la génesis de las metáforas náuticas en píramo y tisbe de góngora

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. II). F. de B. MARCOS ÁLVAREZ. La génesis de las metáforas náu... - La génesis de las metáforas náuticas en Píramo y Tisbe de Góngora: alguna nueva hipótesis Francisco de B. Marcos Álvarez UNIVERSIDAD DE GENEVE VERSOS DE LA FABULA de Píramo y Tisbe de Góngora analizados, según la edición de Antonio Carreira. 1 Intimado el entredicho de un ladrillo, y otro, duro, llorando Píramo estaba apartamientos conjuntos, cuando fatal carabela, émula (mas no) del humo (en los corsos repetidos), aferró puerto seguro [ ... ] Abrazóla, sobarcada, (y no de clavos malucos), en nombre de la azucena desmentidora del tufo, siendo aforismo aguileño que matar basta a un difunto cualquier olor de costado, o sea morcillo o rucio. Al estoraque de Congo volvamos, Dios en ayuso. 135 140 150 155 A pesar del creciente número de estudios que en los últimos decenios se le han dedicado, y de las valiosas ediciones de que ha sido objeto, laF ábula de Píramo y Tisbe sigue 1 Luis de Góngora: Romances, Barcelona: Quadems Crema, 1998, vol. II. 363 1- Centro Virtual Cervantes

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. II). F. de B. MARCOS ÁLVAREZ. La génesis de las metáforas náu...-

La génesis de las metáforas náuticas en Píramo y Tisbe de Góngora:

alguna nueva hipótesis Francisco de B. Marcos Álvarez

UNIVERSIDAD DE GENEVE

VERSOS DE LA FABULA de Píramo y Tisbe de Góngora analizados, según la edición de Antonio Carreira.1

Intimado el entredicho de un ladrillo, y otro, duro, llorando Píramo estaba apartamientos conjuntos, cuando fatal carabela, émula (mas no) del humo (en los corsos repetidos), aferró puerto seguro

[ ... ] Abrazóla, sobarcada, (y no de clavos malucos), en nombre de la azucena desmentidora del tufo, siendo aforismo aguileño que matar basta a un difunto cualquier olor de costado, o sea morcillo o rucio. Al estoraque de Congo volvamos, Dios en ayuso.

135

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150

155

A pesar del creciente número de estudios que en los últimos decenios se le han dedicado, y de las valiosas ediciones de que ha sido objeto, laF ábula de Píramo y Tisbe sigue

1 Luis de Góngora: Romances, Barcelona: Quadems Crema, 1998, vol. II.

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siendo el poema largo gongorino que más dificultades por resolver esconde, no tanto en el plano de la expresión como en el del contenido. Por ampararme en palabras ajenas citaré las recientes de Antonio Pérez Lasheras, a cuyo parecer las «connotaciones asociativas, [ ... ] hacen del poema un laberinto, un enigma de casi imposible resolución. Sólo una paciente labor de análisis en cada grupo metafórico y el subsiguiente de sus asociaciones podrá llegar a solucionar el problema de esa interpretación total del romance La ciudad de Babilonia» 2•

La razón primera de esa enigmaticidad está en que Góngora lleva a cabo una exhibición de virtuosismo conceptista extremo, que es a fin de cuentas lo que ante todo obtuvo la preferencia y le ganó la admiración de sus contemporáneos, y en particular la de Gracián.

La compleja elaboración del poema en el plano semántico se manifiesta desde luego, de manera constante, en el nivel de las unidades léxicas y oracionales mediante la acumulación de sus valores referenciales y connotativos, pero también, y sobre todo, por el establecimiento en el nivel superior del texto de verdaderos haces de correspondencias que forman ejes o isotopías léxico-semánticas de gran precisión y coherencia. Son las que dan al poema esa gran densidad estructural que lo hacen dificil de penetrar en un análisis fragmentario, y confieren al conjunto una fuerte cohesión textual.

Mi propósito ahora es contribuir, siquiera sea parcialmente, al esclarecimiento de una de esas series asociativas, la compuesta por lexemas pertenecientes al campo semántico del mar y la navegación.

Como se sabe, en el arquetipo ovidiano los actantes personales implicados directamente en la narración son los jóvenes vecinos y amantes Píramo y Tisbe. Los padres antagonistas sólo se manifiestan indirectamente en la historia a través de la casa familiar entre cuyas paredes queda recluida Tisbe. Guiados por la intuición y el pálpito amorosos (pero «quid non sentit amor?», Metam. IV, 68) van a descubrir en una pared común a sus dos casas la existencia de una tenue grieta a través de la cual, ya que no verse o tocarse, podrán al menos decirse «blanditiae», y, sobre todo transmitirse la fatal cita nocturna. Así pues todo el proceso, hasta el definitivo equívoco final, es un encadenamiento de hechos fortuitos, de casualidades, un producto de la arbitrariedad del destino, ajeno a la intervención de cualquier voluntad humana o divina, salvo la de los amantes, deformada ella por la pasión irreprimible («captis ardebant mentibus ambo» Metam. IV, 62). Ovidio resalta este aspecto seminal de su narración afirmando explícitamente la ausencia de toda alcahueta en aquellos amores ( «conscius omnis abest», Metam. IV, 64).

