la fábrica de porcelana i

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    PAIDS ESTADO Y SOCIEDADColeccin dirigida por Carme Castells

    ltimos ttulos publicados:

    117. L. Tsouk alis, Q u Europa querem os?118. A. Negri, Guas. Cinco lecciones en tom o a Imperio119. V. Fisas, Procesos de paz y negociacin en conflictos armados120. B. R. Barb er, El im perio del miedo121. M. Walzer,Reflexio nes sobre la guerra122. S. P. Hun tington , Q uines som os? Los desafios a la identidad na-

    cional estadounidense123. J. Rifkin,El sueo europeo. Cmo la visin europea del fu turo est

    eclipsando el sueo americano124. U. Beck, Poder y contrapoder en la era global125. CL Bbar y Ph . Mani re,Acabarn con el capitalismo126. Z. Bauman, Vidas desperdiciadas127. Z . Brzezinski ,El dilema d e EE. UU.128. N. Chomsky, Sobre democracia y educacin, voi. 1129. N. Chomsky, Sobre democracia y educacin, voi. 2130. H. Joas, Guerra y modernidad131. R. Dahrendorf,En busca de un nuevo orden. Una poltica de la

    libertad para el siglo XX I132. U. Beck,La mirada, cosmopolita o la guerra es la paz134. T. Pogge,La pobreza en el m undo y los derechos hum anos135. A. Touraine, Un nu evo paradigma137. M. Yunus, El banquero de los pobres138. U. Beck y E. Gran de, La Europa cosmopolita139. P. Arrojo,El reto tico d e la nueva cultura d el agua

    140. J. Gray, Contra el progreso y otras ilusiones ;141. Y. Vander bor gh t y Ph. Van Parijs,La renta bsica. Una medidaeficaz para luchar contra la pobreza

    142. A. Negri,M ov im ientos en el Im perio. Pasajes y paisajes143. Z. Bauman, Vida lquida144. V. Shiva,Manifiest o para una Dem ocracia de la T ierra145. M. C. Nu ssbau m, Las fron teras de la justicia146. Z. Bauman,M iedo lquido147. A. Negri, Goodby e M r. Socialism148. N. Chomsk y y G. Achcar, Estados peligrosos . O rient e Medio

    y la pol tica ext erior estadounidense149. A. Touraine,E l m undo de las m ujeres150. A. Touraine,E l m n de les dones151. N. Klein,La doctrina del shock152. J. Attali,Breve hist oria d el fu turo153. A. Giddens, Europ a en la era global

    154. R. Dworkin,La democracia pos ible. Principios para un nuevo debate poltico

    155. U . Beck, La sociedad del riesgo m undial156. A. Negri,La fbrica d e porcelana

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    Antonio Negn

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    La fbricade porcelanaJT

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    Ttulo original: "Fabrique de porcelaine. Pour un e nou vellegrammaire du politique

    Tradu ccin de Susana Lauro

    Cubierta de Jaime Fernnd ez

    Qu edan rigurosamente prohibidas, sin la a utorizacin escrita de los titulares

    de l copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin totalo parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ella m ediante alquiler o prstamo p blicos.

    ditions Stock, 2006 2008 de la tradu ccin, Susana Lauro X 2008 de todas las ediciones en castellano, V-?

    Ediciones Paids Ibrica, S.A.,Av Diagon al, 662-664 - 08034 Barcelonawww.paidos.com

    ISBN: 978-84-493-2098-9Depsito legal: M-3.200/2008

    Impreso en Brosmac, S.L.Pol. Ind. Arroyomolinos, 1, calle C, 31 -28932 Mstoles (Madrid)

    Imp reso en Espaa - Printed in Spain

    http://www.paidos.com/http://www.paidos.com/
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    S U M A R I O

    P r e fa c io .................................................................... 9

    Taller n 1Mod erno y posm odern o: la cesu ra ....................... 17

    Taller n 2El trabajo de la mu ltitud y el tejido biopoltico 37

    Taller n 3Entre la globalxzacin y el xodo: la paz y la guerra 59

    Taller n 4Ms all de lo pr ivado y de lo pblico: lo comn 79

    Taller n 5La crtica del posmodernismo como resistenciam a r g i n a l.................................................................... 99

    Taller n 6

    Diferencia y resistencia. Del conocimiento de la

    cesura posmoderna a la constitucin ontolgica

    del p o r -v en ir ............................................................. 115

    Taller n 7

    Del derecho a la resistencia al poder constituyente 137

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    Taller n 8Gobierno y gobernanza. Por una crtica de lasform as de gobiern o.............................................. 159

    Tallern 9Decisin y or gan izacin .......................................... 177

    Taller n 10El tiempo de la liberta d c o m n ........................... 199

    Con clu sin ................................................................. 211

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    PREFACIO

    Estas clases, dictadas en 2004-2005 en el Collge In ternational de Philosophie, en Pars, tienen po r cometidocaptar el pasaje que va de la mod ernidad a la posmod ernidad en los anlisis de la ciencia poltica y de la filosofa.Su pu nto d e partida ha sido, ante todo, el intento por delimitar el lenguaje poltico corresp ond iente a esa transicin.Por lo tan to, haba pensado en d arle por ttulo a esta obraUna nueva gramtica de la poltica. Realmente he logradodelinear algunas pistas de investigacin y definir concep tos y categoras nuevos para decir el cambio qu e hoy nosafecta? Es el lector quien debe juzgarlo con su lectura.

    El programa de clases haba sido concebido de lasiguiente manera:

    M odern o y posm odern o. Ckndo se dice entre lomoderno y lo posmoderno, se sobreentiende una mutacin del paradigma del discurso sobre lo poltico. Enconsecuencia, el seminario estar ded icad o a la investigacin y a la definicin del concepto de d emocracia enla poca posmoderna entendiendo por posmoderno el conjun to d e formas cultu rales, de etiquetas ideo

    lgicas y de dispositivos institucionales que son posteriores a la crisis del Estado-nacin, y que toman parteen el proceso de formacin de la soberana imperial.

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    Biopoderes y biopolt ica. En la segunda par te d el seminario, trataremos de dar cuenta de las diferenciasque estn en juego entre los conceptos polticos delpensamiento moderno del Estado y los del Imperioposmoderno. Esas diferencias se articulan bsicamenteen la dimensin delBios y de su anclaje en el centro dela definicin de lo poltico. Confrontaremos por lo tanto las diferentes concepciones de la biopoltica, teniendo en cuenta a la vez su gnesis y sus efectos. Insistire

    mos, por otra parte, en la diferencia fundamental queexiste entre los biopod eres y la biopoltica.N uevo lxico pol t ico. Para concluir, trataremos de

    abrir una discusin terica sobre la posibilidad de unnu evo vocabu lario poltico. Se tratar, en consecuen cia,de redefinir en el horizonte posmoderno y en relacin con las contradicciones polticas que de all emergieron conceptos claves como soberana, ciudadana,der echo, comn , individual, colectivo, privado/ p bli-co, paz, guerra, multitud, poder constituyente, etc.

    Yo haba ya intentad o una em presa parecida en estos ltimos aos en un ciclo de lecciones d ictadas enla universidad La Sapienza, de Roma, y tambin, durante los ciclos de conferencias en Catalua y en la Mellon Fundation de Pittsburgh. Haba desarrollado elproyecto tratando de mostrar que era posible una nueva d efinicin del camp o poltico, aunque no era fcil. Eldebate ha ba sido abierto con la p ublicacin de d os demis libros en Italia, traducidos a continuacin aqu yall: Gu ide y M ovim ent i n ell Imperio (Raffaello Cortina

    Ed itore, 2002 y 2006).

    * Traducidos al castellano como Guas. Cinco lecciones en tor

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    lismo, de ser un vulgar mistificador cuando yo intentaba reinventar una persp ectiva comu nista para los tiempos futuros. Me dijeron d e todo, se me acusaba d e traicin. Era bastante incomprensible y tambin bastantevulgar y haca falta tener u n sentido del hum or bastante d esarrollado para med ir toda la irona d e la situacin: yo haba estado condenado una buena cantidadde aos en prisin para terminar insultado como unvendido, y necesit recurrir a Spinoza para rerme de

    esos ultim i barbarorum .Los cuestionam ientos continuaron d urante algunassesiones. Aumentaron cuando declar m apoyo a lacampaa por el s al referndum sobre el TratadoConstitucional Europeo. Me pareca en ese momento y ahora m e lo sigue par eciend o an m s qu e solamente Europa permitira construir un campo polticoque corresponda a las ms recientes transformacionesde la conflictividad social, y que era estratgicamenteesencial para una verdadera poltica de las multitudes ala escala d e la mu nd ializacin.

    Pero, entonces, cmo debera llamar a este libro?Diez lecciones a un pblico rabioso con volu n tad deconvencerlos? Debo confesar que lo pens seriamente.Por otra parte, todo eso me recordaba un episodio anlogo, cuando, a mediados de los aos 1980, por primera vez, haba intentado cuestionar el vocabulario de laizquierda. En ese mom ento, yo haba escrito un pequ eo libro, qu e apareci d e man era confidencial en Italia,cuando comenzaba mi exilio en Pars y que circulababajo los abrigos: llevaba po r ttulo Fabbriche d el sogget-

    to, lo que podra traducirse por fbr icas de su jetos, ode un modo todava ms feo pero tal vez ms exacto Fbricas del sujeto. Por qu no llamar al nuevo

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    Prefacio 13

    libro, veinte aos despus, Fbricas del sujeto n 2?Acaso no se trataba de la segunda parte de un proyecto iniciado en aquella poca, y que trataba precisamente de formular la necesidad de una refundacin del lenguaje poltico en funcin de las transformaciones delcampo poltico?

    Lamen tablemente, el ttulo sonaba mal en francs ylo que es estticamente desagradable nunca es cientficamente til! Por otra part e, el problema n o era que con

    el trmino fbrica se entendiera que la propuesta eradar conceptos manufacturados, sino que se tratabade captar el devenir de una transformacin conceptualque era mucho ms comprometedora que aquello.

