero la experiencia no lo hace todo. La mirada del artista es como una pa-loma que toma con el pico las realida-des, los datos duros, los recuerdos, y se alza a volar buscando en las alturas un nido, en una montaña o una torre suspendida entre nubes, para colocar-los y mutarlos.

Vasili Grossman salió (voló) del bosque y se sentó a escribir: los cam-pos de concentración paralelos, rusos

El último combatePor Gabriel Luévano Gurrola

Libros

Paul Klee. Senecio, 1922, Museo de Arte de Basilea, Suiza.

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LA GUALDRA NO. 1804

nente en el sistema político mexicano.En los libros indicó, principalmente allí,

que la impunidad, la complicidad, el des-quiciamiento por el ilimitado ejercicio del poder eran parte de las acciones de los políticos.

Los personajes que diseccionó fueron los expresidentes mexicanos, de Echeverría a Calderón. Agregó a los corruptos de cada sexenio, a los asiduos al club bancario y a la mesa de los millonarios Juan Sánchez Na-varro y Carlos Slim. Consolidó, porque era él, el espectro de la existencia de vínculos

entre el narcotráfico y el poder político en México.

Sin inquisición detallaba los atuendos, el comportamiento en la mesa, las bebidas y la cantidad, las conversaciones de otros mientras él atendía alguien.

Miguel Barragán Lárraga escribió: Julio Scherer describía con una minuciosidad tal, que uno entendía más a los personajes con su detallada observación que leyendo las respuestas.

Algunos textos, en formato de libro: El poder: historias de familia (Grijalbo, 1990); Estos años (Océano, 1995); Salinas y su im-perio (Océano, 1997); Cárceles (Alfaguara, 1998); Parte de Guerra, en coautoría con Carlos Monsiváis (Aguilar, 1999); Máxima seguridad (Random House Mondadori, 2001); Pinochet, vivir matando (Alfaguara, 2000; y Nuevo Siglo-Aguilar, 2003); Tiempo de saber: Prensa y poder en México, en coau-toría con Carlos Monsiváis (Aguilar, 2003); Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia (Nuevo Siglo-Aguilar, 2004); El perdón im-posible (FCE. Versión ampliada de Pinochet, vivir matando); El indio que mató al padre Pro (FCE, 2005); La pareja (Plaza & Janes, 2005); La terca memoria (Grijalbo, 2007); La reina del Pacífico (Grijalbo, 2008); Allende en llamas (Almadía, 2008); Secuestrados (Gri-jalbo, 2009); Historias de muerte y corrupción (Grijalbo, 2011); Calderón de cuerpo entero (Grijalbo, 2012); Vivir (Grijalbo, 2012) y Niños en el crimen (Grijalbo, 2013).

de la ciudad de Timbuktu, en 2012, por una célula de dhjiadistas. Se trata de musulmanes radicales en busca de inmovilizar el tiempo, protegiendo de la invasión y perversión de la vida moderna occidental a toda su comu-nidad. Además, tienen el objetivo de homo-geneizar el islam eliminando las variedades territoriales de la religión en el mundo.

Por tanto, no a la música pagana, no a las actividades distractoras –futbol, bailes- y por supuesto, no a las relaciones extramaritales. La falta a cualquier principio se castiga con la muerte –la lapidación, por ejemplo, fue el elemento de la vida real que motivó la filma-ción de la cinta-, años de prisión o la entrega de todo el patrimonio familiar.

Sissako expone los elementos de la per-secución a manera de sketches, de varieda-des unidas únicamente por el principio del radicalismo y la tiranía. Y para evitar que el ritmo de su historia sea plano recurre a la tragedia familiar; la muerte de una vaca por

la vida de un hombre y la tiranía fanática que asesina a la familia.

El director, quien tuvo el apoyo de varias instituciones culturales francesas y estuvo nominado a la Palma de Oro en Cannes 2014, conoce las estrategias para agradar al público francés. La tragedia es narrada parsimoniosamente, en la sala, a más de un espectador le sacó las lágrimas. Ahora está nominada a los Oscares 2015 en la categoría de Mejor película de habla no inglesa.

Un aspecto interesante de la producción y que conviene mencionar por los sucesos que han enmarcado la redacción de esta columna, es que el sitio de internet oficial de la película ha puesto un dossier pedagógico a fin de explicar al público las referencias culturales y políticas de la cinta, pero sobre todo, para exponer la filosofía y conflicto con las células djihadistas:

http://www.le-pacte.com/france/pro-chainement/detail/timbuktu/

Scherer murió. Eso escribí en Facebook cuando supe del hecho (stalkeando a Alain Luévano), el 7 de enero de 2015.

Falleció el mítico Julio Scherer García. El adjetivo vale, porque él es un referente de la desvencijada libertad de expresión en México. También es uno de los sinónimos de la revista Proceso.

Él fue escritor, periodista (son oficios diferentes) y antagonista del corrupto poder político mexicano.

Las últimas entradas que leí sobre y de Scherer fueron cuatro. Lo que escribió sobre Vicente Leñero en Proceso (el texto me lo obsequió Alain un día antes de la pu-blicación en Página 24 Zacatecas); el relato de María Scherer en Letras Libres (octubre de 2014); el ensayo académico “El olimpo fracturado: la dirección de Julio Scherer en Excélsior (1968-1976)”, de Arno Burkhol-der (El papel de la prensa en la construcción de un proyecto de nación, UNAM, 2012); y, en Amarres perros de Jorge G. Castañeda (Alfaguara, 2014).

Conocí a Scherer por Dos poderes, de Manuel Becerra Acosta (Grijalbo, 1984); luego, por el todavía indispensable Veci-nos distantes, de Alan Riding (JM&Planeta, 1985).

El registro de la voz, la personificación que tengo del periodista que se movía por donde las élites, es la entrevista televisada que hizo al subcomandante Marcos. Del hecho me quedo con la última secuencia,

cuando el periodista concedió: ¿quiere usted agregar algo más?

Los retratos comunes son frente a la má-quina Olivetti, otras con mueca labial donde figura enfado (puede que ahora circulen donde sonríe)… A diferencia de Salinas, la mirada no es de alfiler, la de Scherer es de un observador participante (periodista tes-tigo que escucha, mira para situar escenario, contexto, discursos...).

