la filosofía racionalista: rene descartes

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UNIDAD 6: LA FILOSOFIA RACIONALISTA: RENE DESCARTES HISTORIA DE LA FILOSOFIA 2º BACHILLERATO «Desde mi niñez fui criado en el estudio de las letras, y, como me aseguraban que por medio de ellas podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil para la vida, sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas. Pero tan pronto como hube terminado el curso de los estudios, cuyo remate suele dar ingreso en la jerarquía de los hombres doctos, cambié por completo de opinión. Pues me embargaban tantas dudas y errores, que me parecía que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el de descubrir cada vez más mi ignorancia (...) Me complacían sobre todo las matemáticas, por la certeza y evidencia que poseen sus razones; pero aún no advertía cuál era su verdadero uso y, pensando que sólo servían para las artes mecánicas, me extrañaba que, siendo sus cimientos tan firmes y sólidos, no se hubiese construido sobre ellos algo más elevado. Nada diré de la filosofía, excepto que, viendo que ha sido cultivada por los más excelentes ingenios que han vivido desde hace siglos, y, sin embargo, nada hay en ella que no sea objeto de disputa, y, por consiguiente, dudoso, no tenía yo la pretensión de acertar mejor que los demás (...). Mas, cuando hube pasado varios años estudiando en el gran libro del mundo y tratando de adquirir alguna experiencia, tomé un día la resolución de estudiar también en mí mismo y a emplear todas las fuerzas de mi ingenio en la elección de la senda que debía seguir; lo cual me salió mucho mejor, según creo, que si no me hubiera nunca alejado de mi tierra y de mis libros.» (Descartes, Discurso del método) René Descartes (1596-1650) nació en el seno de una familia noble y acomodada. Se educó, desde 1604 hasta 1612, en el colegio de los jesuitas de La Fléche. Su moderada fortuna le permitió dedicar su vida al estudio, a la ciencia y a la filosofía. De 1629 a 1649 permaneció en los Países Bajos. Este último año se trasladó a Estocolmo invitado por la reina Cristina de Suecia, donde murió al año siguiente. De entre sus obras más significativas destacan: Reglas para la dirección del espíritu (1628) (Fueron publicadas a título póstumo en 1701) Discurso del método (1637) Meditaciones metafísicas (escritas en 1640) (Descartes comunicó su contenido a diversos filósofos y teólogos conocidos suyos, dando lugar a seis series de objeciones y respuestas) Principios de la filosofía (1644) EL PENSAMIENTO RACIONALISTA A pesar de que pueda recibir distintas acepciones específicas y aplicarse en esferas distintas, el término "Racionalismo" suele utilizarse primordialmente para denominar la primera de las corrientes filosóficas de la Modernidad, aquella corriente filosófica del siglo XVII iniciada por Descartes y a la cual pertenecen también Leibniz, Spinoza y Malebranche. En este sentido el Racionalismo suele oponerse al Empirismo, a la filosofía empirista inglesa del siglo XVIII. Quizá la mejor forma de entender esta oposición sea referir ambas corrientes a la cuestión del origen del conocimiento. El Empirismo sostendrá que todos nuestros conocimientos proceden, en último término, de los sentidos, de la experiencia sensible. Por su parte, el Racionalismo establece que nuestros conocimientos válidos y verdaderos acerca de la realidad proceden no de los sentidos sino de la razón, del entendimiento mismo. Dos son las afirmaciones fundamentales del Racionalismo acerca del conocimiento: En primer lugar, que nuestro conocimiento acerca de la realidad puede ser construido deductivamente a partir de ciertas ideas y principios evidentes. En segundo lugar, que estas ideas y principios son innatos al entendimiento, que éste los posee en sí mismo al margen de toda experiencia sensible. LA ESTRUCTURA DE LA RAZÓN En la primera de sus Reglas para la dirección del espíritu, Descartes afirma: «Todas las diversas ciencias no son otra cosa que la sabiduría humana, la cual permanece una e idéntica, aun cuando se aplique a objetos diversos, y no recibe de ellos más distinción que la que recibe la luz del sol de los diversos objetos que ilumina». Las distintas ciencias y los diversos saberes son, pues, manifestaciones de un saber único. Esta concepción unitaria del saber proviene, en último término, de una concepción unitaria de la razón. La sabiduría es única porque la razón es única: la razón que distingue lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo inconveniente; la razón que se aplica al conocimiento teórico de la verdad y al ordenamiento práctico de la conducta, es una y la misma. «La filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física, y las ramas que surgen de este tronco todas las demás ciencias, que se reducen a tres principales: la medicina, la mecánica y la ética» (Descartes, Principios de Filosofía) Puesto que la razón, la inteligencia, es única, interesa de manera prioritaria conocer su estructura y su funcionamiento, para poder aplicarla correctamente y, de este modo, alcanzar conocimientos verdaderos y provechosos. De acuerdo con la estructura de la razón, hay, según Descartes, dos modos de conocimiento: la intuición y la deducción. A diferencia del método de Francis Bacon, que se preocupa de garantizar la veracidad de los datos que se obtienen a través de la experiencia, el método cartesiano se orienta a dirigir los mecanismos mentales que intervienen en el proceso del conocimiento.

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Page 1: La filosofía racionalista: Rene Descartes

UNIDAD 6: LA FILOSOFIA RACIONALISTA: RENE DESCARTES HISTORIA DE LA FILOSOFIA 2º BACHILLERATO

«Desde mi niñez fui criado en el estudio de las letras, y, como me aseguraban que por medio de ellas podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil para la vida, sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas. Pero tan pronto como hube terminado el curso de los estudios, cuyo remate suele dar ingreso en la jerarquía de los hombres doctos, cambié por completo de opinión. Pues me embargaban tantas dudas y errores, que me parecía que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el de descubrir cada vez más mi ignorancia (...) Me complacían sobre todo las matemáticas, por la certeza y evidencia que poseen sus razones; pero aún no advertía cuál era su verdadero uso y, pensando que sólo servían para las artes mecánicas, me extrañaba que, siendo sus cimientos tan firmes y sólidos, no se hubiese construido sobre ellos algo más elevado. Nada diré de la filosofía, excepto que, viendo que ha sido cultivada por los más excelentes ingenios que han vivido desde hace siglos, y, sin embargo, nada hay en ella que no sea objeto de disputa, y, por consiguiente, dudoso, no tenía yo la pretensión de acertar mejor que los demás (...). Mas, cuando hube pasado varios años estudiando en el gran libro del mundo y tratando de adquirir alguna experiencia, tomé un día la resolución de estudiar también en mí mismo y a emplear todas las fuerzas de mi ingenio en la elección de la senda que debía seguir; lo cual me salió mucho mejor, según creo, que si no me hubiera nunca alejado de mi tierra y de mis libros.» (Descartes, Discurso del método)

René Descartes (1596-1650) nació en el seno de una familia noble y acomodada. Se educó, desde 1604 hasta 1612, en el colegio de los jesuitas de La Fléche. Su moderada fortuna le permitió dedicar su vida al estudio, a la ciencia y a la filosofía. De 1629 a 1649 permaneció en los Países Bajos. Este último año se trasladó a Estocolmo invitado por la reina Cristina de Suecia, donde murió al año siguiente. De entre sus obras más significativas destacan: Reglas para la dirección del espíritu (1628) (Fueron publicadas a título póstumo en 1701) Discurso del método (1637) Meditaciones metafísicas (escritas en 1640) (Descartes comunicó su contenido a diversos filósofos y teólogos conocidos suyos, dando lugar a seis series de objeciones y respuestas) Principios de la filosofía (1644)

