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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XLI, N o 82. Lima-Boston, 2 do semestre de 2015, pp. 95-116 LA GLORIA DEL SIMULACRO: ENRIQUE RODRÍGUEZ LARRETA Y LA TRADICIÓN CASTELLANA EN ARGENTINA Brais D. Outes-León Yale University Resumen Este ensayo analiza el importante papel desempeñado por el escritor modernis- ta argentino Enrique Rodríguez Larreta en la reivindicación de la herencia cul- tural castellana en el seno de la ola de simpatía hispanófila que produjeron el Desastre del 98 y los debates identitarios vinculados a la celebración del Cente- nario de la Revolución de Mayo. Larreta se propone crear una nueva argentini- dad de filiación castellana a partir de la reconstrucción de la herencia cultural española del Siglo de Oro. Este ambicioso proyecto estético de naturaleza pro- fundamente conservadora se plasma en su exitosa novela histórica La gloria de don Ramiro, concebida como un simulacro textual de naturaleza arcaizante que reconstruye la realidad histórica del reinado de Felipe II. Palabras clave: Larreta, modernismo, simulacro, identidad nacional, Argentina. Abstract This paper analyzes the central role played by Argentinian modernista writer En- rique Rodríguez Larreta in the vindication of the Castilian cultural heritage in early 20 th -century Argentina. As part of the wave of hispanophile sentiment produced by the Spanish-American War and the debates on identity linked to the celebration of Argentina’s Independence Centenary, Larreta aims to create a new Argentinian identity of Castilian filiation based on the Spanish cultural heritage epitomized by Golden Age. This profoundly conservative aesthetic project finds expression in his successful historic novel La gloria de don Ramiro, conceived as an archaist textual simulacrum that reconstructs the historical real- ity of Phillip II’s reign. Keywords: Larreta, Modernismo, simulacrum, national identity, Argentina. “Todos los hombres son más o menos simuladores” José Ingenieros, La simulación en la lucha por la vida 174.

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XLI, No 82. Lima-Boston, 2do semestre de 2015, pp. 95-116

LA GLORIA DEL SIMULACRO: ENRIQUE RODRÍGUEZ LARRETA

Y LA TRADICIÓN CASTELLANA EN ARGENTINA

Brais D. Outes-León Yale University

Resumen

Este ensayo analiza el importante papel desempeñado por el escritor modernis-ta argentino Enrique Rodríguez Larreta en la reivindicación de la herencia cul-tural castellana en el seno de la ola de simpatía hispanófila que produjeron el Desastre del 98 y los debates identitarios vinculados a la celebración del Cente-nario de la Revolución de Mayo. Larreta se propone crear una nueva argentini-dad de filiación castellana a partir de la reconstrucción de la herencia cultural española del Siglo de Oro. Este ambicioso proyecto estético de naturaleza pro-fundamente conservadora se plasma en su exitosa novela histórica La gloria de don Ramiro, concebida como un simulacro textual de naturaleza arcaizante que reconstruye la realidad histórica del reinado de Felipe II. Palabras clave: Larreta, modernismo, simulacro, identidad nacional, Argentina.

Abstract This paper analyzes the central role played by Argentinian modernista writer En-rique Rodríguez Larreta in the vindication of the Castilian cultural heritage in early 20th-century Argentina. As part of the wave of hispanophile sentiment produced by the Spanish-American War and the debates on identity linked to the celebration of Argentina’s Independence Centenary, Larreta aims to create a new Argentinian identity of Castilian filiation based on the Spanish cultural heritage epitomized by Golden Age. This profoundly conservative aesthetic project finds expression in his successful historic novel La gloria de don Ramiro, conceived as an archaist textual simulacrum that reconstructs the historical real-ity of Phillip II’s reign. Keywords: Larreta, Modernismo, simulacrum, national identity, Argentina.

“Todos los hombres son más o menos simuladores”

José Ingenieros, La simulación en la lucha por la vida 174.

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“Y es que nosotros, a pesar de las aparentes diferencias, somos en el fondo es-pañoles” Manuel Gálvez, El solar de la raza 16.

En 1933, la revista Caras y Caretas publicó un sugerente retrato

conmemorativo del novelista Enrique Rodríguez Larreta como par-te de la celebración del vigésimo quinto aniversario de la publica-ción de La gloria de don Ramiro: una vida en tiempos de Felipe II (1908, ver imagen 1). Adornado con un elaborado marco arcaizante y bla-sonado con un rimbombante escudo de armas flanqueado por dos espadas de su propiedad que –supuestamente– habían servido de inspiración durante la escritura de su novela histórica sobre la Espa-ña de finales del siglo XVI, este retrato del escritor argentino nos recuerda enfáticamente que el autor de La gloria era en los años 1930 una de las figuras literarias más prestigiosas del panorama literario latinoamericano1. El prestigio del que disfrutaba este antiguo profe-sor de historia del Colegio Nacional de Buenos Aires perteneciente a la más selecta oligarquía bonaerense, estaba cimentado mayormen-te en la publicación en Madrid en 1908 de su famosa novela históri-ca. Aunque hoy en día la obra de Larreta es apenas estudiada por la crítica, La gloria fue acogida con entusiasmo por la intelectualidad española –como demuestran las positivas recensiones de Emilia Pardo Bazán, Miguel de Unamuno y Ramiro de Maeztu (Homenaje 27-32, 66-79, 153-156)–, y se convirtió rápidamente en la novela modernista más exitosa y en una de las primeras novelas latinoame-ricanas en alcanzar fama internacional. Su traducción al francés a cargo de Remy de Gourmont en 1910, gracias a la amistad de Larre-ta con el escritor francés Maurice Barrès, permitió su difusión litera-ria desde París al resto del continente, siendo traducida al holandés, portugués, ruso, inglés, alemán, italiano y serbio entre 1911 y 1932.

1 La bibliografía crítica sobre La gloria es bastante limitada. Cabe destacar

los estudios históricos de Raimundo Lida (1936), Amado Alonso (1984) y An-dré Jansen (85-141); el excelente ensayo de Juan Carlos Ghiano (1968); el tra-tamiento crítico de la novela en el contexto de la novela modernista por parte de Aníbal González (41-52, 165-175); los ensayos publicados con motivo del primer centenario de su publicación compilados por Barcia; y la discusión de la novela por parte de Alejandro Mejías-López en el contexto de la recuperación de la tradición del Siglo de Oro en el modernismo (175-179).