La intervención de Echeverría en la coo-perativa de Excélsior fue el tema inicial que empleó para mostrar la corrupción perma-

Timbuktu y el drama dhjiadistaSegún sigo viendo películas me voy dando cuenta de las formas, sonidos y texturas que más me gustan al estar sentado en el cine o en el sofá de mi casa. Y también he notado que estas imágenes me dan más placer si el drama no me engancha. Las texturas corrosivas de la arena y el agua, cuando un micrófono da prioridad a sus sonidos y la cámara abre sus ojos grandes para ponernos los planos completos de los paisajes, ya hace tiempo que me hacen brillar pupilas y oídos.

El director Abderrahmane Sissako en su cinta Timbuktu nos pone enfrente de las inmensas planicies del desierto mauritano y de un oasis que lo mismo es abrevadero de vacas esqueléticas que estanque de pes-cadores.

En la terraza de una especie de choza hecha de gruesas alfombras, instalada en pleno desierto lejos de la ciudad, el dueño de los animales, vestido con sus largas telas

y un foulard alrededor de la cabeza, toma té y toca la guitarra; al lado, su mujer, también recostada y con su vaso de té, mira a su hija de once años, tomada en primer plano para resaltar su rostro apiñonado en una combinación monocroma con el desierto. El tiempo parece nunca pasar, ni en el pueblo ni en la película.

El drama está basado en la ocupación real

MorirPor Maco Antonio Flores Zavala

Desayuno en Tiffany’s, mon kuPor Carlos Belmonte Grey

Carmen Lira Saade, directora general de La Jornada, y Julio Scherer García, en la fiesta del 15 aniversario del diario. Foto José Carlo González, La Jornada.

Cine

Pers

onaj

es

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12 de enero DE 2015 5

suis Charlie Hebdo [Yo soy Charlie Hebdo] se hizo viral. El miércoles a las cinco de la tarde en la plaza de la República de París, miles de personas respondieron al llamado de los sindicatos nacionales para reclamar justicia y respeto por la libre expresión.

La ola de descontento se ha expandido por el territorio y ha encontrado su target en la comunidad musulmana, sin importar los matices religiosos y sociales.

El conflicto no para ahí. El riesgo mayor es un posible aumento de popularidad que empodere al partido político de extrema derecha, el Frente Nacional [FN] dirigido por Marine Le Pen. En las elecciones mu-nicipales del 2014 el FN se colocó como la tercera fuerza política del país. Su discurso de austeridad, antiinmigrante, fascista y nacionalista ha sentado de maravilla entre los franceses de “pura cepa” y lo vislumbran como la solución contra la crisis.

En su conferencia de prensa, posterior a los ataques, Le Pen lanzó la pregunta “¿Cómo y por qué hemos llegado a esta situa-ción?”, la respuesta se hizo en el tono de la unión, pero de la unión que llama al funda-mentalismo de los sentimientos nacionales, a la reagrupación de compatriotas que deben

de ser valientes para denunciar y defender la patria contra esta invasión. Bien que matizó su llamado a no generalizar entre todos los musulmanes como miembros integristas radicales, su discurso concluyó alzando el tono de su réplica, pidiendo dejar de lado los discursos políticamente correctos que esconden la naturaleza de los problemas de los franceses.

Esta es, quizás, la consecuencia más peligrosa de lo que está sucediendo. Sin olvidar, por supuesto, el atentado contra la libertad de prensa. Asuntos, ambos, muy cercanos a la realidad mexicana.

El comentario de Timbuktu, previsto para incluirse esta semana, coincidió con el ata-que terrorista a las oficinas del semanario francés Charlie Hebdo.

Según la versión oficial, a las once de la mañana del siete de enero, llegaron tres tipos encapuchados y armados con kalach-nikovs a las oficinas centrales del semanario (ubicadas en el barrio XI de París). En-traron al edificio, dispararon al guardia de la recepción, subieron al segundo piso en donde se realizaba la reunión de la redac-ción y les dispararon también. Mataron a los dibujantes Charb –y a su escolta personal-, Cabu, Tignous y Wolinski (un personaje histórico del periodismo francés); y al eco-nomista Bernard Maris.

“Nous avons vengé le prophète”. [Hemos vengado al profeta] Fue el grito de guerra durante la masacre. En su huida se topa-ron con un policía, al que enfrentaron y mataron a sangre fría con un disparo en la cabeza. Tomaron un coche y salieron de la ciudad por la zona norte. Una vez más gritaron: “On a vengé le prophète Mohamed! On a tué Charlie Hebdo!”. [¡Hemos vengado al profeta Mohamed! ¡Hemos matado a Charlie Hebdo!].

Ese día, en total hubo 12 muertos y ocho heridos de gravedad. El presidente de la República, Francois Hollande, salió a dar la cara inmediatamente después de los aconte-cimientos para mostrar su congoja y decla-rar el estado de emergencia y persecución.

El semanario crítico Fundado en 1970 por Cabu, entre otras per-sonas, el semanario es considerado como de izquierda, aunque en más de una ocasión ha mostrado posiciones políticas ambiguas. Su crítica mordaz, burlona, satírica y pesada le ha provocado problemas con el Estado y con varios sectores de la sociedad en más de una ocasión. Siempre se le ha reconocido

su lucha por la independencia y la libertad de expresión, aunque esto les ha generado también problemas financieros y reiteradas amenazas de muerte.

Su enfrentamiento con las células de musulmanes radicales comenzó en febrero de 2006 cuando decidió reimprimir las 12 caricaturas satíricas de Mahoma, publica-das originalmente por el periódico danés Jyllands-Poste, agregándole su propio toque, un “Mahoma desbordado por los integris-tas”.

En noviembre de 2011 sufrieron un nuevo ataque con bombas molotov y las oficinas centrales fueron incendiadas. La causa en esa ocasión fue la publicación del número especial 1011 intitulado, a modo de guasa, Charia Hebdo. La edición se burlaba de los ataques integristas de ese año y de la victoria electoral en Túnez. La comunidad musulmana se quejó. El dibujante Charb tuvo que ser puesto bajo vigilancia policial. Y ahora en enero del 2015, el más sanguina-rio de los ataques.

Las consecuenciasLas manifestaciones de la población fueron inmediatas en toda Francia. La leyenda Je

Ataque terrorista alsemanario Charlie HebdoPor Carlos Belmonte Grey Charlie Hebdo

Georges Wolinski, cuando se le preguntaba qué quisiera

que hicieran con su cadáver, respondía con una broma:

“Je veux être incinéré. J’ai dit à ma femme: tu jetteras les cendres dans les toilettes,

comme cela je verrai tes fes-ses tous les jours”.

