la fascinación por la hecatombe

2
L O QUE LOS HISTORIADORES han conve- nido en llamar la II Guerra Mundial es, en realidad, la historia de nume- rosas guerras que coincidieron en el tiempo y provocaron en su conjunto la ma- yor hecatombe que han visto los siglos. No hay una cifra precisa de muertos, pero se sabe que sumaron más de ochenta millones de personas, lo que quiere decir que varios cientos de millones más resultaron heridas, que otros muchos cientos de millones se vieron desplazadas de sus hogares, que otros cientos de millones pasaron hambre y penurias. Para describir el horror sufrido por la humanidad en el corto periodo de seis años, los periodistas, escritores e histo- riadores han intentado explicar que se trató, por primera vez, de una guerra que tuvo el carácter de total, es decir, que afectó a la población civil incluso en mayor número que a los militares movilizados para matar a otros militares. Eso, en cierto sentido, no es del todo verdad. Basta mirar a las conquis- tas púnicas o romanas, por buscar un solo ejemplo, cuando las huestes imperiales de una ciudad o un Estado sitiaban una ciudad y, cuando ésta caía, en un solo día se acaba- ba con toda, con absolutamente toda, la po- blación civil. Unos morían degollados; los que tenían suerte, pasaban a engrosar de por vida el gigantesco ejército de esclavos que proporcionaba mano de obra barata pa- ra el desarrollo económico del país o la ciu- dad de los vencedores. También se ha dado en reducir, con el ánimo de entenderlo, el fenómeno a una pretendida lucha entre los amantes de la libertad y los defensores del totalitarismo. Eso es cierto sólo en parte, aunque sea ver- dad que el miedo a los totalitarismos era palpable en los países democráticos antes de que estallara oficialmente la guerra entre Gran Bretaña y Francia por un lado y Alema- nia por el otro, que es el punto que marca, en realidad, el inicio oficial del desastre. Gran Bretaña estaba hasta ese momento absorta en otras preocupaciones, que se cen- traban en los problemas que le causaba el expansionismo japonés en China y el resto del lejano Oriente. Eso provocaba en los Go- biernos británicos el justificado miedo a per- der el imperio. La India, ni más ni menos, pero no sólo la India. Esa preocupación y la conciencia de que no tenía medios suficien- tes para afrontar dos guerras simultáneas (ni siquiera una según los más amedrenta- dos) llevó a Neville Chamberlain a echar to- da la carne en el asador con la política de apaciguamiento hacia la Alemania hitleria- na, y eso supuso en la práctica la condena de la República española y de la indepen- dencia de Checoslovaquia. Francia, por su parte, vivía una situación postraumática, por el recuerdo vivo de la enorme carnicería padecida durante la guerra de 1914, que dejó al país con una generación entera de hombres muertos o mutilados. Además, los inestables Gobiernos franceses se sentían impotentes para actuar sin el apoyo decidi- do del Ejército de Gran Bretaña. No fue me- nor, en todo caso, la atención británica al desarrollo del expansionismo ideológico de la URSS. Antes de que se produjera la inva- sión de Polonia por los Ejércitos de Hitler, la obsesión de los conservadores ingleses esta- ba también centrada en la máquina exporta- dora de revoluciones que era el Estado dirigi- do por Josif Stalin. Cuando Gran Bretaña y Francia decidie- ron entrar en guerra contra Alemania no fue por salvar la democracia en Polonia, cosa que no existía, ni por salvar al pueblo judío del exterminio, algo sobre lo que existían abundantes indicios pero no una completa constancia. Fue porque las intenciones im- perialistas de Hitler habían quedado absolu- tamente al desnudo. La invasión de Francia era predecible, formaba parte de la agenda del dictador alemán. La firma del pacto ger- mano-soviético en agosto de 1939, unos días antes de que se produjera la invasión conjunta de Polonia, obligó a Gran Bretaña a intervenir contra Alemania y a reforzar el discurso democrático contra el nazismo. Hasta que en 1941 las tropas alemanas atacaron la URSS, cuando ya Francia estaba postrada y Gran Bretaña aislada, la esperan- za de que la guerra pudiera volcarse a favor de las democracias fue decreciendo. Japón alimentó la esperanza cuando atacó Pearl Harbour y decidió la entrada de Estados Uni- dos en la guerra. Pero ésta se decidió sobre todo en dos escenarios: el frente ruso, donde los dos tota- litarismos chocaron con toda la potencia de su industria bélica y sus gigantescos ejérci- tos; y el frente asiático, donde los america- nos lograron doblegar a los japoneses. Lo decisivo de la victoria americana en aquella guerra, tan lejana para los españoles pese a que provocó ochenta millones de muertos, está contado en Némesis, de Max Hastings. Allí se produjeron los bombardeos más ex- terminadores, se crearon campos de concen- tración donde sucumbieron millones de per- sonas, se desarrolló la crueldad totalitaria hasta sus más graves extremos. Desde un punto de vista muy personal, la bestialidad de los ocupantes japoneses de China, se des- cribe con exquisitez en la película de Ang Lee Deseo, peligro. La URSS había pasado a ser, gracias a Hitler y a Japón, un aliado de la democracia. Y su brutal y asesino dictador pudo conti- nuar con una tarea genocida del mismo calibre que la emprendida por Hitler o el emperador nipón pero sin respuesta de la propaganda de sus aliados. Toda la produc- ción literaria, histórica y cinematográfica de los años posteriores está marcada por la complejidad de aquellos acontecimientos. Porque ha habido demasiadas cosas que ex- plicar. El apoyo a Stalin era, quizás, obliga- do, era la única vía para derrotar a Hitler, pero hizo que los campos de exterminio es- talinistas fueran dejados en el olvido; y en el interior de la URSS muchos hombres y muje- res se dejaron liquidar con mansedumbre porque no eran capaces de renegar de los ideales de la gran guerra patriótica que enca- bezaba Stalin. El nacionalismo ruso sustitu- yó al internacionalismo proletario con efica- cia devastadora. Y no se liquidó sólo a los supuestos enemigos de la patria, sino que se persiguió a judíos y otras minorías. Cuando uno lee ese luminoso libro de Vasili Grossman, Vida y destino, se puede llegar a comprender el significado de las acti- tudes de millones de rusos, y la helada y cruel potencia de los que un día daban un tiro en la nuca a un compañero y al día siguiente pasaban a engrosar la lista de los depurados. Se puede concebir el gigantesco impulso heroico de los defensores de Stalin- grado que eran, mientras tanto, puestos en la picota por la estructura del poder comu- nista. Desde hacía muchos años no se publi- caba en España un libro tan revelador, un libro que, por extensión, puede hacer re- flexionar a muchos miles de luchadores anti- fascistas sobre su actitud hacia la URSS. Esa actitud que llevó a los comunistas franceses a sabotear los carros de combate de De Gau- lle cuando hacían frente a los invasores de Guderian, como contó hace pocos años Her- bert Lottman. De los campos de concentración alema- b e p s l e c d q c W g d e p m t d l L m s a r t m i L s J d d f La fascinación por la gran hecatombe El mayor conflicto de la historia, entre 1939 y 1945, nutre una enorme bibliografía. Por Jorge Martínez-Reverte Dos carteros de la ciudad británica de Coventry buscan direcciones tras los bombardeos nazis de 1940. Foto: George Rodger Toda la producción literaria, histórica y cinematográfica ha estado marcada por la complejidad del conflicto Fue la primera guerra que tuvo el carácter de total, que afectó a la población civil en mayor número que a los militares EN PORTADA / Reportaje 8 EL PAÍS BABELIA 12.01.08