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Figura 1. Retrato de Enrique Larreta en “La tierra de don Ramiro”.

Caras y Caretas (14/10/1933). Sin paginación.

Aunque en primera instancia pueda parecer una frivolidad, este retrato marcadamente arcaizante, publicado en una de las revistas contemporáneas de mayor difusión, nos desvela la importancia que adquiere Larreta en la revalorización de la tradición y cultura caste-llanas en el imaginario colectivo argentino de los años 1930. Inmer-so en la ola de simpatía hispanófila que produjo en toda América Latina la derrota de España en el Desastre del 98 y los debates iden-

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titarios a que dio pie la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910, Larreta se embarcó, con la publicación de La glo-ria, en una particular cruzada personal en pos de la recreación de la tradición española como cimiento de una nueva identidad nacional argentina de filiación castellana. Larreta va, sin embargo, más allá de una simple vindicación discursiva de la tradición castellana. Partien-do del concepto del simulacro, en este ensayo analizaré cómo, ani-mado por proyecto estético-ideológico profundamente conservador, Larreta se propuso fundar una nueva argentinidad a partir de la re-construcción discursiva y material de la tradición castellana del Siglo de Oro en la Argentina del siglo XX. Con la publicación de La glo-ria, Larreta recreó discursivamente la España del siglo XVI con un simulacro textual de naturaleza claramente arcaizante. Sin embargo, no contento con capturar el imaginario colectivo de su época con su novela histórica, Larreta aspiró a convertir su propia vida en una ex-tensión performativa de su proyecto estético. Concentrando mi aná-lisis en la representación de Larreta en Caras y Caretas, mostraré có-mo a través de su labor como coleccionista de arte y mecenas de la arquitectura neo-hispánica, Larreta aspiró a transformar performati-vamente su propia vida en una encarnación quijotesca de la nueva argentinidad por él propugnada, en un simulacro de carne y hueso de la tradición castellana.

Basada en importantes investigaciones historiográficas y docu-mentales, Larreta concibió La gloria de don Ramiro como una recons-trucción meticulosa y virtuosamente erudita del ambiente y la vida de la España de los Habsburgo. A partir de un detallado conoci-miento histórico de las condiciones sociales, económicas y religiosas que determinaron el reinado de Felipe II, la novela narra las tribula-ciones y aventuras de don Ramiro, un hidalgo castellano de origen mestizo y oriundo de Ávila que se debate constantemente entre su vocación militar y religiosa. Sumido en un continuo estado de pos-tración meditabunda, don Ramiro es una suerte de héroe diletante finisecular traspuesto al universo histórico del siglo XVI, continua-mente suspendido entre la carnalidad y la espiritualidad, la tradición cristiana y musulmana, las armas y las letras, la renuncia al mundo y

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la gloria, etc.2. Tras observar, desengañado, el fracaso de todos sus proyectos vitales, don Ramiro acabará por emigrar a América. En el Perú, será salteador de caminos antes de alcanzar la redención tras un fugaz encuentro con Santa Rosa de Lima y morir como un már-tir al sustituir a un indio en los trabajos forzados de una mina. En esta sinuosa narración de tintes folletinescos llena de personajes ar-quetípicos de clara dimensión simbólica, Larreta tematiza los pro-fundos conflictos sociales y religiosos que bullían en el seno de una sociedad aquejada de una profunda crisis económica que resultaría en la quiebra técnica de la Corona y la pérdida gradual de la hege-monía militar española bajo el reinado de Felipe III.

Encuadrada dentro de lo que Aníbal González ha definido como el germen de una “‘teología nacional’ pan-hispánica” (167) en el seno del modernismo, la novela de Larreta muestra claras conexio-nes con la visión de la tradición española expuesta por Rubén Darío en sus crónicas sobre España para La Nación de Buenos Aires (1899) recopiladas posteriormente en España contemporánea (1901). Aunque existían antecedentes modernistas anteriores, en esta bri-llante colección de textos periodísticos, el poeta nicaragüense elabo-ra una programática recuperación de la tradición cultural española y del Siglo de Oro como el fundamento histórico de una tradición e idealismo panhispánicos capaces de contrarrestar la pujanza mate-rialista y geopolítica de los EEUU en América Latina3. Aún recono-ciendo la base histórica de la llamada “leyenda negra,” en su para-digmática crónica “La Pardo Bazán, en París” (10 de abril, 1899), Rubén Darío reivindica fervorosamente la “leyenda áurea” de una

2 González interpreta la dimensión diletante de don Ramiro como la marca del intelectual finisecular y su evolución del hombre de letras al intelectual de corte americanista (44), mientras que Ghiano ha sugerido la conexión entre don Ramiro y los protagonistas de la novela decadentista latinoamericana (41).

3 Con anterioridad a España contemporánea, entre los textos modernistas que vindican el Siglo de Oro español destacan los artículos de José Martí sobre el centenario de Calderón (“Homenaje a Calderón” y “Centenario de Calderón”, 1881) y el ensayo histórico-literario de Julio Herrera y Reissig “Conceptos de crítica” y su vindicación de Góngora en la genealogía de la modernidad (1899). En el caso de Darío, ya en su ensayo “La literatura en Centro América” (1888) subraya la importancia de la literatura barroca como fuente de expresión litera-ria hispánica (208). Sobre la vindicación del Siglo de Oro por parte del moder-nismo, véase Mejías-López 125-179.

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España “heroica, noble, generosa, potente, cuna del valor y la hidal-guía” que alcanza su plenitud en los logros culturales y artísticos del Siglo de Oro (España 151)4. Para el poeta nicaragüense, la leyenda áurea simboliza la tradición de “una España romántica, una España generosa y grande que alza sus vastos castillos de gloria sobre la sel-va poética del romancero; una España de valor y de caballería que ha clavado en el bronce del tiempo, con nombres épicos, toda una serie de nobles victorias, de orgullosas conquistas” (España 152). En su característico tono mesiánico, Darío hace un llamamiento a la in-telectualidad latinoamericana para “cimentar el presente apoyados en la gloria tradicional” simbolizada por el ideal caballeresco y la re-ligiosidad mística como el motor espiritual de un idealismo panhis-pánico que pudiese hacer frente al materialismo utilitarista norte-americano (España 153).