En este punto es donde Góngora dota a su parodia de la más audaz de las numerosas variaciones que ideó respecto al arquetipo, introduciendo un tercer actante personal: una intermediaria entre los amantes. Esta intermediaria no es en sentido estricto una nueva Celestina, en la medida en que su objetivo no es el de acomodar voluntades, ya que las de Tisbe y Píramo estaban entre sí más que concordes, rendidamente entregadas. La función del nuevo personaje es la de servir de estafeta, llevar y traer entre los amantes recados que superen el encierro a que Tisbe está sometida. A esa función, que exige movilidad y presteza,

2 Tradición y parodia en la «Fábula de Píramo y Tisbe» de Góngora: hacia una definición del poema, en Giulia Poggi (ed.): Da Góngora a Góngora, Pisa:Edizioni ETS, 1997, cita p. 158

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se ajusta de manera expresiva y plástica la sorprendente imagen de la «carabela» con la que irrumpe la sirvienta negra en la narración. Desde ese punto de vista funcional, la metáfora es diáfana y no requiere ninguna explicación. Muy distinto es el caso del proceso genético, de la relación asociativa que condujo a Don Luis a encontrar y seleccionar precisamente esa imagen. Es esta una cuestión de la que se puede prescindir ya que para nada afecta a la descodificación satisfactoria del texto, pero que no carece de interés para intentar desentrañar los procedimientos creadores gongorinos, y la génesis de las soluciones que exigía su estrategia de opacidad.

Cristóbal de Salazar Mardones en 16363 y Femando Lázaro Carreter en 19624 han explicado la metáfora partiendo del presupuesto de que en ella se da un sincretismo de movilidad y negrura. Para el primero la carabela es un «vaso pequeño que sirve para llevar y traer avisos a las naves mayores», a su semejanza, la negra va y viene entre los dos enamorados, los cuales corresponderían, supongo, a esas naves mayores. Por otra parte las calaberas van embreadas con pez, de lo cual les viene la nota de negrura.

No me atrevería a desmentir al comentarista y admirador de Góngora. Sus reflexiones suscitan sin embargo algunas reservas. Que las carabelas sirvieran, dada la ocasión, para llevar órdenes y mensajes a o entre naves mayores es algo que pudo ocurrir. Que se las pueda caracterizar o definir por ello como si tal fuera la función primera o habitual para la que se concibieron y se emplearon se podría discutir. Sin entrar aquí en disquisiciones reservadas a especialistas5

, basta con hojear la historia de las expediciones portuguesas y españolas en los siglos XV y XVI, y ver el papel que en ellas desempeñó la carabela para que nos asalten dudas sobre la competencia marinera de don Cristóbal, ya que no sobre su buena fe. Cuando uno es un avezado marino, como lo era un tal Cristóbal Colón, no se lanza a una navegación oceánica y de duración imprevisible en «vasos pequeños» dedicados a la mensajería de escasa distancia. Aun siendo un navío de pequeño tonelaje, la carabela embarcaba no obstante una tripulación de varias decenas de hombres, con los consiguientes pertrechos y matalotaje. Si Salazar Mardones se refiere a la comunicación entre navios, esta se hacía en la época de Góngora, como mucho antes, y aun mucho después, por medio de señales acústicas y visuales, y cuando realmente existía la urgencia de un desplazamiento material se empleaban barcas, esquifes, bateles, lanchas o chalupas que, según su tamaño y la mejor conveniencia,

3 Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe compuesta por don Luis de Góngora y Argote, Madrid, 1636 (Imprenta Real).

4 <<Dificultades en la Fábula de Píramo y Tisbe», que manejo por su reimpresión en: Estilo barroco y personalidad creadora, Madrid: Cátedra, 1984.

5 Para nuestros fines es largamente suficiente la información que brinda el clásico glosario de Augustin JAL, en la reelaboración que se viene publicando desde 1970, con el título de Nouveau glossaire nautique, en La Haya-París: Mouton, Ed. du CNRS, p 222a s.v. caravelle. Se precisa allí que en España la carabela, de origen portugués, aumenta sus dimensiones hasta alcanzar, en algunos tipos, de ciento a ciento cincuenta toneladas. Por vía directa puede el lector interesado descubrir las características, dimensiones y diferentes usos de la carabela en los siglos XV y XVI a través de la rica documentación acopiada por RolfEberenz: Schiffe anden Küsten der Pyreniienhalbinsel, Bem:Lang, 1975, pp. 75-78. Nada de lo que allí se lee corrobora los «vasos pequeños» de Salazar Mardones.