Upload: ferran-mateo

Post on 31-Mar-2016

214 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Bibliografía sobre la Segunda Guerra Mundial en Babelia 12/1/2008

TRANSCRIPT

Por Justo Navarro

LA II GUERRA MUNDIAL es hoy la lente a través de la quevemos nuestras guerras: el choque entre Bien y Mal,aliados y nazis, la personificación del diablo en el jefeenemigo, Hitler, por ejemplo, como viene a recordarnos

el cartel americano de 1942 reproducido en la portada de laúltima y visionaria novela de Norman Mailer, El castillo en elbosque (Anagrama, 2007), con su eslogan religioso, “líbranos delmal”, sobre la imagen de una niña que sufre atrapada en losbrazos de la cruz gamada. Fue la guerra absoluta, la enemistadabsoluta con el enemigo, la ratificación de que, como decía CarlSchmitt, la distinción entre amigos y enemigos es lo más impor-tante en la guerra y en la política. Y la guerra de la enemistadabsoluta no conoce limitaciones: “Encuentra su sentido y sulegitimidad”, apuntaba Schmitt, “en la voluntad de llegar a lasmás extremas consecuencias”.

La conversión del enemigo en demonio o monstruo acabasugiriendo la posible presencia de monstruos en nuestro bandoamigo. Laurence Rees, autor de Auschwitz, los nazis y la soluciónfinal (Crítica, 2005), publica ahora Los verdugos y las víctimas,35 entrevistas en las que se mezcla la reflexión y la conversacióncon los supervivientes de la carnicería. “Tengo la sospecha deque soy la persona viva que ha conocido a más genocidas de laII Guerra Mundial”, dice Rees, que presume de haber habladocon “violadores, asesinos y caníbales”. Pero también entrevista ahéroes que, a su pesar, hubieron de afrontar las peores atrocida-des imaginables. Rees trabaja fundamentalmente para las cáma-ras de televisión, ante las que ha querido reconstruir el pasadocon perspicacia periodística y paciencia detectivesca. La televi-sión se ha convertido en una fuente generosa de historia oral, yRees ha sentado ante la cámara a veteranos de las SS, kamikazes,soviéticos, oficiales ingleses, un belga nazi tuerto y manco, prisio-neros de campos de exterminio, actrices que recuerdan los mara-villosos ojos azules de Hitler, un americano que bombardeó To-kio y todavía siente el olor a orina y excrementos quemados. Songente normal que ha pasado por experiencias excepcionales. Lasvíctimas siguen doloridas. Los criminales defienden su derecho aactuar en cumplimiento del deber,de acuerdo con las circunstanciasdel momento. No se arrepienten. Y,como dice Rees, el objetivo del traba-jo sería entender esta aberración.

Theodor Plote, personal de tierrade la Luftwaffe durante la campañacontra Polonia y Gran Bretaña, re-cuerda la guerra como una gran aven-tura. “Nos decían: el soldado no de-be pensar, mejor dejarlo para los ca-ballos que tienen la cabeza más gran-de”. Su testimonio aparece en Lamuerte caída del cielo. Historia delos bombardeos durante la SegundaGuerra Mundial, de Rolf-Dieter Mü-ller, con la colaboración de FlorianHuber y Johannes Eglau. Müller fueel primero en investigar, junto al pe-riodista Rudibert Kunz, el uso de gastóxico en la guerra española del Riff,entre 1921 y 1927. Ahora escribe lahistoria de la guerra en el aire, desdeel conflicto italo-turco de 1911 hastalos bombardeos sobre Alemania y Ja-pón en 1945. Y, si en algún momentoparece adherirse a la línea iniciadapor Jörg Friedrich en El incendio(Taurus, 2005), donde los bombar-deos finales de las ciudades alemanasson presentados como crímenes deguerra, Müller llega a conclusionesmuy distintas, aún más radicales, en mi opinión, que las que ofreceFrederick Taylor en su Dresdem: Tuesday, 13 february, 1945(Bloomsbury, 2004). Taylor explica el bombardeo por la existenciade 120 fábricas dedicadas a la industria de la guerra en Dresde,nudo ferroviario fundamental en la resistencia al Ejército Rojo, apesar de que la propaganda nazi la definiera como ciudad artística,“la Florencia del Elba”. Las bajas civiles, según Taylor, serían culpade las autoridades alemanas, responsables de la mala defensa y lapobre protección de los habitantes. El alegato de Taylor recuerda loque un piloto alemán declaraba a Müller: “En Coventry las fábricasde armamento estaban tan imbricadas con las zonas de viviendas,que era imposible distinguir entre objetivos militares y civiles”. Elbombardeo de Coventry en 1941 puso de moda la palabra “coven-trizar”, es decir, aniquilar una ciudad desde el aire.