Fuertemente influido por Rubén Darío, la reivindicación de la tradición cultural española del Siglo de Oro se convertirá en el eje vertebrador de la obra de Larreta. En su artículo “12 de Octubre” (Caras y Caretas 10/10/1925), escrito para la conmemoración del Día de la Raza de ese año, Larreta reflexiona retrospectivamente sobre la recuperación de la tradición cultural castellana que se fra-guó en los albores del siglo XX en Argentina y a la que él contribu-yó de forma decisiva. Frente al ostracismo de lo español decretado por las generaciones anteriores, en este artículo, Larreta no sólo loa la grandeza de la conquista y el arte español, sino que también vin-dica la supuesta decadencia española como un dechado de virtudes que nos protegen del materialismo y la inmoralidad contemporá-neos:

para hacer antaño lo que España hizo, era menester […] formar varones heroicos, líricos, idealistas, quijotescos, exaltando, sobre todo, el desinterés, la abnegación, el ensueño, la honra. Pero así que la vida cambió y mayor-mente ogaño, que todo es odio, lucro, materia, España tuvo que parecerle a algunos anacrónica y “en decadencia”. ¡Y a mucha honra! (sin pág.).

A pesar de compartir con Darío su entusiasmo por la leyenda áurea del Siglo de Oro, la función discursiva que desempeña la tra-dición española en la obra de Larreta es, sin embargo, marcadamen-te diferente. Si para el poeta nicaragüense la gran amenaza a la his-

4 Sobre la leyenda negra en Darío, véase España 113-124, 132-136, 151-152.

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panidad es el materialismo e imperialismo norteamericanos, para Larreta, el principal peligro que acecha a la nación argentina es la disgregación de la identidad nacional causada por la masiva inmigra-ción europea –proveniente principalmente de Italia, España y Eu-ropa del Este– que arriba a Buenos Aires entre 1880 y 1914.

Ante el creciente temor a las consecuencias políticas y culturales del fenómeno migratorio, surge en el seno de la intelectualidad tra-dicionalista argentina un nuevo nacionalismo cultural que encuentra en la tradición castellana el eje ideológico vertebrador de un nuevo sentido nacional. Frente al efecto centrífugo del poliglotismo y el cosmopolitismo rampante producido por la “invasión disolvente” denunciada por Emilio Becher en su conocido artículo de 1906 en La Nación (citado en Rock 276), intelectuales asociados a la llamada Generación del Centenario como Manuel Ugarte en Visiones de Es-paña (Apuntes de un viajero argentino) (1903), Ricardo Rojas en El alma española (1908) y Manuel Gálvez en El diario de Gabriel Quiroga (1910) y El solar de la raza (1913), se proponen una recuperación de la iden-tidad nacional argentina a partir de la herencia cultural y lingüística española5. Mientras que Manuel Ugarte, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez recurren mayormente al ensayo y la crónica, Larreta articula su reivindicación de la tradición española como eje vertebrador de la nueva argentinidad a partir de la ficción novelística. Sin embargo, en 1929, el novelista plasmará su visión de la función de la tradición castellana de forma inequívoca en su discurso de inauguración del Pabellón Argentino en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929). En este solemne acto oficial, Larreta diagnostica que Argen-tina está inmersa desde hace años en una guerra simbólica por su propio ser y que en este conflicto espiritual, la tradición castellana funge como “único remedio contra bastardías de toda orden y, en espe-cial, contra cierto exotismo sin alma que nos trae la muerte de la ad-mirable excelencia moral heredada de España” (Discurso 27-28, énfa-sis nuestro). Estas claras referencias a los peligros del mestizaje sim-bolizado por la inmigración son seguidas posteriormente por una loa a la efectividad de la tradición española como escudo de profila-

5 Sobre la génesis histórica y características del nacionalismo cultural argen-

tino a comienzos del siglo XX, véanse Altamirano y Sarlo 69-105, Rock 272-282 e Iturrieta 17-43.

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xis cultural: “Fue sólo ante el rigor de graves aprensiones que hace algunos años pedimos al objeto de arte, al mueble, al libro y a la misma vivienda española su virtud defensiva” (Discurso 29-30)6.

En este contexto cultural, Larreta concibe La gloria como un tex-to de marcado poder evocativo concebido para restablecer el víncu-lo cultural entre la Argentina de comienzos del siglo XX y el pasado histórico de España a partir de su movilización de la imaginación del lector. A través de diversas estrategias discursivas arcaizantes, Larreta crea una novela de fuerte verosimilitud histórica que produ-ce la sensación de encontrarnos ante un texto que representa fide-dignamente la realidad histórica del siglo XVI. El novelista no sólo reproduce el léxico y la gramática del español del Siglo de Oro en los diálogos de sus personajes para aumentar el efecto de verosimili-tud histórica de la novela. A través de un notable ejercicio de hiper-textualidad, la ambientación, giros de la trama y los personajes de la novela, evocan inequívocamente el universo discursivo de la litera-tura barroca. Desde la novela picaresca, El Quijote de Cervantes, y la comedia de capa y espada, a los escritos místicos de Santa Teresa de Jesús, el Siglo de Oro sirve de archivo literario en el que Larreta bu-cea para proveerse de los mimbres necesarios para tejer su propio texto. Todas estas estrategias hacen de La gloria un pastiche literario de corte folletinesco en el que el lector intuye continuamente frag-mentos de obras literarias pasadas debidamente zurcidos al cuerpo textual de la novela7. Esta imitación de la dicción literaria del Siglo de Oro, imbuye el texto con un halo de historicidad. A imagen y semejanza de la arquitectura de la ciudad de Ávila o los artefactos

6 Como afirma posteriormente en el mismo discurso, este redescubrimiento de lo español se manifiesta también en el idioma, ya que “hoy día en la Argen-tina, parejas con el orgulloso amor de España, corren el gusto de su tradición artística y hasta el empeño sorprendente de hablar y escribir en un castellano cada vez más exacto, más colorista y más puro” (Discurso 31).