“Quiero ser incinerado. Le he dicho a mi mujer: tirarás las cenizas en el excusado del

baño, así veré tus nalgas todos los

días”.

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LA GUALDRA NO. 1806Li

bros

En mi biblioteca acabo de inaugurar un nuevo estante. No lo rotularé, pero de hacerlo tendría que llevar la etiqueta “mitología de la civilización moderna”. Debo aclarar que uso el término “mo-derno” en un sentido histórico, aquel fundado en las ideas de autores tan dispares como Francis Bacon o René Descartes. Sin embargo, ni Descartes ni Bacon están en el nuevo espacio; ellos permanecen en el librero de los filósofos. Y es que la modernidad no es filosofía, es el pobre mito que pe-nosamente sostiene nuestro mundo. Basta tomar como ejemplo a la “post-modernidad”: fruto amargo dentro de la mitología moderna, algo semejante a una fiebre.

No extrañará entonces que la nece-sidad de abrir un lugar especial para la triste saga haya nacido de un autor que de ninguna manera es filósofo. El polaco Jacek Hugo-Bader es reportero y su “fiebre blanca”1 es responsable no sólo del reacomodo de mi biblioteca —si así fuera la anécdota apenas ten-dría interés para mí— sino de una serie de reflexiones que abarcan a otros li-bros. Vamos a echarles un vistazo.

A la izquierda de La fiebre blanca —inmediatamente después de La na-ranja mecánica de Burgess— hay un hueco reservado para un ensayo que sólo conozco por las referencias que de él hace nuestro periodista polaco: Reportaje desde el siglo XXI, publicado en la entonces Unión Soviética en 1957. Dirigiendo la vista al extremo derecho del librero, nos topamos con el primer libro: el relato de Los viajes de Marco Polo. Le siguen el The Innocents Abroad, de Twain; y los tres tomos del Pilgrimage, de Burton. Pocas veces he quedado satisfecho con un acomodo cronológico como este, pero ahora es el caso. El texto de Marco Polo es una

frontera nítida en la cual las memorias de su viaje, más que proyectar reflexio-nes hacia el futuro, representan el sentido de una vida. En cambio todos los otros libros pretenden justificar, en sí mismos, su propia existencia: son

propiamente mitos literarios. Mientras que la narración de Marco Polo tiene el aliento de una historia contada con palabras, las demás son historias escri-tas con letras. La civilización moderna es, como bien dice Peter Sloterdijk,

“una ficción de letrados”; la mitología de la modernidad, pues, debe leerse. Y el libro que me ocupa sin duda debe ser leído, aunque al cabo parezca que está siendo escuchado a voz viva.

¿De qué trata La fiebre blanca? Pri-mero que nada, del talante de esta civilización moribunda; también de un viaje. Se divide en dos partes. La se-gunda —constituida mayormente por reportajes que realizara su autor entre los años 2001 y 2006— es causa de la primera, si bien culmina con un capí-tulo que es síntesis de la obra entera y que fue escrito hasta el 2007. Con todo, es en la primera parte que se nos desvela el motivo por el cual Jacek Hugo-Bader decidió hacer el arries-gado trayecto, en pleno invierno, desde Moscú hasta Vladivostok: la celebra-ción, con una travesía épica, de sus 50 años de vida. Pero tras ese interés per-sonal hay otro más profundo: testificar con la propia experiencia el modo en que los marginados le toman el pulso a nuestro mundo agónico.

Desde la narración de cómo fue preparado el viaje hasta la crónica del mismo, Hugo-Bader —lleno de un fuerte espíritu junguiano— se deja guiar por el peso de las corresponden-cias. Por ejemplo: él nace el mismo día y a la misma hora que en Moscú se decide la redacción de un informe fu-turista previendo al tercer milenio; un tiempo que coincidiría con los 90 años de la Revolución de Octubre. Aquel libro —Reportaje desde el siglo XXI— servirá de contrapunto a su propia experiencia como peregrino en pleno 2007. Da risa el contraste entre los perfectos y aerodinámicos autos ima-ginados por aquellos optimistas de los años 50 y el tosco “Lasik” todoterreno —ruidoso, feo, humeante— con el que nuestro aventurero avanza por brechas

La fiebre blanca o la salud de un

libro oscuroPor Juan Manuel Malda Barrera*

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12 de enero DE 2015 7Libros

de la peor terracería. Lo cómico de la narración refuerza todavía más la cru-deza de lo que se va contando. Capítulo tras capítulo, mientras el inspirado texto soviético prometía un mundo de bienestar y alegría, el atónito testigo del futuro —que es nuestro presente— constata todo lo contrario: miseria, destrucción ambiental, enfermedad, corrupción, criminalidad, suicidios. Y en el centro de la catástrofe se topa con supervivientes. Una masa de hombres y mujeres, de niños y ancianos, que en medio del caos aún respiran, y a veces, con el más puro humor negro, sonríen. Es una comunidad que se ex-tiende como la más representativa del género humano en todo el larguísimo recorrido. Ellos van siendo mayoría; la minoría privilegiada —sorda, ciega o desalmada— vive en un mundo de opulencia del que sólo se perciben sombras, pese a todo, incapaces de albergar felicidad. Después de leer el libro, acompañando a la risa no puede sino persistir el desasosiego, la tris-teza. Un desaliento incrementado por la labor de la traductora, que al usar giros lingüísticos propios del español que se habla en México, logra que el lector encuentre similitudes inquietan-tes entre aquella lejana infelicidad y la más próxima que vivimos a diario en este país.

Pero no sólo hay tristeza. Es signi-ficativo que la alegría resista en torno a lo más despreciado por el Homo urbanus. En un capítulo se describe el crudo itinerario de las personas en el metro de Moscú. Los vagabundos buscan en aquellos túneles el calor y la

protección para poder dormir un poco. Los trabajadores soportan el hacina-miento y la incomodidad. Pero Bladi y su hermana no sólo se las ingenian para entrar gratis y viajar de un lado a otro, también hallan en el metro un lugar para divertirse y encontrar ali-mento sin necesidad de dinero. Ellas no hablan, sólo viven: son perras. La condición animal, principal fuente de vergüenza y asco para la civilización, es un refugio para la alegría.