    En realidad , yo tena en mente dos cosas. La pr imera era una invitacin colectiva a todos los investigadoresde buena voluntad para qu e se dedicasen a la redaccin de un nuevo vocabulario posmoderno del campo poltico:Qu formidable experiencia poda llegar a ser! Creoespero que se entienda de ese modo que la invitacin se mantiene todava hoy, y nunca ha tenido ms

    sentido. La segunda era asumir plenamente esa suertede doble verdad ante la cual nos encontram os de forma inevitable cuando tocamos el tema de la modificacin de los ejes y de los trminos de una poltica deizquierda. La doble verdad en cuestin, que nos empu ja a no d ecir siemp re las cosas de la misma m anera atodos, hoy no la elegimos por odio al enemigo comode hecho ocurr a en la historia med ieval , sino, por elcontrario, por amor a la amistad. Estoy convencido deque nuestro discurso debe ante todo dirigirse a los so

    cialistas y a los comu nistas qu e han vivido honestamente, y que han p ensad o su prop ia experiencia en los antiguos trminos d ialcticos d el marxismo-leninismo. Son

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    ellos, ante tod o, quienes deben ser acomp aad os en estedescubrimiento de un nuevo campo de investigacin y deluchas porqu e, con mucha frecuencia, son tam bin ellosquienes, cuando todos ramos ms jvenes, nos acompa aron a las fbr icas, en las luchas obreras, y nos hanofrecido toda la riqueza del saber comunista. Aqu latica es ms imp ortan te qu e la lgica, y p oco imp orta sipara ello hace falta que la lgica funcione bajo el rgimen de la doble verdad. Desde luego, esto no vale

    para todos y en todas partes, pero a m me basta conque valga para hoy, en nuestra situacin de transicin.Una situacin en la que todos los que eligen hacersemu ltitud p ara construir un nuevo horizonte poltico d ecambio rad ical sientan la necesidad de inventar un nu evo lenguaje a la altura de sus esperanzas y capaz de seguir sus dinmicas: un lenguaje que pueda redisear lalnea flexible de la curva marxiana con un vigor reencontrado.

    Se me dir que siempre queda el peligro de dar pis

    tas a quienes nos mand an para que pu edan d ominam osms. Eso no me asusta: la experiencia nos ensea quelos hombres del capitalismo y de la derecha reaccionaria son menos inteligentes de lo qu e debieran.

    Es as como empezamos a avanzar en el proyecto.Estas lecciones se fueron convirtiendo poco a poco enpequeos talleres conceptuales de reflexin compartida, de saber comn. Es cierto que, a veces, debamostrabajar en un clima que hu biramos pr eferido ms sereno, menos violentamente conflictivo, menos gratuitamente brutal; pero, muy a menudo tambin, hacamosun recorrido sumamente gratificante: aun en la discusin ms encarnizada, haba la apertura a un cuestiona-miento sin pr ejuicios.

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    Prefacio 15

    Un cuestionamiento apasionante y lleno de expectativas, pero todava frgil. Al comienzo de este prefacio, yo hablaba d e los diferentes ttu los en los qu e habapensado pa ra este libro. Olvidan do todos mis escrp ulos y mis dud as, termin op tando p or La fbrica de porcelana. Quienes conocen mi legendaria torpeza se sonreirn seguramente ante la imagen. Sin embargo, noslo se trata de la gracia del elefante, que., como sabemos, es proverbial. En estas lecciones hay, creo, la pre

    sencia de un soplo comn, pero tambin una suerte degran borrasca que sacude todas las existencias en esteextra o mun do nu estro, y que fragiliza las esperanzas ylos intentos, las expectativas y los movimientos. Es ungran viento: nosotros sabem os lo parecido que es a esasbrisas de primavera que abofetean los rostros, pero qu edejan a su paso el cielo lmpido y la naturaleza vivificada, para que se afirmen potencias de vida nuevas y luchas victoriosas.

    Pars, abril de 2006

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    Taller n 1

    M O D E RN O Y P O SM O D E RN O :LA CESURA

    Nos gustara mostrar en qu aspecto las categoraspolticas de la modernidad, es decir, las teoras del gobierno, son susceptibles de ser sometidas a una crticadecidida y fuerte. Se trata pues de elaborar, en las reuniones que siguen, un nuevo vocabulario, una nuevagramtica d e lo poltico contemp orneo.

    Emp ecemos p or sealar que, en la poca moderna,existieron posiciones mu y diferentes aunque de una impresionante homogeneidad : tanto en Max Weber comoen Cari Schmitt o en Lenin, encontram os una interpretacin unvoca del poder. El pod er siempre es trascendente, el poder siempre es soberano. El poder es una m

    quina soberana. En Max Weber que propone unaposicin liberal-funcionalista, en Cari Schmitt queinterpr eta una tradicin conservadora y totalitaria, enLenin por fin que representa un excepcional momen to revolucionario ponindose como objetivo la extincin del Estad o burgu s , el poder se presenta comouna trascendencia, como un arcano, en una profundahomologa de definicin.

    Insistamos de entrada en ese punto: aun cuandonos vemos confrontados a una concepcin casi anr

    qu ica d e lo poltico, y cuand o la liberacin del proletariado coincide con la desap aricin del Estad o comoen el caso del pensam iento de Lenin , la totalidad del

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    razonamiento poltico est en realidad muy estrechamen te ligado a una relacin dialctica con el poder existente y con su definicin soberana. Esta dialctica implicauna nica alternativa posible que podramos formularde la siguiente manera: o bien se toma el poder y se escomo el poder, o bien se reniega totalmente del poderlo que significa que se define inmed iatamente la posibilidad del espacio poltico, como negacin absoluta delpoder. No hay una solucin intermedia, y en los.dos

    casos se trata evidentemente de un impasse. Es por esoque, entre finales del siglo xix y comienzos del siglo xx,los tericos del Estad o tan to Rud olf Stammler en Alemania o Emile Durkheim en Francia n o han sido capaces de formular su pensamiento fuera de esa alternativa el Reich o la Repblica por un lado, la anarquapor el otro , y quedaron pr isioneros d e ella.

    Analicemos ahora con mayor precisin cmo se hapresentado esta vasta homologa de las concepciones del

    poder en el pen sam ien to m odern o. Tomemos en un pri

    mer tiemp o Politik ais Berufde Max Weber La poltica como vocacin , y tratemos d e entend er cul es lalnea de razonamiento. Aqu, la trascendencia del poder est representada por el uso de un lenguaje casi religioso en el anlisis de la accin de los su jetos polticos:lo poltico no es una condicin sino una vocacin. Desde esta p erspectiva, est claro que el relativismo y el politesmo d e los valores polticos de los que habla Webe rse conv ierten en figuras de paso d e la exper iencia po ltica a la trascendencia del poder, es decir, como neutralizacin de la dimensin ontologica d e lo poltico. El

    poder se vuelve una realidad a la cual adherir, se trataen consecuencia de algo que se da ms all de la realidad, un sacerdocio o eventualmente un martirio...

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    Mod erno y posm odern o: la cesura 19

    El neokan tismo ep istemolgico de Webe r (es decir,la idea d e que las determ inaciones d e lo poltico correspon den a las categoras) se debe volver a insertar dentrode un p ensamiento d e la trascend encia u na suerte defe laica que term ina traicionan do tanto la.Crtica de larazn pu ra como la Crt ica de la razn prctica. No es casual que hoy se lea a Weber fundamentalmente como aun autor nietzscheano: al servicio de cierto pesimismorealista en lo r eferido a la exp eriencia poltica, y a la vez

    con un p ensam iento de lo negativo en cuanto conciernea la idea de una salvacin, un pensamiento exclusivamente ligado a la autonoma o a lo intempestivo de ladecisin poltica. Las buenas pocas de las lecturas fun-cionalistas de Weber, a la manera de Talcott Parsons,qued aron atrs (aunque algunos, como Raymond Aron,sostenan desde hace mucho tiempo la debilidad de esetipo de proyecto). Ese episodio terico muestra claramente la continuidad de la tradicin platnica tambinen sus formulaciones modernas del poder y del campo

    poltico.Desde ese punto de vista, Nietzsche representa unaclave de lectura impura y ambigua que permite abrir ya la vez cerrar la re lacin en tre la realidad y la idealidaddel pod er, fijand o en tod os los casos la trascenden cia. Ysi la interpretacin del mundo que da Nietzsche es pesimista, si la natura leza debe adm itir el derroche de susposibilidades y la historia, la destruccin de sus potencias, es porque la realidad deber en adelante plegarsepr ecisam ente d e manera realista a las necesid ades lgicas d e la gestin y de la rep rod uccin del poder.Dentro de la caverna platnica, el mundo aparececomo una sombra, est relativizado y slo puede comprenderse si se lo domina.

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    En la perspectiva liberal y funcional del poder, quees la de Max Weber, el concepto de lo poltico estconstruido por lo alto, por el cierre, por la necesidad:por lo alto porqu e el poder es trascend ente; por el cierre porque el poder, en la medida en que es Uno, excluye p or d efinicin todas las d iferencias; por la n ecesidad, porqu e no pu ede ser de otra manera. Ms adelanteveremos que, en ello, ya podemos encontrar una suerte de anticipacin de la idea de biopoder tal como fue

    desarrollada por Fou cau lt a pa rtir de la dcada d e 1970.Las tres mod alidad es de constru ccin de lo poltico queacabamos de ver podran muy bien aplicarse a la inversin poltica de la vida por parte del'Estado, y ms generalmente a una red de micropoderes que atraviesenla totalidad de las determinaciones de nuestra existencia. En un caso como en el otro, tanto en W ebe r comoen el anlisis foucaultiano de los biopoderes, nos encontramos ante u na figura hom ologante y homologadadel poder. Pero, a diferencia de Weber, Foucault noquedar satisfecho con eso.

    Si ahora examinamos a Cari Schmitt, nos encontramos ante una concepcin que, paradjicamente, es muyanloga de la de Max Weber. Desde ese pu nto d e vista,es bastante d ifcil identificar a uno como u n pensador demcrata y al otro como un pensador totalitario. Ambosconfunden la definicin terica del pod er y las dimensiones subjetivas que deberan definirlo. Schmitt y Weberpueden diferenciarse en el campo de la teora constitucional, pero en cambio se identifican en el terreno de lateora poltica. Tambin en Schmitt la concepcin de lo

    poltico es mstica, teolgica. Ya no hay ms coberturatrascendental kantiana, como pareciera serlo para Weber, sino una pesada reduccin de la tica a lo poltico.