Rolf-Dieter Müller considera la II Guerra Mundial “la guerramás sangrienta de la historia, una orgía de violencia y destrucciónque partió de Alemania y retornó a suelo germano en forma debombardeos”, y entiende que los crímenes nazis serían la causaindirecta de las bombas aliadas, “único medio de detener a losasesinos en masa”. Por otra parte, si la población civil trabajaba enla industria de la guerra y la victoria exigía la destrucción de lacapacidad industrial enemiga, los bombardeos no sólo tenían efec-

tos pedagógicos o morales, encaminados a disuadir al enemigo decontinuar el combate. Los “actos de terror y destrucción desenfre-nada”, como decía Churchill, cumplían el objetivo que, “con todaclaridad y franqueza”, exponía en el otoño de 1943 Arthur Harris,mariscal del Aire británico, citado por Müller: “La destrucción delas ciudades alemanas, la muerte de los trabajadores alemanes y ladesarticulación de la vida social civilizada en toda Alemania”. Elpunto concluyente de una historia de terror iniciada en la GuerraCivil española sería Japón, con Hiroshima y Nagasaki, dos explosio-nes atómicas que eclipsarían el bombardeo incendiario de otrasciudades niponas, recordado por uno de los entrevistados porLaurence Rees.

El buen fin de aniquilar el mal justificaría los bombardeosaliados. “Jehová llovió sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre yfuego”, dice la Biblia (Génesis, 19.24), traducida por Casiodoro deReina. “El humo subía de la tierra como el humo de un horno”.Bombas incendiarias arrasaron Hamburgo en la llamada Opera-ción Gomorra. La guerra se había convertido en golpe y contragol-pe, venganza recíproca. Las V-1 y V-2 que caían en 1945 sobreLondres, Bruselas y Amberes llevaban la V de Vergeltung, represa-lia, venganza. Y Represalia (Minúscula, 2006) es el nombre de lanovela de Gert Ledig, publicada en 1956, reeditada en 1999, yreivindicada por W. G. Sebald en Sobre la historia natural de ladestrucción (Anagrama, 2003). Ledig, voluntario en la Wehrmachta los 18 años, soldado en Rusia en un batallón de castigo, herido ymutilado, contó 69 minutos del bombardeo de una ciudad alema-na sin nombre, probablemente Múnich en julio de 1944, por estra-tos: de los aviones a los refugios convertidos en hornos cremato-rios, sin eludir el asfalto hirviente de las calles. La aparición deRepresalia condenó a su autor a ser “excluido de la memoriacultural”, dice Sebald. En 1956 “traspasaba los límites de lo que losalemanes estaban dispuestos a leer sobre su más reciente pasado”.

En la raíz de La risa del ogro, novela del francés Pierre Péju,otra vez encontramos la II Guerra Mundial, realidad mítica que daforma a la imaginación y las fábulas contemporáneas. “¿Cómopudieron los nazis disparar a bocajarro a niños y mujeres judíos?”,se preguntaba Laurence Rees en Los verdugos y las víctimas, trasveinte años tratando de encontrar la respuesta, y la misma pregun-ta se repiten sin fin los personajes de Péju, desde 1963 a 2037,

desde la adolescencia a la vejez. Unamatanza de judíos en Ucrania, perpe-trada en 1941 por las SS, es el princi-pio y núcleo de la novela, ocho díasseguidos de fusilamientos, registra-dos en el diario de un médico de laWehrmacht, y recordados por su hijaadolescente con un amigo francés,estudiante de alemán en verano.También el médico tuvo un amigo, elteniente Moritz, que un día se perdiócon sus hijos en el bosque, comoaquel oficial alemán que llevó de lamano a dos niños judíos al claro don-de los iban a matar. Pierre Péju esespecialista en el romanticismo ale-mán, biógrafo de E. T. A. Hoffmann yestudioso de los cuentos de hadas, yla Baviera de 1960 que imagina en Larisa del ogro, con su paz amnésica, esun país encantado, en traje regional,pantalones de cuero y chaqueta ne-gra bordada en plata, botones relu-cientes y una flor de edelweiss de as-ta de ciervo en los tirantes. Es un pa-raíso sin inocencia. Los adolescentescrecen, se separan, se reúnen paravolver a separarse, Clara y Paul, escul-tor y fotógrafa de guerra. El pasadoestá en el presente. Las guerras sesuceden, Argelia, Vietnam, Palestina,Líbano, Chechenia, Oriente. Clara

busca adivinar un secreto en sus fotos: cómo la maldad individualse multiplica en una inmensa espuma negra. Lo peor no lo capta lapelícula. Pierre Péju descubre la equivalencia entre el olvido delpasado y la indiferencia ante el presente. Los exterminados enmasa escapan a nuestra compasión. El bienestar individual escompatible con el horror masivo y remoto. La experiencia de la IIGuerra Mundial marca la mirada sobre las guerras de hoy, cuandofabular sobre las barbaridades nazis se ha convertido en un tópicoliterario en el que está resuelta de antemano toda duda sobre elbien y el mal. Pero el historiador británico Richard Overy (Por quéganaron los aliados, Tusquets, 2005), en una crítica a los supues-tos de Jörg Friedrich sobre los bombardeos de Alemania, se plan-teaba una posible duda razonable: “Parece difícil creer que lospaíses del mundo occidental mataran a más de 650.000 personaspara defender su particular versión de la civilización”. O

Los verdugos y las víctimas. Laurence Rees. Traducción de Antonio Prome-teo Moya. Crítica. Barcelona, 2008. 288 páginas.La muerte caía del cielo. Rolf-Dieter Müller. Traducción de Marc JiménezBuzzi. Destino. Barcelona, 2008. 384 páginas.La risa del ogro. Pierre Péju. Traducción de Teresa Clavel. Salamandra.Barcelona, 2008. 286 páginas.