7 Los ejemplos de estas apropiaciones son legión: la quema de los manuscri-tos árabes y el enclaustramiento del abuelo de don Ramiro, don Íñigo de la Hoz, son claros guiños al Quijote (1605) de Cervantes; el personaje de Pablillos –el pillo al servicio de don Ramiro– y sus recursos de germanía semejan una copia del Pablos quevediano de La vida del Buscón (1626); la suplantación de don Vicente por don Ramiro en la escena del beso recuerdan la trama de El burlador de Sevilla (1630) de Tirso de Molina; mientras que el asesinato por celos de Bea-triz hace recordar obras calderonianas como El médico de su honra (1641).

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museísticos que fungieron de fuente de inspiración material para la composición de la novela, Larreta concibe La gloria como un arte-facto textual que crea en el lector la ilusión de una experiencia direc-ta del pasado a partir de la capacidad evocativa de su verosimilitud histórica8. Este efecto de verosimilitud histórica es reforzado por las prolijas descripciones que inundan la novela en un ejemplo para-digmático de lo que Roland Barthes llamó “el efecto de lo real” que caracteriza la escritura realista. A través de esta proliferación de de-talles aparentemente insignificantes, Larreta crea la ilusión de que la novela representa miméticamente y sin mediación alguna la realidad histórica del siglo XVI (99)9.

Lejos de simplemente imitar la literatura del Siglo de Oro, Larre-ta crea en La gloria un simulacro textual –un texto arcaizante que in-tenta reproducir una realidad histórica ya desvanecida a partir del poder evocativo de su historicismo–. En contraste con la concep-ción platónica del simulacro como una copia engañosa y perniciosa que, pese a las apariencias, no reproduce fidedignamente el original ni, en última instancia, la Idea (Platón 236a-d), Gilles Deleuze con-cibe el simulacro como una categoría crítica diferente de la copia que define la estética de la modernidad. Para Deleuze, al parecer idéntico al original sin serlo, el simulacro subvierte las categorías de original y copia que sustentan la teoría de la representación platóni-ca:

El problema ya no concierne a la distinción Esencia-Apariencia, o Modelo-copia. Esta distinción opera enteramente en el mundo de la representación;

8 La evocación es un aspecto central a la labor creativa de Larreta. Para la

escritura de su novela en Buenos Aires, este buscaba obras de arte “a las que rodeaba de una luz, un color, hasta de un ligero perfume de leyenda” que le sirviese de inspiración (“El creador de una nueva sensibilidad” sin pág.). Igual-mente, la visión evocadora de Ávila le proporciona en su primer viaje a la ciu-dad en 1903 “la idea del incesante conflicto [entre la contemplación y la acción] que se agita en don Ramiro” (“La tierra de don Ramiro” sin pág.). Sobre la his-toria de la génesis de la novela, véase Tiempos 41-89.

9 Como explica Barthes posteriormente, “el barómetro de Flaubert, la pe-queña puerta de Michelet no dicen finalmente sino esto: nosotros somos lo real; es la categoría de lo ‘real’ (y no sus contenidos contingentes) la que es ahora signi-ficada; dicho de otro modo, la carencia misma de lo significado en provecho sólo del referente llega a ser el significado mismo del realismo” (99, subrayado en el original).

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se trata de introducir la subversión en este mundo, “crepúsculo de los ído-los”. El simulacro no es una copia degradada; oculta una potencia positiva que niega el original, la copia, el modelo y la reproducción (Lógica 304, subrayado en el original)10.

La gloria no es una mera copia de la realidad histórica del siglo XVI y de los textos literarios del periodo. A través de la simulación, Larreta crea una nueva realidad textual que evoca –por su similitud externa e hipertextualidad– el pasado sin ser, sin embargo, un texto histórico. A partir de una superficial similitud que no esconde su heterogeneidad, La gloria subvierte las categorías de modelo y copia, original y reproducción, en un sofisticado proceso discursivo orien-tado a crear un simulacro textual capaz de fomentar una nueva iden-tidad nacional argentina. Como el propio texto de la novela, lejos de ser una mera reproducción de la realidad cultural castellana, la nueva argentinidad de filiación castellana defendida por Larreta es también un simulacro, una realidad independiente que cuestiona las catego-rías ontológicas tradicionales de la representación y la primacía del original. En tanto que simulacro, esta nueva argentinidad se erige en un principio generativo de la realidad capaz de expandirla y expre-sarla en nuevas manifestaciones. A fin de cuentas, la simulación “lleva lo real fuera de su principio hasta el punto en que es efecti-vamente producido […] Este punto en el que la copia deja de ser una copia para convertirse en lo Real y su artificio” (El Anti Edipo 93, subrayado en el original).

Lejos de limitarse a subvertir la noción de “copia”, La gloria también cuestiona la visión esencialista del “original”, especialmente a través de la figura de don Ramiro. En tanto que encarnación sim-bólica de la nación española, el personaje de don Ramiro nace de la unión carnal entre una noble cristiana y un morisco. Además de su

10 Deleuze recurre, brillantemente, a una noción cristiana de la creación del

hombre a imagen y semejanza de Dios para explicar la categoría del simulacro: “La copia es una imagen dotada de semejanza, el simulacro una imagen sin se-mejanza. El catecismo, tan inspirado del platonismo, nos ha familiarizado con esta noción: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, por el pecado, el hombre perdió la semejanza, conservando sin embargo la imagen. Nos he-mos convertido en simulacro, hemos perdido la existencia moral para entrar en la existencia estética” (Lógica 259). Sobre el concepto del simulacro en la tradi-ción filosófica occidental, véase Dotzler y Camille.

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condición racial mestiza –heterogénea–, el personaje recurre cons-tantemente a la simulación en sus intentos por decantarse por una de sus dos vocaciones: la religiosa y la militar. Inspirándose en mo-delos librescos pretéritos –tanto religiosos (Santa Teresa de Jesús, Tomás de Kempis) como militares (los libros de caballería y las cró-nicas)–, don Ramiro, en tanto que encarnación simbólica de la na-ción española, se nos presenta como un simulacro que busca conti-nuamente superar la propia tradición que le sirve de modelo. Como la supuesta “copia” argentina del siglo XX, el “original” castellano del Siglo de Oro es también, en última instancia, un simulacro.