EL PENSAMIENTO RACIONALISTA A pesar de que pueda recibir distintas acepciones específicas y aplicarse en esferas distintas, el término "Racionalismo" suele utilizarse primordialmente para denominar la primera de las corrientes filosóficas de la Modernidad, aquella corriente filosófica del siglo XVII iniciada por Descartes y a la cual pertenecen también Leibniz, Spinoza y Malebranche. En este sentido el Racionalismo suele oponerse al Empirismo, a la filosofía empirista inglesa del siglo XVIII. Quizá la mejor forma de entender esta oposición sea referir ambas corrientes a la cuestión del origen del conocimiento. El Empirismo sostendrá que todos nuestros conocimientos proceden, en último término, de los sentidos, de la experiencia sensible. Por su parte, el Racionalismo establece que nuestros conocimientos válidos y verdaderos acerca de la realidad proceden no de los sentidos sino de la razón, del entendimiento mismo. Dos son las afirmaciones fundamentales del Racionalismo acerca del conocimiento: En primer lugar, que nuestro conocimiento acerca de la realidad puede ser construido deductivamente a partir de ciertas ideas y principios evidentes. En segundo lugar, que estas ideas y principios son innatos al entendimiento, que éste los posee en sí mismo al margen de toda experiencia sensible.

LA ESTRUCTURA DE LA RAZÓN En la primera de sus Reglas para la dirección del espíritu, Descartes afirma: «Todas las diversas ciencias no son otra cosa que la sabiduría humana, la cual permanece una e idéntica, aun cuando se aplique a objetos diversos, y no recibe de ellos más distinción que la que recibe la luz del sol de los diversos objetos que ilumina». Las distintas ciencias y los diversos saberes son, pues, manifestaciones de un saber único. Esta concepción unitaria del saber proviene, en último término, de una concepción unitaria de la razón. La sabiduría es única porque la razón es única: la razón que distingue lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo inconveniente; la razón que se aplica al conocimiento teórico de la verdad y al ordenamiento práctico de la conducta, es una y la misma.

«La filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física, y las ramas que surgen de este tronco todas las demás ciencias, que se reducen a tres principales: la medicina, la mecánica y la ética» (Descartes, Principios de Filosofía)

Puesto que la razón, la inteligencia, es única, interesa de manera prioritaria conocer su estructura y su funcionamiento, para poder aplicarla correctamente y, de este modo, alcanzar conocimientos verdaderos y provechosos. De acuerdo con la estructura de la razón, hay, según Descartes, dos modos de conocimiento: la intuición y la deducción. A diferencia del método de Francis Bacon, que se preocupa de garantizar la veracidad de los datos que se obtienen a través de la experiencia, el método cartesiano se orienta a dirigir los mecanismos mentales que intervienen en el proceso del conocimiento.

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EL METODO CARTESIANO Dos son para Descartes esos mecanismos mentales o procesos de conocimiento racional: La intuición es una especie de "luz natural" que permite que la razón capte inmediatamente ideas simples sin que haya posibilidad de duda o error. En la intuición se perciben las primeras verdades o conceptos simples con claridad, de una manera inmediata, y con distinción, es decir sin mezcla de otra idea que las confunda La deducción es el modo de conocimiento por el que la razón descubre las conexiones que se dan entre ideas simples. En el sentido en que se emplea este término en matemáticas, significa obtener unas verdades a partir de otras. La deducción es la inferencia necesaria de unas verdades a partir de otras conocidas con certeza. Descartes la compara al vistazo con que recorremos los eslabones de una cadena: nos basta con ver que cada uno está unido al anterior para que el último nos resulte tan evidente como el primero.

Según Descartes, éstos son los dos únicos modos de proceder que tiene el entendimiento. El método cartesiano quiere garantizar el recto uso de ambos. Pero el problema que muy pronto preocupó a Descartes era el de la fundamentación del conocimiento: ¿cómo puedo avanzar con seguridad en el camino del conocimiento? Reconocía los muchos errores que a lo largo de los siglos habían sido presentados y defendidos como verdades incuestionables. Ahora bien, dado que la razón humana es una herramienta valiosa y eficaz (como demostraban los avances científicos de la época), entonces, ¿cuál había sido el motivo de los errores filosóficos anteriores? Si la razón humana es la misma, ¿por qué puede hacer progresar a la ciencia y no a la filosofía? La respuesta de Descartes es esta: la ciencia tiene un método que le permite la seguridad en el conocimiento, pero a la filosofía le falta un método adecuado. Para superar esta carencia, Descartes propone un método eficaz y que él ya había comprobado, el método utilizado por los geómetras. Así, Descartes introduce un método matemático en la filosofía, para dotar a la razón humana de un criterio de verdad definitivo e inapelable. Galileo ya había establecido la necesidad de matematizar los datos de la observación. Descartes, de acuerdo con Galileo, ve la matemática como la ciencia racional que pone orden en el caos de datos que nos proporciona la experiencia. Tanto uno como el otro participan de la veneración que Platón tenía por las matemáticas. Descartes está convencido de que, tal como los geómetras realizan las más sencillas operaciones o las más complejas demostraciones sin ningún error, igualmente puede comportarse el hombre en cualquier área del conocimiento, siempre que utilice el mismo método. Esta confianza de Descartes en el buen resultado del método se basa, no sólo en la perfección de éste, sino también en su concepción de la razón humana como una facultad que puede formular las cuestiones más complejas y darles respuestas. La descripción del método es sencilla, consiste en partir de una primera verdad de absoluta evidencia de la cual se deriven sucesivamente otras verdades de tal manera que cada una de ellas se apoye en la anterior, y se constituya un encadenado de verdades.

En el Discurso del método (1637) Descartes establece las cuatro reglas fundamentales:

«Pero, como un hombre que camina solo y en la oscuridad, resolví ir tan lentamente y proceder con tanta circunspección en todas las cosas que, aunque no avanzara mucho, al menos me guardaría de caer. [...] Y como la multitud de las leyes proporciona a menudo excusas a los vicios, de tal manera que un Estado está mejor regido cuando tiene pocas pero están estrictamente observadas; así, en lugar de este gran número de preceptos de que consta la lógica, pensé que tendría bastante con los cuatro siguientes, siempre que tomara la firme y constante resolución de no dejar de observarlos ni una sola vez. El primero era no aceptar nunca nada como verdadero sin conocer evidentemente que lo fuera; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no incluir en mis juicios nada más que lo que se presentara a mi espíritu tan clara y distintamente que yo no tuviera ningún motivo para ponerlo en duda. El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinara en tantas partes como fuera posible y como fuera necesario para resolverla mejor. El tercero, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender despacio, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, y suponiendo un orden hasta entre aquellos que no se preceden por naturaleza los unos a los otros. Y el último, hacer en todo recuentos tan completos y revisiones tan generales que llegara a estar seguro de no omitir nada». (Descartes, Discurso del método)

Descartes establece cuatro principios o reglas fundamentales para pasar con seguridad de unas verdades a otras y verificar así los pasos sucesivos que se dan en una deducción. La primera se refiere a la intuición y las tres restantes a la deducción. La primera regla es la de la evidencia intelectual. Prescribe que sólo hay que admitir como ciertas las ideas que se presentan con claridad y distinción a la mente. Este precepto excluye, por lo tanto, cualquier fuente de conocimiento distinta de la "luz natural" de la razón. La segunda regla, en la que se habla de la división o análisis, prescribe reducir un problema a los aspectos más simples; consiste en descomponer los múltiples datos del conocimiento en sus elementos básicos. La tercera regla o de síntesis trata del paso de lo simple a lo complejo. Se refiere a la formación de estructuras cada vez más complejas: partiendo de los principios conocidos intuitivamente, podemos deducir el resto de proposiciones, de modo que cada una se sigue necesariamente de la anterior. La cuarta regla o de revisión prescribe hacer enumeraciones de los pasos que se van dando. Con ello se trata de no perder de vista ningún paso en la deducción y garantizar que no hay saltos o lagunas en la misma.