Es entonces que la esperanza surge de la sincronicidad. En el capítulo que da nombre a todo el libro, se explica que la fiebre blanca es el delirium tre-mens. La tristeza lleva al alcoholismo y el alcoholismo a la muerte. Sin em-bargo la fiebre no actúa con equidad. Cuando Jacek Hugo-Bader llega a la Siberia Oriental y se topa con la doc-tora Lubov Passar, el brillo de las co-rrespondencias deslumbra. La doctora nació el mismo año que él, el mismo año que el libro Reportaje desde el siglo XXI. Pero la doctora Passar, además de ser psiquiatra, es chamana. Y además de curar a sus pacientes de la fiebre blanca es una analista aguda que ve la causa profunda del desasosiego: si el europeo desdeñó su condición animal poco a poco y a lo largo de más de mil años, los pueblos siberianos se su-mergieron en las consecuencias de ese desdén en contra de su voluntad y sin poder hacer nada. Fue una catástrofe súbita la que les arrancó de su que-rida animalidad, y por eso, udegues, evencos, nanái, kereks, alutors están a punto de desaparecer.

En su desaparición se confabulan

dos historias, las de su profundo pasado biológico y las del reciente éxito del capitalismo. En el primer caso, miles de años de selección en un medio carente de carbohidratos, fueron configurando una fisiología fundada en consumir proteínas y grasa. Los europeos basa-ron su fisiología en las proteínas y los carbohidratos, por lo que su organismo tiene capacidades negadas a los pueblos siberianos. Sin recursos internos para degradar el alcohol —subproducto de la fermentación de carbohidratos— esos hombres se embriagan con facilidad, dañando sin remedio su hígado y pade-ciendo como nadie la fiebre blanca. En el segundo caso, el capitalismo deses-tructuró hasta sus cimientos la base de su sociedad. La estrecha relación que llevaban con una tierra viva, sagrada, se redujo al mero intercambio de ma-teria prima, de cosas para vender en un mundo ajeno. Fueron despojados de su propio mundo y a cambio de la magia les quedó el vacío. El resultado, como en-fatiza la doctora Passar, es la extinción.

Tras leer La fiebre blanca, uno queda envuelto en un ánimo oscuro. Pero este libro es la semilla de re-flexiones sanadoras. El recorrido por Rusia es un recorrido por el fracaso de la civilización moderna. La crudeza de las narraciones encuentra su símil en cualquier lugar, pero muy espe-cialmente en México. Aquí también hubo humanos que tuvieron que sufrir la negación forzosa de su condición animal: chichimecas, pames, seris, ta-rahumaras. Ahora padecen la muerte y la miseria por el alcohol y las drogas. Pero el malestar se extiende hasta los

“privilegiados”: nadie es feliz en esta civilización. Sucedáneo de la alegría, el consumo ilimitado deja siempre un vacío, tanto más grande cuanto más ilimitada sea la capacidad de consu-mir. ¿Cuál es entonces la “reflexión sanadora”? Que la alegría se encuentra en nuestro interior, en la despreciada animalidad. Que la vida no es sino una historia compartida con todos los seres que habitan el planeta, que a cambio de la competencia y el prestigio, la fe-licidad se halla en la cooperación y la equidad. Que es el capitalismo más que el alcohol o las drogas, la causa última de la fiebre.

Con La fiebre blanca bien podría editarse el último tomo de una co-lección, que por supuesto, habría de llamarse “Mitología Breve de la Civi-lización Moderna”. El penúltimo tomo sería la novela de Anthony Burgess. Y aunque de la obra del periodista polaco surjan emociones análogas a las que despierta La naranja mecánica, ya sabemos que éste no es un libro de ficción —por más que el nadsat inven-tado por Burgess se parezca al vocabu-lario “jipi” testificado por Hugo-Bader. Por su parte, en diálogo con Reportaje desde el siglo XXI, es una respuesta cruda. La fiebre blanca refuta todas y cada una de las pretensiones utópicas de la modernidad, y un poco al estilo del Pilgrimage de Burton, deja entrever que la complejidad de la tendencia hu-mana a socializar, no puede reducirse a la ingenuidad arrogante de la civiliza-ción europea. Como gemelo inverso de Mark Twain y su The Innocents Abroad, nuestro periodista descubre en Rusia no al vasto territorio salvaje en su penosa ruta a la modernización, sino al resultado vigente y atroz de esa mo-dernización. Que La fiebre blanca, un libro oscuro, sea el último tomo de esa colección de mitología de la civiliza-ción moderna no quiere decir que sea el tomo final. Después de leerlo, de la melancolía va incubándose cierto opti-mismo saludable. Si la frontera inicial de nuestro mito civilizatorio se delinea con Los viajes de Marco Polo, falta toda-vía el otro límite, el de su conclusión. Espero con fervor vivir lo suficiente para incluir el libro que ponga punto final a tan desolada historia. Sólo así podría inaugurar un nuevo anaquel de-dicado a una civilización sana, donde nuestra maltrecha condición animal pueda aliviarse, guiándonos otra vez.

*Juan Manuel Malda Barrera es pro-fesor de la Licenciatura en biología de la

Universidad Autónoma de Querétaro.

1. La fiebre blanca, Jacek Hugo-Bader, trad. del polaco: Anna Styczyska, la mirada salvaje / Surplus, impreso en

Oaxaca de Juárez, México, 2014, pp. 388.

Jacek Hugo-Bader, foto cortesía de Surplus.

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LA GUALDRA NO. 1808

La Edad Media o la Edad del Oscu-rantismo no fue en realidad una edad oscura. Sí una época llena de movi-mientos y desplazamientos, de guerras y conflictos, pero nunca una época que no arrojara producciones cultu-rales. El problema puede ser atribuido a que no hubo alguna cultura predo-minante por un periodo temporal que le permitiera arrojar raíces y dar fru-tos notorios como lo hizo el imperio romano o la cultura helenística. No obstante durante este periodo, en el caso de la literatura, hubo interesantes aportaciones.

Lo que denominamos Edad Media comienza con la caída del imperio romano de occidente hacia el año 476 y termina con el fin del imperio bizantino en 1492, o si se prefiere, con el descubrimiento de América. Al tambalearse el poderío en Europa, pronto aquellos pueblos subyugados comenzaran a tomar posesiones de tierras y establecer sus pequeños rei-nados conocidos como feudos, lo que va a provocar una serie de enfrenta-mientos entre los distintos pueblos que trataban de marcar sus fronteras, algunos incluso trataron de conquistar grandes extensiones como fue el caso de los godos y los sajones.