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se transportaban dispuestos sobre una cubierta del buque, suspendidos fuera de la borda, o, muy frecuentemente, arrastrados ajorro6

• Ni uno ni otro era el caso de las carabelas. La misión de transportar mensajes debió de confiarse a estos barcos con destino a

puertos alejados7, en particular entre puertos americanos y peninsulares, y ello por la

característica que singularizaba a las carabelas respecto a otros navíos de alto bordo, que era su ligereza y superior velocidad. Es decir, que desempeñaría con frecuencia la misión de «navío de aviso», que Autoridades (s.v. aviso) define como «El que se despacha por el Consejo supremo de Indias con órdenes y despachos del Rey, para el gobierno de aquellos Reinos, y vuelve a España, y trahe noticias del estado en que se hallan. También se llama assí el que viene despachado en derechura por el Virrey, y porque llevan y trahen noticias y avisos se llaman navíos de aviso, u absolutamente avisos»8

La imagen de la carabela portadora de «avisos» formaba desde luego parte del repertorio figurativo gongorino, pues la encontramos en una letrilla de 1615, con referencia a la Buena Nueva del nacimiento de Cristo:

No carabela, no zabra traerá el aviso, que es mucho, laúd sí, donde ya escucho zalemas de serafines.9

La evidente coincidencia en el «concepto» de la carabela mensajera entre la letrilla y el romance de Píramo y Tisbe gana en interés si consideramos que el segundo se va a hacer público en 1618, y, vista su complejísima estructura, cabe preguntarse si Don Luis no tendría ya en el telar en 1615 los primeros esbozos, o al menos los primeros barruntos en su mente. Es notable también que en la letrilla la imagen dé lugar a una mini-serie de lexemas náuticos: carabela-zambra-laúd, siendo la disemia del último la que permite la linda bifurcación hacia lo acústico y musical (escucho-zalemas-serafines), y la evocación, en última instancia, de los himnos de alabanza que entonaron los coros angelicales en el portal de Belén10

6 A estos barcos auxiliares de los grandes llama Gómez Manrique, por imperativo de la rima, «barquetes»: «las naos sin los barquetes/ mal se syruen de la tierra» (Esclamar;ión y querella de la gouernar;ión, en Cancionero, I, ed. Antonio Paz y Melia, Madrid, 1885, p. 192). Colón, de acuerdo con su primera carta, transportaba un batel en la nao Santa María, y barcas en las dos carabelas.

7 Es curioso que en el primer testimonio castellano, de ca. 1454, allegado por R. Eberenz (lug. cit.) la carabela se menciona con ocasión del envío de un mensaje escrito de Ceuta a Cádiz.

8 Véase Federico de Castro y Bravo: Las naos españolas en la carrera de las Indias. Armadas y flotas en la segunda mitad del siglo XVI, Madrid: Voluntad, 1927. La voz española aviso pasó al francés donde subsiste tal cual en la terminología náutica, y designa un pequeño navío militar de escolta y misiones auxiliares.

9 Letrilla «Cuando toque a los maitines», Millé, n' 166, p. 363. Llamó ya la atención sobre este pasaje F. Lázaro Carreter, en su art. cit.

1 O Ha escapado hasta ahora a los editores la observación del desdoblamiento semántico con que «laúd» funciona en el texto de la letrilla. En el Diccionario Enciclopédico Hispano-

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Salta a la vista la idoneidad de la carabela como navío de aviso, con su llevar y traer mensajes y noticias, para designar metafóricamente a la recadera diligente, con su ir y venir infatigable, sus «corsos repetidos», entre los dos amantes.

Femando Lázaro Carreter, en uno de sus conocidos estudios sobre laFábulapropuso la siguiente motivación de la metáfora 11

: la carabela vendría inducida, a través de la paronimia, por la voz cárabo (que es en realidad el étimo de donde deriva carabela), y designa un pequeño barco, pero también un pájaro rapaz nocturno, el autillo12

• Es decir, esta voz polisémica nos permitiría aunar la componente náutica de su primer significado, y la de la oscuridad de la noche, en la cual vive y se mueve el autillo, que aporta el segundo, así como las connotaciones subsidiarias peyorativas de nocturnidad y rapacería que convendrían, como a las del pájaro, a las poco recomendables ocupaciones de la negra. Probablemente la hipótesis del ilustre académico estuvo en parte condicionada por las ideas de Salazar Mardones, ya que junto con la paronimia, parece haber tenido muy en cuenta el hecho de que el cárabo sí que es un barco de reducidas dimensiones13•

En todo caso, ni la explicación directa de Salazar Mardones, ni la más elaborada de Lázaro Carreter, afectan al estatus semiótico de la metáfora en el texto. El funcionamiento metafórico del lexema carabela se establece sobre una base monosémica, la carabela es un barco, la alcahueta es una carabela. Pero una carabela émula del humo, por su color negro. Y donde se produce una dificultad de acoplamiento en la correlación entre término real y término metafórico es en ese atributo de la negrura, ¿constitutivo o accidental en la carabela? Salazar Mardones lo resuelve afirmando que ese atributo existe en el plano real: las carabelas tienen aspecto negro por la brea que se utiliza para carenarlas. La correspondencia con la recadera negra es pues perfecta. Es un razonamiento sobre cuya pertinencia no puedo ahora pronunciarme. Lázaro Carreter inscribe la negrura en la metáfora por vía evocativa (connotaciones del pájaro nocturno), a través de paronimia y homonimia, y no por vía denotativa, pues, si le entiendo bien, no presupone ni la identificación negra=cárabo <ave nocturna>, ni negra=noche.