LO QUE LOS HISTORIADORES han conve-nido en llamar la II Guerra Mundiales, en realidad, la historia de nume-rosas guerras que coincidieron en el

tiempo y provocaron en su conjunto la ma-yor hecatombe que han visto los siglos. Nohay una cifra precisa de muertos, pero sesabe que sumaron más de ochenta millonesde personas, lo que quiere decir que varioscientos de millones más resultaron heridas,que otros muchos cientos de millones sevieron desplazadas de sus hogares, queotros cientos de millones pasaron hambre ypenurias. Para describir el horror sufridopor la humanidad en el corto periodo deseis años, los periodistas, escritores e histo-riadores han intentado explicar que se trató,por primera vez, de una guerra que tuvo elcarácter de total, es decir, que afectó a lapoblación civil incluso en mayor númeroque a los militares movilizados para matar aotros militares. Eso, en cierto sentido, no esdel todo verdad. Basta mirar a las conquis-tas púnicas o romanas, por buscar un soloejemplo, cuando las huestes imperiales deuna ciudad o un Estado sitiaban una ciudady, cuando ésta caía, en un solo día se acaba-ba con toda, con absolutamente toda, la po-blación civil. Unos morían degollados; losque tenían suerte, pasaban a engrosar depor vida el gigantesco ejército de esclavosque proporcionaba mano de obra barata pa-ra el desarrollo económico del país o la ciu-dad de los vencedores.

También se ha dado en reducir, con elánimo de entenderlo, el fenómeno a unapretendida lucha entre los amantes de lalibertad y los defensores del totalitarismo.Eso es cierto sólo en parte, aunque sea ver-dad que el miedo a los totalitarismos erapalpable en los países democráticos antesde que estallara oficialmente la guerra entreGran Bretaña y Francia por un lado y Alema-nia por el otro, que es el punto que marca,en realidad, el inicio oficial del desastre.

Gran Bretaña estaba hasta ese momentoabsorta en otras preocupaciones, que se cen-traban en los problemas que le causaba elexpansionismo japonés en China y el resto

del lejano Oriente. Eso provocaba en los Go-biernos británicos el justificado miedo a per-der el imperio. La India, ni más ni menos,pero no sólo la India. Esa preocupación y laconciencia de que no tenía medios suficien-tes para afrontar dos guerras simultáneas(ni siquiera una según los más amedrenta-dos) llevó a Neville Chamberlain a echar to-da la carne en el asador con la política deapaciguamiento hacia la Alemania hitleria-na, y eso supuso en la práctica la condenade la República española y de la indepen-dencia de Checoslovaquia. Francia, por suparte, vivía una situación postraumática,por el recuerdo vivo de la enorme carniceríapadecida durante la guerra de 1914, quedejó al país con una generación entera dehombres muertos o mutilados. Además, losinestables Gobiernos franceses se sentíanimpotentes para actuar sin el apoyo decidi-do del Ejército de Gran Bretaña. No fue me-nor, en todo caso, la atención británica aldesarrollo del expansionismo ideológico dela URSS. Antes de que se produjera la inva-sión de Polonia por los Ejércitos de Hitler, laobsesión de los conservadores ingleses esta-ba también centrada en la máquina exporta-dora de revoluciones que era el Estado dirigi-do por Josif Stalin.

Cuando Gran Bretaña y Francia decidie-ron entrar en guerra contra Alemania no fuepor salvar la democracia en Polonia, cosaque no existía, ni por salvar al pueblo judíodel exterminio, algo sobre lo que existíanabundantes indicios pero no una completaconstancia. Fue porque las intenciones im-perialistas de Hitler habían quedado absolu-tamente al desnudo. La invasión de Franciaera predecible, formaba parte de la agendadel dictador alemán. La firma del pacto ger-mano-soviético en agosto de 1939, unosdías antes de que se produjera la invasiónconjunta de Polonia, obligó a Gran Bretañaa intervenir contra Alemania y a reforzar eldiscurso democrático contra el nazismo.

Hasta que en 1941 las tropas alemanasatacaron la URSS, cuando ya Francia estabapostrada y Gran Bretaña aislada, la esperan-za de que la guerra pudiera volcarse a favor

de las democracias fue decreciendo. Japónalimentó la esperanza cuando atacó PearlHarbour y decidió la entrada de Estados Uni-dos en la guerra.

Pero ésta se decidió sobre todo en dosescenarios: el frente ruso, donde los dos tota-litarismos chocaron con toda la potencia de

su industria bélica y sus gigantescos ejérci-tos; y el frente asiático, donde los america-nos lograron doblegar a los japoneses. Lodecisivo de la victoria americana en aquellaguerra, tan lejana para los españoles pese aque provocó ochenta millones de muertos,está contado en Némesis, de Max Hastings.Allí se produjeron los bombardeos más ex-terminadores, se crearon campos de concen-tración donde sucumbieron millones de per-sonas, se desarrolló la crueldad totalitariahasta sus más graves extremos. Desde unpunto de vista muy personal, la bestialidad

de los ocupantes japoneses de China, se des-cribe con exquisitez en la película de AngLee Deseo, peligro.

La URSS había pasado a ser, gracias aHitler y a Japón, un aliado de la democracia.Y su brutal y asesino dictador pudo conti-nuar con una tarea genocida del mismocalibre que la emprendida por Hitler o elemperador nipón pero sin respuesta de lapropaganda de sus aliados. Toda la produc-ción literaria, histórica y cinematográfica delos años posteriores está marcada por lacomplejidad de aquellos acontecimientos.Porque ha habido demasiadas cosas que ex-plicar. El apoyo a Stalin era, quizás, obliga-do, era la única vía para derrotar a Hitler,pero hizo que los campos de exterminio es-talinistas fueran dejados en el olvido; y en elinterior de la URSS muchos hombres y muje-res se dejaron liquidar con mansedumbreporque no eran capaces de renegar de losideales de la gran guerra patriótica que enca-bezaba Stalin. El nacionalismo ruso sustitu-yó al internacionalismo proletario con efica-cia devastadora. Y no se liquidó sólo a lossupuestos enemigos de la patria, sino que sepersiguió a judíos y otras minorías.