Habrá que considerar la gran in-fluencia que tuvo oriente, ya sea por el sitio en España que duró alrededor de 100 años, ya por el imperio bizan-tino que ejercía gran peso cultural en algunos pueblos europeos o ya por las cruzadas que desplazaron un sinnú-mero de gente a las tierras orientales en busca de poder y riqueza.

Otro asunto que no debemos ol-

vidar es el afloramiento del mundo cristiano y todo el trabajo intelectual que se dio alrededor de éste, pues de alguna manera vino a suplantar la práctica religiosa del imperio, lo que presuponía de entrada un dominio cul-tural en los pueblos subyugados, por lo que el rito cristiano va a tomar mucho de la forma de los ritos romanos.

Es así, que tenemos tres momentos importantes en la producción literaria. Por una parte está la producción de textos religiosos y católicos, tal vez la más productiva, que consistía en estudios religiosos sobre teología y filosofía, así como una larga serie de vidas de santos o la vida y pasión de Cristo con intención evangelizadora. Estos textos eran producidos en las abadías o templos, donde un grupo de monjes se dedicaba a sus estudios en los scriptorum, especie de bibliotecas donde también se rescataba el mundo cultural helenístico y romano, ya fuera trascribiendo los textos de entonces o traduciéndolos al latín, lo que permi-tió que aquella riqueza cultural llegara hasta nuestros tiempos.

Otro momento es el de los textos compuestos por los bardos o los ju-glares, que van a rescatar toneladas de tradición popular, ya fuera por medio de historias o cuentos que se pasaban de manera oral entre la gente, por medio de testimonios de gente que es-tuvo en las batallas o de ellos mismos, o bien por haber escuchado en alguna taberna algo interesante que contar o cantar, lo que permitió que mucho de la cultura árabe se introdujera en la cultura europea, como veremos más adelante.

Una amiga, maestra de una institución de educación superior, me compartía la frustración y decepción que experimen-taba con muchos de sus alumnos. Ellos, estudiantes de ingenierías, no encuentran sentido a la materia de comunicación, en la cual se abordan contenidos enfocados a enseñarles las normas básicas de la redac-ción. Expresiones como la siguiente son comunes: “¿y para qué quiere que escriba bien, si yo voy a hacer cálculos?”, o “eso no es importante, porque yo me voy a dar a entender con matemáticas”. Expre-siones que manifiestan una postura, pero también una falta de visión global, íntegra.

Lo anterior muestra, entre otras cosas, que esos alumnos universitarios pasaron, al menos, tres años de educación prees-colar, seis de primaria, tres de secundaria y tres de preparatoria, es decir, quince años escolares sin que experimentaran el placer de la lectura. Y desde luego, una desvinculación con los libros heredada de casa. Seguramente el acto lector ha sido un tormento para ellos. Leer para pasar un examen, para entregar una tarea, para cumplir con una exposición. Leer como un requisito insalvable en el aula. Incluso, y por qué no señalarlo, leer como correc-tivo, como sanción, como tortura.

¿En qué parte de la educación formal se pierde o se gana el gusto por la lec-tura? Durante la educación preescolar, el aprendizaje se adquiere básicamente a través de juego. No se trata, como muchas personas piensan, de jugar por jugar. Hay propósitos y objetivos en cada actividad (o al menos en el planteamiento). Sin embargo, una vez que se ingresa a la primaria, hay una exigencia obligatoria.

El error es sobredimensionado, ridiculi-zado, estigmatizado. Y quien lo comete es exhibido. El error como manifestación de poco desarrollo y no como exhibición de un proceso de interpretación del mundo o de la apropiación de un aprendizaje.

Para la última aseveración es reco-mendable revisar a Bruno Bettelheim, en su obra Aprender a leer, en particular el capítulo “Errores creativos”. ¿Qué pasaría si en los procesos escolares en torno a la lectura (adquisición de la lecto-escritura, interpretación, análisis, comprensión de un texto) se permitiera equivocarse? Pero no sólo eso, si no a partir de ese yerro se construya el conocimiento, o se desarrolle la competencia que se pretenden domine el alumno. Muy probablemente la lec-tura se despojaría del halo de negatividad que, para muchos, la envuelve, y tendría sentido. Sin esta perspectiva, leer en la escuela es una actividad accesoria.

¿Cuántos de nosotros pasamos por circunstancias escolares como la de los alumnos aludidos? Seguramente muchos. Pero también es seguro que muchos de nosotros tuvimos un mediador, un golpe de suerte, un rayo de curiosidad, una crisis, que nos acercaron a los libros. Quien haya experimentado la literatura en carne propia (alguna vez un joven poeta zacatecano me confesó: “no en-tiendo el mundo sin la literatura”), quien haya sido atrapado por un libro, cual-quiera, puede –como nos lo dice Michael Ende en La historia interminable- entender perfectamente a Bastian, pero también puede ser ese mediador, ese golpe, ese rayo, esa salida a la crisis que tanta falta le hace a nuestra sociedad.

Reflexionesliterarias VPor Carlos FloresLi

tera

tura

Promoción de la lecturaCuando leerno importa

Por Eduardo Campech Miranda

Miniatura del siglo XV, de Jean Miélot.

John White Alexander , Manuscrito libro mural (1896), Biblioteca del Congreso Edificio Thomas Jefferson , Washington, DC.

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Tenía un blog. Me la he pasado 10 años escribiendo día sí y día también en esa plataforma y confieso que he sido un mal bloguero. ¿Por qué? Porque no he tenido cientos de seguidores, ni siquiera decenas. Aunque pienso que cada post -texto- tenía las lecturas que se merecía, alrededor de 10 y máximo 50, algunos alcanzaban 100 y raro, que lo hubo, llegó a tener 300 hits. Lo he cerrado.

Cerrar mi blog fue una manera de

matar un poco mi escritura. La verdad es que la escritura no va a salvar el mundo, no va a aparecer desaparecidos y no va a mover un ápice la balanza de la hipotética justicia. La literatura a veces sirve para ganar algún premio y beca, pero para nada más. Sí, bueno, la literatura como lectura o revelación para el lector funciona como herramienta para enfrentar la realidad, o el mundo onírico, pero, no para una masa, una sociedad.