Ahora bien, en la lectura de un poema tan alambicado y conceptista como la Fábula de Píramo y Tisbe, en la que Góngora hace un consciente alarde de su maestria y dominio de las técnicas poéticas de la dificultad, considero aconsejable aplicar el criterio de la lectio semánticamente dif.ficilior, y por consiguiente dar la preferencia a las lecturas complejas y polisémicas frente a las previsibles y monosémicas. Junto a ello, y en base a la mencionada maestría, me parece mejor lectura la que desemboca en un ajuste perfecto entre los diversos

Americano, Londres: W. M. Jackson, s. a. (t. XII, p. 650) se define al laúd como «Embarcación pequeña de figura larga y angosta, semejante a un falucho, sin foque, aletas ni mesana». De origen mediterráneo, este tipo de navío, y su nombre, se extendió por las costas peninsulares a partir de las catalanas, en cuya lengua está amplia y tempranamente documentado, hasta las portuguesas. Véase R. Eberenz: Schiffe ... , pp. 208-212

11 obra cit., p. 70. 12 El Otus scopus, parecido a un pequeño búho, véase Francisco Bernís: Diccionario de

nombres vernáculos de aves. Madrid: Gredos, 1995, pp. 29-31. 13 Sobre éste navío vid. A. Jal op. cit., p. 219a, s.v. carabus.

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planos semánticos implicados en el texto, frente a la que se resuelve en un déficit referencial o al contrario en un exceso semántico con residuos no funcionales.

Mi hipótesis en el caso de la carabela es que su referencia denotativa en el texto es doble, y que hay un segundo valor coexistente con el marítimo y trivial. Me permito suponer además que ese valor pudo haber sido el que en el proceso de la escritura generase la metáfora náutica. Ese valor hay que buscarlo a través de la jerga literaria de negros, lengua que Góngora emplea con soltura y gracia en algunas letrillas y en un conocido soneto contra la Jerusalén conquistada de Lope de Vega.

En el Glosario de afronegrismos de Femando Ortiz14 encuentro registrada una voz carabela, «muy usada entre los negros bozales», a cuyo semantismo y origen el autor dedica un breve pero agudo análisis. La voz aparecía ya en el Diccionario provincial casi-razonado de voces cubanas de Esteban Pichardo (La Habana 1849, primera ed. con título diferente ibid. 1836), quien la había calificado como «mui usada entre los Negros Bozales, algo ladinos», con el significado de el <paisano que vino de Guinea en un mismo buque>. Contextualiza la voz con la frase «Fulano, carabela mio», añadiendo que con el mismo valor «también dicen Pariente»15 • Es evidente que la identidad de significante con el nombre del célebre tipo de navío ligero hacía inevitable la conclusión de que el significado afrocubano era una acepción secundaria del nombre del navío. Como resultado de un proceso metonímico: se habría llamado carabela al que había sido cautivo compañero de navegación en la travesía del océano, el que pertenecía a la misma «cargazón>>. Femando Ortiz, con buen instinto de lexicólogo experimentado, desconfia un poco de esa explicación excesivamente obvia, y se pregunta cómo carabela puede haber sobrevivido en el habla de los negros cubanos para designar al amigo o compañero, tanto tiempo después de extinguidas las carabelas y aun, cabría añadir, de terminada la trata16

• Subraya su extrañeza recordando el hecho de que la voz castellana perteneciera precisamente al vocabulario de los negros bozales, es decir los menos competentes en castellano, y la remacha apuntando que con el mismo significado existen las variantes carabelá (o caravelá) y curubelá. Dicho esto, asegura que el vocablo es de origen congo, compuesto de dos raíces que designan respectivamente <vivir, habitar, residir> y <barrio o parte de una población>.

A otros corresponde pronunciarse sobre lo bien fundado del dictamen del célebre folklorista y lexicólogo cubano, si bien su razonamiento me parece lleno de cordura. Pero sea cual sea el origen de la voz, en nada afecta ello a nuestro presente fin ni al interés que para nosotros encierra, ya que su pervivencia en Cuba en el habla de los negros nos permite proponer su identificación con la «carabela» fatal que irrumpe en el v. 137 del romance de Píramo y Tisbe. En ese supuesto, este significado viene acumularse al náutico en disemia,

14 Utilizo la ed de La Habana: Editorial de Ciencias sociales, 1991, pp. 97-98. 15 Cito por la reimpresión de La Habana: Ciencias Sociales, 1985, p. 140. Ese «pariente»

es equivalente cabal del «primo, prima» con que se llaman entre sí los negros en los textos literarios de los ss. XVI, XVII, y concretamente en los de Góngora.