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    Mod erno y posmod erno: la cesura 21

    No hay ninguna distincin crtica entre la tica de la con viccin y la tica de la responsabilidad: muy por el contrario hay un flujo totalitario que une una y otra.

    Pero, como sealan muchos autores contemporneos, desde Foucault hasta Agamben, el biopoder (esdecir, la inversin por el poder sobre la totalidad de lavida) y el totalitarismo (la inversin por el Estado dela totalidad de la vida) actan al menos p arcialmente enun terreno com n. Den tro de las teoras constituciona

    les europeas, que Foucault describir mucho despuscomo biopoltica, el derecho alemn ha creado unmonstruo. El biopoder como un totalitarismo: el resultado de las luchas de los siglos xix y xx, la constru ccindel W elfare, la dimensin social del consenso... todoello ha sido absorbido por la totalidad del Estado.

    El nacionalsocialismo es la herramienta dramticade esa figura, y lo poltico se presenta en Cari Schmittcomo el espacio de esa realidad. El poder es efectivamen te para Schmitt u na suerte d e pan ptica totalitaria:cada ciud ad ano vive den tro d el Dios vivo; lo pan p ticotermina p or convertirse en u n pan tesmo. Pero, a d iferencia de un sistema p anp tico, el Dios viviente necesita definir a los excluidos que son precisamente losexcluidos de la vida, esos cuya vida, se dir enseguida,no vale nada. El A u fhebu n g, el desborde dialcticode ese proceso que deja de lado en todos los casos aaquellos para los que la vida no vale nada se tradu ceentonces por una expansin del espacio vital que corresponde, de hecho, a lo que hoy llamaramos unaoperacin de N atton Buildin g. Una vez ms, se trata de

    una pretendida construccin universal que se traduceen realidad por el sometimiento de los ciudadanos... Eltopo reaccionario ha calado hond o.

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    E l problem a de la decisin que a simple vista p arece poseer una consistencia individual: slo los individuos deciden toma entonces el lugar del escepticismo trascendente de la vocacin weberiana. En los doscasos, se trata de construir el lugar donde el individuopueda hacer valer el don para sus amigos, y la muertepara sus enemigos... Ent on ces no es casual qu e la guerra (como decisin d el soberano y desvelamiento de lanatur aleza d e lo p oltico) revele el funcionam iento n

    timo d el biop od er y su carcter intemp estivo absoluto:quita a los ciudadanos cualquier decisin posible sobre lo p oltico, a la vez que afirma u n d ominio absolu to sobre su existencia. La conocid a pr opu esta de Clau-sewitz segn la cual la guerra es la continuacin de lapoltica p or otros m edios no fue retomad a p or los neo-conservadores norteamericanos de los aos 1990, sinopor los fascistas y los schmittianos de los aos 1930y Foucault dira: vamos, todava, por los liberales delsiglo X I X .

    En el Lenin de E l Estado y la revolucin, la concepcin de lo p oltico ta mbin est an clada en la tr aseen -dencia; por otra p arte, no p or casualidad, mu chos hanquerido identificar la decisin schmxttiana con la decisin leninista... Ya no porque poner en prctica unapoltica revolucionaria signifique automticamente instaurar el reino de la trascendencia, sino, por el contrario, porque el actuar revolucionario del proletariado disuelve la trascenden cia al mismo tiemp o que la poltica.En Lenin, la desaparicin d el Estado es un ideal anr

    quico; el sistema exacto e inverso de la trascendencia del Estado tal como los tericos burgueses la hanconcebid o desde siemp re. En el pensamiento de Lenin,

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    Mo dern o y posm odern o: la cesura 23

    la idea de la liberacin d el proletariado est enteram ente comprend ida en u na relacin dialctica con el pod er.

    Repitmoslo: en los dos casos que acabamos de ver,se trata de un doble impasse que pretend e obligarnos aelegir entre dos posibilidades. La primera, consiste entomar el poder y convertirse en otro poder, es decir, apesar de todo, siemp re un poder,; la segunda intenta negar totalm ente el pod er sobre la vida y aparece a la vezcomo una negacin de la vida misma. Desde ese punto

    de vista, el concepto del pod er proletario que encon tramos en Lenin es totalmente simtrico con el del poderburgus. El concepto de liberacin est preso en las tenazas del poder. Pero no podemos pensar en cambioque la libertad, la singularidad, la potencia, se dan comodiferencias radicales respecto al poder?

    Aclaremos ese punto para no atribuirle a Lenin faltas que no le corresponden. Lenin es perfectamenteconsciente del impasse en el que est; y, de hecho, des

    pu s de h aber p lanteado el problema d e la insurrecciny de la d estru ccin d el poder, insiste en la idea del dualismo de poder, sob re la idea d e la transicin y de la d ictadura del proletariado como form a de comando sobrela misma transicin. Po r lo tanto, Lenin no es respon sable d e las prcticas liberticidas que se han com etido ensu nombre. (Por otra parte, quin puede decir concerteza que, en ese momento, existan otras vas? Lo seguro es que hoy esas vas alternativas existen, y que tenemos el deber de seguirlas.)

    Si queremos romper el concepto capitalista y bur

    gus del poder, debemos ir ms all de la concepcinmod erna d el pod er mismo.

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    Aunq ue no est de ms sealar que lo m oderno, enrealidad, no p ued e qued ar redu cido a esas nicas categoras polticas. En el pensamiento moderno existe unaalternativa (Maqu avelo cont ra las teoras d e la razn deEstado, Spinoza contra H ohbes) que se opon e a lo quehemos visto, y coloca delante las razones de la asociacin p oltica y de la dinmica d emocrtica en contra delas concepciones trascendentales del poder en la modernidad. La inmanencia de lo poltico est afirmada

    all de manera decidida, lo mismo que la dimensin',constitutiva y constituyente de la democracia. Con esapersp ectiva nacieron los concep tos de multitud y de d emocracia tal como podemos utilizarlos hoy, en el debate que nos ocup a. Es lo que he intentad o mostrar a propsito de Spinoza en mi libro U anom alie sauv age}

    En consecuencia, lo que buscam os dem ostrar es quela situacin poltica en la que nos encontramos actualmente slo puede ser definida dentro de un cambio de

    paradigma en relacin con la tradicin modern a. Intentamos mostrar que es ms fcil definir lo contemporneocomo posmod erno que como hipermod erno, a pesar delos cambios evidentes qu e ha sufrido el trm ino posm oderno, sobre tod o en Francia y en Estados Unidos, y sobre el cual tendremos oportunidad de volver.

    La hiperm odern idad ha sido una calificacin quemuchos tericos, socilogos y polticos pienso bsicamente en los universitarios alemanes como UlrichBeck han intentado atribuir a la poca contempornea, pensndola, parad jicamente, de manera continuarespecto a la tradicin de la modernidad. Nosotros, en

    1. A. Negr, U ano m alie sauvage. Puissance et pouvo ir chez Spi-

    noza, Pars, PU F, 1982; reed. ditxons Amsterd am , 2006.

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    cambio, trataremos de resaltar que lo nico que puedeperm itir interpr etar la poca contemporn ea es un cambio de paradigma, particularmente tratndose de temassobre poder, sobre traba jo y sobre la mundializacin: sielegimos insistir en el tema del cambio paradigmtico,es porque en ello hay verdaderamente la afirmacin deuna d iscontinuid ad que hay que tener en cuenta, y de lacual debemos partir. Esta cesura radical es un desafofund amen tal en la d iscusin que nos gustara tener.

    En realidad, no podem os abord ar el problema d e lacesura sin considerar el de la crisis de la mod ernidad (esdecir, d e sus categoras p olticas), qu e a la vez deriva deuna larga serie de fenmenos.

    Preguntmonos por ejemplo qu significa hoy trabajar. Du rante m ucho tiempo, el trabajo estuvo redu cido a una actividad productiva de bienes materiales.H oy entendemos p or trabajo todo el campo de la actividad social. Para entender esta mutacin, debemos

    tener en cuen ta el ciclo de luchas y de transformacionesde la organizacin del trabajo llevado a cabo desde larevolucin de 1917. Se trat de un desafo obrero e insur reccional qu e ha ocasionado una larga crisis (lo quealgunos han definido precisamente como el siglo breve) del trabajo organizado en conjunto. La primerarespuesta a esta agresin producida por el trabajo vivoen contra del sistema capitalista se present progresivamente bajo la forma delN ew D eal, luego bajo la forma de la instauracin generalizada del W elfare State enlas regiones centrales del planeta y, en consecuencia, porla imposicin de formas de organizacin y de explotacin biopolticas tanto por parte de la sociedad comodel Estad o.

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    Por consiguiente, se ha vuelto imposible definir laactividad social y productiva en los trminos de la tradicin socialista moderna: hoy nos encontramos frente

    i a una hegem ona tendencia! del t rabajo in m aterial (inte-j lectual, cientfico, cognitivo, relacional, comunicativo,^ afectivo, etc.) que caracteriza cada vez ms el modo de

    produccin y los procesos de valorizacin. Es evidenteque esta forma de trabajo est completamente subordinada a nuevos modos de acumulacin y de explota

    cin. Ellos ya no pueden interpretarse segn la clsicaley del valor-trabajo: se entiende por valor-trabajo lamedida d el trabajo segn el tiemp o empleado en la pr odu ccin. Pero el traba jo cognitivo no se pu ede med ir enesos trminos; incluso se caracteriza por su desmesura,por su excedencia. El trabajo cognitivo est ligado altiempo de la vida por una relacin productiva: se nu-

    ^ tre de ella tanto como lo mod ifica a cam bio. Sus p ro du ctos son produ ctos de libertad y de imaginacin. Elexcedente que los caracteriza es precisamente esa crea

    tividad. Actualmente, el trabajo es interno a tod o p roceso de produccin (y es en ese sentido que podemossealar nuestrafideli dad al marx ism o) pero su defin-cin no puede en cambio reducirse a una dimensinpu ramente m aterial y/ o laboral. .En esto consiste, en tonces, elprim er elem en to d e cesura entre lo mod erno ylo posmoderno.