El resultado de aplicar correctamente las cuatro reglas es la certeza, estado intelectual que excluye la posibilidad de toda duda en relación con el objeto de demostración.

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EL PROCESO DEDUCTIVO El método cartesiano consiste en el uso de la intuición y de la deducción. Mediante el primero conocemos aquellas verdades que de suyo son evidentes e inmediatas (los axiomas); con la segunda alcanzamos aquellas verdades que, sin ser inmediatamente evidentes, alcanzan una evidencia mediata gracias a que llegamos a ellas partiendo de los axiomas y a través de una cadena de razones, es decir, de pasos sucesivos que son evidentes (análisis y síntesis). Armado de este método, que tan fecundo se ha mostrado en las matemáticas, Descartes intentará edificar una filosofía a modo de una ciencia universal que pueda elevar nuestra naturaleza a su más alto grado de perfección.

PASOS DEL PROCESO DEDUCTIVO 1. Planteamiento de la duda metódica

2. Descubrimiento del cogito (pienso, luego existo) como primera evidencia 3. Demostración de la existencia de Dios (argumento ontológico)

4. Garantía de la veracidad de las ideas claras y distintas 5. Certeza de que la esencia del alma es el pensamiento y la del cuerpo es la extensión

6. Certeza de la existencia de las cosas materiales 1. El proyecto intelectual de Descartes es, tal como manifiesta al comienzo de su 1ª Meditación no es otro que suprimir todas las creencias con el fin de reconstruir el edificio del conocimiento desde la misma base. Para ello necesita un punto de partida, una verdad absolutamente cierta, de la que no sea posible dudar en absoluto Descartes empieza por eliminar todos aquellos conocimientos y creencias en los que encuentre el más mínimo motivo de duda. Los motivos que encuentra Descartes para dudar son fundamentalmente tres:

Desconfianza de los sentidos, que nos inducen a veces a error La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño

La hipótesis del "genio maligno" 2. El recurso dialéctico del genio maligno le ha permitido a Descartes dudar de todas las cosas, por más ciertas y evidentes que parezcan. En tal momento nada logra resistir la duda, y cuando un escepticismo completo parece ser la lógica consecuencia de este riguroso proceso de análisis, Descartes hace pie en el primer principio absolutamente cierto e indudable que buscaba: COGITO, ERGO SUM (PIENSO, LUEGO SOY) En efecto, si duda de todo, al menos es cierto que duda, es decir, que piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. El famoso pienso, luego soy da a Descartes no sólo una primera verdad indudable, sino también el punto de arranque de toda su filosofía. Puedo pensar que no existe Dios, que no existe el mundo, las cosas... pero cuando quiero dudar de la verdad de semejante proposición, lo único que consigo es confirmar más su verdad, pues si dudo pienso, y no puedo pensar sin ser. Ni siquiera el genio maligno podría engañarme en este punto ya que para que pueda engañarme tengo que existir. La duda puede alcanzar el contenido del pensamiento, pero no al pensamiento mismo.

El procedimiento que usó Descartes para alcanzar la proposición pienso, luego soy es lo que se llama duda metódica cartesiana. Veamos qué uso hace de tal descubrimiento. La función del cogito es doble: señala el tipo ejemplar de proposición verdadera y prepara la radical distinción entre alma y cuerpo. Veamos qué es lo que hace que la proposición "pienso, luego soy" sea verdadera. Nada hay en ella -dice Descartes- que nos asegure que se trata de una verdad, si no fuera que “veo claramente que para pensar es preciso ser”. Y de ahí extrae la regla general que le guiará en los sucesivos pasos de la investigación de la verdad. Las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas. El criterio de verdad es, desde entonces, el de la evidencia racional, caracterizado por dos notas esenciales: la claridad y la distinción. Tenemos ya una proposición absolutamente verdadera por ser indudable, y un criterio de verdad preciso y claro. Con ambos instrumentos, Descartes se lanzará a la elaboración de todo su sistema filosófico. Sólo sé que soy, pero aún no sé qué cosa soy; dirá Descartes: hablando con precisión, yo no soy sino una cosa que piensa, una cosa verdaderamente existente.

Hay dos elementos claros: pensar y existir. Pensar: no es un puro acto mental: es un conjunto de cosas: El término pensamiento no tiene en Descartes el sentido restringido que tiene en la actualidad como actividad exclusiva del entendimiento, sino que para él son pensamiento todos los estados psíquicos: dudar, entender, concebir, afirmar, negar, querer, imaginar, sentir… Existir: Descartes parte de su propia interioridad, los pensamientos que descubre en sí mismo y a partir de ahí llega a la existencia: el yo como un pensamiento que existe

Las características del cogito podrían ser éstas:

No es un silogismo: El silogismo sería: "Todo el que piensa, existe; yo pienso, luego yo existo". Es una intuición mental: intuyo la conexión necesaria entre mi pensar y mi existir. Intuyo, sin ninguna deducción, la imposibilidad de mi pensar sin mi existir Es una idea clara y distinta: Es una idea que se impone con evidencia inmediata, sin necesidad de ningún raciocinio. Es una experiencia directa que se manifiesta sin oscuridad, sin dificultad. Por lo tanto, al mismo tiempo que pienso me doy cuenta de que existo: el sujeto, al pensar, se percibe a sí mismo existiendo, y percibe su propia existencia, no como un raciocinio, sino como una simple percepción. Es un hecho de conciencia inmediata y primario. Es una verdad inmutable: Es una verdad de la que no se puede dudar. Es el primer juicio existencial seguro y evidente, absolutamente verdadero, y el más seguro. De esta verdad no se puede dudar. Se puede dudar de que Dios exista o de que exista el mundo, pero nadie puede dudar de su propia existencia.

De esta conciencia de la existencia del propio yo, Descartes irá deduciendo las demás realidades: las sustancias infinita y extensa.

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3. A la vez que se encuentra a sí mismo como sustancia limitada, por ser capaz de cometer errores, Descartes comprende la necesidad de la existencia de Dios, sustancia infinita, sin limitaciones de ningún tipo. Demuestra a continuación su existencia recurriendo al argumento ontológico que ya había utilizado previamente San Anselmo. Otra argumentación de Descartes es la siguiente: si puedo dudar es que no soy perfecto, pues hay más perfección en conocer que en dudar. Si yo no soy perfecto, esta idea de perfección que encuentro en mi mente tiene que proceder de alguien distinto de mí y más perfecto que yo. Tiene que proceder de alguien que sea Dios. Por consiguiente, tiene que existir un ser más perfecto que yo y ése es Dios. 4. Esta existencia de Dios garantiza la verdad de las ideas claras y distintas, "pues no sería posible que Dios, que es enteramente perfecto y verdadero, las hubiera puesto en nosotros si fueran falsas". Las ideas falsas lo son por tener en ellas algo confuso y oscuro, confusión y oscuridad de la que somos responsables nosotros, que no somos perfectos. Con esto, Dios es la garantía de la verdad de nuestro conocimiento, siendo el error el resultado evitable de un uso incorrecto de nuestras facultades mentales y no la consecuencia fatal del engaño de un "genio maligno". 5. En el doble paso siguiente se ocupa de demostrar cuál es la esencia de las dos sustancias finitas: afirma que el pensamiento es la esencia del yo, o alma, mientras que la extensión es la esencia del cuerpo. 6. Finaliza su exposición demostrando la existencia de las cosas materiales o res extensa.