Eso tal vez me llevó a cerrar mi blog, o el hartazgo de confrontarme recurrente-mente a la escritura. Tal vez sería mejor, para mí, no escribir.

No hay comunidades de lectores bus-cando grandes cambios sociales. De he-cho la lectura es más parecida a la con-templación de un juego de fútbol. Unos lectores son aficionados de un equipo, escritor y otros, del contrario.

Este pequeño texto no es conclusivo,

no quiero decir que la gente no tenga que escribir o leer. O que se deba de erradicar el ejercicio de la literatura. Lo que quiero decir es que cerré mi blog porque era inútil para mí.

Tal vez en un futuro cierre mis redes sociales y deje de escribir. Eso es bastante posible. A fin de cuentas uno se retira del oficio, como Pelé o Maradona. Claro que para compararme a esos genios del fútbol, yo tendría que vivir unas diez vidas.

Finalmente 2015, un año que inicia con un frío (como he leído en tan-tas novelas) que cala hasta los hue-sos; aunque tal vez las bajas tempe-raturas sean similares a las de otros años, la edad hace mi cuerpo más sensible a la crudeza del invierno.

Debo reconocer que no me he puesto al día en cuanto a “las me-jores películas del 2014”, “los me-jores libros del 2014”, “los más vendidos”, etcétera; tal vez este fin de semana revise lo que al respecto se ha escrito, sin embargo, desde ahora puedo afirmar que no nece-sariamente lo más vendido es lo mejor y que como dice el dicho “en gustos se rompen géneros”. En 2010 quedé maravillada con la trilogía

del escritor sueco Stieg Larsson Mi-llennium; en 2011 me deslumbró la segunda novela de la escritora gala Muriel Barbery, La elegancia del Erizo; en 2012 descubrí al extraor-dinario escritor cubano Leonardo Padura a través de una novela de corte policiaco Adiós Hemingway, misma que me llevó a la espléndida El hombre que amaba a los perros; en 2013, gracias a mi hija Andrea, leí la fantástica y majestuosa saga de George R.R. Martin Canción de hielo y fuego, compuesta por siete tomos de los cuales sólo se han pu-blicado cinco. En 2014 hubo varios encuentros venturosos: luego de va-rios años de perseguirla finalmente pude (gracias al libro electrónico)

12 de enero DE 2015 9

Cierro mi blogPor Edgar Khonde

Castillo de salsi puedesPor Ester Cárdenas

Río de Palabras

leer la admirable Pastoral Americana, de Philip Roth; luego tratando de ver (infructuosamente) la última cinta en que apareció Philip Seymour Hoffman descubrí que la película estaba basada en una soberbia novela del admirable novelista británico John Le Carré, El hombre más buscado; y que a diferen-cia de todas esas novelas que de él había leído en los años setenta, ya ni la trama, ni los personajes tenían nada que ver con la guerra fría ya que la no-vela se desarrolla en Estados Unidos, después del atentado de las Torres Gemelas y se centra en el terrorismo. Luego, una vez más, gracias a Andrea (que tuvo la paciencia de traducirme y leerme cada día) descubrí las me-morias del prodigioso futbolista sueco de ascendencia bosnio-croata Zlatan Ibrahimovic y del fenomenal filán-tropo y futbolista argentino Javier Za-netti, las cuales cambiaron mi visión (bastante cuadrada) sobre los futbo-listas y el fútbol; luego tuve la fortuna de leer al gran poeta danés Henrik Nordbrandt (Nuestro amor es como Bizancio); y ya casi para terminar el año di con El jilguero, de la escritora estadounidense Donna Tartt, deslum-

brante, fascinante y sorprendente no-vela cuyos personajes dickensianos y el azar al más puro estilo de la Tess de Thomas Hardy me dejaron pasmada. Terminé el año con el quimérico y sorprendente escritor sueco Jo Nesbo y su novela negra El leopardo. En el aspecto literario, no cabe duda, fue un buen año.

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LA GUALDRA NO. 18010

308º Aniversario de la fundación delColegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de GuadalupeEl Museo de Guadalupe ocupa una amplia ex-tensión de lo que fue el antiguo Colegio de Pro-paganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe, en funciones de 1707 a 1908. En los primeros años del siglo XVIII se inició la fábrica (cons-trucción) del inmueble gracias al patrocinio de ricos hacendados zacatecanos tales como el capitán Ignacio Rivera de Bernárdez de Arrazola. En el primer cuarto del siglo XVIII, el capitán se convirtió en uno de los principales productores de plata, lo cual le dio las posibili-dades de llevar a cabo varias obras pías. Fungió como síndico ya que administraba las limosnas recibidas y fue un personaje muy querido por la comunidad franciscana. Las donaciones y obras pías de los ricos mineros zacatecanos, no solo trajeron una bonanza económica, sino que se favorecieron una intensa actividad artística.

Este Colegio se distinguió por incluir en sus filas a criollos y mestizos. Desde sus muros se dirigieron las misiones evangelizadoras de la frontera norte de la Nueva España, principal-mente a Texas, Tamaulipas, la Sierra Tarahu-mara y las Californias. También fue notoria su acción entre las poblaciones ya cristianizadas de Nayarit, Zacatecas y Michoacán.

El Colegio de Guadalupe se construyó en

las Huertas de Melgar cuyo nombre deriva de quien donó las tierras, Jerónima de Castilla viuda de Melgar, en 1674; ahí existía una anti-gua ermita dedicada a Nuestra Señora del Car-men. Dos años más tarde se otorgó el permiso eclesiástico para la construcción de un nuevo santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe y una hospedería para los frailes que viajaban hacia el norte.

Los primeros trabajos, iniciados en 1702, incluyeron la fábrica de la planta baja: el claus-tro de San Francisco, el templo y la sacristía, el atrio, el cementerio para bienhechores y el noviciado. Las labores continuaron y para 1797 ya se encontraban terminadas las catorce estaciones con los catorce nichos con cruces de piedra del vía crucis del atrio. Estas recuerdan el camino que Cristo siguió hacia el Monte Calvario donde fue crucificado.