    Una segunda cesura se plantea tambin en el momento de redefinir la nocin de soberana. Los procesos de organizacin d el trabajo social mn ejados po r el

    W elfare St ate han investido a la sociedad p or completo.La accin soberan a se defini, progresivamen te, ba jo laform a de un biopo d er cada vez ms amp lio, que se haextendido a todo el campo social. Se pas de la disci-

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    plina de la organizacin individual del trabajo al control de los pu eblos. El proceso de subsuncin real de lasociedad bajo el capital se ha expresado aqu en tod o supotencial. Marx distingua efectivamente entre subsuncin form al y subsuncin real de la sociedad bajo el capital. En el estadio de la subsuncin formal, el capitalrecoga bajo su comando diferentes formas de produccin: produccin artesanal, campesina, industrial, etc.El coma nd o capitalista se pr esentaba enton ces desde lo

    externo como la forma que unificaba todas sus diferencias. En la su bsuncin real, en cambio, todas las formasde produccin estn definidas desde el principio, entreellas, como homogn eas con el fin de perm itir la ganan cia. El capital, en ese caso, se limita a cap tar y a acumular el trabajo social. Para decirlo en trminos foucaul-tianos, se ha pasado de un rgimen disciplinado a unrgimen de control. Sobre ese pu nto, y a mod o de aclaracin, me permito remitiros particularmente a las pginas de Ma rx en el sexto captulo indito del libro I del

    Capital y en los Grund rsse, y a los recientes tra bajos deAndr Gorz.

    Por consiguiente, el gobierno biopoltco de la sociedad se vuelve consecuentemente totalitario. La bio-poltica p ued e llegar incluso a traducirse en formas querozan la tana topoltica: la b iopoltica y la tan atopolticatienden a veces a parecerse, puesto que la guerra seconvierte en la esencia de lo poltico, ja tana topolticase convierte en la matriz de la biopoltica.

    Lo que en particular nos interesa de todo esto es elvu elco tanto paradjico cuanto dramtico que all se pon e

    en ju ego. Rpidamente se descubre que a la extensinglobal del poder capitalista sobre la sociedad correspondela difusin social de la insubordinacin. Con qu dere

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    cho podemos hacer tal afirmacin? Cuando la ley delvalor que comanda el desarrollo capitalista falta,enton ces la cap acidad d el capital de incluir d entro de smismo la fuerza prod uctiva del trab ajo (inm aterial, cog-nitiva, afectiva, lingstica, etc.) tambin queda eliminada. La ignorancia frente a la nueva calidad del traba

    jo y la p reocu pacin por el com an do cap ita lista debenaqu enfrentar u na insu bord inacin y a una r esistenciasocial nuevas: a partir de all, la situacin general est

    predispuesta para el antagonismo. Ese es el segundocampo en el cual podemos definir la diferencia radicalentre la mod ernidad y la poca contemp ornea.

    La tercera serie de fen m en os se refiere a la globali-zacin de los procesos econmicos y a la crisis de losconceptos de Estado-nacin, de pueblo, de soberana,etc., que de ellos d erivan. El d esarrollo capitalista habaencontrado en el Estado-nacin la estructura fundamental que le corresponda: actualmente, en la crisis

    del Estado-nacin inducida por la mundializacin, lacrisis general de las categoras polticas de la modernidad se manifiesta, en cambio, abriendo la reflexin sobr e la relacin entre el Imp erio y las mu ltitud es.

    Retomaremos esos elementos ampliamente, y tambin los de la crisis filosfica de las categoras de la modernidad y la emergencia de nuevos conceptos. Por elmomento, quisiramos insistir sobre el hecho de que elhorizonte poltico posmodemo se presenta ante todocomo u na d isolucin de la ontologa poltica que se haba construido en tomo al concepto de soberana: noslo fueron trastocadas las categoras; la realidad mismaes la que resulta cambiada. Es, pu es, sobre ese pu nto quelas teoras polticas de lo mod erno encuentra n su lmite

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    definitivo: porque descubrimos que la soberana ya nopu ede ser la red uccin al Uno, que esta redu ccin es imposible, que el ejercicio de la soberana debe afron tar d iferencias irredu ctibles y que est sometido a un an tagonismo que aumenta constantemente. Es probable que, apar tir d e esta lnea d e tensin y de antagonismo exp lcito, es decir, recuperando a la vez la teora maquiavlicadel tumulto, la teora espinozista de multitud democrtica y la teora marxista de la lucha de clases p o

    damos comenzar a definir las caractersticas especficas,singulares, de sta, nuestra poca.

    Finalmente, a lo largo de estas clases, trataremosigualmente de confrontarnos con las otras teoras filosficas que han desarrollado esta mutacin del paradigma d e la modernidad . Hem os visto hasta qu pun toera necesario insistir sobre la profundidad de la cesuraque nos ocupa, es decir, sobre la ruptura inducida porla constitucin d el ord en biop oltico en relacin con lasreflexiones sobre el pod er formuladas en la poca m oderna. Efectivamente, hemos vivido un largo periodode crisis du ran te el cual se nos ha preven ido muchas veces contra las grandes narraciones del desarrollo histrico: [cuidado con quien lo haya intentado! Fue muydifcil salir de esa condicin. De la conciencia de lo queel biop od er, en tre finales del siglo xix y comienzos delsiglo xx, haba desarrollado como sometimiento de todas las moda lidad es de la vida; de la conciencia d e quela vida era el centro d el pr oceso prod uctivo, lo que ellarepresentaba como condicin de posibilidad absoluta:

    todo ello se ha vuelto evidente. Hoy podemos llegar aesa evidencia por varios caminos: tanto desde el puntode vista de un trabajador precario que pide un salario

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    garantizad o, como desde el de un op erad or de serviciosinformticos que necesita un software con acceso libre, del de un ama de casa que se queda en ella paraeducar a sus hijos, como desde el punto de vista de unestudiante que pide ms tiempo de formacin. En todos esos casos, la base del proceso de valorizacin es lavida de los hombres y de las mujeres; e inversamente,la valorizacin atraviesa la existencia de cada uno denosotros: lo objetivo y lo subjetivo aqu se identifi

    can totalmente. Pero entonces por qu no reconocerese increble cambio del contexto social y productivo?Y una vez que se ha logrado, por qu no remu nerar lavida teniendo en cuenta el hecho de que cada uno, simplemente por qu e vive en u na sociedad prod uctiva, es ala vez prod uctivo? De h echo, la demand a d e un salarioind irecto y de servicios adecuados para la reprod uccinde toda la sociedad se ha generalizado. Sobre ese punto, pensamos que hace falta introducir, como vimos, elconcepto marxista de la subsuncin real de la sociedad

    bajo el capital. Tal vez recuerd en que la definicin m arxista de la subsuncin real de la sociedad bajo el capital imp lica el hecho que esta socied ad correspond e porentero a la d e la mercadera, pero tambin qu e la contradiccin y el antagonismo determinados por la produ ccin de mercaderas han investido a toda la sociedad .Una remuneracin general correspondera, en consecuencia, a las dimensiones generales del antagonismoen la produccin social.

    Ahora bien, la Escuela de Frankfurt haba comprendido y descrito perfectamente esta situacin: ellaes, en efecto, la base d e la d ifusin general (y, en algunamed ida, bastan te llamativa) de la nocin d e subsu ncinreal en el pensamiento posmoderno (desde ese punto

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    de vista,La dialctica d e la A ufklru ng de Adorno y deH orkh eimer ya haba an ticipado m il obras sobre la posmod ernidad ). Al principio, lo posmod erno se presentcomo la ilustracin desenfrenada de esa subsuncin.Pero lo posmoderno no slo es una manera nueva depen sar; tambin es un a redefinicin concreta d e lo real.Y m uchos no sup ieron au mentar la percepcin real delo que ocurra de otro modo que por una concienciairnica y superficial del proceso. Ese ha sido un perio

    do de una cierta lindura pero de una enorme irresponsabilidad: del pensamiento dbil, del revisionismo filosfico e histrico generalizado, d e la trad uccinestetizante die la pesada ontologa heideggerna. Losabemos mujrbien: cada momento histrico posee caractersticas cmicas a la vez que trgicas. En el casoque nos ocupa, hubo que esperar algn tiempo antesde que lo trgico emerjiera de nuevo detrs de las frgiles figuras danzantes de una posmodernidad sin consistencia. Es, pues, exactamente all donde queremos

    ubicarnos: entre una concepcin plena aunque filosficamente frgil de la subsuncin real y el momentotrgico en que se produjeron las primeras insurgenciascrticas.

    En la poca posmoderna , la crtica de la subsu ncinreal sufri u n d ifcil perod o de aprend izaje. En las clases que siguen, inten tarem os analizar con atencin esospasajes. Una primera fase sin duda se ha caracterizadopor la percepcin de que no exist a alternativa a la su bsun cin de la sociedad bajo el cap ital y al bopod er qu econstitua su estructura poltica, sino bajo la forma deresistencias marginales. Jacqu es Derr ida , p recisam ente,eligi actua r al mar gen, sob re la exced encia m ar gnal,tran sforma nd o la filosofa d el don en u na filosofa d e la

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    espera y de la amistad; Giorgio Agamben intent la recuperacin naturalista y extrema de los problemas d ejainnovacin y de la figura d la divisin; en fin, en Jean -Luc Nancy, la tensin marginal tom la forma de uncomn a punto de nacer... Ahora bien, en todas esaslecturas, encontramos la reproduccin en filigrana decierta u nivocidad d ialctica y parad jica de la relacinresistencia/ pod er: es el p od er el que determ ina la ajeni-dad den tro de la cual pued en d arse las fun ciones d e re

    sistencia.... Si bien la resistencia no se pr esen ta ms en elterreno central del desarrollo histrico (como ocurraen la trad icin hegeliana, particularmente en su versinde izquierda), sino muy por el contraro en un a d imensin marginal, sincrnica y transversal, no se percibeninguna idea de potencia, ninguna posicin de antagonismo, ninguna instancia de liberacin. La nica solucin parece que sigue siendo la de la estrella de la redencin, o la de los tiempos mesinicos. Y nosotrosrechazamos volver a las formas fugaces de esa generacin desesperada.