En su condición de simulacro textual, el potencial ideológico de La gloria estriba en su capacidad para movilizar la imaginación de los lectores. La novela es, a este respecto, un ejemplo paradigmático de lo que Ricardo Rojas definió en La restauración nacionalista (1909) como la capacidad de la literatura para “encarnar la realidad del pa-sado” (50). En este ensayo programático del nuevo nacionalismo argentino, Ricardo Rojas reivindica la creación de una tradición na-cional basada en el conocimiento de la historia como el eje verte-brador de la nacionalidad. Frente a concepciones positivistas de la historia, Rojas otorga un papel determinante a la imaginación en la reconstrucción del pasado. Lejos de ser un reseco compendio de fechas y nombres, la historia es el espacio de la evocación por anto-nomasia –“una sombra mental, una reconstrucción que es siempre imaginativa” (Rojas 27)–. En la reconstrucción de la historia que se articula en la tradición, Rojas propone estimular la imaginación por medio de materiales didácticos que “encarn[en] la realidad del pasa-do” (50). En tanto que simulacro del pasado, la literatura histórica epitomiza este proceso discursivo de encarnación. Dada su capaci-dad para dotar a la historia de vida en la imaginación del individuo a partir de su “potencia de evocación verbal” (Rojas 421), obras como La gloria desempeñan una función central en la construcción de la identidad nacional11.

11 Sobre la importancia de la historia en la construcción nacional argentina en La restauración nacionalista, véase Rojas 13-93. Sobre el empleo de la literatura para la enseñanza de la historia, véase Rojas 51. De forma análoga, en El solar de la raza (1913), Manuel Gálvez reivindica la importancia de la tradición para la consolidación de una nueva identidad nacional. Su objetivo no es otro que el de “revivir en el lector las sensaciones de idealismo que nos producen ciertas ciu-

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En su entusiasta recensión de La gloria en La Nación (3/ 12/1909), Rubén Darío enfatiza esta capacidad evocativa del simu-lacro histórico para hacernos viajar hacia otra dimensión temporal y entrar en contacto directo con el pasado. Dado su poder evocativo, Darío no duda en comparar la novela con un viaje en la máquina del tiempo (Homenaje 99). La simulación larretiana del Siglo de Oro es, para Darío, un vehículo textual tan perfecto que es capaz de burlar las leyes de la física y trasladar al lector a la Ávila de hace tres siglos (99)12. Con su capacidad evocativa, La gloria anula la distancia tem-poral, estableciendo una continuidad ininterrumpida entre dos pla-nos distintos –la realidad latinoamericana de 1908 y el marco narra-tivo de finales del XVI. Al difuminar las fronteras físicas de la tem-poralidad, La gloria crea la tradición a partir de la convergencia entre presente y pasado, sentando las bases de una nueva argentinidad que encuentra en el texto larretiano la encarnación de la realidad del pasado vindicada por Rojas. La gloria se erige, por obra y gracia de su condición de simulacro del pasado, en el vínculo textual que permite conectar el Buenos Aires del siglo XX con la Ávila de los Caballeros del XVI. Para muchos contemporáneos de Larreta como Darío, el logro de La gloria se codificaba en su condición de simula-cro –en su extraña capacidad para encarnar el pasado, permitiéndo-nos revivirlo en el presente13–.

dades seculares” (17). Las ciudades monumentales españolas como Ávila –“las ruinas suntuosas y tristes de España”– son concebidas como espacios físicos que simbolizan el idealismo católico y anti-materialista que Gálvez asocia con la tradición española y en la que Argentina puede encontrar “los raros bienes que faltan a nuestra riqueza ascendente” (65).

12 De forma análoga, para Carlos Reyles, Larreta es un Alí Babá capaz de abrir las puertas del pasado con un simple “‘Ábrete Sésamo’ a fin de que el lec-tor pueda penetrar en él” y “vivir un mundo fenecido, reconstruyéndolo y ani-mándolo” (Homenaje 234).

13 La obsesión larretiana por la recreación de la historia en el presente es un síntoma de lo que José Enrique Rodó diagnosticó en Motivos de Proteo (1909) como el “maravilloso sentido de simpatía histórica” del siglo XIX. Como refle-xiona el ensayista uruguayo, “ninguna edad como la nuestra ha comprendido el alma de las civilizaciones que pasaron y la evoca a nueva vida, valiéndose de la taumaturgia de la imaginación y el sentimiento; y por este medio también, el pasado es para nosotros un magnetizado capaz de imponernos sugestiones hondas y tenaces” (409).

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Convencido de la necesidad de crear una nueva argentinidad ba-sada en la herencia cultural castellana, Larreta no se contentará con revivir el pasado en el ámbito de la simulación textual. Obsesionado con la recreación de la tradición en el presente, Larreta adoptará la simulación de la tradición castellana como el principio generativo de su propia personalidad. A través de una serie de estrategias perfor-mativas de auto-representación, el escritor aspirará a convertirse en un simulacro de carne y hueso de la tradición castellana. En este he-terodoxo proyecto de auto-representación que trasciende los límites de la categoría baudelairiana del dandi, Larreta se convierte en lo que José Ingenieros llama en La simulación en la lucha por la vida (1903) un simulador sugestionado. Para el sociólogo argentino de origen italiano, para esta variedad de simuladores fuertemente in-fluenciables por factores externos, la simulación acaba por conver-tirse en el principio constitutivo de su personalidad hasta tal punto que, incapaces de distinguir entre realidad y ficción, “al fin realizan con sinceridad sus simulaciones” (Ingenieros 242). De forma análo-ga, Larreta se propondrá el quijotesco proyecto de revivir activa-mente la tradición castellana en el Río de la Plata, llegando a difu-minar las líneas entre simulación y realidad, original y copia14.