Fueron varios los personajes que intervi-nieron para que se construyera un Colegio que sirvió como epicentro de la evangelización, ya que los franciscanos que se prepararon en el Colegio de Guadalupe, fundaron las misiones que provocaron a su vez la creación de ciuda-des en lo largo y ancho del norte de México y en el actual sur de Estados Unidos. Entre ellos destaca fray Pedro Concepción y Urtiaga, que en 1703 auspiciado por el capitán Bernárdez, se embarcó hacia la corte de Madrid, España,

para obtener la cédula real que otorgaba a los franciscanos el permiso para abrir un Colegio de Propaganda Fide en Zacatecas. Dicha cédula la expidió el rey Felipe V el 27 de enero de 1704.

Otra notable figura de la historia de este recinto es fray Antonio Margil de Jesús Ros, valenciano de origen, quien se embarcó en 1682 a la Nueva España junto a veintiún fran-ciscanos más, con la finalidad de fundar cole-gios apostólicos en América que sirvieran para evangelizar a los naturales de aquellas tierras. Su vocación misionera hizo que en 1706 fray José Guerra le pidiera fundar el Colegio Apos-tólico de Nuestra Señora de Guadalupe, lo que ocurrió el 12 de enero de 1707. A partir de entonces continuó su labor evangelizadora en el norte del territorio novohispano.

Finalmente destaca fray José Guerra, quien en 1702 viajó con otros frailes del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro al santuario dedi-cado a la Virgen de Guadalupe en Zacatecas, para convertirlo en un hospicio de misioneros. Guerra recabó fondos entre benefactores que donaron tierras y recursos para la construcción de este imponente inmueble.

El Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe inició fun-ciones en 1707 y hoy conmemoramos el 308º aniversario de su fundación. Actualmente una extensa parte del territorio que ocupó este Colegio, está bajo el resguardo del Instituto Nacional de Antropología e Historia y ahí se encuentra el Museo de Guadalupe.

* Curadora.

El Templo de las MusasPor Violeta Tavizón Mondragón*

Arte

Patio central del Claustro de San FranciscoMuseo de Guadalupe CONACULTA-INAH

Patrocinio de la Virgen de Guadalupe, en la Escalera Regia del Museo de Guadalupe CONACULTA-INAH

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de la batalla por el poder político en México.

“Yo quise hablarle y decirle mucho, mucho,pero al intentarlo, mi labio enmudeció…

Nada le dije, porque nada pude, pues era de otro,pues era de otro ya su corazón…”.

Son los compases de “Marchita el alma”, la canción que compuso Manuel M. Ponce, y

que también se escucha en la narración como colofón de la historia no lograda, como colo-fón de un histórico cuarto año de primaria:

“Se oyeron gritos en la calle, pero nadie cerró la puerta ni suspendió la canción”.

Conrado J. Arranz (Madrid, 1979). Escritor, crítico,

e investigador de proyecto en El Colegio de México.

Doctor en literatura española e hispanoamericana por

la UNED, con una tesis sobre el universo literario de

Mauricio Magdaleno. Sus intereses de investigación son

la literatura española e hispanoamericana de los siglos

XIX y XX, prestando una especial atención a la narrativa

mexicana y a la literatura del exilio español. Junto a An-

drés del Arenal ha coordinado la colección de ensayos El

muerto era yo. Aproximaciones a Juan Rulfo (Calygramma

/ EstoNoEsBerlín, 2013) y ha realizado la edición, el es-

tudio preliminar y las notas de la novela El resplandor, de

Mauricio Magdaleno (Clásicos hispanoamericanos, 2013).

Actualmente reside en México, DF.

12 de enero DE 2015 11Río de Palabras

Literatura

De quién yo soy puedes hacernueve, quince o tres mil preguntas, inventa, eso síel mismo número de respuestaslo que yo soy, sin ti, ni siquiera existo.

Lo que seremos nosotros, tu yo con el mío dímelo a palabras atadas a un misterio como quien ata un asteroide a una galaxia

nadie sabe en qué momento la órbita que une se rompenadie sabe en qué momento el vacío tenga sobrecupo de nada-así nuestros corazones-

Lo que tú eres conmigoun boceto acaso somos de una primer pincelada en un lienzo saturado-no se sabe si el trazo dice algo sobre algo, o nada sobre todo-

después de ver cómo se nos muere una tardeentre el fuego cruzado de miradas, -manos y silencios-sabremos side valer la pena merecemos uno para el otro existir.

Se fue el 2014, año de Centenarios ilustres (Octavio Paz, Efraín Huerta, José Revuel-tas), en donde quizás haya pasado un tanto desapercibido el de la Soberana Convención, celebrada en 1914 en la ciudad de Aguas-calientes. Si Mauricio Magdaleno existiera y pudiera seguir disfrutando de su columna periodística, no cabe duda de que recordaría con melancolía este hecho. Quizá no tanto por la propia Convención, sino porque esta sirvió de telón de fondo de sus correrías in-fantiles, esas que siempre se recuerdan como lugares comunes de lo que pudo ser el futuro, y que nunca alcanzó el presente.

Tan vívido es el recuerdo que Mauricio Magdaleno mantiene de Aguascalientes que, cuando en 1984 la UNAM le invita a escribir “Rasgos para un retrato” para la colección “Imagen y obra escogida”, recuerda en él a su profesor de primaria de la Número Uno, el maestro Peralta, que salvó la vida del di-rector de la escuela al que los revolucionarios tildaban de reaccionario, en aquellos años de incertidumbre y hambre.

Mauricio Magdaleno, en especial en la década del cincuenta, volvió una y otra vez, en espíritu y letra, a Aguascalientes. La re-cordó con artículos periodísticos en los que recorría sus calles, otros en los que la Feria de San Marcos tornaba presente en su memoria, y por último, lo que recordaba de aquél esce-nario teatral donde se escenificó la ruptura entre las facciones ganadoras que habían derrotado a las tropas de Victoriano Huerta (villistas, carrancistas y zapatistas). La re-cordó también con la escritura de ensayos autobiográficos que luego recopiló en libros

como Tierra y Viento (1948) y Agua bajo el puente (1968); y también con la composición de cuatro cuentos: “El caimán”, “Cuarto año”, “Las carretelas” y “Las Víboras”, recogidos en El ardiente verano (1954).