    Un ltimo apunte en este sentido. Ese mundo dela subsuncin real de la sociedad bajo el capital quees el nuestro no tiene ningn afuera. Vivimos dentrono hay exterior; estamos hundidos en el fetichismode la mercad era , per o no h ay la posibilid ad de recurrir a algo que pueda representar su trascendencia. Lanaturaleza y el hom bre han sido cambiad os por el capita l Cualqu ier aspiracin a la alteridad (como ha sido enel caso de una trad icin imp ortante, d esde Rosa de Lu-xembu rgo hasta Walter Benjamn) es no slo anticuad a,

    sino vana. Y a pesar de todo: desde dentro mismo deese mundo fetiche, el antagonismo del trabajo vivo seafirma, la resistencia se construye.

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    El problema de la reconquista de la libertad en elcrculo mismo del poder est, pues, planteada, y esto,aunqu e el pod er ya se ha vuelto un biopod er qu e nadapar ece capaz de parar.

    En real idadel mundo definido por la subsuncin real de la sociedad bajo el capital coagula y neutraliza las

    posibilidades de relacin , pero no la resistencia, la libertad como poten cia o la const itucin de n uevo ser. Entonces, de la misma manera que, en las fbricas, los obreros luchaban contra la explotacin directa de la cadenade trabajo, hoy en da, en una sociedad enteramenteptiesta a traba jar, son las mu ltitud es las que se rebelan.Entr e Fou cault y Deleuze tuvo lugar, p recisamente, el

    pasaje desde el m argen al centro del bloqu e d el biopoder,y la resistencia se convirti en una fuerza ontologica. EnFoucau lt encontram os no solamente u na definicin delbiop od er qu e retoma e historia los anlisis de la Escue la de Frankfurt, sino tambin la definicin de una biopoltica activa y la demostracin progresiva de un proceso de produccin de las subjetividades, capaz de

    transformar a los sujetos en sus relaciones con el pod ery a elos mismos. En Deleuze, a profund izacin y la pe-riodizacin de las diferentes fases de la relacin entre elbiopod er y la realidad biopoltica desde la poca delas disciplinas hasta la del control permiten restablecer la determ inacin ontologica de la resistencia d entrode la grilla histrica de la subsuncin real. Es as comolo posmoderno no se da ms solo a partir de la cesuraque instaura con resp ecto a la mod ernidad, sino a tra vs de las nuevas condiciones de un proceso antago

    nista : este ltimo inviste al mun do de la subsu ncin realy lo presenta como un mundo donde juegan las fuerzas antagonistas del pod er y de la resistencia, del capi

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    tal y de la libertad. Si la resistencia y la libertad sonconsideradas como fundamentos materiales, es evidente que habr que definirlos como actividad, como traba

    jo vivo, com o p rod uccin de subjetividad , es decir , ad ems, como invencin de un nuevo valor de uso dentromismo del poder, y como saturacin objetiva del valorde cambio. Pero pronto volveremos a eso.

    Para resumir, podramos decir que el pen sam ien to

    posm odern o se nos p resenta ba jo tres formas filosficasesenciales:

    a) Como una reaccin filosfica a la ontologia de lamodernidad y un reconocimiento de la subsuncin real de la sociedad bajo el capital que no encuentran otra salida que la de un pensamiento blando y un contractualismo dbil: hay que pensarpor ejemp lo en los trabajos de Jean -Francois Lyo tard, de Jean Baudrillard, de Gianni Vattimo, ode Richard Rorty... N os encontram os aqu en unasuerte de hereja marxista que restituye la subjetividad a la circulacin mercantil, que borra todareferencia al valor de u so y que fija la equivalenciade la produccin y de la circulacin.

    b) Como resistencia marginal, como oscilacin entre una suerte d e fetichismo de las mercaderasy la tentacin d e una escatologia mstica. Jacqu esDerrida, Jean -Luc Nancy y Giorgio Agamben seubican en ese terren o; y los dos ltimos parecenreintroducir la utopa comunista de Benjamin

    sobre el margen de la subsu ncin real.c) Como posmoderno crtico, es decir, como reco

    nocimiento no slo de la fase histrica que es la

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    nuestra, sino del antagonismo que le corresponde.Y en consecuencia: como reconstruccin de unespacio de subjetivacin. Se trata bsicamente delos pensam ientos d e Michel Foucau lt y de GilesDeleuze.

    Acabamos de dar los pr imeros elementos d e un discurso que ser objeto de nuestra investigacin y anlisis en las clases que siguen. Estos talleres sern diez: elsegundo abordar el problema de la definicin de lobiopoltico; el tercero analizar la disolucin de la soberana nacional y los temas de la guerra y de la paz; elcuarto intentar una definicin de la nocin de comnms all de las de pblico y privado; la quinta afrontarla crtica de lo posm oderno; la sexta se concentrar en laresistencia y las diferencias; en la sptima, la octava yla novena, nos detendremos sobre los temas qe caracterizan a la crtica de las teoras modernas del gobierno;finalmente, en la ltima leccin, afrontaremos el nud o filosfico fundamental de ese pasaje de lo moderno a lo

    posm oderno, es decir, el de las alternativas de la temp oralidad , d e la med ida y de las libertades comu nes.

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    expresado: en efecto, se trat de criticar tanto las posiciones que insistan en el fetichismo de las mercaderasy en la equivalencia de la prod uccin y d e la circulacinen el nuevo circuito del capital (lo que a menudo se hallamado las teoras dbiles de la posmod ernidad ) comolas diferentes escuelas de pensamiento que, ante estaemergencia, buscaban oponerle una resistencia marginal (las ontologas del margen y las diferentes lecturas neo-benjaminianas). En cambio, hemos reconocido

    en las teoras de la produccin de subjetividad (Fou-cault y Deleuze) un momento decisivo para la reconstruccin de un proyecto crtico.

    Tomemos ahora como punto de partida la definicin fou cau ltian a de la biopoltica. E l trmino de bio-

    | po ltica indica la manera en la que el poder se trans-j forma; en un determinado periodo, con el fin deI gobern ar no solamente a los ind ividu os a travs de cier-j tos proced imien tos d iscip linar ios, sino al conjunto de| seres vivos constitu ido en poblacion es: la biop oltica| (a travs de biopod eres locales) se ocupa tam bin de la| gestin de la salud, de la higiene, de la alimen tacin, de\ la natalid ad , de la sexualidad , etc., a med ida qu e esos| diferentes campos d e interven cin se convierten en^jdesafos polticos. La biopoltica se ocupa entonces,

    poco a poco, de todos los aspectos de la vida qu seguidamente sern llamados a convertirse en el campo dedespliegue de las' polticas del W elfare St ate: su desarrollo est efectivamente comprometido por completoen la tentativa de obtener una mejor gestin de la fuer

    za de trabajo. Escuchemos a Foucault: El descubrimiento de la poblacin es, al mismo tiempo que el descubrimiento del individuo y del cuerpo adiestrable,

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    El peligro que conviene entonces evitar es leer, en locentral de la biop oltica, una suerte de vitalismo positivista (y/ o materialista: efectivamen te, podramos muybien encontram os ante lo que Marx llamaba un materialismo t riste). Es lo que vemos p or ejemplo en ciertasinterpretaciones recientes de la centraldad poltica dela vida. Estas desarrollan una lectura de la biopolticaque hace de ella una suerte de magma confuso, p eligro so, incluso destructor: una tendencia que hace pensar

    mucho ms en una tanatopoltxca, en una poltica de lamuerte, que en una verdadera afirmacin poltica dela vida. Ese deslizamiento hacia la tanatopolztica est enrealidad permitido y alimentado por la gran ambigedad que se le da a la palabra vida en s misma: a cub ierto de una reflexin b iopoltica, resbala en realidad h acauna comprensin biolgica y naturalizante de la vidaque le quita toda potencia poltica. Se la reduce entonces a ser, en el mejor de los casos, un conjunto de carney hueso. Habra qu e preguntarse hasta qu pu nto la on~

    tologa heideggeriana no encuentra en ese pasaje de laZ oa la Bios un recurso esencial y trgico...Por otra parte, la especificidad fundamental de la

    biopoltica en Foucau lt la form a misma d e la relacinentre el poder y la vida, que tanto en Deleuze comoen Foucault se convierte inmediatamente en el espaciode prod uccin de una subjetividad libre, ha pasado porel tamiz de una determinacin vitalista indiscriminada.Ahora bien, ya lo sabemos el vitalismo es un bicho su cio! Cuando comienza a emerger, despus de la crisisde pensam iento del Renacimiento, desde el interior mismo de la crisis del pensamiento moderno, en pleno siglo xvn , paraliza las contrad icciones del mun do y de lasociedad en la medida en qu e considera que no pu eden

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    y de las posiciones filosficas formuladas por el postes-tructuralismo francs. Tend rem os oportunidad de volver a ello.

    Po r otra par te, ya hemos insistido en la imp ortanciade la subsuncin real, en la medida en qu e debe con siderarse como el fenm eno esencial en torno al cual se

    juega el p asaje de lo mod erno a lo p osmod erno. Pe ro elelemento fund amental de esa tran sicin pa rece ser tambin la generalizacin de la resistencia sobre cada uno

    de los nudos que componen la gran trama de la subsuncin real de la sociedad bajo el capital. Ese descubrimiento de la resistencia como fenmeno general,com^aperturapardojica en el ihtefior'd~cadrana delas mallas del poder, como dispositivo multiforme deproducc| nsubietiva,, es.precisanient h ld que consiste la afirmacin de lo posm oderno.

    La biopoltica es, pues, un contexto contradictorioen/ de la vida; por su d efinicin misma, m uestra la extensin de la contradiccin econmica y poltica sobre

    todo el tejido social; pero representa tambin la emergencia de la singularizacin de las resistencias por lacual est permanentemente atravesada.