Cuando uno lee ese luminoso libro deVasili Grossman, Vida y destino, se puedellegar a comprender el significado de las acti-tudes de millones de rusos, y la helada ycruel potencia de los que un día daban untiro en la nuca a un compañero y al díasiguiente pasaban a engrosar la lista de losdepurados. Se puede concebir el gigantescoimpulso heroico de los defensores de Stalin-grado que eran, mientras tanto, puestos enla picota por la estructura del poder comu-nista. Desde hacía muchos años no se publi-caba en España un libro tan revelador, unlibro que, por extensión, puede hacer re-flexionar a muchos miles de luchadores anti-fascistas sobre su actitud hacia la URSS. Esaactitud que llevó a los comunistas francesesa sabotear los carros de combate de De Gau-lle cuando hacían frente a los invasores deGuderian, como contó hace pocos años Her-bert Lottman.

De los campos de concentración alema-

nes, del sueño de exterminio que encandilóa millones de alemanes, cómplices pasivosunos pero muchos de ellos activos, ya tenía-mos buena noticia a través de los textos dePrimo Levi, Jean Améry y Jorge Semprún.Porque son textos también sobre esa locuracolectiva de la II Guerra Mundial, insepara-bles de su historia. Lo que llevó a HannahArendt a describir la gran apuesta totalitariacomo el sistema donde los individuos, loshombres y las mujeres, carecen de impor-tancia, son irrelevantes. Eso es lo que salióderrotado de la guerra contra los nazis. Perolo que pervivió durante algunas décadas enla URSS. Los verdugos y las víctimas, de Law-rence Rees, trata de eso con una espléndidadocumentación. Otra referencia de Arendt,hecha años después, cuando asistió al juiciodel criminal Adolf Eichmann, es su descubri-miento de la “banalidad del mal”. En el fon-do de un libro tan marketeado como Lasbenévolas, de Jonathan Littell, late algo deeso, en su desmesurado y escatológico em-peño por demostrar que los que mataban asangre fría, los que quemaban judíos vivos,los que violaban mujeres sin ponerse nadaen cuestión, podían ser hombres educadoscapaces de escuchar con deleite a Mozart.

Hay dos libros escritos por ingleses quedeben formar parte del acervo de quienquiera conocer más razones y más motiva-ciones: La guerra que había que ganar, deWilliamson Murray y Allan R. Mollet, y elgran clásico Historia de la II Guerra Mundialdesde el punto de vista de la política inglesa,escrito por Winston Churchill, que fue elpolítico que supo desde antes de que co-menzara que aquella guerra había que afron-tarla, a pesar de que sus costes iban a serdesmesurados, esos costes que resumió conlucidez como de “sangre, sudor y lágrimas”.La actitud de Churchill, cuando ahora lee-mos una ingente cantidad de informaciónsobre la II Guerra Mundial, le convierte enalguien cada vez más importante, en un refe-rente no sólo político sino moral.

Un diluvio de libros. Para los españolestiene eso, además, una virtud, estando co-mo estamos pensando en nuestra historiaincivil, sin considerar que sólo en el sitio deLeningrado murieron cuatro veces más per-sonas que en toda nuestra guerra. O

Jorge Martínez-Reverte es novelista e historia-dor. Es autor de La batalla de Madrid y La batalladel Ebro. Su próximo libro es Asturias 1962. Lafuria y el silencio (Espasa Calpe).

La fascinación por la gran hecatombeEl mayor conflicto de la historia, entre 1939 y 1945, nutre una enorme bibliografía. Por Jorge Martínez-Reverte

Cuestiones moralesPróximamente se editarán libros de Laurence Rees, Rolf-Dieter Müller y Pierre Péju

Dos carteros de la ciudad británica de Coventry buscan direcciones tras los bombardeos nazis de 1940. Foto: George Rodger

Toda la producciónliteraria, histórica ycinematográfica haestado marcada por lacomplejidad del conflicto

Una cabina tras un bombardeo en Londres (1939). Foto: George RodgerFue la primera guerra quetuvo el carácter de total,que afectó a la poblacióncivil en mayor númeroque a los militares

EN PORTADA / Reportaje

8 EL PAÍS BABELIA 12.01.08

Por Justo Navarro

LA II GUERRA MUNDIAL es hoy la lente a través de la quevemos nuestras guerras: el choque entre Bien y Mal,aliados y nazis, la personificación del diablo en el jefeenemigo, Hitler, por ejemplo, como viene a recordarnos

el cartel americano de 1942 reproducido en la portada de laúltima y visionaria novela de Norman Mailer, El castillo en elbosque (Anagrama, 2007), con su eslogan religioso, “líbranos delmal”, sobre la imagen de una niña que sufre atrapada en losbrazos de la cruz gamada. Fue la guerra absoluta, la enemistadabsoluta con el enemigo, la ratificación de que, como decía CarlSchmitt, la distinción entre amigos y enemigos es lo más impor-tante en la guerra y en la política. Y la guerra de la enemistadabsoluta no conoce limitaciones: “Encuentra su sentido y sulegitimidad”, apuntaba Schmitt, “en la voluntad de llegar a lasmás extremas consecuencias”.

La conversión del enemigo en demonio o monstruo acabasugiriendo la posible presencia de monstruos en nuestro bandoamigo. Laurence Rees, autor de Auschwitz, los nazis y la soluciónfinal (Crítica, 2005), publica ahora Los verdugos y las víctimas,35 entrevistas en las que se mezcla la reflexión y la conversacióncon los supervivientes de la carnicería. “Tengo la sospecha deque soy la persona viva que ha conocido a más genocidas de laII Guerra Mundial”, dice Rees, que presume de haber habladocon “violadores, asesinos y caníbales”. Pero también entrevista ahéroes que, a su pesar, hubieron de afrontar las peores atrocida-des imaginables. Rees trabaja fundamentalmente para las cáma-ras de televisión, ante las que ha querido reconstruir el pasadocon perspicacia periodística y paciencia detectivesca. La televi-sión se ha convertido en una fuente generosa de historia oral, yRees ha sentado ante la cámara a veteranos de las SS, kamikazes,soviéticos, oficiales ingleses, un belga nazi tuerto y manco, prisio-neros de campos de exterminio, actrices que recuerdan los mara-villosos ojos azules de Hitler, un americano que bombardeó To-kio y todavía siente el olor a orina y excrementos quemados. Songente normal que ha pasado por experiencias excepcionales. Lasvíctimas siguen doloridas. Los criminales defienden su derecho aactuar en cumplimiento del deber,de acuerdo con las circunstanciasdel momento. No se arrepienten. Y,como dice Rees, el objetivo del traba-jo sería entender esta aberración.