16 Obviamente, esto último no había ocurrido cuando don Esteban Pichardo escribía su diccionario, en tiempos de la colonia. Parto del supuesto de que el artículo de Ortiz se basa en materiales observados y acarreados por él mismo, y no en la sola mención de la voz por Pichardo.

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recurso tan frecuente en el poema, con lo cual carabela designa, sin residuo semántico, <nave> (denotación metafórica) y <esclavo o criado de raza negra> (denotación real). En la España del s. XVI y XVII los negros solían servir en el ámbito doméstico, y en él hemos de enmarcar a la mandadera del romance, pues que tiene acceso a la reclusa Tisbe y puede también salir a la calle para trasladar sus mensajes a Píramo17

Se podría objetar, no sin razón, que ni antes de Góngora ni entre él y Pichardo se han señalado hasta ahora, que yo sepa, otros testimonios de la voz. El argumento me parece sin embargo rebatible. En punto a los testimonios hay que decir que no se conocen quizás porque no se han buscado. Y desde luego me parece más decisivo el hecho de documentarse la voz en el habla de los descendientes de los esclavos en Cuba en la primera mitad del s. XIX (Pichardo ). Habiendo sido la gran isla el mayor mercado de importación masiva de africanos en el Caribe a partir de 1518, no tiene nada de sorprendente que en ella sobrevivan estratos léxicos que corresponderían a las primeras generaciones víctimas del cruel tráfico. Y es en la no consideración de esa posible supervivencia temporal de las palabras más allá de su universo referencial originario donde discrepo de la argumentación de Fernando Ortiz.

No puedo aventurarme en terreno para mí mal conocido, como el de la dialectología cubana, ni tampoco me parece justificarse una incursión monográfica en él con el solo objeto de dilucidar una cuestión tan restringida y puntual como la que me aquí me ocupa. No obstante, a título de indicio acerca de los posibles resultados a que podría conducir una búsqueda detallada, voy a permitirme dos observaciones colaterales. El mismo Ortiz en su Nuevo catauro de cubanismos18 afirma que la variante caravelá, de género femenino, «significó» entre los negros <compañera, amiga, querida, etc>. La lejanía del pasado en que sitúa tal uso no viene precisada, pero cabe remontarla bastante atrás, pues Ortiz menciona una canción afrocubana que «decía»:

Yo me muero si tú no so mi Caravelá.

Me llama la atención la construcción voseante «tú no so( s )», y me pregunto si no se trata de la deturpación de una versión originaria «tú no sa>>, luego «idiomatizada>>. En el no pequeño corpus literario de habla de negros de los siglos XVI y XVII uno de los rasgos más constantes es la utilización de una forma sincrética «Sa» para el singular del presente de

17 En la casa paterna de Don Luis, como en casi todas las de la nobleza y la «burguesía» andaluzas debía de haber criados o esclavos negros, con los que el poeta hubo de tener trato familiar en su niñez. Y ya adulto él mismo debió de tenerlos a su servicio. Uno de ellos era seguramente el Urbanico o Urbanillo cuya mala salud le afecta tan sensiblemente como muestran dos cartas de junio de 1622. Efectivamente, de ordinario se nombraba a los esclavos con el diminutivo del primer nombre, según se ve en la documentación de la época. (Las cartas pueden verse en la ed. del Epistolario completo por Antonio Carreira con concordancias de Antonio Lara, Zaragoza: Sociedad Suiza de Estudios Hispánicos, 2000, núms. 89-90)

18 Manejo la ed. de La Habana: Ciencias Sociales, 1985, pp. 124-125.

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indicativo del verbo ser, como nos muestran ejemplos del mismo Góngora: «Hormiga sa,juro a tal» (=Hormiga soy); «que negra sa, ma hermosa» (=que negra eres); «Sa de Dios al fin presente» (=Es de Dios)19

• De modo que si nuestra conjetura fuera cierta, la canción original pudo ser:

Yo me muero si tú no sa mi caravelá.

En ese caso, la presencia de la forma «sa», de origen portugués, nos llevaría a aquellos dos primeros siglos de la trata en que los esclavos llegaban a los dominios españoles hablando una lengua acriollada plagada de lusismos, debido a que fueron portugueses en gran medida los traficantes, y que la humana mercancía transitaba por las factorías portuguesas de África occidental (en particular Sao Tomé) o por el puerto de Lisboa a la espera de su exportación.