    Qu entender entonces exactamente por produccin de subjetividad? Nos gustara que nu estro anlisisfuera ms all de la dimensin an tropolgica que reviste ese concepto para Foucault como para Deleuze. Loque nos parece importante, desde esta perspectiva, esefectivamente su concrecin h istrica y tambin p ro du ctiva de la constitucin del sujeto. El sujeto es pro-

    du ctivo; la prod uccin de subjetividad es una subjet iv idad qu e produ ce. Volveremos una vez ms sobreesta~definicin en el transcurso de las lecciones que si

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    guen, pero insistamos desde ahora en ei hecho que lacausa; el motor de esta produccin de subjetividad seencuentra en el interior de las relaciones de poder, esdecir, en el juego complejo de relaciones que, sin embargo, estn siempre atravesadas por un deseo 3e vida.Ahora bien, en la medida en que ese deseo de vida significa la emergencia de un a resistencia al pod er, es la r esistencia que se convierte en el verdadero motor de laprod uccin de subjetividad.

    Muchos piensan que esta definicin de la produccin de subjetividad no satisface, porque se cometerael error de reintrod ucir una su erte de nu eva dialctica: elpoder incluira la resistencia, lo mismo que la resistencia alimentara el poder; y, a otro nivel, la subjetividadsera produ ctiva, lo m ismo que la prod uctividad de lasresistencias construira subjetividad. Sin embargo, noes difcil oponerse al argumento: basta con volver a laconcepcin de la resistencia de la que hablamos antes,es decir, al lazo productivo que une aquella con la sub

    jetiv idad , y que determina inmed iatamen te las singu laridades en su antagonismo frente a los biopoderes. Nose comprende muy bien por qu cualquier alusin alantagonismo debera saldarse necesariamente con unretorno a la dialctica. Si lo que acta es realmente lasingularidad, la relacin qu e se instaura con el pod er nopu ede de ninguna manera d esem bocar en un momentode sntesis, de superacin, deA u fhebu n g, en suma, denegacin de la negacin a la manera hegeliana. Por elcontrar io, lo que tend remos qu e enfrentar es absolutamente atelelgico: por supuesto, la singularidad y la

    resistencia quedan expuestas al riesgo, a la posibilidaddel fracaso;pero la produccin de subjet iv idad t ien e qp esar de todo siempre la posibilid ad m ejor an: la poten

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    opuesto a esa capacidad de neutralizacin o de inmunizacin que las crticas nos oponen. Lo que produce lasubjetiyidad.es,> electiyamente, la emergencia de la rup-tura^la,intensidad,,de la excedencia es. su marca.

    Dos palabras sobre este concepto de excedencia o,como otras veces lo hemos llamado, sobre la nocin dedesmesura. La idea nace dentro de un nuevo anlisis dela organizacin del trabajo, cuando el valor se convierteen el producto cognitivo e inm aterial de una accin crea

    tiva, y escapa por lo mismo a la ley del valor-trabajo (si3. esta ltima de manera estrictanieiite._Qbje~.r.Y..y economista). La m isma idea se encuentra, en un nivel diferente, en la localizacin de la disimetra ontolgi-ca que existe entre el funcionamiento de los biopod eres yla potencia d e la resistencia biopoltica: all dond e el p oder es todava mesurable (y la medida y la divisin son,de hecho, instrumentos preciosos de la disciplina y delcontrol), la poten cia es por el cont rario lo no mesurable, laexpresin pura de las diferencias n o reduct ibles.

    Finalmente, el tercer nivel. Atengmonos a lo queocurre en las teoras del Estado: la excedencia se describe siemp re como un a prod uccin de pod er: sta, porejemplo, toma la forma del estado de excepcin. Sinembargo, esta idea es inconsisten te e incluso grotesca: elestado de excepcin solo puede definirse por s mismoen la relacin que une, de manera indisoluble, el podery la resistencia. El poder del Estado nunca es absoluto;lo nico que hace es representarse como absoluto. Perosiempre est compuesto por un conjunto complejo derelaciones que incluyen la resistencia a lo que l es. No

    es casual que, en las teoras d e la d ictadu ra d el derechoromano es decir, en las del estado de excepcin, ladictadura puede desarrollarse nicamente durante bre

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    El trabajo de la multitud y el tejido biopolxtico 55

    gularidades productivas. La constitucin de la temporalidad capitalista (es decir, del poder del capital) yano pu ede p or lo tanto adquirirse ni reconstruirse de manera dialctica: la prod uccin de mercaderas est siempre perseguida por la de las subjetividades, que porotra parte son opuestas, en tanto excedente. Ese proceso toma la forma de un dispositivo virtualmente antagonista y capaz de oponerse a toda sntesis capitalista. Lasdistinciones foucaultianas entre regmenes de poder y

    regmenes de subjetividad estn totalmente investidasde nu evo, dentro de esta nueva realidad de la organizacin capitalista; estn representadas po r la escisin entretiempo/ valor capitalista y valorizacin singular de lafuerza d e trabajo. La op osicin espinozista entre el poder y la potencia reap arece aqu con gran fuerza.

    As pues, debemos volver sobre un problema esencial que ya hemos mencionado rpidamente, el de lamedida del trabajo y del tiempo capitalistas. Si partimos de la idea de que el trabajo viviente es la causa yel motor que constituye material o inmaterial, pocoimp orta toda forma de desarrollo, si pensam os que laprodu ccin de su bjetividad es el elemento fundam entalque permite salir de la dialctica de los biopoderes yconstituir por el contrario un tejido biopoltico, cumplir el pasaje de un simple rgimen disciplinario a unrgimen que integre igualmente la dimensin del control y que permta al mismo tiemp o la emergencia de in-surgencias potentes y comunes, entonces, el tema de lamedida (es decir, el de la racionalidad cuantificada dela valorizacin) vuelve a ser central. Sin embargo, slo

    vuelve a serlo de manera paradjica, porque todas lasmedidas que el capital quera disciplinar, a la vez quecontrolar , son hoy por h oy inasibles.

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    EN TRE LA GLOBALIZACIN Y EL XOD O :LA PAZ Y LA GU ERRA

    En las lecciones precedentes particularmente en

    la segunda hemos intentado definir los conceptos debiopoder y de biopoltica, de control y de disciplina, ycomenzamos a acercarnos al de multitud . A med ida quelogramos fijar estas nociones, otros conceptos forjadosen s mismos por el pensamiento m oderno se fueron diluyendo progresivamente, se volvieron borrosos, o handejado de funcionar por completo, si pensamos solamente en los conceptos de pueblo, de nacin, declase; la idea misma de soberan a d ebe ser sometida auna crtica cada vez mayor.

    Cuand o afrontamos o nos confrontamos con larealidad de la globalizacin, la crisis y la transformacinde los conceptos polticos del pensamiento moderno,esos conceptos sufren, una imp resionante aceleracin.A p artir del momento en que las nociones mod ernas detemporalidad y de medida, unidas a una vieja concepcin del trabajo y del orden social, se debilitan, todoslos otros conceptos quedan eliminados. La globaliz acin hace saltar, de manera radical' al conju nt o de v iejoscriterios de medida. Puesto que estos ltimos estn unidosno slo a d imensiones espaciales, sino tambin a dispo

    sitivos temporales, se pon e en m archa un verd adero en cadenamiento de disoluciones conceptuales.

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    En este tercer taller, como habrn comprend ido, nosgustara precisamente discutir sobre el tema d e la transformacin d e los conceptos polticos d e la modernidad ,una vez admitido el carcter irreversible del proceso deglobalizacin en la dimensin productiva, poltica, institucional y cultural de la posmodern dad. Cuando hablamos de irreversibilidad, entendemos objetivamente laimposibilidad de reinstaurar el panorama y las cond iciones de la prod uccin fordista y del mercad o keynesiano.Estos eran la base de esa modernidad de la que hemospartido, y que hemos dejado atrs: justamente hay alluna cesura ontolgicamente determinada que una vezms debemos p lantear. En segund o lugar, ind icamos porirreversibilidad la mod ificacin de los comp ortamientossubjetivos en el marco del trabajo tanto como desde elpunto de vista de la constitucin del lazo social (aunquepronto retomaremos el tema). En tercer lugar, la globalizacin rep resenta la destru ccin d e las d eterminacionesespaciales del Estado moderno. Con la globalizacin,pues, la crisis del Estad o-nacin y los conceptos conexos

    de pu eblo y de soberan a se vuelve irreversible. As, todala historia moderna del pensamiento poltico que dehecho est afirmado como hegemona tambalea. Yaun la lnea de pensamiento que nosotros habamos sealado como u na suerte d e historia alternativa dentrode la modernidad de Maquiavelo hasta Spinoza su fre un quiebre similar, lo que da por resultado que seadifcil su uso positivo. En realidad , no es posible utilizaruna tradicin alternativa de ese tipo sin la condicinde llevarla a un nivel radical de alteridad ontolgica, lo

    que creemos efectivamente posible.Con el cedazo de esa alteridad ontolgica, deben

    ser modificados y reformulados los conceptos funda

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    Ciertamente la reposicin de esta alternativa interna enel desarrollo de lo posmoderno, hoy, no puede tenerexactamente la misma significacin que la que podatener hace tres siglos; pero nosotros debemos analizarsu potencia.