Debido a la efectividad de la verosimilitud histórica de La gloria, tras la publicación de la novela, muchos críticos literarios, tanto es-pañoles como latinoamericanos, habían resaltado en numerosas re-censiones la castellanidad espiritual de Larreta. Como afirma el chi-leno Roberto Huneeus de forma paradigmática (La Semana, Santiago de Chile, 4 de julio, 1911), “aunque nacido en la América del Sur, el

14 Curiosamente, al analizar la dimensión social de la simulación, Ingenieros critica el discurso de la hispanidad tras el Desastre del 98 como una forma de simulación ideológica: “En los últimos años se ha visto, con frecuencia, políti-cos que declararon sobre la pretendida pureza de las razas, para apuntalar tam-baleantes organismos políticos. Típico es el caso de España durante la guerra con los Estados Unidos; los partidarios de España mentaron la solidaridad en-tre los pueblos de la raza latina, amenazados todos por la preponderancia de la raza sajona, no ignorando que la pureza étnica de los llamados pueblos latinos es una fantasía, pues en cada uno se han operado innumerables cruzas e injer-tos extraños: semejante solidaridad de raza fue una simple simulación para cap-tar simpatías” (164). La categoría del simulador sugestionado es, asimismo, re-miniscente del “yo ficticio” impuesto por la sociedad sobre el individuo que José Enrique Rodó asocia con el traje teatral en Motivos de Proteo (329).

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señor Larreta nos parece un español que continúa viviendo en los mejores días de los más gloriosos tiempos tradicionales” (en Home-naje 168)15. Lejos de corregir esta percepción, Larreta fomentará ac-tivamente la asociación de su persona con la tradición castellana a través de retratos, declaraciones en entrevistas, escritos autobiográ-ficos y su propio estilo de vida. En 1909, Caras y Caretas –un medio impreso que promocionará la carrera de Larreta de forma inequívo-ca a lo largo de las décadas– publica, en exclusiva, un extracto de la novela acompañado de un retrato fotográfico del autor posando a la entrada de un vetusto torreón medieval en Ávila. Este retrato –apa-rentemente inocuo– muestra los sutiles pero claros esfuerzos de La-rreta por reforzar ante los lectores sus estrechos vínculos personales con el pasado castellano simbolizado por la ciudad amurallada en la que se ambienta su novela16. Sin embargo, como veremos a conti-nuación, es sobre todo a través de su colección de arte y la cons-

15 Francisco Grandmontage reconoce, asimismo, en La Prensa (Buenos Ai-res, noviembre, 1910) que “al aparecer el libro nadie creía que fuera su autor un americano. Suponíasele abulense, formado en la contemplación de las viejas piedras de Ávila, de su paisaje grave y solemne” (en Homenaje 147). Francisco Acebal en El Diario de la Marina de La Habana (28 de marzo, 1909), se muestra extrañado de cómo un “libro puramente, hondamente español. Españolísimo, podríamos decir” ha sido escrito por un extranjero (en Homenaje 61), mientras que Miguel de Unamuno vindica, en términos neocolonialistas, que “Argentina […] también es España, pese a quien pese, y mucho más España que lo que los argentinos mismos se imaginan” (en Homenaje 68).

16 De forma análoga, en el retrato que éste comisionó al célebre pintor vas-co Ignacio Zuloaga en 1912, el escritor es representado con la inconfundible muralla medieval de Ávila de fondo. En sus textos autobiográficos, Larreta también enfatizará su conexión con España. En su texto autobiográfico Tiempos iluminados (1939), Larreta envuelve su propia niñez con un curioso halo de es-pañolidad. El español con el que creció y que oía entre las empleadas domésti-cas de su casa era el castellano castizo, dada la procedencia peninsular y campe-sina de la servidumbre –“¿Quién podría aceptar que los mejores maestros de idioma y aun de literatura de un escritor hayan podido ser las criadas de su ca-sa?”– (Tiempos 18); asimismo, los árboles de Santa Catalina entre los que co-múnmente jugaba en las afueras de Buenos Aires tenían un cierto aire de “las viejas selvas de Europa”, mientras que incluso la pampa es comparada con la meseta castellana (Tiempos 21, 79). De forma análoga, en los sonetos autobio-gráficos de La calle de la vida y de la muerte (1941) –título tomado de una calle de Ávila–, Larreta otorga una posición privilegiada a la tradición española (véase Obras completas 609-631).

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trucción de sus residencias de estilo neo-hispánico que Larreta irá gradualmente construyéndose una trabajada imagen pública como encarnación de la tradición castellana en Argentina.

Un ejemplo paradigmático de este proceso de simulación per-formativa lo encontramos en la entrevista-reportaje “La gloria de don Ramiro: Historia de un texto” publicada en Caras y Caretas en 1912. Firmada por Javier Bueno, esta entrevista fue realizada cuando La-rreta comenzaba a despuntar como una de las figuras literarias de mayor reconocimiento en el ámbito literario latinoamericano. Coin-cidiendo con la fastuosa celebración del Centenario de la Revolu-ción de Mayo, el novelista había sido nombrado en 1910 embajador argentino en Francia por el gobierno de Roque Sáenz Peña, puesto que ocuparía durante seis años y puede ser interpretado como el es-paldarazo oficial a la reivindicación estética de la tradición castellana desarrollada en La gloria. Sintomáticamente, la entrevista está enca-bezada por un ampuloso marco de florido estilo barroco inspirado en la temática histórica de La gloria. Al estilo de los libros del Siglo de Oro, el subtítulo descriptivo de la entrevista nos informa del asunto de la misma: “el hidalgo caballero don Enrique Rodríguez Larreta habla de su obra, en París en el Día de Santa Teresa de Jesús en el año de gracia de 1912” (sin pág.). Esta presentación de Larreta como un hidalgo caballero del siglo XVI da paso a una detallada descripción de la habitación en la que Bueno espera al flamante hombre de letras, el Salón Español:

Es una estancia alhajada ricamente con nobles muebles castellanos. Sillones frailunos de terciopelo rojo y de cuero de Córdoba rodean el brasero de cobre repujado. En un muro, el retablo de la Sagrada Familia, admirable joya de la estatuaria religiosa española, y en el frontero, a cada lado de una puerta que abre paso a otro salón adornado con el gusto menos austero de un estilo francés, dos vargueños castellanos que un día debieron guardar en sus gavetas las joyas de doña Inés, de doña Elvira o de doña Beatriz y las nobles ejecutorias que ganaron degollando infieles en las Santa Cruzada, don Santiago, don Gil o don Ramiro. Sobre una mesa de nogal, como aquella en que el incomparable Francisco de Quevedo y Villegas escribiera sus más discretos discursos, lucen un tintero de porcelana de Segovia, una jarra burgalesa, un velón, varios libros encuadernados con el noble perga-mino y otro más moderno en cuya cubierta se destaca vigoroso un retrato del trágico místico y misterioso pintor Doménico The[o]tocopuli, El Greco (“La gloria de don Ramiro” sin pág.).