LAS TRES SUSTANCIAS

Descartes emplea como sinónimos las palabras "substancia" y "cosa" (res), lo cual ya es una indicación importante: la substancia es lo concreto existente. Lo propio de la substancia es la existencia, pero no cualquier forma de existencia, sino la existencia independiente: no necesita de nada más que ella misma para existir. Descartes opera como los geómetras al definir la substancia: construye la definición de un modo totalmente a priori (como se construye la definición del círculo, por ejemplo) y no considera que tenga que justificarla. La definición cartesiana de substancia es esta: "Cuando concebimos la "substancia", concebimos solamente una cosa que existe de tal manera que no tiene necesidad sino de sí misma para existir" (Principios)

De esta definición se seguiría que sólo Dios es substancia, puesto que las criaturas necesitan de Dios para existir. De ahí que Descartes diga que el concepto de "substancia" no se refiere del mismo modo a Dios y a las criaturas. Las tres realidades o substancias o cosas son éstas: Mediante su método, Descartes llegó a distinguir cuáles son las tres sustancias que componen la totalidad de lo real. Estas tres sustancias son: el yo pensante, Dios y el mundo. Primero estudiaremos la sustancia llamada yo pensante, que piensa diferentes tipos de ideas. En segundo lugar, esta sustancia pensante nos posibilitará hablar de una sustancia más allá de ella, que es Dios. En tercer lugar, constataremos cómo Dios se convierte en garantía de nuestro conocimiento del mundo.

EL YO PENSANTE (RES COGITANS) La duda metódica y universal nos ha llevado a una realidad incuestionable: la existencia de un yo pensante, es decir, de una sustancia que piensa, una res cogitans, un alma. Descartes concluye que puedo dudar de la existencia de mi cuerpo y del mundo que me rodea, porque tengo información a través de los sentidos y los sentidos no son fiables, pero no puedo dudar de la existencia de mis pensamientos, de mis ideas, de mi subjetividad. ¿Qué es mi subjetividad? Es el conjunto de pensamientos, ideas, representaciones... que fluyen en mi yo. Ahora bien, no tenemos la seguridad de que estas representaciones subjetivas (es decir, de la propia mente) se correspondan necesariamente con hechos del mundo exterior; por ejemplo, ¿la idea que yo tengo de mi cuerpo se corresponde con la realidad? No lo sé con certeza, ya que toda la información que tengo de mi cuerpo proviene de los sentidos y Descartes ha decidido dudar de ellos. Así, pues, el gran reto que debe superar es encontrar la manera de saber que mis ideas sobre el mundo no son sueños ni ilusiones; dicho con otras palabras, el problema que tiene nuestro autor es cómo encontrar la manera de salir de la propia subjetividad y llegar a saber si hay cosas objetivas (es decir, realidades exteriores al yo pensante) y cómo son estas cosas. Ya hemos visto que el yo piensa diferentes ideas. Ahora bien, ¿en qué consisten exactamente estas ideas? Descartes las estudia y clasifica, ordenándolas como sigue: Adventicias o adquiridas. Son las ideas que provienen de fuera, de la experiencia sensible, de mi percepción del mundo o de la enseñanza. Estas ideas fácilmente pueden resultar erróneas, ya que muchas veces tenemos ideas diferentes sobre un mismo objeto externo: el Sol aparece como un pequeño disco luminoso, pero en la mente de un astrónomo resulta algo muy diferente. Facticias o artificiales. Son las ideas que inventamos o fabricamos arbitrariamente nosotros mismos. Así, por ejemplo, la idea del animal mitológico llamado centauro, idea que es ilusoria. Innatas o naturales. Son las ideas que no proceden de la percepción de los objetos exteriores ni han sido construidas por nosotros, sino que emergen de la propia facultad de pensar. Son unas ideas que nuestra mente capta y ha de aceptar necesariamente sin poder modificar nada. Veremos que la idea de Dios es la más eminente idea innata; también son ideas innatas la idea de causa, sustancia o número

DIOS (RES INFINITA)

Por "Dios" entiende Descartes una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente y omnipotente. ¿Cómo puedo yo, que soy un ser finito, haber producido la idea de un ser infinito si lo más no puede derivarse de lo menos? Es necesario concluir, por lo tanto, que Dios existe, pues sólo una sustancia verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de un ser infinito que encuentro en mi.

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Tal es la prueba de la existencia de Dios por la presencia en nosotros de la idea de lo perfecto e infinito. En la misma tercera meditación donde ha ofrecido esta prueba, expondrá Descartes una segunda prueba basada en el hecho de que nosotros, que poseemos la idea de lo perfecto, existimos. No se trata realmente de una nueva prueba sino de una nueva forma de presentar la prueba anterior. Es el razonamiento siguiente: no hay duda de que yo existo; pero si no debo mi existencia a Dios, tengo que deberla a) a mí mismo; b) a haber existido siempre; c) a causas menos perfectas que Dios. Después de haber descartado cada una de estas posibilidades concluye que Dios es la causa de mi existencia y, por lo tanto, Él existe. Veamos ahora algunas objeciones: La primera crítica que se hace a las demostraciones es que la idea de lo perfecto se forma por una elevación de grados y no se debe, por lo tanto, a ningún ser perfecto que la haya puesto en nosotros; además, hay causas que no contienen tanta perfección como sus efectos (tierra, lluvia). En tercer lugar se le objetó a Descartes que la idea de Dios que él encuentra en su espíritu, no es una idea innata, sino que la ha recibido de la tradición; y, por consiguiente, pueden tener todos los defectos que tenían los prejuicios descartados por él mediante la duda metódica. Se pueden hacer todavía dos objeciones más: la primera que Descartes basa sus dos pruebas en el principio de causalidad, que dio por válido sin haberlo examinado como lo exigía la actitud rigurosa que se había impuesto. La segunda se refiere al hecho de que lo que yo tengo es la idea del ser perfecto, y no al ser perfecto mismo. Más la idea de un ser perfecto e infinito no es perfecta e infinita; si lo fuera, no cabría en mi espíritu. No hay, por lo tanto, ningún inconveniente para que una idea, que es imperfecta y finita, deba su origen a un ser imperfecto y finito, aun cuando tal idea se refiere a un ser perfecto e infinito.

En la quinta meditación ofrece Descartes una nueva prueba de la existencia de Dios; es el llamado argumento ontológico, que puede enunciarse así: tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Su existencia es inseparable en él de su esencia. Tan contradictorio sería concebir a un ser sumamente perfecto, al que le faltase la existencia, como intentar concebir una montaña sin valle. El propio Descartes se anticipa a una posible objeción: porque yo conciba -podría objetarse- una montaña con valle no se infiere que exista montaña alguna en el mundo, sino tan solo que la montaña y el valle, existan o no, son inseparables. Del mismo modo, como no puedo concebir a Dios sino como existente, se infiere que la existencia es inseparable de Él. Esto es, que Dios existe verdaderamente. Descartes afirma que es imposible concebir a Dios sin su existencia, es decir, concebir un ser sumamente perfecto sin una de las perfecciones, ya que -para él- la existencia es una perfección. Este ultimo punto, fundamental en la demostración cartesiana, será el blanco de las más convincentes críticas. Pierre Gassendi (1592-1655) le advirtió que la existencia no es una perfección y que suponerla es dar por sentado justamente lo que se intenta probar. Objeción semejante es la formidable crítica de Inmanuel Kant (1724-1804).