    En todos los pases que mencionam os anteriormen te, el debate pareci cristalizarse histricamente sobreciertas consignas importantes: no a la homogenizaciny a la subordinacin cultural y poltica, no al subdesa-rrollo econmico; s?por el contrario, a un recorrido deliberacin y de autonoma. Toda la primera p arte d e revoluciones anticoloniales se ha construido con esosproyectos. Precisamente, a partir de la victoria y de lahegemona de esos proyectos de independencia, es decir, en realidad a partir de la reduccin de la importancia de los procesos coloniales en los engranajes de losgobiernos estatales y de la expansin de los movimientos de liberacin nacional, despus del encuentro deBandung, se ha abierto una segunda fase. Ese segundo

    momento se ha caracterizado por una suerte defordis- mo perifrico y por una dependencia reducida pero apesar de todo viva an, a pesar de las negociaciones amenu do speras: en suma, para decirlo de man era msbrutal, una fase neocolonial. En efecto, visto desde elcentro, la situacin de las periferias del imperiocolonial era bastante clara: las luchas anticolonialistas yantiimperialistas hicieron saltar todos lo ejes directosde pod er que, hasta ese mom ento, haban rep resentadola fuerza de los pases centrales. Estos ltimos ya no

    podan contar ms que con una cosa: una reorganizacin de su propio pod er en trminos de desarrollo. Esedesarrollo en la dependencia deba articular, conjunta

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    reintroducir los viejos criterios de medida fundados yano en la productividad de los sistemas, en la participacin de los sujetos o en la articulacin de las interdependencias, sino solamente en la base del mantenim iento de los pr ivilegios y de la rep rod uccin d el pod erdado. En el lugar de la normatvidad de las estructuras productivas y del carcter funcional de su jerarqua (poco importa, p or otra par te, que se trate de unamistificacin: de hecho se trataba de una mistificacin

    eficaz), se coloca entonces el ejercicio de la fuerza depolica a un nivel global. En esta transicin hacia lo pns-modjem oflas estructuras belicistas de la poca moderna set ran form an en estructuras de polica cent ral, y los eirci-

    ; tos en bandas soldadescas yjen tropas m ercenarias. Y ya\ ^ ue ejer cicio de la polica la Volizeiwissenschaft-' se efecta ahora dentro de un tejido biopoltico comohemos visto , est nueva guerra se transforma en unaguerra ordinatrice [ordenadora] (perdnenme ei neologismo: una guerra constitutiva de orden): una guerraque construye naciones, que toma a su servicio ciertasorganizaciones caritativas^ ciertas P N G , y que se dotade jH ru r^entos^de con trol generalizados en tod o sitiodon de se reyelen fallas en la o rganizacirT^ ca l y enla del desarrollo econmico. Con Michael Hardt, hemos desarrollado ese punto bastante ampliamente en

    M ultitudes as que no m e deten dr en ello. Pero, a pesarde tod o, debe sealarse el hecho d e que esas solucionesa los problemas del desarrollo y a las dinmicas de nominacin, que estn fundad as sobre la au sencia total deun p royecto comp artido, actan en el interior d e d eter

    minaciones histricas precisas; y que ellas son incapacesde reconstruir, a partir de esas tcnicas represivas, unorden nu evo. Estas d eben, por lo tanto, sufrir continu a

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    Al trmino de esta tercera leccin, hemos insistidoen la comp rensin d e conceptos comopaz, guerra, estado de excepcin, resistencia. Nos hemos detenido sobrelas nociones defron tera, de pueblo y de nacin y, demanera ms implcita, sobre las de xodo, de emancipa cin y de liberacin. Ah ora, d eberemos volver a todaesta caja d e herram ientas conceptuales.

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    Existen dos objeciones fundamentales que, en general, se formulan contra la definicin del concepto demultitud: la primera consiste en denunciar su incapacidad p ara presentarse de primera intencin como una

    fuerza- ant isistmica^ la segund a, en objetar que no es posible d escribir el pasa je d el en-s di para-s de la multitud,,es decir, de definirla en tanto instancia de recomposicin u nitaria, capaz, pues, de d esarrollar una accin p oltica eficaz fuera de tod a mistificacin d ialctica.

    N o se pu ede respond er a la primera objecin queha sido desarrollada principalmente por Etienne Bali-bar- sin darse cuenta de la insuficiencia misma de lademanda. Antisistmica significaba en efecto paraImmanuel Wallerstein, y para todos los que se refierena sus trabajos, un movimiento que acumula, a la vez, lacapacidad de ser contra la explotacin capitalista en lospases centra les, y en con tra de la estructura imperia-lista en los pases del tercer m un do: un movimiento estructuralmente capaz de orientarse de manera antagnica en funcin de las polticas imperialistas. El sentidode esta definicin consista en unificar la lucha de clasesy la lucha antiimperialista dentro de un nico marco dereferencia para el cual la hegemona de la clase obreraera en todos los casos un postulado absoluto.

    Pero hoy, esa definicin ha sido superada, particularmente por el debilitamiento de la distincin entrepr imer y tercer mu nd o; tambin se ha vuelto banal, porque todo m ovimiento anticapitalista aun cuando p osea una hegemona perifrica se presenta bajo unaforma antisistmica. Queda todava el problema de la

    definicin de la multitud en trminos que vayan msall del discurso tradicional sobre la lucha de clases yque sean susceptibles de retomar el hilo de la subver

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    La su bsuncin real del trabajo bajo el capital se declina aqu con la mayor fuerza. En la agricultura, se utilizan po r ejemplo figuras inform ticas cada vez ms com plejas y sofisticadas desde el anlisis de las semillashasta las observaciones climticas. Por otra parte, loque se consid eraba como las formas trad icionales del tra bajo femenino (trabajo domstico, trabajo de cuidados,trabajo afectivo, etc.) est cada vez ms integrado en elsistema general d e la organizacin del trabajo, hasta in

    cluso determinar un crecimiento de la productividadmuy claro; y, ms all de esta ampliacin de la esferadel trabajo, de lo que anteriormente estaba excluido, elcentro de gravedad de la entera valorizacin se ha desplazado hacia actividades que, hasta ahora, se consideraban improd uctivas: en ese sentido se pu ede hab lar deun volverse-m ujer del trabajo, entendido no solamentecomo feminizacin del trabajo en general, sino como redefinicin de los espacios de valorizacin. Y finalmen te, para limitarnos a un ltimo ejemp lo, la economa y la

    organizacin del trabajo en los servicios impU^Tunahegemona, del trabajo inmaterial que se aplica en rea-lidad a todo el escenario de la produccin de manerairreversible.^

    Vero all donde hay explotacin, se encuentra siem-pre tambin resistencia, antagon ism o.

    No por casualidad algunas de las reivindicacionesde un salario garantizado, es decir, una ganancia de ciudad ana, se pr esentan ahora, bajo la forma de una reflexin qu e se refiere, a la vez, a esta hegemona com n dela produccin social y al aprovechamiento del contenido singular que cada sujeto de trabajo aporta a sta.Desde ese punto de vista, la socializacin de la acumulacin capitalista puede nicamente ser considerada

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    vuelto interno a las singularidades empeadas en la organizacin del trabajo.

    En segund o lugar, tambin hay que considerar quesi la fuerza d e trabajo ha interiorizad o elementos del capital fijo, el capital variable podr en adelante circularde manera ind epend iente en la med ida en que es la autonoma que p osee en relacin al capital constante lo-quele permite esta independencia. Si todo ello es fenomenolgicamente verificable, habr, pues, que concluir que

    el capital constan te (y/ o total) no logra com prend er enl mismo y a subordinar de manera exclusiva a lafuerza de trabajo: el concep to d e capital nos haba sidolegado por Marx como un concep to unitario; ms an:era una sntesis dialctica del capital fijo y del capitalvariable. Actualmente, esta sntesis ya no se hace. El ca

    pit al variable es decir, la fu erza de trabajo ha adquirido cierta autonoma. El ciclo del capital constante secaracteriza en adelante como una relacin contradictoria e insoluble entre el capital y la fuerza de trabajo: la

    sntesis puede hacerse nicamente de manera superficial, en una dimensin ntica, porque desde el puntode vista ontolgico, en cambio, la fuerza de trabajo (elKv) ha encontrad o su espacio d e autonom a.-J Tod o esto nos Heva, pu es, a decir que lo com n se )

    define fund amen talmente como el camp o abierto en el jcual el trabajo vivo (fuerza d e traba jo, Kv) se mu eve de /manera independiente; el terreno sobre el que se acu- \mu an y se consolidan los resultados de la p rod uccin ,de subjetividades independientes y los de la coopera- Jcin de singularidades. Lo com n es la suma d e todo lo \ que produce la fuerza del trabajo (Kv), independiente- \Jmente del Kc (capital constante, capital total), y contrajjeste ltimo^

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    Desde ese punto de vista, est claro que lo com n n o es entonces un a suerte de fondo orgnico, nialgo determinaBle del punto de vsta fsico. Nosotrospensamos que corresp ond e m ejor a la nueva expresinde una relacin contradictoria entre sujetos antagonis-tasTTa noliayni posibilidad de reabsorcin dialctica, ni de subsuncin lineal: ese carcter contradictoriode la relacin exalta ms bien las singularidades comodiferencias y pone en crisis cualquier criterio de uni

    ficacin.De ello deriva una nueva form a de expresin de las

    subjetividades. En esta perspectiva, la segunda objecin qu e se plan tea contra el concepto d e mu ltitud laimposibilidad de reconducirla a una unidad de accin nos parece bastante inconsistente: en efecto, launidad de accin d e la mu ltitu d es la mu ltiplicidad d lasexpresiones dla que es capaz. Cuando"consideramos Tproblema ya no desde el punto de vista econmico(anlisis del trabajo, de la acumulacin, de la explota

    cin) sino desde el pu nto de vista poltico, esta d iferen cia ramificada en las acciones de la multitud expresauna diferencia de deseos, de claims subjetivos que notienen nada que ver con la unidad del proceso de comando (ahora ms jurdica que econmica): se tratams bien de la continuidad de expresiones antagonistas, con toda la riqueza y la diversidad que ello implica.Si se considera el tema de la unidad soberana del Estado desde ese punto de vista, ste nos parece bruscamente vaciado, lo mismo que el de la disciplina uni-

    ficad ora de las expres iones del traba jo. Si un da se llegaa pod er hablar d e unidad tanto a nivel jur dico comoen funcin d e la acumulacin capitalista , ser porquese habr transformad o la un idad en u na relacin entre

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    monial al desarrollo del Estado burgus y capitalistaavanzado. Hasta pu ede llegar a organizarse como p lanificacin (capitalista o socialista, poco importa). En elEstado moderno, no existe una real diferencia entre laapropiacin privada y la apropiacin pblica: una yotra se fundan en las reglas de la explotacin y de la exclusin, es decir, en las que son y siguen siendo fundamentales para la gestin del capital.

    La paradoja ms grande aparece entonces cuando

    los derechos subjetivos mismos se califican de derechos subjetivos p blicos. Lo qu e significa que los derechos subjetivos (los derechos que correspond en a claimssingulares) solamente pu eden ser aceptados por el derecho burgu s si previamente han sido hecho pblicos; enotras palabras: concedid os a los individuos p or la autoridad del Estado, prefigurados y definido^ por ella. Lafigura del Estado moderno se funda en esta absorcincompleja de la subjetividad productiva dentro de unconcepto de comando, que es el corolario inmediato deiap r ctica de la explotacin.