Por otra parte, no puedo dejar de mencionar ahora la regocijada sorpresa que me causó descubrir a través del mismo Ortiz que en la jerga bozal cubana se llamara soqui-soqui a la acción o el acto de fornicar. Porque, no creo quepa la menor duda de que cuando en uno de los más célebres diálogos de Rodrigo de Reinosa el negro le propone a la negra hacer choque-choque1-0, no estuviera pensando en lo mismo que los negros cubanos del siglo XX, y que por lo tanto nos encontramos ante el mismo lexema, en dos variantes fonéticas cuyas ligeras discrepancias pueden tener una explicación dialectal africana, o, más probablemente resultar de una pseudo-interpretación del significante por parte de Reinosa o de los impresores, que les llevó a entender la singular expresión como formada, no sin algún sentido, con el verbo chocar. No es éste el único de los vocablos usados por la pareja africana de Reinosa que hallamos también localizados y registrados por Femando Ortiz en su glosario (p. ej. caranga, con su variante carángano <especie de piojo grande> )21

• Añadiré, como simple recordatorio, que el diálogo de Reinosa es, según creo, la primera obra española en la que se utiliza el habla de negros, y que fue escrita, con toda probabilidad a finales del siglo XV o en los muy primeros años del XVl, y que incluso el curioso choque-choque, con su crudo significado, no había escapado ya en 1479-80 al oído atento (Ah, cher Monsieur, la chose!) del navegante francés Eustache de la Fosse durante una expedición por la costa africana22

19 Citas procedentes de dos villancicos navideños, núms. 174 y 175 de la sección letrillas en la edición de las obras completas por los Millé.

20 Pliego suelto sin fecha: Comienr;an unas coplas a/os negros y negras y de como se motejauan en Sevilla vn negro de gelofe mandinga contra una negra de guinea, vv. 27 y 58: «se querer comigo fazer choque choque/ [ ... ] / fazer choque choque en vos me consenta», en la ed. de José M. Cabrales Arteaga: La poesía de Rodrigo de Reinosa, Santander: Institución Cultural Cantabria, pp. 98-99. La localización del diálogo ficticio en Sevilla no es caprichosa, ya que esa ciudad fue el principal centro de entrada y comercio de esclavos en el reino de Castilla y que contó pronto con una importante población subsahariana.

21 «Auer en tu terra muy muyta caranga, / [ ... ] / tomá para vos, garango gur gurn, ed. cit. vv. 19 y 63. Modifico acentuación y puntuación.

22 ed. en Revue Hispanique, 1897, 17 4-20 l.

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A la luz de estos dos casos de permanencia durante los más de cuatro siglos que separan a Reinosa de Femando Ortiz, no creo que el hiato de dos y algo que separa la carabela del Píramo y Tisbe de las observaciones léxicas de Esteban Pichardo se puedan esgrimir a priori como un obstáculo dirimente para nuestra hipótesis.

En el texto gongorino la metáfora de la carabela genera a su vez otras imágenes y su correspondiente vocabulario procedentes del mismo campo náutico en los versos inmediatos dedicados a describir la actuación de la medianera. En esta subserie «corsos» <carrera que hace un barco, por antonomasia el que va en busca de presas> (v. 139) conlleva fuertes connotaciones peyorativas unidas a la idea de rapiña que practicaban quienes se dedicaban al corso, los corsarios, pero ello no plantea mayores dificultades de interpretación, ya que corresponde a la codicia y la ávida venalidad que manifiesta la negra, la cual, tras recibir de Píramo cuatro reales de plata, más que andar, vuela («avispa con libramiento/ no voló como ella anduvo» vv. 161-62). Tampoco es problemático el «aferró puerto seguro» del v. 140. Aferrar es voz procedente del lenguaje de la navegación, y Góngora la emplea aquí con su significado originario de echar la nave el «ferro», áncora o ancla, cosa que se hace, en todo caso cuando se llega a puerto, por lo que sospecho que la asociación sintagmática de «aferrar» y «puerto» o <<puerto seguro» debía de ser frecuente. Eso explica a mi entender que la hallemos también en el Quijote (1,34): <<haz cuenta que estás ya en seguro puerto, y aférrate con las áncoras de la buena consideración».

Más dificultoso es el sintagma verbal del v. 149: «abrazó la sobarcada», a juzgar por la diversidad de interpretaciones que ha suscitado desde los comentarios de Pellicer y Salazar Mardones. Esa diversidad ha condicionado la fijación del texto mismo, para unos «abrazó le» o «abrazó lo», para otros «abrazóla», y para alguno como Carreira, «abrazó lo» en su edición de 198623 , pero «abrazóla» en la de 199824• Como se ve las variantes derivan de las discrepancias interpretativas sobre quién abraza a quién, si la negra a Píramo o Píramo a la negra. Pero todo el mundo entiende, y se limita a entender, que no hay más que el abrazo del uno al otro. Las circunstancias y modalidad del abrazo también han merecido pareceres variados y divergentes, que a su vez están condicionados por el significado que se dé al complemento predicativo «sobarcada». En mi opinión, la estructura semántica del sintagma y los valores respectivos de sus dos componentes se esclarecen si aplicamos de nuevo el criterio de dar preferencia a la lectura polisémica. En este caso ocurre que no se ha tenido en cuenta que «abrazar>>, además de su obvio significado primario y usual, tiene otro con el que funciona en el lenguaje marinero, y que por lo tanto vendría a inscribirse en la serie léxica náutica encabezada por «carabela».