MUNDO (RES EXTENSA) La existencia de las cosas materiales no es algo que puede darse por demostrado. Descartes tendrá que echar mano a su doctrina de la "veracidad divina" para tener la seguridad de que las cosas materiales existen efectivamente y no son una mera ilusión. Hay en mí la facultad pasiva de recibir o sentir las ideas de las cosas sensibles. Esa facultad me resultaría inútil si no hubiera en mí, o en alguna otra cosa, una facultad activa capaz de producir esas ideas. Pero esa facultad activa no puede estar en mí, puesto que tales ideas se han presentado muchas veces sin que yo contribuyera a ello, y a veces en contra de mi deseo. Es necesario que tal facultad se halle, por consiguiente, en alguna sustancia diferente de mí. Y tal sustancia será un cuerpo o Dios mismo. Más como Dios me ha dado una poderosa inclinación a creer que las ideas que tengo parten de las cosas corporales y Dios no es capaz de engañarme, es patente que no me envía tales ideas inmediatamente por sí mismo. Serán, pues, las cosas corporales las que provocan tales ideas. Por ello hay que concluir que las cosas corporales existen. Vemos pues, que la prueba de cada una de las cosas y de la totalidad del mundo físico supone la prueba anterior de la existencia de Dios y la imposibilidad de que Dios nos engañe. Descartes trata ampliamente el mundo corpóreo o la res extensa en un libro que dejó sin publicar, Tratado del mundo, por el temor que le causó la condena de Galileo. Parte del modelo teórico que él se trazó. El mundo es concebido según el modelo de la máquina. Coincide Descartes con el mecanicismo de los científicos de la época. Todo se reduce a materia y movimiento. Y la materia no es otra cosa que extensión. Por ejemplo, niega el principio de gravedad, no hay fuerza de gravedad, sobre la cual no es posible tener ideas claras y distintas. Y el origen del movimiento queda sin explicar. Acerca de la pregunta de por qué se mueve la máquina del mundo, la única contestación es esta. Dios es la primera causa del movimiento y conserva siempre la misma cantidad de movimiento en el mundo. De la misma inmutabilidad divina se derivan las tres leyes de la naturaleza, que son obtenidas a priori, no por inducción. 1ª ley. Principio de inercia. Cada cosa permanece en el estado en que se encuentra. Si algo se mueve, siempre estará moviéndose si no hay otra fuerza que la pare. 2ª ley. Todo cuerpo que se mueve tiende a moverse en línea recta. 3ª ley. Ley de conservación del movimiento.

Descartes rechaza explícitamente la necesidad de un alma vegetativa o sensitiva para explicar la vida de las plantas o de los animales: los animales son máquinas. La misma relación del alma humana con su propio cuerpo-máquina queda sin explicar suficientemente. Se trata de todo un método estrictamente deductivo a partir de Dios, como creador y conservador del mundo. Prescinde completamente de la experiencia y procede, además, de las causas a sus efectos; la física, el mundo, la res extensa, son una larga serie de ordenadas cadenas deductivas que parten de las causas primeras. Así, pues, Descartes prueba esta idea de la extensión, de la existencia del mundo, a partir de la existencia de Dios. Puesto que Dios existe y Dios es perfecto, no me puede engañar.

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La deducción matemática expresa la forma más elevada de racionalidad, es la racionalidad la que nos permite acceder con más rigor a la realidad. No es extraño que su obra más importante lleve por título Ética demostrada según el orden geométrico; como cualquier tratado de geometría, la obra está estructurada en definiciones, axiomas, proposiciones, corolarios... Spinoza parte de la definición cartesiana de sustancia; recordemos que para Descartes, ésta era una realidad que existe de tal manera que no necesita ninguna otra realidad para existir. A partir de esta definición, Spinoza concluye que sólo existe una sustancia, no tres: el yo pensante y la materia extensa necesitan la sustancia infinita: existen por obra de Dios; por tanto, sólo Dios corresponde exactamente a la noción de sustancia. Esta sustancia única (Dios) es una realidad que se identifica con la Naturaleza, tal y como expresa la fórmula de Spinoza Deus sive Natura (Dios o Naturaleza). Se trata, pues, de una teoría panteísta. Esta realidad que podemos llamar Dios o Naturaleza es infinita y contiene infinitos atributos, de los cuales nosotros conocemos dos: el atributo del pensamiento (el yo pensante) y el atributo de la extensión (la materia extensa). Spinoza distingue entre natura naturans y natura naturata. La natura naturans es la naturaleza creadora, es decir, Dios como sustancia infinita y causa de todo; la natura naturata es la naturaleza creada, el conjunto de las realidades individuales existentes. El dualismo antropológico de Descartes alma-cuerpo queda superado: las realidades individuales (incluido el ser humano) son modos de la única sustancia, modalidades de Dios, expresiones finitas de la infinitud de Dios. Los modos son variaciones de la sustancia por medio de los cuales se expresan los atributos (son las cosas individuales). Las sustancias finitas de Descartes se reducen en Spinoza a simples modos, a variaciones de la única sustancia: ya no son sustancias ellas mismas, sino partes del todo infinito.

Baruch Spinoza (1632-1677) fue un pensador perseguido a causa de sus ideas. Su visión de la naturaleza y de Dios provocó que lo expulsaran, en el año 1656, de la comunidad judía de la cual formaba parte. En el trasfondo del pensamiento de Spinoza se percibe la concepción judía según la cual el conocimiento y el amor se identifican. En hebreo existe un verbo que significa a la vez “conocer” y “amar”. Spinoza piensa que el hombre alcanza el máximo bien a través del conocimiento, un conocimiento que es unión o lazo espiritual con todo el universo, es decir, con Dios. Y para que este conocimiento amoroso no tenga error alguno, es necesario seguir el camino más seguro de todos: el camino de las matemáticas, especialmente el método geométrico.

La verdad no consiste en la coincidencia del entendimiento con la cosa, sino en la adecuación del entendimiento con el entendimiento mismo. Spinoza propone tres grados o géneros de conocimiento: Primer género: la opinión y la imaginación. Las cosas individuales nos son dadas por los sentidos. Las percepciones son conocimientos por experiencia vaga, incierta (que representamos con signos y palabras para conocer las afecciones y pasiones) Segundo género: la razón. Opera con ideas adecuadas a las cosas, partiendo de ideas confusas y complejas del primer género para llegar a las ideas claras y distintas (conocimiento adecuado y cierto) Tercer grado: la intuición: conocimiento adecuado de las esencias de las cosas. Conoce de manera inmediata, capta la esencia divina como necesaria y existente y ve la conexión de todas las cosas con la misma manifestación de la sustancia divina (conocimiento a través del amor intelectual de Dios)

Spinoza entiende por idea un concepto que el alma elabora, y diferencia estas ideas: Ideas adecuadas o activas: poseen todas las propiedades del objeto que refieren

Ideas inadecuadas o pasivas: son ideas confusas e incompletas Ideas artificiales: producidas por la imaginación

Ideas dudosas: no son claras ni distintas Ideas verdaderas: están de acuerdo con el objeto del que son idea

Spinoza niega las diversas figuras de la moral convencional, las nociones de bien, mal, mérito, pecado, belleza o libertad (que en Spinoza tienen más un carácter ontológico que ético). El problema surge al intentar compaginar la necesidad de todo lo que ocurre con la sensación de libertad del hombre: los hombres se creen libres porque poseen conciencia de sus acciones e ignoran las causas que las determinan. La solución para Spinoza es negar la libertad humana. Spinoza liga la libertad a la necesidad de la propia naturaleza; una postura muy cercana al determinismo. Para Spinoza, el hombre es libre cuando comprende la naturaleza de las cosas y la acepta; la libertad entendida como capacidad de elegir entre diferentes posibilidades es un autoengaño. No hay premio ni castigo: el castigo de una asesino es serlo. Actos y hechos participan de una concatenación infinita que el hombre tiende a fragmentar proyectando sus prejuicios. Todo hombre bueno y sabio lleva el premio en su sabiduría. La conciencia plena de que todo obedece a una necesidad en la naturaleza debe reconciliar su conciencia armonizándose con este sentido total. Spìnoza llama conatos a un deseo intimo, inherente, a la tendencia de todo ser de perseverar en su propia potencia de vida y por el cual podemos hablar de moral y de derecho. Siguiendo a Hobbes, Spinoza considera que los hombres son por naturaleza enemigos: en el estado de naturaleza el hombre se guía por sus deseos. Es necesario un pacto social en virtud del cual se ceden los derechos naturales al soberano. La mejor organización social es aquella en la que se permita la mayor libertad de pensamiento.