    Pero las cosas, hoy en da, son d iferentes. En el pasaje a lo posmoderno, y cuando las categoras tradicionales del derecho sobreviven con dificultad, la relacinentre estas ltimas y la realidad se disuelve. La divisin entre el derecho privado y el derecho pblico, entre la apropiacin privada y la apropiacin pblica, haentrad o en crisis de manera cada vez ms evidente. N ose trata slo de considerar los p rocesos d e privatizacinque sin cesar se mu ltiplican, ni los procesos de asimilacin administrativa del derecho pblico al derecho pri

    vado, que se han convertido en el principio general dela actividad de gobernanta. Finalmente, tamp oco se trata d e hacer una crtica sofisticada de todo eso. Efectiva

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    tru ctura com n cuyo ndice ms evidente es la d emanda de un salario universal de ciud adan a. Es,pu es, el reconocimiento de que lo comn es, hoy por hoy, la basede todas las producciones.

    Si el derecho burgus considera lo que es pblicocomo el desarrollo de lo que es privado, el socialismo seubica, tambin, en el mismo tipo de asercin. El refor-mismo socialista (es decir, la idea de un d esarrollo continuo del derecho pblico hasta la modificacin de las

    relaciones de produccin privadas), tanto como la ideasocialista de revolucin (la construccin de cond icionespblicas de la reproduccin social a partir de la conquista del poder), duerme bajo la manta que el poderha tejido para l. El derecho pblico se presenta siem-pre como una expresin del biopoder; a la inversa, elderecho comn s.ejrcesenta siempre como una expresinbiopoltica de la multitu d.

    + La idea sobre la cual qu eremos insistir es la siguiente: lo comn la exigencia de lo comn, el reconoci

    miento de lo comn, la poltica de lo comn no^re-presenta una tercera va que tendra la capacidad demediar entre lo privado y lo pblico, sino una segun-da va que s,e presenta como antagonista y alternativaen relacin con la gestin del capital- y con los efectosque este ltimo (es decir, la prop iedad p rivada y/ o p -bica de los medios de produccin) puede tener sobrela vida com n y sobre los d eseos que aU se expr esan . Elderecho comn slo es pensable a partir de la destruc-ciorTd la explotacin^ tan toJ>i^d i^ om o^ puMica111--

    y de la democratizacin radical de la produccin. ^

    Tal vez sea til hacer una pequea digresin. Pregu ntm onos cu l es, efectivamen te, la figura qu e toman

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    los procesos de financiarizacin de la economa en esecontexto de crisis que golpea a la clsica divisin entrelo pblico y lo privado y que abre, paradjicamente,a la constitucin de un nuevo horizonte de lo comn.Dos tesis se oponen al argumento: una considera la financiarizacin como la expansin lineal y/ o dialcticade la prod uccin capitalista privada; la otra, en cambio,devuelve los procesos de financiarizacin a la rep resentacin de una produccin comn que, por ese mismo

    hecho, est de alguna manera mistificada. Segn estasegunda interpretacin, el trabajo cognitivo no encontrara otro m edio d e acum ulacin (y de representacin)que los que estn dentro de los procesos de financiarizacin.

    Es evidente que esta segunda hiptesis nos pa rece lamenos falsa. En la tradicin marxista, nos hemos encontrado ya otras veces frente a problemas del mismotipo: el momento d e la subsu ncin formal del trabajo, en el p rim er per odo del desa rrollo cap italista, co

    rrespondi al desarrollo de las sociedades por accinque Marx defini como un socialismo del capital.Ahora bien, est claro que la ind ustrializacin impulsada por el capitalismo contemporneo no habra sidoposible sin la constru ccin del capital ban cario y la actividad de las sociedades por acciones: estas ltimas sonel producto de la unificacin de los procesos de subordinacin del trabajo a travs de la organizacin industrial, y ellas representan la condicin del desarrollo deesta ltima. La fin anciarizacin con la qu e hoy ten e

    m os que vrnoslas, es, pues, una suerte de comunism odel capital para conservar la imagen marxiana querecordamos hace un momento, es decir, la intrprete privilegiada del nacimiento y de la expansin de la

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    tud del cual toda p osibilidad de recup erar el valor fuerade la dominacin es imposible. Pero entonces, precisamente, ese punto de vista no puede quedar tal cual,cuando ha pasado por el cedazo d e la crtica: si ponemosla atencin en el desarrollo capitalista y en el de las luchas sociales (y mucho ms si consideramos el tejidobiopoltico, base de las contradicciones y de las crisisde los biopoderes), debemos reconocer necesariamenteque la naturaleza del valor de uso se modifica mucho

    ms all y mu cho ms profundam ente del pretendido fetichismo de la mercadera.

    En la historicidad antropolgica y en la temporalidad sustancial que caracterizan la transformacin delos modos de vida, el valor de uso siempre se recuperacomo un elemento de base, continuamente modificad o,es cierto, pero que sin embargo es siempre fundamental en la constitucin del proyecto revolucionario (detransformacin radical'del mundo). E l fin del valor deuso y el fetichis m o de la mercadera no const ituyen un

    oxmoron-, o ms exactamente, prevalece la parad oja sobr e la homologa d e los conceptos, y el valor de uso reaparece continuamente en su articulacin con el deseode emancipacin, con la afirmacin de subjetividades,con la potencia productiva. Lo que nos queda del marxismo es la experiencia de un valor de uso entendidocomo funcin de la resistencia y de la lucha.

    A las transformaciones feticEStas^deTcapital se op onen, pues, las metamorfosis hiopolticas (tcnicas, p olticas, ontolgicas) de la fuerza del trabajo. Si queris en

    contrar el valor de uso, no la busqu is en la naturalidad ,sino mejor en la historia, en las luchas, en la transform acin continua d e los mod os d e vida. E l valor de uso se reconst ruye siempre, es un valor de uso en la potencia n.

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    nsica puede salvarnos, en una naturaleza que ya estcompletamente modificada y convertida en artificialpor las tcnicas de produccin de subjetividad... estaconciencia, entonces, nos pone en situacin, comodecan los existencialistas medio siglo atrs: sta nospermite confrontarnos con el desarrollo histrico y dara las par ad ojas qu e vivimos una form a concreta.

    Permitmonos otra interrupcin. Cuando habla-?

    mos de posmoderno y de esta extraa paradoja queconsiste en reconocerse dentro de su estructura compacta sin reducir el valor de uso al fetichismo, es decir,a la total absorcin de lo real por la dominacin, introdu cimos en el centro d e nuestra visin d e lo real y enla constatacin concreta que hacemos de eso un elemento creativo. Ya hemos hablado de ello cuando hemos insistido sobre el exced ente del trabajo produ ctivoen la condicin actual del mundo de produccin, ycuando hemos insistido sobre el carcter irreductible

    del trabajo vivo con relacin a la estructura capitalistade la dominacin. Como deca Marx: El valor de uso estrabajo vivo.

    Ahora bien, en el pasado, en plena mod ernidad, unoya se ha encontrado frente a alternativas anlogas. Esasalternativas estaban evidentemente insertas en un con-texto h istrico, poltico y social diferente, y nosotros notrataremos de construir una suerte de modelo generalque no tendra en cuenta esas variantes fundamentales.Sin embargo, nos parece importante sealar que en

    tiempos diferentes, tradiciones de pensamiento el pensamiento moderno, el pensamiento posmderno tuvieron que afrontar problemas de la misma naturaleza.Tomemos, pues, esta referencia de manera puramente

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    metafrica, y leamos en ella la proposicin, desconcertante, de un mismo cuestionamiento.^ Spinoza id entificaba en la densidad del ser la po-

    | ten cia, la dynamis que r enueva al ser mismo. N os gusta-i ra retom ar y volver a investir esta metfora . La dynamis\ es trabajo vivo;pero com o el t rabajo v ivo es v alor de uso,

    es tambin renovacin de la poten cia de aqulla. Lo quej acabamos d e agregar deja de ser metafrico; se convier

    te en una filologa (o ms exactamente: una genealoga)del pensamiento posmoderno.

    Desgraciadamente, esta ltima ha estado condicionada por una percepcin del presente y por una definicin de la subjetividad que corresp ond e a ese presenteque estaba encerrad a en el interior de una dimensin hei-deggeriana del ser. La dynamis y la potencia no son paraHeidegger sinnimos de libertad; no estn consideradascomo fuerzas constructivas radicalmente ontolgicas: sontendencias no concluyentes del actuar humano, tiendenliteralmente hacia la nada. La percepcin inconsolabledel ser de los posmodernos, aunqu e viniendo d e una reelaboracin del pensamiento marxiano, concluye en unaconcepcin m etafsica d e tipo heideggeriano: la potenciaes aqu incapaz de novedad, est totalmente bloqueadapor el no-ser, y el valor de uso est esencialmente red ucido dentro del valor de cambio. El mundo posmoderno,fetichizado, no p ued e ser quebrado.

    Es pues en ese terreno que Spinoza se opone preci-j smente a Heid egger: sobre ese enorme teat ro del ser y[i de la pr esencia. La poten cia espinoziana se opone en

    1j consecu encia alDasein heideggeriano, d e la misma ma-t j era que el amorse opone alA ngst, la mens al Umsicht,' la cupiditas a la Entschlossenheit, el conatus a la A ntv e->0 senheit, el appetitus alBesorgen...

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    jos obreros, la d e la Shoa como prod ucto industr ial capitalista mod erno y camp o de expresin de la bana lida ddel mal, y finalmen te la d el constitucionalismo n ort eamericano como producto del xodo y de la rebelin,y como experiencia profunda de una invencin de lopoltico: todo ello conforma los elementos esencialesde un pensamiento posmoderno constructivo y positivo. Lo que, en cambio, es inacep table y que se p rop one constantemente en trminos de auctoritas es la in

    sistencia sobre la produccin lineal de la democracia,en el plano constitucional, poltico, liberal y sobre ladescripcin edulcorada de la subjetividad revolucionaria que forma su base...

    En Arendt, las ltimas esperanzas (y las ltimascertezas) del occidentalismo dem ocrtico brillan bajo lamisma luz que ilumina al fetichismo y la escatologa, ala escuela Frankfu rt y Walter Benjamn. As pu es, es fcil de comp rend er qu imp ortante ha sido este pa rntesis equvoco en la percepcin posmoderna de la crisis,

    pero tambin hasta qu p un to provoc estragos.

    Alg