Theodor Plote, personal de tierrade la Luftwaffe durante la campañacontra Polonia y Gran Bretaña, re-cuerda la guerra como una gran aven-tura. “Nos decían: el soldado no de-be pensar, mejor dejarlo para los ca-ballos que tienen la cabeza más gran-de”. Su testimonio aparece en Lamuerte caída del cielo. Historia delos bombardeos durante la SegundaGuerra Mundial, de Rolf-Dieter Mü-ller, con la colaboración de FlorianHuber y Johannes Eglau. Müller fueel primero en investigar, junto al pe-riodista Rudibert Kunz, el uso de gastóxico en la guerra española del Riff,entre 1921 y 1927. Ahora escribe lahistoria de la guerra en el aire, desdeel conflicto italo-turco de 1911 hastalos bombardeos sobre Alemania y Ja-pón en 1945. Y, si en algún momentoparece adherirse a la línea iniciadapor Jörg Friedrich en El incendio(Taurus, 2005), donde los bombar-deos finales de las ciudades alemanasson presentados como crímenes deguerra, Müller llega a conclusionesmuy distintas, aún más radicales, en mi opinión, que las que ofreceFrederick Taylor en su Dresdem: Tuesday, 13 february, 1945(Bloomsbury, 2004). Taylor explica el bombardeo por la existenciade 120 fábricas dedicadas a la industria de la guerra en Dresde,nudo ferroviario fundamental en la resistencia al Ejército Rojo, apesar de que la propaganda nazi la definiera como ciudad artística,“la Florencia del Elba”. Las bajas civiles, según Taylor, serían culpade las autoridades alemanas, responsables de la mala defensa y lapobre protección de los habitantes. El alegato de Taylor recuerda loque un piloto alemán declaraba a Müller: “En Coventry las fábricasde armamento estaban tan imbricadas con las zonas de viviendas,que era imposible distinguir entre objetivos militares y civiles”. Elbombardeo de Coventry en 1941 puso de moda la palabra “coven-trizar”, es decir, aniquilar una ciudad desde el aire.

Rolf-Dieter Müller considera la II Guerra Mundial “la guerramás sangrienta de la historia, una orgía de violencia y destrucciónque partió de Alemania y retornó a suelo germano en forma debombardeos”, y entiende que los crímenes nazis serían la causaindirecta de las bombas aliadas, “único medio de detener a losasesinos en masa”. Por otra parte, si la población civil trabajaba enla industria de la guerra y la victoria exigía la destrucción de lacapacidad industrial enemiga, los bombardeos no sólo tenían efec-

tos pedagógicos o morales, encaminados a disuadir al enemigo decontinuar el combate. Los “actos de terror y destrucción desenfre-nada”, como decía Churchill, cumplían el objetivo que, “con todaclaridad y franqueza”, exponía en el otoño de 1943 Arthur Harris,mariscal del Aire británico, citado por Müller: “La destrucción delas ciudades alemanas, la muerte de los trabajadores alemanes y ladesarticulación de la vida social civilizada en toda Alemania”. Elpunto concluyente de una historia de terror iniciada en la GuerraCivil española sería Japón, con Hiroshima y Nagasaki, dos explosio-nes atómicas que eclipsarían el bombardeo incendiario de otrasciudades niponas, recordado por uno de los entrevistados porLaurence Rees.

El buen fin de aniquilar el mal justificaría los bombardeosaliados. “Jehová llovió sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre yfuego”, dice la Biblia (Génesis, 19.24), traducida por Casiodoro deReina. “El humo subía de la tierra como el humo de un horno”.Bombas incendiarias arrasaron Hamburgo en la llamada Opera-ción Gomorra. La guerra se había convertido en golpe y contragol-pe, venganza recíproca. Las V-1 y V-2 que caían en 1945 sobreLondres, Bruselas y Amberes llevaban la V de Vergeltung, represa-lia, venganza. Y Represalia (Minúscula, 2006) es el nombre de lanovela de Gert Ledig, publicada en 1956, reeditada en 1999, yreivindicada por W. G. Sebald en Sobre la historia natural de ladestrucción (Anagrama, 2003). Ledig, voluntario en la Wehrmachta los 18 años, soldado en Rusia en un batallón de castigo, herido ymutilado, contó 69 minutos del bombardeo de una ciudad alema-na sin nombre, probablemente Múnich en julio de 1944, por estra-tos: de los aviones a los refugios convertidos en hornos cremato-rios, sin eludir el asfalto hirviente de las calles. La aparición deRepresalia condenó a su autor a ser “excluido de la memoriacultural”, dice Sebald. En 1956 “traspasaba los límites de lo que losalemanes estaban dispuestos a leer sobre su más reciente pasado”.

En la raíz de La risa del ogro, novela del francés Pierre Péju,otra vez encontramos la II Guerra Mundial, realidad mítica que daforma a la imaginación y las fábulas contemporáneas. “¿Cómopudieron los nazis disparar a bocajarro a niños y mujeres judíos?”,se preguntaba Laurence Rees en Los verdugos y las víctimas, trasveinte años tratando de encontrar la respuesta, y la misma pregun-ta se repiten sin fin los personajes de Péju, desde 1963 a 2037,

desde la adolescencia a la vejez. Unamatanza de judíos en Ucrania, perpe-trada en 1941 por las SS, es el princi-pio y núcleo de la novela, ocho díasseguidos de fusilamientos, registra-dos en el diario de un médico de laWehrmacht, y recordados por su hijaadolescente con un amigo francés,estudiante de alemán en verano.También el médico tuvo un amigo, elteniente Moritz, que un día se perdiócon sus hijos en el bosque, comoaquel oficial alemán que llevó de lamano a dos niños judíos al claro don-de los iban a matar. Pierre Péju esespecialista en el romanticismo ale-mán, biógrafo de E. T. A. Hoffmann yestudioso de los cuentos de hadas, yla Baviera de 1960 que imagina en Larisa del ogro, con su paz amnésica, esun país encantado, en traje regional,pantalones de cuero y chaqueta ne-gra bordada en plata, botones relu-cientes y una flor de edelweiss de as-ta de ciervo en los tirantes. Es un pa-raíso sin inocencia. Los adolescentescrecen, se separan, se reúnen paravolver a separarse, Clara y Paul, escul-tor y fotógrafa de guerra. El pasadoestá en el presente. Las guerras sesuceden, Argelia, Vietnam, Palestina,Líbano, Chechenia, Oriente. Clara