El Diccionario Histórico de la RAE (s.v. abrazar, p. 158c) define esta acepción como «Acercarse a tierra navegando», y aporta dos preciosas citas cuatrocentistas de El Victoria/:

23 En Luis de Góngora, Antología poética, Madrid: Castalia, 1986 p. 293. 24 No se dice esto como reproche, bien al contrario. Frente a la actitud de sostenella y no

enmendalla, tan frecuente entre filólogos como entre los demás hijos de vecino, es apreciable encontrar quien se corrige a sí mismo, sin que le duelan prendas, cuando considera haberse equivocado. De sabios es rectificar, según dicen. Sin embargo, en esta ocasión, creo que Carreira se equivoca al pensar que se equivocó.

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«que navegasen aquella vía [ ... ] e fiziesen mucho por se abrazar a Angliaterra», y la segunda «A remos, con gran fuerza, abrazaron la tierra de España». Son testimonios esclarecedores para nuestro pasaje gongorino aunque pertenezcan al siglo XV, porque en vida de Góngora el lexema seguía con seguridad en uso en el habla de la gente del mar andaluza. Efectivamen-te, la misma Academia reproduce una explicación de este especial significado de abrazar, tomada del Vocabulario Marítimo de Sevilla, de 1722, donde la única variante con respecto a los ejemplos de Díaz de Games afecta al régimen verbal, que en el ejemplo sevillano presenta la preposición «com>, régimen que por otra parte se documenta en todas las épocas para el verbo abrazar también con su significado primario. La coherencia textual que impone la isotopía náutica creo que impide cualquier vacilación en la fijación del verso, o presentar las variantes como alternativas equivalentes. Es evidente que en el plano figurado «abrazar» sólo puede tener como sujeto a la carabela metafórica, lo cual excluye a Píramo y, en consecuencia, oblitera la lectura «abrazóla>>, que no podría considerarse variante de autor, según sugiere Antonio Carreira. Hay, pues, que rescatar como auténtica la de «abrazó lo» que ofrecen las dos recensiones óptimas del poema, que son, a mi entender, las de Chacón y Salazar Mardones.

La misma perspectiva semántica excluye toda duda sobre la identidad y el significado de «sobarcada>>. Ni se puede editar «sobacada>>como hizo, trivializando caprichosamente, Pellicer, a quien sigue Antonio Carreña25

, ni afirmar, como hacen Lasheras y Micó, que «sobarcada» tenga el significado circunstancial de «por los sobacos»26

La carabela llega hasta Píramo «cargada», pues tal es el significado que responde a las exigencias de la isotopía náutica, y el que además hallamos inequívocamente definido en el Vocabulario de Nebrija y en el diccionario de Autoridades. Para el primero el equivalente en latín de sobarcar es sujfarcino, compuesto prefijal de farcino, que significa <cargar>. Autoridades, menos avaro de palabras que el grande pero sucinto Nebrija, nos brinda una rica información complementaria. Asobarcar es «Coger del suelo algún peso o carga, y levantarla dél: lo que executan los Ganapanes y Esportilleros, que usan de esta vow. Y para colmar la medida añade que asobarcado (caso de la negra) «Se dice también del mismo que lleva la carga. Es hispanismo al modo de otros muchos que se usan en la lengua» (Autoridades, s.v.). Los académicos dieciochistas nos están diciendo que las dos voces pertenecen a un lenguaje marginal, si no jergal, y esta circunstancia no vendría sino a reconfortar nuestro punto de vista, pues es bien sabido que un rasgo estilístico de la Fábula de Píramo y Tisbe es el uso de términos procedentes del léxico de las jergas y hablas margínales.

Ignoro por qué razón editores y analistas contemporáneos han desatendido las informaciones de Nebrija y Autoridades, o no han extraído de ellas las consecuencias que a mi entender se imponian. Pero desde luego lo que sí parece claro es que todos ellos, hasta el

25 En su edición de los Romances de Góngora, Madrid: Cátedra, 1982. 26 p. 305 de su edición citada. Por algún desgraciado azar, varios descuidos afean este

preciso pasaje en el excelente trabajo de Lasheras y Micó. Para el texto eligen la variante del ms. Chacón «abrazól0», no obstante en la prosificación lo entienden como «La abrazó». En el texto editan «sobarcada», como en Chacón, pero en la nota marginal se lee «Sobacada», como en Pellicer.

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LA GÉNESIS DE LAS METÁFORAS NÁUTICAS ... 373

reciente y escrupuloso Antonio Carreira, han sucwnbido al pérfido encanto del Tesoro de Covarrubias. Se ocupa éste de sobarcar en la entrada sobaco, del cual lo considera un derivado, dejándose vencer por el demonio de la paronimia que suele inspirar la mayor parte de sus desaciertos. Esta errónea convicción condiciona su definición de sobarcar. Para él ir sobarcado es «llevar debaxo del arco del bra90 alguna cosa que haga vulto». Eso quiere decir llevar un objeto, paquete o envoltorio precisamente bajo el sobaco, y ello porque en sobaco cree descubrir Covarrubias un componente «arco», de donde infiere una no menos falsa etimología según la cual sobaco «vale lo mesmo que sub arcu, porque desde el nacimiento del hombro va haziendo el bra90 arco». Las precisiones semánticas de Covarrubias le vienen dictadas, pues, por el prejuicio de esa etimología equivocada, y es necesario confrontarlas con datos objetivos externos.