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Leibniz toma de Descartes la idea básica de sustancia como realidad autónoma e independiente, pero frente al monismo de Spinoza, sostiene una teoría pluralista de la sustancia: existen infinitas sustancias simples o mónadas (monos=uno) que son activas inmateriales, carentes de extensión e increadas, y no reciben su movimiento de fuera ni se comunican. Por su simplicidad son cualitativamente distintas entre sí: cada mónada refleja la totalidad del mundo dentro de sí. Los seres reales se componen de una pluralidad de mónadas en torno a una mónada dominante que constituye su esencia (en el hombre la mónada base es el alma espiritual o razón)- El orden en que se manifiesta el universo (impuesto por Dios) es el resultado de la actividad de todas las mónadas que, puesto que no se comunican entre sí, deben de haber sido creadas a partir de un orden o armonía preestablecida, puesto que este es el mejor de los mundos posibles. Leibniz acepta la existencia de elementos innatos, como la idea de Dios, los principios prácticos de la moral, los primeros principios lógicos y matemáticos, determinados impulsos y tendencias; incluso considera innata la persistente inquietud humana que nos lleva a la actividad. Frente al ocasionalismo cartesiano (res cogitans y res extensa como dos relojes sincronizados) y al monismo spinozista (deux sive natura como un solo reloj con dos esferas), Leibniz propone infinitos relojes que marcan la misma hora porque han sido programados y funcionan armónicamente. Dios es quien garantiza la correspondencia entre las ideas y la realidad de las cosas, entre monada pensante y mundo. Aunque admite el argumento ontológico de San Anselmo (a priori) Leibniz demuestra la existencia de Dios con un argumento cosmológico (a posteriori): si no existiese un ser necesario, no existirían seres posibles, y es evidente que estos existen, puesto que los vemos, luego Dios existe. El mundo no es por tanto necesario, sino contingente y problemático. Pero Dios ha elegido el mejor de los mundos posibles.

Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) fue uno de los pensadores racionalistas con más universalidad de intereses; poseía una mente notable, polifacética y creadora, y en sus obras trató prácticamente todos los conocimientos humanos. No sólo investigó en los ámbitos de la filosofía, teología, matemática, física, lógica, economía, historia, filología, derecho y política, sino también en astronomía, historia natural, geología, farmacia, alquimia... Leibniz acepta la importancia de los sentidos en el proceso del conocimiento. También considera que la mente impone ciertas marcas innatas, como si nuestra mente fuera un bloque de mármol en el cual no hay nada esculpido, pero en el que no faltan las vetas del mármol; cuando el escultor trabaje el mármol, estas vetas innatas se mostrarán.

Una aportación de Leibniz muy viva todavía hoy es la distinción de dos órdenes o tipos de verdades: las verdades de razón y las verdades de hecho. La diferencia que hacemos actualmente entre ciencias formales y ciencias empíricas tiene sus raíces precisamente en esta distinción:

VERDADES DE RAZON VERDADES DE HECHO Son las verdades analíticas, es decir, aquéllas en las que el sujeto contiene el predicado; cuando, por ejemplo, digo: «Los triángulos tienen tres ángulos», lo que afirma el predicado se desprende de un análisis del propio sujeto, no hay nada nuevo, no es posible un predicado contrario. Estas verdades se basan en el principio de no contradicción, ya que su contrario es siempre imposible. Ejemplo «El todo es más grande que las partes».

Son las verdades sintéticas, aquéllas en las que el predicado no se desprende del análisis del sujeto sino de observación de los hechos o de datos empíricos. Por ejemplo: «El calor dilata los cuerpos», el predicado es una nueva información que se une al sujeto, podría ser también que «El calor no dilatara los cuerpos». Las verdades de hecho se basan en el principio de razón suficiente; nada pasa sin que exista una razón para que ocurra así y no de otra manera.

A diferencia de Descartes, Leibniz busca el fundamento de la verdad no en la evidencia (claridad, distinción) sino en la coherencia lógica (formal) de las propias proposiciones Para Leibniz, el mundo de la coherencia lógica es diferente e inconfundible con el mundo de las cosas. Las ciencias formales, como la lógica o las matemáticas, son de un orden diferente al de las ciencias empíricas, como la física o la biología, ya que las verdades de razón son absolutas, y las verdades de hecho, contingentes. Las primeras comprenden el mundo de lo necesario y las segundas el mundo de lo posible, pero para Dios, para un entendimiento infinito, todas serían verdades de razón. Apoyándose en el principio de razón suficiente, Leibniz salva la libertad humana, a la vez que se cuestiona por qué Dios eligió crear este mundo y no otro de los muchos posibles. Se sigue aquí el llamado principio de perfección: de entre todos los mundos posibles, Dios elige (razón suficiente) el mejor posible, pues Dios siempre obra en vistas a lo mejor.

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VOCABULA FILOSOFIA RACIONALISTA ARGUMENTO ONTOLÓGICO: prueba para demostrar la existencia de Dios que parte de la idea de Dios como la de un ser absolutamente perfecto. ATRIBUTO: propiedad principal de la sustancia. Constituye su naturaleza o esencia y de él dependen todas las demás propiedades. CLARIDAD: junto con la distinción, uno de los rasgos principales de la evidencia. El conocimiento que tenemos de las cosas cuando están presentes ante nuestra mente. COGITO: básicamente significa dos cosas: la mente propia en el acto mismo de pensar y la primera verdad: “pienso, luego existo” (“cogito, ergo sum”). COSA PENSANTE: la mente (yo, alma, conciencia). CRITERIO DE VERDAD (O DE EVIDENCIA): criterio que nos permite decidir la verdad de nuestras creencias: son verdaderas aquellas proposiciones evidentes, es decir, proposiciones “claras y distintas”. DEDUCCIÓN: toda inferencia necesaria a partir de otros hechos conocidos con certeza. DISTINCIÓN: junto con la claridad, una de las notas de la evidencia. Descartes llama distinto a todo conocimiento que describe la cosa percibida con precisión, sin añadirle rasgos que le son ajenos. DUALISMO ANTROPOLÓGICO: teoría filosófica según la cual el hombre consta de dos principios radicalmente distintos, el cuerpo y el alma. DUALISMO ONTOLÓGICO: tesis según la cual la realidad consta de dos regiones radicalmente distintas. En el caso de la filosofía cartesiana estas dos regiones son la de lo espiritual y la de lo material. DUDA METÓDICA: Método seguido por Descartes para la comprobación de la verdad de sus creencias y el descubrimiento de una verdad absolutamente indudable. FILOSOFÍA MODERNA: Período de la historia de la filosofía que comienza con Descartes y culmina con la filosofía kantiana (siglos XVII y XVIII). GENIO MALIGNO: Hipótesis postulada en la duda metódica en la que Descartes pone en cuestión los conocimientos aparentemente más seguros, incluidos los matemáticos. IDEA: Término que designa todo contenido de la mente capaz de representar algo. INTUICIÓN: Acto de la mente por el cual vemos de forma inmediata, con claridad y distinción, la verdad de una proposición. LUZ NATURAL: Facultad cognoscitiva dada por Dios gracias a la cual nuestra mente percibe con claridad y distinción las verdades eternas y las verdades absolutamente indudables. Se identifica con la razón y más exactamente con la intuición. MECANICISMO: Doctrina filosófica según la cual la realidad puede explicarse en términos de materia en movimiento. NATURALEZAS SIMPLES: Elementos últimos a los que se llega mediante el proceso de análisis y conocidos mediante ideas claras y distintas (mediante actos de intuición). PENSAMIENTO: Descartes llama pensamiento a todo lo que se da en la mente y de lo que cabe ser consciente. No tiene sentido restringido: son pensamiento todos los estados