Los cuentos acogen dos relatos paralelos: por una parte, el asociado a los aconteci-mientos históricos acaecidos en la ciudad de Aguascalientes, y por otra, las historias que se desprenden de la tradición oral familiar y de sus propias vivencias infantiles. Estas últimas se adaptan al acontecer histórico y muestran un relieve simbólico y literario en torno a temas como el amor, la muerte, la infancia, los celos, los rumores, el honor y la traición.

En el caso de “Cuarto año”, encontramos la historia de dos amores imposibles: el del director de la escuela con una joven maestra, la señorita Macías, y el de los generales Villa y Carranza. El director representa los valores de la antigua educación porfirista, su proceso de transformación amorosa consigue la iden-tificación con el lector, la muerte se aproxima a él como también el eco de la reanudación

Inconsistencia del uno al nosotrosPor Roberto Galaviz

Mauricio Magdaleno, para intrusosIII. Marchita el alma. Los años dela Soberana ConvenciónPor Conrado J. Arranz

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LA GUALDRA NO. 180 / 12 DE enero 201512Rí

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alab

ras

Los ojos del Gordo bailaron lambada frente a la delicia que tenía enfrente de él: una ca-nasta repleta de tacos, humeantes, calientitos, recién hechos. Su sentido del olfato enloque-ció. El del gusto puso a funcionar todas sus glándulas salivales que de inmediato abrie-ron sus llaves inundando la boca del Gordo, donde la lengua se puso a chapotear. ¡Cinco, surtidos!, pidió al taquero. Y un Barrilito de uva o de manzana bien frío. Sus ojos negros, porcinos, adquirieron un brillo en el cual se reflejaba tota la gula del mundo, iban brin-coteando como changos de la olla de peltre azul rebosante de salsa verde con aguacate y cilantro picados a la otra, con rajas de chile jalapeños con rebanadas de cebolla, zanaho-rias y ajos espolvoreados con orégano y de ahí ejecutaban un salto mortal a la canasta,

lugar donde provenía el excitante olor a papa, frijoles refritos, chicharrón, adobo… ¡Qué delicia! El Gordo se saborea. Su gorda y sa-rrosa lengua repasa sus labios una y otra vez. El taquero despacha diligente y rápido dos órdenes de chicharrón y papa. Un océano de saliva inundó la boca del Gordo, a quien la es-pera hace que le tiemble la enorme y sebosa papada. Su cabello rizado brilla más bajo el sol de la mañana. Sol lagañoso, apendejador. El Gordo Sagredo, la Albóndiga Sagredo, el Marrano Sagredo, el Boiler Sagredo. ¿De qué hay, jefe?, preguntó una voz. ¡De frijoles, papas, chicharrón y adobo! Cuatro sabores. El taquero lo mira. ¡Puta!, ¿cuántos kilos de manteca y chicharrón saldrán de este pinche gordo?, piensa, pero pregunta: ¿Cuántos le servimos, jovenazo? Y Sagredo tembloroso,

con gruesas gotas de sudor resbalando por sus abultados cachetes. ¡Cinco, surtidos! Pide con voz temblorosa. Ansioso. ¿Cinco tacos?, pregunta el taquero distraído. No, no, cinco órdenes, surtiditos… ¿de cuántos tacos es la orden? De cinco tacos, jovenazo, ahorita lo despacho, nomás despacho a la señito. La señito es Chelito. ¿De qué van a ser sus tacos, Chelito? Los de papa me quedaron de lujo. Tres de chicharrón… No, mejor dos de papa y dos de chicharrón. ¿No va a querer de arrem-pujo? ¿De qué? Perdón, de frijolitos. No, no… Bueno… dos de frijoles. ¿Aparte de los dos de papas y los dos de chicharrón? Sí. El Gordo suda a chorros: No puede más con aquel martirio que se le está infringiendo. Chelita, morenita, dependienta de Creaciones Ivette, ropa de dama. De no malos bigotes. No. Mire,

qué lata le doy, verdad. No que va, Chelito, aquí estamos a sus órdenes. ¿De qué van a ser? Tres de papa, uno de chicharrón y dos de frijoles. Sí, sí. Ah, y dos de papa y dos de frijoles. Estos son para Pepita que se quedó cuidando la tienda… Ah, y dos Sidrales. ¿Le sirvo aparte la salsa, Chelito? Sí… y me pone en una bolsita algunas rajas, y zanahorias, por favorcito. Si no es mucha molestia. Que va, usted en este humilde pero muy limpio y pulcro puesto de tacos usted, Chelito, es la que manda y ordena. El Gordo mira los tacos servidos, su cuerpo tiembla. Suda. Se agita. Las piernas se le hacen de chicle. Ahorita lo atiendo, jovenazo, no se desespere… Ce-rrando los ojos, el Gordo Sagredo solo atina a sentarse en la banqueta y recargar se cuerpo en la pared.

Para Alfonso López Monreal

A veces uno recuerda y el recuerdo es borroso, empañado; como cuando en las tardes de lluvia mirabas a través de la ven-tana esperando que escampara para salir a la calle a jugar a los superhéroes, a las es-condidas o a cualquier otra cosa; pero salir, no quedarse ahí encerrado empañando con

el vaho de la respiración el vidrio, haciendo dibujos en el cristal. Así de borroso es el recuerdo que a veces tengo de la petaquilla verde, la que ocupaba un lugar importante en el cuarto de mi bisabuela, quien vivió más de cien años y guardaba ahí miles de objetos. Inesita, así se llamaba, no tenía un ropero como la abuela de la canción, porque al no tener una casa propia o una vivienda

fija, en ese ir de un lado a otro, siempre a salto de mata, le era más fácil poder cargar en ella las pertenencias. Sus tesoros no tenían otro valor más que el sentimental, el amoroso, ese apegado a la sensiblería que uno le imprime a las cosas inanimadas para regalarles un poquito de vida. La petaquilla verde desbordaba esos objetos: fotografías de la familia o cartas amorosas que segu-

ramente se escondían en el rincón menos accesible, además de cosas prácticas como hilos, pedazos de tela, cordones... ¿Dónde estarán las tijeras? Búscalas en la petaqui-lla, contestaba mi abuela, y efectivamente ahí estaban. Ahora comprendo que ahí se encontraban no solo las tijeras, las fotogra-fías o los dulces… todo un universo entero estaba guardado ahí.

Cinco, surtidosPor Alberto Huerta

La petaquilla verdePor Pilar Alba

El Bosco. Detalle de La mesa de los pecados capitales. 1485. Museo del Prado, Madrid.