A este respecto me parece extremadamente significativo que los académicos de Autoridades, tan fieles seguidores de su venerado antecesor, se separen radicalmente de él en esta ocasión, sin la menor vacilación, ni el más mínimo comentario o mención. Manifiesta-mente están aprovechando otras fuentes de información que les parecen más creíbles. La única «autoridad» que alegan, del Guzmán de Alfarache, no abona necesariamente la idea de llevar algo bajo el sobaco. Aquellas de las que yo dispongo, tampoco exigen tal conclusión. La primera se halla en la noticia que da Alvar García de Santa María, cronista de Juan II de Castilla, acerca de una acción guerrera ocurrida en 141 O, durante las campañas andaluzas de Fernando el de Antequera: «E en esta pelea [ ... ] fue ferido de vn viratón en la varriguilla de la pierna Alonso Aluarez [ ... ]. E sacáronlo sobarcadm>27

• A falta de más precisiones, interpreto que, no pudiendo caminar y no disponiendo de hangaríllas, a Alonso Alvarez lo alzaron del suelo y lo alejaron de la zona de combate, cargando con él, dos o cuatro hombres, que lo llevarían asido por piernas y brazos.

Curioso es un testimonio posterior en el mismo siglo donde a la idea de cargar con algo acompaña una clara connotación de ocultamiento. Dice Diego Enríquez del Castillo: «el rrey [Enrique IV] mostró vna grand noblesa de rreal mananirnidad, que como viese que dos escuderos en ábito y demostra9ión de autoridad se allegaron disimuladamente a los aparadores y hurtaron 9iertas pie9as de plata, fingiendo que no los veya, les dexó sobarcar su hurto y llevallo»28

• La noción de ocultamiento de lo que se carga podía provocar una atracción de sobarcar a la órbita de sobaco, ya que esta parte del cuerpo sí que ha servido por razones evidentes para expresar la acción de esconder y ocultar algo, de donde, hacer algo de forma subrepticia y clandestina. El primer valor, concreto, lo encontramos en otro texto del cuatrocientos, la anónima Profecía de Evangelista, donde se presenta al gremio de los sastres, tradicionalmente tachados de hurtadores y ladrones, desfilando «con sus retazos so el sobaco»29• El segundo valor, abstracto, del apelativo sobaco con referencia peyorativa a lo

27 Crónica de Juan JI de Castilla, a. 1410, cap. 166, ed. Juan de M. Carriazo y Arroquia, Madrid: RAE, 1982, p.361

28 Crónica de Enrique IV, cap. 24, ed. Aureliano Sánchez Martín, Valladolid: Universidad de Valladolid, 1994, p. 168.

29 Cito por la ed. de A. Paz y Melia: Sales españolas, Madrid: Atlas, 1964, (BAE 176), p. 14a.

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engañoso, lo que se hace ocultamente y con fraude, debió de pertenecer desde pronto al habla familiar y popular, registro en que está escrito un poema de J. de Mena de 1448 con alusiones políticas, en una de las cuales se refiere a «Los juegos de solsobaco» (<<Pues la paz se r;ertefica>>, v.21 ). A estas consideraciones semánticas añádase la fácil paronimia entre soba-co, y soba-rcar (yo soba-r-co).

Nexos semánticos y parecido fonético entre ambos lexemas concurrían, pues, para que Góngora no desaprovechara la posibilidad de, elidiendo sobaco, actualizarlo en el texto a través de sobarcar, conservando a éste su denotación propia de <cargar>, y, en pasiva, <estar cargadm.

Y ¿qué carga es la que transportaba la fatal carabela? Góngora prolonga el juego de la elipsis, dejando al lector el empeño de descubrir el mensaje sobre la base de alusiones e indicios dispersos en el contexto. La elipsis se manifiesta por implicación en lítotes: lo que se dice es lo que la carga no es, y se omite lo que sí es. La carga no es de clavos malucos, es decir de los odoríferos clavos de giroflé que entonces (y ahora) se utilizaban en perfumería y en cocina. Los indicios, dispersos en las proposiciones subsiguientes, lo son o bien porque se oponen antitéticamente al buen olor: el «tufo» del v. 152, enfrentado a la odorante azucena, o el «olor de costado» del v. 154 (donde costado es metonimia de sobaco), o bien por aludir por vía de antífrasis al mal olor, como en el v. 157 al designar a la negra como «estoraque de Congo», siendo el estoraque una resina aromática que también interviene en la fabricación de perfumes. La carga que lleva la carabela es sencillamente un mortífero hedor, tan mortífero que podría matar a un difunto. Cristóbal de Salazar Mardones lo entendió y lo explicó con crudas palabras hoy imposibles de emplear si no se quiere caer en lo políticamente incorrectísimo.

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