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La estancia descrita y posteriormente fotografiada en el artículo es el gabinete de objetos y arte español que Larreta irá amasando a partir de su primer viaje a España en 1903, coincidiendo con el pro-ceso de escritura de La gloria. En la mejor tradición del “rastaquouè-re” argentino, Larreta invertirá parte de su abultada fortuna familiar en la adquisición de libros antiguos, obras de arte y objetos decora-tivos de la Edad Media y el Siglo de Oro español. La colección –a-quí aún incipiente– llegará a ser de tal magnitud que hoy en día constituye el núcleo fundacional del Museo de Arte Español de Buenos Aires. En este canje de capital económico por capital sim-bólico que delinea con singular claridad los nuevos estatus de Ar-gentina y España a comienzos del siglo XX, Larreta se apropia co-mercialmente de una porción del pasado del que ya se había apro-piado discursivamente en su novela17. En tanto que sala de recep-ción oficial del embajador argentino, el Salón Español proyecta una nueva imagen oficial de la argentinidad de base hispánica que se en-troniza durante la celebración del Centenario. En esta estancia rebo-sante de arte peninsular y presidida por sendos retratos de San Francisco de Asís y Santa Teresa de Jesús, el periodista espera a La-rreta, celebrado como “el autor del libro más español de nuestra época” (sin pág.).

El Salón Español que nos describe Bueno es una reconstrucción performativa del pasado histórico castellano que Larreta pretende recrear como el germen de la nueva argentinidad. Si La gloria es un simulacro estilístico y narrativo de la realidad histórica del Siglo de Oro, este espacio arquitectónico que amalgama valiosas obras de arte y objetos decorativos originales con reproducciones y un con-texto arquitectónico contemporáneo, es un simulacro material que aspira a reconstruir tridimensionalmente la tradición española. Más allá de la originalidad aurática de gran parte de los artefactos históri-cos, el Salón Español es concebido como la tramoya de un teatro, un decorado concienzudamente diseñado en el que se intenta re-construir el pasado. Al igual que La gloria, el Salón Español es una

17 Sobre la formación de su colección de arte español, Larreta le dice a Er-nesto Mario Barreda en “El creador de una nueva sensibilidad”, entrevista-reportaje de 1925: “Luego, ya en el escenario real, mientras estudiaba el am-biente, fui reuniendo muebles, tapices, armas, con todo lo cual más tarde en París pude instalar una sala de gusto español” (sin pág.).

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máquina del tiempo que permite a Javier Bueno y a los lectores de Caras y Caretas entrar en contacto, a través del poder evocativo de los muebles y las obras de arte, con un pasado histórico remoto que se materializa ante sus ojos. No en vano, la imaginación de Bueno hace que este se imagine la secreta historia de los muebles, el anti-guo contenido de los joyeles, y encuentre una conexión entre éstos y la tradición religiosa y literaria castellana simbolizada por las refe-rencias a las Cruzadas y a Francisco de Quevedo.

Este simulacro espacial del pasado castellano es ampliado cuan-do Larreta retorna a Buenos Aires en 1916 en plena Primera Guerra Mundial después de seis años de servicio diplomático. No contento con habitar un Salón Español, Larreta convierte sus residencias fa-miliares en palacios de estilo neo-andaluz y neo-morisco que sirvan de dignas galerías para su creciente colección de arte castellano. Para ello, Larreta contrata los servicios de Martín Noel, el arquitecto por antonomasia del revival del estilo neocolonial en el Buenos Aires de comienzos de siglo y autor del Pabellón Argentino de la Exposición Iberoamericana. En 1916, Larreta remodela la mansión familiar en Belgrano –hoy sede del Museo de Arte Español de Buenos Aires– y construye, a comienzos de los años 1920, su fastuosa hacienda del Tandil, bautizada con el nombre de la aldea vasca de la que era oriunda la familia Larreta: Acelaín. Dada su limitada producción li-teraria (Larreta no publicará su segunda novela –Zogiobi– hasta 1926), la fastuosidad de sus mansiones y su excelente colección de arte español consolidan la fama de Larreta en la vida cultural argen-tina como máximo representante de una nueva argentinidad que se plasma en el nuevo estilo decorativo y arquitectónico hispanizante por él adoptado. En una entrevista-reportaje dedicada a las mansio-nes del escritor y titulada sintomáticamente “El creador de una nue-va sensibilidad” (Caras y Caretas 28/11/1925), el famoso periodista Ernesto Mario Barreda celebra la figura de Larreta como el autor que más ha contribuido a redefinir la argentinidad a partir de la tra-dición castellana: “Larreta, con su novela La gloria de don Ramiro y sus reconstrucciones arquitectónicas, va dando origen a una verda-dera revolución en las artes, los gustos, las costumbres… una de esas re-voluciones que corrigen y encauzan la vida de un pueblo, amenaza-do de caer en la vulgaridad advenediza” (sin pág., subrayado nues-tro). Frente a la “vulgaridad advenediza” –una clara referencia al

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impacto negativo de la inmigración en Argentina–, el hidalgo caba-llero Larreta se erige, para Barreda, en el paladín de un nuevo ideal hispánico que habita estas fastuosas mansiones con “ligero aspecto de museo” (sin pág.)18.