psíquicos: dudar, entender, concebir, afirmar, negar, querer, imaginar, sentir, etc..

PRIMERA VERDAD: Primera verdad en el orden de la fundamentación del conocimiento. La descubrimos como consecuencia de la duda metódica y la expresa Descartes con la frase "pienso, luego existo" ("cogito, ergo sum"). La totalidad del conocimiento humano se puede deducir a partir de esta primera verdad. PRUEBAS PARA LA DEMOSTRACIÓN DE LA EXISTENCIA DE DIOS: En su obra "Meditaciones Metafísicas" encontramos las tres más importantes: en la Tercera Meditación los argumentos basados en la idea de un ser perfecto y en la contingencia de nuestro propio ser, y en la Quinta el famoso argumento ontológico. RACIONALISMO: Movimiento filosófico desarrollado particularmente en la Europa continental durante los siglos XVII y XVIII y caracterizado por la primacía que dieron a la razón en la fundamentación del conocimiento, la fascinación por la matemática y la defensa de la existencia de ideas innatas y de la intuición intelectual. REGLAS DEL MÉTODO: Conjunto de reglas propuestas por Descartes cuyo cumplimiento garantiza la adquisición de conocimiento evidente. RES COGITANS: Del latín "res", cosa, y "cogito", pensar. La mente o substancia pensante. El atributo por el que conocemos esta substancia, el que constituye su esencia y del que dependen todas las demás es el pensamiento. RES EXTENSA: Del latín "res", cosa. Las substancias corpóreas o materiales. El atributo por el que conocemos esta substancia, el que constituye su naturaleza y esencia, y del que dependen todas las demás es la extensión en longitud, anchura y profundidad. Todas las demás características que podamos atribuir a los cuerpos (como la figura y el movimiento) presuponen la extensión. SOLIPSISMO Tesis filosófica según la cual sólo se puede garantizar la existencia de uno mismo puesto que la existencia de cualquier otro ser es dudable o infundada. Ningún filósofo se atrevió a defender este punto de vista tan radical, ni, por supuesto, Descartes. En el ejercicio de la duda metódica hay un momento en el que Descartes parece abrazar este punto de vista: tras dudar de la existencia de los cuerpos y de las mentes Descartes descubre que existe él mismo como ser pensante, pero no sabe aún si existe alguien más –incurre en solipsismo- pero inmediatamente intenta mostrarse a sí mismo que no está solo, y lo hace precisamente mostrando que, además, existe Dios. Finalmente cree estar convencido también de que la bondad de Dios garantiza la creencia en la existencia de las cosas físicas y de las otras mentes, superando de este modo la duda metódica y eliminando definitivamente la "soledad radical" a la que le había conducido dicha duda. SUEÑO: Momento de la duda metódica que le sirve a Descartes para cuestionar la validez de la percepción. Dado que no hay signos suficientes para distinguir el sueño de la vigilia, puede ser que todo lo que nos parece estar viviendo no sea más que sueño. SUBSTANCIA: Aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir. SUBSTANCIA INFINITA: Dios SUBSTANCIAS FINITAS: Las cosas corpóreas y las mentes.

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SELECCIÓN DE TEXTOS RACIONALISTAS I) Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía fingir por ello que no fuese, sino al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo era, mientras que con sólo dejar de pensar, aunque todo lo que había imaginado fuese verdad, no tenía yo razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste, y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es. Después de esto, consideré, en general, lo que se requiere en una proposición para que sea verdadera y cierta, pues ya que acababa de hallar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo notado que en la proposición «yo pienso, luego soy» no hay nada que me asegure que digo verdad, sino que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla general: que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas, pero que sólo hay alguna dificultad en notar cuáles son las que concebimos distintamente. (Descartes, Discurso del Método, IV, 1637) II) Pero ahora, una vez que empiezo a conocerme mejor a mí mismo y al autor de mi origen, no creo, desde luego, que se haya de admitir indistintamente todo lo que me parece poseer por los sentidos, pero tampoco que se haya de dudar en absoluto sobre todo. Ya sé que todas las cosas que concibo clara y distintamente pueden ser producidas por Dios tal y como las concibo. De ahí que me baste con poder concebir clara y distintamente una cosa sin otra para estar seguro de que la una es diferente de la otra, pues, al menos en virtud de la omnipotencia de Dios, pueden darse separadamente. Y la cuestión de cuál sea el poder requerido para producir esa separación no afecta al juicio de que las dos cosas son distintas. Por tanto, como sé de cierto que existo y, sin embargo, no advierto que convenga necesariamente a mi naturaleza o esencia otra cosa que ser cosa pensante, concluyo rectamente que mi esencia consiste sólo en ser una cosa que piensa, o una substancia cuya esencia o naturaleza toda consiste sólo en pensar. Y aunque acaso (o mejor, con toda seguridad, como diré en seguida) tengo un cuerpo al que estoy estrechamente unido, con todo, puesto que, por una parte, tengo una idea clara y distinta de mí mismo, en cuanto que yo soy sólo una cosa que piensa –y no extensa -, y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo, en cuanto que él es sólo una cosa extensa –y no pensante - es cierto entonces que ese yo (es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy), es enteramente distinto de mi cuerpo y que puede existir sin él. Descartes, Meditaciones Metafísicas, Meditación Sexta

