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La experiencia cristiana de Dios comienza por el deseo de encontrarse con Él en la persona de Jesús. Una atracción que se despierta en lo más profundo de quienes no se conforman con vivir la vida de cualquier manera, sino impactados por algún motivo que dé sustento a sus existencias.

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En el último domingo de cuaresma la liturgia nos ofrece antes de comenzar la Semana Santa una escena evangélica que se origina a partir del deseo de encuentro con el Señor. Los visitantes griegos que querían adorar a Dios dicen: queremos ver a Jesús.

El asunto del querer del hombre es algo muy serio. Se trata de la voluntad que impulsa a todo ser humano a salir de sí, a buscar y a dirigirse hacia algo que le atrae. Así pues, el querer es el impulso y la fuerza motivacional que nos lanza.

Para Juan evangelista, este impulso o fuerza vital que mueve a todo hombre y mujer, es lo que hace posible el encuentro frente a frente entre el Hombre y el Crucificado. Y Jesús lo sabe muy bien. Por eso dice a Felipe y a Andrés: Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. Es decir, llegó el momento decisivo para cada cual, porque el que se ama a sí mismo, se pierde y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se gana para la vida plena.

No podemos tener vida si vivimos replegados sobre nosotros mismos. Lo más radical de nuestra vida está en experimentar que somos hombres y mujeres “para y con los demás”. Porque somos como semillas que, si nos guardamos, seremos consistentes, permanentes, y hasta rozagantes, pero semillas infecundas. Mientras que cuando se sale de sí mismo para encontrarse con los otros, reconociéndolos como personas y prestando el propio ser para la plenitud de los demás, se alcanza la plenitud propia. Es decir, la fecundidad.

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Pero una fecundidad provocada por la atracción del Crucificado como ruta que libera la propia libertad, en la que el hombre y la mujer encuentran la verdadera vida, descubriendo que la propia vida es fluencia abierta, y por eso no se la quieren guardar para sí, sino que la van gastando, viviéndola y dando vida, dando de sí, dándose hasta desaparecer. Porque sólo se tiene lo que se da, lo que se entrega. De ahí que, sólo tiene alegría quien alegra a los demás, sólo tiene esperanza quien la siembra a su alrededor, y sólo dando amor se llega a ser un ser amoroso. (Cf. Pedro Trigo).

Así pues, la fe que propone Jesucristo no pone como condición verlo a Él, ni siquiera ver a Dios Padre. Va mucho más allá del encuentro directo con Dios, porque el itinerario divino que nos acerca al crucificado-glorificado se realiza principalmente como relación con las personas mediante el servicio. Jesús lo dirá en estos términos: El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre. Se trata pues de un encuentro con Dios mediado necesariamente por el modo de relación que se tenga con la gente.

En una relación fecunda con la gente y con el mundo, fraguada bajo el crisol de la cruz, es dónde nos topamos cara a cara con Jesús, con su Espíritu y con su Padre celestial. Pero además, para el cristiano, esta fecundidad es lo único que hace actuar y hablar de forma sensata y productiva sobre el curso de la vida y sobre el curso del mundo. Y que en cristiano llamamos autoridad moral. Porque para Jesús, la autoridad moral no se funda ni en rangos, ni en historiales limpios, ni en clase social alguna, sino en la desnuda experiencia de la cruz. Por eso, la experiencia de la cruz, arroja el mal, transforma dolores, irradia esperanza. En palabra de Jesús: la cruz que se levanta en la tierra atrae a todos hacia sí.

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Entre los que había llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: señor, queremos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y Él les respondió: Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, para que donde Yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: Padre, líbrame de esta hora? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre. Se oyó entonces una voz que decía: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir. Palabra del Señor.

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Al final, rezo el Padrenuestro,

saboreando cada palabra.

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Me sereno para esta cita con Dios.Me acomodo con una postura que implique todo mi ser. Al ritmo de la respiración doy lugar al silencio.( Una y otra vez repito este ejercicio )

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[ Sigo adelante ]

NOTA: La oración preparatoria me ayuda a experimentar libertad de apegos. La repito tantas veces como quiera, dejando que resuene en mí.

NOTA: Este paso merece hacerlo con esmero. Le dedico unos 10 minutos.

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Señor,

quítame

el miedo a la cruz

y dame la libertad

que nace

de Jesús Crucificado[ ]

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Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

Que gustemos internamente la hora decisiva de Dios, encontrándonos frente a frente con el Crucificado. Y que como semillas nos dispongamos a la fecundación que libera de los propios apegos y de todo lo que nos ata.

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El que quiera servirme, que me siga, para que donde Yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Que gustemos internamente una amistad con Dios que nos lance a servir a las personas y especialmente a los que necesiten con más urgencia nuestra atención.

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Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.

Que gustemos internamente la atracción que provoca la cruz de Jesús para que no vivamos ya de cualquier manera la vida, sino que vivamos liberando nuestra libertad para cooperar en la libertad de muchos.

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ATRAÍDOS POR EL CRUCIFICADO

Eres sol de salvación, buen Jesucristo,con tu luz, todo mal el hombre espanta;en tanto que la noche retrocede y el día sobre el mundo se levanta.

Semilla en tu mano es todo hombre,sembrada al calor de tu silencio;paciente espera entre la tierra,mientras graba en su seno bien tu nombre.

Ya se avecina el día, el día de tu canto,volviendo a florecer el universo;la fuente que hasta ayer manó delitos,ha de manar desde hoy perenne llanto.

Despliega tus brazos sobre el mundoCruz de Dios, cruz de verdad y cruz bendita.Y así todos los que andan en la tierraHarán que sus pasos sean fecundos.

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Para centrar la experiencia vivida en la Oración, respondo en forma sencilla las siguientes interrogantes:

[ Termino con la oración siguiente ]

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