A través de estos simulacros arquitectónicos de pintoresco estilo neo-hispánico que sirven de sala de exposiciones para las coleccio-nes de artefactos históricos reunidos por el novelista, Larreta pre-tende no sólo recrear simbólicamente la tradición castellana, sino crear –performativamente– la base de una nueva argentinidad de filiación castellana. No contento con escribir una ficción histórica, Larreta aspira a “vivir” una ficción identitaria total en la que el lega-do español tome contornos y volumen real. Si el simulacro textual de La gloria había capturado la imaginación de sus contemporáneos, Larreta decide ir un paso más allá y crear un simulacro arquitectóni-co capaz de mudar la propia textura material de la ciudad de Buenos Aires y la campiña del Tandil.

Unida a su fama literaria como autor de La gloria, la exposición en los medios que le proporcionaron sus residencias hicieron que el reconocimiento público de Larreta como encarnación de la tradi-ción española en Argentina llegase a alcanzar cuotas esperpénticas en los años 1930 con la celebración en 1933 del vigésimo quinto aniversario de la publicación de La gloria. En un artículo de tono ha-giográfico que roza el absurdo, “Larreta en la intimidad” (Caras y Caretas 17/3/1934), el periodista Juan José de Soiza Reilly defiende a capa y espada la autenticidad de la personalidad castellana de La-rreta frente a las voces maledicentes que no ven en el autor de La gloria sino a un farsante que pretende ser un hidalgo caballero caste-llano. Ante estos descalificativos, De Soiza reacciona perjurando ad nauseam la perfecta autenticidad y sinceridad de Larreta:

18 Barreda describe la casa de Larreta en Belgrano como un edificio para-

digmático que habría de producir una proliferación de arquitectura neocolonial: “todo lo que se haga [en el futuro] encontrará allí su modelo, y así va naciendo una forma de arquitectura, de mobiliario, que en Buenos Aires resulta como un verdadero oasis en medio de la desoladora vulgaridad” (sin pág.). De forma análoga, De Soiza califica la hacienda “Acelaín” como “una maravilla arquitec-tónica” que atesora en su interior toda la hispanidad: “Toda España está en ella” (sin pág.).

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suponen, por capricho, que el maestro se ha inventado una máscara. “¿Cómo es posible –piensan– que, en pleno siglo XX, este hombre ex-traordinario, tenga los mismos ademanes, los mismos gustos y la misma cultura elegante de los viejos hidalgos del siglo XVI?” Y, luego, con sufi-ciencia, agregan: “¡Pose!” No saben lo que dicen, Larreta es un hombre sin máscara y sin “pose”. Cruza por la existencia luciendo su apostura, sin esfuerzo ninguno (sin pág.).

Rechazando furibundamente cualquier posible deje de artificiali-dad en la apariencia del escritor, De Soiza se dedica a observar, día y noche, los movimientos de su anfitrión y desecha cualquier atisbo de “falsedad de escenario, ni artificialidad de esteta”. Fruto de su investigación pseudo-detectivesca, el periodista llega a la heterodoxa conclusión de que Larreta no sólo es un hombre del siglo XVI en cuya “gallardía física y moral, se sintetizan varias generaciones [de] hijosdalgos”, sino que “Larreta es don Ramiro” ([sic] sin pág.). A esta misma conclusión llega también Carlos Reyles en una confe-rencia de 1933 en honor del novelista. Para el escritor uruguayo, La-rreta constituye una anomalía, un curioso caso, rayano en lo abe-rrante, de total confluencia entre creador y creación:

el maridaje de Larreta con su obra fue tan íntimo, duradero y total que para alimentarla tuvo que transfundirle su sangre, darle las entrañas, sacrificarle todo, incluso el propio yo, la propia vida, y luego recibir de ella una nueva personalidad, hasta el punto de que, desde la sonada aparición del libro, Larreta no fue, ni es, ni puede ser otra cosa que La gloria de don Ramiro. Ésta, completa, con las glosas del autor, sólo está en él, lo habita cual si fuera su casa. Podrá Larreta hacer y desde luego hace otras cosas, pero ser, ser pro-fundamente, sólo será La gloria de don Ramiro (238).

Lejos de ser visto como un mero dandi que cultiva la pose de atildado hidalgo castellano, Reyles vindica la íntima condición de simulacro de Larreta. Para el novelista uruguayo, el autor argentino funde su ser con su obra de tal forma que su identidad es ahora completamente indistinguible del mundo literario evocado en su novela. La ficción histórica ha acabado por ser el mundo habitado por Larreta. El simulacro textual de la novela y el simulacro perfor-mativo de su identidad como hidalgo castellano convergen, retro-alimentándose, en un mismo proceso de encarnación de la tradición castellana en la Argentina contemporánea.

Llevando hasta sus últimas consecuencias su proyecto estético de simulación discursiva y performativa del pasado castellano como

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base de una nueva argentinidad, Larreta acaba por ser visto como una suerte de hidalgo del siglo XVI traspuesto al Buenos Aires del siglo XX. Obsesionado con la tradición castellana que Rubén Darío llamaba la leyenda áurea, Larreta acaba por ser presa de su propio proyecto estético ultraconservador. Convertido él mismo en un si-mulacro del pasado castellano, Larreta se erige en un quijotesco hi-jodalgo que intenta revivir los laureles de la cultura castellana en la vida intelectual del Buenos Aires de las primeras décadas del siglo pasado frente a los molinos de viento del cosmopolitismo. Como los desvaríos librescos de Alonso Quijano en el Quijote, las simula-ciones que subyacen al extravagante proyecto estético de Larreta subvierten las barreras entre presente y pasado, ficción y realidad, identidad y simulación. A través de esta quijotesca radicalidad del simulacro, la obra de Larreta nos recuerda descarnadamente cómo las identidades nacionales, lejos de ser nociones fijas, son el resulta-do de complejos procesos de simulación en los que la imaginación desempeña un papel determinante. Más allá de su decisiva contribu-ción a la revalorización modernista de la herencia cultural española, el proyecto estético de Enrique Rodríguez Larreta nos desvela en qué medida las diferentes y contradictorias nociones de la argentini-dad que compiten por la supremacía ideológica en la dinámica vida intelectual argentina de las primeras décadas del siglo XX constitu-yen, en última instancia, una glorificación del simulacro. BIBLIOGRAFÍA CITADA

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