III) Descartes (1596-1650), el fundador de la filosofía moderna, inventó un método que aún puede usarse con provecho –el método de la duda sistemática. Decidió que no creería nada que no viese clara y distintamente que es verdadero. Cuanto pudiera poner en duda, lo dudaría hasta que viese una razón para no dudarlo. Aplicando este método llegó gradualmente a convencerse de que la única existencia de la que podía estar completamente seguro era la suya propia. Imaginó un demonio engañoso que presentara a sus sentidos cosas irreales en una perpetua fantasmagoría; podría ser muy improbable que tal demonio existiera, pero con todo era posible, y por tanto era posible la duda con respecto a las cosas percibidas por los sentidos. Pero la duda con respecto a su propia existencia no era posible, pues si él no existiese, ningún demonio podría engañarlo. Si dudaba, debía existir; si tenía cualquier experiencia, debía existir. Así su propia existencia era una erteza para él. “Yo pienso, luego yo soy”, dijo (Cogito, ergo sum); y sobre la base de esta certeza se puso a trabajar para construir de nuevo el mundo del conocimiento que su duda había dejado en ruinas. Al inventar el método de la duda, y al mostrar que las cosas subjetivas son las más ciertas, Descartes realizó un gran servicio a la filosofía, un servicio que lo hace aún útil a todos los estudiosos de ella. Pero es preciso proceder con cautela al usar la argumentación de Descartes. “Yo pienso, luego yo soy” dice bastante más de lo que es estrictamente cierto. Pudiera parecer que estamos absolutamente seguros de ser hoy la misma persona que fuimos ayer, y esto sin duda es verdadero en cierto sentido. Pero el Yo real es tan difícil de alcanzar como la mesa real*, y no parece tener esa certeza absoluta y convincente que pertenece a las experiencias particulares. Cuando miro mi mesa y veo un cierto color marrón, lo que es completamente cierto de inmediato no es “Yo estoy viendo un color marrón”, sino más bien, “Un color marrón está siendo visto”. Esto, ciertamente, implica algo (o alguien) que ve el color marrón; pero no implica de por sí esa persona más o menos permanente a la que llamamos “yo”. Hasta donde alcanza la certeza inmediata, pudiera ser que el algo que ve el color marrón fuese completamente momentáneo, y que no fuese lo mismo que el algo que tiene alguna experiencia diferente en el momento siguiente. (Bertrand Russell, Los problemas de la filosofía) 1. Explique el significado “clara y distintamente” y “certeza inmediata”. (2 puntos) 2. Desarrolle el contenido del texto recogiendo los argumentos por los que Descartes llega a la conclusión de la existencia del Yo (como ser pensante) y la crítica de Russell a la extracción de la conclusión a partir de dichos argumentos. (3 puntos) 3. Amplía la referencia que se hace en el texto de la duda metódica sistemática exponiendo las características del método de la duda, la valoración que Descartes hace del conocimiento sensible y el proceso que siguió para llegar a la certeza de la existencia del cogito. (3 puntos) 4. Haga un esquema, mapa conceptual o cuadro sinóptico en el que quede reflejada la estructura conceptual y argumentativa del texto. (2 puntos)

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IV) ¿Cómo podemos admitir que nuestro conocimiento es humano -demasiado humano-sin tener que admitir al mismo tiempo que es mero capricho y arbitrariedad individuales? (...) La solución consiste en comprender que todos nosotros podemos errar, y que con frecuencia erramos, individual y colectivamente, pero que la idea misma del error y la fiabilidad* humanos supone otra idea, la de la verdad objetiva: el patrón al que puede que no logremos ajustarnos. Así, la doctrina de la falibilidad no debe ser considerada parte de una epistemología** pesimista. Esta doctrina implica que podemos buscar la verdad, debemos aspirar a ella examinando persistentemente nuestros errores: mediante la infatigable crítica racional y mediante la autocrítica. Erasmo de Rotterdam intentó revivir esa doctrina socrática, la importante aunque modesta doctrina del “¡Conócete a ti mismo y admite, por consiguiente, cuán poco sabes!” Pero dicha doctrina fue deslazada por la creencia en que la verdad es manifiesta y por la nueva confianza ejemplificada y enseñada de diversas maneras por Lutero, Bacon y Descartes. Es importante comprender, a este respecto, la diferencia entre la duda cartesiana y la duda de Sócrates, Erasmo o Montaigne. Mientras que Sócrates duda del conocimiento o sabiduría humanos y se mantiene firme en el rechazo de toda pretensión de conocimiento o sabiduría, Descartes duda de todo, pero sólo para llegar a la posesión de un conocimiento absolutamente seguro, pues descubre que su duda universal lo conduciría a dudar de la veracidad de Dios, lo cual es absurdo. Después de demostrar que la duda universal es absurda, concluye que podemos conocer con certeza, que podemos ser sabios, distinguiendo, a la luz natural de la razón, entre ideas claras y distintas, cuya fuente es Dios, y todas las demás, cuya mente es nuestra propia imaginación impura. La duda cartesiana, como vemos, es meramente un instrumento mayéutico para establecer un criterio de verdad, y junto con él, una manera de obtener conocimiento y sabiduría indudables. Pero para el Sócrates de la Apología, la sabiduría consiste en la conciencia de nuestras limitaciones, en saber cuán poco sabemos cada uno de nosotros. Fue esta doctrina de la esencial falibilidad humana la que revivieron Nicolás de Cusa y Erasmo de Rotterdam (...) y fue sobre la base de esta doctrina “humanista” (...) sobre la que Nicolás, Erasmo, Montaigne, Locke y Voltaire, seguidos por John Stuart Mill y Bertrand Russell, fundaron la doctrina de la tolerancia. “¿Qué es la tolerancia?” –pregunta Voltaire en su Diccionario filosófico; y responde: “Es una consecuencia necesaria de nuestra humanidad. Todos somos falibles y propensos al error. Perdonémonos unos a otros nuestros desvaríos. Éste es el primer principio del derecho natural.”

Karl Popper, Sobre las fuentes del conocimiento y la ignorancia (En Conjeturas y refutaciones)

* Posibilidad de equivocarse. ** Teoría del conocimiento.

V) III. Por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse, no precisa del concepto de otra cosa. IV. Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe de una sustancia como constitutivo de la esencia de la misma. V. Por modo entiendo las afecciones de una sustancia, o sea, aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es también concebido. VI. Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa un esencia eterna e infinita Explicación: Digo absolutamente infinito, y no en su género; pues de aquello que es meramente infinito en su género podemos negar infinitos atributos, mientras que a la esencia de lo que es absolutamente infinito pertenece todo cuanto expresa su esencia, y no implica negación alguna. Baruch de Spinoza, Etica demostrata ordo geometrico VI) En la vida, pues, es útil, ante todo, perfeccionar el entendimiento o razón tanto como podamos, y en esto solo consiste la suprema felicidad o beatitud del hombre; pues la beatitud no es otra cosa sino el contentamiento del alma, que nace del conocimiento intuitivo de Dios. Y perfeccionar el entendimiento no es otra cosa sino conocer a Dios y los atributos y acciones que se siguen de la necesidad de la naturaleza. Por tanto, el fin último del hombre que es dirigido por la razón, esto es, el deseo supremo por el cual se esfuerza en gobernar todos los demás, es aquel que le eleva a concebirse adecuadamente y a concebir adecuadamente todas las cosas que pueden caer bajo su inteligencia. Baruch de Spinoza, Etica demostrata ordo geometrico VI) Nuestras discrepancias son sobre temas de alguna importancia. Se trata de saber si el alma en sí misma está enteramente vacía, como las tablillas en las que todavía no se ha escrito nada (tabula rasa), tal como piensan Aristóteles y el autor del Ensayo*, y si todo lo que en ella está trazado proviene únicamente de los sentidos, o si, por el contrario, el alma ya contiene originariamente los principios de varias nociones y doctrinas que los objetos externos únicamente despiertan en ocasiones, como yo sostengo con Platón. Gottfried Wilhelm Leibniz, Nuevos ensayos * Referencia al Ensayo sobre el entendimiento humano del empirista inglés John Locke VII) [La armonía preestablecida] sostiene que Dios ha creado el alma desde un principio, de tal manera que ella ha de actuar y se ha de representar por orden lo que pasa en el cuerpo; y de alguna manera, el cuerpo también ha de hacer por sí mismo lo que el alma ordena. De manera que las leyes que unen los pensamientos del alma en el orden de las causas finales, siguiendo la evolución de las percepciones, han de producir imágenes que se encuentran y concuerdan con las impresione de los cuerpos sobre nuestros órganos, y que las leyes de los movimientos en el cuerpo (…), se encuentran también y concuerdan del mismo modo con los pensamientos del alma, y que el cuerpo es forzado a actuar en el momento que lo quiera el alma.

Gottfried Wilhelm Leibniz, Ensayos de Teodicea

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