busca adivinar un secreto en sus fotos: cómo la maldad individualse multiplica en una inmensa espuma negra. Lo peor no lo capta lapelícula. Pierre Péju descubre la equivalencia entre el olvido delpasado y la indiferencia ante el presente. Los exterminados enmasa escapan a nuestra compasión. El bienestar individual escompatible con el horror masivo y remoto. La experiencia de la IIGuerra Mundial marca la mirada sobre las guerras de hoy, cuandofabular sobre las barbaridades nazis se ha convertido en un tópicoliterario en el que está resuelta de antemano toda duda sobre elbien y el mal. Pero el historiador británico Richard Overy (Por quéganaron los aliados, Tusquets, 2005), en una crítica a los supues-tos de Jörg Friedrich sobre los bombardeos de Alemania, se plan-teaba una posible duda razonable: “Parece difícil creer que lospaíses del mundo occidental mataran a más de 650.000 personaspara defender su particular versión de la civilización”. O

Los verdugos y las víctimas. Laurence Rees. Traducción de Antonio Prome-teo Moya. Crítica. Barcelona, 2008. 288 páginas.La muerte caía del cielo. Rolf-Dieter Müller. Traducción de Marc JiménezBuzzi. Destino. Barcelona, 2008. 384 páginas.La risa del ogro. Pierre Péju. Traducción de Teresa Clavel. Salamandra.Barcelona, 2008. 286 páginas.

LO QUE LOS HISTORIADORES han conve-nido en llamar la II Guerra Mundiales, en realidad, la historia de nume-rosas guerras que coincidieron en el

tiempo y provocaron en su conjunto la ma-yor hecatombe que han visto los siglos. Nohay una cifra precisa de muertos, pero sesabe que sumaron más de ochenta millonesde personas, lo que quiere decir que varioscientos de millones más resultaron heridas,que otros muchos cientos de millones sevieron desplazadas de sus hogares, queotros cientos de millones pasaron hambre ypenurias. Para describir el horror sufridopor la humanidad en el corto periodo deseis años, los periodistas, escritores e histo-riadores han intentado explicar que se trató,por primera vez, de una guerra que tuvo elcarácter de total, es decir, que afectó a lapoblación civil incluso en mayor númeroque a los militares movilizados para matar aotros militares. Eso, en cierto sentido, no esdel todo verdad. Basta mirar a las conquis-tas púnicas o romanas, por buscar un soloejemplo, cuando las huestes imperiales deuna ciudad o un Estado sitiaban una ciudady, cuando ésta caía, en un solo día se acaba-ba con toda, con absolutamente toda, la po-blación civil. Unos morían degollados; losque tenían suerte, pasaban a engrosar depor vida el gigantesco ejército de esclavosque proporcionaba mano de obra barata pa-ra el desarrollo económico del país o la ciu-dad de los vencedores.

También se ha dado en reducir, con elánimo de entenderlo, el fenómeno a unapretendida lucha entre los amantes de lalibertad y los defensores del totalitarismo.Eso es cierto sólo en parte, aunque sea ver-dad que el miedo a los totalitarismos erapalpable en los países democráticos antesde que estallara oficialmente la guerra entreGran Bretaña y Francia por un lado y Alema-nia por el otro, que es el punto que marca,en realidad, el inicio oficial del desastre.

Gran Bretaña estaba hasta ese momentoabsorta en otras preocupaciones, que se cen-traban en los problemas que le causaba elexpansionismo japonés en China y el resto

del lejano Oriente. Eso provocaba en los Go-biernos británicos el justificado miedo a per-der el imperio. La India, ni más ni menos,pero no sólo la India. Esa preocupación y laconciencia de que no tenía medios suficien-tes para afrontar dos guerras simultáneas(ni siquiera una según los más amedrenta-dos) llevó a Neville Chamberlain a echar to-da la carne en el asador con la política deapaciguamiento hacia la Alemania hitleria-na, y eso supuso en la práctica la condenade la República española y de la indepen-dencia de Checoslovaquia. Francia, por suparte, vivía una situación postraumática,por el recuerdo vivo de la enorme carniceríapadecida durante la guerra de 1914, quedejó al país con una generación entera dehombres muertos o mutilados. Además, losinestables Gobiernos franceses se sentíanimpotentes para actuar sin el apoyo decidi-do del Ejército de Gran Bretaña. No fue me-nor, en todo caso, la atención británica aldesarrollo del expansionismo ideológico dela URSS. Antes de que se produjera la inva-sión de Polonia por los Ejércitos de Hitler, laobsesión de los conservadores ingleses esta-ba también centrada en la máquina exporta-dora de revoluciones que era el Estado dirigi-do por Josif Stalin.

Cuando Gran Bretaña y Francia decidie-ron entrar en guerra contra Alemania no fuepor salvar la democracia en Polonia, cosaque no existía, ni por salvar al pueblo judíodel exterminio, algo sobre lo que existíanabundantes indicios pero no una completaconstancia. Fue porque las intenciones im-perialistas de Hitler habían quedado absolu-tamente al desnudo. La invasión de Franciaera predecible, formaba parte de la agendadel dictador alemán. La firma del pacto ger-mano-soviético en agosto de 1939, unosdías antes de que se produjera la invasiónconjunta de Polonia, obligó a Gran Bretañaa intervenir contra Alemania y a reforzar eldiscurso democrático contra el nazismo.

Hasta que en 1941 las tropas alemanasatacaron la URSS, cuando ya Francia estabapostrada y Gran Bretaña aislada, la esperan-za de que la guerra pudiera volcarse a favor

de las democracias fue decreciendo. Japónalimentó la esperanza cuando atacó PearlHarbour y decidió la entrada de Estados Uni-dos en la guerra.

Pero ésta se decidió sobre todo en dosescenarios: el frente ruso, donde los dos tota-litarismos chocaron con toda la potencia de

su industria bélica y sus gigantescos ejérci-tos; y el frente asiático, donde los america-nos lograron doblegar a los japoneses. Lodecisivo de la victoria americana en aquellaguerra, tan lejana para los españoles pese aque provocó ochenta millones de muertos,está contado en Némesis, de Max Hastings.Allí se produjeron los bombardeos más ex-terminadores, se crearon campos de concen-tración donde sucumbieron millones de per-sonas, se desarrolló la crueldad totalitariahasta sus más graves extremos. Desde unpunto de vista muy personal, la bestialidad

de los ocupantes japoneses de China, se des-cribe con exquisitez en la película de AngLee Deseo, peligro.

La URSS había pasado a ser, gracias aHitler y a Japón, un aliado de la democracia.Y su brutal y asesino dictador pudo conti-nuar con una tarea genocida del mismocalibre que la emprendida por Hitler o elemperador nipón pero sin respuesta de lapropaganda de sus aliados. Toda la produc-ción literaria, histórica y cinematográfica delos años posteriores está marcada por lacomplejidad de aquellos acontecimientos.Porque ha habido demasiadas cosas que ex-plicar. El apoyo a Stalin era, quizás, obliga-do, era la única vía para derrotar a Hitler,pero hizo que los campos de exterminio es-talinistas fueran dejados en el olvido; y en elinterior de la URSS muchos hombres y muje-res se dejaron liquidar con mansedumbreporque no eran capaces de renegar de losideales de la gran guerra patriótica que enca-bezaba Stalin. El nacionalismo ruso sustitu-yó al internacionalismo proletario con efica-cia devastadora. Y no se liquidó sólo a lossupuestos enemigos de la patria, sino que sepersiguió a judíos y otras minorías.

Cuando uno lee ese luminoso libro deVasili Grossman, Vida y destino, se puedellegar a comprender el significado de las acti-tudes de millones de rusos, y la helada ycruel potencia de los que un día daban untiro en la nuca a un compañero y al díasiguiente pasaban a engrosar la lista de losdepurados. Se puede concebir el gigantescoimpulso heroico de los defensores de Stalin-grado que eran, mientras tanto, puestos enla picota por la estructura del poder comu-nista. Desde hacía muchos años no se publi-caba en España un libro tan revelador, unlibro que, por extensión, puede hacer re-flexionar a muchos miles de luchadores anti-fascistas sobre su actitud hacia la URSS. Esaactitud que llevó a los comunistas francesesa sabotear los carros de combate de De Gau-lle cuando hacían frente a los invasores deGuderian, como contó hace pocos años Her-bert Lottman.

De los campos de concentración alema-

nes, del sueño de exterminio que encandilóa millones de alemanes, cómplices pasivosunos pero muchos de ellos activos, ya tenía-mos buena noticia a través de los textos dePrimo Levi, Jean Améry y Jorge Semprún.Porque son textos también sobre esa locuracolectiva de la II Guerra Mundial, insepara-bles de su historia. Lo que llevó a HannahArendt a describir la gran apuesta totalitariacomo el sistema donde los individuos, loshombres y las mujeres, carecen de impor-tancia, son irrelevantes. Eso es lo que salióderrotado de la guerra contra los nazis. Perolo que pervivió durante algunas décadas enla URSS. Los verdugos y las víctimas, de Law-rence Rees, trata de eso con una espléndidadocumentación. Otra referencia de Arendt,hecha años después, cuando asistió al juiciodel criminal Adolf Eichmann, es su descubri-miento de la “banalidad del mal”. En el fon-do de un libro tan marketeado como Lasbenévolas, de Jonathan Littell, late algo deeso, en su desmesurado y escatológico em-peño por demostrar que los que mataban asangre fría, los que quemaban judíos vivos,los que violaban mujeres sin ponerse nadaen cuestión, podían ser hombres educadoscapaces de escuchar con deleite a Mozart.

Hay dos libros escritos por ingleses quedeben formar parte del acervo de quienquiera conocer más razones y más motiva-ciones: La guerra que había que ganar, deWilliamson Murray y Allan R. Mollet, y elgran clásico Historia de la II Guerra Mundialdesde el punto de vista de la política inglesa,escrito por Winston Churchill, que fue elpolítico que supo desde antes de que co-menzara que aquella guerra había que afron-tarla, a pesar de que sus costes iban a serdesmesurados, esos costes que resumió conlucidez como de “sangre, sudor y lágrimas”.La actitud de Churchill, cuando ahora lee-mos una ingente cantidad de informaciónsobre la II Guerra Mundial, le convierte enalguien cada vez más importante, en un refe-rente no sólo político sino moral.

Un diluvio de libros. Para los españolestiene eso, además, una virtud, estando co-mo estamos pensando en nuestra historiaincivil, sin considerar que sólo en el sitio deLeningrado murieron cuatro veces más per-sonas que en toda nuestra guerra. O

Jorge Martínez-Reverte es novelista e historia-dor. Es autor de La batalla de Madrid y La batalladel Ebro. Su próximo libro es Asturias 1962. Lafuria y el silencio (Espasa Calpe).

La fascinación por la gran hecatombeEl mayor conflicto de la historia, entre 1939 y 1945, nutre una enorme bibliografía. Por Jorge Martínez-Reverte

Cuestiones moralesPróximamente se editarán libros de Laurence Rees, Rolf-Dieter Müller y Pierre Péju

Dos carteros de la ciudad británica de Coventry buscan direcciones tras los bombardeos nazis de 1940. Foto: George Rodger

Toda la producciónliteraria, histórica ycinematográfica haestado marcada por lacomplejidad del conflicto

Una cabina tras un bombardeo en Londres (1939). Foto: George RodgerFue la primera guerra quetuvo el carácter de total,que afectó a la poblacióncivil en mayor númeroque a los militares

EL PAÍS BABELIA 12.01.08 9